CARIÑO, HE CONECTADO A LOS NIÑOS. Guía Sobre Salud Digital para Familias y Educadores - GUILLERMO CANOVAS PDF
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CARIÑO, HE CONECTADO A LOS NIÑOS. Guía Sobre Salud Digital para Familias y Educadores - GUILLERMO CANOVAS PDF
Cariño,
he conectado
a los niños
El impacto de las tablets, móviles o smartphones
en el desarrollo cognitivo de niños y adolescentes,
su identidad y reputación digital, relaciones,
privacidad, seguridad…
MENSAJERO
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Diseño de cubierta:
Rico Adrados, S.L.
Edición Digital
ISBN: 978-84-293-3746-2
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Introducción:
El enfrentamiento
Ya no recuerdo cuándo fue la primera vez que escuché o leí estas palabras, pero hace
mucho que reflexiono sobre ellas. Al interactuar o convivir con adolescentes parecen
adquirir un sentido pleno, ya que en ocasiones esta etapa parece llegar a nuestras vidas
con la finalidad de enfrentarnos. Pero es al trabajar sobre Internet cuando dichas frases se
tornan casi premonitorias. ¿En cuántas familias no se discute como consecuencia del uso
abusivo de Internet y los teléfonos móviles? Tanto entre padres e hijos como entre
ambos miembros de la pareja… O se discute por la edad a la que el hijo/a debe tener su
primer smartphone, o su primera tablet, o a qué juegos pueden dedicarles cuánto tiempo,
o cuándo han de tener su primer perfil en una red social. La adolescencia e Internet
forman un tándem que se nos antoja explosivo.
No obstante, las palabras con las que inicio este libro nada tienen que ver con la
temática del mismo. Fueron pronunciadas hace casi dos mil años por Jesús de Nazaret.
Pero creo que pueden ser aplicadas a multitud de situaciones independientemente del
tema o la época en la que decidamos centrarnos. Y es que, aunque casi nos
sorprendamos al decirlo, el enfrentamiento no es algo malo o negativo. La disparidad de
opiniones, criterios y visiones no es perjudicial. Es más, creo que dicho enfrentamiento
es sano e incluso necesario, siempre que parta del respeto y de la aceptación de las
normas básicas de convivencia. Pienso sinceramente que nuestra tendencia a actuar
contra aquello que no nos convence, aquello que no compartimos, aquello que no
creemos justo venga de donde venga, nos ha permitido evolucionar como sociedad. Cada
generación ha introducido cambios respecto a la anterior, y ha modificado la realidad
circundante. Y por lo general lo ha hecho con la oposición, o al menos la resistencia o
descalificación, de la generación precedente. En los escritos de Sócrates, o en los
jeroglíficos egipcios de hace tres mil años, o incluso en las vasijas mesopotámicas
escritas con los primeros caracteres cuneiformes, encontramos textos en los que sus
autores definen a los jóvenes vástagos de su época como «irresponsables», «perezosos
que aborrecen madrugar», «pendientes solo de divertirse y de sus propias necesidades»,
«hedonistas», «cómodos y sin inquietudes» y todo tipo de lindezas que podríamos haber
adjudicado hoy mismo a los jóvenes del siglo XXI tras leer los titulares de los medios de
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comunicación. La única expresión que no encontramos en los textos antiguos es la de
«ni-ni», pero sí todos sus equivalentes. Por supuesto, tanto entonces como ahora, dichas
afirmaciones son injustas, falsas o como mucho representativas solo de una pequeña
parte de la juventud de cualquier época.
La rebeldía, la necesidad de someter a juicio las normas, la tendencia a buscar y
comprobar los límites son prácticas que denotan una buena salud mental en los
adolescentes. Eso es lo sano, lo normal y lo necesario para la etapa de desarrollo en la
que se encuentran. Y el enfrentamiento, partiendo de una buena base de respeto y cariño,
es inevitable, por muy agotador que nos resulte. Volviendo a la frase inicial, Jesús de
Nazaret ya advertía a sus discípulos sobre lo que se les avecinaba, sobre los
enfrentamientos que surgirían dentro de las propias familias, entre creyentes y no
creyentes, entre los que estaban dispuestos a romper con el orden y las creencias
establecidas para abrazar un mensaje nuevo y diferente y aquellos que defenderían lo
anterior a toda costa. Y hoy, salvando las distancias, nos encontramos también ante un
fenómeno que está convulsionando a la sociedad, a las familias, a la educación, la
comunicación, las relaciones personales, la economía y todo aquello que se relacione de
una u otra forma con las llamadas tecnologías de la información y la comunicación –
TIC–: Internet, los smartphones, las tablets, las videoconsolas…
Las discusiones en las casas son constantes como consecuencia del uso de estas
nuevas tecnologías. Y es lógico que surja este enfrentamiento. Será así hasta que todas
las piezas encajen, hasta que las necesidades de unos y otros se ajusten, hasta que
encontremos el equilibrio entre lo bueno de lo nuevo y lo bueno de lo anterior. Pero he
aquí la primera cuestión que debemos tener muy clara: habremos de eliminar parte
de lo anterior, habremos de aceptar cambios propios de las nuevas situaciones, pero al
mismo tiempo no podemos caer en el error de abrazar todo lo recién llegado,
como algunos pretenden, como si fuera la panacea para los problemas y conflictos del
mundo. Deberán guiarnos nuestro sentido crítico, nuestra capacidad de análisis y, por
encima de todo, nuestro sentido común. No serán los tecnófobos que consideran dañinas
las nuevas tecnologías, aquellos que piensan que cualquier tiempo y método pasados
fueron mejores, los que arrojarán luz sobre estas cuestiones. Pero tampoco podremos
dejarnos llevar por los nuevos pastores, gurús, adictos a las TIC y frikis que recorren
Internet, o aquellos que actúan y opinan siempre al servicio de una industria cuyos
objetivos son lícitos, pero no tienen por qué coincidir con los de padres/madres o
educadores.
Abramos, pues, nuestras mentes, dejemos a un lado prejuicios de uno u otro tipo y
adentrémonos sin miedo en un mundo apasionante: aquel que ya forma parte, de manera
inevitable y para siempre, de la vida de millones de niños y adolescentes, que viven y
vivirán con las nuevas tecnologías en sus manos, en sus bolsillos e incluso en su propio
cuerpo, como veremos en unos años.
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En una de las sesiones que mantenemos habitualmente con los paneles paneuropeos
de jóvenes, grupos de trabajo que desarrollamos con niños y adolescentes sobre Internet
y nuevas tecnologías, les planteábamos una serie de cuestiones sobre el futuro de estas
herramientas. En uno de los grupos de menor edad, formado por niños y niñas de once y
doce años, uno de ellos nos hacía el siguiente comentario: «Yo creo que en el futuro no
necesitaremos depender de un aparato como el smartphone, que se puede quedar sin
cobertura, se le acaba la batería, se puede perder con toda la información que tiene
dentro, o te lo pueden robar, o se te puede caer al suelo… Creo que el siguiente paso será
la integración de los móviles en el cuerpo… No tiene mucho sentido llevar algo externo
con tantos problemas… Además, nuestro cuerpo es capaz de producir energía de sobra
como para alimentar esas baterías sin que haya necesidad de recargarlas… ¡seguro!».
Las palabras de este alumno están más cerca de hacerse realidad desde que, en abril
de 2014, el fundador de la empresa Gowex, que gestiona las redes wifi de más de 80
ciudades del mundo (desde Madrid hasta Nueva York) afirmara que en el futuro los
encargados de la conexión serían los microchips implantados en el cerebro. De hecho, ya
hay empresas de nanotecnología trabajando sobre esa posibilidad. El usuario decidirá
voluntariamente cuándo activar el nanochip cerebral que podría permitir, entre otras
cosas, la traducción simultánea. Es decir, su cerebro recibiría durante una conversación
la traducción de todo cuanto estuviera diciendo otra persona, independientemente del
idioma en el que se expresara… Permitiría también, en tiempo real, hacer consultas y
acceder a datos que ya no sería necesario memorizar: desde datos históricos, literatura o
geografía hasta realizar una llamada directa para pedir un taxi… Y no «solo» eso, sino
también información puntual sobre el estado de sus propios órganos vitales o posibles
carencias.
Algunos adultos, expertos y profesionales de distintos campos, debaten aún sobre la
conveniencia o no de integrar las TIC en la educación, en la familia y en los entornos de
ocio y tiempo libre, pero los que de ninguna manera discuten sobre estas cuestiones son
los propios menores de edad. Para ellos Internet y los smartphones o las tablets no son
modas o tendencias pasajeras. Han llegado para quedarse y crecer con ellos. No se
plantean en absoluto una vida sin estar conectados permanentemente a los demás, sin
ocio digital, o sin la posibilidad de fotografiar o digitalizar todo lo que suceda en sus
vidas. Pero esto puede hacerse de distintas maneras. Los niños y los llamados «nativos
digitales» son autodidactas que están accediendo al mundo online sin la menor
formación previa, sin orientación y, en la mayoría de los casos, sin un referente al que
dirigirse claramente en caso de necesidad o de sufrir problemas específicos. Muchos son
conscientes de que su conocimiento es, con frecuencia, superior al de los adultos de su
entorno, y manejan un vocabulario y unos términos que para no pocos son aún
desconocidos. Es la famosa «brecha digital», o una de ellas, la que separa a nativos
digitales de inmigrantes digitales (aunque mucho podríamos matizar y discutir sobre
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ambos términos). Pero este tipo de brecha se va reduciendo poco a poco, a medida que
padres/madres y profesores se van actualizando. Ahora son muchos los adultos que
manejan las TIC. La mayoría utilizan a diario el correo electrónico, tienen grupos de
WhatsApp con sus amigos, se descargan aplicaciones en sus smartphones y tablets,
suben fotos a Pinterest o Instagram, etc.
Por otro lado, estamos observando que muchos jóvenes y menores de edad no están
dando el paso necesario para convertirse en «usuarios 2.0» y aprovechar realmente las
posibilidades que ofrecen las TIC. Es decir, muchos adolescentes, y también
universitarios, están usando las TIC como meros consumidores. Dedican horas a
conversar por WhatsApp, mandan correos y consultan información para hacer
trabajos…, suben fotos a su red social… y esto último cada vez con menos asiduidad. Es
decir, finalmente no están haciendo un uso muy diferente, ni tienen muchos más
conocimientos, que las generaciones de padres y madres de treinta a cuarenta años de
edad. No están creando, no son en su mayor parte generadores de contenidos que estén
aportando valor a la Red. Son muy pocos los que utilizan blogs, los que vuelcan trabajos
o estudios, desarrollan espacios web, crean grupos de discusión en foros o en redes
sociales, etc.
La brecha digital «clásica», la que aún separa a muchos adolescentes de sus
mayores, sigue existiendo. También existe aún la brecha que separa a los que tienen
acceso a las TIC de los que no lo tienen, aunque se reduce a un ritmo constante. Pero
estas formas de brecha digital tienden a desaparecer y se están difuminando a más
velocidad de la que preveíamos. La verdadera brecha digital, la que se impondrá cada
día de forma más evidente, la que no cesa de crecer, es la que separa a los
«consumidores digitales» de los «productores digitales». Independientemente de la edad,
o de las posibilidades económicas dentro de un mismo país, encontramos cada día a
personas que manejan Internet de forma productiva y creativa, generando contenidos,
generando opinión, transmitiendo ideas, creando nuevas propuestas y espacios, etc. Y
vemos al mismo tiempo cómo crece la enorme masa de personas que solo «consumen
Internet». Chatean, leen el periódico, miran sus movimientos bancarios, hacen compras y
suben las fotos de sus vacaciones, tienen correo electrónico y utilizan WhatsApp a
diario, y algunos comentan lo que hacen cada día en Twitter. Y que esto se esté
consiguiendo puede considerarse un gran avance. El problema es que para muchas
personas, y para muchos estamentos sociales y gubernamentales, esta parece ser la meta,
el objetivo buscado. No debe ser así. Es necesario dar un paso más y aprovechar
realmente las posibilidades de la Web 2.0.
La conectividad móvil, la bajada drástica en la edad de inicio, las tablets y los
smartphones forman el entorno que necesitábamos para formar y educar a una
generación de niños que pueden darle un vuelco real a la Red. Niños y niñas que pueden
ser educados en la «actividad», en la «creatividad», en la «generación» de contenidos,
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ideas y movimientos que pueden llegar a transformar la educación y la sociedad en la
que se desenvuelven. La educación tradicional será un fracaso si solo utiliza las TIC para
reproducir las mismas formas y contenidos simplemente en un formato digital; si solo
convierte las páginas de los libros de texto en pdf, o si solo se utilizan para acompañar
las clases con una presentación en Power Point o Prezi. El aprendizaje personalizado, el
trabajo colaborativo, la investigación, la implicación del alumno/a en la generación de
los contenidos pueden ser algo mucho más cercano hoy gracias a las TIC. Pero depende
de nosotros.
Hasta el siglo XXI los niños solo han podido aprender de su entorno inmediato, y
solo han podido enriquecer ese mismo entorno inmediato. Ahora pueden aprender de
todo el mundo al que ya tienen acceso. Lo que un niño/a diga o haga en Internet puede
tener repercusión en otro niño/a de otro lugar del mundo.
Como sociedad, deberíamos formarles desde pequeños para que sean creadores y
generadores de todo. Pueden ser un elemento clave de transformación. Ahora es más
posible que nunca, y ellos quieren participar, no quieren ser tratados como meros
consumidores, pero necesitan de la implicación de sus mayores.
El concepto de salud digital que presento en este libro engloba todos aquellos
aspectos que incidirán directamente sobre el niño o adolescente que esté en contacto
diario con las TIC, y de los que depende que su desarrollo sea finalmente saludable.
Creo sinceramente que son cuestiones que tanto padres y madres como educadores
deberían conocer y recoger como base sobre la que actuar. Dichos aspectos abarcan
desde el desarrollo de la identidad del menor en contacto con Internet y las nuevas redes
sociales hasta las cuestiones relativas a su seguridad y privacidad, pasando por los
problemas cervicales o de visión, para llegar al impacto sobre las relaciones sociales que
establezcan. Desde la prevención de las tecnoadicciones hasta la curación de contenidos
frente a lo que denominamos «infoxicación». Desde las posibles modificaciones en sus
procesos cognitivos y el desarrollo de su cerebro hasta las nuevas formas de lectura y
procesamiento de la información.
Internet, las tablets, los smartphones y demás tecnologías de la información y la
comunicación ya están en la vida de sus hijos, y su presencia y protagonismo van a ser
cada día mayores. De usted depende en buena medida que crezcan desarrollando una
buena salud digital.
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1.
No estamos en guerra
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En el caso que nos ocupa no existía aún conflicto alguno, ya que los padres
desconocían cómo iba a interactuar su hijo con dichas herramientas, la atención que les
iba a prestar o su frecuencia de uso. Si lo que les preocupa es poder seguir hablando con
su hijo, sencillamente ¡no dejen de hacerlo! Sigan hablando con él. No rompan ese
contacto. Y si los terminales móviles adquieren demasiado protagonismo en su día a día,
pongan normas claras: no permitan su utilización durante las comidas y las cenas;
establezcan zonas de la casa donde no puedan utilizarse, para no molestar o para poder
interactuar con normalidad; determinen una hora para apagar el terminal por la noche;
acuerden unos horarios lógicos para el uso de las tablets entre semana o los fines de
semana; diferencien también entre su uso para trabajos relacionados con el aprendizaje y
los entornos o momentos de ocio, etc. Si lo que les preocupa es que su hijo siga
practicando deporte, simplemente no le permitan sustituirlo por horas de tablet. Es decir,
las TIC no pueden ni deben sustituir las prácticas normales en la vida de una persona,
sea un niño, un adolescente o un adulto.
¿Es posible charlar habitualmente con los padres aun teniendo un smartphone en el
bolsillo? ¿Es posible practicar deporte siendo dueño de un smartphone? ¿Y salir al
campo de vez en cuando? ¿E ir al cine, a bailar, quedar con los amigos o leer un libro?
Por supuesto. Es más: la mayoría de las personas compatibilizan sin problemas su vida
cotidiana, sus aficiones, su trabajo y su familia con el uso de las TIC.
Lo que los padres y madres deben vigilar o comprobar, al margen de las cuestiones
relativas a la seguridad y privacidad que trataremos más adelante, es precisamente que el
empleo de las TIC no sustituya a otras actividades que hasta ese momento ocupaban al
niño o adolescente. El problema surge si dejan de hacer cosas habituales para
permanecer frente a una pantalla, sea una televisión encendida, un ordenador, una tablet,
un smartphone o una videoconsola.
Las TIC bien utilizadas pueden hacer mucho bien, facilitarnos el trabajo o dotarnos
de más posibilidades de ocio, diversión o relación. Mal utilizadas, pueden causar
muchísimo daño: acceso a contenidos inapropiados, acoso escolar online
(ciberbullying), acoso sexual a menores (cibergrooming), tecnoadicciones, etc. Pero
la aparición de estos problemas no depende de la propia tecnología, sino de los usuarios.
De cómo y para qué la utilicemos. Exactamente igual que sucede con los coches. Un
vehículo bien utilizado puede salvar vidas, pero mal utilizado puede matar. Y el
problema no suele estar en los coches, sino en las personas que los conducen.
Si su hijo dejara de hablar con usted, dejara de practicar deporte, salir al campo o
relacionarse con sus amigos para estar siempre leyendo libros, ¿no se preocuparía de la
misma manera? Se haría evidente la existencia de un problema, que no estaría
ocasionado por una adicción a la celulosa de las hojas del libro, sino por un problema del
usuario. Y la solución normalmente no pasaría por prohibirle la lectura o retrasarla hasta
los catorce años.
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La consecuencia de posponer al máximo el acceso de los niños a las TIC es que se
hace hasta el punto de hacerlo coincidir con el inicio de la adolescencia. Entre los doce y
los trece años, la mayor parte de los niños y niñas sufren una verdadera eclosión, y en
poco tiempo aparecen ante los ojos de sus padres como nuevos y desconcertantes hijos e
hijas. Las riadas de hormonas que recorren sus organismos descontrolando sus
emociones hacen que muchos progenitores utilicen todo tipo de expresiones para
quejarse por la nueva situación, de las cuales la más común podría ser «me lo han
cambiado». Tales cambios no suelen ser tan repentinos, pero sí son rápidos,
contundentes y muy fáciles de apreciar para las personas que conviven con el menor de
edad. Se trata de un momento en el que las opiniones y recomendaciones de los padres
pasan a un segundo plano, y la convivencia con sus iguales adquiere todo el
protagonismo en sus vidas. Las discusiones y enfrentamientos en casa por cualquier
cuestión no responden a ningún tópico, y la convivencia familiar se resiente.
Si el momento en que comienza a manifestarse la adolescencia, cuando se vuelven
más celosos de su intimidad, cuando parece que han jurado hacer lo contrario de lo que
les digan sus padres o no tener en cuenta sus recomendaciones, cuando lo más
importante es lo que digan sus amigos, es precisamente el momento en que ponemos en
sus manos un smartphone con WhatsApp, cámara de fotos y acceso a Internet…, solo
podemos esperar que las TIC actúen también en la misma dirección que las hormonas.
Muchos de los problemas de comunicación y relación que se producen cuando los
adolescentes acceden a las TIC no guardan relación con estas tecnologías, sino con la
etapa en la que les permitimos comenzar a utilizarlas, y además sin formación ni
experiencia previa alguna.
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2.
¿A qué edad deben comenzar?
El mundo en que vivimos nunca ha dejado de cambiar. Esta época es muy distinta de la
anterior, como la anterior también lo fue respecto de la que le precedía. Estamos en
constante y permanente proceso de cambio. Lo está la sociedad, lo está nuestra especie y
lo estamos cada uno de nosotros a lo largo de nuestra vida. No dejamos de atravesar
etapas y cada etapa es distinta a la siguiente. Lo cierto es que no hay nada estático. La
Tierra sobre la que estamos ahora mismo ha cambiado su posición en miles de
kilómetros desde que usted comenzó a leer este libro. Recorremos 29,79 km por segundo
alrededor del Sol, y junto a él estamos recorriendo 216 km por segundo respecto al
centro de nuestra galaxia. Tardaremos en regresar al punto de la galaxia en el que nos
encontramos ahora mismo unos 230 millones de años.
Todo a nuestro alrededor está en constante movimiento y transformación, desde el
clima hasta las condiciones de la sociedad en que vivimos. Cuanta más capacidad
tengamos para cambiar y adaptarnos a las nuevas circunstancias, más probabilidades de
supervivencia tendremos como especie, y como individuos dentro de nuestro entorno.
Nuestra flexibilidad es la que puede garantizar nuestro éxito. Y todo está en nosotros.
Estamos dotados de un cerebro cuya principal característica ha sido desconocida y
discutida después por los científicos hasta ser reconocida hace relativamente pocos años:
la neuroplasticidad, de la que hablaremos más adelante. Nuestro cerebro se encuentra
en un proceso constante de cambio, y puede adaptarse a las nuevas situaciones hasta el
punto de permitirnos sobrevivir a un periodo glaciar o incluso a las brutales condiciones
de un campo de concentración.
Pero la otra cara de la moneda, la rigidez mental, también se encuentra presente en
nuestro cerebro. Buscamos rutinas y repetir acciones hasta dominarlas, porque una vez
dominadas resultan mucho más fáciles. Una vez establecido un recorrido neuronal, es
posible hacer las mismas cosas una y otra vez con mucho menos trabajo. Al principio,
conducir un coche supone un esfuerzo, pero en poco tiempo es posible conducir casi sin
pensar. Aprender las tablas de multiplicar cuesta trabajo, pero, una vez aprendidas, los
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números surgen casi automáticamente. Nuestro cerebro busca hacer lo mismo dedicando
menos energía y menos neuronas. Y una vez que una de esas «autopistas» de neuronas
ha sido construida, será difícil modificarla. Cambiar de tarea o iniciar tareas nuevas
supone un esfuerzo. La buena noticia es que nuestra neuroplasticidad nos permite
hacerlo aunque suponga trabajo. Es más, ahora sabemos que esa plasticidad no nos
abandona a lo largo de nuestra vida, es decir, nunca es tarde para cambiar, nunca es tarde
para adaptarse a las nuevas circunstancias.
En realidad, nuestra vida parece ser una lucha constante entre esas dos
características de nuestro cerebro, entre la búsqueda de lo estable y la tendencia al
cambio. Lo curioso es que, una vez que alcanzamos la estabilidad, parece que buscamos
cambiarla. De hecho, se ha definido la felicidad en muchas ocasiones como un estado
inexistente, que consiste precisamente en «buscar» la felicidad. Somos felices mientras
buscamos alcanzar una meta, mientras ansiamos algo y corremos hacia ello. Mientras
luchamos por conseguirlo. Después, una vez alcanzado, parece que perdemos el interés.
Los niños y adolescentes de hoy están cambiando. En muchos aspectos, no son
como los adultos que les rodean. Su escala de valores es distinta, su concepto de la
autoridad, de lo sagrado, de la privacidad… Pero es que debe ser así. Su realidad y el
mundo en el que están desarrollándose es diferente, y además evoluciona a mucha
velocidad. Nunca se han producido tantos cambios importantes en tan pocos años. ¡Todo
va muy deprisa! Y los adultos también estamos cambiando y adaptándonos como
podemos. ¿Tiene usted hoy el mismo concepto sobre la política y los políticos que tenía
hace veinte años? ¿Y sobre los banqueros? ¿Y sobre los jueces? ¿Y tiene usted las
mismas creencias?
Si los niños y adolescentes de hoy fueran como éramos nosotros a su edad, estarían
absolutamente perdidos. No podemos pretender que sean como nosotros; no deben serlo.
Evidentemente, podemos y debemos transmitirles unos valores que constituyan la base
sobre la que ellos puedan construir después, independientemente de las circunstancias
que les toque vivir, por supuesto. Pero solo eso (y nada menos que eso). En lo demás son
y serán distintos. La antropóloga Margaret Mead lo resume de forma muy acertada:
«Han llegado los tiempos en que debemos enseñar a nuestros hijos lo que nadie sabía
ayer y preparar las escuelas para lo que nadie sabe todavía hoy».
Hace poco escuché a la madre de una adolescente decir: «Cuando yo tenía la edad
de mi hija, solo podía hablar por teléfono con mis amigas si se trataba de una urgencia.
El teléfono estaba en el dormitorio de mis padres, y solo nos dejaban usarlo para cosas
importantes. No entiendo qué tienen que decirse ahora si se han pasado el día juntas en
el colegio…». Y este es precisamente el tipo de planteamientos que no debemos
hacernos. En absoluto. Si actuamos así, estamos condenados a no entendernos, a no
comprenderles y a chocar frontalmente. Sus circunstancias son distintas y sus
necesidades también. Y si nos queda algo de objetividad, deberíamos hacernos muy
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seriamente la siguiente pregunta: ¿qué hubiéramos hecho nosotros si a su edad hubieran
puesto en nuestras manos un smartphone con todas sus posibilidades? ¿Guardarlo en el
cajón por si surgía una urgencia? Es muy probable que estuviéramos haciendo lo mismo
que ellos, porque nosotros también nos adaptaríamos a las nuevas posibilidades.
Estaríamos utilizando los móviles como lo hacen los adolescentes, es decir: para todo
menos para llamar. Estaríamos haciendo fotos, mandando mensajes de texto, bajando
vídeos y descargando aplicaciones de juegos y música ¿o no? Es más, ¿qué hubieran
hecho los adolescentes del Renacimiento si les hubieran dado conexión a Internet? ¿Y
los jóvenes atenienses de Pericles? Sin duda aprovechar las posibilidades que ofrecen
estas herramientas.
¿A qué edad deben comenzar los niños a utilizar las TIC? No podemos
contestar a esta pregunta guiándonos por los parámetros de nuestra infancia o
adolescencia. Todo ha cambiado. Ellos han de crecer y desarrollarse en una sociedad en
la que la información que se genera cada dos días es de 5 exabytes. Es decir, la misma
cantidad de información generada por la humanidad desde la invención de la escritura
hasta el año 2003, pero en solo 48 horas. Hoy, el 99,9% de la información que se genera
en el mundo está en formato digital. En estos momentos (año 2014) solo el 0,007% de la
información del planeta está en papel. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿cómo
podemos justificar que aún no se enseñe hoy a los niños en los colegios a buscar
información en Google cuando sabemos muy bien que alguien que sepa cómo utilizar un
buscador correctamente puede encontrar una información válida y fiable en cuestión de
minutos, mientras que a un usuario no suficientemente familiarizado puede llevarle una
hora o dos y posiblemente no llegue ni a confirmar las fuentes?
Los niños de hoy van a vivir en una sociedad, en un entorno y en un mundo laboral
muchísimo más digitalizado que ahora. Aquellos que no puedan acceder a las TIC y
familiarizarse con su uso hasta los 13-14 años, aunque sea a través del juego, estarán en
clara desventaja respecto a los demás. En otros capítulos hablaremos de la importancia
del juego, pues no podemos olvidar que es nuestra primera y principal forma de
aprendizaje durante años. El acceso a las TIC es ya un derecho, y en algunos países el
cortar el acceso a Internet es utilizado precisamente como forma de represión de la
población. El acceso a las TIC no es un premio.
Es cierto que el primer acercamiento que realizan los niños a las nuevas tecnologías
se produce en el entorno del ocio y las relaciones personales. Pero ¿quién ha dicho que
eso sea malo, cuando precisamente toda la pedagogía actual va en la línea de iniciar a los
más pequeños en la lectura, en la escritura, en la música, en el aprendizaje de idiomas,
etc., a través del juego? Resulta que es bueno que los niños aprendan a hablar inglés
mediante juegos, pero no es bueno que aprendan a utilizar las TIC jugando (?)…
Insisto en que si no somos objetivos, si no dejamos atrás extraños tópicos y
prejuicios, no podremos acercarnos con sensatez a esta nueva realidad. La respuesta a la
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pregunta es muy clara: los niños deben iniciarse en el uso y manejo de las TIC… ¡ya!
Que un niño o una niña de cinco años utilice una tablet no puede analizarse como
bueno o malo, sino sencillamente como conveniente, muy conveniente. Que con doce
años maneje un Smartphone, también. Y voy a señalar las tres razones principales:
1.a La utilización de las TIC es fundamental hoy, pero mucho más lo será
cuando los actuales niños lleguen a la universidad y al mundo laboral. Deben
aprender desde pequeños, y a ser posible con el ocio y el juego como entornos
y herramientas pedagógicas. Es nuestro deber, como padres/madres, como
educadores y como sociedad, facilitarles dicha formación. El aprendizaje es
mucho más sencillo y gratificante cuando se produce a edades tempranas; por
lo tanto, cuanto antes empecemos, mejor.
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revisando todo. Antes de subir una foto, los padres podrán advertirles «Esa
foto es muy chula, sales muy bien. Pero piensa que puede ser malinterpretada
por otras personas que la vean, aunque sean tus amigos y amigas. Mejor no
subas una foto así. Busquemos otra…», o «Me encanta esa foto. Lo que pasa
es que sales con fulanita y no tenemos permiso para subir su foto a Internet,
aunque sea en un perfil privado. Deberías pedirle permiso antes. Y, como tu
amiga tiene menos de catorce años, resulta que su autorización no es válida,
así que en todo caso deberíamos pedírselo a sus padres…». También podemos
enseñarles a pixelar los rostros, propios o de sus compañeros, con multitud de
programas de tratamiento de imágenes, que además les encantan. Debemos
actuar de la misma manera con los textos: «Eso que estás escribiendo está bien
cuando se lo dices a un amigo en el recreo, pero por escrito y sin que la otra
persona pueda ver tu cara podría interpretarse mal… Deberías decirlo de otra
manera, o no decirlo. Además, piensa que también pueden leerlo otras
personas, como sus padres, y puede que tampoco entiendan la broma…». Con
niños de once o doce años es mucho más fácil hacer observaciones así, e
interactuar con ellos. Los de catorce no solo tienen su perfil propio, sino que
además difícilmente permitirán a sus padres entrar u opinar.
Para enseñar a un niño a cruzar la calle, no esperamos a que vaya a ir solo por
primera vez al colegio para darle una charla de educación vial. Le enseñamos desde muy
pequeño, aunque vaya a ir con nosotros y de la mano, para que cuando llegue a una edad
determinada lo tenga perfectamente asumido e interiorizado.
Los niños pueden aprender a manejar las TIC, y los adultos también. Pueden
aprender mediante el juego y en un entorno de ocio, igual que los adultos. Unos y otros
pueden aprender juntos. No se trata de impartir clases en casa, sino de descubrir el
entorno de las TIC aportando cada uno sus conocimientos previos o experiencia vital. ¿O
es que usted ya no juega nunca a nada? Existe un movimiento muy fuerte de pedagogos,
psicólogos y neurocientíficos en el entorno educativo, que está desarrollando procesos de
«gamificación», es decir: el uso de técnicas y dinámicas propias de los juegos aplicadas
en actividades específicamente educativas. El objetivo no es que los menores pasen un
buen rato, sino que aprendan. De hecho, el juego es el mecanismo que ha desarrollado la
naturaleza para empujarnos hacia la acción, hacia el desarrollo de habilidades y la
experimentación desde que nacemos (y no solo a nuestra especie). Y la forma diseñada
por nuestra biología para motivarnos es el placer. Por esa razón el juego genera placer,
igual que la alimentación o el sexo. El placer hace que deseemos repetir y ampliar los
juegos, para obtener y fijar información, del mismo modo que buscamos alimentarnos (o
incluso sobrealimentarnos) para obtener energía, o mantener relaciones sexuales para
perpetuar nuestra especie.
Jugar es bueno: aprender es bueno.
16
3.
Descuidamos
lo más importante
En la mayor parte del mundo los niños y adolescentes se están convirtiendo en los
principales usuarios de Internet y las tecnologías de la información y la comunicación.
Acceden a edades cada vez más tempranas, y optan desde el primer momento por la
conectividad móvil. Más del 90% de los jóvenes europeos de entre catorce y diecisiete
años forman parte de al menos una red social. El hecho de estar «permanentemente
conectados con sus amigos» es para millones de adolescentes europeos, americanos,
japoneses, etc., algo normal y deseable. No es una moda; es parte de su presente y de su
futuro.
Las autoridades de muchos países están tomando conciencia de los problemas
asociados y están dedicando fondos a procurar la seguridad de los menores en Internet.
Otros emprenden ya tímidas reformas en sus sistemas educativos, e intentan integrar con
más o menos éxito las TIC en las aulas. Los centros de seguridad en Internet –SIC–,
integrados en el Safer Internet Programme de la Comisión Europea, crean líneas de
ayuda (helplines) y líneas de denuncia (hotlines) para dar respuesta a problemas como
el ciberbullying, las usurpaciones de identidad o el acoso sexual a menores en Internet
(cibergrooming).
En muchos países comienza a trabajarse también sobre los problemas relacionados
con las tecnoadicciones: líneas de ayuda, charlas de formación, estudios sobre el tema,
etc. Están determinándose incluso nuevas patologías o pseudopatologías, como la
«nomofobia» (no mobile phobia), o miedo a perder el teléfono móvil y quedar
desconectados de todo lo que sucede online y sin posibilidad de conectarse con sus
amigos.
Pero ¿realmente la seguridad y las tecnoadicciones son las cuestiones más
importantes? Si atendemos a las estadísticas, hemos de afirmar sencillamente que no. La
práctica totalidad de los estudios realizados ponen de manifiesto que problemas como el
ciberbullying o el acoso sexual a menores en Internet son problemas muy importantes,
17
pero que afectan a porcentajes minoritarios de la población juvenil. Según el reciente
estudio europeo EU.NET.ADB (2013), realizado por diversas universidades y
organizaciones europeas como Protégeles, en España el 21,9% de los adolescentes de
catorce a diecisiete años han sufrido ciberbullying en alguna ocasión. En otros países,
como Alemania, este porcentaje se sitúa en el 24,3%, y en otros, como Holanda o
Polonia, en el 15,5% y el 21,5%, respectivamente. Es decir: el 78% de los adolescentes
españoles de dichas edades no ha sufrido nunca una situación de acoso escolar en
Internet, al igual que les sucede a la mayoría de los jóvenes internautas del mundo.
Según el estudio Riesgos y seguridad en Internet: Los menores españoles en
el contexto europeo, realizado con menores de nueve a dieciséis años en veinticinco
países europeos por EU Kids Online (2011), el porcentaje de menores a los que alguien
les ha pedido hablar de sexo o enviar una fotografía o vídeo suyo mostrando sus órganos
sexuales, a través de Internet, es de casi un 1% en España y un 2% en el conjunto de
Europa.
Las conductas adictivas en relación con Internet están siendo desarrolladas en
España por un 1,5% de los menores de 14-17 años (EU.NET.ADB), por un 0,9% en
Alemania y por un 1,7 en Rumanía; si bien es cierto que el porcentaje de menores que
están en riesgo de desarrollo por su uso inadecuado de Internet y las TIC alcanza ya el
21,3% en España y el 9,7% en Alemania.
Es decir, que, si bien los problemas relacionados con la seguridad y el uso
inadecuado son evidentemente importantes, y afectan a miles de menores en cada país,
todos los estudios ponen de manifiesto que afectan siempre a porcentajes no
mayoritarios de la población juvenil.
¿Existe algún problema, entonces, que pueda afectar a la gran mayoría de los niños
y adolescentes usuarios de Internet y las TIC? La respuesta es SÍ. Y los estamentos
oficiales parecen totalmente ajenos a esta realidad, aunque no el mundo científico y
académico. Los neurocientíficos nos están advirtiendo sobre una realidad que afecta a
todos los niños y adolescentes que están utilizando diariamente Internet, los
smartphones, las tablets, las videoconsolas y las TIC en general: la progresiva
transformación de sus cerebros.
Nuestro cerebro es enormemente plástico, como hemos señalado, y modifica su
estructura y los procesos que lleva a cabo para adaptarse a cada nueva circunstancia o
cambio en nuestro sistema de vida. Numerosas situaciones han modificado la forma de
trabajar de nuestro cerebro a lo largo de la historia: desde la caza y el consumo de carne
hasta el establecimiento de la vida sedentaria, pasando por uno de los más importantes:
el producido tras la generalización de la lectura y la escritura en nuestras sociedades. El
paso de la transmisión de información de forma oral a la transmisión escrita ha cambiado
18
nuestra forma de pensar y de procesar la información. Sobre estas cuestiones los
científicos no plantean dudas.
Hasta ahora, los cambios en nuestra forma de vida se habían producido
normalmente de forma lenta y progresiva, pero esto ya no es así. Se están generando
muchos más cambios, muy rápidos y de mucho calado, y todo ello en una sola
generación.
Para adaptarse a esta vertiginosa realidad, nuestro cerebro está desarrollando nuevas
formas de procesar la ingente cantidad de información que recibe. Está adaptándose y
modificándose a sí mismo. Estos cambios se producen a nivel celular, e implican a las
neuronas, a las conexiones que establecen y a las distintas zonas del cerebro (algunas de
ellas muy concretas).
Mientras solo nos preocupamos por las cuestiones prácticas relacionadas con el uso
de Internet, las TIC están alterando y modificando nuestros procesos de pensamiento, las
estructuras mentales que creamos, nuestra forma de memorizar y hasta nuestra forma de
relacionarnos y entender a los demás. Algunos cambios y modificaciones importantes
son positivos, pero otros no. Ahora mismo tenemos la posibilidad y la obligación de
comenzar a trabajar con los niños y adolescentes para no permitir que se consoliden
determinadas modificaciones. Así mismo, debemos potenciar los cambios positivos.
Cuando afirmamos que Internet es solo una herramienta y que todo lo que suceda
depende de cómo y para qué lo utilicemos, estamos transmitiendo una verdad a medias.
Las herramientas que utilizamos repercuten también en cierta medida sobre nosotros y
sobre cómo hacemos lo que hacemos. El profesor Friedrich Kittler describe en su obra
Grammophon, Film, Typewriter el proceso sufrido por Nietzsche cuando adquirió su
primera máquina de escribir y comenzó a utilizarla. Según reconocía él mismo, la
utilización de la máquina había provocado un cambio en su prosa, haciéndola más
contundente y telegráfica. Su amigo, el escritor y compositor Heinrich Köselitz,
afirmaba que sus escritos dependían de la calidad de la pluma y el papel que utilizaba.
T. S. Eliot tuvo una experiencia parecida cuando comenzó a escribir directamente
sus poemas y ensayos con la máquina de escribir: «Me da la sensación de estar mudando
todas las frases largas en que solía recrearme a un staccato tan cortante como la prosa
francesa moderna. La máquina de escribir fomentará la lucidez, pero no estoy seguro de
que haga lo mismo con la sutileza».
El conocido escritor norteamericano Nicholas G. Carr, en su polémico artículo
«¿Está Google volviéndonos tontos?», publicado en la revista The Atlantic, asegura que
la lectura en Internet le desconcentra y le genera inquietud: «La lectura profunda que
solía suceder de forma natural se ha convertido en un esfuerzo», y concluye
reconociendo: «Los medios no solo suministran el material del pensamiento, sino que
también modelan el proceso de pensar». Es más, Carr afirma directamente que «la mayor
19
amenaza de Internet es su potencial para disminuir nuestra capacidad de concentración,
reflexión y contemplación».
Pero en este caso no es necesario acudir a las experiencias de escritores o
investigadores; puede plantearse usted mismo/a esta pregunta: ¿leo de la misma manera
un texto en forma de libro de papel que un texto en Internet o en la pantalla? Muchos
afirmarán que, sin tener muy claro el porqué, la experiencia les resulta distinta. Es más,
es posible que conozca a personas de su entorno laboral o familiar que necesitan
imprimirse un texto para leerlo después en papel.
Evidentemente, no es lo mismo. Pero esto no quiere decir que sea mejor o peor. La
conclusión a la que llegaremos es que «depende». Hay formas de leer que funcionan
muy bien con el papel, y formas que parecen diseñadas específicamente para los
contenidos digitales, páginas web, etc. Lo que sí es importante tener muy claro es cómo
funcionan ambas formas, para qué sirven y cuándo utilizarlas, y si ambas son
compatibles o no. Una vez hayamos obtenido nuestra respuesta, deberemos ver cómo
aplicamos toda esta información y conocimiento al desarrollo de los niños y
adolescentes, y cómo repercute en el aprendizaje. En este punto es donde, si lo hacemos
mal, podemos generar un daño importante a los más pequeños. Seremos unos
inconscientes si abrimos las puertas de nuestras casas y escuelas a las TIC sin haber
llegado antes a una conclusión sobre esta cuestión. Muchos ya lo han hecho sin ni tan
siquiera haberse formulado las preguntas pertinentes. Como señalaba Einstein, lo
importante es formular las preguntas correctas y nunca dejar de hacernos preguntas
nuevas.
20
4.
Internet está modificando la forma de leer
de niños y adolescentes
Durante miles de años, los seres humanos adquirimos la información necesaria para
relacionarnos con el entorno físico y con los demás a través de la experiencia directa. La
mayor parte de la información llegaba lentamente, después de observar fenómenos y
situaciones con nuestros propios ojos. El cerebro era alimentado también por relatos e
informaciones procedentes de las experiencias vividas por otras personas, que
trasladaban de forma verbal lo que habían visto con sus ojos o escuchado con sus oídos.
La transmisión de la información se realizaba de forma oral, con todas las ventajas e
inconvenientes que esto supone, y de una forma, evidentemente, muy limitada y
condicionada, fácil de alterar y sometida a la degeneración del mensaje propia del boca a
oreja.
Hace aproximadamente 5.000 años, con la creación de la escritura y la lectura, se
produce una auténtica revolución en nuestro cerebro. Para adaptarse a la lectura tuvo que
reorganizarse, permitiendo el desarrollo de largas y cada vez más complejas
argumentaciones, acompañadas de multitud de datos que no era necesario memorizar en
su totalidad, y dando lugar a pensamientos mucho más reflexivos. La lectura puso en
marcha todo un proceso de desarrollo creativo. La imaginación y las investigaciones de
unos permitieron que otros continuaran creando hasta convertir en realidad muchas de
las cosas que hoy nos rodean.
Pero incluso este fabuloso cambio tuvo sus detractores y enemigos. Así es, nada
menos que Sócrates, personaje sobre el que habría mucho que decir, consideraba que la
escritura traería más problemas que beneficios. Afirmaba que la dependencia de la letra
escrita alteraría para peor la mente de las personas. Defendía que la escritura amenazaba
con convertirnos en pensadores menos profundos intelectualmente, menos sabios y
menos felices. Nada menos… Por suerte, y con el paso del tiempo, se fueron imponiendo
los argumentos defendidos por Platón, que veía en la escritura una oportunidad, aunque
durante los primeros siglos estuviera reservada solo a una minoría privilegiada.
21
El segundo cambio importante se produciría con la adopción de la lectura
silenciosa. Así es: durante siglos la lectura fue algo practicado por unos pocos y siempre
en voz alta, con el objetivo de transmitir. En torno al año 380, san Agustín se sorprende
al ver a san Ambrosio leer sin abrir la boca ni emitir sonido alguno... La lectura en
silencio, para el propio lector, trajo consigo todo un mundo de reflexiones, diversidad en
las interpretaciones y autoconciencia. Permitía pararse, debatir consigo mismo sobre lo
leído, releer, etc.
El tercer cambio se produjo entre los siglos XII y XIII, con la aparición y
generalización en el uso de las palabras y los signos de puntuación. En efecto, durante
siglos y siglos los manuscritos estuvieron formados por tediosos encadenamientos de
letras, sin espacios que permitieran separar las palabras o detenerse ante puntos o comas.
El lector debía realizar ímprobos esfuerzos por interpretar finalmente el contenido y
sentido de las letras encadenadas que acababa de leer.
El cuarto cambio supuso una verdadera revolución, así como la popularización de la
escritura, la lectura e incluso la cultura y el pensamiento en todas sus formas. A
mediados del siglo XV, el orfebre alemán Johannes Gutemberg inventa la imprenta. Los
escasos y artesanales libros dan paso a la edición y distribución de miles de ejemplares
por toda Europa. Obras antes apenas leídas comenzaron a estar al alcance de los
ciudadanos del momento. Los precios y los tiempos de edición se redujeron
enormemente, y la demanda de libros se disparó. Según los cálculos realizados por
Michael Clapham en Printing, en los cincuenta años posteriores a la invención de la
imprenta se editaron tantos libros como los reproducidos por los escribas europeos a lo
largo de los mil años precedentes. A finales del siglo XV más de 250 ciudades europeas
tenían ya imprenta, y circulaban más de doce millones de libros. Pero este maravilloso
invento también tuvo sus detractores. Muchos comenzaron a preguntarse si era bueno
que todo el mundo pudiera tener acceso a la información. Y no digamos ya si se trataba
de información, contenidos u opiniones que podían no ser compartidos por el poder
imperante en el momento. Según señala Joad Raymond en The Invention of the
Newspaper: English Newbooks, el primer censor oficial de libros que hubo en
Inglaterra planteó que la tipografía estaba trayendo más daño que beneficio a la
cristiandad. Pero, como todos sabemos, la imprenta no solo no cesó de imprimir libros,
sino que gracias a ella la Biblia es el libro más difundido del mundo.
Y, finalmente, el quinto cambio también debe ser considerado una revolución: la
escritura y lectura digitales a través de Internet. La web 2.0 ha convertido además a las
personas en productoras de información, y no solo en meras consumidoras. Blogs, redes
sociales, webs temáticas, foros, etc., están permitiendo que cualquier ser humano con
una conexión a Internet pueda comunicar algo al resto del mundo con posibilidad de ser
accesible para unos 2.500 millones de usuarios.
22
El acceso a la información hoy en día es digital. Cada minuto que pasa se realizan 2
millones de consultas en Google. Es decir, el buscador es el principal y omnipresente
medio de búsqueda de información para niños, adolescentes y adultos.
Y he aquí que, tal y como señalan investigadores y neurocientíficos de todo el
mundo, la forma en que adquirimos la información influye en nuestra forma de percibirla
y de transmitirla. El tipo de actividad mental que desarrollamos configura nuestro
cerebro y la distribución de las neuronas. Tenemos la suerte de estar dotados de una
herramienta extremadamente sensible, caracterizada por esa extraordinaria
neuroplasticidad que comentábamos en capítulos anteriores. El cerebro se modifica a sí
mismo. No es estático ni rígido. Las neuronas establecen nuevos caminos, ponen en
marcha nuevos circuitos neuronales y abandonan otros que quedan obsoletos. Algunas
neuronas son descartadas, pero otras muchas pasan a engrosar y reforzar los nuevos
caminos. La economía del reciclaje manda en el cerebro.
Pues bien, la herramienta que utilizamos para leer y para escribir nos condiciona. El
propio Nietzsche, que se mostraba sorprendido por los cambios que la máquina de
escribir imponía sobre su prosa, no podía ni imaginar lo que supondría más tarde el paso
al cibertexto.
23
¿Es realmente distinto leer información en libros que leerla en páginas
web?
La respuesta es sí. Los estudios que lo ponen de manifiesto son muchos y muy variados.
Uno de ellos es el realizado por el Dr. Jakob Nielsen, director del Grupo Nielsen
Norman, que cofundó con el Dr. Donald A. Norman (ex vicepresidente de investigación
de Apple Computer). Tras la realización de un estudio de seguimiento ocular, concluye
que los usuarios de Internet no realizan una lectura lineal, sino que «escanean» la
pantalla. Lo cierto es que realizan una «lectura en F». Leen las dos primeras líneas, y
bajando por la izquierda vuelven a detenerse en el centro. Después abandonan de nuevo
la lectura lineal y bajan hacia la parte inferior izquierda. Las mismas conclusiones han
sido obtenidas por otras entidades, como el Laboratorio de Investigación de Usabilidad
de Software de la Universidad Estatal de Wichita.
Según las investigaciones de Jakob Nielsen, las personas realmente leen menos del
20% del contenido de una página web. Así mismo, concluye que muchos usuarios
dedican hasta un 69% de su atención al lado izquierdo de la pantalla, y solo el 30% a la
parte derecha.
Un estudio realizado entre jóvenes de doce a dieciocho años por el University
College of London, dirigido por el profesor David Nicholas, determinó que los
adolescentes necesitan mucho menos tiempo para encontrar una información en Internet
que los adultos. Son seis veces más rápidos que sus mayores. Pero, del mismo modo, el
estudio concluye que Internet disminuye la capacidad de concentración, así como la
capacidad de los jóvenes para leer y escribir textos largos.
La empresa israelí de software ClikTale recogió durante dos meses datos del
comportamiento de un millón de visitantes de páginas web. Averiguó que en la mayoría
de los países los usuarios de Internet solo pasan entre diecinueve y veintisiete segundos
en cada web que visitan. Nunca leen una página entera.
Otros estudios realizados por Ziming Liu, catedrático de Biblioteconomía de la
Universidad Estatal de San José, indican que está surgiendo un comportamiento lector
basado en la pantalla, en el que la lectura se realiza en forma de exploración, de manera
aleatoria, ni lineal ni fija y centrada en la búsqueda de palabras clave.
La psicóloga del desarrollo Patricia Greenfield, profesora de la UCLA, repasó en
2009 más de cincuenta estudios sobre los efectos de los medios de comunicación en la
inteligencia de las personas y su capacidad de aprendizaje. La conclusión fue la
siguiente: el creciente uso de la Red está debilitando nuestras capacidades para el
24
«procesamiento profundo», que permite «la adquisición consciente del conocimiento, el
análisis inductivo, el pensamiento crítico, la imaginación y la reflexión».
La verdad es que, después de leer tantos artículos e investigaciones, no es difícil
quedarse con la idea de que la lectura en Internet está desestabilizando nuestros cerebros,
hasta el punto de que puede llegar a producirse una involución. No obstante, creo que
debemos ser mucho más objetivos y situar cada cuestión en su contexto antes de sacar
una conclusión. Debemos formular las preguntas correctas.
25
La lectura en Internet ¿es compatible con la lectura lineal de libros?
Creo que esta es la verdadera cuestión. Personalmente, como probablemente haga usted,
pongo en práctica lo que considero son dos formas de lectura muy distintas, utilizadas
siempre en función de las circunstancias. Leo, o «escaneo», cientos de páginas web
todos los días. Pero lo hago para buscar e identificar informaciones concretas. Sin esta
forma de lectura, tan desarrollada por los adolescentes de hoy, tardaríamos muchas horas
en determinar si la información contenida en una web responde a lo que estamos
buscando o no. Es muy cierto que con la práctica se puede descartar un contenido no
interesante en pocos segundos. La lectura en F me parece muy lógica. Leemos los
encabezados y las primeras líneas para determinar si nos interesan, y después bajamos
por la izquierda porque es donde empiezan los párrafos tras un punto y aparte. ¡Pero no
hacemos esto solo en Internet! Lo hacemos también cuando hojeamos un libro de una
estantería para saber si puede interesarnos, o cuando pasamos las páginas de una revista,
o incluso cuando aún leemos algún periódico en papel.
Y lo cierto es que no he dejado de leer libros. Y no los «escaneo», sino que realizo
una lectura lineal, reflexiva y en profundidad, como hacemos todos cuando leemos un
libro o un artículo que nos interesa. Sinceramente, creo que ambas formas de lectura
responden a necesidades distintas y son absolutamente compatibles y
necesarias.
26
El hecho de que dos formas de lectura puedan convivir no quiere decir que
vayan a hacerlo…
27
Pero no podemos tampoco convertirnos en los Sócrates de nuestro tiempo, ni en los
censores que desconfiaban de los nuevos inventos. La lectura en F es necesaria y
fundamental ante la cantidad ingente de información que circula por Internet. Es una
adaptación a un nuevo entorno que no podemos ni debemos perder. Es más, debe
entrenarse. Los niños y adolescentes están ya realizando ese entrenamiento. Pero hoy,
más que nunca, es necesario también reforzar la lectura lineal y reflexiva, que
permite profundizar, asimilar y afianzar información, datos y conceptos. Esto
también debe entrenarse. Más que antes, sin lugar a dudas.
Obliguemos a nuestro cerebro a esforzarse. Puede hacerlo. Es vital que los niños y
adolescentes de hoy lean libros enteros, profundicen y reflexionen sin distracciones. Esa
debe ser una prioridad para padres/madres y educadores. Debe ser una prioridad para
toda la sociedad. Nos jugamos más de lo que pensamos.
Neurocientíficos como Beau Lotto, profesor del University College de Londres,
reconoce que «el cerebro evolucionó para encontrar pautas. Si la información se presenta
en una forma determinada, el cerebro aprenderá esa estructura», pero del mismo modo
afirma que «habrá que ver si el cerebro aplica esa estructura en el modo de comportarse
frente a otras circunstancias; no tiene por qué ser así necesariamente, aunque es
perfectamente posible».
En resumen: ambas formas de lectura son válidas y necesarias, pero el cerebro
puede tender a utilizar predominantemente una de las dos para afianzar una pauta, por
comodidad y para ahorrar energía y recursos. Nuestro trabajo con los niños y
adolescentes, como padres/madres y educadores, debe consistir en procurar la
convivencia entre ambas formas. Entrenarlas, repetirlas y no permitir que el cerebro
termine imponiendo una de las dos ¡Que ahorre energía de otro lado!
Los adolescentes ya están desarrollando la lectura en F de forma autodidacta y
totalmente intuitiva (es una verdadera adaptación). Centrémonos en conseguir que no
pierdan la lectura lineal, analítica y en profundidad que se alcanza con la lectura de
libros.
28
5.
Internet y el cerebro
de adultos y pequeños
29
fortaleciendo gradualmente nuevas vías neuronales al mismo tiempo que debilita otras
viejas».
Small y su equipo realizaron los primeros experimentos con dos grupos de control.
Por un lado seleccionaron a usuarios experimentados en el uso de Internet, y por otra
parte a personas que se estaban iniciando. Escanearon sus cerebros mientras realizaban
búsquedas en Google, y observaron cómo la actividad de los usuarios experimentados
era mucho mayor que la de los usuarios noveles. Esta actividad era especialmente alta en
la corteza prefrontal dorsolateral, y apenas perceptible en los noveles.
Durante la semana siguiente, se entrenó al grupo de nuevos usuarios haciéndoles
utilizar la herramienta una hora diaria. Los resultados fueron sorprendentes: cinco días
después de iniciada la práctica, los noveles ya estaban desarrollando los circuitos
establecidos en dicha corteza prefrontal dorsolateral. La corteza prefrontal está asociada
con la toma de decisiones y la resolución de problemas.
Esta es la primera conclusión a la que llegamos: el uso diario de herramientas
digitales como los buscadores estimula de manera importante el trabajo de
zonas cerebrales dedicadas a la toma de decisiones y la resolución de
problemas. Estas zonas se activan mucho menos en las personas que no utilizan
habitualmente dichas herramientas digitales.
Hace unas semanas participé en una reunión de trabajo organizada por el Centro
Nacional de Innovación e Investigación Educativa –CNIIE– del Ministerio de
Educación. Dentro del Grupo de Calidad Educativa desarrollamos la ponencia
«Educación, salud y bienestar», con la intención de establecer las bases de un plan
bienal. Pues bien, en dicha reunión tuve la oportunidad de plantear la necesidad de
incluir el concepto «salud digital», y todo lo que conlleva, en el plan que se está
desarrollando. He de decir que me llenó de satisfacción comprobar el alto nivel de
concienciación de los distintos profesionales que participan en la ponencia. Así mismo,
al abordar el tema de los posibles cambios generados en el cerebro de los niños por el
uso continuado de las TIC, me alegró también comprobar que alguno de los asistentes
conocía incluso los resultados del conocido popularmente como «estudio de los taxistas
de Londres». Dicho estudio fue fundamental en su momento para comenzar a
desmitificar la idea de un cerebro rígido y poner de manifiesto su plasticidad.
En la década de los 90, un equipo de científicos británicos dedicó parte de un
estudio a escanear los cerebros de taxistas de Londres. Dichos profesionales tenían
distintas edades y su experiencia a los mandos de un taxi iba de los dos a los cuarenta y
dos años. Los científicos descubrieron que la parte posterior del hipocampo de los
taxistas estaba hiperdesarrollada. Se trata de una zona especializada en el
almacenamiento y la manipulación espacial, lo cual resulta fundamental para su trabajo.
Es más, descubrieron que el desarrollo y volumen de dicha zona era proporcional al
30
número de años trabajando como taxista. Es decir, el desarrollo iba siendo cada vez
mayor con los años de experiencia en la actividad. Además, el hiperdesarrollo de la parte
posterior traía como consecuencia un menor desarrollo de la parte anterior del
hipocampo. Maguire, Gadian y Johnsrude pusieron de manifiesto cómo la repetición de
una tarea estaba remodelando el cerebro de los individuos estudiados, y provocando una
redistribución de la materia gris. Y esto además en individuos ya adultos.
Bastante antes, en los años 50, el biólogo británico J. Z. Young llamó la atención
afirmando que «podía probarse que las células de nuestro cerebro se desarrollan y
aumentan literalmente de tamaño con el uso, así como se atrofian o mueren por falta de
uso». La misma conclusión había sido alcanzada ya a principios del siglo XX por el
psicólogo estadounidense William James y plasmada en su obra The Principles of
Psychology.
En la actualidad, los estudios y pruebas sobre la neuroplasticidad del cerebro son
innumerables, y es algo que nadie cuestiona ya. Algunos de los trabajos más conocidos
están centrados en determinar los cambios que se producen en cuanto a la redistribución
de las neuronas ante la pérdida de la visión, o del oído, o de un miembro del cuerpo.
Creo que incluso a nivel popular todo el mundo es consciente ya del especial desarrollo
del oído y el tacto que se observa en las personas invidentes. Por poner solo un ejemplo,
mencionaré uno de los últimos trabajos, realizado por neurocientíficos de la Universidad
de California, que confirma que el cerebro de los invidentes se transforma
anatómicamente y cambia de volumen en determinadas regiones, para permitirles
compensar la pérdida de visión con nuevas capacidades. La investigadora Natasha
Leporé y su equipo constataron en su laboratorio de neuroimagen que las regiones
visuales del cerebro tienen menos volumen en las personas ciegas que en las que sí ven.
Y que, por el contrario, las regiones cerebrales no relacionadas con la vista presentan un
mayor volumen. Se descubrió, por ejemplo, que los lóbulos frontales (dedicados a
funciones ejecutivas) eran anormalmente grandes. La misma neuroplasticidad se observa
también en personas que han sufrido infartos o hemorragias cerebrales, y que con el
tiempo son capaces de recuperar funciones que eran previamente ejecutadas por las
zonas lesionadas.
Y, evidentemente, la neuroplasticidad es una característica que hemos desarrollado
para bien y para mal. Es decir, permite desarrollar y afianzar nuevos hábitos en nuestro
cerebro, tanto si estos son positivos como si son negativos. Si acostumbramos al cerebro
a realizar una tarea nueva y específica con regularidad, las estructuras neuronales que se
desarrollen se afianzarán tanto si dicha tarea es buena para nosotros como si no lo es.
Tanto si se trata de lavarse las manos antes de comer como de fumar un cigarrillo…
Podemos desarrollar malos o buenos hábitos, con malas o buenas consecuencias.
Es decir, el uso continuado de las TIC entre los niños está generando cambios en la
estructura de su cerebro, en su forma de procesar la información, relacionarse, etc. Y
31
también está sucediendo con los adultos. Esto es inevitable, y lo que sería una noticia es
que las horas diarias de uso de Internet, smartphones, tablets y videoconsolas no tuvieran
ningún efecto significativo. Lo que estamos empezando a observar son cambios muy
concretos. Cuestiones que afectan a la lectura y la adquisición de información, el uso de
la memoria de trabajo (o a corto plazo), la sobrecarga cognitiva, la llamada multitarea…
Pero hemos de reconocer que estamos solo en una fase inicial y no podemos sacar
muchas conclusiones a medio o largo plazo que nos permitan generalizar. Lo que sí me
gustaría aclarar es que tales modificaciones se producirán, independientemente de que
sean buenas y convenientes o no lo sean. No podemos ni debemos aceptar cualquier
cambio como bueno o como inevitable. Algunos de dichos cambios serán fantásticos,
pero otros será necesario frenarlos. Ahora, como sociedad, hemos de identificar unos y
otros, y después actuar sin complejos en beneficio de los más pequeños. Ya nada volverá
a ser lo mismo, y nuestro cerebro no será como era, pero es importante que no asistamos
como meros espectadores a ese proceso e intervengamos conscientemente en el mismo.
En algunos colegios se están implantando las TIC a todos los niveles, y los libros y
cuadernos están siendo sustituidos por las tablets. Las pizarras son digitales, y la
comunicación entre padres y profesores se produce a través de las plataformas online.
Pero lo que llama la atención es que en muchos casos se está haciendo sin valorar los
beneficios de unas cosas y otras, como si la implementación de las TIC fuera beneficiosa
en sí misma o garantizara mejoras en el proceso de aprendizaje. Todos coincidimos en
que es importante no sobrecargar a los niños con kilos de libros que pueden llevar en un
dispositivo electrónico, pero ¿debe ser todo digital? Hacer un ejercicio pulsando con el
dedo sobre las soluciones correctas ¿es como escribir la respuesta? ¿Tiene importancia
para fijar la información en el cerebro el proceso de escritura?
Voy a poner un ejemplo muy concreto. A principio de este curso escolar, un
profesor me preguntaba si las presentaciones que utilizaba con sus alumnos estaban bien
confeccionadas o no. Se trataba de presentaciones desarrolladas con Prezi, y era evidente
que les había dedicado horas de trabajo. Cada diapositiva incluía texto e imágenes
relacionadas con el texto. Le pregunté qué hacía él cuando les ponía las diapositivas, y
me contestó que realizaba la explicación del tema. Pues bien, tal y como le aclaré, los
resultados de las investigaciones que ya se han realizado al respecto ponen de manifiesto
que una narración, unida a texto en la pantalla, más imágenes o animaciones que también
aportan información sobre el tema, genera lo que denominamos sobrecarga cognitiva.
Es decir, los mensajes multimedia no se pueden utilizar de cualquier manera.
Utilizar tres elementos en paralelo es un error. Muchos elementos juntos no suponen un
mayor aporte de información, en absoluto. El cerebro de sus alumnos/as irá del texto a
las imágenes y vuelta, al mismo tiempo que intentará procesar el mensaje verbal que le
llega a través de los oídos. Si queremos efectividad y que realmente asimilen bien la
32
información, es interesante utilizar un medio verbal y otro no verbal en paralelo, pero no
más. Y, dependiendo de la edad y el objetivo, debería utilizarse un solo medio.
Si sabemos cómo utilizar correctamente las TIC, podemos hacerles mucho bien a
los niños, como alumnos o como hijos. Conseguiremos una generación diferente y puede
que con mayores capacidades para realizar determinadas tareas. Pero si lo hacemos mal,
o si no sabemos lo que estamos haciendo, o si aceptamos todo lo que venga de las TIC
como bueno sin más... entonces estaremos experimentando con los niños.
Realizando una primera aproximación al tema, encontraremos a investigadores,
como Nicholas Carr, que consideran que el impacto de Internet y las TIC es negativo, y
pronostican un futuro bastante negro para los niños. Otros, como el Dr. Manfred Spitzer,
director del Centro de Transferencia de Conocimientos para las Neurociencias y el
Aprendizaje, en Alemania, va aún más lejos y afirma en su libro Demencia digital que
«los ordenadores no fomentan la formación de niños y adolescentes, sino que más bien
la impiden o, en el mejor de los casos no producen efecto alguno…», y que las redes
sociales conducen a los jóvenes «al aislamiento social y a contactos superficiales…,
volviéndoles solitarios e infelices». Relaciona el uso de ordenadores con el fracaso
escolar y compara a la industria que comercializa los productos digitales con los
traficantes de armas y las empresas tabaqueras… Nada menos.
En el otro lado del ring encontramos a expertos en inteligencia artificial como el
científico Raymond Kurzweil, director de Ingeniería de Google, que propone compartir
nuestro esfuerzo mental con los ordenadores en una especie de fusión mística: «Nuestras
primeras herramientas ampliaron nuestro alcance físico, y ahora extienden nuestro
alcance mental. Nuestros cerebros advierten que no necesitan dedicar un esfuerzo mental
a aquellas tareas que podemos dejar a las máquinas», y continúa: «Ahora confiamos en
Google como un amplificador de nuestra memoria, así que de hecho recordamos peor las
cosas que sin él. Pero eso no es un problema, porque no tenemos por qué prescindir de
Google». La verdad es que me sorprende que alguien pueda estar dispuesto a ceder parte
de sus capacidades a una empresa, y más cuando esta empresa está condicionando lo que
podemos encontrar o no en Internet, y dejando en manos de algoritmos la decisión sobre
lo que es más interesante o veraz respecto a lo que no. Este tema me parece tan
importante que dedicaré uno de los próximos capítulos de este libro al tema.
La cuestión que surge aquí, como señalaba al principio del libro, es que estamos
dejando el debate en manos de tecnófobos y tecnófilos, enemigos de todo lo nuevo y
frikis de las TIC, totalmente radicalizados y enfrentados. Decir que las redes sociales
aíslan a los jóvenes me parece una afirmación insostenible y visceral, que solo puede
entenderse si procede de personas que emiten juicios desde una perspectiva pasional,
condicionadas por sus propias experiencias. Pero que otros propongan nuestra entrega a
Google cuando además trabajan para Google me parece algo muy congruente, pero muy
insensato. La memoria es más importante de lo que algunos piensan. Sin una buena base
33
de conocimiento no podemos establecer nuevas asociaciones de ideas, ni crear ideas
nuevas. Los ordenadores saben encontrar la información, pero no saben crearla, y
tampoco saben formular las preguntas. Y, como señalaba Einstein: lo más importante es
la correcta formulación del problema, es saber qué pregunta debemos hacernos.
Necesitamos centrar el debate. Esto supone ir rompiendo mitos y prejuicios de uno
y otro lado para llegar a conclusiones válidas, fiables y prácticas, sin perder de vista cuál
es nuestro objetivo: facilitar a los niños y adolescentes herramientas que les permitan
adaptarse a nuestro nuevo entorno, aprovechando todas las posibilidades que ofrecen las
TIC, pero evitando que puedan perder su identidad, su independencia, su seguridad o su
individualidad como seres humanos únicos e irrepetibles, que viven y se relacionan en
comunidades humanas.
Por suerte, comienzan a oírse voces como la del historiador y experto en nuevas
tecnologías Edward Tenner, autor de Nuestros propios dispositivos: Cómo la
tecnología rehace a la humanidad, que afirma cosas muy sensatas: «Coincido con la
preocupación por el uso superficial de Internet, pero lo considero como un problema
cultural reversible a través de una mejor enseñanza y un mejor software de búsqueda, y
no como una deformación neurológica». Los coches y los medios de locomoción pueden
provocar que muchas personas dejen de hacer el suficiente ejercicio y sufran las
consecuencias de una vida totalmente sedentaria. Pero, del mismo modo, las personas
son capaces de tomar conciencia de esta posibilidad y realizar ejercicio físico para
compensarla. Muchas personas que tienen su oficina a diez kilómetros de su casa no ven
la necesidad de dedicar dos horas a ir caminando y otras dos a regresar, para evitar una
vida sedentaria…, sino que salen a correr cuando llegan a casa, van a un gimnasio cada
dos o tres días o montan en bici los fines de semana. Buscan la forma de hacer ejercicio
con regularidad para contrarrestar el sedentarismo.
Podemos evitar muchos problemas asociados al uso incorrecto de las TIC si los
identificamos, en primer lugar, y si después trasladamos ese conocimiento a la educación
de nuestros hijos o alumnos.
Vamos a continuar rompiendo mitos y señalando los problemas que hemos de
afrontar, para abordar después el tema de las TIC en el entorno escolar.
34
6.
¿Niños multitarea
y adultos monotarea?
35
cerebro saltará constantemente de la letra de la canción al texto escrito. No se
concentrará, agotará a su cerebro y la información no quedará bien fijada. Esto es así
porque ambas tareas requieren la activación del mismo centro del lenguaje.
El profesor Jim Taylor, de la Universidad de Denver, explica que la multitarea solo
es posible si se cumplen dos condiciones:
1) Que las tareas impliquen distinto tipo de procesamiento cerebral.
2) Que una tarea no requiera pensamiento y esté tan bien aprendida que se
realice de forma automática (correr, montar en bici…).
El problema es que este falso concepto de multitarea no es inocuo, y tiene
consecuencias significativas. Numerosos estudios, como los de Eppinger, Kray y
Mecklinger, demuestran que cuando el cerebro pasa de una tarea a otra, los circuitos
neuronales hacen un receso entre la una y la otra. Este proceso no solo consume más
tiempo, sino que también reduce la eficacia en el desarrollo de las tareas.
El psicólogo David Meyer y su equipo, de la Universidad de Michigan, han
comprobado que cuando se cambia rápidamente de ejercicio mental en sucesivas
ocasiones, en lugar de completar una tarea antes de iniciar la siguiente, la eficacia del
cerebro se puede ver disminuida hasta en un 50%.
Nuestro cerebro trabaja mejor cuando se emplea en una sola tarea de forma
continua, en lugar de saltar de tarea en tarea reiniciando procesos una vez tras otra.
Esto es así debido a la intervención de nuestro córtex prefrontal. Se trata de la zona
encargada del control ejecutivo, es decir, de la toma de decisiones que se lleva a cabo
gestionando nuestros objetivos. Cambiar de tarea significa cambiar de objetivo, y esto
conlleva para el cerebro un gasto de tiempo y energía. Estudios sobre el tema señalan
que la llamada «multitarea» está generando, en las empresas, una pérdida de eficacia en
los trabajadores de entre el 20% y el 40%. Por supuesto, el problema es también para los
adultos, y no solo para los menores de edad.
Es importante comenzar a trabajar con niños y adolescentes nativos
digitales sobre esta cuestión, antes de que interioricen formas de trabajo mucho menos
efectivas, más agotadoras y más lentas. Ya lo sabe: si su hijo/a está trabajando con varias
ventanas abiertas al mismo tiempo, su trabajo será mucho menos eficaz y le llevará más
horas. Debe explicarle que es mucho mejor realizar una tarea y, una vez terminada,
afrontar la siguiente.
36
7.
Sobrecarga cognitiva
e «infoxicación»
Uno de los problemas que aparecen muchas veces asociados a la falsa multitarea, o
alternancia continua de tareas, es la sobrecarga cognitiva. Cuando trabajamos a un nivel
superficial, sin profundizar o detenernos demasiado en lo que estamos leyendo, entra en
funcionamiento lo que denominamos memoria a corto plazo, o memoria de trabajo. Es la
que nos permite retener una información el tiempo suficiente como para saber si nos
interesa profundizar en algo, mientras buscamos en otros sitios. También es la que nos
permite retener un número de teléfono el tiempo suficiente como para conseguir un
bolígrafo y apuntarlo en un papel, o incluirlo en la agenda de contactos de nuestro
smartphone. El problema surge cuando mantenemos una actividad continuada a ese nivel
superficial, sin profundizar en nada, picando o consumiendo información de aquí y allá.
La memoria a corto plazo opera solo por un tiempo limitado y con una cantidad de
elementos también muy limitada. Llega un momento en que el volumen de información
que recibe el cerebro, en forma de textos, imágenes, vídeos, links, banners, etc., es tal
que dicha memoria de trabajo se satura. Podemos pasar horas saltando de página en
página, siguiendo multitud de enlaces que nos llevan a otros enlaces, y accediendo a una
gran cantidad de información. Pero en ningún momento estamos permitiendo a nuestro
cerebro activar la memoria a largo plazo. No estamos memorizando, y dicha información
no se está interiorizando, procesando, asociando con otras informaciones y
convirtiéndose, por tanto, en lo que denominamos «conocimiento».
La información no es conocimiento. La simple adquisición de información no es
aprendizaje.
Como señalaba anteriormente, para un adolescente resulta muy atractivo bucear por
páginas web, foros y perfiles de Internet. La mezcla de colores, fotografías, imágenes en
movimiento, vídeos, banners, enlaces a otros sitios, etc., satisface la constante e innata
curiosidad de nuestro cerebro. Muchos y muy diversos estímulos pueden tenerlo
entretenido disfrutando con cada nuevo impacto, con cada nuevo descubrimiento, pero
37
sin permitirle finalmente centrar su atención y profundizar. Su tarea está entonces
permanentemente centrada en la toma de decisiones.
Diversos estudios, como los realizados por Gary Small, ponen de manifiesto que los
usuarios habituales de Internet presentan una actividad mayor en las regiones
prefrontales del cerebro, dedicadas a la adopción de decisiones y a la resolución de
problemas. Si esta actividad se prolonga, que es lo habitual, el usuario pasa el tiempo
evaluando enlaces y haciendo elecciones, al mismo tiempo que tiene que procesar el
impacto e importancia de cada nueva imagen, vídeo o banner que aparece en la pantalla.
En consecuencia, la actividad cerebral se mantiene a un nivel tan superficial que impide
la retención de información. Al mantener constantemente activas las funciones
ejecutivas de la corteza cerebral aparece la sobrecarga cognitiva: la información pasa por
delante de nosotros, pero no es retenida.
Nuestra inteligencia, nuestra capacidad para comprender conceptos nuevos a partir
de otros que ya teníamos asimilados, nuestra capacidad para asociar unos con otros o
crear conceptos diferentes, depende de los esquemas conceptuales que hayan quedado
grabados en nuestra memoria a largo plazo.
Tal y como señala el psicólogo educativo australiano John Sweller, las principales
bases sobre las que se desarrolla la sobrecarga cognitiva son:
1) La solución de problemas superfluos.
2) La dispersión de la atención.
3) La multitarea.
Las tres están íntimamente relacionadas, y en los tres casos desempeña un papel
importantísimo la presencia de enlaces, links o hipervínculos. Cualquier texto online,
página web o incluso muchos libros digitales están llenos de palabras o frases
subrayadas, destacadas en otro color, etc., que nos llevan a otras páginas. Estos enlaces o
hipervínculos nos permiten profundizar en cuestiones concretas, ampliar información,
acceder a vídeos sobre el tema o entrar directamente en otras webs, enciclopedias o blogs
temáticos. Es sumamente difícil sustraerse a los enlaces, siempre pendientes de encontrar
una información aún más detallada, precisa o veraz. Estos hipervínculos nos obligan a
tomar constantes decisiones, dispersar nuestra atención profundizando en pequeñas
parcelas del texto que estábamos leyendo, y nos obligan a mantener finalmente abiertas
varias pantallas entre las que vamos saltando para no perder finalmente de vista la
página.
Hace ya más de doce años (2001), los investigadores canadienses David S. Miall y
Teresa Dobson realizaron diversos estudios en los que los lectores debían leer un cuento
al modo «tradicional», es decir, a partir de la lectura tradicional de texto lineal. Otro
grupo debía hacer lo mismo pero con un texto con presencia de hipervínculos. Las
38
diferencias entre ambos grupos, como era de esperar, fueron notables. Los lectores del
segundo grupo no solo tardaron más en leer el texto, sino que el 75% de ellos reconoció
haber tenido dificultades para su comprensión (frente a solo el 10% de los que habían
realizado la lectura tradicional). Otra investigadora del Center for Research on Learning
and Teaching de la Universidad de Michigan, Erping Zhu, realizó otros experimentos
con fragmentos de texto online, para concluir la existencia de una relación estrecha entre
el número de hipervínculos presentes en un texto digital y la sobrecarga cognitiva.
En 2005, las psicólogas del Centro de Investigación Cognitiva Aplicada de la
Universidad de Carleton (Canadá) Diana DeStefano y Jo-Anne LeFevre revisaron las
conclusiones de treinta y ocho estudios similares y concluyeron que «la demanda de
toma de decisiones y procesamiento visual que requieren los hipertextos perjudica el
rendimiento de la lectura». Cualquiera que lea el libro de Nicholas George Carr
Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? encontrará una
completa enumeración de estudios al respecto. Si bien es cierto que no comparto en
absoluto la mayoría de las conclusiones a las que llega Carr en su famoso libro, en esta
cuestión no es posible rebatirle nada.
La lectura de textos llenos de links y enlaces imposibilita la concentración, dispersa
la atención y genera una evidente sobrecarga. Mi objetivo es muy claro: mantener su
atención, permitir su concentración y facilitar que asimile y retenga la mayor cantidad
posible de información, que después pueda serle de utilidad. Al final del libro
encontrará, por supuesto, una bibliografía con un listado de artículos, enlaces o lecturas
propuestas para verificar o ampliar muchas de las informaciones, organizados por
capítulos.
Las conclusiones que podemos aplicar al entorno educativo son también muy
claras: los alumnos/as deben acceder a textos con el menor número posible de
hipervínculos. En caso de que estos existan, debe entrenárseles para obviarlos hasta al
menos haber realizado una primera lectura completa y sosegada del texto digitalizado.
En ocasiones puede ser necesario copiar el texto y pegarlo en un documento Word
desactivando los hipervínculos, y esta acción supondrá realmente un ahorro de tiempo y
esfuerzo. Los libros digitales llenos de enlaces, con vínculos a otros contenidos y vídeos
que amplían la información, con imágenes en movimiento que aparecen y desaparecen,
son muy atractivos y entretenidos, pero dificultan en muchas ocasiones la asimilación de
los contenidos, obligan al alumno/a a trabajar en un nivel superficial forzando la
memoria de trabajo y generan finalmente sobrecarga cognitiva. En definitiva, dificultan
que mucha información se incorpore a los esquemas existentes en la memoria a largo
plazo y se convierta, por tanto, en conocimiento.
En la actualidad se ha acuñado también un nuevo término que resume el problema
que supone para los usuarios el exceso de información: infoxicación. Este término hace
referencia a la faceta tóxica del exceso de información en el usuario habitual de las TIC.
39
Así es: este exceso de información y «ruido» en la Red está teniendo consecuencias en
muchas personas de distintas edades y actividades: desde estudiantes universitarios hasta
ejecutivos. La infoxicación puede generar fatiga mental, ansiedad, angustia,
desconcierto, estrés a partir de la segregación de adrenalina o glucocorticoides, falta de
concentración, pérdida de productividad… La solución pasa por organizar el tiempo y
segmentarlo, establecer los objetivos de la tarea antes de comenzarla, evitar la multitarea
y cerrar todas las ventanas posibles, realizar una lectura lineal y obviar los hipervínculos
hasta haberla finalizado. Todas ellas cuestiones que vamos a ir planteando en los
distintos capítulos de este libro. Considero fundamental respecto al manejo de la
información por parte de los más pequeños todo lo relativo a la llamada «curación de
contenidos», de la que me ocupo en el capítulo 9.
40
8.
Google decide lo que es
más importante
En muchas de las conferencias y talleres que impartimos sobre Internet, aún hay padres
y madres que preguntan si sus cuentas de correo electrónico de Gmail, Hotmail o Live
son realmente privadas. Hace poco una madre comentaba sorprendida: «Llevo un par de
días intercambiando mails con una amiga, sobre mis planes para visitar los parques
naturales de Noruega este verano, y en la columna de la derecha de mi cuenta de correo
me están apareciendo anuncios sobre guías de Noruega, hoteles, cruceros, etc. ¿Es que
nuestros correos no son privados?». Al margen de recomendarle que se leyera las
condiciones de uso de la entidad que le había facilitado su gratuita cuenta de correo
electrónico, le expliqué a grandes rasgos cómo funcionan las llamadas «cookies».
Está bien recordar que, el pasado mes de diciembre de 2013, la Agencia Española
de Protección de Datos multó a Google (responsable de Gmail) por «vulnerar
gravemente» los derechos de los ciudadanos. La agencia española ha puesto a Google
tres multas de 300.000 euros cada una, al considerar que guarda los datos de sus usuarios
«durante periodos de tiempo indefinidos e injustificados», no informa claramente de que
esos datos pueden ser usados «con múltiples finalidades» y, además, «obstaculiza –y en
algunos casos impide– el ejercicio de los derechos de acceso, rectificación, cancelación y
oposición»…
La cookie, o «galleta informática», es una pequeña porción de texto de las páginas y
sitios que usted visita, que su navegador recoge y almacena. Algunas de estas cookies
pueden ser beneficiosas para el usuario, ya que permiten que el navegador «recuerde»
cosas que usted ha buscado, el idioma que ha utilizado, etc. Pero un gran número de
cookies trabajan en beneficio de terceros, cuyo objetivo es tener un perfil lo más
ajustado posible de usted y sus gustos para proyectarle publicidad sobre productos que le
puedan interesar.
41
En marzo de 2012, hace ya más de dos años, entró en vigor la ley de cookies, que
establece que los responsables de los sitios web tienen el deber de informar a los
usuarios ante el uso de cookies en determinadas circunstancias. Es posible que ya se
haya topado usted con sitios web que le avisan y piden autorización para la instalación
de una cookie, pero podrá comprobar cómo la mayoría de ellos, aun cuando obtienen
información sobre usted, no avisan ni dan ninguna opción. Muchas de las cookies que
seguramente tendrá usted instaladas en su dispositivo le identifican; pueden saber dónde
ha pulsado un «Me gusta» en una red social, qué artículos ha leído o qué productos ha
comprado en una tienda online.
Pero, al margen de los temas relacionados con la privacidad, una cuestión que debe
preocuparnos mucho con respecto a los niños y adolescentes es la visión que del mundo
y el entorno terminan proyectándoles buscadores como Google, a través, especialmente,
del mundo de las cookies. Y debe preocuparnos también por nosotros mismos. Hace
pocas semanas, estuve visitando la web de una conocida cadena de venta de productos
de música, libros e informática, buscando información sobre el disco del grupo musical
Chvrches. Se trata de un nuevo grupo escocés, de Glasgow, muy poco conocido aún en
España, pero que estoy seguro terminará teniendo una gran proyección internacional. Por
supuesto, me compré el disco. El caso es que ese mismo día, al entrar en un conocido
periódico online, en la columna de la izquierda me apareció un anuncio con la portada
del disco. Poco después en otro periódico, después en la web de otro comercio, etc.
Varias semanas después, acudí a una comparecencia que tenía en el Congreso de los
Diputados sobre la relación de los menores con Internet. Una compañera mía se quedó
conectada con mi portátil, por si yo necesitaba que en un momento dado me enviase
alguno de los documentos o estudios que tengo en el mismo. Estuvo navegando con él
durante un par de horas, y cuando regresé a la oficina me dijo: «Parece que el grupo ese
que te gusta tanto está pegando fuerte… Sale en todas partes… Le están haciendo una
campaña de promoción bestial… Vaya ojo has tenido». Aunque me hubiera gustado que
así fuera, su percepción era absolutamente falsa. Desde que compré el disco en una web
comercial, las cookies instaladas en mi ordenador se pusieron a funcionar, y todos
aquellos sitios que se servían de esa información no dejaban desde entonces de
bombardearme con la portada del disco en cuestión. Yo sé que esa era la razón, pero mi
compañera pensó que el grupo estaba arrasando y que las productoras musicales estaban
invirtiendo en una promoción brutal a nivel internacional, lo cual seguramente
condicionó su percepción del grupo. Es más, también comenzó a considerarme una
persona muy puesta en música y con intuición al respecto… Aunque me costó, tuve que
destruir el mito y contarle lo que realmente estaba sucediendo y el papel que habían
desempeñado las cookies.
Si usted entra en una web de una cadena comercial de este tipo, por ejemplo, y
pincha con el botón derecho del ratón sobre la pequeña página en blanco que aparece
42
junto a la dirección del sitio (la URL), verá cómo aparece un menú en el que se
enumeran los «datos de sitios y cookies». En el caso de la página que yo visité la primera
vez, aparecían enumeradas más de 400 cookies almacenadas por dicha página. Mi
navegador de Google estaba informando a cientos de páginas sobre la compra que yo
había realizado.
Y el problema es el siguiente: ya tengo el disco. No necesito más publicidad sobre
el mismo. Antes, cuando entraba en una web con anuncios de música, me aparecían
portadas diversas y sobre diversas corrientes musicales. Me permitían tener una idea más
global de lo nuevo que estaba saliendo al mercado, y una percepción más realista. Ahora
estoy encasillado, y siempre me muestran el mismo tipo de música. ¡Y la verdad es que a
mí me gustan muchos tipos de música!. Desde entonces no dejo de borrar las cookies de
los sitios en los que entro.
Pero ¿y si hablamos de algo más serio? Si usted busca información sobre un tema
en Google o en Facebook, es muy posible que no le aparezcan exactamente los mismos
enlaces que a mí, ni en el mismo orden. Los algoritmos que utilizan estas empresas para
saber lo que nos gusta harán que aparezcan unas cosas u otras con mucha más
frecuencia. Es decir, harán que el mundo online se vaya adaptando a las preferencias,
gustos, ideas o creencias que usted tiene. Si observan que usted comienza a visitar más
páginas católicas sobre determinados temas religiosos, harán que las páginas
confeccionadas por protestantes dejen de aparecer en sus búsquedas. Si es usted más
progresista que conservador, las páginas, artículos o comentarios de los conservadores
irán desapareciendo de los resultados de sus búsquedas.
Estamos llegando a un punto en que la «personalización» de Internet nos muestra lo
que los algoritmos de determinadas empresas consideran que nos gustaría ver… Pero sin
preguntarnos nunca y para nada. No nos están mostrando el mundo, con sus riquezas,
diferentes perspectivas, diferentes noticias, etc., sino el mundo bajo un prisma
determinado. El que se supone que se adapta más a nosotros. Pero ¿quién ha decidido
que yo solo quiera recibir noticias sobre música indie…? También me gusta la música
comercial, o la música celta; todo depende de los momentos y las apetencias de cada
circunstancia. No escucho la misma música cuando escribo que cuando conduzco.
¿Quién ha decidido que por el hecho de pertenecer a una cultura cristiana no quiera saber
nada de la perspectiva de los judíos o los musulmanes? Y lo que es más importante de
todo para el tema que nos preocupa, la educación: ¿es bueno que la información a la que
acceden los niños y adolescentes en sus buscadores sea decidida por unos algoritmos
creados por una empresa, que les va a mostrar lo que cree que ellos deben ver en función
de sus supuestos gustos? ¿Y si los padres/madres y educadores consideramos que
deberían acceder a una información no sesgada? ¿Y si consideramos que Internet
debería ser un sitio donde descubrir lo plural que es el mundo?
43
Porque, además, sabemos que esto no se hace solo atendiendo a criterios de
«personalización», sino también a criterios comerciales y de todo tipo. Cualquier
empresa o entidad puede pagar por que sus productos, su idea o lo que sea que venda
aparezcan en primer lugar al teclear una palabra determinada en Google. Tendrá calidad
de «anuncio», pero aparecerá en primer lugar, y en ocasiones varias de las primeras
entradas serán solo publicidad.
Pero podemos y debemos ir más allá. Resulta que muchos informáticos,
webmasters, etc., controlan las llamadas «técnicas de posicionamiento». Es decir, saben
qué debes hacer con tu página web para que Google la coloque más arriba, o entre las
primeras que aparecen. Esto es muy importante, ya que sabemos que la inmensa mayoría
de los usuarios buscan la información entrando en los enlaces de la primera página de
resultados, algunos lo hacen también en la segunda y casi nadie llega a la tercera. Pues
resulta que, si cumples ciertos criterios, tu posicionamiento sube y sube. Por ejemplo, si
tu página tiene enlaces a otras páginas y esas páginas te enlazan también a ti, Google lo
valora mucho más y ganas posicionamiento. No importa que esas páginas las hayas
creado también tú mismo y con ese objetivo, por ejemplo… Existen incluso las que se
denominan «granjas de enlaces», creadas precisamente para albergar todo tipo de enlaces
y mejorar el posicionamiento de las páginas que las contratan. Si además cuelgas
contenido nuevo con frecuencia también ganas, aunque el contenido nuevo sea bazofia.
Si incluyes determinadas palabras en tus metadatos también puedes aparecer más arriba,
etc. Es decir, que aunque tu página no aporte nada importante sobre un tema, diga
mentiras y barbaridades y se invente la mitad de las cosas, si sabes cómo posicionarla en
Google y cumples determinados requisitos puedes aparecer mucho más arriba que la web
que contenga un estudio publicado por un equipo de catedráticos de distintos países…
¡Así de claro!
Lo bueno que tiene Google es que si quieres y sabes buscar, no son capaces de
impedirte que encuentres cosas interesantes. Así, buscando sobre esta cuestión, me he
topado con alguien que conoce el tema mucho mejor que yo y que ha creado el término
burbuja filtrada para referirse a esta situación, y denunciarla también públicamente. Se
trata del estadounidense Eli Pariser, autor del libro del mismo nombre: The Filter
Bubble. Pariser señala que nos han metido en una especie de burbuja online, totalmente
personalizada, pero en la que tú realmente no decides lo que entra y lo que sale, aunque
vives en ella y condiciona tu visión de todo lo que sucede. Pariser advierte: «Si los
algoritmos son los que nos van a mostrar el mundo, los que van a decidir lo que podemos
o no podemos ver, entonces tenemos que asegurarnos de que no solo mantengan visible
lo relevante, tenemos que asegurarnos de que también nos muestren cosas que nos sean
incómodas, o que supongan un reto o que sean realmente importantes». Por supuesto,
considero que esto es básico, y con relación a los niños y adolescentes es fundamental si
queremos que crezcan desarrollando un sentido crítico, capaces de cotejar opiniones
44
distintas y de aprovechar la diversidad que ofrece este mundo. Tendremos personas más
razonables y muchos menos fanáticos. Nadie tiene unos principios bien afianzados si no
ha podido cotejarlos con los principios de los demás…, y, al margen de lo que
finalmente decida pensar o creer, será una persona mucho más tolerante y dispuesta a
escuchar y aprender de sus semejantes.
La conclusión práctica que sacamos debemos trasladársela a los adolescentes:
– el mundo no es necesariamente como te lo presenta un buscador;
– no todo lo que aparece en ellos es cierto o veraz;
– lo primero que aparece no es necesariamente lo más importante; y, sobre todo,
– ¡borra las cookies después de cada sesión! (En navegadores como el Chrome
es tan sencillo como entrar en el menú Herramientas y acceder a la opción
«Borrar datos de navegación»).
45
9.
La necesaria
«curación de contenidos»
Hace unos días un padre se puso en contacto con Protégeles para denunciar el
contenido que se había encontrado su hija, de once años de edad, al buscar información
para un trabajo sobre el «cambio climático». El progenitor se quejaba de que mandasen a
niños de esas edades buscar información en Internet cuando nadie les había enseñado a
hacerlo, y que muchas veces eran él o su esposa quienes debían dedicar horas a encontrar
determinadas informaciones, artículos o fotografías para los trabajos de clase. Al margen
de la necesidad de tener instalado un filtro de contenidos cuando el usuario de un
ordenador es un niño de once años, la verdad es que el padre tenía mucha razón. Si
buscamos «cambio climático» en Google, aparecen más de dos millones de enlaces… Si
lo buscamos sin acento en la palabra climático, aparecen solo seiscientos mil, pero con
acento son casi cuatro veces más, y la niña es de las que ponen los acentos (como debe
ser). Y menos mal que el trabajo no era sobre algo realmente importante, como Britney
Spears, porque entonces se hubiera encontrado en Google con 94 millones de enlaces.
Por esta y otras razones insistimos tanto en la necesidad de formar a los niños en los
centros escolares con respecto al manejo correcto, saludable, seguro y responsable de las
TIC. Ya son muchos los profesores que están mandando a sus alumnos de primaria
buscar en Internet, realizar presentaciones en Power Point, etc., cuando nadie les ha
enseñado a hacerlo. En la mayoría de los centros, insisto. Es más, podría enumerar un
montón de anécdotas sobre situaciones que se producen en clase al respecto, o sobre
profesores que no habiendo hecho nunca un Power Point lo exigen a sus alumnos para
las exposiciones de trabajos en clase. Y lo cierto es que a la mayoría de los tutores
tampoco se les ha formado al respecto, aunque muchas instituciones afirman tener
programas específicos para ello. Un profesor me comentaba a finales de este año escolar
que había asistido a un curso de reciclaje sobre el empleo de las TIC en el aula y, según
me decía, habían dedicado una buena parte a ver cómo configurar la privacidad en
Tuenti y cosas por el estilo. Este profesor me reconocía que la mayoría de sus alumnos
46
ya no usa Tuenti, y que le hubiera gustado que le hablaran un poco de WhatsApp, Line,
SnapChat o Ask.fm… Pero de esta cuestión nos ocupamos en el capítulo siguiente.
Pues bien, saber utilizar correctamente un buscador como Google es hoy vital para
la vida escolar de un alumno de secundaria. Y de la universidad. Aquellos que sepan
cómo optimizar sus búsquedas y tengan experiencia podrán encontrar en veinte minutos
algo que a otros les llevará dos horas, y no es una exageración. Es más, algunos pueden
no llegar a encontrar lo que buscaban y darse por vencidos.
La búsqueda de información en Internet sobre temas específicos es tan importante
que se ha convertido ya en una profesión. En el entorno empresarial, y cada vez más en
el educativo, está surgiendo la demanda de los content curators, o «curadores de
contenidos».
La curación de contenidos consiste en la búsqueda, por medios mecánicos y
manuales, de información relevante sobre un tema determinado, así como su posterior
selección, análisis y difusión, atendiendo siempre a criterios de máxima actualidad y
calidad. Es decir, implica el desarrollo de técnicas dirigidas a encontrar contenidos de
calidad, la comprobación de su validez y vigencia, y también su posterior presentación a
los consumidores interesados en dicha información.
En el entorno educativo, el curador de contenidos debe saber dónde obtener
información de interés para los alumnos, veraz y actual, pero debe al mismo tiempo
saber adaptar y presentar dicha información a su público objetivo.
No obstante, y al margen del papel que puedan desempeñar unos educadores u
otros, resulta imprescindible que los niños reciban formación específica sobre cómo
utilizar los buscadores para encontrar lo que necesitan y en el menor tiempo posible. No
es mi intención dedicar este capítulo a cubrir esa laguna, pero, por otro lado, no puedo
sustraerme a la necesidad de ser lo más práctico posible en este libro, por lo que creo que
sí debería dedicar un par de páginas a recordar a padres/madres y educadores algunas
cuestiones básicas que deberían manejar todos los menores. Para no resultar pesado, o
por si no es del interés de todos, abordaré simplemente las diez cuestiones que considero
más importantes:
1) Tal y como señalaba en el capítulo anterior, es posible que las cookies que los
buscadores instalan en nuestro ordenador condicionen la búsqueda que vamos
a realizar, y nos muestren no lo más relevante, sino lo que por alguna razón o
búsquedas anteriores piensan que queremos encontrar. Por esta razón, antes de
comenzar deberíamos borrar las cookies. Si estamos utilizando el navegador
Chrome de Google, también podemos hacer otra cosa: realizar una búsqueda
«de incógnito». Es bastante sencillo. Debemos hacer clic o pinchar sobre las
tres rayitas que aparecen en la esquina superior derecha del navegador.
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Después seleccionamos «Nueva ventana de incógnito», abrimos el buscador y
ya está. Es recomendable utilizar este formato de navegación.
2) Es importante enseñar a los menores a utilizar las comillas en sus búsquedas.
Si escribimos en el buscador el nombre del jugador de fútbol Cristiano
Ronaldo, Google buscará páginas y sitios en los que aparezcan ambas
palabras, pero no necesariamente juntas ni en ese orden. Es decir, buscará, por
ejemplo, muchas páginas en las que el tema central sea el cristianismo. Sin
embargo, si escribimos «Cristiano Ronaldo» entrecomillado, solo buscará
sitios en los que ambas palabras aparezcan juntas y en ese orden. De esta
forma eliminamos unos 35 millones de páginas cuya relación con lo que
buscamos sería dudosa. En lugar de comillas, también podemos poner todas
las palabras juntas separadas cada una de ellas por un punto (Por ejemplo:
cristiano.ronaldo).
3) Si somos conscientes de que una palabra unida a lo que estamos buscando
puede generar una búsqueda errónea, podemos colocar un signo menos
delante de dicha palabra. Así, Google buscará las páginas en las que dicha
palabra no aparezca. Por ejemplo, si queremos hacer un trabajo sobre las
patatas, nos aparecerán también muchos miles de páginas sobre las patatas
fritas. Si en la búsqueda escribimos «patatas -fritas» (signo menos delante de
fritas), encontraremos enlaces en los que se hable sobre la patata pero no
sobre las patatas fritas.
4) Para los menores, igual que para los adultos, es muy importante verificar las
fuentes. Los menores deben acostumbrarse a buscar, sobre todo, en sitios que
ofrezcan un mínimo de garantía sobre la veracidad e idoneidad de los
contenidos que alojan. Una buena opción es indicar al buscador que queremos
buscar en páginas educativas. Si buscamos información sobre las mariposas
hallaremos más de cinco o seis millones de páginas de todo tipo. Pero si
escribimos la palabra seguida de site y la terminación edu, es decir,
«mariposas site:edu» (no es necesario poner las comillas), todos los resultados
pertenecerán a sitios educativos, y además serán ya solo 13.000 en lugar de
varios millones. Los dominios que terminan en .edu no los puede tener
cualquiera, y pertenecen a entidades vinculadas de alguna manera al mundo de
la educación. Si queremos buscar información sobre perros encontraremos
millones de enlaces, pero si lo que nos interesan son organizaciones
relacionadas con los perros, su protección, cría, etc., podemos escribir en el
buscador «perros site:org» y accederemos a ellas directamente. La terminación
del site da información sobre el tipo de contenido.
5) También podemos buscar por URL o páginas en concreto. Si queremos
buscar grupos en redes sociales sobre perros podemos escribir
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«www.facebook.com perros» (no es necesario poner las comillas), y
encontraremos a personas o grupos de personas relacionadas con los perros. Es
más, ¡también les encontraremos a ellos! El 14% de las personas que tienen
perro les han creado un perfil en Facebook.
6) Es importante tener en cuenta el tipo de archivos que queremos buscar. Por lo
general, una información en Internet es algo que ha podido colgar cualquiera
en un foro, una web, una página de anuncios, etc. Si nos interesa encontrar
algo que tenga cierta relevancia, que sea el resultado de un trabajo, una
investigación o un artículo publicado en alguna revista, podemos buscar
documentos en formato PDF. Si escribimos «guerra de las Galias» aparecerán
todo tipo de enlaces, pero si buscamos «guerra de las Galias pdf» accederemos
directa y rápidamente a muchos documentos de calidad.
7) Si ha de buscar una frase, pero no la recuerda entera, puede no ser un
problema. Solo debe sustituir la palabra que no recuerda por un asterisco. Por
ejemplo: «en un * de la mancha». El buscador la completará y le llevará hasta
el Quijote.
8) Si no tiene claro si buscar con una palabra u otra, puede incluir las dos en la
búsqueda separándolas por las letras OR (en mayúsculas). Puede buscar
«tiendas de sombrillas OR parasoles» y aparecerán los resultados en los que
aparezca una palabra o la otra.
9) Recuerde que para buscar una definición sencilla no hace falta buscar
diccionarios. El niño/a puede escribir la palabra precedida de define: y es
suficiente. Por ejemplo: «define: barracuda» y accederá directamente a la
definición.
10) Y por encima de todo: enséñele a utilizar la «búsqueda avanzada». Al
entrar en Google.es, encontrará abajo a la derecha la sección de
«Configuración». Al pinchar sobre ella aparecerá un menú en el que podrá
seleccionar la búsqueda avanzada. Es muy sencilla de utilizar. En los dos
primeros campos podemos escribir las palabras que queremos buscar o frases
enteras, exactas o no. Podemos también especificar que palabras no queremos
que aparezcan, como en el ejemplo que poníamos sobre las patatas fritas.
Podemos decidir que sean páginas o contenidos realizados en nuestro país, o
en otro, y lo que es más importante: podemos decidir la vigencia que queremos
que tenga la información. Es posible buscar informaciones que hayan sido
publicadas hace solo un mes, una semana, hoy mismo… Este tipo de búsqueda
suele garantizar los mejores resultados.
49
10.
Las TIC, las TAC y las TEP
en el sistema educativo
Las TIC son la gran asignatura pendiente de nuestro sistema educativo actual, en todos
los sentidos. No solo en cuanto a la patente necesidad de formar a alumnos y profesores
en cuestiones relativas a la seguridad en Internet, la protección de datos, legislación,
privacidad, etc., sino también en cuanto a la necesidad de integrarlas realmente en el
currículo escolar como herramientas de trabajo y facilitadoras de los profundos cambios
que necesitamos. Las TIC pueden ayudarnos a hacer realidad de una vez la educación
personalizada y respetuosa con las inteligencias múltiples, el aprendizaje colaborativo, la
autoformación, etc.
Las TIC no son un problema, así que tampoco busquemos en ellas una solución. La
verdad es que esta frase, así dicha, similar a otras que he escuchado, suele quedar muy
bien cuando la utilizas en jornadas o congresos, pero la verdad es que es pura retórica. Si
la matizamos un poco para adecuarla a la realidad, podemos entonces comenzar a
trabajar. Las TIC no son un problema, pero pueden serlo, y tampoco son la solución,
pero pueden facilitarla. De esta forma podemos empezar a identificar lo que podría
convertirlas en un problema, y también de qué forma pueden ayudarnos a cambiar el
sistema educativo actual.
Pero ¿realmente es necesario cambiar el sistema? ¿Es conveniente hacer las cosas
de otra manera que como venimos siglos haciéndolas? El simple planteamiento de esta
pregunta ya me pone personalmente los pelos de punta. Por supuesto que es necesario,
muy, muy necesario. Y lo que es impresentable es que sigamos haciendo las cosas igual
que en la Revolución Industrial, estandarizando la educación como si los niños y
adolescentes formaran una masa informe de seres iguales. Les servimos contenidos
enlatados y les evaluamos comprobando si son capaces de reproducirlos fielmente. No
en todas las asignaturas, pero sí en la mayoría y en la mayor parte de los contenidos.
Pero la verdad es que no necesito acudir a mi propia opinión, y puedo hacerlo mostrando
simplemente resultados. Hace pocos meses se presentó el informe PISA de la OCDE. No
50
voy a entrar a analizar su fiabilidad, los baremos que se siguen para obtener sus
conclusiones, etc., porque creo que hay cuestiones que resultan muy discutibles. Lo que
está claro es que es un informe del que podemos extraer también muchas conclusiones
válidas para saber qué es lo que estamos haciendo mal. Aquí me referiré solo a las
palabras del responsable de Educación de la OCDE, Andreas Schleicher, en la
presentación de los resultados de dicho informe: «El siglo XXI requiere un enfoque
distinto de la enseñanza… y el desarrollo de otras destrezas». Y aprovecho para poner
sobre la mesa los resultados de la encuesta elaborada recientemente por la editorial SM,
realizada entre profesores de educación infantil a bachillerato de centros públicos,
concertados y privados. Analizando las respuestas de los casi 3.000 profesores de toda
España encuestados, nos encontramos con lo siguiente:
– El 87% de los profesores afirma que el sistema educativo actual no prepara a
los alumnos lo suficiente para afrontar los grandes retos del siglo XXI.
– Un 86% de los docentes encuestados alerta de que los sistemas de evaluación
actuales no permiten desarrollar al máximo las capacidades de los alumnos.
– Según el 97% de los encuestados, el uso de nuevas formas de aprendizaje
mejoraría los resultados de los alumnos.
– Más del 70% considera muy importante desarrollar el pensamiento crítico y
trabajar las inteligencias múltiples con los alumnos con el objetivo de lograr un
aprendizaje eficaz.
Necesitamos cambiar, y mucho, el sistema educativo actual. El mundo del siglo
XXI es muy distinto del del siglo XIX o del XX, y no podemos seguir haciendo lo
mismo. La sociedad está cambiando rápidamente, en todos los entornos. Las tecnologías
de la información y la comunicación están incidiendo directamente en los cambios que
se están produciendo en el entorno laboral, en el social, cultural, económico, el de las
relaciones personales, etc. Los propios niños y adolescentes las utilizan a diario en su
socialización, para el desarrollo de su ocio, para buscar y adquirir información de diversa
índole. ¿O acaso alguien piensa que aquello que enseñamos a los niños en la escuela es
lo único que aprenden…? En muchas sociedades los menores de edad pasan más horas a
lo largo del año manejando las TIC que en el colegio o en el instituto. La educación no
puede mantenerse al margen de lo que sucede en el resto de la sociedad, porque entonces
dejará de ser lo que se supone que siempre ha sido, desde el Pleistoceno hasta ahora, en
nuestra especie y en otras: el mecanismo que desarrollamos para garantizar que los
miembros de nuestra especie sean capaces de sobrevivir por sus propios medios y
adaptarse al entorno que les toque vivir. Tanto si este entorno requiere aprender a cazar
como si requiere aprender a realizar ecuaciones. El objetivo no es filosófico, sino
eminentemente práctico: garantizar su supervivencia en el complejo entramado social
que hemos creado. Queremos que adquieran todos los conocimientos necesarios para
51
integrarse y, a ser posible, mejorar y enriquecer su entorno. Y esto requiere prepararles
para tener un papel proactivo. Hoy más que nunca, deben ser partícipes de su educación.
Como decía Darwin: «Adaptarse no quiere decir aceptar pasivamente, sino modificarnos
para vivir como protagonistas en un determinado ambiente en lugar de sucumbir en él».
El pasado mes de abril (2014), la UNESCO publicó el estudio Reading in the
Mobile Era, en el que se pone de manifiesto cómo los terminales móviles están
ayudando a eliminar el analfabetismo en el mundo. De los 7.000 millones de habitantes
que tiene nuestro planeta, 6.000 millones tienen acceso a una línea telefónica (cuando
solo 4.500 millones disponen de cuarto de baño). Según datos publicados por
Goodreads, el 37% de los usuarios de smartphones admite utilizar su teléfono para leer
libros electrónicos, y el 13% de los propietarios de un móvil inteligente admite que su
smartphone es el único dispositivo que emplea para leer. La conectividad móvil está
permitiendo el acceso de millones de personas a la cultura, y a un volumen enorme de
libros, imágenes, información, etc., a los que antes no podían llegar. De hecho, las TIC
son la principal preocupación de los Gobiernos totalitarios que todavía existen, y
absolutamente satanizadas por quienes pretenden seguir impidiendo el acceso de las
niñas y las mujeres a la educación, por ejemplo. Eso dice mucho a favor de las TIC.
Lo cierto es que mientras hablamos estas tecnologías continúan evolucionando. De
manejar este término, que aún es el más popular, hemos comenzado a manejar el de las
TAC. Estas últimas son definidas como las tecnologías del aprendizaje y el
conocimiento, poniendo de manifiesto su faceta pedagógica y la posibilidad de utilizarlas
como herramientas facilitadoras del proceso educativo. Pues bien, en estos momentos ya
estamos trabajando también sobre lo que la psicóloga social Dolors Reig denomina las
TEP, o tecnologías para el empoderamiento y la participación. En efecto, las nuevas
tecnologías ya no se utilizan «solamente» para informar, comunicar o divulgar, sino que
se utilizan cada vez más para crear, para influir, para incidir, generar movimientos,
corrientes de opinión, cambiar las cosas, etc.
Manfred Spitzer, director de la Clínica Psiquiátrica Universitaria de Ulm
(Alemania) y del Centro de Transferencia de Conocimientos para las Neurociencias y el
Aprendizaje, es tal vez uno de los principales detractores de la utilización de las TIC en
el entorno educativo. En su libro Demencia digital enumera una serie de estudios o
investigaciones que parecen poner de manifiesto que la utilización de ordenadores por
parte de los niños y adolescentes, tanto en el colegio como en el hogar, resulta
contraproducente para la obtención de mejores resultados escolares. O, en el mejor de
los casos, no tiene repercusión alguna. Sin embargo, las propias explicaciones de los
investigadores que él mismo cita arrojan mucha luz sobre este asunto. Al citar las
conclusiones de los estudios realizados en Alemania sobre el informe PISA, concluidos
por Thomas Fuchs y Ludger Wössmann en 2004, reproduce sus palabras exactas: «La
mera presencia de ordenadores en casa conduce ante todo a que los niños jueguen a
52
juegos de ordenador». Otros investigadores, como Joachim Wirth y Eckard Klieme,
afirmaban que el ordenador en las casas era utilizado por los niños básicamente para
jugar, lo cual les distraía de sus tareas. Más estudios mencionados, como el realizado en
Rumanía por Malamud y Pop-Eleches, concluyen que los niños de familias
desfavorecidas que habían recibido un ordenador portátil habían bajado sus notas en
Matemáticas, y que utilizaban estas herramientas sobre todo para jugar. Investigaciones
de este tipo son las que siempre airean los tecnófobos, pero constituyen una trampa tanto
en su formulación como en sus sesgadas conclusiones.
Creo que podríamos hacer tres consideraciones básicas al respecto:
1) No podemos aplicar las conclusiones obtenidas en estudios realizados hace
diez años a la realidad actual, sean cuales sean dichas conclusiones. Tampoco
podemos hacerlo con los estudios realizados hace cinco años. El uso de las
TIC antes de la expansión de la conectividad móvil no es comparable al uso
actual. Los niños también son distintos, ya que estamos hablando ahora de
verdaderos nativos digitales que manejan desde muy pequeños las tablets o los
smartphones de sus padres. Por poner un ejemplo: en España, en los últimos
dos años, hemos asistido a la caída en vertical de Tuenti, la acusada
disminución en el uso de Facebook por parte de los más jóvenes, el boom y
expansión de WhatsApp y otros sistemas de mensajería instantánea, y la
reducción muy significativa en el uso del correo electrónico por parte de los
menores de edad. Y esto en solo dos años.
2) Resulta infantil concluir que la utilización de las TIC, TAC o como las
queramos denominar, es positiva o negativa en función de que los niños las
utilicen para jugar en sus casas o no. Es como si afirmáramos que la
prohibición de las barbacoas en el campo en los meses de verano es
perjudicial, porque hace que la gente salga menos al campo. Lo primero que
queremos es que exista un campo al que salir a pasear, y después la gente se
irá a acostumbrando a comer una tortilla de patata hecha en casa en lugar de
encender un fuego para asar chuletas. Al final la gente saldrá al campo y
tendremos campo. Si los niños han utilizado los ordenadores en sus casas
fundamentalmente para jugar es por dos razones muy claras: en primer lugar,
la utilización de una herramienta novedosa con muchas posibilidades para el
ocio, con padres y madres poco familiarizados y no suficientemente
concienciados sobre la necesidad de controlar su uso. Falta de sistemas de
control parental, ordenadores gratis pero conexiones a Internet no gratuitas,
falta de soporte técnico para las averías, renovación de licencias, etc. Pero, en
segundo lugar, el mayor problema que teníamos hace diez años (y hace cinco)
ha sido la falta de programas y herramientas adaptadas para el aprendizaje con
las TIC. Si los alumnos/as solo las han utilizado para realizar búsquedas en
53
Google, o para realizar trabajos en Word y presentaciones en Power Point, no
veo por qué razón iban a mejorar sus resultados en Matemáticas…
3) Dejo para el final la verdadera explicación, el verdadero problema que
tenemos en la actualidad. Aun en los casos que pudieran estudiarse en 2014, en
los que estemos utilizando las últimas tecnologías, con sistemas de filtrado,
supervisión e implicación de los padres, buena y rápida conexión a Internet,
etc., seguimos con el mismo problema de base: lo que necesitamos cambiar no
es la tecnología, es la educación. ¿Por qué van a mejorar los resultados si
seguimos enseñando lo mismo y evaluando de la misma manera? Como
señalaba anteriormente, la tecnología no será la solución, pero puede ayudar
enormemente en un sistema educativo distinto que, como señalan los
profesores, «prepare a los alumnos lo suficiente para afrontar los grandes retos
del siglo XXI». Estamos utilizando las TIC con un sistema educativo en gran
medida obsoleto. Queremos ponerle un motor supersónico a una avioneta. O
construimos un avión acorde con las nuevas necesidades o es lógico que
algunos pretendan seguir con la avioneta.
Nos planteamos qué debería hacerse para que las TIC fueran realmente
aprovechadas en los centros escolares con el objetivo de mejorar la motivación, la
comprensión y el aprendizaje. La educación del siglo XXI, con la ayuda de las TIC, debe
alcanzar estos objetivos. En aquellas situaciones en las que esto no suceda, la utilización
de las TIC será irrelevante o incluso contraproducente.
Hemos de partir de los errores o fallos que se observan ya en la implementación
actual de las TIC en el aula:
1) Equipamiento
Obsolescencia: Si bien cada día son más los centros que cuentan con equipamiento
informático, no es menos cierto que este equipamiento queda obsoleto en relativamente
poco tiempo. Se requieren recursos de forma regular para actualizar los terminales.
Mantenimiento: Los equipos informáticos, impresoras, pizarras digitales, etc., son
herramientas utilizadas a diario y por diferentes usuarios. Esto provoca un rápido
deterioro o la posibilidad de averiarse con facilidad. Se precisa dentro del colegio
personal formado y siempre dispuesto para solucionar los problemas técnicos que
puedan ir surgiendo.
Disponibilidad: En muchos centros los alumnos disponen de unas herramientas
determinadas en unos cursos, pero no en los siguientes. Por ejemplo: hay centros donde
tienen pizarras digitales en 6.o de primaria pero ya no en 1.o de la ESO, y situaciones
similares.
54
Licencias: En algunas comunidades autónomas los centros utilizan software
gratuito, al menos en los ordenadores de mesa y portátiles, pero en otras no. Esto obliga
a mantener actualizadas las licencias o a manejar equipos con software pirata, como
sucede en muchos centros.
Conectividad: Para utilizar los ordenadores fuera de las aulas de informática es
necesario tener conexión a Internet en cada aula. En aquellos centros en los que
comienzan a utilizarse las tablets es necesario tener una conexión wifi. Y las conexiones
wifi de muchos centros no soportan una conexión masiva.
2) Funcionalidad
Averías: Si el profesor pensaba utilizar para dar la clase una pizarra digital y esta se
avería, es muy probable que no pueda impartir la clase tal y como estaba programada. Si
el ordenador o tablet del profesor se avería, seguramente sucederá lo mismo. Si el
ordenador o tablet de un alumno se avería, él no podrá participar en la clase de la misma
manera, hacer los ejercicios programados, etc.
Actualizaciones: Muchos profesores se quejan de las numerosas actualizaciones
de programas y aplicaciones, que obligan a perder tiempo hasta que todos los alumnos
las han instalado.
Conectividad: Si falla la conexión dentro del centro, o se cae la red, no podrá
impartirse la clase prevista y el profesor deberá improvisar. Hay actualizaciones que se
realizan casi a diario.
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forma de trabajo de los telediarios, que solo reproducen noticias que puedan verse en
televisión con un buen respaldo de imágenes: «si no hay imágenes no hay noticia…».
Reducción de los trabajos en grupo y el aprendizaje colaborativo:
Curiosamente, una de las principales y más interesantes características de las TIC es que
permiten el aprendizaje colaborativo, tal y como reconocen muchos profesores. No
obstante, cada día encontramos más declaraciones de docentes que afirman que el trabajo
con los ordenadores tiende a aislar al alumno, y que dificulta incluso «físicamente» la
posibilidad de realizar trabajos en grupo. En aquellos centros en los que los ordenadores
están en filas, ni tan siquiera es posible mover las mesas. Si hay que dividir la clase en
grupos de cuatro moviendo las mesas, los cables y las pantallas pueden dificultar
enormemente esta posibilidad.
4) El profesorado
Actitud irregular: Muchos profesores ven en las TIC la posibilidad de motivar,
ilusionar e implicar a sus alumnos en el aprendizaje. Algunos lo plantean incluso como
una forma de acercarse a la ya tan demandada educación personalizada, el aprendizaje
colaborativo, etc. No obstante, otros profesores ven en las TIC un elemento que trastoca
la clase, la supedita a la disponibilidad y el correcto funcionamiento de las herramientas,
obliga a adaptar informaciones a formatos digitales y multiplica el trabajo del profesor.
Algunos, incluso, afirman que menoscaba la autoridad o el papel del profesor, ya que en
ocasiones los alumnos/as saben cómo manejar determinados programas con mucha más
habilidad, conocen otros distintos o son capaces de obtener información que el profesor
desconocía o no había previsto tratar.
Escasa formación: En todas las comunidades autónomas son muchos los
profesores y profesoras que se quejan de falta de formación en el uso de las TIC.
Muchos centros solicitan ayuda externa y demandan un reciclaje continuo, ya que
constantemente aparecen herramientas nuevas y nuevas posibilidades. Diversos estudios
señalan que la mayor parte del profesorado no se considera lo suficientemente formado
para utilizar las TIC en el aula.
Escasa asistencia a las formaciones: En aquellas comunidades autónomas en
las que existen formaciones complementarias para profesores sobre el uso de las TIC, la
asistencia y participación en las mismas es muy escasa. El profesorado se queja de que
las formaciones suelen impartirse fuera de su horario laboral o lejos de su puesto de
trabajo. Así mismo, muchos señalan que las formaciones están demasiado centradas en
el uso de programas, procesadores de texto, hojas de cálculo y demás, pero no en la
pedagogía de las TIC. Otros incluso consideran dichos cursos como muy teóricos y poco
prácticos.
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Presencia mínima de las TIC en los programas de formación de los futuros
profesores: En muchas universidades la formación sobre Nuevas Tecnologías
Aplicadas a la Educación es mínima. En muchas ocasiones se trata de asignaturas
optativas con una duración cuatrimestral. Los estudios realizados con alumnos/as
universitarios señalan que el 70% de los futuros profesores considera que sus
conocimientos sobre la aplicación de las herramientas al ámbito educativo son regulares
o escasos. Uno de cada tres valora sus conocimientos al respecto como nulos o mínimos.
Percepción sobre el potencial pedagógico de las TIC: Mientras los profesores
no estén formados, y mientras el sistema educativo siga siendo el mismo, muchos
profesores pueden no observar una mejora de los resultados obtenidos por los
alumnos/as.
6) El alumnado
Falta de formación de los alumnos/as: La mayoría de los alumnos/as de distintas
etapas están habituados a utilizar diversas herramientas TIC a diario, pero lo hacen de
una forma autodidacta y normalmente en entornos de ocio. Cuando un profesor pide a
sus alumnos/as hacer un trabajo sobre Miguel de Cervantes, estos encontrarán dos
57
millones y medio de enlaces en Google. Nadie les ha enseñado a realizar búsquedas
efectivas, a utilizar correctamente los buscadores, o criterios para determinar si una
información es fiable, lo cual termina resultando frustrante y desmotivador.
Utilización de las TIC 1.0: Los alumnos/as suelen utilizar las TIC en un entorno
distinto del del aprendizaje, y de una forma bastante pobre en su mayor parte. La
llamada web 2.0 permite a los internautas no solo interactuar y relacionarse con más
facilidad, sino crear. Les permite generar grupos de debate, foros, páginas temáticas,
grupos específicos en las distintas redes sociales, desarrollo de blogs, cuentas de Twitter,
etc. Pues bien, la mayor parte de los alumnos/as de colegios e institutos no aprovechan
en absoluto las posibilidades de la web 2.0, limitándose a ser meros consumidores de
información, videojuegos, música o productos. Forman una pequeña minoría aquellos
que crean y mantienen blogs, crean comunidades de debate en las redes sociales o
vuelcan contenidos en la Red (al margen de sus fotos en los tablones de las redes
sociales). Si queremos modificar y mejorar la educación es necesario implicar a los
alumnos/as, pero no como meros consumidores.
7) Las familias
Falta de formación: No podemos ni debemos olvidar que la principal responsabilidad
sobre la educación de los niños recae sobre sus padres. Y más cuando abordamos
cuestiones como las TIC y tenemos en cuenta que la mayoría de los niños accede por
primera vez a las TIC a edades cada vez más tempranas, desde sus casas y normalmente
desde los propios terminales de sus padres: tablet y/o smartphone. Tal y como tratamos
en el capítulo sobre la conectividad móvil, los padres/madres tienen la responsabilidad y
la oportunidad de dar una formación precisa, de primera mano y en un ambiente
distendido y familiar, e incluso lúdico, a sus hijos. El correcto uso de las TIC puede
aprenderse en un entorno de ocio, en el que además partimos de la enorme atracción que
los más pequeños sienten por todos estos terminales de última generación.
58
colegios e institutos de toda España con unos medios limitados. En otros sitios se ha
dejado la formación escolar sobre uso seguro y responsable de Internet en manos de
policías locales, policías nacionales y guardias civiles que dan formaciones distintas,
acuden de uniforme e incluyen en la misma charla información sobre Internet, sobre
drogas o sobre pandillas. Todas estas labores son encomiables, y gracias a ellas miles de
menores y padres/madres están recibiendo formación, pero debemos plantearnos si esta
es la forma de afrontar el tema a nivel social. ¿No debería estar perfectamente integrada
en el currículo escolar la formación sobre el uso de las TIC?
Experiencias dañinas: Para algunos menores, su experiencia con las TIC ha
pasado por la experimentación de situaciones como el acoso escolar online o
ciberbullying, el acoso sexual o cibergrooming, las usurpaciones de identidad en las
redes sociales o el desarrollo de los llamados desórdenes de adicción a Internet y otras
nuevas tecnologías. Es necesaria no solo la implementación de campañas o acciones
preventivas al respecto, sino también la difusión de las pocas líneas de ayuda y atención
personalizada que existen, de las que hablaremos más adelante.
Acceso a contenidos inapropiados: La mayoría de los niños y adolescentes que
acceden a Internet lo hacen a través de dispositivos móviles o fijos que no están filtrados
por sistemas de control parental. Esto supone que pueden acceder en cualquier momento
a contenidos muy dañinos para su desarrollo: desde contenidos pornográficos a
contenidos de violencia real en fotografía y vídeos, pasando por las comunidades
proanorexia o probulimia que pretenden la difusión de los trastornos de la conducta
alimentaria como «estilos de vida», etc.
Es decir, que, y por concluir esta enumeración, la correcta implementación de las
TIC y las TAC en el entorno educativo requiere previamente afrontar de forma correcta
toda una serie de premisas que implican desde la logística hasta la formación de los
profesores y los alumnos. En muchos casos será necesaria, incluso, la creación de nuevas
normas que regulen desde la seguridad de los servidores que almacenan los datos
personales y familiares de los alumnos, el tratamiento de las imágenes obtenidas dentro
del centro escolar, las responsabilidades de unos y otros, hasta si los profesores o el
personal administrativo pueden conectar sus dispositivos personales a la wifi del centro y
con qué medidas de seguridad.
Todas estas cuestiones son soslayables, y no son pocos los centros que ya dan
respuesta a todas las cuestiones de logística enumeradas y disponen también de su propio
reglamento adecuado a la nueva realidad. Pero, una vez establecida la base sobre la que
poder trabajar, es necesario repensar la educación. Es fundamental, insisto, hacer cosas
distintas si queremos obtener resultados distintos.
Hasta ahora las TIC se están utilizando en la mayor parte de los casos para reforzar
sistemas y formas ya establecidas, sin innovar, crear, modificar o transformar la
59
educación. En muchas clases lo que se hace es adaptar los contenidos y la forma de
presentarlos a las TIC, lo cual también es un error. La que marque la pauta no puede ser
la tecnología, sino la pedagogía.
El objetivo de este libro no es profundizar en cómo deberían ser la educación, el
sistema educativo o el currículo escolar. Ese será el tema de otro libro. Pero es necesario
que padres y madres tengan claro que estamos ante una oportunidad única de
adecuar la educación a las nuevas necesidades del siglo XXI, con niños del siglo XXI y
tecnologías del siglo XXI. Y cuando lo hagamos, las TIC tendrán que estar presentes
como herramientas básicas de trabajo, pero no a cualquier precio y de cualquier manera.
Algunas cosas deberán cambiar, otras deberán mantenerse y otras muchas habrán de
convivir. Dos conclusiones, por tanto, para este capítulo:
1) La educación o será con las TIC o no será. Su utilización es básica y deben
estar presentes no solo como herramientas, sino como materia incluida en el
currículo escolar.
2) Las TIC no son útiles si solo se utilizan para seguir haciendo lo mismo. Y si
no se parte de unos mínimos de formación y logística previos, las TIC pueden
añadir más problemas que soluciones.
60
11.
Las redes sociales
y la identidad de los menores
Las redes sociales en Internet están desempeñando un papel mucho más importante de
lo que normalmente se piensa en el desarrollo de la identidad de los propios menores. Y
no solo en el desarrollo de su identidad grupal, sino especialmente en el desarrollo de la
identidad personal, aquella que los diferencia del resto y les permite mostrarse como
seres únicos e irrepetibles.
Las redes sociales no son únicamente espacios en los que relacionarse, conocer
gente y subir fotos. Están desempeñando un papel tan significativo como el de la propia
escuela en cuanto al desarrollo de la identidad del menor. Esta se desarrolla y define con
relación a los demás. La comparación constante y el establecimiento de semejanzas y
diferencias con los otros desempeñan un papel fundamental. Un adolescente ni tan
siquiera sabría si es alto o bajo si no pudiera compararse con sus semejantes. No puede
llegar a considerarse gracioso o serio si no existe esa relación. Y, por supuesto: su nivel
de aceptación, integración y éxito en las relaciones personales se determina dentro del
grupo.
Hasta ahora, comenzado ya el siglo XXI, el menor definía su identidad
fundamentalmente en el entorno escolar. Es el lugar en el que los adolescentes se
relacionan con sus iguales, y donde interiorizan si son exitosos en tales relaciones o no.
Es donde un menor descubre que es tímido. O donde descubre que es un líder, o que
resulta muy divertido, o que es un «pringao»... Esto ha hecho que las etiquetas y
clasificaciones en la escuela hayan tenido un efecto demoledor entre no pocos niños y
adolescentes. Algunos han tardado años en descubrir que no eran como pensaban, o
como les habían hecho sentir sus compañeros del colegio. Porque, cuando te dicen
cientos de veces que eres de una forma determinada, puedes llegar a creértelo. Algunos,
cuando han alcanzado la universidad, han descubierto que muchas de sus buenas
características habían sido ahogadas o tapadas por otros, o simplemente no habían sido
61
reconocidas. Cuando desde edad temprana una niña o un niño es clasificado y etiquetado
de una manera determinada, puede tardar toda una vida en superarlo. Un cambio de
colegio, el paso al instituto o la entrada en la universidad pueden suponer un auténtico
cambio de vida para un adolescente.
En la Línea de Ayuda sobre Acoso Escolar (www.acosoescolar.info), recibimos casi
todos los días correos de niños y adolescentes que viven un infierno en sus centros
educativos, muchas veces sin el conocimiento de sus padres y/o profesores. Leyendo sus
correos descubrimos el papel tan dramático que la opinión de los otros puede llegar a
desempeñar en la vida de un menor. Hace poco recibimos el caso de una niña machacada
por dos compañeras que se reían y burlaban de ella a diario. La razón: llevaba el mismo
chándal que el año anterior, y le quedaba corto de piernas y mangas. Estas niñas habían
conseguido implicar a otras niñas y niños, que habían añadido a su vez calificativos
como «payasa», «ridícula» y otras lindezas. Con el paso de las semanas, otras
compañeras que antes jugaban con ella dejaron de hacerlo para no ser señaladas como
amigas de «la cutre». Como consecuencia, y durante todo el curso pasado, no fue
invitada a un solo cumpleaños. Hace meses que sale con un libro a los recreos porque
nadie quiere jugar con ella, y si alguien quiere, no se atreve, por miedo a la reacción de
los demás. Lleva así un año y medio, hasta que su madre ha descubierto ya un auténtico
cuadro depresivo en la niña. Y todo comenzó por un chándal demasiado corto, que la
madre no pudo cambiar porque su falta de recursos económicos no le permitió hacerlo.
Una niña respetuosa, humilde y con buenas calificaciones ha pasado de ir contenta al
colegio a desarrollar una verdadera fobia en un año y medio. Esta evaluación ha
suspendido varias asignaturas para ver si así la dejan tranquila…
Entre los 1.400 casos que hemos tratado en los últimos cuatro años, hay muchos
bastante más duros, y algunos que no se pueden ni enunciar. Desde la rotura del material
escolar del niño hasta las agresiones físicas, pasando por el chantaje o las amenazas a
hermanos pequeños… El caso es que, tras analizar tantas situaciones, llegamos siempre a
una conclusión muy clara: que el colegio sea el único sitio en el que un menor se
relaciona, el único sitio en el que puede desarrollar su identidad y saber quién o cómo es
respecto al grupo, no es conveniente. El menor debiera tener más de un círculo, más de
un entorno, más situaciones en las que pudiera mostrarse como es sin ser clasificado o
etiquetado por cualquier cosa. Por supuesto, creo que la mayoría de los menores
terminan su etapa escolar llenos de buenos recuerdos y habiendo desarrollado muchas de
sus potencialidades. Con buenos amigos y amigas, y con un número asumible de malas
experiencias, de las que también se aprende. Pero para otros niños y adolescentes, más
de los que pensamos, la etapa escolar supone un auténtico martirio. No voy a entrar en
este libro a analizar y valorar el sistema educativo actual, el tipo de aprendizaje al que da
lugar, el tipo de relaciones que genera, etc. No es el momento ni el lugar. Pero sí quiero
62
insistir en que es muy necesario que los niños se relacionen en otros entornos, además
del escolar.
Y he aquí que llega Internet. No es la solución a todos los males y problemas de la
sociedad, de la educación o de las relaciones humanas (y quien así lo crea descubrirá su
error en poco tiempo). Pero sí está contribuyendo de manera importante al desarrollo de
la identidad de los menores, y en no pocos casos de forma determinante. Cuando trabajas
con grupos de adolescentes escuchas cosas como «En el tablón de mi perfil puedo
escribir sobre lo que de verdad pienso y lo que de verdad siento…», «hablamos de cosas
de las que no puedes hablar en el cole porque se reirían de ti…», «hay cosas que nunca
diría cara a cara que me atrevo a decir en Internet..», «escribo en mi blog porque quiero
que los demás sepan realmente cómo soy…», «cuando alguien le da a un “me gusta” por
algo que he escrito me siento increíblemente bien…», y cientos de frases más que
apuntan todas en la misma dirección.
En Internet los adolescentes se muestran como son, encuentran un lugar donde
hablar de lo que piensan y sienten, muestran rasgos de su personalidad que permanecen
ocultos a los demás fuera de la Red, y sobre todo experimentan con distintas
posibilidades, ensayan y prueban. Esto, sumado a las horas diarias que le dedican a
Internet, supone al final una influencia importante sobre la forma en que construyen su
identidad (por supuesto, más adelante hablaremos también de los riesgos que esto
conlleva).
63
¿Se muestran como son… o se muestran como les gustaría ser?
No es tan sencillo: en muchas ocasiones no se muestran como son o como les gustaría
ser, sino que buscan, experimentan y prueban incluso de forma inconsciente. Hacen o
dicen algo de una forma y, si no funciona o no se produce la reacción que esperan,
modifican esa forma. Aprenden. Así aprendemos todos en tantísimas ocasiones a lo largo
de la vida: prueba, error y nueva prueba. La verdad es que están equivocados quienes
piensan que cada ser humano es de una manera y punto. Cualquier libro que usted
encuentre publicado en estos últimos años, sea de autoayuda, de psicología o de
neurociencias aplicadas, le dirá lo mismo: cambiamos física y psicológicamente de
forma constante a lo largo de nuestra vida. No hay en su hígado actual una sola de
las células que tenía al nacer, del mismo modo que usted ni piensa ni siente como
cuando tenía trece años, o veinticinco, o treinta y cinco… Y ¡ay de aquel que no cambie!
Ay de aquel que siga actuando, pensando o valorando las cosas como cuando tenía trece
años…
Para contestar a las preguntas que enunciaba, no me queda más remedio que hacerlo
con otra pregunta: ¿¿¿Y qué más da??? Si algunos se muestran como no son aún, sino
como les gustaría ser, eso es estupendo. Para llegar a ser algo, lo mejor es quererlo,
desearlo y pretenderlo antes. No solamente los psicólogos, sino incluso los entrenadores
de los deportistas de elite dedican tiempo y esfuerzo a «visualizar» con sus deportistas lo
que quieren conseguir, antes incluso de intentarlo. Has de creer las cosas que aún no son
para que puedan llegar a ser. Si no crees que puedas llegar a saltar más alto,
sencillamente no lo conseguirás. Si quieres ser médico pero no crees que puedas aprobar
Medicina, nunca serás médico. Y aun así, no siempre lo lograrás (la tolerancia a la
frustración también se entrena y se desarrolla con la práctica).
Es más; a aquellos que se preguntan «¿No estarán los adolescentes
inventándose su propia personalidad? ¿No estarán creándose en Internet una
imagen en función de lo que les gusta a los demás?…» yo les contestaría de nuevo
con otra pregunta: ¿¿Acaso no ha sido así siempre??... ¿Realmente eso es nuevo…
o negativo? Veamos ejemplos cotidianos: ¿cómo reacciona un niño cuando tras hacer
una monería ve que sus padres se ríen? ¡La termina repitiendo una y otra vez! Antes
habrá hecho otras cosas sin gracia, pero si descubre que una les gusta la repetirá hasta la
extenuación. Si usted cuenta un chiste en una reunión y los presentes apenas esbozan una
sonrisa por educación… ¿volverá a contar usted ese chiste en otra reunión con otros
amigos? Seguramente, no.
Para tratar este tema en profundidad, es necesario que nos libremos primero de
algunos prejuicios. En ocasiones tendemos a criticar situaciones que se producen en
64
Internet que funcionan exactamente de la misma manera fuera de la Red. Tendemos a
pensar que los adolescentes, por ejemplo, se inventan su identidad en Internet. Y no es
que se la inventen; es que la van creando. Y lo hacen exactamente igual que antes de que
existiera Internet. Aprovechan unas cualidades y otras no, experimentan, prueban y van
buscando cómo encontrarse a gusto consigo mismos, al mismo tiempo que se integran en
el grupo de iguales. Cambian, evolucionan, maduran… Ese es el proceso normal, dentro
y fuera de la Red. Recuerdo a una persona a quien le escuché decir que las redes sociales
en Internet solo servían para cotillear, para ver cosas de los demás, exhibirse y hablar
sobre unos y otros. Pues bien, acabo de releer un estudio de la Universidad de Oxford en
el que se señala que en nuestra vida cotidiana (aunque no utilicemos Internet) «pasamos
el 65% de nuestro tiempo hablando sobre las cosas de los demás, y preferentemente
sobre sus problemas o desgracias» (!). Es decir, la tendencia al cotilleo, a la observación
de los demás, a la valoración y crítica sobre lo que hacen o lo que no hacen, no es, en
todo caso, algo exclusivo de las redes sociales en Internet… Es muy anterior. Es algo
inherente al ser humano, y se reproducirá allí donde haya seres humanos relacionándose.
Fuera de Internet y dentro de Internet. Pero, al margen de esto, debe quedar claro que
observar a los demás y mostrarse en busca de aceptación o validación no es cuestión de
«cotilleo» entre los adolescentes. Es ni más ni menos que una parte necesaria y muy
importante del proceso de desarrollo de su identidad individual y también grupal.
Las redes sociales están desempeñando un papel muy importante en el desarrollo de
la identidad de muchos menores. Y no solo las redes sociales clásicas como Facebook, o
Tuenti en España, sino también las nuevas redes que se están creando a partir de la
utilización de los sistemas de mensajería instantánea: WhatsApp, Line, Telegram,
SnapChat, Kik, FaceTime, WeChat y otras. La expansión y aceptación de estas últimas
entre los adolescentes está extendiéndose a la misma velocidad que estos comienzan a
abandonar las redes sociales clásicas, como veremos más adelante.
Los más jóvenes las utilizan para desarrollar características propias, para probar y
experimentar, para validarse ante el grupo, adquirir confianza, desarrollar vínculos,
interiorizar normas no escritas… y también para ver y observar a los demás, aprender y
contrastar, ¡etcétera!
Voy a resumir en seis los principales motivos que llevan a los adolescentes a
dedicar una buena parte de su tiempo a las relaciones que establecen o mantienen en las
redes sociales online. Se trata de lo que podríamos denominar sus «objetivos
identitarios». Hay que señalar que muchas veces no son conscientes de sus propias
motivaciones, y precisamente por esa razón es un ejercicio muy bonito e instructivo
hablar y profundizar con ellos sobre esta cuestión, tanto en las familias como en el aula.
El simple hecho de pararse a pensarlo les hace descubrir muchas de sus motivaciones y
verdaderos intereses. Es decir: reflexionar con ellos sobre esta cuestión.
65
1. Clarificar, aceptar y explicar lo que sienten y piensan
Esta es una de las principales razones por las que los adolescentes participan en las redes
sociales online. Cuando alguien habla sobre sí mismo o sobre lo que piensa, tiene que
analizarse y reflexionar… Hay muchas personas que dedican una buena parte de su
tiempo a reflexionar sobre los demás, analizar e incluso juzgar lo que otros hacen, pero
muy pocos dedican tiempo a realizar esa misma reflexión sobre sí mismos. Y es una
verdadera lástima, porque ayuda mucho a entender las propias motivaciones que nos
llevan a cada uno de nosotros a actuar de una forma determinada, de las que con
frecuencia no somos conscientes.
Este proceso desempeña un papel mucho más importante de lo que pensamos.
Cuando un adolescente escribe algo que le ha sucedido, y especialmente si es algo que le
ha impactado, que le ha hecho daño o que le molesta, realiza un triple proceso mental. Es
algo parecido a lo que hacen muchas personas que quedan con un amigo, o con su pareja
o un familiar, para «desahogarse». Son frecuentes expresiones como «Perdona que te
haya echado esta charla, pero es que necesitaba desahogarme…» o «Gracias por
escucharme… Necesitaba contarlo». Y, ciertamente, en muchas ocasiones no nos
importa demasiado que la otra persona nos dé su opinión o no, sino simplemente que nos
escuche. Esa es también una de las muchas funciones que puede cumplir un buen
psicólogo. Son muchas las personas que valoran lo que es hablar con alguien que «sabe
escuchar», independientemente del feedback que luego obtengan de dicha persona.
Pues bien; como decía, cuando un adolescente narra algo que le ha sucedido, realiza
un triple proceso mental:
a) Organiza la información. Así es, nuestros pensamientos y recuerdos sobre
algo que nos ha sucedido no suelen estar perfectamente estructurados y
organizados. Nuestro cerebro mezclará la experiencia con otras experiencias
similares que hayamos podido tener (en busca de una norma o una conclusión
general). Inventará detalles o los cambiará de sitio, ilustrará y seguramente
magnificará. O puede mezclar nuestra experiencia con la experiencia que
hayamos escuchado de otros. Sin embargo, cuando narramos algo que hemos
vivido, cuando tenemos que traducirlo a palabras y comunicarlo a otras
personas que no lo han presenciado, organizamos esa información.
Verbalizarla es muy importante, porque ayuda a «limpiar la información». Es
decir, en ese proceso quitamos muchos adornos, medias verdades e
impresiones que sabemos que no son objetivas. Si no hacemos esto, nuestro
cerebro no dejará de «darle vueltas» a lo sucedido. Lo irá modificando,
magnificando e ilustrando hasta desvirtuarlo. Contarlo es, pues, muy
importante; nos permite organizar la información y limpiarla.
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b) Sitúa la información en su contexto temporal. Es decir, la convierte en
pasado. Cuando mantenemos vivo en nuestro cerebro algo que ya ha
sucedido, cuando no dejamos de darle vueltas o cuando lo convertimos en un
pensamiento recurrente, lo mantenemos vigente: presente. Nuestro cerebro no
interpreta que deba asumirlo como algo que forma parte del pasado, no recibe
la orden de convertirlo en un recuerdo (por explicarlo de una forma gráfica).
Lo mantiene vivo ¡y puede irse haciendo cada vez más grande! Sin embargo,
cuando verbalizamos lo que «sucedió», o lo que «me dijo», cuando se lo
contamos a alguien, estamos convirtiendo los hechos en pasado. Al utilizar
los tiempos verbales pretéritos para contarlo, nuestro cerebro interpreta con
claridad en qué contexto temporal debe almacenar esa información. Ya no es
necesario que esté todo el tiempo presente y activa, sino que pasa a
considerarse realmente un recuerdo. Este paso, del «presente» al «recuerdo»,
es muy importante para nuestra salud mental. Si lo manejamos correctamente,
el paso del tiempo juega a nuestro favor.
c) Asimila la información. Asimilar e interiorizar información es un proceso.
Cuando ordenamos la información y la asumimos después como pasado
convirtiéndola en recuerdo, asimilamos finalmente lo sucedido. Asimilar
implica comprender lo que se ha aprendido e incorporarlo a nuestros
conocimientos y vivencias útiles. Eso no quiere decir que dichos recuerdos no
puedan dolernos o hacernos daño, pero se moverán en otra esfera. La
asimilación es el final de todo el proceso, y es también fundamental para
nuestra salud mental.
Los perfiles de los adolescentes en las redes sociales online, o los blogs que crean,
desempeñan un papel fundamental a la hora de clarificar, explicar y aceptar lo que
sienten y piensan. Sus perfiles funcionan como auténticos diarios. Y la verdadera
razón por la que muchos niños, adolescentes y también adultos han escrito diarios a lo
largo de los tiempos es precisamente la que enunciamos aquí: escribir lo que les
sucede, lo que piensan o sienten, para poder organizarlo, situarlo y llegar a
asumirlo. En definitiva: comprenderlo e incorporarlo a nuestro conocimiento. Esto nos
permitirá sacar nuestras propias conclusiones, anticiparnos a otras situaciones similares
que pueden llegar, impedir que una mala experiencia se repita o, por el contrario,
aprender a identificar nuevas experiencias satisfactorias.
No es una exageración decir que los perfiles en las redes sociales o los blogs de
muchos adolescentes, al igual que los diarios personales, pueden tener un efecto casi
terapéutico. En resumen: contar en su red social sus vivencias implica un verdadero
ejercicio de introspección que les ayuda a descubrir las motivaciones que subyacen a su
conducta y configurar la propia identidad.
67
2. Recibir validación social. Autoestima
Muchas de las cosas que escriben los más jóvenes en sus perfiles o muros de las redes
sociales, y muchas de las fotos que cuelgan, tienen como objetivo provocar una
respuesta en aquellas personas con las que se relacionan. En función del tipo de
comentarios que reciban, actuarán de una forma u otra: ante los comentarios positivos,
reforzarán su forma de proceder y pautas de conducta; y, por el contrario, las
modificarán si observan una respuesta poco halagüeña. Los comentarios de los demás les
marcarán normalmente el camino. Difícilmente repetirán algo que haya sido criticado, y
con toda seguridad profundizarán en aquello que sea bien acogido. No obstante, en
muchas ocasiones ni tan siquiera esperarán un comentario. La rapidez y la inmediatez
del mundo digital les llevará a conformarse con un «Me gusta». De esta forma, al recibir
un «Me gusta» obtendrán su buscada validación social. Del mismo modo, el silencio o la
falta de suficientes «Me gusta» serán interpretados como una clara manifestación de
rechazo o poca aceptación de lo colgado y expuesto. Muchos apenas contemplan la
posibilidad de que sus amigos o amigas no hayan visto la foto, o sus comentarios hayan
pasado simplemente inadvertidos, y viven esos silencios, en ocasiones, de forma
traumática.
Pero ¿tanto peso puede tener un «Me gusta»? ¿Puede tener tanta fuerza como un
comentario positivo o negativo? Pues lo cierto es que esto no depende del «Me gusta» en
sí, sino de cómo lo procese el menor de edad, de la importancia que le otorgue y del
significado que le confiera realmente. Pero si yo tuviera que dar una respuesta genérica,
diría sin duda que tiene la máxima fuerza y repercusión, tanto como un comentario
específico.
He podido comprobar que incluso hay menores que pueden dejar de hablar durante
días a una amiga o amigo que no ha otorgado un «Me gusta» a una fotografía
determinada, porque esto puede ser interpretado como un gesto de rechazo o de
«boicot».
Recientes estudios, como el realizado por la Freie Universität de Berlín, se han
centrado en observar la reacción que se produce a nivel cerebral cuando recibimos un
«Me gusta» a algo que hemos publicado en una red social. Tal y como se recoge en
Frontiers in Human Neuroscience, cada vez que esto se produce se activa el
núcleo accumbens, una importante estructura localizada en el centro del
cerebro y relacionada con el proceso de recompensas. Esta zona es la misma que
se activa al recibir alimentos, dinero o propuestas sexuales.
Para muchos adolescentes, colgar un nuevo comentario o una nueva foto es casi
como apostar a par o impar en la ruleta. Si sale bien, si la foto o el comentario gustan, la
recompensa será intensa, clara y además rápida. Puede ser inmediata. Pero siempre
existe el riesgo de que no guste, en cuyo caso la consecuencia también puede ser
68
dolorosa. Otra de las conclusiones a las que ha llegado la investigación alemana es que
cuanto más usa una persona las redes sociales, más impacto le causan los «Me gusta» de
los demás. Es decir, se produce un proceso de retroalimentación.
En definitiva: los «Me gusta» que reciben los adolescentes activan
realmente la región del cerebro que procesa los sentimientos de recompensa
más intensos. Se trata de una forma muy directa y muy rápida de recibir validación
social. Y no olvidemos que la integración en el grupo y la validación de las propias
conductas o ideas repercuten directamente en la autoestima del menor.
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Internet permite también una forma de relación más reflexiva. Como señalo en el
capítulo 15, Facebook ha estudiado lo que borramos y no llegamos a publicar. Así,
sabemos que el 71% de los usuarios de la red social censura o corrige los mensajes que
va a enviar antes de enviarlos, o corrige lo que va a comentar sobre una foto determinada
antes de hacerlo. Tal y como afirman los propios menores, «mucha gente se piensa más
las cosas en Internet». Y entre los más jóvenes, la autocensura sobre los comentarios que
realizan sobre las fotos es aún más frecuente que entre los adultos.
Pero todo esto no es algo que suceda únicamente en Internet, o que sea
especialmente propiciado por esta tecnología, sino que es una de las principales
diferencias entre la expresión oral y la expresión escrita. Todas las formas de
expresión escrita requieren de una mayor reflexión, la propician y la facilitan.
De lo que decimos oralmente podemos arrepentirnos con más frecuencia… La expresión
escrita –los artículos de los periódicos, los libros, las redacciones de clase, los blogs, los
perfiles en las redes sociales, etc.– requiere y permite ejercer un mayor control sobre uno
mismo, sobre lo que pensamos y sobre lo que decimos.
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semana, en vacaciones, durante el día, durante la noche… ¿Soledad?
Recuerdo bien mi adolescencia, y cuando terminábamos las clases perdíamos el
contacto con nuestros amigos y compañeros hasta el día siguiente. A la mayoría no los
veíamos tampoco durante el fin de semana, y cuando llegaban las vacaciones de verano,
Semana Santa o Navidad, literalmente desaparecíamos los unos para los otros. Recuerdo
que en verano recibía alguna carta, y enviaba alguna otra, y los christmas en Navidad,
pero poco más. No había forma de ponerse en contacto los unos con los otros. El
teléfono era un problema, ya que en la mayoría de las casas solo nos dejaban llamar para
preguntar los deberes, si no habíamos podido ir a clase. Llamar costaba más dinero que
hoy en día, y los padres/madres consideraban que el teléfono era «para cosas
importantes» o «para urgencias», así que nada de llamar para charlar. Los padres de un
amigo mío incluso habían colocado un pequeño candado en el teléfono para que él y sus
hermanas no aprovechasen para llamar los momentos en los que no estaban los padres en
casa… Por otro lado, el teléfono estaba unido a la pared por un cable, y poco podías
separarte del mismo. Si además estaba situado en el salón, ¡tener un poco de intimidad
era algo casi imposible! Lo recuerdo muy bien.
Esta generación de niños y adolescentes es mucho más social y está en contacto
constante con sus iguales. Cuando a uno le sucede algo, se le ocurre una idea original (o
una chorrada) o está en un sitio chulo, al momento lo saben todos los demás. Cada
usuario de WhatsApp envía una media de cuarenta y dos mensajes diarios, recibe otros
setenta y cinco mensajes y adjunta fotos a diario. Creo que la mayoría de los adultos
sabemos también perfectamente de lo que estamos hablando. Y, al margen de
WhatsApp, están los correos electrónicos, los mensajes en las redes sociales, etc.
Las tecnologías de la información y la comunicación tienen sus aspectos negativos,
pero, desde luego, no son las responsables de la soledad o la depresión en la que puedan
vivir algunas personas. Si algo están haciendo, sin lugar a dudas, es reforzar vínculos ya
existentes y generar vínculos nuevos.
Tal vez quienes piensan que Internet aísla a los jóvenes deberían observar lo que
está sucediendo con personas de todas las edades y en todos los países. En ciudades
como París o Hamburgo, más del 50% de los hogares están formados por una sola
persona. En Estocolmo ese porcentaje supera ya el 61%. Esta es una tendencia mundial.
En Alemania, Francia, el Reino Unido o Japón, cerca del 40% de las viviendas están
ocupadas por una sola persona. En Estados Unidos nada menos que 31 millones de
personas viven solas. En España, en 1991 la cifra era de apenas medio millón, pero en la
actualidad ya son más de tres millones y medio (y eso a pesar de la crisis). Y ¿realmente
podemos culpar a Internet de esta situación?
Según el sociólogo de la Universidad de Nueva York Eric Klinenberg, autor del
libro Going Solo: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living
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Alone, esta es una tendencia que se inicia en los años 50, hasta llegar a la situación
actual. Es más, si no hay más personas viviendo solas es porque no se lo pueden permitir
económicamente. Según los estudios realizados por Klinenberg, el hecho de vivir solo es
más frecuente cuanto mayor es el nivel económico de un país y también cuanto mayor es
el nivel de independencia de la mujer. En lugares donde hay riqueza pero no libertad
para las mujeres, el porcentaje de hogares habitados por una única persona es mucho
menor. Y, tal y como señalan estos estudios, así como muchas de las personas que
deciden vivir solas, «es importante hacer una distinción entre vivir solo, estar solo y
sentirse solo». En efecto, vivir solo no quiere decir vivir aislado. Y en muchos casos son
precisamente las tecnologías de la información y la comunicación las que actúan como
un verdadero pegamento, que mantiene a la gente en constante y permanente contacto.
No creo que nadie sostenga que las relaciones o la comunicación a través de
Internet puedan o deban sustituir a la comunicación y el trato personal cara a cara. Pero
tampoco se puede sostener que las TIC formen parte de una especie de complot
maquiavélico urdido para impedir el trato persona a persona y sustituir finalmente al ser
humano por algún tipo de organismo cibernético asocial…
Hay que reconocer que las nuevas tecnologías permiten mantener vivos muchos
vínculos que finalmente se traducen en encuentros cara a cara. Cuando hablas con
alguien por WhatsApp con frecuencia, es mucho más probable que termines quedando
para tomar un café. De otra forma, nuestro contacto se vería reducido a las personas con
las que tratamos a diario, o a la familia, y se iría perdiendo la relación con el amplio
abanico de personas que normalmente conocemos por muchas y muy diversas razones.
Las TIC no parecen fomentar el individualismo, sino que más bien actúan como una
especie de oxitocina social. Es más, los estudios realizados con esta hormona dicen
mucho sobre las reacciones que se producen a nivel biológico cuando las personas se
relacionan también a través de Internet, como veremos en el capítulo siguiente.
No obstante, y como enunciamos al principio, no podemos abordar el papel que
desempeña Internet en el desarrollo de la identidad de los menores sin presentar las dos
caras de la moneda. Por supuesto, como casi todo en esta vida, una herramienta mal
utilizada puede convertirse en un verdadero problema. Así pues, y como posibles
impactos negativos, debemos señalar tres cuestiones de especial relevancia:
1.a Las consecuencias de sincerarse en Internet y comprobar que la respuesta no
es la esperada son especialmente dolorosas. Como indicaba anteriormente, los
más jóvenes tienden a sincerarse en sus perfiles de las redes sociales y en sus
blogs. Cuando un adolescente se encuentra en la intimidad de su habitación y
con ganas de «contarle al mundo» lo que siente o lo que piensa, se arriesga a
mostrar sus puntos débiles, sus debilidades, o simplemente cuestiones íntimas
que, como ellos afirman, no se pueden tratar en el patio del colegio. Sus
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comentarios, sus poemas, sus fotografías posando con su mejor perfil, van a
ser valorados y juzgados por sus amigos/as o conocidos/as. ¿Y qué sucede
cuando esa foto en la que creías haber salido más guapa o guapo que nunca
recibe un par de comentarios jocosos o incluso hirientes en lugar de un «Me
gusta»? ¿Qué sucede cuando, después de meditar una opinión, la publicas y
alguien te la rebate en dos líneas y con claridad? O cuando cuelgas la foto de
una niña desaparecida y les envías mensajes a todos tus amigos, para ver cómo
finalmente alguien pone en tu muro algo así: «No seas pringao, eso que has
colgado es spam, ¿has probado a llamar al número de teléfono que aparece en
el cartel? Es mejor informarse primero, ¿no crees?»… Las posibilidades de
hacer el ridículo, meter la pata o equivocarse son tantas como las de acertar.
Antes comentaba que en muchas ocasiones es casi como un juego de ruleta
rusa. Puedes acertar y conseguir los preciados «Me gusta» o puedes obtener
una reacción poco positiva de tus amistades o conocidos. Es más, para muchos
adolescentes la ausencia de respuesta ya es interpretada y valorada como «falta
de éxito». Si esperaban una respuesta y no la obtienen, pueden interpretar su
propio post, artículo o fotografía como un fracaso. Las redes sociales pueden
realmente multiplicar el número de valoraciones positivas que recibe un
menor, y para algunos puede ser el único entorno en el que las reciban, pero
del mismo modo pueden dar lugar a que se manifiesten valoraciones negativas
que de otro modo podrían no haberse producido.
2.a El menor se expone también a otras situaciones concretas derivadas del mal
uso de las redes sociales. Al crearse un perfil en una red social, el menor se
convierte hasta cierto punto en accesible. En función de cómo haya
configurado su privacidad, la información y fotos que suba a la red podrán no
ser vistas por desconocidos, pero probablemente podrá recibir mensajes. Y
también podrá recibir peticiones de amistad de otras personas que podrá
aceptar o no. Del mismo modo, es probable que sea etiquetado en las
fotografías en las que aparezca y que otras personas hayan colgado dentro de
la misma red social. O podrá ver cómo alguien crea un grupo sobre su persona,
por ejemplo. Pero, al margen de lo que puedan hacer otros usuarios que no
formen parte del círculo del propio adolescente, el problema puede surgir
dentro del mismo círculo. Cualquiera de los 80, 100, 200 o 300 «amigos» que
tenga el adolescente en Facebook o en Tuenti estará accediendo a sus textos y
fotografías. Cualquiera de ellos/as podrá difundir el contenido de su muro, o
copiar y distribuir alguna de las fotografías que haya subido. En todas las
sesiones de formación que hacemos en los centros escolares planteamos
siempre a los alumnos/as preguntas como las siguientes: «Tu actual mejor
amigo/a ¿es el mismo que tenías el año pasado? ¿Y hace dos años?», «¿tu
novia o novio es el mismo?», «¿hay alguien con quien te llevaras muy bien el
73
año pasado y ahora estéis enfrentados?»… El objetivo no es obtener sus
respuestas, evidentemente, sino provocar en ellos una reflexión. No se trata de
generar desconfianza en sus amistades, sino simplemente de conseguir que
asuman que todo aquello que cuelguen en su red social no debe ser realmente
privado, ni demasiado íntimo. Deben ser conscientes de que las personas que
acceden a todo ello son sus amistades en la actualidad, pero eso no quiere decir
en absoluto que sigan siéndolo el año que viene. Así es. De hecho, un
porcentaje importante de los casos de acoso escolar sobre los que hemos
trabajado en los últimos años en las líneas de ayuda de Protégeles son
precisamente casos protagonizados por las ex mejores amigas o ex mejores
amigos de los acosados. Con frecuencia las peores situaciones se producen
cuando «se enfadan» o se enfrentan con compañeros con los que mantenían
una relación de mucha confianza. Personas que saben mucho de ellos, que
conocen secretos, que tienen fotos que nadie más tiene, etc. En definitiva,
cuando entras en una red social te expones a lo bueno y a lo malo, puedes ser
reforzado en tu autoestima o puedes ser acosado, puedes tener éxito o puedes
fracasar. Y también puedes vivir un sinfín de situaciones intermedias.
3.ª Adicción y sustitución de las relaciones sociales offline por ciberrelaciones.
Este es el riesgo sobre el que más alertan muchos estudiosos del tema, pero
hemos de decir que es el menos frecuente. Y, normalmente, oculta otra serie de
problemas previos en el adolescente. En efecto, existe la posibilidad de que un
menor de edad se centre demasiado en todo el abanico de posibilidades que
ofrece Internet: redes sociales, videojuegos en línea, búsqueda de todo tipo de
contenidos, etc. Y es posible que algunos terminen sustituyendo sus
actividades cotidianas por actividades online. Cuando el menor llega a esta
situación, cuando el uso de las TIC interfiere en su vida y adquiere todo el
protagonismo, es cuando podemos hablar de un problema serio: lo que
denominamos desorden de adicción a Internet, uso abusivo de Internet, u otras
denominaciones que suelen indicar distintos grados de desarrollo del
problema. No obstante, y como veremos en el capítulo dedicado a dicho
desorden de adicción, esta circunstancia puede estar relacionada con otros
problemas previos, como la adicción al juego, adicción a la pornografía u
otras. Pero, sea como fuere, veremos cómo los últimos estudios realizados en
Europa arrojan para los adolescentes españoles de entre 14 y 18 años
porcentajes que oscilan entre el 1,5% y el 2% de afectados.
Así pues, si bien las redes sociales en Internet desempeñan un papel importante en
el desarrollo de la identidad, la autoestima y las relaciones del menor con sus iguales,
este papel no siempre va a ser positivo. Para la gran mayoría la experiencia será
satisfactoria, para otros no tendrá un papel significativo y para una minoría resultará una
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experiencia negativa e incluso muy negativa. Y todos los aspectos analizados en este
capítulo son aspectos que se pueden y se deben trabajar con ellos. Como veremos en el
capítulo relativo a la conectividad móvil, si un niño se inicia en el manejo de una red
social sencilla junto a sus padres, con su compañía y supervisión, puede aprender todas
las cuestiones básicas relativas a las relaciones online: el tipo de fotografías que no
deben subirse, los comentarios que es mejor no hacer, cómo decir las cosas cuando la
persona que está al otro lado no sabe si estás de broma o no, cómo mantener un buen
nivel de privacidad y seguridad, la responsabilidad que tenemos al publicar fotografías
de otras personas, etc. Un niño previamente formado por sus padres o profesores puede
llegar a la adolescencia con un manejo muy correcto y positivo de las redes sociales. Los
mayores problemas los encontramos cuando acceden por primera vez a una red social
con catorce años, en pleno inicio de la adolescencia, sin ninguna formación previa y más
dispuestos a enfrentarse a sus padres que a escucharlos. La formación sobre el manejo de
las TIC debe realizarse unos años antes de la llegada y desarrollo de la etapa adolescente.
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12.
Niños, adolescentes, Internet
y oxitocina
La oxitocina es una hormona que ayuda a regular el estrés, conocida popularmente por
liberarse de forma masiva durante el parto y posteriormente. Su objetivo es aumentar la
disposición de la madre a cuidar de sus hijos tras el nacimiento y estimular la producción
de leche materna. También puede identificarse junto a la serotonina en los cerebros de
los enamorados.
Se ha observado que su presencia y procesos asociados nos hacen más solidarios y
generosos con los demás, actuando como lo que Paul Zak denomina «pegamento social».
Zak es director del Centro de Estudios Neuroeconómicos de la Universidad de
Claremont (California), biólogo y principal responsable de numerosos estudios que
ponen de manifiesto el papel que desempeña la oxitocina en las relaciones humanas y no
humanas.
Experimentos desarrollados con humanos ponen de manifiesto que las personas a
las que se administra oxitocina en una concentración determinada donan casi un 50%
más de dinero a obras de caridad que las personas a las que no se les administra. Zak y
sus colaboradores han realizado incluso estudios a partir de la extracción de muestras de
sangre a los novios y sus familiares antes y después de una ceremonia de boda. Los
mayores aumentos de oxitocina en sangre se han encontrado en las novias y las madres
de las novias.
Pues bien, las conclusiones obtenidas por los investigadores han puesto de
manifiesto una realidad que a algunos aún sorprenderá: las relaciones que se establecen
en Internet son procesadas por el cerebro de la misma manera que las relaciones fuera de
Internet, y se produce del mismo modo la liberación de oxitocina que desencadena las
emociones que nos hacen sentirnos más cercanos, solidarios y «conectados» con los
demás. Los mensajes que leemos online desencadenan los mismos procesos químicos
que los mensajes que recibimos por cualquier otro medio y canal.
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Paul Zak realizó para el Servicio de Radiodifusión de Corea (KBS) un estudio
obteniendo muestras de sangre de individuos antes de participar en sus redes sociales
online y quince minutos después de estar tecleando frente a su ordenador. Pudo
confirmar que en todos los casos se había producido un aumento de los niveles de
oxitocina en sangre, y que la magnitud de esta correlacionaba con el grado de conexión.
En uno de los casos, en el que un joven estaba dejando un mensaje en el perfil de su
novia en Facebook, se llegó a medir un espectacular aumento del 150% de su nivel de
oxitocina en sangre.
Una vez más llegamos a la misma conclusión: las relaciones en Internet, las
emociones y los sentimientos que se desatan no son «recreaciones digitales» de las
relaciones humanas. Son reales y medibles. Todo se produce en nuestro cerebro y en
nuestro organismo, independientemente de que se desate a partir de una carta en papel o
un mensaje en una red social, o como consecuencia de una conversación telefónica o
presencial. Las relaciones que establecen o mantienen los niños y adolescentes en
Internet se producen en un entorno digital, pero ni ellos ni sus pensamientos, emociones
o sentimientos son digitales. Afirmar lo contrario es dejarse arrastrar por un prejuicio, y
negar lo que día tras día nos demuestra la ciencia.
77
13.
¿Pueden desarrollar
sentimientos en Internet?
Muchos adultos se preguntan si los sentimientos que parecen desarrollar sus hijos
adolescentes relacionándose a través de Internet son reales. Es decir: si los conflictos que
pueden tener son relevantes, si las amistades que desarrollan son sinceras o si pueden sus
hijos enamorarse a través de Internet.
Pero esta pregunta, que así formulada es motivo de debate en distintos entornos,
está mal planteada y dificulta la comprensión de lo que realmente sucede. Es más, si la
formuláramos correctamente, la cuestión se resolvería casi por sí sola.
La pregunta que debiera plantearse es tan sencilla y directa como la siguiente: ¿dos
personas pueden llegar a desarrollar sentimientos la una hacia la otra? Sentimientos de
afecto, amor, rechazo u odio, por ejemplo. Evidentemente, sí. Pues ya tenemos la
respuesta.
Internet, los cables, las ondas, el teclado, no son más que medios implicados en la
transmisión de las palabras o imágenes. Como sucede con las cartas que durante siglos
se han intercambiado familiares, amigos y enamorados de todos los tiempos. ¿Acaso la
celulosa de las cartas es un transmisor de amor? Nadie se ha planteado esto nunca.
Sencillamente, el papel es solo un medio que utilizamos para intercambiar palabras, en el
caso que nos ocupa.
Los sentimientos se producen dentro de las personas. Lo que nosotros
sentimos no existe fuera de nosotros, y no se puede propagar por el aire, las ondas o los
cables. Así mismo, tenemos capacidad para generar sentimientos y emociones en otras
personas, que los desarrollarán también dentro de ellas mismas.
Dando un paso más, hemos de señalar que, para desarrollar sentimientos y
emociones, ni tan siquiera es necesario que las palabras que leemos vayan
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específicamente dirigidas a nosotros. ¿Alguna vez ha leído una novela? Como la
respuesta será sí, las siguientes preguntas son muy evidentes: ¿ha sentido algo en alguna
ocasión leyendo un libro? ¿Puede la lectura de unas páginas hacernos sentir miedo?
¿Terror? ¿Lástima? ¿Odio? ¿Indignación? ¿Angustia? ¿Alegría? El simple hecho de leer
lo que otros han escrito, aunque no nos implique a nosotros, aunque no les conozcamos
de nada, ya puede llegar a hacernos sentir. Y en ocasiones lo hace con una intensidad
que nos sorprende. ¿Nunca ha llorado leyendo un libro?
Pero aún podemos ir más lejos: podemos emocionarnos hasta llorar aun sabiendo
que lo que estamos presenciando no es cierto ni real. Al ver una película o una obra de
teatro, todos somos perfectamente conscientes de que las personas que estamos viendo
son actores y actrices escenificando situaciones. Pero no importa; podemos llegar a
sentir lo que ellos sienten, y podemos sufrir o regocijarnos con ellos aun sabiendo que
están actuando.
Esta maravillosa capacidad, que compartimos con otros animales, alcanza su mayor
desarrollo en el ser humano. Y ahora, a principios del siglo XXI, estamos comenzando a
comprender cómo se desarrolla. La explicación la encontramos en las llamadas
neuronas espejo. Estas neuronas reflejan dentro de nosotros mismos las emociones que
percibimos en los demás, y nos hacen revivirlas. Las neuronas espejo analizan
constantemente las manifestaciones emocionales de aquellos que nos rodean, lo que
dicen y cómo lo dicen… Son ellas las que leen entre líneas e interpretan. Es más, ahora
sabemos que las neuronas espejo son capaces incluso de interpretar las intenciones de los
demás y anticiparse. «Sabía que ibas a decir eso» es una frase que les debemos a las
neuronas espejo.
Una vez aclarado que los adolescentes pueden desarrollar sentimientos de todo tipo,
al margen de los canales de comunicación que utilicen, tal vez deberíamos hilar más fino
y reformular la pregunta inicial:
¿Somos capaces de «crear» sentimientos en nosotros mismos?
Es decir: lo que sentimos en un momento dado ¿puede ser artificial? ¿En ocasiones
sentimos algo porque hemos querido sentirlo? Por supuesto que somos capaces de crear
y desarrollar sentimientos, provocándolo y sin provocarlo, queriendo y sin querer,
buscándolo y sin buscarlo... Lo hacemos constantemente. Lo que resulta casi imposible
es no sentir.
Ahora bien: la consistencia y duración de dichos sentimientos dependerá de
la cantidad y calidad de los factores que se vean involucrados. Los sentimientos
que surgen entre dos personas que se relacionan a través de Internet son tan reales como
los que se establecen por carta, por teléfono o por cualquier otro medio que permita que
dos personas se comuniquen y se conozcan. Pero, finalmente, su consistencia y duración
79
dependerá de cómo incidan después el resto de los factores que exigen una presencia
física.
Lo cierto es que, ante la falta de dicha presencia física, será nuestro cerebro el que
rellene los huecos de información que falten. Los datos que no tenga serán
inmediatamente inventados. La mente creará una imagen de cada persona que se nos
crucemos en la Red. Esto es un riesgo cuando alguien se crea una imagen engañosa o
muy alejada de la realidad. Pero a corto o medio plazo todo habrá de pasar por el tamiz
de la vida offline, del contacto directo, en el que se pondrá de manifiesto la importancia
del lenguaje no verbal, el lenguaje corporal, los gestos, las miradas, los olores, el tono de
voz, la risa y todo el conjunto de factores que dan lugar a eso que comúnmente llamamos
«química». Y esto es así independientemente de que se trate de una relación de amistad o
de pareja. En nuestros trabajos constantemente nos relacionamos con personas que solo
conocemos a través del correo electrónico: clientes, proveedores, compañeros de otras
oficinas…, investigadores, personas con inquietudes similares, etc. Y solo cuando se
produce el primer encuentro, solo cuando tenemos a esa persona delante y hablamos y
escuchamos, y observamos y analizamos, descubrimos lo bien que nos cae… o, por el
contrario, lo mal que nos cae dicha persona. Después del primer encuentro cara a cara, se
produce inevitablemente una reorganización de toda la información, las primeras
impresiones y muchas cosas más.
Podemos sentir la tentación de afirmar que los sentimientos que se generan o
retroalimentan por carta, por teléfono o por Internet son «de menos calidad», «menos
duraderos» o «menos naturales»…, pero lo cierto es que no hay nada que sustente tales
afirmaciones. Simplemente son sentimientos que permanecerán poco o mucho tiempo.
Que dichos sentimientos se afiancen no depende de Internet, sino de las personas
involucradas. Que sean duraderos depende de que sean alimentados o no. Como también
sucede fuera de Internet.
En definitiva, los sentimientos que desarrollan los menores mientras utilizan
Internet no dependen de Internet. Se producen dentro de ellos mismos y son
absolutamente reales desde el momento en el que los están sintiendo. Y el éxito, la
calidad y la duración de las relaciones que establezcan tampoco dependerán de la Red,
del teléfono o del papel. Lo cierto es que dependerá de ellos mismos.
80
14.
¿Sobre qué temas hablan
en las redes sociales
81
Algunas otras de las conclusiones alcanzadas hacen referencia a la introversión y la
extraversión, por ejemplo. Así, se pone de manifiesto que las personas introvertidas
utilizan palabras más cortas que las extravertidas (evidentemente). Las personas mayores
utilizan más los pronombres en plural, y los más jóvenes en singular: yo (tal y como se
espera en las distintas etapas de desarrollo).
Pero, una vez llegados a este punto, seguro que usted se estará haciendo ya la
misma pregunta que me hice yo después de haberme leído el estudio entero… ¡Pero no
vamos a hacerla! Para no aventurarnos, he decidido preguntar a varios profesores de
colegio y de instituto que trabajan diariamente con adolescentes. Les he preguntado
cuáles son los temas de los que más suelen hablar sus alumnos entre sí, y si encuentran
alguna diferencia en este sentido entre chicos y chicas. Y, en efecto…, las conclusiones a
las que han llegado en pocos minutos son exactamente las mismas a las que llega el
mencionado estudio. Y cuando después les he comentado el trabajo de investigación que
estaba leyendo, han hecho la pregunta que ni usted ni yo hemos querido formular
antes…: «¿Y para eso un estudio de casi tres años con 75.000 voluntarios?...».
Partiendo del absoluto respeto que siento por todos los investigadores, creo que este
es un magnífico estudio para sacar una conclusión que me parece muy clara y evidente.
No creo que exista por ahora un estudio más amplio y mejor desarrollado que este para
demostrar que los adolescentes, como también los adultos, hablan en Internet
exactamente de las mismas cosas que hablan fuera de la Red. Las conversaciones que
mantenemos con nuestra red social online son las mismas que mantenemos con nuestra
red social cotidiana «offline». Ni más ni menos. Y esto es así por una sencilla razón: en
nuestra vida diaria y en nuestro entorno, como en Internet, nos relacionamos con
personas. Y, además, nos relacionamos predominantemente con las mismas personas.
Internet solo es un medio, un canal que puede condicionar, pero no en demasía. De
hecho, para los adolescentes no existe esa diferencia entre vida online y vida offline. La
inmensa mayoría de las personas con las que hablan en Facebook o en Tuenti son las
personas con las que han estado hablando esa misma mañana en clase: sus amigos y
amigas.
82
15.
Facebook estudia lo que
borramos y no publicamos
Esta noticia, que no se ha hecho pública hasta hace pocos meses, ha pasado bastante
inadvertida a pesar de su interés. Cuando alguien escribe en su perfil, o va a enviar un
mensaje, o a subir un comentario a un grupo, analiza lo que está escribiendo. Con
frecuencia lo relee, y después puede decidir borrarlo. Tal vez no le parecía demasiado
correcto lo que iba a decir, o tras detenerse un momento ha decidido que era mejor
dejarlo pasar y no enviarlo, o simplemente no le convencía la redacción de lo escrito y
temía no ser bien entendido… Lo que nadie se podía imaginar es que Facebook analizara
esos mensajes no enviados…
Así es: durante el verano de 2012, Facebook guardó todos los «estados fallidos» de
3,9 millones de usuarios. Docenas de millones de mensajes que no llegaron a ser
enviados, o comentarios que no llegaron a ver la luz en un tablón, fueron analizados. Los
autores del estudio posterior, desarrollado por Adam Kramer (científico de datos de
Facebook) y Sauvik Das, han señalado, sin embargo, que no leyeron los mensajes, sino
que solo analizaron el lenguaje HTML y las interacciones con los formularios.
El estudio duró diecisiete días, y la edad media de los usuarios utilizados fue de
30,9 años. Del total de la muestra, el 57% eran mujeres y el 43% varones.
Sea como fuere, creo que las conclusiones merecen ser comentadas y analizadas
aunque sea someramente.
Durante esas dos semanas y media, el 71% de los usuarios había «autocensurado»
sus comentarios al menos en una ocasión. Un 51% autocensuró 4,5 mensajes por término
medio, y un 44% autocensuró 3,2 comentarios, que no llegaron a verse publicados.
La verdad es que estos datos respaldan los comentarios que nos hacen con
frecuencia los propios adolescentes en los grupos de trabajo o paneles de jóvenes:
«Mucha gente se piensa más las cosas en Internet»... Es decir, parece que la
83
comunicación que se establece a través de las redes sociales es bastante más reflexiva de
lo que pudiera parecer. En una conversación cara a cara, sin embargo, muchos de esos
comentarios habrían sido hechos, sin posibilidad de dar marcha atrás. Comentarios
inapropiados, frases desafortunadas o ideas que surgen en un momento de enfado o
indignación. Con frecuencia lo oímos de otras personas, o lo vivimos nosotros mismos:
«¿Por qué no me mordería la lengua antes de decir eso?…», «¿Por qué no me lo pensaría
antes de hablar?...» o «Según lo estaba diciendo ya me estaba arrepintiendo, pero no lo
pude evitar…» son comentarios que todos hemos hecho alguna vez.
Otro de los datos más llamativos pone de manifiesto que nos autocensuramos aún
más a la hora de escribir en nuestro propio tablón o actualización de estado. La
autocensura en el propio tablón está presente en un 34%, y la autocensura en los
mensajes que enviamos a los amigos, en un 25%. Esto es así probablemente porque los
usuarios saben que lo que pongan en su tablón será visible para todos sus amigos (o
amigos de amigos). No deja de ser una especie de escaparate que muestra lo que el
usuario piensa, lo que cree o cómo se siente (o cómo quiere que le vean los demás). Los
mensajes, sin embargo, suelen formar parte de conversaciones más privadas.
Tampoco actuamos igual los mayores y los más jóvenes. Si bien los de más edad
autocensuran con más frecuencia los mensajes que van a enviar, los menores
autocensuran más los comentarios que van a colgar (y menos los mensajes).
En ambos casos, los comentarios que más tendemos a autocensurar son los
comentarios sobre las fotos que ponen los demás.
Por otro lado, los responsables del estudio manifestaron su sorpresa al descubrir que
cuando el usuario está integrado en un grupo específico, o temático, autocensura más sus
mensajes que cuando se dirige a sus amigos. Los investigadores pensaban que los grupos
ofrecían a los usuarios una forma rápida y fácil de llegar a un público concreto, con
intereses y experiencias comunes, en el que sentirse especialmente cómodos. Esperaban
que la autocensura en estos grupos fuera menor, pues se supone que todos comparten
inquietudes y tienen conocimientos que aportar o compartir. No obstante, descubrieron
que esto es un «arma de doble filo». En efecto, cuando un usuario se dirige a un grupo
cuyos intereses son conocidos y compartidos, aparece un tipo de condicionante que me
atrevería a denominar expectativa de relevancia. Es decir, el usuario no es el único
que sabe del tema… Los demás usuarios también saben, y es posible que sus
conocimientos sean aún mayores, más relevantes o más actuales. Antes de escribir en el
grupo deberá plantearse si lo que va a transmitir va a ser aceptado por los demás, o
incluso agradecido o valorado, o si, por el contrario, será rebatido, o considerado
obsoleto, poco original o ya expuesto anteriormente por otros.
Las razones por las que las personas tienden a autocensurarse en las redes sociales
son variadas, y responden a condicionantes que van desde la edad, el tipo de contenido,
84
el entorno, los posibles lectores, hasta las expectativas de la audiencia y otras. Como
hemos visto en capítulos anteriores, la autocensura es una forma de autocontrol que
pueden desarrollar los adolescentes en las redes sociales, y que forma parte de su proceso
de maduración y búsqueda de identidad.
85
16.
Los videojuegos multijugador
online: pros y contras
86
veces que los acontecimientos se imponen y surge un breve debate, que suele concluir
con la broma de alguno que pide recursos en el juego, alegando que tenía todos sus
bienes en Bankia. Inmediatamente todos se ríen y le mandan oro y otros recursos que se
intercambian en el videojuego.
Pero ¿qué tienen en común todos estos jugadores?
La verdad es que hablando en términos generales podríamos decir que
absolutamente nada. Aunque sí lo suficiente: todos tienen un smartphone o una tablet y
les gusta jugar. Parte de su ocio es digital, y tienen la paciencia y constancia suficiente
como para disfrutar con un juego de estrategia online. Es decir, son seres humanos del
siglo XXI absolutamente normales. Utilizan las últimas herramientas que la tecnología
pone a su alcance, y mantienen la sana costumbre de pasar parte de su tiempo jugando.
Tal vez eso sea lo que tienen en común: su normalidad. Y he aquí que constatamos una
tendencia indiscutible: el éxito cada vez mayor de estos videojuegos entre los adultos. En
España la media de edad de los aficionados ha subido hasta los veintisiete años, muy por
debajo aún de la media del Reino Unido, que se sitúa en los treinta y cinco, y de Estados
Unidos, donde uno de cada cuatro jugadores supera ya los cincuenta años.
87
¿Qué es Camelot?
88
Tan real como la vida misma
89
deducir o reforzar y confirmar para sus propias vidas. El mapa de este videojuego está
lleno de campamentos y castillos abandonados por jugadores a los pocos días o semanas
de comenzar el juego. Jugadores que no han tenido la paciencia necesaria para crear toda
una estructura desde la base, que pudiera sustentarse después, y que han creado
estructuras demasiado débiles y poco consistentes. Jugadores demasiado agresivos que
han visto que llegar a tener un buen ejército lleva mucho tiempo, y que supone atender
antes a todas las necesidades de abastecimiento, obtención de recursos, madera, mineral
y piedra para la fabricación de edificios en los que poder generar otros recursos más
complejos. Jugadores demasiado defensivos que han terminado cansándose de ser
atacados, o que han descubierto demasiado pronto que siempre hay un buen ejército que
puede destruir unas buenas defensas. Todas estas son situaciones trasladables a nuestra
vida cotidiana. Y, en algunas ocasiones, cruciales.
Hay muchas personas que no han invertido el suficiente tiempo, formación o
preparación para crear y construir sus propias vidas, sus familias o sus empresas. La
obtención rápida de beneficios ha llevado a muchos a dejar demasiado pronto sus
estudios, limitando su futuro a una única opción, hasta que la burbuja inmobiliaria y la
crisis han caído como un jarro de agua fría. Es cierto que también hay muchos
universitarios que se encuentran en situación precaria, pero al menos muchos de ellos
están encontrando trabajo en otros países, como Inglaterra o Alemania. En Europa, y
fuera de nuestras fronteras, sigue existiendo una importante demanda de personas
cualificadas o muy cualificadas. En estos momentos estamos sufriendo también las
consecuencias de haber elegido a políticos, de todas las tendencias, que han sido
incapaces de gestionar adecuadamente y de forma responsable los recursos de los que
disponían. Políticos que han gastado mucho más de lo que tenían, endeudándose y
endeudándonos hasta un punto de no retorno, como también les ha sucedido a no pocas
familias. La falta de previsión, la falta de «prudencia», de cimientos estables y de una
estrategia meditada ha sido una constante.
Los juegos de estrategia como Camelot no son muy distintos de la vida misma. El
Medievo, los castillos y las batallas no son más que el escenario en el que muchos
adultos aplican lo que han aprendido a lo largo de sus vidas, y muchos jóvenes
experimentan, prueban y descubren estrategias válidas o erróneas para afrontar su
presente y su futuro. Requieren del desarrollo de cualidades, capacidad de planificación,
capacidad de recuperación ante las adversidades, y estrategias que se pueden y deben
aplicar a las distintas facetas de la vida. El juego no es nunca solo un juego. Por algo los
seres humanos, como otros mamíferos, pasamos los primeros años de nuestra vida
aprendiendo todo mediante el juego. Una forma básica y fundamental de aprendizaje que
nunca deberíamos abandonar.
Este tipo de juegos permite, en definitiva, vivir una vida a cámara rápida y observar
en pocas semanas o meses el resultado de nuestra forma de proceder. La capacidad para
90
el ahorro, para dosificar, para prever, para sacrificarse o para posponer la satisfacción
inmediata de los deseos son algunas de las virtudes que permite explorar y desarrollar a
sus jugadores.
Resumamos a continuación sus virtudes, para centrarnos después en los problemas
derivados de su mala o excesiva utilización. Dichos aspectos no son en absoluto
inofensivos, y lo cierto es que son más frecuentes entre personas con menos formación y
experiencia vital, como es el caso de los adolescentes.
Aspectos positivos:
1) Capacidad de previsión.
2) Paciencia.
3) Capacidad de sacrificio y para posponer la satisfacción inmediata de los
deseos. Algunos detractores de las nuevas tecnologías afirman que estas
acostumbran a los niños a una estimulación constante y a obtener una
respuesta y gratificación inmediatas. Pero, curiosamente, algunas de estas
nuevas tecnologías y aplicaciones, como las mencionadas, promueven
exactamente lo contrario.
4) Capacidad para recuperarse y sobreponerse. Constancia.
5) Aprendizaje rápido de los propios errores. No es necesario esperar toda una
vida para descubrir que un proceder ha sido inadecuado. En estos juegos se
confirma una estrategia vital errónea en pocas semanas.
6) Capacidad para analizar y manejar mucha información al mismo tiempo.
7) Pensamiento convergente y pensamiento divergente.
8) Refuerzo de la relación estímulo-respuesta: todo lo que sucede en el juego
tiene una respuesta asociada.
9) Igualdad. Las normas son iguales para todos y no hay excepciones.
10) Trabajo colaborativo. Descubrimiento y constatación del resultado que
puede obtenerse con el trabajo en grupo, frente al individualismo.
11) Refuerzo del sentimiento de pertenencia al grupo y de todos los aspectos que
conlleva: autoestima, sociabilidad…
12) Posibilidad de experimentar con distintos roles dentro del grupo o grupos.
13) Tolerancia. Interacción con jugadores de todas las edades y procedencias.
Etcétera.
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Pero… Siempre hay un pero. Las consecuencias de la mala utilización de estos
juegos multijugador de estrategia, o incluso en ocasiones las exigencias del propio juego
o de su faceta comercial, pueden pasar factura a los menores que participen en los
mismos sin el menor control o supervisión por parte de un adulto concienciado. Son
aspectos y cuestiones sobre las que es muy importante trabajar:
Adicción
La capacidad adictiva de este tipo de videojuegos es importante. El jugador experimenta
la sensación de ir alcanzando pequeñas metas, pero estas nunca tienen fin. La posibilidad
de mejora es ilimitada, y aumenta paralelamente a la sensación de poder. En pequeñas
dosis podríamos considerarla una sana tendencia a la autosuperación, pero el tiempo y la
dedicación que requiere son cada vez mayores y desproporcionados con relación al
beneficio obtenido. Una de las características de los videojuegos de estrategia como
Camelot, Arcane Empires, Hobbit, Galaxy Empire y otros es que el juego no cesa
en ningún momento, no se detiene, no hay pausas. No importa que desconectes; el juego
continúa avanzando. Puedes ser atacado mientras duermes, o mientras comes o mientras
viajas en autobús. Tus compañeros pueden necesitar tu ayuda a cualquier hora del día,
porque un ataque se puede producir en cualquier momento, y más cuando en el mismo
participan personas que viven al otro lado del Atlántico, con horarios cruzados.
Conclusión: muchos jugadores sienten la necesitad de estar permanente conectados, pues
en cualquier instante pueden ser objeto de la acción de otros, o su ayuda puede ser
requerida por sus compañeros. Esa positiva necesidad de pertenencia al grupo puede
llegar a convertirse en «entrega» y «sometimiento» al grupo y a las circunstancias. En
muchas ocasiones no se requerirán horas de dedicación seguidas, pero sí conexiones
constantes. Y esto es lo que puede despistar a los adultos pendientes del comportamiento
de un menor: al no pasar mucho tiempo seguido delante de la pantalla puede parecer que
no existe un problema, y sin embargo sus permanentes conexiones diarias pueden tener
un impacto mayor y hacer que el adolescente viva constantemente pendiente de la
evolución del juego. No llega a desconectar realmente en ningún momento, y su ejército
virtual, sus recursos virtuales y su alianza virtual ocuparán su pensamiento durante horas
cada día.
Gasto económico
Es cierto que las normas son iguales para todos, pero las posibilidades no. En la mayoría
de estos videojuegos existe la posibilidad de «comprar» mejoras. A cambio de pequeñas
cantidades de dinero es posible comprar «aceleradores» que harán que los edificios
crezcan más rápido o que las tropas lleguen antes allí donde hagan falta. Con dinero, el
jugador puede conseguir mucho antes unidades más fuertes, amuletos u objetos diversos
que le otorgarán múltiples ventajas. Es decir, pagando se evoluciona mucho más rápido,
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se obtienen más y mejores tropas y se sube antes de nivel. Con dinero se puede alcanzar
un mayor estatus en el grupo al conseguir un rango más elevado en menos tiempo. Al
principio el menor puede gastar pequeñas cantidades, que suelen estar en un mínimo de
4,49 euros. Pero con esa cantidad pueden comprarse mejoras puntuales, no grandes
mejoras, y a medida que va avanzando la partida y van pasando las semanas el jugador
«necesitará» mejoras más caras. Si además sus compañeros también crecen más rápido,
y él quiere mantener su estatus, habrá de seguir el ritmo de los demás. Si entra en una
guerra y corre el riesgo de perderlo todo, o necesita acelerar considerablemente la
producción de determinados materiales para fabricar tropas, necesitará comprar más
aceleradores. Así, las tarifas de compra de estos juegos multijugador online de estrategia
permiten obtener paquetes de mejoras que van de los 4,49 euros a los 89,99 euros… Y,
por supuesto, es posible comprar todos los paquetes que uno quiera mientras pueda
pagarlo… No hay límite de gasto. Si no existe un control sobre el adolescente, es muy
probable que termine comprando mejoras. Y si no es capaz de moderarse al respecto,
puede perder totalmente el control sobre el gasto en el juego. De hecho, no olvidemos
que se trata de un negocio, y que el lícito objetivo de las empresas que los comercializan
es ganar dinero.
93
supuesto, al margen de estas situaciones, siempre puede haber individuos jugando que
busquen precisamente el contacto con menores de edad con aviesas intenciones. Deben
respetarse las mismas normas de seguridad y privacidad que en una sala de chat pública.
Acoso
Todos los jugadores son iguales ante el juego, con las excepciones mencionadas, pero lo
cierto es que en ocasiones se observan situaciones de acoso por cuestión de sexo, o
incluso situaciones de acoso racista o xenófobo. En las salas de chat de estos
videojuegos aparecen de vez en cuando individuos que se dedican a proferir insultos y
amenazas a otros por las más diversas razones, y también individuos que se agrupan en
alianzas que no aceptan a personas de otra raza o de otro país, o que rechazan
directamente a homosexuales o a ciudadanos de otras comunidades autónomas. Algunos
de los comentarios que pueden leerse no son nada edificantes, como tampoco lo son las
situaciones de acoso. Es una asignatura pendiente para la mayoría de estos juegos
multijugador de estrategia: la presencia de moderadores en los foros y/o salas de chat.
Normalmente es posible activar una función que nos permita «ignorar» a otros usuarios
y no recibir mensajes suyos, pero no existe en los chats moderación alguna que impida
las situaciones comentadas.
Aislamiento
Como consecuencia en ocasiones de problemas relacionados con la adicción, algunos
jugadores llegan a dedicar más tiempo a sus «ciberamigos» que a los verdaderos amigos
con los que se relacionan en su realidad diaria. Cuando la dedicación a la vida virtual, a
los compañeros virtuales y a las inquietudes del juego se imponen sobre el resto de las
actividades cotidianas del menor, nos encontramos ante un problema que puede
manifestarse en forma de aislamiento. Si el menor considera prioritarias sus
ciberrelaciones, puede dejar de lado el normal trato con los demás y desentenderse de los
94
planes y otras actividades de sus familiares y/o amigos. Esta forma de aislamiento social
puede estar relacionada con un problema de adicción o ser la manifestación de
problemas previos de relación en la vida del menor.
Aunque pudiera enumerar otras consecuencias negativas, normalmente fruto de las
anteriores, he señalado los principales riesgos asociados al uso de los juegos
multijugador online de estrategia. Si sopesamos los aspectos positivos y los negativos,
cada cual sacará sus propias conclusiones. No obstante, cuando se trata de menores de
edad, consideramos que no merece la pena correr el riesgo de sufrir dichos aspectos
negativos. Así pues, cuando de menores se trate, resulta fundamental el papel de un
adulto responsable o de los propios padres. Es importante determinar el tiempo que
dedican al juego los menores y la frecuencia de las conexiones, como explicaba
anteriormente. Es importante determinar y controlar el gasto, ya que este no solo
puede ser un problema en sí mismo, sino también advertirnos de la presencia de otros
problemas. Y es, del mismo modo, muy importante que ellos respeten las normas
básicas de seguridad y privacidad a la hora de relacionarse con otros jugadores. Si
estas tres cuestiones son supervisadas, lo más normal es que la experiencia con este tipo
de videojuegos sea muy positiva para el menor de edad. Pero, si no existe dicha
supervisión, no es difícil que tales riesgos la conviertan en un verdadero problema.
95
17.
Millones de niños
con el Clash of Clans o el Minecraft.
Gamificación
96
y posicionarnos. Personas de las que aprenderemos y que aprenderán con nosotros, desde
cualquier país del mundo.
Puede parecer algo superficial dedicar horas de nuestro tiempo libre a construir una
aldea virtual y protegerla contra dragones virtuales en un juego de Internet. Sin embargo,
ni es superficial ni es inútil. No es un juego de «pegar tiros»; es un juego de estrategia.
Es decir, es un juego que implica pensar, planificar y administrar. Y creo que es un buen
momento para dejar dos cuestiones muy claras desde el punto de vista pedagógico. En
primer lugar: jugar nunca es una pérdida de tiempo. Es algo a lo que debemos
dedicar muchas horas desde que nacemos, y algo que deberíamos seguir practicando de
adultos. Y, en segundo lugar, por si desarrollamos la tentación de afirmar que «antes no
necesitábamos nada de esto para divertirnos», creo que estaría bien que dedicáramos
unos minutos a meditar antes sobre la cuestión. El trabajo y las tareas que necesita
desarrollar nuestro cerebro para avanzar en un juego como este son muchísimo más
importantes, necesarias y sofisticadas que las tareas desarrolladas durante generaciones
en otros juegos mucho más simples y elementales. Generaciones y generaciones han
pasado horas jugando a las cartas, al dominó, al parchís y a la oca, y eso está muy bien.
Pero un juego de estrategia requiere la puesta en marcha de procesos mentales que están
a años luz de otros juegos tradicionales, que siguen siendo, por supuesto, muy divertidos.
No planteemos la cuestión como una competencia entre juegos modernos y juegos
tradicionales. No lo planteemos como un enfrentamiento entre juegos relacionados con
las nuevas tecnologías y juegos manuales. Todo es necesario, positivo e interesante. No
se trata de eliminar ni confrontar. Aunque, si tuviera que elegir, tengo muy claro qué es
lo más enriquecedor para nuestro cerebro: todo aquello que no dependa de una tirada de
dados o de las cartas que nos toquen en suerte.
Como señalaba en el capítulo anterior, el Clash of Clans, como juego de estrategia,
refuerza y desarrolla tareas mentales y procesos necesarios para la vida misma. El
jugador tiene posibilidad de comprobar en semanas, y no en años, el resultado de algo
mal planificado. Los problemas que puede suponer ser demasiado arriesgado en la vida,
y los que implica el no arriesgar nunca nada. Los problemas que supone a medio plazo el
construir algo muy deprisa para terminarlo y comprobar después lo frágil que resulta.
Aquellas personas que busquen resultados inmediatos para todo lo que hacen
comprobarán mediante el juego que es un planteamiento erróneo. Comprobarán que en
el juego, como en la vida, no obtendrás buenos y duraderos resultados si no te esfuerzas,
si no inviertes, si no siembras y esperas pacientemente. Los niños pueden llegar a
interiorizar esto sin necesidad de esperar a ser adultos para comprobarlo por sí mismos,
con las consecuencias que ello pueda tener para sus vidas y las de otras personas.
Mediante el juego aprendemos de forma vivencial, sin necesidad de invertir toda una
vida y con consecuencias mucho más salvables.
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Los aspectos positivos son muchos, sin duda, y de gran calado. Pero un uso
inadecuado, o demasiado comercial, tiene consecuencias importantes para los niños y
adolescentes. Por esta razón los padres y las madres deben conocer el mecanismo básico
del juego, y establecer unas normas de uso muy claras.
Los aspectos negativos son los que he señalado anteriormente. El primero de ellos
es el relacionado con el posible gasto económico. Si compras en la tienda del juego
«gemas», puedes conseguir recursos inmediatamente, sin esfuerzo y sin invertir tiempo.
Estas compras van de los 4,49 euros que cuesta el saquito de 500 gemas hasta los 89,99
que cuesta el cofre de 14.000 gemas. Y, por supuesto, puedes realizar la compra todas
las veces que quieras.
La empresa que diseñó y comercializa el Clash of Clans, Supercell, ganaba, hasta
hace poco, más de un millón de dólares al día con solo dos juegos y en un solo sistema
operativo (iOS). Han sido top de ventas para iPad en 122 países… nada menos. El juego
es gratuito, pero puedes gastar todo el dinero que quieras en él. Esto, que es
perfectamente lícito, debe ser afrontado con mucho cuidado por parte de aquellos que
tengan hijos, y por parte de los adultos que trabajan con menores de edad y utilizan este
tipo de juegos de estrategia por su componente pedagógico.
Así mismo aparecen el resto de consecuencias negativas que ya hemos enumerado:
su capacidad adictiva es enorme, al integrarte en una alianza puedes establecer contacto
con multitud de desconocidos de todo tipo, pueden producirse situaciones de acoso de
todo tipo o con distintas motivaciones, y, en función de los datos personales que haya
podido llegar a facilitar el menor, puede encontrarse con un verdadero problema.
Insisto en que para juegos como el Clash of Clans, o el Castle Clash, o el Total
Conquest o cualquier otro similar, es importante determinar el tiempo que dedican al
juego, acordar unos tiempos o unos horarios y respetarlos. Es importante también
controlar el gasto, ya que este no solo puede ser un problema en sí mismo, sino también
advertirnos de la presencia de otros problemas. En tablets como el iPad, es necesario
entrar en «Ajustes», después en «General» y «Restricciones» y activar la función
«Solicitar contraseña para las compras». Y es del mismo modo muy importante que ellos
respeten las normas básicas de seguridad y privacidad a la hora de relacionarse con otros
jugadores en el chat.
Muy distinto del anterior es otro juego que también arrasa entre niños y jóvenes de
todo el mundo, y que seguramente muchos tendrán instalado en sus smartphones o en las
tablets de sus casas: el Minecraft. Se trata de un juego de construcción por bloques
cúbicos. Se puede decir que existe tota una «cultura del Minecraft». Recuerdo una
madre angustiada que se dirigió a mí en una ocasión para decirme que su hijo de once o
doce años (no recuerdo exactamente) estaba «enganchado» a este juego. Cuando le
pregunté el tiempo que el niño dedicaba a dicha actividad me respondió que en realidad
98
no jugaba entre semana porque no le dejaban hacerlo, y solo le dedicaba unas horas entre
el sábado y el domingo. A continuación me interesé por el resto de las actividades que
hacía su hijo los fines de semana y si el jugar al Minecraft le había hecho dejar alguna
actividad. La madre me contestó que no, que en todo caso lo que sí hacía era ver bastante
menos la televisión. No pude evitar preguntarle directamente cuál era entonces el
problema, y me contestó: «Está obsesionado con el Minecraft. Cuando se pone con él,
se abstrae de todo lo demás y está solamente en el juego. Además ha creado un canal en
Youtube en el que cuelga vídeos que hace explicando cómo ha realizado tal y cual
construcción». Me comentó así mismo que el niño tenía miles de seguidores y que la
verdad es que construía cosas impresionantes. Le planteé entonces el tema de la
seguridad: «En el canal que ha creado su hijo en Youtube, ¿se identifica a sí mismo? Es
decir, ¿ha puesto su nombre verdadero, el nombre de su colegio o aparece su rostro en
los vídeos que graba…?». Me contestó que en absoluto, que era muy cuidadoso con esas
cosas. No pude entonces evitar el sonreírle y la tranquilé de la mejor manera que supe:
«Señora, no me queda entonces más remedio que felicitarla. Tiene usted un hijo que me
parece envidiable. Felicítele de mi parte y, si me permite un consejo, déjele jugar quince
o veinte minutos también entre semana si ha terminado sus deberes y demás actividades.
Así el fin de semana lo cogerá con menos ansiedad…». El niño no solamente era muy
bueno en un estupendo juego de construcción, sino que además era capaz de
concentrarse en la tarea, disfrutaba con ello y había llegado a tener la iniciativa de crear
un canal de Youtube para ayudar a otros a realizar construcciones similares. Era ya con
11-12 años un generador de contenido en Internet, lo suficientemente maduro además
como para proteger su propia identidad, y por si fuera poco ¡estaba dejando de ver la
tele!
El Minecraft puede parecer en un principio un juego bastante rudimentario, y lo
es, ya que todo lo que se puede construir se hace a base de unir cubos. Todo, desde el
suelo y el subsuelo, puede hacerse y deshacerse uniendo cubos. Podríamos decir que es
una especie de Lego virtual. El único límite que existe realmente es el nivel de
creatividad de cada cual. Según un estudio de la BBC, en 2013 había 33 millones de
personas en el mundo jugando al Minecraft. Tales son sus posibilidades que en todas
partes surgen profesores y educadores que lo utilizan con sus alumnos para realizar todo
tipo de actividades.
El programa de la escuela sueca Viktor Rydberg, de Estocolmo incluye todos los
años un curso obligatorio sobre Minecraft para los alumnos de trece años de edad. Es
utilizado durante las clases para aprender ordenación urbana, problemas
medioambientales y diferentes tareas relacionadas con la proyección de futuro. En
colegios de Argentina se utiliza para las clases de Historia, reproducir el funcionamiento
de las trincheras de la I Guerra Mundial y otras muchas situaciones y escenarios. Un
profesor de Informática de una escuela de Nueva York, Joel Levin, después de utilizar
99
este juego en sus clases desarrolló una versión para docentes: MinecraftEDU, que es
utilizada ya por más de 1.000 colegios de Estados Unidos y Finlandia. En España
también tenemos diversos ejemplos, como los trabajos desarrollados por alumnos de 6.o
de Primaria del colegio Alameda de Osuna durante la asignatura de Competencias
Digitales, que lleva la profesora Lara Romero (dejo las URL de los vídeos en el apartado
de bibliografía).
La utilización de juegos y videojuegos en la enseñanza no es algo nuevo, pero si
está cogiendo mucha fuerza y recibiendo sobre todo un amplio respaldo por parte de
psicólogos y pedagogos. Tanto es así que se está generalizando el uso del término
gamificación entre los docentes más implicados, y no solo en el mundo educativo.
Cada día más, se está utilizando el juego como herramienta de trabajo en el entorno
empresarial, con multitud de acciones, talleres y sesiones diseñados para implicar y
motivar a los trabajadores, por ejemplo.
En el entorno escolar podríamos definir la gamificación como el desarrollo de
prácticas o técnicas dirigidas a motivar o influir a los alumnos/as, para conseguir que
adquieran hábitos y alcancen objetivos a través del aprendizaje basado en juegos. La
gamificación favorece el desarrollo de estrategias y habilidades cognitivas, así como
muchas otras relacionadas con la psicomotricidad, el autocontrol, la creatividad, etc. Al
fin y al cabo, como he señalado ya de forma insistente, sin el juego los niños (y por tanto
los seres humanos) no serían capaces de aprender. Y esto es así no solo en nuestra
especie.
Menospreciar el impacto y las posibilidades pedagógicas de los juegos en la
educación es un auténtico ejercicio de desprecio por la inteligencia.
No debemos acercarnos a los juegos, ni juzgar a los niños que dedican horas a los
mismos, con las gafas de quien los considera algo exclusivamente lúdico, o incluso una
forma de ocupar o perder el tiempo. Los juegos nunca son solo juegos y, aunque lo
fueran, esto nunca les restaría un ápice de la capacidad que tienen para permitirnos
experimentar, interiorizar y aprender multitud de aspectos de la vida. Interésese por los
juegos de sus hijos, pero sobre todo, juegue mucho con ellos. Con aparatitos y sin ellos,
ambas cosas.
100
18.
La conectividad móvil:
tablets y smartphones
101
de los niños/as españoles de diez años de edad tiene un teléfono móvil. A los doce años,
casi el 70% dispone ya de este tipo de tecnología, y a los catorce, nada menos que el
83% (INE). Pero lo cierto es que la edad de inicio en su uso es mucho más temprana.
Los niños de dos y tres años de edad acceden de forma habitual a los terminales de sus
padres, manejando diversas aplicaciones, principalmente juegos, aplicaciones para pintar
o colorear y cadenas de televisión que ofrecen series infantiles a través de estos
dispositivos. Algunos de estos niños ya recorren Youtube saltando de vídeo en vídeo, o
repasan de una en una las fotografías que sus padres tienen en sus galerías de fotos. Este
hecho debe ser entendido como una verdadera oportunidad para la educación de los más
pequeños, aunque puede tener serias consecuencias cuando se produce sin la supervisión
o atención de los padres y madres.
La conexión permanente: El contacto, los comentarios y el flujo de información
entre unos y otros no cesa en ningún momento del día. Solo durante el sueño se
interrumpe la conexión, y esto entre aquellos que no optan por cambiar horas de sueño
por más horas de Internet. La conexión permanente parece satisfacer la enorme
necesidad de contacto constante con sus iguales, pero puede también acaparar la mayor
parte de su tiempo en detrimento de otras formas de relación o de ocio. Así mismo,
fenómenos como el ciberbullying, o acoso escolar en Internet, están viviendo un
rebrote y una redefinición. El acoso puede ahora producirse de forma ininterrumpida, ya
que el menor puede ser increpado, insultado o amenazado durante la mayor parte de las
horas del día, sin necesidad de estar cerca del ordenador de mesa que pudiera tener en su
casa.
Pero ¿para qué usan realmente los teléfonos móviles inteligentes los niños? Vamos
a reproducir los datos más recientes que tenemos, los obtenidos en enero de 2014 tras la
finalización del Estudio «Menores de edad y conectividad móvil en España: Tablets y
smartphones», presentado en el III Congreso Nacional Joven y en Red.
En las reuniones que mantenemos con los paneles pan-europeos de jóvenes, nos
encontramos con frecuencia con frases de este tipo: «Mis padres solo utilizan el
Smartphone para llamar», «No sé para qué quieren un smartphone si solo lo usan para
hablar por teléfono»… Así es, muchos niños y adolescentes no consideran los teléfonos
inteligentes como herramientas concebidas para efectuar llamadas telefónicas. Es más,
este parece ser el uso menos frecuente para ellos. Así, apenas un 29% de los menores
de once a catorce años de edad utiliza con regularidad los smartphones para
realizar llamadas telefónicas. Un 25% nunca utiliza el smartphone para llamar, y otro
45%, solo en alguna ocasión.
Todo cambia si comenzamos a hablar de los sistemas de mensajería instantánea. La
herramienta más utilizada por los niños y adolescentes que manejan smartphones es sin
duda el sistema de mensajería instantánea WhatsApp. En muchos casos es la principal
razón por la que los adolescentes piden a sus padres disponer de uno de estos terminales.
102
No tener WhatsApp y estar fuera de los grupos es para ellos como estar fuera de lo que
sucede en el grupo.
En España, nada menos que el 76% de los niños y adolescentes de once a
catorce años de edad utiliza WhatsApp habitualmente. Y entre las posibilidades
que ofrece esta herramienta, la que está experimentando un crecimiento más vertiginoso
es la creación de «grupos», tanto entre los pequeños como entre los mayores: el 65% de
los niños de once a catorce años participa en grupos de WhatsApp. Los grupos funcionan
como auténticas redes sociales en las que conversan, intercambian información,
fotografías, vídeos, pantallazos de los deberes que tienen para el día siguiente, etc.
Si incluimos otros sistemas de mensajería instantánea, encontramos a menores de
entre once y catorce años utilizando Telegram, SnapChat, Line, FaceTime, Kik y otros.
Entre estos usuarios, lo más habitual es que alternen el uso de dichos sistemas con el uso
de WhatsApp. Apenas encontramos un 2,5% de menores de entre once y catorce años
que utiliza exclusivamente otro sistema de mensajería instantánea distinto de WhatsApp.
Por lo tanto, el porcentaje total de niños de once a catorce años que utiliza
habitualmente sistemas de mensajería instantánea es del 78,5%. Muchos de ellos
utilizan los propios terminales de sus padres y madres para conversar con sus amigos,
fotografiar y enviar deberes, etc.
La cámara de fotos y vídeo es otra de las aplicaciones más valoradas por los
menores a la hora de utilizar tablets y smart-phones. En la mayoría de las ocasiones la
realización de fotos va ligada a su publicación, que normalmente se produce en entornos
privados, en sus perfiles de Instagram, Facebook o Tuenti.
El 23% de los menores de entre once y catorce años publica habitualmente
fotos y/o vídeos en Internet. Otro 33% lo ha hecho en alguna ocasión y un 44% no lo
ha hecho nunca. El porcentaje de los que nunca han publicado es mayoritario entre los
niños de 11-12 años (56%), y se reduce hasta el 31,5% en el caso de los de 13-14 años.
Si hablamos del tradicional correo electrónico, la utilización de los smartphones
para descargar y contestar correos electrónicos no es mayoritaria entre los más jóvenes.
Solo el 38% de los niños y adolescentes de once a catorce años utiliza el
Smartphone para enviar o recibir correos electrónicos. Y esto es así por una razón
muy clara: la mayoría ni tan siquiera dispone en muchas ocasiones y a esas edades de
una cuenta de e-mail. Según señalan ellos mismos, «no les hace falta». Pero esta es una
tendencia que también se observa entre los adultos. WhatsApp existe desde hace solo
cinco años, pero el último Estudio General de Medios (EGM) de abril de 2014 pone de
manifiesto que el 82,7% de los internautas envía mensajes a diario por este sistema,
mientras que solo envía correos electrónicos el 69,5%. Así pues, la mensajería
instantánea ya ha superado al e-mail como principal medio de comunicación entre
personas. En 2009 el 88, 4% de los internautas utilizaba el correo electrónico a diario, es
103
decir, se ha producido en este tiempo una caída de 19 puntos (!). Y del mismo modo
están cayendo en picado los clásicos mensajes SMS. Los ingresos de las operadoras de
telefonía móvil han caído entre 2012 y 2013 nada menos que un 66,7%. Según la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, pasaron de recaudar en España
186,19 millones de euros a 61,7 millones por este concepto.
Si continuamos con el uso que hacen los menores de los smartphones, el acceso a
las redes sociales entre los menores de 11-14 años es mayoritario. El 72% de los
usuarios de once a catorce años con Smartphone accede a redes sociales. No
obstante, se produce un salto cuantitativo importante a partir de los trece años de edad.
Mientras que el 83,5% de los adolescentes de 13-14 años accede a dichas redes sociales
móviles, el porcentaje se reduce hasta el 60% de los niños de 11-12 años de edad. Y la
mayoría de estos usuarios más jóvenes se inician a través de Instagram, la red social de
moda entre ellos, adquirida, al igual que WhatsApp, por Facebook.
Pero sin duda los juegos, las aplicaciones de TV y Youtube son las aplicaciones con
las que se inician los niños en el uso de los smartphones y las tablets. Con dos y tres años
de edad comienzan a utilizar los dispositivos de sus padres para entretenerse con los
juegos que estos les descargan, o para ver capítulos de sus series de televisión favoritas.
El 52,5% de los menores de entre once y catorce años de edad juegan
habitualmente con sus dispositivos móviles. El 35,5% lo hace en alguna ocasión, y
solo un 11% afirma no hacerlo nunca. Al contrario de lo que sucede con la mayor parte
de las aplicaciones, en el juego aún encontramos diferencias significativas en cuanto al
sexo. Mientras que es habitual en el 60% de los chicos, este porcentaje se reduce al 48%
entre las chicas.
Otra de las muchas aplicaciones de éxito entre los menores es la descarga de
música. Los smartphones son utilizados con frecuencia como dispositivos para escuchar
música por la calle o en distintos entornos. Así, casi el 80% de los menores de 11-14
años escucha habitualmente música con sus smartphones.
Por último, podemos señalar también que la búsqueda de información y la
navegación por páginas web es cada día más frecuente entre los usuarios más jóvenes de
tablets y smartphones. El mayor tamaño de las pantallas, y el progresivo desarrollo de
webs móviles concebidas para poder ser visitadas desde terminales móviles, está
facilitando este uso, hasta hace poco minoritario entre los adolescentes. El 60% de los
menores de entre once y catorce años de edad navega y busca información a
través de Internet desde sus smartphones. Aún encontramos un 12% de usuarios de
estas edades que nunca utilizan esta funcionalidad, y otro 27% que solo lo hace en
ocasiones.
Como podemos apreciar por lo que evidencian los datos que manejamos, cuando un
niño o un adolescente les pide a sus padres un teléfono móvil, realmente no les está
104
pidiendo un teléfono. En muchas conversaciones entre progenitores surgen preguntas
como «Pero ¿para qué quieren un móvil a esa edad?» o «¿Tiene sentido que un niño de
esa edad tenga un móvil, cuando yo tuve el primero a los treinta años?»… Y la verdad es
que es necesario hacerse estas preguntas, pero el planteamiento no es correcto. Los
menores de edad que piden a sus padres un «móvil» no están pidiendo un aparato para
telefonear a sus amigos, a los que, en efecto, ven a diario… Lo que están pidiendo
realmente es un miniordenador que cabe en el bolsillo; una videoconsola; una cámara de
fotos y de vídeo; un reproductor de música; un televisor que permite ver desde las series
de Disney Channel o Clan TV hasta los vídeos de Youtube; un lector de libros,
periódicos y revistas (aunque esto no lo utilicen mucho); un navegador web con acceso a
la información colgada desde todo el mundo en Internet, y un sistema de mensajería
instantánea gratuito. ¡Y todo eso reunido en un mismo aparato! Tal vez la pregunta que
deberíamos hacernos es otra muy distinta: «¿Por qué razón un niño o un adolescente no
iba a querer un smartphone?»…
105
19.
El mundo de las aplicaciones
móviles –apps
Una de las cuestiones que más nos descoloca a las personas que trabajamos en el
mundo de Internet y las nuevas tecnologías desde el principio, y además en relación con
la educación, es la velocidad a la que transcurre y evoluciona todo. Hemos perdido
prácticamente nuestra capacidad de previsión. Supongo que esa sensación de cierto
vértigo es la misma que compartirán la mayor parte de las personas que están pasando
por toda esta etapa como adultos, y que vivieron una infancia que transcurrió en
circunstancias muy distintas. Lo cierto, y por eso suelo utilizar de forma irónica el
término expertos, todo esto nos está pillando una vez tras otra desprevenidos. Y, aun
cuando estamos estudiando cada fenómeno en el momento en que comienza a
manifestarse, no conseguimos prever el siguiente. «No sabemos qué vendrá ahora», me
comentaba una directora de un centro. Así es; cuando estábamos profundizando en el
papel de Tuenti o de Facebook en las relaciones que establecen los adolescentes y
habíamos conseguido incluir en miles de charlas formativas cuestiones sobre la
privacidad y seguridad en dichas redes sociales, en el último año nos encontramos con
que ahora están dejando de utilizarlas a marchas forzadas. Después de insistir a los
padres sobre la importancia de tener el ordenador con conexión a Internet en una zona
común de la casa, ahora resulta que el ordenador lo llevan en el bolsillo. Después de
haber comenzado a formar a los más pequeños internautas en el uso seguro del correo
electrónico o de las páginas web, ahora resulta que lo que utilizan son aplicaciones
móviles –apps– que no tienen nada que ver. Y aparece el tema de los permisos y
autorizaciones, de la geolocalización, etc. Y, en efecto, no sabemos qué estarán
utilizando dentro de unos años, pero «¡Esto es lo que toca ahora!».
El mundo de las apps es diferente del mundo web, aunque, evidentemente, ambos
conviven sin problema. Veamos primero qué apps usan y cómo antes de profundizar en
los problemas o circunstancias de las que padres, madres y educadores deben estar
pendientes.
106
Continuando con el mencionado estudio, observamos que nada menos que el
92,5% de los menores de entre once y catorce años de edad se descarga
aplicaciones móviles. Apenas encontramos un 5,5% de usuarios de estas edades que
aún no lo ha hecho. En esta cuestión, como en la mayoría de ellas, no encontramos
diferencia alguna en función del sexo en el número de descargas que hacen y tampoco en
función de la edad, al menos a partir de los once años.
Pero ¿qué tipo de aplicaciones se descargan? La tendencia que se observa entre los
menores, como sucede también entre muchos adultos, es básicamente la descarga de
aplicaciones gratuitas; si bien, como señalaremos más adelante, en muchas ocasiones
una app gratuita puede serlo durante la descarga y su uso inicial, pero ener un coste
asociado más adelante. Esta circunstancia plantea después un problema con los más
pequeños. Aun así, encontramos un 7,5% de menores de entre once y catorce años de
edad que descarga aplicaciones tanto de pago como gratuitas. En cuanto a la gran
mayoría, casi un 90%, opta solo por la descarga de aplicaciones gratuitas.
La mayor parte de las descargas son de apps de juegos, redes sociales como
Instagram o Twitter, programas de tratamiento de imágenes y fotografía, vídeos y
música.
Es interesante señalar que las cuestiones que los adolescentes tienen en cuenta a la
hora de descargarse una aplicación son muy variadas, y van desde el número de
descargas que tenga la misma hasta las recomendaciones de sus conocidos, pasando por
los comentarios que encuentran en las propias tiendas de descarga.
Como era de prever, especialmente durante la etapa adolescente, el 59% de los
menores de entre once y catorce años tiene en cuenta fundamentalmente la
recomendación de sus amigos a la hora de descargarse una aplicación. Para otro
33% son muy valorados los comentarios que otros usuarios dejan en las tiendas de
descarga. En un nivel similar se encuentran las puntuaciones recibidas por la aplicación.
Más atención les conceden también a los títulos y temáticas de las aplicaciones (36,7%),
y menos a la publicidad (26%) o el número general de descargas (21,3%).
Nos llama la atención que, en el caso de las adolescentes, la opinión y
recomendaciones de las amigas no parecen tener tanto peso como entre los chicos: un
38% frente a un 56%.
El recorrido de las apps aún va a ser amplio. No cesan de crecer en número y en
volumen de descargas, por lo que no podemos considerar que sea un tipo de herramienta
pasajero o de tránsito hacía otras. En España había en 2013 nada menos que 22 millones
de usuarios activos de apps, que descargan al día 4 millones de aplicaciones.
107
20.
Problemas asociados:
de los permisos
y la privacidad
a la geolocalización
108
Las autoridades europeas de protección de datos subrayan la necesidad de obtener
el consentimiento informado y específico del usuario antes de recoger y almacenar sus
datos personales.
Así, deben preocuparnos en resumen las siguientes cuestiones:
– El acceso de los menores a aplicaciones que no especifican la edad para la que
son recomendables.
– La posibilidad de realizar compras desde dichas aplicaciones, especialmente
cuando su descarga, instalación y uso inicial son gratuitos.
– La inclusión de clausulas no comprensibles por parte de los menores.
– El acceso por parte de los desarrolladores a información privada de los
menores: desde sus conversaciones hasta sus fotos, pasando por su lista de
contactos, etc.
– La venta o puesta en común de estos datos con terceras empresas.
– La aceptación del consentimiento del menor al descargarse la aplicación
cuando este tiene menos de catorce años y deberían, por tanto, ser sus padres
los que autorizaran el uso de los datos e imágenes del menor. Nuestra
legislación no considera válida la autorización concedida por un niño de
menos de catorce años para el manejo o acceso a sus datos personales.
No puedo evitar plantearme todo esto en preguntas concretas: ¿Es legal que una
aplicación pida para instalarla tantos permisos (que comprometen la privacidad y
seguridad), aunque estos sean abusivos y no sean necesarios para el funcionamiento de
la aplicación? ¿Es legal que una aplicación ceda toda la información que maneja sobre
nosotros a la empresa de publicidad que publica sus anuncios en ella? Es decir, en
ocasiones ceden datos a terceras entidades sin nuestra autorización expresa. ¿Es legal
que una aplicación guarde copias del contenido, por ejemplo, de las conversaciones en
una carpeta del teléfono, a pesar de haberle dado expresamente a la opción de «borrar»?
¿Es legal que en algunas aplicaciones no se especifique la edad mínima recomendada
para la aplicación o que no esté ajustada a la legislación española? ¿Es legal que los
permisos de las aplicaciones estén redactados de tal forma que difícilmente un menor de
edad pueda entenderlos? ¿Es legal aceptar la autorización de un usuario que, siendo
menor de catorce, años no puede legalmente autorizar a que se recaben y almacenen sus
datos personales, fotografías, etc., sin la autorización de sus representantes legales?
Me planteo no solo si esto es legal, sino si es «aceptable», y si el legislador no
debería tomar cartas en el asunto.
Es muy necesario que los padres/madres supervisen las aplicaciones que van a
descargar su hijos/as, leyendo con detenimiento los permisos que se solicitan y
109
comprobando también si al menos guardan relación con la funcionalidad de la app. En
ocasiones encontramos aplicaciones, como pudiera ser una «linterna», que entre otros
permisos piden el de acceder al listado de contactos del terminal móvil.
Sin embargo, nos encontramos con que el 52% de los niños y adolescentes de
once a catorce años de edad nunca pide permiso a sus padres para descargarse
una aplicación. Otro 29% solo pide permiso en ocasiones, y normalmente cuando se
trata de una app de pago. En conclusión: solo un 19% de los menores de entre once
y catorce años pide permiso a sus padres.
En esta cuestión, la diferencia entre los once y los catorce años es considerable,
como es lógico. No obstante, si nos centramos en los más pequeños, encontramos que
solo el 27% de los niños/as de 11-12 años pide permiso antes de descargarse una app.
Curiosamente, el porcentaje de menores que pide permiso para realizar dichas
descargas es mayor cuando la descarga se va a efectuar en una tablet que cuando se va a
efectuar en un smartphone. Este hecho se explica, posiblemente, porque en muchas
ocasiones la tablet pertenece a la familia, y es utilizada por diversos miembros de la
misma.
La mayoría de los niños que se inician en el manejo de las TIC lo están haciendo a
través de la telefonía móvil, de los smartphones o de las tablets. Esta iniciación se
produce a edades cada vez más tempranas, y normalmente mediante los dispositivos
familiares o de sus propios padres. No obstante, a partir de los nueve o diez años de edad
ya no es extraño encontrar a niños que manejan sus propios terminales, y que suelen
acceder a la Red a través de una conexión wifi. Tanto en un caso como en el otro, es
muy importante que los padres/madres utilicen sistemas de contraseñas que les permitan,
al menos, aprobar el tipo de aplicaciones móviles que se van a instalar y utilizar. Los
progenitores pueden entender mejor las condiciones de uso y los permisos que se están
otorgando, y valorarlos con más criterio. Cuando se trata de una tablet familiar, por
ejemplo, las contraseñas también pueden permitir el acceso a la misma o solo a unas
aplicaciones determinadas previamente.
La realidad nos demuestra que los padres/madres están aún lejos de haber tomado
conciencia de esta necesidad, ya que el 73% de los menores de entre once y catorce
años de edad no tiene que introducir contraseña alguna para descargarse una
aplicación móvil en el dispositivo que utiliza. Solo el 16% de los menores de entre
once y catorce años tiene que introducir una contraseña previa a la descarga de cualquier
aplicación. Al margen de esta realidad, hemos de constatar otra aún más preocupante: la
gran mayoría de los menores que deben poner dicha contraseña no se lo comunican a sus
padres, ya que la conocen perfectamente. Al preguntarles sobre el medio que han
utilizado para averiguarla, muchos reconocen que sus propios padres se la han mostrado
para que «no les incordien constantemente»…
110
Una vez más, el sistema de contraseñas es más utilizado y respetado en las tablets
que en los smartphones.
Los niños y adolescentes están normalmente más familiarizados con el uso y
manejo de las TIC que los adultos que les rodean. No obstante, la mayor parte de los
conocimientos que manejan se aprenden a nivel de usuario y de forma casi siempre
autodidacta. No están a menudo con cuestiones relativas a la seguridad, la protección de
datos personales, el derecho a la intimidad, etc., ni tienen mucha experiencia sobre estas
cuestiones fuera de Internet. Muchos acuden a sus compañeros para resolver cuestiones
que se les plantean, y otros las buscan directamente en Internet.
Se hace más necesario que nunca que los adultos retomen el papel de referentes en
esta cuestión, ya que son muchos los menores de edad que manifiestan su necesidad de
recibir formación e información. Al menos el 40% de los menores de entre once y
catorce años de edad ha buscado información sobre cómo proteger sus datos
personales.
Si bien es cierto que los más jóvenes pueden diferir de sus mayores en cuanto a la
definición de los conceptos relacionados con la privacidad, la realidad nos demuestra
que sí sienten inquietud al respecto, y que están especialmente preocupados por su
«reputación digital».
Una de las cuestiones que más preocupan tanto a los padres y madres como a las
organizaciones de protección de la infancia es la cantidad de aplicaciones que hay en el
mercado que están recopilando y almacenando datos personales de niños y adolescentes.
Muchas de estas apps acceden a las listas de contactos y teléfonos de las agendas de los
niños, a sus mensajes y a sus galerías fotográficas. En ocasiones, aplicaciones muy
sencillas piden acceso a todo el contenido del terminal sin necesitarlo en absoluto para el
funcionamiento de la dicha aplicación. Normalmente no facilitan información sobre el
uso que después hacen de toda esa información, ni sobre si la almacenan o no y por qué
medios. Se están aceptando como válidos contratos que firman niños de ocho, nueve,
diez u once años de edad. Mayores y también aún más pequeños, que aceptan las
condiciones de uso sin entender nada de lo que se especifica en las aplicaciones, cuando
se llega a facilitar esta información al usuario.
Así, uno de cada tres menores de entre once y catorce años de edad
reconoce haberse instalado aplicaciones que acceden a su información personal
(32,5%). No obstante, en los paneles paneuropeos de jóvenes hemos podido profundizar
en esta cuestión, comprobando que la mayoría de aquellos que afirman no tener
instaladas aplicaciones que acceden a su información personal no se han leído las
condiciones de uso de las aplicaciones que han instalado. Y esto es así en la
inmensa mayoría de los casos. En otras ocasiones, después de afirmar que las
aplicaciones que tienen no acceden a sus datos personales, reconocen, sin embargo, tener
111
instalado el WhatsApp y utilizarlo a diario, por ejemplo. Esta aplicación no solo ha
reconocido acceder a información personal de los terminales móviles, sino incluso
almacenar las imágenes que se envían a través de su sistema de mensajería instantánea.
Al margen del conocimiento que tengan o no sobre el tipo de aplicaciones que se
instalan y sus políticas de privacidad, un 71% de los niños y adolescentes de once a
catorce años de edad afirma sentirse preocupado por el uso que las
aplicaciones móviles pudieran hacer de su información personal.
El porcentaje de menores de entre once y catorce años que se muestra preocupado
por esta cuestión es sensiblemente mayor entre ellas que entre ellos. Así, mientras que
solo un 9% de las menores de estas edades afirma no sentir preocupación por el uso que
le den a su información personal, el porcentaje llega al 22% entre los chicos.
En muchas ocasiones la información que se facilita está integrada en las fotografías.
La mayoría de los niños y adolescentes no saben que, cuando hacen una fotografía con
su tablet o smartphone y la envían a alguien, están enviando junto a la imagen toda una
serie de metadatos. Esta información no puede verse a simple vista, pero existen
programas e incluso páginas web a las que podemos enviar una fotografía y en cuestión
de segundos nos facilitan los metadatos adjuntos a la imagen. Dichos metadatos incluyen
información sobre el día y hora en que fue sacada la fotografía, por ejemplo, y también
las coordenadas del lugar en el que se obtuvo. Es decir, si esa fotografía es de un peluche
que hay en la habitación de una niña, la imagen llevará adjunta la localización GPS de la
vivienda. Si se hacen una foto en el colegio, esa foto lleva consigo las coordenadas del
colegio… Así pues, es muy importante enseñar a los menores a llevar siempre
desactivada la geolocalización, al menos mientras hacen fotografías, para que toda esa
información personal no quede ligada a la imagen.
112
21.
Cuestiones físicas:
del sueño
a los problemas cervicales
Para determinar el nivel de concienciación que sobre el uso del smartphone tienen los
más pequeños usuarios, consideramos muy importante determinar lo extendidas que
pueden estar entre ellos normas muy concretas, que tienen como objetivo garantizar su
correcto descanso o su atención en clase, por ejemplo.
El 27% de los menores de entre once y catorce años de edad reconoce no
apagar nunca su teléfono móvil. Este porcentaje va aumentando con la edad, de tal
forma que entre los menores de 13-14 años encontramos que uno de cada tres nunca
apaga su terminal.
Por otro lado, el 60% de los menores de entre once y catorce años que acude
al colegio con su smartphone reconoce no apagarlo en clase.
Resulta absolutamente necesario que los niños y adolescentes duerman durante las
noches un mínimo de horas que les permitan descansar, reponerse e incluso crecer y
desarrollarse, ya que el sueño resulta fundamental incluso para esto último. Es muy
llamativo que los padres/madres no garanticen este sueño a dichas edades, permitiendo
que los niños se acuesten con sus dispositivos encendidos, pudiendo recibir mensajes
hasta altas horas de la madrugada. Solo el 30% de los niños y adolescentes de once a
catorce años con smartphone lo apaga al irse a dormir. Otro 43% lo apaga
después de haberse acostado, a una hora indeterminada, y el 27% restante no llega a
apagarlo.
Así mismo, apenas la mitad de los menores de entre once y catorce años apaga sus
dispositivos en lugares en los que no está permitido utilizarlos.
Al margen de las cuestiones relativas al descanso, el uso habitual de smartphones y
tablets por parte de los niños y adolescentes puede tener consecuencias físicas, tal y
113
como señalan recientes estudios médicos. Hace años que se advierte sobre las lesiones
físicas que pueden derivarse de las malas posturas adoptadas frente al ordenador. Horas
y horas frente al monitor tienen consecuencias de todo tipo en los más pequeños: desde
los problemas para la vista o para la espalda hasta la tendencia a la obesidad por la falta
de actividad física. Las horas frente al ordenador, añadidas a las horas frente a la
televisión, causan verdaderos estragos si no se controlan y combinan con una
concienzuda actividad física.
Pensábamos que la conectividad móvil tendría un efecto positivo en esta cuestión,
al permitir a los jóvenes y adolescentes salir de casa sin dejar por ello de estar
conectados con sus distintos grupos de amigos y familiares. De hecho, una de las frases
que más escuchamos en grupos de trabajo realizados con alumnos/as de catorce a
dieciséis años es precisamente esta: «Con un smartphone te sientes mucho más libre. Ya
no tienes que estar pegado al ordenador para enterarte de todo lo que sucede y de todo lo
que se dicen tus amigos y amigas».
Sin embargo, esta libertad debe combinarse con conocimiento y responsabilidad
(como siempre). En el caso de las consecuencias físicas, los efectos no son los mismos
que observamos tras horas de permanencia delante de un monitor o una televisión, pero
los hay. Un reciente estudio desarrollado a partir de pruebas a niños y adolescentes, que
incluye la realización de pruebas de escáner de resonancia magnética, ha sacado a la luz
un dato verdaderamente preocupante: el 40% de los niños de entre ocho y dieciocho
años está desarrollando espaldas con lesiones propias de personas de cincuenta
años de edad.
El cirujano ortopédico Piet van Loon advierte en la revista Medisch Contact que
ya están operando a jóvenes de diecinueve y veinte años de hernias discales, y que cada
vez atienden a más jóvenes con problemas de espalda y el desarrollo de las llamadas
«jorobas» El analista André Soeterbroek advierte que los más pequeños se inclinan sobre
sus smartphones y tablets para mantener el equilibrio, agachando la cabeza y
adelantando las caderas.
La forma de evitar que la espalda crezca deformándose y aplastando la parte
delantera los discos intervertebrales es utilizar estos aparatos el mayor tiempo posible
adoptando la posición de tumbado boca abajo. De esta forma se refuerzan los músculos
de la espalda, como se hace con los bebés para que desarrollen la fuerza necesaria para
sostener sus cabezas.
Teniendo en cuenta que esto puede corregirse en los niños y adolescentes, creo que
es importante trabajar con ellos todo el tema postural. Los menores dedican horas diarias
al manejo de sus smartphones, y es necesario que comiencen a hacerlo de forma
correcta. No dedicar mucho tiempo seguido a su manejo, levantar la cabeza, estirar la
espalda, alternar con ejercicios de cuello y fortalecer sus espaldas. Debemos añadir esto
114
al trabajo que ya realizan algunos con su vista: descansar con frecuencia, levantarse y
enfocarla en objetos que se encuentran a media y larga distancia, etc. Van a pasar la
mayor parte de su vida manejando dispositivos de este tipo, así que más vale prestar
atención a esta cuestión.
115
22.
WhatsApp para niños
y adolescentes: ¿seguro?
Como hemos comentado ya, el 76% de los niños españoles de once a catorce años
utiliza habitualmente WhatsApp, desde sus propios terminales o desde los de sus padres.
España cuenta nada menos que con 20 millones de usuarios de WhatsApp. En el mundo
la cifra se eleva ya a más de 500 millones de clientes enviando mensajes, fotos, vídeos y
grabaciones de voz varias veces al día. Según los datos que maneja la propia plataforma,
cada usuario comprueba o atiende su WhatsApp 150 veces al día (!). Una de las
principales razones por las que niños y adolescentes piden a sus padres un teléfono móvil
es precisamente poder utilizar este sistema de mensajería instantánea. «Wasapear» se ha
convertido en un sinónimo de hablar, y no hay adolescente que se precie que no lo
utilice.
Pero WhatsApp ya no es solo un sistema de mensajería. Se ha convertido en una
verdadera red social, porque en eso lo han convertido sus millones de usuarios. Los
adolescentes crean grupos, agregan a sus amigos e intercambian mensajes, enlaces,
fotos, vídeos y archivos de voz. Muchos no encuentran la hora de apagar el terminal
móvil por la noche, por si llega un último whatsapp. Y del mismo modo, por la mañana,
el ritual de levantarse incluye encender el smartphone y comprobar la llegada o no de
nuevos mensajes.
En un principio, el hecho de que los menores de edad utilicen una aplicación móvil
para mantener contacto con sus semejantes, para compartir mensajes o imágenes, o
incluso para divertirse, no tiene nada de malo en sí mismo. Es evidente que la
herramienta se puede utilizar también para acosar, amenazar, difundir calumnias,
fotografías sin autorización, etc., y es la herramienta más habitual en los casos de
sexting y difusión de fotografías que los menores no deberían hacerse nunca. Pero esto
no puede achacarse a la herramienta en sí, sino al uso que algunos llegan a hacer de ella,
como sucede en cualquier cuestión relacionada con Internet.
116
No obstante, sí hemos de hacernos la siguiente pregunta: ¿qué sucede con todos
esos mensajes, más privados o menos, que los niños se intercambian entre sí? ¿Qué
sucede con las fotografías que se hacen y se envían unos a otros? ¿Alguien puede
acceder a ellas? Pues lo cierto es que no lo sabemos… Una de las principales críticas a la
seguridad de WhatsApp es precisamente el desconocimiento que se tiene sobre si la
compañía guarda copias de la información enviada, dónde se alojan y qué nivel de
seguridad se aplica a esa información.
Desde el Centro de Seguridad de Protégeles hemos establecido contacto con la
Oficina del Comisionado de Privacidad de Canadá, quien nos ha trasladado la
información y conclusiones a las que han llegado tras la investigación llevada a cabo
sobre WhatsApp.
Enumero las conclusiones más importantes a tenor de la información facilitada por
WhatsApp:
1) WhatsApp no recoge los nombres, correos electrónicos, direcciones u otro
tipo de información de la lista de contactos que hay en el teléfono.
2) WhatsApp no recopila datos sobre la ubicación, aunque los usuarios pueden
compartir voluntariamente dicha ubicación con otros usuarios a través del
servicio de WhatsApp.
3) El contenido de los mensajes que han sido entregados por el servicio de
WhatsApp no son copiados ni archivados por WhatsApp. No obstante, si el
destinatario no está conectado, el mensaje no entregado sí se mantiene en los
servidores de WhatsApp y puede permanecer en ellos hasta treinta días.
Transcurrido ese tiempo, es eliminado. Los mensajes permanecen entonces
solo en los dispositivos del emisor y el receptor. No obstante, WhatsApp puede
conservar la fecha y hora de los mensajes entregados, así como los números de
teléfono de los móviles implicados.
4) WhatsApp afirma que los archivos que se envían a través del servicio de
WhatsApp permanecen en sus servidores después de haber sido entregados,
durante lo que denominan un «corto período de tiempo». Transcurrido este
tiempo, terminan siendo eliminados de acuerdo con «sus políticas de retención
general».
5) El texto del «estado», la foto del perfil y la hora de la última conexión que
aparece como «última vez» pueden ser vistos por cualquier persona que tenga
su número de teléfono móvil y sea usuario de WhatsApp. Es posible bloquear
a otros usuarios con posterioridad (esta cuestión ya ha sido modificada por la
empresa en 2014 y ahora es posible proteger dicha información y que no sea
visible).
117
6) WhatsApp accede a los números de teléfono que hay en la agenda de sus
usuarios para identificar a otros usuarios del servicio y permitir la
comunicación con ellos. Pero WhatsApp almacena los números de teléfono de
los no usuarios. Afirma almacenarlos «de forma cifrada», aun después de
haberlos identificado como no usuarios de su servicio.
La información facilitada por WhatsApp plantea algunos interrogantes. Si la
política de la empresa es no almacenar los mensajes que se intercambian los usuarios, y
eliminarlos de sus servidores una vez que son recibidos por cada receptor, entonces ¿por
qué razón sí almacena y conserva las fotografías, vídeos y archivos que se adjuntan en
los mensajes, aun después de haber sido entregados? ¿Qué quiere decir que dichos
archivos permanecen en sus servidores «un corto periodo de tiempo»? ¿Para qué?
Las fotografías y archivos que se intercambian los usuarios en sus conversaciones
privadas contienen desde todo tipo de fotografías, hasta fotos de documentos, resultados
de informes médicos, etc. ¿Cómo son almacenados y tratados todos esos datos?
¿Cumplen con los requisitos que exige nuestra Ley de Protección de Datos?
¿Cuáles son esas «políticas de retención general».
Al margen de esta cuestión, debemos plantearnos también otra cuestión: ¿por qué
razón WhatsApp almacena y conserva «cifrados» los números de teléfono de no
usuarios de su servicio, después de obtenerlos de las agendas de contactos de
sus usuarios? Si usted conoce a una persona que utilice este sistema de mensajería
instantánea, y esta persona le tiene a usted en su lista de contactos, su número de
teléfono es conocido y almacenado por WhatsApp. La Oficina del Alto Comisionado de
Privacidad de Canadá (OPC) y la Oficina Holandesa de Protección de Datos, en un
informe conjunto publicado en enero de 2013, ya señalaron que la aplicación viola las
leyes de privacidad, ya que los usuarios tienen que facilitar el acceso a todos los números
de teléfono de su agenda, incluyendo tanto a los usuarios como a los no usuarios de la
aplicación.
Por cierto: ¿se han leído ustedes, o los niños, las últimas condiciones de uso que
cualquier usuario tiene que aceptar para seguir utilizando WhatsApp?
Es muy difícil que los menores que ya utilizan smartphones dejen de utilizar una
aplicación que les permite comunicarse de una forma tan sencilla, inmediata y
prácticamente gratuita. Y tampoco es nuestro objetivo. Por esta razón es necesario
educarles y advertirles sobre la privacidad de sus conversaciones y de las imágenes que
envían por este sistema. Realmente, tanto adultos como menores de edad, WhatsApp,
deberían actuar como si sus conversaciones fueran públicas. Deberían actuar como si
sus fotografías pudieran llegar a ser vistas por terceros a los que no conocen de nada, y
como si la información que allí vuelcan pudiera salir del entorno meramente privado.
Los menores deben cuidar lo que dicen cuando utilizan estos sistemas de mensajería. Y
118
deben evitar reproducir y enviar determinados datos. Deben también cuidar las imágenes
que envían. Es más: deberían, unos y otros, recordar que en realidad están dando
permiso a alguien que no conocen para que acceda a su lista de contactos, a sus
mensajes, a las fotos que envían, etc.
Y, por último, es interesante también que los menores borren con cierta regularidad
sus conversaciones y fotografías, ya que es impresionante la cantidad de información
personal a la que otros podrán tener acceso en caso de pérdida.
Me he centrado en WhatsApp al redactar este capítulo porque es el sistema de
mensajería instantánea más utilizado por los niños, adolescentes y también adultos en
España. Pero las mismas preguntas que nos planteamos aquí son trasladables a otros
sistemas de mensajería instantánea, como Line, Telegram, SnapChat, Kik, etc. Lo
prudente es no utilizarlos como si fueran sistemas realmente privados.
119
23.
La red social Ask.fm
y la aplicación SnapChat
120
Ask.fm
121
a) En la parte derecha de la pantalla, junto a cada pregunta existe un botón de
denuncia. Coloque el puntero del ratón sobre el comentario a eliminar.
Aparecerá una flecha en la que se nos mostrará la opción «Denunciar». Haga
clic en la opción «Denunciar». Aparecerá una lista de motivos de denuncia.
Marque el que más se asemeje al suyo.
b) En la parte de abajo, a través de «Contáctanos», el usuario debe manifestar su
queja/denuncia, facilitar su correo electrónico y enviarla al administrador de
Ask.fm.
La infracción o violación de las condiciones de uso debe conllevar la cancelación
de la cuenta y del uso del servicio. En las condiciones de uso, Ask.fm establece que se
reserva el derecho pero no tiene obligación de monitorizar las conversaciones, disputas,
etc., entre los usuarios.
Como recomendaciones básicas para sus hijos/as o alumnos/as:
1) Sensibilíceles sobre los riesgos de utilizar redes sociales como Ask.fm.
2) Asegúrese de que configuran su perfil o cuenta de la forma más segura
posible: «Recibir solo y exclusivamente preguntas de usuarios identificados».
3) En caso de infracción de la normativa de uso:
– Guarde las pruebas: imprimiendo pantallazos, guardando en disco externo
o pen-drive.
– Utilice las herramientas de denuncia que pone a disposición de los
usuarios la propia red social, y contacte con las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad o con el Centro de Seguridad en Internet para los Menores
Protégeles, otorgando autorización para tramitar y gestionar la queja o
denuncia a través del contacto directo con el administrador.
– Si los infractores son usuarios identificados y pertenecen al mismo centro
educativo, se debe informar a los responsables del centro (aportando las
pruebas) para que intervengan en la resolución del conflicto.
En los casos de denuncia ante la Policía o la Guardia Civil, es necesario ser
consciente de la dificultad que existe para que el proceso finalice con éxito. Hay muchas
probabilidades de inviabilidad procesal con archivo provisional de la causa, por distintos
motivos: la difícil identificación del autor, la escasa gravedad de los hechos en ocasiones
y la incompetencia de la jurisdicción española para intervenir en los casos en los que los
infractores sean extranjeros y residentes en otro país… Por esta razón es necesario
plantearse si esta es la red social más conveniente para que la utilicen los menores de
edad en nuestro país.
122
SnapChat
123
trabas al investigador que lo encontró y trata de encubrir su pifia cuando descubren que
no está solventada, y vuelven a sacarles los colores. Así una y otra vez».
La conclusión que sacamos es muy clara: por sus características, por las facilidades
que ofrece para la práctica del sexting y del ciberbullying, y por la atención que parece
prestarle a la privacidad y seguridad de sus usuarios, los niños y adolescentes nunca
deberían utilizar aplicaciones como SnapChat. No obstante, más de la mitad de los
usuarios de esta aplicación tienen entre trece y diecisiete años.
Considero importante recordar la noticia del pasado mes de octubre de 2014, en la
que se ponía de manifiesto que unas 100.000 fotografías de usuarios de SnapChat, con
desnudos incluidos, habían visto la luz en la plataforma 4Chan.
124
24.
Tecnoadicciones
y conducta adictiva a Internet
En los últimos años, hemos podido comprobar cómo el acceso autodidacta de los
menores a las TIC ha crecido al mismo ritmo que los problemas relacionados con la
pérdida de privacidad e intimidad. Hasta ahora, la preocupación principal de los
padres/madres se ha centrado en prevenir o afrontar situaciones relacionadas con el
acceso a contenidos inapropiados o dañinos, la exposición de datos personales de sus
hijos, la difusión de fotografías y otras cuestiones más cotidianas. No obstante, muchos
adultos comienzan a tomar conciencia sobre las consecuencias que pueden tener el uso
abusivo y las denominadas «tecnoadicciones».
Diferentes líneas de investigación están aportando los datos e información
necesarios para situar estas cuestiones. En el estudio EU.NET.ADB (2012), financiado
por la Comisión Europea y desarrollado por la organización Protégeles en España, junto
a distintas universidades y entidades de Alemania, Holanda, Islandia, Grecia, Polonia y
Rumanía, se han obtenido resultados muy significativos sobre el uso que los menores
hacen de Internet. Así, a partir de las 13.000 encuestas realizadas, se ha podido constatar
que los adolescentes españoles y rumanos de entre catorce y diecisiete años se
encuentran a la cabeza de Europa en el desarrollo de conductas de riesgo relacionadas
con la adicción a Internet. España es el país que aparece con el porcentaje más alto de
jóvenes en esta situación, alcanzando el 21,3%.
Entendemos por la conducta adictiva a Internet (CAI), un patrón de
comportamiento caracterizado por la pérdida de control sobre el uso de Internet.
Dicha conducta conduce potencialmente al aislamiento y al descuido de las relaciones
sociales, de las actividades académicas, de las actividades recreativas y de la salud. Por
otra parte, este tipo de conducta se enmarca en otro más amplio denominado conducta o
comportamiento disfuncional en Internet (CDI) y que incluiría también a aquellos
sujetos que están en riesgo de desarrollar CAI.
125
Al margen de los debates abiertos sobre el tipo de denominación que debe utilizarse
para identificar este tipo de problemas, lo que sí constatamos es el progresivo aumento
del número de menores de edad que presentan problemas relacionados con los
desórdenes de adicción a tecnologías de la información y la comunicación –TIC–.
Aunque los usos que desarrollamos son muy diversos, podemos plantear tres
grandes grupos en función del tipo de relación que cada persona establece con las TIC.
Esta división nos ayuda a diferenciar entre el uso adecuado y el inadecuado con sus
posibles consecuencias negativas. Estas categorías son uso, abuso y adicción.
a) Uso. Se trata de un tipo de relación con la tecnología en la que ni la cantidad
de tiempo ni la frecuencia ni el modo de empleo dan lugar a consecuencias
negativas para el usuario. Se trata de un uso «adecuado» en el que la persona
aprovecha las características positivas de las TIC sin que interfieran
necesariamente de forma negativa en su día a día. Usar las TIC para
relacionarse, para hacer las tareas escolares o laborales o simplemente para
entretenerse no supone un problema en sí mismo.
b) Abuso/Uso inadecuado. Entendemos por abuso/uso inadecuado aquella
forma de relación con las tecnologías en la que, por la cantidad de tiempo, por
la frecuencia o por el tipo de uso, comienzan a manifestarse consecuencias
negativas para el usuario y su entorno. El uso del ordenador conectado a
Internet durante 3-4 horas podría no ser considerado excesivo o nocivo, pero si
la frecuencia es diaria o genera complicaciones en los estudios o en las
relaciones sociales cara a cara, entonces es muy probable que nos encontremos
ante una situación de abuso. Es importante analizar las consecuencias que el
uso de las TIC tiene en cada menor para concluir si nos encontramos ante la
presencia de una situación de uso o de abuso.
c) Adicción. Toda conducta que pueda generar placer en la persona que la
realiza (ir de compras, trabajar, coleccionar objetos…) es susceptible de
convertirse en adictiva. Estas conductas, que pueden presentarse en un inicio
como actividades cotidianas, se van convirtiendo progresivamente en
problemáticas para la persona que comienza a desarrollar una adicción a ellas.
La conducta adictiva a Internet se caracteriza, como cualquier otra adicción, por la
aparición de tres síntomas principales:
– Tolerancia: Necesidad de aumentar el tiempo que la persona dedica a la
utilización de la tecnología (ordenador, videoconsola, teléfono móvil,
televisión…) para obtener el mismo efecto. La satisfacción que genera su uso
va progresivamente disminuyendo, lo que provoca que el usuario tienda a
utilizarlo durante más tiempo para lograr alcanzar un nivel adecuado de
satisfacción.
126
– Abstinencia: Sensación desagradable que experimenta la persona cuando no
puede usar la tecnología. Por este motivo, tiende a usarla cada vez más y de
forma compulsiva, para aliviar el malestar que le genera no poder hacerlo.
– Dependencia: Cuando la persona necesita aumentar progresivamente el
tiempo de uso de la tecnología (tolerancia) y además se siente mal si no puede
hacerlo (abstinencia). El usuario dependiente comienza a desarrollar
pensamientos y conductas relacionadas con su problema, que repercuten en sus
relaciones sociales y familiares, en su rendimiento escolar y/o laboral, etc.
127
Cómo identificar el problema
Si nos preocupa la relación que un hijo/a o alumno/a pueda llegar a tener con las TIC,
debemos tener en cuenta las señales que van a ir apareciendo a lo largo del proceso por
el que se llega a una adicción:
– Cada vez necesita estar conectado durante más tiempo para sentirse satisfecho.
– Se siente deprimido, nervioso o enfadado y solo se le pasa cuando se conecta a
Internet.
– Pasa mucho tiempo pensando en cuándo se podrá conectar de nuevo.
– No consigue controlar el tiempo o la frecuencia con que se conecta.
– Ha dejado de lado actividades u obligaciones por estar conectado.
– Prefiere las ciberrelaciones a las relaciones personales.
– Miente con relación al tiempo y la frecuencia con la que se conecta.
Si después de haber leído estas cuestiones consideramos que el menor presenta
muchos de los síntomas, el principal obstáculo con el que nos vamos a encontrar es la
negación del problema por su parte. Es posible que busque excusas para minimizar su
problema, sobre todo amparándose en la finalidad de su conexión: hacer deberes, quedar
con los amigos, entretenerse el rato que tiene libre, etc.; pero es importante manifestarle
determinación a la hora de señalar el problema y afrontarlo.
No está de más aclarar que la mayoría de los jóvenes pueden pasar por un proceso
de abuso/uso inadecuado de las TIC en circunstancias personales específicas, como la
etapa de desarrollo en la que están, el boom social (aplicaciones de moda, publicidad), su
estado emocional (tristeza ante el aburrimiento y/o problemas personales
circunstanciales)…, y no por ello podemos considerar que tengan un problema de
adicción a Internet. Lo más probable es que ellos mismos orrijan ese comportamiento
con el paso del tiempo. Sin embargo, y a pesar de todo, es necesario realizar un
seguimiento y transmitirles la información necesaria para evitar riesgos mayores. Si aun
así el problema persiste, debemos consultar con un especialista.
128
Cómo actuar
Si el menor está haciendo un uso inadecuado y/o abusivo de las TIC durante un largo
período de tiempo, se puede decir que ya ha instaurado este hábito, y, como tal, tiene que
desaprenderlo. No se trata de prohibirle que use las TIC, sino de que aprenda a usarlas de
forma controlada y segura, sustituyendo los hábitos inadecuados por otros más positivos,
que le permitan aprovechar todas las oportunidades que le ofrece la tecnología.
Como padres/madres o educadores es fundamental establecer normas y límites
claros para que los menores de edad usen de las TIC de forma adecuada, sin dedicarles
todo su tiempo libre y sin dejar de hacer otras actividades o atender a sus obligaciones.
Es importante fomentar en ellos diferentes opciones de ocio e intentar que se impliquen
en ellas. El deporte, la música, los clubes de actividades… pueden ser una buena opción
para que gestionen su tiempo libre adecuadamente, junto con el uso de las nuevas
tecnologías.
Tal y como señala Young, es importante romper los hábitos de conexión del menor.
Para poner en marcha esta nueva rutina, propone:
– Practicar lo contrario en el tiempo de uso de Internet. Por ejemplo: si se
conectaba nada más llegar del colegio, que meriende primero. Se trata de
posponer, de adaptarse a un nuevo horario.
– Interruptores externos. Usar cosas que tenga que hacer, o sitios donde ir, como
señales que le indiquen que debe desconectar (usar relojes o alarmas).
– Fijar metas. Para evitar las recaídas se puede elaborar un horario realista que
permita al adolescente manejar su tiempo y tener sensación de control.
– Abstinencia de una aplicación particular. Debe abandonar la aplicación que
más problemas esté ocasionando
– Usar tarjetas recordatorias. Pedirle que haga una lista de los cinco principales
problemas causados por la adicción a Internet y otra con los principales
beneficios de no estar conectado o abstenerse de una aplicación determinada.
– Desarrollar un inventario personal. Que apunte las cosas que ha dejado de
hacer por usar Internet y clasificarlas en «muy importante», «importante»,
«poco importante» Debe examinar las primeras para ser consciente de lo que
ha perdido o le gustaría recuperar.
– Educar en el uso de Internet como fuente de información y formación.
129
– Informarse sobre las herramientas y recursos de prevención. Por ejemplo, uso
de programas de control parental, filtros de contenido, para limitar el tiempo
de conexión y el acceso a contenidos dañinos.
– Hablar de Internet con el adolescente. Contrastar las ventajas e inconvenientes
de su uso, sin hacer valoraciones negativas sobre el uso que los adolescentes
hacen de Internet. Es importante reforzarle positivamente siempre que pida
ayuda en relación con cualquier problema.
– Entender el exceso de Internet como una forma de reaccionar al malestar
psicológico. Preguntarse por qué el adolescente centra en internet su tiempo
para el ocio y las relaciones. Tener una actitud de escucha activa ante su
aislamiento.
– Entrar en un grupo de apoyo.
– Terapia familiar. Es necesaria si se ha visto deteriorada también la relación
familiar. De esta forma se educa a la familia, disminuyendo la sensación de
culpa del adolescente por su comportamiento, promoviendo la comunicación
de los problemas desde el origen y animando a la colaboración y recuperación
del menor.
Ante una situación de adicción a nuevas tecnologías es importante exteriorizar el
problema y pedir ayuda. Muy pocas familias están preparadas para afrontar con éxito y
con sus propios medios y conocimientos una situación de este tipo. En la mayoría de los
casos, el asesoramiento de un profesional será lo que marque la diferencia.
130
25.
Acceso a contenidos dañinos
Una de las cuestiones que, sin duda, debe preocupar a padres/madres y educadores es
el posible acceso de los menores de edad a contenidos dañinos. Algunos de estos
contenidos son ilegales: páginas de contenido racista o xenófobo, páginas de apología
del terrorismo, páginas de pornografía infantil o de tráfico de drogas. Sin embargo,
existen otros muchos contenidos que no son ilegales en la mayoría de los países, pero
que pueden dejar secuelas importantes en los menores que accedan a ellos.
Uno de esos contenidos a los que hacemos referencias es, sin duda, la pornografía
común. De los millones y millones de contenidos que podemos encontrar en Internet,
uno de los más comunes es precisamente la pornografía. Infinidad de páginas que
ofrecen fotografías y vídeos pornográficos sobre todo tipo de parafilias, que son
visitados por millones de personas, entre las cuales se encuentran no pocos menores. Al
margen de este tipo de contenidos, a los que normalmente se accede sin ningún tipo de
trabas, encontramos también páginas en las que se reproducen imágenes de violencia
extrema: webs sobre suicidios, ejecuciones, lapidaciones, autopsias y un largo etcétera.
Estas imágenes, de las cuales muchas son reales y otras simuladas, pueden dejar secuelas
imprevisibles en los más pequeños. Son realmente imágenes y vídeos imposibles de
olvidar.
Pero a lo que asistimos realmente sorprendidos es a la expansión de las páginas que
promueven abiertamente los trastornos de la conducta alimentaria, las famosas páginas
«pro-Ana» (proanorexia) y «pro-Mia» (probulimia), seguidas de cerca por las páginas
«pro-SI» (self injury), de autoagresión y automutilación. Estas webs, foros y perfiles
son visitados por docenas de miles de niñas y adolescentes, la mayoría de las cuales
tienen entre catorce y dieciséis años. Y, a pesar de su brutal contenido, solo son ilegales
en algunos países, como Alemania. El daño que causan este tipo de páginas no ilegales
es tan grande, y la falta de regulación ante ellas tan inexplicable, que creo necesario
dedicarles varias páginas de este libro.
131
El movimiento proanorexia
«Empecé con Ana y Mia a los 14 años. A los 16 me obligaron a hacer un tratamiento de rehabilitación
horrible, por culpa del cual engordé muchísimo. Teniendo a mis padres encima mío todo este tiempo,
peleando con ellos todos los días, me hacían más difícil mi enferma relación con la comida (ayuno, ayuno y
más ayuno y después el inevitable atracón y vómito que no sé porque de nada me servía para bajar de peso).
Hasta que encontré en Internet muchas personas que piensan y sienten como yo, ellas me ayudaron, me
apoyaron y me dieron ánimo para seguir adelante y ser fuerte para lograr mis metas con Ana».
132
«Permíteme presentarme. Mi nombre, o como los supuestos doctores me llaman, es Anorexia. Anorexia
Nerviosa es mi nombre completo, pero tú puedes llamarme Ana. Seguramente podemos hacernos grandes
compañeras. De ahora en adelante voy a invertir mucho tiempo en ti y espero lo mismo de tu parte.
En el pasado escuchaste a los profesores y a tus padres hablar de ti. Eres “tan madura”, “inteligente” y
posees “tanto potencial”. ¿Dónde tienes todo eso ahora, puedo preguntar? ¡Absolutamente en ninguna parte!
¡No eres perfecta, no tienes fuerza de voluntad y encima gastas tu tiempo en el pensamiento, en la
conversación con amigos, en el dibujo...! No vas a permitir tales actos de indulgencia en el futuro.
Tus amigos no te entienden. Ellos no son realistas. Cuando la inseguridad silenciosamente roía de
distancia tu mente y entonces les preguntaste: “¿Ves la grasa?” y ellos contestaron: “¡No, no veo nada!”, tú
sabías que ellos estaban mintiendo, solo yo te digo la verdad.
¡Tus padres! Ni siquiera entraremos en ese tema, sabes que ellos te aman y quieren cuidarte, pero no
dejes que te obliguen a hacer otra cosa. Te voy a decir un secreto: profundamente, muy dentro, ellos están
decepcionados contigo. Su hija, con tanto potencial, se ha convertido en una gorda, una chica vaga e indigna.
Pero estoy a punto de cambiar todo eso. Espero mucho de tu parte. No voy a permitirte comer mucho.
Esto va a empezar despacio: leerás las etiquetas de nutrición, disminuirás la entrada de grasas, la comida
basura, los alimentos fritos, etc. Un ratito de ejercicio, será simple: alguna carrera, quizás unas sentadillas y
algunas abdominales. Nada demasiado serio. Quizá pierdas algunos kilos y elimines un poco de gordura de tu
panza. Pero no será bastante cuando yo diga que no es suficiente.
Voy a esperar que bajes el consumo de calorías y aumentes el ejercicio físico. Te voy a empujar al
límite. ¡Tienes que aceptarlo porque no puedes desafiarme! Comienzo a incrustarme en ti. Dentro de poco
estaré contigo para siempre.
Estoy ahí cuando te despiertas y corres hacia la balanza. Los números se hacen tanto amigos como
enemigos y los pensamientos frenéticos rezan para que estos números sean más bajos que ayer, que anoche,
etc. Miras y examinas el espejo con consternación. Pellizcas y empujas la grasa que está ahí y viene la risa
cuando encuentras por casualidad un hueso. Estoy ahí cuando calculas el plan durante el día: 400 calorías,
ejercicio 2 horas. Yo soy quien calcula eso, porque ahora mis pensamientos y los tuyos se mezclan, juntos
son uno. Te sigo a todos lados, todo el día...».
133
– Cuando hagas algo bien nunca te premies con comida. Cuando tengas
que celebrar algo no lo celebres comiendo.
– Antes de comer algo recuerda que estar gorda no te hace feliz. Es
motivo de infelicidad.
– Ten siempre presentes las palabras: ¡yo puedo! Escríbelas.
– Imagínate con la ropa que siempre has querido usar.
– Recuerda que si eres delgada nunca serás discriminada.
– Cada vez que comas fíjate muy bien en las calorías que tiene cada
alimento. Hazte consciente de lo que vas a comer, seguro que así lo
pensarás dos veces.
– Haz una hucha con todo el dinero que te gastarías en comida y
después cómprate ropa.
– Cuando veas a alguien comiendo piensa que tú eres superior, piensa
que no necesitas esa comida y que esa persona está engordando.
– Cuando te sientes a ver la tele pon canales donde aparezca moda,
modelos, pasarelas, etc. Mira siempre como son esas personas.
– Cómprate ropa que te quede un poco ajustada o de la talla a la que
quieras llegar.
– Si vives sola o no están tus padres mantén la nevera casi vacía.
Las jóvenes pro-Ana y pro-Mia necesitan tener el control sobre las cosas que
conforman su vida, pero en la mayoría de los casos no se sienten capacitadas (esto es así
en el 100% de las bulímicas). Lo que hacen entonces muchas de ellas es crear un ente
que tome las riendas de la situación y ejerza el control. Alguien a quien dotar de
personalidad y en quien delegar la responsabilidad. Lo único que hacen finalmente es
seguir los dictados de «Ana», sus normas y sus consejos, sus dietas y sus tips. Lo curioso
es que muchas de las anoréxicas llegan a controlar absolutamente la ingesta de calorías y
se someten a una férrea disciplina llena de rituales. Y cuando lo logran es gracias a una
tremenda fuerza de voluntad, pero aun así muchas de ellas siguen achacándole el éxito a
«Ana», que las guía «por el buen camino». Lo cierto es que reconocer que realmente son
capaces de controlar y responsabilizarse de algo es como reconocer que están llegando a
convertirse en adultas, y esto es precisamente algo que muchas de ellas no quieren llegar
a ser. Se trata del miedo a crecer, a desarrollarse y a madurar, frecuente entre muchas
anoréxicas.
Formar parte de una comunidad pro-Ana o pro-Mia les hace desarrollar la sensación
de pertenencia al grupo, y superar la sensación de aislamiento. Aunque realmente se trata
134
de una pertenencia interesada, en la que las adolescentes compiten, establecen jerarquías,
rechazan a las más débiles o aumentan su autoestima al saberse por encima de las otras.
Para la pro-Ana y la pro-Mia se trata de una conciencia «positiva» de pertenencia al
grupo, pues ya no se sienten como un grupo de enfermas, sino como seguidoras de
«Ana» y defensoras de un «estilo de vida». Eliminan la connotación negativa que
confiere la enfermedad, y se sienten vanguardia de una dura doctrina que muy pocos son
capaces de seguir sin derrumbarse. Tal y como decía una de ellas en un foro: «Yo no soy
una enferma porque lo que yo tengo nadie me lo ha contagiado, lo he escogido
libremente… Es el camino que quiero seguir».
135
Cómo actuar ante los contenidos dañinos
136
sepa cómo hacerlo activar la cámara web de cualquier dispositivo a distancia.
Y grabar, por tanto, aquello que esté delante de la cámara en un momento
dado.
3) Propóngales apps y sitios seguros e interesantes. En la Red podemos
encontrar multitud de sitios seguros para los menores de edad, en los que
pueden encontrar contenidos tanto lúdicos como formativos. Así mismo, hay
aplicaciones muy interesantes y divertidas que usted puede identificar.
Adelántese a ellos. Sea proactivo/a.
4) Aprenda sobre Internet. Los niños y adolescentes aprenden a mucha
velocidad, y las TIC son algo en permanente evolución. Es necesario estar al
día en la medida de nuestras posibilidades. Lo cierto es que leer este libro no
solo denota que tiene usted inquietud, sino que al terminar habrá interiorizado
muchísima información y conocimiento sobre este tema. Si quiere seguir
ampliando información, puedo recomendarle que lea de vez en cuando mi
blog: www.kidsandteensonline.com.
5) Denuncie o informe. No mantenga una postura expectante en la Red. Si
encuentra algo que le resulta ofensivo o que puede ser ilegal, comuníquelo.
Debemos enseñar también a nuestros hijos/as o alumnos/as a actuar ante
aquellos contenidos con los que se encuentren y que les hagan sentirse mal.
Pueden y deben notificarlo. Recomendamos hacerlo siempre a través de una
línea de denuncia anónima, en la que no tengan que dejar ningún tipo de dato
personal.
137
26.
El acoso escolar en Internet
o ciberbullying
138
cibergrooming. El sexting hace referencia al envío de mensajes o fotografías
sexualmente explícitas a través de medios electrónicos. Además del peligro que esto
conlleva, el problema surge cuando la persona que recibe las imágenes las utiliza para
chantajear a la otra y pedirle cosas bajo la amenaza de difundir dichas imágenes. Por su
parte, el cibergrooming engloba al conjunto de acciones que lleva a cabo una persona
sobre un menor con un objetivo marcadamente sexual. Se persigue desde la obtención de
imágenes sexuales o pornográficas del menor hasta la posibilidad de establecer contacto
físico y presencial con dicho menor para consumar el abuso sobre este.
139
Cómo actuar ante el ciberbullying
140
– Trasladar la información a los responsables del otro centro educativo
implicado.
– Acudir a los agentes tutores de la Sección de Menores de la policía local, que
coordinarán las actuaciones de ambos centros educativos, los menores
implicados y sus familias. Además, si fuese preceptivo, los agentes tutores
informarán a la Consejería de Servicios Sociales y otras posibles instituciones
públicas para resolver el conflicto.
– Dependiendo del tipo de caso, deberán informar a la Agencia Española de
Protección de Datos.
– Por último, en función de la gravedad, deberán ponerlo en conocimiento de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
141
27.
Acoso sexual a menores
o cibergrooming
Consideramos grooming al conjunto de acciones que lleva a cabo una persona sobre
un menor, con un objetivo marcadamente sexual. El objetivo puede tener como fin
último desde la obtención de imágenes del menor en situaciones sexuales o
pornográficas hasta la posibilidad de establecer contacto físico y presencial con dicho
menor para consumar un abuso sobre este.
El acosador suele ser un adulto que, en este caso, utiliza los medios o canales que le
ofrecen las nuevas tecnologías, a través de su conexión a Internet o de la telefonía móvil.
Podríamos diferenciar tres grandes grupos de acosadores sexuales de menores en
relación con el grooming:
– Acosadores directos: Son aquellos que frecuentan foros, chats, redes
sociales, sistemas de mensajería instantánea o videojuegos online con el
objetivo de identificar menores. Una vez localizados estos, realizan de forma
casi directa propuestas de tipo sexual o solicitan al menor el envío de imágenes
íntimas. Con frecuencia presionan para conseguir que dicho/a menor conecte
su webcam, con la intención de conseguir las primeras imágenes. No es raro
que estos acosadores sean acosadores del entorno, es decir, acosen también a
chicas o chicos que no sean menores de edad, e incluso a adultos.
– Acosadores oportunistas: Se trata de aquellos individuos que encuentran en
Internet imágenes íntimas de menores, no necesariamente pornográficas, y los
convierten en objeto de su acoso. Es una de las posibles consecuencias del
llamado sexting. La base de este acoso es el chantaje directo sobre el menor,
amenazándole con difundir a nivel mundial las fotos o vídeos que ha
encontrado, o incluso enviarlos directamente a los conocidos, familiares, etc.,
del menor.
142
– Acosadores específicos: Se trata de pedófilos con un objetivo muy claro:
obtener del menor imágenes pornográficas y, si las distancias lo permiten,
establecer contacto sexual con el menor. Normalmente se trata de individuos
que dedican tiempo al acercamiento, que pretenden ganarse primero la
confianza del menor y que intentan pasar inadvertidos. Son los más difíciles de
identificar y los que más información e imágenes suelen obtener.
En los tres casos el chantaje es la principal arma con la que cuenta el acosador. En
el momento en que disponga de imágenes lo suficientemente comprometidas, presionará
y amenazará con su difusión con el objetivo de conseguir cada vez más, y llegar incluso
a concertar el primer encuentro.
143
¿Cómo actúan los acosadores?
Fase de enganche
El acosador irá formulando poco a poco preguntas con el objetivo de conocer la edad y
localización del menor. Después intentará determinar sus gustos e inquietudes, para
adaptarse después a ellos y compartirlos. El primer paso es conocer y el segundo generar
una identificación entre ambos. Ganar confianza. Seguramente no presionará con
preguntas que puedan asustar o despertar la alerta del menor, sino que irá poco a poco,
facilitando también él mismo información (falsa, por supuesto).
Fase de fidelización
Al llegar a esta fase, el acosador ya se ha mostrado como alguien amable y con quien se
puede charlar, con algunos gustos (los más importantes) similares a los del interlocutor,
con algún año más, accesible e interesante... Ya se ha descrito físicamente, etc. Su
objetivo ahora es fidelizar y asegurarse de que el menor querrá seguir hablando con él.
Para ello establecerá conversaciones sobre temas de interés y de ocio: deportes, música,
videojuegos, etc. Después intentará obtener información sobre la situación personal:
cómo es el núcleo familiar del menor, si los padres están separados o divorciados, cómo
son las relaciones con el resto de los miembros de la familia y si existen conflictos que
pueden serle de utilidad. El objetivo es convertirse en su «confidente».
Fase de seducción
A partir de este momento intentará utilizar toda la información que ha conseguido y toda
la confianza que ha establecido para intentar seducir. Manipulará y condicionará hasta
donde pueda. Intentará entonces llevar la iniciativa en el terreno personal, aparecerá el
144
sexo en las conversaciones y también el tema de las fotos o la webcam. Es posible que
envíe fotografías de otros menores para hacerse pasar por uno de ellos. Pedirá entonces a
su víctima que haga lo mismo. Intentará conquistar, halagar y generar un sentimiento de
deuda. Que el adolescente llegue a sentirse mal si no le hace el suficiente caso.
Fase de acoso
Llegados a este punto, ya tiene una idea muy aproximada de lo que puede obtener. Tiene
mucha información, conoce los gustos e inquietudes, conoce la situación familiar, tiene
fotos, etc. El objetivo es culminar ya el proceso, intentando una relación sexual, aunque
en un principio pueda ser solo virtual. En esta fase es muy probable que se quite la
«máscara» y se muestre como es en realidad. Chantajeará, amenazará y manipulará los
conceptos del menor.
Utilizará frases del tipo:
«Tú eres muy inteligente. Sé que a ti no podría engañarte porque te darías cuenta...».
«Nunca haré nada que tú no quieras hacer...».
«Lo dejaremos cuando tú digas».
«Tú decides hasta dónde podemos llegar...».
De forma esquemática, este es el proceso que suelen seguir este tipo de acosadores,
pero también es importante dejar claro que no todos actúan exactamente de la misma
manera.
145
28.
Tecnófilos y tecnófobos
Después de años leyendo artículos, estudios y los pocos libros que existen sobre el
tema, he observado una clara tendencia a la polarización de las distintas posturas. En
estos momentos podemos leer a investigadores que anuncian una especie de apocalipsis
para el ser humano si continúa delegando sus funciones en las máquinas y ordenadores y
ponen de manifiesto que Internet y la conectividad permanente llevarán a los niños a
sufrir modificaciones en sus cerebros. Estas les empujarán a establecer relaciones
superficiales y a dejar finalmente su capacidad para la memoria en manos de buscadores
de información como Google. No deja de ser irónico que el pasado mes de mayo (2014)
el Tribunal de Justicia de la Unión Europea –TJUE– haya condenado a Google por no
respetar el «derecho al olvido», obligándole a retirar los resultados de búsqueda de
información privada sobre un ciudadano que lo había solicitado. Parece que, en el futuro,
Google se encargará de lo que tenemos que recordar, y el TJUE de lo que podemos
olvidar… El caso es que, al margen de ironías, los tecnófobos se afianzan en sus
posturas. Pero, frente a ellos, la pasión por las nuevas tecnologías continúa creciendo
también a pasos agigantados. Otros investigadores aplauden cada nueva función de cada
nueva maquinita, y las colas esperando para comprar el último smartphone o artículo
tecnológico son cada día mayores. Algunos parecen abrazarlas como si fueran la
solución a los problemas del mundo. Gracias a ellas, afirman, se extenderá el
conocimiento, desaparecerán las fronteras y toda la humanidad estará permanente y
absolutamente conectada. Terminaremos formando una especie de macroorganismo, en
el que las feromonas que mantienen unido el hormiguero serán sustituidas por redes wifi
y nanochips implantados en el cerebro.
Lo que me preocupa es que empiezo a ver niños y adolescentes embarcados
también en esta polarización. Creo que, en muchos casos, mediatizados por personas de
su entorno, aunque en otros seguramente no. Cometemos el error de ver con frecuencia a
los niños y adolescentes como una especie de ente uniforme, homogéneo y que comparte
toda una serie de características. Y, evidentemente, esto es incorrecto. Existen tantas
diferencias entre los niños como diferencias existen entre los adultos. Es más, cualquiera
146
puede apreciar enormes disparidades entre los propios hermanos, aun criados en la
misma familia y educados en el mismo colegio.
En una reunión mantenida hace pocos meses con un panel de jóvenes de catorce y
quince años, tratamos el tema de las posibilidades que para la educación podrían ofrecer
las TIC. La posibilidad de implementar el trabajo sobre las inteligencias múltiples que
plantea Howard Gardner, la enseñanza personalizada, el aprendizaje colaborativo, etc.
La mayoría de los adolescentes se mostraban ilusionados con la posibilidad de utilizar
las tablets en clase, avanzar cada uno a su ritmo y participar en el desarrollo de los
contenidos y las unidades que deberían estudiar después. Pero me sorprendieron los
comentarios de dos o tres chicos que no veían ninguna ventaja en cambiar nada. Solo
eran tres de los quince, pero después me he encontrado con esta postura en otros grupos
de trabajo. Nunca había visto un posicionamiento tan inmovilista en personas tan
jóvenes. Los argumentos que esgrimían eran de este tipo: «Yo estoy bien como estoy, no
necesito cambiar nada, y menos tener que dedicarme a buscar o decidir contenidos que
después tendremos que estudiar… Prefiero que me digan lo que entra en el tema, y yo
me lo estudio». Otro añadía: «Bastante tenemos con estudiar como para encima tener
que investigar sobre ello… Que te digan lo que entra o no entra en el examen y punto.
Yo prefiero utilizar las tecnologías para divertirme». Está claro que en algunos la
neuroplasticidad, la creatividad o la capacidad para adaptarse a los cambios han perdido
desde temprana edad la batalla frente a la comodidad y el confort mental. Tal y como
explicaba al principio del libro, nuestro cerebro se puede llegar a encontrar muy cómodo
repitiendo tareas siempre de la misma manera y sin esfuerzos extras. Una vez que ha
establecido una autopista de neuronas, intenta amortizarla, ahorrar esfuerzo y, por tanto,
energía. Pero aquí no estamos hablando del dinero de los contribuyentes ni de las
autopistas de peaje; estamos hablando de una capacidad que o la desarrollamos o nos
convertimos en seres pasivos con muy poca capacidad de previsión y adaptación a los
cambios. Ha costado millones de años desarrollar un cerebro con las posibilidades que
tiene el nuestro, y la verdad es que, personalmente, me da mucha pena encontrar a
personas tan jóvenes que ni tan siquiera se plantean sus infinitas opciones. Me recuerdan
a aquel presidiario que, después de media vida en la cárcel, lo primero que hizo al salir
fue delinquir para que volvieran a ingresarle en la prisión y regresar al entorno al que
estaba acostumbrado. Ni tan siquiera cogió antes un autobús para ver el mar, o para dar
un paseo por la montaña, o para ver una exposición de cualquier cosa que pudiera
gustarle.
Pero me niego a pensar que esta zona de confort cerebral es la que, una vez
alcanzada, determina la actitud de la mayoría de los más jóvenes. Evidentemente, no es
así. Los niños y adolescentes son, por lo general, curiosos e inquietos investigadores de
la vida que les rodea, quieren saber, no dejan de preguntar, desean conocer gente y
relacionarse, y piden constantemente que se les deje participar, que se les tenga en
147
cuenta y ser los protagonistas de sus vidas. Es más, algunos ejemplos son los que de
verdad deben servirnos de modelo, y no estaría de más que estos casos se expusieran en
los colegios y que una parte de la educación que se da a los niños fuera en esta línea. El
ejemplo más conocido es tal vez el de Jack Andraka, un estudiante estadounidense de
dieciséis años de edad. Este joven perdió a un familiar como consecuencia de un cáncer
de páncreas. Lejos de asumir la situación como algo contra lo que no se puede luchar, y
menos con dieciséis años, se dedicó durante tres años a investigar en Internet. Con
información que fue encontrando en Wikipedia y a través de Google, Jack estudió los
miles de proteínas que se encuentran en la sangre. Hasta que descubrió que una de ellas,
la mesotelina, se dispara en etapas tempranas del desarrollo del cáncer de páncreas.
Gracias a ella ha descubierto una manera rápida, simple, efectiva y muy económica de
detectar esta enfermedad mortal en un momento de su desarrollo en el que puede ser
tratada con éxito.
Su invento «detecta una de las miles de proteínas (la mesotelina) que hay en la
sangre de los enfermos de cáncer. La mecánica es utilizar anticuerpos y entretejerlos en
una red de nanotubos de carbono, de modo que se obtiene un marcador que únicamente
reacciona ante dicha proteína», explicó el propio adolescente al presentarse en el Festival
de Mentes Brillantes.
Así pues, ha ideado un sensor de papel, que cuesta 3 centavos la unidad, y que es
capaz de detectar en cinco minutos tres tipos de cáncer: el de páncreas, el de ovario y el
de pulmón. Su método es 26.000 veces más barato que otros, 168 veces más rápido y
400 veces más sensible que los actuales. Y además no es invasivo.
Lo que resulta tremendamente descorazonador de esta noticia es que el joven Jack
tuvo que enviar solicitudes a 200 laboratorios para que le ayudaran con su idea… y solo
uno de ellos le prestó la atención necesaria: la Universidad Johns Hopkins.
Su descubrimiento le ha llevado ya a ganar el premio Gordon E. Moore en la Feria
Internacional de Ciencia e Ingeniería de Intel, y el Premio Smithsoniano al Ingenio
Estadounidense, y ahora es el orador más joven de la Sociedad de Medicina de Estados
Unidos.
La relación diaria de los menores con las TIC está llena de buenas experiencias, y
puede llegar a generar noticias como esta, unas más discretas y otras más llamativas,
pero absolutamente reales. La acción de jóvenes motivados, unida a las posibilidades que
ofrece la Red, es la mejor embajadora de la neuroplasticidad.
148
29.
Los cambios también
afectan a los adultos
Retomando el tema del enfrentamiento entre tecnófobos y tecnófilos, casi todos los
defensores de unos u otros postulados aceptan que la utilización diaria y durante horas de
tecnologías como Internet, los smartphones, tablets, etc., está provocando cambios en los
procesos cognitivos de niños y adolescentes. Y también de los adultos, como se ha
demostrado en diversos estudios. Para bien o para mal, esos cambios se están
produciendo, además de otros relativos a la conducta, las relaciones, etc., y no estamos
más que comenzando a estudiar su posible alcance.
Los cambios en nuestro cerebro se producen porque a lo largo de millones de años
han sido seleccionados genes asociados a la plasticidad, el tamaño cerebral y las
funciones sinápticas, permitiendo que características propias de un cerebro joven se
mantengan en cerebros adultos. Este fenómeno se conoce con el nombre de «neotenia
neuronal», y vamos a profundizar en ello un poco.
Cuando los primeros australopitecos adoptaron la posición bípeda, hace unos cuatro
millones de años, surgió un problema importante. Las mejoras que ofrecía para el
desplazamiento, la visibilidad, la carga de las crías, el transporte y manipulación de
objetos, la refrigeración del cuerpo, etc., resultan muy evidentes. De hecho, seguimos
siendo bípedos. Pero la adopción de esta postura tuvo como consecuencia el
estrechamiento de la pelvis y, por tanto, del canal del parto. A esta circunstancia hemos
de añadir que el aumento del cerebro de nuestros antepasados también supuso un
aumento del cráneo. Es decir, crías con una cabeza más grande que tenían que salir por
un canal más pequeño. La solución que fue imponiendo la naturaleza consistió en ir
adelantando el nacimiento de las crías, cuando aún podían salir por dicho canal. La
consecuencia desde entonces es inevitable: nuestros bebés nacen en una fase bastante
inmadura y con un cerebro al que aún le falta mucho desarrollo. Si establecemos una
comparación, vemos que los macacos nacen ya con el 70% de su cerebro desarrollado,
los chimpancés con un 40% y los humanos nacemos con solo un 25% de nuestro cerebro
149
plenamente desarrollado. Es más, la capa de mielina formada por lípidos y proteínas que
recubre nuestras neuronas no comienza a generarse en nuestro neocórtex hasta un mes
después del nacimiento, y continúa hasta los ocho años.
En nuestra especie el cerebro no alcanza su tamaño adulto hasta al menos los quince
años de edad, y el desarrollo de los lóbulos prefrontales puede prolongarse hasta
cumplidos los treinta años, ya durante la edad adulta. Para que esto pueda suceder es
necesario que este increíble órgano mantenga características infantiles durante largos
periodos de tiempo, y eso es lo que conocemos como neotenia. Gracias a esta
circunstancia, los adultos podemos continuar disfrutando de una alta plasticidad
sináptica, mejorando nuestra capacidad de aprendizaje, nuestra memoria y nuestra
flexibilidad conductual.
Bastante más tarde en el tiempo, hace aproximadamente unos 800.000 años, se
desarrolló en nuestros antepasados la etapa que conocemos como «adolescencia». Dicha
etapa constituye una verdadera prórroga que permite el aprendizaje de más habilidades
necesarias para integrarse en el cada vez más complejo mundo de los adultos. Esto es
especialmente importante en una especie como la nuestra, que ha aumentado su
longevidad un 20% en los últimos 30.000 años y que seguramente continuará
aumentándola en paralelo a los avances alcanzados por la medicina.
Así pues, la posibilidad de provocar cambios y alteraciones en el cerebro de los
niños, y también en el de los adultos, es algo que no puede discutirse. Es inevitable que
Internet y las TIC incidan de diferentes formas en su desarrollo. El nuestro es un órgano
especialmente preparado para eso, para adaptarse a cambios durante la mayor parte de su
vida, para modificarse y reorganizarse.
150
30.
¿Es que nadie piensa
hablar de la genética?
151
cambio significativo en nuestra especie? Comencemos por la base: ¿dónde se recoge en
tantas investigaciones el papel de la genética? ¿Es que los genes no tienen nada que decir
en la evolución de una especie, ni en la conformación de cada individuo?
Si escogemos a diez niños que no tengan facilidad especial para la música y les
obligamos a practicar con el violín diez horas al día durante diez años, obtendremos
seguramente diez violinistas excelentes. Si los casamos con diez niñas que hayan corrido
exactamente la misma suerte, violinistas también, y después esperamos a estudiar su
descendencia… ¿cree usted que sus hijos/as nacerán con una facilidad especial para
tocar el violín? Pues no. Llevamos siglos enseñando a los niños a leer y a escribir, pero
con cada niño que nace tenemos que volver a empezar con la a, la e, la m con la a: ma
(!). No es tan fácil desarrollar una cualidad y transmitirla automáticamente a nuestra
descendencia: hace falta muchísimo tiempo para lograr eso.
Se equivocan, y mucho, quienes piensen que nacemos como libros en blanco sobre
los que se puede escribir cualquier cosa. No somos solo fruto del ambiente o de la
educación, en absoluto: también somos fruto de nuestra herencia genética. ¿Alguien ha
visto a dos hermanos que tengan las mismas características? Aun habiendo nacido en la
misma familia y de los mismos padres, habiéndose criado bajo las mismas normas,
educado en el mismo colegio, con la misma religión, etc., todos observarán lo distintos
que suelen ser. Deténgase a mirarse al espejo durante unos momentos… ¿Algo de lo que
ve es fruto de la educación que ha recibido? ¿Sus ojos, su color de piel, su estatura, su
tendencia a engordar o no, sus problemas de estómago o de espalda, su voz, su forma de
caminar, su temperamento…? No quiero decir, desde luego, que estemos totalmente
condicionados por nuestros genes, pero no cabe duda de que se imponen en muchos
aspectos de nuestra existencia, y no podemos hacernos un planteamiento serio obviando
su papel. Ni Internet, ni Google, ni Facebook van a provocar un cambio mínimamente
significativo en nuestra especie que perdure en el tiempo o que pase de padres a hijos. Y
la verdad es que podrían hacerlo, pero necesitarían impactar sobre muchas generaciones
y durante muchos cientos de años. Pero no hay que preocuparse, porque ni Facebook ni
Google existirán dentro de cincuenta años.
Nuestros cerebros se conforman siguiendo instrucciones de los genes. Nuestro
cuerpo es el resultado de la acción del ADN. Tenemos en común con los chimpancés al
menos el 98% de nuestro material genético, y sin embargo nosotros enviamos robots a
estudiar la superficie de Marte mientras ellos suben y bajan de los árboles. Menos de un
2% de nuestro ADN es el responsable de tal diferencia. Es más, el 99,9% del ADN que
tenemos usted y yo es como el de Albert Einstein, y también como el de Adolf Hitler.
Un 0,1% es responsable de las diferencias. Y nuestras diferencias no se encuentran en
que tengamos genes distintos, sino en que un mismo gen puede ocupar una posición
diferente, lo cual sería suficiente para que un bebé se desarrollara sonriendo cuando un
desconocido se le acerca para hacerle monerías, mientras que otro bebé se asusta y se
152
echa a llorar. Y esto, evidentemente, marcará una diferencia en su forma de relacionarse
con los demás o de tolerar lo novedoso.
Los genes condicionan desde nuestras tendencias sexuales hasta el tiempo que
podemos llegar a vivir, si tendremos que estar toda la vida a dieta o si seremos capaces
de aguantar con la misma pareja el tiempo suficiente como para tener hijos. No importa
que una futura madre conciba a su bebé en una noche de luna llena, con Júpiter alineado
frente a la constelación de Tauro, con toda la tribu concentrándose para que nazca una
niña o comiendo solo un tipo de fruta: al final nacerá un niño o una niña en función de
que un solo gen se ponga en funcionamiento en un momento dado. Nada más. Será un
gen quien lo propicie. La selección del sexo del bebé en laboratorios es una selección
genética.
Alterando determinados genes, los científicos han logrado quintuplicar la
perspectiva de vida de animales simples. La manipulación de un solo gen puede
convertir a una rata dócil en una asesina incontrolable, etc. Pero creo que una perspectiva
muy clara sobre el papel que desempeñan los genes en el desarrollo de la personalidad
de un individuo es la que se aborda en los estudios realizados con gemelos idénticos. Los
gemelos idénticos son aquellos que se desarrollan a partir de una sola célula huevo, y por
tanto son réplicas genéticas exactas. Pues bien, se han concluido muchas investigaciones
con gemelos idénticos separados al nacer. Es decir, personas que han nacido con la
misma carga genética, pero que han sido acogidas por familias distintas, en ambientes
distintos, con educaciones y experiencias distintas. Los resultados de tales estudios son
escalofriantes.
Thomas J. Bouchard y un grupo de investigadores publicaron el primer gran estudio
sobre el tema a finales de los años 80. Uno de los casos investigados fue el de dos
gemelos separados al nacer, que fueron presentados y reunidos por primera vez al
cumplir los treinta y nueve años de edad. Cuando se sentaron uno frente al otro y
comenzaron a interactuar, tanto a los investigadores como a ellos mismos les costaba
creer lo que iban descubriendo. Además de ser tan parecidos que nadie les distinguía a
simple vista, medir un metro ochenta de estatura y pesar ochenta y un kilos, ambos
bebían la misma marca de whisky y fumaban la misma marca de cigarrillos. Ambos
habían tenido un perro de pequeños y ambos le habían llamado Toy, ambos se habían
casado dos veces y ambos habían tenido un hijo que en ambos casos se llamaba James.
El colmo es que sus mujeres también se llamaban igual…
Dean Hamer y Peter Copeland, genetistas del laboratorio de bioquímica del
National Cancer Institute de los Estados Unidos, en su apasionante libro El misterio de
los genes, recogen diversos estudios y casos de gemelos idénticos. Uno de ellos es el de
Amy y Beth, dadas en adopción a familias muy distintas nada más nacer. La familia de
Amy pertenecía a un estrato económico alto. La madre adoptiva era obesa e insegura, y
terminó desarrollando celos de su preciosa bebé. Nunca terminó de aceptarla. Amy
153
lloraba con frecuencia y se asustaba de todo. Creció como una niña caprichosa que
demandaba constante atención, tuvo problemas de aprendizaje y pasó por una
adolescencia muy difícil. Su gemela Beth, sin embargo, se crio en una familia más
humilde, pero fue siempre el centro de todas las atenciones de sus padres. La adoraban y
estaban siempre pendientes de sus necesidades emocionales. Sin embargo, de bebé fue
también asustadiza y lloraba ante cualquier situación. Era caprichosa, no quería estudiar
y pasó por una adolescencia insufrible… Distinto entorno, distinto ambiente, distinta
educación, pero idénticos genes.
Una vez llegados a este punto, y antes de generar angustia en el lector, vamos a
situarnos ya para abordar el tema con objetividad: ni todo es ambiente ni todo es
genética. Ni nacemos como libros en blanco ni estamos predestinados por nuestros
genes. Nacemos con una base genética que marcará la mayor parte de nuestras
características físicas y sentará las bases de una parte importante de nuestra personalidad.
Pero tenemos capacidad de control y decisión sobre nuestra existencia, sobre todo si
tomamos conciencia de nuestras tendencias, facilidades y dificultades innatas. Podemos
reforzar aquello que sea necesario potenciar, y luchar contra aquello que nos traiga
problemas (aunque a veces tengamos que hacerlo durante toda la vida).
La personalidad de cada individuo está formada por la suma del temperamento y el
carácter. Denominamos temperamento a la parte desarrollada fundamentalmente a partir
de nuestra composición genética. Son rasgos de la personalidad con los que nacemos,
que van desde nuestra tendencia a la búsqueda de emociones fuertes o el rechazo de lo
nuevo hasta nuestra propensión al optimismo, pasando por nuestra facilidad para
enfadarnos, para deprimirnos o para desarrollar una adicción. Por el contrario,
denominamos carácter a la parte de nuestra personalidad marcada por la influencia del
entorno, por cómo nos hayan educado y por las experiencias que hayamos vivido. Lo
que sabemos muy bien es que temperamento y carácter están totalmente interconectados
y que el carácter tiene capacidad para moldear el temperamento. Una persona tímida por
naturaleza puede aprender a relacionarse de forma más exitosa. Al principio le costará
más, pero, según vaya experimentando, motivándose o incluso poniendo en práctica
técnicas aprendidas, irá superándolo.
No somos solo ambiente o herencia genética: somos las dos cosas al mismo tiempo.
Tanto los tecnófobos como los tecnófilos suelen plantear la cuestión del impacto e
influencia de las TIC sobre los niños y adultos desde la perspectiva del ambiente. Se
plantean que la influencia del entorno, el manejo diario de Internet, el ocio y las
relaciones digitales son lo que está cambiando para bien o para mal a los seres humanos.
Y no es así. No se puede llegar a una conclusión válida obviando el papel de los genes y
de lo innato. Las nuevas tecnologías solo llevan con nosotros un puñado de años, en
realidad un pequeñísimo instante en nuestra existencia como especie. No están
provocando ningún cambio significativo, generalizado y heredable. Hay otra situación
154
que sí está afectando enormemente a nuestra especie y que explica muchos de los
problemas que unos y otros señalan, y la abordamos al concluir el libro.
155
31.
Una noticia buena y otra mala
Tenemos una noticia buena y otra mala. ¿Cuál quiere leer primero? Empezaremos por
la buena.
La buena noticia es que los tecnófobos se equivocan en sus pronósticos. Y esto es
así por tres razones:
1) Podemos evitar los efectos indeseados o contraproducentes que genera en los
niños el manejo incorrecto de las TIC. Los problemas asociados pueden ser
abordados con éxito desde la educación. Cada día sabemos más sobre las
cuestiones que es necesario modificar y sobre los errores que hemos de
corregir. En este libro hemos hablado sobre algunos de ellos. Una correcta
formación en curación de contenidos impedirá la infoxicación. El trabajo
evitando los hipervínculos y con materiales didácticos correctamente
diseñados impedirá la sobrecarga cognitiva. La multitarea puede afrontarse, la
lectura lineal puede mantenerse y estimularse. Una correcta formación puede
evitar muchos problemas relacionados con la privacidad y la seguridad. El
seguimiento y el acompañamiento pueden anticiparse a una tecnoadicción.
2) No se está produciendo una modificación a nivel genético de los seres
humanos. Los problemas asociados al uso de las TIC no son generalizables ni
se heredarán de padres a hijos. Internet no ha tenido tiempo de producir el
menor impacto a este nivel, y necesitaría muchos cientos de años para hacerlo.
Algunos de los últimos cambios a nivel genético que se han producido en el
ser humano están relacionados, por ejemplo, con la asimilación de la leche de
vaca o la resistencia a las enfermedades transmitidas por los animales
domésticos, y han tardado miles de años en desarrollarse. Para que se
produzcan cambios genéticos sustanciales pueden ser necesarios 2.000 años
(cien generaciones). Y esos serían cambios que podríamos considerar rápidos.
156
3) Al no tener en cuenta la cuestión genética, los tecnófobos no han reparado en
el papel del temperamento. Es decir, consideran que los problemas se
producen en los niños y en los adultos como consecuencia del impacto
negativo de las TIC, pero no se plantean el papel que está desempeñando la
propia personalidad del individuo. Así, por ejemplo, en el último estudio que
realizamos a nivel europeo sobre tecnoadicciones (EU.NET.ADB) pudimos
concluir que aproximadamente el 1,2% de los adolescentes españoles de
catorce a diecisiete años había desarrollado ya las características propias de un
adicto a Internet. Cuando traducimos esa cifra a números y vemos que
corresponde a miles de adolescentes, los tecnófobos se llevan las manos a la
cabeza. Pero no se han preocupado de analizar que los adolescentes europeos
que desarrollan conductas disfuncionales en Internet presentan casi cinco
veces más problemas psicosociales que el resto: problemas de relación y
socialización, de competencias y habilidades sociales, ansiedad, depresión,
problemas de atención y conductas agresivas. Es decir, muchos de estos
adolescentes son adictos a Internet como consecuencia de otros muchos
problemas psicológicos previos. Muchos de ellos serían adictos a cualquier
otra cosa. Es más, sería muy interesante determinar cuántos de ellos son
adictos al mismo tiempo a Internet, al juego, al alcohol o a la marihuana, por
ejemplo.
La mala noticia es que los tecnófilos también se equivocan. Y esto es así por dos
razones:
1) Que podamos hacer las cosas bien no quiere decir que vayamos a hacerlo.
Que los efectos negativos del manejo diario de las TIC por parte de los niños
sean corregibles no quiere decir que los estemos corrigiendo. Es más, podemos
afirmar directamente que no lo estamos haciendo. Podría dar montones de
cifras sobre diversos estudios relacionados con las tecnoadicciones, los
problemas de atención o el ciberbullying, pero pondré simplemente un
ejemplo sobre el contexto en el que nos movemos. Hace unos días una
psicóloga compañera de trabajo asistió a impartir una charla formativa a los
padres y madres de un colegio, precisamente sobre conectividad móvil. Es
decir, sobre smartphones y tablets, sobre cuestiones prácticas relacionadas con
su uso correcto, con los permisos de las aplicaciones, con la importancia de la
geolocalización, etc. Previamente, la dirección del centro escolar había pasado
una encuesta para preguntar a los progenitores sobre qué temas deseaban
recibir formación. Cientos de familias habían incidido sobre la cuestión de las
TIC. Después se había distribuido una circular convocando a las familias de
los más de 1.500 alumnos/as del centro, muchas de las cuales habían
confirmado su asistencia firmando la hoja. Se había enviado una comunicación
157
a través de la plataforma digital del colegio, y se habían colocado carteles en
las puertas de acceso al recinto. El día escogido no era víspera de puente ni
había partido de futbol, pero finalmente el resultado fue el siguiente: asistieron
diecinueve padres y madres. Si este hecho fuera puntual no me habría atrevido
a mencionarlo en este libro, pero por desgracia es una circunstancia que
comprobamos todas las semanas, y no solo nosotros. La mayoría de las
familias que demandan información luego no se están implicado realmente, y
acuden a pedir ayuda cuando ya tienen un problema serio. Pero esta cuestión
no afecta solo a las familias. Si nos centramos, por otro lado, en el currículo
escolar y buscamos alguno de los conceptos tratados en este libro, no los
encontraremos. Busque en la última y reciente reforma educativa el papel que
se le otorga al trabajo sobre las TIC. A principio de curso, un catedrático de
una conocida universidad de Madrid me reconocía que, en la formación que
ellos imparten a los futuros profesores, solo existe una asignatura sobre el
trabajo con las TIC en el aula en toda la carrera, de solo un cuatrimestre de
duración y además optativa (!). Estamos lejos de hacer las cosas bien.
2) Al igual que les sucede a sus opuestos, los tecnófilos no han tenido en cuenta
la faceta genética del ser humano. Consideran que podemos cambiar y adecuar
la educación a los nuevos tiempos y así solucionaremos todos los problemas
que se van planteando. En efecto, los posibles cambios generados por las TIC
en los procesos cognitivos de los niños son asumibles, no son generalizables ni
heredables y también tienen aspectos marcadamente positivos al permitir el
desarrollo de determinadas habilidades. Pero no han considerado al niño, al
adolescente o al adulto en el momento evolutivo en el que nos encontramos.
No han valorado si, sencillamente, estamos o no preparados para vivir en el
tipo de sociedad que hemos creado, con las tecnologías y el entorno actuales.
Tenemos un serio problema, y estamos sufriendo todos los días sus
implacables consecuencias, especialmente en las sociedades más
industrializadas y tecnificadas. Me refiero a un término que aún no se maneja
fuera del entorno de la genética, las neurociencias o la paleontología, pero del
que tarde o temprano se oirá hablar de forma recurrente. Se trata del retraso
genómico, y sus implicaciones son tan importantes que vamos a desarrollarlas
en un capítulo aparte.
158
32.
El futuro inmediato
y el retraso genómico
«Daría lo que sé
por la mitad de lo que ignoro».
RENÉ DESCARTES
159
solas aun estando rodeadas de millones de individuos de su misma especie. Hoy
podemos pasar junto a una persona tirada en el suelo sobre unos cartones y tapada con
una manta en las calles de cualquier ciudad y seguir caminando. Pero no nos sentimos
bien al hacerlo…, no estamos preparados para esto. A lo largo de miles de años el grupo
ha cuidado a cada uno de sus miembros.
Durante la mayor parte de nuestra existencia hemos vivido en pequeños grupos
homogéneos, desplegando una constante actividad física y con una dieta pobre en ácidos
grasos saturados, baja en azúcares y sodio y desarrollando niveles bajos de colesterol en
sangre. Pero en la actualidad vivimos en entornos artificiales y masificados, con una
alimentación excesiva y rica en ácidos grasos saturados, en sodio y en azúcares. Esto ha
provocado una alta incidencia de enfermedades cardiovasculares, hipertensión, obesidad,
diabetes, enfermedades degenerativas, autoinmunes y otras afecciones. Y esto por no
enumerar todas las consecuencias de la contaminación, los pesticidas, los plásticos y los
miles de productos de todo tipo que nos rodean. Y, por supuesto, el cerebro no es ajeno a
estas circunstancias, que están afectando tanto a individuos adultos como cada día más a
los jóvenes, e incluso ya a los niños de los países más industrializados y tecnificados.
¿Y si hablamos de los problemas psicológicos y emocionales? Nuestras
necesidades, emociones e impulsos no están adaptados a la vida actual. A lo largo de
nuestra existencia como especie hemos sobrevivido con éxito ante situaciones de estrés
puntual e intenso, provocadas por la aparición de un animal peligroso en un momento
dado o por la presencia de un grupo competidor. Situaciones que se resolvían
rápidamente a través de las dos reacciones que llevamos grabadas a fuego en nuestros
genes: la huida o el ataque. Nuestras complejas sociedades actuales, altamente
jerarquizadas, competitivas, materialistas, burocratizadas y dominadas por un sinfín de
normas sociales, generan situaciones de estrés de las que no es posible escapar. Tampoco
es posible atacar a la persona o circunstancia que está generando una situación de estrés
continuado. Muchísimos individuos viven en una constante situación de estrés crónico,
envenenándose con su propio cortisol. Seguimos teniendo ante el estrés exactamente las
mismas reacciones físicas que hace miles de años. Al sentirnos amenazados sufrimos
una descarga de adrenalina y glucocorticoides, liberando en la sangre grasas y
carbonohidratos que se transforman en energía. Aumenta el riego sanguíneo en el
corazón, los pulmones, los músculos y el cerebro, preparándonos para atacar o huir. Pero
¿qué sucede cuando esta reacción se desata en alguien que está todo el día sentado en su
puesto de trabajo y no puede huir ni agredir a su compañero, a su jefe o al inspector de
Hacienda? ¿O cuando la situación es consecuencia del tráfico, del ruido que no le deja
descansar o de que se le acaba la prestación por desempleo y tiene cuarenta y cinco años
y tres hijos?
La ansiedad, la angustia, la depresión y el suicidio están estrechamente ligados a la
sociedad industrializada que hemos creado en los últimos 200 años. Antes las personas
160
mayores eran un referente para toda su comunidad, pero pensemos en lo que le sucede
hoy a una persona cuando llega a la jubilación. Y no digamos si además su pensión no le
permite subsistir. Las situaciones que se pueden llegar a producir son absolutamente
dantescas.
Por otro lado observamos cómo las enfermedades mentales y emocionales afectan
cada día con más intensidad a los jóvenes. El pasado mes de mayo de 2014, el estudio
publicado por la Organización Mundial de la Salud –OMS– revelaba que la depresión es
ya la tercera causa de muerte entre los jóvenes. Se trata de la primera causa de
enfermedad y discapacidad entre los diez y los diecinueve años de edad. De hecho, el
informe pone de manifiesto que la mitad de las personas que desarrollan desórdenes
mentales sufrieron el comienzo de la enfermedad en torno a los catorce años.
Según los datos manejados por el Instituto Nacional de Estadística –INE–, en 2012
la tasa de suicidios registrados en España aumentó en un 11,3% con respecto a 2011. En
la franja de edad de los veinticinco a los treinta y cuatro años, el suicidio se convirtió en
2012 en la primera causa de muerte entre los hombres.
En los últimos cuarenta y cinco años, años la tasa de suicidios a nivel mundial ha
aumentado en un 60%.
Junto a este hecho, en los países industrializados asistimos al constante aumento de
las tasas de infertilidad entre las parejas. En España, cada año 44.000 nuevas parejas
descubren que no pueden tener hijos. Según los datos manejados por la Sociedad
Americana de Medicina Reproductiva, la infertilidad afecta en estos momentos a más de
6 millones de personas en Estados Unidos, lo que supone el 10% de la población en edad
reproductiva.
¿Y si hablamos del alzhéimer, de la demencia frontotemporal o de otras nuevas
enfermedades desconocidas prácticamente en las sociedades no industrializadas? ¿Y de
la prevalencia de determinados tipos de cáncer?
Los tecnófobos se equivocan al pensar que muchos de los problemas que están
identificando son consecuencia del uso generalizado de Internet y las nuevas tecnologías.
No necesitamos Internet para hacer lo que estamos haciendo. Es más, comenzamos a
preparar lo que está sucediendo 150 años antes de que llegara Internet. Los problemas de
relación y la tendencia al aislamiento, la pasividad y el sedentarismo, la obesidad
infantil, los trastornos emocionales entre los jóvenes, las adicciones y demás problemas,
comenzaron a manifestarse mucho antes de la llegada de Internet, los smartphones o las
tablets.
Estamos asistiendo a la conclusión lógica surgida del retraso genómico. Hemos
creado un entorno para el que no estamos preparados, y hemos comenzado a sufrir las
consecuencias. No solo nosotros, sino también todo nuestro medio ambiente, el planeta
161
en su conjunto y los miles de especies animales y vegetales que extinguimos cada año
para siempre. No hemos hablado del cambio climático, pero sé que está en la mente de
todos.
Creo sinceramente que muchos de los males que se achacan a Internet son
anteriores y consecuencia de otro problema absolutamente global. Creo también que las
consecuencias negativas derivadas de su mal uso pueden evitarse trabajando con los
niños y adolescentes. No son cuestiones muy complicadas. Pero solo hay una forma de
hacer esto: con la absoluta implicación de sus padres y madres, e integrando la
formación sobre el uso de las TIC en el currículo escolar. Sin progenitores
suficientemente formados e implicados, dispuestos a enseñar, a supervisar y a compartir
tiempo con sus hijos, y sin profesores formados para la misma tarea, nos estrellaremos.
Y no me cabe duda tampoco de que ahora mismo estamos corriendo hacia un muro.
Seguimos acelerando y no hemos comprobado si llevamos frenos. Es necesario bajar la
velocidad, y mucho; no podemos seguir en la misma dirección. Aún no estamos
preparados ni en las familias ni en los colegios.
Pero las TIC no son más que la última gota en un vaso que hace tiempo que rebosa
por todas partes. Este libro trata de un problema puntual, pero no llegaremos muy lejos
curando una herida cuando lo que tenemos es una hemorragia interna. O nos planteamos
dar una respuesta global al problema que tenemos como humanidad, o continuamos
huyendo hacia delante para ver hasta dónde llegamos.
Como decía un anónimo escrito a bolígrafo en la mesa de una universidad:
«Recuerda que hay tres tipos de personas en el mundo: las que hacen que las cosas
sucedan, las que miran cómo suceden las cosas y las que se preguntan qué demonios
sucedió». Cada cual es libre de tomar uno de los tres caminos.
162
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Capítulo 27
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google-inventa-un-sensor-que-detecta-tres-tipos-de-cancer.
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 32
170
Índice
Portada 2
Créditos 3
Introducción: El enfrentamiento 4
1. No estamos en guerra 9
2. ¿A qué edad deben comenzar? 12
3. Descuidamos lo más importante 17
4. Internet está modificando la forma de leer de niños y
21
adolescentes
¿Es realmente distinto leer información en libros que leerla en páginas web? 24
La lectura en Internet ¿es compatible con la lectura lineal de libros? 26
El hecho de que dos formas de lectura puedan convivir no quiere decir que
27
vayan a hacerlo…
5. Internet y el cerebro de adultos y pequeños 29
6. ¿Niños multitarea y adultos monotarea? 35
7. Sobrecarga cognitiva e «infoxicación» 37
8. Google decide lo que es más importante 41
9. La necesaria «curación de contenidos» 46
10. Las TIC, las TAC y las TEP en el sistema educativo 50
11. Las redes sociales y la identidad de los menores 61
¿Se muestran como son… o se muestran como les gustaría ser? 64
12. Niños, adolescentes, Internet y oxitocina 76
13. ¿Pueden desarrollar sentimientos en Internet? 78
14. ¿Sobre qué temas hablan en las redes sociales 81
15. Facebook estudia lo que borramos y no publicamos 83
16. Los videojuegos multijugador online: pros y contras 86
¿Qué es Camelot? 88
Tan real como la vida misma 89
17. Millones de niños con el Clash of Clans o el Minecraft.
96
Gamificación
18. La conectividad móvil: tablets y smartphones 101
171
19. El mundo de las aplicaciones móviles –apps 106
20. Problemas asociados: de los permisos y la privacidad a la
108
geolocalización
21. Cuestiones físicas: del sueño a los problemas cervicales 113
22. WhatsApp para niños y adolescentes: ¿seguro? 116
23. La red social Ask.fm y la aplicación SnapChat 120
Ask.fm 121
SnapChat 123
24. Tecnoadicciones y conducta adictiva a Internet 125
Cómo identificar el problema 128
Cómo actuar 129
25. Acceso a contenidos dañinos 131
El movimiento proanorexia 132
Cómo actuar ante los contenidos dañinos 136
26. El acoso escolar en Internet o ciberbullying 138
Cómo actuar ante el ciberbullying 140
27. Acoso sexual a menores o cibergrooming 142
¿Cómo actúan los acosadores? 144
28. Tecnófilos y tecnófobos 146
29. Los cambios también afectan a los adultos 149
30. ¿Es que nadie piensa hablar de la genética? 151
31. Una noticia buena y otra mala 156
32. El futuro inmediato y el retraso genómico 159
Bibliografía y fuentes 163
172