Agronomía T2 Grupo 02 PDF
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ASPECTOS GENERALES
1.1. TEMA.
Platón y el rescate de la racionalidad. Aristóteles y el comienzo de la metafísica.
1.2 ESTUDIANTES.
-SAAVEDRA PINCHI, Bryan Pool
II. INTRODUCCION
Es un lugar común en la historia del pensamiento ubicar el origen de la racionalidad cerca del
siglo VI a. C., en las zonas de influencia griega. Muchos trabajos ilustrados se han realizado
sobre este acontecimiento, su relación con el pensamiento mítico, la solidaridad con la
estructura institucional de la polis, sus características distintivas, etc. Por supuesto, mi
intención no es volver sobre cosas que ya han dicho otros de una manera erudita y brillante.
Sin embargo, me interesa atender a algunas aristas de dicha temática que pueden arrojar luz
sobre distintos debates y puntos de vista contemporáneos en teoría del conocimiento y
filosofía práctica (ética y política); pues todas estas disciplinas están enredadas con cierta idea
particular de racionalidad, nacida hace más de 2500 años. En este sentido, volver a La
Tradición configurada por Sócrates, Platón y Aristóteles, nos puede decir mucho acerca de
diferentes planteamientos modernos y contemporáneos; de la Ilustración a Jürgen Habermas,
de los derechos humanos a John Rawls y Ronald Dworkin, las razones e ideales de La
Tradición se vuelven a presentar, e iluminan lo que está puesto en juego.
Platón y Aristóteles son dos pensadores con una vigencia increíble. De hecho, muchos han
sostenido que todos los trabajos posteriores que tratan acerca del pensamiento racional no son
más que comentarios marginales a sus obras. ¿Por qué se arriesga una afirmación tan fuerte?
Voy a intentar desarrollar una razón que, aunque está lejos de ser la única, se relaciona de
manera fundamental con el tema del presente artículo. Platón y Aristóteles son los dos autores
fundamentales de una tradición filosófica que afirmará (y defenderá) la posibilidad de un
discurso racional, esto es, un discurso crítico y objetivo, tanto en el campo de la ciencia como
en el de la ética, frente a las distintas posiciones discursivas fundamentalistas y escépticas. En
efecto, esta postura, que ya es clásica en la historia del pensamiento occidental, se puede
definir por oposición a esas dos tesis extremas, contrarias entre sí, que, a la vez, podemos
vincular a dos estadios de la historia de la reflexión griega sobre el pensamiento y el lenguaje
que son anteriores a Platón y Aristóteles, y de la que los dos grandes creadores de la filosofía
fueron conscientes críticos.
III. AL RESCATE DE LA RACIONALIDAD
Es un lugar común en la historia del pueden arrojar luz sobre distintos debates y puntos de vista
contemporáneos en teoría del conocimiento y filosofía práctica (ética y política); pues todas
estas disciplinas están enredadas con cierta idea particular de racionalidad, nacida hace más de
2500 años. En este sentido, volver a La
Tradición configurada por Sócrates, Platón y Aristóteles, nos puede decir mucho acerca de
diferentes planteamientos modernos y contemporáneos; de la Ilustración a Jürgen Habermas,
de los derechos humanos a John Rawls y Ronald Dworkin, las razones e ideales de La
Tradición se vuelven a presentar, e iluminan lo que está puesto en juego. Platón y Aristóteles
son dos pensadores con una vigencia increíble. De hecho, muchos han sostenido que todos los
trabajos posteriores que tratan acerca del pensamiento racional no son más que comentarios
marginales a sus obras. ¿Por qué se arriesga una 2 afirmación tan fuerte? Voy a intentar
desarrollar una razón que, aunque está lejos de ser la única, se relaciona de manera
fundamental con el tema del presente artículo. Platón y Aristóteles son los dos autores
fundamentales de una tradición filosófica que afirmará (y defenderá) la posibilidad de un
discurso racional, esto es, un discurso crítico y objetivo, tanto en el campo de la ciencia como
en el de la ética, frente a las distintas posiciones discursivas fundamentalistas y escépticas. En
efecto, esta postura, que ya es clásica en la historia del pensamiento occidental, se puede
definir por oposición a esas dos tesis extremas, contrarias entre sí, que, a la vez, podemos
vincular a dos estadios de la historia de la reflexión griega sobre el pensamiento y el lenguaje
que son anteriores a Platón y Aristóteles, y de la que los dos grandes creadores de la filosofía
fueron conscientes críticos
Está protagonizado por los primeros filósofos, físicos y eleáticos, como Heráclito y
Parménides. La principal característica de este estadio es que sus protagonistas tienen una
manera de ver al discurso todavía demasiado solidaria a las concepciones míticas. Para la
mentalidad mítica, el discurso es, ante todo, un acto de participación donde fuerzas divinas
intervienen en el hombre, al que informan acerca de lo que verdaderamente es. De manera
similar a loe profetas hebreos que desde el siglo XI a.C. hasta la víspera de la era cristiana se
consideraron unos “inspirados”, “videntes” y poseídos de dios, los sacerdotes y poetas de la
Grecia arcaica se auto comprendieron como participantes de un discurso auto existente y
sobrehumano; consideraron que pronunciándolo albergaban en su propia persona el mensaje
de fuerzas superiores. Con los primeros filósofos muchas cosas cambiaron. Sin embargo, el
discurso continuó siendo concebido como el medio por el cual el sabio inspirado revelaba una
realidad divina y auto existente. En este sentido, para Heráclito, logos es algo que uno oye y
que está dotado de expresión verbal, pero que tiene una existencia independiente de quién lo
expresa o escucha; es algo que regula todos los acontecimientos, una especie de ley universal
del devenir.
En el caso de Parménides, el discurso es también un producto del encuentro con la divinidad,
quién le revela al sabio el verdadero carácter de lo que es. Más allá de estos sabios inspirados
que tienen contacto con el ser que es en sí, con la realidad divina y auto existente, el resto de
los mortales son incapaces de decir o entender nada.
Para Parménides, y es el argumento central de su poema, sólo lo que es en sí puede ser
aprehendido por lo que piensa y expresado en el lenguaje; mientras que lo que no-es no puede
ser pensado ni dicho. Nosotros admitimos sin dificultad que podemos pensar o decir cosas
que no son, que no existen. En el horizonte del pensamiento de Heráclito o Parménides esto
no es posible. El pensar y el decir son forzosamente un pensar y un decir lo que es.
Un problema que notó Platón es que a partir de esta postura es imposible concebir que las
personas pueden pensar y decir cosas diferentes. En el Sofista, Platón promoverá la
posibilidad de decir otras cosas además de lo que es, estableciendo la existencia de un noser
relativo, que se distingue del no-ser de Parménides. Al establecer este no-ser que en cierta
medida es, lo que hace Platón es darle un reconocimiento expreso al papel de la diferencia, la
alteridad, en el juego del discurso; esto es, asegura la posibilidad de concebir pensamientos y
discursos que pueden tener sentido pero, a la vez, pueden decir cosas diferentes.
3.2. Sofistas
Con los sofistas aparece un nuevo modo de entender el discurso que se opone de forma clara a
las anteriores concepciones físicas y eleáticas. Para ellos no hay una realidad autoexistente, un
ser que el pensamiento se ocupe de aprender y el lenguaje, de expresar. Para Protágoras, por
ejemplo, no existe una realidad en sí; todo ser es condicional y relativo a cada persona. Su
sentencia más famosa dice: “De todas las cosas el hombre es medida, de las que son en cuanto
son y de las que no son en cuanto no son”. La interpretación tradicional de esta frase explica
que para Protágoras el hombre sólo puede pronunciarse acerca de cómo son las cosas para
cada uno, renunciando a saber qué son las cosas en sí mismas. Así, Protágoras rechazaba
expresamente todo conocimiento sobre la cosa independientemente de su aparecer al sujeto.
Ahora bien, Platón advirtió agudamente que una consecuencia de eliminar la instancia
objetiva, independiente del sujeto, es que desaparece la posibilidad de que haya desacuerdo
sobre algo y, luego, que haya algunas opiniones que son verdaderas y otras falsas acerca de
algo. Como cada cosa es para cada quien, no existiendo nada en sí mismo, todas las opiniones
y pareceres individuales son válidos y nunca se contradicen. Además, existe el problema de
que si cualquier apreciación es relativa a quien la sostiene, si a cada paso uno tiene que
relativizar cualquier afirmación (diciendo “esto es para mi” y el otro también aclarando que lo
que dice es sólo “para él”), allí no hay diálogo posible, pues el diálogo implica que dos
interlocutores debatan, disientan o coincidan, acerca de una misma cosa. Para la postura
sofista, “ni tú ni yo podemos, comparando y discutiendo nuestras experiencias, corregirlas y
alcanzar el conocimiento de una realidad más esencial que otra, porque no existe semejante
realidad estable para ser conocida” [3]. Igualmente en moral, no es posible la apelación a
ningún bien objetivo, y la única regla posible es actuar como en cada momento le parezca más
conveniente a cada uno. En suma, la posición clásica inaugurada por las enseñanzas de
Sócrates y consolidada por las obras de Platón y luego de Aristóteles, argumentará contra i.—
que si es obligatorio pensar y decir sólo lo que es (en sí), entonces será imposible considerar
que alguien piensa o dice algo diferente. Contra ii.— argumentará que si el objeto del
discurso y del conocimiento es la verdad según nos aparece a cada uno, todas las opiniones y
pareceres 5 individuales serán igualmente válidos. En este sentido, lo que la tradición clásica
sostiene es que se debe reconocer que no todo discurso dice lo que es, que no es cierto que se
dice lo que es o no se habla, pues el discurso, además de tener sentido, puede decir cosas
diferentes; luego, es necesario también reconocer que no todo discurso es igualmente válido
sino que existen mejores y peores descripciones de la realidad y de lo que hay que hacer:
existen discursos más verdaderos o racionales que otros. Como bien señala Michel Foucault,
la filosofía clásica contiene como característica fundamental desde su origen la pretensión de
discriminar el discurso verdadero del falso. Si bien veremos que esta pretensión lleva a una
manera particular de ver al lenguaje y sus potencialidades, por ahora basta adelantar que esta
pretensión se relaciona directamente con el fin de proteger y promover la función crítica y
evaluativa del discurso que surge de la participación en cualquier diálogo pleno que busca la
mejor comprensión de cómo son las cosas.