PDF Antecedentes de La Corte Penal Internacional

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LOS ANTECEDENTES DE LA CORTE PENAL


INTERNACIONAL
1
Héctor Faúndez Ledesma  

Unadel
aplicación dederecho
las másinternacional
persistenteshumanitario
deficiencias existentes
y en endeel los
la sanción sistema de
crímenes
internacionales ha sido la ausencia de un tribunal penal internacional, con carácter
permanente, que evite la impunidad, y que haga posible la persecución y castigo
de los más graves crímenes que conciernen a la comunidad internacional en su
conjunto. El Estatuto de Roma, aprobado en esa ciudad el 17 de julio de 1998, al
establecer la Corte Penal Internacional, viene, precisamente, a llenar ese vacío.
Sin embargo, este nuevo instrumento internacional, que ha entrado en vigor el
primero de julio último, es la culminación de un largo proceso que cierra un ciclo y
abre otro. Conocer sus antecedentes nos permitirá conocer no solamente porqué y
para qué se crea este tribunal, sino también las dificultades que aún quedan por
superar.

1.-La conciencia de un límite que no se puede traspasar  


Desde hace siglos, en el derecho interno de los Estados en formación,
puede apreciarse la convicción de que hay actos que, por su gravedad, repugnan
a la conciencia de la humanidad, y que imponen un límite infranqueable entre lo
permitido y lo prohibido. En este sentido, en el Estatuto para el Gobierno del
Ejército, publicado en 1386 por el rey Ricardo II de Inglaterra, se establecían
límites para la conducción de las hostilidades y se prohibían los actos de violencia
contra las mujeres y los sacerdotes desarmados, el incendio de casas y la
profanación de iglesias; la comisión de estos actos se encontraba tipificada como
delito y se sancionaba con la pena de muerte. Disposiciones similares pueden
encontrarse en los códigos promulgados por Ferdinando de Hungría en 1526, por
el Emperador Maximiliano II en 1570, y por los Artículos de Guerra decretados por
el rey Gustavo Adolfo II de Suecia, en 1621. Sin embargo, aún debieron transcurrir
más de dos siglos antes de que se sentaran las bases para la incriminación de
individuos por crímenes de guerra, considerados como violaciones graves del
derecho aplicable en caso de conflictos armados internacionales.

En el curso de la guerra de secesión en los Estados Unidos, en abril de


1863, a partir de un texto preparado por Francis Lieber, profesor de Derecho de la
Universidad de Columbia, el Presidente Abraham Lincoln promulgó las
Instrucciones para el Mando de los Ejércitos de los Estados Unidos en el Campo
de Batalla, también conocidas como el Código Lieber, que constituyen el primer
intento de codificación de las leyes de la guerra, y que han tenido una gran
influencia en los reglamentos militares de otros ejércitos. En el artículo 44 del
1
 Abogado y Profesor de Derecho de la Universidad Central de Venezuela.

  1
 

instrumento que comentamos se estipula que serán punibles “todo acto de


violencia desaforada cometida contra las personas en el país invadido”, y “toda
destrucción de la propiedad", así como el robo, el pillaje o el saqueo, "la violación
sexual, la lesión, la mutilación, o el asesinato de sus habitantes". Asimismo, en el
artículo 47 se señala que se considerarán como si hubieran sido perpetrados en
los Estados Unidos y se castigarán severamente los "crímenes tipificados por
todos los códigos penales", como "el incendio intencional, el homicidio, la
mutilación, el asalto,
morada, el fraude, el atraco en
la falsificación y la la vía pública,
violación sexual"elcuando
robo, sean
el allanamiento de
cometidos por
un soldado estadounidense en el territorio de un Estado enemigo.

2.- La evolución de la responsabilidad penal en el Derecho


Internacional

Por otra parte, a partir del comienzo del siglo XIX, se produjeron avances
muy importantes en materia de Derecho Penal Internacional, reflejados en la
tipificación de delitos de trascendencia internacional o, más específicamente, de
delitos en contra del Derecho Internacional.

a) La esclavitud, la trata de blancas, y la rotura de cables submarinos


En 1926, con la adopción de la Convención sobre la Esclavitud, se dio inicio
a la tipificación de delitos de trascendencia internacional, tarea que posteriormente
ha sido complementada por otras convenciones relativas a la trata de personas
para la explotación de la prostitución ajena, a la rotura de tuberías y cables
submarinos, y, más recientemente, al tráfico de drogas. Mediante estos tratados
los Estados asumieron la obligación de tipificar esas conductas como delitos. Pero
la persecución y castigo de los mismos siguió estando confiada a los tribunales
nacionales.

b) Las violaciones del Derecho Internacional humanitario  

En la humanitario
Internacional Segunda mitad del siglo XIX,
y la tipificación, conimperfecta,
aunque el nacimiento del contra
de delitos Derecho
el
Derecho Internacional, se produjo un salto definitivo. En realidad, los Convenios
de La Haya de 1899 y de 1907, así como el Convenio de Ginebra de 1929, relativo
al trato debido a los prisioneros de guerra no contenían disposiciones sobre el
castigo de los individuos que violaran sus normas. Sólo el Convenio de Ginebra de
1929 para mejorar la suerte de los heridos y enfermos de las fuerzas armadas en
campaña contenía, en su artículo 30, una disposición penal propiamente tal,
aunque poco severa. Sin embargo, en el Proceso de Nuremberg se invocó estos
Convenios para destacar que, con anterioridad a la II Guerra Mundial, las
conductas allí señaladas estaban prohibidas por el Derecho Internacional.

Luego de la terrible experiencia de la II Guerra Mundial, los cuatro


Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, introdujeron cambios

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sustanciales en el sistema de protección de las víctimas de los conflictos armados.


En el artículo 1, común a esos cuatro convenios, los Estados asumieron la
obligación general de "respetar y hacer respetar" sus disposiciones en toda
circunstancia. Un capítulo completo de cada uno de los Convenios de Ginebra
versa sobre los actos cometidos contra personas protegidas, aunque los cuales se
denominan "infracciones graves", y no crímenes de guerra. Dichos actos se
definen de manera detallada en los artículos 50, 51, 130 y 147 del I, II, III y IV
Convenios,
tortura o los respectivamente,
tratos inhumanos e(incluidos
incluyen los
delitos como el homicidio
experimentos intencional,
biológicos), la
el hecho de
causar deliberadamente grandes sufrimientos o de atentar gravemente contra la
integridad física o la salud de las personas, la destrucción en gran escala o la
apropiación de bienes, el hecho de forzar a un prisionero de guerra a servir en las
fuerzas armadas de la Potencia enemiga o el hecho de privarlo deliberadamente
del derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial, la deportación ilegal, la
transferencia o confinamiento de una persona protegida, y la toma de rehenes "no
 justificadas por necesidades militares y efectuadas a gran escala ilícita y
arbitrariamente". Por lo que atañe al ámbito de aplicación ratione personae, los
Convenios establecen la responsabilidad de los autores directos de estas
infracciones graves y la de sus superiores.

En los dos Protocolos de 1977, adicionales a los Convenios de Ginebra de


1949, se agregaron reglas más precisas, diseñadas para conflictos cada vez más
complejos. En particular, el artículo 11 del Protocolo I fortalece la protección de los
individuos por lo que atañe a su salud e integridad física y mental, disponiendo
que la violación del mismo constituye una infracción grave del derecho
internacional humanitario. Además, en el artículo 85 se agrega un gran número de
violaciones a la ya existente lista de infracciones graves.

Por otra parte, es importante subrayar que, cuando se aprobó el artículo 6


del Estatuto del Tribunal de Nuremberg, en las disposiciones relativas a los
crímenes de guerra se dejaba constancia que los mismos encontraban su origen
en el Derecho Internacional general, y particularmente en el derecho
consuetudinario. Así se expresa en la sentencia del tribunal de Nuremberg, la cual
declaró que los crímenes de guerra, en cuanto violaciones del ius in bellum, ya
estaban reconocidos como crímenes de guerra en virtud del derecho internacional.
En opinión del citado tribunal, esos crímenes estaban cubiertos por los artículos
46, 50 52 y 56 del Reglamento de La Haya anexo al Convenio de La Haya de
1907 y por los artículos 2, 3, 4, 46 y 51 del Convenio de Ginebra de 1929. En
realidad, los orígenes consuetudinarios de las normas sobre crímenes de guerra
se remontan por lo menos a fines del siglo XIV.
c) La noción de crímenes internacionales 

Después del término de la II Guerra Mundial, el Proyecto de Código de


Crímenes contra la Paz y la Seguridad de la Humanidad, preparado por la
Comisión de Derecho Internacional, constituyó una gran contribución a la
evolución del concepto
1951 y 1954, el artículode responsabilidad
1 disponía que "lospenal individual.
crímenes contraYalaen losy proyectos
paz de
la seguridad

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de la humanidad son crímenes de derecho internacional, por los que deberá


castigarse al individuo responsable". En el artículo 1 del texto de 1996 se afirma
ahora que "los crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad son
crímenes de derecho internacional punibles en cuanto tales, estén o no
sancionados en el derecho nacional".

3.- Los mecanismos jurisdiccionales

Por otra parte, si bien era importante alcanzar un consenso en cuanto a qué
es lo que estaba permitido y qué es lo que estaba prohibido por el Derecho
Internacional, también era importante señalar las instancias jurisdiccionales ante
las que esos crímenes debían ser juzgados.

a) La justicia de los vencedores 

Hasta una fecha relativamente reciente, casi todos los procesos por
infracciones contra el derecho humanitario corrían a cargo no de los tribunales
ordinarios o de un tribunal penal internacional, sino de tribunales ad hoc  
constituidos por uno o más de los beligerantes, que generalmente era el vencedor.
 Al parecer,
ciudades de el primerAustria,
Alsacia, tribunalSuiza
penaly las
internacional ad hoc   fue el de jueces de
ciudades del alto Rin, que se constituyó,
en 1474, para juzgar a Peter von Hagenbach por homicidio, violación, perjurio y
otros delitos contrarios a las «leyes de Dios y de los hombres» durante la
ocupación de la ciudad de Breisach. Puede decirse que el juicio de Hagenbach fue
el primer proceso por crímenes de guerra. En ese proceso, al igual que como
ocurriría posteriormente en el juicio de Nuremberg, el debate giró esencialmente
en torno a la cuestión del acatamiento de órdenes superiores. Carlos el Temerario,
Duque de Borgoña (1433-1477), conocido por sus enemigos como Carlos el
Terrible, había colocado a Landvogt Peter Von Hagenbach al mando del gobierno
de la ciudad fortificada de Breisach, en el Alto Rin. El gobernador, siguiendo con
excesivo celo las instrucciones de su señor, instauró un régimen de arbitrariedad,
brutalidad y terror a fin de reducir la población de Breisach al sometimiento total.
Los homicidios, las violaciones, la imposición ilegal de impuestos y la confiscación
arbitraria de la propiedad privada se volvieron prácticas generalizadas. Todos
estos actos violentos se cometían también contra los habitantes de los territorios
vecinos, y afectaban igualmente a los mercaderes suizos en su camino hacia la
feria de Francfurt. Una gran coalición, conformada por Austria, Francia, Berna y
las ciudades y caballeros del Alto Rin, puso fin a las ambiciosas metas del
poderoso Duque (quien además quería ser rey e incluso ganar la corona imperial);
el sitio de Breisach y una rebelión de sus mercenarios germanos y de los
ciudadanos locales acarrearon la derrota de Hagenbach, preludio de la muerte de
Carlos en la Batalla de Nancy (1477). Ya un año antes de la muerte de Carlos, el
 Archiduque de Austria, bajo cuya autoridad se capturó a Hagenbach, había
ordenado el proceso del sanguinario gobernador. En vez de remitir el caso a un
tribunal ordinario, se instauró una corte ad hoc , conformada por 28 jueces de la
coalición aliada de Estados y ciudades. En su calidad de soberano de la ciudad de

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Breisach, el Archiduque de Austria designó al juez que presidiría el tribunal.


Habida cuenta de la situación de Europa por aquella época, en que el Sacro
Imperio Romano se había desintegrado a tal punto que las relaciones entre sus
diferentes entes habían adquirido un carácter propiamente internacional y Suiza se
había independizado, puede decirse que ese tribunal era una verdadera corte
internacional.

Sin embargo,
considerara seriamentehabrían de un
la idea de pasar casipenal
tribunal cuatro siglos hasta
internacional que alguien
permanente.

b) La jurisdicción universal  

En ausencia de un tribunal internacional, con competencia para juzgar los


más graves delitos, en numerosos tratados internacionales se ha previsto la
posibilidad de que exista una competencia concurrente de varios Estados, como
es el caso de la Convención de Genocidio, o que, a partir de una jurisdicción
universal, esos crímenes puedan ser juzgados por los tribunales de cualquier
Estado, como es el caso de la Convención contra la Tortura.

4.- Las iniciativas para crear una Corte Penal Internacional

a) La propuesta de Gustave Moynier  

La primera propuesta seria de creación de un tribunal penal internacional


fue la realizada el 3 de enero de 1872 por Gustave Moynier, uno de los
fundadores, y durante mucho tiempo, presidente del Comité Internacional de la
Cruz Roja.
En realidad, Moynier no era inicialmente partidario de la institución de un
tribunal penal internacional permanente. De hecho, aunque en su comentario de
1870 al Convenio de Ginebra de 1864 relativo al trato debido a los soldados
heridos, consideró la conveniencia de instituir un tribunal internacional que velara
por su cumplimiento, rechazó esta posibilidad en favor de la presión de la opinión
pública, que pensaba sería suficiente para lograr que el mismo fuera respetado.
En su opinión, un tratado no era «una ley impuesta a sus subordinados por una
autoridad superior», sino “”un contrato cuyos signatarios no pueden dictar penas
contra sí mismos ya que nadie podría decretarlas ni aplicarlas.” Si bien la única
garantía racional de ese tratado consistiría en la institución de un tribunal
internacional con poderes suficientes para imponer sus decisiones, puesto que el
Convenio de Ginebra adolecía, en este aspecto, de “la imperfección inherente a
todos los tratados internacionales”, creía que la crítica pública a las infracciones
contra el Convenio de Ginebra sería suficiente, «ya que esta opinión es, en última
instancia, el mejor guardián de los límites que por ella misma se imponen. El
Convenio de Ginebra, en particular, está ahí gracias a la influencia de la opinión
pública y podemos confiarle la aplicación de lo en él estipulado... La perspectiva,

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para los interesados, de verse procesados ante el tribunal de la conciencia pública


por incumplimiento de sus obligaciones y de ser proscritos de las naciones
civilizadas es un freno suficientemente poderoso para que consideramos fundado
que ningún otro lo podría igualar». Abrigaba también la esperanza de que los
Estados Partes en el Convenio de Ginebra promulgarían leyes por las que se
impusieran graves penas a los infractores. En ambos aspectos habría de verse
decepcionado.
Varios meses después de este comentario de Gustave Moynier estalló la
guerra francoprusiana. La prensa y la opinión pública de ambos bandos difundían
las atrocidades cometidas por los beligerantes, y Moynier se vio obligado a
reconocer que «una sanción puramente moral» era «insuficiente para contener las
pasiones desatadas». Además, aunque ambos bandos se acusaron mutuamente
de infringir el Convenio, no fueron capaces de castigar a los responsables o, al
menos, de promulgar la legislación necesaria. Por consiguiente, en una reunión
del Comité Internacional de la Cruz Roja celebrada el 3 de enero de 1872, Moynier
presentó una propuesta de creación, mediante tratado, de un tribunal internacional
para prevenir y sancionar las infracciones a la Convención de Ginebra.
Moynier no se desanimó por el fracaso de otras propuestas de institución
de
portribunales penales de
el cumplimiento internacionales,
un derecho porque éstas estaban
consuetudinario concebidas
mal definido, paradevelar
y no las
infracciones a las reglas de un tratado. No resulta sorprendente que el modelo
adoptado para el nuevo tribunal penal internacional fuera el tribunal arbitral que se
había establecido en Ginebra el año anterior, de conformidad con el Tratado de
Washington del 8 de mayo de 1871, para resolver las reclamaciones de Estados
Unidos contra el Reino Unido por los daños que el corsario confederado  Alabama 
le había causado a la flota estadounidense, y que dictó su laudo el 14 de
septiembre de 1872. Aunque este modelo tenía la ventaja de resultar familiar a los
Gobiernos y al público en general, como órgano ad hoc concebido para resolver
discrepancias entre Estados, no era del todo adecuado para un tribunal penal. No
obstante, sería injusto criticar a Moynier por adoptar uno de los escasos modelos
disponibles. Los redactores actuales de los estatutos para la institución de un
tribunal penal internacional permanente pueden contar con los ejemplos de cuatro
tribunales penales internacionales ad hoc , más de una docena de tribunales
internacionales de otra índole y docenas de propuestas de institución de un
tribunal penal internacional permanente a lo largo de más de un siglo, así como
con una organización internacional en la cual ubicar la nueva institución;. Por el
contrario, aparte de los tribunales arbitrales, Moynier sólo tenía unos pocos
ejemplos de instituciones judiciales o cuasi-judiciales internacionales, como los
tribunales establecidos en 1831 para proteger la libre navegación por el Rin, o de
comisiones para resolver acerca de diversas reclamaciones.
En el desarrollo de su propuesta, Moynier examinó, a su vez, los poderes
legislativos, judiciales y ejecutivos en relación con el derecho penal antes de
concluir que es necesario contar con una institución internacional para reemplazar
los tribunales nacionales. Puesto que los Estados se habían mostrado poco

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dispuestos a aprobar la legislación penal que él creía que, como signatarios del
Convenio de Ginebra, estaban moralmente obligados a promulgar para prevenir
infracciones contra el Convenio, argumentó que era necesario un derecho penal
internacional, señalando la analogía de recientes tratados para la protección de los
derechos de autor. No pensaba que fuera apropiado dejar los remedios judiciales
en manos de los contendientes porque, por muy respetados que sean los jueces,
pueden verse en cualquier momento sometidos a las presiones de la situación.
Una institución internacional integrada por jueces de países beligerantes y
neutrales, o sólo de países neutrales, ofrecería, al menos en teoría, más garantías
de imparcialidad, lo que animaría a los países beligerantes a recurrir a ella. Según
Moynier, los Gobiernos no tenían nada que temer de dicho tribunal, puesto que no
estarían directamente implicados en las infracciones contra el derecho aplicable.
Pero la función ejecutiva de hacer aplicar las sentencias se dejaría, sin embargo,
en manos de los Estados.
La propuesta constaba de diez breves artículos. El tribunal sería, en efecto,
una institución permanente, que se activaría automáticamente en caso de guerra
entre las partes (artículo 1). El presidente de la Confederación Suiza habría de
elegir por sorteo a tres juzgadores (denominados árbitros pero con funciones más
próximas a las de los jueces que a las de los árbitros) procedentes de Estados
signatarios neutrales, y los beligerantes habrían de elegir a los otros dos (artículo
2, párrafo 1). Si hubiera más de dos beligerantes, los que fuesen aliados
escogerían a un solo juzgador (artículo 2, párrafo 3). Si uno de los Estados
signatarios neutrales que hubieran designado a un juzgador se convirtiera en
beligerante durante la guerra, habría una nueva elección mediante sorteo para
sustituir a ese juez (artículo 2, párrafo 4). El tribunal no dispondría de una sede
permanente, sino que los cinco juzgadores se reunirían lo antes posible en la
localidad elegida provisionalmente por el presidente de la Confederación Suiza
(artículo 2, párrafo 2). Los jueces decidirían entre sí el lugar en el que se reunirían
(artículo 3, párrafo 1), lo que permitiría que el tribunal pudiera reunirse donde
resultara más conveniente a los acusados y a los testigos.
La propuesta dejaba a criterio discrecional de los juzgadores, cada vez que
se convocara el tribunal, la decisión con respecto a los detalles de la organización
del tribunal y del pertinente procedimiento (artículo 3, párrafo 1). Sin embargo,
ciertos aspectos del procedimiento habrían de ser invariables en todos los casos.
El tribunal celebraría una vista contradictoria (artículo 4, párrafo 3) y dictaría en
cada caso una sentencia absolutoria o condenatoria (artículo 5, párrafo 1). El
Estado demandante desempeñaría el papel de la acusación pública. Si se
determinase la culpabilidad del acusado (lo que sugería que la carga de la prueba
correspondería al demandante), el tribunal dictaría sentencia, de conformidad con
el derecho internacional, que se recogería en un nuevo tratado independiente del
Convenio de Ginebra (artículo 5, párrafo 2).
Sólo se permitiría la presentación de denuncias por «los Gobiernos
interesados» (artículo 4, párrafo 1), ya que Moynier temía que el tribunal se viera
desbordado por demandas frívolas. Si cualquier persona con un motivo de queja

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contra el enemigo tuviera derecho a dirigirse directamente al tribunal, «las


reclamaciones se multiplicarían hasta el infinito y los árbitros podrían acabar
convirtiéndose en juguetes de la ligereza o de la ignorancia de esas personas que,
no teniendo nada que perder, no dudarían en promover investigaciones»; en
consecuencia, resultaba esencial exigir que los Gobiernos sometieran las
demandas de sus ciudadanos a un examen preliminar, y someter al tribunal sólo
aquellas demandas que hubieran sido consideradas como suficientemente bien
fundamentadas. Moynier reconocía que este requisito tendría como consecuencia
que «no todas las demandas llegarían necesariamente hasta el tribunal; pero lo
más importante es que, cuando se encause a un extranjero, no se pueda ver
privado de la garantía que le brinde la jurisdicción internacional», porque los
Gobiernos estarían obligados a someter al tribunal todos los casos que afecten a
extranjeros (artículo 4, párrafo 2). De este modo, el tribunal tendría jurisdicción
exclusiva por lo que respecta a todos los casos que afectaran a algún extranjero.
Cuando el demandante, el acusado y los jueces fueran todos de la misma
nacionalidad, no habría prejuicios contra alguno de ellos que requirieran un
tratamiento internacional, «pero la comparecencia ante árbitros ha de ser
obligatoria en cualquier otra circunstancia».
Reconociendo que los términos del Convenio de Ginebra eran inadecuados
para determinar responsabilidades penales, Moynier propuso definir las
infracciones contra lo estipulado en ese convenio y los correspondientes castigos
en un instrumento separado (artículo 5, párrafo 2), pero no abordó personalmente
esta difícil tarea.
El tribunal tendría que determinar la inocencia o la culpabilidad en cada
caso particular (artículo 5, párrafo 1), rechazando así las sanciones colectivas, tras
realizar una investigación contradictoria (artículo 4, párrafo 3). Todos los Estados
signatarios, particularmente los beligerantes, estarían obligados prestar
«cooperación» al tribunal (artículo 4, párrafo 3). Los castigos, que figurarían en un
convenio específico, tendrían que determinarse «de conformidad con la ley penal
internacional» (artículo 5, párrafo 2), lo que excluiría la posibilidad de que por unos
mismos actos se pudieran dictar sentencias distintas según distintas legislaciones
nacionales, como la del lugar donde se cometieron los delitos, la del país del
acusado o la del país de la víctima. El tribunal enviaría copias de las sentencias a
los Gobiernos interesados, que estarían obligados a aplicar la sentencia dictada
(artículo 6).
 Además de imponer un castigo, el tribunal podría determinar una
indemnización a favor de las víctimas, pero sólo si el Gobierno demandante
solicitara indemnización (artículo 7, párrafo 1). El Gobierno del acusado tendría la
responsabilidad de hacer efectiva la indemnización (artículo 7, párrafo 2). Moynier
explicó que la obligación de reparar de la persona responsable de haber causado
un mal es fundamental y está prevista en los códigos de la mayor parte de los
Estados. Argumentó que, igualmente, una infracción contra el Convenio de
Ginebra podría dar lugar a una reclamación de daños y perjuicios, con intereses, y
se preguntaba si hay algo más natural que conceder al tribunal la facultad de

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pronunciarse sobre tal pretensión y fijar el importe de la indemnización. Por otra


parte, resulta apropiado que, en tal caso, el Gobierno del culpable asuma la
responsabilidad del pago de la indemnización, “ya que tan sólo un agente de la
autoridad puede violar el Convenio. Podemos decir, por lo tanto, que los
Gobiernos son los causantes de todos los males de la guerra y que han de sufrir
sus consecuencias. No sería equitativo que los individuos perjudicados fueran
víctimas de la insolvencia personal de los culpables inmediatos. Y, al fin y al cabo,
no estaría mal que los Gobiernos tuviesen un interés directo y pecuniario en que
sus nacionales aplicaran fielmente lo estipulado en el Convenio”.
Como medida disuasoria, el tribunal enviaría copias de la sentencia a todos
los Estados que hubieran firmado el Convenio de Ginebra, los cuales la
«traducirán, si es necesario, al idioma de su país y publicarán, en el más breve
plazo posible, en su órgano oficial» (artículo 8, párrafo 1). Además, el tribunal
procedería de igual modo con «aquellos avisos que, a juicio de los árbitros, hayan
de tener publicidad, en interés de sus actividades y especialmente con respecto a
la aplicación de la sanción y al pago de los daños e intereses». Moynier explicó
que deseaba «garantizar a las actividades del tribunal la más amplia publicidad»,
ya que así era como se había de «formar e ilustrar a la opinión publica que le ha
de servir de apoyo».
Los gastos del tribunal habrían de ser sufragados, cuando se produjeran,
por los beligerantes, en vez de ser sufragados por todos los Estados, lo que
resultaría más seguro a largo plazo (artículo 9, párrafo 1). La contabilidad del
tribunal sería objeto de un informe final que se publicaría de la misma forma que
las sentencias (artículo 9, párrafo 2) y los archivos del tribunal se unirían a los de
la Confederación Suiza (artículo 10).
La propuesta de Moynier dio lugar a un frenesí de cartas de varios de los
máximos expertos en derecho internacional, como Francis Lieber, Achille Morin,
de Holtzendorff, John Westlake, Antonio Balbín de Unquera, y Gregorio Robledo,
que se publicaron unos meses más tarde, con un comentario de Gustave Rolin-
Jaequemyns, en la Revue de droit international et de législation comparée.
 Aunque algunosladeaplicación
para reforzar estos expertos se congratularon
del Convenio por la iniciativa
de Ginebra, los másdedeMoynier
ellos
argumentaban que la propuesta de institución de un tribunal penal internacional no
sería tan eficaz como otros métodos, y todos se mostraban críticos con respecto a
diversos aspectos de la propuesta. Algunos de los expertos criticaron la propia
idea de un tribunal penal internacional, prefiriendo otros métodos. Lieber abogaba
por el arbitraje tradicional entre los Estados y reclamó la celebración de una gran
reunión internacional de expertos para remediar las deficiencias existentes en el
derecho internacional. De Holtzendorff y Rolin-Jaequemyns argumentaban que
debería darse prioridad a la constitución de comisiones internacionales de
encuesta y al fortalecimiento de la protección de las sociedades de ayuda
humanitaria. De Holtzendorff destacaba la importancia de dar a conocer las reglas
del Convenio de Ginebra. Lieber argumentaba que la falta de una fuerza policial
que aplicara las decisiones del tribunal resultaría funesta, y Westlake ponía en

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duda la posibilidad de obligar a los testigos militares a comparecer durante una


guerra. Morin ponía de relieve la importancia de distinguir entre infracciones
accidentales, leves, con respecto a las cuales el tribunal debería calificar los
hechos como falta civil, y las infracciones graves, criminales, que habrían de
definirse en un convenio adicional; acerca de éstas, dijo que el tribunal debería
dictar una declaración de responsabilidad penal, dejando en manos del Gobierno
de la nacionalidad del acusado la tarea de aplicar la pena de conformidad con las
especificadas en el convenio. El Comité Central de la Cruz Roja Española, por otra
parte, aprobó incondicionalmente la propuesta, con la salvedad de que señaló que
sería difícil imponer a los Gobiernos el requisito de garantizar el pago de las
indemnizaciones, que todos los juzgadores deberían ser neutrales y que el papel
de convocar al tribunal no debería dejarse en manos del presidente de la
Confederación Suiza. Además, Rolin-Jaequemyns comunicó que una de las
principales potencias europeas, después de un cuidadoso examen, estaba
dispuesta a firmar un convenio en la línea sugerida por Moynier. Sin embargo,
después de la fría acogida de los expertos jurídicos, ningún Gobierno aceptó
públicamente la propuesta.
El efecto directo de la propuesta de Moynier sobre la historia posterior es
difícil de rastrear. Un tercio de siglo después en una reunión del Instituto de
Derecho Internacional en Cambridge, el año 1895, se habló de la institución de un
tribunal que se ocupara de las infracciones contra las leyes de guerra, pero no
prosperó la propuesta. Sin embargo, aparte de esa segunda iniciativa, la
propuesta parece haber quedado en el olvido. Algunos de los principales
partidarios de un tribunal penal internacional permanente que siguieron los pasos
de Moynier y las principales historias del desarrollo de las propuestas de creación
de un tribunal penal internacional permanente ni siquiera mencionan la propuesta
de Moynier.
Después de más de un siglo de rápido desarrollo de la legislación
humanitaria y de las instituciones judiciales internacionales, es difícil hacer una
valoración de los méritos de la propuesta de Moynier a la luz de su propio tiempo.
Por otra parte, la breve propuesta contenida en diez artículos no debería juzgarse
como si fuese de un tratado cuidadosamente redactado que sale a la luz tras años
de preparación y de negociaciones en una conferencia diplomática. Moynier
explicó que se daría por satisfecho «con que esta comunicación indujera a las
personas competentes a estudiar seriamente» su propuesta.
 Actualmente, no es fácil entender hasta qué punto era u
una
na novedad radical
esta propuesta de una jurisdicción penal internacional. Aunque pueden haber sido
docenas los políticos, juristas y otros autores, como Rousseau, que mencionaron
antes de 1872 la idea de un tribunal internacional permanente para resolver los
litigios entre los Estados, generalmente sólo de pasada y a menudo para
rechazarla por inviable, parece ser que la propuesta de Moynier fue el primer
intento serio de redacción de estatutos de un tribunal penal internacional
permanente competente en materia de infracciones contra el derecho humanitario.
Por otra parte, la propuesta contenía muchas ideas progresivas, algunas de las

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cuales están aún por delante de las que sostienen muchos Gobiernos actuales,
tales como la de la jurisdicción exclusiva sobre determinados asuntos y la de
indemnizar a las víctimas.
La elección de un tribunal de arbitraje como modelo, en vez de un tribunal
convencional, aunque tiene la ventaja de resultar familiar a los Gobiernos y al
público en general, plantea problemas en relación con la estructura de la
institución, algunos
por la Comisión de de los cuales
Derecho se reflejanPor
Internacional. en el proyecto
ejemplo, el de estatutos
tribunal preparado
no habría sido
una institución con jueces, fiscal, secretario y personal permanentes. Tal vez esta
decisión reflejaba el optimismo característico de finales del siglo XIX, cuando se
pensaba que las guerras eran, en gran parte, cosa del pasado y que en el futuro
serían raras y tendrían lugar entre potencias europeas que compartían unos
valores con respecto a la preservación del sistema legal y de relaciones
internacionales vigente, con independencia de las diferencias que pudiera haber
entre ellas por lo que atañe al reparto del poder. La falta de personal permanente
para el tribunal, sin embargo, podría suponer una falta de continuidad o de
memoria institucional e importantes retrasos cada vez que se convocara el
tribunal, disminuyendo así su valor disuasorio previo al desencadenamiento de las
guerras.
Una carencia importante, que sin duda se habría remediado si la propuesta
hubiera sido considerada seriamente por los Gobiernos, era el hecho de que no
llegara acompañada de un proyecto de convenio en el que se definieran las
infracciones contra el Convenio de Ginebra como delitos criminales y se
especificaran las sanciones. Por supuesto, la tarea no habría sido fácil, ya que, a
pesar de más de un siglo de desarrollo de un amplio y casi exhaustivo corpus de
derecho humanitario, así como de legislación sobre derechos humanos, con la
prohibición de la tortura, el genocidio y los crímenes contra la humanidad, los
autores de los estatutos del tribunal penal internacional permanente todavía están
luchando con la problemática de definir las infracciones contra el derecho
humanitario, de manera que se satisfagan los principios de legalidad y de la
adecuación de las penas.
Es tal vez comprensible que esta propuesta se limitara prudentemente al
problema inmediato de determinar la responsabilidad criminal internacional por las
infracciones contra el Convenio de Ginebra en las guerras entre Estados. Los
Gobiernos de la época podrían no querer considerar la posibilidad de ampliar
mucho más la jurisdicción de ese tribunal. Sin embargo, es desalentador pensar
que el tribunal no tuviera competencia por lo que respecta las infracciones contra
el derecho consuetudinario, sea durante los conflictos armados internacionales
sea, a pesar de los horrores de la guerra civil estadounidense de unos años antes,
como se puso de manifiesto en el proceso de Andersonville, durante los conflictos
internos. De hecho, habría sido más fácil redactar una propuesta que diera al
tribunal competencias en cuanto a las infracciones contra el derecho humanitario
en los conflictos armados internos, ya que esta legislación, tal como aparece
codificada en el Código Lieber, había servido de base para perseguir delitos

  11
 

penales a nivel nacional, gozaba ya de amplia aceptación como reflejo del derecho
consuetudinario aplicable en los conflictos armados internos (tenía ya una
importante influencia sobre el desarrollo del derecho humanitario aplicable en los
conflictos armados internacionales) y podía haberse adaptado fácilmente para uso
del tribunal. Los Estados no eran entonces partidarios de determinar
responsabilidades penales internacionales por infracciones contra el derecho
humanitario en los conflictos armados internos. En realidad, hasta la institución de
los Tribunales Penales Internacionales para ex Yugoslavia y para Ruanda no se
había llegado a la aceptación general de que dichas infracciones dan lugar a una
responsabilidad penal internacional. No obstante, Moynier señaló que sería
ventajoso ampliar la jurisdicción del tribunal a otros tratados, particularmente a la
Declaración de San Petersburgo de 1856, por la que se renunciaba al empleo, en
tiempo de guerra, de proyectiles explosivos de peso inferior a 400 gramos, y que
era razonable pensar que, con el tiempo, una vez instituido un tribunal de esta
naturaleza, se le atribuyera jurisdicción con respecto a otros tratados, pero no
incluyó en su propuesta previsión alguna de modificación. El actual Comité
Preparatorio está examinando una propuesta danesa de procedimiento de revisión
para estudiar si los crímenes definidos en las legislaciones internacionales
distintos del genocidio, otros crímenes contra la humanidad y las infracciones
graves contra el derecho humanitario deberían añadirse a las competencias del
tribunal una vez que éste se constituya.
 Aunque la
l a disposición por la que se estipula que el tribunal deberá fijar sus
propias normas de procedimiento (artículo 3, párrafo 1) tenía el mérito de la
flexibilidad para responder a circunstancias variables a medida que evolucionaran
las guerras y el derecho internacional, el modelo arbitral implicaba cierta
incertidumbre con respecto a dichas normas, lo que es una grave deficiencia para
una institución judicial internacional. Sería perfectamente posible que el tribunal
tuviera una estructura casi completamente diferente y siguiera un procedimiento
distinto cada vez que se reuniera en casos de guerras sucesivas o incluso de
guerras que tuvieran lugar al mismo tiempo. En una guerra, un acusado podría
tener derecho a formular repreguntas, a ser asistido jurídicamente gratis y a que
no se acepten los testimonios por referencia y, en otra guerra, se podrían negar a
otro acusado esos mismos derechos, lo que llevaría a una sentencia absolutoria
en un caso y condenatoria en el otro, por hechos similares.
Dado que aún no había corpus legal alguno ni normas relativas al derecho
a un juicio justo que gozara de amplia aceptación, habida cuenta de que sólo
había unos pocos principios generales de derecho penal, tales como el de nemo
debet esse judex in propria causa  (nadie debe ser juez en su propia causa), no
resulta totalmente sorprendente que en la propuesta no se previeran apenas
garantías con respecto al derecho a un juicio justo, que hoy se considera que son
indispensables. No obstante, es decepcionante que Moynier no tratara de
identificar algunos de estos principios generales o de recoger determinados
aspectos de las garantías procesales de justicia en los casos penales que habrían
de suscitar grandes controversias y emociones. Tales principios estaban entonces
empezando a identificarse en las reclamaciones que, en el ejercicio de la

  12
 

protección diplomática, presentaban los Estados en nombre de sus ciudadanos a


causa de denegación de justicia por lesiones sufridas en otros países, sobre la
base de una doctrina emergente que señalaba la existencia de una norma
internacional de justicia. Por otra parte, el empleo del término «investigación»
sugiere algo más semejante al procedimiento informal ante una comisión de
investigación que a un juicio. El hecho de que no se detallen adecuadas garantías
de un juicio justo es, sin embargo, común a la mayoría de las propuestas
posteriores hasta llegar a la actual.
Desafortunadamente, Moynier limita a los Gobiernos interesados la
posibilidad de demandar (artículo 4, párrafo 1). No cabía esperar que predijera que
los Estados casi nunca harían uso de los mecanismos de demanda por los
Estados que se estipulan en los tratados sobre derechos humanos del siglo XX,
para tratar infracciones contra los derechos de las personas, ciudadanos sea del
propio país sea de otros países. Uno de los peligros de limitar la posibilidad de
demandar a los «Gobiernos interesados», presumiblemente aquellos cuyos
conciudadanos o residentes fueran las víctimas, estriba en el hecho de que, dado
que los más de dichos Gobiernos serían beligerantes, podrían verse incentivados
mutuamente a abstenerse de presentar demandas en guerras durante las cuales
ambos bandos cometieran infracciones a favor de soluciones diplomáticas a
expensas de los derechos de las víctimas. En cierta medida, este problema se
resolvía exigiendo a las partes que sometieran al tribunal todos los casos que
quisieran proseguir y todos los casos que afectaran a extranjeros (artículo 4,
párrafo 2), pero la propuesta dejaba en manos de los Estados la determinación de
si un caso quedaba bajo la jurisdicción del tribunal y si afectaba a un extranjero. La
exigencia de que todos los Estados participantes, particularmente los beligerantes,
habían de prestar «cooperación» al tribunal (artículo 4, párrafo 3), era una
disposición que prefiguraba notablemente la cooperación entre los Estados; en la
sesión del Comité Preparatorio de diciembre de 1997, un intento de insertar en el
proyecto de estatutos del tribunal penal internacional permanente una cláusula por
la que se impone a todos los Estados participantes la obligación de cooperar con
el tribunal fue una de las cuestiones más polémicas en la sesión.

Hoy día, se reconoce ampliamente que las obligaciones de la legislación


humanitaria son obligaciones erga omnes  que todos los Estados tienen el deber
de hacer respetar, aunque algunos Gobiernos representados en el Comité
Preparatorio intentan limitar el número de Estados que podrían presentar
denuncias ante el tribunal penal internacional propuesto a los «Estados
interesados», número que se reduciría al de Estados que custodien al imputado, al
Estado donde se haya cometido el delito, al Estado de nacionalidad del imputado y
el Estado de nacionalidad de la víctima. Como resultado de los problemas que
plantea la limitación de las denuncias a las presentadas por los Estados, muchos
Gobiernos, observadores independientes y organizaciones no gubernamentales
han argumentado que debería haber un fiscal independiente, como el fiscal de los
Tribunales Penales Internacionales para ex Yugoslavia y para Ruanda, con
autoridad para incoar investigaciones y procesos, teniendo en cuenta la oportuna
revisión judicial, sobre la base de los datos obtenidos de cualquier fuente.

  13
 

Un aspecto radical de la propuesta era que el tribunal tendría competencia


exclusiva sobre cualquier caso, de los comprendidos bajo la jurisdicción del
tribunal, que el Estado demandante deseara proseguir y cualquier caso que
afectara a un extranjero (artículo 4, párrafo 2), aunque el único remedio, si un
Estado no sometía el caso al tribunal, sería que otro Estado interesado lo hiciera.
En los estatutos de los Tribunales Penales Internacionales para ex Yugoslavia y
para Ruanda y el proyecto de estatutos de la Comisión de Derecho Internacional
para el tribunal penal internacional permanente se prevé la concurrencia de
 jurisdicciones, pero también se puntualiza que, en los casos en los que los
Estados no puedan o no quieran investigar y procesar a personas sospechosas de
delitos penales, los tribunales o el tribunal internacional podrían ejercitar su
 jurisdicción.
Otro aspecto significativo de la propuesta de Moynier era el hecho de que el
tribunal podía fijar indemnizaciones a favor de las víctimas, pero sólo si el Estado
demandante incluía en la demanda una reclamación de daños e intereses (artículo
7, párrafo 1). Aunque en la propuesta no indica expresamente que el tribunal
concedería las indemnizaciones directamente a la víctima o a sus herederos, está
claro que Moynier pretendía evitar que las personas perjudicadas fueran víctimas
de la insolvencia de los responsables. El proyecto de estatutos de la Comisión de
Derecho Internacional deja en manos de los tribunales nacionales la cuestión de
las reparaciones para las víctimas y sus familias, aunque se espera que el Comité
Preparatorio recomiende que el tribunal penal internacional permanente tenga
poderes para fijar tales reparaciones.
Moynier reconoció que el tribunal surtirá efectos disuasorios más eficaces si
su trabajo fuera ampliamente conocido. La exigencia de que las sentencias, los
autos y las cuentas deberían publicarse en el boletín oficial de cada Estado
participante (artículos 8 y 9, párrafo 2) era una buena manera de garantizar que
llegaran a conocimiento de los funcionarios del gobierno, los legisladores y la
prensa especializada. Aunque todas las sentencias y muchos autos de los
Tribunales Penales Internacionales para ex Yugoslavia y para Ruanda se han
publicado en Internet, estos organismos podrían considerar la posibilidad de exigir
que sus sentencias y autos se publiquen en los boletines oficiales de todos los
Estados, con lo que serían objeto de reconocimiento oficial y más accesibles al
público. El Comité Preparatorio podría proponer también que en los futuros
estatutos del tribunal penal internacional permanente se incluya una exigencia
semejante aplicable a todos los Estados participantes y se recomiende su
publicación por otros Estados.
Un serio problema de la propuesta de Moynier era el hecho de que los
gastos del tribunal habrían de ser sufragados, cuando se produjeran, por los
beligerantes, en vez de ser sufragados por todos los Estados, lo que resultaría
más seguro a largo plazo (artículo 9, párrafo 1). Dada la experiencia de los
tribunales arbitrales, donde los Estados concernidos pagaban los costes de los
árbitros y los respectivos costes por su propio interés y sin mayores dificultades,
no es descabellado que Moynier pensase que este método de financiación

  14
 

resultaría suficiente. No obstante, vista la cuestión en perspectiva, da la impresión


de que tal planteamiento podría haber dado lugar a graves problemas,
particularmente en conflictos en los que hubiera grandes cantidades de
infracciones que exigieran amplias investigaciones, ya que los juzgadores y el
personal no podrían hacer planes en relación con su empleo temporal con ninguna
certeza de ser pagadas o de que se sufragaran los necesarios gastos del tribunal
sin dilación. El Comité Preparatorio tiene aún que resolver los problemas de
financiación del futuro tribunal penal internacional permanente. Algunos Estados
argumentan que, en cierto modo, como por lo que atañe al tribunal de Moynier, los
Estados demandantes deberían financiar el tribunal. Otros argumentan que todos
los Estados participantes deberían hacerlo, mientras que otros sostienen que la
única forma de financiación segura a largo plazo para el tribunal sería su inclusión
en el presupuesto ordinario de las Naciones Unidas, como es el caso de la Corte
Internacional de Justicia, y quizá complementado por el presupuesto de
mantenimiento de la paz (cuando se trate de casos presentados por el Consejo de
Seguridad) o por asignaciones voluntarias para un fondo fiduciario.
 A pesar de las carencias de la propuesta de Moynier, de haber sido
adoptada, incluso con modificaciones, los Estados habrían aceptado, sin duda, en
las Conferencias de Paz de La Haya de 1899 y 1907, otorgarle jurisdicción sobre
las infracciones contra los Convenios de La Haya. Un paso así podría haber
surtido importantes efectos sobre las actitudes públicas, así como sobre los planes
de guerra de los jefes militares y de los líderes civiles y sobre la conducta de las
tropas durante las asoladoras guerras del siglo XX. No podemos sino especular
sobre los efectos que habría surtido un tribunal penal internacional con jurisdicción
sobre el Convenio de Ginebra de 1864 y los Convenios de La Haya, sobre la
conducta de las tropas en la guerra ruso-japonesa, las guerras balcánicas y la
Primera Guerra Mundial, así como sobre el desarrollo de la legislación humanitaria
en el ámbito de las guerras civiles y otros conflictos armados internos.
Siglo y cuarto después de la atrevida propuesta de Gustave Moynier, son
cada vez más brillantes las perspectivas de que la comunidad internacional adopte
un tratado por el que se constituya un tribunal penal internacional permanente. En
elocuente contraste con la respuesta de los principales expertos en derecho
internacional en 1872, más de 300 organizaciones no gubernamentales de todo el
mundo han unido fuerzas en una Coalición de ONG en favor de un Tribunal Penal
Internacional para movilizar la opinión pública por la pronta institución de un
tribunal eficaz. No obstante, el Comité Preparatorio está estudiando un proyecto
de estatutos que tiene aún que resolver algunos de los problemas con los que se
encaró Moynier. Corresponderá a la opinión pública cerciorarse de que los
representantes de los Gobiernos en la Conferencia Diplomática redacten unos
estatutos a la altura de la visión de Moynier.
b) El art. 227 del Pacto de Versalles y el intento de juzgar al Káiser Guillermo II

Terminada la Primera Guerra Mundial, en 1918, las potencias vencedoras


(Francia,
establecerGran Bretaña, Estados
la Responsabilidad de Unidos e Italia)
los Autores designaron
de la una Comisión
guerra, presidida para
por Robert

  15
 

Lansing, Secretario de Estado de los Estados Unidos. La Comisión concluyó que


las tropas de los estados vencidos habían empleado métodos bárbaros e
ilegítimos, en violación de las leyes y costumbres de la guerra. Estimó que tales
hechos podrían ser juzgados penalmente por los Estados en cuyo poder se
encontraran los acusados y sugirió la creación de un Tribunal Penal Internacional  
cuando se tratara de crímenes cometidos conjuntamente por personas de diversas
nacionalidades. Tal Tribunal debería aplicar “los principios del Derecho de Gentes,
como resultaren de los usos establecidos entre las naciones civilizadas, las leyes
de la humanidad y las exigencias de la conciencia pública”.
Por otra parte, el Tratado de Versalles, del 28 de junio de 1919 - en sus
artículos 228 y 229- estableció el derecho de las Potencias aliadas a enjuiciar y
castigar a los individuos responsables de "violaciones de las leyes y costumbres
de la guerra". En particular, en el artículo 228 se afirmaba que "el Gobierno
alemán reconoce el derecho de las Potencias aliadas y asociadas a someter a los
tribunales militares a las personas acusadas de haber cometido actos en violación
de las leyes y costumbres de la guerra". Por lo tanto, el Gobierno alemán tenía la
obligación de entregar a "todas las personas acusadas", a fin de que un tribunal
militar aliado pudiera juzgarlas. Se disponía que, en caso de que un individuo
fuese declarado "culpable de actos criminales contra nacionales de más de una de
las Potencias aliadas y asociadas", podía constituirse un tribunal internacional.
Por otra parte, en el artículo 227 se afirmaba que el Kaiser  Guillermo
  Guillermo II de
Hohenzollern era responsable "de un delito se suma gravedad contra la moral
internacional y la inviolabilidad de los tratados". Así pues, para juzgar al acusado
las Potencias aliadas aprobaron la conformación de un "tribunal especial"
compuesto por jueces designados por Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia,
Italia y Japón. "En su decisión, el tribunal deberá guiarse por los más altos
designios de política internacional, con miras a reivindicar las obligaciones
solemnes de los compromisos internacionales y la validez de la moral
internacional". Las Potencias acordaron someter asimismo al Gobierno de los
Países Bajos una solicitud de entrega del Emperador, iniciativa que no tuvo éxito.
Como se puede observar, las disposiciones de este artículo anticipaban la
creación
Segunda de la categoría
Guerra Mundial.de "crímenes contra la paz", que surgiría después de la
c) El Acuerdo de Londres .
No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que se inició un
movimiento al interior de la comunidad internacional, que decididamente comenzó
a crear una conciencia más nítida de la necesidad de entablar juicios por
violaciones graves a las leyes de guerra, en los que se considerara tanto la
responsabilidad tradicional de los Estados como la responsabilidad personal de los
individuos. Con el Acuerdo de Londres, suscrito el 8 de agosto de 1945, en vista
de los atroces crímenes cometidos por los nazis y por los japoneses, las potencias
aliadas concertaron rápidamente acuerdos entre sí y, posteriormente, instauraron
los Tribunales Internacionales Militares de Nuremberg y Tokio "encargados del
 juicio y castigo
geográfica de criminales
particular, de guerra por de
independientemente delitos
que carentes
dichos de una ubicación
individuos estén

  16
 

acusados de manera individual, en calidad de miembros de organizaciones o


grupos, o en ambas calidades". Estas jurisdicciones especiales tuvieron también
en cuenta las nuevas categorías de crímenes contra la humanidad y de crímenes
contra la paz.
El artículo 6 del Estatuto del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg
estableció las bases jurídicas para el enjuiciamiento de individuos acusados de los
siguientes actos:
- Crímenes  contra la paz : planear, preparar, iniciar o hacer una guerra de
agresión, o una guerra que viole tratados, acuerdos o garantías internacionales, o
participar en un plan común o conspiración para la perpetración de cualquiera de
los actos [arriba] mencionados.
- Crímenes de guerra: violaciones de las leyes y costumbres de la guerra. A
continuación se da una lista de ellos, en la que se incluyen, inter alia, el asesinato,
el maltrato o la deportación para trabajar en condiciones de esclavitud o con
cualquier otro propósito, de la población civil de territorios ocupados o que en ellos
se encuentre; el asesinato o el maltrato de prisioneros de guerra o de personas
que se hallen el mar; la ejecución de rehenes, el saqueo de la propiedad pública o

privada,
no la destrucción
justificada injustificable
por las necesidades de ciudades, villas o aldeas, o la devastación
militares.
- Crímenes contra la humanidad : el asesinato, el exterminio, la esclavización, la
deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil,
antes de la guerra o durante ella, o las persecuciones por motivos políticos,
raciales o religiosos, cuando sean cometidos al perpetrar un delito sujeto a la
 jurisdicción del Tribunal o en relación con tal delito, e independientemente ddeeq
que
ue
el acto implique o no una violación del derecho interno del país donde se haya
cometido".

5.- La labor de la ONU

Luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, el 21 de Noviembre de


1947, mediante resolución 177 (II), la Asamblea General de las Naciones Unidas
hizo un doble encargo a la Comisión de Derecho Internacional. Por un lado, la
formulación oficial de los principios de Derecho Internacional reconocidos por el
Estatuto y las sentencias del Tribunal Militar Internacional de Nüremberg, y la
preparación de un Proyecto de Código en materia de Crímenes contra la Paz y la
Seguridad de la Humanidad. Más tarde, en su resolución 260 B (III) de 09 de
Diciembre de 1948, conjuntamente con la aprobación de la Convención de
Genocidio, la Asamblea General invitó a la Comisión, como cuerpo experto
encargado de la codificación y desarrollo del Derecho Internacional, a examinar si
era conveniente y posible crear un órgano jurisdiccional encargado de juzgar a las
personas acusadas de genocidio o de otros delitos que fueren de competencia de
ese órgano en virtud de convenciones internacionales.

  17
 

Los procesos de Nuremberg (y, con un menor impacto, los procesos de


Tokio) emitieron un gran número de fallos que contribuyeron ampliamente a la
formación de la jurisprudencia con respecto a la responsabilidad penal individual a
la luz del derecho internacional. La experiencia jurisdiccional de Nuremberg y
Tokio marcó el inicio de un proceso gradual de formulación precisa y de
consolidación de principios y normas, durante el cual algunos Estados y
organizaciones internacionales (en particular, las Naciones Unidas y el Comité
Internacional de la Cruz Roja) lanzaron iniciativas para conseguir la codificación
mediante la aprobación de tratados. Ya el 11 de diciembre de 1946 la Asamblea
General de las Naciones Unidas aprobó por voto unánime la Resolución 95(I),
titulada "Confirmación de los Principios del Derecho Internacional reconocidos por
el Estatuto del Tribunal de Nuremberg". Después de haber "toma[do] nota" del
 Acuerdo ded e Londres del 8 de agosto de 1945 y del Estatuto anexo al mismo (y de
los documentos paralelos relativos al Tribunal de Tokio), la Asamblea General
tomó dos cruciales medidas. La primera tenía una importancia jurídica
considerable: la Asamblea General "confirmaba" los principios de derecho
internacional reconocidos por el Estatuto del Tribunal de Nuremberg y por las
sentencias de dicho Tribunal. Esto significaba que, en concepto de la Asamblea
General, el Tribunal había tenido en cuenta los principios vigentes de derecho
internacional que dicho tribunal simplemente debía "reconocer". La segunda era el
compromiso de codificar dichos principios, tarea encomendada a la Comisión de
Derecho Internacional (CDI), órgano auxiliar de la Asamblea General de las
Naciones Unidas. Mediante esta resolución, las Naciones Unidas confirmaban que
había una serie de principios generales pertenecientes al derecho consuetudinario
que habían "reconocido" el Estatuto del Tribunal de Nuremberg y sus sentencias,
que parecía ser importante incorporarlos a un instrumento de codificación más
amplio (bien fuera mediante una "codificación general de los delitos contra la paz y
la seguridad de la humanidad" bien, incluso, mediante un "código penal
internacional"). La resolución reconocía asimismo el carácter consuetudinario de
las disposiciones contenidas en el Acuerdo de Londres.
En 1950, la CDI aprobó un informe sobre los "Principios de Derecho
Internacional reconocidos por el Estatuto y por las sentencias del Tribunal de
Nuremberg". El informe de la CDI no discute si esos principios forman, o no, parte
del derecho positivo, o hasta qué punto lo hacen. Para la CDI, la Asamblea
General ya había "confirmado" que formaban parte del derecho internacional. Así
pues, la CDI se limitó a redactar el contenido de dichos principios.
El Principio VI codifica las tres categorías de crímenes establecidas en el
artículo 6 del Estatuto de Nuremberg. Lo que en el Acuerdo de Londres se definía
como "delitos que caen dentro de la jurisdicción del Tribunal" se formula ahora
como "delitos, en derecho internacional", usando los mismos términos del artículo
6. El Principio VI constituye la esencia de un posible código penal internacional. La
afirmación de los principios de Nuremberg mediante la resolución de la Asamblea
General de 1946 y su formulación por parte de la Comisión de Derecho
Internacional fueron pasos importantes hacia el establecimiento de un código de

  18
 

crímenes internacionales que acarrean la responsabilidad individual. Pero había


más progresos por venir . 
Ya el 9 de diciembre de 1948, en vísperas de la aprobación de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, gracias a un importante desarrollo del concepto
de crímenes de lesa humanidad se llegó a la aprobación (56 votos a favor y
ninguno en contra) de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de
Genocidio.
claramente La Convención,
el genocidio, que entró
cometido en vigordeelpaz
en tiempo 12 odedeenero de como
guerra, 1951, un
clasifica
delito
de derecho internacional. El artículo 2 define el genocidio como "actos [...]
perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso", tales como: matanza de miembros del grupo; lesión
grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en
el seno del grupo; traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo. El artículo 3
de la Convención dispone que se consideran punibles dichos actos así como los
diversos grados de participación en ellos: la asociación para cometer los actos, la
instigación directa y pública, las tentativas y la complicidad. Pero es el artículo 4 el
que establece la obligación de castigar no solamente a los "gobernantes" o a los
"funcionarios", sino también a los "particulares". El artículo 6, por su parte,
determina que tanto los tribunales nacionales como los internacionales son
competentes para enjuiciar a los infractores.
Esta importante Convención introduce un nuevo delito a la luz del derecho
internacional, directamente ligado con la categoría penal ya establecida en el
artículo 6 del Estatuto de Nuremberg, es decir, la de crímenes de lesa humanidad.
Nuevamente, el derecho internacional convencional va mucho más allá de los
límites tradicionales de la responsabilidad del Estado, poniendo de relieve que,
respecto de las obligaciones dimanadas de una rama particular del derecho
internacional, los individuos están "en la primera línea". Y manteniendo la
tendencia de los documentos anteriores, la Convención sobre el Genocidio
presenta una amplia definición del delito del genocidio y de los diferentes niveles
de participación en él (actos directos, asociación, instigación, tentativa,
complicidad). La Corte Internacional de Justicia reconoció el carácter
consuetudinario de los principios que constituyen los fundamentos de la
Convención.
a) Propuesta de Henri Donnedieu de Vabres ante la CDI

El esfuerzo actual de las Naciones Unidas para instituir un tribunal de esta


índole se inició hace medio siglo con la propuesta formulada el 13 de mayo de
1947 por Henri Donnedieu de Vabres, el juez francés del Tribunal Militar
Internacional de Nuremberg.

b) Creación del Tribunal para la antigua Yugoslavia

  19
 

El 25 de mayo de 1993, con la instauración de los Tribunales para el


enjuiciamiento de crímenes cometidos en ex Yugoslavia (TPIY) y en Ruanda
(TPIR), respectivamente, se dio un paso importante en el largo proceso para
desarrollar normas sobre la responsabilidad penal individual en virtud del derecho
internacional humanitario. Estos Tribunales representan un progreso capital hacia
la institución de una especie de jurisdicción permanente. Asimismo, con ello se
logró una mayor claridad respecto de la esencia de lo que se está transformando
en una suerte de código penal internacional, en el sentido previsto por la
 Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 95 (I).
Las diversas resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas sobre la instauración de tribunales para enjuiciar a individuos responsables
de actos cometidos en la antigua Yugoslavia y en Ruanda contienen disposiciones
relativas a los actos punibles en virtud del derecho internacional humanitario. En
particular, en los artículos 2, 3, 4 y 5 del Estatuto del Tribunal Internacional para ex
Yugoslavia se enumeran los diferentes crímenes que caen dentro de la
competencia del Tribunal. El artículo 2, sobre las infracciones graves de los
Convenios de Ginebra de 1949, otorga al Tribunal la potestad de enjuiciar a
personas que "cometan u ordenen cometer" dichas infracciones graves. El artículo
3 amplía el alcance de la competencia al cubrir las violaciones de las leyes y usos
de la guerra. El artículo 4, por su parte, reproduce los artículos 2 y 3 de la
Convención sobre el Genocidio.
El artículo 5 autoriza al Tribunal para enjuiciar a personas responsables de
crímenes cometidos contra la población civil durante un conflicto armado "interno o
internacional". Siguiendo la tradición ya codificada, el artículo 7 da un amplio
alcance a la noción de "responsabilidad penal individual", la cual se aplica a toda
persona que "haya planeado, instigado u ordenado la comisión de alguno de los
crímenes señalados en [...] el presente Estatuto, o lo haya cometido o haya
ayudado en cualquier otra forma a planearlo, prepararlo o ejecutarlo". En el
artículo 7 se tratan tanto la responsabilidad de las personas que desempeñan
cargos oficiales (Jefes de Estado o de Gobierno, funcionarios gubernamentales)
como los efectos de las órdenes de un superior, siguiendo las mismas líneas del
Estatuto de Nuremberg y del informe de la CDI de 1950 (Principios III y IV). Se
hace allí referencia a la posibilidad de atenuación "si el Tribunal Internacional
determina que así lo exige la equidad" (como en el artículo 8 del Estatuto de
Nuremberg).
c) Creación del Tribunal de Ruanda

El 8 de noviembre de 1994, con la creación del Tribunal Penal Internacional


para Crímenes en Ruanda, se dio un nuevo e importante paso adelante. En
sintonía con el afán de combatir la impunidad de los más graves crímenes de
trascendencia internacional, que un año antes había conducido a la creación del
Tribunal Internacional para Crímenes en la antigua Yugoslavia, el Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas decidió crear un nuevo tribunal ad hoc , esta vez
para conocer
durante el añode los crímenes cometidos en Ruanda y en los territorios vecinos
1994.

  20
 

 
El elemento más relevante de este tribunal es que, por primera vez, en la
tipificación de los crímenes contra la humanidad no se requiere que éstos se
cometan en conexión con un conflicto armado, internacional o interno.

d) Los casos que no han merecido la atención de la comunidad internacional: El


genocidio de Camboya

Sin duda, los casos referidos previamente han sido la excepción y no la


regla. Ellos tienen el mérito de haber sensibilizado la conciencia de la humanidad
para crear un tribunal penal internacional permanente, que ponga fin a la
impunidad de los más graves crímenes de trascendencia internacional.

En el camino, hay muchos crímenes que han quedado en la impunidad.


Baste con mencionar la guerra sucia en Argentina, o los crímenes cometidos por
la dictadura militar guatemalteca. Pero, sin duda, el más prominente es el
genocidio de Camboya, emprendido por Pol Pot. A juicio de la comunidad
internacional, ninguno de esos casos mereció la creación de un tribunal penal ad
hoc.

6.- La naturaleza interna de los conflictos contemporáneos: La


distinción crucial entre crímenes de guerra y crímenes de lesa
humanidad
En el proceso, un representante del Archiduque que actuaba como
demandante, declaró que von Hagenbach había "pisoteado las leyes de Dios y del
hombre". Más precisamente, al acusado se le formulaban cargos por homicidio,
violación, perjurio, y otros malefacta, entre los que se incluía el impartir órdenes a
sus mercenarios no germanos de matar a los hombres en las casas donde se
alojaran para que las mujeres y los niños quedaran a su merced. El argumento de
la defensa, basado esencialmente en la carta del acatamiento de órdenes
superiores, sostenía que "Sir Peter von Hagenbach no reconoce otro juez ni señor
diferente
acaso al Duque
que de Borgoña",
los soldados debencuyas órdenes
absoluta no podíaacuestionar.
obediencia "¿No se sabe
sus superiores?". Esta
consideración básica fue subrayada por el hecho de que el mismo Duque había
confirmado y ratificado, personalmente, ex post factum que "todo se había hecho
en su nombre". Von Hagenbach solicitó un aplazamiento para pedirle al Duque
que confirmara sus argumentos, pero el tribunal se negó a concedérselo por
considerar la solicitud contraria a las leyes de Dios y porque los crímenes
cometidos por el acusado ya habían quedado plenamente establecidos. Así pues,
el tribunal halló culpable al acusado y von Hagenbach, privado de su grado de
caballero y de los privilegios que éste le otorgaba (por haber cometido crímenes
que tenía la obligación de prevenir), fue ejecutado tras la orden: "Que se haga
 justicia" impartida por el alguacil.

Este caso
determinar es sumamente
que los interesante
actos en cuestión porcrímenes
eran varias razones. Si bien
de guerra, no es
pues enfácil
su

  21
 

mayoría se cometieron antes de haberse declarado oficialmente el


desencadenamiento de las hostilidades, en la época (al igual que hoy) la frontera
entre guerra y paz era difícil de distinguir y más "imprecisa" que en los siglos
posteriores. Sea como fuere, Breisach debía considerarse como un territorio
ocupado. Además, incluso si es difícil clasificar estos actos como crímenes de
guerra, pueden, no obstante, considerarse como manifestaciones tempranas de lo
que ahora se conoce como "crímenes de lesa humanidad".
La noción de crímenes de lesa humanidad parece haber sufrido el
desarrollo más notable. Según el Estatuto de Nuremberg, los crímenes contra la
humanidad estaban ligados a los crímenes de guerra (los cuales, a su vez,
estaban vinculados a los crímenes contra la paz). El punto de referencia era la
Segunda Guerra Mundial, y se consideraban únicamente los crímenes cometidos
antes de la guerra o durante ella. Pero con la Sentencia se anticipó el carácter
autónomo de dichos crímenes: Julius Streicher y Baldur von Schirach fueron
condenados únicamente por crímenes contra la humanidad. Para Streicher, esto
dio lugar a su condena a muerte. Si bien los crímenes contra la humanidad se
reconocieron de manera explícita sólo después de la Segunda Guerra Mundial, ya
se los tenía en cuenta desde mucho antes, pues se consideraba que estaban
estrechamente relacionados con el principio de humanidad, que es una piedra
angular del derecho humanitario. Von Hagenbach y otros responsables de crimina
 juris gentium, en tiempo de guerra, en tiempo de paz y en situaciones limítrofes
entre ambos, cometieron actos que, a la luz del derecho internacional, podrían
calificarse de crímenes contra la humanidad. Después de 1946, quedó claro, más
allá de cualquier duda, que esta categoría de delitos había pasado a ser parte del
derecho internacional consuetudinario. La sentencia del TPIY en el caso Tadic   lo
confirmó abiertamente. En el Estatuto de Ruanda se considera que los crímenes
de lesa humanidad constituyen una categoría autónoma. Ha desaparecido su
conexión con los crímenes de guerra: el artículo 1 de la Convención sobre la
imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad, al
referirse a los crímenes de lesa humanidad mencionados en el artículo 6 del
Estatuto de Nuremberg, complementa el enunciado añadiendo la frase: "cometidos
tanto en tiempo de guerra como en tiempo de paz".
"Crimen de lesa humanidad" significa - en una definición amplia- un acto
"cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra
cualquier población civil, y con conocimiento del ataque" (artículo 7). Se trata de
un concepto tratado por derecho internacional consuetudinario, definido en
muchos instrumentos subsiguientes al Estatuto de Nuremberg y a su artículo 6. El
Tribunal Internacional para ex Yugoslavia, en su decisión sobre el caso
Erdemovic , da una clara indicación de lo que constituye un crimen de lesa
humanidad: "Los crímenes de lesa humanidad son actos graves de violencia que
perjudican al ser humano, atacando lo que le es más esencial: su vida, su libertad,
su bienestar físico, su salud o su dignidad. Son actos inhumanos que, por su
generalización y su gravedad exceden los límites tolerables de la comunidad
internacional que debe necesariamente exigir su castigo. Pero los crímenes de
lesa humanidad trascienden igualmente al individuo pues cuando se ataca a éste,

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se ataca y se niega a la humanidad. Así pues, lo que caracteriza esencialmente a


los crímenes de lesa humanidad es el concepto de la humanidad como víctima".
Obviamente, no se hace ninguna distinción entre guerra y paz, ni entre conflictos
armados internacionales o internos. Lo que se identifica como principio esencial es
el concepto de humanidad en sí. El individuo, la víctima, pasa a ser parte de un
concepto mucho más amplio: el de humanidad. Existe aquí un vínculo estrecho
con la Cláusula de Martens, codificada en el IV Convenio de La Haya de 1907 -
que, en su preámbulo, se refiere a "los principios del derecho de gentes, tales
como resultan de los usos establecidos entre las naciones civilizadas, de las leyes
de la humanidad y de las exigencias de la conciencia pública"-, y confirmada por el
artículo 1 del Protocolo I adicional de 1977.
La estructura del artículo 7, con sus dos partes, refleja un nuevo enfoque:
en la primera parte se enumeran los actos que constituyen crímenes de lesa
humanidad y en la segunda se dan definiciones de algunos de ellos. La inclusión
del asesinato, del exterminio, de la sujeción a la esclavitud y de la deportación,
simplemente confirma el patrimonio de Nuremberg. A lo que en el Estatuto de
Nuremberg se aludía generalmente como "otros actos inhumanos cometidos
contra cualquier población civil", en el Estatuto de Roma pasa a ser una lista de
actos que tiene en cuenta las dramáticas experiencias vividas por poblaciones
durante los últimos 50 años tanto en conflictos tanto internacionales como
internos, e incluso en los denominados tiempos de paz: "encarcelación u otra
privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de
derecho internacional; tortura, violación, esclavitud sexual, prostitución forzada,
embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad
comparable; desaparición forzada de personas, el crimen de apartheid ". ". En la
segunda parte del artículo 7 se define cada uno de estos actos. Como puede
verse, un considerable número de ellos constituye delitos de naturaleza sexual.
Desde el caso de Hagenbach, la conducta de algunos hombres en conflictos y en
otras situaciones de violencia ha sobrepasado drásticamente lo que en esa época
se consideraba delito de violación: hoy, dichos delitos se han convertido en algo
"generalizado" y "sistemático". Pero la gravedad del delito ha sido siempre la
misma: "Quien fuerce a una mujer para abusar de ella, y se le pruebe el hecho,
será condenado a muerte". Por otra parte, los actos cometidos en ex Yugoslavia
dieron lugar al concepto de "depuración étnica" al que se refirió en sus
comentarios el TPIY, particularmente en su decisión sobre la Revisión de la
 Acusación contra Karadzic y Mladic . El artículo 7 concluye la lista con una
categoría amplia: "otros actos inhumanos de carácter similar que causen
intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad
física o la salud mental o física". Esta definición deja abierta la posibilidad de
incluir en el futuro otros actos, teniendo así en cuenta el hecho de que algunos
casos sometidos a la jurisdicción interna o internacional han demostrado que el
hombre es perfectamente capaz de expandir esta categoría de crímenes, que
constituye la más grave violación de la misma idea de humanidad.
En un sentido amplio, los crímenes de guerra caen dentro de la
competencia de la CPI, en particular cuando "se cometen como parte de un plan o

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política o como parte de la comisión en gran escala de tales crímenes" (artículo 8).
Esto significa que se ha atribuido a la CPI también jurisdicción sobre los actos
cometidos por individuos. Se tratan allí diferentes categorías de crímenes. La
primera corresponde a las infracciones graves establecidas en los Convenios de
Ginebra. La segunda incluye "otras violaciones graves de las leyes y usos
aplicables en los conflictos armados internacionales, dentro del marco del derecho
internacional". La lista que sigue es sumamente detallada e incluye 26 tipos de
actos o conductas. Es la lista de crímenes más larga que alguna vez se haya
incluido en un instrumento obligatorio a nivel internacional. La tercera categoría
alude a las violaciones graves del artículo 3 común a los Convenios de Ginebra,
relativo a los conflictos armados de índole no internacional y cubre los actos
cometidos contra personas que no participen directamente en las hostilidades
(actos tales como los actos de violencia contra la vida y la persona, en particular el
homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles y la tortura; los
ultrajes contra la dignidad personal, en particular los tratos humillantes y
degradantes; la toma de rehenes y la negativa a brindar garantías judiciales
"reconocidas como indispensables"). La cuarta categoría está relacionada con
"otras violaciones graves a las leyes y los usos aplicables en los conflictos
armados que no sean de índole internacional". Las dos últimas categorías están
seguidas por cláusulas que excluyen de la competencia de la CPI los actos
cometidos en situaciones de disturbios o tensiones internos, tales como motines,
actos aislados y esporádicos de violencia, "u otros actos de carácter similar". Se
reconoce explícitamente el derecho general de los Estados a mantener o
restablecer la ley y el orden o a defender su unidad e integridad territorial "por
cualquier medio legítimo". En todo caso, la cuarta categoría se aplica a las
situaciones de "conflicto armado prolongado entre las autoridades
gubernamentales y grupos armados organizados, o entre tales grupos", situación
que corresponde a la vasta mayoría de los conflictos internos contemporáneos.
 Aunque los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad
constituyen ahora dos categorías autónomas y válidas por sí mismas, no puede
negarse que a menudo están estrechamente ligadas en los conflictos modernos,
especialmente por lo que atañe a los crímenes contra la población civil. La
inclusión del asesinato, la deportación y otros actos que conforman las largas
listas de los instrumentos recientes son ejemplos claros de conexión y
superposición. La amplitud de la gama de situaciones codificadas por los cuatro
Convenios de Ginebra y el Protocolo I demuestra que las violaciones pueden
clasificarse como crímenes de guerra y como crímenes contra la humanidad.
No sólo se ha ampliado la tipología de los crímenes que implican
responsabilidad individual y se le ha brindado una descripción más clara, sino que,
además, se han establecido algunos principios generales. Cuando se estudia un
acto, se tiene en cuenta el delito de omisión. Desde la sentencia de la comisión
militar estadounidense en el caso del General Yamashita  sobre atrocidades
cometidas contra la población civil en Filipinas, se comenzó a considerar que el
hecho de no evitar que se perpetre un crimen es un acto tan grave como el crimen
mismo y merece igual castigo. "Cuando el homicidio, la violación y acciones

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vengativas depravadas son delitos generalizados y no hay ningún intento eficaz de


un jefe militar para descubrir y controlar los actos criminales, dicho jefe puede ser
considerado responsable, e incluso ser sujeto a sanción penal, por los actos
ilegales de sus tropas". Los artículos 86 y 87 del Protocolo adicional I y el Estatuto
de Roma presentan el mismo enfoque.
Lo que parece ser un elemento común es que la jurisdicción de la Corte se
extenderá
parte de un"en particular"
plan o políticacuando losparte
o como crímenes
de la de guerra asean
comisión grancometidos
escala de como
tales
crímenes. Aunque esta redacción no impone una nueva limitación a la Corte, deja
claro que el objetivo es dar prioridad a los actos más graves.

Conclusión

El Estatuto de la Corte Penal Internacional, que es consecuencia de una


larga evolución, especialmente después del término de la Segunda Guerra
Mundial, para establecer
para conocer de crímenes una internacionales,
jurisdicción penaly internacional
el Tratado deconRoma
competencia
puede
considerarse la culminación de ese proceso; su simple creación supone un
importante paso contra la impunidad de los más graves crímenes internacionales,
y puede ser un elemento de disuasión a la hora de cometerlos. Además, la
existencia de un tribunal permanente es más justa y equitativa que la creación de
tribunales ad hoc, pues el origen de éstos responde a una decisión política del
Consejo de Seguridad y, si no existe voluntad de crearlos, seguirán quedando
impunes determinados crímenes internacionales.
Esta institución, cuando sea creada, constituirá un elemento de disuasión
para la comisión de crímenes internacionales y, aunque no constituya una
panacea, contribuirá a evitar que estos crímenes queden impunes.

Este gran corpus de principios y de normas, todo este patrimonio jurídico ha


quedado ahora codificados de manera orgánica en un instrumento único, el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Los artículos 5 al 8 del Estatuto
versan sobre la definición de los crímenes que caen dentro de la competencia de
la CPI. Se trata de los "crímenes más graves" de "trascendencia para la
comunidad internacional en su conjunto" (artículo 5). Ésta es una definición amplia
que cubre, desde una perspectiva verdaderamente universal, tanto las
"infracciones graves" como las "violaciones graves" de los Convenios de Ginebra y
de las leyes y costumbres de la guerra en general. Dichos delitos contravienen las
normas jurídicas y éticas y los
lo s principios de la comunidad internacional.
El Estatuto de Roma aprobó una nueva tipología de crímenes que
comprende cuatro categorías en vez de tres: genocidio, crímenes de lesa
humanidad, crímenes de guerra y crímenes de agresión. Como se indicó antes, en
este documento no se aborda el problema de si el crimen de agresión constituye o

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no un "crimen contra la paz", según se define en el Estatuto de Nuremberg, o un


"crimen contra la paz y la seguridad de la humanidad", como se define en el
proyecto de Código preparado por la Comisión de Derecho Internacional. El
artículo 6 del Estatuto de Roma confirma, con los mismos términos, las
disposiciones de la Convención sobre Genocidio de 1948 y representa un nuevo
paso hacia la codificación de los principios y normas que parece gozar de
aceptación general. Su mayor progreso se presenta en los artículos 7 y 8 relativos
a los crímenes contra la humanidad y a los crímenes de guerra. En ellos, las
disposiciones del artículo 6 del Estatuto de Nuremberg y de sus formulaciones
sucesivas han sido remplazadas por otras muy detalladas.
Por lo que atañe a la práctica de la codificación del derecho internacional,
cabe mencionar aquí otro progreso importante: existe una creciente conexión
entre derecho humanitario y derecho de los derechos humanos. En efecto,
algunas disposiciones sobre derecho humanitario recientemente aprobadas
parecen estar claramente influenciadas por las normas y los estándares de
protección de los derechos humanos. El Estatuto de Roma hace alusión a
conceptos como "dignidad de la persona", prohibición de los "tratos humillantes y
degradantes", "garantías judiciales", prohibición de la "persecución" (entendida
como la "privación intencional y grave de derechos fundamentales en
contravención del derecho internacional en razón de la identidad del grupo o de la
colectividad), discriminación y apartheid . Todos estos conceptos han quedado
instituidos en los instrumentos más importantes aprobados por las Naciones
Unidas para la protección de los derechos del individuo.
Por último, existe una creciente influencia recíproca entre derecho
internacional convencional y derecho internacional consuetudinario. El principio de
humanidad debe considerarse como la esencia misma de todo sistema jurídico
encaminado a brindar protección contra actos criminales cometidos por individuos,
tanto en tiempo de guerra - sea ésta interna o internacional- como en tiempo de
paz. No se trata únicamente de una obligación moral, sino de una obligación
fundamental en virtud del derecho internacional consuetudinario. Las leyes de la
humanidad y los "dictados de la conciencia pública", hoy al igual que en el pasado,
exigen esfuerzos excepcionales destinados a la promoción de los principios y
normas concebidos para garantizar una protección eficaz al individuo que, cada
vez más, en una dimensión preocupante, es víctima de actos de violencia
generalizada. La "paz y la seguridad de la humanidad", junto con la protección de
los derechos humanos y las sanciones severas a las violaciones e infracciones
graves del derecho humanitario aplicable en los conflictos armados son parte de
los bienes más importantes de la comunidad internacional.

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