Leyendas Libro
Leyendas Libro
Leyendas Libro
DE
LA
CIUDAD
DE
ZACATECAS
La Filarmónica
Aquella hermosa mañana de 1600, todo era entusiasmo y alegría en la quinta
llamada: Villa de Rosas, pues era esperada con ansia la llegada de sus nuevos
moradores el bizarro capitán Don Jorge Temiño de Bañuelos y su bellísima
esposa Perla Santini; hija de y un músico italiano que acababa de morir en
Veracruz. La única condición que había puesto la gentil desposada para dejar
aquellas hermosas tierras y venirse a vivir a esta barranca, fue que viviera
alejada de toda sociedad por razón de su luto. Y el enamorado esposo le
mandó construir la Villa a orillas de nuestra ciudad.
Fue construida en medio de un jardín cubierto de rosas, de ahí el nombre de la
villa; tenía una fuente de cantera rosa labrada y cuyos surtidores parecía que
murmuraban y en su entorno cientos de palomas. Los salones
majestuosamente amueblados al estilo de aquella época y en el salón principal
un fino piano, porque la joven señora amaba la con pasión la música. La
mansión era un estuche digno de tan hermosa “perla”.
Tarde a tarde se escuchaba por la villa la voz cristalina de Perla acompañada
del piano que cantaba bellas canciones de su país; la dicha de los enamorados
era tal, que se creían estar en el paraíso. Mas esta dicha fue de poca duración;
el capitán fue llamado a combatir a los caxcanes, los cuales se habían
amotinado y tuvo que partir con el corazón destrozado y dejando a Perla
sumida en la mayor desesperación y tristeza.
Las risas no volvieron a escucharse ni las canciones; una inquietante y muda
tristeza se apoderó de Perla y solo el piano era su única distracción, pero sus
melodías eran tan tristes como su alma. En vano sus amigos trataron de
distraerla, pero ella cerró la puerta a todos, sólo los nativos que formaban la
servidumbre le servían de compañeros. Se pasaba los días sentada en el
ventanal, esperando la llegada de su amado; en sus largas noches de insomnio
tocaba el piano hasta el amanecer. La gente o los pocos caminantes que
pasaban por allí la creyeron loca y empezaron a llamarle “La Filarmónica”.
Una noche que tocaba como nunca, se interrumpió la melodía sin volver a
comenzar; el vigilante se extrañó de esto, porque estaba acostumbrado a oírla
tocar toda la noche. Al día siguiente la camarera la encontró muerta sobre el
piano, como una flor marchita.
Días después llegó la noticia de que el capitán había muerto en un ataque de
los indios. La fecha y la hora coincidían con las de la muerte de su amada
esposa. Los parientes del capitán heredaron todos lo bienes, pero nadie quiso
ocupar la finca quedando totalmente abandonada.
A lo largo de los años, gente que pasaba por ese lugar y después de la media
noche aseguran que se ilumina el ventanal y se escucha una música
maravillosa, y al despuntar el alba se apaga la luz, y un tristísimo lamento se
escucha hasta muy lejos.
El nombre de Villa de Rosas, quedó olvidado, ahora la siguen llamando “La
Filarmónica”.
Confesión de Ultratumba
Por las noches, la ciudad duerme custodiada por la luna, y nada turba su
transparente calma, es mucho más bello aún la quietud de las calles y de su
plaza principal.
En cierta ocasión y entrada la madrugada, llamaron fuertemente con el
aldabón de hierro, la puerta de la notaria de templo de santo domingo. Al
padre Martín Esqueda no le extraño que lo fueran a despertar a tales horas,
dado que con frecuencia así acontecía, es decir que estaba acostumbrado a ir a
administrar los sacramento a enfermos graves. Como siguieron tocando y cada
vez con mayor fuerza, se levantó, se vistió, y asomó a la ventana preguntando:
– ¿Quién llama? (Una mujer de clase humilde, vestida de negro y cubierta la
cabeza con un rebozo contesto)
– Yo padrecito, que vengo a rogarle me haga la caridad de acompañarme, para
auxiliar a un enfermo muy grave que tengo en casa.
Como respuesta el sacerdote salió en seguida con su petaca de mano detrás de
la mujer que le servía de guía. Atravesaron obscuras y apartadas callejas que
desembocan en la antigua plaza de toros y al llegar a ésta, la mujer se detuvo y
abrió de una mísera habitación, a la que pasó el sacerdote. El cuarto estaba
desmantelado, a la débil luz de una vela de sebo que estaba a la tabla de un
viejo y desvencijado cajón de madera, distinguió el sacerdote al enfermo, el
cual yacía sobre un sucio petate en el suelo, junto a la pared en el rincón de la
estancia. Cercando al paciente estaba colocado un rustico y tosco banco de
madera de tres patas y esto constituía todo el mobiliario de la habitación.
El padre se sentó en el banco y se quedó mirando al enfermo, el cual era un
hombre entre los 50 y los 60 años, alto, con el cuerpo enflaquecido, rostro
enjuto, demacrado y de amarillento color cadavérico, ojos verdes sin expresión
que fijaba con insistencia en las vigas del techo, su anhelante y fatigosa
respiración que anunciaba el estertor de la agonía, se interrumpía a intervalos
por una tos seca y cascada, un sudor frío le humedecía la frente y febril
temblor le sacudía su cuerpo.
El padre le tomó una mano y la encontró yerta, con el frío de la muerte, por el
cual comprendió la gravedad del enfermo y sin más tiempo que perder le dijo:
– Hijo mío… ¿Te sientes muy mal?
– Si padrecito (Contestó el enfermo con desfallecida voz) Y quiero confesarme.
Al oír esto, la mujer que había estado contemplando la escena, salió a la calle.
El sacerdote abrió su petaca y saco la estola, se la colocó sobre los hombros y
volvió a decir al enfermo:
– Bien hijo mío, dime tus pecados.
El enfermo, no obstante, su gravedad, tenía completa lucidez e hizo una larga
confesión de sus culpas, la que terminó entre sollozos, signo inequívoco de su
gran contrición. El señor cura el terminar éste el relato de sus pecados, le
confortó con sus consejos y le dio la absolución. Luego, volvió a abrir la petaca,
sacó lo necesario y le administró la extremaunción. Al cabo de ponerle los
santos oleos, se quitó el padre la estola y la colocó sobre una estaca de madera
que estaba clavada en la pared, cerró su petaca, se despidió tiernamente del
enfermo y de su mujer y se fue a su casa.
Al día siguiente, como no encontraba la estola en su petaca, recordó que había
dejado olvidada en la casa del enfermo y preguntó al sacristán:
– Dime, żNo han traído la estola de la casa del enfermo que fui a confesar
anoche?
– No padre, no han traído nada.
Al punto mando a un monaguillo por ella y tras largo rato regreso,
comunicándole que había tocado largo rato la puerta de la casa y que nadie le
abrió; impaciente el padre mandó al sacristán, el cual tardó en volver el doble
de tiempo que el monaguillo, y cuando este regreso le comunico los mismo
que aquel, que tocó la puerta hasta con una piedra y que nadie le abrió, y que
tenía la impresión de que la casa estaba deshabitada. El padre perdió la
paciencia y fue él personalmente a la casa, con igual resultado que los dos
anteriores, pues no le abrió nadie, pero además se dio cuenta del abandono de
la casa.
Intrigado busco al dueño del edificio, quien, al escuchar el relato del padre, le
respondió:
– Padrecito, es muy raro lo que usted me dice, ¿no sería un sueño? hace más
de dos años que tengo estos cuartos desocupados y han permanecido
cerrados. ˇCréame que me da miedo padrecito! Pero pronto saldremos de
dudas, usted dice que la estola la dejó colgada en una estaca y ahora vamos a
desengañarnos.
Al meter el dueño la tosca, antigua y pesada llave de hierro en la chapa; el
padre vio que era la misma con que la mujer había abierto la puerta la noche
anterior. El pasador al girar dio un rechinido, lo cual hacía notar que hacía largo
tiempo que no se habría. Cuando la puerta se abrió, percibieron un fuerte olor
a humedad; el padre encendió un cerillo y ambos vieron enormes telarañas
colgando del techo y numerosas ratas corriendo asustadas. El piso estaba
enlosado y cubierto por una gruesa capa de polvo; sin embargo, la estola
estaba colgada en la estaca, tal como el padre había asegurado.
Este suceso causó tremenda sensación. Se dice que el padre Esqueda adquirió
un fuerte padecimiento hepático, ocasionado por un derrame de bilis, a
resultado del cual murió después de haber confesado al enfermo.
El Padre de las ostias
Se cuenta que allá por el 1900 cuando apenas se festejaban los novenarios a la
virgen de Guadalupe en la nueva capilla del santuario, los habitantes de El
Tuitan tenían el compromiso de ir por el padre para que muy temprano
oficiara la primera misa que empezaba a las 6:00 de la mañana, el padre muy
diligente desde las cuatro estaba listo para partir hacia el santuario por el
camino de la m, se llegaron las cuatro y media y las remudas ni llegaban, a las
cinco de la mañana de un frio 12 de diciembre el sacerdote emprendió la
marcha hacia la cumbre, para esto se colocó sus hábitos, y se alisto con el
copón donde llevaba las hostias sagradas que daría en comunión a los
habitantes de El Tuitan , Palmillos, Ojo de agua del Sabino etc.
A llegar al camino del santuario en donde empezaba la subida de la m. Le
dieron el primer llamado, avanzó rápidamente por el camino, aluzándose con
una lámpara, llego al tramo más largo, en donde nuevamente escucho la
segunda llamada, esto hizo que acelerada el paso, que se le dificultaba por
traer ya puesta su sotana, determino subir el último tramo por unos caminos
que la gente llama travesía, que son para ahorrarse tanta vuelta, aunque la
última travesía es la más empinada y difícil de subir, aligero el paso y con una
de esas raíces que se encuentran por el piso tropezó, soltando de sus manos el
copón con todo y hostias, estas fueron a dar al polvo del camino, asustado el
sacerdote recogió como pudo las hostias que alcanzo a ver, llego apurado casi
terminando de dar la última campanada.
Pasado el tiempo el sacerdote en mención, se cambió a otro lugar, llego a viejo
y murió, al llegar al cielo, lo esperaba san pedro, que le comento que él tenía
una deuda pendiente en la tierra, el sacerdote con toda humildad replico que
él había sido un buen sacerdote y que nunca había faltado a su juramento,
insistió san pedro y le recordó que se acordara de Jalpa. Recordando así el
sacerdote sobre su accidente rumbo al santuario, de penitencia se le dijo al
padre que fuera día con día a buscar las hostias sagradas por el camino y ya
que las encontrara entonces el cielo seria su hogar.
Desde esa vez el sacerdote anda penando, bajando y subiendo al santuario con
su linterna buscando las dichosas hostias, ya que es un sacrilegio tirar hostias
sagradas, desde ese tiempo la gente de Jalpa ve por la noche una lucecita que
sube y baja. Seguro es el sacerdote buscando las hostias sagradas. Dicen que
hay una solución para salvar el alma del sacerdote: que vayamos a eso de la 12
de la noche, a buscar las dichosas hostias y así pagara su pena. Si te decides ir
te esperamos para ir a buscarlas.
La calle de las Tres Cruces
Corría el año 1763. Don Diego de Gallinar era un hombre apegado a la
tradición. Vivía con su sobrina, Beatriz Moncada, una joven muy hermosa que
llegó en casa de su tío luego de haber perdido a sus padres. Por su belleza y
juventud, era el centro de todas las miradas en la calle de las Tres Cruces.
Pero no cualquier pretendiente era capaz de cautivarla, solo un joven indígena
llamado Gabriel, a quien había conocido en una festividad de la zona. Inspirado
por el amor más puro, Gabriel le dedicaba una serenata cada noche, mientras
Beatriz le correspondía religiosamente desde su balcón.
Don Diego, lejos de creer en cuentos románticos, le había impuesto a su
sobrina un matrimonio arreglado con su hijo, Antonio de Gallinar, quien
anhelaba el momento de consumar la alianza con la joven más deseada del
pueblo.
Hasta que una noche, cuenta la leyenda, don Diego descubre las serenatas
nocturnas de Gabriel y le impone marcharse con autoridad y agresividad. El
joven indígena responde firme que se va por compromiso y respeto, más no
por temor a la violencia de don Diego.
Él, al sentirse afligido y retado, ataca a Gabriel con su espada, cuando entre el
forcejeo termina herido de muerte con su misma arma. De repente Gabriel,
aún despistado ante la escena terrorífica, siente una puñalada por la espalda.
Fue un sirviente de don Diego que, al verlo distraído, lo asesina a sangre fría de
la manera más vil y cobarde, cobrando venganza por su jefe. Beatriz no soporta
la desgracia, cae del balcón desmayada y el impacto le quita la vida al instante,
justo encima de los otros dos cuerpos.
Así obtuvo su nombre la calle de las Tres Cruces, una parada inminente entre
los turistas.
En el Barrio de El Vergel en Zacatecas. vivía Cipriana Villarreal, muchacha la
mar de coqueta que contaba con muchos pretendientes. Un buen día decidió
casarse con Severo Sánchez, agricultor muy rico del vecino poblado de
Morelos. El día de la boda los enamorados de Cipriana le jugaron una broma al
novio y le pusieron su lujoso sombrero a un burro. Broma que no gustó nada a
Severo y le puso de mal talante.
A la boda fue especialmente invitado el último de los novios de la coquetuela,
Marcos Torres, el cual aceptó inmediatamente la invitación, para que no
creyeran que estaba ardido. El día de la boda todo era expectación en la casa
de la muchacha. Llegó el novio montado a caballo y acompañado de sus
familiares y amigos, todos vestidos con suntuosos trajes de charro.
Al poco rato salió la novia vestida con un primoroso traje rosa y una soberbia
mantilla blanca, y acompañada de sus amigas se dirigió hasta la iglesia de
Nuestro Padre Jesús. La ceremonia se efectuó. Sin embargo, la novia estaba
absolutamente arrepentida del paso tan trascendental que acabada de
realizar.Los no tan felices novios
Al terminar la ceremonia, la novia se montó en la parte trasera del caballo de
su ahora marido, y triste y nostálgicamente echó una breve mirada al famoso
Cerro de la Bufa y sus numerosas amigas y amigos montaron a caballo para
seguirla al pueblo de Morelos.
Al llegar a la Flor del Vergel, su nueva casa, había música y todos los habitantes
del pueblo estaban presenten para participar en la fiesta. La novia reía, pero
por dentro estaba muy triste. Al caer la tarde, llegó a la celebración Marcos,
acompañado de varios amigos, todos ellos mineros. A todos se les atendió lo
mejor que se pudo.
El baile se llevó a cabo en un corralón y los muchachos y muchachas se
pusieron a bailar muy contentos por la ocasión. Uno de los invitados le pidió a
la novia que cantara, pues la chica contaba con muy buena voz, pero Cipriana
no tenía ganas de cantar; sin embargo, su marido insistió en que lo hiciera y
tuvo que obedecerle a pesar de su tristeza. Marcos tomó la guitarra para
acompañarla. En ese momento se escuchó la triste voz de Cipriana, quien
cantó: Huye de mis miradas yo te lo ruego / no vuelvas nunca donde yo esté /
siento que ya vacila la fuerza mía / y así olvidarte jamás podré.
Al escuchar la copla todos enmudecieron, El marido se puso pálido y Marcos
rompió la guitarra. Los cuchillos salieron a relucir y empezó la trifulca. La pobre
Cipriana se desmayó sobre una silla. Todo fue un bochinche tremendo.
Al poco rato los policías llegaron al corralón de la fiesta y encontraron el
cuerpo de Severo sin vida y a Marcos agonizando, junto a la que fuera su novia,
la coqueta Cipriana, que por caprichosa e indecisa se quedó viuda el mismo día
de sus esponsales.
De esta tragedia el pueblo compuso un corrido que hasta la fecha se canta y
que comienza: Año de mil novecientos / sin que yo sepa contar, / en que
mataron al novio / de Cipriana Villarreal. / Cipriana era coqueta / como en el
mundo no hay dos / los hombres la enamoraban / nomás de pura tos…
Leyenda de "Una noche mexicana".
Que hermosa estaba María Belén aquella noche del 16 de septiembre, su
belleza realzaba con el típico traje de China Poblana, fue aclamada por
unanimidad La Reina de la fiesta, se sentía muy contenta de haber conquistado
al gallardo capitán Velazco, sueño de las muchachas casaderas de ese tiempo.
El opuesto oficial se sentía orgulloso de su compañera que siempre estaba con
ella; se paseaban felices provocando las envidias y odio de las muchachas.
María Belén era coqueta y casi todos ellos habían sido sus novios. Novio formal
nunca tuvo y se rumoraba que había estado comprometida con Hipólito
Resendes, bravo muchacho, hacía tres años había marchado al Norte en busca
de trabajo, nunca se supo de él,
por lo que a María Belén a los seis meses de su ausencia lo olvidó por
completo. Aquel año la Junta Patriótica organizó un certamen "La Noche
Mexicana" en la Alameda que presentaba un aspecto maravilloso con sus
árboles y puestos llenos de focos y farolitos de diferentes colores, las fuentes
adornadas de flores, era todo un gran espectáculo encantado pero el mejor
adorno eran las guapas muchachas con sus trajes regionales atendían a los
clientes, todo era alegría.
Cuando la animación era más grande, una amiga fue a dar la mala noticia a
María de que Hipólito acababa de llegar con vistoso traje de charro y parecía
que la buscaba: María Belén con un gesto despectivo le dijo que a ella no le
importaba ya que nada tenía con él. Y prendiéndose del brazo del capitán
recorrió todos los puestos con el afán de lucirse.
En la puerta de la cantina estaba Hipólito cantando acompañando con su
guitarra las muchachas lo escuchaban, al ver a la gentil pareja empezó a
cantar:
Soy misionero de Torreón a Lerdo,
y mis sufrimientos son "Por un Amor"....
María Belén recostada en el hombro del capitán le dijo dulcemente, llévame de
aquí, esto ya está aburrido, la Orquesta preludiaba el Vals Un Viejo Amor, el
oficial la sacó a bailar con ella y se fueron alejando ante los fieros ojos del
novio desdeñado. Cuando termina la pieza, una chica que vendía flores le fue a
decir a María que su mamá la buscaba, despidiéndose del capitán, se fue al
encuentro de su madre, Hipólito le cerró el paso agarrándola de la mano la
arrastró junto a él, sorprendida quiso zafarse de la mano que la torturaba,
Hipólito empezó a hablar que todas sus penurias que sufrió en el desierto
donde trabajó abriendo un túnel y fue muy bien retribuido, él con la esperanza
llevar mucho dinero y venir a casarse con ella, pero María no suizo escucharlo,
le dijo que nunca lo había querido, que había aceptado su amor porque el la
asediaba, y no iba a estar esperándolo tanto tiempo, que su historia no le
interesaba que la dejara libre para irse con su futuro esposo el Capitán Velazco.
Al oír tan duras palabras Hipólito perdió el juicio y ofuscado de tantos tragos,
sacó un puñal se lo enterró en el pecho de María Belén, MIA O DE NADIE; le
dijo al verla caer sin vida él se quitó el sarape de Saltillo y la cubrió con él. Todo
fue momentáneo nadie fue a dar auxilio de la infeliz muchacha, el asesino no
huyó estuvo frente al cadáver de su amada, la policía lo custodió porque lo
querían linchar. Entonces surgió un corrido:
"Ya Belén está en el cielo
dándole cuenta al Creador,
Hipólito en los juzgados
y dando la declaración"...
La plazuela de Zamora
Aquel día del año de 1696, Don Pedro de Quijano se daba a todos los
demonios, pues nunca hubiera creído que su única hija, la hermosa María
Leonor, se enfrentaría con él de la manera que lo hizo, al notificarle que tenía
que desposarse con el acaudalado minero Don Juan Antonio de Ponce y Ponce,
dueño de la hacienda de San José. Al saber la voluntad paterna, la bella niña
había contestado con dulce firmeza que preferiría el convento o la muerte
antes que ser esposa de ese señor, a quien respetaba, pero nunca llegaría a
querer. Ni los ruegos, ni las amenazas la hicieron cambiar de decisión.
El señor Ponce y Ponce, con sus cincuenta años, viudo y dueño de importante
caudal, llenaba las ambiciones de Don Pedro, que de la escasa herencia que
había dejado su padre, solo le restaba la vieja casona en que vivía en el callejón
que lleva su nombre y dicha casa estaba hipotecada. Por eso la negativa de su
hija daba al traste con sus proyectos y no resolvía sus apuros económicos.
La razón que tenía María Leonor para desobedecer a su padre, era que estaba
enamorada locamente y era correspondida, del joven José Manuel Zamora,
ahijado de Doña Catalina de Sandoval, señora muy rica y virtuosa, muy amiga
de la difunta madre de Ma. Leonor. Seis meses hacía que los jóvenes se
amaban, protegidos por Doña Catalina que había prometido a la madre de la
niña velar por su felicidad y confiada en la caballerosidad y buena prenda de su
ahijado, creía que era el partido que mejor le convenía ya que Ma. Leonor era
pobre y ella pensaba donar a José Manuel todos sus bienes.
Pero la ambición de Don Pedro derrumbó tan dulces ilusiones, furioso por la
negativa de su hija se pasó a investigar el motivo y mandó a una mulata que
ejercía los más bajos oficios, a que averiguara todo lo concerniente a su hija y a
sus amistades. Antes de una semana, la bruja le llevó los datos más exactos
que hubiera deseado saber, y supo que todos los días un embozado seguía a su
hija cuando ésta iba a oír misa al convento de la Merced acompañada de una
vieja sirvienta; que terminada la misa la esperaba el embozado, que ya
descubierto era un apuesto galán joven quien le ofrecía el agua bendita que
ella agradecía con la más dulce sonrisa; que la volvía a seguir hasta su casa y
que antes de entrar en ella se volvía Ma. Leonor a verlo y él se despedía con
una profunda reverencia y lo más terrible, que por las noches, después del
toque de las animas, iba el embozado a platicar por un postigo que daba al
crucero detrás de la casa.
El furor de Don Pedro no tuvo limites, pensó castigar duramente a su hija y al
galán, y una diabólica idea le ofreció dulce venganza. Corrió entonces el rumor
que se trataba de derrocar al alcalde mayor, Don Juan de León Valdez, quien
tenía un poder feudal en esta ciudad, la noticia le pareció de perlas a Don
Pedro que fue presuroso a pedir audiencia al señor alcalde mayor, para
hablarle confidencialmente de un asunto de vida o muerte. Inmediatamente
fue recibido y puso en obra su astuto plan. Dijo al señor alcalde que sabía que
un individuo rondaba su casa con el propósito de asesinarle por ser él tan
adicto al gobierno y a otras personas más, que era un espía de los
descontentos al régimen de la nueva España, que, si lograba aprenderlo, le
encontrarían documentos que probarían lo dicho por él.
El señor de León Valdez no dudó de la verdad del denunciante por tenerlo en
la más alta estima y en agradecimiento a su celo, le despidió afectuosamente
que ordenaría la aprensión del misterioso embozado cuanto antes. Don Pedro
llamo a la mulata y le entregó una carta para el joven que iba a rondar su casa,
advirtiéndole que no le dijera quien la mandaba. Aquella carta estaba escrita
en términos comprometedores.
Esa noche al llegar José Manuel al crucero de Quijano, le entregaron una carta
que guardó en su bolsillo sin abrir; acaba de abrir el postigo la blanca mano de
su amada cuando apareció un puñado de guardias y le intimó a prisión por lo
que sin despedirse de su amada siguió a los guardias. Loca de terror corrió la
niña a refugiarse en su oratorio cuando le salió al paso Don Pedro, quien sin
preguntarle de dónde venía, le dijo únicamente: “El cielo siempre castiga la
desobediencia”
Tres días después, frente a la casa de Don Pedro Quijano se alzaba un cadalso
en que iba a ser ajusticiado José Manuel Zamora, a quien las torturas no
habían restado su valentía. Pálido y demacrado, pero con porte altivo, subió las
gradas del patíbulo y dando un beso al crucifijo y una última mirada a los
balcones de su amada, entregó su cuello al verdugo.
Horas más tarde entraba al convento de la merced (Hoy ex -escuela normal)
María Leonor, donde profeso de religiosa y murió con olor a santidad. La
plazuela donde muriera angustiosamente José Manuel Zamora, llevó como
nombre su apellido.
La piedra negra en la Catedral de Zacatecas.
Cuenta la leyenda que allá por los años 80´s un par de jóvenes ambiciosos de
nombre Misael Galán y Gildardo Higinio salieron en búsqueda de riquezas y
tesoros, pues sabían que entre los montes del estado de Zacatecas había
muchas minas, y pensaban que en alguna de ellas encontrarían el oro que los
haría millonarios
Muchos fueron los días que pasaron buscando lo que los sacaría de pobres, y
fue hasta que llegaron a un monte en las limitaciones entre Vetagrande y la
capital de Zacatecas que se adentraron en una cueva en donde encontraron
una gran piedra negra brillosa la cual pensaron era muy valiosa.
Los amigos escarbaron hasta lograr sacarla de la tierra en donde se encontraba
enterrada y habían acordado llevarla con ellos para después romperla,
repartirla y venderla.
Los rumores de lo que habían encontrado se propagaron rápidamente y ya la
gente los esperaba ansiosos por saber qué era lo que habían encontrado.
Pasaron algunos días y los muchachos no llegaban, por lo que algunas personas
decidieron salir a buscarlos, pero cuál fue su sorpresa que afuera de la cueva
los encontraron muertos y con grandes heridas de riña.
Decidieron llevarlos a velar al pueblo mientras que una persona quedó al
cuidado de la piedra negra que habían encontrado. La persona asignada para el
resguardo de la piedra a los pocos días se volvió violenta, al punto de llegar a
golpear y matar a su esposa para después terminar suicidándose él.
Algunos pobladores atribuyeron la conducta de estas 3 personas a la cercanía
que habían tenido con la piedra, al grado de que ya nadie quería acercarse y
optaron por dar aviso al sacerdote del pueblo y decidieron llevarla a un lugar
secreto y alejado.
De acuerdo a algunos lugareños, la piedra negra se encuentra en la Catedral de
Zacatecas, muy cerca de la campana chica y cuenta la leyenda que si alguien
intenta acercarse, el repiqueteo de dicho objeto suena en señal de alerta.
Zacatecano elegido a ser Pontífice y no se consagró.
A inicios del siglo XIX, vivía una familia de un acaudalado minero en su hogar
reinaba una felicidad envidiable, porque don Anastasio además de ser un
hombre rico, demostraba fineza en sus comportamientos y cada año paseaba a
su familia por Europa, especialmente al Vaticano.
La hija María Magdalena, era alegre en su medio social sus padres se sentían
orgullosos al vestirla de gala y admiraban su deslumbrante belleza.
De pronto María Magdalena dejo de asistir a las acostumbradas reuniones
sociales y permanecía en la casa malhumorada, triste, sin apetito y cada día
más pálida, sus señores padres se preocuparon de esta situación.
La causa de su cambio es que estaba embarazada y no se atrevía a contárselo a
sus padres.
Pasaron los días las semanas y los meses y la bella joven no pudo esconder el
avance de su embarazo. Y llegó el momento que don Anastasio y Doña Beatriz
la descubrieron y comprendieron el motivo y la actitud de la joven.
Alarmados le preguntaban por el padre de la inocente criatura que se estaba
gestando, pero no consiguieron respuesta alguna. Tal vez arrepentida por el
qué dirán, y para no ser el hazme reír de Vetagrande, trataron de ocultar el
embarazo de su soltería y la hora de la familia.
Discretamente consultaron a un Médico con la súplica de que guardara el
secreto, puesto que la futura madre amenazaba con el suicidio y con abortar.
Bajo los cuidados y recomendaciones del Médico se evitó el suicidio y el
aborto, aunque a los padres de María Magdalena les ardía la cara de vergüenza
y aceptaron los designios de Dios
Por fin llegó el momento del alumbramiento, el Médico les anuncio que ya
eran abuelos de un sano varoncito, el niño envuelto en pañales de seda
buscaba el pecho maternal, pero la madre no quería ni verlo, a tal grado que
una sirvienta se ofreció de nodriza para alimentar al recién nacido.
Los abuelos se enorgullecieron del nieto olvidando las críticas de la población
de Vetagrande lugar dónde radicaban.
Con el correr del tiempo los abuelitos hacían grandes planes para el futuro de
su nieto de hecho pensaron en mandarlo a las mejores escuelas y de ser
posible enviarlo a Europa, en donde haría una carrera brillante.
Mientras que María Magdalena pasaba las noches enteras pensando la forma
de deshacerse de su pequeño hijo, si lo regalaba tal vez se arrepentiría,
meditaba calladamente, se estiraba los cabellos, rascaba sus ojos y arrancaba
en pedazos sus uñas definitivamente odiaba al niño resentida porque el padre
no se hizo responsable de la criatura.
Una noche cuando todos dormían salió María Magdalena del hogar
procurando no ser vista con el niño en sus brazos llegó hasta la boca de la mina
de Albarrada de San Benito y sin ninguna compasión arrojo al niño al abismo,
sólo se escuchó un ruido seco que coronó la desgracia. En seguida y sin mayor
remordimiento regreso al hogar recostándose tranquilamente y satisfecha de
su acción, como si hubiera tirado algún objeto sin valor.
Al amanecer el bebé no apareció por ningún lado, la despiadada madre
disimulaba su felonía supuestamente se mostraba preocupada, pero los únicos
verdaderamente dolidos eran los abuelitos.
Nada hay ocultó bajo el sol, pasaron tres largos meses de angustia y
desesperación unos gambusinos accidentalmente encontraron los restos del
recién nacido y los rumores del fatídico crimen del niño empezaron a recaer en
la madre, a tal grado que María Magdalena empezó a ser repudiada por todo
Vetagrande.
Desde el bochornoso rechazo de sus antiguas amistades la cruel madre vivía
aislada no quería conversar con nadie y procuraba no dejarse ver, sus facciones
reflejaban infinita tristeza, muy desaseada, parecía una piltrafa humana, la
pena laceraba su alma por el recuerdo del crimen convertido automáticamente
en pecado.
Ya bastante arrepentida consideraron sus padres llevarla hasta Guadalajara
para la confesión con el Obispo y así lograr la paz espiritual y la esperanza de
merecer el perdón. El Obispo la confesó, pero se negó a otorgarle las
indulgencias, diciéndole que únicamente podía perdonarla Su Santidad el Papa
realizando el viaje hasta el Vaticano.
Los padres de la joven costearon el largo viaje hasta Roma con el objeto de
conseguir el perdón y la paz espiritual de María Magdalena quien durante su
trayecto empezó a ver una pequeña ranita que siempre la acompaño, con su
pena nada le perturbaba ni si quiera la pequeña ranita que por lo que se cree
únicamente ella veía
Ya estando en Roma, a diario se presentaba en la Basílica de San Pedro,
esperando a que la recibiera el Sumo Pontífice, después de hacer antesala
durante un mes fue recibida.
Cuando entro al recinto y mientras el Papa se dirigía a la silla de el, la joven vio
a la ranita posada en la mencionada silla, saltó de ella y el Papa lentamente se
sentó, iniciando así la confesión, casi al final de la misma el Sumo Pontífice le
preguntó:
-Qué fue lo que viste en tu viaje a este país? cuéntamelo sin omitir detalles.
-Solamente Vi a una rana que me seguía y al entra aquí la volví a mirar. pero
ahí en la silla dónde está Usted.
El Sumo Pontífice le contesto:
La ranita que siempre has visto es una representación del hijo que arrojarse
aquella noche al Tiro de la mina, vino a sentarse en el lugar que le
correspondía, ya que tu hijo estaba destinado por el Supremo a ser el Papa de
Roma, puedes regresar a tu Patria yo tampoco te puedo ni debo concederte
indulgencias menos el Perdón.
¡¡¡¡Debe ser una situación demasiado delicada vivir con estas penalidades y no
encontrar alivio!!!!