Fundamentos Teológicos de La Predicación.stam PDF
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acompañando la marcha del reino de Dios.
2. La predicación y el Evangelio
Si bien el tema "reino de Dios" predomina en los evangelios sinópticos,
en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su misión, apenas se
menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y "predicar el
evangelio". Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo menos la mayoría de
ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son anteriores
cronológicamente a los evangelios sinópticos. En ese sentido, la enseñanza
del reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a la vez
es posterior a ellas (por la fecha en que fueron redactados los sinópticos).
Eso refuta la tesis de que la iglesia había abandonado, o disminuido casi
totalmente, el tema del reino y lo había sustituido con "el evangelio". "Reino"
y "evangelio" son dos lados de la misma moneda.
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La frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras
y en la historia de la teología. La palabra de Dios por excelencia es el Verbo
encarnado (Jn 1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En
las escrituras tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo
encarnado (Jn 5:39). Pero la palabra proclamada, en predicación o en
testimonio, se llama también "palabra de Dios", donde no se refiere ni a
Jesucristo ni a las escrituras (Hch 4:31; 6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32; 17:13;
cf. Lc 10.16). Cristo es la máxima y perfecta revelación de Dios, quien
después de hablarnos por diversos medios, "en estos días finales nos ha
hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen hêmin en huiô, "nos habló
en Hijo"). El lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las escrituras son el
testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente normativas para toda
proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es también "palabra de
Dios", según el uso bíblico de esa frase.
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incluir en la enseñanza los diferentes estratos y géneros de la literatura
bíblica.
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humildad y de abnegación. William Willimon ha señalado que el verdadero
predicador tiene que amar más a Dios que a su congregación. Es una gran
tentación para el predicador buscar en su ministerio la realización de sus
propios intereses y metas. La predicación fiel comienza en el corazón del
predicador. Es un corazón con un supremo amor a Dios y su palabra, aun
más que a la congregación y mucho más que a sí mismo.
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sin el Espíritu conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra
llevaba, en la frase de ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores
enseñaban también el testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es
letra muerta. En un brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que
fue con esta doctrina que los Reformadores evitaron un concepto cuasi-
mágico de la eficacia de la Biblia que podría compararse con el ex opere
operato del tradicional sacramentalismo católico. La palabra escrita no opera
sola sino vivificada por el Espíritu de Dios.
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instrumentos del Espíritu, estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y
prepararemos los sermones con todo cuidado y pasión. El texto favorito de
algunos predicadores, "no se preocupen de qué van a decir; el Espíritu Santo
los enseñará lo que deben responder" (Lc 12:11-12), no se aplica a la
preparación de sermones ni al estudio sistemático de las escrituras sino a
casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo para preparar su
defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones carismáticos de la
iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro estudio de la
palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15; Hch
17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).
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necesidades esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido
equilibrio. Ni la celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación,
como en el catolicismo tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe
restarle valor e importancia a los sacramentos. Debe haber una relación
coherente y dinámica entre los dos.
6. La predicación y el culto
Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad de fe en todos
sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración, la
confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento. A veces se
analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje
(enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la
diakonia (servicio, praxis). El sermón no debe verse como una interrupción
externa del culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares"
para el sermón, ni el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos
una nota al pie, del resto de la celebración. En el culto contemporáneo, hay
una fuerte tendencia a sobredimensionar los momentos en que nosotros
hablamos a Dios (cántico, testimonios, oraciones) pero subvalorar los
momentos en que escuchamos a Dios hablarnos a nosotros (la lectura,
confesión, silencio, sermón y sacramento).Especialmente notable y
preocupante es la ausencia del silencio en casi todos los cultos, en el que
Dios nos pueda hablar.
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7. La predicación como voz profética
Si la predicación es palabra viva de Dios, lo cuál es la esencia de la
profecía, entonces la predicación debe entenderse como palabra profética.
Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado carácter profético
(Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente profético, desde
el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la predicación de
Cristo y de las escrituras también debe ser profética.
Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-
proféticas, otras voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del
Reino de Dios y su justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su
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programa profético de igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich
Bonhoeffer, Martin Luther King y Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su
testimonio con su sangre. Dios nos los envió, en el más auténtico linaje de los
grandes profetas de los tiempos bíblicos.
Bibliografía:
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