Libro - Aspectos Críticos de Las Ciencias Sociales
Libro - Aspectos Críticos de Las Ciencias Sociales
Libro - Aspectos Críticos de Las Ciencias Sociales
ISBN 978-950-23-1800-4
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
1° edición: 2011
Atribución-NoComercial-SinDerivadas
CC BY-NC-ND
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A Roberto Gentile
In memoriam
Nelly Gentile
Desde siempre, desde que comenzaron a cobrar vida, desde mucho antes
de que recibieran sus nombres, cuando eran tan parecidas que no podían
distinguirse y cuando cada una de ellas trató de adquirir su propia identidad,
la ciencia y la filosofía han transitado senderos cercanos. Muchas veces se
miraron con afecto, en otras ocasiones con desconfianza. Pero nunca se
perdieron de vista. No es de extrañar, entonces, que las ideas que
conmocionaron en los últimos dos siglos la imagen del mundo físico, la
comprensión de la naturaleza de las verdades matemáticas, la concepción de
los seres vivos y la apreciación de la sociedad se proyectaran en las
reflexiones de los filósofos hasta convertir el conocimiento científico en el
centro principal del interés de una corriente de pensamiento que se difundió
rápidamente en varios países de Europa y los Estados Unidos. Durante las
primeras décadas del siglo XX, iluminada por los recientes desarrollos de la
lógica matemática y la revolución que replanteaba los cimientos de la física,
la filosofía de la ciencia recibió un impulso formidable cuyos efectos no han
presentado aún signos de agotamiento. Estas circunstancias constituyen, sin
duda, una referencia insoslayable para comprender muchos de los debates
que hoy agitan la labor de los científicos sociales.
En efecto, las diversas posiciones surgidas en el campo de la filosofía de
las ciencias sociales durante nuestra época se han desarrollado, en buena
medida, sobre el telón de fondo desplegado por algunas concepciones ya
clásicas en las discusiones epistemológicas. En ciertos casos, para enfrentar la
legitimidad de sus tesis, en otros, para usarlas como fundamento de las ideas
propias. Sea que se trate del empirismo lógico, del falsacionismo de Popper o
de la filosofía histórica de la ciencia propugnada por Thomas Kuhn, estas
doctrinas, o al menos los conceptos que introdujeron, se hallan presentes
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explícita o implícitamente en el horizonte de los debates acerca de los rasgos
epistémicos de las ciencias sociales. Y es precisamente en este juego de
coincidencias y desacuerdos, aproximaciones y distanciamientos respecto de
aquellas corrientes, donde adquieren relieve una serie de cuestiones y
problemas relacionados con la naturaleza del conocimiento social, los
métodos apropiados para alcanzarlo y la justificación misma de los logros
obtenidos. Por ese motivo, antes de considerar estas cuestiones específicas,
resultará oportuno recordar brevemente algunos de los principales
lineamientos que caracterizan la filosofía de la ciencia contemporánea.
2. El falsacionismo de Popper
Las razones que se han invocado para explicar las dificultades inherentes
a las ciencias sociales son de diversos tipos. Algunas se refieren a las
características de su objeto de estudio y otras a las limitaciones que sufren los
investigadores. Entre las primeras, se encuentran el carácter abstracto de
ciertas entidades postuladas por las teorías –por ejemplo, las clases sociales–
1. El positivismo de Comte
Del mismo modo que las ciencias conforman una jerarquía del
conocimientos, los distintos grupos que componen la sociedad mantienen
también una relación estratificada. El orden social depende finalmente de que
exista una correcta articulación entre las partes del entramado de la sociedad.
A diferencia de Marx, que anticiparía el advenimiento de una sociedad sin
clases, la utopía de Comte contemplaba una estricta diferenciación de los
estamentos sociales. En la cima de esta estructura proclamó a los filósofos
positivistas, es decir, quienes tendrían la responsabilidad de llevar a cabo el
conocimiento científico de la sociedad y dirigirla espiritualmente; y en su
base ubicó a la clase obrera. Estaba convencido de que el proletariado era
terreno fértil para sembrar las semillas de la reforma social, porque sus
carencias educativas y económicas lo hacían proclive a recibir con
beneplácito la propuesta de un nuevo orden. Pero este cambio no lo
alcanzarían los pobres por sí mismos sino solamente cuando concretaran una
alianza con la clase de los intelectuales –los filósofos positivistas– destinados
a regir los destinos de la nueva sociedad. Al igual que los seres vivientes, la
sociedad basa su existencia en un “consensus” funcional de sus partes. La
exigencia de esta armonía crece en la misma proporción en que lo hace la
complejidad estructural y funcional de los organismos, y alcanza su máxima
expresión en el cuerpo social. Por ello esta rígida estratificación no produciría
descontento en los segmentos inferiores, puesto que sus miembros se verían
compensados por los beneficios que recibirían al lograr una organización
capaz de eliminar los conflictos sociales y las guerras. Aceptarían entonces
sus roles y cumplirían eficazmente su función respaldados por el orden y por
un alto nivel de solidaridad social. En cuanto a los intelectuales, éstos serían
los doctores en la nueva ciencia social y puesto que existe una jerarquía de
disciplinas científicas cuyos niveles superiores se apoyan en los inferiores,
los dirigentes de la nueva sociedad tendrían el dominio de todas las ciencias;
sería un gobierno de expertos, una tecnocracia. De estos supuestos se
desprende que la función del sociólogo no es puramente teórica; por el
¿Pluralismo epistemológico?
El individualismo epistemológico
1. Raíces filosóficas
La metafísica hegeliana
Los hegelianos
Esbozos socialistas
Saint-Simon
Fourier
Proudhon
Adam Smith
Ricardo
2. El materialismo histórico
3. El materialismo dialéctico
Nagel reconoce que los estudios llevados a cabo por los partidarios del
funcionalismo han permitido establecer algunas relaciones de
interdependencia, por ejemplo, entre pautas de conducta o entre instituciones
económicas y jurídicas; pero aun así le parece que los méritos de las
explicaciones funcionales en las ciencias sociales son dudosos. Considera,
pues, que el intento de presentar el análisis funcional como una vindicación
de la existencia de un enfoque teórico exclusivo de la ciencia social no ha
tenido éxito.
La discusión acerca de la legitimidad de las explicaciones funcionales ha
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continuado vigente porque varios autores han propuesto análisis alternativos.
Robert Cummings, por ejemplo, cuestionó la idea de que la función cumplida
por un ítem pueda explicar su presencia como parte de un sistema. El
desempeño de una función es una consecuencia de la existencia del órgano
que la lleva a cabo, y no al revés. La circunstancia de que el corazón sirva
para bombear sangre, por caso, no puede dar cuenta del hecho de que los
vertebrados posean ese órgano. Por cierto, la teoría evolucionista proporciona
explicaciones de la manera como las especies llegan a adquirir sus formas
características, pero tales explicaciones se alejan del esquema funcional. A
grandes rasgos, la teoría evolucionista procede a explicar la transformación
de las especies de la siguiente forma. La reproducción de los seres vivos
presenta variaciones genéticas, de modo que pueden nacer individuos con
rasgos diferentes de los de sus antecesores; si esos rasgos pueden transmitirse
a los descendientes y resultan más apropiados para la propagación de quienes
los poseen, se da lugar a un proceso de selección natural en la medida en que
las especies mejor adaptadas sobreviven y las que no lo son se extinguen. Un
mérito destacable de la teoría evolucionista ha sido, precisamente, el de
ofrecer una sólida alternativa a la creencia de que los seres vivos habían sido
creados conforme a un diseño inteligente, una convicción emparentada con la
antigua concepción teleológica de la realidad a la que ya nos hemos referido.
Pero si la teoría evolucionista puede dar cuenta, en principio, de cómo han
llegado a aparecer los órganos que constituyen los seres vivientes y se
encuentra apoyada por abundantes testimonios empíricos –aunque también ha
recibido cuestionamientos– las ciencias sociales no parecen disponer de un
recurso igualmente poderoso.
Nada impide imaginar, por supuesto, que podría haber algo así como una
“selección natural” que marcara el camino de las organizaciones sociales; sin
embargo, esa posibilidad está lejos de cristalizarse con un desarrollo
comparable al alcanzado por la biología evolucionista, sobre todo a la vista
de los aportes brindados por los avances de la genética. Quizá haya sido
precisamente el hecho de no contar con una teoría social capaz de explicar el
surgimiento de las instituciones en términos equivalentes a los utilizados en
el campo de la biología lo que ha llevado a los funcionalistas a considerar que
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el análisis funcional constituye el método propio de las ciencias sociales.
Pero esas circunstancias no justifican la pretensión de que la existencia de
una institución o una práctica social quede explicada por la función que
cumplen.
Pero el rechazo de Cummings a la creencia de que las explicaciones
funcionales logran dar cuenta de la existencia de los elementos que cumplen
las funciones consideradas va acompañada por el reconocimiento de otra
clase de procedimientos típicos de la biología que merecen justificadamente
llamarse “análisis funcionales”. Se trata de la explicación de las capacidades
complejas de un ser viviente o de un órgano a través de su descomposición en
capacidades más simples en un proceso reiterado hasta que se arriba a
fenómenos que no requieren la mención de capacidades. Wouters (1999: 101)
ilustra la propuesta de Cummings con un ejemplo que puede resumirse del
siguiente modo. La circulación de la sangre se explica como resultado de la
capacidad de bombeo del corazón. A su vez, este hecho es explicado por las
características del corazón y su capacidad para dilatarse y contraerse. La
propiedad de dilatación y contracción de los músculos, por último, ha sido
explicada en términos físicos y químicos tales como los cambios en la
distribución espacial de las moléculas de las sustancias que los componen, sin
hacer ninguna alusión a capacidades.
La propuesta de Cummings rescata, por cierto, un significado particular
del concepto de función, distinto del que había sido considerado por Hempel
y Nagel; pero, de todos modos, los resultados finales no son necesariamente
incompatibles. En última instancia, el procedimiento descripto por
Cummings se resuelve en términos de la física y de la química, carentes de
las dificultades tradicionalmente atribuidas a los conceptos funcionales. Si
esta solución se extendiera a todo tipo de explicaciones funcionales, se habría
mostrado la posibilidad de reducirlas a los modelos clásicos y seguramente
sería bien recibida por Hempel y Nagel.
En oposición a la tesis de Cummings acerca de la necesidad de separar las
consideraciones evolucionistas en las explicaciones funcionales, la
concepción etiológica procura combinarlas de algún modo. La idea fue
introducida hace varias décadas por Francisco Ayala y Larry Wright, pero ha
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sido desarrollada recientemente por varios autores, especialmente por Ruth
Millikan. La teoría etiológica rescata la conexión existente entre las funciones
y las consecuencias de una forma que permitiría evitar la objeción de que las
consecuencias del ejercicio de la función no pueden actuar como causas por
cuanto son posteriores a ella. De acuerdo con el enfoque etiológico, la
función de un ítem en un organismo no está directamente asociado a sus
consecuencias actuales sino más bien a consecuencias pasadas que la
presencia de ese ítem produjo en los antecesores del organismo y que fueron
favorecidos por la selección natural. Así, la función propia del corazón,
bombear la sangre a través del cuerpo de un organismo, ha sido causada por
el hecho de que bombear la sangre de manera eficiente representó una ventaja
para los ancestros de dicho organismo.
Es interesante consignar que Millikan propuso su versión del enfoque
etiológico con el propósito de aplicarla al desarrollo de una semántica
naturalizada y no como una interpretación circunscripta al contexto de la
biología. Sin embargo, y más allá de las dificultades que debe enfrentar en el
dominio de las disciplinas biológicas, la extensión de la teoría etiológica de
las explicaciones conlleva problemas adicionales. Baste decir que los
conceptos de ancestro y replicación genética, necesarios para formular tales
explicaciones, no cuentan con claros equivalentes en la realidad social.
Las referencias que hemos hecho a las discusiones entabladas en torno al
estatuto epistemológico de las explicaciones funcionales –y que constituyen
sólo una limitada muestra de la complejidad del tema y de la profundidad de
los debates que ha generado– parecen continuar justificando las reservas
manifestadas por Hempel y Nagel acerca del programa funcionalista en las
ciencias sociales.
La obra de Karl Popper, sin duda uno de los autores más reconocidos en
el campo de la filosofía de las ciencias naturales, representa también la
expresión de una original perspectiva en las reflexiones acerca de las ciencias
sociales, de la que derivan significativas consecuencias en relación con los
clásicos debates sobre las dicotomías monismo-pluralismo e individualismo-
holismo metodológicos. Popper nació en la ciudad de Viena en 1902, donde
cursó estudios de matemática, física, música, psicología y filosofía. Durante
sus años juveniles vivió con plenitud una época de excitante atmósfera
intelectual, caracterizada por profundas transformaciones científicas, políticas
y sociales; y esta circunstancia se vio reflejada en su preocupación por
elaborar una filosofía capaz de articular sus variados intereses. La valoración
de los resultados de las investigaciones científicas y el respeto por el método
que los habían hecho posibles lo condujeron a adoptar como principio la
necesidad de mantener una posición identificada con el racionalismo crítico,
como hemos visto en el capítulo 1. Precisamente como consecuencia de esa
actitud, su inicial inclinación por el marxismo dio lugar a la decepción
cuando juzgó que algunos líderes vieneses comprometidos con las ideas de
Marx impulsaban manifestaciones violentas y favorecían con ello una cruenta
represión. Esas experiencias lo llevaron a preferir la conclusión de que las
acciones políticas deben ser emprendidas en un marco de moderación, y esta
misma idea se manifiesta también en su concepción de la tarea del científico
social como diseñador de cambios fragmentarios en la organización de la
La lógica de la situación
4. ¿Monismo metodológico?
A mediados del siglo XX, transcurrido más de cien años desde que
Comte había proclamado el positivismo, y en vista de los desarrollos que
desde aquella época se produjeron tanto en las ciencias sociales como en las
ciencias naturales, resultaba imperioso volver a formularse algunos
interrogantes acerca de las características de los métodos de investigación
social. Durante el lapso señalado, también la filosofía de la ciencia se
enriqueció con intensos debates y llegó a constituir una de las ramas más
prolíficas de la actividad filosófica. En 1961, Ernest Nagel publicó un
minucioso tratado titulado The Structure of Science, en cuyo desarrollo
dedica varios capítulos al análisis de las cuestiones metodológicas de las
ciencias sociales a partir de una concepción de las ciencias naturales mucho
más elaborada que la que estaba en vigencia en la época de Comte o en la de
Durkheim. Nagel había nacido en Bohemia en 1901, pero su familia se radicó
en los Estados Unidos pocos años después y en ese país residió hasta su
muerte en 1985. Su pensamiento estuvo claramente influido por el
pragmatismo norteamericano pero pueden observarse también notables
puntos de coincidencia con las posiciones impulsadas desde Europa por los
empiristas lógicos. El problema fundamental que Nagel plantea en los
capítulos finales del libro que hemos mencionado gira en torno de la cuestión
del monismo y el pluralismo epistemológicos. Se detiene a considerar los
más importantes argumentos formulados para mostrar que las ciencias
sociales no pueden contar con métodos de investigación semejantes a los que
Tales como las presenta Nagel, las presuntas diferencias que separan las
ciencias naturales de las sociales se refieren, en última instancia, a la
imposibilidad de que estas últimas permitan la formulación de leyes
universales. Y una de las principales razones esgrimidas en contra de esta
posibilidad se apoya en la suposición de que en el campo de la investigación
de los fenómenos sociales no pueden realizarse experimentos controlados. Un
experimento controlado requiere la manipulación, dentro de ciertos límites,
de algunos aspectos de la situación examinada –factores llamados
generalmente “variables independientes”– que se consideran responsables de
la aparición o modificación de otras características a las que se denominan
“variables dependientes”. De este modo, si se puede hacer variar uno de
aquellos factores por vez y se deja constante el resto, el investigador puede
observar los efectos producidos y, de esta manera, descubrir relaciones de
dependencia entre las variables. Así, por ejemplo, Galileo llevó a cabo varias
Una de las tesis muchas veces defendida por quienes subrayan las
diferencias entre las ciencias naturales y los estudios sociales es la que se
refiere al carácter intrínsecamente valorativo de la investigación social. La
idea que alimenta esta actitud es la creencia de que las valoraciones sociales
están presentes en las distintas etapas de la investigación, de modo tal que es
imposible alcanzar un conocimiento neutral, universalmente válido. Así, por
ejemplo, se sostiene que en el área de las ciencias sociales la selección de los
hechos a investigar depende de los juicios de valor que posee el científico
1. La tradición hermenéutica
Las acciones humanas, y sobre todo las que tienen un carácter social, se
caracterizan porque en ellas juega un papel importante la presencia de algún
tipo de interpretación. La actividad social requiere la comprensión de la
conducta de los participantes y esta circunstancia ha llevado a sostener que la
metodología de las ciencias sociales, en contraste con las formas de
investigación propias de las ciencias naturales, consiste, precisamente, en la
aplicación de procedimientos interpretativos. Para referirse a ellos, algunos
autores utilizan el término hermenéutica. En sus orígenes, la palabra estaba
asociada a la idea de la eficacia en la expresión lingüística, pero se la ha
empleado con significados un tanto diferentes en distintos contextos. Platón
describía a los poetas como hermeneutas, esto es, como intérpretes de los
dioses, y durante muchos siglos la hermenéutica estuvo identificada con la
interpretación de escritos sagrados; pero también se aludía con este nombre a
la práctica de comprender textos literarios o cuerpos legales. Durante la época
de la Reforma, el deseo de establecer la correcta interpretación de la Biblia
sin dejarse llevar por la lectura católica tradicional hizo que la hermenéutica
adoptara una manifestación sistemática. Pero más tarde, en el período del
Iluminismo, junto con la desmitificación de la religión, la hermenéutica
abandona el terreno de la exégesis bíblica y se orienta en una dirección
filosófica más amplia: se constituye como ciencia de la interpretación en
general.
En el siglo XIX, Friedrich Schleiermacher concibió la hermenéutica
como la ciencia de los significados que investiga todas las formas de
comunicación humana, no sólo el análisis de los textos sino también el
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estudio de las culturas y, en particular, la cuestión de la comprensión de las
culturas temporalmente remotas. Entendida como una disciplina técnica que
prescribe un método de investigación, la hermenéutica abarca toda una serie
de aspectos. Desde el punto de vista gramatical, la interpretación atiende al
discurso en el contexto del sistema lingüístico global al que pertenece. Pero,
en la medida en que todo discurso es producto de un autor, el análisis
psicológico rastrea el ámbito de la producción de los pensamientos
individuales. El examen comparativo, por su lado, clarifica la interpretación
con el auxilio de elementos tomados del campo de la historia y la filología.
Por último, la captación del significado de un texto depende de los insights
propios del intérprete.
Esta concepción de la hermenéutica estuvo fuertemente influida por un
enfoque psicologista. El método hermenéutico implica la habilidad de
comprender las intenciones de otros seres humanos con el fin de penetrar en
los significados ocultos de sus manifestaciones lingüísticas. La esencia del
método consiste, para decirlo de algún modo, en “entrar en la mente” del
autor o del hablante. En este sentido, la hermenéutica fue concebida como
una especie de comprensión empática: el lector o el hablante debe tender a
identificarse con el autor.
La herencia de Schleiermacher se aprecia en la caracterización de la
hermenéutica brindada por Dilthey; sin embargo, el interés de este autor
estaba centrado en la identificación de un método que fundamentara las
ciencias del espíritu y marcara sus contrastes con las ciencias naturales. En su
Introducción a las ciencias del espíritu (1883), Dilthey afirma que las
ciencias humanas y las ciencias de la naturaleza se diferencian ante todo por
su contenido. Mientras las últimas estudian los fenómenos exteriores al
hombre, las primeras, en cambio, investigan el mundo de las relaciones entre
los individuos, de cuyas características el investigador posee una conciencia
inmediata. Pero esta diferencia en el contenido se corresponde, asimismo, con
una distinción cognoscitiva: la observación externa en el caso de las ciencias
naturales y la observación interna en el de las ciencias del espíritu. Pues, en
tanto las ciencias naturales buscan la explicación causal de los fenómenos, las
ciencias del espíritu, a su turno, procuran la comprensión de la vida mental
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enraizada en la Erlebnis o “experiencia vivida”.
En sus primeros escritos Dilthey encontró el fundamento de la
comprensión objetiva en la psicología, la disciplina que concibió como el
modelo de las ciencias del espíritu. Pero la “psicología descriptiva o
analítica” que desarrolla se contrapone, precisamente, a la “psicología
explicativa” elaborada bajo el patrón de las ciencias naturales, una psicología
asociacionista que deriva toda la vida mental a partir de ciertos elementos
básicos tales como las representaciones. La vida psíquica, tal como la
investiga la psicología descriptiva, en cambio, no es una entidad inferida a
partir del pensamiento sino, simplemente, una estructura vivida: la realidad
de la vida psíquica –de acuerdo con Dilthey– no puede ser explicada a través
de la formulación de hipótétisis sino, más bien, como resultado de una
experimentación directa. Ello no significa, por cierto, que se trate de un
proceso instrospectivo; muy por el contrario, la comprensión de la estructura
psíquica es concebida como un proceso de interpretación de las
“objetivaciones de la vida”, las expresiones o manifestaciones externas del
pensamiento y de la acción humanos. Así, de acuerdo con Dilthey, el hombre
se conoce a sí mismo en la historia: el mundo humano se configura a través
de las relaciones entre individuos, en el seno de sistemas culturales y de
organizaciones sociales que poseen una existencia histórica. En otras
palabras, dado que el sentido y el significado surgen únicamente en el
hombre, pero no en el hombre individual sino en el hombre históricamente
constituido, la psicología analítica que Dilthey propone como fundamento de
las ciencias del espíritu es, esencialmente, una hermenéutica histórica.
El pensamiento de Heidegger, según sus propias confesiones, debe
mucho a las investigaciones acerca del rol fundante de la historia
desarrolladas por Dilthey. No obstante, el autor de Ser y Tiempo otorga a la
hermenéutica una nueva significación. Heidegger no entiende la
hermenéutica meramente como un método, el que corresponde a las ciencias
del espíritu, sino como una interpretación del ser humano (Dasein) y de la
vida misma.
Sus análisis surgen en el contexto de la crítica a la fenomenología
husserliana. Con una clara influencia de la filosofía de Descartes, el objetivo
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de Husserl había sido convertir la filosofía en ciencia estricta, y ello suponía
adoptar una actitud exenta de supuestos, expurgada de todo aquello que no
fuera inmediato u originario. Así, la actitud fenomenológica consiste en
“atenerse a las cosas mismas” una actitud que sólo es posible a partir de la
intuición eidética, es decir, de la captación directa de la esencia. La reducción
eidética consiste, precisamente, en “poner entre paréntesis” (epojé) las
características accidentales del objeto, es decir, no tomar en cuenta los
aspectos contingentes, de manera que se conserve sólo su esencia. Pero esta
reducción fenomenológica se extiende a la conciencia misma que se erige, de
este modo, como conciencia pura, como subjetividad trascendental. Este
nivel de la reducción fenomenológica supone, fundamentalmente, dejar de
lado la tesis general de la actitud natural, esto es, suspender la creencia en la
realidad del mundo –tanto del mundo natural como del mundo cultural– para
recobrar luego su sentido en la pura subjetividad trascendental. El
compromiso con el mundo natural es puesto en epojé para convertirlo en
fenómeno, en fenómeno-de-mundo, esto es, en objeto intencional de la
conciencia pura, de la subjetividad trascendental que le da sentido. La
filiación cartesiana de Husserl se completa, entonces, con su acercamiento a
la doctrina de Kant. Con la fenomenología transcendental queda cumplida la
tarea de convertir la filosofía en una ciencia sin supuestos.
La circunstancia de que Heidegger dedicara Ser y tiempo a Husserl
manifiesta, por cierto, el reconocimiento de su deuda con la fenomenología.
Sin embargo, es a la vez en este texto donde se exhiben, también, sus
profundas diferencias. En la obra no hay nada parecido a una reducción
fenomenológica que destaque la presencia de un yo trascendental, o a una
intuición de esencias en el sentido de Husserl. El punto inicial elegido por
Heidegger es la pregunta por el significado (Sinn) del Ser. Y su manera de
proceder es hermenéutica en cuanto parte de la interpretación de la situación
del hombre. Una de las ideas centrales de Ser y Tiempo es el análisis del
Dasein, del hombre que tiene la posibilidad de hacer la pregunta por el Ser, y
que por ello ocupa una posición privilegiada en relación con todos los otros
seres. Al concebir el Dasein como ser-en-el-mundo, el viejo problema de la
relación entre el sujeto y el objeto se vuelve superfluo. A diferencia de
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Husserl, Heidegger concibe la comprensión como lo que constituye el propio
mundo de la vida, y no como algo que se alcanza a través de la conciencia
pura. La comprensión debe entenderse como un acto o determinación
particular entre otros, no es un método de conocimiento sino un modo de ser,
esto es, “un modo fundamental del Dasein”.
2. La hermenéutica de Gadamer
2. El proyecto original
La norma muestra la condición general que debe cumplir una acción para
ser considerada racional desde el punto de vista práctico. La “ética de la
discusión” es lo que resta de la razón comunicativa cuando se la aparta de la
sociología y de la problemática del presente histórico. Naturalmente, el
enfoque nos trae reminiscencias de la ética formal formulada por Kant. Pero
el proyecto habermasiano no finaliza aquí. La ética de la discusión se articula
con una filosofía del derecho que propone mostrar cómo la norma
fundamental puede, a través de los mecanismos jurídicos y políticos,
encarnarse en formas de vida particulares y en prácticas históricas
determinadas. Sin embargo, según creemos, la relación de estos planteos de
Habermas con las ciencias sociales parece hacerse cada vez más lejana:
aunque se trate de fenómenos jurídicos y políticos concretos, los análisis
siguen siendo de naturaleza tan conceptual que se encuentran, casi
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exclusivamente, en el terreno de la filosofía. Las ciencias sociales y el control
empírico han quedado totalmente eclipsados por las elaboraciones de la
especulación filosófica.
1. El origen de la controversia
Aunque no nos resulta claro a qué se refiere Adorno con la frase entre
paréntesis, parece innegable que para Popper la función destacada de los
enunciados básicos es, precisamente, la de poder contradecir teorías. Y es
justamente en relación con el propio concepto de contradicción donde las
diferencias entre ambos autores se hacen abismales. Mientras Popper siempre
consideró insostenible la posibilidad de negar, como pretenden los partidarios
de la dialéctica, el principio de no contradicción y, en consecuencia, piensa
que cuando un enunciado básico aceptado resulta incompatible con una
hipótesis ésta debe ser descartada, ¿por qué habría de preocuparle al filósofo
de la Escuela de Frankfurt una inconsistencia entre la teoría y los enunciados
de observación, si está convencido de que las contradicciones se encuentran
en la realidad misma y en ellas reside la verdad primaria?
Por otra parte, Popper subraya, como se ha señalado, la equiparación
entre objetividad científica y tradición crítica. Naturalmente, fuera del
contexto y concebido aisladamente, este punto se presenta a los ojos de
Adorno con certeza indiscutible. En la medida en que se identifica la ciencia
con el método crítico, éste se convierte en el órgano de la verdad. Ningún
dialéctico –declara Adorno– podría pedir más. Obviamente, esta afirmación
no es sino la expresión de una ironía, porque a continuación Adorno formula
sus reservas respecto de la identificación entre objetividad científica y
método del ensayo y el error, que no es sino otra manera en la que Popper
expresa la mencionada equiparación. En opinión de Adorno, como no hay
experimento capaz de probar fehacientemente la dependencia de cada
fenómeno social respecto de la totalidad, la totalidad social misma no puede
ser aprehendida a partir de métodos particulares de ensayo. La vía crítica no
puede ser, en última instancia, formal, esto es, metodológica, sino material;
de manera que no puede consistir en la mera reformulación de enunciados
Modelos y estructuras
2. Locura y sinrazón
La episteme moderna
Por estas razones, Foucault expresa dudas acerca de que se sea correcto
Varios autores han objetado las ideas de Foucault porque han encontrado
en ellas la expresión de un relativismo radical o la manifestación de una
actitud decididamente escéptica. La denuncia se basa en las dificultades que
entraña la propuesta de interpretar el conocimiento como el resultado de un
4. La teoría de la ciencia
Las últimas obras de Bourdieu recogen una reflexión más madura sobre
la ciencia que sobrepasa la imagen presentada en El Oficio; asistimos
entonces a una mirada de la actividad científica a través de las gafas de su
teoría social que, a esa altura, ya estaba completamente elaborada. Las dos
obras más significativas de esta etapa final de su pensamiento son Los usos
sociales de la ciencia (1997) y El oficio del científico (2001).
Bourdieu encara el estudio de la actividad científica como una clase
particular de fenómenos sociales y utiliza para ello los conceptos que había
acuñado para dar cuenta de las distintas manifestaciones de la realidad social.
Dedica una importante parte de sus investigaciones al análisis y a la
explicación de la actividad científica en general y enmarca en ella el
tratamiento de las características de las ciencias sociales. Pero aunque su
teoría de la ciencia adopta un enfoque fundamentalmente sociológico,
El campo científico
El capital científico
El habitus científico
5. La objetividad de la ciencia
2. La dualidad de la estructura
Los sistemas, entonces, están constituidos por las prácticas de los actores
sociales y se hallan situados espacial y temporalmente, aunque exceden la
duración de los actos individuales y se extienden más allá de las posibilidades
de los encuentros locales interpersonales. Y requieren la existencia de
estructuras que se hacen presentes a través de la intervención de una
pluralidad de reglas y recursos que hacen posibles tales prácticas. Pero, por
supuesto, la estructura no debe entenderse como un objeto, una entidad
concreta, sino como el conjunto de las reglas que se manifiestan en las
prácticas propias de los sistemas sociales.
La estructura posee, entonces, un doble carácter: por un lado, reduce los
márgenes de las acciones de los agentes pero, por el otro, es la condición de
posibilidad de las prácticas mismas. En este sentido, Giddens rechaza el
dualismo que planteaba una contraposición entre la estructura y la acción de
los individuos y reformula la relación entre ambos en términos de lo que
denomina la dualidad de la estructura:
“Crucial para la idea de estructuración es el teorema de la dualidad de estructura [...] La
constitución de agentes y de estructuras no son dos conjuntos de fenómenos dados
independientemente, no forman un dualismo sino que representan una dualidad. Con arreglo
a la noción de la dualidad de estructura, las propiedades estructurales de sistemas sociales
son tanto un medio como un resultado de las prácticas que ellas organizan de manera
recursiva. [...] Estructura no se debe asimilar a constreñimiento sino que es a la vez
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constrictiva y habilitante” (ibid.: 61).
4. La tercera vía
Rodolfo Gaeta
Nélida Gentile
Susana Lucero
sobre funcionalismo.
[3]Carta de Marx a la redacción de la revista rusa Hojas Patrióticas,