4 Martires Del Siglo XX
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esuenan todavía los ecos de un acontecimiento que ha vivido la
Iglesia en España como acto culminante del “Año de la Fe”. En
Tarragona, punto de arranque de la historia martirial de la
Hispania christiana, se han dado cita las diferentes diócesis de nues-
tro territorio. En varias de ellas se había abierto alguna de las 33 cau-
sas que han llegado a feliz término. A los pastores diocesanos han
seguido numerosos sacerdotes y seglares, así como representantes de
órdenes y congregaciones religiosas, a las que pertenece el más alto
porcentaje de los beatificados. Se estima que el número de los que se
congregaron en el “Complejo Educativo”, a las afueras de la ciudad,
pasó de veinticinco mil, pero siguieron en directo la celebración varios
millones. A partir del 13 de octubre de 2013 son ya 1.523 los beatifica-
dos como mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España.
De ellos 11 han alcanzado ya la canonización.
1 Puede consultarse una síntesis bibliográfica en: Mª E. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (ed.), El siglo de los
mártires. Aproximación al contexto histórico de los años treinta del siglo XX en España, Edice,
Madrid 2013; ID, Hablar hoy de martirio y de santidad, Edice, Madrid 2007. Al tema ha dedi-
cado una continuada atención durante años Vicente Cárcel Ortí. Resumen de la misma se
halla en: La II República y la Guerra Civil en el Archivo Secreto Vaticano, 3 vv., BAC, Madrid
2011-2012; ver también, del mismo autor: Mártires del siglo XX en España, 2 vv., BAC, Madrid
2013.
2 Mª E. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (ed.), Los primeros 479 Santos y Beatos mártires del siglo XX en
España. Quiénes son y de dónde vienen, Edice, Madrid 2008 (= I, seguido del número del
mártir y la página en que se halla su noticia); ID, Quiénes son y de donde vienen. 498 márti-
res del siglo XX en España, Edice, Madrid 2007 (= II); ID, Los 522 mártires del siglo XX en
España de la Beatificación del Año de la Fe. Quiénes son y de dónde vienen, Edice, Madrid
2013 (= III).
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martirios, como para indagar los móviles que animaban a los perse-
guidores, y las actitudes y convicciones de las víctimas, que soporta-
ron calumnias, acusaciones, traiciones, engaños, denuncias, cárceles,
torturas refinadas, burlas, desprecios, atropellos, robos, degradacio-
nes, abandono, desamparo, ensañamientos múltiples y, en último tér-
mino, la privación de la vida, que en no pocos casos fue seguida de
la profanación de los cadáveres.
Entendemos que una mirada teológica que se centre en nuestros
mártires debe abarcar, en la medida de lo posible, a todos los reco-
nocidos ya como tales, y tratar de poner de relieve, desde luego, la
preparación remota para el testimonio más sublime que puede darse
de fe, amor y esperanza. Pero señaladamente debe concentrarse en
el hecho martirial, para contemplar desde él los abundantes matices
que imprimió a sus dóciles testigos el Espíritu del Señor, pertenecieran
a la jerarquía, al laicado o al estado religioso.
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2. Ejemplaridad de vida
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3 MATRITENSIS ET ALIARUM, Beatificationis seu declarationis martyrii servorum Dei Avelino Rodríguez,
O.S.A. et 97 sociorum, († 1936), “Positio super martyrio”, Roma 1993, p. 385.
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4 Ib., p. 388.
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Podría confeccionarse una larga lista con los nombres de los már-
tires que pudieron zafarse de la persecución. Sin embargo, voluntaria-
mente, corrieron la misma suerte de sus hermanos. Proclamaban así
el supremo concepto que tenían del martirio y de la vida común. Por
circunstancias diversas, no se hallaban algunos en casa cuando fue
detenida la comunidad. Muchos se apresuraron a volver sin dilación.
Uno de ellos, el B. Lorenzo Ibáñez, se presentó al comité de Barbastro
para que lo condujeran a la prisión donde estaban sus monjes
(III,19,46).
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Por nada del mundo hubieran roto su trato familiar con el Señor. Se
sentían felices de morir por él. La alabanza en forma de aclamación
casi puede decirse que no faltó en los labios de ningún mártir. Si, de
hecho, no gritaron: “¡Viva Cristo Rey!”, tuvieron la intención de hacerlo,
como adelantaba el burgalés B. Lorenzo Ibáñez: “Le dirás a mi padre
que su hijo ha muerto sin miedo, y que mi último grito al ser fusilado
va a ser ¡Viva Cristo Rey!” (III,19,46). El B. José Nadal, coadjutor parro-
quial en Monzón (Huesca), escribió a su hermano jesuita: “Víctima
como sacerdote, y por tanto, por Cristo. Ecce adsum, aquí estoy, a cie-
gas” (III,115,182).
Cuando no pudieron de otro modo, exteriorizaron la comunión con
Cristo hasta la muerte con gestos bien elocuentes para su Señor.
Recién abatido, pudo un alumno acercarse al cadáver sangrante del
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“Queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos qui-
tan la vida y ofreciéndola por la orientación cristiana del mundo obrero,
por el reinado definitivo de la Iglesia católica, por nuestra querida
Congregación y por nuestras queridas familias” (I,135).
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8 Podría recordarse la “Passio S. Montani, 21”. Flaviano, que preguntaba si el golpe de la muerte
producía gran dolor, recibió en visión la respuesta de S. Cipriano de Cartago: “Cuando el alma
está plenamente en el cielo, la carne que sufre no es ya la nuestra. El cuerpo permanece
insensible cuando el espíritu está en Dios”. Cf. H. LECLERCQ, “Martyr”: AA.VV., Dictionnaire
d’Archéologie Chrétienne et de Liturgie, Paris 1932, v. X/2, col. 2376.
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Conclusión
9 Cf. ALMERIENSIS, Beatificationis seu declarationis martyrii servorum Dei Ioannis Aguilar Donis et
IV sociorum, O.P. († 1936), “Positio super martyrio”, Roma 2013, pp. 145-146.
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Para los mártires la vida fue Cristo, y la muerte una ganancia (cf. Flp
1,21). Lucharon hasta el final por la verdad y el reinado del amor.
Vencieron frente al mal en unión con Cristo Resucitado. Porque ama-
ron intensamente a su Señor, desearon el martirio, y pidieron que no
les quitaran el gozo y la esperanza de sufrirlo por el Redentor.
Recibieron la muerte con aquella alegría interior que solo puede expli-
carse desde la fe.
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