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Revista de la Secretaría de Extensión Universitaria

Facultad de Psicología – UNR

De la Salud Mental que tenemos, a la Salud Mental…


¿qué queremos?
Mucho se ha publicado desde que la Ley 26657 (apodada Ley de Salud Mental) fue
promulgada a fines de 2010. No analizaremos aquí cuestiones relacionadas a la
legislación, ni al articulado en si de dicha Ley y/o a su reglamentación, sino que
realizaremos algunas consideraciones de carácter general que sirvan de puntapié
inicial para el debate.

La Ley 26657 implica – en lo que a legislación respecta – un claro avance en el


vasto campo de la Salud Mental, y reviste importancia en tanto instrumento para
encuadrar las acciones en el campo. Sin embargo, no es necesaria demasiada
experiencia para constatar que el efectivo cumplimiento de algunas leyes –
principalmente las relacionadas al respeto a los derechos básicos de las personas –
muchas veces se logra sólo a través de la organización y la lucha de los diferentes
sectores afectados. Con esto queremos decir que poco se avanzará en la realidad de
la Salud Mental sin el compromiso – de trabajadores, usuarios, familiares,
gestores, políticos y sociedad en general – en la exigencia del cumplimiento y en la
construcción cotidiana de políticas, servicios y prácticas enmarcadas en la Ley.

Importantes y necesarias iniciativas tomó la última gestión de la Dirección


Nacional de Salud Mental. En el corto lapso de tiempo que tuvo, destacamos: la
creación –más allá de sus falencias- del sistema de vigilancia epidemiológica,
medidas focalizadas en desarrollar tratamientos en dispositivos comunitarios, la
creación de equipos interdisciplinarios donde no existían y el refuerzo de los
mismos donde eran escasos, los foros de discusión para la Reglamentación de la
Ley, entre otras, marcando claras diferencias respecto a las gestiones anteriores.

Ahora, nos parece necesario poder discutir más finamente el paso a paso, el cómo
avanzar en la transformación del sistema de atención en salud mental, sobre las
bases de un nuevo paradigma. Los ejes rectores de este paradigma parecen estar
más o menos claros y plasmados en la letra de la Ley, pero lo que no parece
demasiado claro es cuál es el plan diseñado para esa transformación que, si bien la
incluye, va mucho más allá de la reglamentación de la Ley.

¿Qué – y cómo – haremos para llegar a “un continente sin manicomios en 2020”,
como recomendado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y
adoptado en el Borrador de Reglamentación de la Ley? Las respuestas a esta
pregunta pueden ser múltiples, variadas, hasta contrapuestas. Si bien nos
referimos a medidas políticas concretas, no olvidamos que partimos de la idea de
que la transformación de la atención en salud mental implica cuestiones que van
mucho más allá de la oferta de nuevos servicios o de la restructuración de modelos
asistenciales. Esta transformación radica, principalmente, en la posibilidad de
construir otra respuesta social a la locura, incluyendo así, profundos cambios de
orden ético, político, ideológico y clínico.

Siendo un poco esquemáticos, entendemos necesario pensar en un doble proceso:


por un lado, un proceso de desinstitucionalización, en todos los sentidos del
término. Creemos prioritario mejorar la calidad de la atención recibida por los más
de diez mil internados en Hospitales Psiquiátricos públicos (no tenemos datos de
los privados), muchos de ellos con décadas de cronificación. Por otro lado, como
sabemos que no es suficiente cerrar los manicomios, acabar con éstos y eliminar la
internación como única respuesta, necesitamos de nuevos paradigmas y nuevos
modelos asistenciales, encarnados en equipos y servicios – no sólo de salud –
capaces de acoger en la comunidad a quienes son externados como también a los
nuevos usuarios de esos servicios.

¿Cómo es posible un mayor control por la situación de quienes viven, si eso


podemos llamar “vida”, hace años en los manicomios? ¿Qué políticas de
desinstitucionalización son posibles y necesarias de implementar? ¿Qué medidas
tomar para afianzar y profundizar el proceso – ya comenzado – de externación de
usuarios?

Todos parecen acordar en la necesidad de una red de servicios y dispositivos


sustitutivos (y no alternativos)… pero ¿sustitutivos a qué? ¿Al Hospital Psiquiátrico
y a la internación como principal recurso? ¿A una lógica de atención basada en la
enfermedad y en el Hospital como principal lugar de atención?

Y ¿qué modelo? Oímos y leemos por diversos lados: centros de atención primaria
de la salud, dispositivos de internación y servicios de salud mental en hospital
general, sistema de atención de la urgencia, dispositivos habitacionales y laborales
con distintos niveles de apoyo, atención ambulatoria, sistema de apoyo y atención
domiciliaria, familiar y comunitaria, entre otros, como integrantes de la mentada
red sustitutiva. Pero ¿cuáles serán los objetivos de corto, medio y largo plazo en la
implementación de esa red? ¿Cómo será, y quién ejercerá, la regulación? ¿Cuál será
el principal dispositivo y/o el articulador de la red de salud mental y con los
diferentes niveles de atención?

Sin duda, uno de los puntos importantes a la hora de ver el redireccionamiento de


la política es el presupuesto: ¿Cuál es la distribución presupuestaria actual
(nacional y en provincias) en Salud Mental? ¿Cómo hará la nación para articular el
trabajo con provincias? ¿Qué medidas concretas son necesarias para el traspaso –
con la menor burocracia posible – de recursos de servicios hospitalarios a la red
sustitutiva? ¿Qué medidas se irán tomando para que Salud Mental llegue a tener “el
10% del presupuesto en salud”? ¿Cómo y quiénes definirán las prioridades para la
asignación de dichos recursos? ¿Cómo es posible realizar todo esto con condiciones
de trabajo y salarios dignos?

Estos son algunos ejes que creemos aportan a mantener vivo el necesario debate y
la construcción social de otra respuesta a la locura.

La Universidad en este proceso

El papel de la Universidad en este proceso es estratégico. Una de las demandas que


surgen para la Universidad – y no sólo a ella – en este proceso claramente tiene que
ver con la formación de los futuros trabajadores, que debe estar en sintonía con el
nuevo paradigma. Así, resulta indispensable redireccionar y transformar las
referencias que rigen la formación y las prácticas en los servicios de salud, sean
nuevos o no, garantizando trabajadores cuyas prácticas traten sujetos y no objetos,
con una visión clínica amplia y no restricta a la internación y los psicofármacos y
una atención focalizada más en escuchar que en contener físicamente.

Este nuevo paradigma, también requiere de otro papel de la Universidad en la


comunidad, como de la comunidad en la Universidad. Entre las diversas iniciativas
posibles de ser tomadas, destacamos aquellas que apunten a empoderar a los
sujetos y comunidades en la defensa y lucha por el respeto a sus derechos desde las
instancias organizativas que ellos mismos se dan y/o incentivando la creación de
las que ellos consideren necesarias. Mucho más para aprender que para enseñar
tiene el saber académico respecto de quienes conviven con el sufrimiento psíquico.

También la investigación en y con los servicios de salud y sus constructores


cotidianos debería ser parte central de este nuevo paradigma. Investigar, analizar,
planificar, intervenir y evaluar son tareas que las políticas no deben obviar y en las
cuales la Universidad – pero no sólo ella – debería cumplir un rol preponderante.
En este punto, como también en los dos anteriores, el cambio de paradigma
debería también repercutir en las articulaciones entre Salud, Educación, Ciencia y
Tecnología, Trabajo y Desarrollo Social, por nombrar las principales instancias
involucradas.
Sabemos que construir otra respuesta social a la locura implica construir otra
sociedad, y ésta es una tarea ardua, cotidiana, que no se da automáticamente a
partir de leyes, decretos ni ocupando sillones. Por esto, entendemos que para
fortalecer y profundizar ese camino mucho tenemos por hacer, hoy, quienes
luchamos por la defensa de la vida. Para que todos podamos vivir viviendo y que
nadie sea condenado a vivir muriendo.

Alberto Díaz - Marzo/2012

Revista de la Secretaría de Extensión Universitaria


Facultad de Psicología – UNR

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