El Inefable Grito Del Suicidio
El Inefable Grito Del Suicidio
El Inefable Grito Del Suicidio
Arik Eindrok
Siempre me arrepentí de todo cuanto hice, nunca logré alcanzar eso que
los grandes seres dicen existe en un rincón de nuestro interior. Me resultaba
cansado tener que escuchar a las personas, siempre denuncié algo en su
comportamiento y en sus charlas que me hería, que lastimaba un concepto
divino que tuve del humano alguna vez. En ningún lugar encontré un sitio
donde pudiera reposar mi insaciable alma, mis ganas de intelecto y amor, de
pasión y de ese fuego que todo lo consume. Fui un extranjero en un infierno
perdido entre constantes pedazos de cielo, a los cuáles, por más que me
elevaba, nunca podía llegar. Todo en mí no fue sino solo una novela. Vivía
como en un cuento, perdido y aislado de mí mismo, sin encontrar esa energía
que podría hacerme inmortal en un mundo donde ya nadie se preocupaba por
otra cosa que no fuese dinero y sexo. Jamás seguí una corriente ideológica
determinada, nunca estuve feliz de estar vivo. Añoraba la muerte con todo mi
ser, deseaba librarme de este sufrimiento sin sentido. No obstante, a pesar de
todo, de mi comportamiento adusto, de mi desprecio hacia mis semejantes, de
mi rebelión contra el mundo injusto en que vivía, de mis constantes querellas
internas y de mis crisis, a pesar de eso pude amar, llorar, reír, sentir y
reflexionar, aunque fuese muy brevemente. Al final, y sin quererlo siquiera, en
esa absurda brevedad, yo viví.
Como sea, siempre son las mismas pláticas, eso he notado en la gente.
Todos hablan acerca de su pasado, de las cosas que les gustaría volver a vivir y
de aquellas que cambiarían. O, de otro modo, platican de las vidas ajenas
inmiscuyéndose en situaciones absurdas. Mis padres no son la excepción al
tipo de gente que vive pensando en su pasado, siempre hablan acerca de que
hubiera ocurrido si hubieran comprado esta casa, o de si hubieran hecho caso
de sacar aquel crédito. Mi madre dice que mi padre tuvo mucho dinero en un
tiempo y que prefirió darlo a quienes lo necesitaban en su familia en lugar de
adquirir una mejor propiedad. Pienso que tal vez ella tenga razón al decir que
fue un tonto. Sin embargo, estas reflexiones ahora son insulsas, pues no
tenemos casa y este lugar es horrible. No sé cómo es que hasta he resistido
esta condición, solo quisiera irme muy lejos y no volver nunca.
Mis padres eran personas que, aunque los quería mucho, habían seguido
los patrones establecidos sin cuestionarse nunca nada, como todo el mundo. Y
yo, si por alguna extraña razón no hubiese tenido la suficiente curiosidad,
hubiese llevado una vida igual de absurda y humana. Claro que en esos
momentos nada de esto atravesaba mi ser, todo lo que importaba era mirar
chicas y masturbarme, jugar videojuegos y terminar la escuela pronto. Al igual
que la mayor parte de los humanos era parte del rebaño y no veía
absolutamente nada de malo en ser normal. No sé si llegué a sentirme
agradecido o maldito con todo lo que paulatinamente fui descubriendo, casi
diría que llegué a rozar los más recónditos bordes de los abismos donde reina
la esquizofrenia. Tantas revelaciones, tanta sabiduría para una esencia tan
ínfima. La verdad parecía escoger solo a unos cuántos quienes pagaban un alto
precio por conocerla. Ahora entendía que el modo de vivir actual fue impuesto
por intereses oscuros de quienes buscaban la degradación de la raza a la que
por casualidad pertenecía. En fin, no sé cómo fue que me perdí a mí mismo en
tal maremágnum de ideas y de pesimismo cerval, aunque la conclusión de mi
absurda vida fue inevitable: la humanidad no estaba destinada a lograr grandes
cosas, y yo terminé detestando, con un asco y repulsión inmarcesibles, mi
existencia en este cementerio de sueños rotos.
–Sí, con todo el detalle que involucra la teoría que hemos visto. Serán
ejercicios prácticos y deberían de poder explicarlos en toda su extensión.
–¡Vaya! ¡Qué bien luce hoy Cegel! ¿No lo creen así, chicos? –preguntó
Heplomt al salir de clase.
Esos son mis tres compañeros. Tengo que tolerarlos puesto que estamos
en el mismo grupo y a veces son útiles. Entre más pasa el tiempo, menos
identificado me siento con ellos, y eso me preocupa. En cuanto a mí, ya he
dicho unas cuántas cosas. Vivimos en casa de mi tía, tras haber sido echados a
la calle por mi tío, quien perdió la casa debido a líos con mujeres. Detesto
vivir ahí ya que siempre hay demasiado ruido, pero no tengo opción. Busqué
irme hace poco, lo malo es que todo está bastante caro y no me alcanzaría para
pagar una renta cerca de la universidad. Tengo una hermana menor y dos
padres que considero me quieren, pues siempre me compran cosas. Llevo una
rutina como todo el mundo: vivo porque debo hacerlo, así me fue enseñado.
De lunes a viernes todo se resumen en la escuela, hacer tareas y jugar
videojuegos. Ocasionalmente salgo con alguna chica, pero este es un secreto
que solo yo conozco. A lo que me refiero es que suelo buscar en redes sociales
mujeres que sean solteras, al menos que no aparezcan con algún tipo en sus
fotos de perfil, luego las agrego e intento hacerles la plática. Al cabo de unos
días entramos en confianza y comienza mi juego. Les propongo realizar
preguntas sobre cualquier asunto y ellas aceptan, no sé si tal vez se deba a que
me consideran atractivo o inofensivo. Como sea, las chicas se desenvuelven y
la plática converge hacia donde quiero: preguntamos cosas que tienen que ver
con las relaciones íntimas. Dependiendo de cómo sea ella, a veces suelo ser yo
quien comienza con alguna cosa referente a su primera vez. Siempre miento
diciendo que no soy virgen, luego vienen las preguntas interesantes: ¿cuántas
veces lo han hecho? ¿Cuántas parejas sexuales han tenido? ¿Qué posiciones y
qué palabras les gustan en la cama? Casi todas ceden y finalmente llega la
pregunta clave: ¿te gustaría alguna vez tener sexo conmigo? Es curioso, pero
la gran mayoría responde afirmativamente. Usualmente termino
masturbándome con estas pláticas, de forma nada modesta. Si las cosas
marchan bien, hasta nos vemos. El asunto es que siempre me pasa igual,
cuando ya nos vemos solo nos besamos y a veces fajamos. Yo tengo
erecciones muy poderosas y a ellas les fascina; sin embargo, nunca me atrevo
a dar el gran paso, nunca he tenido sexo con nadie. O pasa que antes de verlas
me acobardo y les cancelo, o después de vernos ya nunca vuelvo a hablarles.
No entiendo por qué hago esto, pero es difícil sostener el deseo tras haberme
masturbado. Este coqueteo cibernético me fascina, lo disfruto enormemente.
Por otra parte, algo se gestaba en mi interior y hacía que todo careciese
de sentido en el exterior. Había comenzado someramente a cuestionarme cuál
sería el verdadero propósito de mi existencia, aunque la intensidad de tal
cuestión no era todavía lo suficientemente poderosa como para hacerme
abandonar mi banalidad. No me gustaba cuando reflexiones tan misteriosas
me invadían y me privaban del sueño, haciéndome preso de un abismo sin fin
donde bullían emociones insospechadas y en donde contemplaba, con
ignominiosa zozobra, cómo se derrumbaban, una por una, las concepciones
que creía como verdaderas en un mundo anodino y absurdo.
II
Al despertar por la mañana vi que tenía una solicitud de amistad, pero no le
presté atención. Me sentía un tanto raro, no sabía por qué. Fui a la escuela y
todo estaba igual de aburrido, las clases continuaban y solo quería que el
tiempo volase, pero parecía transcurrir más lentamente que de costumbre.
Llegada la hora libre salimos a comprar algo a la tienda, solo Gulphil y yo.
Estuvimos hablando acerca del destino, el tema me interesó y quise exponer
mis ideas al respecto, aunque creo que no lo conseguí. Gulphil me consultaba
porque decía que yo sabía sobre esos temas raros, pero no era así.
–¿Tú qué? –replicó, curioso–. Mira, ¡ahí va Natzi! ¿No es la chica que
decías te gustaba?
–¿Y eso por qué? He hablado con ella y, al parecer, es buena onda.
Podría ayudarte y conseguirte una cita o algo parecido.
–Posiblemente, pero ¡qué más da! Entonces ¿qué me dices del destino y
el amor?
–Sí, desde luego. Recuerdo que me contaste varias cosas, pero es difícil.
Según voy rememorando, me dijiste que la conociste en tu trabajo, que ya han
estado juntos algunos años, etc. Sin embargo, han tenido problemas debido a
sus celos y su inseguridad, además de que ya han sido infieles ambos.
–No importa, no quería que te enredaras más por esto. Pero gracias,
supongo que entonces es cierto, aunque una parte de mí se niega a creerlo.
–¿Qué es cierto?
–Que conocemos a las personas por algo. Quizá todo está ya trazado,
solo vamos cumpliendo con el guion. ¿Nunca has pensado que podríamos ser
personajes de una novela? Sería interesante, recuerdo que esa idea justamente
tú la dijiste hace tiempo –rio y luego se tornó pensativo de nuevo–. Me aterra
la idea de pensar que no decido sobre mis acciones, que no tengo ese poder
para elegir.
–Sí, recuerdo que lo hemos hablado antes. ¡Qué simple puede parecer
algo tan envolvente! Incluso ir a la tienda y elegir una soda de determinado
sabor ya es complejo. Todos los sucesos se desencadenan de ese modo,
pareciera que se desarrollan basándose en el principio de causalidad, aunque
nunca ha sido verdaderamente demostrado. Todavía más espeluznante sería la
teoría de los multiversos, ¿no lo crees así?
–Siempre hablas de cosas que yo jamás he escuchado. ¿De qué trata eso,
pues?
–Pues no tengo de otra. En realidad, solo repito cosas que otras personas
han ya expuesto.
Hasta ahora había vivido creyendo que era yo quien tomaba todas las
decisiones en mi vida, pero ¿y si no fuese así? ¿Acaso el destino significaba
que no valía la pena esforzarse por nada si, de cualquier modo, ya todo estaba
determinado? ¿Qué había del azar y también de dios, por supuesto? Me
desagradaba la idea de no poder decidir, de no tener voluntad propia, pero
tampoco era una locura pensarlo. Además, también la idea de dios era
determinada, pues era todo poderoso y podía controlarlo todo. ¿Por qué nos
daría libre albedrío? ¿Para qué elegir entre el bien y el mal si dios quiere que
hagamos bien y, si no, seremos enviados al infierno? No había lógica, un ser
supremo nos da libre albedrío y luego nos castiga por no hacer lo que él
quiere. Y si, en un acto de disgustar a dios, el diablo comenzara a hacer el
bien, ¿sería entonces un dios más benevolente que el original?
Sin entender nada, caminaba hacia la escuela, tras haber devorado mis
alimentos en la cafetería, cuando curiosamente una vocecita me habló:
–Hola, qué tal –respondí con tono afable–. ¿Qué estás haciendo por
aquí?
Noté al instante eso en ella, que cada palabra o frase la soltaba con
sarcasmo. Me costaba diferenciar cuándo hablaba en serio y cuándo bromeaba.
Gulphil solía decir que en esto éramos iguales, pues según él yo también
mantenía esa actitud incisiva y a la vez solemne hacia los comentarios y
acciones a mi alrededor.
–¿Y eso por qué? ¿Te parece que soy alguien antisocial? Soy sencilla en
el trato, no te cohíbas.
–No es eso, se trata de… –callé y ella río–. Es que no soy bueno
comenzando cosas, tú sabes, pláticas con desconocidos.
–Sí, de eso ya me he dado cuenta. Pero vamos por allá a platicar, o ¿ya
tienes clase?
Tenía clase, pero ¿qué más daba? No perdería la oportunidad ahora que
al fin se presentaba. Qué extraño era que, cuando más pensaba en el destino y
en por qué las personas se conocen bajo ciertas circunstancias, Natzi era quien
había tomado la iniciativa de hablarme. ¿Habría Gulphil tenido algo que ver
en todo esto? No había forma de saberlo por el momento, así que decidí mentir
y seguirla.
–No, tengo hora libre –dije con la mayor confianza posible.
–Muchas gracias, eres amable. Aquí las personas suelen ser arrogantes y
despiadadas –dijo mientras se echaba el cabello hacia atrás.
–¿Por qué dices eso? Supongo que en todo el mundo hay gente buena y
mala.
–Pues supones mal. Yo solo veo en este mundo gente que vive
inútilmente. Tú sabes, soy algunos años mayor que tú y he visto todo lo que
necesitaba del mundo.
–Desde luego, pero te advierto que yo solo tengo libros raros, quizá no
te gusten.
–No, pero estaría bien. Cuando los leas sabrás de qué hablo, son temas
relacionados con el misticismo, el tiempo, la eternidad, la reencarnación, el
infinito, el cosmos y la espiritualidad.
–¿Sin qué? ¿Sin todo lo que hemos aprendido hasta ahora? –respondí
algo contrariado.
–Del mundo como es hoy en día. ¿No te parece un pésimo lugar para
vivir? ¿No crees que algo nos controle?
–Pues eso no lo sé. Supongo que quiero hacer cosas. Ya sabes, trabajar y
ganar dinero, ayudar a las personas y ser feliz.
–¡Ja, ja, ja! –se desternilló Natzi mientras su mirada reflejaba una
terrible decepción.
–Pero si eres como todos los demás –dijo al fin, controlándose un poco–.
Ahora veo que Gulphil me mintió, eres solo un niño, un pequeño capullo ¡Te
hace falta despertar, librarte de los ideales que tus padres te han impuesto, que
el mundo te ha encasquetado!
–Pero ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo puedo ser diferente de los demás?
–pregunté con timidez–. En todo caso, no veo por qué el mundo puede estar
tan mal. Es cierto que no todo es bello aquí, pero…
–Tal vez no sea tu elección, él decidirá cuándo salir. Así nos pasa a
todos, al principio duele y luego se intensifica la vibración, pero hasta ahí.
–No, solo a unos cuántos les ocurre, pero presiento que tú serás parte de
esos pocos.
–Cada uno debe vislumbrar ese despertar del que te he hablado por sí
mismo. Nunca se puede llegar a tal estado mediante otros, ni siquiera los
libros pueden llevarte ahí donde está el origen y el fin, donde el infinito es
alcanzable y la supremacía deja de ser solo una entelequia.
Quedé asombrado, pues algo en mí sabía que ella diría todo aquello. En
mis sueños la había admirado como a Elizabeth, como a esos ojos carmesí que
penetraban mi espíritu e intentaban sacarlo de las fauces donde estaba
encasquetado desde mi nacimiento.
–Muchas gracias, ya debo irme a mi clase. ¿Gustas que nos veamos otro
día?
–No lo sé, sería bueno. ¿Qué hay de la ayuda con las asignaturas?
III
Los días siguieron su superfluo curso y finalmente era viernes por la tarde, la
hora en que vería a Natzi para asistir a la dichosa reunión. Ciertamente, era la
primera salida que tenía en mucho tiempo. En la preparatoria solo me había
emborrachado dos veces y ninguna fue tan grave como para meterme en líos
con mis padres. Esta vez era diferente, puesto que creía sentir cierta atracción
hacia Natzi, pero tal vez era solo mi imaginación. Me gustaba, pero no la
quería, no podía ser que comenzase a amarla. Vaya ironía, en cuestión de
minutos escucharía de nuevo su voz y estaríamos partiendo hacia uno de
aquellos sitios donde va la gente cuando quiere perder el tiempo. Más tarde me
encontré con Gulphil, quien al parecer estaba bastante emocionado
–¿De verdad? Pero si apenas te conoce, parece que vas por buen camino.
–¿Y ese milagro que aceptas venir a una fiesta? –preguntó él mientras
miraba su celular y hacia muecas de disgusto.
En eso Gulphil era distinto al resto, en verdad le era fiel a su novia. Sin
embargo, siempre tenían problemas, terminaban y regresaban a la semana
siguiente. Yo pensaba que, en el fondo, su relación era una molestia para
ambos, que el amor se había extinguido hace mucho y que se negaban a
aceptarlo. Las personas son así, solo llegan a estar juntas por costumbre, apego
o cualquier otro capricho. En realidad, siempre he dudado que exista el amor,
es algo tan absurdo.
–Me da gusto que ustedes vayan a estar juntos –mentí para no tener que
lidiar con más pláticas sobre su relación–. No sabía eso sobre Leo; sin
embargo, tengo poco de conocerla, como bien sabes. Quizá solo deseo ver qué
pasa, pues estoy bastante aburrido de la cotidianidad que hay en mi existencia.
–Ya veo. Pues no me parece que sea muy atractiva, aunque es agradable.
Siempre que platico con ella me recuerda a ti y tus abstracciones, esas que
dices te dan de repente y donde meditas cosas, aislándote del mundo. Además,
tiene un talante sarcástico muy parecido al tuyo.
–Pues entonces ahí está –dijo él sonriendo como un loco–, ¿qué estás
esperando? Ambos tienen ideas similares, es tu momento de brillar.
–No lo sé, siempre hay cosas. ¿Sabes por qué no vino Heplomt? Él
siempre anda en estos asuntos de fiestas.
–Solo tienes qué calmarte y disfrutar la vida. Hemos notado que te has
apartado más y más. Bueno, no le digas que yo te conté, pero se toma cosas
indebidas, como anabólicos y eso. ¿Quieres saber algo gracioso?
–Pobre, debe estar muy desesperado por su físico. Supongo que sí, ¿qué
más da?
–Pues resulta que Brohsef está molesto con Heplomt. ¿Y sabes por qué?
Pues porque este último se besó con Cegel el fin de semana pasado, durante la
fiesta del sábado.
–Vaya novedad –asentí sin mucha emoción–. Pensé que había pasado
algo más relevante.
–¿Ahorita? Pero ¡si estamos en una fiesta! Dices que sabes al menos lo
básico, quizá podríamos intentar bailar la próxima.
–Así no se baila. Te hace falta más soltura, no debes estar tan tieso –
afirmó, algo molesta y a la vez decepcionada por mi fatídica actuación.
Nos fuimos a sentar, pero al poco tiempo Natzi consintió en bailar con
los demás compañeros. Había uno que era bastante bueno, realmente no sabía
cómo alguien podía bailar tan bien. Lo hacía tan natural y con tal facilidad, sus
pies se movían de manera fantástica. Hubiera deseado ser él, tener esa
habilidad que jamás me había preocupado por desarrollar. Gulphil se sentó a
mi lado, pero antes de que pudiéramos entablar conversación, lo cual ya era
difícil debido al alto volumen de la música, su celular sonó y salió para no
regresar sino hasta una hora después. Durante este periodo en que estuvo
ausente yo permanecí sentado, continué bebiendo desmedidamente y mirando
cómo Natzi bailaba con cualquier pendenciero que se le presentaba.
Realmente lucía bien, y eso que no estaba tan maquillada, su belleza era
natural. Además, llevaba puesta una blusa sin mangas, de un azul muy
encendido y sus cabellos lacios y negros me fascinaban. Ciertamente no era
atractiva, pero notaba en ella algo único. Creo que ya estaba loco por ella.
Convencido de que debía hacer algo al respecto, conversé ligeramente con uno
de los compañeros que habían asistido con nosotros a la reunión, su nombre
era Mandreriz.
–Oye –le dije ya con confianza debido a mi estado alcohólico–, ¿tú crees
que tengo alguna oportunidad con Natzi?
–Está bien. Pienso que tienes alguna oportunidad con ella, solo debes ser
cuidadoso, es una mujer muy… especial, loca y difícil. La conocí hace un año,
desde entonces nos hemos llevado bien. Como sabes, ella va atrasada y
tomamos por segunda vez materias con el mismo profesor. Le interesan cosas
como retiros espirituales, fumar hierba, pasarla bien. No bebe mucho y
siempre carga condones. ¡Oh, sí! ¡Eso es! ¡Se prepara ante todo! Si le llegas a
agradar, es capaz de acostarse contigo el mismo día que te conoce. Ella
entiende las necesidades humanas mejor que nosotros, hombres sin vocación
ni sentido. Pero ella es altanera, sarcástica y acaso una demente. Admito que
nunca había conocido a alguien como ella, y jamás me fijaría en alguien así.
Estuvo casada ya durante algunos años y gracias a eso desdeña cualquier
compromiso. Es muy original, ¿no crees? Espera, déjame terminar, aún tengo
mucho qué decir.
–Ya veo –asentí calmadamente–, pensé que era diferente. Sin duda, sabe
guardar bien las apariencias. Y yo que pensaba quererla sinceramente, ¡vaya
falacia!
–¡Así es, amigo mío, una falsedad! Escucha lo que le digo. Sé que soy
joven y tú también, somos unos capullos. Sin embargo, el mundo es una
verdadera monstruosidad y esa mujer lo denota a la perfección. Mírala ahora –
decía señalando de manera poco precisa a Natzi, quien bailaba y reía–. Ella
sabe que es una mujer vil, pero le gusta ese papel, ha aceptado tal
comportamiento. Y, aun así, tú la quieres follar, besar y hasta quizás amar.
¿Qué mayor prueba de un comportamiento sin sentido y absolutamente
irracional se quiere? Te aseguro que no eres el único, sino solo una aguja en un
pajar, eso es lo que somos todos. Piensa en tu inutilidad, en tu incertidumbre y
tu intrascendencia. ¿Qué demonios somos en esta vastedad implacable y
desoladora? ¿Qué sentido tiene estar aquí y ahora? Estamos bebiendo y
pasando un supuesto buen rato, pero yo sé que eso es una estupidez, una
blasfemia. Desperdiciamos nuestras vidas y, a no ser que hayas aceptado,
como las personas que observas ahora, una vida así de absurda y moldeada,
entonces estás errando el camino. Tal vez yo no sea el indicado para
aconsejarte, pero te estás equivocando terriblemente. Piensa en las cosas
maravillosas que puedes lograr y luego en que estás aquí y ahora. Así es, a
expensas de las migajas que una mujer impúdica te pueda ofrecer. ¿Acaso es
así de impulsivo el humano en sus deseos más terrenales? ¿Somos solo
esclavos de una poderosa e irracional mente traicionera? ¿Qué es todo esto
sino una prueba irrefutable de la mediocridad humana? Estas personas bailan,
se retuercen, pegan sus cuerpos y se excitan, se embriagan y fuman. Y allá
fuera está un mundo espléndido esperando ser descubierto. No hablo de la
realidad que tú conoces, sino de otro donde hay esperanzas para poder
entender nuestra existencia, para desmenuzar la moral y la integridad. Sí,
hablo de un paraíso donde los valores espirituales y la pasión interna reinan
sobre la decadencia de hambrientos seres como nosotros.
IV
Yo escuchaba a Mandreriz atentamente, prestaba especial atención a la forma
tan incisiva en que atacaba la supuesta mediocridad del mundo. Me parecía
que sus palabras estaban preñadas de una certeza indiscutible, pero que, de
algún modo, me negaba a aceptar. Quizás era cierto que se nos educaba para
no cuestionarnos cosas, para no levantar la voz y aceptar lo que estaba ya
inculcado. No obstante, ¿cómo librarse de todo ello? ¿Cómo renunciar a lo que
se era sin haberlo deseado, sin haber querido tal destino? Tantas sensaciones
mezcladas me anonadaban. Terminaba como un imbécil, tratando de evitar el
llanto y queriendo liberar eso que cada vez sentía más imposible de contener.
Luego escuché a Mandreriz, quien retomó su discurso:
–¿Qué? ¿Besarme contigo? Pues mira, no sé, creo que tenemos poco de
conocernos. Deberíamos de convivir más primero.
–Pero tú me has insinuado que en realidad solo buscas pasar el rato, ¿no
es así?
–Bueno, es cierto que no creo en esas cosas de las relaciones serias, solo
que recién te conozco. No me lo tomes a mal, pero…
–Natzi, ¿eres tú? –preguntó una voz ronca tocando el hombro de aquella
víctima.
–¡Con que eso era! –pensé para mis adentros–. Por eso soportó todos
mis reproches sobre mi gran error y la estupidez que había cometido al venir
aquí.
–¿Cómo estás? ¿Qué has hecho? Desde esa vez ya no hemos hablado,
pero fue genial el recuerdo –mencionó Alperk con talante suspicaz, insinuando
de forma execrable una situación que solo ellos conocían.
–¿Y cómo van las cosas hasta ahora? ¿Quién es tu amigo? ¿Va en tu
escuela? ¿De dónde lo conoces? –inquirió Alperk, como tratando de incluirme
en la plática; quizá queriendo averiguar qué clase de relación tenía Natzi
conmigo.
Ella se agachó, como obviando las preguntas, luego indicó que trajeran
bebida para sus amigos. Acto seguido dirigió su renovada mirada hacia mí y
sonrió ridículamente. ¿Qué demonios significaba aquello? ¿Quién era yo en
esos instantes? ¿Estaba tan desesperado por sentir algo que matizara el
sinsentido de la existencia?
Del tipo de Costa Rica solo supe que bailó hasta más no poder. Cuando
la bebida llegó, Natzi recomendó que yo ya no bebiera más, pero hice caso
omiso a su irrelevante admonición y continué devorando copas. Extrañamente,
no sentía que me estuviera embriagando, estaba atento a lo que pudiese
acontecer. Ella, como lo sospechaba, comenzó a bailar con Alperk, quien por
cierto lo hacía a la perfección. Esto me molestó, puesto que él, siendo solo un
idiota, sabía realizar esa actividad y yo no. Además, le tocaba continuamente
el trasero a Natzi y le pegaba su miembro sin que yo pudiese hacer algo para
evitarlo. Así continuaron durante una media hora, tras lo cual los perdí de
vista.
–Muy bien, cuando lo encuentres dile que ya me debo ir. Quiero saber si
se irá también o se quedará.
–Claro, yo le digo. Oye, una cosa: ¿tú tienes novia? –le cuestioné sin que
se lo esperase.
–Sí, sí tengo. Pero no sabe que estoy aquí, aunque hay confianza. Yo no
le prohíbo nada ni ella a mí, así es como nos hemos mantenido juntos.
–Estamos bien, solo fuimos por ahí a platicar, y ya sabes, se nos ha ido
el tiempo… Tú tranquilo. Ya sabes que venimos para divertirnos –contestó
Alperk, el sujeto moreno y feo que se había besado con Natzi.
–Tú sí que disfrutas la vida, eso es bueno –asentí sin controlar mucho
mis pensamientos.
–Si quieres, puedo ayudarte en cálculo. Yo pasé esa asignatura con muy
buena nota –asentí por compromiso, sabiendo que preferiría matar a ese sujeto
antes que mezclarme con él.
–Pues todo eso viene con el dinero, por eso es lo más preciado que
existe. Mujeres, alcohol, autos, joyas, casas, viajes y demás. ¡Lo que daría por
haber nacido rico! No sabes cuánto envidio a los futbolistas y a los actores, a
los empresarios y a los reyes.
–¡Ya lo sé! Lástima que nacimos con mala estrella, en la pobreza. Pero
no debemos desesperarnos, tal vez lo logremos. Por cierto, ¿escuchaste que el
próximo año ya se retirará del fútbol un tal… y que le dieron el balón de oro
a… Pero lo más interesante de todo es que el equipo… ha comprado a ese
jugador que dicen es el mejor del mundo.
V
Súbitamente recordé esos momentos en que me sentía aún más asqueroso. La
verdad es que se trataba de un secreto, o eso creía. Yo era, ni más ni menos, un
adicto a la masturbación. Eso me excitaba de tal forma que pasaba horas y
horas en la madrugada mirando senos, traseros y rostros bañados en placer.
Debido a ello, mis noches eran mucho más cortas de lo habitual. En ocasiones
hasta perdía cinco o seis horas en estos asuntos. No me conformaba con
cualquier actuación, siempre buscaba a aquellas mujeres cuyo rostro me
recordara la increíble belleza física que podía apreciarse tan superficialmente.
Y ahora perseguía el recuerdo de Elizabeth, en su honor me masturbaba
furiosamente. Algunas veces ya ni siquiera contaba el tiempo, simplemente
amanecía todo batido de semen, con los dedos tiesos y la computadora
encendida. Cuando no conseguía el placer mediante esas mujeres que
exponían su desnudez y se masturbaban frente a cámaras, tenía mis
conversaciones como refugio. Sí, esas que sostenía con mujeres que jamás
había conocido y que estúpidamente me entregaban su sexo con palabras. No
sé por qué comencé a recordar esto, quizá porque se nos dijo que en poco
tiempo cerrarían el lugar y que tendríamos que abandonarlo. Mi cabeza estaba
confusa y no sentía ser distinto de lo que detestaba. Nunca me había sentido
fuera de lugar hasta ahora, ciertamente. Siempre el mundo tenía un consuelo,
ya fuese sexo, dinero o alcohol, y hasta el amor; no obstante, me parecía que a
partir de este instante sería para siempre un desconsolado.
–¡Por fin regresaste! ¿Dónde te habías metido? ¿No que solo ibas al
baño? ¡Te tardaste mucho! Yo hasta llegué a pensar que… –fue lo primero que
preguntó el costarricense a Natzi cuando finalmente se dignó en aparecer.
–Ah, ¡sí! Les pido una disculpa –dijo sonriendo de forma grosera y
cínica–, ustedes deberán entenderme…
–Bien, mis oídos están atentos ante lo que tú digas, princesa –dijo de
nuevo el granuja.
–Bien, esto fue lo que pasó: tal como comenté, después de haber
terminado mi copa y de haber charlado contigo –dijo señalando a Alperk–, me
dirigí hacia los sanitarios. Sin embargo, ocurrió algo que ni yo esperaba, pues
dos chicos comenzaron a hacerme la plática y yo me entretuve demasiado.
Eran altos, de ojos azules, cabellos dorados, cuerpos bien trabajados,
sonrientes, cautivadores y liberales. Platicamos de cosas muy variadas y poco
a poco algo surgió entre nosotros. Noté que uno de ellos, el que más se me
había insinuado hasta el momento, estaba excitado. Comencé a bailar con él y
a embarrarme en su miembro, hasta que nos besamos. Estábamos excitados,
así que decidimos hacerlo. Él es un hombre de dinero, con contactos, así que
salimos y conseguimos un espacio en una de las cabinas de la esquina. Lo
hicimos salvajemente, me hizo de todo y al final terminó en mi boca; fue
exquisito. Sin embargo, el asunto no terminaría ahí, pues al salir de la cabina
el otro sujeto estaba esperando y noté que estaba lo tenía muy parado también.
Sin poder contenerme, y con la aprobación del que me acababa de coger, entré
esta vez con su amigo. Fue grandioso y la tenía más grande, no podía
resistirme. Se la saboreé un buen rato y cuando estaba a punto de venirse, le
quité el condón y me lo tragué absolutamente todo; de hecho, todavía siento su
sabor recorriéndome la garganta, es tan espeso y dulce. Por supuesto que estoy
exhausta, pues gemí como una loca y sudé demasiado.
Cuando Natzi hubo terminado su narración, quedé atónito. Noté que ni
ella ni sus amigos parecían molestos o siquiera sorprendidos. Yo era el único
que no cabía en mí, que sentía una conmoción en mi interior, un choque sin
igual. De hecho, era la misma sensación que tenía cada vez que este tipo de
cosas pasaban: estaba tembloroso, pálido y sudando. No obstante, luchaba por
dominarme para no aparentar mi asombro. Mi corazón latía estrepitosamente,
sentía ansiedad y un nerviosismo demencial. No lograba dominarme y sentía
que mi cabeza iba a explotar, hasta lo borracho se esfumó como por arte de
magia.
–¿En verdad lo crees así? Muchas gracias por eso, eres demasiado
amable y lindo conmigo, en verdad quisiera recompensarte –respondió Natzi
sonrojada y sonriendo con malicia, parecía que yo era un fantasma ante sus
ojos.
–Desde luego que sí, sabes cómo pensamos nosotros. El sexo es lo mejor
que hay, lo único por lo que vale la pena vivir, además del dinero y todo lo que
de él se desprende. Si tuviera millones, te compraría entera sin importar tu
costo.
–No seas exagerado, eres un aguafiestas. Mejor vámonos ya, que están
por cerrar este lugar.
–¿Es en serio? ¿Tan pronto nos dejas? Sabía que eras un cobarde, ¿por
qué te marchas siendo tan temprano? Apenas comenzará lo bueno, ¿es por
ella? –inquirió el amante de Natzi en tono amenazador.
–Por eso me caes bien, Natzi. Tú no te andas con rodeos, eres una mujer
demasiado sincera e interesante –afirmó Alperk con su pestilente voz.
–Pues nunca lo había hecho dos veces seguidas con hombres diferentes.
Estuve casada muchos años y sé lo que es tener sexo diario y a toda hora, pero
no sé, de alguna manera me siento culpable.
–¡Ja, ja, ja! –se desternilló Alperk–. ¿Tú culpable? No lo creo, siempre
has sido así de intensa, es tu naturaleza. Pero ¿qué se le va a hacer? ¡No tienes
remedio y eso me encanta! ¿Gustas otro trago?
Natzi aceptó gustosa otro trago que Alperk compró. Por educación me
ofreció más y yo igualmente acepté. Ya todo me daba igual, todo había salido
de la peor forma posible, apenas y tenía conciencia de lo que acontecía a mi
alrededor. Finalmente, la música cesó, así como también las luces tan
iridiscentes que parecían las responsables de alterar un estado en mi interior
con su demoniaco parpadeo mezclado con el alcohol. Eran casi las dos y
media de la mañana y no sabía en qué terminaría toda esta situación, me
parecía que el tiempo avanzaba demasiado lento. ¿Cómo demonios es que
había terminado así? Pensaba en toda la cadena de eventos que me habían
conducido hasta esta situación absurda y fatídica. Apenas tenía una semana de
conocer a Natzi y ya se había burlado de mí, había pisoteado todo lo que era y
me había tachado de idiota, moralista, infantil, odioso y aguafiestas, además
de pésimo bailarín e intento frustrado de filósofo adorador de corrientes
esotéricas que a ella le causaban risa. ¡Cómo diablos no me había ido con
Mandreriz y con Gulphil hace un par de horas! ¡Cómo fui tan iluso como para
pensar en besar a Natzi y hasta intentar algo más! Yo era, en todo caso, el
ridículo por querer que las cosas funcionasen como en mi cabeza aparecían.
–Tienes razón, ya todo debe estar ocupado a esta hora –completó Natzi
airada.
–Podríamos entrar a otro bar, hay algunos que cierran todavía más
noche.
–Bueno, ya que pasaremos aquí la noche lo mejor será buscar una banca
o algo para al menos no quedarnos en el suelo. Lo bueno es que hay bastante
gente por aquí, así no estaremos solos –indicó Alperk sonriente, parecía tan
feliz de estar con Natzi.
–Y ¿por qué no? –replicó él con molestia–. Nos vamos un rato y no pasa
nada, solo será un encuentro de unos minutos.
–Y ¿eso qué? ¡Él quiso quedarse, nadie le obligó! –contestó con molestia
Alperk, parecía ansioso.
–Se quedó por mí, estoy segura –sentenció Natzi con sarcasmo–. No se
lo pedí, pero se quedó. Supongo que al menos debemos esperar. Además, se ha
dormido.
–¿Por ti? ¡Ja, ja, ja! –se desternilló Alperk mientras besaba a Natzi en la
mejilla–, ahora sí que me hiciste reír. Entonces dime, ¿acaso le gustabas?
Decidí abrir un poco los ojos y noté cómo Alperk, ocultando la mano en
su chamarra, frotaba lo que seguramente era uno de los senos de Natzi, que
por cierto eran pequeños como su trasero. Ella gimió un poco y se refugió en
el cuello de aquel granuja, luego se besaron lentamente, jugueteando con su
lengua y acelerando la faje. Nuevamente sentí deseos de abrir los ojos y hacer
algo al respecto, pero ¿qué iba a conseguir con eso? Sencillamente me tragué
mi dolor y fingí roncar.
–¡Y qué me importa lo que este don nadie pueda pensar o hacer! ¿Acaso
crees que le tengo miedo? Pero si es un idiota, tú misma lo has dicho y lo
sabes.
–Ya lo sé y por eso lo digo. ¡Hazme caso y detente, por favor! –espetó
Natzi mientras seguía gimiendo.
–Sabes que siempre los tengo conmigo en mi bolsa, por cualquier cosa –
respondió ella con una carcajada horrible–, nunca los saco de la mochila. Me
han salvado ya en varias ocasiones, tú no tienes idea…
–Estás demasiado excitado, Alperk. Insisto en que te calmes. Tal vez sea
un pobre diablo este sujeto, pero siento lástima por él y no me atrevo a dejarlo
aquí en solitario.
–Te preocupas demasiado por él. Siento que es de esos sujetos que
todavía creen en el amor a primera vista, tal vez hasta sea virgen.
–¡Ja, ja, ja! Sigues siendo igual de gracioso como aquella vez ¿Aún
recuerdas esa noche en que escapamos y fuimos a comer mariscos? –comentó
Natzi con voz temblorosa, posiblemente ya excitada también.
–¡Y cómo olvidar algo así! Ha sido de los mejores días de mi vida, fue
cuando aún estabas casada, ¿no? Recuerdo que al principio te negaste, pero
cuando viste mi lujoso auto te convenciste. Si tan solo ahora mi padre me lo
hubiera prestado…
–Me gusta tu carro, pero me gusta más tu pecho y otra cosa de ti…
–No digas esa clase de cumplidos, porque te juro que soy capaz de matar
a este pobre infeliz que tienes como perro esperando por tus babas y llevarte al
hotel de una buena vez.
–Ya lo sé, Alperk. Pero, como dices, si tan solo este pelagatos no se me
hubiera pegado como una sanguijuela, ahora podríamos estar reviviendo viejos
tiempos.
–Bien, como tú digas. Solo no quiero que luego te arrepientas y me
reclames, porque no me haré responsable de tus negativas. Mejor cuéntame
otra cosa, ¿a cuántos te has cogido desde nuestro último encuentro?
–¡Oye! ¡Vaya preguntas que haces tú! Si supieras que ya hasta perdí la
cuenta.
–¡Ja, ja, ja! ¿Es que lo haces tan seguido? Tú sí que eres una mujer
afortunada y moderna, me gusta tu estilo.
VI
Ambos contaron sus aventuras e infidelidades, bastante numerosas, por cierto.
Natzi no reparaba en dar detalles, atacando ferozmente la moral que la
sociedad hipócritamente sostenía. Argumentaba toda clase de cosas que
Alperk apoyaba y también defendía. Ambos eran partidarios de un liberalismo
que sería, según ellos, el fundamento y la base de la modernidad sexual.
También se distinguían por hablar pestes de todos los que conocían,
especialmente de los que creían más inexpertos en las relaciones. Se
regocijaban afirmando que para ellos el amor no existía, que era solo una
babosada de idiotas como yo que aún tenían esperanza en el mundo. Ella dijo
que le encantaba que terminaran adentro, como supuestamente Alperk solía
hacerlo tiempo atrás, pero que le molestaba tomar la pastilla del día siguiente
tan seguido. Contó que una vez hizo sexo oral al encargado del restaurante
donde trabajaba a cambio de que no le descontara las faltas de su quincena.
Contó éstas y muchas más cochinadas a las cuales Alperk respondía con risas
y aplausos. Por supuesto que no dejaba de tocarla ni de besarla con una pasión
infame.
Entonces noté que Natzi dejó de hablar de golpe. Cuando abrí los ojos
un poco más y me acomodé ligeramente, de forma nítida distinguí que se
masturbaban mutuamente por debajo de la chamarra. Ella gemía y lo
besuqueaba, cosa que él también hacía. Imaginaba que tendría Alperk dedos
introducidos en su vagina, pues a cada cierto tiempo los sacaba y los lamía,
cosa que excitaba a Natzi, quien por su parte sugería “que se la metiera toda y
que se la quería chupar entera”. Tales comentarios se intensificaron y duraron
un buen rato. Finalmente, percibí un olor extraño y escuché cómo ella
saboreaba algo espeso mientras gemía con más intensidad y afirmaba que se
venía. Comprendí entonces que se trataba del semen de Alperk, lo había
masturbado hasta conseguir que éste se corriera y ahora se lo tragaba con gran
deleite. De seguro, de no haber estado yo ahí, habrían pasado una noche
esplendorosa, como las de antes, o eso suponía por su plática.
–¡Sí que nos vigilaste! ¡Fuiste el primero que se durmió y hasta estabas
roncando! Muy mal hecho, ¡qué pena! –me reclamó Natzi como si nada
hubiera pasado.
–Lo lamento, no era esa mi intención. Solo estaba cansado, supongo –
asentí cabizbajo y fingiendo sonrojarme.
–Bien, eso es cierto –confirmó ella con voz cortada–. Incluso, podríamos
ir a desayunar algo rápido, si es que no tienes algo importante qué hacer –dijo
dirigiendo la mirada hacia aquel sujeto.
–No sería mala idea, princesa. Por desgracia, tengo unas cuántas cosas
que hacer, así que será en otro momento. Mejor quedemos para vernos el
viernes próximo por la noche.
Noté que la voz del tipo sonaba golpeada y hasta mostraba cierto
desprecio por Natzi, cosa que evidentemente no hizo durante toda la
madrugada, pues la mantuvo apretada contra él y la manoseó incesantemente.
–Ahora que lo dices yo también tengo cosas que hacer –replicó ella
como disimulando el haber sido rechazada–. Lo mejor será que cada uno
vuelva a sus hogares.
Luego, los tres caminamos al tren. Yo, desde luego, iba como absorto en
mis pensamientos después de todo lo que había acontecido. Apenas digería
que hace unas horas me había sentido como un imbécil y que la mujer que
creía me gustaba se había prácticamente revolcado frente a mis ojos con un
sujeto de lo más estúpido. Las razones para tal situación fueron raras,
particularmente derivadas del hecho cómico de que yo no sabía bailar y,
encima de eso, había declarado abiertamente la incomodad tan remarcada que
en mí causaba todo ese lugar. Detestaba a las personas, a Natzi en especial, y
al hecho de haber tomado decisiones sumamente idiotas. En fin, había sido
todo un verdadero conjunto de desatinos, estupidez y embriaguez. Sin
embargo, también sentía, en aquel estado febril, que extrañamente no podía
haber vivido aquella noche de otro modo. Una parte de mí creía esa cantaleta
de que todo pasa por algo, pero sabía que tales alucinaciones no eran sino eso,
solo pretextos que las personas usan para justificar sus torpes decisiones y sus
vidas miserables, ¿no? Quién sabe, tenía demasiado sueño, estaba crudo y
herido. Si tan solo yo no hubiera sido quien era, si hubiese sido sincero en mis
convicciones.
–Desde luego que sí, es natural querer sentirse valorado por alguien.
Pero yo, por ejemplo, solo me intereso por las beldades fáciles, por aquellas a
las que les interesa algo rápido y placentero, y que no guardan ninguna clase
de prejuicios o de moralidad impuesta por la sociedad. Desde luego, hablo de
mujeres como tú, corazón –finalizó Alperk dirigiéndose de Natzi y guiñándole
el ojo.
–Qué tal, pues la verdad es que yo… Quise venir a saludarlo solamente
–asentí un tanto inquieto.
–En realidad, no es eso. Quería saber más sobre lo que nos contó la
semana pasada con respecto a la mala alimentación que llevamos
inconscientemente.
–¡Ah! Es eso –exclamó sonriendo–. Desde luego que sí, tengo mucha
información al respecto; de hecho, todos la tenemos, pero no es ocultado el
acceso.
–Sí, bueno, eso creo. Si bien es cierto que el mundo es un lugar un tanto
extraño, supongo que al menos podemos hacer algo.
–Te equivocas, y a la vez tienes razón. Desde luego que podemos hacer
algo, el problema es que no queremos.
Medité unos momentos, y en verdad sabía que el dinero lo era todo. Por
eso estaba yo ahí, en esa escuela y en ese tiempo. Estudiaba porque así ganaría
dinero, esa era la razón con la cual desesperadamente se justificaba el
sinsentido de los humanos.
–Sí, destino. Quiero decir lo que ya está determinado. Digo que es muy
probable que esta plática ya haya sido planeada y que en realidad todo sea así.
Entonces solo somos peones con fantasías de libre albedrío y, por ende, de
libertad.
–Desde luego que es solo una postura. Quizá sea una mezcla de ambos.
Sabes, yo me he quebrado la cabeza con tantas reflexiones y jamás he hallado
respuesta.
–No importa, lo entenderás. Tú bien sabes que yo, al igual que tus demás
percepciones, son solo parte de los espejismos que en tu mente abundan y
cuya hiperactividad se manifiesta en un plano terrenal. Cada uno vive su
alucinación y destiñe sus sueños como mejor cree conveniente. Pero, al fin y
al cabo, la muerte es la convergencia de cualquier destino. No importa que sea
azar, libre albedrío, dios, o cualquier otra sustancia.
–Ya sabes, todo es relativo. Ese concepto del bien y el mal ya está muy
gastado como para intentar exponerlo aquí. Como en todo hay variedad de
posturas, algunas opuestas y muy diferentes.
–Ya veo, parece complicado. Me decía también algo sobre abrirle los
ojos a los humanos, y tengo la siguiente cuestión: si usted no puede hacerlo; es
decir, solo funge como un guía, entonces ¿quién sí tiene el poder para quitar
ese velo absurdo que nos oculta la realidad superior?
–Tú –respondió con tono autoritario–, solo tú. Yo, por ejemplo, quise ser
maestro y enseñar a las personas. Mi única labor y lo que podemos hacer por
otros es introducirles la duda. En resumen, solo puedes ayudar a alguien más,
pero siempre se elige. Las personas decidirán si darte el beneficio de la duda,
lo cual ya es mucho, o te ignorarán sin remedio. A nadie puedes salvar o
abrirle los ojos, él debe hacerlo por su cuenta. Eso es justamente lo que los
grandes maestros de lo que hoy conocemos como religiones intentaron
enseñar. Pero el humano siempre ha malentendido todo y ha rechazado aquello
que pone en riesgo su poderío y su comodidad. El rechazo hacia lo
desconocido y lo que representa alguna dificultad no premiada con dinero es
una constante en el mundo moderno.
–Ya veo, en eso estoy de acuerdo. Lamentablemente la mayor parte de
las personas no escuchan ni se interesan.
–Pero es peor que eso. Aunque escuchen, aun así, nada se logra en la
gran parte de los casos. De hecho, hasta parece empeorar su estado, pues lo
sublime se ridiculiza y se evidencia como blasfemo en contra de un dios, de la
ciencia o de los supuestos valores sociales. Yo no he tenido éxito aquí, pero no
me rindo. Pienso que esos sujetos, los que gobiernan el mundo, esperarían que
me rindiera ahora mismo. Lástima, porque mientras siga vivo seguiré
pregonando mis ideas e intentando sembrar esa semilla de la duda para formar
personas con razonamiento y no solo con la habilidad de replicar patrones
impuestos.
VII
Durante los siguientes días continué igual de pensativo. Sin duda, los
temas me habían afectado. Sin quererlo, sentía como si mi interior se
alborotara cada vez que recordaba las pláticas donde se hacía alusión a un
despertar, a abrir la mente, a ver con otros ojos, a percatarse de algo que era
imposible para mí hasta entonces. Yo vivía en mi mundo, en mi burbuja, tal
como el resto. Nada había podido derribar mis creencias ni mis costumbres,
esas que mis padres me inculcaron y las cuales seguía irremediablemente.
Fuera de eso, todo lo demás era irrelevante, el mundo era un lugar bello si se
le quería mirar por cierto lado. Tales pensamientos eran los que me atacaban
durante el día, intentaba convencerme de que mi mundo debía persistir en
iguales condiciones. El cambio me aterraba, me atemorizaba pensar que podría
perderme en tantas teorías y llegar a enloquecer. Y, sin embargo, en las noches,
antes de acostarme, tenía nuevamente la sospecha de que yo estaba
equivocado. Me cuestionaba si no serían ciertas todas esas ideas que con tanta
vehemencia rechazaba. Padecía una lucha interna por aceptar nuevas
concepciones y arrojar muy lejos todo lo que hasta ahora era yo. Conforme
pasaban los días las ideas de que el mundo era nauseabundo crecían más y
más. Pensaba en el sufrimiento sinsentido que representaba estar en él, en
todas las injusticias y atrocidades cometidas diariamente y, en fin, en cuán
erróneos eran mis pensamientos hasta esa noche. Todo se juntaba y se
convertía en una llama que quemaba en mi interior. A pesar de todo, noté que
siempre podía volver a engañarme, pero ahora comenzaba a creer que la
mentira era indispensable para sobrevivir en esta realidad. Eso era
exactamente lo que las personas hacían todo el tiempo: se engañaban con
cualquier bagatela que les permitiera obviar lo absurdo de sus miserables
existencias.
Una vez en la iglesia me senté en uno de los lugares más alejados del
centro, hasta atrás. La verdad es que no deseaba escuchar aquellas palabras,
pues hacía tiempo tenía la ligera impresión de que eran solo mentiras. No
estaba seguro, pero me parecía que había algo repugnante en los sermones de
aquellos sacerdotes. Esto me había ocasionado ya diversos problemas con mis
padres, pues sus convicciones religiosas eran muy fuertes. Era solo que un
sentimiento extraño me invadía, algo que no lograba comprender, como un
destino. Era similar a la sensación que me impulsó para ir a la fiesta con Natzi,
a quedarme esa madrugada en la calle, a platicar con Mandreriz, a conversar
con el Profesor G, a deleitarme con la extraña belleza que notaba en las
pinturas y el rostro de Elizabeth. Justamente a mi lado llegó alguien, una
muchacha misteriosa cuyo rostro no observé al estar ensimismado con mis
pensamiento. Sentí una atracción hacia su presencia, como un relámpago que
impactaba mi interior, y una fuerte vibración retorció mi ser. Estuve inquieto
durante los siguientes minutos hasta que, movido por un impulso de esos que
no entendía, respondí a una de las preguntas que hacía el sacerdote. No
entendí cómo ni por qué, pero, en mi abstracción, había gritado con tal fuerza
que todos voltearon y me miraron atónitos ante mi negativa.
–¿Quién dijo eso? ¿Quién dijo que no? –inquirió el sacerdote con tono
autoritario, como molesto ante tal negativa.
–¡Tiene el demonio dentro! ¡No sabe lo que dice! ¡Es el diablo mismo! –
añadió una señora mientras se persignaba.
Recuerdo que existía una voz cuyos susurros decían cosas sobre las
múltiples entidades en el interior del espíritu. A veces podía observar cómo
unos labios totalmente negros y con cuernos en los pliegues sonreían y
vomitaban una masa compuesta por todos los animales posibles que pudieran
existir. Entonces la boca decía que estaba cerca aquel con la habilidad de hacer
que cualquiera se arrodillase ante él sin la menor preocupación o esfuerzo.
Algunas palabras hacían referencia a una bestia enviada por el dios
indiferente. Sus mensajes no los comprendía y cuando pensaba que aquella
cosa se pegaría a mí, caía en un lago de sangre donde flotaban miembros
sexuales masculinos que parecían haber sido rebanados y se hallaban en
estado de putrefacción. Al intentar salir de esas aguas insanas, mi cuerpo
pesaba y sentía como si mi propio pene fuese a desprenderse, como si algo me
dijera que no lo necesitaba. Y al intentar escapar con todas mis fuerzas
despertaba en medio de mi oscura habitación.
–Oye, ¿estás bien? Pensé que nunca dejarías de correr –exclamó una
vocecita mientras una sombra se posaba a mi lado.
–¡Oh, sí! Claro, creo que ya pasó –afirmé riendo, cosa que nunca hacía–.
Pero bueno, ¿qué te trae por aquí? –pregunté mostrándome ignorante de su
presencia en la iglesia.
–Lo siento, olvidé presentarme –dijo con esa voz tan peculiar, al tiempo
que el sol brillaba en todo su esplendor–. Mi nombre es Isis y estaba sentada a
un costado tuyo en la iglesia, hace unos momentos.
–¡Ah, la iglesia! ¡Sí, hace unos momentos! Ahora te recuerdo, claro que
sí. Y ¿por qué me has seguido?
–Qué gracioso que lo preguntes después del arrebato que tuviste. ¿Acaso
no sabes que casi se infarta el sacerdote? –exclamó como complacida por
ello–. Ahora no podrás pararte ahí nunca más.
–Entonces ¿no eres religioso? Supongo que no, por lo que dijiste ahí.
Isis me miró algo extrañada ante mis palabras, supongo que hasta ahora
no había escuchado nunca algo así. O quizá sencillamente estaba riéndose por
dentro de mi heroico y ridículo espectáculo.
–Pareces muy tímido –dijo con una mueca que se me antojó bonita–. Si
quieres me voy, o si gustas puedo acompañarte y podemos caminar. Al fin y al
cabo, aún es muy temprano, y el parque está justo en frente de nosotros.
Ciertamente, era una mujer muy tierna, demasiado para mí. Su belleza
no radicaba en su físico, sino en su interior. Qué complicado describir lo que
no se puede tocar. Y, sin quererlo, algo me impulsaba a adorar aquella silueta
que se me antojaba tan inefable. Su cuerpo esbelto me cautivó, sus senos eran
grandes y sus piernas perfectas para su complexión. Su forma de caminar me
agradaba y también su manera de posarse. Ni qué decir de su rostro, fue lo
más parecido a la ternura hecha realidad. Tenía esa mirada temerosa y a la vez
determinada, un carmín extraño se hallaba oculto en su interior, como un
fuego eviterno capaz de penetrar en los más recónditos lugares de mi alma. Y,
de hecho, cuando me miraba, me sentía desnudo, no en cuerpo, sino en algo
cuya naturaleza me era indescifrable. Podía sentir esa dualidad en la
profundidad de su mirada, era la inmarcesible señal de que mi espíritu se
regocijaba al sentir su presencia.
VIII
¡Qué ojos tan majestuosos! Sin duda, comenzaba a creer que estaba
alucinando, pero esta vez esperaba que no fuera así. Seguía absorto con su
mirada, con ese brillo que refulgía más que cualquier estrella, y que parecía
como si una supernova hubiera llegado a su clímax en sus pupilas. Ese rostro
que ya jamás podría olvidar, esos cabellos que parecían ser el llanto del sol,
ese carmín que su mirada desprendía y, sobre todo, esa sonrisa capaz de hacer
que cualquiera se arrodillase ante ella. Era alguien fuera de este mundo, y el
que usara lentes le daba un toque de intelectualidad tremendo. Jamás creí
llegar a ensalzar así la belleza de una mujer, pero ella no era humana, lo supe
desde que sus vibraciones lograron alterar las mías. Cuánto deseaba
contemplarla y qué familiaridad me sentía cuando me hablaba.
–¿Es solo que…? ¿Acaso pasó alguna mujer guapa? –inquirió un tanto
airada.
–Porque así son los hombres: un día te quieren y al otro te arrojan como
basura.
–Solo te estaba probando –afirmó mientras hacía otra vez esas muecas
que tanto me fascinaban–. Pareces un sujeto raro, eso ha hecho que te siguiera
hasta aquí. Fue llamativa la forma en que te opusiste al sacerdote, nunca pensé
que alguien lo haría. Parecías muy tranquilo cuando escuchabas la misa y
luego te trastornaste.
–Yo diría que sí. Quería ver qué respondías solamente. Mi padre es muy
amigo del sacerdote, es un pastor muy reconocido en toda la región. Él quiere
que yo estudie teología después de terminar la universidad.
–Desde luego que sí. Si quieres podemos vernos mañana por la tarde,
aquí mismo. Así no tienes que acercarte tanto a la iglesia –exclamó entre risas.
Entonces llegó el día que me animé a dar el gran paso. Isis, ciertamente,
lucía igual o hasta más animada conmigo. Al parecer todo lo que yo era le
encantaba, lo cual me animó a hacerle una invitación para ir a la feria.
Pasaríamos primero a comer algo y luego al cine, finalmente nos
recostaríamos en cualquier sitio. No quería admitirlo; de hecho, quizá jamás lo
hice, pero estaba cayendo en un precipicio sin oponer la menor resistencia. Me
estaba hundiendo cada vez más en la dulzura de su boca, la cual ansiaba
degustar, y en ese fuego que consumía de forma inexorable todos mis
problemas. Los días previos a nuestro encuentro fueron muy agónicos, pues
realmente creía que ella sentía lo mismo que yo. Pero no me quedaba sino
esperar y averiguarlo cara a cara.
–¡Yo sí que tenía muchas ganas de verte! –dijo sonriendo con esos
hoyuelos afrodisiacos, luciendo sus labios tan remarcados de rojo y que
contrastaban perfectamente con su tono de piel.
–Se ven bien tus labios, no los había visto así –exclamé como
hipnotizado con su presencia.
Nos miramos y algo cuadró, así lo diría yo, en nuestro encuentro. Sabía
que no podía estar en ningún otro lugar, que esta vez el destino había sido
vencido. Afortunadamente, recuperé la poca racionalidad que me quedaba y
pensé en lo estúpido que era por ilusionarme de ese modo.
–Y bien, ¿a dónde quieres ir primero? ¿Te parece bien seguir la ruta que
habíamos acordado?
Ella dijo que sería bueno seguir el plan como lo acordamos y así lo
hicimos. Durante los primeros minutos en que caminamos uno al lado del otro
noté que ella estaba igual de nerviosa que yo. Me encantó su vestimenta: asaba
una blusa negra con corazones blancos y unos pantalones anaranjados con
triángulos azules y amarillos.
Estaba a punto de besarla y de decirle cuántas cosas sentía por ella, pero
me contuve. Tenía que esperar un poco más antes de hacerlo, pues, de alguna
forma, seguía dudando de si ella querría aceptarme como novio. Ambos nos
mirábamos como dos tontos provenientes de alguna sociedad donde todo es
fantástico: reíamos, gritábamos y hasta nos coqueteábamos sin saber lo
desgarrador que es el amor en realidad. El mundo a nuestro alrededor no tenía
mayor importancia, nos daba igual lo que pensaran sobre nuestro desastre, y
yo sentía como si pudiera desaparecer todo lo que me atormentaba mi interior.
Sin embargo, a un costado de la plaza donde comenzaríamos nuestro
recorrido, notamos una gran aglomeración de personas. Nos acercamos y nos
limitamos a vagabundear hasta que observamos una especie de galería. Se
trataba de una exhibición de arte, pero de uno muy raro. Cuando vi el nombre
de la artista quedé impávido. En letras muy llamativas y coronando su retrato
estaba escrito: Elizabeth Tiksmatter.
–Nada, solo estaba pensando en que hace mucho tiempo no me sentía así
de bien, es sencillamente maravilloso –dije ocultando la verdad de la
situación.
–Sí, me siento feliz por haberte conocido. ¿Por qué extraño? –preguntó
en tono sorpresivo, luego se distrajo–. No entiendo qué estamos esperando,
entremos a la galería, quiero ver qué cosas pinta esa mujer tan intrigante.
En verdad toda la galería era una auténtica locura salida de otro mundo.
De hecho, tanto Isis como yo permanecimos en silencio la mayor parte del
tiempo, maravillados por las pinturas sumamente indescriptibles. Elizabeth
debía tener motivos muy especiales para pintar aquellas cosas, y de modo
incierto su vida me pareció familiar. Experimentaba esa misma sensación que
al aventarme en aquel sueño lúgubre cuyo sentido rimaba macabramente con
mi vida. Comenzaba a enfermarme esa familiaridad que de ninguna forma
podría ser cierta, aunque me parecía que ambos sucesos estaban conectados
con mi existencia de una forma mucho más profunda de lo que creía. Me
aterraba pensar que aquellos mensajes fueran la señal de algún fatal destino,
más ahora que finalmente lograba sentirme feliz con alguien.
–¡Vamos! Me han gustado mucho las pinturas de esta artista, es tan rara.
Este lienzo tan maravilloso fue pintado por la eminente artista Elizabeth Tiksmatter en una de
sus más insólitas revelaciones, las cuáles recibía por parte de seres inmateriales que ella llamaba
los elementales. Según la pintora, en uno de sus más desconcertantes viajes astrales recibió la
iluminación para vislumbrar este lienzo, y luego tuvo la perspicacia para plasmarlo utilizando
medios terrenales. Cabe destacar que dicha visión fue propiciada por una mezcla entre peyote y
ayahuasca, que la artista tuvo oportunidad de consumir mientras visitaba una antigua región de
aborígenes que se ocultaban entre las montañas del sur de América. Sin embargo, se dice que a
partir de ese momento ella ha enloquecido y ha comenzado a malgastar su fortuna, la cual había
heredado de sus misteriosos abuelos. Desde luego, todo son simples rumores, aunque nadie sabe
por ahora el paradero de la talentosa pintora. A pesar de esto, se recomienda discreción y
voluntad fuerte para apreciar en toda su profundidad la siguiente pintura.
–Vaya que debe estar sufriendo esta mujer –dijo Isis un tanto triste y
sorprendida.
–Creo que yo paso esta vez –replicó temerosa–. Este tipo de cosas no
son lo mío, pero tú ve, yo te espero.
IX
Así fue como salimos, no sin que antes Isis se sonrojara a tal punto que evitó
mirarme durante unos minutos. Una vez fuera tuvimos hambre y decidimos ir
a comer algo. Como no conocíamos el lugar pasamos a la pizzería más cercana
y eso fue lo que comimos. Nos entretuvimos demasiado, pues no cesábamos
de comentar los sentimientos tan intensos y sugestivos que aquellas pinturas
nos transmitían. Poco a poco se fue difuminando el recuerdo de esa galería tan
peculiar y nos centramos en nosotros. Luego de comer nos dirigimos hacia la
feria donde comimos muchos dulces, bebimos bastante refresco y compramos
cosas innecesarias; yo estaba embelesado y no tenía control de mis actos.
Cuando ya comenzaba a anochecer, y antes de emprender el regreso a casa,
nos recostamos en una parte boscosa que se hallaba a la salida de la feria; ahí
fue donde todo culminó. Ambos estábamos tirados y mirábamos las estrellas
como tontos, como si ese momento fuese todo lo que importara.
–Supongo que sí, creo que todos en algún momento lo deseamos más
que pensarlo. De no ser así, entonces qué cruel es el destino.
–¿Por qué cruel? Muchas personas viven solas y así mueren –replicó sin
dejar de mirar el cielo–. Y tú, ¿crees en el destino?
–Creo que sería cruel puesto que todos nos enamoramos alguna vez en
nuestras vidas, aunque sea una tontería o por poco tiempo. Y si ese
sentimiento no es capaz de conducirnos hacia ese ser especial, entonces
tampoco le veo caso que exista, solo traería sufrimiento. Con respecto al
destino, creo que es algo misterioso que escapa de nuestro entendimiento, algo
que no podemos vislumbrar con ojos humanos.
–Solo un poco. Recuerdo que una vez leí en un libro sobre ellas, son
peculiares.
–No sé mucho, pero las estrellas binarias son aquellas que, por ciertas
condiciones, se mantienen juntas y así brillan. Lo curioso es que este tipo de
estrellas regularmente mueren más rápido que las comunes.
–¡Qué triste! Debo confesarte que tengo miedo de morir sola, y también
de vivir así. Es algo que no te he contado, pero mi mayor miedo es sentir que
no valgo nada para los demás. Desde que te conocí me he sentido bien y todo
se ha transformado, pero no quiero que esto se convierta en una molestia.
¿Crees que yo valgo lo suficiente para ti como para darme un espacio en tu
vida?
No podía creerlo, hasta las estrellas parecían caerse cuando Isis profirió
aquellas palabras. De ninguna manera podía desaprovechar la ocasión de
confesarle mis sentimientos.
–Isis, para mí tú eres y lo vales todo. ¿Cómo podría no ser así? ¿Cómo
pensar en la vida sin ti cuando has llegado e iluminado mi penumbra con tu
fuego pasional?
–¿Te gusto o por qué me besas de este modo? –inquirió ella sonriendo.
–Por supuesto que sí, me gustaste desde el primer día. La verdad es que
desde entonces te he adorado, y ahora no podía contener más mis
sentimientos.
–Yo también siento demasiadas cosas por ti, tanto que creo me voy a
desmallar.
Isis me contó que ella había tenido problemas con su padre, que era
pastor. Él quería que ella se dedicara principalmente a la religión y no a la
arquitectura. Como su padre estaba educado a la antigua insistía en que ella
debía mantenerse virgen hasta el matrimonio, y hasta ahora así había sido.
Esto me alegró, puesto que yo me encontraba en las mismas condicionales, y
no precisamente por decreto de mis padres o alguna religión. En realidad,
había tenido bastantes oportunidades, pero nunca me había animado a hacerlo.
Como sea, conocí muchos aspectos de Isis que me agradaron, y otros tantos
que me sorprendieron, pero todo en ella era jodidamente perfecto. Supe que
era vegana y también estaba unida a una organización que se dedicaba a
buscar refugio a animales de la calle. Sin siquiera percatarnos hasta hicimos
planes de los lugares que visitaríamos, de las fotos que tomaríamos, de lo que
seríamos en el futuro, siempre juntos. En todo figurábamos como dos estrellas
binarias intentando refulgir en el oscuro y tempestuoso cielo donde reinaba lo
terrenal.
Fue así como nuevamente conversé con mis tres amigos. Gulphil seguía
teniendo problemas con su novia, bastante graves, por cierto. Habían discutido
por bagatelas, pues ella siempre se inventaba historias para hacer dramas y
ahora hasta le pegaba, lo arañaba y lo mordía; me mostró una horrible cicatriz
en el antebrazo derecho. Pobre Gulphil, parecía muy desesperado, su relación
era un infierno donde terminaban una semana y regresaban a la otra. Lo peor
es que él era incapaz de oponerse a esta situación absurda, pues realmente
decía quererla. Ella se emborrachaba, lo engañaba y lo molestaba en todo
momento con llamadas para saber dónde y con quién estaba. Se escudaba
argumentando que estaba enferma, cosa que Gulphil bien sabía, pues la
acompañaba a sus terapias con el psiquiatra. En fin, todo estaba muerto desde
hacía bastante tiempo, pero ellos seguían aferrándose a un sinsentido. Esa era
la lamentable condición en que mi amigo vivía y, no sé por qué, me sentía
identificado con él. Quizá por esto último lo escuchaba y lo consolaba, hasta
lo incitaba a luchar por ella e intentar solucionar las cosas.
Por otro lado, estaba Heplomt. Justo cuando pensaba que le estaba
yendo bien descubrí la verdad. Me contó todo acerca de sus aventuras y el
gimnasio. Se había acostado con muchas mujeres y se sentía desilusionado,
pues el placer que antes le enloquecía ahora le había abandonado. Me dijo que
hasta había sentido deseos de estar con un hombre, pero de inmediato se
arrepintió y me juró que no era homosexual. Otra cosa que le preocupaba era
el desmedido consumo de energéticos, bebidas y todo tipo de suplementos que
estaba ingiriendo. Sentía extraños cambios y tenía calambres en el cuerpo,
hasta su voz estaba distinta, orinaba copiosamente y con un olor raro. No
obstante, parecía tener una musculatura muy bien definida para el poco tiempo
que llevaba entrenando. Había intentado dejar esas cosas, pero había fracasado
desastrosamente. Ahora quería incluso inyectarse quién sabe qué cosa, todo
para complacer a su entrenador. Su mayor miedo era que su pene ya no se
levantase, pues follar era lo que más amaba en la vida. Yo me limitaba a
escucharlo y a desearle suerte, le aconsejaba dejar tantas cosas que se metía en
el cuerpo, pero seguramente no lo veía con buenos ojos.
Así fue como el semestre trascurrió, bajo el yugo del nuevo estudiante y
con sorpresivas tormentas que debilitaban mi espíritu. Ya casi cuando estaba
por terminar, pasó que aumentaron los problemas con Isis. Empezaron los
malentendidos, llegaron los celos, la desconfianza y demás emociones
destructivas. Sin embargo, nuevamente nos repusimos y nos levantamos con
mayor vigor. Progresivamente todo se convirtió en un ciclo del que
difícilmente lograríamos salir. Y, a pesar de todo, seguía deseando sus labios
rojos, añoraba su sublime sonrisa y el brillante fuego de su mirada. La visitaba
todos los fines de semana y entre semana nos veíamos siempre que podíamos.
Mis padres se terminaron por acostumbrar a mi ausencia y yo me sentía feliz,
puesto que ya no tenía que soportar estar en aquel calabozo, tolerando el ruido
que mis tíos y primas hacían. Indudablemente, pese a los problemas, sabía que
Isis era la mujer de mis sueños, el amor de mi vida.
Las nuevas vacaciones estaban por llegar, y ambos estábamos ansiosos por
compartir más días juntos, por vivir nuevas emociones y asistir a más obras de
teatro, tomarnos más fotos en los museos, ir a la feria donde nos besamos por
primera vez, y correr como idiotas bajo la lluvia sintiendo que el mundo a
nuestro alrededor no valía nada. Quería ansiosamente volver a vivir unas
vacaciones como las pasadas, quería conocerla nuevamente y adorarla en todo
su esplendor. Quedaba una semana para que las vacaciones comenzaran y yo
había ya aprobado todas las asignaturas, aunque mis notas no se comparaban
con las del semestre anterior, pues habían decaído demasiado. El nuevo
estudiante sostenía el primer lugar sin la menor dificultad y a mis amigos los
notaba un tanto inquietos. Finalmente llegó el viernes, y como estaba aburrido,
además de que Isis acompañaría a su madre por algunas cosas de la despensa,
decidí que era un buen momento para ir y hablar con el profesor G, puesto
que, desde aquella plática hace unos meses, no habíamos vuelto a conversar.
–Pues ¿qué te puedo decir? Creo que el amor no es para todos. Quisiera
instruirte mejor al respecto, aunque solo puedo decirte que toda relación está
condenada al fracaso. Y créeme que no te deseo el mal, si acaso estás tú en
esas circunstancias. Sin embargo, es mejor que te prepares desde ahora, solo
por si las dudas.
–Pero dime, además del amor, ¿en qué otra cosa ha reposado tu
pensamiento? –preguntó el profesor G, observándome tan distraído.
Pasé la noche sin poder dormir, incluso discutí con Isis, pues afirmaba
sin cesar que seguramente otra mujer me había robado el corazón, ya que mis
respuestas eran raras y no parecía estar interesado en ella. Me lastimaban sus
palabras, pero mi cabeza estaba lejos de mí. Tras lo ocurrido sentía
nuevamente renacer aquella entidad que otrora lograse apresar como a una
bestia salvaje. Pero ahora creía que me desgarraría si seguía conteniendo la
personalidad que había mantenido dormida, aunque no creía que perdería por
completo la razón. El punto es que las sensaciones que por Isis llegué a habían
comenzado a disminuir inevitablemente. Sabía que seguía enamorado de ella,
pero la intensidad había menguado, y, tristemente, me aterraba pensar que a
ella le ocurría lo mismo. Sin embargo, no aceptaría perderla, pues significaba
todo para mí. Pero con aquellas palabras acerca de un despertar que aseveró
con tanta determinación el profesor G y, sobre todo, con la llegada de aquel
nuevo estudiante, sentía que mi energía era absorbida sin que pudiese hacer
algo.
Cuando estaba por explorar aquel gélido infierno una sombra gigantesca,
tan grande como el universo, se posó sobre mí. Al mirarla quedé atónito, pues
era la divinidad demoniaca. No sabía cómo, pero algo en mí dictaba que así se
llamaba aquella criatura cuya rareza superaba a las bestias más excéntricas.
Tenía todas las alas del mundo, además de fulgurar con un azul sombríamente
ennegrecido. Su cara era sumamente bella, la más hermosa de todas, pues sus
ojos, que brillaban con un violeta divino, poseían todos los elementos alguna
vez pensados. Lo que más me sorprendía era su armadura, que cubría tan
perfectamente su piel blanca manchada de puntos negros. Ni hablar de lo
último que pude presenciar antes de despertar, pues infinitas hadas de verdosa
luminiscencia se amontonaban en tropel alrededor de la dualidad que
equilibraba los mundos e imponía los destinos a unos y a otros. Aquella
criatura divina y demoniaca a la vez era la fuerza masculina y femenina en una
sola, perfectamente abarcaba el bien y el mal en uno. Luego, dicha sombra se
posaba sobre un misterio improbable, que no era sino el ser de la cuarta raza
que anunciaba el renacimiento de la hasta entonces oscura alma.
–Ni siquiera tienes por qué preguntarlo, claro que me quedaré contigo –
asentí sin percatarme del verdadero sentido de tales palabras–. Yo siempre
estaré para ti, sin importar el cómo ni el dónde.
–En realidad, se trata de una cosa pasada, de algo que me aquejó hace
tiempo –al fin exclamó terminando con el suspenso que casi me fulminaba.
–No es tan fácil, pero lo intentaré. De cualquier modo, es algo que debes
saber.
–No importa, es algo que deseo hacer y que debes saber. Prefiero
contártelo, pues no quiero tener ningún secreto contigo –expresó tomando mi
mano y pasándola por su suave carita angelical.
–¿Y cómo fue que todo eso acabó? –fue lo único que acerté a murmurar
en mi perplejidad.
Parecía tan irreal escuchar a Isis proferir tales palabras, estaba absorto.
¿Quién se iba a imaginar que la mujer que creía amar había crecido añorando
que su padre la preñara?
–Sentía que ya no podía contenerlo más, que en cualquier día ese otro yo
emergería y terminaría violando y hasta asesinando a mi padre. Odiaba a mi
madre por haberse muerto, pues gracias a eso nos había jodido y reducido a
esto. mi padre se había vuelto un adicto a la masturbación colocándose la ropa
interior que ella usaba, y yo era una niña incestuosa y blasfema que se mojaba
imaginando aberraciones sexuales. La situación continuó oscureciéndose hasta
que un día noté que mi padre había regresado borracho a la casa, pero no venía
solo, alguien lo acompañaba. Me sentí intimidada y herida, como una novia
despechada. Tantas noches lo había visto masturbarse y ahora no podría
poseerlo, sino que otra mujer lo complacería. Sin embargo, me equivocaba,
pues al asomarme observé claramente que mi padre era penetrado por un
hombre mucho mayor que él, y que gozaba infinitamente. Todo en mí se
contrajo ante la escena que se me presentaba, pues no creía que fuese un
hombre el compañero de pasiones que tanto deleite le proporcionaba al padre
que yo deseaba tan vehementemente.
–Me resigné, era solo una niña. A partir de entonces odié a mi padre
tanto como a mi madre, pero, sobre todo, me odié a mí misma. Jamás volví a
tocarme pensando en aquel hombre que maldecía fuera mi padre, y desde
luego que tampoco lo espié nuevamente. Hasta la fecha no sé ni me importa lo
que haga, pues parece que la religión lo ha cambiado. Es eso, o es más
reservado en sus actos, puesto que jamás lleva ya a nadie a casa y se la pasa
leyendo la biblia, hablando sobre religión y la salvación de aquellos que creen
en cristo. Me fastidia escucharlo, está enfermo y hasta creo que se ha vuelto
loco. Nunca se lo he contado a nadie por miedo, vergüenza y asco.
–Jamás te lastimaría, pues eres lo mejor que hay en mi vida –afirmé con
ternura, acariciando sus mejillas envueltas en lágrimas–. Eso ha quedado en el
pasado, eras solo una niña, era imposible que pudieras entender lo que ocurría.
Ahora que lo haces ha quedado enterrado y, además, me tienes a mí. Yo no te
dejaré sola nunca.
Ella me miró y sus ojos parecían mucho más hermosos que nunca, el
fuego de su mirada se había intensificado. Sus ojos se parecían tanto a los de
Elizabeth, el tono del fulgor había incluso variado.
–Te cuidaré más que a mi vida porque te amo con una locura no humana
–dije totalmente entregado a su dulce boca y a su eterna calidez.
–Ya llevamos algo de tiempo juntos, y cuando me besas con esa pasión
pareciera que ambos quisiéramos otra cosa. Ya sabes, creo que es tiempo de
hacer el amor.
–Sí, desde luego que sí. También he estado pensando en ello, solo que
no quise decir algo al respecto porque pensé que quizá te incomodaría –
mencioné sonrojado.
–Desde luego que no cambiará las cosas, tal vez hasta nos una aún más.
Pasé toda la noche meditando lo que Isis había dicho acerca de tener
relaciones, finalmente mi deseo se cumpliría y sería con la mujer que amaba.
En ocasiones no podía resistir ya las ganas de hacerlo, pero la masturbación
lograba calmarme. Sin embargo, esta vez todo sería distinto, pues tendría a Isis
conmigo y podríamos hacer el amor de una forma libre y mucho más elevada.
No existía absolutamente ninguna razón para evadir el acontecimiento que
innegablemente ocurriría algún día, así que me decidí a plantear una fecha y
hacerlo. Añoraba penetrar a Isis y hacerla mía, devorar cada trozo de su alma
en un plano más allá de lo banal, saborear el néctar de su boca para mitigar mi
impetuoso destino.
XI
–Pues ya estamos aquí, supongo que no hay vuelta atrás –respondí igual
de agitado, el corazón me iba a estallar.
–Si quieres lo dejamos para otro día, no tiene por qué ser ahora –le dije
con cariño.
–Muy bien, pues todo está listo. Es hora de hacerlo –comentó Isis
sonriendo.
–¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo malo? –inquirió Isis al ver que me
levantaba de salto.
–¿Qué pasa contigo? ¿Es que acaso no te excito? ¿No te deleita ver este
cuerpo desnudo ante ti y la idea de poseerme? –preguntó ella triste y molesta a
la vez.
–¿Ya casi sales? Ya tardaste mucho ahí –escuché que preguntaba Isis
mientras tocaba la puerta del baño.
¿Qué clase de trampa era la que me aprisionaba? ¿Qué intento tan vil del
destino me atrapaba? ¿Qué coincidencia tristísima era la que me atacaba? Era
una estupidez atribuir una importancia tan significativa a mi vida. A final de
cuentas, sería indiferente para el orden de las cosas, en caso de que existiese,
que yo no pudiera excitarme. Absolutamente ningún dios, entidad o energía se
preocuparía por mis problemas. De nada servía sentirse como una víctima, o
que ello era parte de un aprendizaje, pues ya todo había perdido su color.
Afligido por tales pensamientos decidí salir del baño y enfrentar mi patética
realidad.
–No, solo quiero que te des prisa. Tengo que llegar a hacer algunas cosas
a casa.
XII
Isis, por su parte, no pronunció ni una sola palabra en todo el camino de
vuelta, parecía igualmente sumida en sus propias elucubraciones. Al llegar a la
estación del tres donde ella vivía decidió que se iría sola y así fue como se
marchó. Se limitó a darme un beso en la mejilla y a abrazarme con ternura.
Nuevamente no dijo nada y solo me miró con cierta inquietud, como
queriendo adivinar mis pensamientos. En su mirada noté algo distinto, como si
el fuego que tan vivamente fulguraba antes hubiese cambiado de tonalidad.
Quizás estaba alucinando debido a tantas cosas execrables acontecidas.
Regresé a casa, enfadado conmigo mismo y sin ánimo de comer o dormir. Me
recosté en mi cama y me quedé meditando acerca del pésimo día que había
tenido.
Vaya locura, sentía que todo se había ido a la basura. Quién sabe si
podría mirar a Isis de nueva cuenta. Entonces, entre tanto pesimismo, recordé
el extraño sueño que había tenido la otra vez. Qué imponente era aquella
entidad que relacionaba la divinidad y lo demoniaco, que parecía denotar las
dos caras que en todo existían: esa dualidad mística. Qué complicado era
lograr el equilibrio, más cuando todo se inclinaba de un solo lado de la
balanza. Ciertamente, si existía un dios, debía ser éste la perfecta combinación
entre las dos fuerzas antípodas. Pero como todo estaba tergiversado, se habían
enfrascado todas nuestras acciones en una moralidad humana y falsa, se había
clasificado todo de tal forma que las posturas mediadoras desaparecieran. Uno
podía ser esto o lo otro, pero jamás permanecer indeciso. Los humanos
necesitaban tener firmes convicciones en la vida, en lo que hacían y
experimentaban. Debían estar totalmente seguros de ser ellos mismos, de ser
reales y de estar vivos. Si no se tenía esta certeza, nada más importaba, pues se
perdía el interés por consumir, sentir y existir. Los individuos que carecían de
tal interés representaban el verdadero peligro para este sistema, como así lo
llamaba el profesor G. Sabía, en el fondo, que él tenía razón, desde luego que
la tenía cuando dijo que los humanos tenemos el mundo que merecemos, que
no podríamos vivir de otro modo, de uno más elevado, mientras no se
purificara la humanidad misma. Pero no entendía mucho de esto, solo sabía
que en verdad era menester un cambio, que la vida como se vivía no valía
nada. Algo me lo había estado insinuando, esa otra presencia que siempre
estaba ahí, y que parecía observar en los ojos del hielo, que emergía y se
materializaba. Yo la había ignorado, había estado preocupado por estupideces
sin percatarme de mi condición absurda, pero ya no más.
La grieta
Mirando tu retrato recuerdo de ti incluso la porción más ínfima. Cada expresión tuya me hacía
temblar, revoloteaba todo mi interior con súbitos temblores que matizaban una parte oculta, pero
asombrosa. Y ni siquiera en las entelequias de los campos elíseos llegué sentirme como contigo,
cuando en esos encuentros podía admirarte y tenerte. En la angustia y en la depresión fuimos dos
locos que se atrevieron a romper el hielo, a protestar contra las tinieblas del conformismo, de la
injusticia y de un mundo que en su decadencia había olvidado aquello que se parapeta en lo
sempiterno. Nos elevamos tanto que olvidamos cómo regresar, y es que de hecho no lo hicimos.
Cada uno llegó hasta donde pudo, atravesó inmensos resplandores y supernovas de peculiares
cromatismos, burbujas iridiscentes y terrazas bucólicas de piedras lapislázuli. Jugamos para solo
perder, pero nuestros labios y cuerpos exigieron un contacto, una transición hacia un estado
distinto. Y, sin embargo, aún en eso que creíamos perfecto ocurrió una grieta en la que no
reparamos jamás, pero que paulatinamente fue desgarrando ese universo donde únicamente
existíamos tú y yo. Quizá debimos darnos más paciencia, más tiempo, más entendimiento; tal
vez así estaba escrito o así es como coincidimos. La grieta se convirtió en un agujero que ya
ninguno pudo controlar, absorbió todo lo que construimos en cuestión de nada, solo un vacío y
un dolor sin igual es lo que nos dejó el haber estado juntos. Esos colores que pintaban nuestro
mundo, que le daban un sentido tal que creíamos real nuestra existencia, lo bonito que otorgaba
ese brillo fulgurante a nuestros ojos cuando se encontraban entre sí, el calor de tu aliento
recorriendo mi cuerpo y el sabor embriagador de tu saliva; todo se fue en cuestión de nada,
escapó de nuestras manos aquella magia inefable que solo le es concedida a los mortales cuando
los dioses se aburren de la cotidianidad de lo divino. Y ahora quedan esos reflejos, esos pétalos
donde yacen los recuerdos de tu sonrisa, de nosotros intentando darle la contra al mundo; de dos
cansados rostros que se despiden con nostalgia y tristeza de aquello imposible de permanecer
entre insensatos seres llamados humanos. Fuimos solo una historia más, un cuento interesante
que se tornó insulso y nimio, extinguimos todo lo que había en nuestro interior y quedamos peor
que al comienzo; nos perdimos, nos desgastamos, nos exigimos y nos fallamos. Finalmente,
queda en la ilusión del tiempo un periodo en el que podría decirte, sin temor alguno a
equivocarme, que creo haberte amado.
Por esos días, cuando sentía casi extinguirse por completo la ínfima
llama que aún existía entre Isis y yo, ocurrió un hecho que me cambiaría para
siempre. Era viernes por la tarde y se había suspendido la clase de la última
hora. La escuela cerraría temprano y ya todo estaba dispuesto para una noche
de fiesta. Todos se preparaban incesantes y por primera vez sentí deseos de
asistir, de escapar a mi condición ominosa, de embriagarme y de ser como
ellos; sin embargo, renuncié a tales intenciones y decidí que mejor vería a Isis.
Ella salía temprano ese día y podría acompañarla de vuelta a su casa. Me
emocionó la idea, aunque ya nada era igual que antes. No obstante, seguía
pensando que quedaba algo por salvar y sentir. Tomé mis cosas y me apresuré
para poder llegar antes y que ella se sorprendiera cuando me viera ahí. Los
días anteriores, precisamente, había estado muy extraña, pero lo atribuí a las
crisis nerviosas que ocasionalmente sufría. En el camino tuve una sensación
peculiar, maldije mi suerte porque el tráfico era horrible. El camión estaba
atascado y todo era una locura. Con mayor razón desdeñé cualquier clase de
destino, puesto que exactamente ese día, ese y no otro, habían cerrado la
avenida principal rumbo a la escuela de Isis y el camión se desvió,
encontrando una congestión terrible. Aun con todo eso estropeando mis
intenciones no perdí la esperanza y decidí esperar, pues finalmente Isis saldría
hasta más tarde, pero yo quería llegar antes. Después de mucho lidiar con los
pitidos de los conductores neuróticos llegué a mi destino. Para llegar a su
escuela debía atravesar una plaza, una que me era muy familiar, pues cuando
recién conocí a Isis pasaba por ahí diariamente acompañándola a la escuela.
Lo que más me gustaba de aquellos días era el hecho de que ella visitaba
el sitio en donde realizaba mi servicio social. Particularmente rememoraba con
cariño cómo siempre me esperaba frente al planetario, donde las salas, los
equipos y el lugar en sí encerraba un halo maravilloso. La sensación que
experimentaba estando en el interior era indescriptible, como si una fuerza me
atrajese. Precisamente ahí descubrí que las agencias espaciales eran una total
argucia, al igual que la supuesta llegada del hombre a la Luna. Como sea, ya
casi en los últimos días se suscitó una plática entre los demás alumnos que
realizaban el servicio social y la encargada del lugar. Se discutía quiénes
tenían novia y se hablaba de una maldición. No presté mucha atención porque
no me interesaba, pero quedó grabado en mi mente lo que se dijo al final. De
todos los que hacían su servicio en el planetario ninguno tenía novia, excepto
yo. Un sujeto confesó con cierta aprehensión que él sí tenía, pero que entrando
al servicio justamente la había perdido. Entonces la encargada mencionó que
esa era la maldición planetaria, pues todos los que entraban ahí siempre
perdían a sus novias.
Miré al sujeto con un odio cerval, pero sin sentir ya deseos de dañarlo.
Ahora entraba en una nueva etapa donde ya no temblaba, solo quería
abandonar la vida tan pronto como fuese posible. Qué distorsionada estaba la
realidad, qué diferentes lucían ahora esas estrellas que podía atisbar por una
ventana de la plaza, esas mismas bajo las cuáles, hace ya tanto tiempo, había
besado por primera vez a la mujer que ahora me ocasionaba un sufrimiento sin
igual. ¿Y qué más daba si todo era una joda? De cualquier modo, seguía
sintiendo, me seguían doliendo las cosas del mundo, seguía siendo demasiado
humano. No era diferente del muchacho asustado que detestaba a sus padres y
que rechazaba su vida. Me había engañado tan bien, pero ahora sentía caer ese
velo que me permitía disfrutar de la existencia en sociedad. Toda esperanza de
vivir se desvanecía en esa frontera, en esa dualidad, entre el bien y el mal tan
pésimamente entendidos, entre el cielo y el infierno, aunque en el fondo sabía
que eso era dios. ¿Y qué era yo? Nada más que un miserable, un torturado y
un simple hombre cuya vida se basaba en bagatelas amorosas y especulativas.
Había detestado tanto al mundo y era a la vez tan parecido a él.
Lo que en verdad sentía era pena por mí y por mi situación. Había sido
desechado como cualquier cosa, como un pedazo de basura. Y aunque quizá
mi existencia fuese insignificante, creía merecer algo, pero ese era también mi
mayor error. Lo único que merecía era morir, pues había vivido como uno de
tantos seres que caminan por el mundo sin ningún sentido. Todo se contraía y
se tornaba, a la vez, de múltiples formas y colores. ¿Cómo había podido Isis
cambiarme así? ¿Acaso no siempre decía que yo era todo para ella, que jamás
nadie se podría comparar conmigo? Eso era lo que más me jodía: recordar
tantas promesas, situaciones, momentos y estupideces. ¿Acaso no tenía yo más
valor para ella que todo el mundo? Evidentemente ya no era así, ella había
cambiado. ¿Habría ocurrido todo desde esa tarde donde no pude sostener
relaciones sexuales con ella? O ¿habría sido producto de los cambios tan
violentos que sucedían en mi interior y de los cuáles jamás me percaté? Miré
mi rostro en el cristal del crepúsculo y me parecía que merecía ser exiliado, ya
todo me daba igual. Mi rostro era el olvido y la tristeza, internamente siempre
había sido mi condición. Estaba cansado de aparentar un fructífero anhelo de
vida y de entretenerme, como todos, con cualquier cosa. Ahora se
desencadenaba la bestia que se ocultaba y que pedía a gritos escapar, ahora ya
no era yo, sino algo que me asustaba y devoraba mi mente. Parecía que al fin
surgía una separación incisiva entre las formas de mi alma, aquellas que tanto
buscaba unificar y acercar a la dualidad suprema, a la criatura que divina y
demoniaca a la vez que habita en el desierto helado donde tantas veces me
soñé.
Quise esperar un poco más para ver qué acontecía. Renuncié por
completo a la idea de presentarme ahí. Ya casi cuando me iba nuevamente la
estupidez se apoderó de mí, y en un último arranque por confirmar lo que ya
sabía, decidí llamarle. Ya no miraba el espectáculo de besos frente a mí, pues
no confiaba en mi mirada, pero escuchar su voz me calmaría. Tal vez estaba
paranoico, pues sucedía que a veces lo materializado asumía, para
confundirme, siluetas oscuras y ajenas a mi entendimiento. Tomé el celular y
le marqué, así comprobaría lo que tanto temía. En el fondo solo me engañaba
y buscaba cualquier tipo de negación para contrarrestar los efectos de aquel
martirio. Al marcar Isis no me contestó la primera vez, luego intenté de nuevo
y todo se aclaró. La mujer que creía era ella, como pude observar, se llevó la
mano al bolsillo, como molesta por la interferencia de la llamada, y finalmente
contestó. Lo que más me molestaba de todo aquello era como sus ojos
palpitaban de un modo absurdo para contemplar a aquel zascandil roba novias.
–Hola. ¿Por qué me marcas ahorita? Estoy en la escuela, ¿en dónde más
estaría?
–Bueno, yo pensé que… –dudé qué decir, casi me dejaba llevar por el
momento, pero me contuve–. Pues quería saber si hoy podíamos vernos, voy
para la plaza que está antes de tu escuela.
–¡No, no puedo! –replicó con severidad– Voy a salir tarde, tengo mucho
qué hacer. No puedo contestarte, hablamos luego.
XIII
Recuerdo con rencor y con cariño esos días que solíamos pasar juntos, en cualquier lugar, sin ir
en una dirección, sin un sentido que pudiera importar. El compartir la más miserable existencia
hacía llevadero todo, ensalzaba las ciudades de oro. Y yo ingenuo compartía contigo la infamia
de lo intrascendente. Sin embargo, el arrepentirse sería darle la razón a un posible sentido, y
evidentemente en mi filosofía no cabe esa posibilidad, no existe tal sentido para mí y ahora veo
que tú has creado uno nuevo, con alguien menos absurdo y más vivo. Extrañaré todo de ti,
excepto a ti. Sí, así es. Porque en el fondo no eras tú a quien quería, pues cambiabas a cada
segundo como todo en el mundo. Extrañaré lo que se hallaba en torno a ti, esa dulce sonrisa que
otrora me brindase la esperanza de una muerte nueva, una renovadora. Y las caricias que solías
hacerme se quedarán por siempre en un sitio mucho más profundo que mi piel, porque rozabas
mi alma con la pureza de tu superficie. Sí, esa superficie que tanto añoré tener para mí. Y no sé si
ambos fuimos parte de esta ilusión o de un sistema programado. No sé quién retrocedió primero.
Posiblemente creías que no me eras suficiente, que no eras lo que yo esperaba, pero jamás esperé
algo de ti. Siempre tuviste la forma de ser única sin existir y sin vivir. Por eso te quería, porque
contigo me encontraba y solía imaginarte en tu cabeza dilucidando extraños misterios. Imposible
sería describir todo el proceso, la transformación que sentí cuando te conocí y todo lo que
vivimos en estos años, en este miserable periodo, en este vacío sin fin. Pero cuando pienso en lo
irrelevante de estas palabras, de nosotros, de la vida y de todo cuando se cree que está aquí y
ahora, encuentro divertidas las preocupaciones que atormentan a los humanos. Y pese a todo, sí
llegué a preocuparme por ti; sí quise un nuevo mundo para ti, uno que no pesase tanto sobre tus
hombres y en el cual pudieras descansar como tantas veces lo hacías recostada en mi pecho.
Entonces la nobleza de las sensaciones enloquecía los momentos que jamás fueron nuestros, pues
quizá nuestro ahora jamás existió, siempre un paso atrás de la auténtica verdad.
Y te quise, quizá mucho, quizá poco. Te amé, no lo sé, quizá sí, quizá no. Pero es irrelevante esa
clase de bagatelas, pues el dolor que yace absurdamente en mi interior no lo quiero retener ahí
mientras aún el suicidio no llegue hasta mis entrañas. Cómo recordaré y me atormentaré con esos
momentos en que solíamos abrazarnos y besarnos, en que sostuviste los amuletos y los
obsequios, y, sobre todo, aquel día en el bosque tan misterioso que dio nacimiento a nuestro
encuentro, a la vital y sorpresiva añoranza. Pero como dice el señor del horror cósmico, el amor
siempre es el disfraz del engaño, en realidad nadie puede entender a otra persona ni consolarse;
ahí se encuentra, tristemente, el mundo decadente en que caímos sin remedio. Extrañaré todo de
ti mi muerte nueva, mi antigua compañera cósmica. El desgaste que produjimos ante una
supuesta divinidad no será con justificación. Reitero, para recalcarlo, que te quise como antes a
nadie. Y si el contacto físico que negaba contigo era un impedimento, se debe a lo elevada que te
observaba, a lo sublime que creo puedes ser. Pero ahora otro rasgará tu cuerpo y maquinará
nuevos sueños, con la esperanza de un feliz final. No sé qué será de ti ni de mí, al menos de esta
última concepción tendré que soportar seguir con ella. No sé si desearte bien o mal, pero
tampoco quiero desear algo, solo sentir que puedo liberarme de esta ilusión.
Así fue como todo transcurrió hasta que hoy pude finalmente constatar con mis propios ojos la
realidad que tanto negaba y que en cifrados mensajes transmitía la naturaleza, pero yo ignoraba
astutamente. Y esa astucia se convirtió en desdicha, que a su vez conllevó a la tragedia de un
corazón pisoteado por la vida. Siempre quise que fueras feliz, pero yo jamás quise serlo. He ahí
el problema para la desunión y la no concordancia de filosofías externas al origen del cosmos. Lo
triste será no poder atisbar tus pequeños ojos otra vez, esos que hubiera querido sostuvieran mi
último aliento. Y quedarán inconclusas tantas cosas en nuestra inexistente historia, todas las
películas y los videos, las risas y los juegos, los museos y los sueños. Porque yo solo quise ser
entendido por un entendimiento mayor que no logró rebajarse al mío. Te hice daño en vez de
protegerte, sufriste la exégesis del rechazo humano en honor de las virtudes del espíritu. Y
arruiné los lazos divinos que ahora se han desvanecido con una fuerza y una rapidez mucho
mayor que aquella con la que llegaste ese día.
Lo atesoraré pese a su la irrelevancia del suceso. Guardaré por siempre la fragilidad de este
corazón al sentirse querido, la debilidad en que cae la búsqueda de la verdad ante los fragmentos
de una quimera bien diseñada. Fuiste, eres y serás algo más que el vacío en mí. Te llevaré donde
quiera que esté en la más diminuta fragancia. Estarás ahí y aunque quisiera echarte no lo lograré.
Tú modificaste mi destino y yo el tuyo; o simplemente coincidimos en un absurdo inextricable.
Cualquiera que sea la razón yo no quiero dilucidarla, prefiero sentir que la vida puede ser aún
más absurda sin ti a mi lado. Y gracias por todo, jamás intenté lastimarte, aunque es lo único a lo
que conlleva el amor. Espero, de todo corazón, si es que aún tengo uno, que puedas hallar algo
diferente, algo valioso, algo carnal, algo pasional, algo real en los seres que han llegado a tu vida.
No encuentro algo de inmoral e injusto en las razones que te impulsaron a buscar nuevos
caminos en un círculo vicioso como el nuestro. Recordaré con dolor cuánto te gustaba
escucharme como aquel día primero en que deleité tus oídos con palabras que jamás quise
decirle a alguien, pero tú subyugaste la dureza de un espíritu cubierto por corazas; mismas que
ahora añoro con presteza ante tu huida a los cielos ajenos de un ser más beato para iluminar tu
infierno. Y las frases bonitas, los poemas y los fragmentos se los llevará la muerte y se
convertirán en polvo como tú y yo. Quizá a final de cuentas nunca debimos ser, pero fuimos y
somos, entonces la vida debe aceptarse con profunda ironía y sufrimiento o debe optarse por el
suicidio del alma. Me gustaba escribir para ti, disfrutaba platicar para ti. Y cuando el tiempo,
factor extraño y causante de las agonías absurdas, no permitió que mis pensamientos fuesen
expresados en un papel efímero, se terminó la magia de las sensaciones y los cromatismos en
nuestros besos. Ya vino la rutina, la cotidianidad, la melancolía y la nostalgia. Y todo eso
conllevó a que buscaras otras personas, a que nuevas aventuras vinieran a ti. No sé ni requiero de
cuándo ni cómo comenzó toda esta barahúnda en cuanto a pertenencias fantasiosas que
formamos los humanos. Solo entiendo que el mirarte besando a otro hombre me hizo pensar en
tantas cosas, en tan demoniacas y divinas sensaciones como la extraña criatura que habita este
cuerpo. Nada podrá alguna vez romper la imagen de tu sonrisa ante alguien que no era yo. Esa
mirada y esa felicidad que sin importar si es matrix, pueden solazarnos por unos breves instantes
llamados vida.
Yo te quise, mucho o poco, pero te amé más de lo que te quise. Y cuando ya no pude amarte
intenté quererte, pero el primero arrastró al segundo y el desprendimiento de ambos desde lo más
profundo de mi ser duele incomparablemente. No sé cómo hayas podido tú sacarme de ti, o si
algún día lo harás, no importa ya. No sé cuánto tiempo permanezca en esta realidad, fatigado y
desilusionado por la única persona en quien pude llegar a confiar. A veces no me entendías y yo
a ti tampoco, pero tenías algo que me hacía regresar a ti y de lo cual te cansaste. Mis constantes
reproches y mi simple y sencilla forma absurda de ser contribuyeron a tu partida, a una muerte
nueva, una que no sabía existía. Fue incluso peculiar la vivencia, desde el amanecer presentía
que algo no andaba bien, desde el vivir así pude comprender que tarde o temprano partirías a
otros brazos. No sé si él escriba tan bien como yo, si sea poeta como yo, si quiera suicidarse
como yo, y no sé por qué quisiera saberlo; empero, sé que hubo algo que yo no pude darte, algo
que al degustar otras bocas encontraste y tu espíritu encontró un refugio temporal ante la dureza
de la vida. Me agrada finalmente tu indiferencia ante mí y ante todo lo que llegué a representar,
eres la personificación de la persona ideal en un mundo irreal. Y así llegó la tragedia, te cansaste
de mí. Y sabes, mientras tú besabas y sonreías a otro hombre yo observaba desde la entrada de
aquel tren que jamás me agradó, pensando en tu bienestar y en tu calidez. Recuerdo que al
principio no dejaba de temblar, era miedo, uno que nunca había sentido, uno que solo en sueños
llegué a experimentar y cuando despertaba todo cedía, nuevamente era yo y mi vida de caricatura
en un mundo real. Y aunque jamás pensé que podría atisbarte en compañía de alguien más
recorriendo tus labios, sí lo hice. Fue algo natural sentir infinitud de cosas que no podría
describir, pero quizá a la vez felicidad. Sí, por primera vez sentía felicidad por mí, porque había
sido mostrado el lado cruel pero verídico de un mundo al que siempre fui extranjero. Contigo
llegué a sentirme como en casa, pero fue posada lo que me ofreciste. Luego, al cabo de un parco
tiempo, me arrojaste a la inmundicia y quitaste el velo para destapar la realidad sin precedentes
que me acongoja.
Veo que era verdad cuando decías que tenías a alguien más, pero yo me negaba a creerlo. Y
cuando decías que me querías y que jamás podrías encontrar a un hombre como yo, no sé por
qué lo creía. Pasa lo mismo que al leer un libro, uno siempre cree las cosas que le parecen ciertas
y desdeña las demás tachándolas de imposibilidades. Sin embargo, pasa que la naturaleza enseña
por el camino más doloroso los senderos de la traición. Y pese a todo sigo amándote y
rechazando la verdad, quisiera que el sueño terminase ya y despertar ante ti, volver a mirar esos
ojos que nunca me negaron un beso, ni siquiera cuando no eras mía. Y qué curioso que ahora la
historia se repita, tal vez con ciclos los que el humano vive, pero aprenderé a estar sin ti, aunque
en mí estés en lo más irrisorio, eso bastará para engañarme con tu aliento. Y debo ya desechar
tantas teorías sobre nosotros, sobre lo que pudimos haber compartido. Yo quería demasiado
contigo, pero no me quise a mí mismo, no valoré que yo podía ser feliz contigo. No sé si te
disfruté de más o de menos, pero qué más da si todo terminará y nuestra historia será menos que
lo menos que pueda haber. Contigo perdí algo más que a mí mismo, perdí mi fortaleza y mi
voluntad. No sé desde hace cuánto sostenías este engaño y besabas labios ajenos, pero como dije,
eso es trivial. Matemáticamente hablando, estamos fuera de sintonía por reducción al absurdo,
nuestras vidas, ha quedado demostrado fehacientemente por el método dicho, no convergen.
Fuimos una divergente serie de sucesos trágicos que a final de cuentas terminó sin un infinito, sin
un te quiero, sin un beso sincero.
Presentes estarán en mí tus expresiones y me costará superar que me hayas cambiado. Yo, pese a
todo, nunca te cambié. Muchas veces me tachaste de no quererte tal como eras, de buscar otras
mujeres tan solo porque te di la confianza de mostrarte aquello en lo cual jamás posaría mi
atención. Tuviste todo de mí, excepto lo que buscabas. Y ahora, cual pájaro herido, me refugio en
impensables costumbres, como solías decir. Ahora viviré como el personaje favorito de la serie
que vimos juntos, ese de cabellos azules que tanto te gustaba y que jamás pude representarlo en
la realidad dudosa para ti. Tus comentarios, tu forma de ser, la manera en que me mirabas delante
de tus padres y todo ese escenario que sufrió la peor de las calamidades, terminando todo con
una infidelidad. ¿Pero cuál ha sido la auténtica infidelidad? Quizá ninguna, quizá el no aceptar
que tu cabeza pertenecía a alguien más, que tus suspiros y tus llantos ya compartían otros
derroteros, que otras oquedades cobijaban tu agonía. Yo quise cuidarte, quise hacerte sentir
especial, pero mi torpeza se impuso y te lastimé. Siento un enorme dolor por haberte perdido,
pero más de este modo, por haberlo presenciado en carne propia. Y sí, estaba temblando, no lo
negaré, pero las circunstancias han sido sobremanera extrañas. Yo te perdí, tú me perdiste,
perdimos todo lo que construimos en el fondo del océano absurdo. Te mentiría si te dijese que no
creía que me dejarías algún día, pero te diría la verdad si te dijese que nunca imaginé que con tal
crueldad lo realizarías. Esperaba una respuesta sincera, no un triste y patético beso ajeno.
Ahora espero tus mensajes con ansia, pero sé que no llegarán como antes lo hacían. Ya no soy tu
prioridad como antes lo era, ya no existo de la misma forma, ahora en verdad soy para ti un
hombre absurdo, uno más. Ya no podré completar la colección de puercos ni la poesía pendiente.
Ya quedarán solo tus dibujos y la forma hermosa en que llegaste a maravillar mi existencia. Y
aunque un nudo en la garganta ahogue ahora mi llanto, sé que pronto, más pronto de lo normal,
ya no tendré que lidiar con esta existencia. Te quise y te querré a pesar de tu actitud lacerante y tu
convicción por doblegar los planetas donde me refugiaba. Eras todo lo que tenía, pero caer así
hasta el fondo del abismo no puede ser tan malo, lo terrible es no querer escapar de aquí. Porque
tanto luché por algo y en verdad esta bofetada me redujo al más mínimo tamaño. Nunca fui un
gigante, sino un juguete; jamás tuve algo de ti, sino las sobras que algún otro tiraba para que yo
fuese y las recogiese. Y te admiro en verdad. Eres tan fuerte e inteligente que me has
sorprendido, eso superó al horror. En el momento en que el camión iba jodidamente lento tuve
una visión bochornosa de la carencia de la casualidad. Maldije su lentitud y entendí, cuanto te vi,
que era más patético de lo que creía. Hiciste lo mismo que la vez pasada, se repitió la historia.
Solo que en aquella ocasión era yo el héroe y ahora soy el villano. Sin embargo, como siempre
recalcábamos, los villanos tienen mejores historias y a eso me apego. Todo lo que me queda
ahora es esto, este absurdo, esta irrelevancia. Todo lo que soy es mi filosofía, lo que vivo es mi
ironía. Me aferraré a esto, a esta creencia, a nuevos paradigmas. Entre la tristeza y la angustia
espero hallar mejores compañeros que al menos no traicionen lo poco que pude brindarles.
Es admirable tu determinación para destruir lo que te estorba, pero así eres tú. Lamento no ser
parte de lo que creía era un nosotros, ahora solo hay un yo. Y ese yo, que posiblemente sucumba
ante el suicidio absurdo, no tratará de entender, sino solo de proseguir y agobiarse a sí mismo, de
fulgurar, aunque ya no estés aquí. Gracias por todo, por haberme abierto las puertas de tu casa,
por haberme hecho soñar de esta manera, por haberme llevado a aquel museo que quizá visite en
soledad para atormentar más mi agonía, sería interesante un suicidio entre las virtuosas acuarelas.
Gracias por lo que me diste de ti y por haber soportado a este monstruo tanto tiempo, incluso sin
razón alguna. Ya no podré cuidarte, ya no podré intentar escribirte algo, pues has aniquilado
perfectamente lo poco o mucho que podría quererte, y en el fondo, te quise, quizá sin quererlo.
Pero la coincidencia fue rara. Al subir las escaleras traté de rebasar a todos como siempre, para
lograr llegar temprano a casa, por lo noche que ya era. Quería llegar y mandarte mi tercera
novela, quería saber de ti sin saber que ya lo sabría, más pronto de lo que creería. Y entonces te
vi, tan fantástica y risueña, tan encantada, deleitándote con unos besos que no eran míos. Sentí,
como dije, mucho miedo. No pude dejar de temblar por unos minutos, no sabía qué hacer o hacia
dónde correr, todo se detenía en seco. Creí fantasear y me divertí con mi estupidez. Sería
imposible que la mujer que otrora fuese todo para mí ahora estuviese destruyéndome desde lo
más profundo. Rasqué mis ojos infinitud de veces, pedí despertar y abandonar aquella
imprecación, sostuve teorías sobre una silueta inmensamente parecida a ti; pero nada funcionó
como yo lo esperaba. Y no me sorprendía, nunca lo hacía. Terminé por aceptarlo, sí eras tú con
alguien más. Ese suéter vino que tanto me gustaba, esos pantalones tan característicos de ti,
aunque no logré atisbar tu mochila, eso me dio esperanza, pero al instante la abandoné. No
podría ser tan estúpido como para no reconocer esa sonrisa y esos ojos impertérritos, lo haría
incluso entre la más densa oscuridad. Te compartí mis libros, te compartí lo que yo era, mis
ideas, mi filosofía, mis pasiones, mis escritos, mis poemas, mi vida, mi tiempo, mi yo. Te
entregué lo que jamás volveré a darle a nadie, pues este trauma, aunque superable, no será
reemplazable. Y qué efímero fue nuestro posible amor, qué cómico el encuentro de los
desquiciados.
Fue así como intenté calmarme y lo logré. Dejé de temblar, ahora ya no sabía ni qué expresión
mostrar. Me refugié en un local donde venden herramientas y azulejos, por si alguna vez lo
miras, se halla enfrente del club de baile. Ahí esperé como un perro la triste despedida, como mi
perro, ahora era yo el que iba hacia una muerte nueva. Proseguí a comprobarlo, pero luego
abandoné la idea y decidí que te confrontaría ahí mismo, que miraría tus ojos al verme llegar y
presenciar cómo podía mirarte besando a otro hombre. Sin embargo, algo me detuvo y abandoné
la idea, intenté solazarme nuevamente y lo logré. Nada conseguiría con eso, y no sé si ya había
decidido que no interrumpiría tu nueva felicidad, o si fui un cobarde sin remedio. O si tal vez me
evité la pena de morir estando vivo, pues en parte esa imagen ocasionará una sensación parecida.
El contemplar en primera fila tus gestos y tus cabellos, tus menos y tus gesticulaciones, todo de
ti, pero ahora nada para mí, todo para ustedes. Me sentí oprimido y a la vez torturado, como
ahora mientras escribo estos diálogos. Decidí que te llamaría y lo hice, y tú sabes qué
contestaste.
Yo te observaba mientras sostenías el celular. Por si las dudas, diré que también vi una canasta o
un cesto, y pensé que si realmente así de sencillo se había vaciado el nuestro. Decidí volver y
tomar una ruta alterna, atravesar el puente y entrar otro rumbo, rechacé la idea de cruzar por
donde ustedes reían, e implícitamente de mí. Ya en el puente la lluvia me arropó y pensé que
arrojarme a la avenida cuando un camión pasó, sería un final elegante, pero tenía que escribir
esto y hacértelo saber. También al cruzar el puente tuve la tentación de arrojarme, pero no
función, tenías que leer esto. Finalmente, llegué alternamente al tren esperando no toparme con
ustedes, y creo que tuve éxito. La travesía había terminado, y por buena o mala que fuera ya nada
podía hacer para cambiarla. Y en esos momentos en que tus labios se regocijaban con los de él,
entendí la irrelevancia de mi vida y mi existencia en la tuya, y en la mía. Lamento evidentemente
haber estado en el lugar incorrecto en el tiempo impreciso. Pero cuando minutos después la
lluvia arremetió contra este harapo de carne y hueso, tuve, por unos instantes, la sensación de ser
indiferente, ante todo, ante estos sucesos, ante mi nacimiento y mi muerte nueva, ante mí; y lo
más importante, ante ti y todo lo que contigo alguna vez me hizo creer en nuestro ahora
enterrado amor.
–¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Por qué estamos teniendo esta plática?
¿Acaso pretendes que regrese contigo y que todo vuelva a ser como antes?
–Entonces ¿qué demonios quieres? ¿No te basta con que te ignore? ¿Qué
clase de sujeto eres?
–Es que yo… te amo con todo mi ser –afirmé con una profunda
nostalgia.
–¿Acaso él pudo brindarte lo que yo? ¿Qué hay de los poemas y todo lo
demás?
–Todo eso está muerto, ya no sigas aferrándote a esperanzas
inexistentes.
–Porque no, ya no quiero lastimarte más. He estado muy mal estos días
desde que todo pasó y ahora solo deseo dejar todo atrás. Si quieres saber la
verdad he sentido cosas en mi interior que no puedo controlar. Tengo fantasías
e ideas raras que quisiera que pudieran parar, pero mi cuerpo me pide más.
XIV
Me desperté los días siguiente con dolor de cabeza y sin hambre, habían
pasado dos semanas exactamente desde mi encuentro con Isis y nuestra
plática. Los primeros días pensaba que me mataría en algún momento, pero no
tenía el valor. Además, si me iba a matar, debía ser por una razón más
profunda que tan solo una decepción amorosa; empero, se había convertido
ésta en mi obsesión. Y no solo eso, sino que todo se combinaba
demencialmente. Estaba eso que ya no lograba encerrar por más tiempo, esas
imágenes que parecían tan reales, esas pinturas tan artísticas y sugestivas, esos
sueños en la biblioteca del silencio y en el desierto helado, esa criatura que
representaba divinidad y maldad, bien y mal, cielo e infierno, y que a la vez
era más que una simple dualidad, pues parecía ser lo más cercano a dios y
conocer cada uno de los destinos. Lo más llamativo en esta entidad
adimensional era que poseía los ojos más bonitos y cegadores que alguna vez
mirase, y cuando lo hice algo en mí se desfragmento, fue así como todo
empezó.
No tenía caso seguir vivo, pues a cada momento la vida parecía cambiar
de manera que yo no podía mantenerme en pie ante sus masivas sacudidas. Me
molestaba no poder sentirme dueño de mi propia existencia, carecer de las
habilidades para hacer valer mi supuesto libre albedrío. Todo se nublaba y al
final solo la tenía a ella, a la mujer que me hizo añicos y con la que no pude
fornicar. Su recuerdo me hería y me encarnizaba contra mí mismo maldiciendo
mi suerte y los sucesos vividos. Era ese el verdadero tormento, quizá porque
yo era más débil de lo que me imaginaba. Tal vez no la quería; de hecho, sabía
que la odiaba por lo que me había hecho sentir, pero algo en mí la requería. No
era amor, sino solo necedad, necesidad, torpeza, debilidad, dependencia y
cariño. Cualquier palabra era adecuada para traer el sabor de sus besos hasta
mis labios y perderme en su mirada fulgurante donde el fuego se extinguía en
el olvido, donde yacían mis poemas enterrados en su alma marchita.
Por otra parte, en el trascurso de los días escolares se habló de una fiesta
en casa de no sé quién. Fui invitado y no me negué, pero tampoco acepté.
Curiosamente, antes de asistir a la fiesta tuve una plática que me cambiaría la
vida, aunque en ese instante fui demasiado humano y torpe, tan adoctrinado
como para no prestar atención a las sabias palabras que me fueron
transmitidas. Pero antes de ello debo decir que me encontré a mis amigos y
lucían peor que nunca.
–No digas esa clase de sandeces, por supuesto que no soy especial –
repliqué mostrándome indignado–. ¿Qué hay de especial en mí que no haya en
alguien más?
–¿Por mí? Pero yo solo añoro escribir poesía, jamás he escrito algún
texto de esa clase.
–Pues deberías de intentarlo, tienes ideas raras y una forma de ver las
cosas que en nadie más he hallado. Y, como te decía, tienes algo que te hace
ser extraño, como algo místico y misterioso, como si desearas morirte, pero a
la vez vivieras con tanta pasión. No sé cómo explicártelo, tan solo me pareces
imposible de atrapar en esta cárcel que a todos nos ha doblegado. Yo creo que
puedes llegar a hacer algo grande, como cambiar el mundo, siempre hablabas
de eso, ¿no?
–Gracias, siempre te recordaré como una persona que jamás bajó los
brazos. Sé que aún te falta mucho, muchísimo por descubrir. Apenas has
dilucidado un poco de la verdad, creo yo, pero lo lograrás, verás sin tus ojos de
humano y entonces, entonces…. ¡Surgirás como un dios en un mar de muerte
y sufrimiento como lo es la existencia humana!
Pensaba que ellos eran como dos polos opuestos: uno virgen y tranquilo,
el otro todo un maestro del sexo y con una algarabía que impresionaba.
Además, Brohsef estaba demasiado afectado físicamente, en tanto que
Heplomt cada vez lucía con mejor cuerpo. No entendía cómo personas con
características tan diversas pudieron haber sido amigos y cómo ahora debían
separar sus imágenes. Volviendo a lo poco que Brohsef me contó parecía
desesperado sobremanera por perder su virginidad, le repugnaba seguir así.
Yo, ciertamente, no creía todo lo que contaba, pues era cada vez más chismoso
y presumido. Me hablaba de mujeres que lo acosaban o que intentaban besarlo
cuando las saludaba, hasta una vez dijo que una de nuestras compañeras quiso
abusar de él sexualmente. De manera obvia nadie le creía y recibía tan solo
burlas como respuesta a sus atrevidas declaraciones. En última instancia
estaba dispuesto a recurrir a alguna prostituta para abandonar su condición
virginal, o hasta insinuaba querer violar a chicas hermosas.
En fin, tan solo eran problemas cotidianos como los de todo el mundo
los rodeaban a esos seres que compartían la estancia donde me hallaba. Cada
uno guardaba cierta peculiaridad que, en el fondo, no terminaba por entender,
y por ello creía que carecía de sentido. Seguía desconcertado con Isis, con lo
que me había hecho y ante la estupidez que era el seguir amándola como lo
hacía. En ocasiones quería salir corriendo y pedirle perdón, aunque seguía sin
saber la razón. Luego, temía que pudiese verla de nuevo besándose con otro
hombre, entonces renunciaba y me desmoralizaba. Durante mis noches,
preñadas de horripilantes pesadillas, sudaba copiosamente y despertaba como
presagiando un anhelo irrealizable. En la oscuridad de aquella casa que
odiaba, de aquella pocilga donde estaba metido, renacía el rencor contra mis
padres y la vida. Además, no sabía si estaba viviendo o tan solo esperando la
muerte, creía en verdad que ya no había diferencia. Me estaba perdiendo de
manera absurda, y cada día el único refugio donde podía parapetarme quedaba
un poco más descubierto.
XV
Realmente nada importaba desde que existir era tan absurdo. ¿De qué
serviría entonces luchar por algo y seguir los convencionalismos sociales
sobre lo que estaba bien? No, yo ya no estaba para eso, lo único que quería era
destruirme tan pronto como fuera posible. También, en mi alocada cabeza,
comenzó a germinar una idea que, pese a haberla reflexionado previamente,
hasta ahora no había adquirido la suficiente relevancia, pero ahora, tras verme
imbuido plenamente en esta depravación, sí que se tornaba relevante, y era,
nada más y nada menos, que la del suicidio. En el fondo sentía cómo algo en
mí rechazaba, desaprobaba y hasta quería escapar de aquel suplicio. Ese no era
mi mundo y lo sabía, lo intuía de antemano, pero mi endeble voluntad era
incapaz de imponerse. Estaba asqueado de todo: del mundo, de la humanidad,
de la existencia y, sobre todo, de mí.
Pasado esto regresé al lugar donde se hallaban todos, eran ya las tres de
la mañana. Me acerqué a una muchacha de nombre Miriam, quien estaba
entrada en tragos quizás tanto como yo. Mi crisis había bajado y me sentía
considerablemente mejor, tanto que me animé a fumar un cigarrillo. Esta
mujer, Miriam, era conocida por todos como la más fácil de toda la escuela,
pues se decía que se había acostado con todos, que no existía un solo hombre
que no se la hubiese tirado. Yo la recordaba a la perfección puesto que
pertenecía al club de los que siempre asistían a las fiestas y cooperaba de
forma copiosa para las compras, bebía sin control, fumaba como loca y desde
luego que los rumores eran totalmente ciertos. Recordaba haberla visto
embarrándose en tantos sujetos, besándose a diestra y siniestra con quien
pudiese, sentándose en las piernas de cualquier idiota, incluso tocando partes
prohibidas con una facilidad sorprendente. Pese a todo, nunca habíamos
conversado bien hasta ahora. Todo se dio de forma perfecta, pues los demás se
alejaron y nos quedamos solos. Supe desde el primero momento que estaba
muy ebria y que ya se había besado y fajado con demasiados hombres, estaba
caliente y yo también.
–¿No eres acaso el que se pasó dos horas vomitando y que ya tenía
preocupados a todos?
–Supongo que sí. ¿Tú por qué vienes a estas fiestas? –pregunté tomando
una postura reflexiva.
–Vaya que eres profunda –le dije pensativo–. Antes yo solía ser como tú,
creo que a veces todavía lo soy.
–¡Sí lo sabes! ¡Me has visto! –replicó con los ojos a punto de estallar en
lágrimas–. ¡Mírame ahora y dime qué es lo que te parece que soy!
–No tienes por qué reservártelo. Sabes bien que solo soy una puta, una
ramera a la que todos conocen porque se mete con cualquiera.
–No importa, cariño, es una tendencia. Pero ¿sabes una cosa? –repuso
sobresaltada–. Lo que nadie sabe es que detrás de esta fachada de puta se
esconde una mujer que desea amor, y uno muy sincero. Sé que estoy loca, que
soy una basura de persona, que me ahogo en alcohol y termino en la cama de
quien sea, pero no siempre será así. ¿Sabes otra cosa? Pues resulta que tengo
novio, tenía, mejor dicho, pero el muy hijo de perra se fue, me dejó después de
cinco años. Ambos torcimos todo, nos intoxicamos y seguíamos juntos,
aunque cada quién tenía todo tipo de aventuras. Y debo decirte que lo extraño
y lo amo, pero lo mejor es que se haya ido. Ahora me queda seguir con esta
vida y luchar. Tengo dinero porque mi madre trabaja y le va muy bien, nada
material me falta, pero estoy vacía y tan sola. ¿Y sabes algo más? Pues quiero
casarme, quiero ser amada y amar por igual. Quiero saber que, para una
persona en el mundo, valgo más que solo esto, que puedo ser apreciada y no
tratada solamente como un objeto para satisfacer deseos sexuales. Quiero que
alguien vea algo en mí mucho más allá de lo que el mundo me ha conminado a
ser y de lo que yo misma he aceptado. ¡Tan solo deseo eso: un hombre que me
haga sentir más viva que muerta!
Me bastó con un beso, creo que ella también lo quería, tal vez no. Estaba
hecho, por primera vez había traicionado a Isis, aunque ya no estuviese
conmigo. Comenzaba a superarla, eso pensaba, aunque me equivocaba. Lo que
sí puedo afirmar es que ese beso ocasionó algo en mí de lo cual, como casi
todo lo que me ocurría, no pude recuperarme. Y no se trató de algo bueno o
malo, simplemente revelador. Era como si con aquel ósculo Miriam me
hubiese devuelto la razón de quién era. No la deseaba ya, solo saboreaba su
beso, esa saliva exquisitamente embriagadora. Ella se sonrojó y me apartó, tal
vez era demasiado alta para mí. Pensé que, de cualquier modo, me gustaría
que pudiese hallar lo que pretendía, pues era alguien interesante, alguien que
sufría los dolores del mundo tanto como yo. La miré con ternura y acaricié su
mejilla maquillada, sintiendo cómo una lágrima mojaba mi mano. La abracé
entonces fuertemente y eso bastó para saber que ella también era, como todo,
parte de las imágenes en las que se expresaba mi delirante alma. Fui incapaz
de hacerle una propuesta sexual y me alejé, todo estaba cambiando
nuevamente, el rompecabezas se reconfiguraba.
El resto de la fiesta fue una joda, pues todos estaban ya muy borrachos.
Heplomt se cogió a Cegel, quien pegaba unos gritos espectaculares que nadie
se atrevió a callar. Asimismo, Miriam hizo un trío con dos tipos que nadie
sabía de dónde venían o quién los había invitado, solo que tenían mucho
dinero. Y así, mientras unos follaban, otros dormitaban o bebían sus últimos
tragos. Yo pensaba en la estupidez que era mi vida, en lo absurdo de mi
condición, en que necesitaba matarme para poder renacer y ver la sublimidad
que ahora yacía muy lejos de mí. Era aún muy humano para poder vislumbrar
la falsedad de la existencia y la temporalidad de cualquier placer.
¿No era para mí la vida una gran estafa? ¿No vivía como un suicida en
bares, borracheras, vicios, desveladas y demás elementos del eterno ciclo?
Sentía asco, uno tan profundo que me laceraba, que me destazaba el alma. Un
lamento, un quejido sin precedentes provenía de mi interior, como reclamando
su potestad sobre el humano tan putrefacto en que me había convertido. Y
todo ¿por qué? ¿Acaso por Isis? O ¿era mi destino atravesar esta agonía? No
lo entendía, ni siquiera comprendía cómo había llegado a tal estado y cuántas
imágenes yacían materializadas, además de las personalidades en que me
había fragmentado, cada una más fuerte y enigmática, que sometían fácilmente
a mi auténtico yo, al origen de todo el poder interno. Había sucumbido, sin
percatarme, ante mí mismo. Me había abandonado y era incapaz de salir por
mi propia cuenta. Estaba ahogado en una marea que yo mismo había
ocasionado. Quería matarme, quería salir de mí, escapar lejos de mi propio yo.
Me producía náuseas sentirme tal cual era y pensar que alguien como yo debía
existir. ¿Acaso no existía todo el mundo así? ¿Acaso nunca sentían asco de lo
que eran? ¿Cómo es que las personas no sentían ese deseo tan ferviente de
matarse al concebir la estupidez en que se hallaban tan bien acomodados?
Recuerdo que, por esos días, mi padre dijo que ya casi estaba listo el
papeleo para el supuesto nuevo hogar. No era ni por mucho una casa
ostentosa, sino una muy pequeña, algo descuidada, pero con todos los
servicios. La desventaja es que se hallaba ubicada muy lejos de la ciudad y el
pasaje era demasiado caro. Por desgracia, no quedaba otra opción. Medité
sobre comenzar una vida por mi cuenta. Podría rentar una habitación e
independizarme, pero sentía que mis fuerzas se tambaleaban y que mi
voluntad se doblegaba. Por una razón u otra estaba débil y decaído, como una
hoja seca que es fácilmente despedazada. Por lo tanto, resolví que irme con
mis padres sería lo más prudente en cuanto terminase la universidad.
Ciertamente, ya me había acostumbrado al excesivo y odioso ruido que en
casa de mi tía siempre resonaba como los cañones del infierno.
Con qué ahínco deseaba observar esa pintura prohibida que había
desaparecido junto con su autora, la mujer por la cual ardía en deseos de
consumirme, pero que no podía amar como a Isis, quien había destrozado mi
corazón con su infiel comportamiento y a la cual aún amaba y esperaba como
un idiota. Por otra parte, mis delirios me habían llevado al mundo de la
prostitución. Si bien es cierto que no había estado con una de esas mujeres, me
excitaba demasiado tan solo pasearme por las calles oscuras y malolientes de
los sitios donde sabía que aquella putas se paraban para esperar clientela.
Mirar sus vestimentas apretadas, sus escotes y su maquillaje era fenomenal.
Sin embargo, el recuerdo del fracaso con Isis y el temor a que nuevamente no
fuese funcional a la hora de la verdad me impedían llevar a cabo la acción
final. Regresaba a casa y me masturbaba recordando a las prostitutas,
chorreando mis prendas de forma grotesca. ¿Quién era yo? ¿Cómo definirme?
¿Cómo es que había llegado a este punto en donde mis impulsos se abatían
cual fieras salvajes sobre mi maltrecha carne y envenenaban mi interior? Me
parecía que comenzaba a añorar el no seguir entre los vivos. Sí, eso era: estaba
demasiado aburrido para continuar existiendo tan absurdamente.
XVI
–Bueno, tal vez lo esté. Dime ¿quién eres tú? ¿Por qué eres tan
misterioso? Y ¿por qué en tu mirada parece reposar el infinito?
–Eso no importa, ahora ya nada queda de lo que fui. Alguna vez pensé
mucho y terminé de este modo.
–Sabes muchas cosas, pero al mismo tiempo las has olvidado. La verdad
del mundo es que no existe verdad absoluta. No hay ninguna razón para ser,
nada está justificado. La existencia es solo una ilusión, y la vida humana un
engaño.
–Es una posibilidad… Sin embargo, el mundo debe tener algún sentido,
¿no crees? Además, en todo caso eso no importa, pues aquí en la sociedad
tenemos que trabajar, estudiar y… vivir. Por otra parte, tenemos cosas para
entretenernos: alcohol, drogas y sexo.
–Y todo eso es el símbolo del humano, tan odioso y banal, solo un mero
animal cuya vida está consagrada a la absurdidad de sus formas y
pensamientos.
–Eso ya lo sé, pero ¿no hay acaso algo que te atraiga de este mundo? –
pregunté al tiempo que mis ojos me engañaban, pues creía ver su piel de un
azul como el cielo.
–¿Lo que creo que existe? ¿Estás diciendo que aquello que perciben mis
ojos es solo una ilusión?
–Así es. Aunque solo tú lo percibas, aunque seas una minoría de uno, te
aseguro que no estarás nunca solo. Que solo tú lo veas no significa que solo
para ti sea real, sino que nadie más ha querido verlo, y, si lo han hecho, lo han
ignorado. Tal es el poder de la pseudorealidad.
–Es difícil cuando se derrumban todos los principios bajo los cuáles
creciste y que han guiado tu vida, pero necesario es para el humano que quiera
ver más allá de lo que la mayoría logra atisbar. Cuando dejas de mirar las
cosas con ojos humanos y comienzas a hacerlo con ojos espirituales traspasas
la frontera entre tu humanidad y tu divinidad, llegas lo más cercanamente
posible a dios.
–¿Cómo debo hacerle para ver con esos ojos del espíritu que dices?
–Si te lo dijese, tendrías que morir ahora mismo. Cuando llegue tu hora
lo sabrás. Se abrirán los ojos que fueron cerrados desde que llegaste aquí,
comprenderás el sentido de esto por un muy breve momento. Yo no puedo
enseñarte lo que me cuestionas, pues debe ser mostrado por la destrucción del
vínculo entre la materia y el alma. El misterio será clarificado cuando hayas
sufrido y ganado la batalla contra tu interior, contra ti mismo. Y así, cuando
hayas resurgido de entre el fuego eterno, verás que el camino es solo tuyo, que
tú te perteneces y a la vez vibras con la sublimidad misma. Esto es solo el
comienzo, es una posibilidad. La pseudorealidad tampoco está lejos de la
muerte, pues has visto cómo todos viven, aunque su interior esté marchito.
Asimismo, nada está en la exactitud humana, la duda debe proseguir y el flujo
jamás detenerse. Te pertenece algo más que esta existencia sin sentido y eso es
lo más grandioso, te pertenece tu muerte, pues vives siendo un extranjero del
origen. Pero debes merecer la muerte, debes ser digno de ella. De otro modo,
terminarás siendo como el resto de aquellos que detestas, y volverás aquí de
nuevo.
–Es como si todo lo que viví me hubiera traído hasta este momento, pero
eso no puede ser, el destino no puede existir. Dime ¿quién eres tú más allá del
traje que usas? Puedo sentir una extraña y avasallante energía vibrando
indescriptiblemente en tu interior.
–Yo soy el dios de tu alma. Soy lo que existe por sí mismo y aquello que
en todo está omnipresente –expresaba cada vez con menos fuerza la inefable
melodía en forma de voz, hasta que se desvaneció por completo– ¡Yo soy el
dios de tu alma! ¡Yo soy tú!
XVII
Desconocía cuánto tiempo había pasado desde que todo ocurrió, desde que
perdí el conocimiento. Lo que ahora sabía era que me hallaba en una clínica,
que alguien había llamado a la ambulancia y que me habían salvado la vida.
Sí, había sido el accidente del automóvil. No supe cómo, pero antes de
desfallecer supe lo que pasaba, que el auto me golpeaba y que el conductor iba
ebrio. ¡Cómo hubiera querido desaparecer, haber muerto de forma inmediata,
haberme librado de este dolor sin sentido! Pero no, yacía en aquella cama
rodeado de imágenes que se transformaban en pinturas y que no lograba ya
esfumar. Quería dormir por siempre, quería no ser yo mismo, quería la
inexistencia y soñaba con nunca haber nacido.
Me era imposible seguir con tanta tristeza, sabiendo que Isis me había
lastimado de este modo. Quizás aquel suceso lo había desencadenado todo,
aquel encuentro en la iglesia, tan raro y lejano ahora me parecía, pero sonreía
ligeramente al recordarlo. Y también recordaba aquella noche bajo las estrellas
cuando por primera vez nos besamos. Después de todo, tenía una historia de
amor como la de cualquier otro humano. Había amado, había sido amado,
había dañado y lo mismo había recibido. Ahora veía que en realidad era
imposible que el amor fuese más allá de un periodo, de una estación que se
disfrutaba como un elíxir único e irrepetible. ¡Qué triste era cuando todo
terminaba, cuando el amor se sometía a la banalidad de la pseudorealidad!
¡Qué triste era cómo moría todo silenciosamente! Y sentía una nostalgia
tremenda, sentía no poder seguir más. Cuánto y con qué intensidad me había
enamorado de Isis, después de tanto tiempo lo sabía. Quería regresar, lo
hubiera dado todo, aunque en realidad nada poseía, por volver a ese primer
beso, a ese instante donde la conocí. Y tal vez lo hubiese cambiado, tal vez
hubiese preferido no conocerla para no experimentar ni alegría ni pena, solo
seguir con mi absurda vida, pues ella hizo que mi infierno fuese más
soportable, que se convirtiera en un cielo hecho solo para los dos. Luego todo
acabó, todo se desgastó, se perdió y se acabó la locura, la magia y la
intensidad. Ella cambió y yo también, y aunque la seguía amando, no supe
cómo enfrentar las vueltas que daba la ruleta, hasta que aconteció aquel
momento cuando su infidelidad mató por siempre la mayor parte de mi ser.
Era extraño, pues contaba con ella como si fuese una madre, como si
fuese mi interior mismo. Sabía que demasiada felicidad era dañina, pero no me
importó. No entendía por qué o cómo es que sentía tantas cosas por ella, así
como tampoco entendí cuando todo se esfumó. ¡Qué malnacido era el amor!
¿Por qué se iba así? ¿Con qué derecho se alejaba de nuestros corazones y nos
dejaba en el olvido y la desdicha? ¿O es que el amor no era sino otra ilusión,
una reacción química, pseudorealidad? Era lo mejor y lo peor que me había
pasado, vida y muerte, bien y mal, todo lo podía y nada lograba. Y así, me
hundía cada vez más, adolorido y atormentado por tantos recuerdos. A cada
momento había algo que quería cambiar, que quería hacer diferente, que
hubiese preferido no conocer o decir. La inmutabilidad del pasado me
enfermaba, me producía un disgusto sin igual. Quería matarme tan pronto
como pudiera, el suicidio debía ser mi salvación. Pero ¿qué tal si ni con ello
lograba alejar de mí tantas imágenes y sucesos? Nada me era ya necesario,
pero todo parecía enloquecerme. De hecho, la realidad me era indiferente y
molesta, tan ilusoria como todo, nada era cierto mientras estuviera vivo, ni
siquiera Isis lo era. Al final el amor sucumbía ante el deseo, la existencia lo
hacía ante el mínimo anhelo de entender.
Pasó entonces que las cartas de Isis aumentaron, rogándome por verme y
suplicando que le perdonara por todo lo ocurrido. Desde luego, no era eso lo
que me alejaba de ella, sino mi lamentable estado. Varias veces me caí sin
lograr sostenerme lo más mínimo, me negaba a asistir a las terapias de
rehabilitación y terminé por perder la esperanza de volver a caminar. Mis
padres eran los más afectados por todo esto, tanto que hubiera preferido ser
huérfano. Fue así como las semanas transcurrieron hasta que mi padre realizó
una acción que jamás elucubré. Resultó que en una fría noche donde mis
pesadillas me mantenían atormentado me despertó y me indicó que me visitera
y me calzara. No capté su intención en esos momentos hasta que salimos y,
cargándome entre sus brazos, me incitó a caminar. La nostalgia que sentí fue
incomparable, comprendí que el pasado vivía en mí más que el presente
decadente que me lastimaba. Había culpado a todos por lo ocurrido, había
maldecido cualquier clase de escenario y el menos probable se había hecho
patente. Mi padre, al que detestaba por no poderme dar un hogar digno y que,
pese a todo, siempre había estado a mi lado, ahora en su desesperación había
decidido ignorar todo cuanto le habían dicho los médicos. Parecía como si
nuevamente fuera yo un niño de pocos años al que se le alienta a dar sus
primeros pasos. Mi padre me sostenía y me alentaba, aunque yo nada decía y
lo consideraba una locura, era imposible que algo así funcionase. Sin embargo,
curiosamente, tras unas cuántas noches ahítas de fracaso, de improperios y de
amargura, pasó que pude dar unos pasos. Mi padre no perdía la paciencia y le
escuchaba pronunciar algunas oraciones de índole religiosa, también su cara
presentaba un semblante solemne y sus ojos estaban decididos a lograr lo que
fuese. Y, lo que en un comienzo fue la mayor tristeza, terminó siendo una
proeza. El milagro, o así lo creo yo, se consumó. Paulatinamente pude dar más
y más pasos, cada vez necesitando menos del soporte que era mi padre y que
jamás dudó ni se alejó por un momento.
Entre más meditaba aquel raro libros, más de acuerdo estaba con el
misterioso escritor desaparecido. Por desgracia, abandoné un tanto mis
reflexiones dado que los exámenes finales llegaron. Naturalmente, aprobé de
forma sencilla todas las asignaturas y mi graduación la adelantaron para que se
juntara con la del grupo que ya había pagado todo, sería dentro de una semana,
ni más ni menos. Hablé con mis padres, quienes se alegraron bastante y
parecía que aquello representase lo máximo. Por mi parte sentía como si nada
de lo que hubiera hecho hasta ahora valiera la pena. ¿Qué era entonces la vida
y para qué servía si estaba preñada de un matiz absurdo y enfermizo? ¿Cómo
explicar que al humano solo le interesara justamente lo menos relevante?
Infinita cantidad de preguntas bombardeaban mi cabeza, alejando mi
concentración y suprimiendo cualquier imagen. Terminé por creer que había
enloquecido y que la cordura era la debilidad del mundo, pues en todo caso
eran los locos quienes se atrevían a mostrar una fabulosa luz que, aunque
efímera, iluminaba la oscuridad en que el mundo tan plácidamente reposaba.
Al mirar mi rostro en el espejo notaba que no era para nada el mismo de antes,
o tal vez sí, pero con tintes delirantes y decadentes. La inmutabilidad no era un
concepto claro y no sabía a quién conferirla, me preguntaba si era el humano,
en su interior, el que cambiaba constantemente e influenciaba su exterior, o si
era la vida la que cambiaba e infundía en el interior tanta nostalgia y tristeza.
En esos días me sentía más tímido que de costumbre. Seguía sin hablar
con nadie, me la pasaba recostado, ni siquiera me molestaba ya vivir en aquel
calabozo. Incluso nada sentí cuando mi padre dijo que, después de la
graduación, era casi un hecho que nos retiraríamos a vivir a otra parte, lejana
de la ciudad, pero en sus posibilidades era lo único que podía pagar. A mí me
daba igual, pues desde hace un tiempo había abandonado los deseos de vivir.
Cada palabra del libro Encanto Suicida parecía escrita por alguien cuyo sentir
era el mío, alguien que detestaba al mundo tanto como yo y que no lograba
encontrarse, alguien que estaba tan loco como para pensar que el suicidio era
superior a la vida. Pero eso mismo pensaba yo ahora, la pseudorealidad me
había cegado haciéndome creer que la existencia tenía algún sentido; sin
embargo, finalmente había comenzado a despertar y sabía que no podía ni
quería seguir viviendo así, tan absurdamente como todos los humanos.
XVIII
Cuando al fin me encaminé hacia casa de Isis me pareció que estaba un tanto
lejos, mucho más que de costumbre, pero no importaba. Recordaba la
dirección con exactitud y fue toda una babel de contorsiones dolores las que
experimenté. ¿Cuántas veces no recorrí aquellos lugares en su compañía?
¿Cuántas risas, palabras, gestos, abrazos, anhelos y sueños no se habían roto
por completo? Algo me decía que no era una buena idea ir a buscarla, pero
negué mi intuición y seguí. A pesar del dolor y la inquietud que palpitaban en
mi interior me di ánimos y llamé a su puerta.
–¿Quién es? ¿A quién busca? ¡Estoy muy ocupada! –replicó al abrir una
señora con un mantel sucio.
–Pero así siempre pasa, la vida es corta y larga, pero jamás feliz, siempre
triste. Ahora sigo esperando el fin, estoy cansada de estar atrapada aquí, quiero
regresar a mi mundo. ¿Puedes acabar de una vez?
Fue una estupidez, pero así lo hice. Tenía plena certeza de que el perro
nunca ladraría, estaba casi muerto en su tristeza, vomitaba un líquido amarillo
y se diría que esperaba el fin, tal como también lo había dicho la señora del
mantel sucio. Me dirigí hacia la puerta, esperé y nada, ningún ladrido.
Convencido de que me había vuelto loco y de que lo mejor sería regresar y
tomar una siesta para olvidarlo todo, puse un pie fuera. Sin embargo, unas
milésimas de segundo antes de que pusiera mi segundo pie en el exterior de la
deplorable casa, escuché un ladrido. Cuando giré para cerciorarme vi al perro
de pie, apenas se podía sostener. No había duda de que el ladrido provenía de
su desgastada figura. Lo miré fijamente con sus párpados cocidos y sentí
nostalgia, parecida a la que experimenté cuando mi padre me ayudó a
recuperar la habilidad de caminar, así de intensa. Seguido de esto entré de
nuevo y me dirigí hacia las escaleras, pero el perro cayó antes de que yo
llegara al primer escalón, había muerto. No me detuve y seguí, como si ya
antes en muchas ocasiones hubiese subido por aquellos malgastados escalones.
Algo me resultaba tan jodidamente familiar.
Quise responder, pero por más que lo intenté nada pude articular. Me
aterré al imaginar que quedaría mudo una semana antes de la graduación,
todavía aferrándome a banales concepciones. Giré y creo que tosí arrojando un
curioso objeto en forma de escarabajo blanco.
–No, yo nunca quise venir aquí –articulé sintiendo que algo se había roto
entre mi cuerpo y mi cabeza.
–No me digas que no lo gozas. Todos los humanos son así, les gusta
detestar lo que adoran en el fondo. Que esto no sea real no significa que no
puedas disfrutarlo. Es absurdo, pero conmovedor. Esto es la vida en tu humana
percepción: sexo, adoctrinamiento y una libertad ficticia, pero reconfortante.
–¿Yo? ¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? ¿Quién es ella? ¿Acaso no sabes?
Ella es Isis, la mejor que tenemos. Vino aquí por gusto y lo que hace es
sensacional. Quizá creas que la obligamos, pero ella deseaba esto con todo su
ser, nos contó su fantasía y de inmediato le acogimos. Ella añoraba estar en
una orgía con hombres mayores y gordos, especialmente que no usaran
condón. Ella quería sentir esas cosas duras y erectas, deseaba ser dominada y
tratada como lo que es. Mírala por ti mismo, ¿ves cómo lo disfruta? ¿Qué
mejor que hacer lo que adoras por dinero? ¡Y apenas va calentando, pues por
noche se la follan más de cien ancianos y le encanta! ¡Si tú vieras cuánto
esperma ha recibido! ¿Puedes creer que ha estado preñada ya varias veces y en
todas ha abortado?
–Hola, es que acaso tú… –contesté temblando y sin lograr contener mis
emociones.
–Lo que has visto es lo que ahora soy y lo que siempre seré –contestó
mientras cristalinas lágrimas corrían por su rostro–. ¡Soy una maldita perra!
¡Eso es lo que soy!
–¡No! ¡Te conozco y sé que no! –repliqué a sus gritos lastimeros–. ¿Por
qué? ¿Por qué lo hiciste? ¿Dónde está esa mujer cuya grandeza me incitaba a
componer poemas sublimes? ¿Dónde está tu divinidad? ¿No prometimos que
permaneceríamos juntos hasta el fin?
–Entonces ¿qué cambió? ¿Qué pasó con todo lo que decías sentir?
–¿Por qué? ¿Acaso hay algo que deba saber que me estás ocultando?
–¡No me iré hasta que me digas por qué haces esto y qué es eso que me
lastimaría!
–¡No, no lo haré! ¡Dímelo, maldita sea! –le insistí con tal vigor que
terminé por convencerla.
–¡Lo hice porque lo deseo con todo mi ser! ¡Deseo ser cogida de tantas
formas y por tantos hombres como sea posible!
–¿Qué demonios estás diciendo? ¿Acaso estás loca? ¿Quién demonios
eres tú? No puede ser cierto –exclamé tomándola del brazo.
–¡Nadie, solo una maldita zorra! Pero una que ya no te pertenece y que
jamás lo hará de nuevo –profirió zafándose de mi mano–. Te advertí que no lo
comprenderías, ¿recuerdas lo que te conté sobre mi padre? Pues aumentó y es
algo que está en mí, que no puedo controlar. Siento la inevitable necesidad de
que me cojan duro y fuerte, si así quieres entenderlo. No lo controlo y tanto mi
cabeza como mi cuerpo lo añoran. ¡Por eso a ti jamás podría poseerte sin
amarte! ¡Eres el único hombre con el que no podría liberar mis fantasías y
parafilias!
–Pero ¿por qué? ¡No entiendo de qué estás hablando! ¡Dímelo sin
rodeos!
–¡No, ya no! Y si lo hice fue porque creí en lo que decías, pero todo
falló. Ahora veo mi auténtica naturaleza, ahora soy esto y no la mujer de la
que te enamoraste. ¡Y si esos viejos asquerosos me cogen todas las noches es
porque yo así lo quiero! No entenderías el placer que logro experimentar y
todos los orgasmos que tengo cuando siento sus penes hirviendo y su semen
llenándome por dentro ¿Acaso tú puedes hacer algo así por mí? ¡Claro que no!
Tú jamás podrías porque no se te para ¿Acaso ya olvidaste aquel día del hotel?
Si en verdad me amaras, me hubieses hecho tuya, ¡me hubieses cogido como a
la vil perra que soy!
–Te advertí que te dolería lo que me pedías con tanto vigor que te dijera,
pero tú me provocaste. ¿Acaso puedes follarme toda la noche como lo hacen
todos los hombres con los que he estado? ¿Puedes llenarme la boca y la cara
con tu esperma caliente como ellos lo hacen? ¡No puedes! Y eso es porque tu
amor es una estupidez. Ya no creo en tus cuentos sobre la espiritualidad, lo
que yo necesito no es meditar ni esas cosas, sino alguien que me haga sentir
mujer y que satisfaga mis necesidades. ¿No eres capaz de ver que las personas
somos así de vacías?
Todo en mí ardía con las llamas de mil infiernos. Un dolor como ningún
otro me carcomía desde el fondo de mis entrañas. Ahora entendía que, a pesar
de la distancia y el tiempo, amaba a Isis con locura. Me negaba a creer en sus
palabras, incluso pensaba que había alucinado lo que había visto. Sin duda, mi
espíritu estaba destrozado y quizá jamás podría recuperarse. Ella me miró y en
sus ojos atisbé un brillo desdichado, como el de un demonio que se halla preso
en el lugar incorrecto. Así permanecimos unos instantes hasta que se dio la
vuelta y comenzó a alejarse. Y yo seguía ahí, amándole a pesar de todo. La
odiaba, la detestaba y su presencia me dificultaba la respiración, pero su
compañía, sabiendo lo funesto de su persona, me sería soportable si volviese a
mí. A pesar de todo, estaba dispuesto a estar con ella una vez más. No
interesaba si había sido follada por todos los hombres del mundo o si se había
corrompido como ningún otro ser, si ahora su alma estaba marchitada y su
existencia condenada, yo nunca dejaría de amarle y estaría con ella incluso si
eso implicaba destruir mis sueños y renunciar a mi propia esencia. Amaba a
Isis y, aunque me lastimara, podía soportar todo lo malo que ella hiciera si al
final podía permanecer a su lado y recostarme entre sus brazos.
–¿Por qué tú qué? ¡Estás loco! Deberías odiarme con todo tu ser, soy un
estorbo para ti ¡Déjame en paz, déjame sola! ¡Quiero vivir lejos de ti y nunca
más verte!
–Porque yo te amo… ¡Te amo más que a cualquier cosa! ¡Te amo más
que a mi dignidad, más que a mi vida! ¡No puedo vivir sin ti! –afirmé casi
lamiendo sus tacones y lloriqueando como un imbécil, todo carecía ya de
cualquier sentido.
–No sabes lo que dices, has enloquecido. ¿No escuchaste mis palabras?
Aunque lo quisiera, ya no puedo estar contigo. Yo cambié y ahora nada puedo
sentir por ti. Me jode tenerte cerca, me enferma tu presencia. Me mata sentir tu
respiración y me lastima escuchar tu voz. ¡Olvídate ya de todo lo que vivimos!
No te aferres a esto, pues ya nada queda sino un absurdo entre nosotros.
XIX
Todos los recuerdos pasaron en ese instante, mi corazón se marchitó y mi alma
sucumbió. Isis me alejó con una fuerte cachetada y me escupió en la cara
como a una basura. Su mirada era tan distinta a la de aquel primer día, y a la
vez tan similar en el fondo. El mundo que conocía se detuvo y solo yo seguía
imaginando las formas que ocasionaban mi sacrilegio. La miraba conmigo,
corriendo, recostada en mis brazos, dormida, comiendo, soñando, despertando,
riendo y hablando. ¡Qué no hubiera dado por tener ese futuro! ¡En verdad
jamás entendería mi comportamiento y por qué me dolía tanto lo que había
hecho! Ahora éramos dos opuestos, seres cuyas vibraciones eran ajenas en
todo sentido. ¿Por qué terminaba todo así? ¿Acaso este destino absurdo y cruel
era el que me deparaba? ¿Acaso esto estaba planeado cuando la conocí aquel
día en la iglesia? Si tan solo hubiese podido penetrarla…
Seguramente todos dirían que había errado el camino, que estaba loco y
que era un tonto, pues me negaba a ser parte de un engranaje tan banal y
cotidiano. En mí ya no existía algo más allá del cuerpo que me atara a esta
vida, tan solo este contenedor me aprisionaba contra mi voluntad, pero todavía
no era digno de la sublimidad, del medio que me elevaría por encima de toda
la falsedad en la que se revolcaban los triviales humanos. No tengo idea de
cuántas cosas atiborraron mi mente durante esa semana, pues iban y venían,
chocaban y se alejaban. Entre lo que veía y lo que pensaba terminé por
recostarme y no me levanté sino hasta el viernes por la tarde, tan solo porque
mis padres requerían de unos cuántos detalles acerca de la graduación, la cual
comenzaría al día siguiente, temprano y en presencia de autoridades
consideradas importantes.
XX
Tomé el fragmento que representaba mi vida y lo enterré en el olvido, luego
me levanté y miré a mi alrededor. Era momento de regresar para la
graduación, pero realmente no era lo que deseaba. El sol se elevó, aunque noté
que estaba nublado y me pareció observar un remolino en medio del cielo. De
pronto, como si una trompeta sonase violentamente, un rugido monumental
me conmovió. Sin embargo, parecía que solo yo lo había escuchado. Me
afligía pensar que la vida continuaría con normalidad, con ese carácter
absurdo, mientras que yo seguiría sufriendo y atormentándome con mis
obsesivas elucubraciones. Nada de lo que había vivido los últimos años me
había hecho bien, pero justamente así debía ser la verdad, dolorosa y
desoladora. Me alejé de aquel sitio con nostálgica decepción al saber que las
personas seguirían con sus cotidianas y vacías vidas, tomé el camión y muy
pronto me hallé frente al auditorio. El reloj marcaba las 9.15 AM, todos
estaban ahí reunidos. Entre la algarabía fastidiosa pude distinguir las siluetas
de mis padres, de algunos tíos y primos que habían acudido a pesar de mi
disgusto. El bullicio era descomunal, todos gozaban de una dicha sin
precedentes, excepto yo. Me coloqué frente al barandal para no ser visto, pero
yo sí podía presenciarlo todo. Mis ojos se empañaron, tenía que tomar una
decisión. Lo más razonable era entrar, estar con ellos, sentirme parte de aquel
círculo de graduados que cambiarían al país. Todos lucían atuendos
impecables, tanto hombres como mujeres, con sus trajes y sus vestidos
alquilados. Además, los profesores estaban ahí reunidos y sonreían, saludaban
y se tomaban fotos con sus antiguos estudiantes. En vano intenté ubicar al
profesor G, pues por ningún sitio se hallaba, salvo en el centro del rugido, tal
vez.
Súbitamente, casi cuando estaba por entrar, llegó a mí un sentimiento
que parecía haberse nutrido de toda mi rabia y mi melancolía. Todo parecía
listo para consumar una situación insoportable y carente de sentido. En aquel
auditorio tan majestuoso se llevaría a cabo, dentro de unos minutos, la
ceremonia y la consagración de los hijos ante los padres. Y, sin excepción
alguna, las personas que ahí se congregaban tenían todos los mismos ideales:
los de la mediocridad. ¿Qué vendría después de este momento absurdo?
Seguramente muchos buscarían un buen empleo, ascenderían en sus trabajos,
seguirían emborrachándose los viernes y pasando sus días en una oficina,
realizando cosas intrascendentes y aparentando ser felices. Continuarían con
su vida vacía, añorando como fin el dinero y el materialismo, los viajes, los
automóviles. Buscarían acostarse unos con otros para satisfacer sus
nauseabundos impulsos humanos con aquel restregamiento de carnes.
Añorarían los hombres penetrar y las mujeres ser penetradas, amalgamar sus
fluidos malsanos en uno solo para consumar el acto de la absurda procreación,
perpetuando así a la raza humana hacia el inevitable vacío y la perdición
absoluta. Se casarían e inculcarían a sus odiosas criaturas sus execrables
creencias y aptitudes, preparándoles el escenario para repetir la misma obra
irrelevante que ellos mismos habían representado en otros tiempos, y así hasta
el final de este mísero planeta y de esta triste y errante galaxia en un caótico e
infinito universo. ¿Yo, al fin y al cabo, sería parte de aquella parodia funesta?
La respuesta fue evidente y destructiva al mismo tiempo, pero así era como
debía acontecer el final. Vagabundo e infeliz había sido el símbolo de mi
resurgimiento, pero no en este mundo ni esta dimensión, posiblemente
tampoco con esta esencia.
Después de este día, colegía, nada habría cambiado, todo seguiría igual
de ruin y fútil. Sabía que todo empeoraría, pues ahora para todos los ahí
conglomerados vendría la rendición y la adoración de este sistema tan
decadente, vendría la perpetuación de la pseudorealidad y el abandono total
del yo. Sabía que la vida transcurría así y que no podía ser de otro modo, que
llegaría el momento de conocer a alguien igual de vacío y patético que
quisiera casarse y tener hijos. Lo que las personas entendían como meta y
como algo normal no era sino la consagración de su estupidez y su absurda
forma de existir. Luego, todo seguiría del mismo modo hasta la muerte, sin
ningún otro particular que el de cuidar hijos, trabajar hasta el último instante,
emborracharse, conformarse con el matrimonio y abandonarse a la rutina. Para
ellos eso era bueno, era algo admirable y digno de vivirse. Los humanos creían
que una persona con dinero y con un buen trabajo era digna de admiración, o
que un doctor en ciencias o un gran profesor denotaban lo máximo. Ni hablar
de los imbéciles que vivían admirando futbolistas o actores, pues esos eran los
mayores preservadores de la mediocridad en que se hallaba el mundo. En fin,
los humanos estaban perdidos, sus mentes habían sido violadas por la
pseudorealidad y corrompidas con una facilidad bárbara.
No entendía por qué, pero todo me parecía patético en esas personas que
esperaban ansiosas el comienzo de la graduación. Sabía que de ningún modo
podría yo pertenecer a ellos, y eso era lo más raro. Había crecido en un lugar
donde había sido adoctrinado, pero conseguí un supuesto despertar y eso me
convertía en un loco. Comprendía que de nada servía hablarles sobre mis
ideales o la posible separación de una eterna condena, pues no escucharían e
incluso se burlarían. Para ellos mi forma de pensar denotaba un peligro, pues
ponía en riesgo la perpetuidad de la pseudorealidad. Sin importar que sus
creencias y sus vidas fueran meras argucias se mostraban completamente a
favor de la decadencia. ¿Cómo despertar a una persona que, sabiendo de la
miseria en que se encuentra, se empeña en matizar las mentiras sobre las
cuáles basa su vida para darle un sentido? Este era el poder de la
pseudorealidad, el de hacer que las personas dependieran de ella a tal grado
que, incluso siendo conscientes de su absurdidad, continuaran viviendo del
mismo modo.
Sacudí mi cabeza y supe que todo había sido una visión. Me había
alejado lo suficiente como para no volver hasta que terminase la graduación.
Me hallaba en una calle solitaria, poco transitada y de mal augurio. De pronto,
un automóvil sumamente parecido al que me había dejado inválido se detuvo,
y de él fue arrojada una mujer. En un comienzo ignoré el suceso, hasta que me
percaté de quién se trataba. ¡Era Elizabeth! Me mantuve impávido, estaba
justo frente a ella, por lo cual, al alzar su mirada, me observó y sus ojos me
consumieron. Sabía que la había conocido antes, mucho antes, pero no sabía
dónde ni cómo, era extraño. Y no hablaba de años, sino de eones. Nuestro
vínculo no tenía comienzo ni fin. Sus ojos, que fulguraban como el fuego
eterno, no se apartaban de mí. Lucía una vestimenta elegante, apretada,
escotada y con tacones. Sus labios estaban pintados de forma intensa y sus
párpados aparecían cubiertos por manchas negras. Y, aunque el maquillaje se
le había arruinado un poco, le sentaba muy bien en su piel blanca. Era alta,
mucho más que yo, y sumamente imponente, preciosa de modo inhumano,
casi irreal. En ella residía un talento como el que tanta falta hacía en el mundo,
era el principio y el fin de mi locura. La miré fijamente y así permanecimos
durante unos momentos, hasta que me habló con voz melancólica, casi en
forma de susurro:
–No sé quién seas, pero tengo la certeza de haberte visto antes, en algún
mundo o algún pasaje ajeno a esta existencia.
–Entonces debes ser tú, el que aparecía en mis sueños. Esa silueta en
quien nacían los lienzos –afirmó con sus llameantes ojos–. Yo te vi en muchas
partes, siempre intentaba comunicarme contigo, pero rechacé tu destino y
cambié con ello nuestras vidas. Fui el factor y con cada pintura surgía una
imagen que permanecía en tu eterno interior.
–¿Por qué ya no pintas? ¿Qué haces aquí y ahora con ese atuendo?
–Y ¿qué haré después? ¿Por qué eres tú a quien encuentro ahora? ¿Eres
real?
–No precisamente, esta es el sendero fugaz. Debí saber antes que, por
desgracia, el arte no da para vivir, menos cuando pintas cosas como yo. En
contraste, el sexo es bien pagado y es necesario para los humanos miserables.
–Ya veo, supongo que el sexo es esencial para sentirse menos muerto.
Dime ¿qué hay de la supuesta pintura prohibida? ¿Aún la recuerdas?
–Está bien. Tú tienes sus mismos ojos e ideas. Parece que eres el avatar
del olvidado en los páramos adimensionales.
–¿Cómo sabes eso? ¿Acaso hay algo más que conozcas sobre mí?
–Pero debe existir alguna copia, algún lienzo que hayas conservado.
–¿Por qué lo crees así? ¿Acaso puedes ver en mí más allá de este vacío?
¡Qué espantosa era la vida! ¿Por qué entonces era tan complicado y
frustrante el arrojarse a los brazos de la muerte? ¿Qué especie de diabólica
fuerza era la que se había manifestado al dar el primer impulso a esta
humanidad envilecida? Lo que más me molestaba era sin duda el hecho de
sentirme tan miserable, absurdo y funesto. Estaba completamente vacío, tanto
que los detalles más pequeños que las personas llamaban felicidad para mí
remarcaban que la vida era solo una argucia. De ningún modo me imaginaba
viviendo muchos años, formando una familia y envejeciendo. Tales ideales se
esfumaron en cuanto me percaté de lo horripilante que me resultaba respirar el
mismo aire que todos los monos parlantes. En mi ostracismo hallaba el único
refugio para la sentencia imperturbable. El destino de los humanos había sido
sellado desde su primer latido, y correspondía a la perpetuidad de este sistema
absurdo donde los sueños y las dudas eran erradicados por su peligrosidad.
Para vivir no se requería de libros, arte, poesía y música, sino solo de
estupidez, acondicionamiento, adoración por lo irrelevante y un incipiente
deseo de reproducirse sin el más mínimo sentido. Yo sabía la verdad, aunque
nadie más lo hiciese, vivía en mí. Estaba a tan solo un paso de lograrlo, solo
un vaho insulso me separaba de la sublimidad.
XXI
¿Por qué diablos había vivido? Esa era la cuestión que jamás
comprendería mientras estuviese vivo. En tantas ocasiones me sentía forzado y
arrinconado a vivir sin desearlo en lo más mínimo. ¿Es que acaso se elegía
venir a este infierno? ¿Con qué propósito? ¿Para qué tanto sufrimiento y
desdicha? Cualquier justificación me parecía insuficiente, incluso las más
místicas, filosóficas y teosóficas explicaciones terminaban por carecer de una
absoluta certeza. No obstante, ese era, creía yo, el más absurdo y a la vez
grandioso misterio. Tal vez solo había optado por el camino más fácil y
rápido, o probablemente este era mi destino. Y si así era, entonces qué
contradictorio resultaba el más inefable concepto de lo que significaba vivir.
Me cuestionaba por qué no había muerto en aquel accidente cuando fui
golpeado por el automóvil, por qué tenía que experimentar esto. En todo caso,
destino y casualidad se fundían, y nuestro libre albedrío era una cómica
entidad solamente. Al borde del delirio entendía que la vida, con toda su
extravagante alharaca, no valía la pena ser vivida. Durante mi caída todo se
empañaría, ni el cielo ni el infierno me aguardaban. Las palpitaciones y las
sensaciones se desataron como nunca, con una fuerza y magnitud
infinitamente mayores que las causadas por el amor, la supuesta fuerza más
embriagante. Todavía un universo de pensamientos perturbó mi mente al
embotarme con fragancias suculentas y enervantes, recalcitrantes y coloridas
sobremanera. Las lágrimas emanaban sin cesar, presintiendo que ya serían las
últimas que alguna vez vertería sobre este mundo. Finalmente, el triste poeta
escribía su último fragmento, retocaba perfectamente su última composición.
Así fue como ocurrió lo absolutamente inevitable, pero tan sutil fue el
deleite que ni siquiera pude pensar en el dolor que experimentaría al
estrellarme contra algo más allá del suelo infernal donde tantas ocasiones
había caminado, tan delirante y pensativo. Me arrojé y entré en una extraña
paradoja, pues entre más rápido y cerca me parecía mi llegada al suelo, más
lenta y lejanamente veía mi libertad. Estaba decidido y quebrado hasta el final
de cualquier mundo o tiempo. Fue como si nunca hubiese vivido, y también
como si nunca hubiese muerto. Cualquier cosa era efímera, en todo caso.
Finalmente, la vida no era algo valioso, era algo insulso y absurdo, algo que
no valía la pena llevar a cabo y cuya vivencia me había asqueado hasta el
punto de lo que ahora hacía. Fui consciente todavía por unos breves instantes,
que me parecieron eternos, pero esperaba que se detuviera mi corazón y que el
golpe no me lastimara tanto, no como la existencia nauseabunda que había
soportado. A lo lejos, sabía que Isis y Elizabeth ya no me besarían más,
aunque las amase de maneras tan diversas y humanas. Pero incluso el dolor
que todos sentirían era secundario, y en nada me afectaría, así como tampoco
nada de lo que aconteciese en eras venideras en este lamentable planeta sería
relevante. Sabía que nada había sido importante, y después de esto solo la vil
absurdidad me aguardaba en el túnel. Este era el único final al que siempre
estuve destinado, y que ahora me absorbía suavemente hacia sus entrañas.