Camino Sembrado

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El Camino Sembrado

Crónicas
Estudio de Caso del Proceso de apropiación y poblamiento de los corregimientos
de Aquitania, El Prodigio, San Miguel, Jerusalen y la Danta
en el Oriente de Antioquia

PROGRAMA DE LAS NACIONES Apoyo en Investigación


UNIDAS PARA EL DESARROLLO
Jaime Gómez Duque
Ingeniero Agrónomo
Arnaud Peral
Director País
Revisión
Inka Mattila Marisol Urrego Arcila
Directora de País Adjunta Economista
Luis Fernando Calle Viana
Alessandro Preti
Sociólogo
Coordinador Área de Paz
Programa de las Naciones Unidas
Carlos Iván Lopera Para el Desarrollo PNUD
Coordinador Territorial Antioquia Oficina Territorial Antioquia
Rionegro - Antioquia
PROYECTO: CACAO Y ORGANIZACIÓN Noviembre 2014
SOCIAL PARA LA CONSTRUCCIÓN
DE PAZ Diseño e impresión
Ideas Gráficas S.A.S.
Equipo Técnico:
Fotografías:
Marisol Urrego Arcila Juan Alberto Gómez
Coordinadora
Imagen de portada: Pintura en el zócalo de
Claudia Patricia Tabares
la escuela La Garrucha municipio de San Car-
Asistente Administrativa
los. Un sitio que por años fue punto de ingre-
Leonardo Enrique Pelaez so y salida de colonos con productos agríco-
Asistente Técnico Experto en Agroecología las de zonas aledañas al Magdalena Medio.
Luis Fernando Calle Viana Imagen de contraportada: joven del corre-
Asistente Técnico Social gimiento Aquitania.

Coordinador e Investigador Principal


Juan Alberto Gómez Duque
Comunicador Social Periodista

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Contenido

El Camino .......................................................................................................................................................... 5
UBICACIÓN GEOGRÁFICA CORREGIMIENTOS............................................................................ 9
Aquitania..................................................................................................................................................... 11
San Miguel ................................................................................................................................................. 29
La Danta ...................................................................................................................................................... 53
Jerusalén ..................................................................................................................................................... 69
El Prodigio .................................................................................................................................................. 85
Bibliografia ....................................................................................................................................................... 101
Agradecimientos .......................................................................................................................................... 104

3
4
EL CAMINO
Camino es la palabra que encierra este viaje por los corregimientos de la altimontaña del
Oriente Antioqueño. Por las trochas y los ríos de los corregimientos de Aquitania hoy per-
teneciente a San Francisco, El Prodigio de San Luis, La Danta, Jerusalén y San Miguel de
Sonsón, fue por donde subieron los vapores calientes del río Magdalena y se mezclaron
con aromas montañeros que bajaron con los colonizadores de la Antioquia de finales del
siglo XIX y principios del siglo XX.

Estas crónicas nos invitan a caminar por estos cinco corregimientos que están ubicados
en las estribaciones de las montañas bajas de la cordillera central colombiana bordean-
do el Magdalena Medio, a una distancia promedio de 140 kilómetros de Medellín, por la
autopista que comunica a esta ciudad con Bogotá, son tierras cálidas, el paisaje circun-
dante deja ver cabezas de ganado, acumuladas en potreros de pastos verdes, cultivos de
café, yuca, plátano y cacao a la par de ríos caudalosos, que en las zonas altas, se chocan
con piedras blancas y redondas. Es una zona que muchos han denominado como llena
de riquezas; en su historia encierra los destellos de la tenacidad de sus pobladores y la
resistencia de sus habitantes al rigor del conflicto armado; es el resumen de la Colombia
profunda, de un país que aún se está construyendo.

Las sensaciones que acompañan este viaje por la región se parecen a la emoción de
aventura que sintió don “Chulo Guzman” cuando con su hacha tumbó monte por las tie-
rras que hoy conforman a Aquitania a principios del siglo XX; o tal vez el temor de don
Miguel Berrío quien llegó de 20 años con su esposa e hijos y vio nacer, por allá en los
años 70 sobre una tierra fértil, ese lugar que habría de llamarse el Prodigio. Es un viaje
tras recuas de quince mulas transportando chécheres por los recodos de caminos del
Magdalena Medio a las estribaciones montañosas de la cordillera central, en donde hoy
se halla el altiplano del Oriente Antioqueño, es una invocación de la importancia del
camino como vía obligada para comprender nuestro origen.

Este relato nos recuerda la perseverancia de campesinos y colonos que, en la búsqueda


de las tierras ricas del Magdalena Medio. Recorrieron viejos caminos de intercambio mer-
cantil, que comunicó las frías montañas con el valle cálido del río grande desde el siglo
XVI hasta bien entrado el siglo XX; el viejo camino de Mulatos desde las tierras de Aquita-
nia hasta el río la Miel, donde hoy es San Miguel o el camino de Islitas o de Juntas desde la
Estación Cocorná hasta las montañas de la zona que hoy conocemos como Los Embalses.

Es un recorrido no sólo por montañas, caminos reales, abismos insondables, ríos aver-
dosados de lo cristalinos, sino también una radiografía detallada de la forma cómo se

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apropia el territorio, incluye un mirar lento por los incipientes pasos de un estado que
mediante concesiones de colonización, creación de inspecciones de policía y adjudica-
ción de enclaves de explotación minera, delegaba en los privados todo aquello que él
no podía ejercer. Como cuando don Severiano González y Eloy Arbeláez llegados desde
Bogotá entraron buscando mármol en 1958 en las tierras del corregimiento de la Danta
de Sonsón. También es un repaso por la transformación económica, tanto de los corregi-
mientos como del país; una especie de plano secuencia que fue dejando atrás las recuas
de mulas, las flotas mercantiles de barcos que surcaron el río Magdalena y el vapor ulu-
lante de las locomotoras del ferrocarril de Antioquia, para dar paso a camiones rodando
por carreteras polvorientas que comunicaron los pueblos por rutas distintas a los viejos
caminos recorridos por los colonos.

Según nos relata Juan Alberto Gómez la construcción de la autopista Medellín Bogotá
en la década del 70, era la constatación de la riqueza de la región; la vía que trajo ilusio-
nes para los habitantes de estas tierras, cambió sus flujos económicos, cambiaron las
rutas de los caminos y llegaron nuevas oportunidades, como cuando con la ilusión de la
autopista llegó la empresa Cementos Río Claro concretada luego de un intenso proceso
de construcción el 2 de enero de 1986. Entorno a la mega empresa de cemento llegó
gente como don Severo Toro desde tierras de Aquitania. Y como para manifestar que las
gentes de estas tierras las une un pasado común, don Severo llegó buscando el indicio
del progreso a ese lugar que habría de llamarse Jerusalén y al que Sonsón lo erigiría co-
rregimiento solo hasta 1998. Los cambios que trajo el corredor de la autopista Medellín
Bogotá, echaron al olvido el viejo camino de Mulatos, hicieron que los corregimientos
buscaran carreteras para alcanzar la gran vía, cambiaron la vida, las rutas y hasta los aro-
mas. Ya no fue más el olor de las piaras de 50 cerdos comprados a los campesinos por
don Roberto Hoyos caminando desde San Luis y Cocorna; fue el humo de buldóceres
abriendo carreteras, de volquetas sacando mármol, el olor de los laboratorios de coca
y del aliento de la guerra en el que diversos actores pregonaban consignas de justicia y
orden disputando el control de esta vía nacional.

En las imágenes y sonidos de la conformación de estos cinco corregimientos del oriente,


se siente el rumor de los pasos de las cuadrillas de hombres armados con escopetas y
perros, ayudados por el ejército, embriagados de los influjos chulavitas, persiguiendo
inicialmente chusmeros y después comunistas; se ven hilos rojos de sangre con los que
se teje el conflicto colombiano como herencia de la llamada violencia política, así como
ese 23 de octubre de 1981 cuando las FARC llegaron a la Danta y luego de anunciar que
llegaban para quedarse, asesinaron a Manuel Gómez y al inspector Luis Carlos Cañas,
hecho que luego sirvió como justificación mesiánica para que se instaurara un régimen

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autoritario y paternalista, con el fin de contrarrestar las acciones del ELN y las FARC en el
corredor de la Autopista, pero también para aumentar los ingresos que dejaba el narco-
tráfico. Los ciclones del conflicto recorrieron los caminos de estos cinco corregimientos,
desde que los llamados “Escopeteros” y los “Masetos”, perseguían comunistas y guerrille-
ros por las tierras del Magdalena Medio, la conformación del grupo Muerte a Secuestra-
dores MAS – hasta la llegada de las FARC y el ELN a estas tierras, que se convirtieron en
fronteras invisibles de una guerra visible.

Las palabras del autor nos sumerge en los recodos de la identidad y de la historia de
estos cinco corregimientos, solo aprehensibles cuando se recorren los caminos y se ob-
servan los paisajes; cuando se escucha a los viejos que transitaron trochas, que vieron ca-
minar las cuadrillas de contra-chusmas, los buldóceres y los camiones para las carreteras
nuevas; los mismos que vieron llegar de nuevo a los armados con promesas de justicia,
apenas en los últimos años han visto llegar al Estado con algo distinto a la fuerza pública.
Estos relatos son un aporte para profundizar la identidad del territorio, para la memoria
y el desarrollo humano.

Resta invitar a disfrutar estas crónicas escritas con la filigrana del cronista, la sensibili-
dad del caminante y el cuidado del artesano. Solo queda echar andar los pasos por los
caminos de los colonos, los megaproyectos, la ganadería extensiva y el conflicto, para
construir otros necesarios relatos sobre la memoria del territorio.

Luis Fernando Calle Viana


Sociólogo

7
UBICACIÓN GEOGRÁFICA
CORREGIMIENTOS

SAN LUIS
Prodigio

SAN FRANCISCO
ta
an
D

Aquitania
La

SONSON alé
n
San Miguel
us
Jer

Convenciones
Aquitania
Prodigio
San Miguel
La Danta
TABLA DE POBLACIÓN Jerusalén

Población y área corregimientos del proyecto


Corregimiento Población Área hectáreas Municipio
Jerusalén 1.066 9.335 Sonsón
La Danta 4.092 12.363 Sonsón
San Miguel 3.683 27.452 Sonsón
El Prodigio 1.441 14.439 San Luis
Aquitania 1.754 22.677 San Francisco
Total 12.036 86.266
Fuente: Sisben municipios y presidentes JACs 9
Aquitania

SAN LUIS

SAN FRANCISCO

AQUITANIA
SONSON
En Aquitania el paisaje es el destino. Por eso su calle principal tiene vocación de camino,
y sus habitantes, de andariegos. “Esto es un criadero” dice Domingo Gómez, que se fue
con 15 años “pa tierra caliente”. Porque para los que crecen en este corregimiento del
oriente antioqueño, antes de ser destino, el paisaje ya es promesa. Basta alzar la vista
para encontrarse con él, como recordando que el camino sigue hacia las tierras del río
Magdalena o hacia las selvas de Rioverde.

El viejo Crisanto Guzmán, habitante de la zona, no entiende “por qué a Aquitania lo enca-
ramaron por allá habiendo sitios mejores como Pocitos, La Holanda o el mismo Minitas”
vereda en la que él reside y que también pertenece a la jurisdicción del corregimiento.
Su larga memoria, sin embargo, no le alcanza para extenderse hasta los tiempos en que
Aquitania nace sobre una lógica que lo justifica: ser una especie de reposo del camino y
abastecedor de colonos y comerciantes en ruta.

Hoy para ir a Aquitania desde Medellín, hay que tomar la autopista hacia Bogotá, y reco-
rrer 150 kilómetros pasando por el altiplano de Rionegro, además de cruzar los territorios
de Santuario, Cocorná y San Luis; luego, subir por una carretera destapada de 33 kilóme-
tros que termina, precisamente, en el centro poblado, que no supera los 450 habitantes
distribuidos en 106 viviendas. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, el desplazamiento
no se hizo por carretera sino a pie, en mula o a caballo, y en el mapa de caminos princi-
pales de Antioquia, Aquitania se halla sobre el camino de Mulatos, una de las entradas
colonizadoras hacia el Magdalena.

El 17 de junio de 1881, sesenta años antes de que Crisanto naciera, el presidente del
Estado Soberano de Antioquia, Pedro Restrepo, firma el decreto 460 “por el cual se erige
en fracción el caserío territorio de Aquitania del distrito de Cocorná”. Este hecho admi-
nistrativo evidencia la solidez del asentamiento y su importancia como un escalón en el
afán de colonizar nuevas tierras para el departamento, que le permitan ampliar la pro-
ducción económica y, por tanto, su base tributaria. El mismo decreto fija los límites: “de
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los nacimientos del Río Claro siguiendo de para abajo hasta el punto donde le desagua
la quebrada que viene de Santa Rita, por esa quebrada arriba hasta sus nacimientos, aquí
línea recta al paso que los vecinos de San Carlos tienen en el río Samaná para pasar a
Serranías, Samaná arriba hasta donde le afluye el río Caunzal, tomando este arriba hasta
sus nacimientos y de aquí línea recta hasta los nacimientos de Rio Claro”

Crisanto no sabe nada de este decreto, y nunca necesitó memorizarse esa fecha en el
caso de que algún día se lo hubiesen contado, pero asegura que “Aquitania es más viejo
que San Pacho”, fundado en 1830, municipio al que pertenece desde 1986, cuando deja
de pertenecer al municipio de Cocorná. No parece entonces descabellado calcular el ori-
gen de Aquitania en 200 años, como aseguran algunos en el caserío, aunque las eviden-
cias escritas en documentos históricos no permitan certificarlo. Lo cierto es que Cocorná,
San Francisco, Aquitania y las tierras bajas del Magdalena, se conectan por el camino de
Mulatos, de intenso movimiento comercial y expansión colonizadora, forjando en mu-
chos de sus asiduos caminantes un carácter independiente, laborioso y andariego, del
que la familia Guzmán es un buen reflejo.

“Yo tuve mulas desde que pude moverme”, recuerda Crisanto, y que su padre, José Ata-
nasio, salía hasta Cocorná para llevar el maíz que siembra en la montaña en un viaje que
dura una semana de ida y regreso. Son tiempos en los que se cruzan en Aquitania gentes
de Argelia, Sonsón y San Luís. Porque en Aquitania confluyen dos líneas que definen la
colonización del oriente antioqueño: la de Rionegro y la de Marinilla. La primera, corres-
pondiente a las grandes concesiones de tierra a Sancho Londoño en 1762 que promue-
ve la creación de La Ceja y La Unión, y luego a Felipe Villegas, en 1763, de la que nacen
Sonsón y Abejorral, siguiendo el viejo camino de Hervé que conduce hacia Mariquita. La
segunda, corresponde a las concesiones Arbeláez y Zuluaga-Duque, impulsadas por el
camino de Islitas, que baja hasta Puerto Nare conectando Peñol, Guatapé y San Carlos.
Aunque, en su inicio, el principal interés sigue siendo la búsqueda de oro, ya se promue-
ve el asentamiento de poblaciones agrícolas para abastecer los centros de producción
minera y el incipiente consumo de los centros poblados más grandes.

Consolidada la independencia, esos dos ejes se definen aún más con la creación de los
cantones entre 1821 y 1830. Al cantón de Marinilla pertenecen las parroquias de El Peñol,
Carmen, Canoas (Jordán), Vahos (Granada) y sus anexos. Al de Rionegro, las de Concep-
ción, Santo Domingo, San Vicente, Guarne, El Retiro, La Ceja, Abejorral, Sonsón, Aguadas,
Santa Bárbara y Sabaletas. Durante todo este siglo, se estimula aún más la apertura de
nuevas tierras y van surgiendo a la sombra del eje de Marinilla, poblaciones como Cocor-
ná, San Francisco y San Luís. Mientras que Sonsón se convierte, desde el eje de Rionegro,

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en el principal centro de irradiación de la gesta de la colonización antioqueña de la que
nacen poblados como Nariño y San Julián (actual Argelia).

En medio de esas dos grandes rutas, Islitas y Hervé, se van posicionando otros caminos
hacia el Magdalena como es el de Mulatos, que parte de Cocorná, y el de La Trocha,
saliendo desde San Luís.

El viejo José Atanasio Guzmán tenía la finca por el paraje La Alemania, en la vereda La
Holanda, pero mantenía en Aquitania su centro para ir al mercado y a la misa dominical.
Su hijo, Chulo Guzmán, es el primero en terciarse el hacha y salir a abrir montaña. De
aquellas épocas de la colonia española, en la que se entregan concesiones de tierras
infinitas a “hombres principales y obedientes a la corona”, no conocen ninguna noticia. “El
lindero era el hacha”, dice Crisanto, y a ella se consagran: “por allá no existía sino el tigre,
los venaos y las fieras.”

La erección del corregimiento de Aquitania en 1881, no es casual. Ya los rieles del ferro-
carril trepidan entre Puerto Berrío y Medellín, y los barcos a vapor surcan el Magdalena
en un frenesí de productos agrícolas y mercancías que incluyen desde pañuelos de Lon-
dres, hasta maíz, fríjol, panela, tabaco, maderas y café que bajan de las montañas. Pese
a la distancia que implica invertir dos o tres jornadas para llegar al río desde Aquitania
o desde San Luís, los caminos de Mulatos y La Trocha tienen carácter departamental
como lo inscribe la ordenanza 20 del 11 de julio de 1896, por la ruta de Medellín al río
Magdalena pasando por “Santuario, Cocorná, San francisco, Aquitania e inmediaciones
de Buenavista”, en la desembocadura del río La Miel; y el que también desde Medellín
conduce al Magdalena “pasando par Santuario, Vahos (Granada), San Luis y Samaná del
Norte hasta las cercanías de Puerto Niño”, luego llamado Puerto Perales, el mismo que
hoy mira desde esa orilla el territorio de Puerto Boyacá.

En Antioquia, la osadía de enfrentar la montaña con sus venenos y sus fieras se convier-
te en leyenda y, con esa leyenda, se teje el mito del paisa valiente. Sin embargo, para
esos colonos, abrir tierras era un acto cotidiano de supervivencia. En esta lógica, resulta
elocuente una carta del presbítero de Vahos y fundador del municipio de San Luís, Cle-
mente Giraldo, dirigida al gobernador Abraham García en diciembre de 1892, en la que
solicita un auxilio de mil pesos para la construcción de un puente sobre el río Samaná
Norte y la apertura de tres leguas de camino entre Vahos y San Luís. De esta manera, dice
la carta, apoyaría a estos “héroes de la actividad y de la honradez” y permitiría que pue-
da llegar hasta Puerto Berrío y Medellín “la cosecha perenne” de esos “feraces terrenos”.
Promete “dos mil fanegas de maíz” cada año, gran acopio de harina de sagú y maderas

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“incorruptibles de comino, granadillo, de diomato y de guayacán” que existen en “pas-
mosa profusión en el propio égido de San Luís”. Con esta carta se verifica así la transición
de la pluma al hacha, es decir, se pasó de la tinta con la que se firmaron en un tiempo
las generosas entregas de tierra, al sudor de campesinos que desafían la montaña para
merecerla.

El censo de baldíos en 1812 para entregar a familias sin tierra, la ley 13 de 1821 que obli-
ga a entregar la tierra para el fomento de la agricultura, y la ley 11 de 1870 que declara
libre la explotación de bosques y baldíos de la nación, fueron estímulos legales con los
que el gobierno nacional y la provincia de Antioquia promueven la colonización, y lo-
gran rendir algunos frutos. Pese a esto, se mantienen privilegios de las élites influyentes
interesadas en perpetuar las concesiones, lo que ocasiona agrios pleitos entre algunos
colonos y lejanos propietarios. Al comprender la dimensión del reto y el sentido que
entrañan las palabras “romper la montaña”, se entiende también por qué al poeta Epifa-
nio Mejía no le suenan estridentes los golpes del hacha de sus mayores sobre los tallos
de los árboles, sino más bien resonantes de “libres acentos”. El mismo padre Clemente,
por ejemplo, se remanga la sotana para llegar con un grupo de colonos de Vahos a lo
que luego será la población de San Luís, que mantiene permanente comunicación con
Aquitania, y en esa misma carta enviada al gobernador elogia la casta de esos nuevos
colonos denominándolos “agricultores heroicos y pobres de solemnidad”.

Sin duda, como lo dice el padre Giraldo, en aquellos asentamientos pajizos como Aqui-
tania no se habita de otro modo diferente que no sea el de la heroica pobreza. Enten-
diendo aquí la pobreza como escasez de herramientas suficientes para aprovechar la
abundancia de recursos. Porque, en esos tiempos, los elementos como mulas, sogas,
hachas, machetes, azadón, o incluso sal, jabón, velas y petróleo, hacen la diferencia entre
pobreza y holgura. También, por supuesto, el aislamiento, el estado de los caminos y la
ausencia de atención médica, la entendemos como pobreza. Y, en cuanto a la paz y la
tranquilidad, que ahora son valorados por los aquitaneños como parte importante de
su bienestar, en ese entonces los únicos desplazamientos eran los que emprenden los
colonos, arrieros, cazadores o eventuales comerciantes, y las únicas medidas de policía,
como consta en un documento de 1891 emitido por la prefectura del distrito de Mari-
nilla, consisten en casos como “cárcel de 24 horas a Desiderio Vázquez por embriaguez,
y “advertencia a Carlos Arias por perjuicios a huerta y solares por ingreso de cerdos” so
pena de 80 centavos de multa si llega a reincidir.

De manera que el cambio de siglo encuentra a Aquitania consagrada al laborioso cultivo


de la tierra. La guerra de los mil días que enfrenta a liberales y conservadores entre 1899

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y 1902, no tocó sus territorios, pero la devastación se siente en todo el país. Sólo hasta
el año 1905, con el incipiente asentamiento de colonos en el paraje El Triunfo, a orillas
del Magdalena, se restablece la dinámica de los caminos hacia el río. El ferrocarril de
Antioquia es el que menos sufre las consecuencias de la guerra; todo esto, unido a una
actividad cafetera e industrial que sigue creciendo, aumenta la demanda de productos
agrícolas y reactiva el transporte fluvial. También el ferrocarril y los barcos permiten la
apertura de haciendas dedicadas a la ganadería, pero la intensa deforestación de las
orillas del río Magdalena, la desecación de humedales, la erosión y la contaminación,
va entorpeciendo su navegabilidad. Si en 1928 funcionan siete compañías en el río con
133 embarcaciones, ya en 1940 la flota se reduce a 45 buques. Desde 1930 el interés se
concentra en abrir carreteras; así el ferrocarril empieza una larga agonía que se extiende
hasta los años 80, aunque mantiene cierta importancia en el Magdalena Medio hasta las
décadas de los 60 y 70.

Pero en esos inicios del siglo XX, Aquitania mantiene su propia dinámica. El inspector
Leocadio Gómez se queja en 1911 por su salario de 18 pesos argumentando que el po-
blado “ha crecido” y sacrifica el trabajo en sus propias tierras por falta de tiempo. Por su
parte, el secretario de la alcaldía de Cocorná se lamenta en 1914 de que en San Francisco
y Aquitania viven “sin Dios y sin Ley”, pues atender esos parajes demanda correrías de
una semana. Y una carta del corregidor Jesús María Alzate a la Asamblea departamen-
tal expone que el cura Isaac Cardona y algunos habitantes solicitan colaboración de la
asamblea para colocarle cubierta de teja a la capilla, lo que puede costar 50 pesos.

El impulso colonizador propio de los aquitaneños, parece que no crece solamente en el


seno de familias como las de los Guzmán, si no que también contagia al propio cura Car-
dona que en marzo de 1918 envía otro oficio a la Asamblea Departamental de Antioquia
solicitando auxilios para misión evangelizadora de los sitios de La Magdalena: Mulato,
San Juan, Puerto Triunfo y Buenavista, explicando que “las personas de la zona son des-
moralizados y de malas costumbres, y la misión es de suma importancia para santificar
y salvar muchas almas que viven por ahí como muchos animales sin temor a Dios y sin
saber el fin para lo cual fueron criados”. Según el corregidor de Aquitania Jesús Abad
Alzate, que también solicita ayuda presupuestal para el nombramiento y sostenimiento
permanente de un cura para la viceparroquia de Aquitania, “en el corregimiento existen
de 800 a 1000 almas para atender”.

El interés de don Chulo Guzmán de ampliar tierras “a punta de hacha” se concentra más
en la posibilidad de contar con tierras buenas para la rocería y la siembra de maíz, frijol,
yuca, plátano y caña. El mercado principal sigue siendo el de Cocorná y, eventualmente

16
San Luís. Así mismo, a medida que se abren las haciendas en las inmediaciones del cami-
no hacia el río Magdalena, los aquitaneños emprendían viaje a emplearse como peones.
En 1939 don Chulo era todavía un niño, pero ese año se formalizaría la erección, a orillas
del río La Miel, del corregimiento San Miguel, que constituiría otra importante ruta de
comercio e intercambio de productos por una variante del viejo camino de Mulato.

Domingo llega un lunes a una rocería grande por los lados del paraje La Danta y pide
trabajo al patrón. El patrón lo mide mirándolo de arriba abajo. “Tal vez le parecí muy des-
nutrido porque yo tenía 14 o 15 años” recuerda Domingo. “Me dijo: ‘yo no tengo escuela
aquí, váyase”. Pero Domingo, no encuentra otra escuela que la del trabajo y la necesidad
de buscar el sustento, por eso insiste a sus hermanos para que intercedan por él y con-
venzan al patrón. Al final, el patrón accede, con la condición de que si no da rendimiento,
no le paga ni siquiera ese jornal. Hay que cosechar las mazorcas de maíz bien deshojadas.
Domingo no se achica con el desafío. “Al otro día, cuando salimos pa’l corte, todos piden
cuatro o cinco costales. Yo pido ocho. ‘¿cómo que ocho?, ¿es que se va a quedar dur-
miendo por allá o qué?’. Se me burlan. Pero a las tres de la tarde yo ya he llenado los ocho
costales y pido otros dos. Cuando el patrón llega a las seis de la tarde a recibir el maíz, y
ve que traigo diez costales llenitos, me pregunta: ‘¿usted fue que sacó maíz de la troja o
le robó a otro compañero?’ Entonces le contesto: hágame el favor y me respeta, este maíz
lo cogí yo. A mi me enseñaron a ser trabajador y honrao’”. El patrón decide dejarlo traba-
jando y, con el tiempo, se convierte en su peón de confianza. “Me manda pa’ Buenavista,
pa Sonadora o pa San Miguel hasta con diez o doce mulas pa que mercara. Trabajé con
él cuatro años y me vine porque no había visto la familia”

Desde Argelia, Cocorná, San Luís, San Francisco, Aquitania, y hasta desde Sonsón y Nari-
ño, bajan campesinos a trabajar en las haciendas de Puerto Berrío, Puerto Nare, Las Mer-
cedes, Puerto Triunfo, Buenavista y San Miguel en las que siembran principalmente maíz,
pero también productos como arroz, sorgo y algodón; se abren potreros para expandir
la ganadería y aumenta la demanda de maderas finas. San Miguel empieza a erigirse en
centro mercantil por varias razones, entre ellas, su situación privilegiada al lado del río La
Miel, en el que pueden embarcarse productos a los puertos del Magdalena, por su pesca
abundante y por su clima benigno. “San Miguel era muy mentao -recuerda Crisanto- la
juventud se iba por esos lados a jornaliar y a tomar traguito”

Pero don Chulo decide soltar el hacha por un tiempo y coger una escopeta, porque, al
contrario de la Guerra de los mil días, la violencia política de los años cincuentas sí se
siente con fuerza en la zona. “A los días que mataron a Gaitán, resultó Trino por allá ma-
tando conservadores. En Aquitania eran ospinistas, pero yo le había conseguido unos 15

17
voticos a Laureano Gómez y subieron unos policías y nos dieron escopeta y cinturones
con cápsulas pa salir a enfrentalos. Siempre nos dimos por ahí candela”.

La chusma liberal de Trino García, que viene de Santander, sube a buscar los poblados
de mayoría conservadora en Antioquia, pero grupos de civiles armados contienen su
avance. Firmada la amnistía e iniciado el Frente Nacional, desaparecen esos grupos ar-
mados, pero, como también relata don Chulo: “Eso a lo último quedó que acabaron con
la guerrilla y ya quedó la contraguerrilla pero se dividió en dos grupos: el de Cacao y el
de El Hachero, que resultaron peliando. Se dedicaron fue a robar. Ya no me gustó la cosa
y guindé la escopeta”.

Por otro lado, desde finales de los años 50 se intensifica la apertura de carreteras y se
construye la vía Sonsón-Dorada que, aunque lejos de Aquitania, tiene repercusión en
toda la región, porque fomenta el trabajo en las haciendas de San Miguel. Otra vez con
el hacha en la mano, don Chulo sabía que quedaba mucha montaña “sola y sin gente”
y aprovecha para coger por los lados de Río Claro hasta llegar a los parajes de Campo
Diamante, Campo Godoy y Vega Grande; quiere “coger bastante tierra” porque ya se em-
pieza a hablar de la autopista Medellín-Bogotá. “Del río pa allá se lo fié a mi hermano
Toño Guzmán; del río pa acá quedó mi tío Víctor Pineda, después llegó mi hermano Félix
y quedó con La Cristalina. Yo vendía de boca, o sea de palabra, y al que quería le hacía un
documento: el vendedor, el comprador, dos testigos y listo”

Inquieto también por el liderazgo comunitario, don Chulo aprende a organizar juntas
por la emisora educativa radio Sutatenza, entonces decide conformar la junta de su ve-
reda La Holanda a principios de los años 60. Es entonces cuando en 1966 lo llaman para
que organice la junta de Aquitania y se quedó como presidente. Sigue sacando cosechas
de maíz y frijol, monta trapiche, tienda y empieza a comprar solares. Con el tiempo, se
convierte “casi en el dueño de Aquitania”. “Ese Chulo se volvió el jefe allá”, recuerda su
hermano Crisanto que no se movió de Minitas.

Además de maíz, Aquitania producía café y algo de cacao. Casi todo se enviaba para
Cocorná. El engorde de cerdos constituía un negocio muy particular que dependía de
una sola persona. Durante más de 20 años, Roberto Hoyos viene desde San Luís y recorre
el camino entre Cocorná hasta más allá del paraje La Danta comprando los cerdos que
engordan los campesinos “a punta de maíz y yuca”. La imagen de Roberto al que, quizás
por la paciencia en este oficio, le dicen Robertico, arriando por el camino piaras hasta de
50 o 60 ruidosos animales, es recurrente en la memoria de los ancianos que vivieron a lo
largo del camino. “Robertico no fallaba. Uno podía contar con esa platica sin temor” dice

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Crisanto y le agradece el día en que le cambió unos cerdos por una mula. “Él estaba para
lo que uno lo necesitara; a nosotros nos ayudó mucho”

A la tienda de don Chulo, llegan las cosechas que van a lomo de mula hasta Cocorná.
“Compraba la carga de maíz a diez pesos y en Cocorná la vendía en veinte; siete días
demoraba el viaje pa ir y volver. Sacaba café y también mandaba siete u ocho cargas
semanales de cacao que iba llenando con de a dos o de a tres libritas que me traía la
gente. Yo ya sabía qué debía traer, porque el mercaito de una familia por aquí eran cinco
pastas de jabón, una botella de petróleo, un kilo de sal y tres o cuatro libras de empella
de cerdo pa sacar la manteca”

Así como los ríos, la vía férrea y los caminos, las carreteras ya empezaban a traer efectos
en la movilidad y el comercio. Cada carretera construida traza algo así como un espinazo
de pez, porque de ella se desprenden caminos y se forman asentamientos; por lo tanto,
concentra a su paso la productividad del territorio, aún más en un medio en el que el

19
transporte hace la diferencia para competir en el mercado. La carretera departamental
que venía desde Granada, pasando por San Luís, bajó hasta el río Samaná en el sitio
La Garrucha. Desde entonces, en el puente que cruza el río, se inició un ritual semanal
de compradores y vendedores; un hormigueo de ofertas, competencia y regateos que
Crisanto recuerda con emoción. “Yo sacaba escobas de Iraca y eso apenas asomaba uno,
pegaban carrera a ofrecemen por la carga. La escalera de Miguel Gómez subía llena de
maíz, frijol, madera… Tenía que hacer varios viajes”

En los años 70, la expectativa por la llegada de la autopista Medellín-Bogotá se siente en


toda la región. Las noticias de su avance se escuchan con cierto suspenso. El gobierno
la promueve como un eje de desarrollo vital para la nación, y a medida que avanzan los
trabajos por territorios de Cocorná, San Luís y Puerto Triunfo, se revela la exuberancia de
una zona que cambia para siempre. Entre tantos ojos que se posaron sobre el infinito
potencial de la zona, están los del narcotráfico. Ven en sus bosques una ubicación es-
tratégica para el procesamiento de la cocaína. Los grupos guerrilleros, por su parte, ya
tenían asentamiento en el Magdalena Medio donde se fortalecen políticamente durante
la década de los 60 y 70. El aumento de la presencia militar se hace permanente con
la implantación del batallón Bárbula en Puerto Boyacá en el año de 1979 y luego de la
brigada décimo cuarta en Puerto Berrío en el año de 1983.

El éxito del paro nacional del 14 de septiembre de 1977, convocado por las centrales
obreras y los partidos de izquierda, alarma a las autoridades políticas tradicionales y a
los militares que observan con preocupación el avance de la izquierda en zonas como
el Magdalena Medio; la ven como el sustento político de la guerrilla, como la amenaza
comunista que es necesario detener por cualquier medio. En la presidencia de Turbay a
partir de 1978, se afianzan las herramientas legales para implantar la estrategia contra-
insurgente que no distingue entre militantes de izquierda y guerrillero. La propia gue-
rrilla, especialmente de las FARC, radicaliza su posición y quiere fortalecer su capacidad
militar, aumentando la presión a los ganaderos y comerciantes de la región por medio
de la extorsión y el secuestro. El ejército y los ganaderos se organizan para combatir a
la guerrilla. Se crean grupos de civiles armados, entrenados por el ejército y financiados
por los ganaderos para atacar a la que consideraban la base social y política de la subver-
sión. Desde el año 1982, cuando se consolida el grupo paramilitar denominado Muerte
a Secuestradores, MAS, se inicia un feroz ciclo de violencia que saturó la vida cotidiana
del país en los años 80, en el que la región del Magdalena Medio es triste protagonista.

El influjo de esa nueva realidad, la recibe Aquitania a finales de octubre de 1981 cuando
un grupo de las FARC, llega al caserío por el mismo camino de Mulatos provenientes del

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Magdalena Medio, después de cometer una masacre en la inspección La Danta. Don
Chulo, Guzmán, inspector en esa época, no lo olvida: “se supo que habían matado el
inspector de La Danta y que venían subiendo pa Aquitania. Me dio mucho miedo. Pero
cuando llegaron, me mandaron a llamar y me dijeron que yo no tenía problema. Estuvie-
ron unos días por ahí y se fueron hacia los lados de Sonsón”

No se tiene noticia de qué tan efectiva fue la evangelización del sacerdote Isidro Cardona
en las tierras bajas del camino de Mulatos: San Juan, Puerto Triunfo y Buenavista, cuando
en 1918 solicitó auxilio para cumplir su misión de santificar y salvar almas, pero desde
la violencia de los años cincuenta, en Aquitania se instaura el temor por los hijos que se
van buscando el río. Las madres los ven partir y desaparecer por la ladera del monte. Por
eso, para comunicar el destino incierto de alguien a quien no se ve durante un tiempo
y del que no se tienen noticias basta con decir: “se fue pa la ladera”. Y en esas palabras
parece flotar un misterio de caída o de resurrección. Los nuevos vientos de violencia que
vienen del río en los años 80 y el paso de la autopista va dejando cada vez más solo el
camino. San Francisco queda más cerca de la autopista y del altiplano de Rionegro, pero
más lejos de Aquitania por la nueva vía. Aquitania busca también salida por el paraje La
Josefina y afianza su relación de cercanía con San Luís para darle cada vez más la espalda
al Magdalena.

La autopista, inaugurada en 1982, trae como efecto inmediato el intenso comercio de


madera. Los aquitaneños, buenos arrieros y andariegos, se suman al próspero negocio
y llenan la vía con montones de rastras de maderas finas. El comino, laurel, abarco, entre
otras, fluyen por los caminos en largas recuas que dejan en el aire olores a madera, rejos
y sudor de bestia. Antes de la autopista, los árboles se volvían cenizas porque a nadie le
justificaba invertir el costo del transporte; ahora, es el nuevo oro del que los comercian-
tes se llevan la mejor porción. Detrás de los rozados, se cultiva el maíz, la yuca, la caña, el
frijol, el café y el plátano; o se extiende el pasto para el ganado.

El interés por la tierra aumenta, así como los compradores, entre ellos, el narcotraficante
Pablo Escobar, que construye la hacienda Nápoles y adquiere terrenos en varias áreas
montañosas para instalar laboratorios de procesamiento de cocaína. La seguridad de
su emporio se la garantizan el ejército con los paramilitares. La guerrilla del Ejército de
Liberación Nacional, ELN, cobra fuerza en las montañas de San Luís, San Francisco y Ar-
gelia, así como algunos sectores de San Carlos, Sonsón y Granada; los cañones de los
ríos Calderas, Melcocho, Rioverdes y Samaná Norte, ven gestarse el frente Carlos Alirio
Buitrago. La llegada de la carretera de 33 kilómetros entre la autopista en el paraje Al-
tavista y Aquitania se recibe con júbilo, pero no impide que Aquitania se convierta en

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territorio de frontera y su centro poblado en un punto periférico en la montaña. Quedan
aquitaneños habitando por el camino al Magdalena: en Río Claro, La Danta, Jerusalén y
San Miguel. Muy pocos vuelven. Resulta irónico pero exacto decir que cuando se acor-
taron los tiempos de desplazamiento, se alargaron las distancias. En suma, la autopista
Medellín-Bogotá y los conflictos generados por las nuevas disputas sobre el territorio,
redefinen su ocupación de manera definitiva.

A Arcesio López poco le ha tocado usar el hacha, como a sus paisanos aquitaneños, pero
heredó el impulso por buscar su propio rumbo lejos de su casa. Su padre, Francisco Ló-
pez Pineda, sobrino de Víctor Pineda, toma el camino de regreso a su vereda La Florida-
Pocitos en Aquitania en el año de 1975, después de colonizar tierras por el paraje El Bor-
niego, el mismo que después pasa a ser jurisdicción del corregimiento Jerusalén. Arcesio
apenas tenía 5 años, pero recuerda su niñez entre rozados y cultivos de maíz, caña y
café; Después se le hace familiar el sonido desapacible de la motosierra al que, con toda
certeza, ningún poeta con la sensibilidad de Epifanio Mejía, celebrará en un himno hoy
en día. “Antes de irme, el fuerte era la madera, teníamos doce mulas y tres motosierras. Se
vivía de la agricultura y no sufríamos la violencia”

Desde los 20 años Arcesio se va a trabajar por Zaragoza y Amalfi, cuando regresa, la si-
tuación es otra. “Vine dizque a quedarme una semana con mi hija que apenas tenía ocho
días de nacida y a la otra semana, me tocó la masacre de la finca La Fe, cuando el ejército
y los paramilitares le hicieron una emboscada a la guerrilla y mataron un poco de gente,
eso cayeron bombas a lo largo de un kilómetro. Terminé quedándome con la idea de
apoyar la familia, pero luego los paramilitares mataron a mi hermano acusándolo de ser
informante de la guerrilla. Me dijeron que yo también me tenía que ir porque si no, me
mataban. Fue muy duro llegar a Rionegro con mi hijo y mi esposa con cinco mil pesos en
el bolsillo sin saber a dónde ir. Entonces me fui pa Zaragoza a sembrar coca”

Cuando llegan las fumigaciones, Arcesio decide terminar con la coca. Pide un crédito en
el Banco Agrario y se va para Anorí a sembrar cacao. Siembra diez mil árboles. “Hice el
vivero lejos, en la montaña. Un día llegué a las seis de la mañana y me encontré como
a 300 erradicadores de coca y como 200 policías rodeando el vivero. Habían hasta unos
gringos. Estaban admirados con el vivero. Me felicitaban diciendo que yo era un ejemplo
pa que los campesinos se convencieran de dejar la coca. Animé a otros a sembrar cacao,
y me metí a la asociación municipal de cacaocultores de Anorí, ASOMUCAN. Me estaba
yendo mejor que con la coca y sin tanto problema. Pero empezaron a decir que yo esta-
ba trabajando con los paramilitares”

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Arcesio decide buscar a la guerrilla para aclarar la situación. Se siente calumniado y no
quiere perder el producto de tanto esfuerzo. El comandante le dice que no tiene pro-
blema, pero que si llegan a entrar los paramilitares, ya sabe lo que le ocurrirá. “soy tan de
malas-relata Arcesio- que por esos días entraron unos mineros con dragas y con ellos
como 40 paramilitares. Vi la cosa dura y no encontré la manera de hablar con la guerrilla
otra vez” Antes que arriesgar la vida de él y la de su familia, Arcesio resuelve salir de la
zona. “Perdí todo. Yo que decía que no volvía a la vereda si no era en mi buen carro, re-
gresé más pobre de cuando me fui. Estuve como seis meses sin reaccionar: casi no comía
ni dormía. Apenas alcanzaba pa medio comer. Mandaba a cobrar deudas y nadie me
pagaba. Entonces mi papá me entregó parte de su tierra y me dijo: ‘trabaje’”

Mientras Arcesio vivía su propio calvario lejos de su tierra, en Aquitania la disputa en-
tre guerrilla, paramilitares y ejército se hace cada vez más feroz. Los cultivos de coca
se multiplican y la guerra por su control atiza el fuego. Además de la siembra de minas
antipersona en muchas de sus veredas, su centro poblado y más de 15 veredas sufren
el desplazamiento masivo el 20 de julio del 2003. Domingo Gómez también es testigo y
lo recuerda bien: “La guerrilla nos ordenó que nos fuéramos, pero los más viejos, como
Chulo, Enrique López, Roberto Ramírez y a uno que llaman Pichincho, nos pusimos de
acuerdo en que no nos íbamos. Nos avisaron un domingo y nos dijeron que pal jueves
tenía que estar el pueblo desocupao, que no respondían por nadie. Salíamos a la calle
juntos a ver la gente cómo se iba yendo. Muy triste. Suban y bajen carros. Otros se iban a
pie por miedo de que los detuvieran en la carretera. El miércoles por la noche, esto que-

Calle principal Aquitania

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dó solo. Mi señora me dijo que ya no aguantaba más. Entonces me levanté a las cuatro
de la mañana y les dije a los otros que, con perdón de ellos, me daba miedo quedarme.
Pero los otros ya estaban pensando lo mismo, así que cargamos con lo que pudimos y
salimos” También Chulo recuerda que “como nosotros vivíamos aquí en todo el parque y
en la calle principal, nos dio mucho temor y queríamos salvar al menos parte del ganaíto,
pero en otras casas se quedaron Eloísa Soto, Santicos Arias, Francisco Giraldo y Lina Ciro.
Nadie más”

La mayoría de la gente se fue para San Luís. Crisanto también se tiene que ir de su finca
en Minitas, pero no quiere pasar más allá de La Josefina, al pie del camino. No se resigna a
alejarse demasiado y es el primero en atreverse a entrar. “Al mes, me entré callaíto con un
hijo y mi señora. Yo tenía un trabajaderito por allá en La María. En el camino me encon-
tré con la guerrilla. Yo llevaba dos mulas cargadas con mercado. No me prohibieron la
entrada. ¡Eso era mucha soledad tan verrionda la que encontré!. Sabía que en Aquitania
estaban instalados los paracos. Yo salía a La Josefina cada 15 o 20 días por mercadito y
volvía a entrar ahí mismo. Tampoco me movía mucho del rancho donde me quedé. Eso
sí, ponía mucho cuidado”

El proceso de retorno fue lento pero sostenido. Acompañados con caravanas que lidera
una organización denominada Legión del Afecto y atendidos por algunas entidades del
gobierno, una nueva dinámica se va imponiendo. Nacen las fiestas del Retorno y del
Afecto y desde entonces, vienen levantándose: pasa de tener 835 habitantes en el 2007,
contando su cabecera y las 19 veredas que lo integran, a 1.754 habitantes en el 2014, se-
gún datos obtenidos del Sisbén y de los propios líderes veredales. Siguen deshabitadas
veredas como La Floresta, El brillante, Comejenes, San Agustín y La Honda y únicamente
3 familias habitan en la vereda El Portón. Lugares que coinciden con los de mayor afecta-
ción por la siembra de minas antipersona; y aunque paulatinamente ha sido desminada,
el otro motivo para la ausencia de población es la distancia de los centros poblados y el
estado de los caminos que hacen poco atractivo el reasentamiento.

A Arcesio también le toca levantarse de nuevo en su vereda Pocitos que, de haber estado
deshabitada por el desplazamiento, ahora cuenta con 382 habitantes; es el sector que
concentra mayor población después de la cabecera de Aquitania. Su relato es uno de
tantos de los que procuran retomar la vida en su territorio. Recibió beneficios como des-
plazado en los programas de retorno del Estado y empezó a liderar procesos comunita-
rios en la vereda. Con la motivación del reconocimiento y los logros en medio de su gen-
te, integra la mesa de víctimas y los procesos de reparación del gobierno en la aplicación
de la llamada Ley de Víctimas. Un día se entera de que los excomandantes paramilitares

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Las nuevas juventudes rurales siguen valorando su vínculo con el territorio pero ahora están más
abiertas a otros flujos de información, relaciones y conocimiento”

del Magdalena Medio estarán en una audiencia pública en el coliseo de Puerto Triunfo
y decide asistir, aunque no estuviese inscrito. “Llegué al sitio de la audiencia y me arrimé
a una mesa donde se inscribía la gente. Dije que venía en representación de Aquitania,
pero no me prestaron mucha atención. Cuando les hablé de que estábamos organizan-
do lo de la reparación colectiva, se interesaron mucho y me anotaron para hablar”

Arcesio cuenta cómo los relatos de las víctimas frente al micrófono y la sucesión de atro-
cidades y de reclamos allí narrados le fue embotando la cabeza. Cuando le llega el turno,
se le quiebra la voz y no es capaz de hablar. “El error fue que comencé a hablar de mi
hermano, y ya no pude seguir. Me dieron agua y una sicóloga me atendió. Me tocó bája-
me a esperar que se me pasara el malestar. Ahí estaban Maguiver, Ramón Isaza, El Gurre
y Oliverio Isaza, al que llaman Terror. Cuando pude volverme a subir y medio recobrar el
aliento, les dije que había venido a preguntarles tres cosas: primero, cómo iban a aportar
pa la reparación colectiva; segundo, por qué le habían quitado una tierra a mi papá; y
tercero, por qué habían matado a mi hermano. Apenas terminé, Maguiver se paró y me
dijo: que ellos ya habían entregado los bienes pa la reparación colectiva, lo demás ya le
correspondía al gobierno. Por lo segundo, me dijo que de eso no tenía conocimiento

25
porque dentro de su política no estaba quitar tierras. Y que con lo de mi hermano, había
sido un error y me pedía perdón”

El exparamilitar que le quitó la tierra a su padre, llamó luego a Arcesio para reprocharle
por lo que declaró en la audiencia, reclamándole del por qué lo había “ensuciado” ante
la fiscalía, y también para acusar a otros como responsables del hecho. Arcesio sigue a la
espera de que se aclare esta situación. En realidad, después del desplazamiento, todos
en Aquitania se esfuerzan por aclarar su propia situación y en trabajar para mejorar las
condiciones en las que viven. Justamente, Arcesio y otras 19 familias del corregimiento,
ponen su esperanza en el cultivo de cacao, apoyados por el proyecto del Programa de
Naciones Unidas para el desarrollo, PNUD.

“Aquí siempre hemos vivido de las manos” expresa con firmeza Domingo Gómez cuando
un funcionario del gobierno les preguntó de qué vivían. Pensando que don Domingo no
entiende la pregunta, el funcionario inquiere de nuevo. “Ya le dije: de las manos”, reitera
Domingo. Quizá utilizó el mismo tono con el que le respondió al patrón que le preguntó
si había tomado el maíz de sus compañeros, en aquel día de su primer trabajo cosechan-
do mazorcas. Domingo viene de una generación que concibe el oficio de las manos
como algo que debe ser siempre noble. El proceso de retorno demuestra que los aquita-
neños heredaron esa misma nobleza y capacidad de trabajo. Basta con mirar el aumento
exponencial de ocupación, de siembra de cultivos y construcción de nuevas casas.

Pero la nueva generación en Aquitania demuestra también que entiende esa nobleza
del trabajo con las manos, buscando nutrir cada vez más sus cabezas por medio de la
educación. La nueva planta física del colegio que sobresale dentro de las nuevas cons-
trucciones, se erige como un emblema de esa inquietud de los jóvenes. Podrá Albergar
600 estudiantes, lo que para un poblado como Aquitania representa un acontecimiento
y una redención para los jóvenes.

Los jóvenes en Aquitania alcanzan a sentir el desarraigo del desplazamiento y la dureza


del retorno. Muchos de ellos son testigos o fueron partícipes de la bonanza económica
que trae el cultivo de coca. Igualmente, la entrega de dinero por indemnizaciones y la
paulatina recuperación productiva con los programas de reasentamiento permite que
la manutención de su población sea suficiente. Pero no son suficientes los elementos
para predecir la proyección de su desarrollo en territorios que, como el de Aquitania,
presentan problemas de vulnerabilidad que son comunes a la mayoría de zonas rurales
de Colombia, y cuyo inventario ya conocido no son objeto de este estudio. La misma de-
finición de jóvenes rurales, se hace cada vez más controvertida cuando observamos una

26
juventud conectada con otros flujos de información y otras maneras de habitar el terri-
torio; influidos por otras formas de vida que se le antojan seductoras y que alimentan su
anhelo de buscar su oportunidad fuera de su poblado. Es el inicio de otro ciclo que siem-
pre tendrá un grado de incertidumbre y que trae sus novedades. Pero, por encima de
esas complejos escenarios, vale la pena detenerse sobre lo estable, sobre lo permanente.
Dentro de eso, se halla la incesante capacidad de adaptarse y de regresar, de levantarse
con renovada esperanza, permanecer y vivir cuando no hay guerra que los ahuyente y,
sobre todo, de mantener una conexión íntima con su territorio que no los deja desen-
tenderse de él aunque no vivan allí por algún tiempo. La tierra todavía encarna la primera
relación de sustento físico y espiritual. Los aquitaneños, hijos del camino de Mulatos,
conservan la vocación de desplazarse para hacer su propia vida, un desplazamiento que
cuando no es forzado, se enriquece con el regreso sin extraviarse en la ladera.

27
Panorámica de San Miguel
San Miguel

SAN LUIS

SAN FRANCISCO

SONSON SAN MIGUEL


Durante los años 50 en la región del Magdalena Medio, el corregimiento San Miguel in-
sinuaba un futuro tan dulce como el nombre del río que lo bordea. Las tierras de donde
manan ríos de leche y miel ha sido el anhelo mítico de la abundancia desde los tiempos
en que Yahvé se las prometió a Moisés en el monte Horeb. Y a mediados del siglo XX,
en las montañas de Aquitania, de Norcasia y de Yacopí, los colonos oían hablar del río La
Miel y se animaban a emprender su propio éxodo. Eso era el Magdalena Medio en los
años 50: una tierra prometida en la que San Miguel y su río endulzaba el oído de los que
buscaban un mejor porvenir.

No se equivocaba el alcalde de Sonsón, Luís Angulo, cuando en diciembre de 1939 le


insistía al gobernador de Antioquia, para que estableciera la inspección de policía de San
Miguel. Así le daría cumplimiento a la ordenanza 039 de la asamblea del departamento
que ya la había creado en junio de ese mismo año. El alcalde sabía que en aquella región
conocida como la de la Miel, podía albergar justificadas esperanzas de riqueza para el
municipio. Además, le preocupa que esa inmensa porción de la municipalidad estuviese
huérfana de la presencia del Estado, donde “las gentes viven desamparadas por la ley,
pues no se aplica otra que la del hacha y el machete”. Dice que la nueva inspección no
representaría un gasto para el departamento sino un ingreso, gracias a la exploración de
terrenos petrolíferos en la región que atrae “cantidad enorme de trabajadores”. En buena
lógica, expresa el alcalde Angulo que, detrás de esas riquezas, también venían otra “can-
tidad” de delincuentes amparados en la impunidad que facilitan las montañas.

Si para fundar poblaciones los españoles imponían la espada y la cruz, a la burocracia


administrativa le basta con implantar policía e inspector, como se verifica en la carta
enviada por el concejo municipal de Sonsón al gobernador el 28 de diciembre de 1940
en la que le expresa que, estando enterado de la segura expedición del decreto que crea
la inspectoría de San Miguel, se procederá a la consecución del local para la oficina y la

30
cárcel. Una manera elegante pero directa de apurar el trámite que debía incluir la fijación
de los límites de la jurisdicción y la partida presupuestal para su funcionamiento. Esas
formalidades pudieron concretarse en San Miguel solo después del año 1945, y comen-
zaron a funcionar con cierta continuidad apenas en la década del 50. Pero aquellas 30
mil hectáreas de selvas ululantes cruzadas por ríos y colonos impetuosos, pronto con-
vencería a los diligentes funcionarios que la ley del hacha y del machete seguía siendo
superior a la buena intención de “velar por los derechos de los asociados y administrar
justicia en la forma debida”.

A esos montes fueron enviados un cabo primero y dos guardias con las vagas instruc-
ciones de apoyar a los colonos de la región. Y precisamente fueron los hermanos Luís y
Urbano Vásquez, prósperos colonos, los que aprovecharon esas confusiones administra-
tivas para asumir el mando de los desorientados agentes del orden público y ponerlos a
trabajar bajo sus órdenes privadas. El mismo alcalde denuncia como “arrebatan maderas
a los colonos pobres, decomisan armas, embolatan herramientas, cobran impuestos por
cortar madera, permiten tala de bosques”…es decir, que los agentes están “al capricho
de los señores Vásquez que quieren hacerse dueños y señores de la región desconocien-
do títulos y derechos de los ciudadanos”.

Pero la conducta de los hermanos Vásquez es solo el caso extremo de lo que caracterizó
la colonización del Magdalena Medio y muchas otras zonas rurales colombianas donde
la fuerza determina el poder y donde sumarle a ese poder influencia política equivale a
convertirse en un señor feudal. La época y el terreno estaban servidos solo para gestas
vigorosas y el mismo control administrativo debía privilegiar la fuerza, como lo entendió
bien el inspector del vecino corregimiento de Buenavista, Francisco Rojas, cuando es-
cribe al alcalde municipal de Sonsón con el fin de articular una acción conjunta entre la
policía de ese municipio y La Dorada para darle un golpe sorpresivo a unos forajidos que
andan por la zona. El propio Rojas se ofrece a liderar el ataque, previo estudio del terreno
y concertación del plan. De tal manera que en esos parajes no cabe ordenanza, decreto
o ley que no sea inyectado con rudeza.

El argumento de los forajidos sueltos, avistados por el inspector de Buenavista, fue utili-
zado por otro alcalde, Ernesto Duque, para reiterar la necesidad de concretar el asenta-
miento definitivo de la inspección de San Miguel. En el mismo sentido, 31 vecinos que
se presentan como residentes en las laderas de los ríos La Miel, Magdalena y Samaná Sur,
y que dicen tener cultivos, aserríos y pastos, le escribieron al gobernador en octubre de
1939 para proponerle el puerto de San Miguel sobre el río La Miel como el punto más
céntrico en el cual iniciar la inspección. Sustentan que “tiene buen puerto” y existen casas
entre las que puede “conseguirse alguna de ellas para oficina”. No cabían dudas, enton-

31
ces, sobre las condiciones propicias de las que goza la zona para el funcionamiento de
la inspección.

Por otro lado, el generoso influjo del río La Miel le otorga valor especial a los suelos de sus
orillas, no solo por su fecundidad, sino por las condiciones de navegabilidad que permi-
ten la conexión con el río Magdalena al cual desemboca en el sitio Buenavista. El aporte
mismo de su caudal, que se estima en 239 metros cúbicos por segundo, lo ubica en el
séptimo lugar dentro de los 23 principales ríos que tributan al Magdalena y uno de los
que aporta mejor calidad de agua, porque trae también los caudales de innumerables
quebradas y ríos que nacen en las montañas de la cordillera central como el río Manso y
el río Samaná Sur. Precisamente, a solo tres kilómetros aguas abajo de la desembocadura
de este último, se levantó el corregimiento San Miguel. De tal manera que, desde su
fundación, San Miguel reúne los atributos para convertirse en un punto privilegiado de
producción para la agricultura, la minería y la pesca.

Semejante riqueza tampoco pasó inadvertida para los pueblos precolombinos como
el de los amaníes que tuvo en esos territorios su despensa de carne, por la abundante
cacería y, por supuesto, la pesca. El río fue, desde siempre, un canal de acceso a recursos,
una vía natural de penetración, de intercambio y de comunicación, que demuestra que
los asentamientos y movimientos poblacionales se comprenden en la medida de los
recursos disponibles y de las vías que permiten aprovecharlos. Por eso el territorio que
hoy ocupa el corregimiento de San Miguel ha tenido vocación de enclave productivo.

Se comprende, entonces, el entusiasmo del alcalde de Sonsón Ernesto Duque cuando


expresa que la región es rica en maderas, petróleo, oro, tagua, caucho y quina; también
la insistencia de los colonos habitantes de las laderas que quieren ver pronto ese puerto
soñado de agua dulce en el que verían zarpar sus productos; y se entiende, así mismo,
la esperanza del enfermero José Palacio que llegó en 1948 desde Norcasia guiado por
la noticia de que allí iba a nacer un pueblo, sin imaginarse que él mismo sería testigo y
partícipe de ese alumbramiento.

Más de diez años navegó la ordenanza de 1939 que le dio vida legal al corregimiento de
San Miguel, pero fue como un papel mecido por los vientos vacilantes de la burocracia o
por los huracanes de la violencia política que se desató en Colombia a partir de la muerte
del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948. Las tierras del Magdalena
medio, incluyendo, por supuesto, las de San Miguel, fueron, desde principios del siglo
XX, como el vientre roto de una piñata en el que cada quien agarraba su porción por el
mérito de su energía colonizadora o del favor político que le permitió la adjudicación de
predios. Se sabe que dentro de las motivaciones de la violencia entre liberales y conser-
vadores desde finales de los años 40 y principios de los 50, no estaba únicamente la de

32
Pescador en el río La Miel al lado de las haciendas ganaderas de sus orillas.

imponer un estilo de gobierno, sino el de obtener tierras por la fuerza. La suerte de los
primeros colonos es diversa. Unos sucumben a la invasión de sus predios por no tener
como ejercer autoridad sobre ellos ni equiparar su capacidad de acción a la influencia del
invasor. Otros, creen conquistar tierras baldías ejerciendo posesión y abriendo mejoras y
caminos, hasta que llegan supuestos propietarios ventilando documentos de adjudica-
ción de predios cuya validez depende de la fuerza jurídica o directa que pueden desple-
gar para sacar al indeseable colono. Los de mejor suerte, obtienen el reconocimiento de
propiedad sobre los baldíos mediante una combinación de méritos físicos y malicia para
posicionarse en la naciente comunidad rural. No faltan los que simplemente venden a
los nuevos inversionistas que vienen de municipios como Norcasia en el departamento
de Caldas o, incluso, de ciudades como Cali, Medellín y Bogotá. Ellos, sin hacha y mache-
te pero con billete en mano, también quieren entrar a la piñata ante las perspectivas de
expansión ganadera y comercial que se vienen abriendo en la región. De esa manera se
configura la propiedad sobre la tierra en la jurisdicción del corregimiento San Miguel.

Por eso desde antes de 1939, el nombre San Miguel era el de una próspera hacienda al
lado de un puerto sobre el río La Miel, la misma que conoció el viejo Vicente Suárez en
1944 cuando arribó en barco desde la costa norte de Colombia con una cuadrilla de 150
trabajadores contratados para abrir montaña, sembrar maíz y regar pasto. “A este pueblo

33
lo llaman San Miguel porque lo iban a hacer ahí en la hacienda, pero entonces eso se
inundó, y se vinieron buscando otro lugar”, recuerda Vicente. Precisamente, el lugar que
encuentra José Palacio cuando llega en el 48 y apenas se topa con tres ranchos, la ins-
pección y un cambuche donde le toca meterse “porque no hay más”. Sobre esos predios
donados por la hacienda La Rica, se inicia el caserío.

Con la hacienda La Rica, empieza también la saga de la familia Mejía en el territorio. Des-
de entonces, su vínculo con el desarrollo de San Miguel es tan estrecho como la tierra
amarrada por los árboles de achil que ciñen sus orillas. Todo ello por una simple razón:
San Miguel se incrusta dentro de los propios terrenos de la hacienda y desde su primer
trazado hasta sus continuas expansiones depende de las donaciones de sus propietarios.

Don Arturo Mejía es para los habitantes de la región, el rostro más visible de la familia
propietaria de La Rica. Él recuerda que llegó a mediados de los 50, siendo un niño. Su
padre, Luís Mejía, y sus tíos, comienzan su historia en San Miguel desde marzo de 1950.
Según don Arturo, “los primeros pobladores de esta región vienen del viejo Caldas y
Cundinamarca, después los antioqueños llegan cuando hay ferrocarril del Magdalena
por allá en el 58; pero en los 40 y 50, la gente viene de Caldas y Cundinamarca porque un
exgobernador, Lino Jaramillo Montoya, poseía tierras aguas arriba de la Miel, entonces él
comenta sobre las bondades de la región y anima a que muchos vengan a buscar tierras
para colonizar”.

Por su parte, don José Palacio se instala de manera más modesta, y aunque le toca mon-
tar su despacho de enfermero y boticario primero en un cambuche, pronto su labor y su
interés por la vida del naciente poblado, lo erigen en un líder natural. Incluso, el gobierno
departamental lo encarga, junto al inspector Fabio Ramírez, del trazado del pueblo y la
repartición de lotes y solares para la construcción de las casas. El embate de la violencia
da una tregua con la llegada del general Rojas Pinilla al poder en 1953, y con él, del militar
Pioquinto Rengifo a la gobernación de Antioquia. Para don José, la visita de este gober-
nador significó un verdadero hito fundacional con el que San Miguel al fin consolida su
asentamiento.

La solemne visita reviste la trascendencia suficiente para que don José recuerde vívida-
mente el discurso de recibimiento que se basó en tres peticiones concretas: una barca
para cruzar el río, un almacén agrícola y una escuela. En este punto resulta significativo
observar que es de las pocas solemnidades fundacionales citadas en el origen de pobla-
dos antioqueños que no están adheridas a la intervención de un cura o a una “primera
misa”; y que dentro de la solicitudes al gobernador no se encuentre el de la “asistencia
espiritual” encarnada en una iglesia. El hecho resulta aún más elocuente si se considera
que San Miguel se encuentra dentro de la jurisdicción del municipio de Sonsón en el

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que, hasta para la inauguración de un puente o la apertura de una fiesta, se invoca la
bendición de un cura; un gesto, incluso, más común en aquellos tiempos. Demuestra
también la distancia no solo física, sino también cultural que es palpable en el origen y
desarrollo de San Miguel con respecto a su centro jurisdiccional. Condiciones, en suma,
que definen la relación entre la administración municipal y el corregimiento.

El hito inaugural de la visita, por supuesto, no se hizo sobre predios solitarios y la misma
donación de terrenos, así como la repartición de lotes y solares lideradas por el enferme-
ro y el inspector, es la respuesta a la presión por el asentamiento creciente de nuevos
colonos alrededor de la oficina de inspección y el incipiente centro de salud. Pero sin
duda, la diligencia mostrada por el gobierno militar para atender las solicitudes plan-
teadas por don José, así como el afán del general Rojas Pinilla por priorizar las zonas de
sensible alteración de orden público durante la violencia, imprimen un especial estímulo
al crecimiento exponencial del poblado en esos años 50. No debe ser menor, tampoco,
la grata sorpresa que causa al gobernador Rengifo el constatar en San Miguel su abun-
dancia de recursos, su ubicación estratégica, el vigor productivo y la belleza del paraje
que testimonian todos los que lo visitaban por primera vez.

El primer oleaje de pobladores del caserío vienen principalmente de Isaza, San Diego y
Norcasia, corregimientos del municipio de Samaná y el municipio de La Dorada en el
departamento de Caldas. Luego, a partir de finales de los 50 y 60, la intensa actividad
comercial, agrícola y ganadera atrae cada vez más personas de Yacopí, departamento
de Cundinamarca, Honda, Victoria, Mariquita y Armero, del departamento del Tolima y,
por supuesto, a los antioqueños de las montañas de Aquitania y San Francisco, en ese
entonces perteneciente al municipio de Cocorná; así como de Argelia, Rioverde de Los
Montes y Rioverde de Los Henaos, corregimientos del municipio de Sonsón.

El camino departamental al río Magdalena que salía desde Santuario y pasa por Granada,
Cocorná, San Francisco, Aquitania y Puerto Triunfo, adquiere frenética actividad con el
ramal que, partiendo del mismo camino en la vereda Mulatos, llega hasta San Miguel.
Bajan los arrieros con sus muladas cargadas de maíz, fríjol, madera, cacao y café. Y con
ellos también llegan los peones que requieren las haciendas. San Miguel empieza a ges-
tar su merecida fama de lugar propicio para el trabajo, el comercio, el encuentro y el ocio.

El alcalde del municipio de Sonsón, Luís Rodríguez, visita el corregimiento en marzo de


1954. En el informe que envía al subsecretario de gobierno departamental consigna una
relación somera de la inspección sobre puntos como el personal, la policía, enseres y
mobiliario, así como un punto final de observaciones. Bajo el título de “negocios crimina-
les” que simplemente significan lo que podríamos llamar “procesos en curso” que lleva la
inspección, reseña solo uno por homicidio y otro por “abuso de confianza”, lo que le da

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pie para escribir que allí se “respira absoluta tranquilidad”. Es decir que los cinco policías
dotados con el mismo número de fusiles, dos pistolas, y el inspector con su revólver ca-
libre 38, parecían suficientes garantías de mantenimiento del orden público. No puede
decirse lo mismo del local que encuentra “en mal estado y con problemas de higiene”,
pese a que dispone de una “máquina de escribir Remington en buen estado”, una ban-
dera nacional y los cuadros del General Gustavo Rojas Pinilla al lado del Sagrado Corazón
de Jesús. El propio hermano del exgobernador de Caldas, Lino Jaramillo, es citado en el
informe como el donante de “una canoa decomisada en la violencia”, y reseña, dentro de
los decomisos, cuatro peinillas a cuyos portadores se les cobra 10 pesos de multa.

Hoy puede parecer inconcebible que a un campesino le decomisen un machete en la


calle polvorienta de una vereda rodeada de selva; es decir, que le retengan su herramien-
ta de trabajo y, encima, lo multen. Pero es necesario entender el contexto de violencia
política de esos años 50 cuando un machete al cinto en un día de mercado se convierte
en espada. El peligro se multiplica a niveles impredecibles ante la cercanía de las canti-
nas en cuyos vapores de aguardiente y cerveza se exaltan los ánimos partidistas. Eran
los tiempos en que el mundo visible para esos empeñosos habitantes se divide entre
conservadores y liberales o, lo que es lo mismo, entre godos y cachiporros. En las propias
cédulas figuraba la militancia del portador como si fuese sustancial a su naturaleza ciu-
dadana, lo cual constituía una manera de acentuar la identidad partidaria y, por tanto, la
pasión dogmática. En la región del Magdalena Medio a partir de 1953, la confrontación
violenta tuvo un periodo de distensión, pero hasta en esos pequeños poblados se vivió
una versión bipartidista de la guerra fría.

El informe de Rodríguez habla también del manejo indebido de un recaudo por un valor
de 963 pesos de los cuales faltan 370, lo que motiva una carta del secretario de la inspec-
ción encargado de dicho recaudo en la que explica que los devolverá apenas reciba los
honorarios que le adeuda el municipio de Sonsón. Dentro de las razones por las cuales
dispuso de ese dinero, manifiesta que “siendo un corregimiento nuevo se ha tropezado
con algunos inconvenientes, sobre todo por la distancia a la cabecera”.

En cuanto a la comunicación, el informe es enfático en señalar que esta se hace básica-


mente por el río, y que la vía para Caldas es malísima e intransitable en invierno; además
el corregimiento carece de correos y telégrafo. Un panorama igual de sombrío expone
en cuanto a la educación, la higiene y la alimentación.

Debió sufrir mucho el alcalde con el calor de San Miguel y resulta inevitable que compa-
re las mal dotadas oficinas de la inspección y el aspecto del poblado campesino de puer-
to tropical de agua dulce, con el aire aséptico y frío de la ciudad de Sonsón que, para la

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época, todavía ostentaba el esplendor señorial de vieja ciudad conservadora. Sin duda,
también debió extrañar la ausencia de capilla y sacerdote mientras Sonsón se ufanaba
de albergar la sede de la diócesis.

Pero, aparte de la distancia de 62 leguas entre el corregimiento y la cabecera de Sonsón,


tampoco resultaba fácil administrar un territorio de flujo tan exuberante en su entor-
no físico como en su población. Allí las normas aplicadas por dos funcionarios y cinco
policías era como querer cabrestear un jaguar con un cordel. Resultaba más práctico, y
hasta saludable, adaptar las normas al medio, lo que incluía reconocer la influencia y el
poder de los líderes naturales del poblado aunque las decisiones derivadas de ese reco-
nocimiento no fueran siempre justas, y más bien, en ocasiones, decididamente injustas.

Así las cosas, el estilo administrativo del inspector, y sus actuaciones, estaban siempre
bajo el escrutinio implacable de los señores más influyentes. Con mayor razón cuando
los nombramientos a los cargos públicos son cuotas burocráticas de los partidos po-
líticos. En ese medio el rumor, la carta acusatoria y la presión, cuando no la amenaza
directa y la trifulca, hacía parte de la costumbre local. Basta con detenerse en algunos
documentos de la época para comprobarlo.

Finalizando el mismo mes de marzo en el que estuvo el alcalde de visita, el comandante


de puesto de policía denunció a la división departamental que el inspector “vive en
estado de embriaguez” y se dedica al juego de dados. En toda la carta, persiste en lla-
marlo “fuego’, en vez de “juego”, lo cual conviene al tono fogoso del escrito. Para elevar el
volumen de su queja, habla de las “fuegos prohibidos” de dados y de los disgustos que
enciende el señor inspector, el que, incluso, “en ocaciones tiene que acostarse a las Diez
o Doce del día debido a la borrachera y muchos campesinos tienen que hirsen sin resibir
los servicios nesesarios” [sic]

Pero no fue menos enérgica la respuesta del inspector Fabio Ramírez y con mucha mejor
ortografía, apenas dos semanas después en oficio enviado al alcalde de Sonsón. La carta
inicia con la solicitud de mobiliario para la oficina y rogando que “no los deje metidos”
con el arriendo de 80 pesos mensuales que deben pagar por el alquiler del local en el
que decidieron comenzar la escuela con 22 niños; a continuación solicita tizas, escritorio
para la profesora, bancas, planillas, cartillas, cuaderno, libro de asistencia, lápices, doctri-
nas del padre Astete y el programa de enseñanza”. Pero más de la mitad de la carta la
dedica a pedir el “rápido cambio total de la policía que ha venido prestando servicios
muy deficientes en este lugar”. Relata que, en estado de embriaguez, estos agentes des-
conocen la autoridad del inspector manifestando que por pertenecer a las fuerzas ar-
madas son los únicos que mandan y que ellos cuando lo deseen pueden “hacer mochar”
al inspector, porque el teniente (jefe de la policía) también aborrece a los inspectores.

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Acusa a los agentes de haber golpeado y encarcelado a una mujer embarazada, y de salir
a los caminos a decomisar peinillas para exigir luego dinero por su rescate.

Otro visitador, esta vez el secretario de gobierno municipal José Ananías Gómez, llegó en
el mes de noviembre. En la parte final del informe de visita señala que el actual secretario
de la inspección, Benicio Flórez, es de absoluta desconfianza “por ser contrario a la ideo-
logía del gobierno y se empeña en denigrar de este en forma soslayada y frecuente”; que
la oficina es un “antro de efectos que va contra las normas del deber”; que es parcializado
y que no presta la protección a determinados grupos de ciudadanos mientras que “con-
vierte la inspección en un centro de reuniones políticas contrarias al gobierno”. Además
también deja claro que tanto el inspector como el secretario, permiten que personas
afines a su ideología porten armas y “que ha sido acusado de concusionario con algunos
ciudadanos, puesto que comete muchas exacciones”

Ninguno como este informe de Ananías Gómez del año 1954, refleja mejor el tono, la
mirada y la intención con la que estaban cargados este tipo de documentos, dejando
traslucir la situación del momento en San Miguel. Su introducción es casi eufórica al
describir el poblado en el que “vislumbra un futuro brillante y una redención prodigiosa”
para Sonsón tan “exiguo en su vida económica”. A lo largo del informe interpone sus
propias observaciones con datos del corregimiento cuya precisión, en algunos casos,
merece ponerlos bajo sospecha.

Asegura que en materia criminal predomina el “abuso de confianza” calificándola como


“caracterizada y habitual”. Estos “abusos” están referidos principalmente a situaciones que
se ponen al límite del robo, por cuanto se refieren a casos en los que se vende ganado
ajeno, se ocupan predios o se incumple el pago de deudas. Un caso emblemático y
que demuestra un problema común en la ocupación y apropiación de la tierra es el del
sumario nro 58 iniciado el 2 de octubre de 1954, donde se denuncia a Salvador Salazar
como ocupante ilegal de la finca La Iglesia. Según un oficio del primero de mayo de ese
mismo año dirigido por el inspector encargado Benicio Flórez al secretario de gobierno
departamental, Salvador es persona de “malos antecedentes” y la ocupa de forma arbi-
traria aprovechando “la ausencia de un hermano que había tenido que abandonarla por
asuntos de violencia”. El verdadero propietario, según este mismo oficio, es el señor José
Nolasco García quien se presentó “mostrando sus pruebas legales de propiedad” tales
como documento de compraventa y una posesión acreditada de 27 años, después de
obtenerla de un señor Arias quien la tuvo 14 años después de “haberla descubierto”. Es
decir que la finca fue colonizada en 1913. Agrega que Salvador tiene un sumario por
“hurto de ganado mayor o abuso de confianza” y que demuestra “poco respeto de los

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bienes ajenos” porque ya en Puerto Triunfo estafó a un comprador de maíz quien le pagó
“algo más de dos mil pesos” por “ciento y pico de anegas de maíz” que nunca entregó.

En tal contexto de incriminaciones, tirantez política, juicios de oídas, procesos amañados,


versiones, rumores, impresiones y opiniones, se encubrían intereses y abusos de poder
donde el imperio de la ley, la autoridad y las instituciones se antojaban solo declaracio-
nes solemnes. En esas condiciones, la propiedad sobre la tierra se mantuvo en constante
tensión agudizado por el clima de violencia que tuvo otro ciclo de intensificación en la
zona, a finales de la década del 50.

Aunque el emocional visitador Gómez hace referencia a un solo caso de homicidio, exhi-
biendo su halago burocrático cuando escribe en su informe que el corregimiento “mar-
cha sobre la más apacible barca de libertad y armonía, pues, es fiel reflejo a los programas
de nuestro gobierno de PAZ, TRABAJO, LIBERTAD Y JUSTICIA”, reconoce en otro aparte
que “se cometen bastantes atropellos a las perceptuaciones de la ley. No se cumplen los
términos; las actuaciones en algunos de ellos son extrañas, rudimentarias e incipientes”.
Y más adelante: “otras anomalías graves encontré, tales como estar las piezas procesales
de un sumario diseminadas por parte y parte, y los mismos expedientes sin firma ni del
inspector, ni del declarante, ni del secretario”. Tampoco repara en que las armas decomi-
sadas aumentaron a 19 peinillas, 7 puñaletas y 6 cuchillos, advirtiendo que la recolección
de dinero por concepto de multas a sus portadores no corresponde porque la mayoría
fueron decomisadas en tiendas y casas. Pero hay suficientes razones para suponer, igual-
mente, que algunos policías de la época no eran especialmente diligentes en reportar
las armas de fuego que acostumbraban decomisar, puesto que, tanto su valor como el
monto del rescate, resulta más tentador. Eso sí, el visitador anotó dentro de los enseres el
cuadro del “Excelentísimo Sr. PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, Tnte. Gral. GUSTAVO ROJAS
PINILLA”. De manera que Gómez tiene conciencia sobre quién paga sus honorarios, pero
hay que reconocerle que no olvida inventarias el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús.

En otros datos, el informe aporta un panorama general muy significativo. Refiere que la
localidad tiene unas diez manzanas con un número aproximado de doscientos edificios
y que el terreno, en invierno, es húmedo y lagunoso, “se satura de humedad y el vivir
es arduo y difícil”. Unos “buenos vecinos, los Lozano, construyeron una zanja ancha y
profunda que rodea circularmente a San Miguel con desemboque al río en ambos ex-
tremos” y estima el costo de la obra en unos 5 mil pesos. El visitador calcula en 1.800 el
número de habitantes del corregimiento, “todas estas personas trabajadoras, honradas,
amigas de la diversión y alegres”. Agrega, para sustentar lo anterior, “que la mayoría de
las depredaciones y defraudaciones a las leyes son cometidas por personas de lugares
circunvecinos”. Reseña que existen allí algunos ciudadanos pudientes que donan lotes

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de terrenos aledaños a la población, “a fin de que esta adelante. Aquellos lotes se dividen
en otros más pequeños, los cuales se reparten a los asociados quienes, siempre y cuando
lo puedan, retribuyen alguna cantidad de dinero por ello, lo que se invierte en las obras
en construcción”. Señala que hay bastantes lotes para construir.

Por otro lado consigna en su informe que a la escuela, que se llamará Pioquinto Rengifo,
le faltan pisos y dotación, que la barca se encuentra en construcción y “se anhela su pues-
ta en funcionamiento”, y que en un matadero mal dotado se sacrifica un cerdo diario y
cuatro o cinco reses semanales, mereciendo uno mejor por la “era de progreso en que
se vive”. Lamenta la ausencia de capilla, pues en “aquella tierra el progreso es veloz y, por
encima de aquél, debe vivir Dios”.

Retoma el entusiasmo cuando aborda el tema de la vida agropecuaria, describiendo “los


halagüeños y feraces campos que circundan la población, donde se cultiva en forma
predominante el pasto de diversas clases, el maíz, el plátano, la yuca…etc. En cuanto a
ganadería existen alrededor de 10 mil cabezas, e informan los ganaderos que hay capa-
cidad para 20 mil cabezas de ganado. De otro lado, la acción colonizadora va escalando,
día tras día, puestos de progreso”.

Reporta la existencia de una junta de mejoras públicas creada por el inspector que ejerce
de fiscal, cuenta con 527 pesos “producto de aportes y que son invertidos en obras de
interés común”. Aunque en el tema de la administración fiscal, dice que hay bastante
desorganización y desconocimiento, por cuanto los impuestos “son recaudados por los
funcionarios de policía que, aunque de buena fe, no lo hacen muy correctamente”. Seña-
la, sin embargo, que esto cambiará porque empezó a despachar un tesorero auxiliar para
el corregimiento. Empero, llama la atención sobre una donación por parte de personas
“amantes del progreso e interesados en la vida del corregimiento, por un valor de sete-
cientos pesos, constituidos en varios animales y dinero que administró el señor de nom-
bre Luís Felipe Hernández para la construcción de una escuela, pero, expresa, que no se
ve este trabajo como tampoco se sabe en qué se invirtieron los recursos. “Fue despilfa-
rrado inescrupulosamente afectando la dignidad e intereses sociales”, concluye Gómez.

Tanto como la ausencia de capilla, el visitador lamenta el vicio del consumo de bebidas
embriagantes reflejado “en 20 mil botellas de cerveza y 200 de licor”. No especifica en
qué periodo, pero no olvida agregar que el estanquillero también es contrario a las nor-
mas del gobierno.

El empresario, banquero y ganadero Arturo Mejía llegó el mismo el mismo año en que
Ananías Gómez presentaba su informe y, aunque apenas tenía nueve años de edad, su
pertenencia a la familia propietaria de la hacienda La Rica, así como su actividad social,

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lo convierten en protagonista ineludible del desarrollo del poblado. Por eso no vacila en
sostener que “la ocupación básica fue inicialmente la ganadería, y esa es la que ha desa-
rrollado a San Miguel. Después vino el auge del oro en el gobierno de Betancur, por allá
en los años 80; pero esa es una economía efímera, cuyas ganancias se han quedado en
las empresas de cerveza y licor. Con el trabajo en la ganadería, bien sea como administra-
dores, vaqueros, o trabajadores simples, es como las personas han comprado sus casitas”.

La aptitud de las tierras de San Miguel para la producción agrícola y ganadera, atrajo el
interés de los que podían colonizarlas o comprarlas. Con el tiempo, se impuso el sector
ganadero sobre la agricultura en la mayoría de sus tierras. Con la demanda de terrenos
para pastoreo, propio de la ganadería extensiva que se practica en Colombia, los prime-
ros inversionistas adquirieron grandes extensiones que fueron configurando las hacien-
das y concentrando buena parte de la tierra en pocos propietarios, dentro de los cuales
destacan familias como los Jaramillo y los Mejía. Un listado de 32 haciendas aledañas al
corregimiento de San Miguel realizado dentro de una monografía inédita a finales de los
90, muestra cómo en 14 de ellas aparecen como propietarios miembros de estas familias
o sociedades conformadas dentro de la misma. Las grandes propiedades se han sosteni-
do en las mismas manos desde los tiempos del poblamiento de la región.

Ejemplo de esa incidencia de los hacendados y la tensión entre intereses públicos y par-
ticulares en la vida local, la constituye la carta enviada en agosto de 1956 por el director
del Fondo de Fomento Agrícola e Industrial Enrique Estrada Duque, en la que informa
que “el señor inspector y el sargento de la policía están entorpeciendo nuestra labor de

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ayuda a los agricultores y colonos de esa importante región, a quien defendemos de los
especuladores que ahora prohíjan a las autoridades locales para obstaculizarnos” y agre-
ga que “estas arbitrariedades son de frecuente ocurrencia en aquellos lugares alejados
de colonización, cuando el fondo de fomento inicia sus actividades y cuando aún las
autoridades no se han dado perfecta cuenta de que se trata de una entidad del mismo
departamento, a quien debieran apoyar y prestar franca colaboración y, por el contrario,
se alían con los comerciantes y demás personas interesadas en que el fondo tenga difi-
cultades”.

La carta va más allá al citar las informaciones del almacenista del Fondo en su sede de
San Miguel, en las que afirma que el inspector y el sargento son “al parecer azuzados por
los comerciantes y el señor Bernardo Jaramillo, señor este a quien en la presente tildo
de cabecilla del pueblo (…) para que en alguna forma pusieran obstáculos para dañar
el mercado del día domingo 19 de los corrientes”. Narra luego, como a eso de las 10 de
la mañana, “hora en que el almacén estaba colmado de campesinos haciendo sus com-
pras”, llegó el sargento “en términos muy descorteses (…) dizque a practicar una requisa
en el almacén, depósito y demás, y también con el fin de constatar la efectividad y le-
galidad de las pesas y medidas empleadas en el almacén”. Según la misma información,
el sargento llegó acusando al almacenista de “estar robando a la pobre gente”. Luego de
una minuciosa inspección, que incluyó pesar varios bultos de panela, el sargento logró
encontrar una inconsistencia entre el peso ofrecido y el peso real y acusarlo además de
venderla más cara que en las tiendas. Igualmente, dice el almacenista en su versión, que
“el sargento públicamente manifestó que el tal almacén este no era ninguna entidad
oficial, que ese era un negocio completamente particular que individuos por medio de
padrinos habían conseguido el nombre y la sombra de una entidad oficial para poderse
poner el pueblo de ruana”. Finalmente el sargento no logró obtener una prueba contun-
dente del abuso, pero sí alcanzó a entorpecer el servicio del almacén en los momentos
de más efervescencia del mercado dominical.

El movimiento comercial del mercado de San Miguel descrito en este y otros documen-
tos, demuestra una vez más su vocación productiva y el ritmo acelerado de su crecimien-
to a partir de los años 50 que se extendería hasta los años 80. De igual manera, confirma
la gestación y desarrollo de una cultura que mezcla una especie de patriarcalismo feudal,
propio de las zonas rurales, especialmente de tradición económica basada en la ganade-
ría; un medio en el que la administración de justicia y el imperio del estado de derecho,
se vuelven utopías; pero que, en cambio, valora la autoridad sustentada en el poder y la
fuerza. Por eso en Colombia, territorios como San Miguel ofrecen hoy no una institucio-
nalidad maltrecha, sino una institucionalidad que ha sido siempre incipiente, cooptada
por intereses privados y que jamás ha logrado construirse.

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Don Pedro Luís Rendón vino a finales de los 50 a San Miguel proveniente de Aquitania
porque sabía que “los ricos pagaban muy bien por abrir las fincas”. Se vino con otros
compañeros a trabajar en las fincas Sofía y Santa Elena. “Había mucha madera de abarco,
comino; también mucho maíz; el pescado se veía bollar en el río”, recuerda don Pedro. El
camino hasta San Francisco, pasando por haciendas tan míticas como Gezen y La Igle-
sia, y parajes de La Danta y el corregimiento Aquitania, mantenía un flujo permanente
de mulas con cosecha de la montaña y madera, también de trabajadores para abrir los
potreros.

Tal movimiento tampoco pasó inadvertido para los grupos de bandoleros dedicados al
robo, la extorsión y el abigeato. En ocasiones se convertían en mercenarios de justicia
privada al servicio del mejor pagador; en otras, al pillaje del delincuente aventurero que
termina habituado a esa vida. Lo llamativo del caso es que todos estos grupos quedaron
como rezagos de la llamada contrachusma utilizada por el gobierno conservador del
periodo más feroz de la violencia comprendida entre los años 48 al 53 para contener a
las llamadas chusmas liberales que venían desde Santander. El mismo Puerto Triunfo y
Buenavista se erigieron en enclaves de contención de las guerrillas de Trino García y El
Chilcote. Pero, terminado este periodo, los grupos armados de contrachusma, o pájaros,
adquirieron su propia dinámica. Pese a que algunos de ellos seguían cobijándose bajo
las banderas del partido conservador, lo cierto es que también fueron aprovechados
para eliminar rivales políticos, saldar deudas, obtener tierras por la fuerza y hasta dirimir
diversos conflictos. “A mí también me invitaron a pelear contra la guerrilla, pero no me
quise ir porque me ofrecieron un chispún”, es decir, una vieja escopeta de chimenea,
relata don Pedro Luís. Lo paradójico es que después fue víctima de la contrachusma.

El célebre bandolero Gustavo Muñetón García, alias Cacao, asesinó a doña Hortensia, es-
posa de Emilano Flórez en la vereda Santa Bárbara, en jurisdicción de Aquitania. Emiliano
no se intimidó con la fama del bandolero y decidió cobrar venganza. La ferocidad de la
disputa obligó al desplazamiento de la vereda. Don Pedro abandonó la tierra que nunca
pudo recuperar. Cuando la policía capturó a alias Cacao en el barrio Pedregal de Mede-
llín, le atribuían varias masacres, asesinatos e incendios en San Carlos, San Luis, Puerto
Triunfo, La Dorada, Aquitania y San Miguel. La nota de prensa que daba cuenta de su
detención, remataba diciendo que “la captura de este peligroso antisocial representa un
triunfo de amplia significación que traerá una visible sensación de alivio especialmente
en el oriente de Antioquia”. Con el paso de los años, don Pedro convirtió el episodio en
fábula, de la que extrajo su propia moraleja: “fue lo mismo que pasó después: con el
cuento de combatir la guerrilla y protegernos de ella, nacieron los paramilitares”.

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Los sumarios criminales que encuentra en la inspección de San Miguel el alcalde de Son-
són, Bernardo Montoya, en marzo de 1960 son de una cantidad y calibre ostensiblemen-
te mayor al de 1956. Cuenta 18 por homicidio, la mayoría ocurridos entre el 57 y el 59,
tres por tentativas de homicidio, 23 por lesiones personales, 35 por robos, 5 por estafa, 3
por fuga de presos, 2 por abigeato y 2 por abuso de confianza. En total, 81 sumarios. En
cuanto a decomisos, ya se reportan 3 revólveres, 2 pistolas y 11 escopetas además de 24
peinillas y “un saldo de cuchillos”. Persisten los mismos problemas de actuaciones retra-
sadas y declaraciones sin firmar; incluso habla de un reo puesto en libertad por la sencilla
razón de que no se hallaba el sumario. Bandoleros como Fabio Cardona y Rafael Arcila,
compinches de alias Cacao, tienen varios procesos en contra. La evidencia de la situación
generalizada de violencia e impunidad queda manifiesta con los casos de doña Dioselina
Arellanos y Rafael Cartagena. La primera, clamando justicia en Sonsón desde 1956 por el
asesinato de su hermano Marcial Marín ocurrida en enero de 1955 sin comprender cómo
era que los homicidas todavía andaban campantes por la calle. El segundo, acusando al
inspector de policía y al señor Bonifacio Tabares de haberle robado de su propia casa 16
cargas de maíz, 17 cerdos y un caballo, producto de su trabajo como agricultor. Expresa
que no presenta la denuncia en el propio San Miguel por “la falta de atención para los
pobres”.

Pero el acontecimiento de ese mes de marzo de 1960 no fue la visita del alcalde Monto-
ya, sino la inundación que sufrió San Miguel la madrugada del 25. El agua sorprendió a
la población a las cuatro de la madrugada, a la hora en que el calor le da paso a la fresca
y al sueño más profundo. El río irrumpió en las casas para sorprender a los desorientados
habitantes que chapoteaban aturdidos por las calles oscuras. En el relato de la situación,
el inspector Nelson Giraldo, expresa cómo fue levantado a gritos de “señor inspector, le-
vántese por Dios que nos ahogamos; se está inundando el pueblo”. Veía un “un tropel de
personas corriendo en todas las direcciones” y “el agua llevándose consigo lo que encon-
traba por delante”. Las canoas enfilaban hacia el Alto de Guanacas dejando en las casas
los enseres al libre albedrío de los encrespados torrentes. Según el inspector “se veían
escenas críticas y espectáculos dignos de filmar: personas en interiores y otras a medio
vestir, tanto mujeres y hombres, sin decir de los niños que eran evacuados sin un pañal si-
quiera que los favoreciera del frío, que se hacía excesivo a esas horas” Los corrientones no
respetaban la pericia de los bogas que observaban impotentes cómo naufragaban sus
canoas y apenas con esforzadas maniobras, lograban cruzar el río para buscar las colinas.
El inspector recuerda que “el pueblo quedó sin amparo”; le gente reunida en Guanacas,
parecía “una romería concurrida pero de semblantes tristes y angustia”. Una aguapanela
o un plátano para freír, se volvieron tesoros esa mañana.

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Las casas quedaron empozadas en el lodo. El río formó empalizadas donde se pudrían
“hasta 20 o más novillos”. Unos 400 animales entre novillos y vacas con crías se embar-
caron por el río. Muchas de las personas que lograban rescatar el ganado río abajo no lo
devolvían, lo que obligó a comisiones de las autoridades para recuperarlo. El municipio
de La Dorada, “en gesto altivo” según declara el inspector, envió víveres y una retroexca-
vadora. “Menos mal los hacendados son todos amplios y han donado voluntariamente
novillos para ser repartidos a los necesitados”, se lee en otro aparte de su carta. Una se-
ñora embarazada que permaneció colgada de un yarumo durante varias horas terminó
pariendo gemelos que, como indica el mismo inspector “hasta el momento se encuen-
tran bien”.

La inundación de San Miguel de 1960, parece cerrar el ciclo de consolidación del asenta-
miento del poblado. Sus habitantes ya se cuentan en más de tres mil, que ha sido la cifra
más constante de referencia desde entonces en su centro urbano, si bien ha llegado a
subir hasta los cinco o seis mil pobladores en el apogeo de la extracción minera de los
años 80. En la monografía inédita del poblado escrita por Diana Garzón, se lee que en el
periodo comprendido entre 1960 y 1980 San Miguel vivió su mejor época, a la que cali-
fica de “armonía y paz con la naturaleza” en el que se consolidan las haciendas y cuando
hubo trabajo abundante en la agricultura, aserrío, pesca y turismo.

Los primeros años de la década del 60, sin embargo, no estuvieron libres del conflicto
partidista y en la misma carta en la que el inspector Nelson Giraldo relata los pormenores
de la inundación, tiene “el gusto de comunicar que por estas montañas se encuentran
en comisión no menos de cuarenta hombres uniformados al mando del capitán Céli-
mo Gómez, cercando momento a momento la cuadrilla de bandoleros que dirige Fabio
Cardona Quintero, esperándose de un momento a otro la captura de estos elementos
que tienen la región asolada, haciendo desocupar a los moradores de haciendas y tra-
bajadero s, perdiendo por ende todo cuanto tienen”. Tan solo un mes después, informa
sobre la situación del corregimiento en la que algunos forajidos no han cesado “para
cometer los más viles crímenes y atropellos contra la propiedad privada ya que en solo
bestias pasan de 50”. Así mismo, que se ven obligados a comisionar en montañas donde
corren mucho riesgo de emboscada “con buenos resultados” considerando la “superio-
ridad en armas que ellos tienen sobre nosotros”. Solicita una buena arma de dotación
que “estimule el ánimo e infunda respeto”. Pero eso no evita que a principios de junio,
escriba preocupado por las irregularidades de los agentes de policía entregados al con-
sumo del licor, mientras en la vereda Mulatos se enfrentan dos cuadrillas “bandoléricas”
al mando de Rafael Arcila y Marcos Rico. Incluso, la llegada de un nuevo inspector en el
mes de julio, acusado de sectarismo político, amenaza con desatar una feroz disputa en
el corregimiento, a tal punto que el sacerdote Gonzalo López, pese a apoyarlo, termina

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recomendándole renunciar para evitar ser asesinado. Y en enero de 1962, el directorio li-
beral de Sonsón escribe al secretario de gobierno de Antioquia solicitando colaboración
para investigar la masacre de 5 personas, incluyendo una niña de 5 años y su madre, en
la hacienda del señor Bernardo Jaramillo.

Pese a esa inocultable realidad que no era exclusiva de la región, la junta de acción co-
munal se inició en 1961 a instancias del padre Gonzalo López y obtuvo su personería
jurídica en 1962, con el liderazgo del señor Omar Garzón. La barca para cruzar el río hacia
la carretera que va a La Dorada, se convirtió en un símbolo de San Miguel y fue sustituida
por una nueva en 1967. Esa misma carretera que conectó con la vía Sonsón-Dorada,
permitió la explotación de las primeras marmoleras en la vereda Piedras Blancas y abrió
también la minería del mármol en La Danta. En diciembre de 1964 el inspector Jesús Ma-
ría Puerta asegura que el censo en el que registran 4.243 habitantes y 1.572 casas en San
Miguel, es inexacto porque su número supera los cinco mil “en su mayoría antioqueños
y venidos de otros departamentos (Caldas, Tolima, Cundinamarca) de costumbres más o
menos sanas y que profesan la religión católica, con algunas excepciones”. Calcula en 50
mil las cabezas de ganado en el corregimiento, se cultiva, arroz, maíz, yuca, fríjol, cacao
y que salen unas 15 mil rastras anuales de madera de comino, abarco y “otros árboles de
aserrío”.

Un conflicto surgido entre los arrieros y algunos de los hacendados, demuestra tanto el
nivel de producción y comercio de San Miguel como la concentración de propiedad de
la tierra dedicada a la ganadería alrededor del poblado. Los arrieros le escriben al propio
gobernador de Antioquia, Octavio Arizmendi Posada, y le manifiestan su inconformidad
por la manera en que vienen siendo tratados por los hacendados de San Miguel que
les prohíben que las muladas pasten en sus predios, incluso después de que ellos se
muestran dispuestos a pagar un arriendo por el servicio. Dicen no tener otra alternativa
porque San Miguel está completamente rodeada por cuatro haciendas en poder de lati-
fundios, estas son: Bernardo Jaramillo, Hernando Jaramillo, Hacienda La Rica y Hacienda
La Triana. Reiteran que el oficio del cual derivan su sustento es el de la arriería con la
que conducen maíz, arroz, yuca, semilla de pastos, madera y otros que se hace a lomo
de mula desde apartadas regiones rurales pues el pueblo está ya “rodeado de pastos y
ganadería”. Encuentran “desesperante” la situación, pues la negación de pastizaje implica
la paralización de sus actividades, que favorecen al campesino pobre y al colono que
es el que utiliza sus servicios. Y finaliza diciendo: “somos campesinos y arrieros pobres
que, al no tener parcelas para utilizarlas como dehesas para nuestros animales, estamos
abocados con este estado de cosas al hambre y miseria por parte de algunos poderosos”.

El conflicto se dirimió finalmente con un acuerdo en firmado por el representante de los


arrieros, el señor Jorge Botero Gutiérrez, y los señores Luis Mejía Jaramillo, de la hacienda

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La Rica; Hernando Jaramillo Jaramillo, hacienda Singapur, y Bernardo Jaramillo y Jesús
Cárdenas Henao de la hacienda La Triana. Don Luis Mejía cede a los arrieros un lote de
terreno con semilla de caña para pesebrera y los señores Hernando Jaramillo y don Jesús
Cárdenas ceden lotes de terreno con pastos.

El comerciante Jorge Botero que representó a los arrieros, era el propietario de una pro-
veedora de nombre muy adecuado al momento productivo en San Miguel: La Colmena.
Sin duda, la entrada y salida de productos en medio de un enjambre de arrieros, cargue-
ros y compradores le daban un aspecto de panal. Así lo explica doña Eliza Silva que llegó
desde el municipio de Norcasia a encargarse de su administración en el año de 1970. “El
pueblo me impactó desde que llegué, me dio miedo cruzar el río en esa barca y ver el
movimiento, el ruido, el calor en las calles polvorientas; no se me olvida que en todas las
cantinas sonaba un disco de Julio Jaramillo, Sonia; y apenas llegué, ya me quería ir”. Pero
doña Eliza no solo se aguantó, sino que se adaptó, se amañó y hoy se considera hija de
San Miguel. Se casó con Omar Garzón, líder de la junta, y desde entonces ha sido testigo
y protagonista del crecimiento de San Miguel.

Por la misma época comenzó también el asentamiento más constante de pescadores


venidos del Tolima. El pescado siempre había sido abundante en San Miguel, pero el au-
mento del comercio por la apertura de vías y la demanda creciente de una población ex-
pandiéndose, abre más mercado para la pesca que hacen famosas las subiendas del río
La Miel. Es tanto el pescado, que doña Eliza se emociona contando como los pescadores
organizaban la pesca milagrosa; una especie de ritual de la abundancia en la que una fila
de canoas con sus redes cercan los peces contra la orilla, donde la multitud permanece
expectante, portando recipientes y costales; a medida que las canoas se acercaban a la
ribera, el chapoteo de millares de peces desatan los gritos jubilosos de la gente, a la que
le basta arrimar talegos y baldes para colmarlos de bocachicos y nicuros.

El gremio de los carniceros, no se quedaba atrás, y todos los seis de enero, se encendían
parrilladas por la calles para que el pueblo entero celebrara el alimento, cada uno con su
trozo de carne a la llanera con plátano y yuca.

Precisamente dentro de los que se quedó en San Miguel como carnicero, después de
haber prestado sus servicios como policía, fue don Francisco Giraldo. De él dijo don José
Palacio que “había sido mal policía porque era buena persona”, ya que siendo conser-
vador, eligió favorecer la convivencia entre los dos partidos en vez de atizar la confron-
tación. Con los días, Francisco pasó a ser “don Pacho” a secas para los habitantes de San
Miguel, y su liderazgo patriarcal le valió el aprecio entre la gente. También fue recio para
animar a la defensa de la propiedad y luchar contra el abigeato, el secuestro y la extorsión

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que impuso la guerrilla en la región desde finales de los años 70. Aunque, en general, los
ganaderos del Magdalena Medio apoyaron a los incipientes grupos de autodefensa, o
llamados Escopeteros, que pretendían acabar la guerrilla. Además, el aporte se convir-
tió en una condición para todos, si querían permanecer con sus fincas y considerando
también que era el mismo ejército por medio de su estrategia contrainsurgente liderada
en la región por el batallón Bárbula de Puerto Boyacá, el que promovía la formación de
grupos de apoyo para contrarrestar el accionar de la guerrilla.

También en los 70, San Miguel, fue testigo de la mejor versión ecológica del movimiento
hippie. Por el río La Miel veían subir felices hippies nacionales y extranjeros enrojecidas
sus blancas pieles por el sol, camino al sitio Pozo Redondo en la vereda La Habana, orilla
caldense, unos doce kilómetros río arriba. En Pozo Redondo se entregaban desnudos a la
Pacha Mama y a su deidad líquida sumergidos en los vapores narcóticos de a psilocibina
que abundaba contenida en los hongos. Los pobladores curiosos, se acercaban maravi-
llados al contemplar el espectáculo que ofrecían tan abiertos visitantes. Los hippies por
supuesto, se mostraban acogedores; después de todo estaban en la sintonía de la paz,
la armonía y el amor fraternal entre todas las especies vivas, incluidos los seres humanos.

La prosperidad sostenida de San Miguel y el surgimiento vigoroso del corregimiento La


Danta, llenó de confianza a este sector de Sonsón y aumentó el ánimo separatista del
centro municipal. Ahora querían constituirse en municipio. El discurso de que la riqueza
que aportaban al municipio era poco retribuida en inversión pública en la zona, se con-
virtió en convicción que, a su vez, propiciaron las acciones encaminadas a gestionar su
erección como municipalidad. En los ochenta, los trabajos de construcción de la fábrica
cementos Río Claro en el paraje Jerusalén, cercano a La Danta, favoreció el crecimiento
de una nueva concentración de población que se sumó a la iniciativa. Según algunas
versiones de líderes locales, el entusiasmo se fue disolviendo por la división entre La
Danta y San Miguel, en el que cada uno quería constituirse en cabecera municipal, pero
también, expresan que otro factor de incidencia fueron los manejos políticos y los cálcu-
los de conveniencia de sus líderes.

Esa distancia de la cabecera de Sonsón mantiene una especie de limbo en la identidad


de San Miguel acrecentado por la diversidad de su poblamiento. Sin embargo, la mayoría
se sienten identificados con los valores tradicionales paisas, así no les preocupe dema-
siado porque están unidos al influjo potente del río. Alrededor de él se han construido
su historia y su identidad. También se sienten adheridos a su movimiento tanto como a
sus humores y cambios. Desde la barca cautiva con la que cruzan el río carros, animales y
personas, y que se ha convertido en símbolo de San Miguel durante seis décadas, hasta
el mito de los hippies, la pesca y las haciendas. Todo confluye en el río.

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Para quienes viven allí durante los años 80, el color barro con el que se pintó el río, es el
recuerdo más visible de los agitados años de la explotación minera. La monografía inédi-
ta ya citada, declara sin titubeos, que ahí comienzan los peores males para San Miguel.
No solamente es una economía “efímera” como bien lo expresa don Arturo Mejía, sino
también una economía arrolladora y desorientada como una gigante ebrio andando por
sus calles. Sin embargo, el brillo del oro seduce también con su bonanza, incluso, a la
mayoría de quienes ahora lamentan sus efectos.

El dinero de narcotráfico que entra por medio de la implantación de laboratorios para


procesamiento de coca, acrecienta la confusión en el rumbo de San Miguel. No hay que
olvidar, igualmente, que desde la puesta en servicio de la autopista Medellín-Bogotá,
cuyo consecuencia inmediata fue la ostensible reducción del flujo vehicular por la an-
tigua vía Sonsón-Dorada, así como la construcción de una salida para la producción de
mármol de La Danta conectada con la nueva vía, se marginó a San Miguel y su carácter
de centro productivo declinó. Igualmente, Aquitania también buscó su conexión con la
autopista, primero por el camino a La Josefina y luego con la construcción de la carretera
finalizando la década del 80. El camino de Mulato ya no traía a San Miguel las muladas
cargadas de maíz y madera. El ganado de las haciendas no competía con la rentabilidad

Un ritual que se renueva día a día en San Miguel: el disfrute del río La Miel.

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del oro y de la coca, además, ya las fincas estaban abiertas en pasto y la demanda de
mano de obra para su administración es escasa, temporal y mal remunerada. Para sumar
a todo esto, la lucha por el control territorial entre la guerrilla, replegada en las montañas,
y los paramilitares, buscando proteger las tierras ganaderas, así como las grandes inver-
siones en la región, por medio del dominio de las vías principales, sembró el miedo y la
sospecha entre las zonas de influencia de uno otro bando, al punto de aislar el vínculo
familiar que diseminaron los colonos durante cuatro décadas.

Hoy día la relación de San Miguel, sigue siendo más activa con La Dorada y Puerto Triun-
fo. Ha superado los años más oscuros de la violencia, la ganadería continúa siendo su
renglón productivo esencial y las haciendas ya están asentadas en su historia y su de-
venir. Los ánimos separatistas menguaron, se esfuerzan por estrechar lazos con Sonsón
y la minería ha querido regresar pero ya encuentra alguna resistencia local, incluso, por
parte de algunos ganaderos que ya saben de la resaca dolorosa que esta trae. Pero, en
suma, continúa siendo el río su factor de identidad, cohesión y vínculo, tanto que, con
la desmovilización de los paramilitares, y la inclusión de su territorio como área de in-
fluencia de la central hidroeléctrica Miel I, se reactivó el movimiento organizacional de
las comunidades de la cuenca media y baja, inaugurando una nueva etapa en su devenir
histórico.

Dentro de las características de este nuevo ciclo se encuentran factores como la pre-
ocupación por la situación ambiental, especialmente del río La Miel, asociado con los
impactos en la pesca y la erosión ocasionada por la deforestación y alteración en el flujo
natural del río por la entrada en operación de la central hidroeléctrica Miel I en la cuenca
alta. Así mismo, la escasez de empleo pone de nuevo en discusión la concentración de
la tierra y el modelo de ganadería extensiva como su uso casi exclusivo. En el mismo
sentido, también caracteriza a este nuevo San Miguel, la necesidad de trabajar entre ins-
tituciones y comunidades para buscar alternativas de desarrollo para su población con
el fin de prevenir que prosperen nuevos ciclos de violencia vinculados al narcotráfico y
a la minería ilegal; igualmente, la búsqueda de la ampliación de oportunidades para una
población joven con baja vocación agrícola, mejor informada y conectada, más sensible
por los problemas medioambientales y la educación y, sobre todo, una juventud que
preserva un fuerte lazo con su río, en una especie de afirmación de identidad local frente
a las incertidumbres que les plantea un mundo en constante cambio.

Por todo lo anterior es que el río La Miel para San Miguel es pasado, presente, horizonte
y esperanza. Resume la abundancia de vida que se gestó durante milenios en su cauce
y sus orillas. Con la llegada de los seres humanos, otra especie se sumó a su rico ecosis-
tema y también a ella ofreció el banquete de sus recursos, sin importar la condición de

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indígenas, españoles o colonos; tampoco si ellos asumieron estos recursos como regalo
de la naturaleza que se preserva con gratitud, o como festín delirante para satisfacer
apetitos desbordados en pos del oro, de la pesca y de la tierra.

San Miguel, en suma, es hijo de la diversidad como atributo vital de su ecosistema de


área tropical húmeda. Es decir, que la diversidad en estas zonas es condición y necesidad
para su desarrollo y supervivencia. Por eso, al influjo incontenible de esa condición, en la
que el río es el canal de comunicación de tan imponente mensaje, discurre su historia y
el mismo río se convierte en juez para dictaminar errores o aciertos. Las poblaciones que
se asientan en sus inmediaciones terminarán por comprender que en tales territorios los
seres humanos deben llegar a ese banquete generoso como invitados, no como señores.

La emblemática “barca” para cruzar el río La Miel en el corregimiento San Miguel

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La Danta

SAN LUIS

SAN FRANCISCO

NTA
DA
SONSON

LA
Don Higinio Cardona es uno de los que acostumbraba renegar cada vez que el filo de
su machete se amellaba al estrellarse contra las rocas de caliza. Se desconsuela cuando
escucha el tintineo agudo. Debe sonarle como la alerta para advertirle que esta tierra es
ingobernable para la siembra de maíz, de yuca o de plátano. No ve más que vetas grises
y picos blancos cubiertos de selva. ¿De qué puede servir tanta montaña de piedra ahue-
cándose en cavernas y abismos impenetrables? Él no sabe, y no necesita saber, que se
encuentra parado sobre un sistema kárstico, es decir, una formación geológica constitui-
da por calizas, cuya fuerte cohesión de minerales la hace resistente a la erosión mecánica,
formando grandes moles; sin embargo, el agua va disolviendo las partes “más blandas”
de la roca, en un proceso que se denomina erosión química, horadando cavernas y riscos
durante millones de años hasta fluir en arroyos murmurantes sobre lechos de mármol.

La contemplación de este paisaje elevaría el ánimo romántico de cualquier dibujante


que vería en él la fuerza de la naturaleza desplegando su poder misterioso en diversidad
de formas, líneas y ángulos: árboles que se adaptan a la superficie irregular con sus raíces
agarradas de la roca semejando venas, tallos que se curvan, ramajes en el vacío, cabelle-
ras de lianas en los abismos y nidos de aves ululantes. Pero el ánimo de don Higinio es
el del campesino pragmático que sólo quiere sembrar para comer. Es lo que aprendió a
hacer en su natal Aquitania: rozar, meter candela y regar semilla de maíz. Este delgado
manto de tierra no resulta adecuado para buenas cosechas. Aquellas colinas rocosas
sirven como indicación para anunciar al caminante que ya empieza a entrar en las tierras
bajas del río Magdalena; esas sí, mejor dispuesta para el hacha, el machete y el azadón.

Pocos saben qué es La Danta. Si acaso la oyen mencionar como el lugar para cerrar jor-
nada y descansar en la posada de Pachita Aguirre que ofrece estera y chocolate caliente.
Porque es más o menos lo que hay entre Aquitania y La Danta por el camino de Mulatos:
un día de camino. Los colonos y trabajadores que bajan de esas montañas de Cocorná,

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San Francisco y Aquitania duermen allí y, apenas despunta la aurora, siguen el camino a
buscar trabajo en haciendas como Gezen, Salinas, Angosturas, Pradera o Santa Sofía, que
se levantan en dirección de Puerto Triunfo y San Miguel. Tan solo cuando se abre la finca
Las Iglesias de Jorge Tulio Garcés, se empiezan a asentar unos cuantos vivientes en el pa-
raje. “No había casi nadie -recuerda don Higinio- no estaban sino Herminio Pamplona en
Carrizales, un señor Francisco Salazar al laito de arriba y Pachita Aguirre en Caño Largo”.
Pero fue en los terrenos de Don Jesús Hincapié donde finalmente se levanta el caserío
que se convierte en el corregimiento La Danta.

La parroquia de Aquitania también avanza, por esa época, con su propia colonización ecle-
sial. Al fin y al cabo, son aquitaneños los que salen a colonizar y a trabajar por el camino de
Mulatos y su jurisdicción parroquial se extiende hasta La Danta. Así que la motivación del
cura no es únicamente la de ganar almas para la Santa Madre Iglesia, sino la de administrar
los bautizados de su parroquia. ¿Cómo no hacer misiones por tierras tan productivas para
traer buenas ofrendas? Además, hay que estar pendiente de consagrar cualquier nuevo
paso que den sus habitantes y así, darle la inauguración ceremonial que se merece.

La solemnidad fundacional llegó por fin con don Jesús Hincapié y el cura Miguel Aristizá-
bal, pero el impulso definitivo no lo marcó la agricultura sino la propia roca que amellaba
el machete de don Higinio; no provino de los ecos del hacha tumbando monte, o del
crepitar del fuego quemando el rozao para el maíz, sino del rugido de camiones militares
Reos M35 avanzando como orugas aplastantes entre la selva para recoger bloques de
mármol arrancados de las entrañas kársticas de La Danta. El gobierno entrega o vende
esos bizarros motorizados a algunas compañías que deben enfrentarse con terrenos exi-
gentes en sus labores de apertura de vías o de exploración y extracción minera.

Fueron dos señores provenientes de la capital del país: Severiano González y Eloy Arbe-
láez los que entran buscando el mármol que se descubre en la región desde el año 1958.
En el análisis del material, verifican su calidad y deciden comenzar la explotación abrien-
do una rústica trocha desde San Miguel para que pasen los M35. “Sacaban el mármol
en bolas y lo cargaban a los camiones con muchos trabajos, a punta de gato hidráulico
y poleas. Cuando se quedaban atoraos en el camino, cogían y amarraban el cable del
winche a un palo, y dele pa’ delante cabrestiándose de ahí pa’ arriba en esos pantaneros”,
recuerda don Higinio. Incluso los viejos habitantes del vecino corregimiento de San Mi-
guel, cuentan las hazañas de un conductor apodado El Runcho que, después de sacar
bastantes bloques de mármol por la trocha de La Danta, terminó su vida accidentado en
medio de las faenas cotidianas salvando su camión del barro.

La perspectiva minera anima a don Jesús Hincapié para que se excluya de la venta una
porción de terreno sobre el cual las personas puedan construir sus casas. El padre Aris-

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Las montañas kársticas de La Danta de donde se extrae el mármol, determinaron el origen y
evolución del corregimiento.

tizábal oficia la misa en el mismo sitio y consagra la intención de don Jesús de que se
forme un pueblito. Don Alpidio Pamplona recuerda que el rancho de paja en que se
celebra la misa se ubica en lo que hoy en La Danta se conoce como Cuatro Esquinas que
viene a ser el centro del corregimiento.

Don Alpidio también viene de Aquitania con su familia colonizando tierras en las inme-
diaciones de La Danta, pero índica que, después de los primeros señores bogotanos, no
es común que los que busquen el mármol compren tierras. Sencillamente, establecen
acuerdos con los propietarios de los terrenos para extraer los bloques; en ocasiones, los
dueños ni siquiera cobran por el material porque no ven utilidad agrícola a esos eriales.
“Algunos llegan y compran el mármol por cualquier bicoca. Los campesinos no dicen
nada porque piensan que esa piedra está estorbando ahí, y que mejor si se llevan eso”,
agrega don Alpidio. En realidad, la explotación inicial de mármol en La Danta durante los
años 60 se emprende de forma rústica e intermitente y, de todos modos, la retribución
a los propietarios no es significativa, pero se genera algún empleo con la mano de obra
utilizada en las labores de extracción.

Pero en los llamados carros marmoleros, que es como la gente bautiza a los M35, no
salían únicamente las rocas de carbonato de calcio; también se aprovecha el transporte
para sacar madera y cosechas de maíz. Sin embargo, a medida que van mejorando las

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condiciones de transporte, aumenta el volumen de producción, hasta que llega la au-
topista Medellín-Bogotá a la región promediando los años 70, y es cuando se empieza a
perfilar la vocación minera de La Danta basada en la explotación del mármol.

Dos logros en esa década evidenciar el dinamismo de La Danta: la ordenanza 049 de


1975 que declara la inspectoría departamental y el acuerdo 006 del 22 de agosto de
1979, con el que el concejo de Sonsón decide erigirlo en corregimiento. En el mismo
sentido, el nuevo eje de movilidad que representa la autopista, redefine el flujo produc-
tivo del territorio. La vía Sonsón-Dorada, a la que se conectaba el tortuoso ramal de San
Miguel por el suroriente de La Danta con sus 54 kilómetros, declinó en importancia, y
el naciente corregimiento buscó mejor conexión por el norte con la autopista para salir
a la vereda Los Colores entre el corregimiento Doradal y el municipio de San Luís en un
recorrido de apenas 12 kilómetros.

Pero este proceso de mejoría de su conectividad con los centros de mercado, no favo-
reció la agricultura. Así lo cuenta don Libardo Cardona quien, a su 77 años, recuerda que
llegó a las tierras de La Danta desde el corregimiento San Diego del municipio de Sama-
ná, departamento de Caldas, cuando rondaba los 20 años. Como agricultor es testigo
del paulatino abandono del cultivo de la tierra en la región. “Aquí se movió bastante la
guayaba desde que yo tenía por ahí unos 35 años hasta que tuve 50. Pero a los guayaba-
les también se los comió el ganao. Ahora nadie le da un pedazo de tierra a uno pa que
trabaje”, dice don Libardo y lamenta que “haya que comprar hasta yuca y plátano”. En
efecto, las fincas se expanden para abrirle paso a la ganadería extensiva en detrimento
de la agricultura, mientras la explotación del mármol crece. La Danta ingresa en el déca-
da del 80 más conectado con Puerto Triunfo y el Magdalena Medio, que enlazada con la
montaña del camino de Mulatos y sus progenitores aquitaneños.

Sin embargo, el umbral de los años 80 también lo sumerge en el ardor de la disputa polí-
tica y territorial entre la guerrilla y los grupos paramilitares en la región; y de esa hoguera
saltó una chispa que encendió a La Danta en octubre de 1981, cuando las FARC se tomó
el corregimiento. Después de esa incursión, nada volvió a ser igual.

En los registros de la base de datos del Centro Nacional de Memoria Histórica, la masacre
ocurrida en las veredas de La Mesa, Mulatos y el caserío La Danta del municipio de Son-
són, aparece como la décima ocurrida en Colombia a partir de 1980 con un número de
8 víctimas. Una más de tantas que han ocurrido en el país. Pero para La Danta significó
la ostentación más terrorífica de la barbarie y una advertencia eterna de lo que podría
ocurrirles si la guerrilla volvía a tomarse el poblado. Para comprender el contexto de esa
incursión guerrillera, es necesario describir lo que ocurre en Colombia y el Magdalena
Medio en ese momento histórico.

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La estrategia del ejército en Colombia desde la década del 60 se instala en la dinámica
de la guerra fría que enfrenta a los bloques comunista y capitalista; el primero liderado
por la Unión Soviética y el segundo por Estados Unidos. Colombia, como satélite del
bloque capitalista, busca combatir los grupos subversivos afines al comunismo, lo que
incluye también contrarrestar su apoyo político. Por su parte, la guerrilla avanza en su
objetivo de alcanzar el poder por medio de lo que denominan “la combinación de las
formas de lucha” es decir: trabajar en la dimensión militar y política. Así, durante los años
70, tanto la guerrilla como los partidos políticos de izquierda logran escalar puestos de
poder y reconocimiento popular en el Magdalena Medio. Esa confusión de límites por
parte de algunos partidos y sus militantes entre la actividad política y la lucha armada
de la guerrilla, convierte en blanco de ataques a líderes sociales de todo tipo, sobre todo
luego de que la guerrilla de las FARC aplica la extorsión y el secuestro de ganaderos y
comerciantes como método de financiación.

Dentro de los partidos de izquierda que alcanza influencia en la región se encuentra el


Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, MOIR. Uno de sus dirigentes, Oscar
Restrepo Hurtado, lideró importantes procesos de defensa de los derechos de los tra-
bajadores en los ferrocarriles. Su trabajo político lo llevó a alcanzar reconocimiento en
veredas del municipio de Puerto Triunfo y en el corregimiento La Danta, a tal punto que
obtiene una curul en el concejo municipal del puerto. Como promotor de su partido
ingresa a La Danta y a varias de sus veredas de la mano de su entusiasta copartidario Al-
fonso Torres. Finalmente, el 18 de mayo de 1981, Oscar Restrepo es hallado muerto cerca
de Puerto Triunfo acusado, precisamente, de trabajar con la guerrilla que también hace
fuerte presencia en la zona. La guerra sucia ya está declarada.

No falta quien exprese que la masacre cometida por la guerrilla de las FARC en el caserío
de La Danta y las veredas La Mesa y Mulato, fue la retaliación por la muerte de Oscar
Restrepo; sin embargo, no hay suficientes elementos para sustentarlo. Lo que sí resulta
palpable, es la violencia que se desata a raíz de la estrategia contrainsurgente del ejército
unido con civiles a los que apoya con armas. Los guerrilleros que llegaron a La Danta,
precisamente, asesinan al inspector acusándolo de integrar grupos de autodefensas que
se denominaban Los Escopeteros que, según las propias palabras del comandante pa-
ramilitar de la zona Ramón Isaza, son apoyados por el ejército del batallón Bárbula de
Puerto Boyacá.

Los Escopeteros se erigen como los justicieros de la zona en contra del secuestro y la
extorsión sufrida por los ganaderos. Mientras que los partidos de izquierda como el MOIR
y el partido comunista, discuten entre sus militantes a cerca de la conveniencia o no de
apoyar a la guerrilla. No hay que olvidar que la lucha armada fue defendida por varios
sectores políticos alternativos ante la fuerte exclusión democrática que se agudiza con

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el acuerdo de los dos partidos políticos tradicionales para alternarse el poder durante el
llamado Frente Nacional, así como por el interés de las élites dirigentes del país y de las
fuerzas militares en unión con los Estados Unidos, de contener el avance del comunismo
que presumen camuflado en la revolución social.

En zonas rurales como La Danta, colonizada, en su mayoría, por familias conservadoras


de montaña paisa, incide poderosamente la propaganda contra el comunismo porque
sus opositores lo presentaban como una doctrina atea y contraria a la Iglesia. En no po-
cas ocasiones, la opción política se redujo a elegir entre Dios y el diablo. Un mensaje
maniqueo y primario, pero que resultó efectivo para generar aceptación del control que
ejercieron el ejército y los paramilitares. También logra una ruda estigmatización contra
los líderes de izquierda a los que de manera automática les imponen la misma categoría;
militante de izquierda, comunista, ateo y guerrillero eran, en esa lógica, uno y lo mismo.
La elasticidad de ese significado llegó, incluso, a estirarse para abarcar dentro de ese
ámbito al sindicalista y al líder comunitario.

El ingreso violento de las FARC al corregimiento La Danta aquel 23 de octubre de 1981,


marcó la memoria de sus pobladores. Los guerrilleros obligaron a la población a congre-
garse y le advirtieron que su presencia sería firme y vigilante. Luego llamaron al señor
Manuel Gómez y al inspector Luis Carlos Cañas para llevárselos con ellos. Finalizada la
reunión, la población se recluyó atemorizada. Los cuerpos de los dos hombres quedan
exhibidos más tarde al pie de los primeros frentes de obra de las minas de mármol.

Cualquier persona que llega a La Danta y pregunte por la historia del corregimiento,
seguramente conversará con doña Ema Guerra. Por su modesta vivienda pasan curiosos
y periodistas indagando por el origen del poblado. La actitud de doña Ema siempre es
atenta porque le gusta hablar de su padre, Jesús Hincapié. Recrea la historia con la misma
sonrisa y distinto tono, pero sin alterar los datos esenciales que fluyen por su memoria
prodigiosa. Dos relatos centrales copan su historia oral de La Danta: el de la fundación y
el de la toma guerrillera del 81.

Sobre el origen sólo insiste en resaltar que su padre excluyó de la negociación con los
primeros inversionistas del mármol, el terreno en que el hoy se asienta La Danta, y explica
por qué es injusto que se reclame propiedad sobre algunos solares como lo pretenden
los herederos de los inversionistas bogotanos. Pero cuando llega el momento de ha-
blar sobre la toma guerrillera, sus ojos expresan recuerdos más vivos y amargos que sus
propias palabras. Se siente de nuevo en ese momento. Escucha otra vez la voz tosca del
guerrillero que la espolea con la punta del fusil para que se apure mientras doña Ema,
atacada de cólicos, avanza por la calle ardiente junto a su marido y sus dos pequeños
hijos. Al fin, el guerrillero permite que doña Ema se devuelva a su casa porque no puede

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caminar más. “Yo veía como se alejaban mi esposo y mis hijos, veía a la gente caminando
aterrada pa la reunión, pero me tuve que devolver”.

Encerrada en su casa sola, mareada de cólicos y embotada de calor, doña Ema esperó
impaciente el regreso de su familia. Las palabras y los ojos agresivos del guerrillero se
revuelven en su cabeza. Y espera. Después de un rato, por fin llegaron. Su esposo con la
cara lívida le cuenta lo que le sucedió a don Manuel Gómez y al inspector. Le dice que los
guerrilleros amenazaron y reprocharon; que estarían cerca para cobrar cualquier traición
y que no dejaron de machacar el mismo mensaje: “El que nada nos debe, nada le hace-
mos; pero el que nos las deba, las paga”.

En los diversos relatos de los que vivieron esa toma guerrillera se hayan diferencias sus-
tanciales, sobre todo en el contenido del discurso pronunciado a los pobladores por
parte de los insurgentes, pero coinciden cuando se refieren a la imagen que conser-
van de ellos. Describen a los guerrilleros como seres poseídos de rencor dispuestos a la
venganza; en cada relato hay un esfuerzo por transmitir el miedo en las miradas de los
habitantes reunidos, así como esa especie de enfática teatralidad impuesta a la escena
que logra convertir las palabras de los guerrilleros en sentencias. Se dice también que
no faltaba nadie, salvo doña Ema encerrada en su casa, como una forma de resaltar que
las amenazas de la guerrilla se inscriben en el alma colectiva del poblado igual que cin-
celadas en mármol.

El esfuerzo de los guerrilleros por disuadir cualquier iniciativa de oponerse de ellos, se


transformó en el mejor argumento de persuasión de los paramilitares para que los dan-
teños los reconocieran como sus salvadores. Sin reducir la atrocidad de la masacre, la ra-
zón por la cual su recuerdo se mantuvo de manera tan viva en la población, fue el interés
de los paramilitares en que funcionara como eterna advertencia de lo que podría volver
a ocurrir si llegaran a carecer de su protección. En otras palabras, la masacre ha sido el
mecanismo más efectivo para cultivar un estado de perpetua tensión frente a un posible
regreso de la guerrilla. Así los paramilitares justificaban su implacable control y favorecían
la aceptación resignada de sus abusos de autoridad. Igual que la erosión química sobre la
caliza, la toma del 81 se fue convirtiendo en un mito cavernoso de persuasiva oscuridad;
una metáfora del imperio diabólico que podría instaurar la guerrilla si carecían del ampa-
ro de las autodefensas. Así, el rigor del control paramilitar se estima como necesario para
mantener la seguridad y la tranquilidad del poblado.

Desde mediados de la década del 80 La Danta y sus veredas se convierten, igualmente,


en enclave paramilitar. La alianza con el narcotráfico, que desde principios de la misma
década adquiere grandes extensiones de tierra para implantar laboratorios de procesa-
miento de cocaína, pone a La Danta como uno de los principales centros de producción

60
Una de las principales minas de mármol cercanas al corregimiento

y exportación de coca. Su ubicación de frontera entre las montañas y las tierras bajas del
Magdalena Medio, lo erigen en bastión para contener a la guerrilla que pugnaba por
entrar desde los territorios montañosos de Sonsón y de San Francisco. El efecto direc-
to de esa situación, fue el de aislar a sus habitantes del contacto con poblaciones que
se consideraban focos dominio guerrillero como Aquitania y San Luis. Tal condición de
asentamiento paramilitar que alberga laboratorios de procesamiento de cocaína, define
la vida del poblado durante más de dos décadas, hasta la desmovilización de las autode-
fensas del Magdalena Medio en febrero del año 2006.

“He escuchado mucho que la guerrilla es muy mala”, expresa un líder político del corre-
gimiento para luego agregar que “las autodefensas no han sido parte del problema sino
de la solución” porque han ayudado a mucha gente. Incluso, algunos jóvenes que crecie-
ron bajo ese dominio férreo del paramilitarismo, extrañan la sensación de abundancia y
protección de la que, según ellos, disfrutaban antes de la desmovilización de las autode-
fensas. Sus opiniones alrededor del conflicto armado replican las posturas radicales que
sostenían los paramilitares. La consolidación de ese dominio basado en el autoritarismo
armado sigue siendo un desafío para los que tratan de comprender cuáles fueron las di-
námicas regionales de asentamiento y desarrollo que permitieron implantar un régimen
que bien puede calificarse de tiránico. En principio, resulta explicativo que la rudeza mis-
ma del medio natural confieren al carácter de quienes lo habitan una valoración mítica

61
del poder sustentado en la fuerza, donde las lógicas de la participación democrática no
encuentran fácilmente donde gestarse.

“Aquí nadie entraba si los paramilitares no lo permitían. Ellos tenían que saber quién
era cada visitante y a qué venía”, expresa un habitante de La Danta que vivió entre las
décadas del 80 y el 2000. Los controles de ingreso y salida eran rigurosos. Cerca al corre-
gimiento se abrieron pistas aéreas para el narcotráfico. La Danta proveía mano de obra
para los laboratorios de procesamiento de cocaína o reclutas para el grupo armado, de
manera que las relaciones se establecen de patrones a peones y de comandantes a sol-
dados con una verticalidad absoluta. Sin embargo, el patrón o el comandante que sabe
compensar la obediencia y la lealtad, y que ya goza de respetuoso temor, puede ganarse
también el aprecio de la población. El caso de La Danta se encuentra vinculado de ma-
nera inevitable al estilo de “gobierno” de un comandante paramilitar que supo agregar
carisma y agasajos a su poder armado. Por eso los danteños dejaron de reconocerlo con
el alias de Maguiver y prefirieron llamarlo El Señor, lo cual entraña un reconocimiento
que desborda lo terrenal y le confiere atributos casi mesiánicos en la mente de poblado-
res educados en un medio católico.

Mediante una calculada estrategia de paternalismo autoritario, Luis Eduardo Zuluaga Ar-
cila, alias Maguiver, obtuvo la adhesión casi unánime de los danteños a sus designios. La
fama de su magnanimidad y carácter, va más allá del trillado gesto de extender billetes
por donde pasaba, aunque también lo hacía con frecuencia. Nacido y criado en un me-
dio rural, adopta a La Danta como su finca para desplegar su talento de administrador.
Su obsesivo sentido del orden, se evidencia en las actividades que emprende. Abre 82
kilómetros de carreteras, electrifica veredas, paga maestros escolares, construye centro
de salud, cancha y plaza de toros. Como el hacendado acompañado de sus peones re-
corre sus predios señalando cercos caídos, fijando abrevaderos y palpando sementales,
El Señor caminaba por las ardientes calles de La Danta atendiendo quejas por el manejo
del dinero de la junta, repartiendo plata a los que le solicitan ayuda para una cita médica
o un mercado, y hasta considerando el ofrecimiento de un padre que quiere encomen-
darle a su hijo rebelde para ver si logra enderezarlo en las filas de su ejército. En todos
esos recorridos, Maguiver sonríe, pontifica, recomienda, sugiere o pregunta. Indaga por
la salud de la hija, envía saludos a doña Juana, conversa un ratico con Pedro y atiende al
inspector de policía para ver qué se va a hacer con ciertos casos delicados. No esconde
su deseo de ver a La Danta ordenada, limpia y próspera.

Durante su imperio local, Maguiver goza de todas las condiciones para forjar una imagen
de patriarca esmerado por su pueblo y compulsivo del orden, afín a su carácter de cam-

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pesino metódico. En esas circunstancias, se acopla a lo que una pequeña localidad que
se siente constantemente amenazada exige de un líder: protección, fuerza y decisión.
Maguiver cultivó, además, una imagen de hombre carismático que practicó el regalo y la
fiesta. Se expresa con la claridad del que entiende lo que debe hacerse y, lo más impor-
tante, pueden dormir tranquilos porque mientras él esté, no entrará la sombra demonia-
ca de la guerrilla. Maguiver logra responder al deseo íntimo de los danteños erigiendo
una imagen combinada de Salomón y Robin Hood.

Cuando la seguridad se considera prioritaria dentro de una pequeña comunidad, la cer-


teza es primero. Cada uno debe ser y hacer algo muy claro para aportar a esa estructura.
Por eso no solo aceptan, sino que, incluso, celebran los ejemplares castigos para vagos,
ladrones y viciosos. Todavía hay en La Danta quien extraña la justicia rápida y edificante
que impone El Señor. Dichos como: “la letra con sangre entra” o “el que no vive para ser-
vir, no sirve para vivir” expresadas en el calor tropical de esta tierra kárstica, son buena
leña para hogueras inquisitoriales. Que un marido golpee a su esposa por infiel o un
paramilitar duerma con menores de edad, se consideran travesuras normales; pero que
una prostituta o un homosexual cometan el delito de contraer el virus del VIH, merece el
exterminio físico. Así son las cosas aquí.

Además de entregar viviendas a sus combatientes y regalos en navidad, El Señor no des-


cuida “el circo”; por eso instituye las Fiestas del Mármol y contrata artistas muy populares.
Para muchos de sus habitantes, el efecto de recordar que fue gracias a Maguiver cuan-
do vivieron momentos inolvidables de exaltación de los sentidos con baile y fiesta, les
produce una gratitud que alcanza para suavizar el juicio que expresan de sus crímenes.
La mayoría parece entender que para protegerlos de la guerrilla a veces había que to-
mar “decisiones difíciles”, así fuera ejecutar asesinatos, desplazamientos y desapariciones.
Además, lo hace por allá en el monte donde no hay “sino guerrilla siempre con ganas de
meterse a La Danta”, como lo manifiesta convencido un poblador.

De tal modo que la estructura armada de las autodefensas parecía ser la proyección de
la estructura social más adecuada para los danteños, partiendo de un embrión en el
que se moldearon valores conservadores judeocristianos, circunstancias de ocupación y
apropiación de la tierra, así como abandono y desprotección estatal. Por eso la legitima-
ron. Para muchos no resultó moralmente incómodo aceptar las condiciones, pues había
empleo, dinero y fiesta. Lo demás se toleraba; sobre todo porque creían que lo que se
hiciera, era para contener a la guerrilla.

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El desarrollo de La Danta, desde su origen como corregimiento en el año de 1979, ha
estado signado por el conflicto armado. La explotación agrícola y minera, pronto le ce-
dió el protagonismo a las autodefensas del Magdalena Medio que lo dominó y le marcó
la ruta. El narcotráfico y la instauración de un orden prácticamente marcial, influyó de
manera profunda en la cultura de sus cuatro mil habitantes. Tanto que, la aprobación
de Maguiver continúa siendo alta. Es decir que, aun reconociendo que cometió actos
de barbarie, su legitimación como líder entre la mayoría los pobladores, sobrepasó la
desmovilización de su estructura armada en febrero de 2006, lo que hace suponer que
tal reconocimiento no dependía solo de su capacidad intimidatoria.

De la misma manera en que el orden dictado por los paramilitares copó la vida cotidiana
y el desarrollo de la localidad, la desmovilización en el año 2006 de los 990 hombres de
las autodefensas del Magdalena Medio, entraña el acontecimiento más significativo para
el corregimiento.

Acabada la prosperidad del narcotráfico, así como las dádivas y las fiestas de El Señor, La
Danta procura darle otro impulso a la explotación del mármol. Entre 45 y 50 volquetas
cargadas de material siguen rugiendo a diario por las vías y calles de La Danta, sacando
en promedio unas cinco mil toneladas semanales. No todos se someten a las nueve

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horas de trabajo de las caldeadas minas, porque prefieren probar suerte con el oro de
aluvión al lado de una retro o barequeando en algunas quebradas. En todo caso, según
estima don Alpidio Pamplona, los habitantes de La Danta siguen viviendo del mármol
en un 70 u 80 por ciento.

La asociación de marmoleros de La Danta, ASOMARDANT, nació en el año 2004, todavía


en tiempos de Maguiver. Don Alpidio es uno de sus 43 socios y participa desde su inició,
así que habla con propiedad sobre el panorama que observa: “Los fabricantes compran
la piedra a 15 o 20 mil pesos por tonelada. Se desperdicia mucha roca con esa forma de
explotación. Las empresas envían las volquetas, pero ellos no compran tierra. Hay que
entregarles los carros cargados. Con ese tipo de explotación se pierde lo menudito, ojalá
tuviéramos una trituradora para que eso no ocurriera; pero si alguno propone que invir-
tamos, todos dicen que no tienen con qué” Agrega don Alpidio que llegan empresas y
logran prosperar de la nada, convirtiendo rápidamente el material en dinero, mientras
el sueño de ASOMARDANT de contar con hornos y procesadoras de cal que les permita
darle valor agregado, se queda en ilusiones. “Llegará el momento en que eso se termine
y quedamos en las mismas”, sentencia.

Por otro lado, el valor ecológico de estas formaciones kársticas es comprendido por parte
de algunos jóvenes de la localidad, pero los llamados a su preservación y aprovecha-
miento alternativo, se vuelven inaudibles frente al rugido que se inició en 1962 con los
motores de los camiones M35 y continúa hoy con el de las explosiones, taladros, retrox-
cavadoras, almadanas y volquetas. Pese a todo, se procuran conservar algunas cavernas
representativas del lugar denominadas La Gruta, Marlene y Haider.

Un estudio sobre el sistema kárstico de La Danta publicado en el 2012, llamó la aten-


ción sobre su deterioro causado por la explotación minera, el ingreso descontrolado de
turistas y la incidencia de las basuras. Pero reconoce que “el cierre de las canteras no
es una solución viable, ya que existe una fuerte demanda sobre el recurso que es de
gran importancia para la economía local”. Frente a ese horizonte recomienda “realizar
una planificación anual de las labores mineras” para aumentar la eficiencia productiva y,
de esa manera, reducir el impacto. Así mismo propone reubicar frentes mineros cercanos
a la caverna de La Gruta, por ser la más importante en términos geológicos y ecológicos,
en la que, incluso, se albergan especies endémicas en vía de extinción.

En la biología se utiliza el término endémica a una especie viva para indicar que está
ubicada en un ambiente geográfico específico y que no se encuentra en ningún otro
lugar del mundo. Es decir que no crece ni se desarrolla de forma natural en ninguna otra
parte. Valiéndonos de ese concepto, podemos decir que, de un modo similar cuando el

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ser humano emprende la ocupación y apropiación de un territorio, se inicia un proceso
en el que las características físicas de ese territorio y su desarrollo histórico, van mode-
lando unas características particulares de la población que logra asentarse allí. En el caso
de La Danta, las tierras kársticas que ocupa determinaron su vocación minera y todavía
posibilitan un desarrollo agrícola, pero las incidencias históricas, así como la imposición
de modelos feudales y militaristas que favorecieron las disputas por su dominación, le
confirieron un papel protagónico en el conflicto armado del Oriente Antioqueño. Esos
modelos, no crecen de manera natural en estas tierras cuya primera vocación es la diver-
sidad biológica.

En el mismo sentido, cuando don Higinio dejó de insistir en sembrar sobre el delgado
manto de tierra que cubría la dura caliza, no imaginó que el sustento de La Danta estaba
debajo de esa capa de tierra y no encima. Fue cuando en vez de machetes y azadones,
introdujeron dinamita y taladros para cuartear la roca. Ahora, otras miradas abren las
posibilidades del territorio de acuerdo con la diversidad que lo caracteriza y explorar la ri-
queza de sus selvas kársticas. Quieren encender la luz para mirar adentro de las cavernas
y esperan que los actores armados sean las únicas especies en vías de extinción.

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67
Jerusalén

SAN LUIS

SAN FRANCISCO

N
ALÉ
RUS
JE
La única calle de Jerusalén es en realidad una carretera. Vista desde el aire se ve una hilera
de techos a la derecha de una línea gris en medio de dos montañas. Si no existieran la ca-
rretera ni las casas, el lugar sería, simplemente, la microcuenca de la quebrada Jerusalén
y, tal vez, el paraje continuaría llamándose El Borniego. Lo visitaría algún campesino para
sacarle cosechas de maíz y yuca, o para cortar madera, pero nunca se imaginaría que allí
pudiese nacer y desarrollarse un centro poblado. ¿A quién se le iba a ocurrir construir
casas en medio de un cañón pegado a una quebrada? Sin embargo, ahora lo habitan
más de 750 personas en unas 200 viviendas que se levantan a lo largo de un kilómetro
de la vía.

Si alguien se dirige desde Medellín por la autopista hacia Bogotá y ya ha recorrido 145
kilómetros, cualquier habitante de la vía le sabrá indicar que para entrar a Jerusalén debe
tomar hacia la derecha por la entrada de la fábrica de cementos Argos, que se encuentra
a solo dos kilómetros del puente sobre Río Claro. Pese a que esta vía es la misma para en-
trar Jerusalén y a la planta de cementos, la indicación siempre privilegiará a la cementera
sobre el poblado. Y es comprensible, puesto que Jerusalén es hijo natural de la fábrica.

Don Severo Toro lo sabe mejor que nadie, porque él fue uno de los tantos que salieron
de la vereda Comejenes y del corregimiento de Aquitania atraídos por la noticia de que
por los lados de El Borniego iban a abrir una carretera. “Nos fuimos pa’ allá porque los
muchachos se fueron a trabajar”, confirma don Severo, quien levantó su rancho junto
al trazado de la carretera. “El hijo mío, Gonzalo, pasó por el frente de la casa de nosotros
montado en el buldócer abriendo la brecha”. También recuerda que compró por 1.500
pesos “un lote grande que iba de la carretera hasta el caño. Casi una cuadra de tierra”.
En Jerusalén una cuadra es mucha tierra porque, según el Plan de Ordenación de mi-
crocuenca realizado por CORNARE y la Universidad Nacional, el 92% de los predios se
localizan a lado y lado de la carretera y apenas alcanza el 2.6% del total de la superficie,
mientras solo dos predios de la microcuenca ocupan el 77%. Como dice el mismo don
Severo: “eso allá no es más grande porque esa barranca estorba, sino hasta tenían un
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pueblo grande; ¡con ese gentío tan horrible!”. La escarpada concavidad donde se asienta
el caserío, aparenta ser más un sitio perfecto para tender una emboscada que un lugar
ventajoso para fundaciones.

La zanja profunda que ocupa el corregimiento se ha formado por la erosión milenaria de


la quebrada Jerusalén labrando la cordillera, antes de sumergirse en la gruta por la que
desemboca a Rio Claro. Cuando llega don Severo apenas encuentra a Julia Cárdenas y Es-
teban Toro, que conocían bien a los primeros colonos como Alpidio Pamplona, Francisco
López y Víctor Pineda. De modo que aquellas breñas sólo dieron espacio para una que
otra cosecha de maíz y bastante madera que empezó a salir por la autopista Medellín-
Bogotá en esos inicios de la década del 80.

Sobre el viejo camino pasaron los buldócer, y detrás de ellos las retroexcavadoras y las
volquetas con obreros venidos, principalmente, de Aquitania, San Francisco y San Luís.
La construcción de cementos Río Claro se pone en marcha poco después de la apertura
de la autopista Medellín-Bogotá que pasaba por la zona finalizando la década del 70.
Ya se tenían noticias y estudios sobre la calidad de los mármoles calcíticos, cuarcitas y
saprolitos del que se extraen los cuatro óxidos básicos en la fabricación del cemento:
el de sílice, de calcio, de hierro y de alúmina; por eso la empresa adquirió la titulación
minera en el año de 1981. El intenso proceso de construcción se coronó finalmente con
la inauguración de la planta el 2 de enero de 1986.

Al mismo tiempo que la fábrica se construía e iba consolidando su producción, se em-


piezan a situar obreros y contratistas en el naciente caserío de Jerusalén; pero la pobla-
ción estable seguía conformada por familias de San Francisco como los Toro, los Soto y
los Cosme. Unos iban encaminando a otros familiares y paisanos a ocupar las vacantes
ofrecidas por las compañías. Llegaban de Aquitania, La Holanda, Comejenes o El Portón;
pero entre los trabajadores también venía personal de veredas del municipio de San
Luis, aledañas a la autopista Medellín-Bogotá como Monteloro y La Josefina, y hasta de
su cabecera municipal.

Sólo habían transcurrido veinte meses desde la inauguración de Cementos Rio Claro,
cuando en la noche del 22 de noviembre de 1.987 un comando de la Coordinadora
Nacional Guerrillera Simón Bolívar autodenominada “Insurgencia comunera” atacó la
planta. Después de reducir a la impotencia a los funcionarios y trabajadores, gritaron
arengas y entregaron propaganda de las FARC y del ELN. Luego dinamitaron la planta
de empaques, el horno de secado y la caseta de control de operaciones. Los guerrilleros
permanecieron durante cinco horas, evidenciando de esa manera la vulnerabilidad del

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centro productivo ubicado en medio de las montañas por las que atravesaban antiguos
caminos que comunicaban las selvas de Sonsón, San Francisco y San Luis con el Magda-
lena Medio.

La fábrica comenzó su producción durante una época convulsa, en la que paramilitares


y guerrilla se mostraban los dientes. Incluso, dentro de las arengas, los guerrilleros se
atribuyeron el asesinato de Pablo Emilio Guarín, considerado inspirador político de los
paramilitares de la región y que se interpretó como la respuesta de las FARC por la muer-
te del líder de la Unión Patriótica Jaime Pardo Leal. Según el artículo de la revista Semana
que reportó el atentado, la fábrica ya abastecía la mitad del cemento de Antioquia y el
70% de los requerimientos de construcción en Medellín. El tono del comunicado que
distribuyeron los subversivos, daba cuenta de la temperatura que estaba alcanzando el
conflicto, cuando afirmaban en uno de sus apartes que “frente al terror oficial no queda
más que el terror revolucionario” y agregan: “que el pueblo tenga también sus propias
listas, señale y ejecute a sus verdugos... Que la oligarquía no tenga paz ni reposo, que el
odio del pueblo llegue a sus casas, sus propiedades y sus clubes, lugares de diversión”. La
alarma se encendió frente a lo que se consideró la primera acción grave de terrorismo
industrial. Y el mismo Movimiento Obrero y Revolucionario, MOIR, expresó duras críticas
a lo que llamó: “una acción inconcebible, un regreso a la edad de oro del anarquismo,
cuando la pelea se encaraba no contra las relaciones de producción sino contra la pro-
ducción misma”. Con esta toma, se inicia un largo y permanente asedio por parte de la
guerrilla contra la operación de la cementera.

La riqueza productiva de las canteras impulsó su rápida reconstrucción y la fábrica se


reabrió meses después. Al mismo tiempo, crecía el número de personas de la zona vin-
culadas a la planta, así como la presencia de las empresas contratistas en Jerusalén. El
caserío se convirtió en reserva permanente de personal en su carácter de centro de con-
tratación y en una especie de puerto camionero. La población flotante vinculada labo-
ralmente con la cementera, encontró allí su lugar de alojamiento. Algunos, permanecían
durante el tiempo necesario para la ejecución de su trabajo y luego se iban; otros, como
los camioneros, se convirtieron en visitantes continuos por su labor en el transporte de
cemento y material. La demanda de servicios de esta población definió la vocación de
Jerusalén. Los pobladores respondieron a la demanda de los servicios que se basaban
en necesidades de hospedaje y alimentación, pero también a otras necesidades, quizás
no menos vitales, de compañía, de afecto y de diversión. El ascendiente campesino de
los habitantes de Jerusalén, se manifiesta en su vocación de servicio, la solidaridad y la
calidez con el que acoge al visitante; eso favoreció que se establecieran vínculos amisto-
sos o de pareja. Igualmente, la demanda de recreación ha sido atendida por discotecas
72
y cantinas que se hicieron parte de la cultura local. Factores como el calor, la humedad
y el ambiente festivo en un movimiento constante de personas y recursos económicos,
estimula la expresión de los sentidos por medio del baile, el coqueteo, y la conversación
animada.

Tal vocación de puerto sin horizonte preservó la base familiar que lo pobló, incluyendo a
don Severo Toro y sus hijos que mantuvieron el vínculo con la empresa. Don Severo tra-
bajó durante un tiempo porque recuerda que “cuando eso le daban trabajo a cualquiera
que tuviera una peinilla”, pero rechazó la oferta de vinculación laboral porque se negó
a ponerse zapatos. “Yo no sé andar en eso”, respondió y prefirió seguir descalzo. Todavía,
a sus 80 años, se ufana de “andar sin zapatos por cualquier parte”. Sin proponérselo, sus
pies desnudos son la memoria viva de los viejos campesinos andariegos que poblaron
estas tierras.

El clima promedio de Jerusalén es de 27 grados. En verano puede subir a 35 o 38 grados.


En esos casos, la temperatura del piso de la calle-carretera puede alcanzar los 45 grados.
Si don Severo caminó tanto por allí, no se puede poner en duda que anda por cualquier
73
parte. Además fue un hombre de constante actividad en la junta de acción comunal y,
en ese papel, es testigo de la relación de contratistas y empleados con el caserío. “El piso
de mi casa lo echaron trabajadores de la fábrica”, recuerda y agrega que “les han regalado
arena y cemento”.

De manera espontánea, o como gestos de buena voluntad, se fue generando entre la


comunidad de Jerusalén y la cementera una estrecha relación cuyos lazos ya estaban
formalizados con el vínculo laboral directo o indirecto. Las actividades como la compra
de regalos para los niños, el aporte económico para fiestas populares y la donación de
cemento, marcaron la convivencia de una vecindad cuya cercanía física en el territorio
entrañaba una conexión ineludible y que debía cimentarse en el mutuo beneficio. Antes
de que se pusiera de moda hablar de responsabilidad social empresarial o de la gestión
corporativa de grupos de interés, en el territorio de influencia de Cementos Rio Claro se
desarrollaba una experiencia particular que se movía entre el paternalismo, las discusio-
nes sobre la retribución justa por la extracción minera y la presión de actores armados.
En esos años 80 y principios de los 90, la mayoría de empresas consideraban suficiente
prueba de compromiso el aporte a la zona por medio de la consignación puntual de
regalías a los municipios y la generación de empleo local, pero la realidad de Jerusalén
exigía acciones más decididas, motivadas por la fragilidad social de la zona y por la mis-
ma relación tan cercana que se fue tejiendo.

Doña Consuelo Soto llegó a Jerusalén en el año 1994, en plena efervescencia de creci-
miento, cuando se consolida la producción de la planta y el cemento de Río Claro ya es
reconocido en todo el país por su calidad. Ella también es hija de Aquitania en su vereda
San Isidro, pero vino del El Corregimiento El Prodigio del municipio de San Luís, donde
vivió durante cuatro años, hasta que quiso huir de la violencia. “Empezaron a aparecer los
grupos armados y se instalaron los paramilitares. Armaban las hamacas para dormir en
el patio de mi casa. Un día vi que un fusil cayó debajo de la puerta en medio de los dos
niños míos y pensé: ‘no me quedo más tiempo aquí’, entonces arranqué pa’ Jerusalén”.

El nuevo espacio le sentó bien al espíritu activo y capacidad de trabajo de doña Con-
suelo. “Encontré unas 30 casas, así salteaitas, pero la gente empezó a construir. Primero
se encontraba uno la casa de Gregorio Daza, donde es el hotel del que llaman Maravilla;
También estaba El de Leti y el del mono Pecas. Lo demás eran unas casitas sencillas”,
explica doña Consuelo que se sintió “como en casa” desde que llegó porque halló viejos
conocidos; “en Jerusalén todos somos familia y los primeros fueron encaminando a los
otros”. Pronto empezó a trabajar hasta que consiguió “el juego del chance”.

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Este sistema de apuestas le permitió convertirse en la vendedora principal del corregi-
miento, incluso vendía en el municipio de San Luis y el vecino poblado de Doradal. Su
negocio creció al punto de alcanzar 22 chanceras. “Fui la primera que metió el chance a
Jerusalén y con esa venta me logré levantar”, relata ahora sin ahorrar detalles. “Yo vendía
en el mes 17 millones y con los ganadores a los que yo le vendía en la zona, entraban
más de 25 millones. Es que yo soñaba los números y se los daba a los clientes que, cuan-
do ganaban, me daban buenas propinas. La gente me buscaba mucho para que yo les
vendiera el chance porque decían que traía suerte”, asegura Consuelo. Un oficio que le
permitió relacionarse de manera estrecha con la vida cotidiana del poblado.

“Vivíamos de los conductores y de lo que necesitaran los trabajadores y contratistas de la


fábrica” confirma doña Consuelo. “Yo engordaba cerdos y aves de corral. Todo los vendía
allá; tenía un negocito en el que vendía de todo, hasta lo volví restaurante”, agrega. Pero
su emprendimiento en el comercio no era un asunto aislado, pues Jerusalén apuntaló
su vocación de centro de servicios en torno a las actividades de Cementos Río Claro.
Su crecimiento en función de las necesidades que iban surgiendo como la de vivienda,
educación, salud o saneamiento básico, así como la oferta de alimentación, alojamiento,
lavado de carros, artículos de consumo, lugares de encuentro y de diversión, no dejó el
tiempo suficiente a la planeación. A esto se sumó que la distancia de más de 190 kilóme-
tros de la cabecera del municipio de Sonsón, además de su distancia cultural, provocó
que la relación con la administración municipal haya sido errática y tensa. Esta condición
la comparte con los corregimientos de La Danta y San Miguel con los que integra la tierra
caliente de la montañosa y fría Sonsón, al cual pertenecen.

Esta apropiación territorial y cultural, además de las históricas dificultades que han pade-
cido por la distancia de esta zona municipal con su cabecera, animó la idea de promo-
ver su independencia de Sonsón para constituir un nuevo municipio. Además de tantas
razones, los defensores de la propuesta exponen también entre los motivos, la escasa
retribución que reciben por parte de la administración frente al aporte en regalías por la
explotación minera. Sin embargo la iniciativa separatista, se ha dilatado entre acuerdos
de carácter político y conveniencia económica entre los dirigentes de la municipalidad
y líderes de los corregimientos. En una monografía inédita del corregimiento de San
Miguel escrita por la líder local Diana Garzón, se lee que la razón principal para que esta
independencia no se concretara, tuvo que ver con la falta de acuerdo entre los corregi-
mientos para definir una eventual cabecera. “Cada uno quería ser el centro administra-
tivo de ese nuevo municipio y ese factor fue hábilmente aprovechado por los políticos
opuestos para generar división”, expresa la autora.

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En pocos lugares como en Jerusalén se verifica de manera tan palpable, la ausencia de
planeación en su crecimiento. Es como si un campamento temporal que se instala al
lado de una gran obra civil, hubiese adquirido un carácter permanente. Y como nadie
calculó su efecto, nadie tiene claro un proyecto de futuro. A pesar de las más de 200
viviendas que incluyen alrededor de 10 hoteles que ofrecen más de 120 camas, unos
cinco restaurantes y 8 tiendas, la fragilidad del asentamiento se mantiene. La mayoría de
las aguas residuales siguen vertiendo a la quebrada que, en verano, es más un caño de
aguas estancadas. Si se tiene en cuenta que las casas se asientan entre la quebrada y la
vía en un espacio que a duras penas alcanza los 50 metros en su parte más ancha, es fácil
suponer la gravedad del asunto. El plan maestro de acueducto y alcantarillado ha sido
un sueño esquivo cuyo costo en el 2008 se calculó en 2 mil millones de pesos dentro
de los proyectos que contempló el Plan de Ordenación de la Microcuenca. En medio
de esas condiciones, los jerusaleños se han movido más orientados por la brújula de su
capacidad de adaptación que, aunque dispersa, ha sido más confiable que las promesas
y las vacilaciones de las autoridades del Estado.

Precisamente, el diagnóstico participativo de dicho plan de ordenación arrojó como


problemática principal la poca presencia y débil gestión de las entidades del Estado,
así como la escasez en número y gestión de las organizaciones comunitarias del co-
rregimiento. En tal sentido, aceptan una responsabilidad tanto del Estado como de la
organización local. A estas problemáticas le siguió en relevancia la distribución inequi-
tativa de la tierra, una situación que consideran crítica porque depende de las políticas
y dinámicas de la empresa cementera como propietaria del 70% por ciento del área de
la microcuenca y que tienen una clara destinación minera. También el alto número de
población con necesidades básicas insatisfechas y la disminución de la calidad del agua,
se cuentan entre los factores que preocupan a los habitantes de Jerusalén.

Un gran cerro piramidal que domina el paisaje del caserío carece de nombre. Esto tal vez
sea la mejor prueba de la incertidumbre y transitoriedad con la que ha sobrevivido Jeru-
salén desde su inicio. En la apropiación del territorio, nombrar los referentes geográficos
permiten incorporar, forjar historia e identificación, pero al cerro nadie lo ha bautizado.
Quizás en otras circunstancias podría ser hasta un elemento significativo de un proyecto
de escudo, pero, sin explicárselo mucho, los pobladores saben que se trata de un mon-
tón de material de mina que algún día desaparecerá. Nadie cuenta historias de él, carece
de misterios y no conocen de alguien que se haya propuesto explorarlo. Pese a ser una
colina kárstica con más de 400 millones de años, ahora es como un símbolo de la incierta
caducidad en la que ha sobrevivido el centro poblado.

76
No hay duda: el corregimiento de Jerusalén es hijo de la planta cementera que le hace
sombra. Esta relación de padre a hijo, se ha movido al vaivén de los tiempos, de las ne-
cesidades y de la conveniencias, pero siempre el ritmo lo han impuesto la cementera
y la administración pública. Se configura así, una relación de carácter siempre vertical;
pocas veces la iniciativa ha estado de parte de la comunidad, bien sea por apatía o por la
sencilla disparidad de poder. En las diversas etapas de sus escasos 34 años y los 16 de su
erección en corregimiento, podría decirse que Jerusalén frente a la fábrica se ha movido
entre ser, en algunas ocasiones, hijo natural; en otras, hijo pródigo; de vez en cuando, en
hijo reconocido; y no pocas veces, en hijo bastardo.

El 4 de diciembre de 1998, Jerusalén fue erigido corregimiento por el acuerdo 047 del
Concejo Municipal de Sonsón. Parecía un esfuerzo por considerarlo hijo reconocido. Pero
doña Consuelo asegura que ni cuenta se dio, aunque le incluyen la veredas Santa Rosa,
Campo Alegre, Playa Linda y El Tesoro. En el mismo acuerdo delegan su jefatura a una
junta administradora local, pero le establecen límites tan imprecisos que todavía son ma-
teria de discusión. Nadie tiene un mapa claro del corregimiento. Tanto que Henry Gonzá-
lez, líder comunitario, señala que todavía son “ilegales” porque cuando van a gestionar a
la gobernación, por ninguna parte encuentra reconocida esa condición de corregimien-
to ante el departamento de Antioquia. Doña Consuelo asegura, incluso, que “la fábrica
los ha querido sacar” con ese mismo argumento, pero las autoridades manifiestan, como
reconoce el mismo Henry, que se encuentran en zona de alto riesgo, apretados en el
cañón de una microcuenca y entre las riberas de una carretera con tránsito de transporte
pesado y una quebrada.

Con todo eso, el momento político de la erección en corregimiento también es materia


de polémica porque diversos líderes comunitarios lo atribuyen a estrategias de posicio-
namiento de partidos y futuros candidatos. También hay que considerar la tensa situa-
ción de orden público que directa o indirectamente, presionaba la intervención social
en la región.

Desde el año 1995, la guerrilla del ELN, dinamitó varias torres de energía que conducían
electricidad para la operación de la planta cementera. Ante el grave corte se afectó la
producción; se puso en riesgo el empleo de varios centenares de trabajadores, inclu-
yendo, obreros de San Luis, territorio en el cual se daba el mayor número de atentados
contra las torres. Para responder a la crisis, en San Luis nació una iniciativa comunitaria e
institucional de emprender acercamientos con los actores armados para buscar salidas
concertadas y, de esa manera, nació el Consejo de Conciliación y desarrollo. Como con-
secuencia de los acercamientos entre actores armados e instituciones, la fábrica de ce-

77
mentos Rio Claro da un paso adelante en su gestión social y crea la Fundación Rio Claro
para canalizar recursos de inversión social en la región y abrir espacios de interlocución
para el desarrollo regional.

La gestión de la fundación fue muy activa en los municipios de influencia de Cemento


Rio Claro como San Luis, San Francisco, Puerto Triunfo y Sonsón. Para Jerusalén hubo
mejoramientos de vivienda, obras públicas y vinculación a eventos populares. Incluso
construyó una sede en el municipio de San Luis y mantuvo funcionarios en permanente
diálogo con las administraciones municipales. Pero la Fundación recibió un golpe directo
con el asesinato de su directora ejecutiva Luz Dora Ramírez el 6 de mayo de 1999 en el
municipio de San Luis, a manos de la guerrilla de las FARC. Y aunque la labor de la funda-
ción no se detuvo, sí obligó a repensar la estrategia y definir compromisos.

El deterioro del orden público fue en aumento. Tanto que el asedio a la fábrica obligó a
las directivas a privilegiar la seguridad y a reglamentar la movilidad de sus empleados.

El transporte de material, así como la mano de obra


vinculada con la producción cementera, definen la
vocación del corregimiento de Jerusalén como un
centro de servicios
78
Los controles alrededor de la cementera se hicieron rigurosos. La presencia de parami-
litares disputando el territorio con la guerrilla rodeó la empresa. En Jerusalén, el pico
máximo de ese enfrentamiento llegó entre diciembre del 2000 y enero del 2001 cuando
toda su población se vio obligada a desplazarse después de que la guerrilla volara el
vecino estadero Río Claro, sobre la autopista Medellín-Bogotá. El retorno fue paulatino
pero creciente. Sin embargo, algunos no regresaron.

La vida de Jerusalén está de tal modo vinculada al ritmo de la cementera, que muchas de
sus decisiones constituyen acontecimientos, como ocurrió en el año 2005 cuando cam-
bió la estructura organizacional de las inversiones del grupo empresarial antioqueño,
dueño de cementos Rio Claro, y toda sus plantas pasaron a constituirse como Cementos
Argos. Henry González asegura que el cambio tan radical no fue solo de nombre, sino
que, incluso, cambió la relación entre la empresa y la comunidad, sobre todo en mate-
ria de inversión social. “Con Argos ya es otra cosa porque empezó a molestarnos por el
retiro de la vía y la quebrada”, expresa Henry. Además, como se reconoce en el ya citado
plan de ordenación de la microcuenca “La relación entre los habitantes de Jerusalén y la
empresa, que hasta hace poco se había caracterizado ser de mutuo beneficio debido al
intercambio de servicios, se ha tornado conflictiva a partir del cambio administrativo que
se presentó en la empresa”. Desde entonces, la tensión sobre la legalidad y conveniencia
del asentamiento ha sido constante. Incluso, hubo decisiones de la empresa que provo-
caron la reducción del número de camioneros pernoctando en el corregimiento, lo que
menguó el movimiento económico, hasta que la comunidad se vio obligada a promover
una marcha pacífica que presionó la solución, por el momento.

“Si le quitan los conductores, Jerusalén se muere” sentencia doña Consuelo que sabe
bien la dependencia económica de muchos de los jerusaleños con el consumo de los
choferes en la pequeña localidad. Los cálculos de Henry y los reseñados en el Plan de Or-
denación de la microcuenca, coinciden en que por Jerusalén circulan diariamente unos
200 vehículos, de los cuales, alrededor de 150 corresponden a camiones. Estiman la po-
blación flotante en unas 150 personas, entre contratistas y conductores. Si se considera
que apenas unos diez jerusaleños tienen vínculo laboral de carácter permanente con
Cementos Argos y que unas 100 personas trabajan como temporales devengando en su
mayoría el salario mínimo, se comprende la sentencia de doña Consuelo.

La posibilidad de reasentamiento ha venido tomando fuerza en Jerusalén a raíz de los


múltiples inconvenientes ambientales y sociales que muestran una tendencia a dete-
riorarse. No existe alcantarillado, y su construcción es costosa, además de requerir la uti-
lización del propio lecho de la quebrada, lo que implica un alto grado de complejidad

79
ambiental y de ingeniería. De hecho, finalizando los años 90 se intentó construir parte
del alcantarillado sin los suficientes cálculos técnicos, pero la tubería sucumbió a la ero-
sión. De los siete proyectos planteados en el Plan de Ordenación de Cuenca realizado
en el año 2008, ninguno se ha ejecutado, pese a que presentó un cronograma a diez
años en el que se trazaba la ejecución del 90% de proyectos entre el 2010 y el 2014.
Dicho porcentaje incluye la conformación y consolidación de un Comité Intersectorial e
Interinstitucional de la micro cuenca, la formación de líderes con miras a la construcción
de redes comunitarias direccionadas a buenos procesos de gestión y a la ejecución del
Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillado. El tratamiento que recibe el corregimiento
de Jerusalén ha pasado de hijo bastardo al de engendro.

Pese a estos movedizos fundamentos, la población ha cimentado su personalidad for-


jada en el hábito del servicio y la acogida. Su espíritu solidario es el rasgo hereditario
más elocuente de las familias campesinas que lo poblaron. Así lo reconocen todavía los
jóvenes como Diego Ramírez, Juan Camilo y Diana Jiménez que hacen parte del Grupo
Impulsor Medio Ambiente Jerusalén, GIMAJER. Ellos no dudan en exaltar el sentido de
colaboración como la principal característica del corregimiento. Diego vino de la vereda
Pocitos, traído por el trabajo de su padre, que encontró con las empresas contratistas.
Diana nació en Jerusalén y su madre también trabaja con la empresa encargada del ser-
vicio de alimentación en la planta cementera, mientras que Juan Camilo llegó del Tolima
hace nueve años porque su padre también empezó a trabajar en Jerusalén.

Los tres se sienten a gusto en Jerusalén, pero lamentan las escasas oportunidades de
educación superior. Al contrario de lo que sucedió en años pasados, ahora definen a
Jerusalén como un lugar tranquilo. “Uno vive muy bueno acá porque se aleja de muchos
riesgos y no hay tanto peligro”, expresa Camilo. Agrega que nunca ha sufrido la estigma-
tización de la que eran víctimas los pobladores de estas zonas del Magdalena Medio por
la presencia tan fuerte que tuvieron los paramilitares. No le tocaron los tiempos en que
una persona de Jerusalén, La Danta, Doradal, Las Mercedes o San Miguel no se atrevía a
ir a San Luis por miedo de ser señalado como informante de los paramilitares, de igual
manera como ocurría con los pobladores de San Luis, Aquitania o San Francisco cuan-
do llegaban al Magdalena Medio, arriesgándose de ser acusados de colaborador con la
guerrilla. Por eso no reconocen en su verdadera dimensión el paso trascendental que
significa ahora la relación tranquila y cotidiana con San Luis.

Tanto Diana como Diego, por su parte, exponen dentro del patrimonio del corregimien-
to la vecina Reserva de Río Claro El Refugio, cuya cercanía y relación ha sido estrecha.
Tanto que su propietario y gestor Juan Guillermo Garcés ha sido partícipe del desarrollo

80
de la localidad y una de las personas más comprometidas en buscar soluciones a las pro-
blemáticas de Jerusalén. Le han inquietado las condiciones ambientales, especialmente,
la de la quebrada Jerusalén. Mil metros aguas abajo del corregimiento, esta quebrada se
sumerge por una gruta para desembocar en Rio Claro. Las basuras que se acumulan en
la caverna y el deterioro de la calidad del agua entorpecen los recorridos espeleológicos
que es uno de los servicios turísticos ofrecidos por la reserva.

La distancia de la cabecera de Sonsón no impide que Camilo se sienta sonsoneño, pero


tampoco le disgustaría, para efectos de abrir oportunidades de estudio, que pertenecie-
ra al cercano municipio de San Luís, más que al de de Puerto Triunfo; la razón es que en
San Luís encuentra mejores posibilidades y mayor arraigo en su cultura local.

La escasez de tierra para cultivo, pero, sobre todo, su nacimiento y desarrollo como en-
clave de servicios en torno a la empresa de cementos, justifica las palabras de Henry
cuando expresa que “Ya no somos campesinos porque, entre otras cosas, esto ya es
como zona industrial, por eso celebramos la Fiesta del Obrero”. Los la producción de
los escasos cultivos de yuca, plátano, frutas o huertas caseras que existen, se dedican al

Entrada a la gruta que conduce desde el corregimiento Jerusalén a Río Claro

81
autoconsumo. En ese mismo sentido, ya no se puede hablar de relación productiva con
la tierra como característica de la juventud rural, como tampoco es un rasgo distintivo la
visión conservadora en asuntos como la diversidad de creencias, el disfrute del cuerpo y
la orientación sexual.

Los jóvenes de estos pequeños centros urbanos en medios rurales, acceden a la infor-
mación y a las nuevas tecnologías de una manera solvente. Su participación en redes
sociales es creciente; la comunicación activa con jóvenes de otros espacios y culturas
expande la perspectiva de sus inquietudes más allá de la localidad que habitan. Les per-
mite contrastar y valorar, de manera que se sienten más retados para la afirmación o

82
la crítica hacia su propio territorio. El desafío pone a prueba su capacidad de reacción
frente a las exigencias de los modelos de éxito que le plantean los medios atravesados
por la economía de mercado y los recursos de los cuales disponen para lograr mayores
niveles de bienestar. El resultado es una mayor valoración de sus recursos naturales y el
deseo de aportar en su conservación. Así mismo, por medio de La Internet, acceden a
otras identidades e intercambios y gozan de mayor movilidad en sus desplazamientos
entre pueblos y ciudades.

Con la inquietud por el medio ambiente nació GIMAJER. Se inició luego de un proceso
de construcción de planes de vida, acompañado por la ONG Conciudadanía. Esta misma
iniciativa los animó a participar dentro de un proyecto del Programa de las Naciones Uni-
das para el Desarrollo con el fin de emprender labores de reciclaje para el corregimien-
to. Querían aprovechar así la voluminosa generación de residuos sólidos por efecto del
consumo tanto de los habitantes del lugar, como de la población flotante que estimula
el movimiento comercial. La recolección y la separación la hacen en la caseta comunal.
Plástico, vidrio, cartón, crack, lo separan y lo almacenan para su venta. “En mes y medio
sacamos un promedio de dos toneladas a dos toneladas trescientos”, explica Henry.

La iniciativa de GIMAJER se inscribe en un momento nuevo para Jerusalén, caracterizado


por la transición. La desmovilización de los paramilitares que permitió reducir la tensión
en el intercambio y la comunicación con municipios vecinos, permiten un nuevo cultivo
de afectos y relaciones que pasan no solo por la economía, sino también por el deporte,
la cultura y le educación. La idea del reasentamiento que ronda como una posibilidad
que crece, se enfrenta a múltiples obstáculos como la valoración de las casas y predios
y la imposibilidad de replicar en otro lugar, así sea cercano, las mismas condiciones que
han hecho de Jerusalén lo que actualmente es. En ese mismo sentido, el aumento de la
población ejerce presión sobre el suelo que reduce su capacidad de ampliar su territo-
rio, lo que lleva a niveles de rebosamiento que, tarde o temprano, exigirá intervención
urgente.

Aquitania y La Danta fueron los padres de la primera colonización de Jerusalén, pero


fue con la fábrica de Cementos Río Claro, hoy Cementos Argos, con la que finalmente
ha crecido hasta alcanzar los niveles actuales. Sin embargo, sea que se traslade o no, o
que por sus calles ya no circulen campesinos descalzos, o que el cerro kárstico en el que
se posa la vista al final de la perspectiva de su calle-carretera nunca llegue a convocar
un bautismo que le otorgue un nombre legendario, lo cierto es que Jerusalén durante
sus flotantes 34 años de historia, ha logrado fraguar una condición de hijo legítimo de la
solidaridad y el paisanaje que aún perdura.

83
El Prodigio

EL PRODIGIO
SAN LUIS

SAN FRANCISCO

SONSON
Si no fuera porque el mismo don Néstor Gómez lo escribe en su Reseña Histórica del
Corregimiento El Prodigio, pocos creerían que en la junta de acción comunal reunida en
enero de 1987 se consideró la posibilidad de denominar a sus habitantes como prodi-
giosos. La discusión del peculiar gentilicio surgió apenas terminaron las Primeras Fiestas
Populares de la Amistad, en un clima de tanta euforia colectiva y confianza en el futuro
que tal vez eso explique la excitada propuesta. Después de darle vueltas al asunto du-
rante varias horas, finalmente se impuso la lógica sobre la emoción y se decidieron por
el gentilicio “prodigianos”, mucho más coherente con los sufijos que el idioma español
aplica para denotar la procedencia geográfica de las personas, en este caso, de los habi-
tantes del corregimiento El Prodigio.

Pero esa intención de algunos de autodenominarse prodigiosos no era casualidad. Re-


fleja un sentimiento colectivo que se nutre del relato en el que consideran casi como un
mito el origen del caserío y a la fecundidad de su suelo el mérito de tal nombre. En esa
medida ven, igualmente, a sus primeros pobladores como portentos de la tenacidad y
del trabajo, de modo que se sintieron autorizados para querer suscribirle al gentilicio el
doble significado de procedencia y exaltación. Si el gentilicio sigue siendo prodigiano,
los relatos de fundación siguen considerándose prodigiosos.

En Colombia lo natural es que los poblados surjan de un asentamiento anárquico a la


sombra de un centro de producción, como un yacimiento minero, o un punto estratégi-
co en la ruta de intercambio mercantil, que puede ser cruce, puerto, mercado o estación.
En cambio El Prodigio, desde el principio, respondió a un metódico plan. El mismo día en
que se trazó un cuadrante para el centro y cuatro rectas trochas en la selva para futuras
calles, se eligió la primera junta de acción comunal. Ese hecho ya bien puede calificarse
de prodigioso, porque en nuestro medio tal planeación resulta casi sobrenatural.

86
El relato del origen está animado por un tono en el que parecen combinarse la epopeya
y el acto administrativo. Las mismas dos características que se congregan en la persona-
lidad de don Néstor Gómez, el alcalde de San Luis destinatario de la carta que enviaron
los vecinos del paraje denominado El Prodigio en el año de 1970 para que los visitara y
fuera testigo de tan progresista comunidad. Querían escuela para sus hijos, pero también
reconocimiento de su centro municipal como un lugar con suficientes cualidades para
postularse como vereda o corregimiento. Así lo verificó el alcalde en la visita que realizó
los días 28, 29 y 30 de septiembre del mismo año y que narró con minucioso detalle en
la carta enviada al secretario de gobierno departamental seis días después.

En el impecable documento, don Néstor abunda en detalles sobre las condiciones que
reúnen las comunidades asentadas en aquel territorio para merecer la fundación de un
corregimiento o, al menos, el establecimiento de una inspección de policía. Asegura que
los habitantes ya tenían hasta “una escuelita privada” que fue improvisada por los veci-
nos constituidos en Junta de Acción Comunal y para la que el municipio proyectaba
“ayudarles a pagar la maestra que les cuesta 500 pesos mensuales”. “El Prodigio-agrega el
alcalde- es un lugar en pleno corazón de las selvas en donde se situaron varias familias
desde hace algunos años, en busca de mejores productos agrícolas porque la fertilidad
de las tierras ofrecen muchas posibilidades de progreso individual para quien las trabaje”.
Desde aquella visita, El Prodigio también se ubicó en pleno corazón de don Néstor. Tanto
que se le considera todavía su alcalde.

La carta refleja ese entusiasmo que fue consecuencia de la acogida que le prodigaron a
la comisión de visita los esperanzados pobladores. Fue justamente Eduardo Gómez, uno
de los anfitriones, el autor de unos versos recordatorios:

El cura y señor alcalde


han encendido un fervor
Que no habíamos sentido.
Creíamos que el clamor
llevado en carta reciente,
Era opinión de la gente,
Quedaría en el olvido.

Los acontecimientos recientes al momento de la visita parecían concertar energías no


menos prodigiosas que hicieron oportuna la idea de la fundación. Los pobladores se
sentían llenos de confianza porque lograron vencer el miedo y enfrentar a “Satanás”, el
bandolero que los tenía aterrorizados.

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Históricamente, alias Satanás fue Alpidio Sánchez, un prófugo de la cárcel de Yolombó,
considerado un Pájaro o integrante de las llamadas contrachusmas conservadoras que,
bajo el pretexto de combatir a los liberales, armaron bandas criminales que siguieron
delinquiendo, incluso años después de que las chusmas de los años cincuenta habían
desaparecido. En los parajes del territorio de El Prodigio Satanás y su banda ofreció sus
servicios de vigilancia a cambio de comida y algún tributo ocasional, preferiblemente, en
licor. Los habitantes aceptaron impotentes al mercenario. Pero la dignidad ofendida de
sus mujeres que empezaron a ser acosadas por los bandidos, los obligó a sacudirse del
miedo. Un grupo de hombres armados de escopetas y liderados por José Adalid Hoyos,
emboscaron a los ofensores y lograron ahuyentarlos. Alpidio Sánchez fue herido en el
rostro y se refugió en una choza hasta donde llegó la policía. En el tiroteo murió Satanás
y los dos hombres que lo acompañaban.

Eso dice la historia. Pero el gesto de Adalid, apodado El Patón, de enfrentar al bandolero
se narra, además, como un mito fundacional. La versión prodigiana del héroe venciendo
a la bestia que se erige como último obstáculo para trascender a la gestión consciente
de sus capacidades; el adalid del pueblo como Teseo frente al minotauro. En la ruda
tierra de las estribaciones del Magdalena Medio que ocupa El Prodigio, flanqueado por
montañas kársticas y con la memoria viva de la violencia de los años 50, la historia real de
Satanás permitió restituir la potencia del mito para tallar en la roca el relato popular que
congrega e inflama la acción colectiva.

Don Néstor no fue ajeno al influjo de esa energía que movió a toda la comisión de vi-
sita. En su reseña histórica recuerda que cuando se disponían a desensillar las bestias
agotados por el recorrido de la jornada en su camino hacia El Prodigio, vieron cómo se
acercaban unas luces y sintieron temor. Alcalde, cura y policía esperaron inquietos. “Pero
luego se dieron cuenta de que eran varios vecinos de las zonas boscosas, quienes se
apearon de sus cabalgaduras y nos invitaron a seguir el viaje”. Les dijeron que sus bestias
sabían llegar al destino sin perderse, y que ya los esperaban varias familias con el ánimo
dispuesto para acogerlos.

A las diez de la noche llegaron a la casa de Miguel Berrío para convertir el acontecimiento
en fiesta “con pólvora y vivas al señor cura”. Don Néstor relata que un anciano, testigo de
la violencia y del abandono estatal durante tantos años, dejó escapar su grito: “!Qué viva
también el señor alcalde, aunque aquí no creemos en el gobierno ni en las autoridades¡”.
Hubo copa, sancocho y tertulia. A pesar del cansancio, la comisión escuchó los relatos
que, como si fuesen los primeros reportes administrativos, marcaron la conversación. De
modo que lo espontáneo y alegre del encuentro no le restó solemnidad al momento.
Los prodigianos ya tenían leyenda y mito, tierras sembradas y esperanzas. Esa noche,

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con la presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas, estaban listos para empezar a
fundar su nueva historia. Eduardo Gómez no fue sordo a lo que presenciaba:

Padre Cuervo y Néstor Gómez


Muchas gracias por venir
A conocer peticiones
Y también a hacer reír.

52 personas asistieron a la misa que el padre Cuervo celebró a las 10 de la mañana. Lue-
go, se inició la que don Néstor llama la “segunda reunión” en la que “se trataron varios
asuntos relacionados con el origen de cada familia, el sistema de vida y las experiencias
vividas durante su permanencia en estos montes”. A la una de la tarde se repartió el
almuerzo y a las tres comenzó la “tercera reunión” que se cerró a las seis con otra misa.
No descuidaron la elaboración del acta en la que plantearon las iniciativas: buscar en la
mañana del día siguiente un terreno apto para la formación del caserío, era la primera
de ellas. Elegir junta, fue la segunda y elaborar el plan de actividades para la misma, la
tercera.

Un grupo de 24 pobladores emprendió la búsqueda del terreno más adecuado. Trocha-


ron, midieron, calcularon y eligieron la margen derecha de la quebrada El Prodigio, cer-
ca de una pendiente que facilitara instalar el agua. Entre todos acogieron la propuesta.
Formaron la cuadra donde quedaría la plaza principal y abrieron cuatro trochas de unos
cien metros medidas con lienza. Al final de la jornada, los árboles derribados quedaron
como símbolos de la domesticación de la naturaleza para abrir espacio a los lotes en los
que se levantaría la futura escuela, la capilla, la inspección de policía “y todas las demás
dependencias necesarias para una adecuada organización de la comunidad”, según se
lee en la reseña histórica.

Don Miguel Berrío es testigo de ese momento en que se inicia la vida fundacional de El
Prodigio, pero también fue protagonista de los tiempos previos cuando los trazos sobre
el territorio se hacían con hacha y machete en la soledad de los montes, sin secretarios
para registrarlo en un documento; únicamente las huellas en la memoria de los colonos
que ahora la declaran con su palabra.

A los 20 años de edad, con esposa y dos hijos arribó don Miguel poco después de que
se asentaran los nuevos colonos entre los que se encontraba su padre y don Vicente
Morales. Con su familia, los Berrío, estaban las familias Cosme y Valencia, también Ángel
Murillo, Ignacio Espinosa, Alfredo Giraldo, y “dos o tres familias por los lados del paraje
Serranías”. Era el tercer intento de colonización, según refiere don Néstor, porque el pri-
mero, tuvo lugar por allá en la década del 40 con un solo personaje central: José Marcos

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Gutiérrez, cuya vida en las selvas se narra dentro de las leyendas del caserío. Dicen que
se entregó a los placeres de la vida dichosa, al descubrir la abundancia de esos parajes
que, por tal motivo, merecieron el nombre que le dio: EL Prodigio. Bautizó a otros lugares
como Chorro de Oro, El Viejo y Dormené. Las gentes de San Luis lo veían llegar con el
pelo y la barba crecida como si fuera el mismo Mohán a contar las maravillas de su vida
y animando a otros a colonizar esas tierras. Su desidia por el oro y la historia de su lucha
contra dos tigres, aumentaron el mito. Dicen que guiaba a los escasos mineros que se
aventuraban por la selva hasta los yacimientos más ricos. Pero en el año 1952 ocurrió
la famosa masacre de la chusma liberal del Chicote, que ahuyentó a José Marcos para
siempre.

Los parajes de El Prodigio se fueron abriendo en las inmediaciones del famoso camino
denominado La Trocha que de San Luis conducía a Puerto Triunfo en el río Magdalena.
Los sanluisanos se encaminaban hacia al Magdalena impulsados por el comercio, y se-
ducidos por la aventura de la montaña, la belleza de las tierras bajas y la esperanza de co-
lonizar suelos nuevos en los cuales levantar familia. Pero esa misma Trocha de comercio
y vida, la sembró de muerte el bandolero liberal denominado Chicote en marzo de 1952.

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A fuego de escopeta y a filo de cuchillo, la banda asesinó a 33 personas en su recorrido
funesto que no respetó ni a mujeres ni a niños y que tenía como meta tomarse a San
Luis, al que consideraban el nido de los conservadores. Uno de los rehenes obligados a
servir como guías, aprovechó un descuido de sus captores y avisó a la población, con lo
que los bandoleros desistieron del ataque. Sin embargo, alcanzaron a dejar un hálito de
muerte por el camino de La Trocha que alejó durante un buen tiempo a las gentes que
lo transitaban.

El Chicote también murió, pero la violencia en el Magdalena Medio nunca cesó por com-
pleto. Tanto es así, que el propio José Marcos quiso mostrar las tierras a un inversionista
de Medellín y, pese a transportarse en el ferrocarril para entrar por Puerto Berrío, murió
asesinado con su acompañante en el Alto de Santa Rita. Nunca se supieron las razones
ni los autores del crimen.

El segundo intento de colonización lo emprendió Alejandro Martínez que estableció ase-


rríos y un potrero muy cerca del lugar donde se asienta ahora el caserío. Revivió la arriería
con el transporte de madera. Pero al final, el asedio de la violencia lo hizo retroceder.

De modo que el nuevo intento de colonización con 13 familias a mediados de los años
60, le dio un renovado empuje a la ilusión. Por eso la muerte de Satanás elevó el entusias-
mo a niveles de euforia colectiva. Se sintieron ingresar a una era de luz para dejar atrás la
oscuridad de los tiempos más violentos, dejar la prehistoria e iniciar la historia.

La vocación campesina de los colonos venidos de San Francisco, San Luis y San Carlos
encontraron en los parajes de Minerva, el Cañón de Serranías, Martejal, El Tigre y El Vie-
jo, los suelos nutricios donde reventar las semillas del maíz y transmutarlas en doradas
espigas e infinitos granos. Los sembradores se atribuyen así el título de cosecheros y lo
asumen como una distinción que los llena de orgullo. “Un almud sembrado daba cinco
cargas y la carga pesa 110 kilos. Se encontraba uno hasta 200 mulas cargadas de maíz y
fríjol por el camino pa’l Cruce”, recuerda Miguel Berrío. En cuanto al oro, lo consideraban
un recurso alternativo del que extraían unos riales cuando escaseaba la cosecha o el
jornal. La madera la sacaban de parajes como Tierradentro, La Independencia, El Piñal, La
Frontera, La Ceiba y Chorro de oro hasta el paraje La Mesa, donde desemboca la quebra-
da del mismo nombre a orillas del río Cocorná del Norte. Un grupo de bogas, comanda-
dos por Emilio Velásquez Arias, formaba grandes balsas con los bloques de madera y se
embarcaban con ellos aguas abajo, para llevarlos después de tres días de viaje hasta el
efervescente mercado de Puerto Berrío donde el dueño ya las tendría negociadas.

Tista Cosme asegura que cuando no existían buenas vías de transporte, el maíz no daba
flete, es decir, que no justificaba el costo de sacarlo por el dinero que ofrecían en los mer-

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cados de San Carlos y San Luis. “Yo sí sacaba maíz, pero en cerdos. Salí una vez un lunes
con siete cerdos y llegué el viernes por la noche a San Luís”, relata don Tista; “Yo fui cose-
chero y cuando cogí aire me puse a sembrar pasto, a abrir fincas”, con lo cual indica el ori-
gen de la ganadería extensiva que hoy ocupa la mayor parte de las tierras en El Prodigio.

La construcción de la carretera entre San Carlos y Puerto Nare, facilitó la comunicación


con las cabeceras de San Carlos y San Luís. Se empezó a hacer el tránsito por la ruta que
pasaba por Serranías, Chorro de Oro, Tambores, Los Limones y cruzaba a Pocitos para salir
cerca de Narices en el punto que empezaron a denominar como El Cruce o La Garrucha.
“Salía a lomo de caballo ocho horas al Cruce y da ahí cogía el carro pa’ San Carlos. A San
Luis eran dos jornadas, o sea, cuatro días pa ir y volver. Cuando salía, mercaba pa’ un
mes” cuenta don Miguel, justificando así la conexión más estrecha que tejieron con el
mercado de San Carlos. Incluso, sacaban ganado a la feria del corregimiento El Jordán y
estrecharon lazos con el Alto de Samaná, que también pasó a ser inspección de policía.

Fue precisamente por la carretera de San Carlos por la que ingresó la comitiva liderada
por el alcalde don Néstor Gómez, para la recordada visita. Y aquél segundo día en el que,
elegido el sitio del asentamiento, participó del festejo improvisado en el que organizaron
hasta un “reinado relámpago” que Eduardo Gómez también versó:

La reina es Ana Berrío,


Virreina Blanca Valencia
Son las de mejor brío
Y también mejor presencia.
Son dos inocentes niñas
Y a decirlo yo me atrevo
Que ayudarán con amigas
A fundar un pueblo nuevo.

El mismo autor de estos versos integró la junta como secretario, de la cual también hi-
cieron parte Juan Bautista Cosme como presidente; José Adalid Hoyos como vicepresi-
dente; Ángel Murillo como tesorero; Manuel Gaviria como fiscal y Adán Berrío y Ricardo
Castaño como vocales. De inmediato se plantearon las tareas: reconstruir el camino de
herradura a San Luis, construir escuela, acueducto alcantarillado, puesto de salud, capilla,
local para radioteléfono, inspección y escenarios deportivos. Mientras alcanzaban esas
obras, deberían gestionar para lograr dos mayores: la carretera y la electrificación. Cons-
truir fue el verbo a conjugar en lo sucesivo. Finalizada la reunión escribieron: “declaramos
fundado el caserío de El Prodigio”.

92
La noche terminó en tertulia y relatos de “historias formidables” que ocurrieron en esas
montañas. El origen de la Calle del Tigre, la pelea de José Marcos con dos de ellos, el Caño
del Diablo y otras tantas que se fueron desenvolviendo en aquella velada prodigiosa de
concertados bríos inaugurales. Poco repararon en que en América no hay tigres sino
jaguares, ni que los orangutanes son de lugares tan distantes como Borneo y Malasya,
o que la Madremonte nunca había sido vista con sombrero de plumas, pero así son
los mitos; resuenan en diversos entonaciones con sus propios giros, pero conservan la
esencia de lo inexplicable, así como la fascinación por invocarlos y conjurar terrores en la
compañía propiciatoria de una fogata en la selva.

El cierre de la visita al día siguiente nos lo cuenta otra vez Eduardo Gómez:
En el terreno escogido
para hacer la población
Ustedes han prometido
habrá nueva reunión
Esta será en febrero
del año setenta y uno
Allí todos estaremos
y no faltará ninguno.

Don Néstor, siempre diligente, se afanó por escribir en varios cuadernos los relatos que
se prodigaron esa noche, incluyendo la poesía de don Eduardo, que el mismo autor de-
clamó, “despertando la admiración” de los contertulios. El deslumbramiento del alcalde
con todo lo que presenció en aquellos parajes lo motivó a escribir la carta al secretario de
gobierno departamental, en la que ponderó las buenas perspectivas del caserío porque,
según describe, “muchos de los que entraron derrotados por el hambre ya tienen bue-
nos cosechaderos de maíz, algo de potreros y algo de ganado de muy buena calidad”.
Nadie hubiese imaginado mejores resultados de la visita en la que el alcalde puso una
esmerada atención; es como si él mismo estuviese desplegando un sueño que consistía
en crear un mundo ideal en la montaña.

El alcalde no quería dejar nada al azar y, “en forma tentativa” propone los límites jurisdic-
cionales para el posible corregimiento, eso sí, “de acuerdo con los conocedores de la re-
gión”, lo que confirma su capacidad administrativa pero también su espíritu democrático.
El corregimiento sería “partiendo de la quebrada Serranías en el río Cocorná, quebrada
arriba hasta donde recibe la quebrada Chorro de Oro, esta arriba hasta sus nacimientos;
de aquí a buscar el Alto de Tambores, y de aquí al río Samaná en el paraje Cañafistol, don-
de desemboca una pequeña quebrada denominada La Represa; Samaná arriba hasta
donde desemboca la quebrada Pocitos, esta arriba hasta sus nacimientos y de aquí al

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antiguo camino que de San Luis conducía al río Magdalena; por este camino al alto del
paraje denominado La Cruz; de aquí por el camino real a la finca La Independencia; de
aquí a los encuentros de la quebrada Tierradentro y el río Cocorná; de aquí al paraje Al-
tavista límites con el corregimiento de Aquitania incluyendo la escuela oficial allí situada;
de Altavista al Río Claro del Norte incluyendo el paraje Playa Rosa; sigue por el Río Claro
hasta sus encuentros con el Río Cocorná; este arriba hasta la desembocadura de la que-
brada Serranías punto de partida”. Expresa también el alcalde que “sería necesario revisar
los límites de los corregimientos de Estación Cocorná, Puerto Perales, Puerto Triunfo y
Las Mercedes para hacer una delimitación lo más correcta posible”. Cabe recordar que en
1970 estos corregimientos pertenecían a San Luis, que se extendía hasta el Magdalena
Medio en un área de 814 kilómetros cuadrados. Fue solo con la erección del municipio
de Puerto Triunfo en noviembre de 1977, cuando pasaron a esta nueva jurisdicción.

Como para que no se albergaran dudas, el documento remata con la minuciosa lista
de las familias residentes en el paraje El Prodigio y el vecino paraje de Los Medios. En el
primero son 42 familias compuestas por 249 personas, de las cuales 77 son “niños para la
escuela”, mientras que, en el segundo, registra 98 personas que incluyen 30 niños. El Pro-
digio no podía encontrar un mejor padrino que don Néstor, que como dice don Miguel
“nunca nos ha olvidado” y siempre ha estado atento a promover la gestión de sus líderes;
por eso se le considera algo así como la autoridad civil vitalicia de El Prodigio.

Fieles a los compromisos que se trazaron, en febrero de 1971 se realizó la segunda visita
y, en ella, otras reuniones de evaluación, revisión de tareas y nuevas metas. Esta comisión
ingresó por el antiguo camino de La Trocha que fue restaurado, tal como se proyectó en
la primera visita. El nuevo párroco Jesús María García puso la primera piedra de la capilla
y se improvisó un festival popular. Esta vez el festejo se prolongó hasta la madrugada con
luna y guitarras.

Las dos visitas le imprimieron un ritmo que se mantuvo con el entusiasmo de los ha-
bitantes que continuaron abriendo montaña y ampliando su prole. En noviembre de
1975, la Asamblea Departamental creó la inspección y en 1978 con el acuerdo 27 del 4
de agosto, se erigió como corregimiento, a instancias de Néstor Gómez que, ya como
concejal, presentó el proyecto de acuerdo. La Cristalina, La Margarita, La Independencia
y Los Medios fueron las veredas que se establecieron dentro de su jurisdicción.

En cada nueva reunión de junta se evaluaban avances y se trazaban tareas y metas. Esta
organización comunitaria avanzó con la perseverancia que les marcó una fundación tan
auspiciosa. Así alcanzaron, una tras otra entre las décadas 70 al 90, la metas que se propu-
sieron: escuela, cancha de fútbol, inspección, capilla, acueducto, radioteléfono y puesto
de salud; incluso esas que llamaron “metas gigantes” como la carretera de 22 kilómetros

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que los conectó con la autopista Medellín-Bogota en 1991, y la electrificación en 1995.
El Prodigio atravesó esas tres décadas no sin pocos sobresaltos causados por la violencia
de los actores armados, pero gestando una dinámica sostenida que fue afianzando un
modelo basado en la ganadería y la minería.

Al mismo tiempo se dio un fenómeno de concentración de la propiedad de la tierra y


disminución de la actividad agrícola. Sin embargo, los habitantes permanecieron en el
territorio. El relato mítico de los orígenes y de la ocupación de esas tierras, así como el
vínculo a una historia protagonizada por el trabajo constante de sus líderes, mantuvo
una cohesión prodigiosa. Para los sanluisanos, El Prodigio seguía siendo el suelo más
rico de su jurisdicción, en cuyo aprovechamiento estaba cifrado su futuro económico.
Perduraba, por tanto, la resonancia de aquella imagen que se alimentó desde los años
40 según la cual, en las tierras del Magdalena confluían el paisaje bello, la aventura y la
prosperidad. Pero la otra imagen del Magdalena Medio como zona de violentas disputas
desde los tiempos de las confrontaciones entre liberales y conservadores de los años 50,
no fue menos real. Y esa realidad se manifestó también en su trágica versión prodigiana.

El 30 de mayo de 2013 en las instalaciones de la Fiscalía de Justicia y Paz en Medellín,


se vivió una situación peculiar. 25 campesinos de El Prodigio participaron de una ver-
sión conjunta de guerrilleros desmovilizados de los frentes 9 y 47 de las Farc, entre ellos
alias ‘Karina’, con exparamilitares de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio
(Acmm), encabezados por los comandantes Ramón Isaza, alias ‘El Viejo’; y Luis Eduardo Zu-
luaga, alias Maguiver. Los fiscales vieron la oportunidad de reconstruir la verdad de lo que
ocurrió en el corregimiento durante los años noventa y principios de la década del 2000.

Isaza narró que desde finales del 70 se enfrascó en una feroz disputa territorial con la
guerrilla del ELN y de las FARC por medio de su grupo que llamó “Los Escopeteros”, arma-
dos, según ellos, para combatir el secuestro y la extorsión impuesta por los subversivos.
Ahora se sabe que en esa labor fue apoyado por el ejército y luego por narcotraficantes
para conformar lo que se empezó a denominar en la región como Los Masetos. Con el
tiempo, los paramilitares se impusieron en El Prodigio y el propio Ramón Isaza frecuenta-
ba las ferias de ganado que allí se realizaban. Al corregimiento lo reconocieron como uno
de los que pertenecían al paramilitarismo. Esto provocó un estigma para sus habitantes,
a los que consideraban en la cabecera municipal de San Luis y en otras veredas, como
sus aliados.

La agudización del conflicto armado a finales de los años 90 tornó más vulnerable al
Prodigio, sobre todo con los movimientos de la guerrilla que merodeaba por los lados de
La Cruz y el río Samaná. El temor de una toma guerrillera aumentó, así como la presencia
paramilitar en el caserío. La población convivía con los paramilitares porque no tenían

95
remedio y, ante la amenaza de la incursión, sentían que la única alternativa era acogerse
a su protección.

Los temores se vieron cumplidos el 4 de marzo de 2001 cuando un grupo de 200 guerri-
lleros de los FARC se tomó la población. Con morteros, granadas y tiros de fusil aplastaron
al grupo de autodefensas que vigilaba al corregimiento. Murieron cinco civiles y 7 para-
militares. A pesar de la desolación que siguió a esta toma, la gente no se fue. Pero tan solo
53 días después, la guerrilla regresó con otro grupo de 200 hombres. Los insurgentes se
ensañaron con la población y dejaron claro que podían tomarse El Prodigio cuando les
viniera en gana. Otros cinco civiles murieron en esta segunda incursión.

Más de 800 personas salieron desplazadas hacia Puerto Nare y el corregimiento perma-
neció como un pueblo fantasma durante un año hasta que, lentamente, la gente fue
regresando. La reconstrucción económica, sin embargo, fue promovida por los parami-
litares con base en el cultivo de coca. Oliverio Isaza, alias “Terror”, hijo de Ramón, tomó
el control armado del poblado donde construyó su casa. Se creó el frente paramilitar
Héroes de El Prodigio que asumió la regulación del cultivo y procesamiento de base de
coca hasta su desmovilización en febrero de 2006, como parte de las negociaciones con
el gobierno.

Decir que las dos tomas guerrilleras partieron en dos la historia de El Prodigio sería muy
poco, porque partió más que su historia: quebrantó el orgullo, minó la confianza, impuso
el miedo perpetuo a una nueva degradación del conflicto. Pero, como toda crisis profun-
da, obligó a replantear prioridades, mucho más después de la borrachera de abundancia
económica que trajo el cultivo de la coca. A pesar del dolor, muchos habitantes retorna-
ron para recoger los hilos maltrechos de su prodigiosa historia y se esfuerzan en tejer un
nuevo corregimiento.

Pocos recuerdan a José Marcos Gutiérrez y su lucha con dos tigres. Casi nadie conoce ya
la historia de Adalid enfrentando a Satanás. La calle del tigre, que es como los habitantes
antiguos nombraron el lecho de una quebrada en cuyos arenales flanqueados de selvas
Kársticas y guaduales, vieron retozar jaguares, ahora es un lecho seco expuesto al sol en
medio de potreros. La historia de Néstor Gómez y su visita fundacional se escucha más
en actos y reuniones que en las conversaciones espontáneas, es decir, ya no es el relato
mítico que anima las charlas y vigoriza el alma colectiva, sino el registro lejano de un
origen. La memoria declinó en su translación del corazón al papel.

Pero todavía hay viejos narrando la leyenda de Pacho Quintero que abriendo trocha con
su machete para rescatar un paujil que había derribado con un tiro de su escopeta se
halló de frente con un tigre. La pelea a machetazos, zarpazos y dentelladas, desgarró la

96
El petroglifo hallado en el corregimiento El Prodigio reveló el potencial arqueológico de la zona y
se constituye en símbolo de una nueva visión del corregimiento más vinculada a la sostenibilidad
ambiental

piel del cazador que regresó ensangrentado y tambaleante al caserío, sin percatarse de
que había logrado vencer al animal. El mismo don Néstor escribió la historia para que no
fuera olvidada. Pero cuando Tista Cosme o Miguel Berrío la cuentan, cada uno lo hace
distinto. Ninguno de ellos necesitó leerla pero los dos comprenden lo esencial: la fortale-
za que necesita el ser humano para superar la adversidad repentina.

Dicen que los colonos reconocían la tierra buena por la presencia de palmas de tagua.
Por eso las buscaban como señal de suelo propicio para la siembra de maíz. Arnulfo Be-
rrío, nieto del viejo Eleazar, también andaba en busca de tagua el 28 de enero de 2009.
Ya no había baldíos para colonizar, y tampoco le interesaba tumbar monte para sembrar
maíz. Buscaba la tagua para transformar sus blancas y duras semillas en artesanías. Tallar
collares y llaveros con ese marfil vegetal del que, anteriormente, se producían botones.
Las tomas guerrilleras, el desplazamiento y la economía de la coca habían desgarrado al
Prodigio dejándolo ensangrentado y tambaleante. Cuando se internó en pos de la tagua,
por los escasos montes que se mantenían en pie, Arnulfo hacía parte de la organización
Amigos del Bosque y participaba de un taller de artesanía. Avizoró en la tagua un recurso

97
alternativo con el cual ampliar la perspectiva de futuro económico para El Prodigio, que
no se limitara a la ganadería y a la minería. Demasiado temerario, le decían unos; dema-
siado iluso, le dijo la mayoría. Pero nunca imaginó que en las paredes de las cavernas
que rodeaban las palmas de tagua, iba a descubrir otro prodigio: el relato de un pueblo
antiguo tallado en la roca; técnicamente, un petroglifo.

Emocionado, Arnulfo convirtió aquel sitio en su santuario. Lo visitaba con frecuencia, le


tomaba fotos y le comunicó a otros de su hallazgo. Las reacciones fueron diversas, desde
la incredulidad, hasta la decepción. Unas rayitas labradas en la roca para qué podían
servir. Jamás daría tanta plata como el ganado o la coca, además, tarde o temprano po-
día convertirse en roca triturada para sacar en volqueta. El dueño de la finca donde se
ubicaba el petroglifo, únicamente sabe de ganado; no necesitaba saber más. Si alguna
empresa minera le daba un buen dinero por ella, poco dudaría en venderla. Arnulfo no
se amilanó y contagió el entusiasmo a otros jóvenes. Antes bien, los invitó a explorar
otros sitios, donde hallaron más petroglifos. Decidió enviar la foto del primer hallazgo a
un arqueólogo que se interesó vivamente cuando la vio.

Inspirados en el nombre de un árbol de la región, los jóvenes conformaron el grupo


Ecocagüí, y propusieron un proyecto de prospección arqueológica. Se integraron a la red
de Vigías del Patrimonio de la Gobernación de Antioquia y asumieron la defensa y pro-
tección de lo que empezaron a llamar la inmensa riqueza arqueológica de El Prodigio. El
hallazgo del petroglifo, dice ahora Arnulfo, “se convirtió en el símbolo de una generación
más despierta y más sensible”.

El Prodigio, parecía vivir un nuevo momento fundacional que el mismo Arnulfo resumía
en un símbolo germinal: la siembra de cacao. “Estábamos en el proceso de erradicación
de coca, es decir, pasar de la coca a la cocoa”, expresa; tal vez sin recordar que el mítico
colono José Marcos Gutiérrez sacaba semillas de cacao de las montañas para demos-
trarle a sus paisanos de San Luís la fertilidad de esas tierras en las que, decía, “la vida pa-
saba rápida, como un sueño lleno de ilusiones”, según escribe don Néstor Gómez en su
reseña histórica. “Nos enfocamos en los niños. Les proyectábamos fotos de las cavernas,
de los guácharos, y les explicamos qué era un petroglifo”, agrega Arnulfo, al reconocer
que la niñez ha sido la población más receptiva y motivada. “Incluso les decíamos que la
deforestación amenazaba esa riqueza arqueológica porque esos abrigos rocosos no se
podían desnudar y someterlos al riesgo de ser borrados por el lomo de las vacas rascán-
dose la garrapata”.

En un lugar en el que se ha impuesto la producción ganadera y transitan decenas de


volquetas cargadas de caliza, los vigías del patrimonio de El Prodigio, integrados también
en Ecocagüí, empezaron a tornarse incómodos para quienes ya habían recetado la vo-

98
cación productiva del territorio. Esas ideas de parques arqueológicos y zonas de reserva,
estaban seguros los nuevos colonos de la minería, no pasaría de ensueños que sucum-
birían ante la contundencia del empleo directo que genera la mina y la plata contante y
sonante que se paga por el ganado. Sin embargo, es poco el empleo y mucha la gente;
mucha la tierra y pocos los dueños. Las montañas de caliza se desmoronan con estruen-
do de retros, taladros y volquetas, pero en su extracción no emplean actualmente a más
de 12 o 15 prodigianos. Veinte años de la empresa minera solo les ha dejado algunas
obras menores y el recuerdo de las fiestas con los marranos que han donado. De hecho,
“donar” es el verbo que les gusta conjugar; muy poco el de dialogar, concertar o nego-
ciar. “Ya ninguna empresa nos puede engañar con cascabeles y espejos. Que entiendan
que aquí hay comunidades dignas e interlocutores legítimos, no pordioseros”. Arnulfo
entiende que no es ni siquiera una empresa poderosa como Argos la que dicta las leyes
del mercado en el que se mueve el mundo, pero también observa que hay maneras
diferentes y más justas de hacer las cosas. “Pedimos respeto y voluntad creativa para las
soluciones, en las que todos quepamos”.

La prospección arqueológica se realizó finalmente en el año 2012, por medio del Minis-
terio de Cultura y el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. El estudio dejó en
evidencia que Arnulfo no se equivocaba; que la riqueza arqueológica de El Prodigio es
mayor de la que imaginó, y que es posible la declaratoria de zona de protección sobre
este corredor cárstico de la era mezozoica en la que los pantágoras dejaron su huella
en las rocas. En 60 unidades de muestreo del equipo de especialistas se identificaron
27 yacimientos arqueológicos, en los que recuperaron fragmentos cerámicos y algunos
artefactos líticos. Además, en las zonas del corredor kárstico, se levantó un inventario del
arte rupestre.

El viejo Miguel Berrío recuerda que en su casa mantenían la bateíta para mazamorrear el
oro cuando no había cosecha que vender. Lo lavaban en la propia quebrada El Prodigio
que también les daba pescado para comer. Ahora dice que “con las minas pasó como
con la madera. La motosierra acabó con la madera y las dragas con el oro y el pescado.
El corte del serrucho no era problema porque todo lo cortaban bien cortaíto; en cambio
con la motosierra tumban mucha montaña y se pierde mucha madera”, agrega don Mi-
guel, que no sabe de planes ambientales, ni de cálculos de producción, ni de situación
del mercado, ni de desarrollo sostenible. Únicamente dice: “que hay que trabajar con
maña y dejar el afán”. Lo dice sin asomo de angustia, a pesar de haber perdido a sus cua-
tro hijos varones en la guerra, manejar sus limitaciones físicas y haber vivido desplazado
durante 6 años.

Los jóvenes líderes de El Prodigio tratan de asumir como un reto el sentido de las pa-
labras de don Miguel. Por eso adoptan una posición más informada y crítica frente a

99
proyectos como la hidroeléctrica Porvenir II que embalsará el río Samaná y que influirá
de manera intensa en el desarrollo futuro del corregimiento, pues tendrá un embalse de
27 kilómetros, en una extensión de 1.038 hectáreas de la que esperan producir 352 me-
gavatios. Ante esa expectativa, se mueven diversos intereses y posiciones que exigirán
madurez en el manejo de los conflictos inherentes a este tipo de intervenciones como el
movimiento de personal alrededor de las obras, los efectos ambientales, la especulación
en los precios y el aumento en la demanda de servicios. “Ya se encarecieron los lotes, ha
llegado gente de otros lados y cada uno mira cómo va aprovechar esa bonanza econó-
mica que anuncian”, dice Arnulfo.

Por ahora, jóvenes y líderes como Arnulfo, le siguen apostando al cacao y a la idea del
ecoturismo y del turismo arqueológico. Ya conformaron la Asociación de Cacaoteros de
El Prodigio, ASOCAPRO, que nació con el apoyo y acompañamiento del proyecto “Cacao
y organización social para la paz” ejecutado por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo PNUD y el Departamento de Prosperidad Social, DPS. Ya están produciendo
entre dos y tres toneladas mensuales, según el presidente de la asociación, Bernardo Ra-
mírez, en la que ya se inscriben 20 afiliados. Frente al nuevo panorama se expresan con
ilusión pero sin ingenuidad. Son conscientes de que estas iniciativas exigen compromiso
y constancia, que no es sencillo, pero la dolorosa experiencia del pasado los anima a per-
sistir en mantener esta ruta de desarrollo más armónica con la sostenibilidad humana y
ambiental. “No es solo el cacao-insiste Arnulfo- se trata más bien de promover una visión
de desarrollo que pueda expresarse en otras iniciativas que tengan ese mismo espíritu”.

También con el liderazgo de la Junta de Acción Comunal, de la que Arnulfo ya ha sido


presidente, y con el trabajo de Ecocagui, esperan realizar la idea del museo arqueológico,
así como fortalecer la casa de la cultura que funciona en la misma planta construida por
el comandante paramilitar alias Terror y que la Unidad para la Atención y Reparación de
Víctimas les entregó en comodato. Sin embargo, también esperan obtener su definitiva
concesión, además de la inclusión del Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillado como
el proyecto de reparación colectiva para el poblado. Es decir, la casa de terror pasó a ser
a hogar de cultura.

Mucha madera, maíz, ganado, oro, caliza y agua ha corrido bajo sus puentes y trasegado
por sus caminos, desde septiembre de 1970 cuando don Néstor Gómez llegó a los pro-
digiosos parajes donde se fundó el corregimiento. La primera reina de El Prodigio elegida
en aquel reinado relámpago que improvisaron entre los cantos de guacharacas y paujiles
de la selva, aún vive con su gente. Doña Ana Berrío, también sufrió el desplazamiento por
la guerra y aunque ya no es la “inocente niña” a la que le declamó don Eduardo Gómez,
sus ojos vuelven a brillar con el mismo “brío y belleza” cuando declara que “la tranquilidad
es muy linda y no tiene precio”.

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Mundo. (En línea).
Disponible en: http://www.elmundo.com/portal/resultados/detalles/?idx=9859#.
VMsFamiG_0w

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Agradecimientos
Siempre será insuficiente el listado de personas a las cuales agradecer por aportar y par-
ticipar de alguna manera en la elaboración del presente trabajo, pero cabe extender un
agradecimiento especial en Aquitania a Arcesio López, Celmira Soto, Chulo Guzmán, Cri-
santo Guzmán, Graciela Guzmán, Tubal Melik, Enrique López, Domingo Gómez; en San
Miguel a Álvaro Sánchez, Eliza Silva, Pedro Rendón, Arturo Mejía y Benilda Bernal; en La
Danta a don Alpidio Pamplona, Ema Guerra, Higinio Cardona, Libardo Cardona, Alejandra
Pamplona; en Jerusalén a Severo Toro, Consuelo Soto, Henry González y el grupo juvenil
GIMAJER; en El Prodigio a Carmen Vergara, Miguel Berrio, Arnulfo Berrío, Gonzalo Galvis,
Tista Cosme, Teresa Cosme. Y , en general, agradecimiento infinito a las comunidades de
los corregimientos de Aquitania, San Miguel, La Danta, Jerusalén y El Prodigio, por vivir y
persistir con tenacidad y entusiasmo en sus territorios.

Finalmente, especial gratitud a Celedonio Mazo y Janer Banguera en La Judea por facili-
tar la inspiradora acogida en el proceso de escritura de estas crónicas.

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