Doctrinas Éticas

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PUCE Ambato- 2020 Mtr.

José Guerra Carrasco Para uso de maestrantes

SÍNTESIS DE DOCTRINAS ÉTICAS FUNDAMENTALES 1

Si ‘moral’ procede del vocablo latino que significa costumbre, ‘ética’ deriva


de ethos, que en griego significa carácter (es evidente la relación). Las costumbres y
hábitos determinan nuestro carácter o personalidad, y acaban por condicionar nuestras
acciones concretas.
La ética y la moral no sólo están emparentadas etimológicamente. Hoy se usan
indistintamente para decir que “Juan ha actuado de forma inmoral” o “Juan ha actuado
sin ética” … Pero, aunque en sentido laxo puedan emplearse de esa manera, en sentido
estricto tienen significados distintos. En lenguaje filosófico se distingue entre moral
(código que regulan la acción correcta) y ética (reflexión acerca de la moral). Según esta
distinción, la ética es una filosofía moral que tiene por objeto estudia un código moral
(validez, fundamentación y legitimación) y su relación con la realización humana.
La ética es una disciplina filosófica que reflexiona, analiza o estudia las normas
y valores morales, pero no por ello se cierra sólo en el ámbito académico o para
especialistas filosóficos. Ética es la reflexión crítica y seria hecha por cualquier persona
que analiza si determinada norma es válida (por ejemplo, la obligación de ser sinceros)
o si un valor (sinceridad) debe supeditarse a otro (por ejemplo, la amistad).
La ética es fundamentalmente teórica y se orienta a dotar al hombre de pautas de
comportamiento; la moral es más práctica y detalla normas fundamentadas en la
reflexión ética. “Moral es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y
algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; ética es la reflexión sobre
por qué los consideramos válidos y la comparación con otras morales diferentes”
(Fernando Savater).
Una doctrina ética surge a partir de los cambios que se dan en la vida social, que
a su vez dan origen a un nuevo parámetro moral, cargado de principios, valores o
normas. Por lo tanto, una doctrina ética es una teoría filosófica que fundamenta la
moral, es decir justificar su validez y legitimidad. Como toda moral, consiste en una
serie de normas y valores que tal doctrina intenta justificar desde determinado
fundamento ético.
Las distintas doctrinas éticas dadas a lo largo de la historia pueden dividirse en
varios tipos, no sólo por el fundamento que dan de las normas morales, sino también por
el modo particular de darlo. A continuación, ofrecemos una serie de preguntas, cuya
respuesta puede servir para clasificar la diversidad de teorías existentes.
 
PREGUNTA RESPUESTA TIPO ETICA TEORIA ETICA
¿Quién dice lo que Yo mismo Autónoma Formalismo, ética
debo hacer? discursiva
 
  La naturaleza, Dios, Heterónoma Estoicismo,
la autoridad intelectualismo

1
Síntesis tomada de “Razón práctica y dimensión ética del ser humano: Principales teorías éticas”
[http://goo.gl/yknzbT]  y “Principales teorías éticas”
[http://www.filosofia.net/materiales/sofiafilia/eec/eec_26.html].  Acceso: 11 de febrero 2020
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moral, naturalismo
ético, utilitarismo,
hedonismo
¿Qué debo hacer? Debo actuar de Formal Formalismo, ética
acuerdo con una discursiva
norma que puede  
ser ley universal
  Debo hacer esto, Material Eudemonismo,
porque es lo bueno hedonismo,
estoicismo,
utilitarismo,
naturalismo ético
 
¿Cuáles son la Las que tiene Teleológica Eudemonismo,
acción correcta? consecuencias que hedonismo,
se acercan al bien naturalismo ético,
utilitarismo
  Las que es correcta Deontológica Formalismo, ética
en sí misma, al discursiva
margen de su
consecuencia, pues
cumple con el deber
¿Puedo conocer lo Si Cognoscitiva Intelectualismo
que está bien y moral,
debo hacer? eudemonismo,
hedonismo,
Utilitarismo,
formalismo, ética
discursiva
  No No cognoscitiva Emotivismo

Intelectualismo moral. Conocer el bien es hacerlo; actúa inmoralmente el que


desconoce en qué consiste el bien. Esta teoría es doblemente cognitiva, ya que no sólo
afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que ese conocimiento
es el único requisito necesario para cumplirlo. Sócrates fue el primero en mantener
dicha postura ética, Para él, no sólo el bien es algo que tiene existencia objetiva y
validez universal, sino que además al ser humano le es posible acceder a él. Así pues,
concibe la moral como un saber. De la misma forma que quien sabe de carpintería es
carpintero y quien sabe de medicina es médico, sólo el que sabe de justicia es justo. Por
lo tanto, no hay personas malas, sino ignorantes, y no hay personas buenas, sino sabias.
Eudemonismo. Muchas veces nos preguntamos para qué sirve tal cosa. Pero, en
ocasiones, la pregunta es absurda, por ejemplo, cuando nos preguntamos para qué sirve
la felicidad. La respuesta sería ¡para nada!, pues no es algo que se busque como medio
para otra cosa, sino que basta en sí misma como fin. La ética que considera la felicidad
el máximo bien al que se puede aspirar es la eudaimonia. Ahora bien, decir que el ser
humano anhela la felicidad es como no decir nada, pues cada uno entiende la felicidad a
su modo. Aristóteles fue de los primeros filósofos en defender el eudemonismo. Pero
¿qué entendía por felicidad? Todo ser tiene por naturaleza un fin: la semilla ser un
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árbol; el huevo un pollo... No puede ser menos en el caso del hombre; si lo que lo
distingue es su capacidad racional, su fin natural es la actividad racional. Así, la máxima
felicidad humana reside en lo que le es esencial por naturaleza: la vida contemplativa -
conocer la naturaleza y a Dios- y la conducta prudente -elección del término
medio entre el exceso y el defecto-.
Hedonismo. Viene del griego hedoné, que significa placer. Es hedonista la
doctrina que identifica el placer con el bien, y concibe la felicidad en el marco de la vida
placentera. Aunque existen muchas teorías, suelen diferir entre ellas por la definición de
placer. Los cirenaicos planteaban que el fin de la vida era el placer, entendido en sentido
positivo como goce sensorial, algo sensual y corporal, y no como fruición intelectual ni
como mera ausencia de dolor. El epicureismo identifica placer con felicidad,
pero definiendo el placer como ausencia de dolor; no se trata, pues, de buscar el placer
sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar en el alma, algo que logra el sabio que se
conduce razonablemente y no que escoge placeres aparentes. “El principio y la raíz de
todo bien es el placer del vientre... No sé qué idea me forjaría acerca del bien si
suprimiese los placeres del beber y del comer, del oído, la vista y los de Venus”
(Epicúreo).
Estoicismo. En un sentido amplio, pueden considerarse estoicas las doctrinas
éticas que defiendan la indiferencia hacia el placer y el dolor externo, y la austeridad en
el propio deseo. En sentido estricto, el estoicismo es la corriente grecorromana iniciada
por Zenón que se basa en una particular concepción del mundo: éste está gobernado por
una ley universal (logos) que determina el destino de lo que en él acontece, tanto para la
naturaleza como para el ser humano. Por tanto, el ser humano está limitado por
un destino que no puede controlar y al que sólo puede resignarse. Esa es la razón de que
la conducta correcta sólo es posible en una vida tranquila, conseguida gracias a la
ecuanimidad del alma, es decir mediante la insensibilidad al placer y hacia el dolor, que
sólo será alcanzable con el conocimiento de la razón universal, o destino que rige la
naturaleza.
Naturalismo ético. Se puede calificar de naturalista toda teoría ética que
defienda la existencia de una ley moral, natural y universal, que determina lo que está
bien y lo que está mal. Esa ley natural es objetiva, pues, aunque el ser humano puede
conocerla e interiorizarla, no es creación suya, sino que la recibe de una instancia
externa. Tomás de Aquino es quien mantiene de forma más convincente el naturalismo
ético. Para él, Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza y, por ello, en su
naturaleza le es posible hallar el fundamento del comportamiento moral. Las personas
encuentran en su interior una ley natural que determina lo que está bien y lo que está
mal, gracias a que participa de la ley eterna o divina.
Espontaneísmo vitalista. Nietzsche es el principal representante de esta
corriente. Él afirmaba que la ética no depende de las reglas, sino que es “fabricada” por
el instinto de poder que tienen los hombres, con su tendencia a ejercer dominio sobre los
demás. Y como el deseo de poder es permanente, no hay límites para ese instinto. El
hombre, dice él, tiene la “obligación” de buscar la realización de esta espontaneidad
vital sin que nada ni nadie se lo impida. 
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Formalismo. Es formal el sistema que cree que la moral no debe dar normas de
conducta, sino limitarse a establecer cuál la característica de toda norma moral. Según
Kant, sólo una ética así es universal y garantiza la autonomía moral del ser humano,
libre y racional. La ley moral no puede ser impuesta desde fuera (ni por la naturaleza ni
por la autoridad), sino que debe ser la razón la que se da a sí misma la ley. Si la razón
legisla sobre sí misma, la ley será universal, es decir válida para todo hombre y podrá
establecer la forma correcta de actuar, mediante imperativos categóricos
incondicionados, que se diferencian de los imperativos hipotéticos, propios de la ética
material, que expresan una norma que sólo tiene validez como medio para alcanzar un
fin. “El imperativo categórico kantiano obra de tal modo que la acción pueda
convertirse en ley universal”, por lo tanto, no depende de ningún fin y no dice qué
tenemos que hacer, sino que es un criterio para saber qué norma es moral y cual no.
Sólo es moral la norma que es universalizable.
Emotivismo. Por emotivismo se entiende la teoría que considera que el juicio
moral surge de emociones. Según esta corriente, la moral no pertenece al ámbito
racional, ni puede ser objeto de discusión o argumentación. Por lo tanto, no existe lo que
se ha llamado ‘conocimiento ético’. David Hume, uno de sus representantes, afirma que
las normas y juicios morales surgen del sentimiento de aprobación o rechazo que
suscitan en nosotros ciertas acciones. Así, una norma como “debes ser sincero” o un
juicio moral como “decir la verdad es lo correcto”, se basan en el sentimiento de
aprobación que provoca la acción sincera y en el sentimiento de rechazo que genera la
acción engañosa. Para los emotivistas, el juicio moral tiene la función de suscitar esos
sentimientos no sólo en uno, sino en el interlocutor quien también es influenciado en sus
sentimientos por ese juicio y esa norma moral. “Observa qué consecuencia provocas y
sabrás la que es buena”, es la frase que resume la idea general del emotivismo. 
Utilitarismo. Es una teoría ética cercana al eudemonismo y al hedonismo, pues
defiende que el fin humano es la felicidad o el placer. Por ello, las acciones y normas
deben ser juzgadas de acuerdo con el principio de utilidad o de máxima felicidad. Al
igual que las anteriores, es una ética teleológica, pues valora las acciones como medios
para alcanzar un fin. La acción es buena cuando su consecuencia es útil (acercan a la
felicidad) y es mala cuando su consecuencia no lo es (alejan de ella). Según John Stuart
Mill, la principal diferencia con el hedonismo es que el utilitarismo trasciende el ámbito
personal: no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el máximo
provecho para el mayor número de personas. El placer es un bien común. Mill distingue
entre placeres inferiores y superiores; el placer es más estimable si promueve el
desarrollo moral.
Al utilitarismo se le objeta que el principio de utilidad justifica la imposición de
un sufrimiento a la minoría, lo que irían en contra del principio de justicia. ¡No es
legítimo que la felicidad de muchos sea a costa del sufrimiento de pocos! En ese
sentido, afecta la eticidad de las acciones humanas. Por ejemplo, es universalmente
aceptado que matar a un indefenso es reprobable. Pero, si la sociedad ve necesario matar
a una persona de la que ya no espera nada, el utilitarismo no lo vería ilícito ya que no
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perjudicaría a nadie. La “utilidad para la mayoría” es arbitrario y ambiguo. ¿Cuándo es


“mayoría”… El 80%, la mitad más 1? 
Ética discursiva. Continuadora de la ética kantiana, la ética del discurso o ética
dialógica es formal y procedimental, pues no establece normas concretas de acción, sino
el procedimiento para determinar qué normas tienen valor ético. El criterio es similar al
kantiano, pero formulado de modo distinto. Si en Kant tenía validez la norma que podía
convertirse en ley universal, para la ética discursiva la norma moral es aceptable si crea
una comunidad de diálogo, cuyos participantes tienen los mismos derechos de libertad e
igualdad. Para Jürgen Habermas, sólo tienen validez la norma aceptada por consenso en
una situación de diálogo que cumple con una serie de requisitos: todos los afectados por
la norma participan en la discusión; todos tienen los mismos derechos y oportunidades
de argumentar sus posturas; no existe coacción de ningún tipo.
Para Adela Cortina, es “bueno” lo que la comunidad encuentra como tal por
medio del diálogo igualitario. Por eso, la ética debe tener como criterio la universalidad
y, al mismo tiempo, debe permitir encontrar contenidos aplicables a la interacción
humana. Es en la interacción entre personas que argumentan, dialogan, discuten, de
donde se extraen los valores éticos universalmente válidos; es decir, la práctica
comunicacional es el “factum” apropiado para fundamentar los cimientos de la moral.
Entendiéndolo así, la comunicación es el punto de partida para fundamentar una ética
formal (universalmente aceptada) y material (que permite solucionar problemas
prácticos. 
Decisionismo. Hare, principal representante de esta doctrina considera que todo
juicio de valor exige premisas de valor, es decir que un principio moral no se adquiere
por medio cognitivo ni es autoevidente. Son las decisiones libres las que hacen que uno
valore una cosa y no otra. Hare acepta que la preferencia no es totalmente irracional, ya
que elegimos cierto principio y lo proponemos a los demás porque estamos convencidos
que ello nos lleva a una vida acorde a nuestros deseos. Hare propugna que se trata de
elegir principios que satisfagan el deseo de todos; por eso hay que aprovechar los
principios morales pasados porque son experiencia acumulada, pero hay que dejarlos si
se ve que ya no satisfacen los deseos actuales. Por eso, no hay principios universales.  
Pragmatismo y sociologismo: El primero representado por James y Dewey, y el
segundo por Durkheim. El pragmático asume una concepción racional de la verdad que
en términos sociológicos se traduce en mayor sensibilidad para escuchar el punto de
vista de otros actores sociales. El sociologista afirma que la ciencia es producto de la
sociedad; los científicos crean los hechos, ignorando la existencia de la realidad, y la
sociedad influye en la ciencia, ya que ésta dicta lo que hay que investigar.
Marxismo. Marx y Engels postulan que “bueno” es aquello que permite
construir la sociedad sin clases. Marx critica el idealismo y el materialismo a partir de
su idea de “hombre”: no existe esencia, el hombre se hace a través de la historia social y
cambiando la naturaleza. En ese sentido, la ética es una ideología que busca legitimar lo
que hay. Según Marx, el ser humano no necesita una moral para transformar su mundo,
sino que necesita que se cambien las condiciones en las que viven las víctimas de la
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desigualdad e injusticia. Por lo tanto, las ideas morales o filosóficas no contribuyen a


transformar el mundo, más bien lo justifican.
La ley y la moral son prejuicios burgueses derivados de intereses direccionados
a perpetuar la riqueza en quien la posee. Los valores morales son portavoces de
intereses de la clase dominante. Es necesario transformar las estructuras materiales que
son las culpables de la enajenación humana.
Engels afirma que “una moral verdaderamente humana, que esté por encima de
las contraposiciones de clase, y por encima del recuerdo de ellas, no será posible en un
estadio social que no sólo haya superado la contraposición de clases, sino que la haya
además olvidado para la práctica de la vida”.
Así, pues, la ética marxista busca la realización de “la vida buena” no del
hombre genérico, sino del hombre concreto, en una situación histórica y social
concretas, donde el hombre se genera y regenera permanentemente.
Altruismo. Para Adam Smith, el valor y contenido de la conciencia moral se
derivan de la simpatía; este es el sentimiento moral básico que hace que aprobemos unas
acciones y rechacemos otras. La regla moral es, pues, la generalización de la simpatía
por ciertas acciones que se encuentran en la interacción social hasta llegar al consenso.
Se daría un proceso así: 1. Hago un acto, el otro lo aprueba (simpatía); acepto su
aprobación (simpatizo con su simpatía) y ese es el juicio moral de aprobación referente
a mi acto; o 2. El otro desaprueba mi acto (antipatía), apruebo su desaprobación
(simpatizo con su antipatía) y es el juicio moral de desaprobación de mi acto. El juicio
moral que concierne a mi acción es una simpatía que pasa por la simpatía del otro, es
decir, es altruista.
Legalismo. Su lema es que “bueno” es lo que está mandado por la ley. Si existe
una ley legítimamente establecida por representantes democráticamente elegidos hay
que cumplirla para convivir socialmente. Más allá que la “verdad” encontrada y
propuesta por los representantes elegidos, no es posible acceder a otra actitud moral. 
Ética intuicionista. Moore admite hechos éticos definitivos. Por ejemplo, decir
que mentir es bueno, puede representar un hecho directamente observable como que el
cielo es azul. Eso lo capta el ser humano simplemente por intuición. “Si me preguntan
qué es bueno, mi respuesta es que lo bueno es bueno, y con ello se termina la cuestión.
O si se me pregunta cómo definir el bien, mi respuesta es que no se puede definir, sin
que se pueda decir más al respecto”.
Ética valorativa. Max Scheler postula que todo deber encuentra su fundamento
en el valor. Para él, el valor no se funda en el imperativo categórico universal (deber),
como lo plantea Kant, sino a la inversa: la norma tiene su fundamento en unos valores
objetivos, es decir independientes de la conciencia, que pueden ser conocidos porque
existe en el hombre una “capacidad intuitiva” que le permite captarlos y así discriminar
la acción buena de la mala en la práctica ética. Para Scheler, el valor por excelencia es
la persona humana. 

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