El Cómic Cubano A Lo Largo de La Historia Su Papel en La Consolidación Del Poder Politicoy

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ARTÍCULOS

Historia y comunicación social


ISSN: 1137-0734

http://dx.doi.org/10.5209/hics.69222

El cómic cubano a lo largo de la historia: su papel en la consolidación del poder político y


como instrumento de subversión1.
Delia Contreras2

Recibido el: 3 de octubre de 2017. Aceptado: 30 de septiembre 2018.

Resumen. La historieta cubana emergió en el siglo XIX durante los años del dominio español. Desde entonces, este medio de expresión
ha sido utilizado en los distintos períodos de la historia de Cuba, como un instrumento para la consolidación del poder político y
como vehículo de subversión. En este contexto se realiza un breve recorrido por la historia del cómic o historieta cubana, durante el
período colonial, neocolonial y revolucionario, con dos objetivos fundamentales: analizar la contribución de estas publicaciones a la
permanencia del régimen político vigente, en el momento en que veían la luz e identificar aquellas historietas que se editaron de forma
clandestina, con el propósito de erosionar las estructuras del orden establecido.
Palabras clave: Cómic político; historieta revolucionaria; propaganda; subversión.

[en] The cuban comic strip throughout history: its role in the consolidation of political power and as
an instrument of subversion
Abstract. The Cuban cartoon strip was born in the 19th century, during the years of Spanish domination. Since then, this means of
expression has been used in different periods of the history of Cuba, as an instrument for the consolidation of political power and as a
vehicle of subversion. In this study, we undertake a short review of the history of the Cuban cartoon or comic strip during the colonial,
neo-colonial and revolutionary periods with two basic aims: to analyze the contribution these publications made to the permanence of
prevailing regimes and to identify those cartoons that were edited clandestinely, with the aim of eroding the structures of established
order.
Keywords: Cuban comic; revolutionary cartoon; propaganda; subversion.

Sumario: 1. Introducción. 2. Estado de la cuestión. 3. La emergencia de la historieta durante los años del dominio español. 4. Los
cómics estadounidenses en la etapa neocolonial. 5. La historieta cubana en los albores de la revolución. 6. Conclusiones. 7. Bibliografía.

Cómo citar: Contreras, D. (2020) El cómic cubano a lo largo de la historia: su papel en la consolidación del poder político y como
instrumento de subversión, Historia y comunicación social 25(1), 15-26.

1. Introducción

La historieta cubana constituye un tema de gran interés para los investigadores del género, porque en Cuba este
medio icónico escrito se ha visto condicionado con frecuencia, por el contexto histórico y político del momento
en que se publicaba. Por otra parte, en los diferentes períodos de la historia de Cuba, el cómic ha sido utilizado,
en mayor o menor medida, como un instrumento de penetración ideológica en la población autóctona del país,
con el fin de mantener las estructuras de poder existentes (Fernández, 2008) (Merino, 2011) (Catalá, 2011).
En este sentido, la historieta cubana podría responder a la tesis defendida por autores como Macallister,
Gordon y Sewell según la cual el cómic, ya sea de forma directa o latente, posee siempre un componente

1
Artículo escrito en el marco de los trabajos realizados en el Grupo de Investigación “Sociedades maleables: la influencia de las narrativas audiovisual
y gráfica en el individuo” de la Universidad CEU San Pablo. Mi agradecimiento al escritor cubano Roberto Bonachea Entrialgo por su búsqueda
desinteresada de material para este artículo en las principales instituciones culturales de La Habana; al coleccionista cubano Roberto Hernández por
facilitarme el acceso a todos los números de la revista MI Barrio, editada durante el período especial por los Comités de Defensa de la Revolución,
que será objeto de una investigación ulterior y a Ángel Velasco, de la revista Zunzún, por su disponibilidad.
2
Universidad CEU San Pablo de Madrid.
[email protected]
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ideológico (2014). Argumento coincidente con la opinión del escritor británico de historietas Allan Moore,
quien considera que “todos los cómics tienen en realidad un contenido político” (Sabin, 1993: 89).
Sorprende por todo ello que a pesar del indudable interés histórico, político, cultural e, incluso, sociológico
de este tipo de publicaciones, exista tan poca información sobre la producción de historietas cubanas. En
el coloquio sobre cómics celebrado en La Habana en 2016 bajo el título “Contar con arte”, ya se puso de
manifiesto la escasa atención prestada a la conservación y catalogación de historietas y se enfatizó en que son
muy pocos los cómics recopilados y clasificados en la actualidad (Unión de Periodistas de Cuba, 2016).
Para paliar esta deficiencia se realizó un llamamiento a todas las instituciones culturales del Estado, para que
otorguen al “noveno arte” o “arte secuencial”, como prefiere denominarlo William Eisner, el reconocimiento
que merece.
La escasa información existente sobre la historieta cubana y el nulo interés por su conservación no responden,
sin embargo, a la larga tradición existente en Cuba sobre la producción y lectura de cómics. Ya en el siglo XIX,
durante el régimen colonial español, aparecieron las primeras tiras de historietas de la mano del bilbaíno Víctor
Patricio de Landaluce (Barrero, 2000; Mazorra, 2015). Posteriormente, durante el período republicano, los
cómics estadounidenses invadieron la Isla como una de las muestras más visibles del colonialismo cultural
ejercido por los Estados Unidos en Cuba, como en otros lugares del mundo (Rojas, 1997) (Catalá, 2011)
(Rodríguez, 2015). En este contexto, a partir de la década de los 50 del siglo XX, comenzaron a editarse
clandestinamente los primeros cómics revolucionario (Medina, 1981; Bunck, 1994; Witeck, 1999).
Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, el objetivo de esta investigación es analizar los intentos de
creación de una cultura autóctona del cómic cubano, para romper el monopolio ejercido por España y por los
Estados Unido, pero con un fin similar: utilizar la historieta como un instrumento de propaganda a favor de la
revolución.
Para ello se realiza un breve recorrido por la historia del cómic o historieta cubana durante el período
colonial, el neocolonial y el revolucionario, desde una doble vertiente analítica: por una parte, mediante el
estudio de la contribución de estas publicaciones a la consolidación o permanencia del régimen político vigente,
en el momento en que veían la luz y, por otra, a través de la identificación de las historietas que se publicaron en
el mismo período de forma clandestina, con otra finalidad: la de erosionar las estructuras del poder establecido.

2. Estado de la cuestión

La literatura existente sobre el contenido ideológico del cómic y su papel político no es muy abundante, ya que
este medio de expresión ha sido analizado fundamentalmente desde el punto de vista comunicativo (McCloud,
1993; Carrier, 2000), educacional (Segovia, 2012; Wright, 2001) y como fuente para el análisis histórico
(Baker, 1984; Witeck, 1989).
También se han realizado investigaciones basadas en criterios artísticos (Coma, 1977; Carlin 2006),
sociológicos y antropológicos (Adams, 1983).
La mayor parte de los autores que han focalizado sus estudios en la función del cómic desde una perspectiva
ideológica coinciden en señalar que desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, en los Estados
Unidos empezó a utilizarse este medio de expresión para manifestar la repulsa a los ideales del marxismo
leninismo, sentimiento que se agudizó durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial y de forma
muy especial tras el inicio de la Guerra Fría en 1947. Otros, como Wright, destacan la contribución de estas
publicaciones a la propaganda antinazi durante el conflicto bélico (2003: 30-33).
Son numerosos los investigadores del género que han vinculado su utilización con fines ideológicos y
propagandísticos a los intereses norteamericanos. Para Fernández (2008) la repulsa al comunismo durante
los años de la Guerra Fría se puso de manifiesto en los cómics estadounidenses de temáticas diversas: en
los bélicos y de espionaje, en los de ciencia ficción y superhéroes, en los infantiles y educativos. Desde su
óptica, aunque en numerosas ocasiones las críticas se llevaron a cabo mediante mensajes subliminales, el
denominador común era presentar a los estadounidenses como salvadores del mundo, frente a la opresión y el
totalitarismo del comunismo soviético.
El escritor chileno Ludovico Silva en Teoría y Práctica de la Ideología define los cómics estadounidenses
como medios de comunicación ideológica que penetraron con tal intensidad en los espacios culturales de
América Latina, que en estos países no fue posible configurar una industria autóctona sólida, a excepción de
personajes como Mafalda en Argentina y Los Supermachos en Méjico (1977: 3).
Dorfman y Mattelard en su famosa obra How to read Donald Dusk: imperialist ideology in the Disney
Comic manifiestan que existe un intento de penetración ideológica encubierta en los personajes de Disney,
con el fin de exportar no sólo los valores sociales y culturales de los Estados Unidos, sino también su modelo
económico y político (1973: 47).
Otros autores al estudiar las implicaciones ideológicas del cómic han centrado sus análisis en la figura de
los superhéroes. Así, por ejemplo, Umberto Eco en su artículo sobre Superman (1976) sostiene que la moral de
los superhéroes estaba supeditada a los valores de la sociedad estadounidense y que, por lo tanto, su defensa

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de la justicia no era más que un intento de evitar la transgresión del orden social establecido en los Estados
Unidos. En la misma línea se expresaron Coogan (2002) en Superhero: the secret origin of a banne y Klock
(2006) en How to read superhero comics and why.
Desde una perspectiva global, Strömberg (2010) analiza las distintas facetas propagandísticas del cómic
vinculándolas a sus implicaciones políticas. Más recientemente, Macallister, Gordon y Sewell (2014) analizan el
contenido ideológico del cómic desde diversos enfoques teóricos, tales como perspectiva de género, sociología
política, valores culturales y modelo económico, arguyendo que la ideología en este tipo de publicaciones
contribuye a legitimar los valores dominantes en la sociedad.
En cuanto a la historieta cubana, Ana Merino (2010; 2011) destaca los esfuerzos realizados por el gobierno
castrista para borrar la influencia imperialista estadounidense en Cuba, a fin de crear una cultura autóctona del
cómic que se adaptara al lenguaje revolucionario.
Catalá (2011) estudia la variante ideológica del cómic revolucionario, desde una doble perspectiva: la de
la élite intelectual interesada en la independencia nacional y la de los artistas que deseaban crear una industria
nacional del cómic, con el fin de construir una conciencia revolucionaria y movilizar a las masas.
Balboa (2009), Hernández y Piñero (2007) centran sus investigaciones en el humorismo gráfico cubano en
los albores de la revolución en la misma línea de los autores anteriormente citados, destacando las tensiones
entre el cómic estadounidense y el comunismo.
Desde una perspectiva diferente, Martínez (2008) en un interesante estudio sobre las consecuencias de
la revolución en las instituciones culturales cubanas realiza un análisis pormenorizado de la normativa legal
adoptada a partir de 1959, con el fin de determinar de qué forma la nueva legislación afectó al ámbito de las
publicaciones, incluida la historieta.

3. La emergencia de la historieta durante los años del dominio español

Con anterioridad al primer conflicto por la independencia cubana, la denominada “guerra de los diez años”
(1868-1878) iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, los artistas españoles dominaban en Cuba el campo
de la ilustración. Muchos de ellos, al proceder de la metrópolis, atacaron en sus obras con frecuencia las
aspiraciones autóctonas de reformas e independencia en publicaciones de la época como La Charanga (1857-
1859), Juán Palomo (1869-1874), Don Junípero (1864-1869) y, la más longeva, El Moro Muza (1859-1875).
La primera historieta española publicada en Cuba se editó en 1864 en el número 30 de Don Junípero con el
título de “Todo sobre el mareo”, una serie secuencial de imágenes con texto explicativo al pie, dibujadas por
el bilbaíno Víctor Patricio de Landaluce (Barrero, 2004: 87).

Aunque Landaluce fue sobre todo un pintor costumbrista y satírico formado en Francia, que reflejó a través
de sus caricaturas los personajes y ambientes populares de la sociedad cubana del siglo XIX (Mazorra, 2015),
también es considerado en la actualidad uno de los precursores de la historieta cubana, un medio de expresión
desconocido hasta mediados del siglo XIX en Cuba.

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Figura 3: “Servidumbre de casa rica” (Landaluce). Fuente: Mazorra (2015).

Cuando comenzaron a emerger en la Isla los deseos independentistas de la población, el artista vasco que se
había dedicado fundamentalmente a la sátira social empezó a expresar a través de sus caricaturas y de sus tiras
cómicas el rechazo al independentismo y el apoyo al poder colonial, ensalzando a la alta burguesía española y
ridiculizando a la población autóctona cubana (De Juan, 1982).
Durante este período se produjeron algunos intentos de publicación de viñetas que reflejaran los deseos
independentistas de la población, pero no fue posible ya que la exigencia previa para ello era la obtención de
un permiso otorgado por las autoridades coloniales, que se denegaba en caso de que afectara a los intereses de
la metrópolis (Merino, 2011).
Podemos afirmar, por lo tanto, que el cómic ya comenzó a emerger en Cuba en el siglo XIX, como un
instrumento de consolidación del poder político vigente. Sin embargo, la historieta cubana no empezó a
desarrollarse verdaderamente como medio de expresión política, hasta que se iniciaron las guerras por la
independencia en 1868 y 1895, ya que estos conflictos generaron la aparición de numerosos diarios subversivos,
que incluyeron en su contenido las primeras tiras cómicas antiespañolas (Regalado, 2009: 50).
Durante la guerra de los diez años Carlos Manuel de Céspedes editó El Cubano Libre (1868-18719),
considerado el órgano oficial de los independentistas, que suministraba información sobre lo acontecido en el
frente. Entre las diversas secciones del periódico, subtitulado Periódico Independiente de Cuba, destacaban
el Boletín de Guerra del “Gobierno de la República de Cuba en Armas” y el relato de las “criminales acciones
colonialistas”, pero no existe evidencia documental de la inclusión de tiras cómicas en el rotativo (Ecured).
Años más tarde, en 1892, el icono de la independencia cubana José Martí comenzó a editar en Nueva York
Patria (1892-1898), el diario oficial del Partido Revolucionario Cubano y el instrumento a través del cual
Martí expuso sus posiciones políticas. El partido fue creado para constituir un frente único en la lucha contra
España y en el primer número de Patria, José Martí manifestaba su deseo de que el diario contribuyera a unir
a “los hombres buenos y útiles de todas las procedencias que persisten en el sacrificio de la emancipación o se
inician sinceramente en él” (Romero, 2012: 4).
En 1897, Enrique Hernández Mirayes, que había formado parte de la redacción del rotativo fundado por
Martí comenzó a dirigir en Nueva York Cajarajícara, con el subtítulo de Batalla Semanal contra España. Se
trataba de una publicación dirigida a los inmigrantes cubanos residentes en los Estados Unidos, que incluía en
su contenido tiras cómicas antiespañolas (Bazal,1989: 12).
La aparición de Cajarajícara coincidió con la llegada de Valeriano Weyler a La Habana, hecho que provocó
grandes transformaciones en el ámbito de las publicaciones editadas en Cuba, ya que fueron prohibidas tanto
la prensa antiespañola como las historietas políticas del mismo signo. En estas circunstancias se incrementó la
importancia de las ediciones cubanas en los Estados Unidos, como medio de expresión en el que canalizar la
protesta contra el régimen español (Regalado, 2009: 50).
Tanto el diario Patria como Cajarajícara se encuentran entre los primeros ejemplares de publicaciones
cubanas editadas en el exterior, con el fin de propagar el espíritu nacionalista y la causa independentista contra
el régimen español.
A partir de 1897 aumentaron de forma significativa las tiras antiespañolas en la prensa rebelde y su creciente
popularidad en este período evidenció la eficacia del cómic político, como medio de expresión y propaganda.
Cuando se produjo la derrota de los españoles en Cuba en diciembre de 1898 ya existían 88 publicaciones
independentistas cubanas en el exterior, la mayor parte editadas en los Estados Unidos, pero también en

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México, Venezuela, Colombia, Guatemala, Costa Rica y Francia, y la mayor parte de ellas incluían en sus
páginas viñetas independentistas contrarias al poder colonial (Llaverías, 1959: 23).

4. Los cómics estadounidenses en la etapa neocolonial

Una vez lograda la independencia de España en 1898, Cuba se convirtió en un protectorado de los Estados
Unidos, de iure en virtud de la enmienda Platt, contenida en la primera Constitución de Cuba como Estado
independiente de 1901 y, de facto, a partir de la derogación de dicha enmienda, en 1934. En virtud de la misma
el gobierno estadounidense podría controlar la economía cubana, así como su política interna e internacional.
Todo ello, aderezado con un colonialismo cultural que Estados Unidos ejerció en todos aquellos países
que estaban bajo su dominio influencia. De esta forma, el cómic estadounidense también fue utilizado como
un instrumento del expansionismo político e ideológico de los Estados Unidos, de manera muy especial en el
ámbito latinoamericano (Klock, 2002) (Fernández, 2008) (Hernández, 2009).
Con el establecimiento de la República, los cómics procedentes de los Estados Unidos inundaron los
periódicos cubanos exponiendo a sus lectores un nuevo way of life, muy diferente al imperante en Cuba durante
el período colonial e, implícitamente, como señala Ana Merino, inculcaron la apreciación por el género a los
futuros dibujantes revolucionarios de historietas (2011: 226).
En los años 20 y 30 del siglo XX, sindicatos como United Features Syndicate y Kings Features, de Randolph
Hearst tradujeron al español tiras cómicas norteamericanos para su posterior distribución en periódicos
cubanos, a muy bajo precio. Entre ellos, tiras populares como Yellow Kid de Richard Pelton, Tarzan de Edgar
Rice, Popeye de Segar, Pato Donald de Disney, Superman de Jerry Siegel, The Spirit de William Eisner y,
Flash Gordon de Alex Reymond que se publicaron en los principales diarios cubanos del momento: El Mundo,
El País, Información y Diario de la Marina (Regalado, 2009: 51).

Figura 4. Yellow Kids, considerado el primer comic de la historia. Fuente: Outcault, R. F. (1995: 51)

En la década de los años 20 coincidiendo con la inclusión de tiras cómicas estadounidenses en los rotativos
cubanos, concretamente a partir de 1927 se produjeron algunos intentos de publicar historietas, como réplica
a los cómics procedentes de los Estados Unidos. Aunque algunas de ellas vieron la luz en diarios como El
Cubano Libre o revistas como El Curioso Cubano de Heriberto Porte Vilá, muchos de los esfuerzos realizados
resultaron infructuosos, ya que era difícil competir con las tiras norteamericanas por su bajo precio (Rodríguez,
2015). Si bien algunos autores autóctonos de historietas lucharon con vehemencia por encontrar un espacio
para sus creaciones, no fue posible la configuración de una industria nacional sobre el noveno arte.
No obstante, siguiendo la tradición europea de edición de revistas satíricas ilustradas, en la primera mitad
del siglo XX tanto el humor gráfico, como las caricaturas y los cómics fueron alcanzando en Cuba un mayor
protagonismo. Así, por ejemplo, en la revista Bohemia desde 1915 hasta 1922 se publicó el cómic “Aventuras
de Pepito y Rocamora” de Pedro Valer que firmaba con el pseudónimo de Peter Relav; en 1932 y 1933 se
publicó la historieta “Bola de Nieve, Mango Macho y Cascarita” de Horacio Rodríguez en Carteles,
protagonizada por tres niños negros y, entre 1936 y 1939 en el suplemento Revista Rosa del diario El Avance

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Criollo, la historieta “José Dolores” de Rafael Fornés, cuyo protagonista también era un hombre de color, para
reflejar la multirracialidad de la sociedad cubana (Catalá, 2011: 142).

Figura 5. “Bola de Nieve, Mango, Macho y Cascarita” (1934). Fuente: Comiclopedia (Historietas Cubanas)

Los tres autores tenían en común el deseo de crear una cultura autóctona del cómic e idearon personajes
populares que reflejaban la idiosincrasia del pueblo cubano, pero sus historietas carecieron de contenido
ideológico, aunque ponían de manifiesto la situación de penuria generalizada de una parte de la sociedad
cubana.
En cuanto a los cómics norteamericanos que se publicaron en Cuba durante el período republicano
(1902-1959), ya desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917 habían comenzado a emerger en sus
páginas las críticas al comunismo. Al año siguiente de este acontecimiento histórico que provocó grandes
transformaciones en el orden internacional vigente, en los Estados Unidos se adoptó la denominada Sediction
Act, con el fin de perseguir cualquier actividad considerada subversiva por la Administración Wilson y, entre
ellas: la publicación de cualquier escrito y por cualquier medio, que cuestionara la forma de Gobierno o
la Constitución de los Estados Unidos de América (Fernández, 2008). Con ello se pretendía garantizar la
salvaguarda de los valores y principios constitucionales.
El nombramiento de Stalin como presidente de la Unión Soviética tras la muerte de Lenin en 1924, exacerbó
los ánimos anticomunistas en el país norteamericano. Los métodos totalitarios del nuevo dirigente, la represión
política que protagonizó y sus afanes expansionistas causaron repulsa y temor en gran parte de la opinión
pública norteamericana. Todo ello tendría una amplia repercusión en los medios de comunicación social y en
la industria cultural y, como parte de ella, los cómics también mostraron su repulsa a los principios comunistas
durante el período estalinista, de forma muy especial tras el inicio de la guerra de Corea en 1950 (Knowles,
2007).
Incluso el icono por excelencia de los superhéroes norteamericanos Superman se implicó en la lucha contra
el comunismo, al llevar a Stalin junto a Hitler a la sede de la Sociedad de Naciones en Ginebra, para que los
jueces de su Tribunal Internacional de Justicia les obligara a poner fin al conflicto bélico. Este cómic apareció
en 1940 en la revista Look y en esos momentos Stalin y Hitler habían creado ciertos vínculos a través del pacto
de No Agresión de 1939 (Fernández, 2008: 4).

Figuara 8. Superman en la Sociedad de Naciones. Fuente: Fernández (2008:4).

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Sobre la repercusión y la influencia ideológica de los cómics estadounidenses en los países de América
Latina durante el período de la Guerra Fría se han pronunciado diversos autores. Ludovico Silva en Teoría
y Práctica de la Ideología define los cómics estadounidenses como “medios de diversión en apariencia
y medios de comunicación ideológica en su estructura” (1977: 3). Para este autor de origen chileno a
excepción de Mafalda del argentino Quino y Los Supermachos del mejicano Rius, en América Latina el
resto de cómics “no son otra cosa que un sutil modo gravitación ideológica de Estado Unidos sobre nuestros
países” (1977: 33).
Dorfman y Mattelard, en su obra How to read Donald Dusk manifiestan que existe una penetración
ideológica encubierta, en las historietas procedentes de los Estados Unidos y que con este fin las viñetas de
Disney fueron publicadas en más de cinco mil diarios en todo el mundo, traducidas en más de treinta idiomas,
leídas en más de cien países y distribuidas en América Latina a través de la editorial Zig Zag (1973: 47). Los
autores concluyen qué a través de los personajes de la serie, Disney trata de exportar no solo los valores
culturales, sino también los políticos y económicos de la sociedad norteamericana.

Figura 7: Tira cómica de Pato Donald incluida por Dorfman y Matterald en su libro Como leer al Pato Donald, versión
española (p.34) como muestra del interés de los Estados Unidos de exportar al mundo su modelo capitalista.

Por lo anteriormente expuesto podemos concluir qué en el período anterior al triunfo de la revolución
castrista en 1959, ya existía en Cuba una cultura de la historieta sólidamente afianzada en la población, debido
a la publicación masiva de cómics estadounidenses durante el período republicano.
A partir de 1953 coincidiendo con el primer intento de derrocar al dictador Fulgencio Batista comenzaron
a distribuirse con escasez de medio y de forma clandestina las primeras historietas revolucionarias, que
contrariamente a las que se editaron en la década de los años 20 y 30 no estuvieron exentas de contenido
ideológico. Años más tarde, tras el triunfo de la revolución castrista, se produjeron en Cuba las tensiones
lógicas en el contexto de la Guerra Fría, entre el cómic procedente de los Estados Unidos y el comunismo
(Hernández y Piñero, 2007; Balboa, 2009).

5. La historieta cubana en los albores de la revolución

Con anterioridad al triunfo de la revolución castrista en 1959 ya se editaron en Cuba los primeros cómics
revolucionarios, con dos objetivos fundamentales: poner fin al monopolio “imperialista” estadounidense en
este tipo de publicaciones y transmitir los ideales de la revolución. Podemos afirmar, por lo tanto, que los
rebeldes que derrocaron a Fulgencio Batista supieron aprovechar el potencial de la historieta, como instrumento
de propaganda a favor de las actividades de subversión política contra el régimen establecido.
Entre las tiras cómicas más populares del período prerrevolucionario destacan Pucho y sus perrerías y
Julito 26. La primera de ellas fue creada por Virgilio Martínez y Marcos Behmeras, dos de los historietistas
cubanos más reconocidos. Comenzó a publicarse en el año 1955 en la revista clandestina Mella, que inició su
andadura en 1944 como órgano de la Juventud Socialista. En un principio contaba con cuatro viñetas, pero
rápidamente aumentó su espacio en la revista .
A través de Pucho, Virginio Martínez, que en aquellos años firmaba con el pseudónimo de Laura para evitar
las represalias del régimen, criticó y ridiculizó no sólo a Fulgencio Batista, sino también a otros dictadores
latinoamericanos de la época (Balboa, 2009: 1).

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Figura 8. Pucho y sus perrerías. Nº 58. Fuente: ejemplar cedido por el coleccionista cubano Roberto Hernández

Tres años después de la aparición de Pucho, en 1958 comenzó a publicarse clandestinamente en Sierra
Maestra la revista El Cubano Libre, que incluía la tira de historieta Julito 26. El nombre del personaje
conmemoraba el asalto al cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, llevado a cabo por Fidel Castro y otros
jóvenes revolucionarios el 26 de julio de 1953, en lo que pretendía ser el inicio de una revuelta contra la
dictadura de Batista.
El guerrillero Santiago Armada, encargado en Sierra Maestra de dibujar los mapas de las zonas de combate,
fue el creador del personaje Julito 26, cuya misión consistió en informar de los avatares de la vida en el frente
y reflejar el día a día de la lucha revolucionaria. Para dotar a la historieta de una mayor carga propagandística,
su creador decidió vestir al personaje con el atuendo revolucionario: uniforme guerrillero, barba y boina. Las
ilustraciones se componían de trazos muy simples y los textos aparecían al pie o en globos sobre el dibujo.

Figura 9. Julito 26 (1958). Fuente: Comiclopedia (Historietas cubanas)

Aparte de las historietas mencionadas, Virgilio Martínez y Marcos Behemeras también publicaron en la
revista clandestina Mella Luis y sus amigos; Santiago Armada en El Cubano Libre, Juan Casquito y René de
la Nuez en la revista Zig Zag, Loquito en 1956 (Ecured). Estas historietas tenían en común el deseo de reflejar
el sufrimiento de la población cubana debido a las arbitrariedades de gobiernos foráneos. De esta forma sus
autores trataban de colaborar en la lucha clandestina por la independencia nacional.
El triunfo de la revolución castrista en 1959, marcó un antes y un después en el contenido de las historietas
políticas. Si con anterioridad a este acontecimiento histórico, la historieta había sido utilizada como un medio
en el que canalizar el descontento por la situación política del país dependiente de una potencia extranjera, a
partir de entonces se convirtió en un instrumento de propaganda a favor de los cambios de toda índole, que se
llevaron a cabo tras el derrocamiento de Fulgencio Batista.
Pero las transformaciones acaecidas en los ámbitos económico, político y social también afectaron al ámbito
de la cultura. Tras el triunfo revolucionario de 1959 el nuevo gobierno prohibió la inclusión de tiras cómicas
estadounidenses en los rotativos cubanos y creó un entramado de organizaciones estatales, cuya misión era
velar por el respeto de los principios de la revolución, destacando entre ellas el Consejo Nacional de la Cultura
(Martínez, 2008: 3).

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De esta forma las instituciones culturales del Estado comenzaron a desempeñar una función política, ya que
uno de sus principales objetivos era lograr que todas las creaciones culturales y artísticas estuvieran vinculadas
a los objetivos del nuevo régimen (Acanda, 1996: 93). Los intelectuales cubanos tuvieron que ceñirse por lo
tanto a las normas establecidas, contribuyendo de esta forma a la creación de una cultura militante.
Con este propósito se instauró en Cuba una gran censura y se inició la intervención estatal en el espacio
público (Weiss, 1985: 11). En 1961 Fidel Castro sentó las bases de la política cultural cubana, en su famoso
discurso “Palabras a los intelectuales”:
“La revolución debe actuar de tal manera que todos los artistas e intelectuales que no sean genuinamente
revolucionarios encuentren un campo en el que trabajar y que su espíritu creador tenga libertad para expresarse,
dentro de la Revolución” (Castro, 1961: 8).
A partir de 1961, la concepción ideológica de la cultura del gobierno revolucionario limitó ampliamente
la libertad de expresión: se podía estar a favor de la revolución, pero no se admitía ninguna manifestación
contraria a sus fines. Algunas publicaciones como Zig Zag fueron víctimas de la censura del régimen. La
revista, con más de veinte años de trayectoria en humorismo gráfico no supo adaptarse a la nueva situación
política y en 1960 cerró sus puertas.
En los primeros años de existencia del nuevo régimen, el cómic sufrió además cierto rechazo institucional.
Raúl Castro llego a afirmar que este medio de expresión, junto al cine, la radio y la televisión propiciaban “una
atmósfera conformista, procapitalista y antirrevolucionaria” (Merino, 2011: 228). En este contexto el gobierno
castrista trató de eliminar la influencia “imperialista” estadounidense en Cuba, para crear una cultura autóctona
del cómic que sirviera como instrumento de propaganda de los ideales de la revolución (Bunck, 1994: 4).
Este hecho provocó una serie de enfrentamientos en el plano ideológico, que desembocó en la emigración
masivo de aquellos que no aceptaban al nuevo gobierno. Entre ellos dibujantes de historietas como Valdés
Díaz, Wilson y Rosen. Muchos otros, sin embargo, aceptaron el proceso y se incorporaron a él entendiendo que
los cambios producidos respecto al período de Batista eran muy positivos (Hart, 1978).
Personajes de la historieta prerrevolucionaria como Pucho y Julito 16, cambiaron su mensaje anterior a
1959, para alabar las reformas de toda índole que se llevaron a cabo en Cuba: la Ley de Reforma Agraria de
1959 en virtud de la cual se expropiaron los grandes latifundios, para repartirlos entre cooperativas de
campesinos de control estatal; la gran campaña de alfabetización para erradicar el analfabetismo; la recuperación
del control estatal de la economía, tras la expropiación de las empresas estadounidense; las medidas contra el
juego o la rebaja de los alquileres.

Figura 9. Julito 26. Fuente: (Balboa, 2009:2).

Pero los historietistas cubanos no solo centraron sus esfuerzos en alabar las medidas del nuevo gobierno,
además del cómic de contenido político mientras la revolución se consolidaba en publicaciones periódicas como
El Muñe. Pioneros, Cómicos y Zunzún se editaron historietas de ciencia ficción, de aventuras y humorísticas.
Por otra parte, algunos autores aprovecharon el nuevo contexto político para tomarse la revancha contra el
colonialismo español y el imperialismo estadounidense. Así surgieron nuevos personajes como Elpidio Valdés
y Supertiñosa.
Supertiñosa, creada por Behemera y Martínez en 1959 fue concebida como una parodia del superhéroe
por excelencia de los cómics estadounidenses: Superman. Aterrizó en la tierra en agosto de 1959 procedente
del planeta Paketón. En su vida real, el personaje trabaja como periodista en el diario anticastrista Lingote
Expres con el nombre de Pancho Tareco. En los diferentes episodios de la historieta, Supertiñosa lleva a cabo
importantes misiones contra la “Isla Roja” para la CIA, el Pentágono y el FBI, aunque éstas siempre fracasan
debido a la ineficacia de las tres instituciones.

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Figura 11. Supertiñosa. Nº octubre 1959. Fuente: ejemplar cedido por el escritor cubano Roberto Bonaechea.

En cuanto Elpidio Valdés de Juan Padrón inició su andadura en 1970 y nueve años más tarde pasó a la
animación.

Figura 10. Esbozo de Elpidio Valdés. Fuente: (Pérez, 2001: 134)

Elpidio, coronel mambí, perteneció al ejército guerrillero que en el siglo XIX luchó en las guerras contra
España. La historieta destaca el papel de la mujer en la lucha por la independencia nacional a través del personaje
de María Silva, pareja de Valdés y narra el proceso mediante el cual la sociedad criolla se fue distanciando de
sus colonizadores españoles. Estos últimos aparecen siempre ridiculizado y descritos como personas torpes,
que hablan con un marcado acento andaluz y que se encuentran muy por debajo de la inteligencia y astucia de
los libertadores cubanos (Elvy, 201: 3).

6. Conclusiones

En cuanto a las implicaciones políticas del cómic y sus fines propagandísticos podemos afirmar que en el
caso de la historieta cubana ha sido utilizada a lo largo de la historia como un instrumento para la consolidación
del régimen político vigente y como instrumento de subversión, contra el orden establecido.
Este tipo de publicaciones, tanto las oficiales como las clandestinas han dejado un gran legado para la historia
de Cuba, al reflejar en sus páginas las batallas políticas que forjaron la identidad del país como Nación.
Durante los años del dominio español, las autoridades coloniales se adjudicaron la potestad de prohibir
toda publicación contraria a sus intereses, lo que ahogó cualquier intento de difusión de viñetas favorables a

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la independencia nacional. Sin embargo, la edición por parte de exiliados cubanos de prensa independentista y
de tiras cómicas antiespañolas en Nueva York y en otros lugares del mundo, comenzó a evidenciar en el siglo
XIX la importancia del cómic político, como instrumento de subversión y propaganda.
En el período republicano, los sindicatos United Features Syndicate y Kings Features distribuyeron en
Cuba, a muy bajo precio, tiras cómicas estadounidenses para su posterior publicación en los rotativos cubanos,
exponiendo a sus lectores un nuevo sistema de valores, muy diferente al imperante en Cuba durante el período
colonial. En esta etapa, aunque Cuba se había convertido teóricamente en un país independiente, no fue
posible consolidar una industria nacional sobre el noveno arte, debido a la fuerte competencia de los cómics
norteamericanos.
Ya en la década de los cincuenta del siglo XX comenzaron a distribuirse clandestinamente las primeras
historietas revolucionarios, para poner fin al monopolio de los Estados Unidos en este tipo de publicaciones y
transmitir los ideales de la revolución. Aunque los rebeldes de Sierra Maestra aprovecharon el potencial de la
historieta como instrumento de propaganda contra la dictadura de Batista, cuando triunfó la revolución en 1959
surgió cierto recelo institucional hacia este medio de expresión iconográfico, al ser considerado un instrumento
de penetración ideológica del imperialismo.
En este contexto, a partir de entonces se intentó borrar cualquier vestigio de la influencia estadounidense
en la cultura cubana, para crear una industria autóctona del cómic que contribuyera a consolidar el nuevo
orden político establecido en 1959. De esta forma, los historietistas cubanos tuvieron que aceptar las normas
aprobadas en el marco de la política cultural del nuevo régimen, y se vieron obligados a adaptar sus creaciones
a los fines propagandísticos del gobierno de Fidel Castro. Algunos lo hicieron con la convicción de que se
iniciaría en Cuba una nueva era; otros simplemente se adaptaron a las nuevas circunstancias políticas y,
aquellos que no se identificaron con los ideales de la revolución, se vieron obligados a abandonar el país.

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