Herederos de Un Nuevo Pacto

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Herederos de un nuevo pacto

» Se acerca el día —dice el Señor—, en que haré un nuevo pacto con el


pueblo de Israel y de Judá. Este pacto no será como el que hice con sus
antepasados cuando los tomé de la mano y los saqué de la tierra de
Egipto. Ellos rompieron ese pacto, a pesar de que los amé como un
hombre ama a su esposa», dice el Señor.
 
«Pero este es el nuevo pacto que haré con el pueblo de Israel después
de esos días —dice el Señor—. Pondré mis instrucciones en lo más
profundo de ellos y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos
serán mi pueblo». (Jeremías 31:31-33)

Existe una gran diferencia entre Jesús y Adán, y esa fue la manera como cada uno
valoró la palabra dada por El Padre todo poderoso. Adán cuando fue puesto a
prueba dudó de lo que Dios le había dicho y por tal motivo desobedeció. Por el
contrario, Jesús siempre se ciñó a toda la palabra del padre, Él dijo: 
“17  Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.”. (Juan
5:17)
Fue solo cuando Jeshua alcanzo los treinta años de edad, que el Padre dio el visto
bueno y le ordeno empezar su ministerio. Mandato que cumplió a cabalidad aún en
medio de la férrea oposición y mal intencionados ataques por parte de los líderes
religiosos de aquella época, jamás cejó en el cumplimiento de la obra que el padre
le encomendó. En especial en poner en alto el nombre de Dios, razón por la cual se
ciñó especialmente a llevar el mensaje del Padre, sometiendo toda su sabiduría a la
voluntad de Él. 
“38  ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no
creéis.
39 
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la
vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí;
40 
y no queréis venir a mí para que tengáis vida.
41 
Gloria de los hombres no recibo.
42 
Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros .
43 
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su
propio nombre, a ése recibiréis.
44 
¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no
buscáis la gloria que viene del Dios único?”. (Juan 5:38;4)
Jesús también reconoció que había venido como el pan del cielo que daría vida a
los hombres. 
“30  Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te
creamos? ¿Qué obra haces?
31 
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del
cielo les dio a comer.
32 
Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo,
mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.
33 
Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.
34 
Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.
35 
Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y
el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”. (Juan 6:32)
“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla,
y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”.
(Juan 10:18)
En la última cena, Jesús “… tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en
mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20). Al declarar esta palabra,
Él tomaba lo dicho por el profeta Jeremías, para ratificar que ése era el nuevo
pacto.
El nuevo pacto está en la sangre, y por eso dice: 
“11  Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
12 
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve
venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa.
13 
Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas.
14 
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,
15 
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las
ovejas.
16 
También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo
traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
17 
Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
”. (Jeremías 31:33)
Por medio de la Sangre de Jesús, es que nosotros hemos creído en Él, somos hechos
participes de la promesa como hijos de Dios, y esta es la única manera como
podemos relacionarnos con Dios. La mejor manera para poder relacionarnos con el
Señor, y que podamos llevar una vida en completa obediencia a Él y a su palabra, es
cuando entramos en el nuevo pacto de su sangre, la cual está al alcance de
cualquiera que se disponga a creer en Él.
Mateo 26.26-30
La última comida de Jesús con sus discípulos fue durante la celebración de la
Pascua. Al darles el pan, Él dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mt 26.26).
Luego, al ofrecerles el vino de una copa que compartieron todos, les dijo: “Bebed de
ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada
para remisión de los pecados” (Mt 26.27, 28). Los creyentes practicamos hoy la
Cena del Señor para simbolizar limpieza, consagración y comunión.
La sangre de Jesús nos limpia del pecado. Desde Adán y Eva, el pecado ha exigido
un sacrificio de sangre para cubrir las transgresiones (Gn 3.21; Lv 17.11). Pero esto
era solo una solución temporal, ya que el siguiente pecado requería un nuevo
sacrificio. Jesús fue la respuesta permanente de Dios al problema. Él tomó sobre sí
nuestros pecados (pasados, presentes y futuros), y murió para pagar la totalidad de
nuestra deuda.
Cuando un creyente recibe a Jeshua como su único y suficiente salvador, cree en la
palabra del Señor y recibe la salvación, es consagrado (o apartado) para el Señor.
Su pecado es perdonado, recibe vida eterna y el Espíritu Santo viene a morar en él.
Sin embargo, si llega a olvidar que le pertenece al Señor puede ceder a la tentación.
El pan y la copa le dan la oportunidad de recordar lo que el Padre celestial espera
de sus hijos y de renovar la promesa de obedecer.
La Cena del Señor es también un momento propicio para estar en comunión con
Dios.
Nos permite conectarnos con aquel que es nuestro único y suficiente salvador.
La Cena del Señor es un buen momento para hacer una pausa y recordar lo que el
Cristo nos ha dado. Participemos de ella con solemnidad y gratitud.

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