Biografia de Manuel Scorza Torres

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Biografia de Manuel Scorza Torres

Manuel Scorza (1928-1983) dejó sin desmentir afirmaciones erróneas sobre su biografía, a menudo
atribuidas por sus entrevistadores y críticos, e incluso contribuyó de forma destacada a la
confusión informativa alrededor de su persona. A lo largo de su trayectoria Scorza prefirió
siempre acentuar sus orígenes familiares indígenas, aunque naciera en Lima, la capital del Perú, el
9 de septiembre de 1928. Posteriormente, por cuestiones de salud, por su asma, su familia se
instaló en la sierra, en el departamento de Huancavelica, y se afincó en Acoria, cerca del pueblo
natal de su madre, Acobamba, donde su padre abrió una panadería. En este ambiente serrano se
desarrollaron los años que, al parecer, proporcionaron a Scorza las experiencias de primera mano
sobre la vida en una aldea andina, que tan importantes resultaron después para su obra creativa.
Pasados unos años, la familia decidió volver a Lima, y el padre de Scorza instaló un puesto de
venta de periódicos y revistas, hecho que, sin duda, facilitó la inmersión en la lectura del futuro
escritor. Más adelante, Scorza regresó a la sierra, como interno en un colegio salesiano, en
Huancayo, por una recaída en su enfermedad. Después, volvió de nuevo a la capital e ingresó en el
Colegio Militar «Leoncio Prado», institución frecuentada por alumnos de todas las clases sociales,
en especial de la pequeña burguesía. En efecto, se trata de la misma escuela donde Mario Vargas
Llosa estudió años después y que más tarde retratará, crudamente, en su novela  La ciudad y los
perros (1963). Durante sus últimos años en el colegio militar, Scorza comenzó a participar en
protestas políticas y se integró en una célula clandestina del  APRA (Alianza Popular
Revolucionaria Americana). Así, en 1946, a los dieciocho años de edad, el futuro escritor se
matriculó en la politizada Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, para seguir la
carrera de Filosofía y Letras, participó de forma activa en la política universitaria y continuó en el
APRA, que en aquellos momentos era un partido legalizado e implicado en la dirección política del
país, debido a que entre 1945 y 1948 ocupó la presidencia del Perú José Luis Bustamante Rivero,
elegido por una coalición del APRA, el Partido Comunista y otros partidos de izquierda. En esta
situación, algunos sectores del APRA, con los que simpatizaba Scorza, pretendían forzar un
cambio revolucionario que impidiera un posible golpe de la derecha. Sin embargo, las tensiones
sociales que se generaron por la política desarrollada por el gobierno de Bustamante Rivero
condujeron finalmente al temido golpe de estado, en el año 1948, que fue encabezado por el
general Manuel A. Odría, cuya dictadura se mantuvo hasta 1956, período conocido como el
Ochenio. Debido a su militancia política y a un incidente relacionado con la publicación de su
poema «Rumor en la nostalgia antigua», por el que fue detenido, y sin haber podido siquiera
terminar sus estudios, Scorza se vio obligado a abandonar el Perú en 1948.
Durante sus primeros años de exilio, entre 1949 y 1952, Scorza vivió en Chile, Argentina y Brasil, y
desempeñó diversos trabajos, como vendedor de libros, de perfumes, lector de pruebas y
conferenciante ocasional, y también profundizó en su formación ideológica. De 1952 a 1956,
Scorza vivió de forma estable en México[1], donde pudo continuar sus estudios literarios, esta vez
en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Por aquel entonces publicó el ensayo
«Una doctrina americana», que apareció en la revista mexicana Cuadernos Americanos en 1952.
El artículo se ocupaba de los fundamentos ideológicos del aprismo, así como de la posición
política del autor como miembro del APRA. El artículo insistía en los valores fundacionales de la
ideología del aprismo, que en esos momentos se declaraba antiimperialista y anticomunista, y
reclamaba una redistribución más justa de la riqueza, así como la unidad política y económica de
Latinoamérica, en la estela del panamericanismo bolivariano. Un año más tarde, Scorza no se
extrañó demasiado cuando los dirigentes apristas efectuaron un giro a la derecha. De forma
significativa, Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder e ideólogo del APRA, cambió su antigua
oposición a las inversiones extranjeras, especialmente las americanas, en el Perú. Por este
motivo, Scorza, como muchos otros apristas ya descontentos con la evolución de la dirección del
APRA, abandonó el partido y anunció su ruptura ideológica en una carta abierta titulada
sarcásticamente «Good-bye, Mister Haya».
En 1952, Scorza publicó también un corto pero comprometido poema titulado «Canto a los
mineros de Bolivia», que puede considerarse programático. En el poema, Scorza se une a las
quejas de los mineros, a los que llama sus «hermanos», con quienes dice compartir sus deseos y
ansias. Para expresar su gratitud por este poema, así como por otras actividades en su apoyo, los
sindicatos de mineros bolivianos invitaron a Scorza al primer aniversario de la Revolución
Nacional de su país. Tras su visita en abril de 1953, Scorza escribió un largo ensayo titulado «La
independencia económica de Bolivia» donde analizaba lo sucedido en Bolivia durante los años 50,
hecho que el autor vio como un fin a la explotación de los campesinos y mineros indios de toda
América. Es también revelador del creciente interés de Scorza por la cuestión indígena y la lucha
por su liberación -tanto económica como política- que escribiera poco tiempo después una breve
biografía sobre el padre de la independencia mexicana, Miguel Hidalgo. Este libro, casi panfletario,
titulado Hidalgo  (México, Instituto Nacional Indigenista, 1956), fue publicado anónimamente como
parte de una serie que el Instituto Nacional Indigenista de México dedicó a las vidas de mexicanos
insignes, dirigida al público infantil y con ilustraciones.
En el ensayo sobre Bolivia es posible apreciar la coincidencia de dos temas que tomarán una
posición central en la evolución posterior de la obra de Manuel Scorza, aunque nunca más sean
tratados en forma de ensayo. Se trata de la cristalización de sus posiciones políticas (ya bastante
definidas en su artículo anterior sobre el aprismo) en torno al antiimperialismo y a la
reivindicación de un nacionalismo de izquierdas panamericano, por una parte, y al descubrimiento
del problema de la explotación de los indios y la posesión de la tierra que, desde su punto de
vista, configuraba una realidad que había sido pasada por alto incluso por ciertos sectores de la
izquierda latinoamericana. Este último punto ya había sido desarrollado por José Carlos
Mariátegui en su ya clásico Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928).
Los cambios políticos del Perú facilitaron a Scorza una vía de retorno a su país. En 1956, en las
elecciones generales convocadas por el general Odría, fue elegido como presidente el candidato
liberal Manuel Prado, que ya había gobernado el país entre 1939 y 1945, en esta ocasión apoyado
por una APRA derechizada. Fruto -en parte- de estos cambios políticos, Scorza obtuvo aquel
mismo año en el Perú el Premio Nacional de Poesía -que llevaba el nombre de «José Santos
Chocano»-, por su libro Las Imprecaciones, publicado un año antes en México, lo que le abrió las
puertas de una vuelta a su país con un cierto reconocimiento.  Scorza volvió en 1957 al Perú,
donde permaneció durante los siguientes once años. Poco después de su regreso, se casó con
Lydia Hoyle, con quien tuvo dos hijos: Manuel Eduardo («Manuco») y Ana María. A partir de su
regreso Scorza desarrolló una serie de iniciativas editoriales que le reportaron una amplia
reputación en el país[2].
Scorza desarrolló una intensa actividad como editor durante una década, de 1956 a 1966,
aproximadamente. Comenzó en el Perú con los llamados Festivales del Libro, bajo los auspicios
del Patronato del Libro Peruano, una iniciativa privada ideada por un grupo de escritores que
había sufrido el exilio, entre los que se contaba el propio Scorza. Este proyecto pretendía acercar
el libro, considerado entonces un objeto de lujo en el Perú, a su público real eliminando la barrera
de los intermediarios que encarecían su coste: los libros se vendían en las plazas, en puestos
callejeros, y se apoyaba su lanzamiento con campañas publicitarias en prensa que incluían a
menudo la presencia del autor y la firma de ejemplares. Por otro lado, el abaratamiento del libro
también era posible gracias a las grandes tiradas de ejemplares -del orden de los 10 000 por título,
para empezar-, al empleo de técnicas de imprenta como el  offset, además del papel de baja
calidad, y al apoyo económico de empresas patrocinadoras. De este modo podían venderse los
libros al módico precio de tres soles de la época. Por otra parte, el prestigio de estos festivales se
apoyaba en la nómina de colaboradores, entre los que se encontraban escritores como José
Durand, Manuel Mujica Gallo, Estuardo Núñez y Sebastián Salazar Bondy [3], por citar sólo a unos
pocos, que se encargaban de elaborar los prólogos y seleccionar los textos para las antologías
publicadas.
Los dos primeros festivales se dedicaron a autores peruanos, a divulgar las obras imprescindibles
de su literatura nacional, desde el Inca Garcilaso a César Vallejo, pasando por Ricardo Palma o
Manuel González Prada, entre otros. En cambio, los dos últimos, con el título de «Grandes Obras
de América», se abrieron a la literatura del resto del subcontinente. Continuaron publicándose
textos de autores peruanos, como Ciro Alegría o José María Arguedas, pero se dio cabida a
escritores invitados como Rómulo Gallegos o Jorge Icaza. Tras dos años, una vez agotado el filón
peruano, Scorza decidió expandir su empresa por otros países hispanoamericanos para repetir su
éxito. Así surgió la Organización Continental de los Festivales del Libro (ORCOFELI), cuya primera
escala fue Venezuela, donde el autor peruano contactó con el poeta y ensayista Juan Liscano
-quien, años más tarde, estaría al frente de la prestigiosa editorial Monte Ávila, donde Scorza
publicaría parte de su obra- para dirigir la «Biblioteca Básica de Cultura Venezolana». En esta
colección publicó, de 1958 a 1960, los títulos más importantes de la literatura venezolana, desde
Rómulo Gallegos -a quien se dedicó una serie especial- a Teresa de la Parra, pasando por Arturo
Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y tantos otros. A continuación, Scorza dio el salto a Colombia,
donde eligió al también novelista Eduardo Caballero Calderón como presidente de honor para
coordinar los Festivales del Libro Colombiano, aunque la dirección efectiva recayó en manos del
periodista Alberto Zalamea, hijo del poeta Jorge Zalamea. Tras un intento fallido en Centroamérica,
Scorza exporta su idea, finalmente, a Cuba. Allá la dirección del Festival del Libro Popular Cubano
fue a manos de Alejo Carpentier, a quien Scorza consideraba un maestro y con quien le unía una
relación de amistad; sin embargo, debido, al parecer, a los problemas económicos inmediatos
surgidos tras la revolución cubana, Scorza se arruinó.  Hacia 1959, Scorza ideó una nueva
colección de libros de bolsillo, denominada Bolsilibros, que también quería que dirigiera Alejo
Carpentier, pero no llegó a cuajar debido a la quiebra de la Organización Continental de los
Festivales del Libro. Este proyecto, de algún modo, adelantaba la que sería, más adelante, en 1963,
su última aventura editorial, Populibros Peruanos, cuyo nombre indicaba ya su principal objetivo:
la popularización del libro en el Perú, con lo que retomaba, de algún modo, el espíritu que animaba
los Festivales del Libro. En esta ocasión, la publicación de textos de la literatura peruana no se
limitó a los clásicos, sino que dio a conocer a nuevos autores, de temática urbana, como Julio
Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Enrique Congrains, Luis Loayza u Oswaldo Reinoso.  Por otra
parte, también dio cabida a obras de la literatura hispanoamericana y universal (como  Papá
Goriot de Honoré de Balzac,  Madame Bovary de Gustave Flaubert, El eterno marido de Fiodor
Dostoievski). El éxito de este proyecto se prolongó durante dos años, a lo largo de doce series, de
cinco títulos cada una. No obstante, Populibros Peruanos se vio abocada también a la ruina tras la
prohibición de venta pública llevada a cabo por la Municipalidad de Lima: al parecer, el detonante
fue el secuestro de la edición de  El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, considerada
escandalosa por las autoridades.
A pesar de la relativa fugacidad de todas estas iniciativas, Scorza puso en evidencia la existencia
de un público potencial, masivo, ignorado hasta entonces, y la necesidad de abastecerlo. En este
sentido, de algún modo, abrió el camino, con sus aciertos y sus errores, a posteriores empresas
editoriales de mayor envergadura en América Latina. Además, con esta experiencia, Scorza
aprendió, desde luego, las estrategias del mercado editorial, el papel de la publicidad y el
marketing, que más tarde le sirvieron de gran utilidad a la hora de planear su lanzamiento como
narrador[4]. Paralelamente, siguió escribiendo y publicando poesía, como lo demuestra en  Los
adioses  (1960),  Desengaños del mago  (1961), «Réquiem por un gentilhombre» (1962) y, más tarde,
«Cantar de Túpac Amaru» (1969) y El vals de los reptiles (1970).
Parece existir una clara relación entre la marcha de Scorza del Perú en 1967 -tras divorciarse de su
primera esposa y conocer a Cecilia Hare, que se convertiría en la segunda-, su establecimiento
permanente en París a partir de 1968 y su conversión en narrador, en escritor de novelas. En el
agitado universo parisino de finales de los años sesenta, Scorza desembarcó como un intelectual
latinoamericano más, con muchas ambiciones, algunos contactos importantes -fruto de su
anterior labor de editor- y escasos recursos. Son los momentos en que el  boom latinoamericano
empieza a tener repercusión en el universo francófono, como parte de su proceso de
internacionalización, puesto que ya son conocidos en Europa autores como M. Vargas Llosa o J.
Cortázar[5]. Scorza trae consigo todos los materiales que había estado recopilando sobre las
rebeliones campesinas en el Perú, desde su implicación en el Movimiento Comunal de Cerro de
Pasco desde 1961: documentación, cintas, fotos, entrevistas,  etc., dispuesto a escribir algo
importante sobre su país, con la perspectiva que da la distancia. No está claro en qué momento
concibe Scorza la posibilidad de transformar su historia en una novela y, más tarde, en un ciclo
novelístico.
Sin ser demasiado consciente de su objetivo, Scorza redactó Redoble por Rancas  en forma de
novela, probablemente entre finales de 1968 y principios de 1969 [7]. Su método de escritura era
bastante compulsivo, escribía con rapidez, pero retocaba largamente los borradores, hasta llegar a
redactar más de diez versiones para cada página. En la segunda mitad del año 1969, Scorza envió
manuscritos de su obra a diversas editoriales, sin obtener respuestas positivas, siendo rechazado
en diversas ocasiones. Al mismo tiempo, también la envió al Premio Planeta. Aunque resultase
ganador el veterano Ramón J. Sénder por En la vida de Ignacio Morel, la novela de Scorza quedó
finalista, tras una votación ajustada (tres contra dos), y en los meses siguientes la editorial Planeta
optó por publicarla -visto el éxito que otras editoriales, como Seix Barral, obtenían con autores
latinoamericanos-. Después de la publicación en Barcelona de  Redoble por Rancas vino el
impacto: la novela tuvo una buena acogida, se convirtió en un éxito editorial, y su autor empezó a
ser reclamado por la prensa especializada.
En el Perú, la publicación de la novela fue acogida con sorpresa en el ámbito intelectual, pero en el
contexto de los primeros años del gobierno revolucionario militar del general Juan Velasco
Alvarado, también fue interpretada como una cierta justificación del proceso de reforma agraria y
de transformación socialista que se estaba emprendiendo. En este sentido, la liberación por
intervención directa del presidente, de Héctor Chacón, el «Nictálope» en  Redoble por Rancas, que
se hallaba cumpliendo condena en prisión, el 28 de julio de 1971, después de una carta de Scorza
aparecida en la revista  Caretas  y la respuesta del propio «Nictálope» desde el penal del Sepa en la
selva peruana, dio efectividad y resonancia a la obra de Scorza, como él mismo contó
incansablemente en los años posteriores, puesto que la ficción había alterado la realidad, algo
infrecuente en la historia de la literatura.
Desde principios de los años setenta, la vida de Scorza en París se convirtió en la de un escritor
de éxito, con ediciones de sus nuevas novelas (en 1972 aparecería Historia de Garabombo, el
Invisible, también en Planeta), frecuentes viajes por Europa y Latinoamérica, apariciones en
televisión y abundantes entrevistas en medios periodísticos y revistas especializadas. Entre sus
amistades de entonces se contaban otros novelistas latinoamericanos de éxito afincados por
aquella época en París
Sin embargo, a pesar de la fama obtenida por sus primeras novelas, los ingresos de Scorza no
eran muy elevados, por lo que, entre 1970 y 1978, el autor enseñó también literatura
latinoamericana y lengua española en la École Normale Supérieure de Saint-Cloud de París.
Durante este tiempo, hasta 1976, su esposa Cecilia le ayudó con los manuscritos y contribuyó a la
economía familiar que, desde 1973, contaba con una nueva boca que alimentar, la de su hija recién
nacida, Cecilia. Sólo a partir de los años 1977-1978, con la aparición de sus nuevas novelas, El
Jinete Insomne y  El Cantar de Agapito Robles, y la traducción de Redoble por Rancas a
numerosas lenguas, Scorza pudo plantearse su dedicación exclusiva a la literatura.
Este éxito se vio refrendado en 1979, con la propuesta de su candidatura al premio Nobel de
Literatura que, finalmente, fue concedido ese año al poeta griego Odysseus Elytis [9]. Liberado de
sus tareas académicas, y finalizada también la redacción del ciclo de  La Guerra Silenciosa, Scorza
volvió a implicarse intensamente en 1978 en la vida política del Perú, alternando a partir de
entonces su residencia entre Lima y París, llegando a presentarse como candidato a la
vicepresidencia del Perú por una coalición de pequeños partidos de izquierda, el Frente Obrero,
Campesino Estudiantil y Popular (FOCEP) en las elecciones de 1980.
A lo largo de los años setenta, el éxito internacional de sus novelas, así como su reconocimiento
europeo, produjeron una cierta transmutación de la figura pública de Manuel Scorza. Su discurso
público sobre la situación de los indios en Latinoamérica, muy articulado para el lector europeo,
fue insistente y paralelo a la publicación de sus sucesivas novelas en diversos idiomas. Para ello,
mezclaba constantemente el mito, la realidad y la ficción en sus declaraciones, algo que ya tenía
límites difusos en sus obras, y rehacía una y otra vez su biografía para destacar la centralidad de
su papel como defensor de la causa indígena, hasta llegar a identificarse plenamente con ésta. En
todo caso, la habilidad innata del autor para la promoción editorial de su obra y su figura pública,
tan criticada en ocasiones, no jugaba en contra de su valía creativa, sino que representaba una
muestra del aprendizaje previo realizado como editor.
Ya en los años ochenta, finalizadas y publicadas las cinco novelas que integran su ciclo de  La
Guerra Silenciosa (es decir,  Redoble por Rancas,  Historia de Garabombo el Invisible,  El Jinete
Insomne, Cantar de Agapito Robles  y La Tumba del Relámpago), Scorza, entre París y Lima,
trabajó en nuevos proyectos[10]. Por una parte, un ensayo sobre la literatura latinoamericana, que
debía titularse Literatura, primer territorio libre de América Latina, ya citado, y que anunció
repetidamente en numerosas entrevistas. Por otra, una novela, El verdadero descubrimiento de
Europa, que dejó sin terminar, aunque en un estado bastante avanzado.  Apareció en 1983 en
España una nueva novela, La Danza Inmóvil, donde trata el compromiso político del intelectual
hispanoamericano. Al parecer esta constituía la primera entrega de otro proyecto, de un tríptico,
en este caso, que debía llevar por título El Fuego y la Ceniza. Desgraciadamente, no se puede
saber nada definitivo sobre el nuevo rumbo que se proponía tomar Scorza, ya que el 27 de
noviembre de 1983 falleció en Madrid, a las 01:04, hora española, en un accidente de aviación.
También murieron con él los escritores Marta Traba, Ángel Rama y Jorge Ibargüengoitia.

Características de sus obras

Los poemas Manuel Scorza se caracterizan por poseer elementos que se relacionan con
las historias fantásticas y mitología de la cultura indígena así como se entremezclan con el
realismo social.

la intertextualidad con otros textos, periodos y géneros

Entre las técnicas más utilizadas por Scorza destacan la parodia, la sátira y la
ironía para criticar y expresar las injusticias por las que ha pasado el pueblo
peruano. Sin embargo, en ningún momento el autor se impone sobre la voz del
narrador y a menudo se coloca como un tercero, o un testigo en medio de la
historia.

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