Sarrabayrouse, M. J. (2005) La Justicia Penal y Los Universos Coexistentes P. 203-238

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La justicia penal y los universos

coexistentes. Reglas universales


y relaciones personales1.
María José Sarrabayrouse Oliveira

Introducción
n 1992 el Congreso de la Nación, aprobó la implementación de un

E nuevo modelo de enjuiciamiento para la justicia penal nacional. Como


producto visible y evidente de esta modificación en el procedimiento ju-
dicial, se crearon los tribunales orales. A partir de la reforma al Código de Pro-
cedimientos en Materia Penal, los juicios comenzaron a celebrarse en audien-
cias orales y públicas reemplazando al procedimiento escrito vigente hasta ese
momento.
Uno de los primeros objetivos que planteé, fue el de indagar sobre los
efectos producidos al interior de la agencia judicial a raíz de la reforma procesal
penal. Este objetivo requería, en un principio, de una minuciosa descripción
de la estructura formal de funcionamiento de la justicia penal (reglamenta-
ciones internas, códigos de procedimiento, escalafón jerárquico). Sin embargo,
a medida que fui avanzando en el trabajo de campo comencé a descubrir que
paralela, o mejor dicho, transversalmente, existe una urdimbre de relaciones
basadas en el parentesco, el status y las jerarquías que atraviesa la estructura,
que da un sentido particular a la acción de los actores y a la que se hace impres-
cindible recurrir si se quiere comprender el funcionamiento institucional.
Estas relaciones estatutarias y patrimonialistas operan más allá de los intereses
divergentes –y en algunos casos contradictorios– que mantienen ciertos grupos
entre sí; por el contrario, el conocimiento y la utilización de las mismas sirve
como mapa de ruta indispensable para el desplazamiento por los oscuros y es-
trechos pasillos de la justicia penal.
En otros términos, lo que pretendo destacar es que, si bien desde una defini-
ción normativa, el poder judicial –en tanto institución de la modernidad– es

1 Este artículo es una revisión del trabajo “Grupos, lealtades y prácticas. El caso de la justicia penal”. 1999
publicado en la Revista de Sociologia e Politica N° 13 (ISSN 0104-4478), 81-104. Curitiba, Universi-
dade Federal do Paraná, noviembre.
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un aparato legal-burocrático, universalista e igualitario regulado por un sis-


tema de reglas abstractas y codificadas sometidas al orden legal establecido por
la Constitución, simultáneamente se encuentra permeado por un sistema de
relaciones personales, que se manifiesta como un factor estructural antes que
como “supervivencias del pasado que el juego del poder y de las fuerzas econó-
micas luego marginalizará” (Da Matta, 1980:203).
En este sentido, es posible plantear que en el ámbito judicial coexisten, de
forma complementaria y no excluyente, dos universos regidos por lógicas dife-
rentes: por un lado, el universo de las reglas y de las leyes generales y universali-
zantes; por el otro, el universo de las relaciones personales caracterizadas por el
clientelismo, el status y la jerarquía. La incorporación en el análisis de este se-
gundo sistema permite un acercamiento al ámbito de la administración de jus-
ticia diferente, que ayuda a observar de qué manera los actores en su desplaza-
miento institucional hacen uso de ambas lógicas según los intereses puestos en
juego. Como plantea Da Matta, ambos sistemas operan “en una relación de re-
flexividad de uno con relación al otro, de modo que tendemos a confundir el
cambio con la oscilación de un lado para el otro. [...] Esos dos mundos se ali-
mentan y, al contrario de lo que puede suponer nuestro pensamiento más li-
neal, ellos se complementan de modo complejo” (1980:202).

La carrera judicial: de meritorio a juez2


Formalmente la escuela judicial en la Argentina –entendida como un espacio
de formación especializado y dedicado al adiestramiento profesional– no
existe. Lo que sí existe es una serie bastante amplia de obstáculos, “toques”,
contactos y ascensos por los que deberán pasar aquellos que pretendan llegar a
jueces. Estas dificultades son vistas, en el mundo de la justicia, como parte de
las “materias” a ser aprobadas para avanzar en una informal carrera judicial.
Habitualmente, quienes ingresan al poder judicial son estudiantes de de-
recho. A pesar de no ser ésta una condición excluyente para el ingreso, se les da
preferencia a aquellas personas que han comenzado dicha profesión. Así, el
primer paso en la carrera judicial es el de meritorio. Es el cargo más bajo, no
consta en el escalafón administrativo y, por supuesto, no es pago. Sin embargo,
en algunos juzgados o fiscalías los funcionarios y los empleados que sí cobran
un sueldo, hacen una “vaquita” para el o los meritorios que tienen en su depen-
dencia. El meritorio está a la espera de que se produzca una vacante para ser
nombrado como personal de planta. A veces, las vacantes se producen en
cargos más altos con lo cual hay una “corrida” en la que todos van ascendiendo
2 La descripción que se realiza a continuación tiene como modelo los juzgados penales, no las fiscalías, ni
las defensorías.
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y el meritorio puede ser nombrado en el último cargo del escalafón, pero ren-
tado.
Ordenados de menor a mayor, los lugares en la jerarquía administrativa
–donde no aparece la figura del meritorio– son los siguientes:
Auxiliar Administrativo: Es un cargo provisorio, después de seis meses de
efectuar tareas en el tribunal debe realizar un curso, si el juez lo aprueba será de-
signado como Auxiliar.
Auxiliar
Escribiente Auxiliar
Escribiente
Oficial Mayor
Prosecretario Administrativo

Generalmente, quienes ocupan los cargos más bajos son los encargados de
atender la Mesa de Entradas donde reciben expedientes, realizan ciertos trá-
mites burocráticos y atienden a los abogados así como a todas las personas que
se dirijan al tribunal. De escribiente en adelante las tareas se desarrollan sobre
todo al interior del juzgado. Fruto de la delegación de funciones, muchos de
estos empleados son los encargados de llevar las causas adelante, esto es: enviar
citaciones, tomar declaraciones (testimoniales e indagatorias) como así tam-
bién encargarse de todas aquellas tareas que estén vinculadas con la celebración
de los juicios orales. En lo referente al cargo de prosecretario administrativo,
éste es el nivel más alto en el escalafón al que puede acceder alguien que no sea
abogado.
El puesto inmediatamente superior es el de secretario, y quien sea designado
en ese cargo necesariamente deberá ser abogado. En la mayoría de los casos, la
aspiración de quien ocupa el lugar de secretario es lograr el ascenso que le per-
mita llegar al puesto de juez. Al igual que los otros empleados, son designados
por el juez. Sin embargo, dado el lugar central que ocupan en el funciona-
miento del juzgado, se considera que estos cargos deberán ser cubiertos por
personas de estrecha confianza para el magistrado.

Los nombramientos: reciprocidad e intercambio

El tema del intercambio ha sido extensamente analizado en el campo de la an-


tropología por diferentes autores (cf. Mauss, 1979; Lévi-Strauss, 1983; Sah-
lins, 1983). Desde esta disciplina, el intercambio no ha sido considerado sim-
plemente como un hecho económico sino, por el contrario, como un hecho
social, en tanto implica mucho más que el intercambio de bienes útiles y/o ser-
vicios. Al decir de Pitt-Rivers “podemos intercambiar placeres, penas, secretos,
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mujeres, insultos, venganza, hospitalidad, conversación, historias o canciones


y, sobre todo, regalos” (1992:285-286). En su “Ensayo sobre los dones”,
Marcel Mauss muestra que –en ciertas formas primitivas de contrato– “las
prestaciones y contraprestaciones nacen de forma más bien voluntaria por
medio de presentes y regalos, aunque en el fondo sean rigurosamente obligato-
rias bajo pena de guerra privada o pública” (1979:160).
Entiendo que conceptos desarrollados por la antropología para la descrip-
ción y análisis de instituciones, relaciones y prácticas en las llamadas sociedades
etnográficas, se muestran sumamente fértiles a la hora de ser aplicados en el
análisis de instituciones occidentales y modernas. En este sentido, las nociones
de prestación y contraprestación como la de reciprocidad, se presentaron como
herramientas útiles para analizar el modo en que se llevan a cabo los nombra-
mientos en el ámbito del poder judicial.
En el amplio espectro que va desde las relaciones recíprocas que conforman lo
que Meyer Fortes llamó amistad de parentesco –donde todo es compartido (tanto
las responsabilidades como los beneficios)– hasta el otro extremo, donde el inter-
cambio se caracteriza por establecer una equivalencia económica, la forma que
adquieren los nombramientos en la justicia podría ser clasificada de acuerdo a lo
que Pitt-Rivers denomina intercambio de favores. Lo peculiar de este tipo de in-
tercambio –y que considero fundamental para el análisis del fuero penal– es que
en él “los lazos de parentesco o de amistad, el incentivo oculto, la paciencia, los
incalculables beneficios de las decisiones favorables, la intención de agradar
hacen que (los intercambios) pasen desapercibidos, porque no pueden ser eva-
luados”. Sin embargo, en el micronivel que interesa al antropólogo, son primor-
diales ya que conforman el verdadero tejido de las relaciones sociales y terminan
dando frutos en el macronivel de la sociedad, falseando los cálculos de aquellos
que suponen que pueden ser ignorados (1992:287).
En otros términos, los intercambios adquieren la característica de presta-
ciones o favores ofrecidos generosamente, no obstante, estos “dones volunta-
rios” generan deudas y obligaciones a devolver.
El acto de donar supone el encadenamiento de tres obligaciones: dar, recibir
y devolver, proceso que remite a tres etapas que no parecen poder analizarse
por separado. Mauss, se preguntaba qué es lo que llevaba a que una persona –o
grupo– done algo. La respuesta a este interrogante era sencilla: “lo que obliga a
donar es precisamente que donar obliga”3. Ahora bien, como señala Godelier
(1998), el acto de donar voluntariamente algo que nos pertenece a una persona
que, creemos, no puede negarse a aceptarla, instituye una doble relación entre
3 En el “Ensayo sobre los dones” Marcel Mauss (1979) pone un fuerte acento en el análisis de la tercera
obligación, la de devolver. Sin embargo, el desarrollo de ese punto escapa a los fines de este trabajo. Para
realizar una relectura de las críticas de Lèvi-Strauss al análisis de Mauss ver Godelier (1998).
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el donador y el donatario: “Una relación de solidaridad, ya que el donante com-


parte lo que tiene, o lo que es, con aquel al que dona, y una relación de superio-
ridad, ya que el que recibe el don y lo acepta contrae una deuda con aquel que
se lo ha donado. Por medio de esta deuda, se convierte en su deudor y por ello
se haya hasta cierto punto bajo su autoridad, al menos hasta que no haya “de-
vuelto” lo que se donó.” (op. cit.: 25). Esta diferencia en algunos casos puede
transformarse en jerarquía, y si ésta ya existía, el don viene a expresarla y legiti-
marla. “De este modo dos movimientos opuestos quedan contenidos en un
solo y mismo acto. El don aproxima a los protagonistas porque se constituye en
reparto y los aleja socialmente porque hace de uno el deudor del otro”. El don
es, entonces, una práctica ambivalente “puede ser, a la vez o sucesivamente,
acto de generosidad o de violencia pero, en este último caso, de violencia disfra-
zada de gesto desinteresado, ya que se ejerce por medio y bajo la forma de un
reparto” (op. cit.: 25).
En este sentido, el concepto de don como el de intercambio de favores
pueden ser utilizados para analizar tanto la designación directa de los em-
pleados o de los secretarios como la “recomendación” en el nombramiento de
jueces, fiscales y defensores. Una diferencia importante, que existe entre el don
–entendido como un presente que se da voluntariamente– y las designaciones
en la justicia, es que en el caso de estas últimas, habitualmente, media un pe-
dido de nombramiento. Lo voluntario del acto está en la posibilidad de res-
ponder o no a ese pedido.
En el caso de los nombramientos a empleados, los mismos se producen a
partir de un pedido de algún familiar o conocido o, en ciertas ocasiones, a
partir del patrocinio de algún profesor de la facultad de derecho. Al tratarse de
cargos de menor jerarquía, los contactos y recomendaciones se encuentran más
vinculados a las relaciones personales antes que a las explícitamente políticas.
Con el transcurso del tiempo y el aceitamiento de algunos contactos, estos
“chicos” podrán llegar a ser secretarios:

Yo entré gracias a un chico que en ese momento salía conmigo y que tra-
bajaba en Tribunales. Él habló con “su” juez y logró que me nombrasen
meritoria en una fiscalía. Ahora ya estoy nombrada gracias a toques que
hice. Una vez que estás adentro, tenés que buscarte padrinos, alguien
que te proteja4(Empleada de una fiscalía).

El nombramiento de los secretarios de los juzgados, es un caso diferente.


Generalmente, estos funcionarios han hecho una “carrera judicial”, sin em-
bargo, para acceder a este cargo –según el relato de varios entrevistados– se hace
4 El resaltado es mío.

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necesario un mayor acercamiento con el juez. La explicación de este hecho se


encontraría en que estos funcionarios –cuya edad oscila generalmente entre los
27 y los 30 años–, tienen una mayor responsabilidad en las tareas y decisiones
debido al lugar central que ocupan en el funcionamiento del juzgado. Son los
encargados no sólo de refrendar la firma del juez en los actos procesales, sino –y
fundamentalmente– de llevar a cabo todas las funciones que el juez delega –y
que le corresponden–, tales como la preparación de los proyectos de sentencia:

El secretario del juzgado ve multiplicada su responsabilidad pues a las


tareas propias de su función debe sumar las derivadas de la delegación de
hecho de la potestad propia del juez [...] El juez sólo lo es en un sentido
formal, ceremonial y social. Verdadero juez es el secretario del juzgado
(Banco Mundial, 1994: 17).

De hecho, si uno quiere hacer algún tipo de pedido al juzgado o interiori-


zarse por el estado de una causa, deberá dirigirse en primer lugar al secretario,
no sólo por una cuestión jerárquica sino por un motivo meramente funcional:
es este funcionario el que está al tanto de lo que sucede en el juzgado y quien
tiene un trato y un conocimiento directo con el resto de los empleados. Así, la
designación de un secretario conlleva, también, una mayor responsabilidad
para el juez, responsabilidad que no está apoyada tanto en la idoneidad profe-
sional como en la confianza personal depositada en ese sujeto.
En el caso de los nombramientos de fiscales, defensores y jueces, la reco-
mendación política adquiere mayor importancia:

[...] para aspirar a fiscales, y de ahí en más, resulta necesario algún padri-
nazgo o recomendación partidaria bastante explícita. Es muy difícil que
alguien llegue a juez si no tiene un contacto político para que se lo de-
signe, se lo sugiera, se lo promueva (Ex Ministro de Justicia León Carlos
Arslanian, en Clarín, 16/03/97).

Con la implementación de la reforma procesal por la que se crearon los tri-


bunales orales, se produjeron, aproximadamente, 500 nuevas vacantes para cu-
brir cargos en la magistratura. Este hecho provocó una avalancha de intere-
sados en cubrir esos puestos; tanto de aquellos que ya formaban parte del poder
judicial, como de los que no.
¿En qué consistía el procedimiento a seguir? En la Argentina, de acuerdo a
la Constitución Nacional anterior (1853), el nombramiento de los magis-
trados de la Corte Suprema de Justicia y de los tribunales inferiores se realizaba
a propuesta del Presidente de la República con acuerdo del Senado. El trámite
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“oficial” para participar de la selección de futuros jueces consistía simplemente


en la presentación de un curriculum vitae del interesado ante la Comisión Ase-
sora de la Magistratura, organismo creado por decreto en 1991 y cuya función
era la de prestar un asesoramiento, de carácter no vinculante (esto es, recibir el
curriculum del postulante a magistrado sin tener ningún tipo de poder de deci-
sión al respecto). Sin embargo, los currículos iban acompañados, en varios
casos, por la tarjeta de algún funcionario del gobierno, diputado, senador, juez
o gobernador. Estas tarjetas hacían las veces de “cartas de presentación” im-
prescindibles para que esos antecedentes abandonaran la empolvada pila de
presentaciones, y se transformasen en mensajes del ejecutivo al senado postu-
lando a X persona como Juez de la Nación.
Es evidente que estas distintas formas de nombramiento favorecen la am-
pliación de una extensa red de favores recibidos y deberes a devolver en el que
se ven implicados grupos y personas. Es un proceso que, desde el inicio, acos-
tumbra a sus agentes a la forma y a las estrategias que son necesarias para
avanzar y mantenerse dentro del aparato de justicia, ofreciendo un estilo de
conducta que adquiere un carácter familiar y que como todo acto rutinizado
–en la acepción dada por Giddens (1995)– genera un sentimiento de confianza
o de seguridad ontológica para la actuación de los agentes. Simultáneamente,
estas formas de designación y ascenso van creando obligaciones y lealtades que
terminan operando en contra de todo tipo de creatividad aplicada a las tareas,
tanto de los empleados como de los funcionarios.
Los nombramientos –al igual que los dones– poseen dos características cen-
trales: la obligación de devolver el favor no es evidente y la reciprocidad no es
inmediata. Es una deuda abierta que se pagará en el momento correspondiente
de formas diferentes:

1. quien recomienda a una persona para que sea designada juez puede
solicitar a la persona favorecida -una vez logrado el cometido- que
nombre a un familiar o conocido suyo como empleado o secretario, o
bien el juez recientemente nombrado puede ofrecérselo de motus propio;
2. el nombramiento puede implicar el cumplimiento de ciertas órdenes
al pie de la letra: “[...] el poder sabe que lo que le interesa es que los juz-
gados federales estén manejados por gente confiable” (Fiscal Correc-
cional);
3. en esta misma línea, la asignación en un cargo puede facilitar la trami-
tación de causas o entorpecer el desarrollo de otras, de acuerdo a quiénes
sean las personas implicadas o los abogados que las llevan adelante.

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El intercambio de favores, si bien es un acto personal, no implica a una per-


sona aislada sino a grupos o –recurriendo una vez más a Mauss– personas mo-
rales: clanes, tribus, familias. De esta manera, en la gran mayoría de los casos, el
encargado del nombramiento no hace directamente el “contrato” con la per-
sona nombrada, generalmente, hay alguien que presenta a esa persona, trátese
ya de padres, esposos, hermanos, amigos, socios. Por su parte, la persona desig-
nada tendrá la “responsabilidad” de saber que actúa como representante de
quien lo presentó, ante el funcionario que “generosamente” lo designó. Como
plantea Mauss para los regalos de matrimonio, estas prestaciones de favores
crean un parentesco entre los dos grupos (Mauss, 1979:177) y como tal tam-
bién generan obligaciones.

Parentesco y relaciones de poder


Para muchos autores modernos, las funciones que debe cumplir un gobierno
en su condición de tal se identifican fundamentalmente con el concepto de
Estado. La pregunta que se planteó la antropología política clásica, al estudiar
sociedades en que el Estado no estaba presente, es si era legítimo o no hablar de
gobierno o de sistema político al estar ausentes las instituciones por las cuales
nosotros lo reconocemos.
Según ciertas lecturas evolucionistas, en las etapas iniciales de la vida en so-
ciedad los individuos reconocían la existencia de ciertas obligaciones hacia sus
parientes pero no reconocían la autoridad de un gobernante. Así, la forma pri-
migenia de una sociedad sería una “tribu” integrada por personas que se creen
descendientes de un antepasado común y que obedecen a un jefe sólo en su
condición de pariente. Desde estos análisis, la comunidad política en las “socie-
dades primitivas” está basada en el parentesco; la familia es la institución sobre
la que se sostiene tanto la política como el derecho. Para autores como Henri
Sumner Maine, es el paso del status –fundado en los lazos de sangre– al con-
trato –que supone la idea de individuos libres dotados de propia voluntad–, lo
que signa el ingreso a la modernidad. La conquista del Estado moderno, junto
con la idea de individualismo que conlleva, sólo se puede lograr mediante el
abandono de la solidaridad basada en el parentesco.
El concepto de Estado actuó como un elemento central en la constitución y
definición de las categorías que utilizaría la antropología política. Sin embargo,
será recién con los trabajos de los africanistas en las décadas del ‘40 y del ‘50 (cf.
Evans-Pritchard, 1977; Fortes y Evans-Pritchard, 1940, Gluckman, 1955),
que la antropología política hará uso de la distinción entre parentesco y polí-
tica, pero no planteándola de un modo excluyente sino destacando los “lazos

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complejos” que vinculan ambos sistemas. El parentesco facilitaba a las rela-


ciones políticas un lenguaje a través del cual éstas se expresaban.
Estos primeros trabajos permitieron repensar la conflictiva relación entre
parentesco y política y colaboraron, posteriormente, en la realización de inves-
tigaciones que, incorporando conceptos como clientelismo y patronazgo, ubi-
caron a las relaciones de parentesco como un elemento importante en el aná-
lisis de las relaciones políticas en las sociedades contemporáneas.
Partiendo de estas discusiones –y teniendo como horizonte los dos uni-
versos que analiza Da Matta, el de las leyes generales y universalizantes, y el de
las relaciones personales– mi interés radica en ver de qué manera el parentesco
atraviesa las relaciones de poder al interior del fuero penal, dándoles un sentido
particular y cómo la manipulación del mismo actúa como una estrategia para el
ejercicio y la construcción política. En resumen, de qué manera las relaciones
de parentesco influyen en el funcionamiento de una institución moderna
como es la justicia, regida por una lógica fuertemente estructurada, a saber la
lógica jurídica, basada en un sistema tan rígido como es el de los códigos es-
critos.
Es común escuchar, tanto desde los agentes que forman parte del poder ju-
dicial como desde los medios de comunicación, el término “familia judicial”.
Sin embargo, esta categoría no tiene un único significado, la acepción va cam-
biando de acuerdo al contexto de enunciación y al actor que la utilice. En al-
gunos casos se hace referencia directamente al parentesco sanguíneo, es decir,
la designación como empleados y funcionarios judiciales, de distintos miem-
bros de una familia:

[...] la lógica es que cuando tenés una vacante y tenés un pariente, aga-
rrás y lo metés ahí; después sigue la carrera (judicial), y, bueh... Aparte,
por ahí, tenés un tipo que tiene hijos que estudian la carrera (derecho)...
así como yo que, influido por mis padres, seguí la carrera –y me gustó
siempre el tema penal–, también seguí en esto (Fiscal Correccional).

[...] en la época de la familia M ¡estaban todos en tribunales! ¡Todos en


el fuero penal! Por lo menos, la gran mayoría. Había uno que era cama-
rista, entonces por el tema de la relación de parentesco prohibida que fi-
guraba en el código, los demás no podían ir a la Cámara, estaban de
jueces. Uno era juez de instrucción, el otro juez de sentencia, el otro juez
correccional... Y no tenían expectativas de ascender hasta que el otro as-
cendiera, o se fuera, o se lo llevaran a la Corte, o se muriera... (Jueza de
Tribunal Oral).

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Otro significado utilizado tiene un uso más “metafórico” y hace referencia a


la unión y defensa corporativa del poder judicial. Desde esta definición se juega
también con la idea del tribunal como “una gran familia”, en la que queda
poco espacio para las opiniones “diferentes”:

[...] acá en el juzgado estamos conformando –ya conformamos– una es-


pecie de familia, donde estamos en contacto siempre con los empleados
como si fueran...nuestros hijos [...] somos una familia...nunca apareció
uno que tenga una ideología... o que la exteriorice... puede tenerla, pero
no que haga propaganda, ni alarde (Juez de Tribunal Oral).

En los casos de las familias sanguíneas, el Reglamento para la Justicia Na-


cional limita las designaciones de parientes –hasta el cuarto grado de consan-
guinidad o afinidad– en un mismo juzgado. Así en el Capítulo 1, Art.12 se
afirma que:

No podrán ser nombrados [...] los parientes dentro del cuarto grado de
consanguinidad o afinidad con los magistrados o funcionarios titulares
bajo cuya dependencia inmediata deben prestar servicio, quedando com-
prendidos en esta inhabilidad los empleados designados en calidad de se-
cretarios letrados, secretarios privados, relatores o en otro cargo de similar
naturaleza que tengan el referido grado de parentesco con cualquiera de
los magistrados o funcionarios que integren un tribunal colegiado.

Este impedimento lleva a que en la práctica se produzca una modalidad par-


ticular de designaciones, a la que los actores denominan “nombramientos cru-
zados”. Gracias a esta metodología, un juez puede pedir a otro que nombre a
un familiar suyo, quedando de esta manera “en deuda” ante quien accedió al
pedido –al igual que en el resto de los tipos de nombramientos analizados en
párrafos anteriores. Este sistema de deudas y favores, facilita las relaciones
clientelares al interior de la justicia, superando los límites sanguíneos.
La idea de grupo y las lealtades entre los mismos, si bien sostenidas en gran
parte por las relaciones de parentesco “sanguíneo”, se ven cruzadas tanto por el
parentesco “simbólico” –pertenecer a un clan determinado– como por rela-
ciones directamente vinculadas con el poder político, rebasando los límites
mismos del poder judicial:

[...] me acuerdo de casos, por ejemplo, de tres tipos con el mismo ape-
llido que estaban los tres en un mismo juzgado y de ahí consiguieron los
tres ser secretarios, y después fiscales. Eran los Saint Jean concreta-
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mente, dos eran hijos del gobernador y uno era hijo del que fue Ministro
del Interior de Galtieri. Y... claro, ahí el apellido va, porque no sólo
porque están los tres en la justicia, sino porque el padre tiene además
poder político [...] además había una afinidad ideológica... eran un clan,
que estaba adentro de un clan más grande el del juez Marquardt [...]
(Fiscal Correccional).

El juego que se da entre elementos tales como: nombramientos familiares,


facultad de derecho, alianzas por fuera de tribunales, alianzas por dentro, as-
censo, carrera judicial, favores, deudas, se entrecruzan y muestran la comple-
jidad de la trama en este relato “autobiográfico” de una jueza, sobre la historia
de conformación de una “familia judicial”, la suya:

Mi tío entró de “pinche” a Tribunales. Después del último “pinche”, no


lo conocía nadie. Pero bueno, un vecino, un conocido de la familia
cuando se enteró que iba a estudiar derecho le preguntó si quería entrar
a trabajar en Tribunales, y con la carrera le venía bien y, encima, eran
unos mangos porque no tenían plata...estaban en Pampa y la vía; de ma-
nera que empezó a estudiar y empezó a trabajar. Fue haciendo su carrera
en Tribunales...Se recibió: primero fue secretario, después fue juez...Fue
fiscal también, por cierto. Entonces, fue secretario, fue fiscal, después
fue juez de sentencia en el A –en el juzgado A– y después lo ascendieron
a la Cámara.

Cuando él era camarista, uno de sus secretarios había ascendido a juez y


se le produjo un interinato, una vacante interna –un empleado que se
fue con licencia por una beca, qué sé yo–, y yo estaba estudiando de-
recho, yo estaba bastante avanzada en la carrera. Entonces, él me pre-
guntó si yo tenía ganas de trabajar en Tribunales (!). Yo le dije que sí (!);
además, viste, me interesaba por la práctica...Entonces entré como inte-
rina, seis meses. Y después la vacante se produjo efectiva y me quedé, por
supuesto (!). De ahí hasta aquí (Jueza de Tribunal Oral).

Patrimonialismo
El manejo del juzgado como una familia, la utilización de categorías relacio-
nadas con el parentesco para referirse a las relaciones establecidas en ese ámbito
así como el desplazamiento por los pasillos de tribunales, apelando a este tipo
de relaciones, favorece el manejo de los juzgados como si formasen parte del
patrimonio de quien está a cargo.
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Así, a la operación típica del derecho estatal capitalista mediante el cual un


hecho real se transforma en un objeto procesado (Pita y Sarrabayrouse Oliveira,
1997) o, en otras palabras, el procedimiento por el que una persona con un
nombre y una historia se convierte en un expediente con un número determi-
nado, se hace necesario agregar un tercer tiempo en el que la causa pasa a tener
un dueño: el empleado encargado de seguir su trámite. Es decir, deja de ser “el
expediente Nº tanto” para convertirse en “la causa de X empleado”.
A la apología del secreto, que encuentra tierra fértil en el ámbito de la jus-
ticia penal, se suma la apropiación de las causas, como si se tratase de objetos
personales del empleado o del funcionario encargado de su trámite antes que
como de documentos públicos a disposición de cualquier ciudadano intere-
sado.
De acuerdo al nuevo código de procedimientos, los jueces de instrucción
(1º instancia judicial) tienen la posibilidad de delegar la investigación en el Mi-
nisterio Público. Este mecanismo les permitiría descongestionar los juzgados
del cúmulo de expedientes ingresados, sin embargo, son muy pocos los magis-
trados que delegan. Gran parte de la explicación parece encontrarse en que los
funcionarios ven a la delegación en la fiscalía como un atentado a sus funciones
y, centralmente, a su investidura:

Lo que pasa es que los jueces de instrucción, trabajan mal, son un de-
sastre. Tienen el personal que necesitan para hacer un buen trabajo, lo
que pasa es que no saben trabajar, se enganchan en cada tontería! y no
avanzan... Llegado el momento van a tener que delegar en las fiscalías y
se van a querer matar ¡porque piensan que las causas son de ellos! (Jueza
de Tribunal Oral).

En esta tensión con el Ministerio Público, en varias oportunidades los


jueces terminan cometiendo “serios” errores procesales –en términos de al-
gunos funcionarios consultados–, errores que centralmente se vinculan con
esta noción de propiedad privada que tienen con relación a las causas y a los
juzgados penales que dirigen. Así, se han producido casos en los que los jueces,
frente a resoluciones de la fiscalía (órgano independiente según la Constitución
Nacional), han apelado a la Cámara (instancia superior de apelación de los juz-
gados de primera instancia) para que revea la decisión judicial tomada por el
fiscal, como si ellos (los jueces) fuesen una parte interesada:

Se creen los dueños del expediente. Creen que pueden hacer cualquier
cosa y se olvidan que esto es un juicio contradictorio: hay un señor que
acusa y un señor que defiende. Si el señor que acusa, no acusa, se acabó,
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Estudios de antropología jurídica. Burocracias y violencia

no hay nada que hacer. Si nosotros no somos parte, no podemos me-


ternos a decir “pero yo creo que tal cosa”. No. Yo tengo que ver qué me
dice éste, qué me dice el otro. Si éste me prueba la culpabilidad o si aquél
no me la prueba o ataca la prueba del otro y lo consigue zafar. Lo que
pasa es que hay muchos que confunden la función del juez. Este es un
tema serio (Jueza de Tribunal Oral).

Por otra parte, esta metodología de “apropiación” de las causas que se tra-
mitan en un juzgado, se extiende a la relación de los jueces con sus propios juz-
gados y con los empleados y funcionarios que lo integran:

La calidad de propietario, del juez nacional o federal argentino, se re-


fiere, inconfundiblemente, a la garantía de su permanencia en el cargo
[...]. Los usos y las prácticas, sin embargo, aún sin haber transformado al
juez en propietario del juzgado en el primer término5 [...] lo enseñorean
frente al grupo de funcionarios que dependen de ese juzgado y de
ningún otro. Esta tradicional relación jerárquica parece inherente al
status personal, jurídico y social del magistrado, y, aunque su manteni-
miento haya devenido no sólo innecesario, sino demostrablemente per-
judicial para la óptima prestación del servicio de justicia, puede afir-
marse sin temor a errar, que muchos magistrados experimentarían,
frente a una reforma que eliminase o redujese considerablemente su sé-
quito, la sensación de una irreparable pérdida de poder, o un cercena-
miento no compensado de su derecho de propiedad (Banco Mundial,
1994:13-14).

El honor en antropología: el caso de la justicia penal.


A partir de la década del ‘60 el interés de la antropología por el simbolismo y la
religión ha ido en aumento. El honor comenzó a ser analizado en función de su
relación con lo sagrado y no como una explicación vinculada exclusivamente
con lo social. De esta manera, la relación del honor con lo sagrado dejó de ser
considerada “como un aspecto residual invocado para explicar cómo estaba
vinculado el honor a la autoridad del Estado, la Iglesia o los líderes religiosos”
(Peristiany, 1992:16).

5 El párrafo anterior del trabajo del que extraje la cita decía: “La palabra «titular», en castellano, reconoce
como sinónimo al vocablo «propietario», en su segunda acepción: quien tiene un cargo o empleo que
le pertenece, a diferencia del que sólo transitoriamente desempeña las funciones al él inherentes”
(Banco Mundial, 1994:13).
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

Los nuevos trabajos sobre el honor –que ya habían incorporado en sus ín-
dices la problemática de la religión y de lo sagrado– incluyeron también el aná-
lisis ritual. Desde esta nueva perspectiva, las vinculaciones del ritual con el
honor se dieron en función de entender que “los ritos establecen el consenso
acerca de «cómo son las cosas» y, así establecen la legitimidad. Por lo que el ri-
tual es el garante del orden social, expresando el honor, no sólo en la distribu-
ción formal de dignidades en las ceremonias, sino también en el sentido de
hacer manifiesto el status honorable de los actores, ya sea en los ritos de saludo,
de hospitalidad o de paso” (Peristiany, 1992:16).
El honor, como un concepto con peso propio, tenía una escasa utilización
en los análisis antropológicos anteriores a los años ‘60. En su “Ensayo sobre los
dones”, Marcel Mauss (1979) utiliza el concepto, pero de forma secundaria y
asimilándolo fuertemente al concepto polinesio de mana: “El mana polinesio
simboliza no sólo la fuerza mágica de cada ser, sino también su honor, siendo
una buena traducción de esta palabra, la de autoridad y riqueza” (op. cit.: 202).
Peristiany (1992) considera que los motivos de la omisión del honor en los
trabajos antropológicos pueden tener diferentes explicaciones: tal vez, se tra-
taba de una palabra demasiado sagrada para atribuírsela a pueblos no occiden-
tales, en tanto era pensado como un elemento específicamente occidental y por
lo tanto sin posibilidades de traducción; o bien, el hecho de que nadie –salvo
Mauss– pudo pensar en las semejanzas entre el honor de los jefes maoríes y los
hombres de honor occidentales “que todavía no habían sido reconocidos como
objeto válido de estudio antropológico” (op. cit.: 19).
Los primeros estudios que comienzan a utilizar el concepto de honor –fun-
damentalmente en sociedades europeas mediterráneas– empiezan a plantear
nuevos problemas (ver Pitt Rivers 1979, 1989, 1993). Por un lado, el honor es
visto como una parte esencial de la cultura, pero, también, aparece fuertemente
vinculado con otros aspectos de estas sociedades tales como el género, la endo-
gamia, el patronazgo, el insulto o la venganza, destacándose un aspecto distinto
del honor según la institución que estuviese implicada. En este sentido, aparece
como un concepto polisémico estrechamente vinculado a otros, tales como
status, poder y autoridad.
Este carácter polisémico del honor, permitía reconocer no sólo la amplia va-
riedad de representaciones sociales en una sociedad dada, sino la multiplicidad
de intereses –variados y en conflicto– entre grupos rivales, ya fuesen éstos li-
najes, clanes, clases o gremios, los que en este proceso otorgaban importancia
sólo a aquellos aspectos del honor que favorecían su ascenso social. Interpreta-
ciones sobre el honor opuestas entre sí luchaban por medio de sus defensores
para imponerse sobre el consenso popular. “[...] El honor es un concepto de-
masiado íntimo para someterse a definición: debe sentirse, no puede ser anali-
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Estudios de antropología jurídica. Burocracias y violencia

zado más que por el antropólogo. Es un error, por lo tanto, considerar el honor
como un concepto constante y único más que como un campo conceptual
dentro del cual la gente encuentra la manera de expresar su amor propio o su
estima por los demás” (op. cit.:20).
A partir de estos nuevos trabajos, ciertos conceptos dejan de ser vistos sim-
plemente como “precipitados por las relaciones sociales”. La cultura ya no es
considerada como “un conjunto de normas de conducta seguidas ciegamente
que sostienen la organización de la sociedad, sino una estructura de premisas
en conflicto donde tiene lugar la lucha por la dominación” (op. cit.: 20). En
otras palabras, la relación entre cultura y sociedad ya no es una relación armo-
niosa sino dialéctica; la consecución del honor no es pues una refracción del
poder o de la precedencia, “sino una manera de conseguirlos y mantenerlos por
medio del control de la definición del honor” (op. cit.: 20). Al decir de Peris-
tiany, la paradoja de que el honor sea tanto una cuestión de conciencia moral y
un sentimiento, como un hecho de reputación y precedencia alcanzado ya sea
en virtud del nacimiento, el poder, la riqueza, la santidad o la fuerza, implica
que no puede ser analizado meramente como un epifenómeno de algún otro
factor –tal como la economía–, sino que responde a una lógica propia que
puede deshacer las paradojas.
A través de conceptos como el honor, la antropología ha ido incorporando
la cultura y el simbolismo a la reflexión y al debate de trabajos que, clásica-
mente, han sido calificados como políticos. En el caso de la agencia judicial, la
cuestión del honor aparece estrechamente vinculada a la compleja relación que
existe entre el status y las jerarquías, relación que a su vez permea la forma par-
ticular en que se establecen y reproducen las relaciones de poder de la institu-
ción.

Status y jerarquías

Los mecanismos de ritualización mediante los cuales se consagra el poder están


asociados generalmente a formas de organización social tradicionales, donde lo
religioso adquiere un peso específico. Sin embargo, en sociedades modernas, la
consagración del poder continúa operando aún cuando la expresión ya ha sido
secularizada y la gracia ha perdido sus connotaciones religiosas (Peristiany,
1992: 30). En este sentido, el análisis del fuero penal permite advertir de qué
manera un conjunto de signos materiales y simbólicos actúa como sostén de re-
laciones jerárquicas y estatutarias, las que a su vez funcionan como expresiones
legitimadoras de la autoridad ejercida por los magistrados.
Así, el uso de rituales y acciones excesivamente formalizadas garantizan, por
medio de la precisión de los ritos y de los símbolos, la afirmación del lugar de la
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

magistratura. Los rasgos materiales y simbólicos –la vestimenta, el saludo, la


forma de dirigirse a un superior– remarcan permanentemente los roles y fun-
ciones tanto de los empleados como de los funcionarios judiciales:

[...] la mayoría de los jueces con los que he trabajado –inclusive algunos
secretarios– hacían que los trates de Ud., pero ellos te tuteaban. Lo que
pasa es que no son sólo los funcionarios, sino que viene de los abogados.
Una vez me pasó algo que me llamó la atención... ¿Cómo se llama este
abogado? JMO, uno que fue –¿te acordás?– en el juicio de los ex coman-
dantes, era el defensor de no sé quién... Viene a la Fiscalía de Cámara a
hablar con el fiscal, lo atiendo yo, pero no le digo quién soy, él pensó
que yo era un empleado. Entonces, empieza a explicar el tema: «Sí
porqué mirá esto... qué sé yo...» Y no sé por qué yo le dije que era el se-
cretario... «Ah!, doctor...». Cambió, se recompuso, se puso así firme, y
empezó a hablar con otro trato. Es como que tienen incorporado que
hay que “doctorear”, y que estás ante un doctor y que sos distinto (Fiscal
Correccional).

Esta rigidez en las formas y en el trato se relajan –en algunos casos– en el


funcionamiento cotidiano de los tribunales, sin embargo, en ningún momento
las jerarquías se ven trastocadas, a lo sumo, se matizan:

[...] está muy incorporado al personaje tribunalicio que cuando hay una
persona de «afuera» –aunque te tutees con el superior–, para dar la
imagen de respeto o algo por el estilo, delante de una persona ajena no lo
tuteás [...] es muy natural que pase eso, casi como que pertenece a la
forma de trabajo (Juez de Tribunal Oral).

Así, el efecto de distanciamiento y respeto que produce el “doctoreo”, es


visto (y justificado) como una garantía de “objetividad” en el procedimiento
judicial:

No es tanto una cuestión de vergüenza (tratar de Doctor o Su Exce-


lencia) sino más bien una cuestión de imagen [...] en alguna situación
un poco conflictiva, puede causar una fea impresión que se tutee al su-
perior (Jueza de Tribunal Oral).

Los signos de respeto y autoridad que reafirman el lugar “superior” que


ocupan los funcionarios se ven fuertemente remarcados por la escenificación
desplegada en el transcurso de los juicios orales así como por las construcciones
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simbólicas que se construyen en torno a los mismos. Ejemplo de ello es el


rumor que, al poco tiempo de implementarse los juicios orales, comenzó a co-
rrer por los pasillos de tribunales: se decía que los jueces orales iban a usar en los
debates, toga y peluca. Al ser consultado sobre esta versión, un fiscal entrevis-
tado contestó:

No sé si van a hacer lo de la peluca, pero lo de la toga... parece que el pro-


yecto está, no sé si saldrá o no saldrá. Pero bueno, les gusta. Son resabios
monárquicos. En Europa se usa. Yo me acuerdo que estaba en París y fui
a conocer el Palacio de Justicia, y veía salir a los abogados con las togas y
todo... (Fiscal Correccional).

Si bien los juicios orales, en su condición de rituales seculares (Sarrabay-


rouse Oliveira, 1998), funcionan como representaciones que refuerzan el mito
de la igualdad ciudadana –en el sentido de una justicia equitativa para hombres
libres e iguales en sus derechos y obligaciones–, también es cierto que en el aná-
lisis de los discursos, los tonos de voz, el uso del espacio, permite apreciar la ma-
nera en que operan las mallas judiciales a través de las cuales –al decir de Kant
de Lima (1995)– se “particulariza la aplicación de leyes genéricas”. Esta opera-
ción produce una doble desigualdad. Por un lado, el hermetismo de los códigos
utilizados produce un efecto por el cual, quienes desconocen las formas de pro-
ceder y dirigirse, son tratados como seres ajenos a la justicia –que de hecho lo
son– y que no merecen un trato equitativo ni amable, situación que a su vez se
ve justificada en la “objetividad de la ley”, objetividad que parecería trasladarse
a la figura que la personifica: el juez. Por otro, y desprendiéndose de este último
punto, los jueces mismos parecen “despojarse” de su condición de ciudadanos
para poder “encarnar a la justicia”, colocándose en un lugar superior al del resto
de los participantes, quedando situados por encima de la ley de la cual ellos son
los “defensores” mientras se la aplica a los demás. En su análisis de la justicia
real medieval, Kantorowicz destacaba la existencia de lo que él denominó el
doble principio, a través del cual “el Rey es a la vez el señor y el esclavo de la
equidad [...] representa al mismo tiempo a la ley y la transgresión de la ley”(ci-
tado en Lafages, 1992:63).
Como dije en el párrafo anterior, el manejo de un lenguaje jurídico excesi-
vamente técnico y hermético, dificulta la comprensión de los agentes “no pro-
fesionalizados” (Santos, 1991), y acentúa las distancias entre el juez y el impu-
tado. Este hecho no pasa desapercibido para todos los funcionarios judiciales,
sin embargo, en los casos en que esta manera de proceder es vista como un
efecto indeseable, el intento de “acercamiento” y de enmienda se hace, nueva-
mente, desde un lugar que refuerza la asimetría, al intentar resocializar, ree-
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

ducar, reinsertar a un ciudadano al que, por definición, se debería considerar


“libre”:

Cuando está el imputado solo –si no hay público, ni abogados–, no le


leemos la sentencia, se la contamos [...] porque es un poco como estar
haciendo docencia también! [...] En el caso de una condena en suspenso
–por ejemplo– le decimos: «esto es una condena aunque ud. se va en li-
bertad. Ojo, que si comete otro delito va a cumplir las dos!! Pero, si ud.
se porta bien, es como si no se hubiera dictado nunca.» Es una especie de
reto paternal [...] (Jueza de Tribunal Oral).

Sin lugar a dudas, es preferible una sentencia “escolarmente” explicada


antes que un código impenetrable; sin embargo, es evidente –a partir de la au-
sencia de abogados particulares tanto como la de público, en el ejemplo dado
por la entrevistada– que son sectores determinados los destinatarios de este
“acto de docencia”. Estas relaciones jerárquicas establecidas con el “afuera ins-
titucional” –fundamentalmente con sectores de escasos recursos– se ven cru-
zadas y atravesadas por cuestiones de índole estatutaria vinculadas al privilegio
de pertenecer al poder judicial y, particularmente, al fuero penal:

[...] para mí el interés parte de que acá, en el derecho penal, estamos ju-
gando con el interés de las personas y con el honor, la persona trata de
no tener un antecedente penal...y de otros factores que son muy hu-
manos, no son tan monetarios como son en otros derechos, que se están
peleando por una cantidad de dinero o por una casa [...] lo más intere-
sante de la justicia penal es la trascendencia de las resoluciones en com-
paración con las decisiones de otro derecho6 (Juez de Tribunal Oral).

La diferencia de status y las jerarquías, se reflejan también en la organización


interna de los tribunales, donde los mismos agentes reconocen la existencia de
fueros de distinto “nivel”. Así, los juzgados correccionales o los juzgados de
menores, son catalogados como tribunales de poco prestigio y de escaso interés
para los funcionarios. En este sentido, se los considera como el paso obligado a
cumplimentar para acceder a cargos mejor posicionados, como por ejemplo el
fuero federal. El prestigio de los distintos fueros nada tiene que ver con los
sueldos que se perciben en la medida en que, siendo de la misma jerarquía, no

6 Es interesante comparar esta reflexión sobre el honor y lo económico, con los datos estadísticos produ-
cidos por la Dirección Nacional de Política Criminal que reflejan que el 82,5% (1995) y el 81,6% (1996)
de los delitos que llegan a los tribunales orales son delitos contra la propiedad en tanto que sólo en el
2,9% (1995) y en el 2,5% (1996) se trata de delitos contra la honestidad.
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varían de un fuero a otro. Sin embargo, un cargo de juez federal es más “valo-
rado” que uno de juez criminal, y a su vez este último se prefiere sobre un juez
correccional. Paradójicamente, el status es inversamente proporcional a la
carga de trabajo (a menor status, mayor trabajo) y directamente proporcional a
la importancia y difusión pública de las causas (a mayor status, causas más “im-
portantes”):

[...] el tema es lo que significa estar en el fuero federal: ahí están las
causas más importantes que tienen que ver con lo político, con el
Estado, con los grandes negociados, y todo ese tipo de cosas...estás
siempre en tema. En cambio, acá (fiscalía correccional) estás totalmente
aislado de eso. Acá estás con las cosas de... de la gente común. Y...y eso
creo que le da (al fuero federal) más status o más prensa, porque le da
más importancia frente al poder (Fiscal Correccional).

Las discusiones surgidas al interior del poder judicial, a raíz de las posibili-
dades de traspaso de la justicia nacional al ámbito municipal, como parte del
reconocimiento de la Ciudad de Buenos Aires como un estado autónomo7,
mostraron no sólo las diferencias entre distintos sectores judiciales, sino la im-
portancia otorgada al prestigio y al status en la justicia, como así también la
fuerza de presión que tienen determinados sectores de la agencia judicial para
modificar decisiones políticas que consideran perjudiciales para sus intereses
corporativos.
En este sentido, el malestar expresado por amplios sectores de la corpora-
ción judicial y los argumentos esgrimidos, condujeron a la incorporación en la
Constitución de la Ciudad, de una cláusula transitoria mediante la cual se esta-
bleció que –en caso de producirse el traspaso de la justicia nacional– se respe-
taría la condición de jueces nacionales de los magistrados designados como
tales. En otras palabras: tendrían jurisdicción sobre la Ciudad de Buenos Aires,
pero seguirían llamándose “jueces nacionales” y continuarían gozando de las
garantías que les otorga la justicia nacional. Sólo en el caso de que quisiesen as-
cender se convertirían en jueces de la Ciudad, debiendo subordinarse a las re-

7 Esta discusión ha sido analizada con mayor extensión en mi tesis de licenciatura (1998) y en el informe de
avance de la beca de iniciación otorgada por la Universidad de Buenos Aires (1999). El debate surgido a raíz
de la posibilidad de traspaso de la justicia nacional, permitió observar las diferencias y los fluctuantes
acuerdos entre los grupos del poder judicial, la influencia ejercida por elites “ajenas” al ámbito propia-
mente judicial y la fuerza de ciertos sectores del aparato de justicia para la toma de decisiones políticas. Este
caso se mostró particularmente rico en tanto condensador de distintos elementos que, por un lado, hacen a
la complejidad de la malla en la que operan los agentes del fuero penal mostrando las mutables alianzas
que establecen de acuerdo a las distintas coyunturas; y por el otro, perfila la aparición de argumentos esta-
tutarios y patrimonialistas que hacen a las relaciones entabladas entre los distintos sectores.
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

glamentaciones de la misma. La problemática del status y del honor aparece a


todas luces en el ámbito de esta discusión. Se ve claramente que lo que está en
cuestionamiento no puede ser analizado como un problema económico o de
ciertos derechos adquiridos. Se trata de un problema de privilegios, de recono-
cimiento, de prestigio. Como planteaba una entrevistada que trabajaba como
empleada en un juzgado de instrucción:

Cuando mi novio me consiguió el trabajo en tribunales, estaba tan con-


tenta! Necesitaba el trabajo y aparte estudiaba derecho. Entonces era
bárbaro! El sueldo no era muy bueno –por suerte, no entré como meri-
toria– pero estaba trabajando en la justicia nacional!! Mi vieja no lo
podía creer, se lo contaba a todo el mundo (Empleada Juzgado de
Instrucción).

Como dije anteriormente –parafraseando a Peristiany– el carácter polisé-


mico del honor permite reconocer la multiplicidad de intereses entre grupos y
facciones rivales. Estos grupos, a su vez, otorgan importancia sólo a ciertos as-
pectos del concepto que los favorecen en la definición de lo que -según ellos en-
tienden- los coloca en un lugar de superioridad. En este sentido, el conflicto
entre la justicia nacional y la justicia de la ciudad, muestra la actuación de
grupos con diferencias en lo que respecta a sus intereses y a los recursos de auto-
ridad a los que apelan, características que se traducen, simultáneamente, en in-
terpretaciones contrapuestas acerca de las ideas que manejan sobre el honor,
basándose en un caso en la tradición, el status y la jerarquía y, en el otro, en la
modernidad, la transparencia institucional y el garantismo. A partir de esto, se
puede observar de qué manera el honor aparece como un concepto que se rede-
fine permanentemente de acuerdo no sólo a los contextos y a las coyunturas,
sino a los sectores que lo utilizan.

Traficantes del misterio. El secreto, los códigos, el hermetismo


En su artículo “La vida en una sociedad post-tradicional” (1997), Giddens
plantea que en las sociedades tradicionales (entre las que incluye a las mo-
dernas8) la autoridad está centrada en la figura de un personaje característico: el
guardián. La legitimidad del espacio que éste ocupa, se asienta en el acceso pri-

8 Aunque parezca contradictorio hablar de la tradición como un elemento de la modernidad, coincido con
Giddens en que “en su mayor parte, la modernidad hizo tanto por disolver la tradición como por recons-
truirla. En las sociedades occidentales, la persistencia y la recreación de la tradición fue crucial para la le-
gitimación del poder” (1997:5).
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vilegiado que tiene a cierto conocimiento particular basado en verdades formu-


larias.
Por otra parte, en lo que él denomina las sociedades postradicionales, los
“protagonistas” son los expertos: “Un experto es cualquier individuo que pueda
aducir habilidades específicas o tipos de conocimiento que un lego no posee”
(op. cit.: 36). A diferencia del conocimiento tradicional, el conocimiento ex-
perto tiene un carácter desarraigante (no local), en el que “las formas de cono-
cimiento local [...] se convierten en recombinaciones locales de conocimiento
provenientes de otros lugares” (op. cit: 37). El disenso es el motor del experto y
su objetivo es un conocimiento universal.
Este tipo de análisis, pensado para una sociedad y una problemática parti-
cular, se presentó como una idea sugerente que me permitió reflexionar sobre
los sectores que integran el fuero penal y las relaciones que allí se despliegan,
profundizando en las categorías clasificatorias utilizadas.
En un primer momento, la distinción entre expertos y guardianes desarro-
llada por Giddens, parecía corresponderse –aunque más no sea, a grandes
rasgos– con la gran división establecida por los actores judiciales, entre un
sector democrático o progresista y un sector nacionalista-católico, respectiva-
mente (cf. Sarrabayrouse Oliveira, 1998).
Si recurro a la definición weberiana de los diferentes tipos de dominación, el
poder judicial de los estados modernos aparece como el lugar por antonomasia
donde se despliega la autoridad legal-racional, característica de este tipo de do-
minación. Este tipo de autoridad “descansa sobre «la creencia en la legalidad de
las reglas estatuidas y en el derecho de impartir órdenes de aquellos investidos
de autoridad en conformidad con esas reglas». La lealtad personal se ve eclip-
sada si se la compara con el debido proceso de la ley o procedimiento formal”
(Giddens, 1997: 36).
Sin embargo, el mapeo de los grupos que integran el fuero penal, pone en
evidencia la presencia de algunos sectores (a los que denominé guardianes) que
establecen relaciones patrimonialistas y estatutarias tanto con sus empleados
como con el juzgado que dirigen y que, ante cualquier intento de transforma-
ción o de cuestionamiento, apelan a la investidura del magistrado y a una an-
tigua tradición jurídica.
Estos guardianes legitiman su lugar a partir del acceso privilegiado a un co-
nocimiento particular –en este caso, el jurídico– basado en lo que he llamado
verdades formularias. El conocimiento jurídico es un conocimiento local que
tiene arraigo en algún contexto de origen o lugar central y que, al igual que la
tradición, colabora en la construcción de espacios privilegiados que lo diferen-
cian de otros tipos de saberes y grupos. Así, los funcionarios aparecen como
guardianes rodeados del halo de autoridad que les otorga el hecho de ser posee-
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dores de un saber singular que los habilita a descifrar e interpretar –a través de


los códigos– una verdad particular e inaccesible a la gente “común”: la ley.
La autoridad de los guardianes se apoya en el status y en las jerarquías,
donde los símbolos adquieren un lugar fundamental para el sostenimiento de
la centralidad de su figura. En este sentido, el reconocimiento de la autoridad
se da no sólo por la capacidad que estos actores tienen de dar órdenes, sino por
constituirse en el punto de referencia donde se concentra la “sabiduría”.
Por su parte, el sector autodenominado progresista posee características dife-
rentes y apela a recursos de autoridad que lo acercan más a los grupos definidos
como expertos o especialistas. Así estos otros agentes –genéricamente agru-
pados en la corriente identificada con el garantismo jurídico–, definen su perfil
con “slogans” en los que recurren a argumentos tan diversos como el respeto a
las garantías de los imputados, la importancia de la formación profesional de
los funcionarios, la elaboración de códigos acordes a los existentes en “países ci-
vilizados”, la transparencia institucional, la independencia del poder judicial.
En muchos casos, cumplen tareas como asesores en organismos internacio-
nales9 y ponen todo su esfuerzo en la ejecución de reformas judiciales. Las dife-
rencias entre las realidades de los distintos países no son planteadas como un
problema a considerar, ya que estos “expertos” entienden que una normativa
garantista es tan válida en Noruega como en Mauritania.
En un trabajo de reciente publicación, Darío Melossi (1997) plantea que en
el ámbito del derecho existe un personaje al que denomina jurista ingenuo.
Según su definición el jurista ingenuo es un “hombre de derecho que cree que
los problemas sociales, políticos y económicos, y los propios problemas del or-
denamiento jurídico, pueden ser resueltos mediante un cambio legislativo.
Esto lleva, por ejemplo, a denunciar que tal ley está mal hecha, es injusta, es de-
masiado liberal, o bien liberticida, etc., prescindiendo de toda contrastación
empírica de la misma” (1997:77).
El sector que conforman los expertos o progresistas o garantistas, está atibo-
rrado de planteos elaborados desde el “jurismo ingenuo”. Sin embargo, la
adopción de los ropajes de este personaje no es un acto inocente. No es posible
decir que todos los que se posicionan en este lugar piensan que efectivamente la
realidad será transformada a partir de la aplicación de una norma, si bien es
cierto que muchos de ellos sostienen que una normativa más racional puede
colaborar con un mayor respeto de los derechos de los ciudadanos. Otros, ni si-
quiera confían en que sus propuestas y proyectos vayan a implicar en la práctica
una gran transformación, pero coinciden en que “debería” ser así.
9 Muchos de estos expertos son asesores contratados en distintos países latinoamericanos, particular-
mente en Centroamérica. Entre sus múltiples funciones se encuentra la elaboración de códigos de pro-
cedimiento así como el dictado de cursos de formación para funcionarios judiciales.
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Estudios de antropología jurídica. Burocracias y violencia

La singularidad del ropaje del “jurista ingenuo” es el uso reflexivo que hacen
los actores de su posicionamiento, adoptando este rol en las disputas de ca-
rácter político y por espacios de poder, desde donde entablan alianzas que los
fortalecen en sus enfrentamientos con otros sectores. Otro rasgo que caracte-
riza a esta postura es que en los actores que la adoptan, en ningún momento se
contempla un esfuerzo por conocer el funcionamiento de las instituciones pe-
nales sobre las que proponen reformas. Tampoco se consideran como un pro-
blema a indagar las relaciones que allí se tejen y sobre las que se estructuran
prácticas, las cuales, a su vez, activan políticas criminales. Y este punto tiene
particular incidencia sobre las características de los expertos en la justicia penal
argentina
Como intenté demostrar con lo hasta aquí desarrollado, el status, las jerar-
quías, el parentesco, las lealtades, el patrimonialismo, son elementos y formas
de relación que hacen al desplazamiento de los agentes judiciales en el interior
de la agencia. Estas reglas de “cortesía” y de funcionamiento se asientan en una
lógica particular, la lógica jurídica, sostenida en normativas codificadas y abs-
tractas. Las características del saber jurídico –por definición, general y uni-
versal; en la práctica, cerrado y esotérico– transforma a las reglamentaciones
que rigen el ámbito de la justicia en verdades formularias y a sus hermeneutas
en guardianes. El acceso privilegiado a este conocimiento particular, refuerza la
autoridad de los funcionarios en la medida en que los transforma en el punto
de referencia del conocimiento y la sabiduría, no sólo en el interior de la insti-
tución judicial sino en la imagen que, ellos entienden, la sociedad tiene de sus
actos.
Lo interesante es que esta forma de funcionamiento es utilizada, genérica-
mente, por todos los agentes que transitan por el ámbito judicial –sean expertos
o guardianes–, más allá de los recursos de autoridad a los que recurran. En otras
palabras, la apelación al universo de las relaciones personales (Da Matta, 1980)
legitimado en el universo de las leyes generales, es utilizada por los distintos ac-
tores más allá de las diferencias de alistamiento en diferentes facciones.
Tanto el sector democrático como el sector conservador actúan siguiendo
las pautas de los guardianes. Usando argumentos diferentes, unos como otros,
recurren al secreto, al hermetismo, a la codificación extrema, con la correspon-
diente construcción del juez como una figura con un status diferente, una fi-
gura sacralizada. Por otra parte, la lógica de las lealtades y el parentesco es una
estrategia generalizada en la justicia y, si bien son muchos los que la cuestionan
–incluso utilizando la crítica como slogan identificatorio– son pocos los que
dejan de ponerla en práctica.
Clifford Geertz sostiene que frente a los grandes –o pequeños– interro-
gantes, los antropólogos tendemos a centrarnos en lo singular, en lo concreto,
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

en lo microscópico “[...] somos los miniaturistas de las ciencias sociales, pues


pintamos sobre lienzos liliputienses lo que creemos que son trazos delicados.
Esperamos encontrar en lo pequeño lo que nos esquiva en lo grande, trope-
zando con verdades generales mientras estamos revisando en casos especiales”
(1994:20). A fin de poder ver estas relaciones y formas de funcionamiento
puestas en práctica, he seleccionado dos casos “ejemplares” que permitan apre-
ciar de qué manera debe moverse un actor, qué contraseñas deberá saber y qué
extraños cerrojos tendrá que poder abrir para “poder pasar de la mesa de en-
tradas”. Pero, para que estos casos puedan ser comprendidos, es necesario hacer
antes una descripción del procedimiento formal que rige el camino que debe
recorrer un expediente.

Descripción del procedimiento penal que culmina en el juicio oral10

El Código Procesal Penal actual –que incluye el juicio oral y público– admite
diversas formas de iniciación de una causa.
Se conoce como “causa iniciada por prevención policial” aquellos casos en
los que se presenta una denuncia en una comisaría, supuestamente, por ha-
berse cometido un delito. Si existe una persona detenida11, la misma es llevada a
la seccional; allí se le hace el interrogatorio de identificación –legalmente la po-
licía no puede obtener más información–, se le dicen cuáles son sus derechos e
“inmediatamente” se notifica al juez y al fiscal12, remitiéndole al primero las ac-
tuaciones. El juez, en principio, da comienzo a la investigación (instrucción). Es
decir, comienza a investigar, a producir la prueba, lo cual implica citar testigos,
interrogar al imputado –si estuviera identificado– hacer pericias de distintos
tipos, etc. Según la opinión de algunos expertos, el problema de la iniciación
por prevención policial es la autonomía que les otorga a las distintas fuerzas de
seguridad:

[...] le otorga un alto grado de autonomía a las fuerzas de seguridad, ya


que las mismas, amparándose en llamadas anónimas e informes de inte-
ligencia, comienzan a realizar detenciones en la calle, a efectuar requisas
personales, requisas de autos, entregándole después a la justicia un “pa-
quete armado”, obviando la orden judicial porque ahí empiezan a alegar
temas de urgencia (Asesor Ministerio de Justicia).
10 Agradezco muy especialmente a Hernán Olaeta, Silvina Seyahian y Mariana Siga por la ayuda brindada
para la redacción y “traducción” de este apartado.
11 Las detenciones realizadas por la policía deben efectuarse frente a dos testigos ajenos a la dependencia.
En ese acto, la policía debe leerles a las personas detenidas los derechos que las amparan, so pena de de-
clarar nulo el procedimiento.
12 El fiscal es la parte acusatoria y representa al Estado.

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Estudios de antropología jurídica. Burocracias y violencia

Otra forma posible de iniciación, es la realizada por requerimiento fiscal, es


decir aquellos casos en los que la denuncia en lugar de hacerse en una comi-
saría, se efectúa ante la Cámara de Apelaciones. El poder judicial tiene un sis-
tema de turnos para recibir denuncias: en caso de querer realizar una presenta-
ción, uno debe presentarse en tribunales donde un empleado la recibe y luego
hace el sorteo para asignar el juzgado y fiscalía correspondiente13.
El juez para dar comienzo a la causa necesita de un requerimiento fiscal, para
lo cual le da traslado (notifica) a este funcionario de la denuncia que se ha efec-
tuado. En esta primera etapa el fiscal podrá no sólo solicitar (requerir) al juz-
gado que inicie la instrucción, sino que también podrá pedir el desestimiento de
la causa porque no existe delito alguno –más allá de que se haya efectuado una
denuncia–, o pedir que la remita a otro juzgado por incompetencia, es decir,
porque el delito se cometió en un ámbito que no se corresponde con la jurisdic-
ción que tenía ese juzgado (ej.: el delito se cometió en provincia de Buenos
Aires y se hizo la denuncia en Capital Federal), o porque remitieron al juzgado
una causa que no tenía que ver con su materia (ej.: se inicia una causa por le-
siones leves –que tiene una pena menor a tres años– en un juzgado de instruc-
ción que sólo resuelve causas en las que los delitos denunciados poseen una
pena superior a los tres años).
Los delitos cuyo autor es desconocido (NN) se inician directamente por fis-
calía. Sin embargo, cabe aclarar, que los jueces tienen la atribución de delegar la
instrucción de la causa en la fiscalía, aunque en la práctica esto pocas veces
ocurra.
Es durante la instrucción, donde se comienza a producir la prueba que se
utilizará para determinar la culpabilidad o inocencia del imputado. La prueba
está constituida –y construida– por declaraciones de personas que fueron tes-
tigos del hecho (declaraciones testimoniales); por pericias de distintos tipos –psi-
cológicas, dactilográficas, médicas, etc.–, es decir, aquellos informes solicitados
a distintas disciplinas para que den su opinión “científica” sobre la forma en
que sucedió un hecho determinado, (pueden ser ordenadas por el juez o solici-
tadas por las partes); finalmente, por las declaraciones indagatorias tomadas a
los imputados, en la cual se los interroga sobre el hecho por el que están impu-
tados (pueden negarse a declarar). Formalmente es el juez quien debe tomar las
declaraciones –tanto testimoniales como indagatorias–, pero en los hechos, ge-
neralmente, estas funciones son realizadas por los empleados. Las declaraciones
testimoniales –no así las indagatorias– pueden ser tomadas también por los fis-
cales ya sea por razones de urgencia o porque, directamente, el juez ha delegado
la instrucción en el ministerio público.

13 Antes el sorteo se realizaba mediante un bolillero.

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A partir de la declaración indagatoria, el juez tiene un plazo de diez días para


determinar cuál es la situación procesal de la persona imputada. Así, en el caso
de que existan importantes indicios que permitan suponer que esa persona es la
autora del delito que se le imputa y que, por lo tanto, justifican la continuidad
de la investigación, se resuelve un procesamiento; si no hay pruebas suficientes
como para imputarle ese hecho, se lo sobresee –una suerte de absolución antici-
pada–; finalmente, si no existen, aún, los elementos necesarios como para pro-
cesarlo o sobreseerlo, se decreta una falta de mérito y se continúa investigando.
En este último caso, en un tiempo relativamente breve, el juez debe resolver el
procesamiento o el sobreseimiento de la persona imputada. La instrucción
tiene un plazo máximo de duración de cuatro meses.14
En caso de que la persona sea procesada, se podrá producir algunas otras
medidas de prueba (pericias, testimonios, etc.) y se clausurará la instrucción
para elevar la causa a juicio (se la envía al tribunal oral) a pedido del fiscal o de la
querella15.
A pesar de los objetivos “declarados” de la reforma procesal, durante la
etapa de instrucción, el Ministerio Público16 no tiene mayor intervención que
la de proponer algunas medidas de prueba17; la mayoría de las decisiones están
en manos del juez de instrucción. El problema que ven algunos agentes entre-
vistados es el conflicto que se produce en la doble posición del juez instructor,
que tiene tanto la función de investigador del delito y de garantizador –con-
tralor– de las garantías de la persona imputada:

[...] tienen esa posición esquizofrénica que simultáneamente investigan


y vigilan las garantías del imputado –una cosa absurda– y lo que termina
pasando es que el juez de instrucción cuando estima que la investigación
preliminar ya está cerrada, le corre traslado (informa) al fiscal, le corre
traslado al imputado y el fiscal ahí puede pedir que se le haga unas me-
didas de prueba más como puede decir: ‘requiero la elevación a juicio’, y
ahí entonces, lo único que puede pedir el defensor para provocar algún
control es instar el sobreseimiento, o sea, decir ‘no, no corresponde que

14 Art. 207 (CPP): “La instrucción deberá practicarse en el término de cuatro (4) meses a contar de la indaga-
toria. Si ese término resultare insuficiente, el juez solicitará prórroga a la Cámara de Apelaciones, la que
podrá acordarla hasta por dos (2) meses más, según las causas de la demora y la naturaleza de la investiga-
ción. Sin embargo, en los casos de suma gravedad y de muy difícil investigación, la prórroga otorgada podrá
exceder excepcionalmente de dicho plazo.
15 Algunas causas no llegan a ser elevadas a juicio y se quedan simplemente en la primera instancia (ins-
trucción), ya sea porque se sobreseyeron, prescribieron o se archivaron (por falta de nuevas pruebas,
porque el imputado está prófugo, etc.).
16 Al hablar de Ministerio Público estamos haciendo referencia a los fiscales y a los defensores oficiales.
17 Salvo en las excepciones antes citadas.

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lo lleven a juicio, corresponde que lo sobresean’, pero nada más que esto
(Asesor Ministerio de Justicia).

Si por su parte, el fiscal plantea que no corresponde elevar el caso a juicio y el


juez de instrucción está en desacuerdo, se puede elevar en consulta a la Cámara
Criminal –segunda instancia de apelación– para que ésta dirima el conflicto y
tome una decisión.
Una vez que se cierra la instrucción se produce la elevación a juicio, es decir,
pasa al tribunal oral18. Durante el ofrecimiento de prueba previo a la sustancia-
ción del debate oral, se presentan los elementos que se harán valer en el juicio
(citación de testigos, incorporación por lectura de declaraciones testimoniales
realizadas en la instrucción, presentación de peritos, etc.) y que, en realidad,
fue producida durante la instrucción, y se fija el día y la hora de la audiencia.
Existe una facultad denominada “instrucción suplementaria” por la cual se le
puede pedir al tribunal de juicio –o lo puede hacer el tribunal por su cuenta (de
oficio)– que ejecuten ciertas medidas de prueba que no fueron producidas en la
etapa de instrucción (pericias, citación de testigos). Concluida la preparación,
se abre el debate.
En el transcurso del juicio oral propiamente dicho, el primer paso es la lec-
tura –a cargo del secretario– del requerimiento fiscal y del auto de elevación a
juicio, es decir, del pedido del fiscal para que esa se eleve a juicio, en el cual se
relatan los hechos y se acusa al imputado de un delito determinado. Posterior-
mente, se lo invita a declarar mediante una frase formularia que reza: “si así lo
desea, sin que esto sea presunción en su contra”, es decir, puede negarse a declarar,
y como nadie está obligado a declarar en su contra, esta negativa no va a ser to-
mada como una prueba en su contra. A continuación, se le aclara que puede
manifestar lo que desee en cualquier momento del juicio y que tiene derecho a
conversar con su defensor, mientras no sea interrogado. También se leen sus
anteriores declaraciones, si las hubiere. En el transcurso del juicio también de-
claran los testigos –si así se solicitó–, se leen en voz alta las conclusiones de las
pericias requeridas en la etapa escrita (instrucción) y también se puede con-
vocar a los peritos para que aclaren y amplíen los informes de las pericias que
han realizado. Concluida la presentación de las pruebas, las partes formulan
sus alegatos, es decir, los abogados de la defensa, por un lado, y el fiscal y los
abogados de la querella, por el otro, exponen los hechos con los que se cuenta
para solicitar una absolución o una condena, respectivamente. Concluido este

18 En los juzgados correccionales (juzgados que entienden en aquellos casos de delitos criminales cuya
pena es inferior a los tres años –lesiones leves, hurtos, etc.–), el juez de instrucción y el de tribunal de
juicio son una misma persona, o sea, es un cambio de “instancia procesal” pero no de individuo. En sín-
tesis, hay un único juez que interviene en la etapa de instrucción y en el debate oral.
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acto, el imputado puede realizar su descargo si así lo quisiere (decir lo que opine
acerca del juicio, de los jueces, de su situación, etc.). De ahí se llama a un cuarto
intermedio para que los jueces den su veredicto, mediante el cual deciden si la
persona es culpable o inocente del delito que se le imputa, y el monto de la
pena (cantidad de años) que se le impondrá en caso de haber sido declarado
culpable. Para la lectura de los fundamentos legales que se utilizaron para la ela-
boración de la sentencia, el tribunal tiene un plazo máximo de cinco días a
partir del cierre del debate.
Finalizado el debate, si las partes están en desacuerdo con el veredicto,
pueden presentar un recurso o irse en queja (si no hacen lugar a la casación) ante la
Cámara de Casación, la que sólo entenderá en cuestiones de derecho (es decir,
figuras jurídicas: si fue un homicidio simple o un homicidio calificado) y no de
hecho (qué fue lo que sucedió)19.

Caso uno: calumnias

En este caso, la persona acusada era un periodista de renombre que había sido
acusado de calumnias e injurias, a raíz de la publicación de una nota en un perió-
dico de la Ciudad de Buenos Aires, en la que implicaba en ciertos negociados a
una persona cercana a funcionarios del gobierno nacional. A pesar de sus vincu-
laciones con el poder político, la persona que llevó a cabo la acusación (el quere-
llante) era un desconocido en el ambiente judicial, al igual que sus abogados,
quienes por otra parte, tampoco eran reconocidos profesionalmente.
Como los abogados de la querella, no tenían los datos domiciliarios del pe-
riodista, el juzgado debió publicar edictos en los diarios para notificar al perio-
dista de la querella existente en su contra. Durante dos años no se pudo lograr
que el reportero obtuviera una notificación legal de la causa existente en su
contra, ya que ante las cartas que mandaba el querellante al diario donde se de-
sempeñaba el periodista, el periódico respondía con otras, informando que no
conocían su actual dirección20.
Lo particular de este caso es que en el mismo juzgado, el empleado que tenía
a su cargo la causa que nos ocupa, llevaba también otra contra el mismo repor-
tero, en la que sí figuraban todos los datos necesarios para la notificación. Sin
embargo, como se trataba de dos causas diferentes, resuelve “burocrática-
mente” no volcarlas de un expediente al otro.
La cuestión fundamental, para poder comprender estas estrategias y movi-
mientos burocráticos, es la condición del abogado del diario, quien se haría
19 Las cuestiones de hecho se han podido apelar anteriormente ante la Cámara en lo Criminal.
20 Es claro que se trataba de una maniobra de los abogados del diario –respetando al pie de la letra las
normas burocráticas– para postergar la presentación del periodista al juzgado.
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cargo de la causa una vez notificado el querellado. Este letrado, no era un des-
conocido. Si bien al momento de presentación de la causa, estaba ejerciendo la
profesión en forma particular, tiempo atrás había formado parte de la familia
judicial –había trabajado durante mucho tiempo en tribunales– y, en ese mo-
mento, su cuñado era uno de los miembros de la Cámara de Casación.
La estrategia de defensa del abogado del periodista era lograr la prescripción
de la causa, es decir, que pasase el tiempo procesal suficiente para que su cliente
no pudiese ser juzgado por ese delito. Y en esta empresa –por los motivos ex-
puestos– tuvo como aliado al juzgado. Así, las maniobras utilizadas fueron
múltiples, pero siempre sostenidas en la lógica normativista: cuando la persona
que acusaba (querellante) pidió que se cumpla con un artículo, el juzgado res-
pondió que era extemporáneo, o sea, que lo había presentado fuera del tiempo
procesal correspondiente; cuando pidió una reposición –modificación de lo re-
suelto ante el mismo juez que lo decidió– y amenazó con presentar un recurso
ante la Cámara de Casación (tribunal de apelación de los tribunales orales), el
juzgado le negó la posibilidad de hacerlo. Así la causa se fue transformando en
una maraña legal de idas y vueltas, sin resolver.

Caso dos: amenazas

En este segundo caso, el hijo de una reconocida académica y figura política es


insultado y amenazado por su vecino. En el momento de la amenaza se encon-
traba presente un inspector de la municipalidad, el cual le dice al joven amena-
zado que le va a salir de testigo. El muchacho (HJ) se dirige a la comisaría y
asienta la denuncia, que luego es enviada al juzgado. En ese momento, HJ de-
signa a MS como su abogada representante. Cuando la abogada se presenta en
el juzgado, encuentra que la causa de su defendido estaba absolutamente pa-
rada, es decir, que al no haber un abogado querellante –encargado de la acusa-
ción– el juzgado no tomó medidas de prueba, ni continuó con la investigación,
simplemente –en función de una solución burocrática–, “la dejó morir”. Habi-
tualmente, pasado un tiempo y respetando todas las normativas, la causa hu-
biese sido archivada. Al percibir esta situación, MS habla con la secretaria del
juzgado –a la que conocía hace muchos años– y le explica que es ella quien es-
taba a cargo de ese caso. Inmediatamente, la causa reinicia su trámite.
Como el juzgado no tenía donde localizar al hombre de la inspección que
iba a salir de testigo, la abogada les pasa el dato por teléfono, “si no, no hacían
ningún esfuerzo por citarlo”. Pasados unos días, los empleados del juzgado le
transmiten su preocupación a la abogada (MS) porque el testigo que fue a de-
clarar, dijo que no había presenciado ninguna amenaza. Frente a esta situación,
MS plantea que la mujer del amenazado también era molestada, con lo cual el
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juzgado –junto con la abogada querellante– propone armar la causa de manera


tal que, aunque la mujer no hubiese sido amenazada, en el expediente se refle-
jase lo conflictivo de la situación de convivencia vecinal. Inmediatamente se
llama a la mujer del joven amenazado para que declare.
Esta causa, que normalmente hubiese sido archivada, avanza. Esto fue po-
sible no sólo porque la abogada –al igual que en el primer caso descripto– había
pertenecido a la “familia judicial”, sino porque el querellante poseía “méritos
propios” –en este caso ser “el hijo de” una conocida docente universitaria–
como para ser reconocido dentro del universo de ese juzgado.
Como plantea Da Matta (1980), los dos sistemas –el de las leyes y el de las
relaciones personales– operan reflexivamente el uno con el otro, alimentándose
mutuamente y complementándose de un modo complejo. Conforme a esto,
los actores apelan a un uso particular de la normativa de acuerdo a los con-
textos, a las circunstancias y a los intereses puestos en juego. En los casos en que
el interesado pertenece a la familia –directa o indirectamente–, la regla puede
usarse en su beneficio ya sea: aplicándola a rajatablas –caso uno–, manipulán-
dola –caso dos– o, directamente, obviándola21.
Ahora bien, cuando la persona es ajena al “mundo judicial”, las reglas son uti-
lizadas como obstáculos en la obtención de un resultado. Así, frente a la solicitud
de una causa, las explicaciones dadas por los empleados pueden ser diversas pero
siempre se caracterizarán por estar sostenidas en una norma expresada en un len-
guaje opaco y abstruso que, en el caso de no ser un “iniciado”, resulta incom-
prensible: “está a despacho, está a la firma, no está en letra”22. También las excusas
pueden ser de índole operativa: “el empleado que lleva la causa no vino, el secretario
está en una audiencia, el juez está de licencia, está en un procedimiento”. Cuando se
solicitan desarchivos, a estas “justificaciones” se agregan otras, de tipo funcional:
“tenemos mucho trabajo, no hay empleados, estamos de turno”, etc. El rol del guar-
21 Un ejemplo de este último caso es el de una notificación personal (de un querellado) que no se había efec-
tuado por un problema formal. El prosecretario del juzgado –yendo contra todas las reglas escritas– le dio
al abogado la notificación para que se la haga firmar al querellado diciéndole: “mirá, yo no te quiero mo-
lestar ni a vos ni a él, llevate el papel, hacéselo firmar y traémelo...” Así se hizo la notificación.
22 Esta folklórica expresión tribunalicia es resabio de un momento en que los casilleros, donde se guar-
daban los expedientes que estaban siendo tramitados, tenían letras indicativas para identificar las causas
de acuerdo a su carátula (tapa del expediente, donde figuran los nombres de las personas implicadas, el
juzgado, el nombre del juez, la secretaría, el nombre del secretario, etc.). Cuando un empleado dice que
un expediente “no está en letra”, lo que se está informando, simplemente, es que el expediente
no se encuentra en el casillero, sin aclarar los innumerables motivos por los que puede estar
fuera de su lugar. Así, un expediente puede no estar en su sitio habitual porque se encuentra
en estudio para dictar una resolución, o porque fue retirado a préstamos por una parte o un
perito, o porque se remitió al ministerio público, o porque se elevó a la Cámara de Apela-
ciones, o porque lo enviaron a otro tribunal para que lo vean (en jerga judicial se diría: ad ef-
fectum videndi) o, como sucede en más de una oportunidad, porque fue guardado errónea-
mente en otro anaquel.
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dián aparece con toda claridad en estos casos no sólo al marcar el “derecho de
propiedad” y de control sobre la causa, sino al obstruir todo tipo de intentos con
términos y procedimientos absurdos e incomprensibles para quien “no perte-
nece” a ese mundo.
Situaciones como éstas llevan a que cualquier ciudadano que quiera pre-
sentar una denuncia en los tribunales se vea obligado a ser acompañado por un
abogado, a fin de ahorrarse un incómodo “esto no corresponde”, amén de la posi-
bilidad de ser maltratado por no conocer los códigos de la jerga judicial.

Pertenecer tiene sus privilegios... y sus restricciones

Como planteé anteriormente, el saber que los funcionarios judiciales producen


e interpretan, es un saber cerrado, esotérico, secreto, que los coloca en un lugar
de conocimiento que refuerza y legitima su autoridad. El ser hermeneutas de
este saber “especial” que conforma el derecho –reforzado por la existencia de
relaciones jerárquicas y estatutarias–, permite a los “judiciales” gozar de un sis-
tema de privilegios que marca diferencias con respecto a otros trabajadores23.
Sin embargo, la construcción de esa identidad diferencial que parecería co-
locarlos por encima de la realidad del resto de los ciudadanos, se estructura no
sólo a través de un sistema de privilegios sino mediante una cantidad de restric-
ciones –estipuladas en el Reglamento para la Justicia Nacional– que regulan las
conductas que debe tener un funcionario judicial.
De esta manera, en el marco de la exigencia de una conducta “irrepro-
chable”, se destacan las siguientes restricciones:

No podrán estar afiliados a partidos o agrupaciones políticas, ni actuar


en política; no podrán practicar juegos por dinero ni frecuentar lugares
destinados a ello; no podrán participar en asociaciones profesionales,
con excepción de las mutualistas, ni en comisiones directivas de nin-
guna asociación, sin autorización de la respectiva autoridad de la supe-
rintendencia24; no podrán ser nombrados funcionarios o empleados

23 Entre algunos de los privilegios que podemos mencionar se encuentran los siguientes: los
cargos son vitalicios, es decir que los jueces pueden mantenerse en el cargo mientras dure su
buena conducta y, por lo tanto, jubilarse a la edad que ellos consideren, o bien no hacerlo; los
sueldos son inamovibles, esto es, los magistrados no pueden ver disminuido de manera al-
guna su salario; la utilización de la “chapa blanca” (patente judicial) habilita a los automóviles
que la poseen al libre estacionamiento y sus dueños están eximidos del pago de la patente.
24 Mediante una acordada de 1973, se resolvió –en este punto: “Aclarar que las incompatibili-
dades y prohibiciones establecidas para los empelados del Poder Judicial no deben enten-
derse como comprensivas de la asociación en las entidades representativas de sus intereses
gremiales.” (“Reglamento para la Justicia Nacional”, 1977:445, nota al pie Nº 8).
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quienes hubieran sido penados por motivos deshonrosos, (ni) los que
estuvieran afectados de indignidad.

Las prohibiciones para actuar en política y para participar en asociaciones


profesionales, parecen destacar nuevamente en los jueces el doble principio del
rey del que hablaba Kantorowicz, en la medida en que en la administración de
justicia –uno de los pilares fundantes de los estados modernos, garantizador de
los derechos de los ciudadanos– sus integrantes carecen de uno de los derechos
fundamentales del ciudadano, a saber, el derecho a la participación política y al
libre ejercicio de sus libertades.
Simultáneamente, estas reglamentaciones –potenciadas por las relaciones
estatutarias y patrimonialistas que rigen la justicia penal– llevan a la construc-
ción de la imagen del juez como el de un personaje aséptico, carente de cual-
quier tipo de opinión sea ésta política o personal. Así, las respuestas de estos ac-
tores, la mayoría de las veces, son formales, “con el código en la mano”,
organizadas desde un supuesto “deber ser”. Este hecho hace que todas las pre-
guntas referentes a sus prácticas y representaciones sean consideradas “como
una clara amenaza a su saber profesional y, consecuentemente, como un de-
safío a su poder y posición” (Kant de Lima, 1995:11).
Como muestra de este proceso de disciplinamiento, las restricciones im-
puestas a la libre asociación y a la afiliación partidaria son vistas por muchos de
los jueces como necesarias y determinantes para realizar su función como tales.
Así, una de las juezas entrevistadas –crítica a esta restricción–, decía:

Lo de la división partidaria es muy difícil, vos podés conocer en algún


caso hacia donde tienden (los jueces), pero con el tema de que los jueces
no pueden participar en política, hay muchos que esto lo han entendido
como que tampoco podemos tener simpatías, lo cual es un disparate,
porque somos ciudadanos y vamos a tener que votar en algún momento!
(Jueza de Tribunal Oral).

En tanto el monopolio de un saber particular, parece justificar la existencia


de privilegios para los profesionales de la justicia, la construcción de la magis-
tratura como una profesión de “seres diferentes” –no sólo a través de las inmu-
nidades sino también mediante las restricciones–, se transforma en la muestra
viva de que son ellos los encargados del manejo de un conocimiento especial.
En otras palabras, el sistema de privilegios actúa como el conjunto de símbolos
que perpetúa el aura de sabiduría, y este saber como el rasgo que legitima los
privilegios. Tanto éstos como las restricciones actúan como elementos de lo

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que Da Matta (1980) llama máscara social25, elementos que funcionan como
señales de prerrogativas sociales otorgadas por el hecho de pertenecer a una ins-
titución distintiva de la sociedad, en este caso, la justicia.
Así, la construcción de la justicia como un espacio sacralizado, eleva la fun-
ción social de aquellos encargados de su funcionamiento. A su vez, estos
agentes monopolizan la interpretación de un conocimiento presentado hermé-
ticamente y reproducen relaciones jerárquicas y estatutarias, justificando de
esta manera el ser los depositarios de determinadas prerrogativas. En este es-
quema institucional, la investidura que otorga la magistratura permite no sólo
el acceso a un saber particular sino que incluye –y se vincula estrechamente–
con el supuesto acceso privilegiado a la “Verdad”26. La verdad a la que se accede
es una “verdad jurídica”, la cual es vista, antes que como un proceso de cons-
trucción de hechos a través de pruebas testimoniales, peritajes, documentos,
como un fenómeno que consagra un determinado modo de interpretar los
actos sometidos al ámbito de la justicia, que tiene entidad propia, que existe,
que es “único”:

Una de las ventajas de los juicios orales, es que te permiten saber cuándo
un encausado está diciendo la verdad o está engañando al tribunal27
(Juez de Tribunal Oral).

[...] vos estás observando a los testigos y cómo contestan las preguntas,
te vas haciendo una idea más cierta de si están mintiendo o si están ne-
gando algún conocimiento o no recuerdan o evidentemente recuerdan
pero tienen miedo [...] entonces vos te vas dando cuenta: un testigo va-
liente, un testigo que tiene un temor normal, diríamos, otro que tiene
un miedo mayúsculo que ya no es tan normal, quiere decir que es una
persona un poco cobarde (Juez de Tribunal Oral).

En una entrevista mantenida con dos jueces de un tribunal oral acerca de las
ventajas del nuevo procedimiento, ellos me decían:

[...] si en una de esas ves una absolución, vas a ver cómo entran a jugar
otras variables más allá de la prueba [...].
25 Da Matta utiliza este concepto aplicándolo al caso de lo que él denomina sociedades holís-
ticas, donde, desde una definición clásica, no existe un individuo que elige libremente sino
que, por el contrario, funcionan segmentos intermedios –clanes, familias, linajes– que ac-
túan como mediadores entre el elemento y la totalidad.
26 Esta idea de la posibilidad de develar una verdad que se encuentra oculta es propia de la tradi-
ción inquisitiva de la cual el procedimiento penal argentino es tributario.
27 El destacado es mío.
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Justicia Penal. Reglas universales y relaciones personales

Claro, la buena impresión que (el imputado) le causa al juez [...].

Es importante aclarar que la discusión en torno a los privilegios que se les


otorga –por reglamento– a los agentes judiciales, no tiene como fin la realiza-
ción de una crítica “moral” que cargue las tintas sobre estas prerrogativas, con-
virtiéndolas en la explicación central del mal desempeño de la justicia. Este tipo
de planteos conduce, también, a una subvaloración del lugar que ocupan las
prácticas y las construcciones simbólicas en la reproducción institucional. La
cuestión es construirlos como un problema, en donde los privilegios vincu-
lados a las restricciones, las prácticas estatutarias, las relaciones jerárquicas y pa-
trimonialistas y el acceso a un saber característico, construyen una idea parti-
cular acerca del ejercicio de la magistratura y del modo y el significado de
administrar justicia, en un espacio donde –paradójicamente– el procedimiento
judicial tiende a una homogeneización de los distintos sujetos para operar
sobre ellos en su condición de ciudadanos libres e iguales.
La red de favores, la apelación al parentesco, la importancia del honor y del
status, el intercambio recíproco, son todos ellos elementos que muestran cómo
la posición y el acceso de los actores a determinados lugares de la agencia judi-
cial es relativo y está en función del lugar que ocupan en la estructura interna y
del manejo estratégico de los códigos como herramientas para un desplaza-
miento efectivo.
Más allá de la existencia de grupos con intereses y posturas diferentes, todos
los actores hacen uso de ambas lógicas apelando a las mismas prácticas y rela-
ciones, combinando este fenómeno con el recurso del secreto y el hermetismo
que colabora en que, tanto el poder judicial como sus agentes, sean colocados
en una torre de marfil transitada por los guardianes de una verdad inexpug-
nable: la ley. Este hecho presenta serias dudas acerca de las posibilidades de una
transformación efectiva de la agencia judicial, a partir de la implementación de
reformas procesales que no centren su atención en estos estilos de funciona-
miento.
Los lazos de parentesco y las lealtades de distinto tipo que existen entre los
distintos grupos funcionan como un elástico que permite las diferencias doctri-
narias, procesales o político-ideológicas, sin producir, necesariamente, una
ruptura en el espíritu de cuerpo y en la comunidad de intereses de la corpora-
ción judicial en relación con otros sectores.

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