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INTRODUCCIÓN
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Configuramos estos modelos de Iglesia sin desarrollar su surgimiento
histórico. Extraemos de la experiencia vivida a lo largo de estos ocho años
tres grandes esquemas o configuraciones de la Iglesia en la sociedad. Damos
por supuesto que la realidad es más rica y dinámica, y en muchas ocasiones
difícil de encasillar en esquemas rígidos muy elaborados.
Nuestro análisis se concentra en la realidad de la Iglesia Católica. Es fun-
damentalmente esa realidad la que queremos sistematizar en el presente
estudio, aunque hagamos referencias ocasionales a las Iglesias protestantes.
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oficiales de la misma jerarquía y por otra participan sin conciencia crítica
en celebraciones religiosas tradicionales tendenciosas políticamente e incluso
abiertamente provocadoras de actitudes contrarias al proceso revolucionario.
Esta masa es fácilmente manipulada en sus sentimientos religiosos por su
falta de conciencia crítica, tanto religiosa como política. Es en este sector
donde más se ha centrado el trabajo pastoral de la arquidiócesis de Managua,
promoviendo las tradiciones más populares de la religiosidad, sus símbolos,
imágenes y celebraciones.
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diocesano y religioso de avanzada edad, nacional y extranjero, y la nueva
generación de sacerdotes nicaragüenses que controlan los puestos importantes
de la curia de Managua y dirigen o coordinan los movimientos laicales, cursi-
llos, carismáticos, encuentros matrimoniales... Estos movimientos, aunque
son acogidos por sectores del pueblo cristiano, están dirigidos y animados por
la burguesía capitalina sobre todo.
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1.2.1. Análisis de la realidad
En este modelo la Iglesia abre los ojos a los problemas de la sociedad
(no como en el modelo anterior) pero no siente la necesidad de adoptar
soluciones de cambio de estructuras, sino de cambio de actitudes morales,
junto con ayudas al desarrollo. Ante la pobreza, el subdesarrollo, la miseria,
etc., no se trata de cambiar las estructuras, sino de cambiar a las personas
para que sean buenas y para que siendo buenas funcione mejor la sociedad
y se eviten en lo posible esas situaciones lamentables. El sistema no es malo,
sino que simplemente tiene fallas que hay que subsanar, lo cual es natural.
El análisis de la realidad que se hace es el que clasicamente se llama "fun-
cionalista".
El desarrollo es considerado como un proceso rectilíneo de la historia,
sin rupturas, desde las pautas dadas en los países desarrollados del Primer
Mundo.
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mucho más en la dimensión comunitaria de la fe. Se hace una relectura de
todo el capital cristiano en clave histórico-salvífica, personalista, existen-
cialista... A pesar del diálogo con el mundo, la Iglesia sigue todavía en unos
planteamientos eclesiocéntricos.
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1.2.3. Actitud ante la revolución
Antes del triunfo de la revolución, la Iglesia situada en este modelo no se
relaciona con los movimientos populares, porque la política de estos no entra
en el sistema. Mientras es posible, la Iglesia ignora a los movimientos popu-
lares. Cuando su emergencia hace imposible que se les ignore, la Iglesia, en
un primer momento, se confronta con ellos, a través del tema de la violencia,
de los derechos humanos, de la propiedad, del ateísmo, el materialismo y el
anticomunismo. Cuando surge la violencia de los movimientos populares, la
jerarquía, que hasta entonces no había hablado de la violencia institucionali-
zada, habla ahora de su rechazo de la violencia "venga de donde viniere".
Adopta una postura pretendidamente neutral, teniendo una palabra para las
capas dominantes (fundamentalmente un llamado a la moderación, a las
reformas, a las ayudas al subdesarrollo, a los deberes sociales de la propiedad
privada...) y para los movimientos populares emergentes (rechazo de la
violencia, paciencia histórica, reconocimiento de la propiedad privada, peligro
del materialismo y ateísmo de las ideologías marxistes...).
Este modelo de Iglesia tuvo antes del triunfo un amplio desarrollo, ani-
mado por los grupos de cristianos más organizados y comprometidos en las
CEBs, por los grupos juveniles y los sacerdotes y religiosas más abiertos en
el trabajo pastoral. La pastoral progresista jugó un papel importante en la
opinión pública y en las convocatorias masivas al pueblo cristiano, abriendo
amplios espacios de colaboración y participación en el proceso revolucionario
y en la insurrección.
Después del triunfo revolucionario aparecen las consecuencias de la
conflictividad ideológica que atraviesa la Iglesia. Amplios sectores de este
modelo da un paso hacia el proceso revolucionario, otros se unen al proyecto
conservador de los sectores tradicionales de la jerarquía, quedando otro
grupo, en este esquema pastoral, que se sitúa en un cierto abstencionismo de
la política conflictiva, desarrollando su proyecto social en respetuoso entendi-
miento con el gobierno revolucionario.
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lisis de la realidad llamado dialéctico. El subdesarrollo es interpretado desde
las nuevas teorías de las ciencias sociales latinoamericanas. El subdesarrollo
es considerado no como un simple retraso respecto al capitalismo, sino
como su consecuencia, es decir, como un capitalismo dependiente.
Este análisis parte de la realidad y del lugar social de los pobres. Se des-
marca de la visión de la realidad de' las clases dominantes, secularmente
tenida como la única visión objetiva de la realidad. Hace análisis conscientes y
reflejos de su propio análisis de la realidad. Es consciente de las mediaciones
ideológicas, y adopta una postura crítica ante este tema. Descubre el carácter
estructural de la injusticia y del conflicto social. Opta por los pobres. Opta
por la superación del capitalismo, por el cambio radical del sistema. Apoya
la causa popular y su movimiento organizado.
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Surgen las CEBs como la expresión institucional (lo visible de lo carismà-
tico) de la experiencia de fe de los pobres; por eso es por lo que las CEBs
están insertas en el movimiento popular. Se trata de un nuevo modo de ser
Iglesia, y desde ese modo se cuestiona a toda la Iglesia.
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tados por los sectores más conservadores e introducidos en el modelo conser-
vador, que hace violencia a sus propios planteamientos originales.
Los grupos políticos conservadores entran de lleno en este modelo de
Iglesia, y aparecen ahora con un fervor religioso que nunca les caracterizó,
debido a que este sector de la Iglesia y de la jerarquía se convierte en su mejor
aliada y en su principal vocero.
Como expresión clara de este retroceso puede señalarse la pastoral de la
religiosidad popular, minusvalorada y un tanto desatendida en el tiempo de
la renovación conciliar, y rescatada en estos últimos años (apariciones de
Cuapa, "secuestro" de la Sangre de Cristo, reiniciación de prácticas desapare-
cidas, peregrinaciones a los santuarios más tradicionales...) con unos plantea-
mientos pastorales explícitamente conservadores y preconci liares.
Se podría decir que lo que hemos llamado modelo renovado es algo que
en Nicaragua no ha cristalizado en una realidad eclesial suficientemente
significativa. Podría haber cuajado en este modelo un amplio sector del
clero nicaragüense que había asimilado profundamente la renovación conci-
liar y se entregó a ella con gran generosidad pastoral. Sin embargo, la confron-
tación ideológica que se dio en la Iglesia nicaragüense, radicalizó las posturas
y se dificultó el espacio para una actitud de diálogo con la revolución. Así
fue como por presiones de Roma y de la conferencia episcopal se desarticuló
la asociación del clero nicaragüense ( ACLEN), que iba en esa línea.
En este modelo renovado y dialogante se inscribían, también, algunos
sectores del clero nacional que estuvieron muy unidos a ACLEN, pero a causa
del conflicto fueron marginados, pese a lo cual están trabajando eficiente*
mente en algunas parroquias de la diócesis de Granada y Estelí.
Este es también el modelo en el que se enmarcaría un sector significativo
de las Iglesias evangélicas coordinadas entre sí después del terremoto de
Managua en el año 1972 alrededor de un proyecto de promoción humana y
desarrollo, muy unidas a la solidaridad internacional de las agencias del
primer mundo.
En la Costa Atlántica un amplio sector de los sacerdotes capuchinos,
religiosas y agentes de pastoral laicos, y la pastoral en su conjunto, impulsada
por los obispos, podría inscribirse en este modelo renovado, junto con otros
sectores amplios animados por sacerdotes nicaragüenses y extranjeros más
progresistas.
Dentro del modelo de Iglesia liberadora se agrupa la experiencia de las
comunidades de base, ante todo. También tos Delegados de la Palabra. Estos
nacieron como experiencia original dentro del modelo renovado, para poste-
riormente descubrir el ámbito de la acción social y finalmente la implicación
política revolucionaria. Han pasado por la misma contradicción que toda la
Iglesia de Nicaragua, unos derivaron a tas organizaciones populares y gremiales
campesinas, otros han sido controlados y llevados hacia un modelo de Iglesia
más conservador mediante tas presiones jerárquicas.
En cualquier caso, permanecen trabajando en la línea de iglesia liberadora
amplios sectores en el norte del país. Somotillo, Estelí y numerosos grupos
dispersos acompañados por el CEPA.
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También en la Costa Atlántica hay realizaciones pastorales dentro de este
modelo de Iglesia.
En esta misma línea estarían los llamados "centros" de Reflexión Teoló-
gica y de Desarrollo Social, en el país, algunas experiencias de pastoral juvenil,
grupos de burguesía revolucionaria y de cristianos revolucionarios que traba-
jan en el gobierno. Y, finalmente, todo el esfuerzo de una mejor coordinación
de la Iglesia de los pobres, animado por lo que significó de "insurrección
evangélica" el ayuno de Miguel D'Escoto y el viacrucis por la paz y por la
vida del año siguiente, fortalecida con la presencia de numerosas religiosas
y nuevos agentes de pastoral laicos que se han incorporado al trabajo pastoral
en los últimos años, sobre todo en los barrios nuevos de Managua y en las
zonas campesinas más afectadas por la guerra.
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la comunidad. Con el triunfo de la revolución, los cristianos que han vivido
esta experiencia se integran de lleno al proceso revolucionario y los mejores
líderes entran a formar parte de la dirigencia en las organizaciones populares.
Muchos han muerto en el camino.
Por otra parte, a partir del triunfo de la revolución, las CEBs dejan de
ser el único espacio posible para la lucha política: ahora el nuevo espacio
es la revolución misma, espacio conquistado por al pueblo para ser sujeto de
su propia historia. La comunidad de base deja de ser punto de convocatoria
y de encuentro para la lucha social. Con el triunfo revolucionario las CEBs
entran en un proceso de crisis sobre su identidad social.
Por otra parte la revolución como experiencia humana resulta ser una
experiencia totalizante: fuente de valores, de sentido, de utopía de tareas,
de generosidad, de moral. En este sentido la revolución pasa a cubrir para
muchos esa necesidad de sentido y de valores que antes era satisfecha única-
mente por la comunidad cristiana y por la Iglesia como referencia religiosa.
Esto es lo que hace —como hemos aludido anteriormente— que la jerarquía
se sienta desbordada y como desplazada de su función, y es también lo que
hace que la comunidad cristiana de base deje de tener la fuerza de convoca-
toria que tuvo en los tiempos preinsurreccionales. A ello hay que añadir el
hecho de la conciencia explícita que se tiene de que el nuevo sujeto de poder
es el pueblo. Los cristianos se vuelven muy recelosos ante la posibilidad de
duplicar o para I el izar con "obras propias" de Iglesia lo que debe ser protago-
nizado realmente por el nuevo sujeto histórico popular, con lo cual una
crisis de identidad y de sentido invade a no pocas instancias eclesiales. Así,
en el fervor revolucionario de los primeros meses no faltaron agentes pasto-
rales que precipitadamente pensaron haber descubierto que las CEBs podrían
quedar subsumidas en tos "comités de defensa sandinista".
No cabe duda, pues, de que la nueva situación social que comporta la
revolución implica una crisis dentro de la configuración estructural propia
que un modelo de Iglesia adquiere en una situación social determinada.
No en vano la revolución significa un cambio cualitativo y no en vano la
Iglesia está llamada a encarnarse en su tiempo.
Ante esta realidad se puede reflexionar.
Las CEBs nacen en el movimiento popular como una expresión institu-
cional de la eclesialidad. En el tiempo prerrevolucionario se da una convergen-
cia entre el movimiento popular y el movimiento eclesial. Cuando triunfa la
revolución se da un desplazamiento de intereses desde la comunidad hacia la
revolución. La CEB ya no es necesaria para organizarse políticamente, porque
el pueblo es ya el sujeto histórico de la nueva sociedad y tiene sus propias
organizaciones.
Los miembros diríamos "fundadores" de las CEBs en los años sesenta
llegaron a formar las CEBs a partir de su experiencia religiosa profunda vivida
en un proceso de conversión personal, inscrito primeramente en el modelo
eclesiológico de la renovación conciliar, a partir del cual descubrieron poste-
riormente la acción social y el compromiso político. La pastoral que después
se llevó a cabo se centra más en la lucha ideológica que se ha despertado
en Nicaragua, fruto de la manipulación que sectores contrarios al proceso
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quieren hacer del mensaje religioso, de sus símbolos tradicionales, del Papa y
de la autoridad eclesiástica. Estos conflictos han acaparado en más de una
ocasión la vida de la comunidad eclesial obligando a dejar en segundo plano
el trabajo de acompañamiento pastoral y la formación de nuevos miembros
de la comunidad desde la propia experiencia. Los conflictos con la jerarquía
han llevado a las CEBs a luchar más por su legitimidad eclesial que a la imple-
mentación de un proyecto de crecimiento y de acompañamiento pastoral,
sobre todo en los primeros años.
Todos los factores señalados pueden explicar el decaimiento de las
CEBs en la situación posrevolucionaria en Nicaragua. El esfuerzo enorme que
se ha hecho en estos años por reorganizarlas y revitalizarlas no se ha visto
correspondido por los frutos que cabría esperar. Lo cual no debe
ser interpretado como un fracaso, sino como un indicador de que quizás el
camino correcto no vaya por ahí. Estamos en una etapa nueva y en una
sociedad nueva, a la que sin duda corresponderán eclesialmente nuevas
formas de presencia y de acción que hay que descubrir con creatividad y
discernimiento bajo el impulso del Espíritu. Ese es el desafío.
Hay otras experiencias que no conocemos suficientemente como para
poder presentarlas en este trabajo. Por ejemplo las CEBs en los barrios de
Esteti.
De hecho en las ciudades no hay actualmente muchas CEBs dinámicas y
creativas, sino sólo algunos grupos y restos de grupos y los nuevos grupos
que han surgido en los barrios nuevos con la participación de nuevos agentes
de pastoral incorporados después del triunfo y con un trabajo más centrado
en una pastoral tradicional: celebraciones de la eucaristía dominical, cate-
quésis, formación de pequeños grupos bíblicos, buscando crear un proceso
de mayor integración entre la fe y sus celebraciones tradicionales con la
realidad, con el objetivo de formar nuevas comunidades en estos sectores
más pobres y populares de Managua. Apenas existen CEBs que aglutinen a
hombres y mujeres que viven su fe dentro del proceso revolucionario, que
tengan una militancia revolucionaria organizada y a la vez una dimensión
religiosa profunda y dinámica en virtud de la cual se convocan para revisar
y acompañar con su fe su compromiso... Lo que se da más bien son grupos
de hombres y mujeres que se agrupan por su sentimiento religioso tradicional
y que aceptan acompañar a la revolución, pero que cuando asumen tareas o
puestos de responsabilidad en las organizaciones populares se distancias de
los compromisos específicamente pastorales y se ausentan de las reuniones
de la comunidad.
¿Por qué?
Sería interesante aventurar —sólo aventurar, a la espera de nuevos discer-
nimientos y otras aportaciones— algunas respuestas a este porqué, quizás el
ambiente de las CEBs ya no responde a las necesidades nuevas de una socie-
dad posrevolucionaria, quizá no hemos encontrado una metodología nueva
para ta CEBs en situación posrevolucionaria; quizá no acabamos de encontrar
la forma de ubicar correctamente la experiencia cristiana en relación con esa
experiencia "humanamente totalizante" que es para muchos la revolución;
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quizá nos están afectando más de lo que pensamos las consecuencias de los
fallos, descuidos y desatenciones —antes señaladas- de nuestra pastoral
anterior; quizá la posrevolución acelera un cierto proceso de secularización;
en cualquier caso habrá que contar también con la debilidad humana y los
fallos del hombre, el cansancio, la pérdida del sentido de pertenencia; también
—y en cualquier hipótesis esto parece cierto- pesa mucho la utilización
que la jerarquía católica ha hecho de su autoridad -con el peso incuestio-
nable que tiene para mucha gente sencilla- para confrontarse con el modelo
de iglesia liberador, lo cual retrae y desconcierta a muchos; quizá muchos,
ante la situación de conflicto, prefieren privatizar su cristianismo para no
cargar con más dificultades en una vida social nicaragüense ya cargada con
suficientes dificultades; quizás el escándalo de una jerarquía católica que no
apoya al pueblo ni denuncia la agresión que sufre, ha hecho perder la fe en la
Iglesia a muchos, especialmente jóvenes y revolucionarios, quizá también
ciertos dogmatismos marxistes de algunos cuadros intermedios y en algunos
jóvenes que regresan del extranjero de sus estudios...
Quizás el desafío mayor consista ahora en saber acompañar a tantos
militantes que después del triunfo ya no encuentran lugar en la Iglesia, en la
CEB... por absorción de tareas revolucionarias, por encontrarse incómodos
en ese ambiente, por el escándalo de la Iglesia... Sin que sea tan importante
reproducir el modelo exacto de lo que han sido las CEBs dentro de ese
modelo eclesiológico liberador.
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Ει proyecto revolucionario nicaragüense posibilita la participación de
los cristianos en la revolución, lo cual constituye una de sus notas caracte-
rísticas esenciales, que está siendo mantenida por la revolución —fiel a sus
orígenes y a sus principios— a pesar de que muchos —y, lamentablemente,
entre ellos no pocos cristianos— desearían que cualquier día pudiese decirse
lo contrario.
En este momento, lo más importante es que la Iglesia de los pobres sea
un signo testimonial de una presencia profética de la Iglesia toda en medio
del proceso revolucionario, propiciando espacios de encuentros y celebra-
ciones, convivencias y reflexiones a la luz de la fe. Que esté presente en los
momentos decisivos de la vida, muerte, movilización de los jóvenes... con
una pastoral de acompañamiento. Crear espacios de "referencia simbólica"
para el pueblo creyente y revolucionario. Que el pueblo cristiano y revolu-
cionario pueda sentirse "afectivamente" acompañado por sacerdotes, pastores,
comunidades..., y sobre todo, que la Iglesia de los pobres esté presente en el
proceso de formación de la nueva conciencia nicaragüense, en sus nuevas
expresiones culturales, en la nueva ideología, aportando su experiencia y el
testimonio de los valores evangélicos y cristianos.
Todo ello hizo que la masa del pueblo pasara directamente del modelo
conservador a la participación revolucionaria. Esta incorporación de las masas
a la revolución se dio sin contradicciones con su fe, pero también sin una
conciencia verdaderamente revolucionaria, madura, tanto a nivel político
como a nivel religioso. Eso es lo que explica la confiictividad y la confusión
en un amplio sector del pueblo cristiano pasado el entusiasmo del triunfo.
A partir del año 1972 con el terremoto de Managua la confrontación
política se agudiza más y los cristianos han de afrontar continuamente los
desafíos de la acción política. Son los años de encuentro de los cristianos en
el proceso popular y revolucionario en todos los niveles organizativos. Las
CEBs viven profundamente esta integración en la militancia política y asumen
dentro de la Iglesia un puesto de beligerancia crítica y profética contra la
dictadura, acompañando así el proceso del pueblo.
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MODELOS DE IGLESIA
Modelo Conservador Modelo Renovado Modelo Liberador
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^ s
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