Fundamentos Teológicos de La Predicación.stam PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 11

Lectura 1 del Curso retórica y predicación

Fundamentos teológicos de la predicación


Juan Stam

El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en


cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el
poder de Dios... Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no
lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la
locura de la predicación, a los que creen... Este mensaje es motivo de
tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles, pero para los que Dios
ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios
es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte
que la fuerza humana.

Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios,


no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse, más bien, estando
entre ustedes, no saber de alguna cosa, excepto de Jesucristo y de éste
crucificado (1 Cor 1:18-2:2).

La predicación, en su sentido bíblico y teológico, es mucho más que


sólo la entrega semanal de una homilía religiosa, con todo respeto por la
importancia del sermón. Es más que una conferencia teológica o una charla
sicológica o social. Es aun más que un estudio bíblico, elemento esencial de
toda la vida cristiana. Entonces, ¿En qué consiste la esencia y el sentido de
la predicación?

El griego del NT emplea básicamente tres términos para la


predicación. El más común es kêrussô (proclamar), y su forma substantivada,
kêrugma, ambos derivados de kêrux (heraldo; cf. 1 Tm 2:7; 2 Tm 1:11; 2 P
2:5). En el vocabulario teológico moderno se ha creado también el adjetivo
"kerigmático", lo que tiene que ver con la proclamación del kêrugma. Otros
conjuntos semánticos son euaggelizô (anunciar buenas nuevas), junto con
euaggelion (evangelio) y euaggelistês (evangelista) y kataggellô (anunciar)
también de la raíz aggelô (llevar una noticia; Jn 20:18) y aggelos (ángel,
mensajero). En todos esos vocablos se destaca el sentido de proclamar una
noticia o entregar un mensaje. La predicación no consiste esencialmente en
comunicar nuevas ideas sino en narrar de nuevo una historia, la de la gracia
de Dios en nuestra salvación, y esperar que por esa historia Dios vuelva a
hablar y a actuar.

1. La predicación y el reino de Dios


Al estudiar los aspectos y dimensiones de esta tarea kerigmática, nada
mejor que comenzar donde comienza el NT. Juan el Bautista vino predicando
en el desierto, "Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca" (Mt
3:1), y Jesús llegó con el idéntico mensaje, según Mt 4:17 (cf. Mr 1.14-15).
Jesús comisionó a los doce a proclamar el mismo mensaje (Mt 10:7; Lc 9:2).
Más adelante el primer evangelista, escribiendo para los judíos, describe el
ministerio de Jesús con las palabras, "Jesús recorría todos los pueblos y
aldeas, enseñando (didaskôn) en las sinagogas, anunciando (kêrussôn) el
evangelio del reino, y sanando toda enfermedad" (Mt 9:35; Lc 8:1; cf. 4:43).
Según Lucas, el Cristo Resucitado también enseñó a los discípulos durante
cuarenta días "acerca del reino de Dios" (Hch 1:3) y de la misión de
proclamar ese reino hasta lo último de la tierra, hasta su venida (1:1-11). El
tema central de los tres primeros evangelios es la llegada del reino de Dios,
que con seguridad refleja el mensaje original de Jesús. Muy relacionado con
el tema del reino, Jesús proclamó también la libertad y la igualdad del Jubileo
(Lc 4:18-19; cf. 7:22).

Aunque el tema del reino es menos presente en Pablo y en el cuatro


evangelio, por las nuevas circunstancias culturales y políticas de su misión,
sigue siendo muy importante (cf. Jn 3:3,5; 18:36). La labor misionera de
Pablo se describe como "andar predicando el reino de Dios" (Hch 20:25), y
en la fase final de su misión, ya como preso en Roma, Pablo "predicaba el
reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo" (Hch 28:31). Es más,
Jesús mismo, en su sermón profético, anuncia que "este evangelio del reino
se predicará en todo el mundo" hasta el fin de la historia (Mt 24:14).

La expectativa del reino mesiánico pertenecía hacía siglos a la


tradición judía; lo novedoso del evangelio del reino consistía en anunciar su
inmediata cercanía (Mt 3:1; 4:17). Para Jesús, el reino no sólo está cerca sino
que, en su persona, el reino se ha hecho presente (Mt 12:28; Lc 4:21; 11:20).
Los apóstoles también proclamaban que los tiempos del reino habían llegado
(Hch 2:16; 1 Cor 10:11; 1 Jn 2:18). Por eso, predicar es "decir la hora" para
anunciar que el reino de Dios ha llegado ya. La predicación es la
proclamación de este hecho para interpretar bajo esta nueva luz el pasado, el
presente y el futuro. "La predicación pone siempre en presencia de un hecho
que plantea una cuestión" (Léon Dufour 1973:711). Esta nueva realidad exige
una respuesta específica: arrepentimiento, fe y la búsqueda del reino de Dios
y su justicia (Mat 6:33), o en una palabra, la conversión.

En conclusión: la proclamación del reino es parte central de la


predicación, y también, la predicación es parte esencial de la dinámica del
reino y un agente importante de su realización. Como señala González
Nuñez, "La palabra de Dios es poder activo en la historia. Pero, además,
ejerce en el mundo actividad creadora, empujando todas las cosas hacia su
respectiva plenitud. Visto al trasluz de la palabra, el mundo se hace
transparente... Creadora en el mundo, salvadora en la historia, la palabra de
Dios es una especie de sustento, necesario para que la vida lo sea
plenamente " (Floristán 1983:678). La palabra creativa de la predicación va

2
acompañando la marcha del reino de Dios.

2. La predicación y el Evangelio
Si bien el tema "reino de Dios" predomina en los evangelios sinópticos,
en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su misión, apenas se
menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y "predicar el
evangelio". Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo menos la mayoría de
ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son anteriores
cronológicamente a los evangelios sinópticos. En ese sentido, la enseñanza
del reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a la vez
es posterior a ellas (por la fecha en que fueron redactados los sinópticos).
Eso refuta la tesis de que la iglesia había abandonado, o disminuido casi
totalmente, el tema del reino y lo había sustituido con "el evangelio". "Reino"
y "evangelio" son dos lados de la misma moneda.

La proclamación de las buenas nuevas de salvación es esencial a la


tarea de predicación, tan urgente que Pablo una vez exclamó, "¡Ay de mí si
no predico el evangelio!" (1 Cor 9:16). Más adelante en la misma epístola,
Pablo define "el evangelio que les prediqué", y que él había recibido, como el
mensaje de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús (1 Cor 15:1-4). El
anhelo de toda la vida de Pablo fue el de "proclamar el evangelio donde
Cristo no sea conocido" (Rom 15:20). Toda predicadora fiel puede afirmar
con Pablo, sin titubeos, "no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de
Dios para la salvación de todos los que creen" (Rom 1:16).

La predicación evangélica es en primer lugar "predicar a Jesucristo" y


"el evangelio de Jesucristo" (Hch 20:24; 2 Cor 4:5; cf. 11:4), como Hijo de
Dios (1 Cor 1:19; Hch 9:20), crucificado (1 Cor 1:23; Gal 3:1) y resucitado (1
Cor 15:11-12; Hch 17:18). En Gálatas 3:1, Pablo describe su predicación
como si fuera dibujar el rostro de Cristo ante los ojos de los oyentes (kat'
ofthalmous Iêsous Jristos proegrafê estaurômenos). En algunos pasajes se
llama "el evangelio de Dios" (1 Ts 2:9; 2 Cor 11:7) o "el evangelio de la gracia
de Dios" (Hch 20:24). Con una terminología levemente distinta, se llama
también "el mensaje de la fe" (Rom 10:8; cf. Gal 1:23) o "el mensaje de la
cruz" (1 Cor 1:18). En Efesios 2:17, Pablo describe a Cristo mismo como
predicador del Shalom de Dios (cf. Hch 10:36). En conjunto, estos textos nos
dan el cuadro de un evangelio integral en la predicación.

3. La predicación y la palabra de Dios


Esa relación dinámica entre la proclamación y el evangelio del reino
implica también la relación inseparable entre la predicación y la Palabra de
Dios. Por eso, se repite a menudo que los apóstoles y los primeros creyentes
"predicaban la palabra de Dios" (Hch 8:25 13:5; 15:36; 17:13), o
sinónimamente, "la palabra de evangelio" (1 P 1:25) o "la palabra de verdad"
(2 Tm 2:15). Otras veces se dice lo mismo con sólo "predicar la palabra" (Hch
8:4). El encargo de los siervos y las siervas del Señor es, "predique la
palabra" (2 Tm 4:2), lo cual es mucho más que sólo pronunciar sermones.

3
La frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras
y en la historia de la teología. La palabra de Dios por excelencia es el Verbo
encarnado (Jn 1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En
las escrituras tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo
encarnado (Jn 5:39). Pero la palabra proclamada, en predicación o en
testimonio, se llama también "palabra de Dios", donde no se refiere ni a
Jesucristo ni a las escrituras (Hch 4:31; 6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32; 17:13;
cf. Lc 10.16). Cristo es la máxima y perfecta revelación de Dios, quien
después de hablarnos por diversos medios, "en estos días finales nos ha
hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen hêmin en huiô, "nos habló
en Hijo"). El lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las escrituras son el
testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente normativas para toda
proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es también "palabra de
Dios", según el uso bíblico de esa frase.

Esta comprensión de las tres modalidades de la palabra de Dios, y por


ende de la predicación como palabra de Dios cuando es fiel a las escrituras,
fue expresada en lenguaje muy enfático por Martín Lutero y reiterado con
igual énfasis por Karl Barth (KB 1/1 107; 1/2 743,751). Según la Confesión
Helvética de 1563, "la predicación de la palabra de Dios es palabra de Dios"
(praedicatio verbi Dei est verbum Dei). Lutero se atrevió a afirmar que cuando
el predicar proclama fielmente la palabra de Dios, "su boca es la boca de
Cristo". Karl Barth hace suya esta teología de la predicación, para afirmar que
la predicación es en primer término una acción de Dios (1/2 751) en la que es
Dios mismo, y sólo Dios, quien habla (1/2 884).

Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como


sólo la Biblia, este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la
manera de entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la
dignidad del púlpito y el privilegio de ser portador de la palabra divino.
También aumenta infinitamente nuestra expectativa de lo que Dios puede
hacer por medio de su palabra, a pesar de nuestra debilidad e insuficiencia.
Es una vocación demasiada alta y honrosa para cualquier ser humano. Así
entendido, el carácter de la predicación como palabra de Dios nos dignifica y
nos humilla a la vez.

Aquí vale para nuestra predicación la doble consigna de la Reforma de


tota scriptura y sola scriptura. Pablo nos da el ejemplo de proclamar "todo el
consejo de Dios" (Hch 20:20,27; Col 1:2), sin quitarle nada, y tampoco
añadirle "nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron..." (Hch
26:22). Quitamos de las escrituras cuando sólo predicamos sobre ciertos
temas o de ciertos libros y pasajes de nuestra preferencia. En ese sentido,
predicar desde el calendario litúrgico tiene dos grandes ventajas: obliga al
predicador a exponer toda la amplísima gama de enseñanza bíblico, y liga la
predicación con la historia de la salvación (no sólo navidad y semana santa,
sino ascensión, domingo de Pentecostés, etc.). Pero esa práctica no debe
desplazar la predicación expositiva de libros enteros, teniendo cuidado de

4
incluir en la enseñanza los diferentes estratos y géneros de la literatura
bíblica.

Aun mayor es la tentación en la predicación de añadir al texto, como si


él no fuera suficiente. Un sermón fiel a la Palabra de Dios parte del texto
bíblico y no sale de él sino profundiza en su mensaje hasta el Amén final
(Hch 2:14-36; 8:35). Muchos predicadores se dedican más bien a sacar
inferencias del texto, que aun cuando fueren totalmente válidas lógicamente,
no son bíblicas y puede hasta contradecir el sentido del texto. Una ensalada
de consejos vagos, sugerencias abstractas y exhortaciones muy generales,
aunque vengan maquillados con textos bíblicos, no es un sermón, mucho
menos palabra de Dios. El sermón no debe ser una simple antología de
ilustraciones, anécdotas y ex abruptos sensacionalistas. El sermón tampoco
es el lugar para ventilar las opiniones personales del predicador, que no
surgen de la palabra de Dios ni se fundamentan en ella. En la predicación
contemporánea priva un "opinionismo" que raya con el sacrilegio.

El humor debe tener su debido lugar en la predicación (la Biblia misma


es una fuente rica de humor), pero siempre en función del texto y no como fin
en si mismo. El humor debe iluminar el mensaje del texto. Jugar con la
palabra de Dios es pecado, como lo es también volverla aburrida. Los
predicadores tienen que saber moverse entre la frivolidad por un lado, y la
rutina seca y el aburrimiento por otro lado. La jocosidad frívola puede ayudar
para el "éxito" del sermón y la popularidad del predicador, pero será un
obstáculo que impida la eficacia del sermón como palabra de Dios. Hay dos
peligros que evitar en la predicación: la frivolidad, y el aburrimiento.

La predicación es una tarea bíblica, es decir, exegética y


hermenéutica. Bien ha dicho Bernard Ramm (1976:8) que la primera
preocupación del predicador no debe ser homilética (¿Cómo predico un buen
sermón?) sino hermenéutica (¿Cómo oigo la palabra de Dios, y la hago oír?).
Antes del sermón la predicadora se encuentra con Dios en y por el texto,
luchando con Dios y el texto hasta recibir de Dios una palabra viva que sea a
la vez fiel y contextual. Al presentarse ante la comunidad, plasma ese
encuentro en un sermón para compartir ese encuentro con los demás y
buscar juntos la presencia del Señor y escuchar juntos su voz.

La única meta del sermón, la mayor responsabilidad del predicador y


el criterio exclusivo del resultado de la predicación, todos responden a la
pregunta central, si se proclamó fielmente la palabra de Dios. El predicador
no predica para complacer a los oyentes, para manipular sus emociones ni
aun para lograr cambios religiosos y morales en ellos. Su tarea es proclamar
la palabra de Dios; no predica buscando esa transformación sino esperándola
como resultado indirecto por la obra del Espíritu Santo. Mucho menos debe
predicar con la motivación de lograr éxito y fama como orador o erudito
bíblico.

Atreverse a predicar como Dios quiere, es un acto de amor, de

5
humildad y de abnegación. William Willimon ha señalado que el verdadero
predicador tiene que amar más a Dios que a su congregación. Es una gran
tentación para el predicador buscar en su ministerio la realización de sus
propios intereses y metas. La predicación fiel comienza en el corazón del
predicador. Es un corazón con un supremo amor a Dios y su palabra, aun
más que a la congregación y mucho más que a sí mismo.

Pasa con la predicación igual que con la profecía: la predicación fiel


siempre va acompañada por la predicación falsa, que busca complacer a la
gente, se dirige por las expectativas del público y les enseña a decir "Señor,
Señor" pero no a hacer la voluntad del Padre celestial (Mt 7:21-23). Por eso,
la iglesia debe vigilar su púlpito con todo celo en el Espíritu. No debe dejar a
cualquiera que "habla lindo" ocupar ese lugar sagrado sino sólo a los que se
han demostrado maduros, bien centrados en la Palabra y consecuentes en
sus vidas. No cabe duda que el descuido en este aspecto ha producido
desviaciones y aberraciones en las últimas décadas, produciendo daños muy
serios en la iglesia.

Es urgente también ir enseñando a las congregaciones lo que


bíblicamente deben esperar de un predicador y de un sermón. Mucho del
desorden de las últimas décadas se debe a la gran falta de discernimiento de
los mismos oyentes. A pesar del exagerado número de horas que pasan
escuchando sermones, en general no se logra una adecuada formación
bíblica y teológica para discriminar entre predicación fiel y predicación
"bonita", conmovedora o sensacionalista pero no bíblica. Hace años el
destacado orador evangélico, Cecilio Arrastía -- ¡un verdadero modelo de
predicador fiel! -- hablaba de la congregación como comunidad hermenéutica
en que todos sepan interpretar la palabra y distinguir entre lo bueno y lo malo
en la predicación (1 Ts 5:21; Hch 17:11; 1 Cor 14:29).

¡Imploremos al Espíritu de Dios que unja a nuestros predicadores y


congregaciones con amor a la palabra y discernimiento acertado ante estos
abusos!

4. La predicación y el Espíritu de Dios


Por todo lo que hemos expuesto hasta ahora, queda claro que la
predicación es una tarea muy seria, sin duda mucho más grande de lo que
solemos pensar. Con razón observa Karl Barth, en su tratado sobre nuestro
tema, que la predicación es una tarea imposible; para ella, observa, todo ser
humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Es aun imposible que sepa de
antemano qué está pasando en la predicación, porque depende enteramente
de Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San Pablo, "¿Quién es
competente para semejante tarea?" (2 Cor 2:16).

Pero gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la


acompañe el Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la
teología de los Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu". La palabra

6
sin el Espíritu conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra
llevaba, en la frase de ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores
enseñaban también el testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es
letra muerta. En un brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que
fue con esta doctrina que los Reformadores evitaron un concepto cuasi-
mágico de la eficacia de la Biblia que podría compararse con el ex opere
operato del tradicional sacramentalismo católico. La palabra escrita no opera
sola sino vivificada por el Espíritu de Dios.

En nuestro tiempo, Karl Barth ha reformulado esta doctrina en


términos muy impresionantes. La palabra de Dios, para él, ocurre en su
sentido pleno cuando Dios habla y el pueblo escucha (1969:71). La
predicación hace presente a la palabra en forma viva; "cuando se predica el
evangelio, Dios habla" (1969:19) y entonces, en la frase de Lutero, "La
palabra trae a Cristo al pueblo" (1/1 61). En ese acto de Dios, el "Dios que
habló" del pasado se convierte en un presente "Dios que habla", siempre por
las escrituras. Por la acción del Espíritu Santo, la Palabra toma vida, como si
fuera una resurrección del texto.

La predicación, así entendida, es un acto de Dios, totalmente


imposible para un ser humano (1969:21,48,52). El predicador no tiene ningún
control sobre la acción de Dios, ni puede garantizar que Dios hablará por
medio de su homilía. Eso queda totalmente en manos de Dios y ocurre
cuándo Dios quiere y dónde Dios quiere. Por eso -- y esto es lo sorprendente
-- la Palabra de Dios por medio de un predicador y su sermón es siempre un
milagro (1969:23,101). "En esta situación concreta puede suceder que Dios
hable y realice un milagro. Pero nosotros no debemos incluir un milagro, por
anticipado, en nuestra predicación" (1969:23). Al predicador sólo le toca
anunciar que Dios está por hablar (1969:14) y proclamar a la comunidad lo
que Dios mismo los quiere decir, mediante la explicación, en sus propias
palabras, de un pasaje de las escrituras (1969:13).

Esta comprensión radicalmente teocéntrica y pneumatológica nos


hace entender que la única fuerza verdadera de la buena predicación es la
obra del Espíritu Santo. A fin de cuentas, el predicador no puede confiar en la
elocuencia de su oratoria ni el carisma y encanto de su atractiva personalidad
ni nada parecido. Reconocer que el poder del sermón no pertenece a
nosotros mismos, pero que Dios ha prometido el obrar eficaz de su Espíritu, y
confiar en el Espíritu y sólo el Espíritu, no nos permitirá emplear mecanismos
de manipulación para tratar de persuadir a los oyentes (1 Cor 1:18-2:2; 2 Cor
4:2; 12:16-17; Ef 4:14). No harán falta gritos y gemidos simulados, ni
pegajosa música de trasfondo, ni pavonearse de un lado a otro, micrófono en
mano. Es el Espíritu Santo quien penetrará en los corazones, y nosotros los
predicadores sabremos confiar en su actuar y no interferir contra su eficaz
actuar.

Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un


pretexto para la pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser

7
instrumentos del Espíritu, estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y
prepararemos los sermones con todo cuidado y pasión. El texto favorito de
algunos predicadores, "no se preocupen de qué van a decir; el Espíritu Santo
los enseñará lo que deben responder" (Lc 12:11-12), no se aplica a la
preparación de sermones ni al estudio sistemático de las escrituras sino a
casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo para preparar su
defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones carismáticos de la
iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro estudio de la
palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15; Hch
17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).

5. La Predicación y los Sacramentos*


Llama la atención que el NT comienza con la proclamación y el
sacramento juntos. Cuando Juan vino predicando el reino de Dios, llamaba a
los oyentes a un cambio radical de actitud ("Arrepiéntanse", Mt 3:2) ratificado
por una acción sacramental (3:6, ser bautizados). Jesús también vino
predicando el reino, exigió arrepentimiento (4:17) y se dejó bautizar por Juan
(3:13-16). El evangelio de Mateo también concluye con el mandato de
evangelizar a todos los pueblos y bautizarlos (28:19).

Proclamación y sacramento se unieron cuando Juan apareció


"predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados" (Mr
1:4; Lc 3:3; Mt 3:6,8,11). El bautismo conocido en Israel antes de Juan era el
bautismo de prosélitos. Como gentiles inmundos, ellos tenían que limpiarse
en el río Jordán y renacer como nuevas personas, ahora judíos, hasta con
nombre nuevo, según algunas fuentes. Entonces pedirle a un judío de
nacimiento que se someta a tal bautismo era tratarlo como gentil, como que
no fuera israelita, y obligarlo a reconocerse a sí mismo como tal. Por eso el
bautismo de Juan significaba un acto de profundo arrepentimiento. Al dejarse
bautizar también, Jesús, que no tenía pecado alguno de que arrepentirse, se
identificó con los pecadores en ese escandaloso sacramento del
arrepentimiento.

En la acción sacramental, Dios mismo actúa en el actuar de la


comunidad, como en la predicación Dios habla en nuestro hablar. En ese
sentido, el sacramento también es milagro, parecido al sermón. Esa
correlación de palabra y acción apareció antes en los profetas de Israel, que
solían coordinar integralmente la palabra profética y la acción profética. El
acto sacramental es palpable y visible, por una mediación material: el agua
en el bautismo, el pan y el vino en la comunión. Dios, el creador de la
materia, se place en hablar también por ella, como su lenguaje no-verbal (cf.
Salmo 19:1-4).

Ambos, el lenguaje verbal de Dios y su lenguaje no-verbal, son



*
La palabra sacramento se usa en las iglesias de herencia reformada, las iglesias
bautistas usamos la expresión ordenanza

8
necesidades esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido
equilibrio. Ni la celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación,
como en el catolicismo tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe
restarle valor e importancia a los sacramentos. Debe haber una relación
coherente y dinámica entre los dos.

6. La predicación y el culto
Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad de fe en todos
sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración, la
confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento. A veces se
analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje
(enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la
diakonia (servicio, praxis). El sermón no debe verse como una interrupción
externa del culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares"
para el sermón, ni el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos
una nota al pie, del resto de la celebración. En el culto contemporáneo, hay
una fuerte tendencia a sobredimensionar los momentos en que nosotros
hablamos a Dios (cántico, testimonios, oraciones) pero subvalorar los
momentos en que escuchamos a Dios hablarnos a nosotros (la lectura,
confesión, silencio, sermón y sacramento).Especialmente notable y
preocupante es la ausencia del silencio en casi todos los cultos, en el que
Dios nos pueda hablar.

La tendencia hoy en muchas iglesias evangélicas es de priorizar


exageradamente la "A y A" (Alabanza y Adoración) a expensas,
lamentablemente, del sermón. El cántico, a menudo estilo rock 'n roll, dura
unas horas, repitiendo muchas veces los mismos coros, y a la hora de
proclamar la palabra, todos (incluso el predicador) están agotados. Es común
escuchar desde el púlpito frases como, "el Señor nos ha bendecido tanto, y
ahora es muy tarde, de modo que el sermoncito será muy breve", o aun peor,
"el Señor nos ha bendecido tanto esta mañana, no vamos a tener sermón
hoy".

Si se puede afirmar que el catolicismo tradicional tendía a enfatizar


tanto el sacramento que llegaba a eclipsar al sermón, muchas
congregaciones evangélicas contemporáneas están cayendo en la misma
trampa, pero sin el sacramento. Martín Lutero, a denunciar la priorización de
la misa en desmedro del sermón, pronunció palabras que se aplican quizá
aun más a muchos cultos protestantes hoy.

Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad


cristiana nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea
predicada y que se hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la
palabra de Dios, sería mucho mejor ni cantar ni leer ni aun reunirse... Sería
mejor omitir todo lo demás, menos la palabra., porque no hay nada mejor que
dedicarnos a ella.

9
7. La predicación como voz profética
Si la predicación es palabra viva de Dios, lo cuál es la esencia de la
profecía, entonces la predicación debe entenderse como palabra profética.
Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter profético
(Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente profético, desde
el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de
Cristo y de las escrituras también debe ser profética.

Se puede decir que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo


maestros de la ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tenemos sus
profecías en forma escrita, originalmente ellos pronunciaron sus incendiarios
discursos en plaza pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios,
como hemos afirmado, entonces toda predicación debe tener algo de
carácter profético. Eso es la falta más común y más seria en la mayor parte
de la predicación; de hecho, a menudo la predicación en muchas iglesias es
anti-profética y alienante. Tal predicación es infiel a la vocación con que Dios
nos ha llamado.

La palabra "profecía" es uno de los términos bíblicos que peor se


entienden. Se suele entenderla como esencialmente predicción del futuro,
como revelación sobrenatural de información secreta, o como una palabra
divinamente autorizada que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El
vaticinio de eventos futuros constituye una mínima parte del mensaje
profético. El profeta no lo era por predecir, ni dejaba de serlo si no predecía.
En segundo lugar, el AT prohíbe y condena la adivinación, a lo que
corresponde un gran porcentaje de supuestas "palabras proféticas" hoy. Y
lejos de otorgarles a los profetas una autoridad incuestionable, casi divina,
Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las profecías con
discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29).

Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces


reconocido, es que aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y
profética de toda la iglesia, sin distingo de género, edad o condición social
(Hch 2:17-18). Eso significa un llamado profético especialmente para los y las
líderes de la iglesia y una responsabilidad ante Dios y la historia de no
traicionar esa vocación. Una iglesia que no encuentra su voz profética, sobre
todo en momentos de crisis histórica, es simplemente una iglesia infiel.

La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la


historia. Una predicación que semana tras semana no conlleva exigencia
profética, y no tiene cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de
seguro no es Palabra de Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de
productos de consumo religioso pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al
Crucificado en discipulado radical (Mt 16:24).

Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-
proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del
Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su

10
programa profético de igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich
Bonhoeffer, Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su
testimonio con su sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los
grandes profetas de los tiempos bíblicos.

Que Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo.

Bibliografía:

Barth, Karl, La proclamación del evangelio (Salamanca: Sígueme, 1969).


Fee, Gordon D. y Douglas Fee, La lectura eficaz de la Biblia (Miami: Editorial
Vida, 1985)
Floristán, Casiano y Juan José Tamayo ed., Conceptos fundamentales de
pastoral (Madrid: Cristiandad 1983), "Kerygma" 542-549; "Predicación", 817-
830.
Léon-Dufour, Léon-Dufour Xavier, Vocabulario de teología bíblica (Barcelona:
Herder 1973)
Sacramentum Mundi, Karl Rahner ed (Barcelona: Herder 1984) 4:193-199,
"Kerygma"; 5:147-159, "Palabra; Palabra de Dios" y 5:535-542, "Predicación".
Ramm, Bernard, The Witness of the Spirit (Grand Rapids: Eerdmans, 1959).
Ramm, Bernard, La revelación especial y la palabra de Dios (BsAs: Aurora,
1967)
Ramm, Bernard, "Interpretación bíblica" en Diccionario de Teología Práctica,
Rodolfo G. Turnbull ed. (Grand Rapids: T.E.L.L., 1976), pp. 5-19.
Stam, Juan, Apocalipsis y profecía (Bs.As.: Kairos 1998, pp. 26-50; 2004:33-
64).
Stam, Juan, Haciendo teología en América Latina, Tomo II (San José: Ubila,
2005), pp. 379-389.

Este material no tiene un fin de lucro y se comparte con un propósito


educativo. Ubicación: Blogs de Juan Stam
Publicado por: Juan Stam
http://juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/154/Default.aspx
2 de junio, 2020, 10:20

11

También podría gustarte