Daniel Prieto Castillo PDF
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Daniel Prieto Castillo PDF
teorlclsmo y
autocrítica: en busca
del tiempo perdido
daniel prieto castillo
argentino, profesor del instituto latino-
americano de comunicación
fascinantes, siempre capaces de hacer creer que ellas son lo que uno busca.
y si el camino es hacia fuera, icuántos jardínes, valles, montañas, ciu-
dades ofrecen! Tan fácil ser jardinero sin ensuciarse las manos; correr va-
lles sin moverse; trepar montañas sin una sola agitación del pecho; atrave-
sar calles ilusorias.
Trampa maravillosa son las palabras; terca celada en las que nos hemos
empecinado en caer gozosa mente. Recuerdo a un contemporáneo de Cice-
rón que leía durante todo el día, mientras comía, mientras se bañaba;
recuerdo a aquel personaje de la náusea que intentaba leer en una bibliote-
ca todo lo que se había escrito, desde la a la z, en ese orden; rememoro las
horas perdidas en los salones de clases: yo te doy palabras y tú me las de-
vuelves. ..
Limpias son también las palabras, agudas, certeras, capaces de abrir ca-
minos donde no existen; de forjar el encuentro entre dos seres, o consigo
mismo; de ayudar en la infinita tarea de comprender algo de nuestra pro-
pia realidad.
No existe trampa entonces, no hay celada. Certeras saetas las palabras
así usadas; ejercicio vertiginoso de ir encontrando a los demás, a uno mis-
mo, de ir asomándose al sentido de lo que nos rodea.
Dos formas reconozco, pues, del uso de las palabras. Ambas han recorri-
do la historia de Occidente sin tregua alguna. El viejo Platón las distinguió
con una claridad estremecedora en un diálogo que todos nuestros estu-
diantes de comunicación debieran leer: El sofista. No es difícil trasponer
aquellas discusiones a nuestro tiempo y, en una actitud maniquea, señalar
que a los medios de difusión colectiva corresponde el uso de la palabra
tramposa ya nosotros, sus críticos, el otro.
Como soy un viejo pecador, entre mis viejos pecados está el haber pasa-
do por esta actitud maniquea. Cuando medité sobre la antigua retórica vie-
ne a descubrirla en los mensajes que actualmente circulan por millones.
Escribí entonces un librito que quizá algunos habrán tenido que soportar
alguna vez: Retórica y manipulación masiva. Fui incapaz, en esas páginas,
de reconocer un uso tramposo de las palabras entre quienes trabajan desde
lo que aparentemente constituye la margen opuesta a la de los mensajes
dominantes. Yeso me sucedió por una suerte de torpeza, pereza también,
intelectual. Si hubiera meditado más sobre lo que escribió el viejo Platón,
tal vez cuatro años antes de este encuentro podría haber adelantado los
temas que ahora me preocupan. Pero también me ocurrió por falta de pers-
pectiva histórica. En 1978,77 en realidad porque el libro debió esperar un
año en la editorial, no eran claros, al menos para mí, los efectos del uso de
la palabra tramposa en nuestras escuelas de comunicación.
En los 80 fue ya posible tomar conciencia; los excesos terminológicos y
teóricos, seudoteóricos acotemos, podían ser analizados a través de la eva-
luación de toda una década.
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Una diferencia abismal
Ya lo decía el viejo
Quiero ser mu~ cauto en esta parte de mi discurso. Las palabras son
aladas, como reiteraba siempre el viejo Homero, y hay que tener cuidado
con la dirección que toman. Preciso mi afirmación anterior: parte, buena
parte me atrevería a añadir, del espacio abierto para la teoría fue desapro-
vechado por la irrupción del teoricismo. Ello no quiere decir que la teoría
haya desaparecido. Pero sí quiere decir que el teoricismo le hizo, y le hace,
mucho daño, tanto a ella como a la enseñanza y a la investigación de la co-
municación. Junto a los teóricos de viejo y nuevo cuño fueron aparecien-
do los teoricistas de verbo deslumbrante, capaces de apabullar a cuai-
quiera con sus infatigables argumentos; fueron surgiendo, y no han desapa-
recido por desgracia, verdaderas justas verbales, catedrales de palabras, so-
fisticación sobre sofisticación.
Todo esto, por lo menos a través de tres caminos: la crítica a la confor-
mación de la sociedad, la teoría del discurso y los devaneos semióticos.
Otra vez se hacen necesarias las aclaraciones: no estoy rechazando la crítica
social, ni la teoría del discurso, ni el uso de la semiótica. Estoy rechazando
la manera en que fueron, en general, incorporados a la enseñanza de la co-
municación, la forma en que terminaron por hacer perder preciosas horas
de investigación.
La crítica de la co,nformación de la sociedad fue desarrollada desde un
punto de vista macro. Ello llevó directamente, durante años, a la denuncia
del papel de las transnacionalesde la inforrl:lación; a la descalificación total
de todo lo que pudiera venir del estructural funcionalismo;al análisis, hasta
el cansancio, de lo correspondiente al modo de producción, las relaciones
sociales de producción y todo lo que esto, en general, encierra.
, En la teoría del discurso hay un camino de hierro que comienza en AI-
r
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!
.
thousser y termina en Foucault, pasando por Baudrillard, Pech'eux y de-
más secuaces (etimológicamente: los que siguen a alguien. Uso el término
en ese sentido pero también en el otro que todos conocemos).
Las mayores acrobacias verbales se producen en la tercera vertiente: las
semiótica. Hay palabras mágicas como denotación y connotación, que apa-
rentemente pueden abrir todas las puertas. Hay esquemas de interpreta-
ción que terminan por tergiversar lo interpretado. Hay una confusión de
escuelas y de autores, una confusión descorlllJnal.
Me defiendo ante posibles objeciones: ¿hay que rechazar acaso los
análisis macro, la denuncia a las maquinaciones de las transnacionales, el
conocimiento de las interdeterminaciones sociales?
De ningún modo. Pero cuando nos quedamos sólo en lo macro y en la
denuncia, no vamos a ninguna parte. Me atrevería a esquematizar algunas
materias de comunicación de la siguiente manera:
Asignaturas:
Modo de producción 1
Modo de producción 2
Modo de producción 3
Modo de producción 4
Denuncia 1
Denuncia 2
Denuncia 3
Denuncia 4
Transnacionales 1
Transnacionales 2
T ransnacionales 3
Transnacionales 4
Hay un inmenso espacio que permanece fuera de todo eso. Volveré más
adelante sobre él. Quiero dar ahora dos ejemplos para m í verdaderamente
patéticos.
Primera actividad en un curso desarrollado en la parte final de una ca-
rrera de comunicación: "escriban por favor una definición de comunica-
ción y expliquen cada uno de los conceptos empleados". Segunda activi-
dad: "seleccionen un tema relativo a la ciudad y escriban tres cuartillas
acerca de él". Resultados: incapacidad generalizada de definir aquello en
lo cuál se está trabajando desde hace años; incapacidad de redactar con
algún grado de coherencia las tres cuartillas. Excepciones, por supuesto,
pero sólo eso: excepciones.
Segundo ejemplo: una tesis sobre etiquetas para uso en empresas del
estado que elaboran y distribuyen productos para sectores populares. To-
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tal de páginas 220. Páginas dedicadas al modo de producción capitalista:
180. A la teoría general de la comunicación y del diseño: 20. A la presen-
tación de las etiquetas: 10. A las conclusiones y bibliografía: 10. Valor dei
las 180 primeras: nulo, una simple transcripción de afirmaciones que otros
, hicieron. La cadena infinita de un texto que remite a otro y éste a un ter-
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cero y así sucesivamente.
i El teoricismo, en ambos casos, causó estragos. Si después de cuatro o
j cinco años no se tiene la capacidad de pensar la propia profesión, ni de ex-
presarse, si se cae en un interminable palabreo, les hemos hecho perder a
nuestros estudiantes preciosos años de sus vidas. y en un conjunto de paí-
ses donde quienes acceden a la universidad son una mínima minoría, situa-
ciones semejantes deberían ser penadas, porque se trata de una estafa no
sólo a individuos sino a la sociedad toda.
Otra posible objeción: ¿qué tiene usted contra la teoría del discurso?
¿Acaso no ha constituido ella un avance en la reflexión sobre las estrate-
! gias discursivas de la clase dominante? ¿Acaso no hay all í un material ri-
quísimo para los e~tudios de comunicación?
Bien. Reconozco que tengo mucho en contra de esa teoría, como tam-
bién reconozco que me apasiona en algunos de sus hallazgos. Me gustaría
participar en un seminario en el que analizáramos las consecuencias teóri-
cas de la absolutización del discurso dominante, Baudrillard; de la división
maniquea entre ciencia e ideología, Althousser; de los magníficos juegos
verbales de Foucault en torno del apriori histórico.
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!
uno y otro sentido, o en ambos a la vez. Y si el docente difunde esquemas
sostenidos con alfileres, lo más probable es que los alumnos hagan algo si-
I milar. O bien se rebelen y larguen todos los alfileres al diablo, con sus co-
; rrespondientes esquemas. Signos de esta rebelión no faltan como veremos'
más adelante. El tercer ámbito de posibles objeciones es el que correspon-
de a mis dudas sobre la aplicación de la semiótica. Para defenderme remi-
to a ustedes a mis afirmaciones sobre esquemas, alfileres y diablo.
Pero agrego algunos puntos más: la discusión semiótica, a la manera en
que jugaron y juegan autores europeos que no es necesario mencionar,. es
en el terreno de la comunicación completamente irrelevante. Más aún,
.completamente perjudicial. A los fines de nuestra teoría y de nuestras in-
vestigaciones, la discusión sobre la naturaleza del signo -discusión que,
por otra parte, ya está siendo abandonada-, por ejemplo, no sirve absolu-
tamente para nada. Como tampoco sirven las disquisiciones teóricas de
Umberto Eco en su Estructura ausente y ni sus retrocesos teóricos en su
Tratado de semiótica general.
Escuelas y estudiantes se han empantanado a lo largo de años en cues-
tiones que no comprenden (porque no les hacen falta, porque para enten-
derlas se requiere una formación distinta), en la adquisición de un palabrerío
inútil, en la recepción de unos pocos esquemitas con los que creen, o les
hacen creer, que pueden interpretarlo todo.
Desde el campo de la comunicación, al menos en este momento históri-
co, en esta fase de su desarrollo, necesitamps una semiótica estrictamente
instrumental, únicamente instrumental. Necesitamos que el estudiante y
los docentes puedan abordar textos e imágenes sin soberbia, con la humil-
de actitud del artesano que es capaz de comprender los engranajes de un
mecanismo más o menos complicado. Pedimos nada más la capacidad de
analizar un mensaje en relación con su marco de referencia. Nada del otro
mundo. Y cuando más preciso sea el instrumental, más preciso será el aná-
lisis. Lo demás es, en nuestro ámbito, puro palabrerío, teoricismo estéril
yesterilizante.
Llamo teoricismo a un trabajo teórico improductivo. Y en torno de esta
última palabra deben girar todas las evaluaciones que hagamos sobre los
resultados obtenidos en los últimos doce años. Porque la productividad se
mide en cantidad de trabajos publicados; en el valor, en la utilidad de los
mismos; en la capacitación que han recibido nuestros estudiantes; en el
avance y la consolidación de productos de investigación; en la conforma-
ción de escuelas de pensamiento y de análisis. Tengo muchas dudas sobre
lo que podríamos sacar en limpio de una evaluación semejante.
Llamo teoricismo a la manera más común de eludir la responsabilidad
de trabajar sobre la problemática real de la comunicación, con la coartada
de que sí se está trabajando sobre ella.
.
¿Qué hemos ganado en el tiempo que nos ocupa? ¿Se ha perdido total-
mente el espacio conseguido con tanto esfuerzo a comienzos de la décad~1 ..
-31-
¿El teoricismo fo ha apresado todo, ha arruinado el esfuerzo intelectual de
tantos años y de tanta gente?
; Contesto negativamente a las dos últimas preguntas. Ni el espacio se ha
j .perdido, ni el teoricismo lo ha detenido todo. En el tiempo que nos ocupa
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I
A partir de esa base existente, insisto, absolutamente valiosa, podremos
continuar trabajando en la línea que más nos interese. lo que no hemos
entendido en nuestro ámbito de trabajo es que la teoría y la inves-
tigación son siempre procesos acumulativos. No se puede comenzar cada
mañana a inaugurar la ciencia; no se puede intentar decir, como un gran
hallazgo, lo que otros dijeron y hallaron murno antes.
Una de las frases más comunes en nuestros estudiantes, cuindo les toca
padecer la experiencia de escribir su tesis de. licencia"tura, es la siguiente:
"sobre esto no hay material, no se ha escrito nada". y sucede que hay ce-
rros de material, pero nadie sabe dónde están ni nadie se ha tomado la mo-
lestia de ubicarlos para apoyar investigaciones.
Para generar un proceso acumulativo hace falta disciplina. y para lograr
un mínimo de disciplina hace falta seriedad. Y para conseguir algo de serie-
dad hace falta un esfuerzo constante, un trabajo cotidiano que a menudo
no somos capaces de inculcar a nuestros estudiantes. En muchos casos los
cursos de comunicación se resuelven en tres o cuatro textos y en golpes de
ingenio para relacionarlos y terminar de alguna manera el tiempo fijado
para la enseñanza. Y el trabajo de nuestros estudiantes queda reducido a
unos pocos apuntes, a unas notas que se olvidarán para siempre, a una in-
mensa, imperdonable pérdida de tiempo.
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fuerzos y la labor cotidiana de docencia e investigación. El que nos encon-
tremos, cambiemos ideas y nos llevemos materia) a la casa, no soluciona
nada, La cuestión es qué hacemos con esos materiales, de qué forma ros
incorporamos a nuestro trabajo cotidiano. La cuestión central es que tra-
bajamos con seres humanos, con estudiantes que a menudo no reciben lo
que nosotros andamos recogiendo en los foros.
y es por esa carencia de esfuerzo acumulativo que puede abrirse paso, a
menudo con una fuerza arrolladora, el teoricismo, Cuando aparentemente
no hay nada, todo hay que 'buscarlo en otros sitios; todo hay que suplirlo
por textos que en muchos casos no son relacionados en aBsoluto con los
problemas de comunicación,
Tal insuficiencia llega a extremos como el siguiente: en una escuela no
se sabe lo que produjeron los estudiantes y profesores en cursos anteriores,
no se tiene ni; siquiera un inventario de los temas de las tesis, no se sabe
qué hay en la biblioteca. Así; nos vamos quedando sin pasado a cada ins-
tante yeso, en el campo cient ífico y de investigación, es una actitud fran-
camente suicida.
Como es suicida la actitud que generó el teoricismo en torno a las acti-
vidades prácticas, en torno al quehacer de la comunicación en relación con
la expresión, Recuerdo, no me olvidaré nunca de ello, a un colega que
hace un par de años me decía lo siguiente: "no es necesario que los estu-
diantes se capaciten en ninguna forma de expresión. Como ellos están lla-
mados a ocupar cargos en ínstituciones, a resolver grandes problemas de
comunicación, a formular estrategias, no necesitan adquirir ninguna habili-
dad en el terreno de la expresión".
Una actitud semejante proviene, insisto, directamente del teoricismo y
de una estúpida soberbia también. Como se cree que el estudiante por el
hecho de "conocer", lo escribo entre comillas, problemas generales de la
sociedad y algunas cuestiones más generales todavía de la comunicación;
está capacitado para resolver las poi íticas de un país, los problemas que,:
viven instituciones u organizaciones estatales, ya no hace falta ni siquiera
que sepan escribir con algún grado de coherencia. Y no hace falta tampoco,
lo cual es más grave, que sepan analizar situaciones de comunicación en
particular.
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I
aún, lo que faltado es la capacidad de generar una teoría desde la práctica.
Recuerdo una experiencia que tuve hace dos años. Me tocó dar una char-
la a encargados de orientación vocacional de la UNAM. Hablé de análisis ,:
de mensajes y ofrecí algunos elementos para estudiar los mensajes que la
UNAM genera, con la finalidad de informar a quienes están por ingresar.
Al final se acercó una persona y me dijo: "¿lo que usted explicó tiene al-
go que ver con eso que llaman semiótica?" Contesté: sí. La cara se le ilu-
minó, pero creo que de rabia. "Si alguna vez hubieran empezado por aquí,
si alguna vez hubieran hablado un poco más sencillo, podríamos habernos
entendido". La persona trabajaba también en una escuela de comunica-
ción y estaba enrolada en lo que los teoricistas llaman "los reaccionarios".
Una de las primeras tareas, la primera mejor dicho, para la teoría y la in-
vestigación de la comunicación en nuestro pa ís es la de relacionar, la de
integrar de una vez por todas el quehacer propio de nuestro ámbito, que es
-y no puede ser de otra manera- un quehacer teórico-práctico. Y no estoy
hablando ahora de la práctica social, me estoy refiriendo específica yex-
clusivamente a la práctica profesional, a la capacidad de expresarse con
eficacia a través de medios impresos o audiovisuales.
Falta, a mi entender, algo que venimos denominando las mediaciones.
Entre los trabajos macro y lo correspondiente a cuestiones de microsocio-
logía, entre la teoría social en general y la teoría de la comunicación en
particular, entre la semiótica y la práctica concreta, cotidiana, de un profe-
sional de la comunicación. Y todo ello no se logra ni desde una actitud
teoricista ni desde un distanciamiento entre teoría y práctica. En muchas
escuelas, es cosa sabida, los estudiantes siguen de manera simultánea dos
carreras: una con los teóricos y otra con los prácticos.
La solución es para mí muy sencilla: se trata de pensar y actuar siempre
desde la comunicación. Cualquier otro camino podrá formar acaso buenos
analistas sociales, buenos charlatanes en otras ocasiones, pero jamás bue-
nos profesionales de la comunicación. Se trata de pensar la teoría también
desde los talleres, de establece! un diálogo con los llamados prácticos para
generar con ellos las mediaciones necesarias.
¿Hemos hecho investi~aciones en esa línea? No ~reo exagerar si contes-
to con un absoluto no. Los problemas centrales de nuestra profesión sue-
len quedar tapados por una serie de seudoproblemas.
No digo que para lograr propuestas semejantes no haya que sortear es-
collos, enfrentar situaciones difíciles, meterse en largas reuniones para
conseguir acuerdos. Pero es parte de la labor intelectual yes parte de la
labor social, ya que estamos trabajando en el ámbito mas social que existe:
el de la educación.
El teoricismo, con una fuerte actitud maniquea, ha provocado proble-
mas también en el campo de la instrumentación, en la adquisición de recur-
.sos comunicacionales necesarios para interpretar situaciones, para investi-
gar. Con la actitud de aquél que afirma que todo el que no está con él está
contra él, el teoricismo ha descalificado corrientes enteras de la comunica-
ción contemporánea con una mano en la cintura. A un análisis crítico,
necesario ante cualquier corriente, sea del signo que sea, se ha superpuesto
una descalificación a priori en la que se incluyen teorías, metodologías,
técnicas.
y el problema es que cuando una arrasa una ciudad y quiere seguir vi-
viendo sobre el mismo terreno, hay que construir algo nuevo. Si me dedico
a descalificar las técnicas del análisis, de contenido y las reemplazo por un
palabrerío estéril, por una complicación terminológica, no he ganado mu-
cho en el cambio. Mejor dicho, el que no ha gando ni mucho ni nada es el
estud iante.
El salto suele ser a menudo descomunal. Se pretende que con la adquisi-
ción de algunos elementos de crítica socirll es posible dictaminar en torno
a situaciones de comunicación. Pero una cosa es el análisis social y otra el
comunicacional. Que no se pueda eliminar el primero no debe significar
que se elimine el segundo.
En una palabra, estoy aludiendo a la necesidad de ofrecer a nuestros
estudiantes recursos de análisis de situaciones comunicaciona1es, recursos
que les permitan formular diagnósticos comunicacionales en su propia vida
cotidiana, en cornunidades, en instituciones y en situaciones sociales gene-
rales. Si no les damos esto y si tampoco los capacitamos en la expresiórl,
terminan como el muchacho que presentó su tesis sobre las etiquetas.
Espaldarazo a la realidad
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formación e particular. Nos hemos' pasado largo tiempo en las ecuelas
atacando el contenido transmitido gracias a las modernas tecnologías, sin
ocuparnos de ellas específicamente. Por supuestb que hay excepciones,
pero lo cierto es que la tecnología, como tal, no ha sido casi nunca o nun-
ca objeto de reflexión en nuestras instituciones. Y no estoy haciendo una
defensa a la manera de los malabarismos que sol ía practicar MacLuhan. Me
refiero a una historia de la tecnología en relación con la comunicación, la
tecnología a escala internacional y nacional. Aludo a la necesidad de cono-
cer los sistemas interactivos ya existentes; a las máquinas que pueden dise-
ñar imágenes; al tremendo salto cual itativo que se está operando en relación
con la distribución y consumo de información; a los problemas legislativos
que todo esto acarreará; a la incidencia de los medios en el campo de la
edlJCación; a la manera en que actualmente se produce el proceso de infor-
matización en los ámbitos privado y estatal en nuestro país.
Pesó bastante tiempo una descalificaci~n de la t~cnología como objeto
de estudio. Para mí, junto a la meditación sobre el discurso y los problemas
sociales fundamentales, habría que introducir una muy profunda medita-
ción sobre lo que significa el desarrollo tecnológico, la cultura tecnológica.
Podría multiplicar ejemplos, pero me parece que con uno será suficien-
te. Nos hemos quejado siempre del sistema educativo en relación con su
inercia, con su incapacidad de seguir los cambios actuales. Supongamos
que se produjera una introducción masiva de las computadoras en ese sis-
tema. ¿Dónde están los recursos formados por nuestras escuelas para ali-
mentar tal sistema? ¿LJónde están los especialistas que podrían elaborar la
cantidad de mensajes necesarios para alimentar un sistema semejante? No
existen. Y corremos el riesgo de que se incorpore equipo que de inmediato
sea llenado con productos diseñados en el exterior, con lo cual el reino,
hasta ahora un tanto incontaminado de las escuelas, pasaría a ser un clien-
te directo de la producción de mensajes por parte de las transnacionales. ~
Nuestra área de trabajo tiene inmensas posibilidades a partir de una '!
.
.excepciones -y algunas muy grandes- a todo lo que he dicho. Pero me
mantengo en la afirmaci6n siguiente: si no se toman medidas para corregir
.
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