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Sinopsis Capítulo 13
Prólogo Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Sobre la autora
Capítulo 12 Créditos
Sofia sabe cómo se siente ser el premio de consolación.

Demasiado joven.

Morena.

Y definitivamente no una princesa de hielo.

Su hermana es… era todas esas cosas.

Perfecta. Hasta que no lo fue. Hasta que escapó para estar con el enemigo
y dejó atrás a su prometido.

Ahora Sofía es entregada a Danilo en lugar de su hermana, sabiendo que


nunca será más que la segunda mejor opción. Aun así, no puede dejar de anhelar
el amor del hombre por el que ha estado enamorada, incluso cuando todavía era
de su hermana.

Danilo es un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.

Poder.

Respeto.

A la codiciada princesa de hielo.

Hasta que otro hombre robó a su futura novia.

Danilo sabe que para un hombre en su posición, perder a su mujer puede


conducir al desprestigio.

Orgullo herido.

Sed de venganza.

Una combinación peligrosa… una que Danilo no puede dejar atrás, ni


siquiera cuando una chica igual de hermosa toma el lugar de su hermana para
aplacarlo. Pero, tiene un defecto: no es su hermana.

Danilo podría perder lo que le dieron, incapaz de olvidar lo que perdió.


No codiciarás.

Suspiraba por Danilo incluso cuando aún era el prometido de mi hermana.


Había sido un capricho inocente de una niña. Había fantaseado cómo serían las
cosas si él fuera mío. Mi caballero de brillante armadura, mi príncipe Disney.

Había sido mi sueño favorito, hasta que una mera fantasía se hubiera
convertido en realidad cuando mi hermana no pudo casarse con él.

Un sueño convertido en pesadilla, y la fantasía de una niña tonta estalló.

Un hombre que no me quería.

Dicen que no hay dos copos de nieve idénticos, cada uno de ellos único:
una magnífica perfección helada.

Como mi hermana.

Intenté replicarla, pero una réplica nunca sería la original. Yo era el eco de
la melodía perfecta. Una sombra de una imagen inmaculada. Siempre menos.
Nunca suficiente.

Serafina había sido casi perfecta ante los ojos de las personas cuando aún
estaba por aquí, y ahora que se había ido, nada más que un recuerdo desvanecido,
su ausencia amplificó todo lo que era. Se había vuelto aún más grande.

Se cernía en cada rincón de la casa, y peor aún, en las mentes de las


personas que dejó atrás.

¿Cómo puedes vencer a un recuerdo?

No puedes.
Mis dedos temblaron mientras alisaba mi vestido de novia. No era mi
nombre el que susurrarían hoy en las bancas.

Porque era el premio de consolación.

La novia sustituta.

Peor aún: no era mi hermana.

Observé mi reflejo, mi rostro nublado a través de la fina tela del velo.


Vestida así casi me parecía a Serafina, sin el cabello rubio. Aún menos. Siempre
menos. Pero tal vez Danilo vería las similitudes entre mi hermana y yo, y solo
por un segundo me miraría con el mismo anhelo que solía dirigir a Serafina.

Entonces se daría cuenta que no era ella y la expresión de decepción


volvería a apoderarse de su rostro.

Menos de lo que él quería.

Arrancando el velo de mi cabello, lo arrojé al piso. Había terminado de


intentar ser otra persona. Danilo tendría que verme por quién era, y si eso
significaba que nunca me miraría dos veces, que así sea.
—N o puedo casarme contigo.

Las palabras de mi prometida resonaron en mi


cabeza. Mirando el anillo de compromiso que me había
devuelto, intenté identificar mis emociones: una potente mezcla de furia y
conmoción. El anillo se burlaba de mí en mi palma. Serafina apenas había podido
soportar mi cercanía.

Había conocido a Serafina desde que podía recordar. Mucho antes de


conocerla, su nombre era susurrado con reverencia entre los chicos e incluso
hombres de nuestros círculos.

Una princesa de hielo regia cuya belleza aparecía en muchas fantasías.

Muchos querían poseerla, como urracas atraídas por un objeto brillante.


Cuando me la prometieron a la edad de quince años, me deleité con la
admiración y los celos de mis compañeros mafiosos. Había ganado el premio
codiciado, podía llamarla mía.

Durante años había contado los días para nuestra boda.

Todo parecía ir a mi favor. Estaba a punto de convertirme en el


lugarteniente más joven de la Organización con solo veinte años, con la sobrina
del Capo y la princesa de hielo como mi esposa. Me sentía invencible.

La arrogancia y el orgullo son considerados pecado por muchos. Fui


castigado por ellos duramente.

Días antes de que supuestamente tomara el relevo de mi padre como


lugarteniente, mi hermanita Emma tuvo un accidente automovilístico. Ahora
estaba atrapada en una silla de ruedas sin futuro por delante. El mundo de la
mafia no era amable. Las chicas y mujeres que tenían defectos obvios eran
descartadas como indignas, condenadas a una vida en las sombras como
solteronas o con la primera escoria que las aceptara como esposo.

Justo en el día de mi boda con Serafina, me fue robada, secuestrada por


nuestro enemigo más cruel: la Camorra de Las Vegas.

Cuando su Capo nos la devolvió, no era la misma chica que había


conocido. Estaba perdida, rota más allá de algo que pudiera arreglar.

Ahora me quedaban los escombros de mi futuro meticulosamente


planeado.

Una desconsolada hermana discapacitada. Un padre moribundo. Y sin una


esposa.

Cerré los ojos después de mi llamada con mi padre. Insistió en que


teníamos que exigir una unión con la familia Cavallaro. Quería la conexión con
el Capo, y acepté, pero pasar de Serafina cuando su pérdida aún se me clavaba
como una cuchilla ácida parecía imposible.

La vida tenía que continuar y tenía que parecer fuerte. Era joven. Muchos
esperaban que fallara en la tarea de gobernar sobre Indianápolis. Esperaban ese
momento, por mi caída en desgracia. Enrosqué mis dedos en un puño alrededor
del anillo y fui en busca del Capo y el padre de Serafina.

Diez minutos más tarde, el padre de Serafina, Pietro Mione, su hermano


Samuel y nuestro Capo Dante Cavallaro se reunieron conmigo en la oficina de la
mansión Mione, intentando resolver el asunto del vínculo matrimonial roto. El
asunto causaría una avalancha de rumores, independientemente de lo que
decidiéramos hoy. Era demasiado tarde para el control de daños.

Solté un suspiro.

—Mi padre insiste en que me case con alguien de tu familia —dije sin
emoción, incluso aunque mi interior ardía de rabia y culpa—. Necesitamos una
unión entre nuestras familias, especialmente en este momento.

Pietro suspiró, desplomándose en su silla. Samuel sacudió la cabeza con


una mirada fulminante.

—Serafina no va a casarse. Necesita tiempo para sanar.

Le daría el tiempo que necesitara como le había dicho, pero ya no quería


casarse conmigo.

—Hay otras opciones —dijo Dante arrastrando las palabras.


La ira se disparó dentro de mí.

—¿Qué opciones? No aceptaré la hija de cualquier otro lugarteniente. Mi


ciudad es importante. ¡No me conformaré con menos de lo que se me prometió!

Dante frunció el ceño.

—Cuida tu tono, Danilo. Me doy cuenta que esta es una situación difícil,
pero de todos modos espero respeto.

—No voy a conformarme con menos que una unión con tu familia.

Samuel parecía como si quisiera atacarme.

—¡No puedes tener a Fina!

—Tampoco puedes tener a Anna —dijo Dante.

Nunca había considerado a su hija como una opción. Si me casara con


ella, solo me causaría problemas. Dudaba que Dante no metiera su nariz en mis
asuntos si su descendencia estaba involucrada.

—Necesitas mi apoyo en esta guerra. Necesitas una familia fuerte a tus


espaldas.

—¿Eso es una amenaza?

—Es un hecho, Dante. Creo que eres un buen Capo pero insisto en
conseguir lo que merece mi familia. No me conformaré con menos.

—No obligaré a Fina a un matrimonio, no después de lo que pasó —dijo


Pietro.

Dante asintió.

—Estoy de acuerdo.

Incluso si aún quisiera a Serafina, entendía su razonamiento. No quería


casarse conmigo y no la obligaría a una unión, cuando ya había sufrido una
pérdida de control recientemente.

—Entonces, estamos en un punto muerto.

Solo había una única opción. Era una que deseaba evitar, pero no podía.
Padre había sugerido inmediatamente a la hermana menor de mi ex prometida
como sustituta. Qué idea más ridícula, pero era la única opción viable.
Dante y Pietro se miraron entre sí, probablemente considerando
exactamente esa opción.

—¿Eso es lo que me pides, Dante?

—Pietro, si seguimos las reglas, Danilo podría exigir casarse con Serafina.
Estaban comprometidos.

Esperé a que resolvieran cualquier cosa que tuvieran que hacer. Solo había
una opción para nuestro problema.

Pietro abrió los ojos. Luciendo duros, llenos de advertencia.

—Te daré Sofia.

Mi padre había tenido razón.

Sofía. Era una niña. Nunca la había mirado.

—¿Tiene, qué, once? —Incluso si era la única opción, una nueva ola de
ira surgió en mi interior. Ira por la situación y furia absoluta hacia Remo Falcone.

—Doce en abril —corrigió Samuel, frunciéndome el ceño. Tenía las


manos cerradas en puños, pero tenía el presentimiento de que su ira no era solo
por mí.

—Soy diez años mayor que ella. Me prometieron una esposa ahora.

—Estarás ocupado con esta guerra y el establecimiento de tu régimen


sobre Indianápolis. Una boda más adelante debería ser una ventaja para ti —dijo
Dante.

Diez años más joven que yo. Ni siquiera podía pensar en ella como una
mujer, mi esposa. Solo intentar imaginarla como una adulta ya me hacía sentir
como un maldito pervertido. Serafina no había sido mucho mayor cuando me fue
prometida, pero yo había estado cerca de su edad. La había querido incluso en
ese entonces porque era la princesa de hielo, porque era tan hermosa que todos la
querían.

No podía imaginar querer a Sofia de ese modo, no podía imaginar quererla


en absoluto. Era una niña. No era su hermana.

Iba a matar a Remo Falcone por robar a mi prometida, por romperla de


una manera que le hacía imposible casarse conmigo. También iba a matar a todos
lo que le importaban. No descansaría hasta haber destruido su vida como él lo
hizo con la mía.
—¿Danilo? —preguntó Dante cuidadosamente y me di cuenta que me
había distraído.

No importaba lo que quería. Esta unión salvaría a Emma. Eso era lo único
que podía esperar en este momento.

—Tengo una condición.

—¿Qué condición? —preguntó Dante en un tono cortante. Su paciencia se


estaba agotando. Estos últimos meses nos habían puesto a todos a prueba.

Mis ojos se dirigieron hacia Samuel quien me observaba con los ojos
entrecerrados. ¿Podría confiarle a mi hermana? Más que todas las otras opciones
restantes. Padre casaría a Emma en algún momento y nadie que valiera la pena la
quería.

Sería rechazada por cualquiera que esperara mejorar su posición, alguien


que no la merecía.

—Él se casa con mi hermana Emma —dije.

El rostro de Samuel se retorció de sorpresa.

—Está en…

No terminó su oración. Bien por él porque quería matarlo.

—En una silla de ruedas, sí. Por eso nadie de valor la quiere. Mi hermana
se merece solo lo mejor, y tú eres el heredero de Minneapolis. Si todos ustedes
quieren esta unión, entonces Samuel va a casarse con mi hermana, y luego me
casaré con Sofia.

—Mierda —murmuró Samuel—. ¿Qué clase de trato retorcido es ese?

—¿Por qué? Tu padre ha estado probando las aguas en busca de posibles


novias para ti, y mi hermana es una Mancini. Es un buen partido.

Samuel respiró hondo y luego asintió.

—Voy a casarme con tu hermana.

Le enseñé los dientes, sin gustarme su tono.

—Entonces, ¿está decidido? —preguntó Pietro—. ¿Te casarás con Sofia, y


aceptarás la cancelación del compromiso con Fina?

Asentí bruscamente.
—No es lo que quiero, pero tendrá que servir.

—¿Tendrá que servir? —gruñó Samuel, dando un paso adelante con los
ojos entrecerrados—. Estás hablando de mi hermanita. No es una maldita cosa
que aceptas como premio de consolación.

Pero era el premio de consolación. Todos lo sabíamos. Me reí


amargamente.

—Quizás también quieras recordar eso cuando conozcas a mi hermana.

—Suficiente —gruñó Dante.

—La boda tendrá que esperar hasta que Sofia sea mayor de edad —dijo
Pietro, luciendo cansado.

¿Acaso pensaba que quería a una niña por novia?

—Por supuesto. Mi hermana tampoco va a casarse antes de su


decimoctavo cumpleaños.

Seis largos años. No estaba triste por tener más tiempo para estabilizar mi
régimen sobre Indianápolis, eso era lo único que había odiado de casarme con
Serafina, pero la había querido y no había podido seguir esperando más. Pero
ahora, ahora tendría tiempo de sobra para construir mi reinado, para disfrutar un
poco más… como lo expresó mi padre. Seis años era mucho tiempo. Tanto podía
pasar hasta entonces. No perdería a otra chica. Me aseguraría que Sofia estuviera
a salvo, más segura que Serafina.

Pietro asintió.

—Entonces, está decidido —dije—. Ahora tengo que volver a casa.


Podemos resolver los detalles en un momento posterior. —Dante asintió—. Solo
una cosa más. Aún no quiero ni una palabra sobre la unión de Samuel con mi
hermana. No necesita saber que esto fue un acuerdo a cambio de Sofia.

Me dirigí hacia la puerta, deseando salir de esta casa, de esta ciudad, pero
sobre todo alejarme de Serafina. Pude escuchar unos pasos detrás de mí pero no
me di vuelta. No quedaba nada más que decir, hoy no.

—Danilo, espera —exigió Samuel.

Me giré, estrechando mis ojos.

—¿Qué quieres? —Habíamos llegado a un entendimiento tentativo


mientras intentábamos salvar a Serafina de las garras de Remo Falcone, pero
tenía el presentimiento de que no duraría. Ambos éramos alfas que no lidiaban
bien con alguien que no se inclinara ante nuestros deseos.

—Sofia merece más que ser la segunda mejor opción.

Probablemente era cierto. Cierto para nuestras dos hermanas. Emma había
estado lidiando con las duras cartas del destino. Solo merecía lo mejor. ¿Lo
conseguiría alguna vez? Probablemente no.

—Trataré a Sofia con respeto como siempre lo he hecho con Serafina. —


Mi boca se retorció al pronunciar su nombre—. Recuerda hacer lo mismo con
Emma.

Samuel sacudió la cabeza.

—¿Quit pro quo?

No dije nada. Esto era un desastre. Ambos terminamos con chicas que no
queríamos para una unión que aseguraría nuestro poder. Samuel y yo éramos
hombres absolutamente orgullosos. Remo Falcone había pisoteado ese orgullo.
Un orgullo que queríamos reconstruir.

Estaba empezando a pensar que sería nuestra perdición.

Aún recuerdo la primera vez que vi a Danilo. Fue un año antes de que
supuestamente se casara con mi hermana. Había venido a discutir detalles con
papá. Impulsada por la curiosidad, fingí dirigirme hacia la cocina para echarle un
vistazo. Se alzaba en nuestro vestíbulo hablando con papá, y al momento en que
lo vi, mi corazón dio un vuelco extraño que nunca antes había hecho. Me dio una
sonrisa y mi corazón latió salvajemente una vez más y mi vientre aleteó. Me
recordó a esos príncipes con los que las niñas siempre sueñan. Alto, atractivo y
caballeroso.

Pensé que seguiría siendo una fantasía para siempre y cada vez que
fantaseaba con él, me sentí culpable… hasta que de repente era mío. Al menos
oficialmente, porque su corazón todavía pertenecía a mi hermana.
El día que me enteré, me sentaba en mi escritorio en mi habitación cuando
alguien llamó y entonces, papá entró. Me había enviado a mi habitación hacía un
par de horas como tantas veces en los meses desde que Fina había sido
secuestrada e incluso ahora que ella había vuelto. Todos pensaban que era
demasiado joven para entender lo que estaba pasando.

—Sofia, ¿puedo hablar contigo? —preguntó papá. Levanté la vista de mi


tarea con el ceño fruncido. Su voz sonó apagada.

—¿Hice algo mal? —Era la única explicación de por qué papá o mamá me
buscarían. Habían estado demasiado ocupados desde el secuestro, de modo que
me acostumbré a estar sola o con mi prima Anna. No estaba enojada con ellos.
Estaba sufriendo demasiado. Solo quería que las cosas volvieran a ser como
solían ser. Quería que seamos felices.

Papá se acercó a mí y apoyó su mano en mi coronilla, sus ojos tristes.

—Por supuesto que no, bichito.

Sonreí al escucharlo usar mi apodo. Siempre me recordaba lo mucho que


me amaba, incluso si no siempre podía demostrarlo por lo mal que estaban las
cosas.

—Sentémonos allí, ¿de acuerdo? —Señaló hacia mi sofá rosa. Se acercó y


se dejó caer, con aspecto cansado. Lo seguí y me senté a su lado. No dijo nada
durante mucho tiempo, solo me contempló de una manera que me hizo sentir la
garganta apretada.

—¿Papá? —susurré—. ¿Fina, está bien?

—Sí… —Tragó pesado y tomó mi mano—. Sabes que tenemos reglas en


nuestro mundo. Reglas que todos debemos seguir. Danilo ya no puede casarse
con Serafina, de modo que decidimos prometerte a él.

Parpadeé, sorprendida. Mi vientre revoloteando locamente.

—¿En serio? —Me estremecí por lo emocionado que sonaba.

Los ojos de papá se suavizaron aún más. Y apretó mi mano ligeramente.

—Te casarás con él, en unos años. Después de cumplir los dieciocho. Así
que, por eso ahora, no tienes que preocuparte.

Seis años y seis meses.

—¿Fina está triste?


Papá sonrió.

—No, sabe que hay que seguir las reglas.

Asentí lentamente.

—¿Danilo en serio quiere casarse conmigo cuando sea más grande?

No me lo podía creer. Era tan inteligente y atractivo. Serafina y él habían


parecido monarcas uno al lado del otro, como una pareja Disney de ensueño.

Papá besó mi frente.

—Por supuesto que sí. Cualquier hombre estaría agradecido de tenerte


como su esposa. Él te eligió.

Le sonreí radiantemente.

Me atrajo hacia él, con un suspiro profundo.

—Oh, bichito. —Sonaba triste, no emocionado, y no estaba segura de por


qué.

Había soñado con Danilo toda la noche. No podía esperar para hablar con
Anna al respecto. Vendría hoy antes de que su familia y ella tuvieran que
regresar a Chicago.

Había despertado antes del amanecer, demasiado vertiginosa para


encontrar descanso.

Recostada sobre mi vientre en mi cama, no podía dejar de escribir el


nombre de Danilo y mi nombre una y otra vez, sin importar cuán infantil fuera.
Sofia Mancini me sonaba perfecto.

Sonó un golpe en la puerta.

—¡Adelante! —llamé y oculté mis tontos dibujos a la vista rápidamente.

Fina entró, su cabello rubio cayendo maravillosamente por su hombro.


Llevaba unos jeans simples y una camiseta, y no llevaba maquillaje, pero seguía
siendo la chica más hermosa que conociera. ¿Por qué me elegiría Danilo sobre
ella? Ya era adulta. Era la princesa perfecta para alguien como él.
Aparté la vista de ella, avergonzada por ser mezquina. Fina había sido
secuestrada. Estaba herida.

—Quería hablarte sobre Danilo. ¿Supongo que papá ya te contó?

—¿Estás enojada conmigo? —le pregunté, preocupada de que Fina se


sintiera mal porque ahora no tenía un futuro esposo.

—¿Enojada? —preguntó, luciendo confundida a medida que se acercaba a


mí.

—Porque Danilo quiere casarse conmigo ahora y no contigo.

—No. No estoy enojada. Quiero que seas feliz. ¿Estás bien con eso?

A pesar de mi vergüenza, le mostré mis garabatos, queriendo compartirlo


con otra persona.

Los ojos de Fina se abrieron por completo.

—¿Te gusta?

—Lo siento. Me gustaba incluso cuando se comprometieron. Es lindo y


caballeroso.

El miedo a su reacción me golpeó, pero me sorprendió cuando se inclinó y


besó mi cabeza. El alivio inundándome.

Fina me miró con una mirada de advertencia.

—Es un hombre adulto, Sofia. Pasarán muchos años antes de que te cases
con él. No se acercará a ti hasta entonces.

—Lo sé. Papá me lo dijo. —No me importaba esperar y estaba orgullosa


de que Danilo aceptara esperarme por tantos años. Eso significaba que en
realidad me quería—. Entonces, ¿estamos bien? —pregunté, aún incapaz de creer
que Fina no estuviera enojada conmigo por quitarle a su prometido.

—Mejor que bien —respondió Fina y se fue. Vacilé y luego decidí


seguirla para pedirle más información sobre Danilo. No sabía mucho de él.
Cuando llegué a la galería y miré hacia el vestíbulo, vi a Fina y Danilo.

—Sofia es una niña. ¿Cómo pudiste estar de acuerdo con esa unión,
Danilo?

Mis ojos se abrieron por completo ante su tono grosero. ¿Pensé que estaba
bien conmigo casándome con Danilo? No sonaba así.
Danilo parecía furioso.

—Es una niña. Demasiado joven para mí. Por Dios, es de la edad de mi
hermana. Pero sabes lo que se esperaba. Y no nos casaremos hasta que sea mayor
de edad. Nunca te toqué y no voy a tocarla.

—Debiste haber elegido a alguien más. No a Sofia.

—No la elegí. Te elegí a ti. Pero te arrebataron de mis manos, ¡y ahora no


tengo más remedio que casarme con tu hermana incluso aunque sea a ti a quien
quiero!

¿No me quería? Respiré bruscamente cuando mi pecho se contrajo del


dolor. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Danilo y Fina levantaron la vista.

Me giré y volví a mi habitación rápidamente, donde me arrojé sobre la


cama y comencé a llorar. Papá me había mentido. Danilo no me eligió. Todavía
quería a Fina. Por supuesto que lo hacía. Era tan bonita y rubia. La gente a
menudo lamentaba el hecho de que no heredara el cabello rubio de mamá.

Alguien llamó a la puerta.

—¡Vete! —Enterré mi cara aún más profundamente en la almohada.

—Sofia, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Danilo.

Me quedé helada. Danilo nunca se me había acercado. Me senté despacio,


y me limpié los ojos. Salté de la cama y me miré en el espejo. Mis ojos estaban
hinchados y mi nariz roja. Fina se veía mucho más bonita cuando lloraba. Yo no
lo hacía.

Me dirigí de puntillas hasta la puerta, mi estómago retorciéndose de


nervios a medida que la abría. Danilo y Fina esperaban en el pasillo.

Fina me sonrió pero mis ojos fueron atraídos por Danilo. Tuve que estirar
el cuello hacia atrás porque era muy alto. Mis mejillas se calentaron pero no
podía hacer nada por la reacción de mi cuerpo a Danilo.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó.

Intenté ocultar mi sorpresa y miré a Fina velozmente para ver si estaba


bien.

—Claro —dijo.
Avancé hacia mi sofá, de repente cohibida de todo el rosa en mi
habitación. Dudaba que a Danilo le gustara mucho ese color. Me dejé caer en el
sofá, apretando los puños en mi regazo para ocultar su temblor. Danilo dejó la
puerta abierta y se me acercó. Sus ojos escanearon mi habitación y me estremecí
cuando se detuvieron en la variedad de animales de peluche en mi cama. Ya no
me abrazaba a ellos. Solo tenía problemas para botarlos. Ahora deseaba haberlo
hecho. Danilo ahora debía pensar en mí como una niña tonta. Se sentó junto a mí
pero con mucho espacio entre nosotros. Fina me dio una leve sonrisa, esperando
en el pasillo, y luego desapareció de mi vista, pero sabía que estaría cerca.

Me arriesgué a mirar a Danilo. Su cabello oscuro estaba peinado hacia


atrás pero ligeramente revuelto, y estaba completamente vestido de negro.
Usualmente no me gustaba el negro pero en Danilo se veía muy atractivo.

Se volvió hacia mí, sus ojos oscuros clavándose en los míos. Mi piel se
calentó aún más y tuve que mirar hacia mi regazo. Se aclaró la garganta.

—Lo que escuchaste en el vestíbulo no era para tus oídos.

Asentí.

—Está bien. Sabía que querías a Serafina. —Mi voz tembló.

—Sofia —dijo Danilo con una voz firme que me hizo levantar la vista. No
estaba segura de lo que significaba su expresión. Definitivamente no se veía
feliz—. Te elijo. Lo de Serafina y yo ya no puede funcionar después de lo que
pasó. No quería herir sus sentimientos. Por eso dije lo que dije.

Estudié su rostro brevemente pero luego aparté la vista. Parecía honesto,


pero un indicio de duda permaneció en mí. Lo que había visto abajo no había
parecido un espectáculo por Fina. Danilo había parecido sinceramente
decepcionado por haberla perdido. Aun así, quería creer que en realidad me
eligió como su futura novia, que papá no había tenido que convencerlo.

—¿Está todo bien? —preguntó.

Forcé una sonrisa.

—Sí.

—Bien. —Se puso de pie y nuestros ojos se encontraron nuevamente por


un momento. Su boca se tensó de una manera que no entendí, después se volvió y
se fue.
Me quedé mirándome las manos, dividida entre la emoción y la decepción.
Retorciéndome los dedos, me pregunté cuándo tendría un anillo de compromiso.
Fina había recibido el suyo inmediatamente cuando nuestros padres decidieron la
unión.

Pero tal vez esperarían en esta ocasión. Sería mal visto que se hiciera
público un compromiso tan poco después de que salvaran a Fina.

Me puse de pie y me dirigí a mi cama. Agarré mis peluches y los arrojé al


suelo, después quité algunos carteles de caballos vergonzosos de mis paredes.
Después de sacar algunos vestidos con volantes de mi guardarropa y ponerlos en
el montón de peluches, bajé corriendo las escaleras para tomar una bolsa de
basura. Danilo quería a alguien tan elegante como mi hermana. Ya no podía
actuar como una niña si quería que él me quisiera.
R
egresar a casa después de terminar mi compromiso con Serafina
fue como admitir la derrota. Pocos de mis hombres ya sabían de
la cancelación. Si hubiera sido por mí, habría mantenido el asunto
bajo la alfombra por un tiempo, pero padre había insistido en decírselo a nuestros
Capitanes.

Es por eso que llamé a una reunión a primera hora después de regresar a
Indianápolis. Tenía diez Capitanes que eran responsables de diferentes áreas del
negocio. Uno de ellos era mi primo Marco, quien resultaba ser uno de mis
mejores amigos. Su padre había muerto hacía unos meses del mismo cáncer que
estaba devorando a mi padre lentamente. Ambos habían sido fumadores
empedernidos desde sus días de adolescencia, y ambos pagaron el precio más
alto por ello.

Abrí el encendedor, luego lo cerré. Había dejado de fumar hace seis meses
con exactitud debido a esto, pero no podía separarme del encendedor que mi
abuelo me había dado cuando cumplí catorce años.

Aclaré mi garganta, dándome cuenta que mis hombres me habían estado


mirando y esperando que dijera algo. Después de todo, los llamé. Se sentaban
alrededor de la larga mesa de vidrio en mi oficina, con sus ojos en mí. Era el más
joven, incluso Marco era casi un año mayor que yo. Cuando comencé a celebrar
reuniones en mi propia casa y ya no en la mansión de mis padres, me aseguré de
renovar mi oficina tan moderna y funcional como fuera posible: vidrio y madera
negra elegante. Quería mostrarles a mis hombres que las cosas cambiarían ahora
que estaba en el poder, y las apariencias siempre eran un buen comienzo. Mi
padre había sido un buen lugarteniente, pero tenía que encontrar mi propio estilo
para gobernar.

Me levanté de mi silla, prefiriendo estar de pie de modo que pudiera tener


una buena vista de todos.
Hasta ahora, solo Marco sabía del debacle del compromiso.

Armándome de valor, les conté a mis hombres sobre el compromiso


cancelado. Sus reacciones variaron desde la sorpresa hasta la aprobación.
Ninguno de ellos pareció considerarlo algo malo.

Mi Capitán más antiguo asintió. Su cabello blanco demostraba su edad, la


de un hombre que sirvió como Capitán en Indianápolis por más tiempo de lo que
había estado en la tierra: un hecho que a veces dejó ver al principio.

—Tiene sentido. No pueden esperar que te cases con alguien que el


enemigo ha contaminado.

Apreté mis dientes. Mi primer impulso fue contradecirlo y decirle la


verdad: Que yo no había cancelado el compromiso, sino mi prometida.

En cambio, asentí, demasiado orgulloso para admitir la derrota. Marco no


dijo nada, ni reaccionó. Continué contándoles sobre mi compromiso con Sofia y,
como era de esperarse, mis hombres aceptaron la unión. Para ellos, lo único que
importaba era que nuestro territorio consiguiera el reconocimiento que merecía.
Las mujeres eran intercambiables si tenían el estatus esperado. No era raro
comprometer a las niñas a una edad temprana, incluso a hombres mayores,
siempre y cuando la boda fuera pospuesta hasta después de cumplir los dieciocho
años.

A pesar de la aceptación a la unión, un regusto amargo permaneció en mi


boca después de decírselos. Siempre me había alegrado tener una novia de mi
edad.

Serafina y yo habríamos tenido al menos algunas cosas en común.


Conocíamos a las mismas personas de nuestros eventos sociales compartidos.
Aparte de eso, Serafina y yo compartíamos nuestro comportamiento equilibrado
externo. Podríamos haber hecho que un matrimonio funcione.

Dudaba que Sofia y yo tuviéramos algo en común, no ahora ciertamente.


Era una mera niña. Cuando había visto su habitación de color rosa con los
carteles de poni en sus paredes, consideré cancelar todo el asunto, pero una vez
más mi orgullo me detuvo. Quería casarme con alguien de alto rango, alguien
cercano a Dante para establecer aún más mi poder, y eso solo dejaba a Sofia.

Pronto, la discusión se centró en nuestras actualizaciones habituales sobre


el tráfico de drogas y el problema con la Bratva.

Me alegré cuando terminó la reunión. Solo Marco se quedó para tomar


una copa. Jugamos una ronda de dardos mientras tomábamos una cerveza fría sin
decirnos una palabra. Marco me conocía lo suficientemente bien como para
reconocer mi necesidad de silencio.

Finalmente, después de mi segunda cerveza, me apoyé en la mesa de billar


en mi cueva de hombres como siempre lo llamaba mi madre.

—¿Qué piensas?

Marco me echó una mirada de reojo y tomó un sorbo deliberado de su


bebida. A menudo nos confundían con hermanos gracias a las similitudes en
nuestra apariencia. El mismo cabello y ojos castaños, y el famoso mentón fuerte
de los Mancini.

Se encogió de hombros.

—Es un trato desastroso. ¿Te das cuenta que ni Emma ni Sofia estarán
felices si se enteran que Samuel y tú llegaron a un acuerdo para casarse entre
ellas?

Emma estaría devastada. Sofia probablemente no reaccionaría mucho


mejor. Pero en nuestros círculos, cada matrimonio se basaba en una especie de
acuerdo.

Siempre el quid pro quo. El amor rara vez era la razón detrás de un
vínculo.

—No lo descubrirán.

La mirada que Marco me dio estaba llena de dudas.

—Sabes con qué facilidad se esparcen los rumores en nuestros círculos.

—No estaba hablando del acuerdo cuando pedí tu opinión —aclaré—.


Estoy hablando de Sofia. No sé cómo sentirme al casarme con ella. ¿Qué
piensas?

—No te casarás con ella por otros seis años. Hasta entonces, incluso tú,
por más bastardo obstinado que eres, habrás superado perder a Serafina. Estás
consiguiendo a una sobrina de Cavallaro, eso es lo que importa, ¿verdad?

Debería. Desde un punto de vista táctico, mi posición no se había


debilitado. Y, sin embargo, sentía como si hubiera caído profundamente.

—Es demasiado joven.


—Por supuesto que lo es, pero no es como si te casaras con ella a corto
plazo. Créeme, dentro de diez o quince años, darás gracias a tu buena suerte por
tener una esposa joven.

—Ya veremos. —Hice un gesto hacia el tablero de dardos nuevo—. Otra


ronda.

Marco agarró los dardos sin protestar y comenzó a lanzar.

—¿Qué hay con Emma?

—¿Qué hay con ella?

—Se suponía que iba a vivir contigo de modo que tu madre pueda
concentrarse en cuidar a tu padre. Pero ahora que Serafina no va a mudarse, eso
no va a funcionar, ¿verdad?

—Emma ha sido cada vez más independientes en estos últimos meses. No


necesita tanta ayuda como antes. Voy a contratar a una niñera que se especializa
en niños con discapacidades. Las sirvientas pueden encargarse del resto.

—¿Te das cuenta que trabajas mucho y apenas estás en casa? No es como
que tengas un montón de tiempo para pasar con ella.

—Haré tiempo —murmuré.

—No fue tu culpa, Danilo. Tienes que dejar de culparte por el accidente.

Lo fulminé.

—Esta discusión ha terminado.

Marco suspiró pero al final se calló y continuó jugando a los dardos.

El accidente de Emma no era algo en lo que quisiera pensar, y mucho


menos discutir con él. Ya era bastante malo que atormentara mis sueños.

Visité a mis padres al día siguiente. Emma aún vivía con ellos, pero le
prometí que hoy podría mudarse conmigo.

Cuando entré en la casa en la que había crecido, mi pecho se apretó como


siempre lo hacía últimamente en mis visitas. El suave zumbido de la silla de
ruedas de Emma resonó, y apareció en la puerta de la sala de estar, la
preocupación reflejada en sus ojos castaños. Su cabello todavía húmedo estaba
amontonado sobre su cabeza en un moño desordenado. Había intentado
protegerla de la oscuridad de los últimos meses, pero el secuestro de Serafina
había sido el tema de tendencia en nuestros círculos, incluso entre los niños.
Emma había presenciado los acontecimientos tumultuosos de mi boda cancelada.
Sabía más de lo que debería.

Me acerqué a ella y la abracé, besando su frente antes de enderezarme. Se


sentía frágil en mis brazos, como si una ráfaga de viento fuerte pudiera romperla.

—¿Cómo estás?

En los primeros meses después del accidente, a menudo había sentido un


dolor casi punzante en sus piernas… por no hablar de la agitación emocional que
había estado experimentando cuando se dio cuenta que no sería capaz de
utilizarlas como solía hacerlo, nunca más volvería a bailar ballet.

—Estoy bien, pero ¿qué hay de ti? Mamá me dijo que ya no puedes
casarte con Serafina y tienes que casarte en su lugar con Sofia. —Sofia y ella
eran de la misma edad, y ambas ya habían sufrido los efectos secundarios crueles
de haber sido criadas en la mafia. Habían jugado juntas de vez en cuando en las
reuniones.

Ahora, Emma solo podía sentarse al margen mientras los otros niños
corrían.

Toda la ira y el resentimiento del pasado se mezclaron con la nueva rabia


que sentía, pero me lo tragué.

—No me importa. Me casaré con Sofia en seis años. Eso es algo bueno. —
Era una mentira que usaría mucho en el futuro.

Emma inclinó la cabeza como si no estuviera segura qué creer. De


repente, una tos fuerte inundó las escaleras del segundo piso.

Emma hizo una mueca.

—Papá ha estado peor estos últimos días. Temo por él.

Apreté su hombro. Ya tenía que preocuparse por su propio futuro, y aun


así, el destino había añadido cruelmente el deterioro de la salud de padre a su
plato de preocupaciones. La tos continuó, y la voz de mamá resonó.
—Déjame ver cómo están —dije. Subí corriendo las escaleras y encontré a
mis padres en el baño de su suite principal. Papá se sentaba en la bañera,
inclinado, su cuerpo sacudiéndose a medida que tosía. Salpicaduras de sangre se
esparcían en las baldosas a sus pies y su boca también estaba cubierta con ellas.
Mi madre le estaba frotando la espalda, su rostro pálido mientras susurraba
palabras de consuelo.

Eran mentiras. Una mirada a papá era suficiente para decirle a cualquiera
que la próxima Navidad sería la última… si es que llegaba.

No permitiría que la tristeza temida echara raíces en mí.

Papá levantó la vista y se enderezó muy despacio desde su posición


encorvada. Su lucha para contener más tos se reflejó en su piel pálida. Se limpió
la sangre de los labios con el dorso de su mano y mamá le entregó una toallita
rápidamente. Mientras él limpiaba su cara, ella se acercó a mí y me besó en la
mejilla. Sus ojos nadaban en miedo.

—No sé lo que hicimos para merecer esto —susurró.

Yo sí. Tal vez mamá prefería fingir que mi padre y yo éramos los típicos
hombres de negocios normales, pero todos sabíamos que no era cierto. Papá se
puso de pie tambaleante y me dio una sonrisa débil.

—¿El trato con Pietro se mantiene?

Me reporté con él justo después de mi encuentro con Samuel, Pietro y


Dante. No estaba seguro si solo quería que lo confirme nuevamente o si su
memoria estaba empezando a ser irregular debido a su enfermedad.

—Todo está resuelto, pero como dije, el compromiso de Emma con


Samuel permanecerá en secreto de momento.

—Creo que es un error esperar para anunciar la unión —dijo mamá—. Tal
vez la gente dejaría de compadecerla si supieran que va a casarse con un futuro
lugarteniente. Y tal vez Cincinnati se dará cuenta de su error. Que se pudran en el
infierno, todos. —Madre se persignó como si Dios le concedería su deseo de esa
manera.

—Si lo anunciamos ahora, la gente hablará de eso y comprenderán que


llegamos a un acuerdo. Emma se sentirá devastada si se entera que Samuel solo
aceptó casarse con ella si yo me caso con Sofia.

—De cualquier manera te habrías casado con Sofia —dijo papá.


Eso era cierto. Sofia era un buen partido para mí, al menos desde un punto
de vista político.

Y sin embargo, se sentía como si me hubieran derrotado.

Cerré mi bolso. Empaqué exactamente suficiente para una noche. La fiesta


de Navidad de los Cavallaro era mañana y se esperaba que asistiera. Mis padres
insistieron en que quedaría mal si me mantenía alejado, y probablemente tenían
razón. Si tu Capo te invitaba a una fiesta, se esperaba que asistas. Pero no ansiaba
mi viaje a Chicago. Partiría mañana por la mañana y luego regresaría al día
siguiente. Quizás debería haber tenido la intención de pasar más tiempo con mi
futura familia, considerando que el clan Mione también estaría allí, pero perder a
Serafina aún estaba demasiado reciente. Hasta ahora, había evitado las reuniones
sociales por completo. Ni siquiera había asistido a la fiesta del quincuagésimo
cumpleaños de Pietro.

El nombre de Pietro apareció en mi celular. Consideré no atender la


llamada. No me llamaría para una buena noticia. Ninguna de nuestras
conversaciones recientes había sido ni remotamente agradable. Quizás Dante
había cancelado su jodida fiesta de Navidad. Por supuesto, Pietro no me llamaría
para algo así.

De todos modos no quería asistir, pero que no asistiera sugeriría que aún
sentía algo por Serafina.

—Pietro, ¿qué puedo hacer por ti? Estoy ocupado.

—No tardaré mucho. Solo… tengo que decirte algo.

Por el tono de su voz, supe que odiaría cualquier cosa que tuviera que
decir.

—¿Qué pasa?

—Serafina está embarazada. Tiene diecisiete semanas.

La noticia me golpeó como un mazo. Otro recordatorio de cómo Remo me


la había quitado. Como si incluso desde lejos hubiera encontrado otra forma de
humillarme al mostrarme nuevamente la manera en que había deshonrado a mi
prometida.
—Pensé que era mejor que lo escuches de nosotros y no de otra persona.

—Qué considerado de tu parte —dije entre dientes, sintiendo como si mi


interior se estuviera incendiando. La ira se había convertido en un compañero
familiar—. Gracias por hacérmelo saber.

—Entiendo si decides no asistir debido a estas circunstancias.

Todo en mí gritaba para que aceptara el camino más fácil. No quería ver a
Serafina otra vez, sobre todo, no ahora que sabía que llevaba al hijo de Remo
Falcone. Aun así, mi orgullo estaba por los suelos y no permitiría que nadie lo
pisoteara por completo, sobre todo, no Remo Falcone.

—No veo por qué debería hacerlo. Serafina ya no es de mi incumbencia.


Sofia es ahora mi prometida. —Incluso yo pude oír la amargura persistente en mi
voz.

Pietro se aclaró su garganta.

—Muy bien. Hasta entonces.

Me quedé mirando a la nada durante mucho tiempo después de terminar la


llamada.

El zumbido de la silla de ruedas anunció la llegada de Emma. Reorganicé


mis rasgos, adoptando una expresión de calma cuando apareció en el marco de la
puerta.

—¿Estás bien? —preguntó, sus ojos demasiado atentos evaluando mi cara.

Emma me conocía demasiado bien, y simplemente era demasiado buena


para leer las emociones de otras personas.

—Estoy bien —gruñí. Era demasiado joven para sentirse abrumada por
mis problemas. Además, tenía que conquistar los suyos propios.

Se mordió su labio.

—De acuerdo.

Obligándome a sonreír, me acerqué a ella y apreté su hombro.

—Me voy mañana por la mañana.

—Entonces, me quedaré con mamá y papá, ¿cierto?

Asentí, pero entonces se me ocurrió una idea.


—¿Por qué no vienes? Voy a necesitar compañía.

Todo su rostro se transformó en alegría pura y sorpresa.

—¿En serio? ¿No seré una molestia?

Me agaché frente a ella y sujeté sus rodillas.

—Emma, no eres una molestia.

Tener a Emma conmigo en Chicago ciertamente me contendría, la cual era


exactamente la razón por la que necesitaba a Emma allí conmigo. Rara vez perdía
mi compostura cuando ella estaba cerca. Quería protegerla de ese lado de mí, y
en serio necesitaba que alguien me impidiera perder la jodida cabeza. Ver a
Serafina de nuevo bien podría hacerme perder toda la cordura.

Después de la cena, llamé a mi padre para informarle que él y madre no


tendrían que cuidar de Emma en los próximos días.

—¿Estás seguro que es una buena idea? —preguntó padre. Sonó más débil
que la última vez que hablé con él, como si apenas pudiera tomar aliento
suficiente para pronunciar una sola palabra.

—Emma necesita estar entre la gente.

—Sabes cómo se le quedan mirando siempre las personas.

—Lo sé, pero me importa una mierda. Déjalos que miren.

Para el momento en que Emma y yo entramos en la mansión Cavallaro por


la entrada trasera (ya que tenía acceso para personas minusválidas) y llegamos al
vestíbulo, la atención de la gente se giró hacia nosotros. Fue difícil determinar
quién de los dos era el centro de su curiosidad abierta: Emma en su silla de
ruedas o yo. Dante y su esposa Valentina se dirigieron hasta nosotros y estreché
sus manos. Después de eso, Emma y yo nos dirigimos a la sala de estar donde se
habían reunido la mayoría de los invitados.

Emma me dio una sonrisa avergonzada.

—La gente está mirando.


—Me están mirando a mí. El novio abandonado —dije en una forzada voz
risueña.

Los ojos de Emma se abrieron del todo. Por suerte, Anna, la hija de Dante,
y Sofia estaban avanzando en nuestra dirección. Sofia me dio una sonrisa
radiante. Sus mejillas poniéndose rojas cuando le devolví la sonrisa.

—Hola —dijo. Se alisó su vestido y se mordió su labio, pareciendo casi


como si estuviera esperando algo. Emma y la hija de Dante se abrazaron y capté
parte de una conversación mientras me quedaba mirando el rostro expectante de
Sofia—. ¿Cómo estás? —preguntó Sofia, entonces se sonrojó a un rojo aún más
intenso.

Fruncí el ceño, preguntándome a dónde iba con esto.

—Muy bien. —Mi tono fue cortante. Después mis ojos se posaron en ella.
Serafina entró en la habitación con Samuel, sus brazos entrelazados. Estaba
vestida con un elegante vestido holgado. Mi mirada se detuvo en su vientre,
buscando el bulto que su elección de ropa logró ocultar efectivamente. Pronto,
sería imposible, y todos sabrían que Remo Falcone había logrado humillarnos a
la Organización y a mí de otra manera más. Sería el escándalo del siglo.

Las expectantes miradas curiosas de todos los que me rodeaban solo se


ampliaron entonces.

Serafina echó un vistazo en mi dirección, y nuestras miradas se


encontraron. Sonrió cortésmente, luego apartó la vista, avanzando con su mirada
como lo había hecho con su vida. La ira se apoderó de mí, como tantas veces en
las últimas semanas. No era razonable culpar a Serafina por nada de esto. Era la
víctima. Sufrió por todos nuestros pecados y seguirá haciéndolo.

Después de un momento, me di cuenta que Sofia me estaba observando.


Le di otra sonrisa rápida y entonces me volví hacia Emma.

—Iré por bebidas y algo para comer. Ahora tienes compañía, ¿no? —Lo
último estuvo dirigido a Sofia y Anna.

Ambas chicas asintieron.

Me alejé sin otra palabra en busca de la barra libre. Después de un trago


de whisky, me sentí más a gusto. Aun así, seguí buscando a Serafina por toda la
habitación. Mi cerebro simplemente no podía dejarlo estar. Fui en busca de
Pietro o Samuel, frustrado conmigo. Un vistazo me dijo que Emma seguía
hablando con Anna y Sofia.
Cuando finalmente encontré a Pietro, estaba de pie en la terraza bajo el
frío invernal, hablando con Dante.

—¿Interrumpo algo? —pregunté a medida que me unía a ellos.

—No, únete a nosotros —respondió Dante. La preocupación de los


últimos meses que se había asentado en cada línea de mi rostro también se
reflejaba en el suyo.

—¿Cuándo lo van a hacer público? —No tenía que elaborar lo que quería
decir.

Pietro y Dante intercambiaron una mirada, luego Pietro suspiró. Tomó


otro sorbo de su bebida.

—Intentaremos mantenerlo en secreto durante tanto tiempo como sea


posible. Pero dudo que podamos encubrirlo por más de dos meses. La gente
sospechará si Serafina se mantiene alejada de los eventos sociales.

—¿Por qué no se hizo un aborto? ¿Se enteró demasiado tarde?

—No quiso un aborto —respondió Pietro. Su voz dejó en claro que su


elección habría sido diferente si hubiera sido por él.

—Pero ¿lo entregará para que algún otro lo críe?

Dante negó con su cabeza, Pietro vació el resto de su vaso y luego


encendió un cigarrillo. Por un momento, consideré pedirle un cigarrillo. Tenía
ganas de emborracharme y fumar hasta olvidar todo lo que me rodeaba. Pero
tampoco era una opción. Tenía que estar lo suficientemente sobrio para volver al
hotel con Emma, y a ella no le gustaba cuando fumaba porque eso había matado
a nuestro abuelo y pronto mataría a padre.

—¿Va a criar al hijo de Falcone?

No conseguí una respuesta. No podía entender cómo Serafina siquiera


podía considerar criar a su hijo. Que no quisiera un aborto era algo que podía
comprender. Pero ¿ver al hijo de Remo de hecho crecer después de lo que le
hizo? Eso era una locura. Las mujeres se ponían sentimentales cuando estaban
embarazadas. Tal vez más adelante cambiaría de opinión.

Ni siquiera debería importarme. Serafina ya no era asunto mío.

Y, sin embargo, aún sentía como si lo fuera, como si todo lo que le


hubiera sucedido aún recayera sobre mí.
Considerarlo, era una cosa de orgullo, pero no era capaz de abandonar el
pensamiento.

Había estado tan emocionada cuando escuché que Danilo vendría a la


fiesta de Navidad del tío Dante. Cuando él no había asistido a la fiesta de
cumpleaños de papá, estuve decepcionada. Quería volver a verlo ahora que era
mío. Pocas personas sabían a estas alturas de nuestro compromiso… el cual ni
siquiera era un compromiso oficial. Esa fiesta solo sucedería cuando fuera
mayor.

Mi entusiasmo se desvaneció cuando encontré a Danilo en la fiesta. Me


había tomado mucho más tiempo que nunca para prepararme. Elegí un vestido
nuevo elegante, e incluso me puse un toque de maquillaje que robé de la
habitación de Fina. A pesar de mis esfuerzos, Danilo apenas me miró. Era como
si fuera aire. Su expresión era pasiva. La única vez que hubo un destello de
pasión fue cuando vio a Serafina al otro lado de la habitación. Después de eso,
fui invisible para él. Anna me dio un codazo una vez que se fue.

—Oye, no pongas esa cara —susurró luego se volvió de nuevo a Emma.


Me obligué a apartar mis ojos de Danilo y sonreí a Emma.

—¿Tienes hambre? —le pregunté—. Aún no hemos comprobado el buffet.


Quizás podamos hacerlo juntas.

Ella asintió y sonrió con timidez.

Anna sonrió.

—Finalmente. Estoy hambrienta.

Anna se adelantó, separando a la multitud de modo que Emma pudiera


pasar entre ellos. Era obvio que Emma estaba avergonzada por la atención, así
que me quedé a su lado y la distraje con una charla.

—Me alegra que vayas a casarte con mi hermano —dijo un poco más
tarde cuando nos encontrábamos en una esquina de la habitación, comiendo.
Eso me sorprendió.

—¿En serio? —Me estremecí ante lo ansiosa que soné. Como un


cachorrito desesperado por una golosina.

—Somos cercanas de edad, de modo que podemos ser amigas.

—Ya somos amigas —dije. Emma y yo no éramos tan cercanas como lo


era con Anna o mis amigas de la escuela porque no la veía tan a menudo, pero
me agradaba. Después de su accidente, no había estado segura de cómo tratarla,
pero pronto me di cuenta que seguía siendo la misma chica de antes, solo que,
menos móvil.

Los ojos de Emma se dirigieron a algo detrás de mí. Giré. Danilo se


dirigía nuevamente hacia nosotras, con una copa en su mano. Me enderecé y
sonreí de esa manera sofisticada que Fina había perfeccionado. Su mirada pasó
de mí antes de fijarse en Emma.

—Veo que se encargaron de ti. ¿Estarás bien mientras me ocupo de unos


negocios?

Emma asintió.

—Por supuesto. No soy un bebé.

La sonrisa que le dio Danilo fue desprotegida. Era la primera vez que su
rostro parecía completamente libre de control. Por lo general, siempre era tan
recatado y consciente de su entorno. Quería que él también bajara la guardia
alrededor de mí.

Se marchó enseguida, con un asentimiento breve hacia mí.

Anna se inclinó hacia mí, un mechón de su cabello castaño cayendo de su


peinado.

—Deja de darle esos ojitos de cachorrito.

Fruncí el ceño.

—No estoy… —Había estado dándole mis ojitos de cachorrito—. Solo


desearía que dejara de ignorarme.

Anna se encogió de hombros.

—Tiene que ignorarte en público. Hasta que seas mayor, va contra la


etiqueta demostrar que estás comprometida.
Tenía razón. Seguía comparando mi situación a cómo Danilo había tratado
a mi hermana, pero ella había sido mayor, y casi habían estado casados.

Me prometí que dejaría de preocuparme tanto por todo.

Serafina y yo estábamos sentadas en el porche, disfrutando del cálido día


de primavera. Su vientre ya estaba bastante abultado. Parecía como si estuviera a
punto de estallar. Me explicó que su vientre era más grande debido a que
esperaba gemelos. Simplemente no podía creer que tuviera a dos pequeños seres
humanos dentro de ella.

Se rio cuando notó mi atención.

—No te preocupes. No voy a explotar incluso si siento que voy hacerlo.

—No puedo esperar para conocer a los gemelos. —Me reí.

Su sonrisa vaciló.

—Al menos alguien lo hace.

Entrelacé nuestros dedos.

—¿Mamá y papá aún no están felices por los bebés?

Fina miró hacia otro lado, mordiéndose el labio inferior. No dijo nada,
pero podía ver que estaba conteniendo las lágrimas. Desde que quedó
embarazada, sus emociones estaban por todas partes. Por eso nunca hablaba de
Danilo con ella, incluso aunque estaba desesperada por preguntarle por él.

Papá salió al porche.

—Sofia, ¿puedo hablar un momento contigo?

Me levanté, sorprendida de que quisiera hablar conmigo. ¿Se trataba de


Danilo? Lo seguí al interior y nos acomodamos en el sofá.

Su expresión me dijo que estaba a punto de escuchar malas noticias.

—Bichito, sé que estabas entusiasmada por celebrar tu cumpleaños, pero


teniendo en cuenta la situación de Fina, tu madre y yo decidimos que sería mejor
cancelar la fiesta.
Mi corazón se hundió. Había estado esperando celebrar mi doceavo
cumpleaños con mis amigos.

—Está bien.

Papá acarició mi cabeza.

—Lo siento. Pero entiendes que no podemos tener a muchas personas


alrededor en estos momentos, ¿verdad?

Asentí mecánicamente. Mis padres intentaban ocultar el embarazo de


Serafina del ojo público tanto como fuera posible. No estaba segura por qué
seguían molestándose.

Incluso en la escuela, todos sabían de su embarazo.

—Pero Anna y su familia vendrán de visita, de modo que pasarás tu


cumpleaños con ella —dijo papá.

Podía ver lo mal que se sentía, y no le quise hacer sentir aún más culpable
al mostrar mi tristeza, de modo que sonreí y lo abracé.

—Papá, no te preocupes. Está bien. —Cuando besé su mejilla, fue como


un si un peso se alzara de sus hombros.

Anna y su familia llegaron el día antes de mi cumpleaños.

El día de mi cumpleaños, mamá me preparó un gran pastel de chocolate e


hizo demasiado glaseado como de costumbre porque me encantaba comerlo a
cucharadas mientras el pastel se horneaba. Leonas, Anna y yo pasamos el día
juntos, atiborrándonos de pastel y tagliatelle caseros con ragú que es un plato
tradicional de la ciudad natal de nuestra cocinera, Bolonia. Finalmente obtuve un
teléfono celular, y aunque Danilo todavía no tenía mi número, seguí esperando
recibir un mensaje de su parte. No sería difícil para él averiguar mi número, todo
lo que tenía que hacer era pedírselo a papá o Samuel. Pero a medida que la cena
transcurría y no recibí un mensaje de él, acepté que olvidó mi cumpleaños. La
decepción pesó demasiado sobre mí, pero intenté ocultárselo a mi familia. No
quería que notaran lo loca que estaba por Danilo.
Después de la cena, Anna y yo nos dirigimos a mi habitación y nos
acomodamos en mi cama para ver películas y permanecer despiertas el mayor
tiempo posible.

Como de costumbre, Anna captó mi estado de ánimo.

—Probablemente solo lo olvidó. Los hombres son así —comentó durante


los créditos iniciales.

—¿Cómo sabes tanto sobre los hombres? —pregunté burlándome.

Anna puso los ojos en blanco.

—Tengo un hermano, y puede ser un grandísimo idiota. Dudo que mejore


con la edad. ¿Y Sam? ¿Siempre recuerda los cumpleaños?

Negué con la cabeza.

—Fina siempre tiene que recordarle los cumpleaños de mamá y el día de


la madre. —Sonreí, de repente sintiéndome mejor—. Tienes razón. Vamos a
disfrutar de la película.

Después del desayuno al día siguiente, Sam me hizo señas para


acompañarlo sosteniendo su teléfono.

—Danilo. —Hubo un filo en su voz que no entendí, pero estaba


demasiado ansiosa por hablar con Danilo para pensar en ello.

—Hola —dije tímidamente. Mi piel se calentó cuando noté que mi familia


me estaba observando. Me giré y salí del comedor para tener algo de privacidad.

—Hola, Sofia. Solo estoy llamando para desearte un feliz cumpleaños.


Ayer tuve un día ajetreado o habría llamado.

Sonreí.

—No te preocupes, está bien. —Estaba encantada con lo sutil que sonó mi
voz, como si no estuviera nerviosa en absoluto.

—Espero que hayas tenido un buen día.

—Sí, lo tuve. Umm… me dieron un celular.

Tenía la esperanza de que pidiera mi número.

—Eso es estupendo.
—Podría darte mi número en caso de que necesites comunicarte conmigo.
—Ahora no hubo nada de sutileza en mi voz. Soné como una idiota.

Danilo se aclaró la garganta.

—Eso no sería apropiado. Si tengo que llegar a ti, llamaré a tu padre o tu


hermano.

Mi estómago dio un vuelco y el calor golpeó mis mejillas.

—Tienes razón —solté a duras penas.

Hubo un momento de silencio antes de que Danilo dijera:

—Ahora tengo una reunión. Qué tengas un buen día.

—Tú, también.

Cuando terminó la llamada, mantuve el teléfono pegado a mi oído durante


un par de segundos antes de finalmente bajarlo y levantar la vista.

Fina estaba de pie en la puerta del comedor, frunciendo el ceño mientras


me observaba.

—¿Estás bien?

Quería hablar con alguien desesperadamente. En el pasado, ese alguien


habría sido mi hermana, pero ahora había surgido una barrera entre nosotras. No
era culpa de Fina. Aún intentaba hablar conmigo tan a menudo como podía, pero
se sentía incómodo compartir mis tontos sentimientos por su ex prometido con
ella. Sobre todo, considerando con lo mucho que tenía que lidiar en este
momento. Pronto sería una madre soltera de dos bebés. Mis problemas eran
absolutamente ridículos en comparación.

—Sí, Danilo me deseó un feliz cumpleaños. —Me mordí mi labio—.


¿Alguna vez te felicitó con un día de retraso?

Fina avanzó hasta mí, aunque fue más un contoneo por su barriga
gigantesca.

—No recuerdo. —Tocó mi hombro, sus ojos evaluando los míos.

Me pregunté si en realidad no recordaba o si simplemente lo dijo para no


herir mis sentimientos.
—¿Quizás sería mejor que te olvidaras de tu compromiso con Danilo hasta
que seas un poco mayor? Aún tienes muchos años antes de tener que casarte con
él. Diviértete con tus amigos hasta entonces, y simplemente no pienses en él.

Quise hacer lo que dijo, pero mi cerebro parecía tener un cortocircuito y


todos mis pensamientos giraban en torno a Danilo.
M
e había tomado en serio las palabras de Fina y me obligué a
mantener mis pensamientos lejos de Danilo cada vez que
regresaron a él. Fue un éxito, sobre todo por el hecho de que
no lo había visto en meses. El nacimiento de mi sobrina y sobrino hace siete
meses también ayudó. Dos bebés requerían mucha atención, y Fina estaba feliz
de tener cualquier tipo de ayuda. Debido a todo el tiempo que pasábamos juntas,
nos habíamos acercado nuevamente.

Fue a principios de diciembre cuando el sonido de unos pasos me despertó


y me sacó de mi habitación. Fina estaba en el pasillo, ambos gemelos en
portabebés y una mochila en su espalda.

Alzó la vista. La conmoción cruzó por su rostro como si la hubiera


atrapado en el acto. Era tarde, de modo que no podía tener alguna cita con los
gemelos. Mamá ya estaba dormida y papá, Sam y el tío Dante estaban ocupados.
Por supuesto, nadie se había molestado en decirme qué tipo de negocio estaban
llevando a cabo, no es que alguna vez lo hicieran, pero el nivel de secretismo que
todos tenían dejaba claro que cualquier cosa que fuera, era importante.

Al momento en que los ojos de Fina se encontraron con los míos, supe que
algo andaba mal.

—¿A dónde vas? —le pregunté, mi corazón apretándose con fuerza. Fina
parecía estar a punto de huir.

La expresión de Fina se suavizó.

—Me voy. Tengo que hacerlo.

No había esperado que Fina me dijera la verdad. Mis padres y Sam


generalmente me daban una versión endulzada de los eventos.
—¿Por Greta y Nevio? —Me detuve junto a mi hermana. Tanto Nevio
como Greta estaban dormidos en sus portabebés, luciendo diminutos y adorables.
Me encantaba abrazarlos—. Nos estás dejando —susurré, dándome cuenta que
nunca más podría verlos. Si Fina huía, no me permitirían verla.

—Tengo que hacerlo, bichito. Por mis bebés. Quiero que estén seguros y
felices. Necesito protegerlos de los susurros.

Odiaba la forma en que la gente hablaba mal de los gemelos. Solo eran
bebés, pero la gente los odiaba porque se parecían a Remo Falcone, el enemigo.
Me incliné y besé sus mejillas regordetas por última vez. Quería que ella fuera
feliz, y no lo había sido desde antes de nacer los gemelos.

Todos la miraban siempre como si fuera un extraterrestre. Aun así, la idea


de perder a Fina y los gemelos me cortó profundamente.

—Sé lo que dicen las personas de los gemelos, y lo odio. Pero no quiero
que te vayas… —Mi voz se quebró.

—Lo sé. Dame un abrazo.

La abracé con fuerza, intentando memorizar todo en ella. Su perfume


fresco Calvin Klein, su cabello suave y sus abrazos cálidos.

—Por favor, no le digas a nadie —susurró.

Me aparté.

—¿Vas a volver con su padre?

Fina asintió. Rara vez hablaba de su secuestro, pero cada vez que
mencionó a Remo Falcone, no había sonado tan asustada como esperaba. A
veces, incluso parecía melancólica, y ahora sabía que mis instintos habían sido
correctos.

—¿Lo amas?

—No lo sé —respondió Fina, sus cejas rubias frunciéndose.

¿Cómo podía no saberlo? Pero entonces, recordé mis sentimientos


confusos por Danilo y lo entendí. Las emociones no siempre eran en blanco y
negro.

—Papá no me permitirá verte nunca más, ¿verdad? —pregunté, mis ojos


escociendo con lágrimas que intentaba contener por su bien. No quería que se
sintiera culpable.
Fina apartó la mirada brevemente, parpadeando rápidamente.

—Espero que algún día lo entienda.

No entendía por qué a papá y a Sam les desagradaban tanto los gemelos,
pero cada día se había vuelto más evidente. Odiaban a Remo tanto que no podían
ver nada más que su odio. No podía imaginar que alguna vez estuvieran bien con
Fina regresando a Las Vegas, incluso aunque fuera por amor y sus gemelos.

—Voy a echarte de menos.

—También te echaré de menos. Intentaré contactarte. Recuerda, bichito, te


amo.

Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras la veía bajar las escaleras.

Me agarré a la barandilla hasta que escuché el suave clic de la puerta


principal cuando salió de la casa. No estaba segura de cómo haría para salir de
las instalaciones o pasar los guardias, pero era inteligente y decidida. Encontraría
una manera.

Volví a la cama, pero no pude volver a dormirme. Mis pensamientos


estaban con Fina, preguntándome cómo llegaría a Las Vegas. Quería que
estuviera a salvo. Consideré buscar a Anna. Ella, Leonas y Valentina habían
pasado la noche aquí dado que el tío Dante estaba haciendo sus negocios. Pero le
prometí mantenerlo en secreto. Confiaba en Anna, pero no quería arrastrarla en
este lío y obligarla a mentirle a su padre.

Con el tiempo debo haberme quedado dormida porque me despertaron


unos gritos enojados. Me levanté de la cama para investigar el motivo de los
gritos. Mi corazón se aceleró esperando un ataque. En cambio, encontré a mamá,
papá y Samuel enfrentándose a Dante.

Mamá estaba llorando histéricamente. Yo seguía intentando entender lo


que pasaba. Todo sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de aceptar lo que
sucedía. Y luego mis padres echaron a Anna y su familia de nuestra casa. Lo
observé todo, con la boca abierta y el corazón apretándose con fuerza.

Anna me miró con miedo. Nunca había visto a nuestros padres gritándose
los unos a otros, y mucho menos corriendo al otro. Cuando la puerta se cerró
detrás de ellos, me di cuenta de repente que podría haber perdido a Fina, los
gemelos y a Anna en un mismo día.

Mamá subió corriendo las escaleras, papá siguiéndola. Sus lamentos


resonaban por toda la casa y me hicieron llorar.
Sam se acercó a la oficina de papá y me arrastró detrás de él. Se sirvió un
trago y se lo bebió, después se dejó caer en uno de los sillones, luciendo
despeinado y devastado. Me arrastré hacia él y toqué su hombro, queriendo
consolarlo. Él y Fina habían sido inseparables, y ahora ella se había ido.

—Lo eligió. Lo salvó —gruñó entre dientes, y entonces me dijo cómo


Fina había ido a una casa de seguridad donde ellos habían mantenido retenido a
Remo Falcone para matarlo, y ella lo salvó. Dante la había dejado ir y ahora mi
familia culpaba a mi tío por perderla, pero ella había elegido irse… no Dante.

Él solo aceptó honrar su deseo. No expresé mis pensamientos y escuché


las divagaciones de Sam cada vez más ebrio. Cuando mencionó a Danilo, me
animé.

—¿Danilo estaba allí?

Sam asintió y se puso de pie tambaleándose para tomar otra copa.

—¿Por qué estaba allí?

Sam ya estaba inestable sobre sus piernas, y deseé que dejara de beber,
pero no podía decirle qué hacer.

Resopló.

—Porque Danilo ha estado soñando con desmembrar al maldito Remo


Falcone en míseros pedazos desde el día en que le robó a Fina. Todos hemos
estado soñando con eso, con finalmente conseguir nuestra venganza. ¿Pero la
conseguimos? Maldita sea, no. Dante nos quitó eso, y ahora Fina se ha ido junto
con cualquier oportunidad de venganza que alguna vez tuvimos. —Se tomó la
bebida.

Había esperado tontamente que Danilo hubiera superado la pérdida de


Fina, que hubiera seguido adelante, pero si la venganza aún estaba en su mente,
obviamente, ese no era el caso.

—¿Por qué no puedes seguir adelante? —susurré. Era la pregunta que


quería hacerle a Danilo.

Samuel se rio amargamente.

—¿Seguir adelante? No hay ninguna jodida forma en que pueda seguir


adelante. La perdí, y nada ni nadie jamás podrá reemplazarla. —Se dejó caer en
su silla, luciendo como si estuviera a segundos de perder el conocimiento.
Sabía que Samuel no tenía la intención de lastimarme, y sabía que yo
nunca podría reemplazar a Serafina. Ella y Samuel siempre habían sido una
unidad. Eran gemelos.

Su vínculo era especial, y siempre lo acepté. Sin embargo, después de


escuchar sus palabras, me sentí aplastada, sabiendo que probablemente los
mismos pensamientos estarían en la mente de Danilo. Él quería a Fina, la había
elegido, y ahora había terminado conmigo en su lugar. La respiración de Samuel
se había igualado y sus ojos estaban cerrados. Le quité el vaso de la mano con
cuidado y lo puse sobre la mesa. Lo dejé en el sillón y salí de la habitación
sigilosamente. Cuando llegué arriba, escuché el llanto de mamá proviniendo de
su habitación. Me quedé en el pasillo durante un par de segundos,
preguntándome si debería tocar la puerta e intentar consolarla.

Pero mamá era de las que lloraban en privado. Probablemente querría


estar sola, así que solo pasé por la habitación.

Esa noche, cuando me acosté en mi cama, me permití llorar.

Después de un momento de euforia estimulante ayer cuando Remo


Falcone se había entregado a cambio de su hermano más joven que habíamos
capturado, luego de horas viéndolo ser torturado y torturándolo por mí mismo,
mi estado de ánimo ahora había tocado fondo.

Corría a través de Minneapolis, sin siquiera estar seguro de adónde iba.


Había esperado durante meses este día. Había perdido la cuenta de las veces que
imaginé cómo desmembraría a Remo, la forma en que lo llevaría de rodillas y le
haría rogar por misericordia. No hizo ninguna de las dos. Su aire de arrogancia
permaneció intacto hasta el propio final. Permaneció con su sonrisa arrogante, sin
importar lo que hiciéramos con él. Quizás si hubiéramos tenido la oportunidad de
continuar con nuestro plan y cortarle el puto pene, habría rogado al final, pero
nos vimos frustrados.
Remo Falcone había ganado, después de toda nuestra lucha y esfuerzo.
Serafina, la mujer que secuestró y deshonró, lo había salvado con ayuda de
Dante.

Sentí un ataque desenfrenado de culpa cuando Serafina había sido


secuestrada y aún después de que regresara rota a nosotros, una sombra de la
chica que pensé que conocía. Ahora, la ira se apoderaba cada vez más de mis
emociones, volviéndose casi abrumadora. La odié al instante en que apuntó su
arma hacia nosotros para proteger a su secuestrador, nuestro peor enemigo. Una
cosa era nacer del lado equivocado y no conocer nada mejor como la mayoría de
los Camorristas, pero era imperdonable haber sido criada en la Organización y
desertar. Mujer o no. Podría haber enviado a sus gemelos a Las Vegas y quedarse
donde pertenecía: en la Organización.

Me detuve en el estacionamiento de un bar al azar, sin siquiera estar


seguro de si era uno de los nuestros o si pertenecía a la Bratva. No me importaba.
Apagué el motor y salí de mi auto.

Dentro del bar lúgubre y con poca luz, tomé un trago tras otro. El barman
no hizo ninguna pregunta o intentó impedirme conseguir embriagarme
peligrosamente.

Vi a una mujer rubia por el rabillo del ojo. Mi corazón dio un vuelco,
pensé que era Serafina por un momento. Quise patearme por mi propia idiotez.
Bebí el resto de mi bebida y estampé el vaso en la barra. El barman volvió a
llenar mi vaso sin hacer ningún comentario. En una inspección más cercana, la
mujer al otro extremo de la barra no tenía ningún parecido con mi ex prometida
excepto por el color de cabello similar. Cada centímetro del rostro de esta mujer
reflejaba una vida llena de dificultades y frustraciones. Serafina había vivido en
una jaula de oro. Nunca tuvo que trabajar por nada, luchar por nada, y la primera
vez que lo hizo fue para salvar a nuestro enemigo y traicionarnos a todos.

La amargura envenenó mis entrañas. Estaba atrapado en una espiral


autodestructiva, pero no podía librarme de ella.

La mujer notó mi atención y sonrió. No era mi tipo. Demasiado artificial,


pero era exactamente lo que necesitaba. Me levanté, me acerqué a ella y me
hundí en el taburete de la barra a su lado. De cerca, apenas se parecía a Serafina,
pero no me importó. Después de una charla breve y unas copas más, entramos
juntos al baño. Me la follé con fuerza contra el cubículo, su frente pegada a la
pared, de espaldas a mí. Me concentré en su cabello rubio y dejé escapar mi
frustración y enojo. Remo me había arrebatado a Serafina, le había robado la
inocencia y su corazón. Podía imaginar su sentimiento de triunfo absoluto cada
vez que se la folló, sabiendo que me quitó eso.

Me corrí con un estremecimiento violento y me desenredé de la mujer que


tenía delante. No estaba seguro si se corrió, pero no me importó. No se veía
infeliz cuando se inclinó hacia mí y susurró algo a mi oído que no entendí antes
de deslizar un trozo de papel en mi bolsillo. Salió a trompicones del cubículo, me
apoyé en un brazo y me deshice del condón. Me quedé viendo la pared llena de
grafitis durante mucho tiempo, sintiéndome mal del estómago y sin estar seguro
si era el resultado de consumir demasiado alcohol o mi follada de mal gusto en
un baño sucio. Arreglé mi ropa y salí a trompicones. Después de dejar el dinero
en la barra, me tambaleé hasta mi auto.

Una vez detrás del volante, miré directo al frente, intentando evitar que mi
visión girara. Cerré mis ojos, considerando adónde ir. El hotel estaba fuera de
cuestión. Mi familia y yo nos habíamos estado alojando en el lugar desde que
tengo memoria. No aparecería por allí en este estado lamentable. Mis padres ya
tenían bastante con qué lidiar sin preocuparse por mis escapadas borrachas.

No había forma de que pudiera conducir hasta otro hotel o motel barato.
Después de lo que había sucedido con Emma, nunca bebía y manejaba. No
necesitaba añadir otra capa de culpa a mi consciencia ya pesada.

De vuelta en Indianápolis, había llamado a Marco y le pedí darme un


aventón hasta su lugar. Aunque probablemente estaría tan ebrio como yo. Por lo
general, pasábamos juntos este tipo de noches de mierda. Al final, saqué mi
teléfono y llamé a Pietro.

Respondió después del segundo timbre, sin ninguna señal de sueño en su


voz, solo una profunda cautela devastadora.

—Danilo, ¿qué puedo hacer por ti?

Quizás mostrar debilidad a otro lugarteniente era un error. Pietro era uno
de los mejores hombres de nuestro mundo, pero seguía siendo un mafioso, y
mantener las apariencias frente a él era importante. No era de los que apuñalaban
por la espalda, ni difundían chismes, y también sería mi familia un día. Ya habría
sido mi familia, si no fuera por Remo Falcone. La rabia que había ahogado
temporalmente con licor y una aventura sin sentido con una chica años luz de
alcanzar la gracia de Serafina estalló dentro de mí nuevamente, encendiendo las
brasas de mi sed de venganza y sangre.

—¿Danilo? —La preocupación ahora se mezclaba con el agotamiento en


la voz de Pietro.
Quizás era una de las pocas personas que entendía mi agitación.

Ambos habíamos perdido algo. Pero lo que él perdió no podría


reemplazarse.

—Estoy demasiado ebrio para conducir. Estoy atrapado en el


estacionamiento de algún bar de mierda. ¿Puedo pasar la noche en tu casa?

—Por supuesto —respondió Pietro sin dudarlo. Ni siquiera preguntó por


qué no simplemente regresaba al hotel donde estaba hospedado—. Si me das la
dirección del bar, iré a recogerte.

Asentí como si pudiera verlo a través del teléfono, luego le dije dónde
estaba. No sabía cuánto tiempo se tardaría Pietro para llegar a esta parte de la
ciudad. Había conducido sin rumbo por las calles antes de finalmente detenerme
aquí.

Mis ojos se cerraron a medida que cedía a la densa niebla que el alcohol
estaba extendiendo por mi cabeza.

Un golpe en la ventana me sacó del sueño. No estaba seguro de cuánto


tiempo me dormí, pero cuando me asomé por la ventana, Pietro me devolvió la
mirada. Me enderecé y abrí la puerta. Mis piernas estaban inestables.
Obviamente, había bebido mucho más de lo que pensé. Pietro me examinó. Sabía
que era un espectáculo lamentable, pero no comentó nada y no propagaría
rumores sobre mí. Según nuestros estándares, era un buen hombre.

No me ofreció ayuda mientras me tambaleaba hasta su auto, a pesar de


que evidentemente podría haberla necesitado, por lo que estaba agradecido.
Quería conservar una pizca de mi orgullo.

Una vez que me dejé caer en el asiento del pasajero, una ola de náuseas
me inundó, pero luché contra ella. No era un quinceañero que había exagerado en
su primera parte. Pietro se deslizó detrás del volante y puso en marcha el auto.
Bajó la ventanilla y encendió un cigarrillo.

Antes de lo de Serafina, nunca lo había visto fumar, pero supuse que cada
uno tenía su propio vicio para lidiar con los últimos acontecimientos.

No hablamos. Estaba demasiado ebrio, y Pietro, aunque no estaba


borracho, parecía tener resaca.

—¿El Capo sigue en tu casa? —pregunté finalmente. El tono amotinado


en mi voz podría haberme hecho perder la cabeza cualquier otro día. No es que
me importara.
—No, su familia y él se fueron a Chicago.

—Hogar dulce hogar —murmuré.

Pietro dio una calada profunda y asintió. Nuestras familias estaban en


ruinas por varias razones, pero Dante había mantenido la suya en perfectas
condiciones.

Llegamos a la mansión de Pietro quince minutos más tarde. La casa estaba


a oscuras, excepto por una habitación en el piso de arriba.

Pietro suspiró.

—¿Tu esposa? —supuse.

Asintió. Nunca había sido muy hablador, pero ahora parecía haberse
convertido en un mutismo selectivo.

—¿Y Samuel? —pregunté. No estaba seguro de por qué simplemente no


podía callarme.

Pietro dio una última calada a su cigarrillo, lo pisoteó contra el suelo y me


condujo hacia la puerta principal.

—Perdió a su gemela.

No era una gran respuesta, pero al mismo tiempo lo era. Samuel y yo no


éramos amigos exactamente. Nuestras personalidades chocaban demasiado para
que nos gustara estar juntos, pero lo respetaba. Había perdido a mi prometida, mi
futura esposa cuando Remo la había secuestrado y había conseguido a Sofia
como un reemplazo.

Para Samuel, no habría otra persona quien pudiera ocupar el lugar de su


gemela.

Pietro me llevó a una de sus habitaciones de invitados en el segundo piso


y luego se excusó.

Me dejé caer en la cama, quitándome mis zapatos y no me molesté en


desnudarme. Segundos después de que mi cuerpo golpeara el colchón, me
desmayé.
B
ajé las escaleras algo tambaleante, aún en camisón. Entré en el
comedor bostezando, el cual olía a café y panqueques. Nuestra
doncella Adelita me dio una sonrisa rápida antes de salir
corriendo, probablemente para conseguir cualquier cosa que faltara. Papá era el
único que estaba sentado a la mesa, lo cual era bastante inusual. Por lo general,
mamá siempre se levantaba temprano y era la primera en asegurarse que la mesa
del desayuno incluyera todos nuestros favoritos; especialmente los fines de
semana.

—Buenos días —dije, mi voz ronca por el sueño y el llanto. Papá levantó
la vista de detrás de su periódico. Sombras oscuras se extendían por debajo de
sus ojos, y cuando besé su mejilla, el hedor a humo llegó a mi nariz—. ¿Estás
fumando otra vez? —pregunté, preocupada—. Eso no es saludable.

Papá me dio una sonrisa pequeña, luego examinó mi atuendo.

—Tal vez deberías vestirte.

Fruncí el ceño.

—Es fin de semana.

—Danilo pasó la noche aquí. Podría bajar en cualquier momento, y estoy


seguro que no quieres estar en tus ropas de dormir a su alrededor.

Mis ojos se abrieron por completo con sorpresa.

—¿Por qué está aquí?

Papá volvió a mirar su periódico. Si se mostraba reacio a decírmelo, solo


podía ser por Fina.

—No estaba sintiéndose muy bien después de que tu hermana ayudara a


escapar a Remo, de modo que anoche lo recogí y lo dejé pasar la noche.
Asentí, mis ojos comenzando a escocer.

—Por supuesto. Umm… iré a vestirme. —Retrocedí y salí.

Pensé que Danilo había superado a Fina, pero si papá tuvo que recogerlo,
debió haber estado muy ebrio… como Samuel.

Caminé penosamente por el pasillo del segundo piso perdida en mis


pensamientos cuando alguien salió de una de las habitaciones. Lo noté
demasiado tarde y choqué contra él… Danilo, por supuesto.

Agarró mis brazos para estabilizarme. Alcé la vista, con las mejillas
ardiendo.

Danilo vestía una camisa arrugada y pantalones oscuros que olían


levemente a alcohol y humo. La ropa de ayer.

Sus ojos estaban inyectados en sangre y se arremolinaban con una miríada


de emociones oscuras que inundaron de pavor mi corazón. Nunca lo había visto
así. Parecía desconsolado por la huida de mi hermana. No era la reacción de
alguien que no se preocupara por ella nunca más.

—Lo siento —murmuré, después de todo prácticamente lo atropellé.


Escaneó mi atuendo brevemente, y me estremecí por dentro. Esta no era la
impresión que quería dar.

Me soltó y dio un paso atrás.

—No tienes que disculparte —dijo con una voz que hablaba de una larga
noche—. ¿Tu padre está abajo?

—Sí, lo está.

Le di una sonrisa forzada y me excusé, queriendo ponerme presentable


para salvar mi dignidad. Fina nunca había desfilado alrededor de Danilo en ropa
de dormir infantil. Quise gritar de frustración, pero en su lugar me puse un
vestido bonito antes de bajar corriendo otra vez, con la esperanza de poder
compensar mi primera aparición, pero cuando entré al comedor, Danilo no estaba
allí.

Mamá y papá se sentaban a la mesa, tomando café.

—¿Dónde está Danilo? —les pregunté a medida que me acomodaba frente


a mamá.

—Tuvo que regresar a Indianápolis —respondió papá.


Asentí, apenas siendo capaz de contener mi decepción. Madre no dijo
nada. Parecía agotada, y sus ojos estaban hinchados de llorar.

Alcancé los panqueques y coloqué algunos en mi plato. Adelita volvió a


entrar con los dos últimos cuencos. Uno de ellos contenía una variedad de bayas,
el otro rodajas de toronjas. Mi estómago se convirtió en un pozo hueco al ver las
medias lunas rosadas perfectas.

Fina era la única que amaba la toronja.

Mamá y papá debieron pensar exactamente lo mismo porque sus


expresiones cayeron de inmediato cuando Adelita dejó el cuenco.

—Puedes botar eso —dijo mamá bruscamente.

Nunca le hablaba así al personal, ni siquiera cuando estaba estresada.

Adelita saltó, luego la comprensión se reflejó en su rostro. A estas alturas,


nuestro personal ya sabría sobre Fina. Noticias como esa se extendían como la
pólvora. Mi corazón se sintió pesado ante la desaparición de mi hermana. Para
ahora, estaría en Las Vegas con los gemelos, en territorio enemigo. ¿Tendría la
oportunidad alguna vez de volver a hablar con ella? ¿Volver a verla?

Adelita alcanzó el cuenco, pero la detuve y lo acerqué hasta mí.

—No te preocupes. Esta mañana estoy de humor para toronjas.

Asintió lentamente antes de salir de la habitación, luciendo tan


conmocionada como yo me sentía. Mamá tomó un sorbo de café, sus dedos
blancos por el agarre fuerte en la taza.

Papá volvió a mirar su periódico, pero no antes de darme una sonrisa


pequeña de agradecimiento.

Clavé una rodaja de toronja y la deslicé en mi boca. El sabor agridulce


floreció en mi lengua y tuve que contenerme para no hacer una mueca. Después
de algunos bocados más, mis papilas gustativas se acostumbraron al amargor y
terminé el resto de la fruta. Mamá me echó algunos vistazos breves antes de
volver a llenar su taza con café. Yo era la única comiendo.

—¿Han visto a Samuel? —pregunté finalmente, incapaz de soportar el


aplastante silencio un segundo más.

Mamá negó con la cabeza. Parecía como si ese gesto pequeño ya le


hubiera costado demasiada energía.
Papá dejó su periódico.

—Aún estaba durmiendo la última vez que lo revisé.

—Estaba bastante borracho…

Papá sacudió la cabeza.

—No debería haber estado ebrio delante de ti.

Me encogí de hombros. Ya no era una bebé. Desde el secuestro de Fina,


había visto tantas cosas perturbadoras que no me asustaba tan fácilmente.

—Creo que iré a buscarlo —dije, esperando a que papá diera su


consentimiento. Solo asintió y me levanté de la mesa. Le serví un café a Samuel
y agarré un pastelito antes de subir las escaleras. Detrás de su puerta todo estaba
en silencio.

Llamé un par de veces, pero no escuché ningún sonido. La preocupación


se apoderó de mí con el tiempo. Las personas ebrias podían ahogarse con su
propio vómito. ¿Y si algo así le hubiera pasado a Samuel?

Entreabrí la puerta unos centímetros y me asomé. La cama estaba intacta.

Samuel definitivamente no durmió anoche aquí. Di media vuelta y volví a


la planta baja a la oficina donde dejé anoche a Samuel. Cuando entré, mi
estómago se apretó.

Samuel yacía en el suelo, con una botella vacía de whisky a su lado. Dejé
la taza y el pastelito en la mesa lateral, luego caí de rodillas junto a él,
preocupada de que no estuviera respirando. Mis ojos registraron el ascenso y la
caída de su pecho. Apestaba a alcohol. Lo sacudí con fuerza.

—¿Sam? Despierta.

Pasaron unos minutos antes de que sus ojos se entreabrieran, y me mirara.


Entrecerró los ojos como si la luz lo estuviera cegando.

—¿Qué está pasando? —gruñó, enviando una ola nueva de alcohol


apestoso a mi nariz.

Me retiré un poco.

—Dormiste en el suelo. Debes haber estado muy ebrio.

Se incorporó hasta sentarse con un gemido. Acunó un lado de su cabeza,


su cara frunciéndose de dolor.
—Maldita sea. ¿Qué…? —La comprensión cruzó su expresión, como si
recordara los eventos de ayer. Ocultó su angustia rápidamente y me miró—.
¿Qué estás haciendo aquí?

—Estaba preocupada por ti —respondí—. Y te traje café. —Me levanté y


agarré el café y el pastelito—. Creo que a estas alturas podría estar frío. No sabía
que estabas aquí abajo.

Samuel me quitó la taza.

—Gracias, Sofia. Me has salvado.

Se tomó el café en dos tragos, y luego dejó escapar un suspiro y se apoyó


contra el sofá, pero no se molestó en levantarse del suelo.

—¿Quieres que te traiga otro café?

Se rio entre dientes.

—Debo lucir como una mierda.

Me mordí el labio.

—No te ves bien.

—Eres demasiado amable —dijo, y su expresión se suavizó entonces. Le


entregué el pastelito y fui a buscarle más café.

Quería ayudar a Samuel. Me distraía de todo lo que había pasado y me


hacía sentir útil. Cuando entré al comedor, mamá y papá ya se habían ido y
Adelita estaba recogiendo la mesa.

—¿Hay más café? —pregunté. Pareció sorprendida—. Para Samuel —


aclaré.

Sonrió, pero la lástima en sus ojos casi me desanima. Aprendí desde una
edad temprana que la lástima era algo indeseable. La lástima te era dada, pero
todo lo que valía la pena recibir tenía que ser merecido.

—Puedo hacer café recién hecho.

—Sí, por favor —dije. Agarrando algunos platos, la seguí a la cocina.

—No tienes que ayudarme. Ese es mi trabajo —dijo Adelita cuando tomó
los platos de mis manos y los puso en el lavavajillas.
La vi preparar el café. Nuestra segunda doncella se ocupaba de limpiar
una sartén, pero me lanzó una mirada curiosa.

—¿Samuel tiene resaca? —me preguntó.

Mis defensas se dispararon. Nuestras doncellas vivían prácticamente en la


casa, de modo que era natural que fueran testigos de una gran cantidad de cosas,
pero revelar la vulnerabilidad de Samuel aún se sintió mal.

—Está bien. Solo quiere algo de café recién hecho.

Me sentí aliviada cuando salí de la cocina cinco minutos después con una
taza de café humeante. Samuel no se había movido de su lugar en el suelo, pero
al menos se comió el pastelito.

Su expresión se suavizó cuando me vio, pero ya había visto la oscuridad.

Le serví un poco de café, y tomó un sorbo, siseando por el calor abrasador.

Me hundí en el suelo junto a él, preguntándome qué decir. Samuel había


sido más cerrado desde el secuestro de Fina, y ahora que huyó, eso
probablemente no cambiaría.

Nos sentamos en silencio por unos minutos, Samuel acunando su café y yo


perdida en mis pensamientos. Al final, no pude soportarlo más.

—¿Crees que alguna vez volveremos a ver a Fina?

Samuel se puso rígido.

—Nos traicionó. Me drogó para poder salvar a Falcone. —Se quedó en


silencio, pero su expresión dura me dijo más que sus palabras.

—Lo hizo por los gemelos. A nadie le gustaba tenerlos aquí en la


Organización.

Samuel gruñó.

—Podría haberlos enviado a Las Vegas.

—¿En serio crees que Fina podría haber vivido sin sus bebés? —Pero
Samuel no estaba en un estado de ánimo para escuchar a la razón—. Ahora, ¿qué
va a pasar? —le pregunté.

Samuel se encogió de hombros.


—Seguiremos adelante. Serafina se ha ido, y esta vez, no intentaremos
recuperarla. Tal vez algún día volverá huyendo a nosotros una vez que se dé
cuenta de qué clase de lunático es Remo Falcone.

—¿Y la Organización la aceptaría?

Samuel miró hacia otro lado y, a pesar de su ira y sentido de traición, sus
ojos reflejaron una respuesta clara.

—Es mujer —fue lo que dijo en su lugar.

—Tal vez un día habrá paz con la Camorra.

Samuel se puso de pie.

—Jamás habrá paz a menos que Dante quiera un motín en sus manos.
Danilo, papá y yo nunca estaríamos de acuerdo, y conociendo a muchos de los
lugartenientes futuros, dudo que quieran la paz. No la necesitamos. —Cuando me
paré, Samuel tomó mi hombro—. No te preocupes por la guerra. Solo intenta ser
feliz y una niña, Sofia.

Forcé una sonrisa.

—Nuestra familia necesita que sea una adulta, y ahora que estoy
comprometida con Danilo, no puedo ser una niña.

—Puedes sacar a Danilo de tu mente durante los próximos seis años,


bichito. Nuestra familia sanará por sí sola. No puedes enmendar lo que Remo y
Serafina han roto.

Apretó mi hombro antes de irse.

Tal vez tenía razón, pero sabía que no sería capaz de dar descanso a mi
mente. Quería enmendar a nuestra familia y demostrarle a Danilo que tomó la
decisión correcta.

Mi dolor de cabeza aún martillaba contra mis sienes a medida que giraba
mi auto hacia la casa de mis padres. Después de mi corta noche en la mansión
Mione, recuperé mi auto y conduje al hotel para cambiarme de ropa y recoger mi
bolso. Había estado en el camino de regreso a Indianápolis desde entonces. Mi
cuerpo me pedía acostarme, pero un mensaje de mi madre me hizo conducir
hasta ellos en su lugar.

Cuando entré con mis llaves, Emma apareció en el vestíbulo.

—Escuché tu auto —dijo en voz baja. Sus ojos estaban rojos e hinchados
de llorar. A pesar de su angustia evidente, examinó mi cara y dijo—: No te ves
bien. ¿Está todo bien?

Los rumores sobre Serafina ayudando a escapar a Remo aún no habían


llegado hasta la casa de mis padres. Sin embargo, dudaba que no estuvieran
circulando entre mis hombres.

Besé su mejilla con una sonrisa forzada.

—Las cosas han sido extenuantes en Minneapolis, pero no nos


preocupemos por ello ahora. —Eso era ponerlo suavemente. La mierda
explotaría muy pronto, y la frustración y la ira de mis hombres por la hazaña de
nuestro enemigo me golpearían incluso si Dante no hubiera tomado la decisión.
Algunos pondrían mi autoridad a prueba, y tenía que demostrar fuerza.

Más energía desperdiciada en la dirección equivocada.

—Mamá y papá están arriba —dijo Emma, y luego susurró—: Papá ha


estado muy mal estos últimos días. Creo que… no creo que llegue a Navidad. —
Su voz se atascó y se cubrió el rostro con sus manos.

Apreté su hombro.

—Ya se ha recuperado antes. —Había tenido algunos episodios malos que


habían sido seguidos por semanas de una mejor salud, pero en general, su cuerpo
se había deteriorado. Subí las escaleras. La puerta hacia la habitación de mis
padres estaba abierta y entré sin llamar. Papá yacía en el centro de la enorme
cama tamaño King, luciendo como un esqueleto: un cuerpo roto y marchito que
solo estaba anclado en este mundo por su pura fuerza de voluntad.

Mamá salió del baño, secándose las salpicaduras de sangre en su blusa de


seda blanca. Su piel estaba pálida, sus ojos marrones rojos. Saltó cuando me vio
y dejó que la mano sujetando una toalla se hundiera a su lado lentamente. Su
cabello castaño era un desastre, su moño generalmente elegante ahora
despeinado, con mechones cayendo por todos lados.

—¿Qué pasó? —pregunté.


—Tu padre tuvo un ataque de tos —respondió sin tono alguno, luego
añadió con una sonrisa extraña—: Creo que mi blusa está arruinada.

Me acerqué a ella y le puse una mano reconfortante en su hombro.

—¿Cuándo fue la última vez que dormiste?

Sacudió su cabeza como si la pregunta fuera irrelevante.

—Tu padre me necesita. Necesita toda mi atención para mejorar.

Volví a mirar hacia la cama. Tenía pocas esperanzas de que papá


mejorara.

Tal vez se aferraba a la vida, lo que quedara de ella, por un par de semanas
más, pero su muerte no estaba lejos. Las palabras de Emma podrían resultar
acertadas. Las semanas hasta Navidad parecían una distancia insuperable para el
hombre acostado en la cama.

Al pensar en las semanas siguientes, se apoderó de mí una sensación de


absoluto agotamiento hasta los huesos. La muerte de mi padre y la próxima
conmoción inevitable en la Organización requerirían toda mi energía.

—¿Cómo…? —La palabra rota de los labios agrietados de padre nos hizo
saltar.

Ella corrió hacia él y le secó la boca con un paño húmedo. Sus ojos
vidriosos se centraron en mí. Me hundí en una silla junto a la cama y me incliné
hacia adelante para entenderlo.

—¿Cómo te fue? —Cada palabra salió de su cuerpo con un siseo doloroso,


y mi propio pecho dolió solo imaginando su lucha.

Tuve una milésima de segundo para decidir qué decir.

—Salió bien —contesté, eligiendo la mentira. Padre no hablaría con nadie


fuera de la familia, porque no quería mostrar debilidad frente a los demás. Quería
que lo recordaran como el líder fuerte que solía ser. Eso significaba que la verdad
sobre el desastre con Remo Falcone no llegaría a sus oídos si hablaba con un par
de personas claves y me aseguraba de que mantuvieran sus bocas cerradas.

Sus ojos brillaron de emoción.

—Lo torturamos hasta la muerte. Nos tomó dos días, pero al final, suplicó
clemencia. Le cortamos la polla y acabamos con su miserable vida. —A medida
que pronunciaba las palabras, mi propia frustración me inundó de nuevo. Durante
mucho tiempo, había trabajado hacia el objetivo final para arruinar a Remo, y
todo había sido para nada.

Padre asintió.

—Todos… todos lo hacen. ¿Tuviste los honores?

—Sí, así fue. —Las mentiras fluyeron fácilmente de mis labios, tal vez
porque eran más fáciles de digerir que la verdad. Seguía teniendo problemas para
aceptar que Remo estaba de vuelta en Las Vegas, que continuaría con su vida, y
no solo eso… ahora tenía a Serafina para restregarle su triunfo a la Organización.

—Quizás la chica ahora pueda seguir adelante. Si envía a esos niños a un


internado lejano, la gente olvidará que existen —agregó madre.

Me tragué mi amargura. Serafina había seguido adelante, pero nadie en la


Organización olvidaría pronto a los engendros de cabello negro de Falcone, ni los
eventos que los crearon.

Mi padre me observó de cerca, y oculté mis sentimientos rápidamente. Por


supuesto, captó mis problemas. Era demasiado bueno para leer a la gente.

—¿Sigues enamorado de la chica?

Negué con la cabeza, apretando mis dientes. Ya no estaba seguro de lo que


sentía.

Hasta hace unos días, sentí una extraña sensación de anhelo cada vez que
vi a Serafina o simplemente pensé en ella, pero después de lo que hizo… mis
sentimientos habían dado un giro de ciento ochenta grados.

Marco tenía una opinión muy peculiar sobre las mujeres. Decía que todas
eran unas oportunistas de corazón, fáciles de influir en la dirección que más les
convenía. Elegían la opción que les brindara la mayor ventaja. Siempre consideré
sus reflexiones como resultado de su amargura hacia su madre. Ahora, no estaba
tan seguro. Seguramente, ¿no todas las mujeres eran así? Pero en nuestro mundo,
muchos elegían su propia ventaja por encima de la lealtad.

Serafina había elegido una vida junto a un Capo, en el centro de atención,


con sus hijos como sucesores al trono de la Camorra. Pero volvería igual de
rápido a la Organización una vez que se diera cuenta que Remo Falcone no
estaba en condiciones de ser padre, que no compartiría su trono. Las mujeres no
significaban nada para ese lunático.
—Tengo que decir que, me alegra que Sofia vaya a convertirse en una
Mancini. Es más sensata, más fácil de controlar. Te dará menos problemas que su
hermana mayor —dijo madre.

No estaba seguro de cómo era Sofia. No la conocía, y tampoco estaba


seguro si eso cambiaría pronto. Por ahora, había tenido suficiente de las mujeres
Mione. Los problemas alzándose ante mí ya eran suficiente.

Conocer a mi futura prometida no era una prioridad.

Padre se aferró a la vida hasta Navidad. Estaba demasiado débil para


comer abajo en el comedor, así que subimos nuestros platos para compartir una
comida con él.

Emma había decorado el alféizar de la ventana y la cabecera con oropel y


adornos para darle a la habitación un ambiente menos deprimente. Nos habló
sobre su nueva afición: la cerámica, una manera de pasar su tiempo ahora que no
podía hacer ballet. Mamá y yo mantuvimos la conversación con chismes de
nuestra vida diaria y los rumores circulando.

Padre estaba demasiado débil para decir más de un par de palabras, pero
escuchó, su pecho traqueteando con cada respiración. Lo peor de su estado
destrozado era que permanecía en ese cuerpo destrozado, sus ojos alertas y
hambrientos por vida, pero su cuerpo incapaz de seguir adelante.

Los días que siguieron a las festividades navideñas se prolongaron, y papá


empeoró cada día. Entrar en su habitación se hizo cada vez más difícil. No quería
verlo tan débil y sin vida, quería crear una burbuja de negación similar a lo que
sentí cuando había visitado a Emma en el hospital después de su accidente. Pero
la negación no iba a alterar la verdad.

El último día del año, entré en el dormitorio principal y encontré a mi


padre jadeando, su rostro arrugado de dolor y mamá inclinada sobre él, llorando.
Ella me echó un vistazo.

—No sé cómo ayudarlo. Simplemente no lo sé.

Los ojos de mi padre se encontraron con los míos.


—Ella… necesita… descansar. —Tosió, gimiendo en agonía cuando lo
hizo.

Agarré el brazo de mamá y la saqué.

—Acuéstate en el sofá. Necesitas descansar. —No protestó. Envolvió sus


brazos alrededor de mí.

—Tú y tu padre son tan fuertes. Emma y yo estaríamos perdidas sin ti.

Asentí, después aparté sus brazos de mí suavemente y regresé al


dormitorio, cerrando la puerta. Papá se desplomó en la cama, cada gramo de
tensión abandonando sus músculos y la determinación de su rostro con ello.

—Danilo —gruñó. Me acerqué a la cama, sorprendido de ver lágrimas en


sus mejillas. Sus hombros comenzaron a temblar, su tos mezclándose con los
sollozos. Me tensé, sin saber qué hacer. Nunca había visto a mi padre así. Me
enseñó a ocultar mis emociones, especialmente las lágrimas. Era una debilidad, y
ahí estaba él, llorando como un niño.

Apreté su mano.

—Está bien. —Las palabras no tenían sentido, pero no tenía ni idea de


cómo enfrentar la desesperación de padre.

—Tengo miedo a morir.

Me hundí en el borde de la cama.

—Has enfrentado a la muerte tan a menudo.

—Así no, nunca así.

Me dolió escuchar sus roncas palabras. Su mano temblaba en la mía, sus


ojos rogándome ayuda, pero a estas alturas, solo había una forma de aliviar su
sufrimiento.

Y aún no estaba listo para ese paso, tampoco él.

—¿Y si la muerte es el final? ¿Y si no lo es? Soy un pecador. No hay nada


delante de mí para encontrar la absolución.

Apreté su mano. Dios había jugado un papel abstracto en nuestras vidas.


Habíamos ido a la iglesia los domingos, porque nuestros hombres eran religiosos
y se esperaba, pero padre y yo nunca habíamos dado mucho de nuestro tiempo o
pensamientos hacia la fe.
—Papá, conquistarás cualquier cosa que esté por delante. Eres fuerte.

—Lo era. Ya no. —Cerró sus ojos, llorando en silencio.

Me quedé a su lado, sin decir nada, incapaz de consolarlo, apenas capaz de


verlo como la sombra del hombre que solía ser.

Mi padre murió rodeado de nosotros tres unos minutos después de la


medianoche. Emma había insistido en estar presente, aunque había sido reacio a
dejarla quedarse.

Su tristeza inundó la habitación, así como sus sollozos y llantos. Solo me


paré junto a la pared, un espectador de su angustia abierta. En el fondo, la
agitación que ellas mostraban abiertamente me estaba torturando, pero mi estoica
máscara exterior permaneció imperturbable.

Mamá y Emma necesitaban que fuera fuerte, su roca en estos tiempos


inestables. Era mi tarea en la vida. Mi deber.

Apreté mis manos en puños dentro de mis bolsillos, la única señal externa
de la violenta mezcla de emociones ardiendo dentro de mí. La tristeza y la furia
se habían mezclado con las emociones oscuras que se habían acumulado dentro
de mí durante muchos meses, y ahora se unían a emociones más nuevas y más
oscuras, creando una mezcla potente que amenazaba con desenmarañarme.

Después de que la morgue se hubiera llevado el cuerpo de padre e hiciera


todos los arreglos necesarios, salí de la casa. Eran casi las cinco de la mañana y
mi madre y mi hermana finalmente se habían dormido. Yo estaba completamente
despierto. En este último año había suprimido demasiadas emociones. Necesitaba
una salida, un respiro de mi yo controlado.

Fui a uno de los clubes que dirigía la familia de Marco. Era el mejor lugar
de la ciudad si querías pasar un buen rato y tenías los fondos necesarios.

La lista de clientes era exclusiva, y solo podías atravesar la puerta si tu


nombre estaba en ella. Los gorilas me dejaron pasar sin decir una palabra. Antes
de que pudiera instalarme en la barra, Marco apareció a mi lado.

—Ya escuché —dijo.


Asentí, pedí una bebida y la engullí.

—Necesito dejar de pensar en todo.

Normalmente no era un cliente en nuestros establecimientos. El sexo por


dinero nunca me había atraído. Pero estaba vacío por dentro, demasiado hueco
para poner algún esfuerzo en una posible distracción.

Marco me consideró.

—Tengo a alguien en mente para ti. Ve a la Suite Tres. Te la enviaré.

Me levanté sin pedir más detalles y subí a las habitaciones privadas. La


suite que había elegido Marco tenía un tema romano con una cama redonda
rodeada de columnas falsas. No me importaron los alrededores. Mierda, en este
momento, no me importaba nada.

La puerta se abrió y entró una mujer alta con largo cabello rubio.

Estaba vestida con un vestido cruzado blanco que combinaba con el tema
de la habitación. En mi exhausto estado medio ebrio, se veía como una mala
réplica de Serafina.

Maldito Marco, ese bastardo. Podía leerme como un libro abierto. Solo su
sonrisa seductora y sus movimientos sensuales delataron su verdadera identidad.

Aceptarla era admitir debilidad; devolverla enviaría el mismo mensaje. De


cualquier manera, era un puto desastre.

—¿Qué quieres? —preguntó en voz seductora.

—No hables —gruñí, empujándola contra mí—. Ahora chúpame.

Cayó de rodillas e incliné la cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo


adornado con mosaicos romanos antiguos. No la miré cuando me chupó, no la
miré cuando me la follé. Imágenes de otra mujer rubia entraron en mi mente, y
mis embestidas se volvieron casi crueles mientras la prostituta estaba de rodillas
ante mí, pero las imágenes fueron distorsionadas, nubladas por la amargura y una
necesidad nauseabunda de venganza.

La satisfacción no se instaló en mí, ni siquiera cuando me corrí. Todo lo


que me llenó fue una sensación de derrota.
Más de tres años después…

N
o recuerdo exactamente cuándo vi la primera foto de Danilo con
una chica rubia a su lado. Ocurrió hace unos meses, poco
después de Año Nuevo. Había estado revisando los sitios web de
periódicos de Indianápolis para familiarizarme con mi futuro hogar, y si era
honesta, para sentirme más cerca de mi prometido. Mi corazón se tambaleó
cuando la imagen de Danilo saliendo de un club con una rubia alta se burló de mí
desde la pantalla de mi computadora portátil. ¿Quién era? ¿Era la razón por la
que rara vez contactaba conmigo? ¿Había ocupado el lugar de Serafina en su
corazón?

Mi mente había estado corriendo a kilómetros por hora. No podía


preguntar a Samuel o a mis padres al respecto, de modo que hice lo que siempre
hacía: llamé a Anna, pidiéndole consejo.

Me disuadió, y a la mañana siguiente, me envió más artículos, piezas que


obviamente habían tomado poco después de su publicación, y todos ellos tenían
imágenes de Danilo con chicas rubias.

Nadie había ocupado el lugar de Serafina en el corazón de Danilo. Con


cada nueva conquista, parecía buscar una réplica de ella. Por primera vez, un
destello de ira se mezcló con mis sentimientos habituales de insuficiencia.

Aún no estábamos comprometidos oficialmente, pero por supuesto todo el


mundo en nuestros círculos sabía que estábamos comprometidos. La gente había
estado murmurando sobre mí ocupando el lugar de Serafina durante lo que me
parecían siglos. Todos parecían lamentar su pérdida, siempre comparando su
belleza etérea y cabello rubio con mi apariencia menos angelical. Cuando había
sido más joven, no me había importado tener el cabello castaño de papá y la
mayoría de los días aún no lo hacía, pero a veces no quería nada más que tener el
rubio de mamá.

Saber que Danilo estaba persiguiendo a chicas rubias para recordar a mi


hermana, me había lastimado las primeras veces, pero con el tiempo se había
unido la molestia a la mezcla. Obviamente, intentaba mantener sus aventuras en
secreto, a juzgar por cómo cada artículo había sido retirado rápidamente. Pero
ahora que lo sabía, la verdad se alojó en mi corazón como un agujero negro en
constante expansión. A veces me las arreglba para convencerme en creer que
solo le gustaban rubias y no estaba buscando a Serafina 2.0, pero sabía que me
estaba mintiendo.

No había hablado con nadie más que Anna sobre mi descubrimiento en los
tres meses transcurridos desde entonces, pero mi mente había estado girando con
pensamientos.

Mañana era mi decimosexto cumpleaños, y Anna y su familia llegarían


hoy para celebrarlo con nosotros. Como el año pasado, Danilo no vendría de
visita. Lo había visto un par de veces desde que pasó la noche aquí después que
Fina huyera, pero no habíamos hablado más que unas pocas palabras. Estaba
dividida entre el alivio y la decepción. Tal vez era mejor que no tuviera que
enfrentarlo hasta que hubiera superado su adicción por las chicas rubias. Pero,
¿cuándo pasaría eso?

Sabía que enviaría a Emma y un regalo por mi cumpleaños, después me


haría una llamada. Mis sueños tontos de tener un baile con él en una de nuestras
reuniones sociales aún no se habían cumplido.

Para el momento en que sonó el timbre, anunciando la llegada de Anna y


su familia, salí corriendo de mi habitación, emocionada por volver a ver a mi
mejor amiga. Hablábamos todos los días por teléfono y nos escribíamos todo el
tiempo, pero solo nos veíamos una vez al mes.

Mamá y papá ya estaban en el vestíbulo. A nuestras familias les tomó un


tiempo encontrar el camino de regreso la una a la otra después de que Fina
escapó. Me alegraba que nuestros padres hubieran arreglado las cosas porque eso
me permitía ver a Anna.

Ella me vio en la escalera y sonrió ampliamente. Se veía deslumbrante con


una linda falda a cuadros y una camiseta blanca sencilla estampada con Gucci.
Cada vez que la veía y admiraba su cabello castaño, me recordaba que
tenía casi el mismo color de cabello, de modo que, ¿por qué no estaría feliz con
él cuando me encantaba el de ella?

Leonas se veía como de costumbre, aburrido, demasiado genial para este


mundo, mientras que la pequeña Beatrice, quien solo tenía dos años, parecía
vertiginosa.

Bajé corriendo las escaleras y abracé a Anna antes de saludar a los demás.

—¿Podemos ir a mi habitación? —pregunté al momento en que cumplí


con mis deberes de anfitriona.

La mirada que me dio papá fue de regaño, pero estaba sonriendo.

—Está bien, pero la cena es en una hora.

Agarré la mano de Anna y la condujo hacia la escalera cuando noté a Bea,


sus trenzas rubias balanceándose salvajemente, tambaleándose detrás de
nosotras.

Anna suspiró molesta.

—Siempre está pegada a mi lado. —Se volvió a Valentina—. Mamá,


¿puedes cargarla por favor? Sofia y yo no nos hemos visto desde hace siglos,
tenemos que hablar.

—Ayer hablaron por teléfono durante más de una hora —murmuró


Leonas.

—¿Quién te preguntó, Rubiecito? —gruñó Anna.

—Anna —advirtió Dante, pero me sonrió.

Val recogió a Bea a pesar de sus fuertes protestas, y Anna y yo


aprovechamos nuestra oportunidad para salir corriendo y escondernos en mi
habitación. Nos arrojamos en mi cama. En preparación para nuestra charla de
chicas, había dejado chocolates, papas fritas y fruta en mi mesita de noche para
picar.

—¿Cómo van las cosas con Santino? —pregunté cuando nos instalamos
en mi cama, con varias almohadas apoyadas contra nuestras espaldas y un plato
con papas fritas entre nosotras. Incluso si mi problema con Danilo hacía un
agujero en mi cabeza, no quería ser la amiga molesta que nunca deja de hablar de
sus propios problemas.
Anna puso los ojos en blanco.

—Es tan molesto. Me trata como si fuera una niña despistada,


ordenándome todo el tiempo como si fuera mi jefe. No actúa como si trabajara
para mí, sino al revés.

—Técnicamente, trabaja para tu padre, no para ti. —Incliné mi cabeza,


fijándome en el rubor leve en las mejillas de Anna—. ¿Te gusta?

Tomó una papa.

—Es apuesto, pero intolerable. Aunque, es divertido molestarlo.

Me reí.

—Y es tu guardaespaldas. Tu papá lo mataría si te tocara.

Se encogió de hombros.

—Soy como aire para él, a menos que necesite asegurarse que sigo sus
conceptos de seguridad.

—Sé cómo se siente —murmuré. Ser como aire para Danilo era algo a lo
que ya debería haberme acostumbrado a estas alturas, pero aún me dolía,
especialmente después de ver las fotos de sus aventuras en los periódicos. Mi
incapacidad para la indiferencia era lo que más me molestaba. Ojalá pudiera estar
relajada al respecto y simplemente fingir que él era aire hasta que nos casáramos.

Anna se volvió hacia mí, sus ojos azules tan penetrantes como de
costumbre.

—¿Aún no has olvidado las fotos? Espero que hayas dejado de revisar las
noticias para ver más imágenes.

Mi cara se calentó. Le había prometido a Anna que dejaría de acosar a


Danilo, pero la curiosidad siempre me superaba.

—Es solo que no entiendo por qué sigue saliendo con esas chicas rubias.
Es extraño.

—Está siendo idiota, y lo que está haciendo con ellas, probablemente no


calificaría como “salir”. En realidad, debería prestar más atención a los paparazzi
cuando está paseándose por ahí borracho con sus rubias cabezas huecas.

Como de costumbre, me puse a la defensiva cuando Anna atacó a Danilo.


—No eran fotos oficiales, y aún no estamos juntos, así que puede hacer lo
que quiera. Mi único problema es que me siento insegura con sus acciones. —
Probablemente no me habría sentido ni la mitad de mal con Danilo estando con
otras chicas antes de nuestro matrimonio si cada una de todas sus citas no
hubieran sido altas y rubias.

Eran parecidas a Serafina. Ninguna tenía ni el más mínimo parecido


conmigo.

—Aun así —dijo Anna deliberadamente—. Es extraño la forma en que


escoge a todas aquellas rubias cabezas huecas. Han pasado años. ¿Por qué no
puede superar su orgullo herido?

¿En realidad era solo el orgullo lo que atraía a Danilo hacia esas chicas?
¿O era un anhelo de recordar a mi hermana, de tenerla de alguna manera, incluso
cuando se la habían robado? Había esperado que verla feliz en sus fotos de boda
sería la patada que necesitaba. Me había ayudado. Saber que Fina estaba feliz con
su nueva vida había sido el cierre que necesitaba para dejarla ir plenamente. Aún
la echaba de menos, pero había hecho las paces con la distancia entre nosotras.
La boda también pareció haber sido el punto de inflexión para Samuel.

Aún no había superado completamente el hecho de perderla, pero la


mayoría de los días parecía estar yéndole bien.

A veces me preguntaba si Danilo fingía que esas chicas eran Serafina


cuando se acostaba con ellas. ¿Les susurraba cumplidos dulces al oído mientras
las sostenía imaginando que eran mi hermana? ¿Incluso pronunciaba su nombre?

El mero pensamiento me hizo enojar y enfermar a la vez.

—Simplemente parece que prefiere las rubias. —Intenté sonar como si no


importara, pero Anna me conocía demasiado bien.

Me fulminó con la mirada.

—No te compares con Serafina. Ella se ha ido. Tú estás aquí.

Cuando había sido pequeña, a veces quise ser mi hermana porque era
mayor y todo el mundo la admiraba, por no mencionar el vínculo estrecho que
tenía con Samuel. Había sido un deseo inocente, como una niña pequeña
queriendo ser Ariel o Cenicienta, pero recientemente se había convertido en algo
más obsesivo. No podía dejar de preguntarme si las personas, especialmente
Danilp, me tratarían de manera diferente si me pareciera más a Serafina. Aún no
sería ella, pero quizás entonces la gente se fijaría en mí.
Había programado una cita en la peluquería para la mañana siguiente y
probaría mi teoría. No le había dicho a nadie de mis planes, ni siquiera a Anna,
porque sabía que intentaría disuadirme. Tal vez era una idea estúpida, pero no
había nada de malo en intentarlo.

—¿Y eso no es lo que todos hacen? —murmuré.

—No, y tal vez solo piensas que lo hacen porque siempre lo haces.

Retorcí un mechón de mi cabello alrededor de mi dedo. Marrón castaño,


un color hermoso si lo consideras estrictamente por sí solo.

—¿Cómo van las cosas entre Leonas y tú? ¿Sigue siendo una zona de
guerra?

Anna puso los ojos en blanco ante mi intento barato de cambiar de tema,
pero aun así me complació con una respuesta. Después de eso, nos mantuvimos
alejadas del tema de Danilo.

A la mañana siguiente después del desayuno, Anna y yo estábamos


descansando en mi cama viendo una película, cuando sonó un golpe en mi
puerta. Samuel asomó su cabeza.

—Tenemos que irnos si quieres llegar a tu cita con la peluquera.

Le dio a Anna un pequeño asentimiento antes de irse, dejando la puerta


entreabierta.

—Solía ser más divertido —dijo Anna.

—Sí, lo sé. —Desde que Serafina se fue, se volvió terriblemente serio y


concentrado. El éxito de la Organización era su fuerza motriz. Trabajaba muchas
horas y apenas se tomaba un día libre.

—¿Qué vas a hacer con tu cabello? —preguntó Anna a medida que me


seguía por el pasillo. Vacilé. En realidad, no quería decirle de mis planes. Quería
sorprender a todos, pero las palabras de ayer de Anna me habían dejado
preocupada toda la noche.
—Solo voy a cortar las puntas —mentí, evitando los ojos de Anna, pero
parecían rayos X sobre mí. Nunca había sido una mentirosa buena, y Anna era
buena detectando mentiras.

—¡Ahí estás! —gritó Leonas desde abajo en el vestíbulo—. Llévate a Bea.


Es tan molesta.

Su hermanita se aferraba a la pernera del pantalón de Leonas. Obviamente


quería que la cargaran.

—Es tu turno —dijo Anna.

—Es linda. Me encantaría cuidarla —dije.

Leonas me dio una mirada exasperada.

—Sí, por una hora. Pero es una pequeña déspota cuando no consigue lo
que quiere.

—¿No es un poco temprano para la fase obstinada? —pregunté cuando


Anna y yo llegamos al vestíbulo. Bea siguió tirando de los pantalones de Leonas,
pero Anna se abalanzó sobre ella y le dio un beso gordo en su mejilla.

—Hora de chicas.

Bea soltó una risita.

Mi estómago se apretó cuando los gemelos de Serafina pasaron por mi


mente.

Solo eran poco más de un año mayor que Bea, pero no los había visto, ni a
mi hermana en años. Los echaba de menos terriblemente, y ni siquiera podía
hablar con ellos. Los gemelos eran como señales de alerta en mi familia, incluso
el nombre de Serafina rara vez pasaba por los labios de nadie. Demasiado dolor
se asociaba con la pérdida de mi hermana. Las pocas veces que intenté
preguntarle a Samuel si aún estaba en contacto con ella, no había sido bien
recibido. Si no prestabas mucha atención, podría parecer que cualquier indicio de
Fina y los gemelos había sido borrado de esta casa y nuestras vidas, pero persistía
su recuerdo.

Samuel entró en el vestíbulo, vestido con jeans, una camisa de vestir


blanca y una chaqueta de cuero. Las chicas de mi clase siempre se volvían locas
cuando me llevaba a la escuela y me recogía. Su constante comportamiento
cabreado solo parecía echar más leña al fuego de su enamoramiento ridículo.

—¿Lista? —preguntó.
Asentí y me despedí de Leonas, Bea y Anna, luego seguí a mi hermano
hacia su elegante auto deportivo. Envolvió un brazo protectoramente alrededor
de mis hombros.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja. Siempre me hacía esa pregunta en


mi cumpleaños y Navidad. Probablemente se daba cuenta de lo mucho que la
extrañaba, pero él nunca admitía que la extrañaba. Rara vez ni siquiera
pronunciaba su nombre. Eran gemelos, habían sido absolutamente inseparables, y
ahora ella se había ido.

Evalué sus ojos.

—¿Y tú?

Me lanzó una sonrisa. Era bueno con esas sonrisas rápidas.

—Por supuesto, bicho.

Arrugué mi nariz. Despreciaba mi apodo abreviado. Lo hacía a propósito,


por supuesto.

Me abrió la puerta del auto.

—Adelante.

Me dejé caer y Samuel se sentó detrás del volante. Cuando salimos del
camino de entrada, el auto de Carlo nos siguió. Me había acostumbrado a su
presencia constante a lo largo de los años. En un principio, papá y Samuel habían
estado molestos con el hecho de que Danilo hubiera enviado a su propio
guardaespaldas para velar por mi seguridad, pero para mí era una pequeña señal
de que se preocupaba por mí, de alguna manera, incluso si no lo mostrara de otro
modo. Como todos los hombres de nuestro mundo, era un fanático del control.

Samuel no entró conmigo en el salón de belleza. Él, como Carlo, esperó


en el auto. Le dije que tomaría un tiempo, pero no le importó y no hizo
preguntas. Como la mayoría de los hombres, Samuel no tenía ni idea de cuánto
tiempo pasaban las chicas en la peluquería. Anna habría sospechado más si le
hubiera dicho que necesitaba unas dos horas. Ningún corte de cabello tomaba
tanto tiempo. Mi fiesta comenzaría en la noche temprano, de modo que aún tenía
mucho tiempo.

Mi peluquera me sonrió. Le había dicho lo que quería hacer por teléfono.


Cuando empezó a aplicar el blanqueador, mi estómago dio un vuelco. Nunca me
había teñido mi cabello, en realidad, nunca ha cambiado mi aspecto. No estaba
segura de cuál sería el efecto.
Dos horas después, miraba mi reflejo fijamente. Por un momento, estaba
segura que estaba viendo un fantasma. Mi peluquera había alisado mi cabello y
lo tiñó de rubio, el mismo tono rubio dorado de Serafina. Había visto muestras
diferentes de tonos rubios por cerca de treinta minutos antes de decidir el tono
correcto. Mi garganta se obstruyó. Con el peinado y el color de Fina, me parecía
a ella. Teníamos el mismo color de ojos, los mismos pómulos altos y la nariz
estrecha. Tenía un par de pecas, pero mi maquillaje las cubría, y era más baja,
pero sentada, era la doble de Serafina. Estaba tan cerca de la original que me
dolió el corazón, y mi pulso se aceleró.

Mi peluquera tomó mi hombro cuando no reaccioné.

—Me encanta.

Las palabras salieron sonando duras. No estaba segura si lo hacía. No


estaba segura en absoluto de lo que sentía. Quería parecerme a Fina porque ella
había sido lo que todos habían admirado cuando estaba alrededor, y ahora era
profundamente extrañada. Danilo la quería, o al menos a alguien que se pareciera
a ella: si sus hábitos de citas fueran alguna indicación. Mamá, papá y Samuel
también extrañaban a Fina. Tal vez Danilo finalmente me miraría y vería más de
la chica que no había sido su primera opción. Aun así, se me puso la piel de
gallina mientras me observaba.

Esta no era yo, y sin duda alguna no era quien quería ser. Si no me tomara
dos horas más para volver a teñirlo, habría pedido a mi peluquería hacerlo de
inmediato.

En su lugar, me levanté, pagué y salí. Mi corazón latió con fuerza cuando


me vi en un escaparate. Como un fantasma de Serafina.

Samuel estaba apoyado contra su auto, leyendo algo en su teléfono.

Al momento en que me vio, el color desapareció de su rostro. Me congelé


en la acera a unos pasos de él y toqué mi suave cabello con cuidado.

Samuel se enderezó lentamente, pero la expresión de conmoción y horror


permaneció en su rostro. Esa no era exactamente la reacción que esperaba.
Sorpresa, sí, pero este… ¿este horror total?

—¿Qué has hecho?

Me encogí de hombros, intentando restarle importancia. No quería que la


gente hiciera un escándalo por esto. Solo quería que se dieran cuenta que no era
tan diferente de Serafina, que también era digna. Quería que me vieran. Por
supuesto, ahora que me había visto con cabello rubio, me di cuenta de lo estúpido
que había sido mi plan.

—Necesitaba un cambio.

—Sofia —susurró Samuel con dureza, agarrando mi brazo—. Tú… ¿por


qué querrías lucir como… como Serafina?

Las lágrimas escocieron en mis ojos, pero una feroz bola de indignación e
ira se elevó dentro de mí. Lo hizo sonar como si hubiera desfigurado su recuerdo
al intentar parecerme a ella, como si no fuera digna de este aspecto. Él era parte
de la razón por la que quería parecerme a Fina, y ahora actuaba como si no
entendiera. O puede que en realidad no se diera cuenta lo mucho que él y todos
los demás lamentaban su ausencia y lo poco que me dejaban.

No quería pelear con Samuel, hoy no.

—Solo quería algo diferente.

Samuel suspiró, apartando sus ojos de mi cabello casi con dolor. Me dio
un abrazo de lado. Mantuvo la puerta abierta para mí y nos fuimos sin decir una
palabra más hasta que llegamos de vuelta a casa.

La reacción de Samuel fue solo el principio. Cuando llegamos a casa, las


cosas se volvieron mucho más incómodas. Mamá fue la primera en verme, y
pareció completamente desprevenida. Se quedó paralizada en el último escalón
de la escalera, con un montón de servilletas en su mano. Miró a Samuel, y luego
a mí.

Estaba segura que empezaría a llorar, pero entonces su expresión se relajó


y me dio una sonrisa forzada. Pero tenía los nudillos blancos en su agarre sobre
la barandilla.

—¿Te teñiste el cabello?

Intentó sonar casual, pero podía decir que no estaba siendo fácil para ella.
Había querido sorprender a todos, no provocar esta conmoción horrorizada. Todo
el mundo siempre había comentado lo hermoso que era el cabello de Serafina.

—Quería tu color de cabello —dije. Por supuesto que, esa no era la razón.

La expresión en los ojos de mi madre me indicó que sabía la verdad.

Asintió a medida que pasaba junto a mí, sus ojos revoloteando


constantemente hacia mi cabello como si necesitara una prueba para creerlo. Lo
tocó con cautela.
—Tu cabello era hermoso. Ya lo extraño.

Evalué su rostro, preguntándome si estaba siendo honesta. ¿Me prefería


con cabello castaño? ¿O el rubio le recordaba demasiado a Serafina y la verdad
absolutamente dolorosa de que no era ella?

—¿Dónde está Anna? —le pregunté. La reacción de Sam y mamá me


había hecho sentir cohibida. Mi apariencia nueva estaba destinada a darme un
impulso, no a quebrantar aún más mi confianza.

—Está arriba en su habitación. No olvides que tus invitados estarán aquí a


las cinco.

Subí corriendo las escaleras y llamé a su puerta. La puerta se abrió,


sobresaltándome. Leonas estaba ahí, sus ojos abriéndose por completo a medida
que me observaba.

—Vaya, ¿qué te pasó? —espetó, contemplándome como si fuera una


extraterrestre.

Me sonrojé, pero lo desestimé con un encogimiento de hombros casual.

—Me teñí el cabello. Quizás tú también deberías considerarlo.

Puso sus ojos en blanco y se echó su cabello hacia atrás.

—Me gusta mi cabello.

Anna se detuvo detrás de él. Me echó un vistazo y empujó a Leonas fuera


de su habitación.

—Danos algo de privacidad. Ve a molestar a Samuel.

—¡Oye! —protestó Leonas, pero Anna me arrastró adentro con ella y


cerró la puerta bruscamente en su cara.

Nuestros ojos se encontraron. Me di cuenta de inmediato que no era


fanática de mi nuevo peinado. Eso nos hacía dos.

—¿Qué hiciste? —siseó furiosa. Su mirada trazó mi cabello, casi como si


no pudiera creer lo que estaba viendo.

Toqué mi cabello. No se sintía diferente que antes… yo tampoco.

—Solo quería un cambio —dije a la defensiva.

Anna pareció dudosa.


—Pensé que prometimos nunca mentirnos entre nosotras.

Lo juramos con el meñique cuando teníamos seis, y desde entonces,


siempre nos habíamos dicho la verdad. Anna era mi confidente. Sin Fina
alrededor, era la única que me quedaba. Simplemente no podía hablar de todo
con mamá, y mucho menos con papá o Samuel.

—No es mentira —murmuré, luego suspiré. Avancé hacia la cama y me


desplomé, mirando al techo—. Quería un cambio, pero… —Tomé una
respiración profunda, odiando a admitir lo que me había motivado—. Todos
extrañan tanto a Fina. Desde que se fue, hay un agujero enorme en nuestras
vidas. Solo quería que la gente se fijara en mí.

Anna se estiró a mi lado, observándome. Mantuve la mirada al frente,


avergonzada.

—Pero no eres ella. Ni siquiera tener el cabello rubio cambiará eso.

—Lo sé —respondí miserablemente. La reacción de Samuel y mamá lo


había dejado evidentemente claro.

Anna unió nuestras manos.

—No necesitas ser ella. Eres perfecta de la forma en que eres. ¿No crees
que tus padres y Samuel te extrañarían igual si no estuvieras? Sé tú misma. Con
el tiempo, la brecha que dejó la desaparición de Serafina se cerrará. Solo dale
tiempo.

¿Lo harían? Samuel y Fina habían compartido un vínculo especial, lo cual


era natural.

Cuando no dije nada, Anna se inclinó sobre mí, su cara siendo todo lo que
podía ver.

—¿O se trata de Danilo?

Me encogí de hombros una vez más. Si seguía haciéndolo, pronto me


dislocaría el hombro.

—No se trata de él. —Hice una pausa—. Sigue enamorado de Fina. Me


doy cuenta de lo mucho que está sufriendo porque se ha ido.

Anna negó con la cabeza y resopló.

—No está enamorado de ella. Ni siquiera la conocía. ¿Con qué frecuencia


se vieron? ¿Dos veces al año en funciones sociales? Apuesto a que nunca vio su
lado privado, solo el oficial. El que todos tenemos que mantener por el bien de la
apariencia. Pero uno no se parece al otro. Incluso si estaba enamorado de ella, lo
cual dudo, estaba enamorado de esa imagen exterior perfecta que ella presentaba,
no su verdadero ser. Y lo único que está sufriendo es su orgullo, ciertamente, no
su corazón.

—¿Ahora eres experta en los hombres? —bromeé. Una parte de mí


pensaba que Anna tenía razón, pero la fuerte reacción emocional de Danilo ante
la pérdida de Fina me preocupaba.

—Soy experta en las reglas de nuestro mundo. Danilo quería a Fina por su
estatus e imagen, nada más.

—Pero ¿eso no hace las cosas aún peor? ¿Cómo puedo competir con una
imagen perfecta? La de Fina es aún más memorable ahora que se ha ido. No
puedo llenar sus zapatos.

—Entonces, no lo hagas. No intentes reemplazarla. Sé tú misma, porque


eso es suficiente.

—Pero soy su reemplazo, al menos para Danilo —siseé, mi frustración


asomando su fea cabeza.

Anna hizo una mueca.

—Por ahora, olvídate de él. Va a superarla. Para el momento en que estén


casados, ya se habrá olvidado de ella.

Asentí, pero no estaba convencida. Obviamente, Danilo tenía algunos


problemas obsesivos que resolver. Toqué mi cabello con incertidumbre.

—¿Se ve tan mal?

—No, por supuesto que no. Te ves absolutamente hermosa, pero eras igual
de hermosa con tu cabello castaño.

—Pero pareciste horrorizada la primera vez que me viste.

—Por supuesto. Porque sé por qué lo hiciste. Y ese es el problema. Ahora


que eres rubia, la gente va a compararte aún más con Fina porque les estás dando
una apertura y un recordatorio.

—No lo vi de esa forma. ¿Quizás debería volver a cambiarlo?

Anna consideró eso.


—Si lo vuelves a cambiar de inmediato, podría parecer que tienes algo que
ocultar. Conociendo a tu peluquera, tu peinado nuevo probablemente ya está
circulando en nuestro círculo.

Anna tenía razón. La mayoría de las mujeres de nuestro mundo iban a la


misma peluquería, y el chisme era su principal ocupación.

—Entonces, lo mantendré así por un tiempo.

Anna escudriñó mi rostro.

—¿Estás segura que puedes lidiar con todas las reacciones? La gente hará
preguntas. Tendrás que mostrar tu cabello nuevo con confianza, o la gente va a
atacarte aún más.

Nunca me consideré carente de confianza, pero las cosas habían cambiado


desde el secuestro de Fina. Me sentía como una espectadora.

—Solo estoy tan cansada de estar siempre en las sombras. Pensé que si me
parecía más a Fina, la gente finalmente me vería.

—Créeme, estar en el centro de atención no es lo que parece. Si pudiera


elegir, preferiría ser alguien que las personas no vieran todo el tiempo. Si estás
bajo la luz, tus defectos son mucho más prominentes, y cada uno está
buscándolos. Todos están esperando un percance. Las veces en que estoy rodeada
por personas que no son cercanas a la familia, ya ni siquiera soy yo. Soy esta
perfecta versión pública que todo el mundo espera que sea. Soy la Anna pública,
y es increíblemente estresante ser ella. Por lo tanto, alégrate de tu lugar en las
sombras hasta que dure porque una vez que estés casada con Danilo, todo el
mundo estará vigilando cada uno de tus movimientos. —Anna tomó una
respiración profunda y luego hizo una mueca—. Lo siento, esto no estaba
destinado a convertirse en una fiesta de auto compasión.

—¿Por qué no? He estado celebrando mi propia fiesta de auto compasión


en exceso. —Incluso yo estaba empezando a cansarme del tema de Fina, pero
Anna era una verdadera soldado y nunca se quejaba.

Nos sonreímos entre sí. Y luego Anna volvió a ponerse seria.

—Solo prométeme que no vas a cambiar tu personalidad por Danilo ni


nadie más. Eres quien eres, y eres perfecta.

La abracé, deseando poder tener la fuerza de Anna, pero tal vez acababa
de descubrir la mía.
—No lo haré.

La reacción a mi nuevo look varió desde una conmoción franca hasta los
elogios exuberantes. Perdí la cuenta de las veces que me dijeron que me veía
exactamente como Serafina.

Siempre estuvo destinado a ser un cumplido, como si ella fuera la meta


final, y aunque era lo que pensé que quería, solo me molestó. Tal vez en secreto
había esperado que todo el mundo me dijera lo bonita que ya había sido antes y
aumentaran mi ego, en su lugar, solo lo aplastaron. Pero eso era mi culpa.

Esperaba que por lo menos la reacción de Danilo hiciera que valiera la


pena esta odisea. Tal vez verme como una rubia finalmente haría que se
enamorara de mí. Era una esperanza inverosímil, y ni siquiera estaba segura si
era el triunfo que debería estar esperando. ¿En serio sería feliz si de repente me
adulara por mi cabello rubio?

Solo tendría que esperar dos meses más hasta finalmente averiguarlo. Dos
meses más antes de nuestra fiesta de compromiso oficial. Mi corazón se aceleró
ante el pensamiento.
L
legué a Minneapolis dos días antes de la fiesta de compromiso.
Habría preferido esperar un año más para hacerlo oficial. A los
dieciséis años, Sofia aún era demasiado joven, al menos en
comparación conmigo, pero sus padres insistieron en que lo hiciéramos público
para evitar rumores desagradables.

Emma, mamá y Marco me acompañaron. Más de cincuenta invitados


asistirían al compromiso: familiares cercanos y amigos, así como los otros
lugartenientes y sus familias.

Me reuní con Samuel y Pietro en su oficina. Teníamos un montón que


discutir, particularmente en relación con el compromiso de Samuel y mi
hermana, quien aún no sabía del trato que acordé con los Mione o su futuro
esposo. Pero como siempre, los negocios eran lo primero.

—Creo que deberíamos convencer a Dante para arriesgarse a otro ataque


en Kansas City. Stefano Russo tiene que seguir los pasos de su padre a una
tumba temprana —dije después instalarnos en las cómodas sillas de cuero en la
oficina de Pietro, con un vaso de bourbon en mano.

Samuel asintió inmediatamente, lo cual no era sorprendente. Pietro pareció


más pensativo. Tal vez era su edad o su disposición más moderada, pero su
reacción no fue inesperada. Si Samuel ya fuera lugarteniente, tendría el apoyo de
Minneapolis en el asunto.

—He pensado lo mismo —dijo Samuel—. Hemos permanecido en bajo


perfil por demasiado tiempo.

Pietro arremolinó su bebida en el vaso, y entrecerró sus ojos pensativos.

—Dante está siguiendo una estrategia nueva. Nuestros negocios han


estado prosperando estos últimos años porque no estuvimos desperdiciando
dinero y energía en batallas inútiles con la Famiglia y la Camorra.
—No todo se trata de negocios —gruñí—. También se trata del honor y el
orgullo. Cotorrear con los políticos es un buen truco por parte de Dante para
hacernos intocables, pero de vez en cuando tenemos que hacer una declaración
de sangre. Nuestros hombres no entienden las estrategias políticas. Quieren
sangre y gestos grandes. También tenemos que mantenerlos felices.

—Sin duda les complacería, pero tengo el presentimiento de que a ti te


complacería aún más —dijo Pietro.

Tomé otro trago de mi bebida, reprimiendo un comentario. Pietro tenía


razón. Desde que tuvimos que dejar ir a Remo, sentía la necesidad de borrar este
sentimiento de asuntos pendientes.

—Mierda, a todos nos complacería acabar con la maldita Camorra —


espetó Samuel.

Pietro no lo negó.

—Tenemos que pensar en el futuro. Ustedes dos tienen que pensar en el


futuro. No dejen que el pasado los ahogue, sin importar el desastre que fue.
Intentamos vengarnos y fracasamos. Tenemos que seguir adelante y asegurar que
los negocios de la Organización siguen creciendo.

Samuel y yo intercambiamos una mirada. Para nada queríamos seguir


adelante, pero dudaba que Samuel iría en contra de su padre.

—Quizás deberíamos cambiar de tema. Después de todo, están aquí por


una ocasión mucho más agradable —dijo Pietro.

—Así es. Hablando de compromisos, tengo la intención de decirle a mi


hermana que vas a casarte con ella ya que estamos aquí —le dije a Samuel—. De
esa manera podemos fingir que el acuerdo se hizo ahora.

Pietro asintió.

—Eso suena razonable. Nadie lo vinculará al acuerdo entre Sofia y tú.

Samuel permaneció en silencio. Parecía menos que emocionado ante la


perspectiva de hacer algo oficial con mi hermana.

—Diste tu palabra —gruñí.

Sonrió.

—Me casaré con tu hermana, no te preocupes.


Como de costumbre, nuestro entendimiento mutuo terminó al momento en
que se mencionaron a Sofia o Emma.

—Bien. ¿Vas a hablar con ella después de que se lo diga?

—Por supuesto. ¿Tienes alguna mentira preferida que debería decirle?

Mi ira se disparó rápidamente.

—Las mismas mentiras que estaré diciendo a Sofia.

—Es suficiente —dijo Pietro antes de girar a mí—. Tal vez deberías
hablar con Sofia. Ha pasado un tiempo desde que la viste.

Me obligué a sonreír y me excusé para ir en busca de mi futura esposa.

No la había visto en más de un año. La risa de Emma resonó, seguida por


la de Sofia. No era una risa infantil como recordaba, pero aún tenía esa cualidad
tintineante de su voz. Seguí los sonidos hacia una biblioteca y me quedé
paralizado en la entrada. Una chica rubia estaba de pie junto a la ventana, con sus
piernas largas asomándose por debajo de un vestido veraniego que acentuaba una
cintura estrecha. Me tomó un par de segundos comprender que la chica era Sofía.
Con el cabello rubio y su rostro de perfil, su parecido con Serafina era
sorprendente e inesperadamente desagradable. No había visto a mi ex prometida
en muchos años y no tenía absolutamente ninguna intención de cambiar eso.

Entré en la biblioteca, intentando controlar mi ira y confusión creciente.


Esto último en particular me puso al borde.

Los ojos de Sofia se abrieron por completo y una sonrisa vacilante iluminó
su rostro.

—Emma, ¿puedes darnos un momento? Necesito hablar con Sofia a solas.


—Mis palabras salieron tajantes.

Emma asintió y dejó la habitación, cerrando la puerta tras ella.

Hice retroceder a Sofia contra la pared, completamente desconcertado por


su apariencia. No había visto a Serafina en años y ahora Sofia jugaba a ser su
doble. Ninguna de las chicas rubias que me había follado a lo largo de los años
había llegado siquiera cerca del aspecto de mi ex prometida y ahora aquí estaba
mi prometida actual, luciendo como una puta réplica de su maldita hermana.

Me elevé sobre Sofia, observando su pálido rostro confundido.


—¿Qué le has hecho a tu cabello? —gruñí. Toqué sus mechones rubios,
luego tomé su rostro para obligarla a mirarme a los ojos. Ella parpadeó, sus
labios rosados se separaron, sus ojos completamente abiertos. Tenía más pecas
que su hermana y su labio inferior era más regordete. Sin mencionar que era un
poco más baja y más pequeña en todos los aspectos.

Mi prometida de dieciséis años de edad.

Respiré profundo por la nariz, intentando calmar mi pulso acelerado. Dejé


caer mi mano que aún estaba tocando su rostro y di un paso atrás. Sabía que
debía disculparme, pero eso estaba fuera de cuestión.

—¿Qué le has hecho a tu cabello? —repetí, incapaz de apartar mis ojos de


la tonalidad dorada. Ni siquiera era cualquier otro tono de rubio, era el de
Serafina.

Ella alzó su barbilla.

—Quería un cambio.

—Te ves como una mala copia barata de tu hermana. ¿Quieres que la
gente vuelva a hablar mal de tu familia por lo que pasó?

—Y-yo n-no quería eso.

Negué con la cabeza.

—La gente hablará en la fiesta si te presentas con el cabello rubio. Sobre


ti, sobre mí, sobre nuestras familias. No voy a permitirlo. Recuperarás tu antiguo
color antes de la fiesta, ¿entendido?

Sofia tenía los ojos de Serafina. El mismo azul frío. Y si uno no miraba
demasiado de cerca, incluso sus caras eran muy parecidas. Sentí como si el
pasado estuviera destinado a repetirse, como si el destino se burlara de mí con mi
mayor fracaso. Perdí una chica, pero no perdería otra. Y definitivamente no
necesitaba un recordatorio diario de los días más vergonzoso de mi vida.

Había estado follándome a chicas rubias años después, como si pudiera


follármelas para sacarla e mi sistema. Nunca funcionó. Cualquier respiro que
sentí duró poco antes de que mi ira ardiera con más fuerza.
Estaba congelada en estado de shock a medida que observaba el rostro
enojado de Danilo.

Había estado nerviosa por su reacción ante mi cabello nuevo, pero había
sido más que nada nervios vertiginosos. En secreto, había deseado que estuviera
encantado de ver las similitudes entre Serafina y yo. No me había esperado su
furia.

Lo hizo sonar como si hubiera cometido una blasfemia al lucir como mi


hermana, como si estuviera ensuciando la imagen perfecta de ella que
probablemente aún albergaba en su mente.

—Entendido —dije con los dientes apretados, incluso aunque mi garganta


estuviera obstruida con una mezcla de vergüenza y frustración.

Parte de la ira se disipó de su rostro, y dio otro paso atrás, aclarándose la


garganta. Se estaba convirtiendo en el caballero que solo había encontrado hasta
ahora.

—Bien —dijo en voz baja.

Permanecí pegada a la pared. Se pasó una mano por su cabello.

—No tienes que temerme. Yo… —Me contempló durante unos instantes,
el conjunto de su boca en una tensa línea apretada.

En realidad, no le temía. Ni siquiera estaba segura de lo que sentía. Un


torbellino de emociones confusas. ¿Iba a decir que lo sentía?

Porque definitivamente me merecía una disculpa.

—Me tomaste con la guardia baja. Esperaba verte y no… no esta versión
de ti.

Esta versión de mí. No era lo que quería decir.

—Pensé que te gustaría. —Para el momento en que pronuncié las


palabras, quise retirarlas. Era algo tan débil de admitir. Odiaba mostrar debilidad
frente a él, especialmente después de su arrebato justo ahora. Mamá me había
enseñado a ser orgullosa, no esta débil chica acobardada queriendo complacer a
todos.

—Vuelve a cambiarlo, Sofia. Antes de la fiesta de compromiso. No quiero


fotos de nosotros juntos contigo luciendo como… eso.

Apreté mis labios. Lágrimas de ira y vergüenza amenazaban con estallar,


pero las contuve.

La puerta se abrió y Samuel entró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué está pasando aquí?

Podría haber llorado de alivio. Solo quería salir de esta situación y


alejarme de Danilo para despejar mi mente. Era difícil pensar con claridad con él
tan cerca.

—Nada —espeté. Por supuesto, mi hermano no me creyó. Entró a


zancadas, su mirada fulminante clavándose en Danilo.

—Las reglas no han cambiado. No deberías estar a solas con mi hermana


antes de estar casado con ella.

La sonrisa de Danilo fue peligrosa.

—Gracias por el recordatorio.

Usé sus jugadas alfa para escabullirme u subir rápidamente. Me tomó cada
gramo de autocontrol llamar a mi peluquera y pedirle una cita de última hora
para teñir mi cabello al día siguiente, luego rompí a llorar. Así es cómo Anna me
encontró quince minutos más tarde.

Se hundió en la cama a mi lado, acariciando mi cabeza.

—¿A Danilo no le gustó tu cabello? —supuso.

—Lo odia. —Mi garganta estaba en carne viva de tanto llorar, pero al
menos la sensación pesada se había convertido en una pequeña llama de
indignación.

—Qué se joda.

Rodé sobre mi costado, dándole a Anna una sonrisa amarga.

—Cuida el lenguaje, Anna. —Imité el gruñido de advertencia de Santino.

—¿Qué vas a hacer?


Me encogí de hombros.

—Mañana tengo una cita para teñir mi cabello. —Los labios de Anna se
tensaron—. Sé que probablemente debería conservarlo a pesar de su opinión,
pero no quiero problemas en el día de mi compromiso. Quiero que la fiesta sea
perfecta. Cabrear a Danilo solo arruinará también mi estado de ánimo.

—Es tu decisión, Sofia, pero no dejes que te presione. Estaba bien darle
un poco de holgura después de lo que pasó con tu hermana, pero ya debería
haberlo superado.

—Los hombres y su orgullo, ya sabes cómo es.

Puso los ojos en blanco.

—No me hagas empezar.

La pequeña llama de indignación en mi pecho se convirtió en un fuego


rugiente de la noche a la mañana. Estaba enojada con Danilo por su reacción,
pero aún más que eso, estaba absolutamente furiosa que se permitiera seguir su
obsesión con las rubias y luego se atreviera a enloquecer porque teñí mi cabello
de ese color.

No era una persona muy rebelde, nunca lo había sido, pero sentía la
necesidad de mostrarle que no podía presionarme. Tal vez era joven y no era
Serafina, pero eso no quería decir que podía actuar como un idiota.

—¿Otra vez de vuelta? —preguntó mi peluquera con curiosidad. Había


teñido mis raíces hace solo un par de días. Ya podía ver su radar de chismes
cobrando vida.

Le di una sonrisa descarada.

—Tengo ganas de más cambios.

Levantó sus cejas.

—¿No quieres volver a tu color de cabello original?

Mis ojos se dirigieron a la foto de una modelo con un lindo corte al ras de
su mandíbula y flequillo.
Nunca tuve el cabello corto, y de hecho, nunca lo consideré.

—Quiero ese corte de cabello.

Siguió mi mirada, sus labios abriéndose con sorpresa.

—¿Segura que quieres que corte tanto de tu cabello? Tomará un tiempo


para que vuelva a crecer. Sabes que los hombres de nuestro mundo prefieren el
cabello largo…

—Lo sé —dije a la ligera, sintiéndome casi exaltada por mi pequeño acto


de rebelión.

Mi estómago dio un vuelco cuando cortó unos cuarenta centímetros de mi


cabello, pero una vez que los mechones rubios cayeron al suelo, sentí como si me
hubieran quitado un gran peso de los hombros.

Cuando terminó, mi cabello me llegaba a mi barbilla en la parte delantera


y terminaba un poco más arriba en la parte posterior. Me sorprendió lo mucho
que me gustó verme con flequillo, incluso si tuviera que soplarlo para alejarlo de
mi frente. Me veía linda. Mejor aún, ya no me parecía en nada a Fina. El corte se
habría visto aún mejor con el cabello castaño, pero eso tendría que esperar hasta
mi próxima cita, de modo que Danilo no pensara que lo teñí por su orden.

Samuel me miró dos veces cuando me deslicé en el auto. Aun así, fue
mejor que la reacción que tuvo hace dos meses. Ahora, era sorpresa más que
nada, menos horror.

—¿Y? —pregunté.

Pareció aliviado.

—Mejor.

Supuse que era un cumplido viniendo de él.

Mamá y papá también parecieron aliviados, como si un peso se hubiera


levantado de sus hombros ahora que ya no era la viva imagen de Fina. Papá
incluso me dio un abrazo de lado y me dio un beso en la sien.

—Tenía la esperanza que volvieras a teñirlo de castaño. En realidad,


extraño tu color de cabello, pero este corte es algo más, tengo que darte eso,
bichito.

—¿Algo más?

Papá rio entre dientes.


—Bueno, toma un tiempo acostumbrarse.

Mamá tocó mi hombro.

—Te ves como una modelo de pasarela francesa, querida. No esperes que
los hombres entiendan eso.

Me reí.

—¿Danilo lo sabe? —preguntó Samuel.

Fruncí mis labios.

—No creo que esté interesado en mi peinado.

Samuel me echó un vistazo. Probablemente había deducido que el estado


cabreado de Danilo del día anterior había sido provocado por mi cabello rubio.

Apenas dormí esa noche, demasiado emocionada con mi fiesta de


compromiso y la reacción de Danilo a mi corte de cabello. Tenía el
presentimiento de que lo detestaría, sobre todo porque lo desafié. Si bien una
parte de mí aún quería complacerlo, mi lado enojado y frustrado había ganado.

Un hecho que agradó inmensamente a Anna a juzgar por su sonrisa.

—Tu madre tiene razón. Te ves francesa y sofisticada, pero también linda.
El aspecto sería perfecto si empezaras a fumar esos largos cigarrillos elegantes.

Resoplé.

—No, gracias. No creo que una declaración de moda valga el poner en


riesgo mi salud.

Anna puso los ojos en blanco.

—No te pedí que te conviertas en una fumadora empedernida. Pero a


veces un cigarrillo puede ser un buen toque.

—No, gracias. —En muy raras ocasiones había olido humo en Anna, pero
de hecho, nunca la he visto fumando.
Anna me ayudó a maquillarme porque mis manos temblaban demasiado
para una línea precisa en el párpado. No quería exagerar y terminan luciendo
como una princesa egipcia. De todos modos, ya la gente estaría hablando de mi
cambio de peinado reciente. No quería darles munición adicional en mi contra.
Cuando me vieran, quería que se quedaran boquiabiertos.

Una vez que terminé de maquillarme, Anna me ayudó a peinarme con una
plancha alisadora, especialmente mi flequillo ya que mis rizos naturales causaban
algunos estragos. Había elegido una combinación en rosa con una blusa sin
tirantes y una falda de tul que fluía hasta mis rodillas como una enagua elegante.
Me encantó el vestido y me sentía deslumbrante con él, y tenía que admitir que
se veía genial con mi cabello más corto porque acentuaba mis clavículas y
garganta.

Anna sonrió cuando giré para darle una vista entera de mi vestido y la
falda ondeando alrededor.

—Te ves como una princesa. Si la mandíbula de Danilo no cae abierta, es


su problema.

Besé su mejilla.

—Gracias.

Anna miró de reojo su reloj, sus ojos abriéndose por completo.

—Está bien, es hora de ponerme presentable. —Salió de la habitación y


me acerqué al espejo.

Toqué mi cabello cuidadosamente. Ya no me parecía a Fina, y sin


embargo, tampoco me veía como yo. Estaba atrapada en algún punto intermedio,
aún a la deriva, intentando encontrar el camino de regreso a mí. El rubio tendría
que irse eventualmente.

Un golpe me hizo saltar.

—Adelante —dije.

Papá entró y se congeló cuando me vio. Sacudió su cabeza como si no


pudiera creer lo que estaba viendo.

—¿Cuándo te convertiste en una mujer hermosa? ¿No te dije que debías


permanecer para siempre como mi niña?

Me reí.
—Quizás debiste haberme encerrado en una torre.

Se acercó y me dio un abrazo. Respiré profundo, intentando captar una


bocanada de humo. Papá había estado fumando de forma intermitente desde el
secuestro de Fina. Siguió intentando dejar de fumar, pero por lo general nunca
duraba más de unos meses.

—Quizás. —Se echó hacia atrás, pero siguió observándome con


melancolía en su mirada.

—Aún quedan dos años —le recordé.

Tocó mi mejilla.

—Lo sé. Ahora, en serio deberíamos bajar. Los primeros invitados han
llegado, y tu madre está manteniéndolos entretenidos con bebidas y hors d'
oeuvres.

Entrelazamos nuestros brazos y bajamos las escaleras. El suave zumbido


de la conversación derivaba de nuestra sala de estar. Era un gran espacio, una
combinación de comedor y sala de estar. El personal de catering había retirado la
mayoría de los muebles del lugar y había dejado el resto a un lado para dejar
espacio para las mesas altas y un buffet. Hermosos arreglos florales en rosa
pálido y rosa atrevido a juego con mi vestido decoraban las mesas.

Para el momento en que papá y yo entramos en la habitación, el silencio se


apoderó de la multitud y sus ojos se centraron en mí. Mamá me dio una sonrisa
orgullosa desde el otro lado del lugar, lo que me hizo levantar la cabeza un poco
más. Me había enseñado a mostrar fuerza y elegancia en público, y quería hacer
eso.

Aun así, parte de mi postura equilibrada vaciló cuando mi mirada se posó


en Danilo. Estaba de pie junto a su primo Marco, su madre y Emma. Esta última
me dio la sonrisa alentadora que necesitaba antes de encontrarme con los ojos de
Danilo nuevamente. Su expresión era ilegible, a pesar de su sonrisa cortés. Era la
máscara de caballero estándar que mostraba en público, pero en el fondo de sus
ojos capté un indicio de desaprobación, tal vez incluso ira y conmoción. No había
esperado que lo desafiara.

Papá apretó mi brazo a medida que me conducía hacia Danilo. El único


que parecía menos feliz por los eventos era Samuel. Estaba fulminando con la
mirada a mi futuro prometido. Cualquier cosa que estuviera pasando entre esos
dos no era asunto mío.
Cuando papá y yo nos detuvimos frente a Danilo, mi corazón estaba
latiendo con fuerza. Esperaba que mis nervios no se reflejaran en mi cara. Danilo
sacó una pequeña caja de su bolsillo y se encontró con la mirada de papá.

—Te pido la mano de tu hija en matrimonio. ¿Me la confías?

Era la redacción oficial. La mano de su hija. Probablemente fue lo mismo


que dijo cuando se comprometió con mi hermana. Ni siquiera tuvo que cambiar
ninguna palabra.

—Lo hago —dijo papá. Él y Danilo me miraron, luego papá me soltó.

Danilo extendió su mano con la palma hacia arriba. Puse mi mano en la


suya y encontré su mirada, deseando poder leer su mente. Danilo me sorprendió
cuando acarició suavemente el dorso de mi mano con su pulgar antes de deslizar
el anillo de compromiso en mi dedo. No intentó besarme, aunque me habría
gustado que lo hiciera.

Habría sido muy inapropiado. Sin embargo, me atrajo a su lado y apoyó la


palma de su mano muy ligeramente en mi espalda, una señal de que era suya y
pronto perteneceríamos al otro. Al estar tan cerca de él me sentí bien a pesar de
lo enojada que había estado con él. Esperé a que Danilo comentara sobre mi corte
de cabello, pero siguió siendo el caballero recatado manteniedno las apariencias.

Después de aceptar las felicitaciones de los otros invitados y que pulularan


alrededor del buffet, Danilo se volvió hacia mí.

—Conservaste el rubio.

—Lo hice —dije—. Me gusta, pero decidí un corte de cabello nuevo de


modo que ya no parezca una mala réplica de nadie. —Una pizca de malicia
resonó en mi voz, sorprendiéndome y, obviamente, a Danilo.

Sus cejas se crisparon, pero simplemente asintió.

—Esa es tu decisión, por supuesto. Sin embargo, prefiero tu cabello largo


y castaño.

¿Cómo podía mantener este acto de cortesía cuando obviamente estaba


enojado?

—No lidias bien con el cambio, lo entiendo. Pero no te preocupes,


también me gusta mi cabello castaño. Lo cambiaré cuando me dé la gana.

Sus ojos se entrecerraron.


—Eres tan joven. Puede que ayer te haya asustado, por eso voy a fingir
que no actuaste como una petulante niña grosera ahora mismo, pero esperaba
más de ti.

Parpadeé asombrada. Tal vez había actuado un poco infantil, pero su


condescendencia sin duda no me hizo querer cumplir con sus expectativas.

Como si el asunto estuviera resuelto para él, su mirada se dirigió a


Samuel, quien asintió tajante. Sentí que Danilo se puso más tenso.

Papá se aclaró su garganta, luego dio unos golpecitos con el cuchillo en su


copa de vino.

—Tenemos otro anuncio que hacer. Danilo, ¿quieres?

Danilo apartó su mano de mi espalda y dio un paso adelante.

Confundida, levanté mis cejas hacia Anna, quien se encogió de hombros.


Por lo general, recibía primero las noticias calientes y me las pasaba a mí, pero
esta vez incluso ella parecía no tener ni idea.

—Es con un gran honor que me gustaría anunciar que nuestras familias,
los Mione y los Mancini ampliarán nuestro vínculo. Samuel se casará con mi
hermana Emma el mismo verano en que celebraremos mi boda con Sofia.

La sorpresa me atravesó. Samuel sonrió tensamente y se dirigió hacia


Emma. Samuel les dio otra de sus sonrisas con los labios apretados antes de
poner una mano en el hombro de Emma. Ella estaba sonriendo radiantemente
pero no era honesta. Lo sabía porque aprendí el arte de las sonrisas falsas a una
edad temprana.

No entendía por qué no estaba feliz por casarse con mi hermano.

Samuel podía ser un poco idiota, especialmente cuando se trataba de las


emociones, pero era un hombre bueno.

—Un acuerdo inteligente —murmuró una voz femenina con absoluta


malicia, pero no pude detectar su origen. Me volví hacia Danilo, frunciendo el
ceño. Tenía un brillo asesino en sus ojos.

Ahora que prestaba más atención, noté que bastantes invitados susurraban
conspirando, pensando que nadie se daría cuenta porque muchos otros estaban
felicitando a Emma y Samuel.

—La pobre niña tiene mucha suerte.


—¿Qué hay de él? Necesita un heredero.

Danilo presionó su mano contra mi espalda, más firme que antes, sus ojos
atronadores a medida que me conducía hacia su hermana y Samuel. Comprendí
su enfado. Por los susurros, todos consideraban a Emma afortunada de haber
conseguido una pareja como Samuel, o cualquier hombre en realidad. Lo hacían
sonar como si fuera menos porque estaba en silla de ruedas.

Le di una sonrisa brillante y me incliné para abrazarla.

—Estoy tan feliz por ustedes dos.

—Gracias —dijo cortésmente, luego se apartó unos centímetros para


mirarme a los ojos—. Lamento que nuestro anuncio opacara tu día especial.

Me reí.

—Ni siquiera pensé en eso. No te preocupes. No me importa.

De hecho, me sentí aliviada de que el anuncio hubiera interrumpido la


discusión entre Danilo y yo.

Me volví hacia Samuel y lo rodeé con mis brazos.

Sonreí.

—Finalmente sentarás cabeza. Felicidades.

Su expresión se relajó levemente.

—Nunca pensé que me casaría el mismo verano que tú, bichito.

Me sonrojé, mis ojos disparándose a Danilo, quien debió oírlo usando mi


apodo embarazoso. Samuel se rio entre dientes pero se puso serio
inmediatamente cuando el siguiente invitado lo felicitó de una manera poco
honesta.

Retrocedí y permití su turno a los demás invitados. Danilo hablaba con


papá y el tío Dante, de modo que me escabullí hacia Anna. Usó la distracción
para tomar una copa de champán. Chasqueé la lengua.

—Tus padres no quieren que bebas alcohol.

Tomó un sorbo deliberadamente.

—Hmmm… delicioso. —Me dedicó una sonrisa.

Le puse los ojos en blanco.


—Te meterás en problemas si se enteran.

—Es un día especial. —Empujó mi hombro suavemente—. ¿Te enoja que


volvieran tu compromiso en un anuncio doble?

¿Por qué todos pensaban eso? Por lo general, no estaba tan interesada en
ser el foco de atención de todo el mundo, lo único que quería era la atención de
Danilo. O lo había querido.

—No, de hecho, estoy aliviada. —Anna asintió, pero su expresión me


indicó que estaba reflexionando sobre otra cosa—. ¿Qué?

—¿Cuándo decidieron entregarle Emma a Samuel?

Me encogí de hombros.

—Creo que papá, Dante, Danilo y Samuel hicieron ayer los arreglos.
Entonces tuvieron una reunión.

Anna frunció sus labios.

—Podría ser. Aunque no perdieron el tiempo en anunciarlo, eso es seguro.

Algo en su voz sonó fuera de lugar, pero no tuve la oportunidad de


preguntarle al respecto porque Danilo apareció a mi lado.

—Tenemos que tomar algunas fotos.

Apoyé mi mano en su palma extendida, dando un educado asentimiento a


cambio.

A pesar de mis mejores intenciones de tratarlo con indiferencia, sentí un


aleteo familiar en mi vientre cuando cerró sus dedos alrededor de los míos. No
podía encender o apagar mis sentimientos, incluso si Danilo no era ni de cerca el
príncipe que había esperado que sea. Lo seguí a través de las puertas francesas
hasta un lugar en la terraza que tenía una hermosa vista de los jardines.

Danilo envolvió un brazo alrededor de mi cadera y presentó mi mano con


el anillo de compromiso a la cámara. El fotógrafo tomó una foto tras otra. Me
arriesgué a echar un vistazo a Danilo, y sus ojos se encontraron con los míos por
un breve momento. Ya no parecía enfadado. Casi parecía confundido. Pero
demasiado pronto, el momento había terminado, y se volvió hacia la cámara,
interpretando a la pareja de ensueño que con suerte algún día seríamos.
E
ra el último verano antes de casarme. Había visto a Danilo una
sola vez más desde nuestro compromiso, en diciembre pasado en
la fiesta de Navidad de los Cavallaro.

Había comentado sobre mi cabello castaño, lo que casi me hizo


arrepentirme de elegir teñirlo de nuevo, incluso aunque extrañara mi color de
cabello. Aparte de eso, nuestras interacciones habían sido escasas como antes,
pero me las arreglé para distraerme con mis tareas y los preparativos para nuestra
boda. Más importante aún, dejé de buscar artículos sobre Danilo y sus conquistas
rubias. En mi mente, dejó de hacerlo, y no estaba interesada en encontrar
imágenes que probaran que estaba equivocada. Quería disfrutar de mi vida sin
preocuparme por Danilo constantemente.

—Entonces, ¿en serio no puedes quedarte más que el fin de semana? —


pregunté a Samuel nuevamente mientras nos conducía a lo largo del estrecho
camino llevando a la cabaña del lago de los Cavallaro. Anna, Emma, Leonas y yo
pasaríamos allí algunas semanas de las vacaciones de verano. Era el primer año
que Anna y yo tendríamos la cabaña sin nuestras familias. La hermana menor de
Anna se iba a quedar en Chicago con sus padres, y Samuel tenía negocios que
atender, de modo que solo me iba a dejar y pasar una noche antes de regresar a
Minneapolis.

Danilo estaría llevando a Emma a la cabaña, y era por eso que no había
elegido mi estilo habitual para ir a la cabaña con pantalones cortos y una
camiseta sencilla. En cambio, estaba usando un hermoso vestido veraniego para
impresionarlo. También pasaría la noche antes de regresar a Indianápolis por
trabajo.

Por supuesto, no nos quedaríamos en la cabaña sin supervisión. Anna tenía


a su guardaespaldas Santino con ella que los protegería a ella y a Leonas, Emma
tendría a uno de sus propios guardaespaldas, y Carlo me estaba acompañando.
Apenas dejaba mi lado desde que Danilo lo hizo mi guardaespaldas
personal hace años.

El bosque finalmente se abrió ante nosotros, dando paso a la hermosa


cabaña de madera situada junto al lago rodeada de abetos. El sol resplandecía
sobre el agua azul.

—No puedo esperar para tomar un baño —dije. La temperatura estaba


sobre los treinta y dos grados, y necesitaba refrescarme desesperadamente.

—Los otros probablemente aún no estarán aquí. Tienes mucho tiempo


para ir a nadar antes de cenar.

Asentí, luego le di a Samuel una mirada curiosa.

—¿Estás emocionado de volver a ver a Emma?

Hasta ahora, había bloqueado todos mis intentos para hablar de su


compromiso con Emma.

—No voy a pasar tiempo con ella. Solo pasaré la noche porque no quiero
volver a conducir tan pronto de regreso.

—No pareces muy feliz con tu unión.

Samuel soltó una carcajada breve.

—Sofia, los matrimonios arreglados no se tratan de felicidad, son con


fines tácticos.

Mis labios se tensaron.

—Pero, ¿qué tipo de fin táctico podría haber? De todos modos, nuestras
familias estarán unidas a través de mi matrimonio con Danilo.

—Mi boda con Emma solidificará la unión.

Podía decir que no diría nada más. Estacionó el auto frente a la cabaña. El
auto de Carlo ya estaba estacionado a un lado. Había salido dos horas atrás para
asegurarse que todo estuviera en buenas condiciones. Mi familia tenía una llave
de repuesto para la cabaña Cavallaro, al igual que los Cavallaro tenían una para
nuestra casa de campo, la cual no era tan espléndida como esta.

No perdí nada de tiempo en salir corriendo a la habitación de invitados


que elegía por lo general y me cambié a un bikini: una pieza blanca de punto que
me encantó al segundo que lo vi. Mi piel no estaba lo suficientemente bronceada
para crear un fuerte contraste con la tela pálida, pero estaba decidida a trabajar en
un bronceado decente durante nuestra estancia en el lago. Mi cabello estaba
atrapado en una longitud media extraña porque intentaba dejarlo crecer para mi
peinado de boda. Mi flequillo llegaba a mis pómulos, de modo que tenía que
fijarlo hacia atrás con pasadores o cubriría mis ojos, y el resto de mi cabello casi
tocaba mis clavículas para ahora. Aún queda mucho camino por recorrer antes de
poder lucir mi peinado de novia.

Cuando bajaba las escaleras, me llegaron unas voces familiares desde la


sala de estar. Me dirigí directamente hacia ellas, encontrando a Anna, Leonas y
Santino hablando con Samuel y Carlo.

Me dirigí directamente a Anna y la abracé. Cuando se apartó, asintió


apreciativamente.

—Ese bikini te queda ardiente. Buena elección.

Sonreí, ruborizándome cuando sentí la atención de todos en mí.

—Sí, te ves como un pedazo de culo ardiente —dijo Leonas arrastrando


las palabras mientras se apoyaba en el respaldo del sofá como un maldito rey.

—Cállate —gruñó Santino. Sonó como si ya estuviera al borde de su


escasa paciencia. Como de costumbre, sus ojos furiosos enviaron un escalofrío
por mi espalda.

Samuel se acercó a Leonas y lo azotó en la nuca.

—Cuidado. Aún no eres Capo, de modo que todavía podemos patear tu


culo flacucho hasta que tus bolas se marchiten al tamaño de unas pasas.

—Como si fueran más grandes que eso —murmuró Anna, dándole a


Leonas una sonrisa de suficiencia.

Santino le lanzó una mirada dura.

—Me importa un carajo si ustedes dos se torturan entre sí. Lo único que
me importa es que regresen a Chicago más o menos vivos y no me crispen los
putos nervios.

—Nuestros otros guardaespaldas no dicen palabrotas porque nuestra


madre aborrece las groserías —comentó Leonas.

—Presenta un informe oficial y ve si me importa un carajo —dijo Santino


antes de volverse hacia Samuel y Carlo—. Me voy a la caseta de vigilancia.
Confío en que los mantengan con vida.
Carlo gruñó, lo que era el equivalente a un sí de su parte.

Le di un codazo a Anna.

—¿Qué le pasó? —Señalé con los ojos la espalda ancha de Santino


cuando ya se retiraba.

—Deja que me cambie. Te contaré en el lago.

—Está bien, pero date prisa. Necesito refrescarme.

Anna arrebató su pequeño bolso de mano.

—Puedes subir mi equipaje, Leonas. Todos tus entrenamientos deben


servir de algo, ¿verdad?

Leonas le enseñó el dedo.

—Más tarde. Estoy ocupado. Estoy seguro que encontrarás uno de tus
cincuenta bikinis en esa bolsa horrenda que llevas a todas partes.

—Es una bolsa Louis Vuitton, idiota —dijo Anna en una voz cantarina a
medida que corría por las escaleras.

Me volví hacia Leonas.

—¿En serio vas a subir su equipaje?

Hizo una mueca.

—Perdí una apuesta. No preguntes. Santino se niega a hacerlo y por eso


ahora encuentra formas nuevas de sobornarme, coaccionarme o chantajearme
para que lo haga.

Me reí. Esos dos a veces eran como perros y gatos.

Samuel sujetó el hombro de Leonas en lo que pareció un agarre fuerte.


Aún era mucho más alto que mi primo de catorce años, pero Leonas estaba
ganando algunos músculos lentamente, incluso si Anna aún lo llamaba a menudo
una mierda escuálida.

—Quiero ir a cazar nuestra cena. ¿Qué tal si vienes de modo que pueda
vigilarte?

—Genial.

Salieron a buscar el armamento en la parte trasera de la cabaña y, unos


minutos después, Anna bajó las escaleras con un traje de dos piezas verde oscuro.
Uniendo nuestras manos, nos dirigimos hacia el lago. Acomodamos nuestras
sillas para tomar el sol en la terraza sobre el lago. Dejamos caer nuestras toallas
en las tumbonas y nos arrojamos al agua.

Estaba helada, enviando una onda de choque a través de mi cuerpo.

Emergiendo a través de la superficie del agua, tosí y solté una risita. Anna
se reía histéricamente. Nadamos un poco antes de estirarnos en la terraza para
calentarnos.

No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que un sonido me despertó de


una siesta ligera. Me senté, parpadeando contra la luz del sol, y vi a Emma en la
terraza superior, observándonos. Rodaba por el camino estrecho hasta la terraza
en la que estábamos acostadas. Me puse de pie, sin saber si necesitaba mi ayuda.
¿Y si su silla de ruedas rodaba al agua?

Sonrió, como si pudiera ver mi incertidumbre.

—Estoy bien.

Anna se sentó en su tumbona.

Emma estaba en traje de baño, un hecho que me sorprendió. Llegó a la


cubierta y detuvo sus frenos cerca del borde de las tablas. Mis ojos se abrieron
por completo cuando se puso de pie lentamente. Le temblaron las piernas, y tuvo
que agarrarse a las barandillas de la escalera conduciendo al agua para
estabilizarse.

—Puedo estar de pie e incluso caminar un par de pasos con apoyo —


explicó—. El accidente aplastó mi médula espinal, por lo que tengo paresia.

Se dejó hundir hasta el borde de la cubierta y, con torpeza, bajó las piernas
al agua.

—¿Mejorará con los años? —pregunté.

Emma negó con la cabeza.

—La paresia por lo general no puede ser curada.

Asentí y observé con preocupación a medida que se sumergía en el lago.

Notando los ojos de Anna y yo completamente abiertos, añadió:

—Soy buena nadadora, no se preocupen.


—Está bien —dije, luego me metí en el agua, en caso de que ella
necesitara ayuda en algún momento, pero pronto Anna, Emma y yo estábamos
nadando, charlando sobre nuestros planes de boda. Bueno, Emma y yo hablamos
de ellos. La fecha para la boda de Anna aún no estaba programada. Primero iría a
la universidad.

Emma actuaba mucho más libre y feliz en el agua, de modo que nos
olvidamos de la hora.

—Chicas, estamos a punto de asar la carne —llamó Samuel desde la


terraza superior, donde se encontraba una parrilla.

Salimos del lago y nos secamos, luego Anna y yo caminamos lentamente


por el sendero hasta la terraza superior de modo que Emma pudiera seguir el
ritmo. El sol se hundía sobre el bosque, tiñendo el cielo de rosa y naranja, y
comenzaba a sentir frío sin que los rayos calentaran mi piel húmeda.

Mi vientre estalló con mariposas cuando vi a Danilo junto a Samuel en la


parrilla. Era la primera vez que lo veía en una camiseta y jeans oscuros, y se veía
maravilloso. Incluso aunque hubiera sido menos príncipe Disney de lo que
esperaba, era muy atractivo.

—Le disparamos a algunos conejos —explicó Samuel, pero mis ojos


estaban puestos en Danilo, quien estaba despellejando a una de las pequeñas
criaturas peludas con precisión.

Cuando terminó, alzó la vista y sus ojos se clavaron en mí. Con las manos
ensangrentadas aun sosteniendo el cuchillo y el cadáver, me escaneó de la cabeza
a los pies, deteniéndose brevemente en mi coleta corta antes de que su mirada
vagara más abajo una vez más.

¿Me estaba evaluando?

Parecía demasiado bueno para ser verdad.

Samuel se aclaró su garganta, y Danilo le entregó el conejo desollado,


apartando su mirada de mí. Sus entrañas ya estaban en un cubo a sus pies.

—Eso es repugnante —dijo Anna.

—No seas tan diva —gruñó Leonas entre dientes mientras se dirigía a la
terraza, llevando algunos platos.

Me acerqué a la parrilla para estar más cerca de Danilo, ansiosa por


sacarle una reacción, pero mantuvo sus ojos en la carne.
—Deberías cambiarte —espetó Samuel bruscamente, dándome una
mirada dura—. Tienen que preparar una ensalada si quieren comer más que
carne.

—Entonces, ¿tenemos que preparar la ensalada porque somos chicas? —


preguntó Anna.

—La próxima vez puedes ir de caza si eso es lo que quieres —dijo


Samuel.

Anna puso los ojos en blanco y luego, junto con Emma, nos dirigimos a la
casa. Emma tenía una habitación en el primer piso, mientras que Anna y yo
teníamos que subir.

—Danilo te evaluó —dijo Anna.

Si Anna se había dado cuenta, no me lo había imaginado. Quizás Danilo y


yo finalmente estábamos llegando a alguna parte.

La cena fue tranquila. Los guardaespaldas se unieron a nosotros en la gran


mesa de madera. Los hombres, incluso Leonas, hablaron de trabajo, mientras que
las chicas charlamos sobre nuestros planes para el día siguiente y el año escolar.

Eché una mirada a Danilo de vez en cuando, pero en general, me enfoqué


en Emma y Anna. Pensé haber pillado a Danilo mirándome furtivamente una o
dos veces. Anna me había aconsejado que me pusiera un vestido blanco y que
dejara que mi cabello se secara al aire para que se rizara naturalmente. Insistió en
que la melena salvaje se veía bien a pesar de la longitud.

Después de la cena, nos acomodamos alrededor de la fogata. Se volvía


bastante fresco aquí por la noche, y la piel de gallina pronto cubrió mis brazos
desnudos a pesar del fuego rugiente.

No quería entrar para buscar una chaqueta, me estaba divirtiendo


demasiado. Emma había sido lo suficientemente inteligente como para traer un
suéter.

Froté mis brazos, intentando calentarlos un poco. Danilo se levantó y se


dirigió a la casa. Unos minutos después, regresó con dos mantas, una para Anna
y otra para mí. Le di una sonrisa agradecida cuando me la entregó. Me gustaba
este lado de él. Regresó a su silla y se hundió. Samuel parecía como si hubiera
cometido un crimen. Quizás de vez en cuando debería intentar actuar como un
caballero con Emma.

Danilo atrapó mi mirada por encima de las llamas y me dio una sonrisa
pequeña.

Mi corazón se aceleró, pero simplemente le devolví la sonrisa. Parecía


relajado, descansando en la silla de teca con jeans y una camiseta ajustada,
botella de cerveza en mano, su cabello oscuro alborotado. No lo había tomado
como la clase de hombre que toma cerveza.

Parecía demasiado sofisticado, como un hombre de vino tinto o whisky


caro. Se veía accesible, no como el caballero inalcanzable de armadura brillante,
el lugarteniente poderoso. Quizás este viaje era mi oportunidad de conocer al
verdadero Danilo. Nuestro último encuentro había sido accidentado, pero estaba
dispuesta a dejarlo en el pasado y seguir adelante.

—Quiero darme un chapuzón —dijo Leonas con el tiempo.

Para entonces, mis ánimos habían caído, pero la perspectiva de ver a


Danilo por primera vez sin camisa me despertó en un abrir y cerrar de ojos.

—Suena estupendo. Quizás una criatura del lago te devore —bromeó


Samuel.

—Podríamos ir a nadar desnudos —sugirió Anna.

La miré con incredulidad, pero ella estaba dando a Santino esa sonrisa
desafiante que siempre usaba alrededor de él.

Él sorbió de su cerveza.

—No van a desvestirse, y no van a comportarse como niños peleando en


el recreo.

—No soy una niña, Sonny —murmuró Anna.

Sus ojos fulguraron. No estaba segura por qué a Anna le gustaba tanto
molestarlo al usar ese apodo estúpido, o casi cualquier otra cosa que pudiera. Se
había convertido en su pasatiempo favorito.
Leonas se levantó de su silla y se quitó la camisa, luego se quitó sus
pantalones sin vergüenza alguna, quedándose en su bóxer oscuro.

—Yo voy. Ustedes sigan parloteando.

Corrió por el camino hacia la cubierta inferior y se catapultó al agua negra


como una bomba.

Samuel suspiró, pero también comenzó a quitarse sus pantalones hasta


quedar en bóxer antes de seguir a Leonas al agua con una zambullida más
elegante.

Me puse de pie, echando un vistazo a Danilo. Parecía indeciso en cuanto a


unirse al chapuzón nocturno. Sus ojos se posaron en Emma, quien estaba
acurrucada en su suéter.

—Iré a la cama —dijo ella con un bostezo—. Ve y date un chapuzón. Me


prepararé para dormir. —Comenzó a rodar hacia el patio.

Anna se desvistió junto a mí, dándole claramente a Santino un


espectáculo. Él se reclinó en su silla con una expresión ligeramente cabreada.
Aún tenía mi traje de baño por debajo de mi vestido veraniego, pero Anna no.
Corrió hacia el lago en ropa interior negra y se zambulló.

—Pediré un maldito aumento de sueldo una vez que regresemos a Chicago


—gruñó Santino a medida que se levantaba y comenzaba a desvestirse.

No pude evitar reír.

Danilo me envió una mirada dura que no entendí, como si reírme de la


broma de Santino fuera inadecuado. Pero me distraje momentáneamente cuando
se quitó su camiseta y pantalones, dejándolo en bóxer. No pude evitar admirar
sus abdominales marcados y pecho musculoso, sus brazos fuertes y el fascinante
rastro de vello oscuro desapareciendo en sus pantalones cortos.

Santino bajó a la cubierta inferior, dejándome a solas con Danilo.

Me di cuenta que aún tenía mi vestido.

—¿No vas a darte un chapuzón? —preguntó Danilo. ¿Me estaba


esperando?

Arrastré mi vestido por encima de mi cabeza rápidamente, luego me


pregunté si debería cruzarme de brazos porque mis pezones se fruncieron con el
frío, pero eso habría parecido raro, y tal vez Danilo ni siquiera podía ver mucho
en la oscuridad. El fuego no emitía tanta luz alrededor.
Dejando caer el vestido en mi silla, le di a Danilo una sonrisa.

—Lista.

Él asintió, pero entonces sus ojos se precipitaron a mi pecho brevemente y


supe que la oscuridad no era lo suficiente para esconderme. Por suerte, ocultaba
mi sonrojo. Danilo y yo nos dirigimos a un ritmo lento hacia la cubierta inferior
con el sonido de las salpicaduras y chillidos proviniendo del lago. Anna y Leonas
parecían estar involucrados en una guerra de agua.

Danilo se metió primero en el agua y luego se acercó a la cubierta,


observándome.

—¿Necesitas ayuda para entrar? —preguntó cuando vacilé en el peldaño


superior de la escalera.

Negué con la cabeza.

—No, solo me pone nerviosa no poder ver lo que hay por debajo de la
superficie. —Bajé la escalera y mi respiración se entrecortó cuando mis dedos
tocaron el agua. Estaba mucho más fría que antes.

—Salta. Prolongarlo solo lo empeorará —comentó Samuel a medida que


nadaba más cerca.

—Está bien —dije vacilante. Verifiqué que la costa estuviera despejada


antes de saltar al agua. Mi cuerpo se paralizó por un momento, inmovilizado por
el frío antes de que mi cabeza saliera a la superficie. Jadeé por aire.

—¿Estás bien? —preguntó Danilo.

—Estoy bien —logré contestar. Samuel permaneció detrás de Danilo,


como si pensara que necesitaba más de un salvador. Por supuesto, Leonas tenía
otras cosas en mente y arrojó agua hacia la cara de Samuel. Samuel se giró e
intentó atrapar a Leonas.

Anna me guiñó un ojo, luego nadó más cerca de donde Santino estaba
flotando sobre su espalda. Me quedé observando el hermoso cielo nocturno y
dejé que el agua me llevara, intentando pensar en un tema del que hablar con
Danilo ya que aún estaba cerca. Siguió mi mirada hacia el cielo, y deseé, como
tantas veces en el pasado, que fuéramos amantes normales de modo que solo
pudiera nadar hacia él y besarlo.

Algo se envolvió alrededor de mi tobillo y dejé escapar un grito


sobresaltado, luchando salvajemente para deshacerme de lo que fuera. En mi
pánico, tragué agua y mi cabeza se hundió brevemente bajo la superficie. Luego
un brazo me rodeó, y cuando recuperé la visión, Danilo estaba a mi lado.

—Cálmate. Estoy aquí.

—Algo agarró mi tobillo. —Me estremecí al comprender cómo sonó


eso… como si un monstruo marino me hubiera atacado.

—¿Sofia? —preguntó Samuel, la preocupación retumbando en su voz.


Podía escucharlo acercarse.

—Yo me encargo —dijo Danilo tajante, sorprendiéndome con el tono


protector en su voz. Luego me enfrentó. Nuestras caras estaban cerca porque aún
me estaba sosteniendo. Podía haber nadado por mi cuenta ahora que la primera
ola de pánico había cedido, pero no dije nada.

—Intenta nadar hacia atrás y flotar en la superficie para que así pueda
quitar lo que está enredado en tu pierna —me instruyó Danilo con calma. Asentí
y me relajé lentamente hasta que mi cuerpo flotó sobre la superficie. Incluso
antes de que Danilo lo alcanzara, reconocí lo que me había agarrado: algunas
algas estaban envueltas alrededor de mi tobillo.

El calor se disparó en mi cabeza cuando Danilo las quitó de mi pierna y lo


arrojó a la distancia.

—Lo siento —dije avergonzada—. Por lo general no soy tan nerviosa.

—No te preocupes. —Danilo no dejó mi lado después de eso, incluso


aunque Samuel le disparó miradas de advertencia. Quise golpear a mi hermano
en la cabeza. Con su constante revoloteo, estaba arruinando mi oportunidad de
tener un momento de privacidad con Danilo.

—Iré a ver a Emma —dijo Danilo al final.

—¿Volverás? —pregunté.

Sus labios se crisparon, después asintió y salió del agua.

Anna nadó hacia mí.

—Buen trabajo interpretando a la damisela en apuros, de modo que Danilo


te salvara.

La fulminé con la mirada.

—No lo hice a propósito.


—Bueno, aun así funcionó perfectamente. Di lo que quieras, pero es
protector contigo. Ese tipo no quiere perder otra chica, eso es seguro.

Sonreí. Era un buen comienzo que no quisiera perderme.

Me dio un empujón con su hombro.

—Finge que necesitas ir al baño e intercéptalo en su camino de regreso.


Samuel, Leonas y Santino están hablando de rifles, y puedo distraerlos un rato.

—¿Y luego qué?

Anna me miró como si fuera una niña estúpida.

—¿Alguna vez has besado a un chico?

—Por supuesto que no.

—Entonces, esta es tu oportunidad. Has estado comprometida con él


durante años y vas a casarte con él en menos de doce meses. Ponte en acción.

—Estás loca.

—No seas tan mojigata. A veces tenemos que doblar un poco las reglas
para vivir. Solo tienes que asegurarte que la gente crea que siempre sigues las
reglas.

—Está bien —murmuré, y entonces más fuerte—: Voy al baño.

Salí del agua, agarré mi toalla y me dirigí hacia el sendero.

Mi corazón se aceleró pensando en qué decir, y peor aún: qué hacer.


Intenté canalizar mi Anna interior. Sería atrevida y me arriesgaría. Quería sacarle
una reacción. Y sin riesgo, no hay diversión: ese era prácticamente su lema.

Me alegré de estar lejos de Sofia. En el pasado, nuestros encuentros


habían sido levemente entretenidos por su torpeza y enamoramiento conmigo. La
había visto coquetear inocentemente con diversión, pero nunca me lo tomé en
serio. Era una niña y no podía imaginarla como una mujer, y mucho menos mi
esposa. Nuestra vida en común había sido un concepto abstracto.

Ya en nuestro último encuentro había notado un cambio, y ahora era


imposible de ignorarlo. Notaba a Sofia, no porque mereciera mi atención debido
a nuestro futuro planificado. No. Notaba sus curvas, su rostro hermoso. Sofia ya
no era una niña. Era una mujer joven con un cuerpo deseable. Ahora, su flirteo
no parecía divertido o como un juego. Se sentía como una promesa de lo que
pronto estaría a mi alcance, una tentación peligrosa.

No era un hombre que actuara por impulso o siguiera su deseo sexual sin
pensarlo dos veces, pero el mero hecho de que Sofia me tentara cuando aún
estaba fuera de los límites establecidos, tenía mis nervios de punta. No me
gustaba esta sensación de ser un esclavo de mis instintos, pero cuando veía el
cuerpo de Sofia, ciertas partes del cuerpo tenían sin duda más poder que otras.

La casa estaba en silencio y oscura cuando me dirigí a la habitación de


Emma. Abrí la puerta con cuidado y miré dentro. Emma estaba dormida, de
espaldas a mí. Seguía siendo mi hermanita, aún una niña ante mis ojos, lo que
estaba en desacuerdo con mi percepción de Sofia, quien era apenas mayor.

Cerré la puerta y avancé de vuelta al exterior porque había prometido


regresar.

Cuando salí al patio, mi cuerpo se tensó con el sonido de unos pasos, pero
me relajé cuando Sofia apareció ante mí. Tenía una toalla envuelta alrededor de
sus hombros, por lo cual estuve agradecido.

—¿Te vas a la cama?

Sacudió su cabeza.

—De hecho, te estaba buscando.

Mis cejas se alzaron. La forma en que lo dijo me puso los vellos de punta.
Era difícil distinguir su rostro en la penumbra, pero tenía el presentimiento de
que estaba coqueteando conmigo.

—¿Quizás podamos dar un paseo?

—Está bien —respondí lentamente, sin querer negárselo incluso si


pensaba que estar lejos de los demás no era una buena idea. Para descontento de
mi cerebro y deleite de mi cuerpo, Sofia dejó caer la toalla en la silla y luego se
dirigió por el camino que serpenteaba alrededor de la casa. La seguí, intentando
no prestar mucha atención a su culo con forma de melocotón en su diminuto
bikini—. ¿Hay algo específico que quieras discutir conmigo?

Sofia se detuvo y me miró. Parecía nerviosa.

—Solo quería estar a solas contigo. Estamos comprometidos y pronto


vamos a estar casados, pero nunca hemos estado a solas. En realidad, nunca
hemos tenido la oportunidad de conocernos mejor.

Sofia probablemente se refería a ello de una manera muy inocente, pero no


pude evitar imaginar todas las maneras que quería conocerla, sobre todo cuando
mi mirada cayó a sus tensos pezones erectos contra la tela húmeda de su bikini.

—Tendremos un montón de tiempo para llegar a conocernos una vez que


estemos casados. Estar a solas contigo de este modo va en contra de nuestras
reglas.

Sofia se encogió de hombros como si no le importara, pero lo hacía. No


necesitábamos otro escándalo en nuestras manos. La debacle de Serafina había
causado suficiente revuelo. Echó un vistazo alrededor y luego, sin previo aviso,
se quitó la parte superior del bikini, parándose frente a mí con sus senos
respingados y sus pezones fruncidos.

La sangre rugió en mis oídos.

—¿Qué estás haciendo? —gruñí, agarrando su brazo. El movimiento hizo


que su pezón rozara mi piel. La solté y recogí su bikini, después se lo ofrecí—.
Ponte eso de nuevo.

Ella me miró fijamente.

—No soy una niña.

—Vuelve a ponerte el bikini —gruñí entre dientes, manteniendo mis ojos


en su rostro.

Tendría dieciocho en unos pocos meses, y maldita sea, no la tocaría hasta


entonces. Ocho largos meses hasta la meta.

Me arrebató el bikini de la mano y finalmente se cubrió con él.

—Apuesto a que no habrías hecho volver a ponérselo a Serafina.

Murmuró las palabras en voz baja, de modo que casi no la escuché, pero
comprendí lo esencial. Como de costumbre, la mención de su hermana me hizo
hervir la sangre, pero mantuve el control.
Elegí ignorar su comentario, diciendo en su lugar:

—Juré a tus padres que no te tocaría antes de la boda, y soy un hombre


que mantiene sus juramentos.

—Pero ¿no quieres mantener tu juramento? —bromeó, intentando sonar


coqueta, pero hubo un matiz más oscuro en su voz que no había estado antes allí.

Vaya pregunta.

Por supuesto, deseaba su cuerpo, pero no antes de que dijéramos nuestros


votos. Si las cosas iban cuesta abajo por cualquier motivo antes del día de nuestra
boda, si me mataban, Sofia aún podría casarse con otra persona.

Miré hacia la casa, evitando su pregunta. Por fuera, era el epítome del
control, pero por dentro había una tormenta furiosa arrasando con todo. En mis
horas más oscuras, habría aceptado la oferta de Sofia con mucho gusto,
haciéndola mía antes que alguien más pudiera quitármela. Como Remo me había
quitado a Serafina. Las mujeres a menudo conectaban el sexo con las emociones,
especialmente si era su primera vez. Esa es la razón por la que Remo había
ganado el corazón de Serafina tan fácilmente después de follársela. No estaba
seguro si la violó o si había sido consensuado como ella clamó (si incluso una
cosa como tal podía ser consensuada en una situación de cautiverio) pero
cualquier cosa que hubiera pasado, había hecho que Serafina se enamorase de él.

Sofia se acercó y tomó mi brazo ligeramente. La sensación de sus dedos


delicados contra mi piel se sintió bien, pero me aparté.

—Sofia —la regañé, intentando hacer que se sienta como una niña de
modo que pudiera seguir pensando en ella como tal, incluso si ya no lo era—.
Deberías volver al lago.

—Sí, debería —susurró. No era lo que quería, y podía decir que se tomó a
pecho mi rechazo. ¿Qué había esperado? ¿Que la llevaría a un rincón aislado del
bosque y la besaría, tal vez aún más? Aunque en sus fantasías inocentes,
probablemente se habría conformado con besarnos, convirtiendo nuestro
encuentro en una especie de cuento de hadas romántico. El problema era que no
querría parar allí. Quería hacerla mía lo antes posible, quería reclamarla. Pero a
diferencia de Remo Falcone, tenía honor y una pizca de conciencia. Esperaría
hasta la noche de bodas y daría a Sofia la oportunidad de hacer olvidar la
vergüenza que Serafina había traído a su familia.

Esperé hasta que se perdió de vista antes de seguirla. No quería que


Samuel sospechara. Por supuesto, me fulminó con los ojos entrecerrados
totalmente desconfiado cuando aparecí en la terraza inferior. Sofia ya estaba de
vuelta en el agua y hablaba con Anna. Podía imaginar de quiénes estaban
hablando.

Otra razón para ser cauteloso. Tal vez Sofia confiaba en que Anna no
cotorrearía con Dante o Valentina, pero no me arriesgaría. Dante no había sido
mi mayor fanático desde que desafié sus decisiones en los meses posteriores al
escape de Serafina con Remo.

—Tardaron muchísimo en regresar —dijo Samuel, saliendo del lago. Se


detuvo cerca de mí—. ¿Qué carajo pasó ahí arriba? —preguntó en voz baja.

—Nada —contesté con una sonrisa dura. Lo que ocurría entre Sofia y yo
no era de su incumbencia. Era demasiado prepotente.

—Dudo que estarías muy feliz si fuera al bosque oscuro con tu hermana.

Me incliné hacia adelante.

—Hasta ahora, apenas notas su jodida existencia, así que cualquier otra
cosa sería una puta mejoría, Mione.

Sus labios se curvaron.

—Mantente alejado de Sofia hasta la boda. Nuestra familia no necesita


otro embarazo fuera del matrimonio.

—No pareces tener mucha fe en tu hermana.

Sus ojos fulguraron de ira, pero no dijo nada.

Dudaba que Sofia hubiera ido más allá de los besos. Buscaba mi cercanía,
pero no se arriesgaría a más. Sin embargo, entendía a Samuel. Había puesto toda
su confianza en su gemela y ella se la había arrojado a la cara.

—Tal vez deberíamos tener otra charla cuando nos hayamos calmado —
dije con el tiempo. No quería una guerra entre Samuel y yo, sobre todo porque el
bienestar de Emma pronto estaría en sus manos.

—Mañana por la mañana. Quiero entrenar junto al lago. Puedes unirte al


amanecer.

Asentí en acuerdo, después con una última mirada a Sofia, quien nos
estaba observando a su hermano y a mí, regresé a la cabaña.
N
o pude dormir, dando vueltas toda la noche. Aún me estremecía
cuando pensaba en cómo había Danilo reaccionado cuando le
mostré mis senos. ¿Por qué había pensado que sería una buena
idea? Intenté actuar como Anna, o cómo pensé que podría actuar, pero
obviamente, no había logrado reunir la confianza necesaria.

Era tan idiota, pensando que se desmayaría por verme en topless. No era
un adolescente. Era un hombre adulto y había visto suficientes tetas en su vida.

Me senté, suspirando, observando hacia la oscuridad de la habitación. Las


noches aquí en el bosque eran más oscuras que en la ciudad, y siendo luna nueva
apenas entraba luz por las ventanas, pero algunas pizcas de gris iluminaban el
cielo. No tardaría mucho para el amanecer.

Al final, salí de mi cama. De todos modos, no había manera de que


conciliara el sueño otra vez. Abrí mi ventana de par en par, inhalando el aire
fresco de la mañana. Afuera, los pájaros estaban despertando, su canto matutino
relajante a su manera. Me apoyé en el alféizar y disfruté de la vista sobre el lago
bordeado de árboles. Desde este punto de vista, parecía un enorme espejo
inmóvil, excepto por unas pocas olas suaves donde los peces irrumpían en la
superficie. El sol se alzaba detrás de la línea de árboles, tornando el horizonte
gris en lugar de amarillo y naranja. Unos pasos crujieron afuera. Me asomé aún
más por la ventana, buscando la fuente de los sonidos. Samuel no se iría sin
despedirse, y dudaba que Danilo lo hiciera… al menos no sin despedirse de su
hermana.

Samuel y Danilo aparecieron a la vista, vestidos con pantalones cortos


deportivos y camisetas ajustadas.

Me escondí detrás de las cortinas de modo que no me detectaran, pero


seguía teniendo una buena vista sobre ellos. Hablaron durante un par de minutos
antes de empezar a trotar y desaparecer en el bosque. Me di una ducha y me vestí
con otro hermoso vestido veraniego sin mangas. Cuando salí del baño, Danilo y
Samuel habían vuelto de su carrera y estaban entrenando en la terraza inferior
junto al lago.

Los vi hacer flexiones y abdominales durante unos minutos, antes de


decidir detener el acoso y bajar las escaleras. La casa estaba en silencio, excepto
por el canto de los pájaros que entraba por las ventanas abiertas. Me preparé un
té negro, un Darjeeling, mi favorito: con leche y azúcar naturalmente. La puerta
de la terraza estaba entreabierta, dejando entrara el aire matutino. Era fresco y
refrescante. Me acerqué de puntillas a la puerta de la terraza, asomándome
afuera. No podía ver mucho desde esta posición, así que me arrastré hacia el
patio con mi taza de té. Danilo y Samuel aún estaban ocupados con su
entrenamiento. Me acurruqué en el salón abovedado, aunque no podía verlos
desde aquí.

Tomé un sorbo de mi té y leí los mensajes que había recibido de mis


amigos de la escuela, así como de mamá. Pronto, los escuché acercarse.

Estaba a punto de anunciar mi presencia, pero entonces Danilo dijo:

—La gente está haciendo demasiadas preguntas. Era inevitable. Espero


que tengas las respuestas correctas. No quiero que Emma descubra lo del
acuerdo. La mayoría de las personas aún no se atreven a difundir sus rumores.

¿Qué tipo de acuerdo?

—No te preocupes. Puedo manejarlo, ¿o en serio crees que quiero que


Sofia descubra que solo accediste a casarte con ella si yo me casaba con tu
hermana? Estaría jodidamente devastada.

Contuve un grito ahogado, mi pecho apretándose con un dolor agudo.


¿Danilo solo había aceptado casarse conmigo a cambio del compromiso de
Samuel con Emma?

Pero su unión con Emma solo se había hecho este año… ¿cierto? ¿O todo
el mundo nos había ocultado la verdad a mí y al público todo este tiempo?
Mamá, papá, Samuel, Danilo. ¿Cuántos más lo habían sabido?

—El matrimonio en nuestro mundo se basa en la lógica.

Danilo sonaba tan… desalmado. Sin emociones. No había sonado ni


remotamente desprovisto de emociones cuando se había tratado de Serafina.
Retrocedí aún más profundamente en el salón abovedado, temiendo que
me vieran.

La abertura de la bóveda daba hacia la otra dirección del lago, no hacia el


camino subiendo desde la terraza inferior. No quería oír más, pero no podía
toparme con ellos sin que se dieran cuenta. Cerré mis ojos brevemente,
intentando recomponerme. No quería perder el control ahora mismo.

—Lo sabes. Lo sé —dijo Samuel, su voz amortiguada brevemente como si


se estuviera secando el rostro con una toalla—. Pero las chicas quieren el
romance y la magia. No quieren la lógica fría. Especialmente Sofia.

—Emma es igual —dijo Danilo con pesar—. Es nuestro deber hacer que
la unión funcione.

Era una tarea.

Su deber.

Solo iba a casarse conmigo de modo que Samuel se casaría con Emma a
su vez. Nunca me quiso por lo que soy.

Probablemente aún quería a Serafina después de todos estos años.

La culpaba y me odiaba por sentirme así. Aunque no era su culpa que mi


prometido no pudiera dejarla ir.

Parpadeé rápidamente para evitar llorar. No quería llorar por culpa de


Danilo. No se merecía mis lágrimas.

Metí las piernas en el salón, conteniendo la respiración cuando sus pasos


se acercaron aún más, pero entonces entraron en la cabaña. Esperé un par de
segundos más antes de salir del salón abovedado y corrí por el sendero, lejos de
la cabaña. No paré hasta llegar la cubierta inferior, donde me hundí y sumergí
mis pies en el agua fría.

Intenté dejar que el lago me relajara. Siempre había sabido que este
matrimonio no estaba basado en las emociones. Había sido un acuerdo desde el
mero principio: yo como sustituta de Serafina. Aun así, saber sobre el acuerdo
adicional me desgarró. Emma tampoco lo sabía. Por un breve momento,
consideré decírselo, pero entonces decidí que no. La verdad solo le causaría más
dolor. Al menos, entraría en su matrimonio sin saber que fue intercambiada como
ganado.
Me senté ahí durante mucho tiempo hasta que mis dedos se adormecieron
por el agua fría.

—Oye, ¿qué estás haciendo aquí sola? —preguntó Anna,


sorprendiéndome.

Se hundió junto a mí, aún en pantaloncillos de pijama y camiseta. Me


sentía como un disco rayado lloriqueando con ella por Danilo, pero necesitaba
sacarlo de mi pecho. Escuchó en silencio, con el ceño fruncido. Cuando terminé,
esperé a que ella se quejara, pero no pareció ni siquiera conmocionada.

—¿Lo sabías? —pregunté, horrorizada.

Sacudió su cabeza. Sus ojos aún estaban hinchados de dormir y su cabello


revuelto. Sus reacciones también fueron más lentas.

—No lo sabía. No es que papá comparta este tipo de cosas conmigo. Me


entero de ello principalmente cuando me escabullo por la casa u obligo a Leonas
a espiar por mí.

—¿Pero? —pregunté, porque podía decir que había más.

—Tuve una sensación extraña cuando anunciaron el compromiso de


Samuel con Emma. Primero, ¿por qué habían dejado de buscar un pretendiente
para ella hace años? Segundo, ¿por qué Samuel o tus padres accederían a la
unión? Sin importar lo horrible que suene, sabes que Emma es considerada
mercancía dañada en nuestro mundo. —Sus labios se curvaron, y sacudió la
cabeza—. Samuel era un soltero bastante codiciado. Podría haber tenido la hija
de cualquier Capitán o incluso lugarteniente. Eso también habría tenido más
sentido desde un punto de vista táctico porque entonces tu familia habría
fortalecido sus lazos con otra ciudad. Con tu matrimonio con Danilo, ya están
vinculados a Indianápolis.

—Lo sé —susurré—. Entonces, Danilo obligó a Samuel a casarse con


Emma al mismo tiempo por casarse conmigo.

Anna tomó mi mano.

—No creo que diga nada sobre ti, Sofia. Aprovechó su oportunidad para
salvar a su hermana. Probablemente era su única oportunidad. De cualquier
manera, se habría casado contigo, pero necesitaba asegurar una buena pareja para
Emma.

—Sí —dije—. Pero eso en realidad no me hace sentir mejor.


Chocó su hombro contra el mío.

—Y en realidad no importa lo que pasó hace años atrás. Lo que importa es


que Danilo ahora te sigue echando miraditas y actúa de manera protectora. Eso es
buena señal.

Aún no le había dicho a Anna de la jugada embarazosa de anoche. De


modo que solté la historia, cerrando mis ojos. Por un segundo, siguió el silencio,
luego Anna se echó a reír a carcajadas.

Le di una mirada de incredulidad.

Se tapó su boca con la mano.

—Lo siento. Pero eso es hilarante. No puedo imaginarte siendo tan audaz.

Mis mejillas ardieron.

—Sí, bueno, lo fui, y no resultó nada bien.

Anna bajó su mano, aun luchando contra la risa.

—Está intentando ser un caballero. Eso en cierto modo, es lindo.

—¿Desde cuándo te gustan los caballeros?

Se encogió de hombros.

—No lo hago, pero lo único de lo que siempre hablas es de los


caballerosos príncipes Disney.

—No estoy delirando. Sé que los hombres no son príncipes.


Especialmente nuestros hombres.

—Bien —dijo Anna con firmeza—. Eso te ahorrará un montón de dolores


de cabeza en el futuro. Habría sido una estupidez por su parte hacer algo con
Samuel tan cerca. Tu hermano habría perdido la jodida cordura. Danilo no va a
arriesgarse a tantos problemas solo para manosear tus tetas.

Le di una palmada en el muslo.

—Lo haces sonar realmente estúpido.

—Fue estúpido, pero también genial. Ojalá pudiera haber visto su cara
cuando le mostraste tus tetas. Sé que son bonitas. La próxima vez que quieras
mostrar tus tetas, hazlo frente a Leonas y sus amigos. Te habrían vitoreado como
los idiotas cachondos que son.
Sacudí la cabeza pero sonreí.

—¿Cómo logras hacerme sentir estúpida, pero al mismo tiempo hacerme


sentir mejor conmigo misma?

—Ser estúpido es lo mejor de ser joven —comentó—. Pronto estaremos


liadas con responsabilidades. Tomemos decisiones estúpidas mientras podamos.

—¿Siquiera quiero saber qué tipo de decisiones estúpidas has planeado?

Anna sonrió.

—No, pero de todos modos te lo diré. Pero oye, quién dice que seré la
única siendo estúpida. Parece que me estás alcanzando.

Las palabras de Anna resultaron ser ciertas. Mostrar mis senos no fue la
última estupidez que hice, ni tampoco la peor. En lo que respecta a Danilo, mi
cerebro sufría un cortocircuito.

Comenzó una noche, cuando Anna mencionó por teléfono que Santino se
había encontrado a Danilo en una fiesta y se fue con una chica rubia. Revisé
después las noticias en Indianápolis, pero no encontré nada. Danilo se había
vuelto más cuidadoso con sus conquistas, manteniéndolas fuera del ojo público,
pero aún parecía estar acostándose con rubias. Anna me mantuvo informada
después de eso ya que Santino compartía de mala gana la información con ella.

Al parecer, se estaba abriendo camino en la alta sociedad de Indianápolis


al acostarse con todas las rubias en ella, por supuesto.

Para superar los celos y la ira, decidí hacerle comprender que tenía una
mujer deseable a su lado, una que lo suficientemente pronto sería su mujer.

Por una vez, quería ser a quien mirara con deseo. El problema era que no
estaba segura de qué hacer. Entonces, se presentó una oportunidad a mediados de
enero del año de mi boda.

Samuel mencionó que Danilo daría una gran fiesta de cumpleaños en su


casa del lago. Marco la estaba organizando, una última gran celebración de
cumpleaños antes de que Danilo se casara. Cuando me enteré que era una fiesta
de disfraces, se me ocurrió una idea loca.
Llamé a Anna de inmediato.

Cuando le conté de mi plan, se quedó callada.

—Estás tomando mi teoría de las decisiones estúpidas un poco demasiado


en serio.

—No estoy bromeando. Quiero confrontarlo. Quiero ponerle un espejo a


la cara.

—¿Al llevar una peluca rubia y un disfraz de putilla e intentar pescarlo?


¿Qué lograría eso?

—Que se dé cuenta que también soy sexy, que me mire y me vea de


verdad.

—Pero no te verá. Verá a una rubia disfrazada.

—Anna —me quejé—. Aún más, tendremos la oportunidad de asistir a


una fiesta estupenda. Merezco una celebración antes de convertirme en una mujer
casada.

—Tengo un mal presentimiento sobre esto. No por la fiesta, sino porque


sé que no te gustará la forma en que Danilo va a reaccionar. No se sentirá
culpable cuando te reveles después de besarlo. Solo se enojará. Así es cómo los
hombres en nuestro mundo manejan las situaciones como esas.

—¿Vas a ayudarme?

Suspiró pesado.

—Déjame idear un plan. Difícilmente podemos pedir a nuestros padres


que nos permitan asistir.

—Eso desafiaría nuestra misión de incógnito.

Anna resopló.

—Ves demasiadas películas de gánsteres.

—Como si tuviera que hacerlo —murmuré.

—¿A qué distancia está la cabaña Mancini de la cabaña de tu familia?

—¿Ochenta kilómetros? Quizás un poco menos. ¿Crees que podríamos


quedarnos allí?
—Déjame ver qué puedo hacer. Podemos pretender que necesitamos un
fin de semana entre chicas en tu cabaña, y luego colarnos en la fiesta.

—Carlo y Santino no van a dejarnos fueras de sus vistas.

—No te preocuparse por Santino. Me encargaré de él. Te llamaré una vez


que haya resuelto los detalles.

Como siempre, Anna se encargó de todo. Tenía cierta forma de alcanzar


sus cometidos de una manera sutil. No estaba segura de cómo convenció a sus
padres de que necesitaba un fin de semana conmigo en el bosque, pero
accedieron y eso significó que también los míos, por lo tanto, Anna y yo nos
encontrábamos en nuestra casa del lago el fin de semana de la fiesta de
cumpleaños de Danilo. Samuel se estaba quedando en la cabaña Mancini para
festejar todo el fin de semana. Por supuesto, no estaba invitada siendo la
prometida de Danilo. Dios no quiera que las chicas se diviertan.

Llegamos a la cabaña el viernes por la tarde, lo que nos dio un día para
prepararnos para la fiesta del sábado por la noche.

Tenía a Carlo y a uno de los guardaespaldas de mis padres conmigo,


mientras que Anna solo vino con Santino. Era ridículo que tuviera más
protección que la hija del Capo, pero desde las cosas con Serafina, mis padres y
Danilo eran súper protectores.

La nieve fresca cubría las copas de los árboles y el techo de la cabaña, y


crujió bajo mis botas a medida que me dirigía hacia la puerta principal. El auto
de Santino ya estaba estacionado en la calzada.

Anna estaba sentada en uno de los sillones de felpa frente a la chimenea


de piedra, con las piernas dobladas debajo de sí. Sonrió cuando me vio.

—Santino encendió la chimenea para calentarnos.

Nos abrazamos y me hundí en el sillón junto a ella mientras Carlo llevaba


mi bolso al piso de arriba. Santino entró en la sala de estar, su expresión rayando
en una furia asesina. Me dio un breve asentimiento antes de volver a salir.

—¿Qué le hiciste? —pregunté.


Anna me desestimó.

—Se calmará con el tiempo. No le prestes atención. Tenemos que


enfocarnos en ti y en cómo vas a disfrazarte. ¿Sigues segura de hacerlo?

Asentí.

—Voy a confrontarlo.

—Puedes confrontarlo sin primero jugar a la rubia y besarlo…

Ignoré el comentario. Estaba decidida a seguir adelante, incluso si Anna lo


consideraba un plan estúpido.

La fiesta estaba programada para comenzar a las ocho, pero Anna me


aseguró que no estaba bien llegar entre los primeros invitados, de modo que
salimos de la cabaña a las ocho.

Santino nos estaba llevando, y no había dicho ni una sola palabra.

Su enfado me estaba preocupando. ¿Y si le contaba a alguien de nuestro


plan? Mis padres estarían decepcionados, y yo estaría castigada hasta el día de mi
boda.

Aunque de todos modos crecer en la mafia siendo mujer era como estar
castigada de por vida.

—¿Estás segura que mis guardaespaldas no notarán que me fui?

—Les dije que me encargaría del turno nocturno. Están viendo la


televisión en la caseta de vigilancia. Mientras ustedes dos se mantengan fuera de
problemas, deberíamos estar bien —espetó Santino.

Le di a Anna una mirada. Era evidente que no le había revelado los


detalles de nuestro plan. Solo pensaba que queríamos ir de fiesta.

Había elegido un disfraz de Gatúbela. La máscara de cuero con forma de


gato cubría toda la mitad superior de mi cara. Mechones de la peluca rubia caían
por mis hombros para atraer a Danilo. Esperaba que la máscara cubriera lo
suficiente como para evitar que me reconociera. Dudaba que alguna vez viera mi
rostro durante el tiempo suficiente para en realidad notar los detalles, pero aun
así era un riesgo. Tal vez incluso ni me reconocería sin la máscara. Nunca me
había visto más de unos pocos segundos, si acaso. Me había puesto gruesas
pestañas falsas y lápiz labial rojo brillante, para atraer y distraerlo dado que
nunca antes había usado eso.

Solo vería el largo cabello rubio y estaría atraído a él. Después, olería el
perfume favorito de Serafina. Dejó la botella en su cuarto de baño cuando huyó,
y lo había tomado como un pequeño recordatorio de ella. Hoy era la primera vez
que lo usaba en mí y se sentía extraño.

—¿Cómo me veo? —pregunté a Anna.

Ella suspiró.

—No como tú.

No es que Anna se pareciera a ella misma. Estaba vestida como la esposa


de Chucky, el muñeco asesino con una peluca de color rojo brillante y el
maquillaje espeluznante. Estaba completamente irreconocible, lo cual era
necesario si queríamos pasar desapercibidas el tiempo suficiente. Si la hija del
Capo apareciera en la fiesta, la noticia se extendería como la pólvora. Santino se
había negado a usar el disfraz de Chucky a juego. En su lugar, estaba vestido
todo de negro. Al menos tenía una máscara de calavera para cubrir su rostro, pero
hasta ahí había llegado su cooperación.

—Eso es justo lo que buscaba.

—Lo sé —dijo Anna. Me di cuenta que tenía más por decir pero
probablemente estaba intentando expresarlo de una manera en que no lastimaría
mis sentimientos.

—Dilo.

—Solo quiero asegurarme que mantengas el control de la situación.


Quieres confrontarlo, establecer las reglas y dejar en claro que su
comportamiento te está lastimando. Sostener un espejo en su cara de modo que
se dé cuenta lo desastrosas que son sus acciones —susurró para que Santino no
pudiera escucharnos.

Sonaba tan fácil cuando Anna exponía nuestro plan. Era una planificadora
y no tenía problemas para salirse con la suya la mayor parte del tiempo. Por mi
parte, odiaba los conflictos y quería gustarles a las personas.

—No te preocupes. Repasamos nuestro plan un millón de veces. Me


apegaré a él.
—Muy bien. —Pero oí la duda en su voz.

Mi preocupación en cuanto a que no nos dejaran entrar en la fiesta había


sido infundada. Santino era bien conocido en nuestros círculos y nos hizo entrar
sin retrasos aun cuando los gorilas no supieran quiénes éramos. Probablemente
sospechaban que éramos chicas de la alta sociedad con las que Santino quería
tener suerte. Nunca había estado en la cabaña de los Mancini y se sintió extraño
entrar en el lugar disfrazada cuando sería una de mis casas en solo cinco meses.
Nuestra boda estaba programada para junio, dos meses después de mi
cumpleaños, de modo que tuviera tiempo de terminar la escuela.

Como sospechaba, las luces estaban atenuadas, a excepción de algunas


esferas de discoteca y focos bañando las habitaciones de colores diferentes. La
fiesta no era solo adentro. Un gran número de invitados se había reunido afuera
para fumar, descansar en la bañera de hidromasaje o correr el riesgo de una
neumonía en el lago helado.

Me incliné más cerca de Anna.

—¿Tenemos que felicitar a Danilo? Después de todo, es su fiesta de


cumpleaños.

Anna se encogió de hombros.

—Dudo que alguien preste atención a la etiqueta. ¿Ya lo has visto?

—No. —Escaneé a los invitados. La mayoría de los hombres vestían


escasamente como Santino, pero las mujeres habían hecho todo lo posible. La
espalda de un chico me recordó a Samuel, así que incliné mi cuerpo rápidamente
hacia el otro lado.

Samuel me mataría si se enterara de que estaba aquí.

Santino se cernió cerca de nosotras, con los brazos cruzados sobre su


ancho pecho y su rostro sin duda alguna cabreado cubierto por su máscara de
calavera.

La música era tan fuerte que el suelo parecía vibrar bajo mis tacones.

Nunca antes había estado en una fiesta, y dudaba que alguna vez me
permitieran asistir a una oficialmente. Le di a Anna una mirada con los ojos
completamente abiertos cuando una chica desnuda pasó corriendo a nuestro lado
y se lanzó por el camino hacia el lago. Ella sonrió, dándome una mirada de te lo
dije. Por el contrario, la expresión de Santino transmitió que quería matarnos.
Me incliné hacia Anna.

—Parece totalmente cabreado. ¿Estás segura que es una buena idea?

Me desestimó.

—No te preocupes. Puedo encargarme de él.

Me pregunté qué era exactamente lo que Anna había usado contra él.
Santino no me parecía un hombre que dejaría que una adolescente le dijera qué
hacer. Pero Anna se negaba a decírmelo. Técnicamente, no estaba rompiendo
nuestra promesa del meñique al ocultarme un secreto porque no estaba mintiendo
pura y llanamente. Me habría gustado pensar en eso cuando hicimos esa promesa
hace muchos años. Entonces habría estipulado términos diferentes. Mi curiosidad
me estaba matando.

Miré alrededor, sin saber qué hacer. Anna entrelazó nuestros dedos y me
arrastró hasta el bar en el patio. Me estremecí de frío. Anna me entregó una
bebida. Bebí un sorbo e hice una mueca. Era una cerveza con una extraña nota a
limón.

Otra mirada alrededor confirmó que Danilo no estaba cerca. Toqué mi


máscara una vez más. Aún a salvo en su lugar. Pocas personas usaban máscaras
faciales reales. Sin embargo, incluso Danilo me reconocería sin máscara.

Anna me dio un codazo, y seguí su mirada. Mi estómago se hundió.


Danilo y su primo Marco estaban parados junto al gran patio de madera,
hablando con dos chicas. Naturalmente, Danilo estaba con una rubia… otra vez.
Siempre con rubias. Siempre con mujeres que se parecían a Serafina, pero que
jamás podrían competir con su belleza. Eran menos, una copia de la original.

Inferiores.

Igual que yo. No lo que Danilo quería.

Era el premio de consolación, siempre lo sería.

La indignación se apoderó de mí. Nunca me dio la oportunidad de


mostrarle que era más que la segunda mejor opción, más que un premio de
consolación.

Sofoqué esos pensamientos y asentí para mostrar a Anna que lo había


visto. Solo estaba hablando con la chica, pero dudaba que fuera allí donde
terminaría. Tomé otro sorbo de mi bebida, considerando qué hacer. ¿Era lo
suficientemente valiente para acercarme a él? ¿Llevar esto hasta el final?
D
anilo estaba vestido con un uniforme SWAT, sin máscara ni
maquillaje, lo que lo hacía fácil de detectar. Su primo había
optado por un disfraz del Joker.

—Esta es tu oportunidad —gritó Anna en mi oído cuando las dos chicas


regresaron al interior de la casa—. Probablemente irán un rato al baño, así que
tienes que darte prisa.

Asentí, abrumada de repente por los nervios. Nunca había coqueteado con
nadie, a menos que contara mis intentos fallidos coqueteando con Danilo.

—Pero podrían regresar pronto, y ¿qué hay de Santino?

Se apoyaba contra la barra junto a nosotras, frunciendo el ceño pero


vigilante. Aún no había tocado ni una gota de alcohol y probablemente no lo
haría.

Anna sonrió con timidez.

—No puede partirse en dos, y yo soy su prioridad. Iré a los baños. Tal vez
incluso puedo charlar con esas chicas y retenerlas.

—Si la gente te reconoce, estarás en un montón de problemas.

—No te preocupes. No van a atraparme.

Anna se volvió hacia Santino y empujó su brazo. Se inclinó para que ella
pudiera alcanzar su oído. Echó un vistazo entre ella y yo, sus ojos
endureciéndose, luego asintió bruscamente. Antes de irse, se acercó a mí.

—No te muevas ni un puto centímetro. Si no te encuentro justo en este


jodido lugar cuando regrese, lo pagarás muy caro.
Tragué con fuerza y asentí. Dios, daba mucho miedo. No sabía cómo
Anna podía disfrutar tanto metiéndose con él.

Anna me guiñó un ojo, luego Santino y ella se fueron en busca de los


baños. Enderecé mi peluca rubia y después me detuve. Reuní mi valor tomando
otro sorbo de mi bebida antes de acercarme pavoneando a Danilo. Su primo le
dio un codazo, y entonces los ojos de Danilo se clavaron en mí. Me tensé,
preocupada de que me hubiera reconocido. Ni siquiera quería imaginar la
cantidad de problemas que tendría. Tuvo un poco de dificultad para caminar
elegantemente con mis tacones altos en las tablas de madera del patio y esperé no
terminar cayendo de cara.

Su postura cambió, volviéndose alerta y casi ansioso. Sin mi cabello


castaño, mi parecido con Serafina era aún más fuerte. No era tan alta, y mis
rasgos faciales eran un poco diferentes. La copia. No la original.

Siempre la copia. Pero sabía que estaba lo suficientemente cerca de su


aspecto para atraer Danilo. Usar el perfume viejo de Fina solo aumentaría la
ilusión.

Balanceé mis caderas a medida que avanzaba entre la multitud. Ya ni


siquiera sentía frío. Mi sangre estaba bombeando feroz por mis venas,
haciéndome sentir caliente por todas partes.

Danilo no fue el único hombre en echarme un buen vistazo, y no podía


negar que eso impulsó mi ego.

Cuando me detuve frente a él, mi corazón tronaba con fuerza. Escaneó mis
ajustados pantalones de cuero y mi corsé que empujaba mis senos hacia arriba.
Puesto que en realidad ni los miró detalladamente, difícilmente los reconocería
ahora. Casi me reí ante el pensamiento. Definitivamente no me reconocía. Nunca
me desnudó con sus ojos de esta forma. Demonios, por lo general ni mostraba
una pizca de interés en mi cuerpo.

Ahora estaba interesado. Su sonrisa era oscura y confiada. Y tenía todas


las razones para ser confiado. Se veía absolutamente sexy con su uniforme
SWAT.

—Hola —dije, haciendo que mi voz sonase más profunda y sensual. El


tono sonó extraño para mi oído, pero tuvo el efecto deseado. Danilo se acercó un
poco más, esa sonrisa tornándose aún más oscura. Envió un escalofrío por mi
espalda. Parecía el lobo feroz a punto de devorar a Caperucita Roja. Algo un
poco desquiciado parpadeó en sus ojos. Este no era el que conseguía ver, no el
sofisticado caballero frío. Este Danilo era peligroso.
No dijo nada, se limitó a sonreír de una manera que me hizo sentir como
su presa. Los hombres de nuestro mundo tenían cuidado cuando interactuaban
conmigo. Era la hija de un lugarteniente y la futura esposa de uno… nunca antes
había sido confrontada de esta forma con el hambre abierta de Danilo. Y aunque
daba miedo, deseé que algún día me viera de esta manera, y no a la imitación de
Fina.

—Soy…

Danilo interrumpió antes de que pudiera presentarme con mi nombre


falso.

—Eso no importa. Los nombres son irrelevantes. Se trata de esta noche,


no de mañana.

Asentí rápidamente, sintiendo mis mejillas calentarse por su rechazo. Al


menos, eso significaba que no se preocupaba por las mujeres que conocía en los
clubes. Las olvidaba al momento en que terminaba con ellas.

Me pregunté cuál Danilo era el real. ¿Cuál era su verdadero ser? ¿El
caballero comedido o el depredador despiadado? Temí que fuera como Anna me
había dicho. El caballero era su imagen pública, aquella que necesitaba retratar.
Pero esta versión de él, justo frente a mí, el peligroso chico malo era su
verdadero ser.

Danilo se acercó y se inclinó de modo que pudiera escucharlo mejor por


encima de la música que salía de los altavoces sobre la barra y nuestras cabezas.

—¿Había alguna razón por la que te acercaste a verme? Parecías tener un


propósito en mente.

Tragué pesado, abrumada por su presencia.

—Quiero bailar. —Bien. Eso era parte del plan.

—¿Bailar, hmm? —Me llevó hacia un claro justo a la derecha del patio
donde luces y calefacciones habían sido establecidos. El bajo zumbaba aún más
fuerte aquí, y una multitud de personas estaba bailando salvajemente. No
reconocí a nadie.

Danilo me atrajo hacia él, amoldando nuestros cuerpos. Habíamos bailado


juntos antes en las funciones sociales, y siempre mantuvo una distancia
apropiada entre nosotros, se aseguró que su mano estuviera en lo alto de mi
espalda. Ahora no lo hizo. Su mano estaba en mi espalda baja, y podía sentir
cada centímetro de su fuerte cuerpo musculoso presionado contra mí. Me sentí
como una marioneta en su agarre. Su aliento se presionó en mi oído.

—No parece que quieras bailar conmigo. Quizás deberías volver a la


barra. Después de todo, la gata terminó siendo una gatita.

Notó lo rígida que estaba. Por supuesto que lo había hecho. Era un hombre
de la mafia.

El pánico se apoderó de mí. ¿Qué debería hacer ahora? Anna


probablemente diría que era el momento perfecto para confrontarlo, para revelar
mi verdadera identidad y decirle lo que pienso, pero incluso aunque repasé el
plan en mi mente, me di cuenta que no sería capaz de realizarlo. No quería, aún
no. En teoría, el plan había parecido fácil, pero con Danilo tan cerca, mi cerebro
no podía funcionar. Quería seguir bailando con él, quería su inquebrantable
atención peligrosa. Era emocionante y aterrador al mismo tiempo.

Anna y Santino aún no habían regresado, lo que significaba que ninguno


de los dos podría interferir. Me ocuparía de esto por mi cuenta.

A pesar de que este Danilo me inquietaba, me atraía. Quería seguir


jugando a este juego de seducción que jamás me permitiría considerar si fuera la
de siempre. Quería, necesitaba, conquistarlo como esta vampiresa sexy, una
versión lasciva de mí. Finalmente me estaba viendo como algo más que el
premio de consolación indeseable. Veía mi valor, y tal vez entonces podría dejar
de sentirme tan insegura.

Negué con la cabeza y apreté mi agarre sobre sus hombros.

—No. Me encanta bailar contigo. Pero está demasiada concurrido para mi


gusto. Prefiero menos personas.

Danilo retrocedió ligeramente y sonrió a sabiendas, como si le hubiera


dicho un secreto. No estaba segura de qué tipo de mensaje recibió, pero pareció
agradarle inmensamente.

Danilo sujetó mi cadera a medida que se inclinaba hacia mi oído, su


aliento caliente contra mi piel.

—Menos mal que conozco el lugar adecuado donde podemos estar solos.

—¿Solos? —repetí tontamente.

Danilo se rio entre dientes en mi oído.

—Quiero follar.
Me quedé atónita por su comportamiento, por la vibra dominante y
agresiva que desprendía, por sus palabras. Siempre había sido un caballero
alrededor de mí, siempre en control. Ni siquiera vaciló un segundo cuando le
mostré mis senos, pero estaba siendo completamente diferente con esta rubia. Sus
palabras me conmocionaron hasta la médula.

Asentí, medio aturdida.

—Necesito que lo digas —murmuró.

¿Decir qué?, fue mi primer pensamiento. Entonces, entendí. Necesitaba


que expresara mi consentimiento verbalmente. Mi consentimiento para follar.

No podía ni empezar a comprenderlo. ¿Siempre ha sido así?

—Sí —solté, aunque mi cerebro me estaba gritando que no. Era la voz de
Anna como de costumbre. Este no era el plan. Esto era una locura. Pero aún
podía confrontarlo cuando estuviéramos solos. De todos modos, eso era mejor.
Esto era entre nosotros y no para una multitud.

Después de lo que pareció una eternidad, Danilo tomó mi mano y me


arrastró.

Tuve problemas para mantenerme al día en mis tacones altos, problemas


para dar un paso tras otro mientras mi corazón palpitaba dolorosamente. El
camino de piedra se sentía desigual debajo de mis zapatos a medida que me
tambaleaba detrás de él, sintiéndome menos como la sexy vampiresa segura con
cada segundo que pasaba.

Me arrastró por la esquina de la casa, y pasando un camino aún más


estrecho hacia los bosques circundantes. El sendero estaba iluminado tenuemente
por farolas pequeñas colgando de algunos postes de madera. Apreté mi agarre en
él tanto para mantener el equilibrio como por la necesidad de sujetarme a algo.
Abandonó el sendero y redujo la velocidad para darme la oportunidad de
encontrar mi equilibrio en el áspero suelo del bosque.

—¿Aún de acuerdo? —preguntó a medida que se giraba.

Asentí, mirando alrededor. Estábamos en medio del bosque. Las luces de


las farolas eran aún más tenues aquí, pero me bastó para distinguir el atractivo
rostro de Danilo. ¿Se suponía que íbamos a tener sexo aquí?

De repente, me dio la vuelta y presionó mi espalda contra un árbol,


presionándose bruscamente contra mí. Mis ojos se abrieron de golpe cuando sentí
su erección clavándose en mi vientre. Lo más que había hecho nunca, era bailar
con Danilo y sostener su mano por un rato. Había soñado más, había fantaseado
con su toque, pero esto no era para nada lo que había fantaseado.

Su boca volvió a mi oído.

—Voy a follarte duro justo aquí contra este árbol. No estoy de humor para
los jodidos juegos previos, así que será mejor que me digas ahora si tu coño está
listo para mi polla —gruñó.

El miedo se arremolinó en mi pecho, robándome el aliento y, con él,


cualquier pensamiento cuerdo. ¿Esto era lo que hacía con todas las rubias?

—Dime —ordenó.

Esta era mi oportunidad para la gran revelación. Anna y yo habíamos


repasado a menudo el momento. Cómo me quitaría mi máscara, mi peluca y
susurraría “Soy Sofia” en su oído. Nos imaginamos su sorpresa, tal vez su
culpabilidad. Anna me había dicho que necesitaba establecer algunas reglas
básicas nuevas.

Pero las palabras no abandonarían mi boca.

Asentí bruscamente, tan confundida, rota y agitada.

—Dilo.

—Sí. —Ni siquiera reconocí mi voz.

Me giró, de modo que tuve que apoyarme contra el árbol. La corteza del
abeto sintiéndose seca y rugosa contra mis palmas a medida que me apoyaba
contra el tronco del árbol. Lo miré fijamente, respirando entrecortadamente, las
lágrimas ardiendo en mis ojos. Bajó la cremallera en la parte trasera de mis
pantalones de cuero y los bajó. Mis bragas lo siguieron. El frío golpeó mi piel y
me estremecí.

—Me gusta tu culo —dijo con voz ronca. Empujó mis piernas aún más
separadas con su pie y apretó mi nalga una vez.

No podía conectar estas acciones con el Danilo que había anhelado y


amado.

Dolería. Me desgarraría. Conocía las historias de otras chicas, y no las


habían tomado así. Podía detener esto antes de que se hiciera un daño real.
Debería haberlo detenido para salvar mi honor. Pero no lo hice.

Quizás esta era la solución real.


Esperé en silencio, rota, con la esperanza de que esto finalmente me
liberara, libre del enamoramiento de un hombre que nunca me deseó. Un hombre
que pasaba todas las noches persiguiendo mujeres que se parecían a mi hermana.
Un hombre que nunca había visto mi valía.

Estaba llorando, lágrimas calientes escurriendo de mis ojos, chamuscando


mis mejillas frías por debajo de mi máscara, pero no hice ni un sonido. No quería
detenerlo.

Necesitaba que continuara y me liberara. Y entonces, lo sentí contra mí, su


agarre doloroso en mi cintura. Me quedé mirando la corteza, escuchando su
respiración agitada. El frío se filtró en mi cuerpo, pero no me importó.

—Voy a follarte duro —gruñó.

No, iba a matarme lentamente, astillarme en millones de pedazos de


desesperación y dolor.

Su agarre se apretó y empujó hacia adelante, luego se detuvo bruscamente


cuando mi cuerpo se negó a dejarlo entrar. Estrellas ardieron ante mis ojos
cuando un dolor agudo me atravesó. Me atraganté, y me mordí el interior de mi
mejilla. Duro, aún más duro, saboreando la sangre mientras se arremolinaba en
mi lengua. Me cortó por la mitad como con una hoja afilada, me desgarró con
unas tenazas encendidas. Era dolor, humillación y un estúpido corazón aplastado.

—¿Qué carajo? —gruñó Danilo. Dejé escapar un pequeño sollozo, luego


me mordí el labio inferior ferozmente para callarme. Se tensó. Mis dedos
temblando contra el áspero tronco del árbol, sus crestas raspando mi palma, mis
ojos clavados en mi anillo de compromiso. No me lo había quitado. Se burlaba
de mí con su belleza reluciente, con todo lo que debería significar y no lo hacía.
Un hermoso signo de amor y devoción. El diamante parpadeó a la luz de la
farola. Tan hermoso. Tan insignificante.

Danilo se quedó paralizado y dejó escapar un suspiro profundo. Sus dedos


se movieron hacia los míos, tocando el anillo. Su anillo. Su toque fue de repente
suave como una pluma, como si la ira se hubiera desvanecido de él. Exhaló con
un estremecimiento.

—¿Sofia? —gruño ásperamente, su voz temblando.

Sofia. Por un momento ya no estaba segura si aún era ella… si aún sabía
quién era ella.
No podía decir nada, no podía moverme, no podía hablar, apenas podía
respirar. Había dejado de vivir, ahora existía escasamente. Estaba ida, completa y
absolutamente ida.

Su palma acarició mi cadera, muy gentilmente, y se retiró lentamente.

Gemí, me arqueé. El sonido me sorprendió. Estaba entumecida.


Entumecida y ardiendo de dolor. Físicamente y en lo profundo de mi pecho.

Danilo se tensó.

—Oh, Dios —suspiró. Algo escurrió por mi pierna.

Me dio la vuelta, levantó mi máscara, pero sus dedos se cernieron sobre


mis sienes con tanta suavidad. Las lágrimas nublaban mi visión cuando apareció
ante mí, alto y oscuro, sus rasgos afilados careciendo de la brutalidad anterior, la
agresión desapareció de su rostro.

—Sofia. —Fue mitad súplica, mitad gemido. No lo entendí. Sus pulgares


secaron mis lágrimas, deslizándolos tan dulcemente por mis mejillas que lloré
más fuerte. Quería parar pero no podía.

—Y-yo… —Mis palabras se sintieron como espinas en mi garganta—.


Creo que estoy sangrado.

—Maldita sea —susurró. Angustia. ¿Era suya? ¿O mía?

La ropa crujió y un cinturón tintineó. Se inclinó y me subió las bragas y


los pantalones con cuidado, pasándolos por mis caderas. No me moví, solo me
quedé observándolo. No se molestó en cerrar la cremallera de mis pantalones. No
me importó.

Envolvió un brazo alrededor de mí y me levantó. Su corazón latiendo


feroz contra mi sien a medida que me apoyaba contra su pecho. No dijo nada a
medida que me cargaba por el bosque. Se mantuvo alejado de los caminos
iluminados, eligiendo la oscuridad. Se sintió bien estar envuelta en la nada.

Al final, la cabaña apareció como un faro de luz, y con ella el sonido de la


música, la risa y la conversación.

—Entierra tu cara contra mi pecho en caso de que nos encontremos con


alguien —dijo con suavidad, y lo hice, respirando su perfume familiar, algo
fresco y amaderado. Avanzó hasta la entrada trasera, y luego nos dirigimos a
arriba. La música y las voces empezaron a atenuarse.
Una puerta crujió, y me asomé cuando se encendieron unas luces.
Estábamos en un dormitorio. Danilo me recostó en un colchón suave y se cernió
sobre mí, su rostro cerca del mío. Sus ojos arremolinaban emociones, pero su
rostro estaba perfectamente intacto, controlado hermosamente. Me quitó la
peluca con dedos cuidadosos y la dejó en la mesita de noche con mi máscara de
gato. Se apartó y, por un momento, solo me miró. Nunca había contemplado su
rostro tan descaradamente como lo hice ahora. No había nada en mí para sentir
vergüenza, timidez o algo por estilo. Estaba vacía. Sin nada.

Su mirada se dirigió a mis piernas. Estaban rígidas. Me dolía demasiado


para moverlas. Me sentía pegajosa entre mis muslos.

—Estoy arruinando mis pantalones —susurré. Era una cosa tan ridícula
por la que preocuparse, pero no pude evitarlo. Su expresión era como una
tormenta.

Intenté bajarme mis pantalones, pero el cuero pareció pegado a mi piel


sudada. No estaba ni siquiera segura de por qué estaba sudando cuando me sentía
tan fría.

—¿Necesitas ayuda? —murmuró Danilo.

Asentí y dejé que mis brazos cayeran a mi lado. Danilo enganchó sus
manos en mis pantalones y los arrastró por mis piernas, mucho más gentil que
antes. Luchó para liberar mis pies de las piernas del pantalón y finalmente dejó
caer mis pantalones en el suelo, dejándome en mis bragas. Eran de color menta,
uno de mis colores favoritos, pero podía decir que estaban arruinadas. Extendí
mis manos temblorosas para tocar mis muslos internos y levanté mi palma. Mis
dedos estaban cubiertos de un rosa claro. No era tanto como pensé, y no un rojo
puro como temí.

Me estremecí y solté un suspiro.

Danilo cerró sus ojos, sus hombros pesados, su rostro contorsionado.


Entonces se volvió y avanzó al baño contiguo. Escuché el agua corriendo, y
cuando regresó, tenía un paño. Se hundió junto a mi cadera, sin mirarme a los
ojos cuando tomó la mano que aún estaba contemplando. La limpió con el paño
tibio, quitando la sangre de mis dedos.

—¿Quieres limpiarte sola? —me preguntó, levantando el paño. Lo miré


fijamente a la cara, en silencio. Sus ojos castaños evaluaban los míos—. Sofia, di
algo, cualquier cosa. ¿Quieres que llame a un médico?
—No —respondí ronca. Mi familia ya había sufrido bastante… no
necesitaban esto añadido a su dolor.

Su mirada se disparó a mis bragas y luego de vuelta.

—Emma tiene ropa en su habitación. ¿Quieres que te traiga ropa interior


limpia?

Asentí.

Se puso de pie y me tendió el paño mojado, pero no lo tomé. Lo dejó en la


mesita de noche antes de salir de la habitación. Regresó rápidamente con un par
de bragas negras.

No me había movido ni un centímetro.

Se sentó en la cama y puso las bragas a mi lado.

Todo en esto se sentía extraño. Surrealista.

Sus ojos se posaron en mis muslos aún pegajosos.

—Tienes que limpiarte y echar un vistazo para asegurarte que… que no te


lastimé seriamente… —Su voz profunda se apagó antes de mirarme a los ojos
nuevamente.

Le devolví la mirada, al suave tono avellana de sus ojos, a la preocupación


afilada en cada centímetro de su hermoso rostro. Esperé por la sensación
vertiginosa en mi vientre, pero una vez más no sentí nada.

—Sofia —dijo con voz ronca.

Tomé mis bragas, mis dedos torpes demasiado temblorosos para


empujarlas hacia abajo.

Se estiró, sus manos estabilizando las mías y tocando mi cinturilla.

Sus ojos buscaron los míos inquisitivamente.

Esperó.

¿Para qué?

¿Mi permiso? Había estado dentro de mí, ¿qué importaba si otra vez me
bajaba las bragas? Pareció ver la respuesta en mi rostro, y finalmente deslizó mis
bragas arruinadas por mis piernas, arrojándolas a un contenedor junto a la cama.
Agarró el paño, me lo tendió una vez más, pero me negué a tomarlo.
Estaba cansada y agotada. Rota. No quería facilitárselo. Quería que
sufriera tanto como yo.

Inclinó la parte superior de su cuerpo hacia mí, su cálida mano tocando mi


rodilla. Separó mis piernas gentilmente, lo suficiente para poder moverse entre
ellas. En el fondo, sabía que debería haberme sentido tímida y avergonzada por
estar vulnerable de esta forma, pero no sentía nada.

Pasó el paño tibio por la parte interna de mi muslo como si fuera el ala de
una mariposa, como si el más mínimo toque pudiera derrumbarme. ¿A dónde se
había ido el dominante brutal?

Un músculo en su mejilla se contrajo, pero aparte de eso, su rostro era de


piedra.

Limpió mi otro muslo antes de separar un poco más mis piernas. Un


escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me expuso. Aún no me había rasurado.

Siempre me recortaba personalmente, pero no estaba tan bajo como se


esperaba para una noche de bodas.

—Lo siento, aún no estoy preparada —dije con voz apagada. ¿Por qué me
estaba disculpando?

Los ojos de Danilo ardieron en los míos. Y no entendí la mirada en ellos.

El fuego feroz en ellos podría haber encendido la luz de esperanza infantil


en mi pecho si mi corazón no hubiera terminado convertido en hielo eterno.

—Sofia… —Mi nombre sonó como un lamento de su boca, y luego se


quedó en silencio de nuevo.

Volvió su cabeza, y observé fijamente esas regias facciones afiladas con


las que no podía dejar de soñar. Quizás ahora lo haría. Sus hombros se tensaron
cuando tocó mi muslo interior, aplicando la más ligera presión hasta que mis
piernas se abrieron más para él. Pasó el paño sutilmente sobre mi carne dolorida,
y me estremecí con un gemido. Una sombra pasó por su rostro, un vestigio de su
furia anterior, y un destello de miedo se encendió en mi caja torácica.

Me obligué a quedarme inmóvil mientras él me limpiaba con roces


ligeros, después sus dedos tocaron mi muslo ligeramente y me quedé aún más
inmóvil, mi respiración atascándose en mi garganta. Danilo se echó hacia atrás y
tragó con fuerza.
—Deberías ver a un médico. —Negué con la cabeza—. Sofia, quiero que
te asegures que estarás bien.

Negué con la cabeza una vez más. Mi cuerpo sanaría, y la parte de mí que
en realidad necesitaba reparación no podía sanar por un médico. No estaba
segura si podía sanar en absoluto.

—Estoy bien —insistí.

Sus ojos fueron más expresivos de lo que nunca antes habían sido cuando
me contempló. Pero las emociones que vi en ellos no fueron las que quería.

Había culpa, preocupación y lástima. Quería más.

Aparté la vista, mi garganta cerrándose de nuevo. Nunca me había sentido


más estúpida en mi vida. Pero en el fondo, bajo la vergüenza y el dolor, una bola
de ira ardiente había comenzado a fulgurar.

Se inclinó y besó mi rodilla medio levantada, luciendo como si alguien


estuviera retorciendo un cuchillo en su pecho. El toque de sus labios, tan gentiles
y cuidadosos, encendió una llama que aplasté de inmediato. Ya no más.

—Mi primer beso.

Los ojos de Danilo volvieron a los míos, inundados con una miríada de
emociones.

—¿Qué? —murmuró.

—Ese fue mi primer beso. —Era una estupidez por decir, una ridícula
cosa infantil, pero no me ruboricé ni sentí vergüenza. Las emociones eran un
recuerdo lejano.

Tragó pesado, miró el paño ensangrentado que tenía en su mano y luego


cerró sus ojos con fuerza. Apoyó su mejilla contra mi rodilla, su barba incipiente
raspando mi piel.

—Merezco ir al infierno por esto. —Estaba muda. ¿Qué podía decir?


Danilo me tendió las bragas y recogió los pantalones de cuero—. ¿Puedes
vestirte?

Extendí la mano, y noté un pequeño corte en mi palma, probablemente por


sujetarme tan fuerte al árbol. Un hilo de sangre seguía los surcos en mi piel.
Danilo tomó el paño y limpió la sangre de mi mano.

—No es profundo —dijo.


Antes de soltar mi mano, se la llevó a sus labios y besó las yemas de mis
dedos, así como la palma. Me soltó y dejé que mi brazo se hundiera en la cama.
Mi piel aún hormigueaba por el gesto cariñoso. Intenté darle sentido a la
situación, a todo lo que había sucedido en estos últimos minutos y antes, pero mi
cerebro no podía procesar la enormidad de todo.
L
a culpa era una sensación con la que estaba familiarizado
íntimamente, una presencia constante ensombreciendo mi vida
desde el accidente de Emma que se había afirmado después con el
secuestro de Serafina.

Sin embargo, la fuerza de mi culpabilidad después de lo que acababa de


hacer me golpeó por sorpresa.

De vez en cuando, sentía un destello de culpa hacia Sofia, pero ahora ese
destello era una llama rugiente chamuscando mis entrañas.

Ella yacía en la cama frente a mí, con sus ojos distantes. No quería ni
imaginar qué imágenes estarían revoloteando por su mente.

¿Cómo le hablé como si fuera una puta?

¿Cómo la empujé contra el árbol y traté de meterme en ella?

¿Qué estaba haciendo aquí? ¿En mi cabaña? ¿En una fiesta donde tenía
nada que hacer? ¿Y cómo había entrado? La necesidad de interrogarla se alzó en
mí, y con ella la ira, pero ahora no era el momento. Aún estaba desnuda y
probablemente en estado de shock. Necesitaba sacarla de aquí antes de que
alguien se enterara de esto.

—Sofia, tienes que vestirte —la urgí de nuevo.

Agarró las bragas y se las subió poco a poco por sus piernas, sus
movimientos lentos y distraídos. Tuvo problemas para ponerse sus ajustados
pantalones de cuero, así que la ayudé. Se sentó, cerró la cremallera sobre su
trasero antes de recostarse contra la cabecera como si el movimiento ya la
hubiera agotado de toda energía.

La risa recorrió el pasillo. Había dejado claro que las habitaciones de


arriba estaban fuera de los límites, pero era evidente que unos borrachos tenían
otras cosas en mente. La mayoría de las habitaciones estaban cerradas con llave,
excepto en la que estábamos.

Me puse en pie de un empujón y avancé hacia la puerta de inmediato,


abriéndola. Frunciendo el ceño por el pasillo, descubrí a Samuel con un brazo
alrededor de una chica. Por supuesto, él estaría ignorando la orden. Estaba
vestido como un maldito vaquero y se ajustaba perfectamente a su aspecto rubio
y bronceado. Las chicas se estaban volviendo locas por él. Me enfurecía su
evidente falta de respeto hacia mi hermana antes de asimilar la cruda realidad de
lo que había hecho. No era nada mejor que él. También estaba follando con otras
chicas, y ni siquiera me había dado cuenta que mi última conquista era mi
prometida. Era un maldito imbécil.

Samuel miró en mi dirección, pero su mirada estaba desenfocada y se


apoyaba pesadamente en la chica a su lado. Dudaba que fuera capaz de follársela,
mucho menos recordar ni una sola cosa de esta noche en la mañana.

—¿Llaves? —preguntó arrastrando las palabras.

Apretando mis dientes, cerré la puerta detrás de mí y abrí la puerta del


dormitorio de invitados. Samuel me dio una sonrisa ebria antes de entrar a
trompicones con la chica. Estaría ocupado por un tiempo o terminaría dormido.

Volví a mi habitación, donde Sofia seguía estando exactamente cómo la


dejé. En serio me empezaba a preocupar por ella, pero llamar a un médico,
incluso si era mi hombre más confiable, no me sentaba bien… y sería en contra
del deseo explícito de Sofia.

Tenía que averiguar qué había pasado.

—¿Estás sola? —pregunté en voz baja.

Me miró sin comprender por un momento.

—En la fiesta —agregué. Era muy poco probable que estuviera sola.

Carlo había mencionado que Sofia iba a pasar el fin de semana en la casa
del lago de la familia Mione cerca de aquí, pero había estado ocupado con el
trabajo y la planificación de la fiesta y no había prestado mucha atención.

Se mordió el labio, sopesando sus palabras obviamente, sus dedos


tanteando con las sábanas.

Alguien la había traído aquí. Evitó mis ojos. Hundiéndome a su lado,


empujé su barbilla hacia arriba, pero me aparté rápidamente cuando se tensó.
Mierda. Era un maldito idiota.

—¿Dónde están tus guardaespaldas? ¿Y cómo llegaste aquí?

—No puedo decirte.

—Entonces tendré que llamar a tu padre. —Era lo último que quería


hacer, pero el honor lo dictaba. Sofia era su hija y había escapado de sus
guardaespaldas para encontrarme en esta fiesta. No le pregunté por qué me
buscó, por qué usó esa peluca rubia y utilizó el perfume su hermana. Lo sabía, y
eso hizo que mi culpa ardiera aún más. Sofia no era estúpida. No era tan ingenua
como pensaba, como deseaba que fuera, pero habría preferido que no hiciera falta
esto para darme cuenta. Mi ira había eclipsado todo lo demás, me había hecho
actuar sin tener en consideración lo que mis acciones podrían hacer a mi joven
prometida. Me había perdido en mi necesidad de conseguir venganza, follando
para sacar la ira de mi sistema.

La cabeza de Sofia se alzó de golpe, abriendo sus ojos completamente por


la sorpresa. Se empujó hacia arriba, haciendo una mueca, luego sujetó mi brazo.

—No, por favor. No pueden averiguarlo.

Su mano tembló. Ella era mi responsabilidad. Era mi deber protegerla, y le


fallé. ¿A cuántas personas más fallaría?

—Entonces, dime cómo llegaste aquí. Dime quién te ayudó.

Tragó con fuerza.

—Tienes que jurar no delatarlos.

De hecho, podría matar al responsable.

—Sabes que eso no es algo que pueda prometer.

Pude ver sus paredes subiendo. Quería proteger a la persona. De modo


que, tenía que ser alguien cercano a ella. Samuel estaba fuera de cuestión. Era
extremadamente protector con ella y nunca la habría dejado perder de vista.
Tampoco nadie más de su familia. Eso dejaba a una de sus amigas. Me paré en
seguida y saqué mi teléfono, llamando a Carlo. Aceptó la llamada después del
segundo timbre.

—¿Quién custodiaba hoy a Sofia?

—Lo hicimos por la tarde pero por la noche, Santino se hizo cargo.

—No vuelvas a dejar a Sofia fuera de tu vista nunca más, ¿entendido?


—Sí, jefe. —Terminé la llamada y volví a Sofia. Se sentaba al borde de la
cama, con un brazo alrededor de su cintura. Se veía tan pequeña y perdida, y la
culpa me desgarró profundamente una y otra y otra vez.

Anna Cavallaro y su maldito guardaespaldas. Tiene sentido. Anna siempre


había parecido una chica tan buena, pero probablemente todo era solo por
apariencia. Si tenía la astucia de su padre, engañar a las personas a creer lo que
ella quería no sería un problema.

Sofia se retorció las manos, bajó sus ojos a su regazo.

—Aún no estoy tomando la píldora. Comenzaré en pocos días… —Se


estremeció violentamente.

Me acerqué más y me hundí, pero me aseguré de mantener la distancia.

—No me corrí —dije. Más y más desgarros. Gracias al látigo ardiente de


culpa. Ni siquiera había llegado a mitad de camino dentro de ella, pero por
supuesto no lo sabía. Había estado demasiado apretada, su cuerpo no estando
listo para el asalto. Era inocente, y había intentado follármela contra un árbol
como una puta barata—. Y usé condón.

Porque pensé que era una chica cualquiera solo para follármela, una
aventura sin sentido para aliviar mi ira. No mi prometida. Pietro y Samuel me
destriparían si se enteraran, como deberían.

—Gracias —dijo automáticamente, luego sus cejas se fruncieron, como si


se diera cuenta del poco sentido que tenían esas palabras.

Estaba conmocionada sin duda, y tal vez necesitaba tratamiento médico,


pero respetaba su deseo.

—¿En dónde están ahora Anna y Santino?

Su conmoción llegó rápidamente.

—¿Cómo…? —Se interrumpió, haciendo una mueca—. Carlo. —


Asentí—. Por favor, no le digas a nadie. Santino se metería en problemas, y
Anna también.

—¿Por qué accedió Santino a esto? —Anna y Sofia debieron hablar con
él. Una pizca de ira hacia Sofia estalló en mi pecho, pero la apagué. Solo
reaccionó a mis acciones irreflexivas de una manera infantil, pero era joven.

Yo ya no tenía esa excusa.


Sofia se encogió de hombros y se estremeció nuevamente. Necesitaba
dormir un poco y, con suerte, superar su conmoción.

Eché un vistazo a mi reloj. Era pasada la medianoche.

—Debería llevarte a casa.

Sofia negó con la cabeza.

—No puedo.

Quizás debería habérselo dicho a sus padres. Podrían haberme pedido que
nos casemos de inmediato, lo cual habría hecho si no fuera por los rumores que
podría causar una boda temprana. La gente hablaría mal de Sofia, especularían
sobre un embarazo o sobre ella acostándose con otros. No permitiría que se
corrieran esos tipos de rumores sobre ella. Ya había sufrido bastante.

—Por favor, llévame de regreso a la cabaña. Se supone que Anna y yo nos


quedaremos otra noche antes de volver a casa. Mis padres sospecharán si regreso
antes, especialmente si tú me llevas a casa.

—Te llevará de nuevo a la cabaña, pero pasaré la noche allí para


asegurarme que estés a salvo. —Santino obviamente tenía una extraña
comprensión de la protección de las chicas, y Carlo era un idiota por confiarle a
Sofia—. Mañana tendré una larga charla con Santino y Anna. —Al ver su miedo,
agregué—: No voy a delatarlos, pero solo porque quiero protegerte a ti, no a
ellos. Para todo lo que me importa, Dante puede cortarle las bolas a Santino y
encerrar a su hija en una torre hasta que esté casada con el niño del político.

Me observó con obvia sorpresa y luego desvió otra vez la mirada


rápidamente.

Me enderecé, y luego extendí mi mano. Sofia apoyó su mano en la mía y


se puso de pie. Se balanceó levemente. Envolví un brazo alrededor de ella,
después alcé su barbilla hacia mí. Sus ojos estaban un poco desenfocados y su
aliento olía levemente a alcohol.

—¿Cuánto bebiste?

—Solo una botella de cerveza.

—¿No bebiste ponche? —Marco había mezclado el ponche el mismo y


consistía principalmente en alcohol. Las cosas serían aún peores si Sofia
estuviera borracha.

—No, no, quería estar ebria.


El alivio en realidad no se instaló en mi interior.

—Vamos a sacarte de aquí. ¿Necesitas que te cargue?

Se sonrojó y negó con la cabeza rápidamente. Mi brazo se envolvió con


fuerza alrededor de su cintura, la conduje al pasillo. Los sonidos de la fiesta,
música y risas, subían por las escaleras. Cuando pasamos el dormitorio de
invitados, la chica de Samuel salió de la habitación a medio vestir.

Sofia se estremeció y la apreté con más fuerza.

Santino subió entonces las escaleras, una de sus manos debajo de su


chaqueta de cuero, listo para sacar su arma. Tenía una máscara de calavera en lo
alto de su cabeza.

Entrecerré mis ojos sobre él. Si no habría hecho un alboroto y llamado la


atención sobre lo que había sucedido hoy (algo que no podía permitir si quería
proteger el honor de Sofia) habría puesto una bala en su cabeza. Nunca me
agradó mucho. Era un buen luchador, cruel y despiadado, pero también
imprudente y arrogante. Miró a Sofia e hizo una mueca.

—¿Dónde está tu protegida? ¿También le permitiste vagar por la fiesta sin


protección? —gruñí, a punto de perder la paciencia. Siempre me enorgullecía de
mi autocontrol, pero en los últimos años, me deleitaba a menudo perdiendo el
control, me había dado un festín con la adrenalina y la ira. Una mirada a la
expresión aún aterrada y perdida de Sofia hizo que mi actitud protectora
prevaleciera sobre la necesidad de una salida.

Santino resopló.

—Anna está perfectamente a salvo. No te preocupes. Y no es de tu


incumbencia, Mancini.

Sonreí, pero fue tanto un gesto amistoso como un perro mostrando los
dientes en un gruñido.

—Pero Sofia es de mi incumbencia y obviamente no tuviste ningún


problema en alejarla de sus guardaespaldas y dejarla sola en una fiesta con
hombres de nuestra naturaleza.

Los labios de Santino se tensaron.

—Sus guardaespaldas deberían prestar más atención, o no podría haberla


sacado de la cabaña. Sofia se escabulló para ponerse cómoda contigo cuando me
estaba asegurando que Anna estuviera a salvo en los baños.
—No me importa lo que estabas haciendo. No debiste traer a Sofia y Anna
a una fiesta, lo que me hace preguntarme qué te obligó a traerlas.

Sofia miró nerviosamente entre nosotros.

Algo parpadeó en los ojos de Santino. Me reí entre dientes,


comprendiendo que mi suposición había sido cierta.

—¿El angelito de Dante tiene algo en sus manos perfectamente cuidadas


contra ti?

Santino se detuvo justo en mi cara, pero no retrocedí.

—No te preocupes por mis secretos, y entonces no me preocuparé por el


secreto que te gustaría mantener. —Echó un vistazo entre Sofia y yo. Por
supuesto, sabía que algo había pasado entre nosotros. Dante no lo habría
escogido para su hija si el hombre no prestara atención.

—Mi secreto no significará mi muerte, por otro lado, el tuyo… —Me


encogí de hombros. Dudaba que Dante le diera a Santino otra oportunidad, no en
lo que a su hija se refería. Haría un ejemplo con él… un ejemplo público muy
doloroso.

—Y aun así, no quieres que salga a la luz, de modo que estamos iguales.

Santino se arriesgaba mucho al provocarme, pero había dado en el clavo.

Proteger a Sofia hacía que mantener este secreto fuera crucial. Era una
chica buena. Su reputación no debería sufrir porque la desesperación la hubiera
hecho buscarme de esta manera.

—Ahora voy a llevarla de vuelta a la cabaña —dijo Santino, alcanzándola.

Me interpuse en su camino, apartando su brazo.

—Vas a mantenerte lejos de ella. ¿En serio crees que voy a permitir que
esté a solas contigo otra vez? La llevaré a la cabaña personalmente y pasaré la
noche. Una vez que Samuel esté sobrio, le pediré que conduzca hasta allí y se
asegure de que su hermana llegue a salvo a Minneapolis.

Los ojos de Sofia se abrieron por completo y se tensó.

—Esto podría dar lugar a preguntas.

—No te preocupes, mis hombres saben cuándo mantener la boca cerrada,


y Samuel solo pensará que estoy siendo protector como siempre.
Santino volvió a mirar a Sofia antes de darse la vuelta y marcharse.

—Anna estará muy preocupada por mí —susurró Sofia.

—Debería haber pensado en eso antes de traerte aquí.

—No es su culpa. Solo quería ayudarme.

Apreté mis dientes. No quería desquitar mi ira en Sofia, incluso si tuvo la


culpa. Ya había pasado por suficiente, gracias a mí.

—Ahora, ven. Vamos a llevarte a la cama. —Se tensó aún más, y me


estremecí por mi propia elección de palabras, pero continué como si no me
hubiera dado cuenta de su reacción. Le entregué la máscara de gato—. ¿Puedes
ponerte esto? No quiero que nadie te reconozca ahí abajo.

Se puso la máscara, y luego me miró con sus ojos azules.

Asentí, preguntándome cómo pude haber estado tan ciego para no


reconocer esos ojos. Pero tenía un par de copas encima y había empezado a
sentirme ebrio cuando Gatúbela se acercó a mí. No había prestado atención a otra
cosa que no fueran sus curvas y cabello rubio.

Aún no podía comprender el hecho de que Sofia me hubiera hipnotizado


con su cuerpo de esa manera.

La guie por la entrada trasera y hasta mi auto estacionado en el camino de


entrada. Nunca estacionaba cerca de las fiestas. La gente ebria tenía la
predilección de orinar contra tus neumáticos o rayar tu auto accidentalmente.

Sabía que no debería estar conduciendo, aunque los acontecimientos


recientes y la adrenalina consiguiente me había dejado sobrio y no me sentía
ebrio en absoluto, pero había leído lo suficiente sobre la embriaguez para saber
que mi juicio estaba afectado. Sin embargo, no podía arriesgarme a llamar a mis
hombres para que nos recojieran. Llamar a un taxi, lo cual significaba una
aparición pública, también estaba fuera de discusión. Incluso con una máscara,
no quería que la gente me vea junto a Sofia.

La ayudé a sentarse en el asiento del pasajero de mi Jaguar, después me


deslicé detrás del volante. Ya había estado antes una vez en la cabaña de los
Mione, hace mucho tiempo atrás, de modo que no recordaba el camino. Después
de que Carlo me enviara las instrucciones, me puse en camino mientras la fiesta
aún estaba en pleno apogeo.
El viaje tardó más de lo habitual, porque no conduje tan rápido como
normalmente lo habría hecho. Sofia se durmió con la frente pegada a la
ventanilla del pasajero. El alcohol que consumió debió haberla noqueado, o tal
vez la conmoción de los eventos de la noche la habían agotado.

Pronto, estaba conduciendo por el estrecho camino de entrada y


estacionando. Las luces estaban encendidas. Por supuesto, Carlo me estaría
esperando. Salí y respiré profundo para despejar mi mente. Algunas veces pensé
que me quedaría dormido mientras conducía, y estaba contento de haber traído a
salvo a Sofia.

Me detuve frente a la puerta del pasajero. La frente de Sofia aún estaba


presionada contra el cristal, su rostro pacífico. Me alegraba que estuviera
dormida de modo que no tendría que ver sus tristes ojos rotos, pero cargarla
parecía una mala idea teniendo en cuenta lo que había sucedido. Dejando a un
lado mis escrúpulos, abrí la puerta lentamente. Sofia se dejó caer hacia adelante,
pero aun así no despertó. La alcé, contento cuando su respiración suave abanicó
sobre mi garganta y la presioné contra mi pecho. No despertó mientras la llevaba
a la casa. Carlo me esperaba en el vestíbulo, sus ojos abriéndose de par en par
cuando vio a Sofia.

—Jefe, yo…

—Cierra la puta boca. Después hablaremos —gruñí.

Subí la escalera de madera y llevé a Sofia a su dormitorio, el cual Carlo


me había señalado. La acosté en la cama, pero no me metí con ella, así que solo
le quité sus zapatos. Se sentía demasiado personal desvestirla, como si estuviera
invadiendo su espacio sin permiso, incluso si ya antes había hecho algo peor.
Solo levanté su máscara de modo que la correa elástica no se clavara en su piel.

La mantuvo puesta durante el viaje. Sofia se veía pacífica mientras


dormía, sin mencionar absolutamente deslumbrante. Nunca me había tomado el
tiempo para ver su rostro realmente. Parecía inapropiado antes de nuestra boda,
especialmente considerando nuestra diferencia de edad. Me enderecé y me
acerqué a la puerta.

Con una última mirada a su cuerpo dormido, apagué las luces y cerré la
puerta. Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Me pregunté al instante si alguien se
había enterado. Dudaba que Santino hubiera dejado escapar algo, pero nunca
sabías quién podría haber notado algo en la fiesta y contarle inmediatamente a
Dante para mejorar su posición. Me relajé cuando el nombre de Marco apareció
en la pantalla.
Acepté la llamada.

—¿Dónde carajo estás?

—Tuve que irme.

—¿Irte? ¿Por qué? ¿Qué diablos, Danilo? Organicé esta puta fiesta para ti
de modo que pudieras tener un último hurra antes de terminar atado a una mujer
para siempre. No me digas que te fugaste con la rubia. ¿Desde cuándo dejas que
un coño te haga olvidar a tu mejor amigo?

—Cuidado —gruñí, por instinto protector. Por supuesto, eso activó las
campanas de alarma de Marco.

—¿Qué está pasando?

—Ahora no puedo explicarte. Necesito dormir. Podemos encontrarnos


mañana por la tarde.

—De acuerdo, pero será mejor que tengas una buena explicación.

—Y será mejor que dejes de irritar los nervios de tu jefe. —Terminé la


llamada sin una palabra más. Me arrastré escaleras abajo, a pesar del cansancio
profundo. Carlo me estaba esperando en la sala de estar frente a un fuego
crepitante—. ¿Tuviste una noche acogedora mientras mi prometida podría haber
sido secuestrada, violada y asesinada?

Carlo negó con la cabeza.

—Santino es el hombre de Dante. Pensé que era digno de confianza.

—Obviamente, no lo es. Y Domingo tampoco. No me importa si Pietro


cree que es lo suficientemente bueno para proteger a Sofia. No dejarás su lado
hasta la boda. ¿Entendido? Me importa un carajo qué clase de drogas tendrás que
tomar para mantenerte despierto, pero vas a vigilarla a donde quiera que vaya, o
cortaré tus malditas bolas.

Carlo asintió. También habría dado a Domingo un poco de mi opinión si


no fuera el hombre de Pietro.

Un automóvil se detuvo en el camino de entrada. La mano de Carlo se


dirigió a su arma de inmediato, pero sabía quién era. Confirmando mis
sospechas, Anna y Santino entraron a la casa. Santino sujetaba el brazo de Anna
con fuerza, como si fuera una niña a punto de armar un berrinche. Parecía una
con su extraño disfraz de muñeca.
—¿Dónde está? —exigió Anna. ¿En serio creía que respondería a una
orden de una niña malcriada?

Me volví hacia Santino.

—Asegúrate que tu protegida no despierte a Sofia. Necesita descansar.


Pueden charlar mañana.

—¿Qué le hiciste? —siseó Anna entre dientes, intentando liberarse del


agarre de Santino, pero él no cedió.

—Vete a la cama.

—Dime lo que pasó, o le diré a mi padre…

Entrecerré mis ojos.

—¿Qué? ¿Que lo engañaste para dejarte asistir a una fiesta? Eso irá
bastante bien.

—Que te llevaste a Sofia e hiciste Dios sabe qué con ella. Va a castigarte.
Pero no estará enojado conmigo por mucho tiempo.

Sonreí.

—Pronto será mi esposa. Nadie va a castigarme. Y tal vez tienes razón y


tu papi no estará enfadado contigo… —Miré a Santino—. Pero estará
jodidamente furioso con tu guardaespaldas. Ya puedo imaginarme el
desmembramiento público. Por lo tanto, si no quieres ser responsable de la
muerte muy dolorosa de tu guardaespaldas, te irás a la cama como la chica buena
que siempre pretendes ser.

Anna echó un vistazo al rostro de Santino. Tenía una expresión pétrea,


pero sus ojos ardían con furia. Hacia mí, sin duda hacia ella, y probablemente
hacia Dante por obligarlo a ser el guardaespaldas de una niña malcriada cuando
le encantaría mucho más ser Ejecutor.

—Buenas noches —espeté y me dirigí a arriba hacia un dormitorio vacío,


feliz de descansar un poco. Me había costado un esfuerzo considerable no perder
por completo el control frente a Anna y Santino.

Me desvestí, pero antes de entrar en la ducha, capté una pizca de sangre


rosa en mi polla. Abrí el grifo y dejé que el agua se llevara la prueba de mi
transgresión.

—Maldición.
En realidad, nunca consideré a Sofia en una manera sexual, ni siquiera
después de que me mostrara sus tetas. No me había permitido pensar en ella
sexualmente, pero su cuerpo me había clamado esta noche. La deseaba. En el
fondo, aún la deseaba. Esto había sido una probada demasiado corta de algo que
no estaba permitido a tener hasta nuestra boda. Pero después de esta noche,
dudaba que Sofia sintiera lo mismo. Una experiencia horrible como esa no la
haría ansiosa por el sexo.

Cerré mis ojos, empujando a un lado esos pensamientos.

A menudo en el pasado había arruinado las cosas, y ahora tenía que


encontrar una manera para compensárselo a mi prometida. El problema era mi
orgullo. Siempre lo había sido y siempre sería un problema.
D
esperté encima de las mantas. Al principio, no estaba segura de
dónde estaba, entonces, todo se derrumbó en mi interior. La
fiesta, mi coqueteo con Danilo, el sexo… ¿casi sexo? Ni siquiera
estaba segura de cómo llamarlo.

El dolor leve entre mis piernas me recordó lo que fuera que había sido, y
con ello vino la humillación, la tristeza y una vez más esta pequeña llama de ira
creciendo constantemente en mi pecho. Me empujé hasta quedar sentada. Estaba
en mi habitación en la cabaña de mi familia. El alivio me inundó.

Danilo no me había llevado a Minneapolis. No me preocupaba que me


hubieran castigado; me aterrorizaba preocupar a mis padres, causarles angustia
cuando ya habían sufrido bastante.

Me deslicé hasta el borde de la cama. Alguien me había quitado los


zapatos y la máscara, pero no mi ropa. Los pantalones de cuero abrazaban mi
cuerpo incómodamente.

Me levanté, reprimiendo las emociones alzándose. A juzgar por la


penumbra exterior, aún era temprano.

Danilo debió traerme a la cabaña, cargándome al interior y dejándome en


la cama. Una ola nueva de vergüenza se apoderó de mí.

¿Y Anna? ¿También habría vuelto? Debía estar muy preocupada. Me


arrastré hacia la puerta, queriendo ir a buscarla, pero entonces recordé mi disfraz.

Me estremecí al mirar hacia abajo sobre mí y el disfraz que elegí para


ganar la atención de Danilo. No podía pasearme por la cabaña así. ¿Y si mis
guardaespaldas me veían? ¿Y qué hay de Danilo? ¿Aún estaba aquí? ¿O habría
vuelto a la fiesta?
Con las chicas con las que había estado coqueteando antes de acercarme
a él. Dejé esos pensamientos a un lado y fui directamente al baño. Cuando vi mi
reflejo en el espejo, me quedé paralizada, absolutamente aturdida por lo que vi.
Mi cabello estaba enmarañado por llevar una peluca y mi rímel estaba embarrado
debajo de mis ojos de tanto llorar, pero eso ni siquiera era lo peor de todo.

Eso era la mirada en mis ojos. Lucían vacíos y abatidos. No reconocía a


esa chica desesperanzada frente a mí. No me gustaba.

Después de una ducha rápida, me vestí con unos pantalones cortos


sencillos y una camiseta.

Solo quería ir a casa y fingir que no pasó este fin de semana, pero no
estaba segura que pudiera hacerlo. En unos meses tendría que casarme con
Danilo. En este momento, ni siquiera podía pensar en ello. No quería volver a
verlo nunca más.

Agarré mi ropa usada del suelo, la enrollé en una bola apretada y la arrojé
a la basura. Luego agarré mis tacones descartados y los escondí en el rincón más
alejado de mi armario antes de salir al pasillo.

La casa estaba tranquila y pacífica. Quizás nadie estaba despierto a estas


horas. Bajé las escaleras. Temiendo encontrarme con mis guardaespaldas, o peor
con Danilo o Santino. No estaba segura si podía lidiar ahora con una
confrontación. Necesitaba tiempo para aceptar la situación. Pero la casa estaba en
silencio, y habría pensado que estaba sola si no fuera por el aroma del café.

Antes de que pudiera decidir si debía dirigirme a la cocina, la puerta se


abrió y apareció Danilo.

Nuestros ojos se encontraron.

—Buenos días. —Sonó tranquilo y sereno, pero no se veía así. Tenía la


ropa arrugada, y una barba incipiente le cubría el rostro.

Le eché un vistazo a los ojos, esperando ver lo que sentía. Pero sus ojos
solo lucieron cautelosos.

—Buenos días. Gracias por traerme hasta aquí. —Esta cortesía forzada se
sintió segura, casi como si la noche anterior no hubiera sucedido.

Danilo asintió.

—¿Quieres café?

—Sí.
Lo seguí a la cocina. Se movió como si este fuera su lugar, como si nada
fuera de lo común hubiera pasado. Y eso me cabreó.

Me hundí en un taburete en la mesa de madera de la cocina mientras


Danilo me servía café. Tomé un sorbo, sujetando la taza como si fuera mi
salvavidas. Por un momento, me miró de una manera que podría tomarse como
afectuosa, pero entonces se aclaró la garganta y esa máscara cortés que tanto
despreciaba regresó.

—¿Cómo te sientes?

No estaba segura de cómo responder a eso. No quería considerar mis


emociones o la sensación de opresión en mi pecho y el vacío en mi vientre.

—¿No tienes que regresar a tu cabaña? —pregunté.

—Sofia —dijo con suavidad—. Responde mi pregunta.

Este hombre ante mí no era el mismo que había encontrado anoche. Algo
parpadeaba en su rostro, una emoción intentando manifestarse, pero no lo hizo.

Esperó y esperó. El silencio amenazando con asfixiarme. Volvía a parecer


sereno y en control, sin la agresión que había emitido la noche anterior. Nada que
indicara que algo había sucedido entre nosotros. Y en realidad, ¿qué había
pasado entre él y yo? Pensó que era otra persona y deseó que ese alguien más
fuera Serafina.

—Sofia. —La impaciencia entró en su tono, y reaccioné. No podía


pretender que nada había sucedido. No podía, no le daría la absolución que
probablemente quería.

—Duele —susurré con dureza—. Entre mis piernas, en mi pecho, en todas


partes. Debería odiarte.

Asintió bruscamente, y entonces, al final me miró a los ojos. Me habría


gustado saber lo que pensaba, pero tal vez lo mejor era que no lo hiciera.

—No sabía que eras tú.

¿No lo entendía?

Apreté mis labios.

—Créeme, lo sé.

Asintió nuevamente como si comprendiera, pero dudaba que lo hiciera.


Suspiró y se pasó una mano por su cabello.
—Escucha, le envié un mensaje a Samuel, diciéndole que te atrapé a ti con
Anna en la fiesta y te traje aquí.

Me quedé helada.

—¿Qué?

Sus ojos se volvieron implorantes.

—Quiero asegurarme que tu hermano te vigile más de cerca hasta nuestra


boda, hasta que pueda protegerte personalmente.

La mortificación se apoderó de mí.

—¿Cuánto le…? —Mi voz se quebró.

—No le dije todo. Dije que te reconocí al momento en que llegaste a la


fiesta y te traje de regreso inmediatamente. Le pedí que no se lo diga a nadie.

Tragué con fuerza. Samuel podría guardar un secreto, sin duda, pero ¿lo
haría?

—Probablemente aún está dormido, de modo que no espero que llegue


antes del mediodía.

Apenas lo escuchaba. Solo quería acurrucarme y llorar.

Danilo se inclinó más cerca, su voz dulcemente suave.

—Sofia…

La puerta se abrió de golpe y Anna entró. Sus ojos se enfocaron en mí.

Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza. Cuando se apartó, examinó mi


rostro.

—Sofia, ¿qué pasó?

Tragué pesado. Santino entró a la cocina vestido con pantalones cortos y


nada más. Fulminó a Danilo, quien le devolvió la mirada con el mismo fervor.
Las lágrimas comenzaron a asomarse en mis ojos. Anna se dio cuenta, por
supuesto, y se hundió en el asiento junto al mío. Miró a Danilo con los ojos
entrecerrados.

—¿Qué hiciste?

Agarré su mano, apretándola con fuerza para detenerla. Cerró sus labios
de golpe, pero podía decir que le costó.
—Necesito ropa limpia —dijo Danilo a Santino—. Somos
aproximadamente del mismo tamaño.

—Sígueme —respondió Santino entre dientes.

Danilo lo siguió, pero antes de salir de la cocina, se volvió y dijo:

—Me despediré antes de irme. No te metas en problemas.

No dije nada. Quería golpearlo, quería rabiar y gritar, pero no era ese tipo
de persona. Luego, Santino y él finalmente desaparecieron.

Anna me sacudió.

—¡Sofia, háblame!

—¿Podemos dar un paseo? —pregunté, poniéndome de pie.

Después de agarrar nuestros abrigos, Anna me siguió hasta el lago.


Ninguna de las dos habló durante varios minutos a medida que avanzábamos
cerca de la orilla. Nuestro aliento empañaba nuestras caras bajo el aire frío de la
mañana. Me detuve al rato, y miré hacia el lago.

El rostro de Anna estaba inundado de preocupación.

—¿Qué pasó? ¿Danilo te lastimó?

¿Cómo se suponía que iba a responder esa pregunta? Lastimar no


comenzaba a cubrir la angustia que sentía.

—Sofia, dime lo que sucedió en este preciso momento, o enviaré a


Santino detrás de Danilo.

Dudaba que Santino hiciera algo, sin importar lo que dijera Anna. Ahora
todos estábamos unidos por este secreto compartido.

Así que, le conté todo a Anna, incluso aunque mis mejillas ardieron con
vergüenza. Necesitaba sacar esto de mi pecho, y no había nadie más con quien
pudiera hablar de esto.

Anna me dejó desahogarme, y después me rodeó con sus brazos. Me sentí


un poco mejor después de sacar todo de mi interior, pero aún no me sentía como
siempre. Pero, en realidad, ¿cuándo fue la última vez que fui yo misma? Ahora
no era el mejor momento para reencontrarme. Primero, necesitaba corregirme, y
lo haría.
Aún estaba adolorida, y mi pecho dolía de una manera que solo había
sentido una vez después de que Fina hubiera sido secuestrada, como si mi
corazón hubiera sido rasgado en pedazos literalmente.

Anna parecía como si no quisiera nada más que perseguir a Danilo, pero
me abrazó con fuerza, sus ojos vidriosos.

—Tienes que parar, Sofia. Tú…

—Lo sé —dije. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Me había estado


diciendo durante años que tenía que dejar de intentar ganarme a Danilo, de
convencerlo de mi valía. Pero había estado tan ansiosa por su aprobación, su
atención, su validación. Quería que viera que era más que un premio de
consolación, que era tan digna como lo había sido Fina. Había cambiado cada
vez que él estaba alrededor, intentando adaptarme a su comportamiento,
intentando anticiparme a sus deseos.

Intentando ser quienquiera que él quisiera que fuera.

Me había perdido para convertirme en lo que pensé que quería ser. Me


vendí bajo, renuncié a mi orgullo. Me sentía avergonzada de mis acciones,
pensando en lo orgullosa que estaba mamá.

Se detendría ahora mismo. Era una orgullosa mujer Mione, y era hora de
actuar como tal. Al diablo con Danilo.

—Creo que me perdí en alguna parte.

—Aún estás allí dentro. Solo la encierras demasiado a menudo. Déjala


salir. Antes de lo de tu hermana, le agradabas a las personas por quién eras. ¿Por
qué no haces lo mismo ahora?

Las lágrimas ardieron en mis ojos.

—Ya no estoy segura de saber quién soy. Todo lo que he hecho estos
últimos años ha sido complacer a los demás. Me desvanecí en el fondo para
darles a mamá y papá espacio para su tristeza. Nunca pedí nada a Samuel porque
no quería que pensara que estaba ocupando el lugar de Fina. Siempre me adapté a
todo lo que me rodeaba. Fui tan estúpida.

—Entonces, detente. Han pasado años desde que se fue Fina. Todos han
tenido tiempo suficiente para llorarla y extrañarla. Es hora de seguir adelante, de
vivir en el presente. ¿De qué sirve vivir en el pasado? No puedes cambiarlo.
Asentí. Incluso si me avergonzaba admitirlo, ya casi no extrañaba a Fina
y, a menudo, incluso me olvidaba de ella… hasta que alguien me la recordaba.

Generalmente Samuel, Danilo o mis padres.

Quería seguir adelante sin el equipaje del recuerdo de mi hermana, pero


siempre me sentí terrible cuando lo intentaba porque mi familia, obviamente, no
quería lo mismo.

—Sofia, por una vez sé egoísta. En este mundo, las mujeres tenemos tan
pocas opciones, tan poca libertad. Tenemos que aferrar la felicidad por el cuello
y arrastrarla con nosotras. No podemos esperar que la felicidad salte a nuestro
regazo. Sé egoísta. Te lo mereces.

Entrelacé nuestras manos. Quería ser feliz.

—Sigamos caminando.

—¿Estás segura que no necesitas ver un médico? —preguntó Anna


cuando me estremecí.

—Estoy segura —respondí con firmeza.

—Santino podría llevarnos a un médico que no tendría que decir nada a mi


papá o tu papá. Conoce a muchas personas.

—No necesito a un médico —repetí. Santino ya parecía dispuesto a matar


a alguien. Dudaba que Anna pudiera chantajearlo para que hiciera mucho más,
sin importar lo que tuviera en su contra—. Lo que en serio necesito es chocolate
caliente.

Anna me echó un vistazo.

—¿Quieres que consiga chocolate caliente?

—Sí —respondí con una sonrisa pequeña—. Estoy practicando esto de ser
egoísta.

Anna puso sus ojos en blanco pero sonrió.

—Pedirme conseguirte un chocolate caliente después de todo lo que


pasaste de hecho no puede clasificarse como ser egoísta. Creo que debemos
practicar más.

Regresamos a la cabaña, y me acomodé frente a la chimenea, con mis


piernas dobladas debajo de mi cuerpo y una manta mullida envuelta a mi
alrededor.
—Con mini malvaviscos —grité.

Mi sonrisa murió poco a poco. Tocando mi vientre, pensé en todo lo que


había pasado ayer. En cómo había esperado que fuera el día cuando esa mañana
había repasado el plan con Anna y hasta dónde se había salido de curso.

Pensé que anoche terminaría con una gran revelación: Danilo


comprendiendo que era deseable y que dejaría de buscar por una copia de Fina.
En su lugar, había terminado con la comprensión de que había renunciado a todo
de mí para complacer a otra persona, y que cualquiera que sea la persona que
retrataras, siempre sería menos de lo que podía ser tu verdadero yo.

Siempre me consideré una persona leal, pero a la primera oportunidad, me


apuñalé a mí misma en la espalda, me deshice de mi verdadero ser por una
imagen que pensé que tenía que ser, y ¿a dónde me había llevado?

Danilo definitivamente no había parecido como si de repente hubiera visto


mi valor. Parecía culpable, y peor aún, me compadecía. De todas las cosas que
quería de él, la compasión no era una de ellas. Pero supongo que eso es lo que
merezco por ser tan idiota.

Incluso si lo de anoche había aplastado mi orgullo bajo su bota cruel,


incluso si mis acciones podrían arruinarme ante los ojos de nuestra sociedad,
aprendí una lección valiosa.

Danilo no era el caballero de armadura brillante que pensé que era. No era
el caballero devastado buscando aquellas rubias para encontrar consuelo.
Anoche, había sido como un cazador buscando satisfacer sus propias necesidades
básicas. Lujuria, venganza y cualquier otra cosa que lo atormentara.

Pero ya había terminado de encontrar excusas para sus acciones, había


terminado de intentar ser lo que él quería, lo que necesitaba, porque hasta ahora,
no había hecho nada para merecer mi bondad o afecto.

Anna tenía razón. Tenía que defenderme por primera vez en años, no solo
contra Danilo, sino también contra mi familia. Tenía que hacerles ver que,
aunque perdieron a Fina sin ninguna elección, habían renunciado a mí
voluntariamente.
Me puse la ropa de Santino y afeité, después fui en busca de Sofia para
despedirme. Necesitaba regresar a mi cabaña antes que Marco la destrozara por
ira.

Por supuesto, esa no era la única razón por la que estaba ansioso por salir
de la cabaña Mione. Necesitaba alejarme de Sofia. Mi mente era un desastre, y
necesitaba averiguar lo que estaba sintiendo antes de volver a verla. Había
pasado un tiempo desde arruiné algo de esta forma. Con suerte, sería la última
vez.

Encontré a Anna y Sofia en la amplia sala de estar, bebiendo chocolate


caliente frente a la chimenea. Aclaré mi garganta y sus cabezas se alzaron de
golpe. Sofia evitó mis ojos, pero Anna no tuvo ningún problema en lanzarme
puñales.

—Tengo que irme. Samuel acaba de escribirme para decirme que está de
camino.

—Está bien —dijo Sofia.

Anna, obviamente, no tenía ninguna intención de darnos privacidad.

—Iré a tu fiesta de cumpleaños, de esa manera podemos discutir cualquier


detalle de la boda que pueda surgir a último minuto.

Sofia asintió. Me despedí cuando se hizo evidente que no iba a decir más.
Carlo me aseguró nuevamente que no volvería dejar a solas a Sofia.

Estaba a punto de entrar en mi auto cuando se detuvo el Porsche de


Samuel. Saltó del auto prácticamente, ya no en su disfraz de vaquero. Acechó
hacia mí como si tuviera toda la intención de matarme.

—¿Dónde está?

—Adentro, junto a la chimenea. Está bien. La traje a salvo y no tuvo


oportunidad de meterse en problemas.

—¡No me jodas! —gruñó Samuel—. Sofía no es el tipo de chica que se


escabulle en una fiesta.

Sonreí amargamente.

—Anna parece serlo, y Santino en realidad no ayudó en el tema.

—Maldita sea. Debería decírselo a Dante.


—Deberías mantener tu boca cerrada o Sofia quedará mal. Ya sabes cómo
es. Anna y los Cavallaro saldrán ilesos de la situación, y las únicas que sufrirán
serán nuestras familias. No pasó nada, así que no armes problemas.

Samuel apretó sus dientes.

—No me gusta Quiero que castiguen a Santino.

—Hasta donde sé, está siendo castigado con la tarea de cuidar a los hijos
de Dante. Dejémoslo así.

Subí a mi auto y Samuel retrocedió.

—Tal vez deberías intentar evitar emborracharte tan a menudo. Espero


que no hayas vomitado en mi cabaña.

—¿Qué tal si dejas de follar con puras rubias?

Me tragué mi ira. Tenía razón. Y después de anoche, mi búsqueda inútil


de venganza había terminado.

—No te preocupes, no pienso seguir follando de esa forma. Me


concentraré en el trabajo hasta mi boda con Sofia.

Samuel frunció el ceño en absoluta duda, pero no me importó un carajo.


Solo cerré la puerta y me fui.
—¡S ofia, Anna llegaremos tarde! —llama mamá.

Arreglé un mechón rebelde colgando fuera de mi


coleta y estudié mi reflejo. Anna entró al baño y me abrazó
por detrás, apoyando su barbilla en mi hombro.

—¿Estás bien?

Sonreí.

—Sí. En serio, lo estoy. —Me había estado haciendo la misma pregunta


por teléfono todos los días durante las últimas dos semanas.

Físicamente, estaba bien. Mi dolor había desaparecido después de un par


de días. Sin embargo, mis emociones aún estaban dispersas. Cada vez que Danilo
me había enviado un mensaje preguntándome por mi bienestar, lo cual había
sucedido cuatro veces en las últimas dos semanas, me sentí abrumada por las
emociones encontradas. Al final, había ganado la ira y le dejé claro que no quería
que siguiera molestándome.

—Intenta disfrutar el día. Llevas años deseando comprar este vestido.

Puse mi mano sobre la de Anna.

—Lo haré, no te preocupes. Este vestido se trata de mí, no de Danilo. No


desperdiciaré ningún pensamiento en él.

Pero aun así, deseaba que mamá hubiera concertado antes una cita para
comprar vestidos de novia… antes de la fiesta; antes de darme cuenta que mi
prometido no era lo que mis esperanzas tontas lo habían hecho ser.

Ya llegábamos tarde para los estándares de los planificadores de la boda.


Seis meses antes de la boda era la fecha mágica para pedir un vestido, pero mamá
había insistido en que esperáramos un poco más. Tenía el presentimiento de que
estaba siendo supersticiosa, como si estuviéramos tentando al destino si
comprábamos el vestido demasiado pronto, como si la historia podría repetirse en
sí. Emma ya se había comprado su vestido unas semanas antes de Navidad.

Anna había llegado la noche anterior, y vimos películas y hablamos hasta


bien pasada la medianoche, de modo que ambas tuvimos problemas para
levantarnos temprano para la cita.

—¡Sofia! ¡Anna!

Anna y yo agarramos nuestros bolsos y bajamos las escaleras. Mamá ya


estaba esperando, vestida con un grueso abrigo de invierno y luciendo
impaciente.

Nos pusimos nuestros propios abrigos antes de dirigirnos hacia el auto en


el camino de entrada. Samuel estaba al volante. Carlo y otros dos guardaespaldas
nos seguirían en un auto aparte.

Samuel me dio una sonrisa tensa antes de salir. Había estado presente
cuando Emma eligió su vestido, y esperaba que a mi hermano le encantara tanto
como a mí. Estaba triste de que Emma no pudiera acompañarnos hoy, pero lo que
me entristeció aún más era que Fina no estuviera conmigo. Cada vez que imaginé
este día cuando niña, tanto mamá como Fina habían estado presentes.

Ahora, mi hermana estaba a miles de kilómetros de mí. No había visto o


escuchado de ella en más de cinco años, y ahora que el día de mi boda se
acercaba, estaba desesperada por hablar con ella.

Nos detuvimos frente a la mejor tienda de novias en Minneapolis.

Cuando entramos en la tienda luminosa, el vértigo reemplazó mi tristeza.

Cientos de vestidos se alineaban en las paredes en dos niveles, una


variedad interminable de diferentes tonos de blanco. En el pasado, siempre me vi
en un vestido de princesa con encajes, pedrería y una gran falda. Justo como una
princesa Disney, como siempre decía Anna, pero ya no era esa misma chica
ingenua. Sabía que el Príncipe Encantador no existía en la vida real.

La vendedora, una mujer voluptuosa de casi cincuenta años con lápiz


labial rojo vivo y uñas largas del mismo color, nos recibió con una bandeja de
champán. Madre frunció los labios cuando Anna y yo alcanzamos las copas
elegantes pero no comentó nada. La vendedora nos llevó a un probador separado
que contenía solo las piezas más exclusivas, como nos aseguró.
—¿Por qué no revisas los vestidos y eliges cinco o seis de tus favoritos
para probártelos? No recomiendo seleccionar más que eso, ya que con el tiempo
simplemente comienzan a mezclarse entre sí, y terminarás abrumada. —Con una
sonrisa brillante, se fue para darnos privacidad.

Mamá y Anna se volvieron hacia mí.

—¿Tienes alguna idea cómo te gustaría verte? —preguntó mamá.

—Elegante. Me gustaría un velo, pero nada demasiado llamativo o


voluminoso.

Mi madre intercambió una mirada de sorpresa con Anna.

—¿Por qué no nos muestra un ejemplo, así sabremos qué buscar? —dijo
mamá.

Me acerqué a los vestidos a mi derecha y saqué un vestido blanco marfil


con hombros descubiertos y mangas largas. Me quedé mirando el vestido, palpé
el material similar a la seda, y supe de inmediato que tenía que probármelo.

—Como este —susurré.

—Pruébatelo —instó Anna, empujándome prácticamente hacia el vestidor,


como si pudiera sentir que podría ser el vestido.

No me atreví a pensar que podría haber encontrado mi vestido en el primer


intento. Parecía como el destino, y hasta ahora, el destino de hecho no había sido
muy amable conmigo o mi familia.

La vendedora se me unió en la cabina para ayudarme a vestirme, luego fue


a buscar una enagua estrecha para mantener la fina falda fluida lejos de mis
piernas de modo que no la pisara. No había un espejo en el vestidor, y aun así, el
vestido ya se sentía perfecto, como si hubiera sido hecho solo para mí.

Al momento en que salí de detrás de la cortina, mamá y Anna dejaron de


hacer lo que estaban haciendo y me observaron. Mi corazón latía salvajemente
mientras me dirigía hacia un pequeño pedestal y los espejos circundantes.

Cuando me vi, no tuve ninguna duda de que había encontrado mi vestido.


La tela era aireada, una malla de capas finas. El diseño de hombros descubiertos
era atrevido. El encaje ribeteaba el corpiño que envolvía mi cuerpo y se hundía
para revelar mis hombros, clavículas, brazos y hasta la hinchazón de mis senos.
El ligero escote corazón acentuaba mi pecho. Las mangas terminaban a mitad de
mis antebrazos y la falda amplia fluía elegantemente alrededor de mis piernas.
—Perfecto —dijo mamá efusivamente.

Anna asintió. Probablemente era la primera vez que la veía sin palabras.

La vendedora apareció con un sencillo velo elegante que me sujetó a la


cabeza con una pinza tachonada en joyas.

Mamá respiró profundo cuando el velo cayó por mi rostro. Si Fina hubiera
tenido la oportunidad de caminar por el pasillo, habría usado un velo similar a
este estilo, como era tradición en nuestra familia.

—Danilo quedará impresionado —susurró mamá.

—Lo amo —dije simplemente.

Anna tocó mi hombro desnudo.

—Entonces, deberías llevártelo. Eres la novia, y lo único que importa es


que lo amas… y a ti misma. —Dijo las últimas palabras en voz muy baja.

Sonreí.

—Este es mi vestido. No necesito probar ninguna otra cosa. Me amo en


este.

No había visto a Danilo desde aquella noche, ni había visto a Anna desde
el día que compramos mi vestido de novia. Hablaba casi a diario con Anna por
teléfono, pero Danilo había dejado de preguntar por mi salud después de otra
respuesta cortante de mi parte poco después de comprar el vestido. No quería su
preocupación, porque no estaba segura si era honesta o conducida por la culpa.

Necesitaba tiempo para aceptar lo que había sucedido y encontrar la fuerza


necesaria para endurecerme contra los sentimientos que Danilo evocaba en mí.
Mi enamoramiento hacia él no había desaparecido mágicamente, pero me
prometí que no seguiría renunciando a mí por este capricho. Había atestiguado lo
que era el amor verdadero con mis padres, un intercambio constante. Hasta el
momento, Danilo no me había dado nada de que lo necesitaba. Aun así, no haría
ningún otro movimiento. Era su turno.

Salí del baño y entré al dormitorio donde Anna se estaba maquillando en


mi tocador. Ella y su familia habían llegado ayer a Minneapolis. Eso nos dio la
oportunidad de prepararnos juntas para la fiesta de mi decimoctavo cumpleaños:
una de las fechas más importantes para una chica en nuestros círculos.

Anna se volvió hacia mí cuando entré, y su boca se abrió.

—¡Guau! ¿Qué diablos llevas puesto?

Anna solo decía malas palabras alrededor de las personas que conocía bien
y en la que confiaba, personas que no la delatarían. Me encantaba que supiera
que yo era una de ellas.

Me eché un vistazo.

—Un vestido. Al menos, eso es lo que dijo la vendedora. —Sonreí.

Anna se levantó, poniendo sus ojos en blanco.

—Eso no es un vestido. Es un problema.

—¿Un problema?

Me rodeó, observándome evaluativa como si fuera un pedazo de carne.

—Eres un riesgo para cualquier hombre con un problema cardíaco.

Resoplé.

—Seguro.

Estaba encantada con la reacción de Anna. Cuando vi por primera vez el


vestido en mi boutique favorita, pensé que se vería perfecto en Anna o Fina, pero
entonces me armé de valor y decidí que también se vería bien en mí.

Y lo hacía. Nunca antes había llevado algo tan atrevido. Tenía un corte
bajo en la espalda, cayendo justo hasta los hoyuelos sobre mi trasero. Hermosas
cadenas intrincadas de cristal Swarovski mantenían unida la tela. Abrazaba mi
cuerpo como una segunda piel. El escote era alto, llegaba hasta mi clavícula, lo
que solo acentuaba el atractivo. El vestido tenía una abertura larga en mi lado
izquierdo, revelando más de mi pierna de lo que solía mostrar. Cuando me lo
puse por primera vez, no había estado segura de que pudiera llevarlo, pero ahora
estaba contenta haberlo comprado. Me veía fabulosa.

—Danilo perderá la cabeza cuando te vea.

Le sonreí, pero ambas sabíamos que era falsa. Había intentado evitar
pensar en ver a Danilo. Sería incómodo.
—¿Estarás bien?

Asentí decididamente. Me prometí mantener la compostura en torno a


Danilo. No me avergonzaría de nuevo.

—Déjame hacer tu maquillaje. Deberías lucir espectacular.

Seguí a Anna hasta el tocador y le dejé ejercer su magia.

Una vez hubo terminado, mi cabello cayó de mis hombros en rizos suaves
y mis ojos se veían más grandes por las pestañas postizas que pegó a mis
párpados. Nunca antes había usado pestañas falsas para nuestras reuniones
sociales, pero me encantó la forma en que acentuaron mis ojos. No eran
demasiado espesas o extravagantes como las que usé con mi disfraz de Gatúbela,
pero añadieron un toque agradable.

Sonreí.

—Es perfecto.

Anna se veía hermosa con un vestido morado oscuro.

—Anna, los invitados están a punto de llegar —llamó Valentina desde


abajo.

—Mi presencia es requerida para recibir a tus invitados —comentó Anna


con un toque de molestia. Desde que tengo memoria, Anna tuvo que hacerse
cargo de las tareas representativas. Simplemente, era algo que se esperaba de la
hija de un Capo—. ¿Cómo es que ni siquiera es mi cumpleaños, pero aun así me
siento como la anfitriona? —Hizo una mueca—. Debes odiar ser mi amiga. En
realidad, no intento acaparar toda la atención.

Agarré su mano y la apreté.

—Anna, eres la hija del Capo. La gente siempre acudirá a ti si estás en la


fiesta. No me importa. Sé que no te gusta. Me da tiempo para recomponerme
antes de bajar para mi gran entrada. —Le guiñé un ojo.

—¡Anna!

Anna puso sus ojos en blanco antes de salir, dejándome sola en la


habitación. Revisé mi reflejo una vez más. Me gustó lo que vi. A lo largo de los
años, las comparaciones abiertas con Fina se habían vuelto menos frecuentes,
pero sabía que algunas personas aún me comparaban con mi hermana. Pero hoy
en día, tal vez por primera vez, me sentía lo suficientemente segura para que no
me importara. No era menos que ella, y definitivamente no un premio de
consolación.

Tomé mi bolso favorito, una cartera pequeña con una cadena de plata para
poder arrojarla sobre mi hombro, y salí de mi habitación para bajar también las
escaleras. La puerta a mi derecha se abrió de golpe y Leonas salió, casi chocando
contra mí.

—Cuidado —le advertí.

—¡Cielos!

Me sonrojé.

—Bonito traje —dije para ocultar mi reacción.

Leonas sonrió con aire de suficiencia.

—¡Leonas! —susurró-gritó Valentina, claramente al borde de su


paciencia.

—Se requiere mi presencia —dijo con la misma molestia que Anna había
mostrado antes. Siempre insistían en que eran completamente opuestos y
peleaban como perros y gatos a diario, pero compartían muchos rasgos de
carácter similares.

Leonas caminó hacia las escaleras, como si tuviera todo el tiempo del
mundo. Aunque el tono de Valentina había sugerido que no era el caso.
Sacudiendo mi cabeza hacia él avanzando con calma, di un paso para avanzar por
el pasillo cuando Samuel salió de su habitación. Originalmente, el plan había
sido que se mudara a Chicago después de la boda de Fina y trabajara con Dante
durante algunos años antes de regresar a Minneapolis para ayudar a papá. Pero
después del secuestro, papá y él habían decidido que su presencia era necesaria
aquí para nuestra protección. Aunque ya poseía una mansión a unas pocas casas
de la nuestra, no se mudaría allí hasta después de casarse con Emma.

Se quedó helado cuando me vio.

—Sofia —dijo, casi como si no me reconociera.

—¿Sí? —pregunté.

Se acercó a mí, estudiándome de la cabeza a los pies.

—¿Cuándo creciste tanto?

No pude evitar reír.


—Debe haber sucedido en los últimos tres a cinco años, supongo. —
Apenas me contuve de decir “mientras estabas ocupado viviendo en el pasado”.
Hoy no quería ningún conflicto.

Se rio entre dientes, pero una pizca de cautela permaneció en su mirada.

—Una parte de mí desearía que siguieras siendo la niña a la que llamo


bichito.

—Aún puedes llamarme bichito cuando no hay nadie más cerca. Y es


bueno que creciera o mi boda con Danilo en dos meses sería un problema.

Los ojos de Samuel se endurecieron y sus labios se tensaron.

—Dos meses —repitió como si hubiera olvidado lo pronto que era la


boda. De vez en cuando, me encontraba sorprendida por el día inminente de la
boda. Solía esperar el día de mi boda, pero ahora me inclinaba más hacia el
terror.

—No olvides tu propia boda —bromeé para aligerar el ambiente.

Samuel se casaría con Emma solo dos semanas después de mi boda.

El rostro de Samuel se volvió cauteloso como de costumbre cuando


intentaba hablar con él de Emma. No lo presionaba. Fina había mencionado una
vez que rara vez le hablaba de chicas. Era muy reservado con estas cosas.

A menudo me sorprendí pensando en Fina estos últimos meses, casi tanto


como en los días después de que huyera con Remo Falcone.

—Sam —comencé vacilante. La cautela entró en sus ojos azules—. ¿Aún


hablas con Fina? —Su rostro se cerró de lleno, pero agarré su mano antes de que
pudiera alejarse—. Por favor, Sam. Necesito hablar con ella antes de mi boda.
Necesito un cierre antes de poder comenzar esta nueva etapa de mi vida.

Samuel apartó su mirada de mí.

—¿En serio crees que eso hará mejor las cosas? Descubrí que solo
complica las cosas.

—Entonces, ¿aún estás en contacto con ella? —Hasta donde sabía, no la


había visto desde que asistió a su boda en Las Vegas hace cinco años.

—Deberíamos bajar las escaleras. Mamá y papá ya están esperando.

Mis dedos se apretaron alrededor de su muñeca.


—Sam, por favor. Hazlo como un regalo de bodas anticipado.

Sam suspiró.

—No he hablado con ella en meses. Y sabes muy bien que siempre que lo
hice, Dante se dio cuenta. No voy a traicionar a la Organización por Serafina, no
cuando ahora es parte de la Camorra.

—¿Quizás puedes darle mi número de celular para que pueda llamarme si


quiere? No es como si pudiera decirle algo importante. No sé nada de los
negocios.

Samuel me contempló durante mucho tiempo.

—Si alguien se entera, podría causar revuelo. Danilo estará jodidamente


cabreado. No es que nuestros padres o Dante vayan a estar mucho más felices.

—No van a enterarse.

—Le daré tu número. Ahora, en serio deberíamos bajar.

Apreté su mano.

—Gracias.

Samuel acunó mi cara y besó la parte superior de mi cabeza. Extendió su


brazo y apoyé mi mano sobre su piel, luego dejé que me guiara escaleras abajo.
El suave murmullo de la conversación se elevó hasta nosotros. El vestíbulo ya
estaba lleno con nuestra familia y los invitados aún llegando. Anna y Leonas se
paraban obedientes junto a sus padres para dar la bienvenida a los invitados
mientras Bea permanecía unos pasos detrás de ellos, luciendo absolutamente
aburrida. Mamá y papá estaban al frente del comité de bienvenida con los
Cavallaro detrás de ellos. Era tradición que la familia del Capo también recibiera
a los invitados.

Mis ojos se dirigieron a la parte posterior del vestíbulo, donde Danilo y


Emma aparecieron, probablemente porque solían utilizar la entrada trasera con
acceso para las personas minusválidas.

Danilo al principio no me notó. Su atención estaba en mis padres y la


familia de Dante a medida que iba a su encuentro. La sonrisa que Anna le dio
rayó en la descortesía, luego me envió una mirada de advertencia. Su
preocupación era infundada. Incluso si había fallado antes con mis propios
planes, hoy no caería en la trampa de mi comportamiento pasado.
Samuel tocó mi espalda ligeramente y salté. Había olvidado su presencia.
Arqueó una ceja con curiosidad. Tenía que controlarme. Nadie podía averiguar lo
que había sucedido. Samuel ya había estado absolutamente preocupado y enojado
porque pensaba que había intentado asistir a la fiesta. Si supiera lo que en
realidad había pasado, perdería la cabeza… y lo más probable es que intentaría
matar a Danilo.

—Vamos.

Asentí. Pero entonces Emma se fijó en mí y sonrió. Por supuesto, Danilo


siguió la mirada de su hermana. Me preparé para lo inevitable. Sus ojos se
encontraron con los míos y se llenaron de emoción. ¿Sorpresa? ¿Conmoción? Su
mirada recorrió mi cuerpo como si fuera una revelación antes de recobrar su
expresión a su habitual máscara fría.

Una ráfaga de triunfo me invadió. Su sorpresa fue como un bálsamo para


mi ansiedad. Aun así, sentí una pizca de cautela y mis palmas se pusieron
sudorosas. Incluso ahora que parecía el caballero perfecto nuevamente, no podía
olvidar su comportamiento de esa noche.

Anna prácticamente me estaba tomando una radiografía con sus ojos


desde el otro lado del vestíbulo, y encontré fuerza en su mirada. Le prometí que
sería fuerte, y más importante aún, me lo prometí a mí. Esta vez no me quebraría.

Con los años, había habido varios períodos largos de tiempo cuando no
vería a Sofia. Y apenas pensaba en ella una vez que nos íbamos por caminos
separados.

Sin embargo, esta vez, todo fue diferente. Desde que dejé a Sofia en su
cabaña después de nuestro encuentro en la fiesta, no había podido dejar de pensar
en ella.

Principalmente preocupado por su bienestar, pero no era solo eso. Por


primera vez, la veía como algo más que una chica que ocupó el lugar de su
hermana. Era una mujer joven con unas curvas que me habían atraído. No había
cómo negarlo.
Una vez más, la culpa había sido una compañera muy destacada cuando
volvía a recordar lo que había sucedido. Cuando me reuní con Pietro y Samuel
siete días después de la fiesta en Chicago por la iniciación de Leonas, consideré
decirles brevemente.

Hasta la boda, Sofia era suya para proteger. Incluso si no hubiera sabido
que era ella, había roto mi juramente, el códice defendido por generaciones. Lo
que había hecho era inexcusable.

Cuando vi a Sofia bajar las escaleras, luciendo absolutamente alucinante


con un vestido ajustado pero elegante, deseé poder retroceder en el tiempo. Había
pasado tanto tiempo lamentando el pasado y lo que había perdido que, no me
había fijado en lo que el destino me había dado.

Sofia era increíblemente preciosa más allá de toda medida.

—Aún te quedan otros dos meses antes de poder mirar a mi hija de esa
manera —advirtió Pietro, estrechando mi mano con más fuerza de la necesaria.

Apreté mi mandíbula a medida que sonreía.

—No te preocupes. Honraré a Sofia de la forma en que merece. —Era lo


que me prometí después de la fiesta. No podía deshacer lo que había sucedido,
pero intentaría enmendarlo, y esperaba que Sofia me diera la oportunidad. Sin
embargo, la forma en que evitó mis ojos me dio pocas esperanzas en eso. El
regalo que le compré se clavaba en la parte superior de mi muslo a través de mi
bolsillo.

Cuando Samuel y ella se detuvieron frente a nosotros, la atención de todo


el mundo se desplazó a nosotros.

La sonrisa de Sofia era radiante, pero sus ojos no reflejaban la misma


exuberancia. Eran cautelosos, sin señales del enamoramiento tímido del pasado.

Samuel la soltó y me asintió bruscamente antes de saludar a algunos de los


Capitanes. Tomé la cadera de Sofia ligeramente y me incliné para besarla en la
mejilla.

—Feliz cumpleaños, Sofia.

Se tensó debajo de mi toque, pero no se alejó.

—Gracias —dijo formalmente. Evalué sus ojos, pero con docenas de


espectadores fue difícil crear un momento privado.
—¿Puedo tener unos minutos a solas contigo? —pregunté en voz baja. Por
lo general, le preguntaría primero a su padre pero después de su aceptación, Sofía
estaría obligada a darme la misma respuesta. Quería que esto dependa de ella.

Se pasó la lengua por su labio nerviosamente, atrayendo mi atención hacia


su boca. Prácticamente me la había follado contra un árbol, pero aún no la había
besado.

Remediaría eso una vez que estuviéramos casados… si ella me dejaba.

—Si mi padre está de acuerdo —respondió. Me volví hacia Pietro, y me


dio su consentimiento. Ninguno de los invitados se sentiría ofendido si me
llevaba a mi prometida lejos de ellos por un momento. Podía aceptar más tarde
sus deseos de cumpleaños.

Sofia me llevó hacia la oficina de su padre. Le abrí la puerta y toqué su


espalda ligeramente para indicarle que entrara. La sensación de su piel despertó
un deseo primitivo en mí, pero lo sofoqué.

Sofia se apartó de mi toque. Su cuerpo rebosaba de desgana por estar


cerca de mí ahora que estábamos solos. Si no fuera por el escenario público,
probablemente habría huido. Cerré la puerta, mi pecho apretándose por la cautela
en sus hermosos ojos.

—Sofia, me disculpé. Pensé que eso había arreglado las cosas.

Negó con la cabeza, presionando sus labios en una línea tensa. Su falta de
comunicación me frustró. No estaba acostumbrado a conseguir el tratamiento del
silencio, y odiaba los juegos mentales. Después, se me ocurrió algo. ¿Tal vez no
recordaba mi disculpa? Intenté recordar esa noche. No era bueno disculpándome,
pero incluso si no hubiera dicho las palabras en sí, Sofia debió darse cuenta que
había expresado mis más sinceras disculpas de otras maneras.

—Está bien —dijo rápidamente, pero era evidente que no lo estaba.

Di un paso hacia ella y tomé sus manos entre las mías. No se apartó, pero
tampoco se relajó.

—No te habría tocado si hubiera sabido que eras tú. —Para mí, las
palabras reales, el lo siento, eran demasiado difíciles de decir. Era un mal hábito
que no podía quitarme.

Sofia me miró con una sonrisa tensa.

—Lo sé.
No estaba seguro de qué hacer con su reacción. Frustrado por mi propia
incapacidad para comunicarme adecuadamente con ella, saqué la pequeña caja
con su regalo, esperando salvar la situación de esa manera.

—Esto es para ti —le dije a medida que le entregaba la pequeña caja.

La tomó y abrió. Había elegido un collar complejo de oro con un colgante


en forma de lágrima con diamantes. Ines me había dicho que Sofia había estado
pendiente de esta pieza en particular durante un tiempo.

—Es precioso. ¿Cómo lo supiste?

—Tu madre me lo dijo.

Sofia asintió.

Saqué el collar.

—¿Debería ayudarte a ponértelo?

Se giró y se levantó su cabello, conteniendo la respiración cuando mis


dedos rozaron su piel mientras abrochaba el collar. Luego se dio la vuelta.

—¿Y?

—Se ve perfecto en ti.

Sus ojos parecieron perforar los míos, como si estuviera intentando ver
más allá de lo obvio. En realidad, no estaba seguro de lo que buscaba. Podía
decir que el regalo no había tenido exactamente el efecto que esperaba.

—¿Quizás deberíamos volver a la fiesta? —sugirió ella, alejándose de mí.

—Por supuesto —respondí, siguiéndola de vuelta a la sala de estar. Sofia


mantuvo su distancia de mí durante toda la noche, una distancia educada a la que
no estaba acostumbrado en ella. Era el tipo de comportamiento que había
deseado cuando era más joven, pero ahora que el día de nuestra boda estaba
cerca, su nueva renuencia a la cercanía me preocupaba.
E ra el día de mi boda.

Había despertado más de seis años deseando este momento,


pero la alegría esperada no me llenó.

Imaginé a menudo el día de mi boda cuando era una niña. Soñé con elegir
mi vestido rodeada de Serafina, Anna y mamá, fantaseé con la alegría sin fin y la
admiración en el rostro de mi esposo cuando me viera por primera vez.

Fina no había estado ahí para ayudarme a elegir un vestido. No la había


visto en seis años y solo hablamos una vez por teléfono. No estaría en mi boda.

En el fondo, me alegraba. Si estuviera presente, Danilo solo tendría ojos


para ella, e incluso sin ella allí, tendría que luchar con su recuerdo.

Estaría pensando en otra hermana Mione cuando caminara por el pasillo


hacia él. Había dejado de esperar su admiración en el día de mi boda.

Anna me dio un codazo, arqueando una ceja.

—Oye, ¿qué pasa? —Se inclinó más cerca de modo que mamá no
escucharía, pero de todos modos estaba ocupada charlando con la estilista—. ¿Es
por Danilo?

Por supuesto que lo era. La mayoría de mis estados de ánimo sombríos a


lo largo de los años habían sido por él.

—Te ves tan hermosa —susurró Anna, su rostro iluminándose—.


Disfrútalo. Créame, todos se quedarán sin palabras.

Me empapé de su emoción y dejé que se llevara mi temor y preocupación.


Quería estar emocionada por mi boda. Era un día que había estado
esperando desde que tengo memoria. No dejaría que nada arruinese este día para
mí. Sonreí, asimilando en realidad mi vestido. Me veía hermosa.

La estilista me había recogido el cabello en un elegante moño con la


peineta pegada a mi coronilla de modo que pudiéramos fijar el velo más tarde.
Mamá se me acercó por detrás y tomó mis hombros, observando mi cara en el
espejo con una sonrisa nostálgica. Era unos centímetros más alta que yo, y su
cabello era rubio. Ambas facciones que Serafina había heredado, pero yo no.

—Eres una novia tan hermosa, Sofia.

Sonreí.

—Gracias, mamá.

Me rodeó hasta que estuvo justo frente a mí.

—¿Hay algo que quieras saber antes de esta noche?

Me sonrojé y negué con la cabeza rápidamente. Anna me guiñó un ojo y


se hundió en el sofá, sofocando la risa. Mamá y yo habíamos tenido la charla
hace mucho tiempo, y no quería repetirlo. Anna y yo habíamos hablado de todo
lo que en realidad quería saber. Recuerdos de esa noche fatídica hace varios
meses resurgieron, mi intento desesperado por convencerme de que Danilo no
seguía obsesionado con mi hermana, y la comprensión brutal de que lo estaba.
Esa experiencia había sido dolorosa. Y no quería experimentar nada así otra vez.
Sin embargo, esta noche, se esperaba que consumáramos nuestro matrimonio.
Danilo ciertamente querría hacerlo, no porque me deseara, sino porque
necesitaba reclamarme antes de que alguien más pudiera hacerlo.

—¿Sofia? —preguntó mamá, tocando mi mejilla suavemente.

Parpadeé, devolviendo mi atención al momento.

—Lo siento. ¿Qué dijiste?

Una mirada de comprensión pasó por su rostro.

—No tienes que estar nerviosa. Danilo es un caballero.

Asentí. De hecho, no lo era. Al menos, no lo había sido con la rubia.

Había estado enfadado y fue grosero. Nada dd lo que había esperado.

—Mamá, no te preocupes. Estoy bien. Solo es mucho para asimilar hoy.


—Lo es.

Hubo un golpe breve en la puerta antes de que se abriera. Papá entró, y


luego se tomó su tiempo para admirarme. Sacudió su cabeza con una sonrisa
pequeña.

—Te ves absolutamente radiante, bichito. —Le di una sonrisa de


agradecimiento—. Los autos están listos para partir. Deberíamos salir en diez
minutos. Samuel está asegurándose que todos estén en su lugar. —Papá se acercó
a mí y me besó en la frente—. Este será un día maravilloso. Estás a salvo.

—Lo sé, papá. —No estaba preocupada por mi seguridad. La Camorra no


atacaría. No tenían ninguna razón para hacerlo, e incluso si la Bratva o uno de
nuestros otros enemigos intentaban atacar, fallarían. El auto nupcial era a prueba
de balas y estaría acompañada por cuatro autos con guardaespaldas. Esta era una
boda de alta seguridad.

Papá le sonrió a Anna.

—Asegúrate que nuestra novia no esté demasiado nerviosa.

Mamá asintió.

—Ya me voy. Quizás la dama de honor y la novia quieran un poco de


privacidad. Estoy segura que ustedes dos quieren tener una charla antes de que
empiece todo.

—Te esperaré fuera —dijo papá.

Asentí y mis padres abandonaron la habitación. Anna se puso de pie,


alisándose el vestido, mientras papá cerraba la puerta de modo que pudiéramos
tener algo de privacidad. Anna se veía absolutamente impresionante con un
vestido azul que combinaba con sus ojos y los míos.

Su sonrisa cayó tan pronto como estuvimos solas, y se acercó con el ceño
fruncido.

—No dejes que nada arruine este día para ti. Has estado esperándolo
durante años. Disfrútalo. —Me abrazó—. Lo digo en serio. Estaré cabreada si no
celebras como si no hubiera un mañana.

Resoplé.

—Es un poco difícil no dejar que nada lo arruine cuando tu novio


preferiría casarse con otra persona. Eso en realidad no es algo que haya estado
esperando. Esta boda no se trata de mí, y lo sabes. Todo el mundo estará
comparándolo con la boda fallida de Fina, y todo el mundo me comparará con
ella.

Anna se encogió de hombros.

—¿Y qué? Déjalos. No tienes que temer que te comparen, Sofia. Te ves
jodidamente hermosa. La gente estará viéndote por ese hecho y no porque estén
comparándote con tu hermana. Ya se ha ido hace mucho tiempo. Escapó con el
enemigo. A nadie le importa un carajo.

—Leonas definitivamente te está influenciando —dije con una risa.

—Le gusta pensar que es obra suya que esté usando a menudo palabrotas.
Pero solo lo estoy haciendo para molestar a Santino, y creo que se me ha pegado.

Puse mis ojos en blanco.

—¿Qué ha estado pasando entre ustedes dos?

Anna desestimó mi pregunta.

—No hablemos de eso hoy. Este es tu día.

Evalué sus ojos. Me estaba ocultando algo.

—¿Cómo te deshiciste de tu enamoramiento con Santino? Desearía que


también funcionara para mí. Ya no quiero estar enamorada de Danilo.

Anna inclinó su cabeza en consideración.

—Tienes la desventaja de tener que casarte con él. Eso hace que sea un
poco difícil olvidarse de él. —Como si no lo supiera—. ¿Siquiera estás
enamorada de Danilo, o estás enamorada de la imagen que tenías de él? Porque
creo que ha sido un imbécil, y no es alguien de quien quieras estar enamorada.

Arqueé mis cejas.

Anna se rio y puso sus ojos en blanco.

—Sí, sí. Bueno, deberías saberlo. Eres la razonable.

—Has conseguido engañar a casi todos haciéndolos pensar que también


eres razonable.

Me mostró una sonrisa.

—Prefiero que la gente me subestime.


—Lo hacen.

Nos reímos entre sí. Luego, suspiré.

—Siempre me haces sentir mejor.

—Disfruta tu día. Bebe unas copas de champaña, baila hasta que te duelan
los pies. A la mierda Danilo, ya sea el novio o no. Si no puede ver lo hermosa
que eres, se lo pierde. No intentes ser otra persona. Eres maravillosa. Y con el
tiempo, se dará cuenta, y si no, entonces búscate un buen amante de respaldo.

Mis ojos se abrieron por completo.

—Danilo lo haría pedazos. No es correcto.

Anna frunció sus labios, con un brillo en sus ojos. Siempre sabía cómo
alegrar el ánimo con sus payasadas.

Aclaré mi garganta.

—Gracias por apoyarme. No sé lo que habría hecho sin ti estos últimos


meses. Eres mi mejor amiga y te quiero.

Anna tragó con fuerza y miró hacia el techo, parpadeando rápidamente.

—No me hagas llorar, Soph. Tengo que defender mi reputación. He


trabajado muy duro por el título de Reina de Hielo.

Me reí.

—No te preocupes. No le diré a nadie que eres sentimental.

Respiró profundo y luego me miró con severidad.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Ahora lo estoy.

—¿Y esta noche? ¿Estás preocupada por lo que pasó la última vez?

—Estoy intentando no pensar en ello.

—No dejes que te trate como lo hizo entonces.

—No lo haré —dije—. Te dije que fue cuidadoso y gentil al momento en


que se dio cuenta quién era. Fue como si de repente no pudiera tolerar tocarme.
Hice todo lo posible, pero no pude evitar la amargura en mi voz.

—Créeme, querrá tocarte. Toma el control. No dejes que pase como si


nada.

—No lo haré.

La voz de papá provino del otro lado de la puerta.

—Dos minutos.

Anna me miró fijamente a los ojos.

—Probablemente debería apresurarme con mi familia. ¿Estarás bien?

Respiré hondo, luego plasmé una sonrisa firme en mi rostro.

—Adelante. Estoy bien.

Presionó un beso rápido en mi mejilla, luego salió corriendo y cerró la


puerta detrás de ella.

Mis dedos temblaron mientras alisaba mi vestido de novia, y bajaba el


velo sobre mi rostro. Este era mi día y aun así… no era mi nombre el que
susurrarían hoy en las bancas.

Porque era el premio de consolación.

La novia sustituta.

Y peor aún: no era mi hermana.

Observé mi reflejo, mi rostro nublado a través de la fina tela del velo.


Vestida así, casi me parecía a Serafina, sin el cabello rubio. Aún menos. Siempre
menos. Pero tal vez Danilo vería las similitudes entre mi hermana y yo. Tal vez,
solo por un segundo, me miraría con el mismo anhelo que solía dirigir a Serafina.

Entonces se daría cuenta que no era ella. Y la expresión de decepción


volvería a apoderarse de su rostro.

Menos de lo que él quería.

Arrancando el velo de mi cabello, lo arrojé al piso. Había terminado de


intentar ser otra persona. Danilo tendría que verme por quién era, y si eso
significaba que nunca me miraría dos veces, que así sea. Era suficiente.

Eché un vistazo a mi celular. Lo había silenciado, pero el número de


Serafina apareció en la pantalla. Ayer también intentó llamarme, pero ignoré sus
intentos de contactarme. La culpa avivó dentro de mí. Amaba a mi hermana,
nunca había dejado de amarla incluso si mi familia fingía haberlo hecho.

Durante mucho tiempo, la idea de la ausencia de Serafina en mi boda me


había hecho sentir terriblemente triste, hasta que de pronto no lo hizo. Hasta que
la idea de tenerla allí me puso ansiosa. Si Serafina estuviera aquí, todo el mundo
solo hablaría de ella, incluso si era a mis espaldas, y no solo eso, Danilo se
enfrentaría con lo que perdió. No quería sus ojos en nadie más que en mí.

Sin embargo, no había nada que pudiera hacer con respecto a sus
pensamientos. El número de Serafina finalmente desapareció de la pantalla, y
reprimí un suspiro de alivio. Quería que este día fuera sobre mí. Hablar con ella
ahora solo aumentaría mis sentimientos de insuficiencia. Hoy, sería egoísta.

Papá pareció sorprendido cuando salí al pasillo sin el velo, pero no


comentó. Nos tomamos del brazo y me condujo por las escaleras hasta el camino
de entrada donde esperaba el auto nupcial. Samuel estaba junto a él, sus ojos
vigilantes escudriñando nuestro entorno. En una mano, sostenía mi ramo de
boda, un hermoso arreglo amplio de flores blancas: rosas, calas, y flores
intrincadas más pequeñas. Cuando su mirada se posó en mí, su rostro se iluminó,
su sonrisa aliviando parte de mi ansiedad.

Papá me condujo hacia él.

—¿No se ve preciosa?

Samuel me acercó a él y me besó en la frente.

—No puedo creer que mi hermanita se casa hoy.

—Tú eres el siguiente —bromeé a medida que me entregaba las flores. Se


apartó y asintió, la sonrisa tornándose más tensa. Samuel no había elegido a
Emma porque la quisiera. Había sido obligado a la unión a cambio de Danilo
casándose conmigo. A veces me las arreglaba para olvidar ese hecho, pero ahora
regresaba con una fuerza devastadora.

Samuel me abrió la puerta, y papá me ayudó a subir al asiento trasero con


mi falda larga. Samuel se sentó de copiloto mientras papá se sentó a mi lado.
Después les dio la señal a los guardaespaldas en los autos que iban delante y
detrás de nosotros, y partimos hacia la iglesia.

Los nervios revolotearon salvajemente en mi estómago. Retorcí mi anillo


de compromiso. Era hermoso y aún me encantaba. A veces, me preguntaba por
qué Danilo había elegido un diseño diferente al de Serafina. Aparté los
pensamientos sobre ella de mi mente. Hoy no estaría físicamente presente, y no
podía permitir que ocupara espacio en mi mente, incluso aunque me doliera
desterrarla del día más importante de mi vida.

El viaje a la iglesia fue de solo cinco minutos. Había sido elegida en


función de su cercanía a nuestro hotel y el lugar de la boda para evitar un viaje
largo. El conductor detuvo el auto justo frente a la entrada, donde cuatro
guardaespaldas estaban parados firmes.

Papá tomó mi mano y la besó.

—¿Lista, bichito?

Asentí, incluso aunque mi garganta se tensó. Esto era todo. Hoy me


casaría con Danilo y me mudaría de mi casa. ¿Cómo sería ahora mi vida?

Había sido criada en un ambiente cálido y un hogar amoroso. Danilo había


sido tan frío y moderado, a excepción de aquella única noche, y la ternura que me
mostró posteriormente había sido inesperada.

Papá abrió la puerta y salió, y al igual que Samuel, primero escaneó


nuestro entorno antes de tenderme su mano. Dudaba que alguien me secuestrara.
Nunca había temido eso. La Camorra no tenía motivos para hacerlo. Tenían lo
que querían, y esperaba que la influencia de Fina sobre su esposo impidiera que
nada suceda.

Puse mis dedos temblorosos en los de papá, y él apretó suavemente,


dándome una de sus sonrisas tranquilizadoras.

Con una sonrisa propia, maniobré para salir del asiento trasero.

Samuel asintió rápidamente antes de entrar en la iglesia para darle una


señal a la pequeña orquesta.

Respiré hondo y le di a papá un asentimiento tembloroso.

Para el momento en que entramos a la iglesia, mi piel se ruborizó por el


calor y mi pulso se aceleró. Todos se pusieron de pie, sus ojos dirigidos hacia mí.
Cientos de invitados, la mayoría de los cuales apenas conocía, algunos ni siquiera
por su nombre. Ahora me habría gustado conservar el velo. Me habría protegido
de su escrutinio y ocultado mis propios nervios a la audiencia.

Acompañados por violines y un piano, papá y yo caminamos lentamente


hacia el frente donde Danilo estaba esperando. Las bancas estaban decoradas
principalmente en blanco, pero a diferencia de mi ramo, los pequeños arreglos
florales tenían rosas de color rosa oscuro anexada para agregar una pizca de
color.

Danilo se veía mejor que en cualquiera de mis fantasías de boda. Era alto
y estaba en forma, su traje oscuro acentuando su complexión musculosa y,
transmitiendo poder y sofisticación. Llevaba una corbata plateada, muy
apropiada para su personalidad fría. Sus ojos castaños nunca se apartaron de mí,
pero su expresión era imposible de leer. No detecté ni una pizca de nervios o
emoción. Estaba sereno y controlado, como si fuera un deber y nada pudiera
acelerar su pulso. Deseé poder ser como él, pero incluso ahora, anhelaba un
vínculo impulsado por el amor y el afecto, un vínculo que fuera más profundo
que simples tácticas políticas.

Cuando Sofia había ocupado el lugar de su hermana hace más de seis


años, la consideré el premio de consolación. Había sido una niña. No había sido
capaz de verla como algo más que la niña tierna que me seguía como un
cachorrito perdido.

Había sido una idea tardía. Mis pensamientos habían girado en torno a
Serafina, todo lo que me habían quitado, lo que perdí. No podía conseguir ver
más allá de ese golpe a mi orgullo, aún batallaba contra la furia casi incontrolable
cuando pensaba en Remo Falcone, y dado que huyó con él, también en Serafina.

No quería a Serafina, no a la mujer que resultó ser: tal vez la chica que
había deseado y anhelado poseer nunca había existido en primer lugar. Era un
producto de mis fantasías, algo que construí para hacer mi posesión de ella un
triunfo aún más grande. Había sido joven. Disfruté de la envidia de lo que otros
hombres habían deseado para sí. Su lástima y el mal ajeno después de mi
humillación en manos de Remo solo habían alimentado mi ira y el hambre de
venganza… y mi necesidad insaciable de demostrar mi valía.

Hoy me consideraba una persona diferente. Aún era demasiado orgulloso,


aún estaba hambriento por venganza, pero no era devastadora. Había sido una
lucha larga, una contra la que aún estaba batallando, pero la fiesta de hace cinco
meses solo me había estimulado.
Al comienzo y con el paso de los años, había comparado a Sofia con su
hermana.

Había buscado similitudes, pistas de que nuestra unión también estaba


condenada.

Casarse con otra mujer Mione había parecido tentar al destino.

Mientras contemplaba a mi joven esposa avanzando hacia mí, me di


cuenta que tenía poco de su hermana, y me sentí aliviado. Serafina y mi obsesión
por ella casi me hizo caer de rodillas. Sofia no era su hermana. Era menos
recatada, menos controlada y llevaba sus emociones abiertamente. Había
considerado esos rasgos inconvenientes, ahora me daba cuenta que no lo eran.

Cuando Pietro finalmente me entregó a Sofia, su palma se sintió fría y


sudorosa en la mía. Me miró a los ojos brevemente y luego apartó la vista
rápidamente, sus mejillas enrojeciendo. La forma en que sus dedos no se cerraron
alrededor de los míos y la forma en que se alejó lo más mínimo dejó claro que
aún no había superado su aversión a mi cercanía.

Desde nuestro encuentro en la fiesta, Sofia me había evitado y siempre


que nos encontrábamos, había estado nerviosa y distante. No tenía ninguna razón
para avergonzarse y ciertamente no tenía que temerme. Su juventud e
inexperiencia excusaban su comportamiento tonto. Yo solo tenía mi ira como
explicación, y no era una muy buena.

Me permití acoger a Sofia, verla por lo que era: una joven hermosa. No un
premio de consolación, ni hermana de Serafina.

Y maldita sea, Sofia era impresionante. Me alegré que dejara de teñirse su


cabello de rubio. Su cabello castaño contrastaba maravillosamente con su piel
clara y sus ojos azul celeste.

Tenía algunas suaves pecas superficiales que nunca antes había notado,
probablemente debido a que el maquillaje las había cubierto, lo cual era una
lástima, ya que añadían más encanto a Sofia. Su vestido no era pomposo como
había pensado. Optó por una pieza elegante, piezas fluidas que su acentuaban su
figura casi élfica. Tuve problemas para apartar mis ojos de ella cuando el
sacerdote comenzó su discurso. Sus palabras teniendo poco significado para mí,
pero con cientos de ojos en mí, tuve que fingir.

Sollozos provinieron de los bancos. Quizás mamá. Ines solía ser más
controlada, incluso si su máscara inmaculada tenía una grieta desde el secuestro
de Serafina. Dejé el pensamiento a un lado. Hoy, el pasado permanecería
dormido.

Después que el sacerdote nos declarara marido y mujer, Sofia se puso


rígida. Era el momento del beso. Desde esa noche, mis sueños se habían visto
inundados con Sofia. Besar había sido solo una pequeña parte de mis fantasías.
Al ver la reacción de Sofia a mi cercanía, supe que nuestros encuentros sexuales
tomarían un giro muy diferente de mis sueños: al menos hasta que le pudiera
demostrar lo bien que podría hacerla sentir. En el pasado, no había sido un
amante egoísta, pero mis aventuras de una noche con las rubias apenas habían
tratado del placer y más de ventilar mi cólera. Por supuesto, Sofia no sabía eso.
Solo podía imaginar cómo se imaginaba que sería nuestra vida sexual. Aunque
me gustaba dominar y era un amante exigente, lo que Sofia había atestiguado
definitivamente no era lo que había planeado para ella.

Girándome totalmente hacia ella, tomé la iniciativa y acuné sus mejillas.


Se encontró con mis ojos, y esperé que pudiera ver que de ahora en adelante,
haría lo posible para hacerla olvidar nuestro encuentro doloroso y todas mis otras
cagadas. Cerró sus ojos cuando me incliné y presioné mis labios contra los suyos.
Este debería haber sido nuestro primer momento íntimo, la primera experiencia
de Sofia. Tal vez un día solo recordaría lo bueno.

Cuando me aparté, sus mejillas estaban rojas, pero aún estaba tensa. Sus
ojos se abrieron muy despacio, de un hermoso azul y descuidadamente
esperanzados. Esa era la mirada del pasado… antes de que aplastara su inocencia
en polvo. Como si fuera una señal, su expresión se tornó cautelosa. Miró hacia
otro lado y solté su rostro, tomando su mano en su lugar. Los aplausos estallaron
entre nuestros invitados, y pronto todos estaban de pie, esperando vernos salir.

Con la mano de Sofia en la mía y la conduje por el pasillo y fuera de la


iglesia donde el personal con champán y canapés nos estaban esperando.

—¿Estás bien? —murmuré antes de que los primeros invitados pudieran


rodearnos.

Sofia aceptó la copa de champán que le ofrecí y tomó un sorbo.

—Por supuesto.

Dante, Valentina y sus hijos aparecieron ante nosotros, acortando nuestro


momento. Seguido de cerca por una hora de palabras de felicitaciones antes de
que finalmente pudiéramos dirigirnos al hotel para las festividades.
Tomamos una limusina, lo que nos dio otro momento de intimidad antes
de la fiesta. La barrera entre el conductor y nosotros se alzó, de modo que no
sería capaz de oírnos.

—¿Te gusta tu anillo de bodas? —pregunté, pasando mi pulgar sobre su


dedo. Había elegido anillos que tuvieran un efecto ombre, cambiando
gradualmente de oro blanco a oro rosa. Mi anillo era simple, el oro blanco más
prominente, pero el oro rosa dominaba el anillo de Sofia. Un lado estaba forrado
con pequeños diamantes. Se suponía que simbolizaba nuestras personalidades
diferentes, la mía fría y controlada, la de ella cálida y esperanzada, uniéndose con
este matrimonio. Había planeado decirle durante el viaje en auto, pero ahora no
podía ni explicar la intención emocional detrás de los anillos.

—Es hermoso. Nunca he visto una progresión de colores de esta forma.

Guardó silencio y una vez más me quedé sin saber qué decir. En el
pasado, Sofia había intentado entablar conversaciones conmigo, pero su silencio
repentino me tomó desprevenido. Por lo general, yo solo hablaba de negocios
con las personas. Emma era la única que me involucraba en otros temas, pero
luego era ella quien dirigía la conversación. No era que no tuviera otros intereses,
pero les daba poco espacio junto al trabajo. Y con Sofía, no sabía lo suficiente
para siquiera escoger un tema.

—¿Elegiste las flores? —pregunté eventualmente, y podría haberme


disparado. Lo único que faltaba era una charla sobre el clima.

Las cejas de Sofia se fruncieron.

—La combinación de colores, sí, pero Anna y mi madre se encargaron de


los arreglos.

—Anna y tú aún son muy unidas.

Sofia me dio una mirada dura.

—¿Por qué no lo seríamos?

—Fue la razón por la que estuviste en la fiesta.

Sofia soltó una risa incrédula, apartando su mano de la mía bruscamente.

—Quería estar en la fiesta para ver con mis propios ojos cómo cazabas a
las rubias. Si hubiera dejado de tener contacto con alguien después de esa noche,
habrías sido tú —espetó, cerrando los labios rápidamente.

—Supongo que me lo merezco —murmuré.


Sofia se volvió hacia la ventana.

Si supiera por qué perseguía a esas chicas, tal vez no lo tomaría como algo
personal, pero no me sentía cómodo compartiendo mi mayor debilidad con ella.

Era el momento de nuestro primer baile. Sofia había desempeñado su


papel hasta ahora. Nadie habría adivinado que no era la novia feliz que
interpretaba tan hábilmente. Sin embargo, capté un destello ocasional de
frustración en sus ojos. Probablemente porque estuvieron dirigidos a mí. Como
de costumbre, mi orgullo me impidió ofrecer una disculpa. En su lugar, pretendí
que no noté su mal humor.

Todos se reunieron a nuestro alrededor, esperando nuestro baile. Me paré


y le tendí la mano a Sofia para que la tomase. Con una sonrisa elegante, me dejó
ponerla de pie y llevarla a la pista de baile. Sus dedos se sintieron un poco rígidos
en los míos y los reflejos de sus nervios aparecieron en su rostro. Tiré de Sofia en
mis brazos, mi palma en su espalda baja. No se relajó en mi agarre, pero siguió
mi ejemplo fácilmente.

—¿Te estás divirtiendo al menos un poco?

Sofia me miró con sorpresa, sus pasos vacilando por un momento, pero
entonces siguió adelante nuevamente.

—Sí, lo hago —respondió de inmediato. Fue educado y distante. Esta no


era la chica que recordaba de los encuentros anteriores.

Asentí.

—¿Estás enojada? —Tenía problemas para analizar su estado de ánimo.

La ira era parte de ello, pero había más. Se sentía incómoda conmigo, y
solo podía atribuírselo a los nervios debido a nuestro encuentro desafortunado en
la fiesta pero ahora no estaba seguro.

—¿Por qué lo estaría? —preguntó, pero su postura se había vuelto aún


más tensa.

—Por lo que pasó en la fiesta.


Sus mejillas se tiñeron de rojo y frunció el ceño hacia mi pecho antes de
que su rostro se suavizara en su sonrisa agradable una vez más.

—No sabías que eras yo.

Su tono y ojos traicionaron sus palabras falsas. Si quería engañarme,


tendría que practicar más.

—Eso es cierto, pero eso no significa que no me culpas.

Un indicio de frustración cruzó por su rostro.

—¿Debería culparte?

Su voz dejó en claro que lo decía como una pregunta retórica. No estaba
acostumbrado a justificarme, de modo que la ira asomó su lado oscuro.

—No se suponía que estuvieras en una fiesta, Sofia. Aún no estábamos


casados, así que seguía en todo mi derecho hacer lo que quisiera. —Nuestra
conversación estaba tomando el rumbo equivocado. Después de todo, me había
sentido culpable posterior a eso, pero ahora que me confrontaba con ello,
simplemente no podía admitir mi culpa. Era tan jodidamente orgulloso que
quería patearme.

—Muchos hombres continúan haciendo lo que les place. Los hombres


siempre hacen lo que les place, sin importar el daño que hagan.

Era lo más desafiante que hubiera escuchado alguna vez de Sofia. Me


alegraba ver que tenía algo de coraje. Me había preocupado que su juventud la
hiciera lo suficientemente frágil como para nunca enfrentarme. Si mostraba una
pizca de descaro el día de nuestra boda, era prometedor.

—Ciertamente, no haré lo que me plazca ahora que estamos casados. —


Casi añadí que había dejado de estar con otras mujeres desde la fiesta, pero mi
maldito orgullo mantuvo las palabras a raya.

Se sentía como una debilidad admitirlo en voz alta.

—Supongo que eso es bueno.

No tuve la oportunidad de una respuesta porque nuestra canción terminó,


y fue mi turno para bailar con Ines. Como de costumbre, su apariencia me dio
una extraña sensación de un déjà vu prematuro, como si reflejara el futuro que
podría haber sido. Era como una versión más madura de Serafina. Si las cosas no
hubieran tomado el camino que tomaron, esa podría haber sido mi realidad
dentro de veinte años. A diferencia de los años anteriores, no sentí una punzada
con ese pensamiento. Mis ojos siguieron a Sofia a medida que bailaba con Dante,
ya que no podría bailar con mi padre. Me alegraba de tener a Sofia a mi lado,
incluso si temía que nuestras primeras semanas serían un desafío.

—No puedes quitar los ojos de ella, ¿verdad? —preguntó Ines con una
sonrisa satisfecha mientras seguía mi mirada hacia su hija.

Tenía razón. Me estaba costando apartar mis ojos de ella. Era


impresionante, y ahora era mía. Ahora era irrelevante lo que había sido antes.

No podía negar que la deseaba. Era como si se hubiera activado un


interruptor, especialmente cuando ya tenía todo el derecho a reclamarla. Dado
nuestro último encuentro, asumía que Sofia no estaba tan entusiasta con
compartir la cama conmigo esta noche, pero me tomaría mi tiempo dándole
placer para aliviar sus preocupaciones.

Mis pensamientos se descarrilaron cuando mis ojos pasaron a Emma. Se


sentaba en nuestra mesa, observando la pista de baile. Ponía su expresión más
valiente, una expresión con la que estaba demasiado familiarizado. Una vez más,
se sentaba al margen de la vida, obligada a verla pasar. Me cabreó y me hizo
sentir culpable nuevamente. Samuel bailaba con Valentina y Emma los seguía
con nostalgia.

—¿Quieres ir con ella? —preguntó Ines en voz baja.

—Cuando la canción haya terminado.

Al momento en que sonó el último acorde, me excusé de la pista de baile.


Por el rabillo del ojo, vi a Samuel bailando con Anna. Sentí la necesidad
irrazonable de cruzar la pista de baile y golpear su estúpida cara.

Su trabajo era cuidar de mi hermana. Maldita sea, era su prometida, y en


solo dos semanas sería su esposa. En cambio, se estaba divirtiendo mientras
Emma sufría en silencio detrás de su máscara pública. Era una mujer tan
hermosa, pero lo único que veían era la silla de ruedas. Me enfureció
irracionalmente.

Me detuve frente a Emma, intentando ocultarle mi ira. Por lo general, solo


la avergonzaba.

—Sofia y tú fueron una pareja tan impresionante en la pista de baile —


dijo.

—¿Por qué estás aquí sola? —pregunté en un tono que apenas disimuló
mis emociones. Mamá estaba bailando con uno de los Capitanes y parecía
divertirse inmensamente. No es que no quisiera que fuese feliz; había sufrido
bastante después de la muerte de papá, pero se suponía que debía mantener un
ojo en Emma.

Emma frunció el ceño.

—Me gusta ver, y no quiero que las personas se sientan obligadas a estar
conmigo.

Solté un sonido despectivo. Luego extendí mi mano.

—¿Bailarás conmigo?

Emma pareció casi herida cuando le pregunté.

—Danilo…

—Siempre te ha gustado bailar.

—Así era, cuando tenía piernas capaces de bailar —siseó.

Me incliné y deslicé un brazo debajo de sus piernas mientras el otro


sostenía su espalda antes de alzarla de su silla de ruedas. Sus ojos se abrieron por
completo.

—¿Qué estás haciendo? —Sus ojos escanearon la multitud: todo el mundo


estaba observando. No me importó. Si uno de ellos decía siquiera una sola
palabra, haría de esta una boda sangrienta.

—Es mi boda, y quiero un baile con mi hermana —respondí con firmeza a


medida que la sostenía contra mi pecho. Sus brazos finalmente rodearon mi
cuello y me dio una mirada que sugirió que estaba delirando.

—No puedes cargarme a través de un baile. Soy demasiado pesada.

La cargué hacia la pista de baile y la gente nos hizo espacio ya que


necesitábamos un espacio más grande para bailar debido a la forma en que
sostenía a Emma.

—¿Estás sugiriendo que no soy lo suficientemente fuerte?

Emma sonrió gentilmente.

—Eres el hombre más fuerte que conozco.


Comencé a bailar al son de la música con Emma en mis brazos, ignorando
las miradas curiosas, pero frunciendo el ceño a quienes se atrevieron a mirar mi
hermana con lástima.

Ella no quería su lástima. Pronto, Emma se estaba riendo a medida que


girábamos con la música. Cuando el baile terminó, y la llevé de vuelta a su silla
de ruedas, no me soltó de inmediato, sino que se aferró a mi cuello durante unos
segundos.

—Muchas gracias. Eres el mejor hermano que jamás podría desear.

Besé su sien y luego me enderecé.

Sofia se acercó a nosotros. Por primera vez desde la fiesta, me miró como
me había mirado en el pasado, como si fuera un hombre más allá de sus pecados.
No había sido mi intención, pero verlo me hizo esperar que Sofia olvidaría lo que
había sucedido. Por supuesto, era hipócrita de mi parte esperar que dejara el
pasado atrás tan rápido cuando aún me aferraba a él. Alcanzó mi hombro
ligeramente, un elogio silencioso.

—Su baile fue precioso —dijo ante la vergüenza obvia de Emma. Luego
se hundió junto a Emma con un suspiro audible y se quitó sus tacones altos.

—Ahora tienes que bailar con mamá —me recordó Emma. Mi


organizadora personal. De hecho, mamá se estaba dirigiendo hacia mí, decidida a
seguir la etiqueta. Sin embargo, estaba reacio a dejar a Emma.

—¿Está bien si me siento contigo por un rato? —preguntó Sofia a Emma,


quien se mordió el labio.

—Deberías bailar. No tienes que pasar tiempo conmigo. Está bien. No me


importa observar.

Sofia se acercó a Emma y comenzó a masajear sus pies.

—Para ser honesta, mis pies necesitan descansar. Mis tacones altos me
están matando.

La sonrisa de Emma se iluminó.

Podría haber besado a Sofia. Su amabilidad era impresionante y hacía que


mis propios actos egoístas del pasado fueran aún más despreciables.

Después de algunos bailes más, logré escapar de la pista de baile y fui en


busca de Samuel. Lo encontré en el patio del hotel, escribiendo en su teléfono. Se
tensó y alzó la vista cuando me acerqué.
—Tenemos que hablar —murmuré, mi voz tajante.

Una de sus cejas se arqueó de esa manera molesta que tenía. Su teléfono
celular brilló con un mensaje. No vi las palabras, pero alcancé a vislumbrar los
emojis de besos. Me detuve justo frente a su cara.

—Espero que esto no sea lo que creo que es.

Me miró entrecerrando sus ojos y deslizó su teléfono en su bolsillo.

—¿Qué tal si te metes en tus propios malditos asuntos, Danilo?

—Vas a casarte con mi hermana en dos semanas. No permitiré que le


faltes el respeto al jugar con otras mujeres, ¿entendido?

Resopló.

—Me importa un carajo lo que quieras. Aún no estoy casado con tu


hermana, de modo que lo que hago en las próximas dos semanas es mi puto
problema. Y si mal no recuerdo, te follaste a bastantes rubias de una manera
eficaz para captar la atención pública a lo largo de los años. ¿Cómo llamas a eso,
si no es faltarle el respeto a Sofia?

Tenía razón, pero no lo admitiría.

—Eso fue hace mucho tiempo atrás antes de la boda, por no mencionar
que no tenía ninguna intención de que llegara a la prensa.

—Al menos mantengo mis jodidos asuntos en privado —espetó Samuel.

Ignoré su comentario.

—¿Y en qué carajo estabas pensando al dejar que Emma se siente sola
mientras todos estaban bailando? Como tu prometida, es tu deber hacerle
compañía. Se dará cuenta que no la quieres si sigues así.

—Me acerqué a ella y le pregunté si quería mi compañía, pero me dijo que


fuera a bailar. Y tal vez deberías concentrarte en asegurarte que Sofia esté feliz.
Es tu esposa, y hasta el momento, has sido un novio de mierda. No tengo muchas
esperanzas de tus habilidades como esposo. Fue jodidamente vergonzoso cómo
seguiste persiguiendo a las rubias como un maldito gatito que no puede superar
ser abandonado.

Clavé mi codo contra su garganta.


—Tal vez solo me gusta follar rubias, Samuel. No soy el que ha estado
deprimido por años porque mi hermana eligió al enemigo y no a su supuesta
alma gemela fraternal.

Samuel me empujó hacia atrás, y pronto empezamos a forcejear.

—¿Qué están haciendo? —La voz horrorizada de Sofia nos hizo


separarnos de inmediato.

Aclaré mi garganta y me arreglé el traje y la corbata. Samuel hizo lo


mismo, pero no sin enviarme una mirada de muerte. Como si eso tuviera algún
efecto en mí.

—¿Por qué están peleando como un par de niños de cinco años? —


preguntó Sofia, interponiéndose entre nosotros como si estuviera preocupada de
que pudiéramos arrancarnos la garganta nuevamente entre sí si no lo hacía.

—Solo tuvimos una pequeña disputa. Nada de qué preocuparse —le dije.

Sacudió su cabeza y miró a Samuel.

—Tal vez deberías ir con Emma. —Su voz sonó severa, y para mi
sorpresa, Samuel se fue sin decir nada más.

Sofia se volvió hacia mí. Ahora que estábamos solos, parte de su


confianza se desvaneció. Definitivamente estaba nerviosa por estar sola conmigo.

—Esto no debería haber sucedido en nuestra boda —dije a modo de


disculpa.

—Tienes razón. Hay bastantes “no debería haber sucedido” en nuestro


pasado. Quizás deberíamos intentar minimizarlos.

—Las cosas nunca son tan simples como podrías pensar. El mundo no es
en blanco y negro.

Resopló.

—Sé cómo es el mundo, no te preocupes. Ya no soy la ingenua de once


años.

—Remo destruyó más de una vida.

—Quizás Remo comenzó el proceso derribando mi visión inocente del


mundo, pero tú terminaste el trabajo hace cinco meses. —Sus labios formaron
una línea delgada tan pronto como las palabras salieron, sus ojos abriéndose por
completo.
Me quedé helado. No podía creer que me estaba comparando a ese
hombre. Me acerqué mucho más a ella hasta que tuvo que inclinar la cabeza
hacia atrás.

—No me compares con ese monstruo. No soy para nada como él.

—No sé quién eres —susurró—. Pensé que lo sabía, pero esa noche vi un
lado de ti que desearía que no existiera.

—Nunca fue mi intención hacerte daño. Si hubiera sabido que eras tú


debajo de esa peluca, jamás te habría puesto una mano encima.

—Lo sé —dijo con amargura—. Si hubieras sabido que era yo, me habrías
ignorado como lo has hecho todos estos años.

Negué con la cabeza.

—Eras una niña.

—No era Serafina.

Mi pulso se disparó como siempre lo hacía cuando escuchaba ese nombre


y la ola de furia familiar se apoderó de mí. Sentí el impulso casi irresistible de
empujar a Sofia contra la pared y besarla, luego deslizar mi mano por debajo de
su maldita falda y salirme con la mía.

Anna apareció en la puerta, echando un vistazo entre Sofia y yo.

—Sofia, ¿puedo hablar contigo?

Me aparté de mi esposa, metiendo mis manos en mis bolsillos.

Anna me lanzó una mirada curiosa.

Sofia asintió casi aturdida. Con un destello de inquietud reflejado en su


rostro: una mirada que provoqué. Mierda. Tenía que controlarme alrededor de
ella. Ya una vez la había cagado magistralmente. Tenía que controlarme y ser el
caballero que Sofia esperaba.

Desapareció con Anna sin decir una palabra más. No se necesitaba ser un
genio para saber que las chicas estarían hablando de mí.

Por supuesto, Pietro me interceptó en mi camino de regreso a la fiesta.

—¿Puedo hablar contigo? —Hubo un filo en su voz.


No estaba de humor para un sermón de padre preocupado, pero ofender a
mi suegro el día de mi boda tampoco estaba en mi agenda, de modo que lo seguí
de vuelta hasta el patio. Sacó dos puros y me tendió uno.

—Cubanos. Lo mejor que puedes conseguir. Uno no va a matarte.

Acepté el puro. Pietro sacó su cuchillo y cortó la punta de su puro y luego


el mío. Reprimí un bufido ante este gesto. Tenía el presentimiento de que sacar
su cuchillo debía enviar una advertencia silenciosa. Fumamos nuestros puros en
silencio durante un par de minutos antes de que Pietro finalmente fuera al grano.

—No pude proteger a una de mis hijas, pero estoy decidido a proteger a
Sofia. —No pasé por alto la forma en que evitó decir le nombre de Serafina.

—Sofia es mi esposa, y puedo asegurarte que voy a protegerla, y si te


preocupas de tener que protegerla de mí, juro que no tienes que hacerlo. ¿Te he
dado alguna vez una razón para dudar de mí?

Pietro negó lentamente. Me pregunté cómo habría ido esta conversación si


hubiera admitido el incidente de la fiesta. Tenía el presentimiento de que a Pietro
le habría costado mucho no usar su cuchillo contra mí.

—Samuel mencionó algunas preocupaciones con respecto a tu conducta


con otras mujeres en el pasado.

Lo mataría.

—Hay una gran diferencia entre esas mujeres y mi esposa. Sin mencionar
que esas mujeres estuvieron dispuestas, de modo que incluso con ellas, no tengo
nada de qué sentirme culpable.

Pietro suspiró y dio otra calada profunda a su puro.

—Sofia está absolutamente enamorada de ti. Eso es un consuelo.


Simplemente, no lo arruines.

Un poco tarde para esa advertencia.

Asentí.
H
abía estado allí otra vez. Esa mirada depredadora en los ojos de
Danilo. Esta vez había estado dirigida a mí, pero ¿en serio era la
fuente de su pasión? Después de todo, se había convertido en
esta versión desquiciada de sí mismo al momento en que mencioné a Serafina,
como si solo su nombre pudiera evocar emociones en él que yo no podía. Los
dedos de Anna sujetaron mi muñeca a medida que me arrastraba hacia los baños.
Una vez que estuvimos adentro y solas, se volvió hacia mí con una mirada
preocupada.

—¿Qué estaba pasando?

—Nuestra primera discusión como pareja casada —respondí con un


pequeño encogimiento de hombros, intentando restarle importancia.

—Parecía cabreado, y tú parecías asustada.

—No es nada. Solo por un momento, me recordó esa noche.

La puerta se abrió y dos chicas con las que era pariente lejana entraron
riendo. Anna y yo fingimos volver a aplicar nuestro maquillaje. Las chicas nos
dieron sonrisas tímidas, luego se apresuraron a salir rápidamente después de
haber ido al baño. Anna tenía a menudo ese efecto en las personas.

Apoyó su cadera contra el lavabo y me dio esa mirada maternal que podía
adoptar.

—¿Tengo que preocuparme esta noche por ti?

Puse mis ojos en blanco.

—Danilo es mi esposo. A menos que mencione a Fina, no haré que su


ritmo cardíaco se dispare, o cualquier otra cosa, no te preocupes.

Anna entrecerró sus ojos en contemplación.


—Eso es lo que me preocupaba. Escucha, Sofia, sé que esperabas fuegos
artificiales entre Danilo y tú al momento en que se casaran, pero los matrimonios
arreglados no son así. Requiere trabajo. Es bueno que Danilo te trate con respeto
porque eso es lo que debería hacer un esposo.

—Me gusta que me trate con respeto, pero tiene que ser tan…
¿desapegado? Es como si ni siquiera es difícil para él ser un caballero, porque no
tiene ningún pensamiento indecente conmigo.

—La forma en que te estaba mirando fue cualquier cosa menos decente —
dijo Anna con una carcajada.

—Sí, porque mencioné a Fina.

—Quizás deberías dejar de mencionarla.

Tenía razón. Era como un disco rayado cuando se trataba de mi hermana.

—Lo sé.

Anna echó un vistazo a su reloj.

—Son casi las nueve. Pronto traerán el pastel de bodas. No puedes


perdértelo.

Regresamos a la fiesta. Mamá captó mi atención al segundo en que entré,


preocupada obviamente. Nos habíamos ido por un tiempo. Se inclinó cerca
cuando llegué a nuestra mesa.

—¿Está pasando algo?

Sonreí.

—No, Anna y yo solo estábamos charlando.

Una mirada de complicidad pasó por el rostro de mamá. Probablemente


pensaba que Anna y yo habíamos estado hablando de mi noche de bodas, lo cual
era la verdad técnicamente.

—Estoy segura que Valentina también tendría una charla contigo.


Después de todo, ya está casada.

Negué con la cabeza rápidamente. Una charla de sexo con mi tía era lo
último que necesitaba. Afortunadamente, las luces se atenuaron. Y Danilo se
dirigió hacia mí. No me había fijado antes en él. Extendió su mano, esa sonrisa
cortés suya de vuelta en su lugar. Puse mis dedos en los suyos y cerró su mano
alrededor de ellos suavemente.
Se sintió bien tomarlo de la mano. Siempre lo había sido. Seguí mirándolo
a medida que nos dirigíamos al centro de la habitación donde se presentaría el
pastel. Los aplausos resonaron cuando algunos camareros se acercaron a la mesa
con el pastel de bodas de cuatro niveles. En la parte superior había dos figuritas
pequeñas, una novia de cabello castaño y su novio.

Danilo y yo cortamos el pastel, después nos dimos de comer un trozo. La


crema de chocolate se derritió en mi lengua. Este era el último punto programado
en nuestra boda. Después de eso, éramos libres de retirarnos para consumar el
matrimonio.

Mi vientre se hundió con los nervios. Danilo debió haber visto algo porque
se inclinó para susurrarme al oído.

—No tenía intención asustarte.

—No lo hiciste —respondí rápidamente. Demasiado rápido.

Se enderezó porque nuestros invitados se habían reunido alrededor de la


mesa de modo que pudiéramos servirles pastel. Luego de quince minutos, los
camareros tomaron el relevo y volvimos a nuestra mesa. Nuestra familia estaba
comiendo pastel y charlando, luciendo relajada y feliz. Incluso papá y Samuel
habían perdido su actitud vigilante. El alcohol probablemente explicaba eso.

Nos sentamos y Danilo se involucró fácilmente en la conversación, pero


mi mente estaba muy lejos. Jugueteé con mi pastel y salté cuando Danilo tocó mi
espalda.

—¿Qué tal si nos retiramos? Te ves cansada.

Estaba exhausta, pero la adrenalina corrió por mis venas con sus palabras.

Aun así, asentí con una sonrisa pequeña. Era ridículo posponer lo
inevitable.

Danilo se volvió hacia nuestra familia.

—Si nos disculpan, nos gustaría retirarnos.

Papá y Samuel se levantaron de inmediato y la mirada que le enviaron a


Danilo hizo que mis mejillas se ruboricen de calor. Sin embargo, Danilo ignoró
sus intentos de matarlo con los ojos. Mamá me abrazó vergonzosamente largo
como si no nos fuéramos a ver nuevamente en la mañana.

Anna captó mi atención. Le di una sonrisa firme.


Danilo rozó mi espalda y me llevó lejos de nuestros invitados. El resto de
la sala ya se había puesto al día con nuestra partida y formó un túnel y aplaudió
mientras nos conducían a la salida. Algunos de los hombres guiñaron un ojo a
Danilo o le medio susurraron algo que por suerte no capté.

Me sentí aliviada cuando estuvimos fuera del salón de baile y en el pasillo


silencioso. Danilo me llevó al garaje subterráneo donde había estacionado su
auto. No pasaríamos la noche en la suite del hotel, incluso aunque la habíamos
reservado. En lugar de eso, conduciríamos hasta la mansión Mancini, mi futuro
hogar.

Danilo me disparó una mirada de vez en cuando, pero mantuvo sus ojos
hacia adelante, intentando parecer compuesto y recatado, intentando ser todo lo
que yo no era. Mantuvo la puerta abierta para mí y me deslicé en el asiento. Me
tomó un par de minutos agrupar mi falda alrededor de mí, luego Danilo cerró la
puerta y se sentó detrás del volante.

Cuando puso en marcha el motor, empezó a sonar música. No era nada


con lo que estuviera familiarizada. Era más una especie de oyente de la música
Top 100, pero esto parecía una pieza más vieja.

—¿Quieres que lo apague? —preguntó Danilo mientras se alejaba del


hotel. Algunos invitados, mi familia y Anna entre ellos, nos despidieron. Les
devolví la despedida con una sonrisa. Anna me dio un pulgar en alto, lo que
provocó una sonrisa real de mi parte.

Tenía razón. Esta noche, estaba bajo mi control. No tenía que aceptar nada
que el destino tuviera reservado para mí como una damisela en apuros. En
realidad, había estado deseando estar con Danilo. No dejaría que el debacle de la
fiesta me arruinara esto.

—¿Sofia? —La voz de Danilo sonó preocupada a medida que me lanzaba


un vistazo antes de dirigir su atención de vuelta al tráfico.

—No, me gusta escuchar música —dije, contenta por la profunda voz


masculina que resonaba en los parlantes y llenaba el auto. Sin ella, Danilo y yo
habríamos tenido que hablar, y no estaba en un estado apropiado para aportar la
mitad de una charla interesante.

Danilo asintió.

La música tenía un aire melancólico, casi lúgubre. No es la música que


habría elegido para el día de mi boda, pero tal vez reflejaba los sentimientos de
Danilo.
—¿Quién es? —pregunté finalmente, más para distraerme de mis
pensamientos angustiados que cualquier otra cosa.

—Depeche Mode.

Asentí como si estuviera familiarizada con la banda, pero de hecho nunca


había escuchado de ellos, y a juzgar por las dos canciones que oí, no era el tipo
de música que escucharía por elección.

—Suenan deprimidos. —Para el momento en que las palabras salieron de


mi boca, pude haberme pateado. No quería saber por qué Danilo escuchaba este
tipo de música.

Lo consideró, como si no lo hubiera notado.

—Nunca lo vi de esa manera.

Después de eso, el silencio se apoderó de nosotros nuevamente y elegí


enfocarme en la calle y no en mi esposo.

Mi esposo. Había esperado tanto tiempo para llamar a Danilo mi esposo, y


ahora la alegría esperada no había venido.

Danilo se detuvo frente a su mansión. Nunca antes había estado allí. Era
una propiedad hermosa de tres pisos con ventanas arqueadas en el segundo piso y
escalones de piedra que llegaban hasta la puerta de madera. Estaba demasiado
oscuro para distinguir el color exacto, pero parecía ser una piedra arenisca clara.

—Esta era la casa de mis abuelos. Es la propiedad original de la familia


Mancini. Mis padres se mudaron a su propia casa cuando se casaron.

Asentí, preguntándome cuántas sirvientas se necesitaban para limpiar esta


casa. Dado el tamaño, suponía que tenía por lo menos cuarenta habitaciones,
probablemente más.

Danilo estacionó en el camino de entrada, salió y me abrió la puerta. Tomé


su mano extendida y dejé que me llevara a la casa. Estaba tranquilo y desierto. El
silencio dio lugar a mi ansiedad, pero intenté ignorarla.

No hablamos mientras Danilo me guiaba por las escaleras de mármol


blanco hacia el dormitorio principal. Me abrió la puerta, siempre un caballero,
indicándome que entrase. Al menos, era un caballero conmigo. Pero recordaba su
otro lado. Su enojado lado desenfrenado. Le di una sonrisa tensa y entré al
dormitorio. La puerta se cerró detrás de mí con un suave clic, y estuvimos solos.
Completamente solos por primera vez desde nuestro horrible encuentro hace
cinco meses.

Entrelacé mis dedos para evitar que temblaran y me tomé mi tiempo para
observar la habitación. El suelo y los muebles estaban hechos de madera oscura,
un diseño muy sobrio. No había nada atractivo en la habitación. Estaba destinado
a fines prácticos, no para comodidad o incluso relajación. Mis ojos se dirigieron a
la cama brevemente, una pieza de madera oscura de tamaño king con un sencillo
lino gris.

El pánico burbujeó dentro de mí.

A pesar de mi atracción por él, temía estar de nuevo con él. Había sido
aterrador durante nuestro último encuentro, y el dolor… el dolor aún estaba
fresco en mi mente. Había estado adolorida durante días. No había sido de la
forma en que lo imaginé que sería: gentil y cariñoso, susurrando palabras de
adoración.

Quizás las primeras veces nunca eran así. Tal vez estaban condenadas a
ser horrible, pero eso no era ningún consuelo.

El silencio aún reinaba entre nosotros, pero esta vez ninguna música
melancólica podría encubrirlo. Mi respiración sonaba fuerte. Me atreví a mirar a
Danilo. Se cernía de pie cerca de la puerta, contemplándome con una pequeña
mueca, como si no estuviera muy seguro de qué hacer conmigo ahora que me
tenía a solas. Tenía las manos metidas en sus bolsillos. Alto y atractivo, un
hombre que tenía experiencia con las mujeres y había gobernado a sus hombres
durante muchos años.

Quizás mi preocupación era infundada. No sentía una gran pasión hacia


mí. El pasado no se repetiría, y de alguna manera eso también me deprimió.
Quería pasión, y no solo la pasión alimentada por la furia de nuestro último
encuentro. Quería besos abrasadores y camisetas rotas, botones volando y bragas
rasgadas.

Danilo se acercó a mí muy despacio, haciendo que apretse mis dedos con
más fuerza. Sus ojos se fijaron en mi cabello.

—Por lo general prefiero tu cabello suelto, pero este estilo en realidad te


queda bien. Te hace ver como una dama.

—Se suponía que me haría ver más sofisticada —dije en voz baja, con la
voz temblorosa.
Danilo asintió lentamente. Sus ojos parecieron ver directamente en mi
cerebro, lo que solo me puso más nerviosa. Se estiró y tomó mi brazo,
acariciando desde mi codo hasta mi hombro por encima de la fina tela de mi
manga. Me puse rígida, aunque el toque se sintió maravilloso, pero mi cuerpo
reprodujo otras imágenes. La verdad era que, no conocía al hombre frente a mí.

No había recuerdos hermosos, y el único recuerdo importante que


compartíamos no era agradable. Lo único que sabía de él era que deseaba a otra
persona, aún probablemente a mi hermana.

Danilo quitó su mano de mi brazo y tomó mi cabeza antes de presionar un


beso suave en mi frente como si fuera una niña pequeña.

—Ha sido un día largo. Cambiémonos, y luego vayamos a dormir.

Danilo no quería tocarme. Porque no me deseaba a mí, no quería reclamar


mi cuerpo, no quería despertar con mi rostro a su lado.

—¿Quieres que me prepare primero?

Casi preferí nuestra primera intimidad dolorosa, cualquier cosa era mejor
que su ignorancia, este sentimiento de ser menos de lo que quería por mucho que
intentara ser suficiente.

Me había jurado que no me importaría, pero me importaba muchísimo.


Quería su deseo, su amor, su pasión. Todo.

Asentí bruscamente y entré al baño, cerrando la puerta detrás de mí. No


reconocía a la chica en el espejo, un hecho que parecía repetirse últimamente.
Una novia en su vestido hermoso con desesperados ojos hastiados.

Siempre pensé que estaría delirando de la felicidad en el día de mi boda.

Incluso en los matrimonios arreglados, el esposo normalmente deseaba a


la esposa y no podía esperar a reclamarla. Pero Danilo ni siquiera me deseaba en
ese sentido, y mucho menos de la forma en que lo quería. Besos abrasadores y
bragas rasgadas… una sonrisa amarga retorció mi boca ante mis fantasías
idiotas.

Una doncella debe haber preparado mi camisón para esta noche. Estaba
doblado cuidadosamente en un pequeño taburete en la esquina junto a la bañera
independiente. Una hermosa pieza de seda sexy con ribete de encaje en rojo. Un
color que me sentaba muy bien, me había asegurado Anna. Me quité el vestido
de novia, dándome cuenta que esto era todo. El día que había estado soñando
desde que era una niña había venido y se había ido, y me sentí horrible. Las
lágrimas se acumularon en mis ojos y corrieron por mis mejillas a medida que
me quitaba las ligas y la ropa interior. Después de una ducha rápida, me puse el
camisón y las bragas de encaje a juego.

Mirándome al espejo, me sentí como un fraude en la prenda sexy. El rojo


era atrevido y seductor, destinado a mostrarle a Danilo lo que ahora tenía. En
cambio, solo me recordó lo mucho que me estaba esforzando. Ni le importaría si
salía desnuda, ¿por qué le importaría si llevaba ropa interior sexy?

Preparándome, regresé al dormitorio. Danilo se había quitado la chaqueta


y revisaba su teléfono. Lo dejó en su mesita de noche cuando me escuchó y miró
en mi dirección. Algo brilló en sus ojos, algo que me dio esperanza, pero
entonces su máscara de caballero desinteresado volvió, y me pregunté si me
había imaginado el brillo anterior.

—¿Por qué no te adelantas e intentas dormir? Me tomaré una ducha larga.


Tardaré un poco.

Me acerqué a él, aún esperanzada. Me dio una sonrisa tensa, sin apenas
mirarme a medida que se dirigía al baño.

Lo había amado inocentemente, plenamente, desesperadamente con mi


estúpido corazón ingenuo.

¿Podría aprender a odiarlo con la misma pasión?

Era una cuestión de supervivencia.

No podía soportarlo. Su falta de interés, cómo evitaba mirarme como si la


simple vista fuera repulsiva, como si no pudiera soportarlo ni un segundo.

—¿No vas a reclamarme antes de que alguien más pueda? Pensé que el
secuestro de Serafina te había enseñado una lección —solté. No podía creer que
esas palabras salieran de mi boca, pero al mismo tiempo se sintió bien liberar un
poco de vapor. Sentía que podía estallar en cualquier momento.

Se giró en la puerta del baño, sus ojos fulgurando con la ira del pasado.

—¿Qué?

—Solo porque estamos casados no significa que otra persona no va a


reclamarme. ¿No quieres marcarte como tuya?

Me sentía casi mareada por la desesperación. No quería una repetición de


lo que había sucedido en la fiesta, pero tampoco quería a este caballero
desapasionado. Quería pasión y amor, ternura y lujuria. Quería a Danilo
plenamente para mí. Quería que olvidara lo que fue y se diera cuenta de lo que
tenía.

Danilo se acercó de nuevo. Sus fosas nasales dilatadas, una vena en su


sien palpitando. Este era su punto débil: Serafina.

—Remo no vaciló y mira lo que consiguió.

Su ira se encendió aún más. Era mejor que su expresión en blanco:


cualquier cosa era mejor que eso. Acortó la distancia entre nosotros con dos
zancadas largas, sujetó mis brazos, y me acercó a él.

El miedo se disparó a través de mí, pero ahora no podía retroceder. No


quería.

Esta ira estaba tan cerca de la pasión que quería. Estaba hambrienta por
más.

—¿No vas a tomar lo que es tuyo? —pregunté, esperando que Danilo no


pudiera escuchar el temblor en mi voz.

Su sonrisa fue dura.

—No mientras me mires así —gruñó.

¿Así cómo?

—¿Acaso no eres un hombre que toma lo que quiere?

Danilo me acercó aún más hasta que nuestros pechos se presionaron el


uno contra el otro. Su corazón estaba martillando aún más fuerte que el mío, y se
sintió bien saber que este hombre controlado podía desquiciarse tan fácilmente
con unas pocas palabras de mi estúpido ser ingenuo. Su agarre fue fuerte pero no
doloroso.

—¿Qué estás haciendo, Sofia?

Su voz estaba empapada de advertencia y sus ojos ardían con su


intensidad. Sentía sus emociones en cada fibra de mi cuerpo, e incluso si no
fueran las emociones que quería, las devoré con avidez. Pero podía ver su ira
menguando, sus dedos aflojando.

—Quizás necesitas que me ponga una peluca rubia como la última vez.
Quizás entonces puedas terminar lo que empezaste en la fiesta.

Su agarre se apretó.
—Follarte contra ese árbol. Cegado por la ira. Eso no es lo que prometí a
tu familia, no es lo que me prometí.

Tragué con fuerza. Lo estaba perdiendo, su furia, su odio apasionado, y no


quería eso. Podía verme emborrachándome con su odio ardiente, podía verme
fingiendo que era lujuria furiosa. Quería algo, cualquier cosa. Quería sentir que
tenía algún tipo de poder sobre él, incluso si era solo sobre su ira.

—Remo tomó lo que quería, y lo consiguió todo. Se rio en tu cara y tú lo


dejaste —espeté.

Danilo no me dejó terminar. Me empujó hacia atrás, y aterricé en la cama,


luego subió sobre mí.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Ser follada con ira? ¿No fue suficiente con la
última vez? ¿Eso es lo que quieres? —Su cuerpo me presionó contra el colchón e
incluso a través de la tela de mi camisón pude sentir su erección creciente—.
¿Eso es lo que quieres? —gruñó. Sus ojos lucían enloquecidos por la ira, pero el
dolor acechaba en sus profundidades. ¿Le estaba doliendo tanto como a mí?

Mi pecho se contrajo con inquietud. Quería hacer el amor y un cuento de


hadas hermoso. Era demasiado mayor para creer en lo segundo, demasiado
realista para esperar lo primero.

Parte de la ira desapareció de su expresión, el arrepentimiento pasando por


su rostro y comenzó a alejarse de mí. Mis uñas se clavaron en el costoso material
de su camisa, deseando que fuera su piel, desesperada por sacarle sangre y darle
parte de mi dolor.

No quería que se apartar. Quería a Danilo. Quería una parte de él.


Cualquier cosa.

—Remo siempre ganará porque toma lo que quiere sin tener en cuenta a
nadie. Tomó a Fina. Su corazón. Su virginidad. Tomó todo.

Danilo se cernió sobre mí, la ira regresando bruscamente a su lugar, su


respiración tornándose más fuerte.

—Sofia, deja de mencionar su nombre.

—¿Por qué? ¿Porque él consiguió lo que tú querías, y ahora te tienes que


conformar con alguien que no quieres? Alguien que ni siquiera deseas tocar,
mucho menos follarte. —La palabra chamuscó mi lengua y tuve que impedirme
hacer una mueca. No era una palabra que hubiera usado antes. Se sintió mal en
mi boca.
Danilo negó con la cabeza, su cuerpo presionándose más fuerte contra mí.

—Tómame antes de que alguien más lo haga —susurré con dureza. Era
ridículo decirlo. Nadie me tocaría, no con las medidas de seguridad de Danilo
con respecto a mí, pero cortó aún más profundo en la herida que el ataque de
Remo había dejado, abriéndola otra vez.

Los labios de Danilo se posaron sobre los míos, pero volví la cabeza, sin
querer un beso cargado de ira. Mi primer beso sería romántico y hermoso,
incluso si eso significaba que nunca sucedería. Respiró contra mi oído
bruscamente.

—No quieres esto.

—¡Sí quiero! No finjas que sabes lo que quiero. Solo cumple con tu deber
y fóllate a tu esposa. Apuesto a que Remo lo está haciendo ahora.

Gruñó y pude ver que su control se estaba rompiendo, su furia estallando.


Dudaba que estuviera dirigida a mí, pero podía fingir que lo era. Se arrancó el
cinturón y los pantalones hasta que se abrieron. No miré, temiendo perder mi
valor si lo hacía. Solo me centré en su rostro, en la hermosa máscara de ira, en el
fuego en sus ojos que casi parecía pasión si no lo miraba demasiado de cerca.

Me di cuenta entonces que, la ira y la pasión eran muy similares. No se


molestó en quitarse su camisa o sus pantalones cuando sus manos se deslizaron
por debajo de mi camisón y tiraron de mis bragas hacia abajo. Hundió su cabeza
más abajo como si quisiera besarme entre mis piernas, pero no quería eso. No
quería ningún tipo de ternura o afecto porque no era real. No como su ira.

Esa era la única emoción honesta que Danilo podía ofrecerme, y la


absorbería como una esponja.

—No —espeté, mi mano disparándose para detenerlo—. Solo hazlo.


Fóllame como Remo se folló a Fina. —Me sentí enferma al pronunciar esas
palabras, pero tuvieron el efecto deseado.

Danilo se empujó hacia atrás, sus ojos ardiendo sobre los míos con una
furia imperturbable mientras se estiraba entre nosotros y se alineaba.

—Vas a lamentar esto, pero no voy a contenerme. Si quieres que te follen,


entonces voy a hacerlo. Si quieres que sea como Remo Falcone, entonces eso es
lo que tendrás. —El nombre escapó como una maldición de sus labios. Mis uñas
se clavaron en los hombros de Danilo, preparándome para lo que vendría,
desafiándolo a que pusiera fin a esto, a nosotros.
Nuestros ojos se clavaron entre sí y la ola de emoción en los suyos me
mantuvo cautiva.

Parecía como si quisiera destruirlo todo. Lleno de ira y dolor. Su cuerpo


parecía de piedra, congelado. Esperé el dolor, deseando ahogarme en su rabia y
pasión alimentada por la furia.

Había luchado por su amor durante años y en su lugar había conseguido su


ira. Había venido rápido y fácil, y esperaba que pudiera encender la mía.
Esperaba que esta noche marcara el punto de inflexión para mí, del amor al odio.

Pero el dolor nunca llegó. Eché un vistazo a Danilo, a la batalla en sus


ojos.

Mi pecho ardía de ira y odio tan fuerte que amenazó con hacerme
implosionar.

Remo. Serafina.

Dos nombres que nunca más quería volver a escuchar. Y mucho menos en
mi noche de bodas.

Mi polla estaba dura. Esto era como las folladas alimentadas por la ira del
pasado, y mi cuerpo reaccionaba como si estuviera en piloto automático.

Las uñas de Sofia se clavaron más profundamente en mi hombro, y dejó


escapar un suspiro tembloroso.

El sonido estalló a través de mi niebla de furia, empujándola a un lado


para dar paso a la realidad. Mi esposa. Mi joven esposa que merecía mucho más
que una follada enojada. No le haría esto.

Sus ojos azules estaban congelados en los míos. Sostenía mi mirada con
una fiereza que me tomó por sorpresa.
Me quedé helado, jadeando. ¿Qué carajo estaba haciendo? Maldita sea.
¿Por qué me empujó a esto? ¿Por qué dejé que mis emociones se apoderen de
mí? Casi me la había follado con ira.

Mi miembro aflojó, superado por la repulsión ante mi propio


comportamiento y la confusión con Sofia. Frunció su ceño, abrió sus labios.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó prácticamente—. Pensé que querías


reclamarme.

Ahora que mi furia ya no estaba dirigiendo el espectáculo, detecté la


inseguridad y el dolor detrás de su tono rencoroso. Saqué las piernas de la cama y
me senté en el borde, lejos de mi esposa. El aroma dulce de Sofia se mezclaba
con mi olor almizclado.

Miré hacia mi pene flácido, recordando cómo había estado cubierto con la
sangre de Sofia después de la fiesta. Entonces me juré que siempre la trataría
bien, y apenas unos segundos antes casi dejé que me volviera loco para
follármela enojado.

—Mierda —murmuré, pasando una mano por mi cabello empapado de


sudor—. Esto no debería haber pasado.

Eché un vistazo a Sofia. Aún estaba acostada de espaldas, con las piernas
abiertas. Su cuerpo llamando al mío como una sirena, su coño invitándome, pero
no quería que nuestras primeras relaciones sexuales fueran así, con Sofia como
un gato herido arañándome con desesperación.

La última vez había sido excusable. No había sabido que era ella. Pensé
que ella lo quería… pero esta noche habría sido absolutamente imperdonable.
Incluso si prácticamente me instó a follármela, a tomarla como un maldito
animal, tenía que controlarme. Al menos hasta que en realidad quisiera este tipo
de sexo. Pero al mirar en su rostro pálido, supe que estaba tan confundida como
yo me sentía, y cualquier cosa que quisiera, no era lo que casi habíamos hecho.

—Sofia —murmuré, intentando formar palabras para darle sentido a la


situación—. Esto… lo que casi pasó. No volverá a pasar otra vez. —No era
suficiente.

La mirada de Sofia se clavó en mí, el dolor y la rabia cruzando su rostro


hermoso.

—¿No vas a acostarte con tu esposa sustituta?


Se arrastró hasta su lado de la cama y sacó las piernas. Sus hombros
estaban rígidos. La alcancé, mis dedos rozando su piel, pero ella se apartó
bruscamente.

—Deberías haber hecho lo que quería.

—No me mientas. No soy ciego. Pude ver en tus ojos que no querías que
nuestra primera vez sea de esta manera.

—¿Primera vez? —preguntó resoplando.

—Eso no cuenta —respondí con firmeza. Maldición, ni siquiera había


entrado totalmente.

Me frunció el ceño, sus ojos luciendo vidriosos.

—No sabes lo que quiero, así que no pretendas que no me reclamaste esta
noche porque mis ojos te dijeron que no quería. Tú no lo querías.

Se puso de pie y desapareció en el baño, con los hombros rígidos y rectos.


Le di espacio, confundido. Era evidente que no quería mi cercanía. Me miré a mí
mismo. ¿Qué diablos estaba pasando? Por lo general, no perdía el control de esta
forma, en especial con una mujer. Me había prometido que me contendría, que le
daría a Sofia todo el tiempo que necesitaba antes que intimáramos. Quería darle
tiempo para que olvidase los eventos de la fiesta. En cambio, estuve a punto de
añadir recuerdos aún peores a los anteriores. ¿Cómo se había salido todo de
control? No entendía el razonamiento de Sofia, no del todo. ¿Por qué me estaba
enojando su forma para lidiar con esto?

Me aflojé la corbata y la arrojé al suelo, seguida de mi camisa, pero cerré


mis pantalones. Sofia no necesita ver ahora mi pene.

La esperé. El sonido del agua corriendo llegó a mis oídos y me acerqué


para determinar su origen. Me relajé cuando me di cuenta que era el lavabo, no la
ducha. Si Sofia hubiera sentido el impulso de ducharse, me habría sentido aún
peor, incluso si no tuvimos sexo. Mi culpa era una presencia abrumadora, pero
debajo de ella hervía a fuego lento en exasperación y frustración pura por mi
incapacidad para comprender a mi joven esposa.

Diez minutos después, Sofia emergió con el mismo camisón rojo sexy,
descalza y sin una pizca de maquillaje. Se veía inocente y joven, pero tan
hermosa y deliciosa. Estaba dividido entre la excitación y la culpa. Con Sofia, la
culpa se había convertido en una compañera demasiado familiar.
Evitó mirar mi estado semidesnudo y trató de pasarme de camino a la
cama, pero la agarré por su muñeca.

—¿Estás bien?

Asintió, pero aun así, no miró en mi dirección.

—Muy bien. Solo cansada.

—Sofia.

—No quiero tu compasión o tu culpabilidad. Quería tu ira y me la diste.


—Tiró del agarre hasta que la solté, y se dirigió hacia la cama. No sabía qué
decir. Quería entenderla. Quería que fuera feliz con este matrimonio, pero en este
momento no estaba seguro que fuese una opción. Había pensado que era el único
atormentado por el secuestro y lo acontecimientos después, pero parecía que
Sofia llevaba su propio equipaje.

Entré al baño, sin saber cómo actuar con mi esposa. No la entendía o sus
motivos. ¿Qué esperaba de mí?

No que la follara enojado.

Había estado con suficientes mujeres para saber que no disfrutaría del
juego rudo. Me había tentado a probarlo, y fallé su prueba.

Cuando volví a la habitación después de una ducha rápida para lavarme el


sudor, Sofia yacía de lado, de cara a la otra pared. Sus hombros esbeltos y cuello
no se movían como lo harían si estuviera llorando. Me ofreció poco consuelo
darme cuenta de eso cuando me tendí a su lado. Se puso tensa, como si temiera lo
que haría ahora, como si pensara que después de todo podría hacerle algo. Ni
siquiera habría intentado dormir con ella si no fuera por su provocación, y sin
duda no intentaría nada ahora que comprendía que Sofia quería otra cosa. Tomé
su brazo y la giré hacia mí, necesitando ver su expresión.

—Sofia, di algo. Necesito entender…

—No hay nada que entender —respondió, encontrando mi mirada


obstinadamente, pero no era muy buena ocultando sus emociones de mí. Podía
ver la confusión y el dolor arremolinándose en sus ojos azules.

—Si no querías tener relaciones sexuales, ¿por qué me pediste follarte?


¿Por qué la provocación?

—Quería que consumaras nuestro matrimonio. Quería sexo. Es obvio que


tú no. Fin de la historia —contestó casi enfadada.
No estaba seguro si disfrutarlo era la palabra adecuada para describir lo
que habría sentido si de hecho me hubiera follado a Sofia. Mi ira había sido
demasiado fuerte, devorándome por dentro.

—Estaba impulsado por la ira. Ahora es cómo se supone que debe ser. Tú
también deberías disfrutarlo. —Se quedó mirando hacia mi pecho
obstinadamente. Tomé su barbilla para empujar su cara hacia la mía, pero solo se
apartó—. No entiendo qué es lo que quieres que haga.

—Nunca quisiste casarte conmigo —dijo en voz baja, con voz temblorosa.

Apretó sus labios.

Fruncí el ceño.

—Elegí casarme contigo.

—Por propósitos tácticos.

—Los matrimonios arreglados son estándar en nuestro mundo, lo sabes.


Casi todo el mundo se casa por motivos políticos.

—Pero querías a mi hermana por más que propósitos tácticos.

La frustración irrumpió en mi pecho. Estaba harto de escuchar ese


nombre, cansado de todo a lo que estaba vinculado, pero empujé mi ira hacia
abajo. Ya había hecho suficiente. Nunca más volvería a perder el control
alrededor Sofia.

—No quiero hablar de ella nunca más, Sofia. Ahora estamos casados, de
modo que cualquier cosa que pudiera haber querido es irrelevante. Eres mi
esposa.

Asintió, pero en realidad no estaba seguro de que lo entendiera. Pareció


resignada, sin aceptarlo.

—Ha sido un día largo. ¿Qué tal si descansamos un poco? Mañana


hablaremos más de esto.

—Está bien —respondió en un tono que sugirió que no le importaba. Me


incliné hacia adelante y le di un ligero beso en su boca. Evaluó mis ojos,
frunciendo el ceño, después se dio la vuelta. Apagué las luces. Decidí no
envolver mis brazos alrededor de ella, dada su reacción previa a mi toque.

No pude conciliar el sueño, y durante mucho tiempo tampoco Sofia, pero


con el tiempo debió haber pensado que me había quedado dormido porque
comenzó a llorar. Al principio, no comprendí que escuchaba unos sollozos
porque debió sofocarlos en la almohada, pero pronto fue inconfundible.

Consideré acercarla en mi contra, pero ya pensaba que estaba dormido.

Se sentiría atrapada si mostraba que estaba despierto. De modo que,


escuché a mi esposa llorando, sabiendo que era la fuente de su angustia.

Había intentado mantener mi distancia con Sofia a lo largo de los años. Al


principio porque había estado luchando con todo lo que había sucedido, y más
tarde, porque parecía lo más apropiado por hacer dada su edad, especialmente
cuando mi prometida desarrolló sus curvas y dejé de verla como una niña.

Era joven y merecía ser tratada en consecuencia. Mantuve nuestro


contacto al mínimo para evitar la tentación, especialmente porque Sofia se sentía
obviamente atraída por mí. Era un mal hombre, pero Sofia solo merecía ver mi
mejor lado. No el lado hambriento, oscuro y enojado. No el que había querido
reclamarla incluso cuando aún estaba fuera de los límites. Había pensado que
estaba haciéndole un bien, protegiéndola, pero ella había malinterpretado mis
acciones, las tomó como un rechazo.

Y después de lo de la fiesta… maldita sea. Esa era la única razón por la


que no la había devorado al segundo que estuvimos solos en nuestra habitación
como había querido hacer desde hace casi dos años, incluso aunque no estaba
orgulloso de ello. Contuve mi puto deseo para protegerla, pero ella pensaba que
la estaba rechazando.

Al final, los sollozos de Sofia se calmaron y su respiración se tornó más


regular. Incliné mi cabeza hacia ella, aunque solo podía distinguir la silueta de su
cuerpo bajo la tenue luz de la luna.

Mi madre había amado a mi padre con todo su corazón, aún lo amaba y lo


extrañaba todos los días. Era un vínculo que siempre había esperado. Su
matrimonio también había sido arreglado, pero encontraron el amor en el camino.

Quería esa oportunidad. Tal vez lo había arruinado bastante, pero


conociendo a Sofia, me daría la oportunidad de enmendar las cosas. Solo podía
esperar que hubiera una manera de hacerlo.
D
esperté con una presencia cálida a mi espalda. Me tomó un par
de segundos recordar dónde estaba y quién era la persona detrás
de mí. Danilo tenía su brazo envuelto alrededor de mí y su olor
me rodeaba. Disfruté de ser sostenida por él. Era lo que siempre había anhelado,
y aún lo hacía.

Mi sueño había sido intermitente, repitiendo los eventos del día anterior.
Intenté tantas cosas para llamar su atención en los últimos años, pero mi ataque a
su orgullo herido lo había capturado en su totalidad. Su ira y desesperación me
habían golpeado como un maremoto, con un abandono casi aplastante. Su ira no
era lo que quería, pero era mejor que la alternativa, mejor que su desapego de
caballero, el desinterés devastador. Quería ser respetada y amada, pero más que
eso, quería ser vista, por una vez tener el control. Presionar a Danilo, obligarlo a
reaccionar, me había dado ese momento de breve control.

Muy pocas cosas en mi vida habían estado bajo mi control. Ni mi vida, ni


mi futuro, y mucho menos mi corazón. Parpadeé contra el brillo del sol de la
mañana. A pesar de mis palabras duras y mi provocación, Danilo se había
apartado. Incluso en una rabia desenfrenada, no me había reclamado. Ya tuve
suficiente. Si no me deseaba, entonces ese era su problema. Nunca más intentaría
llamar su atención. Y aun así, no lamentaba lo de anoche. Me había dado una
sensación de pérdida definitiva, como si pudiera soltar a Danilo y mi esperanza
infantil de amor. Estaba harta de suspirar por él.

Me giré. Danilo rodó sobre su espalda, aún dormido. Su cabello estaba


revuelto por todos lados. Era absolutamente hermoso. La manta se agrupaba en
sus caderas, revelando su pecho musculoso y un rastro fino de vellos que
desaparecía en su bóxer. A juzgar por la tienda de campaña que se formaba en la
manta sobre su entrepierna, estaba excitado.
Me deslicé hacia el borde de la cama y me puse de pie. Necesitaba hacer
algo, mantenerme ocupada antes de que lo ocurrido pudiera ahogarme. Hice
planes con Anna para encontrarnos y almorzar. Nuestras madres, la pequeña Bea,
Emma y la señora Mancini también estarían presentes. Me había preocupado que
Danilo estuviera decepcionado si salía en nuestro primer día como una pareja
casada, ahora me sentía aliviada de poder salir un rato.

Danilo despertó sobresaltado, sentándose de golpe en la cama.

—Sofia, ¿qué estás haciendo?

Agarré mi albornoz y me lo puse sobre el camisón antes de mirarlo. No


permití que su aspecto despeinado conmoviera mi corazón, sofocándolo con cada
pizca de autocontrol que tenía.

—Voy a darme una ducha, y luego iré a buscar el desayuno.

Me obligué a sonreír y me dirigí al baño, pero antes de que pudiera cerrar


la puerta, Danilo había cruzado la habitación y había sostenido la puerta abierta.

Evaluó mi rostro, luciendo tan abiertamente confundido que parte de mi


ira se desvaneció, pero me aferré al resto. No quería ser tan indulgente.

—No me evites. Tenemos que hablar.

—¿Hablar de qué?

—De anoche, de la fiesta, de nuestro matrimonio y lo que esperas de él.


Ambos somos parte de esta unión, y no voy a dejar que huyas de ello.

—No estoy huyendo de nada. Solo estoy cansada de invertir demasiado en


ello cuando tú no lo haces. No voy a permitirme sentir nada por ti nunca más. Es
tu turno. Ya tuve suficiente.

Danilo abrió más la puerta y se acercó a mí. ¿Cómo podía oler tan bien
temprano en la mañana? ¿Tan cálido y almizclado? Acunó mi cara. No retrocedí,
pero tampoco dejé que el toque me ablandase.

—Sofia, ni siquiera me conoces, ¿cómo puedes tener sentimientos por mí?

Mi pecho se apretó ante sus palabras. Anna había dicho lo mismo, y ahora
me daba cuenta que lo que sentía en realidad no era amor, pero estaba enamorada
con él.

—Amabas a mi hermana incluso aunque no lo conocías.

Dejó escapar una risa oscura, un hoyuelo apareciendo en su mejilla.


—No la amaba. Quería poseerla. Tampoco la conocía. El amor no
funciona a distancia. Solo puedes amar a quien conoces. El amor significa trabajo
y dedicación, pero sobre todo, tiempo.

Sus palabras fueron firmes, sin indicio de vacilación. Me sorprendió su


visión del amor, incluso si reflejaba lo que mi madre me había dicho una vez. Tal
vez había sido ingenua al esperar que el amor viniera tan fácilmente, servido en
bandeja de plata de modo que pudiera darme un festín.

No dije nada. Era demasiado a la vez, y aún no estaba segura si podía


creerle. Las acciones siempre decían más que las palabras. Había estado con esas
rubias por una razón, si no era anhelo por mi hermana, entonces, ¿qué era?

Danilo respiró hondo.

—Nunca tuve la oportunidad de conocerte, y nunca tuviste la oportunidad


de conocerme. ¿No deberíamos empezar a conocernos? Ese sería un buen
comienzo para este matrimonio.

—Anoche fue el comienzo de nuestro matrimonio —dije, sin querer ceder,


incluso si sonaba razonable. Tal vez había sido una tonta por invertir mis
sentimientos tan temprano, pero eso no significaba que sus acciones fueran
menos hiriente.

—Debí haberme controlado.

—No quería que lo hicieras, y aun así lo hiciste —lo provoqué para
sacarle una reacción, para provocar su cólera. Es por eso que de hecho ni siquiera
estaba enfadada con él por lo de anoche, no por su rabia ni por perder el control.
Estaba dolida porque pudo controlarse. Si eso no era locura, no sabía lo que era.
Estaba decepcionada y triste porque mis sueños de un matrimonio feliz parecían
muy lejanos.

Frunció el ceño como si nada de lo que dije tuviera sentido para él. ¿Era
una cosa de hombres? ¿Una cosa de Danilo? ¿O quizás una cosa de Sofia?

—No quería que te controlaras —gruñí.

—Maldita sea, Sofia, me estás volviendo loco. No soy idiota. Podía decir
que no querías que te monte como un jodido animal. Quieres hacer el amor,
entonces, ¿por qué me provocaste?

¿Hacer el amor? ¿Era siquiera una opción?

—Porque tu odio es mejor que tu desinterés. ¡Apenas podías mirarme!


Sacudió su cabeza.

—No te miré porque te deseaba, pero no podías ni soportar mi toque y


estabas asustada por el asunto de la fiesta. ¡Actué como un caballero porque no
quería obligarte a nada cuando aún estás sufriendo de nuestro primer encuentro!
Me contuve para mostrarte que este matrimonio me importa y tú también. Si
hubiera sabido que lo tomarías como prueba de que no te deseo, te habría
arrancado la ropa, enterrando mi cara entre tus piernas y luego te hubiera follado
—terminó, con sus fosas nasales dilatadas, su cara retorciéndose con frustración.

Parpadeé aturdida.

—¿Me deseas?

—Por supuesto que sí. Sofia, no soy ciego. Eres una mujer absolutamente
hermosa. Cualquier hombre te desearía —murmuró, sus ojos arrastrándose más
bajos al reborde de encaje sobre el oleaje de mis senos—. Dame la oportunidad
de compensarte, Sofia. Trabajemos en nuestro matrimonio. Este es solo el
comienzo de nuestra vida juntos. Nuestros padres tuvieron matrimonios buenos,
y quiero lo mismo.

Di un paso atrás, necesitando crear distancia entre nosotros. Estaba


demasiado ansiosa por sumergirme de cabeza en esto nuevamente, para darlo
todo por la oportunidad de un matrimonio feliz, pero tenía que tener cuidado si
quería protegerme.

—No sé qué decir en este momento. Estoy demasiado abrumada.

—Lo sé —dijo en voz baja. Con él tan cerca, especialmente sin camisa,
solo en bóxer bajos, era difícil concentrarse. Tal vez no había querido que me
follara enojado como dijo, pero quería estar con él—. Te daré todo el tiempo que
necesites, y voy a enmendar mis errores, en especial el desastre de tu primera
vez.

—No creo que sea posible.

—Déjame intentarlo. ¿Por qué no volvemos a la cama y te lo compenso?


Me tomé el día libre. Tenemos un montón de tiempo.

De repente, comprendí lo que quería decir, y deseé que fuera tan fácil
como eso. Mi cuerpo se calentó ante la perspectiva de lo que Danilo quería hacer,
pero mi cerebro le puso un freno. Negué con la cabeza.

—No solo es el aspecto físico. No puedo estar cerca de ti ahora mismo.


Necesito tiempo para resolver las cosas, para conocerte, como dijiste.
Danilo asintió, pero no pasé por alto la decepción que se reflejó en su
rostro.

—Entonces, pasemos el día juntos conociéndonos.

Aparté la vista de él, intentando determinar si eso es lo que quería.

Quizás necesitaba espacio.

—Hice planes con Anna y las otras mujeres de nuestra familia para
almorzar antes de que todos se fueran de Indianápolis. No puedo cancelarlo.
Estoy segura que mi padre y los otros hombres no les importarán reunirse
también contigo.

Danilo suspiró pero asintió. Era obvio que no le gustó la idea de nosotros
estando hoy separados. Tal vez se daba cuenta que estaba a punto de deslizarme
de su agarre y quería asegurarse que no pudiera.

—Siempre que lleves a Carlo contigo, puedes reunirte con Anna y las
mujeres para almorzar. No voy a encerrarte en casa. Pero aún falta tiempo para el
almuerzo. Entonces, ¿qué tal un desayuno juntos y un recorrido por la casa antes
de irte?

—Está bien —coincidí—. Pero primero me gustaría ducharme. —Dio un


paso atrás y cerré la puerta. Sentía alivio de que Danilo, obviamente, quisiera
trabajar en nuestro matrimonio, pero no quería poner mi corazón y esperanza en
ello una vez más tan pronto. Sería cuidadosa. Establecería las reglas del juego y
mantendría mis propios deseos en mente.

Cuando salí del baño veinte minutos más tarde después de una larga ducha
esclarecedora, Danilo estaba descansando en la cama, leyendo algo en su
teléfono. Una bandeja cargada con comida, café y jugo de naranja estaba en la
cama junto a él. Solo estaba en bata de baño, pero el aroma del café recién hecho
me atrajo hacia la cama. Panqueques y fruta fresca, huevos revueltos, todo olía
divino y me hicieron dar cuenta que no había comido en mucho tiempo.

Me hundí en la cama, sintiéndome insegura por unirme a Danilo. Guardó


su teléfono y señaló la bandeja.

—Nos preparé un poco de desayuno.


Lo miré boquiabierta.

—¿Preparaste el desayuno?

Una sonrisa cruzó por su rostro. Eso y la barba incipiente lo hicieron


parecer como el chico de al lado, un muy atractivo chico de al lado.

—He estado viviendo por mi cuenta durante un tiempo, y prefiero tener la


casa solo para mí en las mañanas. Mis criadas por lo general vienen alrededor de
las diez u once cuando ya me he ido al trabajo.

—¿Emma nunca cocinó para ti?

Las mujeres cocinaban por lo general, y después de todo, hasta poco antes
de nuestra boda, Emma aún vivía con Danilo. No es que yo fuera una cocinera
buena, o cualquier tipo de cocinera. Nunca lo había intentado.

—Emma es una pésima cocinera, y lo odia.

—Samuel va a llevarse una sorpresa —comenté con una risa encantada.

Mi hermano probablemente pensaba que Emma le regalaría una hermosa


cena casera todas las noches.

—Tendrá que buscarse una criada o prepararse la comida por su cuenta —


murmuró Danilo.

Lancé una mirada curiosa a Danilo. Nunca me pareció un hombre que


pusiera un pie en la cocina.

Tomé uno de los tenedores y corté un trozo de panqueque del tamaño de


un bocado, un poco cautelosa con las habilidades culinarias de Danilo. Me
sorprendió que estuviera delicioso. Esponjoso y dulce con un toque de vainilla.

—Está bueno —declaré, ya llevando otro bocado a mi boca.

—Ven, únete a mí correctamente —dijo, palmeando el lugar junto a él.

Me arrastré debajo de la manta y Danilo colocó la bandeja entre nosotros


de modo que ambos pudiéramos comer de ella. Bebió su café, observándome.

Me sentí cohibida bajo su escrutinio y decidí enfrentarlo directamente.

—Sé que probablemente no quieres hablar de ello, pero necesito saber que
estás bien después de lo de anoche.

Tomé un sorbo de jugo de naranja.


—Estoy bien. Estaba esperando tu ira, así que no estoy afectada
emocionalmente, si eso es lo que te preocupa.

Danilo negó con la cabeza.

—De acuerdo. Ya metí la pata dos veces, pero no habrá una tercera vez.

—Está en el pasado —dije simplemente—. Ahora puedes hacerlo mejor.


—Comimos en silencio, pero no fue tan incómodo como temía, aunque era obvio
que en realidad no sabíamos cómo desenvolvernos alrededor del otro. Cuando
terminé de comer, me volví hacia él—. ¿Qué esperas de mí como tu esposa? Eres
lugarteniente, así que tienes muchas responsabilidades. ¿Necesitas que me
encargue de ciertas cosas?

Danilo pareció pensativo.

—No he pensado mucho en ello. Te quiero a mi lado para los eventos


públicos, por supuesto, pero apreciaría que te llevaras bien con mi madre, y si te
reunieras de vez en cuando con las esposas de los Capitanes. Tienen un brunch
una vez a la semana, si mal no recuerdo. Mi madre también asiste, de modo que
puede ayudarte.

Esas eran las típicas responsabilidades sociales.

—¿Algo más? —Quería algo en lo que concentrarme fuera de este


matrimonio, de modo que no me sintiera demasiado presionada haciendo que
funcionase lo más rápido posible.

Danilo negó con su cabeza, pero podía decir que había algo más.

—Dime —dije.

—Emma participaba activamente en una organización que ayudaba a


niños discapacitados de familias menos afortunadas. Organizaba eventos para
recaudar fondos y trataba de crear conciencia sobre la realidad de las personas
con discapacidad. Ahora que va a mudarse a Minneapolis para vivir con tu
hermano, no será capaz de continuar con su trabajo.

No pasé por alto el tono de su voz cuando mencionó a Samuel, pero decidí
no preguntarle al respecto.

—¿No puedo continuar con su trabajo? Sé que no soy discapacitada, de


modo que, tal vez los niños no se identificarán conmigo como lo hicieron con
Emma, pero me encantaría ayudar. Suena como una buena causa. —Mejor que
entretener a las aburridas esposas de la mafia.
—Emma lo apreciaría, y yo también lo haría. —Tomó mi mano, y permití
que lo haga—. En serio quiero que vayas a Indianápolis y lo veas como tu hogar.

—Haré mi mejor esfuerzo —dije. Aún no conocía la ciudad. No había


visto nada, salvo los breves destellos de la ciudad en nuestro viaje a la casa.

—¿Hay algo que quieras hacer? Trabajo mucho. ¿Tienes algún


pasatiempo con el que quieras ponerte al día, o cualquier otra cosa que te gustaría
seguir?

Lo consideré. Anna estaba comenzando la universidad en Chicago este


otoño, pero era una de las pocas autorizadas para hacerlo. Dado la experiencia
pasada de Danilo con mi hermana, dudaba que le gustara que fuera a un campus
todos los días.

—Me gustan los aeróbicos y la natación, pero en realidad no es algo que


seguiría como algo más que un pasatiempo. ¿Pero quizás podría empezar
aprendiendo a cocinar? Me siento en desventaja ya que mi esposo sabe cocinar, y
yo no.

La boca de Danilo tembló divertida.

—No voy a negarme a eso. Tenemos algunos restaurantes de alta cocina


en nuestra cartera. Podría pedirle a uno de los chefs que venga y te enseñe.

—Eso suena bien —dije. Ya podía imaginarme a Anna poniendo los ojos
en blanco por querer aprender a cocinar, pero era un comienzo. Una vez que
encontrara mi lugar en Indianápolis y ya no me sintiera tan perdida, podría
averiguar qué hacer—. Estoy pensando en tomar algunos cursos universitarios el
próximo semestre.

Danilo pareció sorprendido.

—De acuerdo. ¿Qué tenías en mente?

No había esperado que estuviera abierto a la sugerencia, de modo que en


realidad no había puesto mucha atención a ello. Tal vez su deseo de
compensarme era la razón por la que estuviera manteniendo su mente abierta.

—Quizás escritura creativa. —Siempre había tenido una imaginación


colorida, y aunque la mayoría de mis garabatos no podrían ser considerados
literatura, me gustó la idea de algún día crear arte con palabras.
—Supongo que tendrías que esperar el semestre en primavera. Si eso es lo
que quieres, ya lo resolveremos. Por supuesto, un guardaespaldas tendría que
estar contigo en todo momento.

—Por supuesto. —Busqué su rostro, intentando averiguar si solo estaba de


acuerdo para aplacarme o si estaba hablando en serio, pero su expresión no
delató nada al respecto.

Se encontró con mis ojos, y me sonrojé. Ni siquiera estaba segura por qué.
Estábamos cerca y él estaba medio desnudo.

—En cuanto a la natación, hay una piscina cubierta en el primer piso.

—¿En serio? —pregunté con entusiasmo. Nunca tuvimos una piscina en


nuestra mansión, de modo que siempre tuve que pedirle a Samuel que me llevara
a una piscina en un gimnasio propiedad de la Organización. Se negaba a que los
guardaespaldas me acompañaran porque entonces me habrían visto en traje de
baño.

Danilo me alcanzó y apartó un mechón de cabello de mi mejilla.

—Tienes un poco de jarabe en tu mejilla —dijo ásperamente.

Me sonrojé y me aparté, cuidando que mi cuerpo no reaccionase al toque


fugaz. Mi ritmo cardíaco se había acelerado y el calor se apoderó de mí.

—Voy a lavarlo. ¿Vas a mostrarme la piscina?

Dejó caer su mano, su sonrisa vacilando.

—Por supuesto. Déjame tomar primero una ducha.

Nos levantamos de la cama, y después de limpiar el jarabe de mi mejilla,


Danilo se dirigió al baño. Para mi sorpresa, no cerró la puerta sino que la dejó
entreabierta. Me vestí con uno de mis vestidos favoritos veraniegos en lila y me
maquillé mientras la ducha corría, pero con el tiempo la curiosidad se apoderó de
mí y caminé casualmente por el baño, arriesgándome a echar un vistazo dentro.

Danilo estaba en la ducha, con los ojos cerrados a medida que se


enjuagaba el champú del cabello, con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás.
Riachuelos de agua corrían por los planos duros de su cuerpo hasta su pene. Mi
núcleo se tensó con una mezcla de deseo y ansiedad. Tenía curiosidad por saber
cómo se sentiría si permitiera que Danilo me tocara e hiciera sentir bien. ¿Cómo
se sentiría si enterraba su cara entre mis piernas como mencionó antes? Algunos
de mis garabatos habían sido historias cortas sobre Danilo y yo, y cómo imaginé
nuestros encuentros íntimos.

Mis mejillas se pusieron aún más calientes.

No iría por ese camino en un tiempo. Pasé por la puerta abierta


rápidamente y salí del dormitorio. Anoche no había prestado mucha atención a
mi entorno, así que tuve problemas para encontrar las escaleras en la casa
enorme. Finalmente, me encontré en una sala de estar inmensa. Al igual que el
dormitorio, esta habitación también estaba amueblada con un estilo moderno y
elegante, que contrastaba con la casa antigua. Mis ojos terminaron atraídos por
las puertas francesas que se abrían a un patio hermoso y un jardín aún más
impresionante con una cascada conduciendo a un estanque. Abrí la puerta y salí,
siguiendo un sendero de escalones blancos hasta el estanque.

Nenúfares rosados y blancos flotaban pacíficamente en su superficie. Me


agaché para tocar una de las flores hermosas cuando una enorme cabeza naranja
se asomó fuera del agua. Grité de sorpresa y caí de culo sobre el césped. Más
cabezas irrumpieron en la superficie. Por su apariencia, eran grandes peces
coloridos.

—Son inofensivos. Pensaron que ibas a alimentarlos.

Giré mi cabeza hacia Danilo, quien avanzaba hacia mí, sofocando la


diversión obviamente.

—¿Qué son?

—Peces Koi —respondió—. Mi padre solía coleccionarlos. Me los quedé


cuando murió. A mi madre no le gustan muchos los animales.

Me tendió la mano para poder ponerme de pie. Le di una sonrisa


avergonzada, quitándome la hierba del trasero. Intenté ver si aún tenía tierra en
mi vestido, pero no podía girar la cabeza todo el camino alrededor. Sintiéndome
atrevida, le presenté mi trasero a Danilo y le pregunté:

—¿Quité toda la tierra?

Se tomó más de lo necesario para evaluarlo en busca de manchas, luego


negó con la cabeza y gruñó:

—Se ve bien.

Me volví hacia los peces y ahogué una risa. Más se habían reunido ahora
cerca de la superficie.
Danilo sacó una caja con gránulos de una pequeña caja de madera
escondida entre las partes del estanque recubiertas de cañas. Vertió un pequeño
montón en su palma y luego se puso en cuclillas junto al agua. Metió la mano en
el agua, pero no lo suficientemente profundo como para que los gránulos se
dispersasen. Inmediatamente aparecieron varios peces Koi y comenzaron a comer
de su mano.

Mis ojos se abrieron con sorpresa y me agaché junto a Danilo.

—No sabía que los peces podían ser tan dóciles.

Las esquinas de la boca de Danilo temblaron.

—Los Koi son la excepción. Algunos de estos tienen más de diez años.
Incluso tienen nombres.

—¿Cuál es su nombre? —pregunté señalando al Koi más grande con una


mancha blanca en su espalda y una boca blanca.

—Takeda —respondió Danilo—. Mi padre les puso los nombres de varios


samuráis famosos. Admiraba el códice de los samuráis.

—Nunca te imaginé como una persona de mascotas.

Quizás Danilo tenía razón. No lo conocía lo suficiente para justificar los


sentimientos fuertes que había tenido por él durante toda mi vida. Pero estaba
atraída por él.

Sonrió con ironía y sacó la mano del agua.

—En realidad, no lo soy. Me gustan los animales, pero de hecho no tengo


tiempo para ellos. Los peces no son exigentes, y me gusta alimentarlos después
de un largo día de trabajo. Me calma y me recuerda a mi padre. —Por un
segundo, pareció avergonzado con su admisión.

—Entiendo. Es pacífico.

Me tendió la caja de bolitas.

—¿Quieres intentar alimentarlos?

Me mordí el labio.

—¿No muerden?

Danilo tomó mi mano y apiló comida para peces en ella, luego la guio
hacia el estanque. El agua estaba más fría de lo esperado y se me puso la piel de
gallina. Aunque, tal vez el frío no era la única razón de la reacción de mi cuerpo.
El toque gentil de Danilo también podría haber tenido algo que ver con eso.

Me reí cuando el primer Koi tocó mi palma. Era el más grande, Takeda.
Sus ojos extraños parecieron fijarse en mí antes de arrebatar más comida.

De hecho, fueron muy cuidadosos y verlos me fascinó. No podía quitar


mis ojos de ellos, pero Danilo me observaba.

Fingí no darme cuenta. Había anhelado su atención inquebrantable durante


tanto tiempo, de modo que no me permití dejar que la timidez tomase la
delantera.

Danilo y yo permanecimos así por un tiempo, y sentí una sensación de paz


no había sentido en mucho tiempo. Comprendí por qué buscaba este lugar
después de un largo día de trabajo. Dudaba que sus deberes como lugarteniente
pudieran ser clasificados como pacíficos en cualquier aspecto.

Al final, cuando nos quedamos sin comida para darles, los Koi
comenzaron a nadar lejos, buceando por debajo de los nenúfares.

—En serio, este lugar me encanta.

Danilo sonrió, una sonrisa honesta y menos cautelosa.

—Me alegro. Esta es tu casa. Quiero que te sientas cómoda.

Miré alrededor. El jardín era vasto y estaba cuidado meticulosamente. Los


arbustos y las paredes de piedra lo mantenían oculto a las miradas indiscretas.
Solo podía distinguir el techo ocasional de las casas circundantes, los cuales
parecían tener un estilo victoriano similar.

—Irvington es un vecindario antiguo con muchas mansiones hermosas —


comentó Danilo—. Mañana puedo mostrarte más de Indianápolis.

—¿No estás ocupado con el trabajo? —No había esperado una luna de
miel, o en realidad, cualquier tipo de atención.

Danilo me dio una sonrisa tensa.

—Te reservé los próximos días. Solo tendré que hacer algunas cosas que
no puedo posponer, pero quería darnos tiempo para llegar a conocernos.

Me mordí el labio. No había esperado eso. Samuel siempre había dicho


que Danilo era un adicto al trabajo, lo cual era divertido ya que él era igual, de
modo que asumí que volvería a los negocios como de costumbre después de
nuestra boda.

—Eso suena bien —murmuré.

Nos levantamos y nos paramos uno frente al otro por un momento. Sin
mis tacones, era mucho más alto y mucho más ancho que yo.

—¿Puedo cambiar las cosas? ¿Como, la decoración o los muebles?

Danilo vaciló, echando un vistazo a la casa.

—Claro, pero tal vez podrías contarme de antemano tus planes.

—No tienes que preocuparte de que vaya a cambiar todo esto en el sueño
rosa con volantes de toda chica. Ya no soy una niña.

—Créeme, me di cuenta —murmuró, su mirada deslizándose a lo largo de


mis curvas antes de golpearme con una intensidad devastadora. Este lado menos
comedido de Danilo me sorprendía, pero lo apreciaba. Aunque, aún no estaba
segura de cómo manejarlo. Se había ido demasiado pronto, y no pude dejar de
preguntarme si estaba obligándose para reparar el pasado.

—Déjame mostrarte más de la propiedad.

Mantuve mis brazos envueltos libremente alrededor de mi cintura, y me


aseguré de seguir caminando a una buena distancia de Danilo, de modo que no
intentara tomar mi mano. Su toque causaba estragos con mi cuerpo, y tenía que
mantener la cabeza despejada, para tomarme todo esto con calma y de hecho
permitir que Danilo hiciera lo que prometió.

Danilo me llevó por el patio hasta un jardín invernal enorme revestido de


vidrio. Tras una inspección más cercana, me di cuenta que era la piscina cubierta.

Me abrió la puerta. Mi mandíbula cayó ante el tamaño de la piscina. Tenía


dimensiones olímpicas. Palmeras en enormes recipientes decoraban las esquinas,
dando una sensación de vacaciones.

—Intento ejercitar aquí al menos dos veces por semana. Es una buena
adición al gimnasio —comentó Danilo, señalando hacia la piscina.

Tenía ganas de nadar unas cuantas rondas en la piscina, pero decidí


esperar otro día. Una puerta en la parte trasera del lugar conducía al interior de la
casa.

Danilo tocó mi espalda a medida que me conducía por el pasillo.


—¿Esto está bien? —murmuró, su dedo rozando mi espalda para indicar a
qué se refería.

Me encontré con su mirada. Mi primer impulso fue decir que no, pero no
habría sido la verdad.

—No me importa. —De hecho, me gustaba el toque suave y el que Danilo


intentaba asegurarse que me sintiera cómoda. Lamenté haberlo provocado
anoche en mi necesidad de forzarlo a reaccionar. Pero lo que se hizo, se hizo, y
ahora teníamos que encontrar la manera de seguir desde aquí.

Danilo me condujo a una cocina enorme.

—Puedes cocinar aquí cuando quieras, pero Theodora por lo general se


encarga de la cena. Solo uso la cocina para desayunar. La conocerás y al resto del
personal cuando regresen para el almuerzo.

Asentí y lo seguí de vuelta y junto al largo pasillo hacia una sala de estar,
un comedor contiguo, una biblioteca y una sala de fumadores, así como un baño
de visitas.

—¿Dónde está tu oficina? —pregunté finalmente.

—Arriba. Prefiero la vista desde allí de los jardines.

—Los jardines en serio son encantadores. —Nos detuvimos delante de la


escalera, la palma de Danilo aún en mi espalda.

—¿Cuándo tienes que irte para tu cita con las demás mujeres?

—En aproximadamente una hora —respondí—. Nos reuniremos en el


restaurante del hotel.

—Puedo llevarte hasta allí y tener unas palabras rápidas con tu padre y tu
hermano. Estoy seguro que los encontraré en el bar con Dante. ¿Tus padres y tu
hermano vendrán a cenar esta noche?

—¿Pueden venir? —pregunté esperanzada.

—Por supuesto. Estoy seguro que les alegrará verte otra vez antes de tener
que partir mañana. —Danilo se acercó aún más y tomó mi mejilla—. Te dije que
voy a compensártelo. Estoy interesado en este matrimonio.

Su palma se sintió cálida y fuerte contra mi mejilla. La forma en que


buscaba mi cercanía de esta forma después de años de distancia se sentía
reconfortante. Aun así, di un paso atrás con una pequeña sonrisa, queriendo ser
yo quien estableciera esta vez los límites.
S
ofia y yo entramos juntos al vestíbulo del hotel, con mi mano
apoyada en su cadera.

No retrocedió como lo había hecho en la mansión, en su


lugar, permaneció cerca de mi lado, probablemente para mantener las apariencias
en público. Muchos de nuestros invitados de otras ciudades se habían alojado en
el hotel y se mezclaban en el vestíbulo, ya sea para registrar sus salidas o
conversar entre ellos. Todos miraron hacia nosotros al momento en que
entramos. Los hombres inclinaron sus cabezas en un saludo respetuoso y las
mujeres enviaron miradas curiosas en dirección de Sofia.

La acompañé hasta la entrada de Capital Grille donde se reuniría con las


mujeres. El jefe de camareros nos saludó cortésmente, señalando la parte trasera
del restaurante donde vi a mamá, Emma, Valentina, Beatrice y Anna. Sus ojos
estaban pegados a nosotros.

Me volví hacia Sofia.

—¿Te recojo a las dos y media? —No quería dejar a Sofia fuera de mi
vista por mucho tiempo. No tendría problemas para mantenerme ocupado hasta
entonces. Pietro, Samuel y Dante me estaban esperando en el bar de vinos para
almorzar y charlar de negocios.

—De acuerdo. —Vaciló, luego se acercó a mí, se puso de puntillas y me


dio un beso rápido en los labios. Terminó demasiado pronto y probablemente
solo para demostración como cada toque en los últimos minutos, pero mi cuerpo
se encendió.

Sonriendo, se volvió y se dirigió a la mesa. Mis ojos terminaron atraídos a


su cintura estrecha y culo firme. Al final, aparté la mirada y me dirigí al bar.
Dante, Pietro y Samuel ya estaban sentados alrededor de una mesa de
madera oscura cuando entré y me hundí en uno de los pesados sillones de cuero
rojo.

Dante me dio una sonrisa lacónica. Sin embargo, Pietro y Samuel me


contemplaron con un brillo asesino en sus ojos.

—Un Primitivo para mí —le dije al camarero.

—Buena elección —dijo Pietro—. Es mi tinto favorito.

—También el mío.

—Entonces, ¿cómo van las cosas? —preguntó Samuel, interrumpiéndonos


a su padre y a mí.

Esperé a que el camarero dejara mi copa y tomé un sorbo antes de


responder:

—Muy bien, como esperaba. —Si pensaron que les daría más que eso,
tendrían que seguir esperando. No me gustaba compartir información privada con
los demás, sobre todo cuando no eran tan estelares como había esperado que
serían.

—¿Supongo que Sofia está en el restaurante con las mujeres? —preguntó


Dante.

—Sí. La acabo de dejar.

—Me sorprende que no te importara su cita para almorzar —comentó


Samuel, observándome de cerca.

Arqueé mis cejas.

—Sofia puede hacer lo que le plazca. —Por supuesto, dentro de los límites
de nuestro mundo.

—Me gustaría discutir la incursión de Grigory en las carreras callejeras


ilegales —dijo Dante con una mirada significativa a Samuel, quien inclinó la
cabeza y se recostó en su silla.

—No es parte de nuestro modelo de negocio, de modo que prefiero que


extienda su interés en esa dirección. Tal vez perderá el enfoque en las armas y las
drogas —dijo Pietro.
—Podría dar lugar a un conflicto con la Camorra y la Famiglia, o podría
hacerlos trabajar juntos. Creo que debemos vigilar la situación de cerca. No
podemos permitir que la Bratva trabaje con la Camorra.

—Dudo que eso suceda —dijo Samuel—. Remo es bueno guardando


rencor, y sabemos que tiene un gran resentimiento contra Grigory después de que
él se negara a ayudarlo.

—Remo también es un hombre de negocios. No es el lunático que le gusta


aparentar tan a menudo —dijo Dante.

Apreté mis dientes. Remo podría haber estado muerto. La Camorra no


habría sido tan fuerte sin él. En cambio, desfilaba por el Oeste como un rey.

Dante me contempló. Sabía que aún consideraba un error su decisión de


dejar que Remo y Serafina se fueran.

—Podríamos sabotear tanto las carreras de la Bratva como a la Camorra


para provocar un conflicto entre ellas —sugerí, en lugar de mi impulso inicial de
exigir un ataque contra el puto Remo Falcone.

Dante pensó en eso antes de asentir.

—Eso podría funcionar, pero tenemos que tener cuidado al respecto.


Nuestra cooperación con el senador Clark ha extendido nuestro alcance en la
élite política, pero a estas personas no les gusta estar asociado con hechos de
sangre, de modo que no podemos arriesgarnos a levantar ninguna sospecha sobre
nosotros.

—Podríamos plantar a dos de nuestros hombres en cualquier circuito de


carreras. De vez en cuando celebran carreras de clasificación. Estoy seguro que
tenemos un par de soldados jóvenes ambiciosos que estarían ansiosos por
interpretar corredores por un tiempo y causar el accidente ocasional —dijo
Samuel con una sonrisa.

—Tienen que ser rostros desconocidos —dijo Pietro.

Asentí.

—Definitivamente no de familias conocidas. Habrá que darles una


identidad nueva para que pasen la verificación de antecedentes. No dudo que
Grigory y Remo vigilen de cerca a sus corredores. Es un juego de millones.
Me alegraba que Dante no hubiera perdido del todo su mordida y quisiera
jugar sucio. Había estado esperando meterme en los negocios de Remo por un
tiempo.

Pronto perdimos el sentido del tiempo a medida que discutíamos las


perspectivas posibles de la tarea. Cuando eché un vistazo a mi reloj y vi que eran
casi las dos y media, me puse de pie.

Los otros hombres me miraron con curiosidad.

—Le prometí a Sofia que la recogería a las dos y media.

Pietro sonrió.

—No hagas esperar a tu esposa en tu primer día. Yo pago.

—¿Tu familia y tú se unirán a nosotros para cenar esta noche, Dante?

—No, me temo que tengo que volver a Chicago. Tengo una reunión con el
senador Clark temprano en la mañana.

Incliné mi cabeza y me alejé. Cuando crucé el vestíbulo hacia el


restaurante, Emma, Anna y Sofia salían del restaurante.

El rostro de Emma se iluminó cuando me vio. Anna pareció menos


complacida de verme. Sofia probablemente había compartido detalles de nuestra
noche con ella, lo cual no me sentó nada bien. Yo había ignorado los mensajes de
Marco pidiéndome detalles.

Me incliné y abracé a Emma.

—¿Estás bien? —susurró.

—Siempre.

Me enderecé y le tendí la mano a Sofia. Abrazó a Anna antes de tomar mi


mano. Anna me dio una sonrisa tensa, advertencias brillando en sus ojos. Ignoré
sus sutiles tácticas amenazadoras.

—¿Estás lista para irte? Con tu familia viniendo a cenar, deberíamos


regresar a tiempo para que conozcas al personal.

Sofia asintió. Se despidió de Emma y Anna, luego me siguió. Apreté su


mano, evaluando su rostro.

—¿Qué tal el almuerzo?


—Bien. Nadie intentó interrogarme.

—Probablemente esperaban que compartieras algunos detalles sin tener


que presionarte.

—En realidad, no hay mucho que compartir —murmuró Sofia cuando se


encontró con mi mirada.

—Aún —murmuré—. Pero estoy dispuesto a cambiar eso una vez que
estés lista.

Inclinó su cabeza, pero no dijo nada. Una pequeña parte de mí se


lamentaba haber conservado anoche mi control.

El viaje transcurrió principalmente en silencio. Sofia parecía perdida en


sus pensamientos, pero no estaba acostumbrado a tener que trabajar por la
atención de una mujer, incluso aunque Sofia valiera la pena.

—Quiero mostrarte la ciudad mañana después del desayuno. Indianápolis


no es un imán turístico, pero hay bastantes cosas que hacer.

Su frente se arrugó adorablemente.

—Seguro.

Mierda, quería de vuelta a la vertiginosa chica enamorada. Esta versión


cautelosa me hacía sentir fuera de mi elemento. Quizás eso era lo que ella quería.
Sofia era inteligente.

La cena con la familia de Sofia fue un asunto agradable como de


costumbre. Incluso Samuel reprimió la hostilidad persistente entre nosotros.
Después de que se fueron y el personal terminó su turno, volvimos a estar solos.
Hice un gesto hacia la chimenea.

—¿Quieres que encienda un fuego? Podríamos tomar una copa de vino.

—Estoy un poco cansada —respondió—. Me gustaría ir a la cama, pero si


quieres quedarte, no me importa.
Tenía el presentimiento de que prefería si me quedaba aquí abajo, de
modo que pudiera dormir sola en la cama, pero no le permitiría poner más
distancia entre nosotros.

—Me uniré a ti —dije, poniendo mi mano en su espalda a medida que nos


dirigíamos arriba. No se apartó, y no tuve exactamente la impresión de que
odiara mi toque. Tal vez quería odiarlo, pero dudaba que de hecho lo hiciera.

Me aflojé la corbata tan pronto como entramos a nuestro dormitorio y la


dejé en el banco frente a la cama. Sofia me miró con curiosidad cuando empecé a
desabrocharme mi camisa. No tenía intención de esconderme en el baño cada vez
que tuviera que cambiarme. Estábamos casados, y aunque no tocaría a Sofia a
menos que ella lo quisiera, tendría que lidiar conmigo estando en diferentes
estados de desnudez en su presencia.

Sofia se acercó a la ventana y miró hacia el jardín.

Luego me sorprendió alcanzando la cremallera a su espalda y la bajó. La


seguí mientras centímetro tras centímetro de su suave piel apareció a la vista. Se
dio la vuelta, sin mirarme, y se quitó su vestido casualmente, dejándolo caer al
suelo como si se desnudara frente a mí todos los días.

Aunque fingió ignorar mi atención, el leve tinte rosa en sus mejillas la


delataba. Mierda, no pude apartar mis ojos de ella en ropa interior de encaje rojo.
El rojo le sentaba perfectamente. Se pasó una mano por su cabello y luego me
miró de reojo. Su expresión probablemente estaba destinada a ser indiferente,
pero podía notar los nervios reflejados en sus ojos. Tuve que contenerme para no
cruzar la habitación y atraerla contra mí. En su lugar, continué desabotonando mi
camisa tranquilamente y me la quité antes de desabrochar mi cinturón y salir de
mis pantalones.

Sofia me observó por un momento, después se metió al baño. Respiré


hondo antes de seguirla.

—¿Te importa si también me preparo?

Sofia tenía su cepillo de dientes en la boca y negó con la cabeza. Me


detuve en el lavabo junto a ella y comencé a cepillarme los dientes. Vi sus ojos
viajar por mi cuerpo en el espejo. Tuve problemas para no mirarla, especialmente
por la forma en que sus pezones se fruncieron bajo la fina tela de su sujetador.
Terminó antes que yo, y cuando la seguí al dormitorio un poco después, estaba
de espaldas a mí mientras se pasaba el camisón por la cabeza. Llevaba solo esas
diminutas bragas de seda debajo. Mi polla cobró vida. No me molesté en ocultar
mi excitación mientras iba a la cama junto a Sofia. Quería una prueba de que la
deseaba y si tener una erección con solo verla en ropa de dormir no era
suficiente, no sabía lo que podría serlo. Me estiré de lado, frente a ella. Había
apenas un metro entre nosotros. Sofia se echó las mantas hasta los hombros antes
de mirarme.

Parecía sin palabras, y yo también. Apenas conocía a mi esposa. Me estiré


y tomé su rostro. No retrocedió, pero tampoco se movió más cerca de mí.
Simplemente me observó, como si estuviera intentando entenderme simplemente
con mirarme. La mayoría de los días apenas y yo me entendía.

—Quiero besarte —dije en voz baja.

Sofia tragó pesado de forma audible, pero se inclinó hacia adelante y me


dio un beso rápido antes de retirarse de mi toque y volverse de espaldas.

Ese no era el beso que había previsto, pero aceptaría cualquier cercanía
que Sofia estuviera dispuesta a permitir.

Me echó un vistazo.

—Necesito tiempo.

—Tendrás todo el tiempo que necesitas, Sofia. Aceptaré lo que estés


dispuesta a dar, pero nunca más confundas mi paciencia como desinterés, porque
si fuera por mí, tu cuerpo sería mío esta noche.

Se estremeció y una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro antes de


que apagara las luces.

—Buenas noches —susurró.

—Buenas noches.

Escuché su respiración rítmica. Esta vez se quedó dormida sin llorar.

Quizás podía hacer esto. Quizás podía arreglar lo que sea que mis acciones
irreflexivas hubieran roto.
Desperté con el cuerpo de Danilo pegado a mí. Me pregunté si lo hizo a
propósito, pero no me importó. Me gustaba despertarme con su calor en mi
espalda.

Danilo usó nuestro segundo día como pareja casada para mostrarme
Indianápolis como prometió. Me llevó a dar un paseo en góndola por el centro de
la ciudad, y el gondolero incluso cantó para nosotros. Desafortunadamente, se
equivocó en muchas palabras italianas, lo que llevó a algunas palabras muy
incómodas. Tuve que reprimir la risa ante algunos de sus contratiempos porque
no quería ofenderlo.

La boca de Danilo también tembló, y se acercó más.

—Tenía la esperanza de que esto fuera romántico. Pobre de mí.

Me reí, después me tapé la boca con la mano. Danilo pareció complacido


cuando puso su brazo alrededor de mí y me acercó aún más hasta que estuve
descansando en el hueco de su hombro. Me relajé contra él a medida que el
gondolero pasaba de una canción de amor italiana tras otra.

—Algún día voy a llevarte a Venecia para que podamos tener un viaje
romántico en barco.

—Eso sería maravilloso —dije efusivamente, olvidándome por un


momento de mi nueva yo más contenida.

Danilo tomó mi mano y besó mi palma, el mismo gesto que utilizó


después de la fiesta.

Después de nuestro recorrido por la ciudad, cenamos temprano en un


restaurante francés moderno en nuestro vecindario donde disfruté de una
bullabesa deliciosa. Aún era temprano cuando regresamos a casa.

—Voy a darme un chapuzón en la piscina. ¿Te gustaría unirte? —


preguntó.

Negué con mi cabeza. Había prometido llamar a Anna.

—Voy a leer un poco.

Asintió, pero capté la pizca de decepción en su expresión.

Una vez que Danilo se fue, saqué mi teléfono y llamé a Anna. Respondió
después del segundo timbre. Luego de contarle de nuestro día, dijo:
—Lo está intentando, tengo que darle eso. Probablemente está preocupado
por sus bolas azules.

Resoplé.

—Dudo que esté preocupado de que lo haga esperar para siempre.

—¿Y lo harás?

Crucé la sala de estar y salí a la terraza.

—No sé. No es que no he estado pensando en estar con él. Antes del
desastre de la fiesta, era lo único en lo que podía pensar.

—Alguien está cachonda —dijo Anna secamente, haciéndome reír.

—Solo sé que voy a terminar involucrada emocionalmente si permito la


cercanía. —Anna se aclaró la garganta—. Aún más involucrada emocionalmente.
No sé si quiero arriesgarme a eso. Danilo dice que me desea, y le creo, pero lo de
las rubias aún me inquieta. —Suspiré—. No sé.

—Mientras no estés segura, no hagas nada. Si quieres tener sexo con él,
porque se te antoja, entonces hazlo, pero si estás dudándolo, mantente alejada.
Cómprate un vibrador u otro juguete para controlar las hormonas.

—Eres imposible —siseé.

—Te prestaría el mío pero sería muy extraño y poco higiénico.

—¡Oh, cállate! —Me reí.

—¿Qué? ¡Una chica necesita entretenerse!

—Como si no supieras cómo mantenerte entretenida.

Anna se rio. Charlamos un par de minutos más antes de terminar la


llamada, y fui hasta la piscina. Danilo se estaba secando. Vi cómo sus músculos
se flexionaban mientras pasaba la toalla sobre ellos.

Antes de que pudiera verme, me apresuré a regresar a la casa.

Ya estaba en la cama cuando él subió las escaleras y se preparó para ir a la


cama.

Era cerca de la medianoche, y me pregunté qué había estado haciendo


desde su nado. Parecía cansado.

—¿Está todo bien? —pregunté.


Se sobresaltó, como si hubiera olvidado mi presencia. Se sentó en el borde
de la cama.

—Hablé con mi hermana. Estaba un poco asustada y tuve que calmarla.

—¿Qué pasó? ¿Es por la boda?

Danilo se estiró en la cama solo en sus bóxer bajos.

—La boda es en doce días, y me preocupa que darle su mano a Samuel sea
un error.

Dejé mi libro y me acerqué a Danilo. Estaba mirando al techo. Toqué su


hombro desnudo.

—Sé que Samuel puede ser difícil, pero es un chico bueno. Emma no
tendrá que preocuparse de que la maltrate.

—No estoy preocupado por eso —dijo Danilo en una baja voz
amenazante.

La promesa de violencia resplandeció en sus ojos.

—Está bien —dije lentamente.

—A Emma le preocupa que haya obligado a Samuel a casarse con ella y


no la quiera.

Me mordí mi labio, recordando la conversación que escuché por


casualidad hace un tiempo.

—Pero es la verdad, ¿no?

La cabeza de Danilo giró hacia mí.

—¿Qué quieres decir?

—Sé del acuerdo entre mi hermano y tú. Te casándote conmigo si él se


casa con Emma.

Danilo se sentó y se inclinó hacia mí.

—¿Le dijiste a Emma?

—Por supuesto que no. No quería que sintiera lo que sentí cuando me
enteré.

Danilo suspiró.
—Intentaba darle a Emma el futuro que se merece después de que
Cincinnati la dejara como si no valiera nada. Sofia, no tuvo nada que ver contigo.
De cualquier manera, me habría casado contigo.

—Porque soy una Mione y parte del clan Cavallaro.

Danilo no dijo nada durante un tiempo.

—Eso no es algo que puedas usar en mi contra. Difícilmente podría


haberte elegido a la edad de once años porque te deseaba. Eras una niña ante mis
ojos. Seguí las reglas.

—Lo sé. —Suspiré—. Pero el trato entre Samuel y tú aún se siente


desagradable.

Danilo acarició mi brazo gentilmente, pero el toque fue suficiente para que
mi cuerpo lo notara.

—¿Crees que no lo sé? Que es por eso que no quería que Emma o tú lo
averiguasen. Nuestro mundo puede ser duro. A veces es mejor no saber todos los
detalles. Pero tienes que saber que estoy contento de casarme contigo.

Tragué con fuerza.

—¿Quieres que hable con Emma? Por supuesto, sin mencionar el trato.

—Tal vez ayudaría.

—Entonces, lo intentaré. La llamaré por la mañana y veré si quiere


almorzar conmigo.

—Gracias, Sofia. —Se inclinó hacia adelante y me besó ligeramente, pero


sus labios se cernieron contra los míos, como si esperara poder profundizar el
beso.

Y quería. Su aroma y calidez empañaron mi cerebro. En lugar de ceder al


anhelo de mi cuerpo, asentí y retrocedí. Esta noche, por primera vez desde la
fiesta, soñé con acostarme con Danilo. Como ocurre con la mayoría de mis
fantasías, mi primera vez sucedió frente a una chimenea con llamas parpadeando
de fondo. No estaba segura de por qué había elegido esta fantasía como mi
favorita, pero se reproducía en repetición.

Me encontré con Emma para almorzar al día siguiente, en la casa de los


padres de Danilo. Su madre estaba en un brunch con algunas amigas, de modo
que teníamos privacidad. A pesar de mis intentos por convencerla de que la
frialdad de Samuel no tenía nada que ver con ella y era solo él siendo su idiota
ser de costumbre, no estaba segura si llegué a través de Emma. Como Danilo, era
buena ocultando sus emociones. Solo podía esperar que Samuel no lo estropeara
como él … a menos que ya lo hubiera hecho. No tenía cómo saberlo ya que ni
Emma ni él compartieron conmigo nada sobre sus encuentros pasados.

En los días siguientes, Danilo pareció más decidido a acercarse a mí, pero
también demostró una paciencia notable al mantenerme a distancia.

A menudo tocó mi espalda baja cuando me llevó a algún lugar, me tomó


de la mano o me dio uno de esos besos persistentes que me hacían querer
rendirme a él. Disfruté esos toques pequeños y sentí que estaba anhelando más
con cada día que pasaba. Aun así, mantuve mi distancia.

Me relajé más con Danilo y comencé a orientarme en la mansión y en


Indianápolis. Mi primer encuentro con las esposas de los Capitanes fue
sorprendentemente bien, sobre todo gracias a la madre de Danilo, Adelina, y mi
introducción a los líderes de la organización benéfica para niños con
discapacidad fue un éxito rotundo. Incluso me llevé espléndidamente con el
personal de mi nuevo hogar, aunque aún eran moderados en sus interacciones
conmigo.

Lo único que aún empañaba mi felicidad era la cortesía distante entre


Danilo y yo. No era el vértigo emocionante que había deseado como recién
casados. Esta vez, Danilo no era el responsable de nuestros encuentros
restringidos. Podía decir que quería más cercanía porque siempre estaba
tocándome e inclinándose para hablar conmigo, pero aceptaba mis límites.

Estaba dividida entre el agradecimiento y la impaciencia. Mi orgullo


impidiéndome permitir más, como si necesitara hacerlo esperar por mucho más
tiempo para compensar los años de anhelo sufrido.

La maldición de Danilo me llamó la atención, de modo que salí del baño a


mi antigua habitación. Era el día de la boda de Emma y Samuel en Minneapolis.
Danilo y yo habíamos volado esta mañana debido a una reunión de última hora a
la que tuvo que asistir en Indianápolis. Nos estábamos quedando con mis padres
y se sentía extraño estar de vuelta en mi habitación de la infancia como una
mujer casada con mi esposo. Aunque la habitación no tenía ninguna señal de mi
infancia, me sentía como si hubiera sido catapultada de regreso a mi yo más
joven en mi entorno antiguo.

Danilo estaba tirando de su corbata, fulminando ceñudo su reflejo en mi


tocador.

Tenía que inclinarse ligeramente para verse a sí mismo.

—¿Qué pasa?

—Está torcida —respondió entre dientes.

Levanté mis cejas, y me acerqué a él. La corbata me parecía perfecta, pero


Danilo había estado malhumorado toda la mañana.

—Déjame —dije, aunque Danilo era mejor atando nudos. Dejó caer sus
brazos y se enderezó.

—¿Esto es porque tu hermana va a casarse con mi hermano?

Danilo hizo una mueca.

—No puedo creer que hoy vaya a casarse. Sé que es una mujer adulta,
pero para mí sigue siendo la niña que quiero proteger.

Sonreí.

—Es por eso que no le agradas mucho a Samuel. Te llevaste a su


hermanita.

Danilo rio entre dientes y me rodeó con sus brazos.

—Sí, él y yo tenemos la misma racha protectora. Pero no pienso


devolverte.

Se me cortó la respiración ante nuestra nueva cercanía, y mis dedos se


enroscaron alrededor de su corbata.

Danilo evaluó mis ojos.

Bésame, quise decir pero me quedé muda.

Danilo inclinó su cabeza lentamente, dándome todo el tiempo del mundo


para retroceder. Su aliento cálido rozó mis labios y mi corazón latió tan rápido
que me preocupaba que pudiera atravesar mi caja torácica.

Por supuesto, había escuchado a muchas chicas susurrando sobre los


besos. Que podía ser un momento mágico que llenaba tu vientre de mariposas.
Cuando la boca de Danilo tocó la mía, fue todo eso. Mi cuerpo se calentó, y una
bandada de mariposas hizo estragos en mi estómago. Pero eso ni siquiera fue la
mitad de lo que sentí. Nunca pensé que un beso podría hacer que mi núcleo se
apretase con deseo, podría dejarme tan excitada que mi ropa interior se pegó a mi
piel palpitante, pero los labios de Danilo sobre los míos lograron eso. Masajeó mi
cuero cabelludo a medida que inclinaba mi cabeza mientras su otra palma frotaba
círculos en mi espalda. Y su boca y lengua…

Mi mente daba vueltas mientras mi lengua seguía su ejemplo. Me besó sin


prisa, un lánguido beso en el que me sabores mientras mientras nuestras lenguas
se descubrían entre sí.

Danilo se apartó para chupar mi labio inferior. Mi respiración se tornó aún


más pesada cuando nuestras bocas se deslizaron una sobre la otra, mientras su
lengua se burlaba y acariciaba la mía de una manera que me hizo querer sentirla
en otros lugares.

Cuando finalmente rompió el beso, estaba aturdida y jadeando. Mis bragas


estaban empapadas, y no quería nada más que un poco de alivio. Los ojos de
Danilo parecieron haberse oscurecido y su pecho lucía pesado. Consultó su reloj
y negó con la cabeza.

—Maldita sea. Es hora de que salgamos. Tu familia nos estará esperando


en la iglesia.

¿Cómo podía estar tan controlado, cómo si no quisiera arrancarme la


ropa? Una parte de mí estaba contenta, la parte que recordaba nuestro último
encuentro y se aferraba a mi orgullo, pero la parte que palpitaba entre mis piernas
tenía otros planes. Aun así, retrocedí, asintiendo. Sabía que mi cara estaba
sonrojada.

Danilo agarró su chaqueta de la silla en mi tocador. Es cuando noté el


bulto en sus pantalones. El triunfo me atravesó. Me miró de reojo como si
estuviera intentando ver cómo estaba lidiando con nuestro beso.

Reuniendo mi valor, me acerqué a mi maleta y agarré un par de bragas


limpias. La mía se sentía pegajosa y no me sentiría cómoda usándolas en la boda,
pero en otras circunstancias habría ocultado el hecho de Danilo para ahorrarme la
vergüenza. Sin embargo, después de ver su excitación, quise que supiera que
estaba afectada por el beso.

Los ojos de Danilo nunca dejaron los míos.

Le dediqué una sonrisa tímida.


—Solo dame un segundo para cambiarme, ¿de acuerdo?

Su mirada se deslizó sobre las bragas colgando de mis dedos y sus fosas
nasales se dilataron, sus ojos oscureciéndose aún más.

—Adelante. —Su voz fue poco más que un gruñido.

Casi drogada por la sensación vertiginosa, me retiré al baño. No cerré la


puerta. Metiendo la mano debajo de mi vestido cóctel lavanda, me bajé las bragas
empapadas.

Danilo no se movió de su lugar en medio de mi habitación, y me excitó


que me estuviera observando.

Mi cuerpo vibró bajo su atención. Pero fingiendo que no lo noté, entré en


las bragas limpias y las deslicé por mis piernas.

Cuando regresé junto a Danilo, deslizó su brazo alrededor de mi cintura.


No me aparté.

—Sofia —dijo, sacudiendo su cabeza nuevamente.

—Deberíamos salir, ¿verdad?

Me escabullí de su agarre y me alejé. Pronto sus pasos me alcanzaron.


Podía sentir sus ojos prácticamente ardiendo en mí.

La boda fue espectacular, al igual que las festividades, que por supuesto se
llevaron a cabo en el mejor hotel de Minneapolis. La tensión Danilo volvió
cuando estábamos sentados en la iglesia, pero menguó poco a poco durante toda
la noche, incluso aunque aún estaba lejos de relajarse.

La primera vez que no siguió cada uno de los movimientos de su hermana


con sus ojos vigilantes fue cuando bailamos. Me abrazó firme, su palma caliente
contra mi espalda baja. Con nosotros estando tan cerca, no pude dejar de recordar
nuestro beso, mi primer beso de verdad, y hombre, qué beso. Incluso en mis
fantasías, no había sido tan bueno, lo que me hizo preguntarme cómo sería el
resto de nuestros encuentros físicos. El debacle de la fiesta obviamente no era la
escala apropiada para juzgar nuestra vida sexual.
Capté la mirada de Anna brevemente al otro lado del lugar. Aún no
habíamos tenido tiempo para una charla privada. Hablábamos por teléfono casi
todos los días desde mi boda, pero hablar en persona era diferente.

—Anna supera con creces mi racha protectora —murmuró Danilo.

Me reí, encontrándome con su mirada.

—Hemos sido amigas toda la vida. Solo quiere asegurarse que estoy bien.

—¿Y lo estás? ¿Después del beso?

—Lo estoy —susurré, mordiéndome mi labio. El beso había despertado


mis sentidos y esperanzas. Si Danilo podía besarme así, entonces seguramente
tenía que desearme.

—Bien, porque no puedo pensar en otra cosa que el sabor de tus labios,
Sofia. No puedo esperar para volver a besarte.

Apreté su hombro, presionándome un poco más cerca.

—¿Y qué estás esperando? —Me reí, sorprendida por mi propio coraje.

—Si te besara como quiero besarte aquí en la pista de baile causaremos el


escándalo del año —respondió Danilo ásperamente.

Mi mirada se posó sobre los otros invitados, participando en una


conversación educada y bailes obedientes. Estarían sorprendidos, pero tal vez no.
Después de todo, las hermanas Mione eran propensas al escándalo. Empujé a
Serafina fuera de mi cabeza como lo había hecho todos los días durante las
últimas dos semanas. Para sentirme cómoda con Danilo y darnos una
oportunidad real, no podía permitir que mis pensamientos de Fina la líen
conmigo, razón por la cual tampoco había aceptado sus llamadas.

—No deberíamos arruinar la boda de tu hermana de esa forma. —Danilo


escudriñó mi rostro, como si hubiera captado mi breve paseo por el carril de los
recuerdos—. Probablemente deberías bailar con ella —agregué. Danilo asintió y
me entregó a papá de mala gana.

Después de algunos bailes más, me excusé de la pista de baile, me dolían


los pies en mis tacones altos. Busqué a Anna por todo el lugar, pero estaba
bailando con Samuel. Salí de la sala de banquetes, desesperada por quitarme los
tacones. Difícilmente podía quitarme mis zapatos alrededor de las personas. Iría
en contra de la etiqueta.
Encontré un banco cómodo en un pasillo lateral y me hundí en él. Solté un
suspiro cuando me quité mis tacones. Mis pies estaban rojos y se estaban
formando ampollas en mis dedos. No debería haber usado unos zapatos nuevos
para una noche en la que estaría de pie y bailando.

Unos pasos me alertaron de que alguien venía, y alcé la vista para ver a
Danilo doblando la esquina, con una expresión preocupada en su rostro. Se relajó
visiblemente cuando me vio.

—¿Preocupado de que huya? —pregunté con una sonrisa pequeña.

Se sentó junto a mí y me sorprendió al tomar mi pie y masajearlo. Me


recosté en la pared y gemí en voz baja.

—Lo siento, esto se siente demasiado bien.

Danilo sacudió su cabeza y le dio el mismo trato a mi otro pie. La mirada


que me dio fue intensa, y pronto el masaje inocente se sintió como más que una
forma de aliviar mi dolor.

En esta parte del hotel reinaba el silencio. La sala de banquetes estaba a


una buena distancia y los baños estaban en la otra dirección. Danilo bajó mi pie y
acunó mi cara. Me acerqué a él, y nuestras bocas chocaron.

Me perdí en el beso, en la calidez y sabor de Danilo. Me subió a su regazo


y envolví mis brazos alrededor de su cuello, hundiéndome aún más en el beso. Su
erección se clavó en mi trasero, despertando mi propia necesidad. Y eso que me
había cambiado de bragas.

—Mierda —murmuró alguien.

Danilo y yo nos separamos bruscamente. Anna estaba a unos pasos de


nosotros. Me envió una mirada que dejó en claro que quería detalles, luego
retrocedió lentamente con una expresión avergonzada falsa. Antes de doblar la
esquina, me guiñó un ojo. Danilo hizo un sonido bajo en su garganta.

—Se está poniendo irritante.

—No puedes culparla. No le has dado muchas razones para agradarle.

—Estoy intentando compensarte por mis transgresiones del pasado —dijo


Danilo a medida que besaba mi garganta.

Cerré mis ojos, dejando que su boca haga su magia.

—Deberíamos volver a la fiesta antes de que la gente sospeche.


—Qué sospechen. Estamos casados. Podemos hacer lo que nos plazca. Lo
que hagamos en privado es asunto nuestro.

Se me puso la piel de gallina mientras consideraba las opciones.

Me bajé de su regazo antes de que pudiera perderme por completo, pero


Danilo atrapó mi muñeca y me atrajo de modo que pudiera murmurar en mi oído:

—¿Cómo están esas bragas? ¿Empapadas?

Mis ojos se abrieron por completo, sorprendida por su franqueza. Quise


ser igual de audaz. Mirando alrededor, metí mi mano debajo de mi vestido y me
bajé las bragas. Con una sonrisa tímida, se las metí en el bolsillo. Él se congeló, y
me preocupé haber cruzado una línea, o haber hecho algo desagradable, entonces
me empujó contra él y me besó con fuerza. Jadeé y me aparté.

—Deberíamos volver.

Danilo metió su mano en el bolsillo con mis bragas y gimió.

—Sofia, maldición, ¿qué me estás haciendo?

Di un paso atrás. El aire contra mi coño sintiéndose extraño. La idea de


pasar la noche desnuda casi me hizo arrepentirme de mi pequeño truco, hasta que
vi a Danilo observándome como si quisiera devorarme.

Anna me interceptó cuando regresé a la sala de banquetes. Danilo siguió


adelante mientras Anna y yo nos dirigíamos al baño. Al momento en que
estuvimos solas, solté de golpe:

—No llevo bragas. —No estaba segura de lo que me hizo decirlo… tal vez
era efecto de la energía nerviosa zumbando bajo mi piel desde que perdí la
barrera entre mi carne palpitante y el aire.

Las cejas castañas de Anna se dispararon.

—¡Bien por ti!

Me tapé los ojos y reí.

—Creo que estoy perdiendo la cabeza.

—¿Todo por un beso? ¿O ustedes dos tuvieron un rapidito en un rincón


oscuro antes de que los atrapara? —Bajó mi mano, obligándome a encontrarme
con su mirada curiosa.
—Ese solo fue nuestro segundo beso. En realidad, no hemos hecho más…
a menos que cuentes la fiesta.

—Eso no cuenta —murmuró Anna—. Pero se veían terriblemente


cómodos, para nada como dos personas que querían dejar de besarse.

—No quería. No quiero. —Suspiré—. No quiero precipitar las cosas


después de todo lo demás.

—Entonces, no lo hagas. O intenta separar la lujuria del amor. Podrías


comenzar teniendo buen sexo con Danilo y luego ir poco a poco hasta llegar a
una conexión emocional.

—Dudo que eso funcione. No puedo separar el sexo de las emociones.

—Si tú lo dices, pero por lo que vi puedo decir que no serás capaz de
resistirte mucho más tiempo. Andar por ahí sin ropa interior de hecho no grita
abstinencia, ¿sabes? —Le di una mirada indignada, la cual devolvió con una
sonrisa aún más obscena—. Vamos, Sofia. Tengo razón, no lo niegues.

—Quería provocar a Danilo, hacerle la espera más dura.

—Parece que solo lo pusiste duro. —Me dio un guiño—. Y también lo


hiciste más duro para ti.

—Tus juegos de palabras son peores que los de Leonas.

Chocó su hombro contra el mío.

—Vamos, regresa con tu esposo. Estoy segura que ha estado protegiendo


tus bragas con su vida.

—Anna, no digas nada a nadie.

Puso sus ojos en blanco.

—No te preocupes, tu reputación de niña buena está a salvo conmigo.


Tengo práctica manteniendo un perfil alto. La vida se trata de disfrutar de las
pequeñas libertades.

Resoplé a medida que me arrastraba de regreso a la fiesta.

Danilo estaba hablando con mi papá y Samuel. Miró en mi dirección


cuando entramos. El calor bajó por mi cuerpo, amplificado al saber que mis
bragas estaban en su bolsillo.

—Les doy dos semanas como mucho antes de que le arranques la ropa.
A
nna estuvo peligrosamente cerca de tener razón. Danilo y yo nos
besamos a menudo, y me hizo más difícil retroceder. Nunca
intentó hacer más cosas, y supuse que estaba esperando una señal
de mi parte.

Caímos en una rutina tentativa. Desayunábamos juntos todas las mañanas,


por supuesto, Danilo lo preparaba. Después, se iba a las reuniones de trabajo, y
yo me hacía cargo de mis responsabilidades sociales, ejercitaba, me reunía con el
chef que me estaba enseñando a cocinar (tenía talento para los postres,
especialmente la pastelería) y trabajé en mis solicitudes para la universidad.
Cuando Danilo llegaba a casa a última hora de la tarde, dábamos de comer juntos
a los Koi y, por lo general, terminábamos besándonos. Luego cenábamos, que a
veces yo cocinaba, y entonces nos acomodábamos en el sofá para hablar o ver
películas. A Danilo le gustaban los clásicos antiguos, especialmente las
producciones europeas, lo cual era una experiencia nueva para mí.

La atmósfera siempre se volvía tensa cuando nos acostábamos, sobre todo


porque me ponía tensa. Probablemente por eso nunca nos besábamos en la cama.

Dos semanas después de la boda de Samuel y Emma, decidí arrojar la


precaución al viento. Cuando Danilo se acomodó a mi lado bajo las mantas, me
acerqué a él y lo besé.

No dudó en envolver sus brazos alrededor de mí para atraerme en su


contra, profundizando el beso. Nuestras piernas se enredaron, y las manos de
Danilo vagaron por mi espalda, deslizándose bajo mi camisola hasta mi piel
desnuda. Como siempre cuando nos besábamos, estaba empapada. Acaricié la
fuerte espalda de Danilo, trazando sus músculos flexionándose.

Una de sus manos se deslizó dentro de mis bragas, apretando mi trasero.


Mi cuerpo se tensó, imágenes no invitadas de la noche de la fiesta inundando mi
cabeza. Intenté alejar esos recuerdos, obligándome a concentrarme en el beso,
pero pronto mi excitación se desvaneció.

Danilo continuó acariciando mi trasero pero se apartó, evaluando mi


rostro.

—¿Demasiado?

—No sé. —Estaba confundida. Quería más, pero mi mente había tensado
mi cuerpo por completo.

Danilo sacó su mano de mis bragas y tomó mi nuca, entrecerrando sus


ojos pensativos.

—¿Esto sigue siendo por lo que pasó en la fiesta?

Asentí.

—Esta vez no será así. Me tomaré mi tiempo, preparándote, prestando


atención a lo que te gusta…

Me incliné y lo besé nuevamente. Pasando mis manos por su pecho, me


froté contra su muslo, intentando ganar por encima de mi mente
desesperadamente, pero para ahora ya no estaba mojada. Danilo pasó la palma de
su mano por la parte externa de mi muslo, luego hacia el área sensible de la parte
interna. Cuando sus dedos se acercaron a mi centro, me tensé. Comenzó a
retroceder, pero puse mi mano sobre la suya y lo detuve.

—No pares.

Deslizó sus dedos más hacia arriba, rozando mis pliegues externos. Mi
cuerpo se sintió listo para astillarse con la tensión y no en el buen sentido. Danilo
negó con la cabeza y dejó de besarme.

—Esto no está funcionando.

Gruñí.

—Lo sé. —Me desplomé sobre mi espalda y me quedé mirando hacia el


techo, intentando determinar por qué exactamente me tensaba. Parte de eso era
que estaba aterrorizada por el dolor, pero dudaba que fuera de nuevo así. ¿La otra
parte? Mi cerebro repitiendo a esas rubias con las que Danilo había estado en el
pasado.

—¿Prefieres las rubias?


—¿Qué? —murmuró Danilo, apoyándose en su codo e inclinándose sobre
mí.

Me encogí de hombros.

—Todas tus citas fueron rubias, y en la fiesta me elegiste por mi peluca.

—¿Esto es por eso?

—Quizás. En realidad, no lo sé.

Suspiró y se pasó una mano por su cabello.

—Nunca tuve nada por las rubias. Ni siquiera hace años atrás. —Supuse
que se refería a cuando estaba comprometido con Fina—. Salí con chicas de
cabello castaño, negro, rubio.

—No después —dije, también evitando el nombre de Fina.

Danilo tomó mi cadera, su pulgar deslizando por debajo de mi camisola


para acariciar mi piel.

—No estuve con esas mujeres porque me sintiera más atraído por las
rubias. Estuve con ella por mis problemas de ira. —Llegó a mi cabello y pasó sus
dedos por mis rizos—. Me encanta el color de tu cabello, como las castañas.

—Está bien —murmuré, incluso si los problemas de ira parecían una


explicación extraña para follarse a puras rubias, pero todos manejaban el trauma
de diferentes maneras. Me giré, acurrucándome contra él—. Quiero seguir
intentándolo. Mi cuerpo cederá con el tiempo.

Danilo sonrió con ironía.

—Lo intentaré todo lo que quieras. Pero tal vez deberíamos continuar por
la mañana. —Envolvió sus brazos alrededor de mí, y me acomodó contra su
pecho.

Cada día me sentía más cómoda con Danilo. Aún no lo entendía, pero tal
vez eso era normal. Los hombres, especialmente los hombres de nuestro mundo,
eran una especie extraña.
Desperté en los brazos de Danilo y me volví para besarlo. Nuestros
cuerpos aún estaban relajados por el sueño, pero se calentaron rápidamente. Pero
como antes, mi mente estropeó las cosas.

Danilo me dio tiempo para recobrar la compostura y bajó a preparar el


desayuno.

Mirando al techo, deslicé una mano entre mis piernas. Estaba seco como
el Sahara. Era extraño lo rápido que mi cuerpo pasaba de la excitación total a un
estado desértico una vez que me tensaba. No me había acariciado desde la fiesta.
Por alguna razón, los eventos habían embotado mi libido. Mis dedos trabajaron
mi clítoris de la forma en que normalmente me gustaba, pero mi cuerpo apenas
reaccionó.

Frustrada, froté más fuerte.

Danilo se aclaró la garganta.

Aparté mi mano de un tirón y cerré mis ojos con un gemido. La cama se


hundió y abrí mis ojos a medida que él dejaba una bandeja.

—Solo estaba intentando ver si mi cuerpo aún funciona.

Danilo se inclinó y me besó lentamente.

—Parecía que te dolía. Eso no parecía placentero.

—No lo era.

—¿Qué tal si desayunamos y después abordamos el problema?

—¿Abordar el problema? —repetí, mis cejas subiendo en mi frente. Llevé


una fresa a mi boca—. Eso tampoco suena placentero.

Nos terminamos nuestros gofres y estuvimos hablando de mis planes para


comenzar la universidad en primavera, cuando Danilo preguntó:

—¿Alguna vez me dejarás leer algo tuyo?

Mis mejillas se calentaron. Hasta ahora, todas mis historias habían sido
historias de amor sexis y cursis.

Danilo arqueó sus cejas.

—¿Tan mal?

—De hecho, solo vergonzoso.


—¿Peor de lo que me avergoncé al no reconocer a mi propia prometida
solo porque llevaba una peluca?

Resoplé.

—Quizás.

El teléfono de Danilo sonó entonces. Gimió.

—Tengo que llamar a Marco.

—Tomaré una ducha. —Salí de la cama, agradecida por el respiro de


hablar de mi escritura.

Después de ducharme, ceñí mi bata alrededor de mi cintura y volví a la


habitación. Danilo aún estaba al teléfono, recostado contra la cabecera, con su
musculoso pecho a la vista.

Al ver mi mirada apreciativa, Danilo sonrió engreído mientras


murmuraba:

—¿Qué tienen de difícil las carreras de autos?

Avancé hasta la cama y me senté junto a Danilo. La bata se abrió,


revelando mis muslos y una pizca de mi coño. Los ojos de Danilo se dirigieron
en seguida a la hendidura, deteniéndose en el vértice de mis muslos.
Inclinándome hacia atrás, tomé una fresa de la bandeja y la llevé a mi boca.

Danilo terminó la llamada sin decir una palabra y me miró con los ojos
entrecerrados.

—Al verte comer fresas con tu coño expuesto de esa manera, no puedo
dejar de preguntarme cómo sabrías.

Casi me atraganté con el pedazo de fruta, pero oculté mi sorpresa


rápidamente.

—Probablemente no a fresa —respondí con indiferencia aunque mis


mejillas ardían.

Me tendió otra fresa.

—Apuesto a que sí.

Tomé la fruta y me la llevé a los labios, pero Danilo negó con su cabeza.
Fruncí el ceño en confusión. Señaló con la cabeza hacia mi área más privada.
Mis ojos se abrieron por completo, pero entonces, mandé todo a la mierda.
Con las mejillas ardiendo, llevé la fresa a mis pliegues y la sumergí entre ellos.
Los ojos de Danilo siguieron el movimiento, sus labios separándose. Tal vez
pensó que no lo haría.

Saqué la fruta y Danilo sujetó mi muñeca, llevándose mi mano a su boca.


Envolvió la fresa con sus labios, tarareando.

La excitación se acumuló entre mis piernas mientras lo veía comer la


fruta.

—Tan delicioso como pensé.

Atrapé sus labios en un beso, pero solo me supo a fresa, ni una pizca de
mí. Danilo me atrajo a medias encima de él. Nuestros besos pronto calentándose
y acunó mi trasero con su mano, apretando, las yemas de sus dedos rozando mis
pliegues ligeramente.

Mi cuerpo se tensó, a pesar del deseo ardiendo en mis venas. Danilo se


alejó del beso cuando se hizo evidente que no me relajaría. Dejé que mi cabeza
cayera hacia adelante hasta que mi frente se apoyó en su pecho cálido. Odié a mi
cuerpo por hacerme esto.

Había necesitado de todo mi autocontrol para no llevar las cosas más lejos,
pero el cuerpo de Sofia aún había estado tenso cuando acaricié su espalda baja.
Su mente aún se aferraba al pasado doloroso. Si la empujaba y hacía lo que
quería, follándomela con mis dedos hasta que se corriera por toda mi mano,
podría haber estado demasiado tensa para disfrutarlo como debería. No quería
añadir otra mala experiencia a sus recuerdos. Si quería una vida sexual
satisfactoria, necesitaba asegurarme que Sofia solo tuviera encuentros positivos
de ahora en adelante, incluso si eso matara a mi pene.

—Ese nivel de intimidad… —Negó con la cabeza—. No puedo… aún no.


Mi mente siempre vuelve a esa noche y entonces mi cuerpo se tensa. Es
frustrante.
Asentí. Lo sospechaba. Y ahora tenía que pagar el precio por mi cagada.

—¿Por qué no intentas tocarte mientras estoy en la habitación?

Levantó su cabeza de mi pecho, luciendo resignada.

—Ni siquiera lo disfruto mucho cuando me toco, no desde aquella noche.


Tú mismo lo dijiste, no parecía placentero. Simplemente, no puedo relajarme. Y
si observaras, sería demasiado vergonzoso tocarme. Se sentiría raro.

Acaricié su garganta, mis dedos jugando con su clavícula. Quería que las
cosas progreseran. Ser paciente era un trabajo duro. Mierda, quería estar con
Sofia. Quizás…

—Podría tener una idea de cómo hacer que lo disfrutes en mi presencia sin
tener que tocarte hasta que estés más cómoda. —Sofia me miró con curiosidad.
La besé—. Solo espera. Primer tengo que conseguir algo.

A la noche siguiente después de prepararnos para la cama, dejé un paquete


rosa en la cama junto a Sofia.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad.

Saqué el dispositivo de su empaque. Lo había encontrado en línea cuando


estaba investigado juguetes para parejas. Era un vibrador pequeño y curvo con
una almohadilla que se presionaba contra el clítoris.

—Es un juguete recomendado para las mujeres que tienen problemas para
relajarse. —El anuncio prometía un orgasmo a todas las mujeres.

—Parece un mini plátano rosado —dijo Sofia horrorizada.

—La penetración es superficial. Pensé que es lo que preferirías hasta que


hayamos dormido juntos, pero la vibración estimula tu punto G y la ventosa
pequeña imitará el toque de mis labios alrededor de tu clítoris.

Sofia estudió el dispositivo, su cara poniéndose cada vez más roja.

—¿Eso es un Satisfyer?

Arqueé mis cejas.


—Sí, creo que se llama así.

Sacudió su cabeza y murmuró algo que sonó sospechosamente parecido a


Anna. Ni pregunté por qué las chicas habrían discutido sobre juguetes sexuales.

Levanté el control remoto.

—Y esto es para mí, de modo que pueda controlar la vibración de ambos


extremos.

Las mejillas de Sofia se pusieron aún más rojas.

—Oh, Dios.

—Creo que esto podría ayudarte a relajarte y soltarte. Vale la pena


intentarlo, ¿no crees? —La mera idea de controlar el consolador en el coño de
Sofia apretó mi ingle. Quería darle tanto placer como fuese posible, y si no podía
relajarse bajo mi toque o el suyo, necesitábamos descubrir nuevas maneras—.
¿Lo intentarás? —murmuré a medida que la besaba.

Asintió, pero aún parecía vagamente horrorizada. Le entregué el vibrador


y una pequeña botella de lubricante. Los miró fijamente, luego se puso de pie y
se apresuró al baño. Había esperado que lo deslizara en su coño conmigo
presente, pero le daría todo el tiempo que necesitaba. Había elegido el vibrador
más pequeño que pude encontrar, no muy seguro del nivel de comodidad de
Sofia con la penetración.

Se sintió muy apretada en la fiesta, pero había sido en su mayoría por mi


culpa.

—¿Estás bien? —llamé, después de un par de minutos.

—Sí —gritó. La puerta se abrió, y salió. Caminó rígidamente y la sangre


corrió a mi polla cuando comprendí que era por el consolador en su coño. Con su
camisón cubriéndola, no podía ver nada, pero solo imaginar el dispositivo fue
suficiente para volverme loco.

Se sentó junto a mí y se mordió su labio.

—¿Y?

—Se siente extraño, pero no de una mala manera. Un poco incómodo al


principio, pero se está volviendo cada vez mejor.

Tomé el control remoto y encendí el estimulador de clítoris a nivel bajo.


Sofia inhaló bruscamente, sus muslos apretándose.
—¿Qué te parece?

—Es agradable —susurró, mirando hacia abajo en su regazo.

También encendí el vibrador y comenzó un suave zumbido. Maldición,


esto era lo más sexy que podía imaginar.

—Oh —susurró, presionando sus muslos entre sí. Sus párpados se


cerraron cuando el dispositivo la complació.

Mi bóxer se volvió incómodamente ajustado. Podía correrme en mi ropa


como un jodido adolescente. Una sonrisa breve se dibujó en el rostro de Sofia
cuando vio mi situación precaria, de modo que di al estimulador del clítoris más
velocidad, haciéndola jadear.

No quería nada más que sacar mi pene y decirle a Sofia que me chupara.
Me sorprendió cuando extendió su mano y me acunó a través de mi bóxer. Mi
polla se sacudió ansiosamente.

—Sofia —gemí—. Voy a tener que sacar mi polla y masturbarme si no


vas a encargarte de hacerlo.

No era la cosa más romántica por decir, pero a la mierda, no había estado
con una mujer en más de seis meses. Estaba listo para explotar.

Una sonrisa tímida se formó en los labios de Sofia. Encendí su vibrador a


una velocidad media.

Su agarre en mi polla se apretó.

—Muéstrame —susurró.

No necesité que me lo dijera dos veces. Empujé mi bóxer hacia abajo y


curvé mi mano libre alrededor de mi polla, acariciándome y esparciendo mi
líquido preseminal sobre mi punta. Sofía me observó casi con entusiasmo.

La lujuria se encendió en los hermosos ojos de Sofia a medida que me


alcanzaba. Retiré mi mano, permitiéndole tocarme. Comenzó a frotarme con
cuidado, pero pronto sus cuidados se volvieron más ansiosos. Sus párpados se
cerraron y su respiración se tornó más pesada. Subí la succión del clítoris. La
cabeza de Sofia cayó hacia atrás, su boca abierta, sus muslos apretándose entre
sí.

Me tomó todo mi autocontrol no disparar mi carga de inmediato, solo


sabiendo que Sofia tenía un vibrador en su coño y lo estaba disfrutando. Subí la
vibración aún más, necesitando verla soltarse. Los labios de Sofia se separaron
en un gemido fuerte, sus ojos cerrados revoloteando. Mis dedos apretaron el
control remoto. Desesperado de que se corriera, también puse el estimulador de
clítoris aún más alto.

Sofia apretó mi polla con fuerza entre su puño, sus ojos abriéndose de par
en par, sus muslos apretándose más. Gritó roncamente a medida que se corría. Y
ya no pude aguantar más. Me liberé por toda su mano, con un estremecimiento.
Tembló bajo la fuerza de su propio orgasmo, ordeñándome casi dolorosamente,
pero disfruté del dolor excitante.

—Demasiado —jadeó, aflojando su agarre en mi polla.

Bajé la estimulación al mínimo. Sofia se dejó caer en la cama, luciendo


aturdida y agotada. Me estiré a su lado, cuidando no cubrir las sábanas de semen.
Inclinándome sobre su rostro, pasé mi pulgar por su labio inferior regordete.

Estaba de color rojo. Debió haberlo mordido durante su liberación.

—Sofia, me vuelves completamente loco.

Sonrió, después se mordió su labio y se cubrió la cara con las manos. Una
risita brotó de sus labios.

—No puedo creer que acabamos de hacer eso.

Tiré de sus manos hacia abajo, divertido por su mortificación.

—No te avergüences. Verte soltarte fue sexy.

Se aclaró su garganta.

—Debería sacar el… juguete —dijo y se levantó para desaparecer en el


baño. Aproveché el tiempo para limpiarme con un pañuelo de papel. Necesitaba
ducharme. Seguí a Sofia, quien estaba junto al lavabo, lavando el vibrador.

—Voy a ducharme. ¿Quieres acompañarme?

Sofia frunció sus labios, luego negó con la cabeza.

—Adelante. Iré acostarme.

Me acerqué a ella y sujeté sus caderas, encontrándome con su mirada en el


espejo.

—¿Estás bien?

Sonrió.
—Estoy bien. Solo necesito procesarlo. —Puso su mano sobre la mía—.
No te preocupes.

Asentí y la observé a medida que regresaba al dormitorio. Cuando


terminé, Sofia estaba sentada en la cama, leyendo algo en un cuaderno.

Me deslicé bajo las mantas y la rodeé con un brazo. Me tendió el cuaderno


entonces. Arqueé una ceja.

—Es algo que escribí. Es embarazoso, pero quería compartirlo contigo.

Empecé a leer lo que descubrí que era la fantasía de Sofia para nuestro
primer encuentro sexual. La sorpresa se apoderó de mí a medida que leía su
historia, especialmente cómo me veía: su versión ideal de mí. No entró en todos
los detalles, pero no fue tímida al describir cómo la toqué y le hice el amor. Así
como lo puso, probablemente era lo que anhelaba.

Hacer el amor era algo de lo que siempre me había preguntado pero nunca
había experimentado. Me preocupaba mucho por Sofia y no podía negar que
estaba enamorándome de ella. Sus sonrisas, amabilidad y terquedad me
atravesaban de vez en cuando, pero el amor no era algo que sucedía en el
transcurso de unas pocas semanas. Tomaba tiempo. Eso era algo en lo que creía
firmemente.

Cuando terminé de leer, alcé la vista. La inquietud se reflejaba en los ojos


de Sofia como si temiera mi reacción.

—¿Así es cómo quieres que sea nuestra primera vez? ¿Frente a una
chimenea en el suelo?

Se sonrojó.

—Es como lo imaginé. No se supone que sean instrucciones. —Cerró sus


ojos, poniéndose aún más roja, aunque no pensé que fuera posible—. Solo quería
que supieras que he estado imaginando nuestra primera vez, y que incluso si mi
cuerpo está siendo difícil, al final quiero estar contigo.

Dejé el cuaderno a un lado y la acerqué a mí.

—Hay una hermosa chimenea en la sala de estar de mi cabaña con vista al


lago. —Me quedé en silencio. Mencionar la casa del lago probablemente no era
la mejor idea, pero Sofia se limitó a sonreír—. Tendríamos que esperar a que la
temperatura caiga para que tenga sentido encender un fuego.
No tenía ninguna intención de esperar hasta entonces para dormir con mi
hermosa esposa.

Las cinco semanas desde nuestra boda ya habían resultado increíblemente


difíciles.

Sofia debió haber leído mis pensamientos porque puso sus ojos en blanco.

—Tampoco quiero esperar tanto tiempo.

—Bien. No me importa morir de un golpe de calor frente a una chimenea


crepitante en verano si esto significa que tengo la oportunidad de reclamar tu
hermoso cuerpo.

Sofia presionó su rostro en mi cuello y se echó a reír, pero no dijo ni una


palabra sobre cuándo estaría lista. Solo tendría que practicar un poco más de
paciencia.
A
demás de aeróbicos en el gimnasio local de la Organización
donde me topé con Bria, la esposa de Marco, por casualidad y
nos llevamos bien, empecé hacer yoga por su recomendación.
Antes de nuestro encuentro casual, solo la había visto en la boda. Por alguna
razón, nunca habíamos tenido una cita doble. Danilo siempre se encontraba a
solas con Marco, sobre todo para hacer negocios.

Era una hermosa mañana agradable de julio cuando extendí mi esterilla de


yoga junto al estanque de peces Koi. A las seis semanas desde que me mudé a la
mansión, había comenzado a sentirme más y más en casa. Aún hablaba con mi
madre cada dos días, pero ya no sentía nostalgia con Minneapolis. Ahora que
tenía una amiga en Bria, las cosas también estaban mejorando en ese frente. La
distancia entre Anna y yo dificultaba las reuniones regulares, incluso si nos
enviáramos mensajes a diario.

Estaba en la posición del perro bocabajo cuando vi a Danilo bajando por el


camino con su traje oscuro habitual.

Me observó a medida que pasaba del perro bocabajo a la cobra. Solo era la
segunda vez que hacía yoga en nuestro jardín junto al estanque de peces Koi,
pero sabía que seguiría siendo mi lugar favorito durante el tiempo que el clima lo
permitiera. Me encantaba ver a los peces asomándose de vez en cuando a la
superficie como si me estuvieran controlando. Ni siquiera me sentí cohibida
mientras Danilo me observaba. El yoga me ayudaba a olvidar todos mis
problemas e inseguridades persistentes. Incluso había considerado en finalmente
llamar a Fina. No había intentado contactarme en dos semanas, renunciando
cuando nunca respondí. Ahora que mi relación con Danilo crecía cada día más,
me sentía culpable por negarme a hablar con ella.

Me hundí de culo, con las piernas cruzadas.


—Hola.

Se acercó a mí. A pesar de la primera hora de la mañana, ya estaba


impecablemente vestido, listo para comenzar a trabajar temprano. Admiré su
ética de trabajo, incluso si eso significa que no tendríamos mucho tiempo juntos
como me habría gustado veces. Pero Indianápolis era una ciudad importante, y
Danilo aún era un lugarteniente joven en la Organización. Necesitaba demostrar
que era un gran trabajador para que sus hombres y especialmente los Capitanes y
otros lugartenientes lo respetaran.

Después de todo, hacer declaraciones sangrientas tenía sus límites. En su


mayoría solo provocaban miedo, no admiración.

—Quiero pasar unos días en nuestra casa del lago. Sería bueno tener
tiempo el uno para el otro sin distracciones, como unas mini vacaciones.

Me puse de pie sorprendida, y me limpié la cara con una toalla.

—Eso suena estupendo. —Al recordar el comentario de Danilo sobre la


chimenea en la cabaña, mi vientre se llenó de mariposas.

Danilo se acercó a mí y acunó mi rostro.

—Solo tú y yo, nada más.

Asentí contra su boca y me hundí en el beso. Su lengua separó mis labios,


saboreándome ansiosamente. Me encantaba besar a Danilo. Siempre despertaba
todos los nervios de mi cuerpo. Desde que me regaló el juguete sexual (algo que
aún no le había mencionado a Anna) me relajaba más y más, y me corría cada
vez que lo usábamos. Si bien me encantaba, quería estar con Danilo físicamente
sin la ayuda de un dispositivo. Quizás la cabaña nos daría la oportunidad.

—¿No estás demasiado ocupado? —susurré cuando él se retiró.

Danilo odiaba irse de Indianápolis incluso por un día. Ser el lugarteniente


de una de las ciudades más importantes de la Organización conllevaba muchas
responsabilidades, y se tomaba muy en serio sus responsabilidades. Que dejara su
ciudad durante varios días para pasar tiempo conmigo me demostraba que en
realidad quería que nuestro matrimonio funcione.

—Nuestro matrimonio es más importante. Podríamos usar algo de tiempo


para disfrutar de la compañía del otro.

Un escalofrío agradable mezclado con nervios se disparó en mi cuerpo.


¿Finalmente tendríamos sexo? No estaba tan preocupada por la perspectiva como
solía estarlo. Danilo se había asegurado en los últimos días que, me daría un
montón de placer para compensar nuestro primer encuentro fallido, y estaba
segura que lo seguiría haciendo.

—No puedo esperar —murmuré, con la esperanza de que entendiera lo


que quería decir.

Me apretó aún más contra él y me besó hasta que mi ropa se sintió


incómodamente caliente y mi cuerpo palpitó de necesidad.

—Tengo que ir a una reunión con Marco —murmuró Danilo con pesar.

—Me he encontrado a su esposa dos veces en el gimnasio. De hecho, nos


agradamos. Tal vez alguna vez podríamos cenar juntos.

Danilo pareció sorprendido.

—Marco no mencionó nada.

Me encogí de hombros.

—Tal vez Bria no le dijo.

La expresión de su cara me dijo que no le sorprendía. No había hablado


con Bria sobre su matrimonio con Marco, de modo que no estaba segura si tenían
problemas. Lo único que sabía era que se habían casado un par de semanas antes
que nosotros.

—Hablaré con Marco de ello, pero primero tendremos nuestras


vacaciones. —Me besó nuevamente antes de marcharse. Lo vi alejarse y solté un
suspiro pequeño, intentando ignorar la necesidad palpitante de mi cuerpo.

Estaba más que dispuesta a intentarlo otra vez, y sabía que esta vez sería
perfecto.

Una semana después, finalmente hicimos tiempo para nuestra escapada.


Era la primera vez que regresábamos a la casa del lago de los Mancini después de
la fiesta de cumpleaños de Danilo. A la luz del día, pude apreciar plenamente el
hermoso paisaje rodeando la cabaña y el lago.
Miré con curiosidad por la ventana. Una pequeña pizca de nervios se
encendió en mi estómago cuando condujimos por el camino de entrada. No
quería vincular este lugar con mis malos recuerdos. Después de todo, un lugar en
realidad no podía albergar sentimientos negativos, y no quería estar encadenada
al pasado.

Danilo puso una mano en mi rodilla y apretó.

—¿Estás bien?

Le eché un vistazo y envolví mis dedos alrededor de los suyos.

—Sí, simplemente disfrutando del paisaje.

—Espero que disfrutes del viaje. Sé que tu única experiencia aquí fue
horrible, pero de hecho, me encanta pasar tiempo en la cabaña, y espero que tú
también lo hagas eventualmente.

—No te preocupes. Solo me centraré en el aquí y ahora.

Danilo se detuvo frente a la cabaña, un edificio de madera de dos pisos


con un enorme patio con vista al lago bordeado de árboles.

Salí y respiré el aire fresco del bosque. La tarde calurosa de julio


dominando Indianápolis no estaba presente aquí. Estaba cálido y húmedo, pero
no caliente. Quizás en realidad podríamos encender un fuego en la chimenea.

Danilo tomó nuestro equipaje del maletero y lo llevó a la cabaña. Ahora,


sin docenas de invitados y luces intermitentes, el ambiente acogedor que
desprendía el interior de la casa me sorprendió. Todo era madera, piel de oveja,
alfombras de piel de vaca y sofás de cuero suave color coñac. Las ventanas
enormes permitían que el sol penetrase en las grandes habitaciones de techos
altos. Una chimenea de piedra magnífica dominaba el centro de la sala de estar,
como era habitual en la mayoría de las cabañas de la zona. Danilo dejó el
equipaje en el vestíbulo y me mostró los alrededores. Cuando salimos al patio,
tuve un breve flashback, recordando cómo había visto en un principio a Danilo
en la terraza inferior y la forma en que bailamos juntos. La piel de gallina brotó
en mi piel, pero la avalancha de recuerdos no llegó.

Danilo tomó mi cadera, sus ojos evaluando los míos.

—¿Segura que estás bien?

—Definitivamente —respondí—. ¿Qué tal si me muestras el resto de la


casa?
Danilo me llevó a un jacuzzi junto al patio que daba al lago y al bosque
circundante. La última vez no había notado el sauna junto al patio.

Me dejó sin aliento.

Recordaba haber visto brevemente el jacuzzi en la fiesta, lleno de gente


borracha y medio desnuda. De repente, curiosa, miré a Danilo con los ojos
entrecerrados.

—¿Con qué frecuencia tenías fiestas así?

Danilo se rio entre dientes.

—Para ser honesto, ni siquiera habría organizado esa fiesta en absoluto si


no fuera por Marco. Estaba decidido a darnos una última celebración antes de
casarnos.

Resoplé.

—Fue toda una última celebración.

Danilo acarició mi cadera, atrayéndome contra él.

—Uno de mis recuerdos de cumpleaños menos preferido, si soy honesto.


Espero que podamos crear muchos más mejores recuerdos en el futuro.

—Lo haremos —dije.

Danilo había sido atento y cariñoso estas últimas semanas. En serio estaba
intentándolo con todo lo que tenía. Al final, no era la única que parecía
involucrada en nuestra relación. Aparte de eso, la forma en que Danilo me
miraba a menudo me hacía pensar que podría sentir algo por mí. Dudaba que
esos sentimientos fueran amor. No quería perderme otra vez en la esperanza
tonta, pero definitivamente había algo allí.

—¿Por qué no tenemos una noche de spa? —sugirió Danilo—. Podemos


sumergirnos en el jacuzzi por un rato, y luego entrar en la sauna. Podemos
refrescarnos en el lago.

Las temperaturas en esta parte del estado aún eran moderadamente cálidas,
pero por lo general se enfriaban por las noches. Una noche en el jacuzzi y el
sauna sonaba increíble.

Sonreí.

—Suena maravilloso.
—Desempaquemos y vayamos a la tienda de comestibles para comprar
algo de comida para los próximos días. Aún hay carne en el congelador de mi
último par de viajes de caza con Marco, de modo que deberíamos tener suficiente
carne para nuestro viaje. Pero no podemos descongelarla hasta esta noche.

—Podríamos cocinar algo juntos. ¿Quizás involtini o saltimbocca?

Danilo asintió.

—Veamos lo que tiene la pequeña tienda de comestibles. En su mayoría


tienen carnes y pescado fresco.

—Haremos que funcione.

Después de desempacar, lo cual tomó mucho más tiempo de lo habitual


porque me sorprendió la vista impresionante a través de las ventanas
panorámicas sobre el lago en nuestro dormitorio, finalmente nos dirigimos a la
tienda.

Después de una cena rápida de pescado a la parrilla y maíz, seguido de


sandía a la parrilla, algo que nunca consideré una posibilidad, pero era
increíblemente deliciosa, subimos a la habitación para cambiarnos.

Danilo siguió todos mis movimientos mientras me desnudaba y me paraba


ante él completamente desnuda. Él también estaba desnudo y admiré su cuerpo.
Mis labios se torcieron en una sonrisa a medida que veía su miembro
engrosándose. La sonrisa que me devolvió fue oscura y hambrienta. Buscó algo
en lo que no me había fijado antes sobre la mesita de noche: mi pequeño vibrador
bala. Era otro juguete que Danilo me había comprado, uno que podía insertar
completamente sin generar ninguna estimulación del clítoris.

—Traje esto conmigo. Hasta ahora ha sido bastante útil.

Me mordí mi labio.

—Supongo que, es bueno que sea resistente al agua.

Danilo se acercó a mí lentamente, con el pequeño dispositivo en su mano


y una mirada en su rostro que hizo que mi núcleo se contrajera deliciosamente.

—¿Puedo?

Asentí, excitándome aún más por la idea de que Danilo hiciera esto. Hasta
ahora, siempre lo había insertado por mi cuenta. Danilo acarició la parte exterior
de mi pierna.
—Levanta una de tus piernas sobre la cama —instruyó.

Lo hice, intentando lucir elegante, a pesar de mi estado expuesto. Los


dedos de Danilo rozaron mis pliegues sensibles a medida que insertaba el
vibrador lentamente, sin apartar sus ojos de mí. Mis labios se abrieron mientras
lo empujaba más y más profundamente. Nuestras miradas se encontraron, y
pareció dispuesto a devorarme. Dejó caer su mano, pero no quise nada más que
él siguiera tocándome allí.

—¿Cómo se siente?

—Muy bien —gruñí ásperamente mientras bajaba mi pierna.

Tomó el control remoto de su mesita de noche. Mis pezones se fruncieron


de inmediato, anticipando lo que vendría.

Danilo giró el vibrador al nivel de vibración más bajo, solo un susurro de


placer pero al mismo tiempo la promesa de más.

—¿Lista para sumergirte en el jacuzzi?

Me puse de puntillas y lo besé antes de murmurar:

—Tan lista.

Danilo dejó escapar un gemido y tomó mi mano, guiándome. Los


primeros pasos enviaron ráfagas de placer a través de mi núcleo mientras mi
cuerpo se adaptaba a la vibración profunda.

Me echó un vistazo por el rabillo del ojo, sabiendo muy bien que estaba
demasiado sensible en este momento, pero no ralentizó. No es que estuviera
menos ansiosa por pasar una tarde relajante y, con suerte, placentera en el jacuzzi
y el lago.

Apretó mi mano con firmeza a medida que me conducía al jacuzzi. Incluso


ese toque inocente se sintió mucho más intenso solo por el dispositivo dentro de
mí. Me sentía traviesa, atrevida e increíblemente sexy sabiendo que eso excitaba
a Danilo. La temperatura exterior se había enfriado considerablemente y la brisa
ligera acarició mi piel de la manera más tentadora posible.

Danilo me ayudó a subir los escalones del jacuzzi. Mientras me sumergía


en el agua caliente, se me escapó un gemido suave. Mis músculos se relajaron
cuando me hundí contra el respaldo, saboreando las sensaciones dentro de mí.

Él ya lucía una erección impresionante ahora. Sonreí, sabiendo que lo


excitaba poder controlar el pequeño dispositivo dirigiendo mi placer.
Puso un brazo alrededor de mis hombros, sus dedos acariciando mi brazo.
Apoyé mi cabeza en su brazo fuerte y contemplé el lago. Era una vista tan
tranquila, muy diferente a mi primera impresión de la zona en el cumpleaños de
Danilo.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó Danilo cuidadosamente, como


si pudiera sentir que mis pensamientos se habían desviado en el tiempo.

Rocé mi palma sobre su pecho.

—Simplemente disfrutando de la vista hermosa.

Levanté mi cabeza y capturé sus labios para un beso sensual. Me apreté


aún más contra él, deslizándome sobre su regazo. Su erección rozó mi muslo.

Danilo me cambió de posición hasta que terminé sentada a horcajadas


sobre él, su longitud presionándose contra mi vientre y frotándome
deliciosamente contra mi punto más sensible. Envolví mis brazos en el cuello de
Danilo, intentando moldear nuestros cuerpos. Gemí en su boca cuando su polla
aplicó la cantidad perfecta de presión sobre mi clítoris.

Su palma se deslizó por mi espalda lentamente antes de acunar mi trasero


y apretarlo. Se me escapó otro gemido.

—No puedo esperar para estar dentro de ti —gruñó.

A pesar la breve pizca de nervios, también quería eso. Los ojos de Danilo
se encontraron con los míos, intentando evaluar mi reacción. Sostuve su mirada.

—Eso me gustaría.

Danilo rozó sus labios contra mi mejilla y oreja.

—Mañana. Hoy hemos conducido mucho y quiero que mañana sea


realmente especial.

Pasamos la siguiente hora besándonos en el jacuzzi hasta que comencé a


mecerme casi frenéticamente contra Danilo y él soltó un gemido bajo. Me detuvo
con una mirada casi dolida.

—Tengo que pararte justo allí o terminaré avergonzándome.

No pude evitar reír, disfrutando del poder que poseía.

Danilo me puso de pie con un gruñido y se levantó entonces.


—Suficiente. —Pero apretó mi trasero juguetonamente y me ayudó a salir
del jacuzzi—. Quizás debería darte una muestra de tu propia medicina.

Se inclinó y tomó el control remoto que dejó en uno de los sillones. Me


mordí mi labio. Aumentó las vibraciones, haciendo que me inclinara hacia él con
una exhalación fuerte. Danilo volvió a amasarme las nalgas. Entramos en el
sauna finlandesa. El calor estalló en mi cuerpo. Demasiadas sensaciones me
abrumaron. La vibración, el calor, la mano de Danilo en mi culo. Nos
acomodamos en los bancos de madera. Aplicó una cucharada de agua sobre las
brasas, y el olor a abeto inundó mi nariz.

Mis ojos captaron su erección que se estiraba en atención.

Danilo se dio cuenta de mi mirada y se inclinó más cerca para susurrar:

—Tú estás haciéndome esto, Sofia.

Pasé mi dedo por sus abdominales y curvé mi mano alrededor de su polla,


masajeándolo de la manera que a él le gustaba.

Alcanzó el control remoto y volvió a subir las vibraciones. Mis dedos se


sacudieron contra su longitud. Podía sentir que me estaba acercando cada vez
más y me pregunté si podría correrme sin ningún tipo de fricción en mi clítoris.
Danilo apartó mi mano suavemente.

—Aún no —dijo con brusquedad. Se puso de pie y me ayudó a


levantarme. Sentí temblores en mis piernas, sacudiéndose por las pequeñas
ráfagas de placer que irradiaban a través de mí—. Vamos a refrescarnos un poco.

Danilo me condujo a la terraza inferior. Me sumergí poco a poco en el


lago frío. Jadeé, luego disfruté de la sensación porque despejó la bruma llena de
lujuria en mi cabeza. Danilo me guiñó un ojo y se zambulló de cabeza,
rociándome con agua helada. Irrumpió en la superficie un momento después.

Sonriendo, nadó hacia mí y me arrastró contra él. Entrelacé mis piernas a


su alrededor y lo besé nuevamente. Nos llevó a la orilla para poder estar de pie y
mantenernos a los dos por encima del agua. Danilo frotó mi espalda, luego se
movió más abajo para apretar mi trasero.

—Danilo —susurré. No estaba segura de cómo expresar mi necesidad.

—Pronto —prometió Danilo.

Pronto sonaba demasiado lejos. Necesitaba alivio ahora, pero me permití


hundirme en el beso, en saborear el momento.
Empecé a temblar en el agua fría a pesar de los cuidados de Danilo.

—Es hora de calentarte —murmuró, arrastrando su boca lejos de la mía.

Entrelazando nuestros dedos, me llevó de regreso a la orilla de guijarros


blandos y por un sendero estrecho hacia el patio. Las tablas estaban calientes por
el fuego. Curvé los dedos de mis pies con deleite, sintiendo el calor regresar a
ellos.

Danilo tomó una de las toallas de felpa que había dejado en una silla y la
envolvió alrededor de mis hombros antes de apagar el vibrador bala. Le di una
mirada indignada, pero solo sonrió, una promesa oscura de lo que vendría.
Comenzó a secarme con suaves masajes delicados. Mis brazos, mi espalda, luego
aún más suave sobre mis senos. Mis pezones se pusieron aún más duros y no por
el frío. Se tomó su tiempo con mis senos, rozando la suave tela sobre mis nudos
doloridos en círculos tentadores hasta que pequeños jadeos escaparon de mis
labios entreabiertos. Esto se sentía tan bien, y una profunda necesidad dolorosa
se extendió lentamente entre mis muslos.

Sus ojos siguieron los movimientos de sus manos a medida que viajaban a
mi vientre. Secó mi trasero, apretándolo suavemente de vez en cuando. Mordí mi
labio cuando se puso de rodillas para secar mis muslos, dejándolo al nivel de los
ojos con mi coño. Podía sentir lo dolorosamente mojada que estaba y sabía que
Danilo podría verlo. Levantó mi pierna para secarla y apoyó mi pie en su rodilla.

Su roce suave aumentó el latido entre mis piernas, y el aire frío golpeando
mi carne húmeda solo incrementó la sensación. Los ojos de Danilo se demoraron
en mi coño a medida que frotaba mis muslos, y me apreté involuntariamente bajo
su atención. Al final, apoyó la toalla sobre mi carne dolorida, acariciándome
suavemente hasta secarme.

Mi respiración se tornó pesada, pero Danilo terminó demasiado pronto y


dejó caer la toalla. No se levantó. En su lugar, se inclinó hacia adelante y
presionó un beso suave en mi coño. Mi respiración se detuvo y mis manos se
dispararon para sujetar su cabeza. Su cálido aliento rozó como una pluma sobre
mi carne antes de presionar un beso más firme y prolongado contra mis pliegues,
sus labios rozando mi clítoris. Solté un gemido suave. Ni siquiera me había dado
cuenta de lo mucho que anhelaba esto.

—¿Qué quieres, Sofia? —murmuró entre besos, haciéndome mucho más


difícil formar un pensamiento. Hasta ahora, había intentado mantener cierta
distancia entre nosotros al no permitir este tipo de cercanía. El dispositivo que
aún estaba dentro de mí me permitía placer sin demasiado contacto físico, una
posibilidad extraña.

Quería soltarme, sucumbir a los toque de Danilo, en realidad quería traer


nuestros cuerpos juntos, incluso con el riesgo de la apertura a mis emociones
nuevamente.

—Sofia —gimió—. Me estoy volviendo loco aquí abajo. Déjame probarte.

Las llamas apenas penetraban en la oscuridad circundante y distorsionaban


el rostro de Danilo. Sabía que haría lo mismo con el mío, protegiéndome de su
mirada penetrante.

En lugar de responder, moví mi pierna hacia un lado, permitiéndole


acceder.

Tiró del cordón de la bala suavemente, haciéndome gemir antes de sacarlo


lentamente y dejarlo sobre la toalla a nuestro lado. Luego, no vaciló. Su lengua se
sumergió, probándome, separando mis pliegues para explorar mi carne sensible.
Me aferré a su cabeza, cerrando los ojos mientras prácticamente montaba su
boca. Me sentí lasciva, casi depravada, como si pudiera dejarme perder en la
seguridad de la oscuridad y pudiera ser otra persona. Con cada trazo de su lengua
caliente sobre mi hendidura, se me escapó aún más control. Cada centímetro de
mi cuerpo parecía palpitar de necesidad. Su lengua acarició y jugueteó hasta que
comenzó a lamer mi clítoris con lentos movimientos precisos que me hicieron
gemir ruidosamente.

Miré hacia abajo, necesitando ver lo que estaba haciendo. En la luz


parpadeante, pude ver que sus ojos estaban cerrados, una sonrisa confiada tirando
de sus labios, que estaban presionados contra mi coño. Su lengua emergió,
lamiéndome, y no pude contenerme. Me corrí con un grito áspero que resonó
sobre el lago, presionándome contra la boca de Danilo, queriendo que su lengua
se hundiera profundamente dentro de mí. Era un pensamiento extraño, pero no
podía quitármelo. Sus dedos se clavaron en mi trasero, empujándome aún más
cerca. Como si pudiera leer mis deseos más oscuros, enterró su lengua
profundamente en mí. Seguí observando, incapaz de apartar mis ojos de la vista
de Danilo dándome placer.

Casi sollocé de placer, aún aferrada a su cabeza, sin querer que esto
terminara incluso cuando se volvió demasiado. Danilo se apartó y presionó un
beso en mis pliegues antes de subir por mi cuerpo y reclamar mi boca con un
beso. Alcancé su erección, pero sujetó mi muñeca suavemente.
—Quiero correrme dentro de ti. Mañana. —Miró mis ojos profundamente,
esperando que comentara algo.

—También quiero eso —susurré, besándolo.

Nos acomodamos en los muebles del salón, los brazos de Danilo


rodeándome por detrás. Las llamas manteniéndonos en un capullo cálido y su
cuerpo protegiéndome del viento. Los árboles se agitaban con la brisa y las olas
lamían la orilla. Era tan pacífico.

—¿Qué le pasó a tu hermana? —pregunté en voz baja, acariciando el


brazo de Danilo.

No reaccionó, como si no me hubiera escuchado, y me pregunté si eligió


no responderme. No quería presionarlo, pero odiaba basar mi opinión en los
rumores y chismes que estaban flotando en nuestros círculos. Y preguntar a
Emma parecía una violación a la confianza de Danilo, como si lo estuviera
sobrepasando.

Sin mencionar que quería conocer al hombre a mi lado. Esa parte del
pasado de Danilo jugaba un papel tan crucial en su vida que no saberlo parecía
una desventaja si quería llegar a conocerlo plenamente.

—Tuvo un accidente de auto —murmuró, su voz cargada de culpa y


nostalgia.

Había oído historias diferentes sobre lo mal que se había estrellado el auto.
Algunos rumores especulaban que Danilo había sido el conductor y que lo habían
barrido debajo de la alfombra. Dado sus sentimientos de culpa evidentes, me
pregunté si los rumores tenían algo de verdad.

—Emma tuvo una presentación de ballet una noche. Mi padre estaba en el


hospital por su cáncer y mi madre pasó la noche con él. Recién se estaba
recuperando de una operación. Fui a ver la presentación de Emma, pero poco
antes de que terminara, recibí una llamada de uno de nuestros hombres
informándome que había habido un conflicto sangriento con la Bratva. —Danilo
fulminó a las llamas mientras rememoraba el día. Incliné mi cuerpo para poder
verlo mejor—. Padre no podría encargarse por su enfermedad, de modo que tuve
que encargarme del asunto. Decidí dejar la presentación temprano y dejar que el
guardaespaldas de Emma la llevara a casa para así poder dirigirme al bar que
había sido atacado. Una hora después, Marco me llamó diciéndome que Emma
había tenido un accidente brutal.
Su voz transmitía tanto dolor y pesar que mi propio corazón se sintió
pesado.

—Conduje hasta el hospital, el mismo hospital donde mi padre se


recuperaba. Aún estaba en cirugía cuando llegué. Cuando el médico me dijo que
tenía la columna vertebral aplastada y que las posibilidades de que volviera a
caminar eran casi nulas, pensé que me estaban sacudiendo el suelo debajo de mis
pies. Y después, tuve que decírselo a mis padres, porque nadie les había
informado aún del accidente.

Hizo una pausa, el dolor del recuerdo palpable. Entrelacé nuestros dedos,
deseando haber estado allí para él ese día.

—Cuando entré a la habitación de mi padre, y vi que madre y él ya


parecían al límite de lo que podían soportar, consideré mentirles, pero se
merecían saber la verdad. Mi madre rompió a llorar, y mi padre intentó
levantarse de la cama, incluso aunque su cirugía solo había sido el día anterior.
No me culparon, lo que por alguna razón solo me hizo sentir peor.

—Pero no conducías el auto. Era trabajo del guardaespaldas de Emma


protegerla y llevarla a casa de manera segura. No podías haber sabido que se
estrellaría. Intentaste cumplir con tu deber con la Organización como tu padre
probablemente esperaba de ti. No hiciste nada malo.

La sonrisa de Danilo fue sombría.

—Sigo sintiendo que mi trabajo era mantener a salvo a mi hermana.


Amaba tanto el ballet, y tenía mucho talento, y luego, solo en un momento, se lo
quitaron sin tener ninguna culpa. Todo porque el bastardo de su guardaespaldas
se sintió provocado por otro conductor y optó por participar en una carrera
callejera. El maldito imbécil había bebido alcohol.

—¿Qué le pasó?

Por un segundo, una brutalidad salvaje se reflejó en sus ojos, y supe la


respuesta.

—Consiguió la muerte que merecía, rogando clemencia, pero negándosele


al igual que se le negó a Emma una vida normal.

Apreté su mano.

—Emma es una persona muy positiva. Es fuerte. Se lo está tomando con


tanta gracia. Dudo que te culpe.
—No lo hace. Me lo ha dicho en múltiples ocasiones, pero como tú, es
demasiado amable para este mundo, Sofia.

Fruncí mis labios.

—Ser amable no significa ser ciego a la verdad. No fue tu culpa. Fin de la


historia.

—No pareces dejarme ninguna opción más que aceptar tu palabra —dijo
con diversión apenas oculta.

Me apoyé en su pecho, intentando parecer severa.

—Así es. Me estoy poniendo firme.

Sacudió su cabeza, riendo.

—Supongo que entonces no tengo más remedio que escucharte. —Me


incliné hacia adelante y lo besé—. ¿La extrañas? —preguntó con cuidado.

No tiene que decir su nombre para saber que estaba hablando de Serafina.
Me sorprendió que mencionara a mi hermana. Hasta ahora, la evitaba como el
diablo evitaba el agua bendita.

—Sí, a veces. Especialmente en Navidad o los cumpleaños, pero a veces


solo en situaciones ordinarias, pero está bien. Tiene su vida, y yo tengo la mía.

Esperé su ira, porque por lo general llegaba rápido cuando se mencionaba


a Las Vegas, incluso de pasada. Consideré decirle la verdad, que había hablado
con Fina por teléfono un par de veces, pero después decidí no hacerlo.

Lo tomaría como una traición, razón por la cual no estaba segura si podría
hablar otra vez con mi hermana.

—¿Y tú?

Frunció el ceño.

—¿Por qué la extrañaría? Nunca pasé tiempo con ella. Te tengo a ti, y no
quiero a nadie más.

Me apoyé contra él, absorbiendo sus palabras con entusiasmo. Las dijo sin
dudarlo.

Se me puso la piel de gallina por la brisa fresca, y Danilo acarició mi


brazo.
—¿Deberíamos entrar? Estás fría.

—No —respondí rápidamente—. Quedémonos así por un rato. Es


demasiado hermoso.

Danilo asintió, echándome un vistazo.

—Tienes toda la razón.


E
l cielo estaba nublado, y las nubes gris oscuro se acumulan aún
más en el horizonte.

Después de un desayuno perezoso en la cama, Danilo y yo


salimos a dar un paseo por el bosque antes de que el sonido de un trueno nos
llevara de regreso a la cabaña.

Al segundo en que estuvimos dentro, el cielo se abrió y cayó una lluvia


fuerte.

—Un clima perfecto para encender la chimenea —dijo Danilo, besando mi


cuello posesivamente antes de dirigirse a la sala de estar. Sonreí a medida que lo
veía apilar troncos de madera seca en la chimenea. Me cambié mi ropa de
senderismo en un jersey de lana más cómodo y una falda antes de bajar de nuevo.

—Buscaré algunos bocadillos para un picnic en el suelo —dije de pasada


y me dirigí a la cocina. Regresé quince minutos después con una bandeja de
champán, bayas variadas, trufas de chocolate belga y queso francés.

El fuego ardía y Danilo había reunido las alfombras de piel de oveja


alrededor de la chimenea.

Mi estómago dio un vuelco mientras caminaba hacia él, mi hambre de


antes olvidada. Dejé la bandeja en el suelo y le sonreí a mi esposo.

Tomó mis manos y besó mis palmas. Nos llevó al suelo, con mi espalda
contra el pecho de Danilo, sus piernas a ambos lados de mí y picamos del queso
y la fruta. Al final, abrió el champán y lo bebimos.

Danilo besó mi garganta, luego empujó suavemente hacia abajo el escote


de mi suéter, dejando al descubierto mi hombro desnudo. Sus labios rozaron mi
piel.
—Eres increíblemente hermosa, Sofia. Cada centímetro de ti.

—¿En serio? —susurré. Danilo me había llamado hermosa, pero después


de años de inseguridad no podía escucharlo lo suficiente.

Me miró fijamente a los ojos con determinación.

—En serio. Tendré que decírtelo más a menudo. —Besó la parte superior
de mi brazo. Los troncos crujieron a medida que las llamas los devoraban y
pronto el calor nos envolvió. La lluvia azotaba casi furiosamente las puertas
francesas y el lago parecía negro como boca de lobo, pero desde el interior, bien
protegido y cálido, la vista era fascinante.

Sus manos encontraron su camino debajo de mi suéter, deslizando las


puntas de sus dedos sobre mi vientre desnudo. Mi piel se contrajo bajo el toque
suave. Danilo me subió el suéter por la cabeza lentamente. Solo usaba un
sujetador de encaje diminuto debajo.

—Déjame admirarte, Sofia. —Empujó suavemente hasta que me recliné


en los cojines que había esparcido por todo alrededor de las alfombras. Me
obligué a quedarme inmóvil, con los brazos extendidos tranquilamente sobre mi
cabeza.

Durante mucho tiempo me sentí inadecuada, pero mirando a Danilo ahora


mientras devoraba mi cuerpo con sus ojos, no dudé de su deseo por mí.

Danilo negó con la cabeza.

—Me gustaría que pudieras verte a través de mis ojos aunque sea solo una
vez, entonces jamás dudarías otra vez de mi deseo por ti.

Reprimí una sonrisa cuando expresó parte de mis pensamientos.

Danilo se inclinó sobre mí y me besó. Envolví su cuello con mis brazos,


feliz de tener su cuerpo protegiéndome. Acarició mi costado, el toque cuidadoso
y cariñoso. Sus labios se encontraron con los míos nuevamente, y pronto su beso
se tornó más hambriento, más exigente, y mi cuerpo cobró vida al sentirlo
encima de mí, por su beso y su palma cálida contra mi costado. Se retiró de
nuestro beso y me miró a los ojos.

—Te deseo, Sofia.

Mi corazón dio un vuelco porque sus ojos demostraban que sus palabras
eran ciertas. Me deseaba físicamente y, más allá de eso, también
emocionalmente. Podía sentirlo, y esta comprensión se instaló como un bálsamo
sobre todas las heridas del pasado.

Sonreí y lo abracé un poco más.

—Estoy lista. Solo sé cuidadoso.

Los ojos de Danilo brillaron con culpa y se suavizaron. Acarició mi


garganta hasta que sus dedos se enredaron en mi cabello. El toque suave me hizo
estremecer y la piel de gallina cubrió mi piel.

—Confía en mí, me tomaré todo el tiempo que necesitas.

Asentí. Confiaba en él. Sus besos fueron tiernos. Sus manos bajaron por
mi cuerpo, descubriendo cada centímetro de mis brazos y costados casi con
reverencia, relajándome con cada caricia. Su toque inocente no me dejó
inafectada. A pesar de la naturaleza inocente de sus caricias, mi núcleo pronto se
calentó con una necesidad más profunda, una necesidad por más.

La boca de Danilo se deslizó sobre la mía muy despacio antes de moverse


más abajo. Dejó besos suaves en mi barbilla y garganta antes de que sus labios
adularan la hinchazón de mis senos. Mis pezones se endurecieron de inmediato,
presionándose contra el delgado material de mi sujetador. Danilo soltó un
zumbido y luego trazó el borde de mi escote con la punta de su lengua. Mis
pezones ansiaban atención, casi dolorosamente erectos, y una sensación pulsante
se apoderó de mi centro. Necesitaba más. Había esperado tanto tiempo por el
toque de Danilo, por su deseo y atención, y ahora que lo tenía, era como un
afrodisíaco, una droga de la que no podía conseguir suficiente.

—Tan hermosa —murmuró Danilo mientras colocaba un ligero beso en


mi pezón a través de la tela. Contuve el aliento, mi mano volando hacia la parte
posterior de su cabeza.

—Danilo. —La nota necesitada en mi voz no dejó ninguna duda en cuanto


a lo que necesitaba. Danilo acarició sus palmas por mis costados y las dirigió por
debajo de mi espalda, abriendo mi sujetador. Lo ayudé sentándome brevemente
de modo que pudiera quitarme el sujetador, pero luego me recliné en la alfombra
de felpa para permitir que me viera. Sus ojos hambrientos se fijaron en mis senos
desnudos y mis entrañas dieron una voltereta ante el deseo evidente que sentía
por mí. No era la primera vez que estaba viendo mis senos pero cada vez que lo
hacía, parecía como si lo fuera. El bulto en sus pantalones era inconfundible
ahora.
Sacudió la cabeza como si necesitara salir de un trance. Se cernió sobre
mí y rozó su pulgar por mi pezón. Mordí mi labio ante la sensación de hormigueo
extendiéndose desde mi pecho hasta el punto dulce entre mis piernas. Mis bragas
se me pegaban. Frotó mi pezón lentamente, mientras me observaba. A pesar del
calor en mis mejillas, mantuve mi mirada fija en él. Sus ojos se clavaron en los
míos, y con una sonrisa peligrosa curvándose en su boca maravillosa, se inclinó
sobre mi seno y sacó su lengua, la punta empujando mi pezón. Mis labios se
separaron. Finalmente, su boca se cerró alrededor de mi pezón y lo chupó en su
boca. El placer irradió en cada centímetro de mi cuerpo a medida que chupaba y
amasaba al mismo tiempo con la otra mano.

Sus dientes se cerraron alrededor de mis pezones, sorprendiéndome. Tiró


ligeramente, luego más fuerte. Clavé mis uñas en la alfombra ante la necesidad
ardiente palpitando entre mis piernas con cada tirón de sus dientes. Soltó mi
pezón tierno y lo rodeó dulcemente con su lengua antes de llevarlo a su boca para
succionarlo suavemente. Maullé. Mis bragas estaban completamente empapadas,
así que cuando la mano de Danilo se deslizó por mi cuerpo, me tensé por la
vergüenza.

—Relájate —murmuró ásperamente contra mi pezón. Luego, sus palabras


se convirtieron en un gruñido bajo a medida que sus dedos acariciaban mis
bragas empapadas—. ¿Estás mojada por mí?

—No hay nadie más alrededor —respondí. Ni siquiera estaba segura de


por qué. Por lo general, mi filtro de cerebro a la boca estaba intacto, pero la boca
de Danilo en mi pecho y entre mis piernas había causado una fuga importante, en
más de un sentido. Dejé escapar una risa avergonzada. Obviamente, era una
mierda absoluta en las charlas sexuales.

Por un momento, Danilo me miró como si me hubiera crecido una


segunda cabeza, luego se echó a reír y rozó sus labios a través de los míos con
una sonrisa atrevida. Sus dedos se dirigieron por mi sien.

—Pero no sé quién está aquí.

Por supuesto, mi cerebro saltó directamente a preguntarse quién estaba en


la cabeza de Danilo mientras nos enrollábamos, pero sus siguientes palabras
dispersaron mis preocupaciones a la vez.

Su mirada capturó la mía, sus ojos castaños tan intensos y devastadores


que mi respiración se atascó dentro de mi pecho.

—Atormentas mis noches y días, y sin importar lo que haga, no puedo


sacarte de mi mente.
—¿En serio?

—Sí —murmuró—. No puedo dejar de pensar en tu cuerpo sexy y todas


las cosas que quiero hacer con él. Estás volviéndome absolutamente loco de
deseo, Sofia.

Agarré su cuello y lo atraje para darle otro beso.

—Eres el único en mi cabeza. Te deseo.

Danilo me besó más fuerte antes de que su boca viajara por mi cuerpo
para aferrarse a mi pezón nuevamente.

Deslizó su dedo debajo de mis bragas, rozando mi carne caliente. Cerré


mis ojos con fuerza para concentrarme en las sensaciones del toque. Cuando la
yema de su dedo agasajó mi clítoris, fue como si partes de mi cuerpo de las que
no había sido consciente vinieron a la vida. Jadeé, con una mano aferrando la
parte posterior de su cuello para mantenerlo en su lugar contra mis senos y con la
otra empuñando la piel de oveja casi desesperadamente.

—Necesito probarte —gruñó Danilo y se alejó de mi pecho a pesar de mis


intentos para mantenerlo allí—. Lo de ayer por la noche no fue ni de cerca
suficiente.

La sonrisa de complicidad que me dio me hizo reír pero me quedé en


silencio cuando deslizó mis bragas y las arrojó a un lado. El aire frío golpeó mi
piel caliente, agitando mi necesidad aún más. Los ojos de Danilo recorrieron mi
cuerpo con lo que pareció reverencia.

Danilo separó mis piernas suavemente.

—Yo también quiero verte —exhalé.

Se pasó el suéter por su cabeza. Era tan increíblemente sexy.

Cada centímetro de su pecho estaba definido y el fino rastro de vellos


oscuros desapareciendo en sus pantalones casi me llevó al borde.

—Tus pantalones —le recordé.

Sacudió su cabeza, enfocado en mi coño.

—Primero voy a conseguir lo que quiero.

Mi núcleo se apretó con anticipación. Todo el miedo, preocupación y duda


salieron volando de mi mente cuando mi cuerpo tomó el control y lo dejé,
delirando con la libertad que trajo.
Sofia yacía ante mí como una diosa, con las piernas separadas,
permitiéndome una vista hermosa de su bonito coño. Su clítoris estaba hinchado
y rojo, desesperado por llamar la atención. Los labios de su vagina y sus nalgas
brillaban con su lujuria por mí.

Mierda. Mi cuerpo gritaba para hacerla realmente mía, para hundirme en


esta mujer maravillosamente hermosa.

En su lugar, tracé la parte interna del muslo con mi dedo índice,


avanzando lentamente hacia la parte exterior de los labios de su vagina. Había
anhelado hacer esto desde hace semanas. Cada vez que la complací con el
vibrador, mi cuerpo gritó por saborearla, sentirla, hundirme en ella.

La noche anterior había sido un comienzo, una probada breve de mi sexy


esposa. Necesitaba más.

Se apretó y su pequeña protuberancia pareció hincharse aún más. Gemí,


mis ojos buscando los de Sofia. Se sonrojó, pero no miró hacia otro lado.

—No puedo esperar para devorar tu hermoso coño otra vez.

Se mordió su labio, sus ojos destellando con un hambre que fue


directamente a mi polla. Trepé entre sus piernas y me acomodé. Me apoyé en mis
codos y separé sus muslos aún más para darme un mejor acceso y una vista
espléndida. Ayer por la noche, no había sido capaz de distinguir cada detalle
hermoso de su vagina como ahora podía hacerlo. Sabiendo que Sofia estaba
observando, lamí un sendero húmedo lentamente desde sus nalgas respingadas
hasta el pequeño valle entre sus labios y la parte interna de su muslo. Su
necesidad por mí goteó más y saqué mi lengua y lamí su hendidura. Ella jadeó,
su coño apretándose con necesidad.

—Danilo —susurró—. Por favor.

Maldición, sonaba como si mi boca fuera su salvación. Pronto se daría


cuenta que mi lengua era mejor que cualquier dispositivo. Me la comería todos
los días. Nuestros ojos se encontraron nuevamente, y una sensación de absoluta
posesión me invadió al ver su hermoso rostro necesitado. Tenía los labios
entreabiertos, las mejillas enrojecidas y sus ojos pidiéndome más.

—¿Quieres el vibrador? —Una rápida sacudida de cabeza—. ¿O quieres


que lama tu coño, preciosa? ¿Lamerlo profundo y fuerte hasta que te corras en mi
lengua?

—Sí —respondió sin aliento.

¿Cómo podía negarme? ¿Cómo podía negarme este manjar jodidamente


delicioso? Olía divina. Presioné el más mínimo beso en su clítoris hinchado.

De nuevo, un apretón y una inhalación profunda. Sus dedos se enredaron


en mi cabello, casi dolorosamente. Decidí detener las burlas. Sofia ya estaba
mojada y lista para más.

Elevando mis ojos para observar su rostro, lamí su pequeña perla con
lentas lamidas deliberadas, rodeándola con la punta de mi lengua, aplicando solo
un susurro de presión. Fui recompensado con un gemido tembloroso. La acaricié
con mis labios, explorando sus pliegues suaves con mi lengua, probándola. Me
sumergí entre sus labios y le di una larga lamida a su clítoris, tomándome mi
tiempo de modo que pudiera sentir cada terminación nerviosa en su hermoso
coño. Pero necesitaba más.

Maldita sea, no estaba seguro de quién de nosotros necesitaba más esto.


Mi boca se cerró alrededor de su clítoris y chupé, haciendo que se arqueara sobre
la suave piel de oveja con un gemido.

Extendí mi mano, agarrando su pezón entre mis dedos y tirando con


fuerza. Se formó un guijarro, y Sofia empujó su coño contra mi cara casi
desesperadamente, gritando. Me aparté para derribarla de nuevo, sin querer que
se corriera demasiado rápido.

—¿Te gusta más cuando te chupo? —pregunté, apoyando mi mejilla en su


suave muslo. Quería darle todo lo que deseaba. Lo de anoche había sido
impulsado por el hambre primitiva y no había prestado la suficiente atención a
las reacciones de su cuerpo, a pesar de que su orgasmo había sido un buen
indicador de ella disfrutando.

—No — dijo.

Levanté mis cejas. Unos pocos meses de celibato no me hacían un mal


juez del cuerpo de una mujer, ¿verdad?

—Ambos —jadeó—. Me gustan ambos.


Me reí.

—Vamos a averiguar qué te gusta más.

Asintió ansiosamente, haciéndome reír de nuevo. Pero luego me puse


serio cuando mis labios encontraron su clítoris nuevamente. La rodeé con la
punta de mi lengua. Su asentimiento de aprobación me dijo su veredicto. Me
sumergí más y empujé mi lengua dentro de ella, disfrutando del fuerte agarre de
sus paredes a mi alrededor a medida que la follaba con mi lengua.

—Oh, Dios —susurró, comenzando a temblar. Me aparté y besé su muslo,


tomándome mi tiempo para descubrirla antes de concentrarme en su coño una
vez más. Lamidas largas con la parte plana de mi lengua la acercaron de nuevo a
la cima, pero mucho más lento que antes. Estaba tan excitada que el más mínimo
toque a su clítoris la haría estallar como un petardo. Alterné entre embestidas y
movimientos de mi lengua hasta que todo su cuerpo se sacudió con temblores y
sus dedos tiraron bruscamente de mi cuero cabelludo. Sofia volvió a arquearse
con un grito gutural y terminó corriéndose. Observé su rostro lleno de lujuria, mi
boca aún enterrada en su coño, deleitándome con ella mientras se estremecía con
su liberación.

Se retorció y trató de apartarme. Riendo, besé su coño hinchado y me


arrastré por su cuerpo, saboreando la expresión de satisfacción en su rostro. Sus
ojos se abrieron muy despacio, y la mirada en ellos fue una puñalada y un
bálsamo a la vez. Confianza y amor. No estaba seguro cómo una chica como ella,
tan llena de bondad, podría amarme. Ni siquiera por todo lo que era: un asesino y
un criminal. Una cosa era pecar contra extraños o enemigos, pero había pecado
contra mi propia esposa, alguien que se suponía que debía proteger desde el día
de nuestro compromiso. En su lugar, había seguido adelante con mi orgullo y me
empapé en mi autodesprecio, haciéndole daño en el proceso. Que aún estuviera
dispuesta a permitir la ternura hacia mí demostraba lo bondadosa que era. Hace
un tiempo pensé que había sido derrotado, que Sofia me había robado casándose
conmigo en lugar de su hermana, pero ahora me daba cuenta que era al revés.

Donde era orgulloso, Sofia era humilde.

Donde era vengativo, ella era indulgente.

Donde era irascible, ella era paciente.

Sofia era demasiado buena para mí, y eso solo hacía que la deseara mucho
más, como una urraca atraída por su luz brillante.
No estaba seguro de cuánto tiempo me quedé observándola, pero su
expresión se transformó poco a poco de confusión a incertidumbre,
probablemente ya buscando fallos en sus propias acciones o incluso en sí misma,
cuando era a mí a quien debía recurrir cuando buscaba defectos.

Había tantas cosas que debería haber dicho, tantas cosas que quería decir,
pero una vez más me retuvo mi orgullo. En cambio, la besé con toda la pasión
que aún hervía bajo mi piel y gruñí:

—Te deseo, Sofia. No quiero nada más.


S
onreí a pesar de mis nervios. Había estado soñando con este día,
con este momento durante años.

Danilo me besó de nuevo antes de levantarse y bajarse sus


pantalones y bóxer. Lo había visto desnudo antes y, como siempre, una ola de
apreciación me abrumó, ahogando la mayor parte de mi ansiedad. Sin embargo,
no duro mucho. Al momento en que Danilo se instaló entre mis piernas, regresó
con toda su fuerza.

Danilo acunó mi rostro, sosteniendo mi mirada.

—Relájate para mí, hermosa.

Nuestros ojos se encontraron y mi cuerpo se relajó lentamente. Su mano se


deslizó entre mis muslos y su toque me recordó rápidamente el placer que había
sentido antes.

Mi cuerpo cobró vida cuando Danilo me tocó. Pronto, estaba lista y


resbaladiza. Su rostro se cernió cerca del mío y no apartó la mirada de mis ojos ni
una vez. Sonreí, su calidez y cuidado rodeándome. Por primera vez, me sentí
realmente vista por Danilo, como si viera más allá de lo que no era, y de hecho
notara quién era yo. E incluso mejor que eso, pareció gustarle mi verdadero ser.

Sus labios encontraron los míos y luego se movió. Se hundió en mí. Nada
del dolor esperado vino cuando se deslizó muy despacio dentro de mí, tomándose
su tiempo para darle a mi cuerpo la oportunidad de acostumbrarse a la intrusión.
Exhalé ante la sensación de plenitud total. Danilo no se movió, solo me besó
dulcemente, su ceño fruncido en preocupación. Apreté mi agarre sobre él y se
movió finalmente. Pareció acercarnos con cada embestida, no solo físicamente
sino también emocionalmente, como si una barrera tras otra cayera hasta que no
quedaba nada entre nosotros. No permití que el miedo a la cercanía emocional
echase raíces. Viví el momento, en la sensación de nuestros cuerpos unidos. Era
mejor que todas mis fantasías porque era real y perfecto incluso con sus pequeñas
imperfecciones.

Mis ojos estaban fijos en el maravilloso rostro de Sofia, en la forma en que


sus labios carnosos se abrían para otro gemido. Aparté los mechones de cabello
que se pegaban a su frente dulcemente. Su respiración se aceleró nuevamente.
Sus paredes me aferraron con fuerza, dándome un placer sin medida. Empujé
más fuerte y levanté una de sus piernas sobre mi espalda para cambiar el ángulo.
Necesitaba sentir más de ella.

Sofia jadeó, una mezcla de dolor y placer.

Mis movimientos se volvieron incontrolados y la embestí con más fuerza.


Sus uñas arañaron mi espalda, su respiración entrecortándose. Sabía que no se
correría, y así me permití dar rienda suelta, perderme en Sofia. Mis bolas se
tensaron y me hundí en ella, hasta que finalmente exploté.

Los ojos de Sofia se abrieron por completo.

Besé su mejilla y luego su boca, intentando recuperar el aliento.

—¿Estás bien? —Me encontré con su mirada y fui recompensado con una
sonrisa exhausta.

—Sí.

Saliendo de ella, me deslicé con cuidado y me estiré a su lado. Se acurrucó


cerca de mí.

Esto se sentía perfecto: sentir su cuerpo contra el mío. Envolví mis brazos
a su alrededor, deseándola aún más cerca.

Besé su sien, mis dedos acariciando la suave piel de su brazo. El fuego


crepitaba en la chimenea y Sofia soltó un suspiro suave.

—Esto fue perfecto.

—Me alegro que pienses eso. Tenía mucho que compensar.


Buscó mi mirada.

—También fue mi culpa. No podías haber sabido que era yo.

Era la primera vez que lo decía. Y alivió parte de mi culpa. Sin embargo,
no toda.

—No solo es eso. Fui un idiota durante mucho tiempo.

No me contradijo, y reí entre dientes.

—Está en el pasado, prefiero centrarme en el presente.

—Desearía tener tu habilidad para dejar el pasado atrás.

Alzó la vista.

—¿Qué quieres decir?

La pizca de incertidumbre en su voz me dijo que pensaba que me estaba


refiriendo a Serafina.

—Mi deseo de vengarme de Remo Falcone. No puedo dejarlo pasar.


Siempre que escucho su nombre o pienso en él, surge esta necesidad insaciable
de destruirlo. Todo se trata de mi orgullo.

—Hmm. Quizás sientes que nunca tuviste la oportunidad de tener un


cierre porque Remo y mi hermana lograron escapar.

Asentí.

—Aun así, debería poder dejarlo pasar. Las cosas me van de maravilla.
Tengo una esposa maravillosa y el negocio prospera. No anhelo nada, y sin
embargo…

—Quieres venganza —reflexionó Sofia, acariciando mi brazo.

—Sí —murmuré, entonces mis labios se torcieron—. No es el tema más


romántico en este momento.

Sofia negó con la cabeza, con una sonrisa.

—Siempre agradezco que compartas tus asuntos personales conmigo.


Después de estar tan cerca de ti físicamente, también se siente bien estar más
cerca de ti emocionalmente.

—¿No somos cercanos emocionalmente? —pregunté. Había intentado


abrirme a ella un poco más cada día. Siempre había sido un hombre que se
ocupaba de las cosas por su cuenta y no hablaba de emociones, de modo que
compartir esta parte de mí con los demás no era nada fácil.

—Lo somos, pero como dijiste, se necesita tiempo para conocernos


realmente.

—Tenemos tiempo.

Se giró hasta que ambos estuvimos frente a la chimenea y mi polla se


acunó contra su culo firme. Se arqueó hacia mí con una risa suave.

—Debería advertirle que ahora que la he tenido, señora Mancini, la querré


tener todos los días.

—Me encanta cuando me llamas así —admitió.

Sonreí contra su cabello.

—Me encanta que tengas mi apellido, que seas mía.

Asintió y cubrió mi mano con la suya.

Ante la sensación del culo de Sofia contra mí, la sangre se reunió en mi


pene.

Sofia se acurrucó aún más cerca, haciéndome gemir. Ella rio.

—Aún tenemos algunos días y muchos lugares para probar. —Besé su


hombro—. El lago, el sauna, la piscina, la cocina…

—¿La cama? —preguntó Sofia con voz burlona.

—Incluso la cama.

Sofia y yo pasamos los siguientes tres días haciendo exactamente eso,


follando en todas las habitaciones de la cabaña. Incluso mejor que el sexo fue
cocinar juntos, dar largos paseos por el bosque que conocía de memoria y
escuchar las risitas histéricas de Sofia cada vez que entraba al lago frío.
En nuestra última noche en la casa del algo, Danilo y yo nos relajábamos
en el sauna. Eché una mirada a la erección de Danilo. Lucía una ya que habíamos
venido hasta aquí desnudos. Sabía lo que quería hacer, pero no estaba segura de
cómo hacerlo. Le había dado un par de masturbadas, pero nunca una felación.

Siempre terminábamos teniendo sexo, de modo que la oportunidad nunca


se había presentado.

Me incliné más cerca de él y acaricié el interior de su muslo.

Danilo tomó mi cuello, sus ojos clavados en los míos.

—He estado fantaseando contigo de rodillas desde hace meses, cómo se


vería mi pene en tu hermosa boca.

Sonreí porque siempre parecía saber lo que deseaba. Cada vez que Danilo
me decía que fantaseaba conmigo, mi confianza aumentaba.

Envalentonada, caí de rodillas hasta que mi cara estaba a nivel con del
miembro de Danilo. Sus dedos se enredaron en mi cabello, empujándome hacia
adelante. Su entusiasmo me hizo reír antes de que pudiera evitarlo.

—Sofia —dijo con voz ronca, con una pizca de exasperación luchando
con la necesidad en su voz. Estaba desesperado por mi toque. Permitiendo que el
deseo que el vibrador había creado en mi centro me guiase, me incliné hacia
adelante y cerré mis labios alrededor de la punta luego succioné como lo había
hecho con su dedo. Danilo siseó, flexionando sus dedos contra mi cuero
cabelludo.

—No tan duro —gruñó—. Te voy a enseñar.

Sus dedos acariciaron mi cuello mientras comenzaba a mover sus caderas,


deslizándose dentro y fuera de mí. Solo cerré mis labios ligeramente alrededor de
él, preocupada por volver a chupar demasiado fuerte, pero pronto me di cuenta
que Danilo quería más, así que succioné más fuerte otra vez.

—Maldición, sí —murmuró Danilo, sus embestidas ganando impulso.


Aferré sus nalgas, disfrutando de la sensación de su flexión. Danilo me observó
todo el tiempo a medida que lo chupaba. Me hizo sentir como si fuera el centro
de su mundo. Acaricié sus bolas, queriendo verlo perderse por completo, y
pronto su rostro se contrajo y sus movimientos se volvieron espasmódicos—.
Voy a correrme —advirtió.

No me aparté. Me aferré a él aún más, y cuando finalmente estalló en mi


boca, estaba tan distraída por su rostro lleno de pasión que apenas me importó el
sabor. No me atreví a moverme. Quería que saboreara el momento y me
maravillé de los espasmos que se apoderaron de él. Me observó todo el tiempo
mientras tragaba, su expresión ardiendo de deseo.

Después de eso, fue mi turno para relajarme en mi toalla con la cabeza de


Danilo enterrada entre mis piernas. Un baño de medianoche nos refrescó a los
dos y luego nos acomodamos en el sofá frente a la chimenea.

Danilo se inclinó, su voz baja:

—Creo que me estoy enamorando de ti, Sofia. Más cada día que paso
contigo.

Había esperado escuchar esas palabras durante años, pero ahora que las
decía lo único en que podía pensar era si sus sentimientos ya eran más fuertes
que los que tuvo por mi hermana. Pensé que había dejado el pasado atrás; pero
había una cosa que seguía asomando su fea cabeza.

—¿Y Serafina?

Sus cejas se fruncieron.

—¿Serafina? ¿Por qué preguntarías por ella cuando te acabo de decir que
me estoy enamorando de ti?

Le di una mirada. ¿En serio no lo sabía? Me senté, odiándome por


mencionarla, pero al mismo tiempo incapaz de sacarla de mi mente.

Danilo también se sentó y acunó mi cara, obligándome a mirarlo.

—Sofia, ¿qué puedo hacer para que dejes de compararte con tu hermana?
Han pasado años.

—Deja de amar a mi hermana, deja de vivir con el arrepentimiento de


perderla.

Danilo negó con la cabeza.

—Te dije que nunca amé a tu hermana. No la conocía. La quería como un


cuervo quiere poseer una joya brillante. No puedo negar que me lamenté perderla
durante mucho tiempo, pero no era por mis sentimientos hacia ella. Era por mi
odio hacia Remo Falcone. Jamás querré no matar a ese hombre.

—Eres el hombre más orgulloso que conozco.

—Lo soy, y ese es mi mayor pecado. Teniendo en cuenta todo lo que he


hecho, eso dice mucho, Sofia. —Sus ojos se suavizaron a medida que acariciaba
mi mejilla—. Me preocupo por ti, Sofia, y me estoy enamorando de ti. Quizás ya
es… —Suspiró. ¿Casi había dicho que me amaba?—. Soy un hombre cauto
cuando se trata de las emociones. Pero créeme cuando te digo que nunca he
amado a otra mujer, ni a tu hermana, ni a ningún otra persona.

Envolví mis brazos en su cuello y lo acerqué para besarlo.

Reclinándome en su hombro, susurré:

—Entonces, en serio, ¿por qué te acostaste con todas esas mujeres rubias?
Y no me digas que es porque te gustan rubias porque definitivamente no te gusté
cuando lo tuve rubio.

—Lo odié —dijo Danilo sin dudarlo, sus dedos jugando con un mechón de
mi cabello—. Me encanta el color de tu cabello. Es hermoso. Cuando te vi de
rubia, se vio absolutamente mal.

—Porque me veía como una mala réplica de mi hermana —supuse.

Danilo me miró de forma extraña.

—Si así es cómo quieres ponerlo. Sí, me recordabas a tu hermana.

Tal vez esperaba que lo negara, pero me alegré que estuviera siendo
honesto conmigo.

—Pero no querías que te la recordaran porque dolía demasiado, y la


querías de vuelta y yo no era ella.

Danilo acunó mi cara.

—No, eso no es lo que pasó. Odiaba que me recordaras a tu hermana


cuando te miraba porque odiaba a tu hermana. Cualquier cosa que podría haber
sentido por ella una vez, y no fue amor, había vuelto con todas sus fuerzas
sombríamente. No quería sentir odio cada vez que te mirara. No quería que me
recordaras las acciones de tu hermana cada vez que estuviera contigo. Que me
enfrentaras a la apariencia de Serafina de esa forma me desestabilizó por
completo.

—Pero si solo sentías odio y no querías que te la recordaran, ¿por qué


buscar a las mujeres rubias?

Hizo una mueca.

—No estoy orgulloso de ello. ¿Recuerdas cómo fui contigo cuando usaste
esa peluca rubia?
Asentí, incluso aunque intentaba olvidarlo.

—Estaba siendo un idiota egoísta con esas rubias, buscándolas para tener
sexo con odio. No las traté bien, no como quería tratarte a ti, y cuando me las
follé solo fue para liberar parte de esa ira. Era un desastre. Era un puto desastre,
pero de alguna manera, se sentía como si estuviera haciéndole pagar a tu
hermana.

Incliné mi cabeza, intentando entender su razonamiento. En realidad, no


entendía. Pero mis acciones no siempre habían sido lógicas. Aun así, me
estremecí cuando pensé en teñirme el cabello de rubio para parecerme a Serafina,
como si al cambiar el color de mi cabello podía convertirme en ella,
reemplazarla.

—Supongo que ambos teníamos algunos problemas que resolver.

—Provoqué tus problemas. Pero tú no tuviste nada que ver con mi jodido
desastre.

—No fueron provocados solo por ti, Danilo —dije con firmeza—. La
situación era complicada. Mamá, papá, Samuel y muchas más personas sufrieron
tanto por Fina que eso me hizo sentir inadecuada. Pensé que ocuparía el lugar de
Fina en sus corazones, como si su desaparición dejaría una grieta abierta detrás
que podía llenar, pero en su lugar se creó un agujero negro que consumió todo
alrededor. Y no estaba segura de cómo lidiar con ello.

Danilo tomó mi mano y besó mis nudillos.

—Eras joven, Sofia. Si nosotros, los adultos, ni siquiera supimos cómo


manejar la situación con gracia, ¿cómo se supone que ibas a hacerlo?

—Ahora lo sé, pero en ese entonces pensé que ya tenía la edad suficiente
para manejar todo.

—Pero no era así. Era nuestro trabajo, mi trabajo, protegerte de todo y no


disfrutar de la venganza.

—Está bien. Lo único que importa es que sé que no tienes sentimientos


por mi hermana.

Danilo dio unos golpecitos en mi frente.

—Le tomó demasiado tiempo a tu obstinada cabeza.

Me encogí de hombros.
—Supongo que a veces los dos podemos ser tercos.

Danilo me acercó más a él y mis ojos comenzaron a caer a medida que


observaba las llamas. Sentí que ahora en serio podía dejar el pasado atrás. Le
creía a Danilo.

Una vez que estuviéramos en casa, llamaría a Fina. Ella no era el


problema, probablemente nunca lo había sido. La extrañaba y quería hablar con
ella.

Danilo besó mi cuello, pero su respiración se niveló poco después.

Tal vez debería haberle dicho acerca de mi llamada telefónica con Fina y
haber sido completamente honesta, pero sabía que no haría nada más que
enfurecerlo.

A la mañana siguiente, mientras nos dirigíamos de regreso a Indianápolis,


la emoción me inundó. Ya estaba ansiando lo que me esperaba por delante.
Danilo tomó mi mano durante todo el viaje. Esa noche cenamos con Marco y
Bria, pero esperaba tener la oportunidad de hacer una llamada rápida con Fina
antes.

Cuando llegamos a casa, él se dirigió a su oficina para realizar algunas


llamadas telefónicas mientras yo me apresuré hacia el estanque para ver a los
Koi. El personal les había dado de comer. Me instalé en un banco cercano y
llamé al número de Fina.

Contestó después del tercer timbre.

—¿Sofia?

—Fina —dije en voz baja.

—Oh Dios, en serio eres tú. Estoy tan aliviada. Estaba muy preocupada
por ti cuando no respondiste mis llamadas después de tu boda.

—Lo sé, y lo siento. Tenía que resolver algunas cosas, pero ahora que lo
hice, me gustaría llamarte semanalmente, si aún quieres eso.

—Por supuesto. Pero dime, ¿estás bien? ¿Qué tal la vida de casada?

Sonaba tan emocionada y preocupada a la vez, en modo de hermana


mayor a toda regla.
—Bien. Pasamos unos días en el lago para relajarnos. En realidad me
gusta vivir en Indianápolis. —Hablamos de más detalles sin sentido, como el
yoga y mi curso de cocina, evitando temas que pudieran considerarse traición.

Cuando terminé la llamada, incluso el último peso restante se había


levantado de mis hombros. Regresé más relajada al interior. Por lo que parecía,
Danilo seguía hablando por teléfono. Una pizca breve de culpa me invadió,
sabiendo que estaba ocultándole un secreto, pero lo hice a un lado.
E
staba a punto de morir de aburrimiento y podía decir por la
expresión tensa de Anna que estaba cerca de encontrar el mismo
fin desafortunado. Habíamos estado escuchando a las esposas de
algunos Capitanes hablar y hablar sobre los últimos chismes durante casi media
hora y teníamos que fingir que estábamos interesadas.

A diferencia de mí, Anna no podía ni siquiera escabullirse. Como hija del


Capo, tenía que atender a todo los caprichos de todos. Yo también estaba
obligada a seguir la etiqueta social como esposa de un lugarteniente y anfitriona
de la fiesta de cumpleaños de mi esposo.

Me incliné más cerca de ella.

—¿Necesitas otra copa de champán?

Me dio una mirada agradecida mientras me dirigía hacia la barra. Bria me


saludó desde el otro lado del lugar, su cabello negro enmarcando su rostro en una
melena salvaje.

Después de la cena, no habíamos intentado otra cita doble. La tensión


entre Marco y Bria había sido demasiado incómoda. Ahora, solo me reunía con
ella a solas.

Agarrando dos copas de champán, regresé con Anna y las esposas.

—¿Ya han fijado una fecha para su boda? —preguntó una de ellas a Anna.

Puesto que cumplió los dieciocho años hace unos meses, la pregunta había
estado colgando alrededor constantemente de la Organización.

Anna me quitó la copa con un agradecimiento murmurado y le dio a la


mujer una sonrisa tensa.
—No, de hecho, no tenemos fecha. Aún estoy ocupada con la universidad,
y también Clifford.

—Universidad —resopló una mujer—. En mis tiempos, las mujeres no


iban a la universidad. Se convertían en madres de hermosos bebés. —Sus ojos se
enfocaron en mí, y reprimí un gemido. Acarició mi vientre, haciendo que mis
ojos se abrieran por completo—. ¿Y? ¿Ya hay un pequeño ahí dentro? Has
estado casada durante mucho tiempo, y tu esposo tiene casi treinta años.

Anna escondió una sonrisa detrás de su copa.

Me tragué un comentario irritable. Danilo y yo habíamos estado casados


durante siete meses y la gente ya preguntaba por los niños todo el tiempo.

A decir verdad, él y yo nunca habíamos hablado de niños. Sabía que


tomaba la píldora y nunca me había pedido que dejara de tomarla. Supuse que
ambos necesitábamos más tiempo. Definitivamente yo lo hacía.

—Queremos esperar un poco.

Anna me sacó del apuro después de eso al dirigir la conversación hacia


una mala cirugía de nariz que la esposa del lugarteniente de Cincinnati se había
hecho.

Me relajé y bebí un sorbo de champán, apartándome de la conversación.

—Tu esposo está ocupado otra vez con el trabajo. Es todo un adicto al
trabajo. Nunca lo veo sin su teléfono —murmuró Anna en mi oído.

Seguí su mirada hacia Danilo, quien estaba con papá, Dante y Samuel,
pero estaba escribiendo en su teléfono. La piel de gallina estalló en mi cuerpo y
mi núcleo se tensó con anticipación. Danilo captó mi mirada antes de apuñalar
con su dedo el teléfono.

Una suave vibración se extendió por mi núcleo. Mis músculos se tensaron


involuntariamente alrededor del pequeño vibrador bala a control remoto
enterrado profundamente dentro de mí.

La estimulación estaba en el nivel más bajo, un sabor dulce de lo que


estaba por venir.

La primera vez que Danilo me había pedido poner un juguete sexual


dentro de mí mientras estuviéramos en una función social, me había aterrado de
que alguien se enterara, pero pronto descubrí las ventajas de nuestro pequeño
secreto. El vibrador era tan silencioso que nadie se daría cuenta de él en una
fiesta ruidosa, e incluso si escuchaban el sonido, jamás pensarían que la mujer
sofisticada de un lugarteniente tendría un vibrador en su coño que su esposo
recatado estaba controlando para llevarla al borde.

Anna me miró interrogante.

—Parece que acabas de tener una epifanía.

Me reí y apreté mis puños cuando la vibración se hizo más intensa.

—Mi cerebro está empezando a distraerse.

—Tal vez deberíamos ir a la pista de baile para escapar.

Danilo hablaba con Dante, aparentemente ajeno a lo que estaba haciendo,


pero una de sus manos estaba metida casualmente en sus pantalones, controlando
mi vibrador, mi lujuria y con ello todo mi cuerpo.

—Danilo está ocupado.

—Entonces baila con otra persona. Solo porque estás casada no significa
que no puedes bailar con los demás.

No estaba segura si quería bailar con otro hombre mientras que las
pequeñas ráfagas de placer se extendían a través de mi núcleo.

Me excusé y me dirigí a Danilo, a pesar de Anna poniéndome sus ojos en


blanco. Agarré el brazo de Danilo y le di una sonrisa a mi tío.

—Hola, tío Dante.

—Sofia.

Danilo tocó mi espalda desnuda y el mínimo contacto de piel con piel


intensificó las sensaciones en mi cuerpo.

—¿Estás bien? Te ves sonrojada —dijo Dante.

Los labios de Danilo se crisparon y, como si fuera una señal, aumentó la


vibración. Tragué con fuerza, mi vientre apretándose. La humedad se acumulaba
entre mis piernas y mi clítoris ansiaba atención.

Sonreí.

—Está haciendo un poco de calor aquí. ¿Qué tal si damos un paseo por los
jardines, Danilo?

—¿Nos disculpas? —preguntó él.


Dante asintió y regresó con Valentina. En lugar de llevarme afuera, nos
dirigimos a la pista de baile.

—Danilo —susurré—. En serio quiero estar a solas contigo.

—Primero un baile —murmuró, presionando un beso en mi oído.

Resoplé, pero dejé que me empujara contra su cuerpo.

Nos balanceamos con la música. Me encantaba bailar con Danilo, me


encantaba sentir su cuerpo fuerte contra el mío, pero sobre todo, me encantaba la
mirada en sus ojos, como si quisiera devorarme. Su deseo ardía fulgurante y nos
habría encendido a los dos si no estuviéramos rodeados de gente. Nunca imaginé
que experimentaría este tipo de placer, este deseo casi ilimitado. Había esperado
amor y ternura, pero nunca tomé esto en consideración.

Quizás porque Danilo no parecía un hombre apasionado. Parecía


controlado y solo propenso a ataques de ira. Pero no pasión.

—Pareces distraída —murmuró.

Su máscara controlada rara vez se resquebrajaba en público. A lo largo de


los años, pero especialmente en los últimos meses, también había perfeccionado
mi máscara como princesa de hielo inalcanzable. La gente nos consideraba fríos
y controlados, unos rasgos de carácter por los que nuestras familias eran famosas.
En el pasado, mantener esa apariencia había sido agotador, como si tuviera que
convertirme en otra persona en público, una prisión invisible, pero Danilo me
había enseñado a verlo como un juego de escondite. Una mascarada donde solo
él y yo sabíamos lo que en realidad estaba pasando detrás de la máscara.
Esculpimos nuestros pequeños trozos de libertad, sin que nadie nos detectara.

—Sabes exactamente lo que está distrayéndome.

—Te refieres a… —murmuró en una baja voz sexy y subió las vibraciones
a otro nivel—… ¿esto?

Me aferré a su brazo y hombro, jadeando suavemente de placer.

Afortunadamente, por lo general no podía correrme sin que mi clítoris


fuera estimulado, lo que me salvó de un orgasmo embarazoso en la pista de baile.

—Tal vez deberíamos conseguirte un anillo de pene a control remoto —


bromeé en un susurro.

Danilo rio entre dientes, sus labios arrastrándose desde mi mejilla hasta mi
oído.
—Pero a diferencia de ti, no puedo ocultar cuando estoy cachondo. Es una
dulce tortura mantener mi pene en jaque solo pensando en lo empapada que
estás.

—Lo estoy —coincidí—. Mis bragas están empapadas. Te necesito.

Danilo soltó un suspiro bajo, sus ojos prácticamente ardiendo con deseo
por mí. La canción finalmente terminó, y me sacó de la pista de baile.

Después de una conversación tortuosa con uno de sus Capitanes y su


esposa, finalmente logramos escabullirnos. Danilo me llevó al baño de visitas y
nos encerró. Tomé su cremallera, pero me detuvo y empujó mi espalda contra el
lavabo.

—Levanta tu falda.

Agarré el dobladillo de mi vestido cóctel y lo subí hasta que mis bragas y


medias quedaron a la vista. Se veía una mancha húmeda en la tela roja oscura de
mi tanga.

—Tan jodidamente mojado —gruñó Danilo. Sacó el control remoto y bajó


la vibración, luego se hundió en el inodoro cerrado y bajó mis bragas. En el
silencio del baño, el suave zumbido del vibrador era inconfundible.

—Tu clítoris está rogando mi atención —murmuró Danilo.

Me acerqué más.

Agarró mis caderas. Se puso de pie y me besó sensualmente hasta que los
dedos de mis pies se enroscaron. Se apartó y metió un dedo en mi boca.

—Chupa.

Lo hice, mi mirada congelada en el rostro duro de Danilo. El deseo


retorcía sus rasgos y lo hacía parecer el hombre que recordaba de la noche de la
fiesta de máscaras. Pero ahora no estaba asustada o confundida. Este oscuro lado
dominante de Danilo me excitaba. Cerré mis labios firmemente alrededor de su
pulgar y chupé con fuerza. Danilo soltó un suspiro brusco, sus labios abriéndose
a medida que me observaba. Era extraño chupar el dedo a alguien, pero también
increíblemente caliente, especialmente porque sabía a qué le recordaba a Danilo.
Subió las vibraciones una vez más y jadeé alrededor de su dedo. Nuestra
respiración fue áspera a pesar de que aún no habíamos hecho mucho.
Danilo deslizó su dedo y me besó con dureza, su cuerpo presionándose al
mío. Me aferré a él, tan desesperada por su toque como él parecía por el mío. Su
polla se clavó en mi vientre.

—Quiero follar tu boca, preciosa.

Mordí mi labio, mi núcleo apretándose, aumentando la deliciosa sensación


en lo profundo. Aún no le había dado a Danilo una mamada en una reunión
social, sobre todo porque siempre terminábamos tan rápido, pero también porque
mis labios se hinchaban después y llamaría la atención sobre lo que habíamos
hecho.

Danilo aumentó la vibración, mordiendo mi labio inferior ligeramente, sus


ojos llenos de deseo.

—Déjame follar esa garganta apretada como regalo de cumpleaños.

—Ya tienes un regalo —murmuré antes de caer de rodillas, sin


importarme más si mis labios se hinchaban. Tiré de los pantalones y bóxer de
Danilo. Su polla estaba dura como una roca y goteaba líquido preseminal. Danilo
acunó la parte posterior de mi cabeza y se sumergió en mi boca. Me aferré a él a
medida que trabajaba su eje hasta el fondo, más allá de mi reflejo nauseoso.
Gimió cuando se enterró profundamente dentro de mí. Su polla temblando.

—Mierda. Siempre tengo que detenerme para no correrme cuando me


tomas en lo profundo de tu garganta.

No podía decir nada con él dentro de mí, pero apreté sus bolas,
provocándole un siseo. Apretando sus dedos contra mi cuero cabelludo, salió
lentamente casi todo el camino hasta que solo su punta descansó sobre mi lengua.
Con sus ojos fijos en los míos, empujó hacia adentro y estableció un ritmo
rápido. Mis ojos se humedecieron y mis labios y garganta se sintieron tiernos a
medida que follaba mi boca, pero ni soñaba con parar.

Ya estaba al borde, tan cerca de la liberación que sentía ganas de sollozar.


Quería tocarme, pero aún más que eso, anhelaba el toque de Danilo, su lengua, su
pene.

Danilo gruñó y siseó, su rostro completamente fuera de control. El sabor


salado se extendió por mi lengua y sus bolas se tensaron en mi palma. Se estaba
acercando y mi cuerpo respondió con una nueva oleada de humedad.

—Abre la boca —gruñó.


Abrí aún más mis labios y un segundo después su liberación caliente
aterrizó en mi lengua. Se estremeció mientras su polla se sacudía, enviando
chorro tras chorro de semen en mi boca. Tragué finalmente, luego arremoliné mi
lengua alrededor de su punta. Danilo bombeó su eje dentro y fuera de mi boca,
mucho más lento que antes, y después se quedó inmóvil.

Me aparté, sin aliento. Cerró sus ojos y permaneció inmóvil durante un par
de segundos. Sonreí. Me encantaba cuando bajaba sus barreras.

Me puso de pie y me besó, nuestros cuerpos alineados.

Enterró su rostro en mi cuello, sus dientes rozando mi piel, haciéndome


arquear contra él. Mi cuerpo palpitaba de deseo. Necesitaba sentirlo, tenerlo en
mí. El vibrador no era para nada suficiente.

Danilo retrocedió con el control remoto en mano.

—Levanta tu falda.

Lo hice y Danilo me bajó las bragas. Contuve la respiración, esperando a


que me tocase. En cambio, aumentó la vibración. Jadeé, mi coño apretándose.
Pasó sus nudillos por mis pliegues, apenas tocándome.

—¡Danilo! —rogué. Se puso de rodillas y pensé que finalmente me


concedería la liberación. En su lugar, me giró para enfrentar el espejo. Separó
mis nalgas y lamió mi hendidura. Gemí escandalosamente y luego me mordí el
labio.

Mi rostro estaba rojo brillante, mis labios hinchados y el deseo se


arremolinaba en mis ojos. Me veía completamente lasciva y me encantaba.
Sobresalí mi trasero, dándole a Danilo un mejor acceso. Se enderezó y presionó
su pulgar contra mi trasero, usando su saliva para entrar en mí.

—Quiero mi polla en tu culo. —Mis labios se abrieron ante la sensación.


No habíamos tenido antes muchos juegos anales, en su mayor parte solo había
sido Danilo follándome con su lengua o con sus dedos durante las relaciones
sexuales. Sin embargo, el sexo anal que intentamos solo dos veces, aún era una
sensación a la que tenía que acostumbrarme. Hasta ahora no había sentido mucho
más que una ligera molestia, pero nunca había sido más ardiente de lo que era
ahora.

Danilo metió la mano en el cajón de la mesita del lavabo y sacó un


lubricante.
Le di una mirada incrédula. Sinceramente esperaba que ninguno de
nuestros invitados se hubiera asomado a nuestros cajones.

Sonrió.

—Vengo preparado.

Presionó una generosa cantidad de lubricante en su pene y lo extendió


mientras yo lo observaba, hipnotizada. Alcanzó el control remoto y subió las
vibraciones una vez más hasta que dejé escapar un gemido suave, mis caderas
meciéndose con la sensación. Acarició mi espalda y me hizo inclinarme hacia
adelante hasta que mi trasero quedó presionado frente a él y me apoyé sobre mis
codos en la encimera de mármol, mi cara cerca del espejo.

Estaba tan desesperada por la liberación, por la penetración, que no sentí


ni pizca de temor cuando se presionó contra mí, su eje separando mis nalgas.
Cuando su punta tocó mi hendidura, besó mi omóplato y acunó mi sexo,
presionando contra mi clítoris. Gemí nuevamente, a segundos de explotar.
Empujó hacia adelante, deslizando su punta dentro de mí al mismo tiempo que su
pulgar pasaba por mi clítoris. El dolor me envió al límite. Me tensé, a punto de
astillarme, y luego la bola apretada de mi placer estalló con una explosión
sísmica. Mi cuerpo se tensó y lloriqueé cuando me corrí. Danilo sujetó mi
garganta, acercando mi rostro hacia él para darme un beso duro y ahogar mi
llanto.

Mientras me balanceaba a través de mi orgasmo, casi loca por las


vibraciones en lo profundo de mi núcleo, Danilo hundió su polla aún más
profundamente en mí hasta que sus bolas se presionaron contra mi trasero.

Jadeé, mis palmas apoyadas en el mostrador de mármol, mi frente casi


tocando el espejo.

—Maldición, Sofia. Estoy hasta las bolas en tu hermoso culo. Ojalá


pudieras verlo —dijo con voz ronca.

Con su mano acariciando mi garganta, sus ojos inmovilizándome con su


posesividad, comenzó a embestir dentro de mí, al principio suavemente pero
pronto más rápido y más fuerte, sus bolas golpeando la parte posterior de mis
muslos. Cada embestida pareció aumentar las vibraciones de la bala, y pronto
podía sentir que me acercaba a otra liberación.

Un golpe en la puerta me hizo estremecer.

—¿Hola? —llamó una voz masculina.


—Está ocupado —ladró Danilo. Se hizo un silencio, pero no pude evitar
preguntarme si la persona nos había oído. Tenía problemas para contener mis
gemidos y los gruñidos de Danilo también eran inconfundibles, al igual que los
sonidos de sus bolas contra mi trasero.

Escuché unos pasos, intentando determinar si el hombre se había ido.

Danilo mordió mi cuello ligeramente.

—Quédate aquí. Tu mente y tu cuerpo son míos.

Acentuó sus palabras con un movimiento de su pulgar contra mi clítoris.


Mordí mi labio, ahogando un gemido. Me estaba acercando cuando se retiró.

—Danilo —rogué, pero solo trazó mis muslos internos y labios vaginales
ligeramente, el toque tan fugaz que fue la tortura más dulce posible. Cuando las
yemas de sus dedos rozaron mi clítoris ligeramente, dejé escapar un gemido
frustrado, pero Danilo me miró fijamente y mantuvo su caricia suave. El sudor
resplandecía en su rostro y sus hombros se flexionaron cuando se estrelló contra
mí. Fue una sensación totalmente diferente a todo lo que nunca antes había
sentido, la sensación de su longitud dentro de esta parte de mí y la estimulación
adicional del vibrador bala en mi coño. Mi cuerpo anhelaba la liberación, mi
clítoris ya palpitaba de necesidad a pesar de los toques casi nulos.

La sensación de mi pene dentro del culo de Sofia y la vibración distante


del juguete en su coño hicieron que mi placer se disparara como un cohete.
Necesité cada gramo de autocontrol para no correrme de inmediato,
especialmente viendo el rostro de Sofia en el espejo. Sus labios estaban rojos de
chuparme y su cara estaba sonrojada. Con cada empuje de mi polla, se balanceó
hacia adelante, sus dedos se clavaron en el mostrador de mármol. Tenía los labios
entreabiertos y cada gemido fue como una dulce melodía en mis oídos. Acaricié
su garganta, luego eché su cabeza hacia atrás para darle otro beso profundo,
deteniéndome unos minutos para de hecho saborear el momento de estar
enterrado completamente dentro de ella. El zumbido del vibrador se mezclaba
con nuestros jadeos. Las pestañas de Sofia revolotearon antes de que sus ojos se
abrieran, observándome directamente. Maldita sea, esta mujer.

La besé nuevamente y comencé a empujar. Sofia se arqueó bajo otro


orgasmo y no pude contenerme esta vez. Con un estremecimiento, me corrí
dentro de ella. Mi visión se volvió negra por un momento, y apenas podía
respirar por la intensidad. Dejé que mi frente se hunda contra el cuello de Sofia,
respirando su aroma dulce. Se relajó debajo de mí y recorrí las yemas de mis
dedos por su garganta, sintiendo su pulso acelerado.

—Eso fue intenso —admití, mi voz ronca.

—Control remoto —susurró Sofia. Busqué a tientas el control y apagué


las vibraciones. Permanecíamos conectados, y cuando abrí mis ojos, Sofia estaba
sonriendo exhausta. Hace unos meses, había cortado nuevamente su cabello al
ras de su mandíbula con un flequillo y ahora estaba complemente alborotado. Su
flequillo se le pegaba a la frente y el resto de su cabello sobresalía de puntas. Su
rostro estaba rojo, sus labios hinchados. Sonreí.

—Maldición, señora Mancini, es tan preciosa. Te amo.

Hice una pausa, sorprendido por las palabras, no por su significado. Mis
sentimientos por Sofia habían crecido cada día más. Solo me sorprendía que mi
orgullo me hubiera permitido admitirlo.

Sofia parpadeó y luego se echó a reír. No era exactamente la reacción que


esperaba. Cuando se calmó, solo dijo:

—Si hubiera sabido que necesitaba esto para que lo dijeras, habría dejado
que tuvieras mi trasero con más frecuencia.

Me reí, dándome cuenta de lo absurdo. Salí de ella con cuidado y nos


refrescamos rápidamente. Una vez que estuvimos medio presentables, atraje a
Sofia contra mí una vez más.

—Lo digo en serio.

—Lo sé —dijo en voz baja—. También te amo. —La besé, después pasé
mi pulgar por su labio hinchado. Lo trazó con su lengua, luego sacó una barra de
labios para ocultar cualquier rastro de lo que habíamos hecho.

—Me gustaba más cuando podía ver lo que hemos estado haciendo.

Me dio una mirada tímida y abrió la puerta, asomando la cabeza.


Después la abrió por completo y salió corriendo. Sonreí con satisfacción
ante su preocupación obvia de ser atrapada y la seguí a unos pasos detrás,
dándole tiempo para entrar sola a la sala de estar. Habíamos abierto las puertas
correderas a la zona del comedor para crear suficiente espacio para todos los
invitados.

Marco me hizo señas y me entregó una bebida cuando lo alcancé.

—Te ves jodidamente delirante.

Sonreí.

—No delirante, solo contento. —Quizás por primera vez en mi vida, me


sentía muy contento.

Me lanzó una mirada inquisitiva.

—Te dije que casarte con Sofia tendría efectos positivos a largo plazo.
Una mujer más joven siempre hace que tu sangre bombee.

—Bria también hace que tu sangre bombee, pero no pareces muy contento
—bromeé.

—Muy gracioso. Mantén a tu joven esposa feliz y yo lidiaré con la mía.

Mis ojos se dirigieron al otro lado del lugar donde Sofia estaba hablando
con Bria.

Cuando Sofia notó mi mirada, me dio una de esas sonrisas secretas.


M
i corazón parecía latir en mi garganta. No había visto a
Serafina en tantos años. Me preguntaba si sería como
encontrarse a un extraño. Hablar con alguien por teléfono
simplemente no era lo mismo que ver a alguien. Habíamos estado hablando
semanalmente durante el año desde que me casé con Danilo, pero siempre hubo
un poco de distancia entre nosotras debido a que muchos temas estaban fuera de
los límites.

¿Sería incómodo?

Busqué a tientas en mi bolso, nerviosa de repente, lo cual era gracioso,


considerando que la razón por la que en realidad debería estar preocupada era
porque me estaba reuniendo con el enemigo. A pesar de que Fina era mi
hermana, era considerada ahora como parte de la Camorra y por lo tanto enemiga
de la Organización, y mi enemigo.

La política de la mafia era implacable e indiferente a los lazos familiares.


Una vez que alguien era considerado un traidor, ya no importaban los vínculos
emocionales.

Si Danilo supiera que estaba aquí, estaría furioso. Odiaba a la Camorra y a


Remo Falcone con una pasión ardiente. Sus sentimientos hacia mi hermana eran
más difíciles de precisar. No le gustaba hablar de ella, y yo optaba por fingir que
ella nunca había sido parte de su vida. De sus últimas observaciones, parecía que
también la odiaba, razón por la cual sabía que estaría en contra de nuestra
reunión.

Un auto se detuvo en el estacionamiento en medio de la nada en Missouri


que habíamos elegido como punto de encuentro. Danilo estaba en un viaje de
negocios en Chicago y yo me había quedado en casa, culpando a mi carga de
trabajos en la universidad. Me escabullí muy temprano esa mañana y alquilé un
auto. Ya eran las primeras horas de la tarde, y había enviado a Carlo un mensaje
diciéndole que estaba enferma en cama y necesitaba tiempo para descansar.

Cuando el auto se detuvo, mi corazón comenzó a acelerarse. Se abrió la


puerta del lado del conductor y salió un hombre alto de cabello oscuro. El miedo
se deslizó por mis venas cuando reconocí su rostro como Remo Falcone. Di un
paso atrás, a punto de correr de regreso a mi auto, cuando la puerta del pasajero
se abrió y apareció Fina. Ella me sonrió alegremente. Mis ojos pasaron de ella a
su esposo. ¿Y si esto era una trampa? Falcone no tendría reparos en
secuestrarme. Si caía en las manos de la Camorra, mi familia estaría destruida
una vez por todas, y Danilo no me perdonaría.

Fina le dijo algo a Remo y él asintió brevemente, escaneó nuestro entorno


una vez más y volvió a entrar en el auto.

No me relajé, incapaz de apartar mis ojos de Remo. Fina se dirigió hacia


mí y finalmente aparté mis ojos del auto. Cuando Fina se detuvo frente a mí, me
sorprendió descubrir que teníamos casi la misma altura. Siempre la había
recordado siendo mucho más alta. Por supuesto, solo había tenido doce años la
última vez que la había visto.

Por un momento, solo nos quedamos ahí una frente a la otra. Entonces
Fina acortó la distancia entre nosotras y me atrajo a sus brazos. Me hundí en ella,
sintiendo como si una parte de mí hubiera regresado. Me abrazó con tanta fuerza
que apenas podía respirar, pero no intenté liberarme. No tendríamos muchas
oportunidades más para encontrarnos.

—Dios, te he echado tanto de menos, bichito. —Se apartó—. Y no puedo


creer lo grande que estás. Cada vez que pensaba en ti, aún imaginaba en esa
pequeña de doce años, pero te has convertido en una mujer tan hermosa.

Contempló mi rostro y yo hice lo mismo con el suyo. Aún era


absolutamente hermosa, pero había cambiado. En el pasado, siempre se comportó
de una manera determinada, siempre con una pizca de cautela, como si en
cualquier momento alguien podría estar esperando juzgar sus acciones. Ahora,
emanaba un aire de indiferencia, como si no pudiera importarle menos lo que
cualquiera pensara de ella.

—Esperaba que trajeras a los gemelos —dije en voz baja.

Fina suspiró.

—Ya sabes cómo es.


Mis ojos se dirigieron al auto y a Remo Falcone. Por supuesto, sabía las
reglas y la actitud vigilante de los hombres de la mafia. Remo nunca habría
permitido que sus hijos corran peligro. Pero no estaba segura si era solo su
preocupación lo que condujo a la decisión. Fina era una leona cuando se trataba
de sus hijos. Probablemente habría sido cautelosa en cuanto a tenerlos aquí.
Éramos hermanas, pero también estábamos en bandos diferentes de la guerra.

—Lo sé.

Fina señaló un banco cercano.

—¿Por qué no nos sentamos un rato y hablamos?

Nos acomodamos, y por un momento reinó el silencio entre nosotros. Era


extraño estar juntas de nuevo. Secretamente había esperado que fuera igual que
antes, como si la distancia y el tiempo no hubieran tocado nuestra relación, pero
había sido tonto pensarlo. Habíamos cambiado, de modo que, ¿cómo nuestra
relación podría permanecer sin cambios?

—¿Cómo van las cosas entre Danilo y tú? ¿Han estado casados por, qué?
¿Once meses ahora?

Asentí. Nuestro aniversario era en una semana, razón por la cual quizás
sentía la necesidad de esta reunión para en realidad poner fin a este año.

—Bien —dije. Había mucho más que decir, sobre nuestras luchas al
principio, sobre mis preocupaciones y dudas ocasionales, y lo mucho que me
había costado superarlas. Pero mi lealtad estaba con Danilo, de modo que
compartir nuestros problemas anteriores estaba fuera de discusión. Danilo no
había hecho absolutamente nada para hacerme dudar de mí estos últimos meses,
pero la semilla de la duda se había plantado ahí hace mucho tiempo, y era mucho
más difícil desaparecerla de lo que había pensado.

Fina me contempló.

—Es muy bueno escuchar eso. Estaba tan preocupada por ti, y me sentía
fatal porque tuvieras que ocupar mi lugar. Sentí como si hubiera robado parte de
tu vida al elegir no casarme con Danilo.

Entrelacé nuestros dedos, negando con la cabeza.

—Tonterías. Sabes que estaba enamorada de Danilo. Para mí, terminar


comprometida con él fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Y lo era. Cada día, Danilo y yo nos hacíamos más fuertes como pareja. Lo
amaba y no podía imaginar amar a nadie más, de modo que en última instancia
las decisiones de Fina me habían dado lo que quería. Si ella se hubiera quedado
en la Organización, su presencia habría sido un lastre para mi relación con
Danilo. Ahora, tenía la oportunidad de ser feliz con su familia en Las Vegas y yo
podía ser feliz con Danilo en Indianápolis. Era la mejor opción para los dos.

—¿Danilo y tú ya están intentando tener un bebé?

Negué con la cabeza.

—Aún no. Primero necesitamos conocernos. En realidad, eso no fue


posible antes de la boda.

—Sí —concordó Fina—. Con todas las reglas sociales, las personas se ven
obligadas a contraer matrimonio como extraños.

Podía oír la desaprobación flagrante del sistema en su voz. En el pasado,


había sido una maestra de las reglas de la Organización, pero obviamente se
había hartado de ellas. Vivir en territorio de la Camorra probablemente no le dejó
otra opción.

—¿Y tú? ¿No quieres más hijos?

Los ojos de Fina se abrieron por completo y se rio.

—Tal vez algún día. Nevio aún me mantiene en constante alerta. Si


consigo otro como él… —Se rio de nuevo.

Me reí.

—Lo entiendo.

Otro auto se detuvo y mi estómago dio un vuelco cuando reconocí una


cara familiar detrás del volante. Por un momento, me quedé paralizada, sin saber
qué hacer.

—Oh, no —susurró Fina—. Esto se va a poner feo.

Me puse de pie cuando Danilo salió del auto. Remo abrió la puerta de su
auto y también salió. Los hombres se miraron fijamente como depredadores a
punto de desgarrarse entre sí. El rostro de Danilo se inundó con rabia y odio
absoluta mientras observaba el otro hombre. Mi pulso se aceleró y mi boca se
secó. Me tambaleé hacia adelante, sin saber cómo evitar un baño de sangre. Fina
corrió hacia su esposo. Cuando llegué a Danilo, ya había sacado su arma y estaba
apuntando directamente hacia Remo, quien tenía su propia arma dirigida a
nosotros.

Danilo me arrastró detrás de él al momento en que estuve a su alcance. La


ira y la decepción resplandecían en sus ojos.

—¿Cómo pudiste hacer esto? —gruñó.

—Necesitaba volver a verla. La extrañaba.

Danilo negó con la cabeza, y su atención volvió a Remo y Fina. Seguí su


mirada y de repente el terror se apoderó de mí. El cabello rubio de Fina se
azotaba por la brisa ligera, y con su fluido vestido blanco, parecía un ángel.
Resplandecía, como una aparición sacada del pasado, un recuerdo que me había
atormentado a mí, a mi familia y a Danilo durante años.

En los últimos meses, había comenzado a creer que Danilo había superado
a Fina, que estaba feliz con nuestro matrimonio, que me quería, pero ¿y si esto
nos hacía retroceder? ¿Y si volver a verla le recordaba lo que perdió?
¿Desenterraba sus sentimientos? ¿Y si esto destruía todo? No podría vivir a
través de meses o años sintiéndome nuevamente como un reemplazo. Estaba
harta de ser el premio de consolación, harta de ser la segunda mejor opción.

Estudié su rostro mientras él miraba al frente, pero no pude leer la


expresión de sus ojos. Su rostro estaba contraído por la furia. Me aferré a su
brazo.

—Vámonos. Ya conseguí lo que quería. Tuve la oportunidad de hablar


con Fina. Ahora vámonos antes de que esto termine mal.

Obviamente, Fina le estaba pidiendo a Remo que mantuviera esto en paz,


con las palmas de sus manos presionadas contra su pecho. Su expresión no me
daba muchas más esperanza que con Danilo. El odio nacido del orgullo herido no
dominaba sus rasgos, pero la sed de sangre y la determinación para eliminar una
amenaza posible eran inconfundibles.

Los ojos de Danilo fulguraron.

—¿Conseguiste lo que querías, Sofia? ¿En serio? ¿Qué hay de mí y lo que


quiero?

Dejé caer mi mano, mi corazón encogiéndose al tamaño de una pequeña


bola cuando asimilé sus palabras. ¿Lo que él quería? ¿Aún quería a Fina? ¿Esta
era su oportunidad de matar a Remo y quedarse con mi hermana?
Estaba siendo ridícula. Eso jamás funcionaría. ¿Pero Danilo estaba siendo
racional o impulsado por el viejo dolor y orgullo?

Tragué con fuerza.

—Estoy harta. —Las palabras me cortaron cuando avanzaron más allá de


mi corazón dolido y garganta palpitante.

Danilo me fulminó con la mirada.

—¿Qué?

—Estoy harta de esto, de nosotros, de ustedes. Si aún la quieres, estoy


harta. Estoy harta de todo esto otra vez. No soy un premio de consolación.

—¿De qué diablos estás hablando, Sofia? —gruñó entre dientes, luciendo
honestamente confundido y cabreado.

—Fina. Dijiste lo que tú querías.

Danilo me agarró del brazo, sus ojos ardiendo furiosos sobre los míos.

—No quiero a Serafina. Quiero venganza. Venganza contra Falcone por


humillarnos a mí y a la Organización, por destrozar nuestro orgullo.

Lo miré parpadeando aturdida.

—Entonces, ¿en serio ya no quieres a Fina?

—Pensé que acordamos ese hecho hace mucho tiempo atrás cuando te dije
que te amo. Pensé que te lo había demostrado.

Habíamos acordado en eso, y había creído sus palabras, pero hasta ahora
nunca antes había terminado confrontando a Fina, y ¿quién sabía lo que eso
podría cambiar?

Danilo apartó su mirada de mí y levantó la pistola aún más.

Fina se había alejado de Remo y se precipitaba hacia nosotros. Me


escabullí más allá del brazo de Danilo restringiéndome, y me puse delante de él,
tocando su pecho.

—No dejes que esto se salga de control, Danilo. Las cosas entre la
Organización y la Camorra han estado tranquilas recientemente. Si comienzas un
tiroteo con Remo, la guerra se volverá sangrienta una vez más y ninguno de
nosotros vivirá en paz. —Hice una pausa, mis ojos suplicándole—. Renuncia a tu
sed de venganza, si me amas. Incluso, ¿importa ahora? Lo que sea que hizo
Remo. Nunca nos habríamos casados si él no hubiera secuestrado a Fina. Sé que
es difícil ver más allá de tu orgullo, pero ¿nuestro matrimonio no es una razón
suficiente para mirar más allá de tu odio?

Fina se detuvo a unos metros de nosotros. Remo la había seguido unos


pasos atrás. Su arma aún apuntándonos. Danilo agarró mi muñeca y me empujó
nuevamente detrás de su espalda.

—Quédate detrás de mí.

Mi corazón se hundió.

—Danilo, por favor, no dejes que esto se convierta en una guerra abierta
—suplicó Fina, su voz convincente y suave.

Eché un vistazo de su rostro hermoso a Danilo, temiendo lo que vería.

—¿En serio crees que voy a escucharte, Serafina? Eres el enemigo. Tus
palabras no valen nada. Si voy a negociar con alguien, es con Remo, no su
esposa. Pero no tengo ni la menor intención de negociar con ninguno de ustedes.
—Sus palabras escurrieron con desdén y su expresión solo reflejó desprecio. No
había señales de anhelo, deseo o afecto por Fina en sus ojos.

—Danilo…

—La única razón por la que no estoy terminando esto aquí mismo, en este
momento, es porque a diferencia de tu esposo, escucho a la razón. No vale la
pena arriesgar la unidad de la Organización por ti o él.

Remo le dedicó a Danilo una sonrisa torcida.

—Bonito discurso.

Aferré el bíceps de Danilo, preocupada que la provocación pudiera llegar


a él, pero le devolvió la sonrisa a Remo con la misma cantidad de
condescendencia. Su palma se presionó contra mi vientre, empujándome en
dirección al auto. Fina y yo nos miramos fijamente. Vernos había sido
maravilloso, pero al mismo tiempo nos habíamos encontrado con una barrera
invisible entre nosotras. Eché un vistazo a Danilo y Fina a Remo. Ambas
habíamos tomado nuestra elección. Siempre seríamos hermanas, siempre
intentaríamos ser parte de la vida de la otra aunque sea en pequeñas cosas, pero
habíamos perdido lo que había sido. Habíamos cambiado, nuestras opiniones
sobre el mundo habían cambiado y nuestra lealtad a nuestros esposos triunfaba
sobre nuestro vínculo fraternal.
Permití que Danilo me guiara hacia el auto a medida que mantenía su
arma apuntada a Remo. Después de hundirme en el asiento del pasajero, mi
mirada buscó a Fina una vez más. Estaba mirando en mi dirección. Estaba
sonriendo, y no pude evitar hacer lo mismo. Una pizca de melancolía me inundó,
pero sobre todo me sentí aliviada de haber tenido la oportunidad de vernos,
aunque sea brevemente, y asegurarnos que la otra era feliz. Mientras supiéramos
eso, no importaría la distancia. Nuestras vidas podrían no encajar, no sin poner
en riesgo la felicidad y la seguridad de otras personas.

Danilo encendió el auto sin decir una palabra, pero antes de que nos
alejáramos, me despedí de Fina. Su sonrisa se ensanchó, aunque podía decir que
estaba luchando contra las lágrimas. Mis propios ojos escocían, pero no lloré.
Aunque me invadió una mezcla extraña de tristeza, felicidad y alivio.

Poco antes de que Fina desapareciera de mi vista, Remo envolvió sus


brazos alrededor de ella por detrás y ella se inclinó hacia él. Fina estaba
realmente feliz. Ocasionalmente, me había preocupado de que ese no fuera el
caso, pero ahora no tenía ni la más mínima duda.

Entonces recordé mi auto alquilado.

—¡El auto!

—Pueden cobrarnos el extra y recogerlo ellos mismos, me importa un


carajo.

Su ira chisporroteó entre nosotros.

—¿Cómo lo supiste?

Me lanzó una mirada furiosa.

—Carlo comenzó a sospechar.

Asentí.

—Lamento decepcionarte. —No respondió. Salté cuando tomó mi mano y


entrelazó nuestros dedos. No me estaba mirando, pero sus cejas fruncidas me
decían de una manera que aún estaba enojado—. Necesitaba verla —dije.

—Debiste haber hablado conmigo antes de ir por tu cuenta.

—No lo habrías permitido.

—Por supuesto que no —gruñó, dándome una mirada exasperada.


—¿Te preocupa que esto te deje mal? —Murmuró algo entre dientes que
no capté, y pareció aún más enojado, si eso era posible—. Tal vez no tienes que
decirle a Dante. Puede ser nuestro secreto.

—No —cortó.

Intenté leer su expresión, preguntándome si le preocupaba que pudiera


dejar escapar algo por accidente.

—Puedo guardar un secreto.

—Oh, lo sé, como exhibiste con tu viaje para encontrarte con tu hermana.
No estoy preocupado por ti. Es Remo. Podría contarle a Dante sobre nuestro
encuentro. Sabe cómo sacar provecho de este tipo de cosas y sembrar semillas de
desorden y discordia. Es su talento particular.

—Ni siquiera pensé en eso.

—Eso es lo que supuse —murmuró, haciéndome sentir estúpida y


pequeña—. Fue una locura. Sé que eres joven, pero tienes que pensar antes de
actuar.

Sus palabras me golpearon como un látigo. La rabia en su rostro parecía


crecer con cada segundo que pasaba, lo que me confundió, pero no dejaría que
me tratara como a uno de sus soldados. Podía ser joven, pero era su esposa y
merecía algo mejor.

—No culpes a mi juventud de esto. Fina es mucho mayor y vino todo el


camino a verme.

Danilo me fulminó con la mirada.

—Pero fue lo suficientemente inteligente como para no venir sola. Le


contó a su esposo de su plan. Tenía a alguien para mantenerla a salvo. Tú fuiste
por tu cuenta.

—Como dijiste, no me habrías permitido encontrarme con ella. Lo sabía.


Y no había nadie más a quien pudiera involucrar. No quería arriesgar la vida de
Anna.

Danilo me contempló.

—Solo la tuya.

Me mordí mi labio. En realidad, no me había detenido a pensar mucho en


todo ello. Ni siquiera había considerado que Fina traería a su esposo, pero por
supuesto que era la elección sensata. Después de todo, la Camorra y la
Organización estaban en guerra.

Danilo no dijo ni otra palabra, pero su desaprobación resonaba con fuerza.


Estaba dividida entre la ira y la culpa. Cuando finalmente llegamos a casa
después de un agotador viaje de ocho horas, estaba emocional y físicamente
exhausta. Salí tambaleándome del auto. Danilo apareció a mi lado de inmediato,
su mano en mi espalda baja, como si no confiara en que pudiera caminar por mi
cuenta.

Lo fulminé con la mirada, pero parecía perdido en sus pensamientos, o


más probablemente en su ira.

Para el momento en que entramos en nuestra habitación, mi propia


frustración estalló entonces.

—Sé que te preocupa que esto te haga quedar mal y que la gente pensará
que no puedes controlarme. Probablemente te preocupa que Remo me usara para
pisotear de nuevo tu orgullo.

Danilo me agarró por los brazos con absoluta firmeza, respirando con
dificultad.

—A la mierda Falcone y a la mierda mi orgullo. Estaba jodidamente


aterrado de que algo pudiera pasarte. Falcone es impredecible. Ni siquiera tu
hermana podría haberlo detenido si se le hubiera ocurrido algún plan demente
para secuestrarte y torturarte. La idea de perderte casi me mata, ¿y hablas de
orgullo?

Finalmente, reconocí la emoción detrás de la ira. Era preocupación.

—¿Tenías miedo de perderme?

Danilo gruñó.

—Por supuesto. Te amo. No puedo soportar la idea de que algo podría


sucederte porque no estoy allí para protegerte. Serafina y Emma terminaron
lastimadas cuando no estuve con ellas, y eso casi me destruye, pero contigo…
contigo, no creo que en realidad pueda vivir conmigo mismo. Eres mi vida,
Sofia. Jamás vuelvas a arriesgar tu salud o tu vida nuevamente.

Parpadeé, aturdida por sus palabras.

—¿Por qué te resulta tan difícil creer que eres todo mi mundo?

—Porque soy estúpida.


Danilo me había demostrado de muchas maneras que me amaba y se
preocupaba por mí, pero simplemente me había aferrado a mis propias
inseguridades.

—Prométeme que nunca más volverás a hacer algo como esto. Júralo.
Necesito poder confiar en ti.

—Puedes hacerlo —respondí—. Jamás volveré a ocultarte nada otra vez,


lo juro. Pero voy a seguir hablando con Fina. No quiero perderla por completo.

—Puedes hablar con ella, pero no reunirse. Es demasiado peligroso. Tu


hermana ya no está de nuestro lado.

—Lo sé. Está del lado de su esposo, y yo estoy del mío.

Danilo me besó con firmeza y sus brazos me rodearon en un abrazo


posesivo. Su ira y preocupación anteriores se vertieron en ese beso, volviéndolo
más duro y apasionado. Me aferré a su chaqueta, poniéndome de puntillas para
más firmeza. Danilo me presionó hacia atrás con su cuerpo, su mano amasando
mi nalga, sus dedos se deslizando más abajo de vez en cuando, rozando mi
entrepierna. Su erección se hundía en la parte inferior de mi vientre mientras me
guiaba hacia atrás.

Mis pantorrillas chocaron con la cama, pero Danilo no me permitió caer


en ella. Se aferró a mí, obligándome a rendirme al beso. Froté mi trasero contra
su palma, queriendo sentirlo donde más lo necesitaba, pero se negó a moverse.

Su beso ardió con pasión furiosa, encendiendo mi cuerpo en llamas. Sus


dedos rasgaron los botones de mis pantalones, luego los empujó hacia abajo con
mis bragas, dejando mi mitad inferior desnuda y ansiosa por su atención. Me
presioné contra él, enganchando una de mis piernas sobre su cadera para
apretarme contra él casi frenéticamente. Danilo se apartó del beso, sus ojos
ardiendo sobre los míos. No estaba segura si aún estaba enojado y si estaba
intentando castigarme. No me importaba, solo quería que siguiera adelante.
Agarró el dobladillo de mi camisa y la pasó por mi cabeza. Sonó un desgarro,
pero ni él ni yo disminuimos la velocidad. A medida que buscaba a tientas el
ganchillo de mi sujetador, alcancé su cremallera y la bajé. Metiendo mi mano en
su interior, lo encontré caliente y duro. Su respuesta a mi toque fue casi un
gruñido. Me apretó contra su pecho para darme otro beso duro antes de hacerme
girar. Su pene se clavó en mi trasero mientras se inclinaba para susurrarme con
dureza al oído.

—De rodillas en la cama. Ahora, Sofia.


Me estremecí, el deseo acumulándose en mi vientre ante su tono
autoritario. Me subí a la cama, apoyándome en las palmas de mis manos. Danilo
acarició mi trasero antes de acariciar su camino hasta mi columna lentamente.
Hizo una pausa contra mi cuello, después empujó suavemente.

—Agáchate. Quiero una vista privilegiada de tu coño.

Mordiéndome mi labio para reprimir un gemido ansioso, me apoyé en mis


codos, pero Danilo siguió empujando hasta que mis brazos se estiraban por
encima de mi cabeza y mi frente se presionaba contra la almohada. Mi trasero
sobresalió y el aire fresco golpeó mi centro empapado.

—Perfecto —dijo Danilo en voz baja a medida que frotaba mis nalgas—.
Tienes un coño tan bonito, Sofia. Podría mirarlo por siempre.

Quería que hiciera algo más que mirar. Necesitaba más. Mecí mi trasero a
modo de invitación. Danilo rio entre dientes, luego me sorprendió mordiéndome
una nalga.

—Ya hoy me desobedeciste una vez. No me hagas enojar de nuevo.

Sería más fácil si dejara de ser tan jodidamente sexy cuando estaba
enfadado.

Incliné mi cabeza de modo que pudiera mirar hacia abajo y ver a Danilo
detrás de mí.

Sus pantalones cayeron al suelo y sus piernas musculosas aparecieron a la


vista. ¿Se hundiría inmediatamente de golpe en mí? Mi núcleo se apretó ante la
idea de su polla dentro de mí. Si bien su ira me había asustado en el pasado,
ahora me excitaba.

Quería su boca sobre mí, pero también estaba ansiosa por su pene. Danilo
amasó mi trasero y me abrió más. Exhaló bruscamente y luego se puso de
rodillas detrás de mí. No podía ver su cara, pero entonces su lengua estaba allí
entre mis nalgas, burlándose al principio ligeramente, luego más firme. Pareció
despertar algunas terminaciones nerviosas nuevas que ni sabía que existían. Su
lengua me trazó casi perezosamente y, a pesar de la sorpresa inicial, mi cuerpo se
aceleró. Intenté acercarme aún más a su boca por más, pero sus manos fuertes
mantuvieron mis nalgas firmes en su agarre, manteniéndome en mi lugar
mientras Danilo se deleitaba conmigo.

A pesar de lo bien que se sentía, necesitaba fricción en mi clítoris. Quería


correrme. Mis brazos se sentían flácidos y pesados, pero comencé a mover uno
hacia abajo para tocarme.
—No —ordenó.

—Necesito tocarme.

—No —dijo nuevamente seguido de un giro de su lengua sobre mi


hendidura. Mordí mi labio, sintiendo que la humedad escurría y bajaba por la
parte interna de mi muslo.

Danilo retrocedió y luego su rostro apareció a la vista, su varonil barbilla


sin barba. Su lengua salió disparada y lamió el rastro de mi lujuria por él, pero se
detuvo antes de llegar a mi coño.

—Danilo, por favor toca mi clítoris —susurré. Era la primera vez que
pronunciaba la palabra, pero no estaba avergonzada. Estaba cachonda y
necesitaba sentir su boca y sus dedos en mi clítoris.

Danilo lamió mi muslo interior perezosamente. Observé su boca y lengua


casi hipnotizada y también un poco desesperada porque no estaban donde más
los necesitaba.

Entonces, finalmente, cuando estaba segura que perdería la cabeza, deslizó


su lengua entre los labios de mi coño, acariciando, degustando. Jadeé contra la
almohada, mis ojos cerrándose con fuerza por la sensación de Danilo rodeando
mi clítoris. Empujó mis muslos aún más separados antes de empujar su lengua
dentro de mí, follándome lentamente.

Me corrí con un grito áspero, mis uñas clavándose en el colchón, mi


trasero presionándose contra la cara de Danilo. Entonces, su boca y lengua
desaparecieron y sus manos se apoderaron de mis caderas. Deslizó su punta a lo
largo de mi hendidura, recogiendo mi humedad. Gimió bajo en lo profundo de su
garganta. Me apoyé en mis codos y le lancé una sonrisa burlona por encima del
hombro.

—¿Se siente bien?

Sonrió.

—Se siente como el paraíso. Pero sé lo que lo hará sentir aún mejor.

—¿Qué…?

Grité cuando Danilo se estrelló contra mí. El placer irradiando desde mi


núcleo hasta cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

—¿Se siente bien? —preguntó Danilo con una risita entre dientes.
—Como el paraíso —logré pronunciar.

—Así es. —Salió casi todo el camino, solo para embestir de golpe
nuevamente en mí.

Bajé mi cabeza sobre la almohada, mis dedos aferrando la almohada a


medida que gemía en la almohada.

Danilo empujó dentro de mí fuerte y rápido. Una de sus manos me sujetó


por la cadera, la otra acunó mi cuello. No me estaba reteniendo en el lugar, pero
el simple toque de su fuerte palma en mi cuello me excitó. Lloriqueé con cada
embestida.

No podría contenerme por más tiempo.

—Sí, córrete por mí, preciosa —dijo Danilo con voz ronca. Sus dedos
encontraron mi clítoris y lo frotó, y exploté con un grito ensordecedor. Danilo me
siguió con un gemido, sus movimientos tornándose bruscos y descoordinados
hasta que finalmente se detuvo. Sus dedos acariciaron mi cuello suavemente,
luego viajaron por mi cuero cabelludo. Dejó un beso suave en mi hombro.
Levanté mi cabeza, aunque parecía de plomo, y la giré hacia un lado. Nuestros
labios se encontraron en un beso saciado antes de que Danilo saliera de mí. Gemí
suavemente una vez más, aún demasiado sensible. Me dejé caer de costado,
exhausta y satisfecha. Danilo se estiró detrás de mí y me atrajo hacia él, su brazo
envolviéndose con fuerza alrededor de mi cintura.

—Voy a protegerte hasta el final de mis días.

Tomé su mano.

—Lo sé.
S
iempre quise hijos, y no solo porque necesitaba un heredero que
pudiera convertirse algún día en lugarteniente. Quería una familia y
el vínculo especial que compartía un padre con sus hijos. Aún
extrañaba a mi padre a menudo, las conversaciones largas sobre negocios,
deportes y casi cualquier otra cosa. Había sido mi confidente más honesto.
Confiaba en Marco y sabía que él no me traicionaría, sin embargo, no era
exactamente igual al vínculo que había tenido con mi padre. No discutiría con él
todo lo que habría discutido con mi padre.

Sofia era joven y sabía que necesitaba un par de años antes de que
estuviera lista para tener hijos. Estaba dispuesto a darle el tiempo que necesitaba,
incluso si no podía esperar por siempre.

Poco después de su vigésimo tercer cumpleaños, Sofia volvió a abordar el


tema por su cuenta, sorprendiéndome. Habíamos tenido la cena en nuestro
restaurante favorito de alta cocina y después nos bañamos desnudos en la piscina
antes de hacer el amor en la ducha. Ahora estábamos acostados en los brazos del
otro en la cama, saciados en más de una forma y listos para conciliar el sueño.

—He estado pensando en ya no seguir tomando la píldora.

Me aparté sorprendido para mirar el hermoso rostro de Sofia. Sus mejillas


aún estaban enrojecidas por el sexo y me encantaba que su piel siempre mostrara
una prueba cada vez que hacíamos el amor por tanto tiempo.

—¿Te sientes lista?

A los treinta y tres, definitivamente estaba en una edad en la que las


preguntas sobre mi estado sin hijos, especialmente sin hijos varones, surgían con
más frecuencia.

Todos se sentían como si tuvieran derecho a entrometerse. Mi madre


estaba entre ellos.
Sofia se rio, y luego se encogió de hombros.

—¿Alguien alguna vez se siente preparado? ¿Existe algo como el


momento perfecto para los niños?

—Supongo que no, pero aún eres joven.

—Hemos experimentado tanto en los últimos cinco años, y estoy contenta


que me dieras tiempo para conseguir mi licenciatura. Algunos hombres no
quieren esperar por un heredero.

—Quería hacerte feliz y darnos la oportunidad de crecer como pareja.


Creo que una pareja necesita ser primero una familia antes de poder expandirse
con niños.

Sofia sonrió ampliamente.

—Pero siento que hemos llegado ahí. Nuestra relación es grandiosa. No


tengo ninguna duda, ¿y tú?

—¿Sobre nosotros? Nunca. Tampoco tengo ninguna duda de que serás una
gran madre. No puedo esperar a tener niños contigo.

—Entonces, ¿vamos a empezar a trabajar en los niños?

Me reí entre dientes y dejé que mi mano recorra el vientre de Sofia.

—Lo haces sonar como si fueran un trabajo duro.

Sofia sonrió.

—A veces lo es, pero siempre vale la pena intentarlo.

Sofia me esperaba en el vestíbulo cuando llegué a casa, pareciendo a


punto de estallar. Nuestro perro Poof, que parecía una bola de pelusa rebotando
cuando me saludó, estaba a su lado como de costumbre. Desde que consiguió el
perro hace un año, se había vuelto muy protector con ella. Por supuesto, dado su
tamaño, su valor como perro guardián era mínimo, pero hacía feliz a Sofia.

Antes de que pudiera preguntarle qué pasaba, blandió una prueba de


embarazo y en su rostro se dibujó una gran sonrisa. Arqueé mis cejas.
—¿Estás…?

—¡Embarazada! —Corrió hacia mí y se arrojó en mis brazos.

Poof ladró emocionado. Levanté a Sofia del suelo, besándola en la sien.


Nos había tomado casi seis meses y estaba empezando a preocuparme, de modo
que ahora un peso se alzaba de mis hombros. Nos convertiríamos en una familia.
No podía esperar.

Me arrojó una imagen de ultrasonido. Eché un vistazo a la imagen en


blanco y negro pero no tenía ni idea de qué buscar. Había una gran forma
redonda con dos formas más pequeñas.

—Entonces, ¿confirmó tu embarazo? ¿Está todo bien?

Sofia señaló las dos formas más pequeñas en los círculos negros.

—Dos.

—Dos —repetí, sin saber a qué se refería—. ¿Tienes dos meses? —Pensé
que ya estaba en su tercer mes.

Sofia agarró mi brazo.

—¡Dos bebés! ¡Gemelos!

La miré fijamente.

—¿Estás embarazada de gemelos?

Ella asintió.

—Gemelos idénticos.

—Oh, vaya. —Me quedé mirando hacia su estómago aún plano, incapaz
de creer que albergara dos bebés en su interior.

—Sí. Es demasiado pronto para saber si se tratan de dos niños o dos niñas.
Estoy tan emocionada.

La atraje contra mí.

—Tu familia tiene lo suyo con los gemelos.


Sofia se rio.

—Está en nuestra sangre.

—Al parecer. —Nos miramos el uno al otro, y aún me parecía imposible


que hubiéramos llegado hasta aquí—. La amo, señora Mancini.

Sonrió.

—Y yo le amo, señor Mancini. —Se mordió su labio entonces—. ¿Te


importa si se lo digo a mis padres? Estarán encantados de escuchar que vamos a
tener gemelos, gemelos idénticos especialmente. Mamá probablemente querrá ir
de compras conmigo inmediatamente para comprar conjuntos a juego.

—Diles a tus padres, y yo le diré a mi madre. Probablemente también


querrá ir de compras contigo. Esos bebés serán los bebés mejor vestidos de
Indianápolis. —Sofia puso los ojos en blanco, pero no pasé por alto la sonrisa
que intentó sofocar. Besé sus nudillos—. La próxima vez que quiero ir contigo a
la cita del médico. —Eso me valió un beso antes de que Sofia saliera corriendo a
llamar a sus padres. La vi casi saltarse los escalones en busca de su teléfono. Me
encantaba su exuberancia.

Llamé a mi madre. No había encontrado a otro hombre desde que papá


hubiera muerto, incluso aunque la alentara a darle la oportunidad a un amor
nuevo. Había algunos buenos viudos entre mis hombres e incluso entre los
Capitanes, pero había insistido en estar sola. Estaba ansiosa por tener nietos de
mi parte, de modo que el apellido Mancini pudiera seguir viviendo y los genes de
papá pudieran continuar.

—Danilo —respondió mamá feliz—. Acabas de atraparme antes de mi


brunch con el club de mujeres. —Su club de mujeres consistía en las esposas de
los Capitanes y algunas mujeres de la alta sociedad con vínculos a la
Organización, que se reunía dos veces a la semana para el almuerzo y los
chismes. Me alegré que se mantuviera ocupada con el brunch y los eventos
sociales.

—No te quitaré mucho tiempo. Sofia se hizo hoy otro ultrasonido.

—¿Cómo está mi nieto? ¿Y cómo está Sofia? —Su voz se elevó con
entusiasmo.

—Están bien. Los niños y Sofia.

Siguió un momento de silencio, y entonces:


—¿Los niños?

—Sofia está embarazada de gemelos.

Mamá se rio.

—¡Ese gen de los Mione con los gemelos! No puedo creerlo. ¡Qué
maravilloso! ¿Ya saben el género?

—Es demasiado pronto, pero son gemelos idénticos de modo que serán
dos niños o dos niñas.

Dos meses después, el ginecólogo nos dijo que estábamos esperando dos
varones. Sofia apretó mi mano con firmeza.

—¿Estás feliz?

—Por supuesto, pero he estado feliz desde el día en que descubrí que
estabas embarazada. También me habría encantado tener dos hijas.

—Entonces, habríamos tenido que seguir intentándolo hasta que tuvieras


un heredero, ya sabes.

La contemplé con atención.

—¿Quieres tener más de dos?

Sofia se encogió de hombros.

—Dos es un buen número. Sé que muchas chicas quieren


desesperadamente una hija a la que vestir, pero creo que estaré perfectamente
feliz con dos niños lindos. No tengo prisa para quedar embarazada de tu tercer
hijo. —Se frotó su espalda baja con una sonrisa de disculpa.

—Estaría feliz con solo dos niños, pero aún eres joven, de modo que si
alguna vez cambias de opinión, podemos darle oportunidad a otro niño —le dije.

Todos me felicitaron después de averiguar el género. Podía decir que


consideraban dos niños como una victoria, especialmente los hombres. Solo
estaba aliviado de que Sofia ya no se sintiera presionada a darme un heredero.
No podía esperar ir de caza y senderismo con mis hijos, enseñarles todo lo
que sabía acerca de las armas y mostrarles cómo luchar. Mi padre había hecho
todas esas cosas conmigo y quería compartir eso con mis hijos.

Danilo llevaba a ambos niños en sus brazos mientras yo sujetaba a Poof


por la correa. Esos chicos querían a Danilo como locos, y siempre querían que él
los cargase cuando estaba en casa. Tenía que trabajar mucho, de modo que era
natural que buscaran su cercanía siempre que tenían la oportunidad, y Danilo
intentaba hacer tiempo para ellos con la mayor frecuencia posible. No me
entristecía demasiado que se aferraran a Danilo de vez en cuando. Eran bastante
revoltosos, Orlando más que Aldo, quien había recibido el nombre del padre de
Danilo, pero juntos eran una fuerza a tener en cuenta. A veces eran difíciles de
contener.

Nuestra gata, una gata atigrada roja que un día simplemente apareció en
nuestra puerta y nunca se fue, había elegido uno de los árboles en nuestro jardín
como su lugar de descanso favorito porque los niños no podían llegar a ella allí.
No es que no supiera cómo defenderse. Ambos niños habían terminado arañados
más de una vez porque intentaron cargarla. La mayor parte del tiempo solo se
sentaba en el banco cerca del estanque, observando a los Koi, pero nunca intentó
cazarlos, por lo cual Danilo le había permitido quedarse.

Orlando me dio una sonrisa enorme desde el brazo de su padre. Eran la


viva imagen de Danilo.

Mamá abrió la puerta antes de que pudiéramos tocar el timbre,


sonriéndonos. Como de costumbre, estaba vestida a la perfección con un peinado
elegante, una falda tubo de lana y una blusa de seda fluida. Al menos no estaba
llevando pendientes largos o collares finos. A pesar de su estilo perfecto, me dio
un abrazo apretado antes de arrancar a Orlando del agarre de Danilo y
presionarlo contra su pecho, sin importarle si su blusa quedara arrugada.

Danilo rio entre dientes.

—También buenos día para ti, Ines.


—Danilo —dijo riendo y le dio un beso rápido en la mejilla antes de
volverse hacia Aldo—. No creo que la abuela sea lo suficientemente fuerte como
cargarlos a los dos. —Hizo un puchero, pero papá salvó el día al aparecer en la
puerta. Las canas en su cabello oscuro eran ahora más dominantes, y las arrugas
alrededor de sus ojos se habían profundizado, pero para mí aún se veía como el
hombre que me había acompañado por el pasillo hasta el altar. Me abrazó con
fuerza.

—Te ves hermosa como siempre, bichito. No sé cómo encuentras tiempo


con esos dos niños.

—Hay días en que no lo hago —dije con una risa exasperada. Había
mejorado ahora que eran un poco mayores y podían entretenerse mutuamente.

Pero dejarlos a su suerte siempre representaba un riesgo para nuestros


muebles.

También había aprendido a no dejar a Poof a solas con ellos, ya que la


última vez terminó pintado en acuarela roja y azul

Papá tomó a Aldo de manos de Danilo, y luego le estrechó la mano.

—Espero que tengan hambre. Esta noche hemos preparado un gran festín.

—No siempre tienen que ir a tales extremos cuando los visitamos —dije
con una risa. Veía a mis padres por lo menos una vez al mes, de modo que no era
como si tuviéramos que celebrar el reencuentro.

Mamá me desestimó.

—Estoy segura que los niños están hambrientos.

—Siempre lo están —dijo Danilo.

Mamá y papá entraron con los niños y nos dejaron en la puerta.

Le di a Danilo una mirada divertida.

—Ni siquiera notarían si simplemente desaparecemos.

—Entonces, vamos a llevar nuestro equipaje a la habitación y descansar


un poco hasta la cena —sugirió Danilo en voz baja.

—Eso suena como una buena idea.

Subimos corriendo las escaleras. Y pude escuchar las risitas encantadas de


los niños desde algún lugar de la casa.
Al momento en que Danilo y yo estuvimos a puerta cerrada, nos
arrancamos la ropa, disfrutando de nuestro tiempo libre.

Más tarde, en la cena, los niños prácticamente se comieron su peso


corporal en alimentos, pero también comí más de lo que debería. Papá y Danilo
discutieron sobre su próximo viaje de caza, un fin de semana de hombres con
Samuel y Marco. Los niños se quedarían conmigo y mamá vendría de visita para
ayudarme. Con solo dos años, aún eran demasiado jóvenes para el viaje.

La cabeza de Orlando se desplomó hacia adelante, su frente apoyándose


brevemente en el puré de patatas antes de que se alzara nuevamente. Aldo aún
estaba hurgando en su comida. Mamá se rio y se levantó para limpiarlo. Sus ojos
resplandecían cuando me echó un vistazo. Papá parecía relajado y ansioso por su
viaje.

El pasado finalmente había quedado atrás. Habíamos pasado por


momentos difíciles, pero ahora éramos felices.

Danilo se encontró con mi mirada y sonrió, el hoyuelo profundizándose en


su mejilla.

Estaba segura que venceríamos cualquier cosa que nos esperara adelante.
Cora Reilly es la autora de la serie Born in Blood Mafia, Camorra
Chronicles y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos
peligrosamente sexy. Antes de encontrar su pasión en los libros románticos, fue
una autora publicada tradicionalmente de literatura para adultos jóvenes.

Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Collie barbudo, así como
con el hombre lindo pero loco a su lado. Cuando no pasa sus días soñando
despierta con libros sensuales, planea su próxima aventura de viaje o cocina
platos muy picantes de todo el mundo.

A pesar de su licenciatura en derecho, Cora prefiere hablar de libros a


leyes cualquier día.

Born in Blood Mafia The Camorra Chronicles:


Chronicles:
1. Twisted Loyalties
1. Luca Vitiello 2. Twisted Emotions
2. Bound by Honor 3. Twisted Pride
3. Bound by Duty 4. Twisted Bonds
4. Bound by Hatred 5. Twisted Hearts
5. Bound by Temptation 6. Twisted Cravings
6. Bound by Vengeance
7. Bound by Love
8. Bound by the Past Otros:
9. Bound by Blood
1. Sweet Temptation
2. The Dirty Bargain
3. Forbidden Delights
4. Fragile Longing
Moderación
LizC

Traducción
LizC

Corrección, recopilación y revisión


Bella’ y LizC

Diseño
JanLove

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