Era Atómica

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ERA ATÓMICA.

Hay quienes aman a su época. ¡Cuán difícil resulta amar la nuestra signada por dos
guerras mundiales en las que murieron unos cuarenta millones de personas, militares
como civiles, ancianos como niños, mujeres como hombres; por varias revoluciones y
guerras locales; por la atroz aventura nacionalsocialista fundada en puntos de vista
irracionales racistas, los cuales causaron el genocidio de millones de judíos y eslavos;
por el enfrentamiento constante entre fuerzas de ideologías contrarias, religiones,
sociedades; por el avance del terrorismo político convertido en arma convencional; por
las mayores destrucciones ambientales ocurridas en el planeta; por impresionantes
hundimientos y trastrocamiento de valores sociales, históricos, morales, espirituales lo
cual excluye cualquier sentimiento de seguridad y, por lo tanto, propicia la angustia,
verdadera deidad de nuestro tiempo! A este cuadro sombrío hay que añadir la
gravitación constante sobre nosotros, del terror ante una posible guerra nuclear entre
los Estados Unidos y la Unión Soviética, cuyos resultados en materia de destrucción
mundial son imprevisibles.
La contrapartida de este horror lo constituye el progreso científico y tecnológico, el
cual parecería asegurar un adelanto y un desarrollo prometedores, por poco que la
energía nuclear se usara para otros fines que la guerra y se ensanchara así el cosmos,
para una tarea pacífica de investigación y de conocimiento. La llegada de los hombres
a la Luna y las otras asombrosas experiencias de sondeo sideral, podrían abrirle a los
humanos, no sólo un vasto campo de indagación cósmica, sino una posibilidad real de
transformación interior, de mutación psicológica.
Estas hazañas diversas, imaginadas ya por ensoñaciones colectivas en mitos y leyendas
de la antigüedad, reiteran la imagen grandiosa que nuestra especie gusta darse de sí
misma; imagen acorde con la visión antropocéntrica inicial de la cultura occidental,
fundamentada en el desarrollo de la razón, de la organización, del ego, de la ciencia y
de la técnica. Desde los tiempos de los sofistas de la Antigua Grecia hasta los marxistas
de ahora, se piensa que el hombre corona la pirámide biológica y es la medida del
globo, lo cual no ha impedido que debamos a los desarrollados científicos y técnicos,
los métodos más eficaces alcanzados en los milenios que se extienden desde el
Paleolítico hasta nuestros días, para sojuzgar –alienar se dice ahora- o exterminar
pueblos e individuos. Los procedimientos y las armas ofensivas y defensivas se han ido
perfeccionando sin cesar en sus objetivos de muerte. El nacionalsocialismo llevó a su
mayor grado de aberración el odio del hombre por el hombre. Sus campos de
concentración con el despliegue de todas las ignominias para vejar y torturar al
semejante rechazado porque era judío, eslavo o gitano, superaron las matanzas en
caliente de los Atila y Tamerlan, o la insidiosa pregunta e la inquisición en que se elegía
a la víctima, o el frio furor hasta cierto punto, utopista, de Terror jacobino.

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