QUIROGA, Horacio - Una Bofetada

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

Alianza Editorial

_1ft
ANOS DE·
NARRATIVA
ARGENTINA
· 00/197

Selección de Roberto Yáhni


IIoracio Quiroga:
Una bofetada

Acosta, mayordomo del Meteoro, que remontaba el


Alto Paraná cada quince días, sabía bien una cosa, y es
ésta: que nada hay más rápido, ni aun la corriente del
mismo río, que la explosión que desata una damajuana
de caña lanzada sobre un obraje. Su aventura con Korner,
pues, pudo finalizar en un terreno harto conocido de él.
Por regla absoluta --con una sola excepción-, que es
ley en el Alto Paraná, en los obrajes no se permite caña.
Ni los almacenes la venden, ni se tolera una sola botella,
sea cual fuere su origen. En los obrajes hay resentimien-
tos y amarguras que no conviene traer a la memoria de
los mensús '~ . Cien gramos de alcohol por cabeza, con-
cluirían en dos horas con el obraje más militarizado.
A Acosta no le convenía una explosión de esta magni-
tud, y por esto su ingenio se ejercitaba en pequeños con-
trabandos, copas despachadas a los mensús en el mismo
vapor, a la salida de cada puerto. El capitán lo sabía, y
con él el pasaje entero, formado casi exclusivamente por

* Trabajador mensual de obraje forestal. Por asimilación con el


guaraní se ha abreviado y acentuado en la última silaba.
4J
44 Una bofetada Horncio Quiroga 45

dueños y mayordomos de obraje. Pero como el astuto Se encaminó al palo mayor, más rojo aún de rabia. El
correntino no pasaba de prudentes dosis, todo iba a pedir otro lo vio llegar, sin perder un instante su sonrisita.
de boca. - ¡Conque sos vos! -le dijo Korner- . ¡Te he de
Ahora bien, quiso la desgracia un día que a instancias hallar siempre en mi camino! Te había prohibido poner
de la bullanguera tropa de peones, Acosta sintiera rela- los pies en el obraje, y ahora venís de allí... ¡Compa-
jarse un poco la rigidez de su prudencia. El resultado fue drito!
un regocijo entre los mensús tan profundo que se desen- El mensú, como si no oyera, continuó mirándolo con su
cadenó una vertiginosa danza de baúles y guitarras que minúscula sonrisa. Korner, entonces, ciego de ira, lo abo-
volaban por el aire. feteó de derecha y revés.
El escándalo era serio. Bajaron el capitán y casi todos - ¡Toma ... , compadrito! ¡Así hay que tratar a los com-
los pasajeros, siendo menester un nueva danza, pero esta padres como vos!
vez de rebenque, sobre las cabezas más locas. El proceder El mensú se puso lívido, y miró fijamente a Korner,
es habitual, y el capitán tenía el golpe rápido y duro. La quien oyó algunas palabras:
tempestad cesó en seguida. Esto no obstante se hizo atar -Algún día ...
de pie contra el palo mayor a un mensú más levantisco Korner sintió un nuevo impulso de hacerle tragar la
que los demás, y todo volvió a su norma. amenaza, pero logró contenerse y subió, lanzando invec-
Pero ahora tocaba el turno a Acosta. Korner el dueño tivas contra el mayordomo que traía el infierno a los
del obraje cuyo era el puerto en que estaba d~tenido el obrajes.
vapor, la emprendía con él: Mas esta vez la ofensiva correspondía a Acosta. ¿Qué
- ¡Usted, y sólo usted, tiene la culpa de estas cosas! hacer para molestar en lo hondo a Koroer, su cara colo-
¡Por diez miserables centavos echa a perder a los peones rada, su lengua larga y su maldito obraje?
y ocasiona estos bochinches! No tardó en hallar el medio. Desde el siguiente viaje
El mayordomo, a fuer de mestizo, contemporizaba. de subida, tuvo buen cuidado de surtir a escondidas a los
- ¡Pero cállese, y tenga vergüenza ! -proseguía Kor- peones que bajaban en Puerto Profundidad (el puerto de
ner-. Por diez miserables centavos ... Pero le aseguro Korner) de una o dos damaj uanas de caña. Los mensús,
que en cuanto llegue a Posadas, denuncio estas picardías más aullantes que de costumbre, pasaban el contrabando
a Mitain. en sus baúles, y esa misma noche estallaba el incendio ea
Mitain era el armador del Meteoro, lo que tenía sin cui- el obraje.
dado a A~osta, quien concluyó por perder la paciencia. Durante dos meses, cada vapor que bajaba el río des-
-Al fm y al ~abo - respondí~ usted nada tiene que pués de haberlo remontado el Meteoro, alzaba indefecti-
ver e~ esto ... S1 no le gusta, qué¡ese a quien quiera ... blemente en Puerto Profundidad cuatro o cinco heridos.
En mi despacho yo hago lo que quiero. Korner, desesperado, no lograba localizar al contraban-
- ¡Es 1~ que vamos a ver! -gritó Korner, disponién- dista de caña, al incendiario. Pero al cabo de ese tiempo,
dose a subir. Pero en la escalerilla vio por encima de la Acosta había considerado discreto no alimentar más el
baranda de bronce al mensú atado al palo mayor. Había fuego, y los machetes dejaron de trabajar. Buen negocio
o no ironía en la mirada del prisionero; Korner se con- en suma para el correntino, que había concebido venganza
venció de que la había, al reconocer en aquel indiecito de y ganancia, todo sobre la propia cabeza pelada de Korner.
ojos fríos y bigotitos en punta a un peón con quien había Pasaron dos afios. El mensú abofeteado había trabajado
tenido algo que ver tres meses atrás. en varios obrajes, sin serle permitido poner una sola vez
46 Una bofetada Horado Quiroga 47
los pies en Puerto Profundidad. Ya se ve: el antiguo dis- barcados. Se trataba del arriendo de Puerto Cabriuva,
gusto con Korner y el episodio del palo mayor habían casi en los saltos del Guayra, por la empresa que regen-
convertido al indiecito en persona poco grata a la admi- teaba Korner. Había allí mucha madera en barranca, y
nistración. El mensú, entretanto, invadido por la molicie se precisaba gente. Buen jornal, y un poco de caña, ya
aborigen, quedaba largas temporadas en Posadas, vagan- se sabe.
do, viviendo de sus bigotitos en punta, que encendían el Tres dias después, los mismos mensús que acababan de
corazón de las mensualeras. Su corte de pelo en melena bajar extenuados por nueve meses de obraje, tornaban a
corta, sobre todo, muy poco com(m en el extremo norte, subir, después de haber derrochado fantástica y brutal-
encantaba a las muchachas con la seducción de su aceite mente en cuarenta y ocho horas doscientos pesos de an-
y sus violentas lociones. ticipo.
Un buen día se decidía a aceptar la primer contrata al No fue poca la sorpresa de los peones al ver al buen
paso, y remontaba el Paraná. Chancelaba presto su antici- mozo entre ellos.
po, pues tenía un magnífico brazo; descendía a este puer- - ¡Opama la fiesta, ché amigo! -le gritaban-. ¡Otra
to, a aquél, los sondaba todos, tratando de llegar adonde vez la hacha, aña-mb! ...
quería. Pero era en vano: en todos los obrajes se le acep- Llegaron a Puerto Cabriuva, y desde esa misma tarde
taba con placer, menos en Profundidad; allí estaba de la cuadrilla del mensú fue destinada a las jangadas.
más. Cogíalo entonces nueva crisis de desgano y cansan- Pasó por consiguiente dos meses trabajando bajo un sol
cio, y tornaba a pasar meses enteros en P osadas, el cuerpo de fuego, tumbando vigas desde lo alto de la barranca
enervado y el bigotito saturado de esencias. al río, a punta de palanca, en esfuerzos congestivos que
Corrieron aún tres años. En ese tiempo el mensú subió tendían como alambres los tendones del cuello a los siete
una sola vez al Alto Paraná, habiendo concluido por con- mensús enfilados.
siderar sus medios de vida actuales mucho menos fatigo- Luego , el trabajo en el río, a nado, con veinte brazas
sos que los del monte. Y aunque el antiguo y duro can- de agua bajo los pies, juntando los troncos, remolcándo-
sancio de los brazos era ahora reemplazado por la cons- los, inmovilizados en los cabezales de las vigas horas en-
tante fatiga de las piernas, hallaba aquello de su gusto. teras, con los hombros y los brazos únicamente fuera del
No conocía -o no frecuentaba, por lo menos- de Po- agua. Al cabo de cuatro, seis horas, el hombre trepa a la
sadas más que la Bajada y el puerto. No salía de ese barrio jangada, se le iza, mejor dicho, pues está helado. No es
de los mensús; pasaba del rancho de una mensualera a así extraño que la administración tenga siempre reservada
otro; luego iba al boliche, después al puerto, a festejar un poco de caña para estos casos, los únicos en que se
en corro de aullidos el embarque diario de los rnensús, infringe la ley. El hombre toma una copa y vuelve otra
para concluir de noche en los bailes a cinco centavos la vez al agua.
pieza. E l mensú tuvo su parte en este rudo quehacer, y bajó
- ¡Ché amigo! - le gritaban los peones-. ¡No te con la inmensa almadía hasta Puerto Profundidad. Nues-
gusta más tu hacha! ¡Te gusta la bailanta, ché amigo ! tro hombre había contado con esto para que se le permi-
El indiecito sonreía, satisfecho de sus bigotes y su me- tiera bajar en el puerto. En efecto, en la Comisaría del
lena lustrosa. obraje o no se le reconoció, o se hizo la vista gorda, en
Un día, sin embargo, levantó vivamente la cabeza y la razón de la urgencia del trabajo. Lo cierto es que reci-
volvió, toda oídos, a los conchabadores que ofrecían es- bida la jangada, se le encomendó al mensú, juntamente
pléndidos anticipos a una tropa de mensús recién desem- con tres peones, la conducción de una recua de mulas a
48 Unn bofetada Horacio Quiroga 49
la Carrería, varias leguas adentro. No pedía otra cosa el Korner se levantó, empapado en sangre e insultos, e in-
mensú, que salió a la mañana siguiente, arreando su tro- tentó una embestida. Pero el látigo cayó tan violentamen-
pilla por la picada maestra. te sobre su cara que lo lanzó a tierra.
H ada ese día mucho calor. Entre la doble muralla de -Levántate - repitió el mensú.
bosque, el camino rojo deslumbraba de sol. El silencio Korner tornó a levantarse.
de la selva a esa hora parecía aumentar la mareante vi- -Ahora caminá.
bración del aire sobre la arena volcánica. Ni un soplo Y como Korner, enloquecido de indignación, iniciara
de aire, ni un pío de pájaro. Bajo el sol aplomo que en- otro ataque, el rebenque, con un seco y terrible golpe,
mudecía a las chicharras, la tropilla aureolada de tábanos cayó sobre su espalda.
avanzaba monótonamente por la picada, cabizbaja de mo- -Caminá.
dorra y luz. Korner caminó. Su humillación, casi apoplética, su ma-
A la una, los peones hicieron alto para tomar mate. no desangrándose, la fatiga, lo habían vencido, y caminaba.
Un momento después divisaban a su patrón que avanzaba A ratos, sin embargo, la intensidad de su afren ta deteníalo
hacia ellos por la picada. Venía solo, a caballo, con su con un huracán de amenazas. Pero el mensú no parecía
gran casco de pita. Korner se detuvo, hizo dos o tres oír. El látigo caía de nuevo, terrible, sobre su nuca.
preguntas al peón más inmediato, y recién entonces reco- -Caminá.
noció al indiecito, doblado sobre la pava de agua. I ban solos por la picada, rumbo al río, en silenciosa
El rostro sudoroso de Korner enrojeció un punto más, pareja, el mensú un poco detrás. El sol quemaba la ca-
y se irguió en los estribos . beza, las botas, los pies. I gual silencio que en la mañana,
- ¡Eh, vos ! ¿Qué haces aquí? - le gritó furioso . diluido en el mismo vago zumbido de la selva aletargada.
El indiecito se incorporó sin prisa. Sólo de vez en cuando sonaba el restallido del rebenque
- Parece que no sabe saludar a la gente -<:ontestó sobre la espalda de Korner.
avanzando lento hacia su patrón. -Caminá.
Korner sacó el revólver e hizo fuego. El tiro tuvo tiem- Durante cinco horas, kilómetro tras kilómetro, Korner
po de salir, pero a la loca: un revés de machete había sorbió hasta las heces la humillación y el dolor de su
lanzado al aire el revólver, con el índice adherido al ga- situación. H erido, ahogado, con fugitivos golpes de apo-
tillo. Un instante después Korner estaba por tierra, con plejía, en balde intentó varias veces detenerse. El mensú
el indiecito encima. no decía una palabra, pero el látigo caía de nuevo, y Kor-
Los peones habían quedado inmóviles, ostensiblemente ner caminaba.
ganados por la audacia de su compañero. Al entrar el sol, y para evitar la Comisaría, la pareja
- ¡Sigan ustedes! -les gritó éste con voz ahogada, sin abandonó la picada maestra por un pique que conducía
volver la cabeza. Los otros prosiguieron su deber , que era también al Paraná. Korner, perdido con ese cambio de
para ellos arrear las mulas, según lo ordenado, y la tropi- rumbo la última posibilidacl de auxilio, se tendió en el
lla se perdió en la picada. suelo, dispuesto a no dar un paso más. Pero el reben-
El mensú, entonces, siempre conteniendo a Korner con- que, con golpes de brazo habituado al hacha, comenzó a
tra el suelo, tiró lejos el cuchillo de éste, y de un salto se caer,
puso de pie. Tenía en la mano el rebenque de su patrón, - Caminá.
de cuero ele anta. Al quinto latigazo Korner se incorporó, y en el cuarto
- Levántate - le dijo. de hora final los rebencazos cayeron cada veinte pasos
Ynhol, t
50 Una bofetada

con incansable fuerza sobre la espalda y la nuca de Kor-


ner, que se tambaleaba como sonámbulo.
Llegaron por fin al río, cuya costa remontaron hasta
la jangada. Korner tuvo que subir a ella, tuvo que ca-
minar como le fue posible hasta el extremo opuesto, y
allí, en el limite de sus fuerzas, se desplomó de boca, la
cabeza entre los brazos.
El mensú se acercó.
-Ahora -habló por fin-, esto es para que saludés a
la gente . . . Y esto para que sopapés a la gente ...
Y el rebenque, con terrible y monótona violencia, cayó
sin tregua sobre la cabeza y la nuca de Korner, arrancán-
dole mechones sanguinolentos de pelo.
Korner no se movía más. El mensú cortó entonces las
amarras de la jangada, y subiendo en la canoa, ató un
cabo a la popa de la almadía y paleó vigorosamente.
Por leve que fuera la tracción sobre la inmensa mole
de vigas, el esfuerzo inicial bastó. La jangada viró insen-
siblemente, entró en la corriente, y el hombre cortó en-
tonces el cabo.
El sol había entrado hacía rato. El ambiente, calcinado
dos horas antes, tenía ahora una frescura y quietud fúne-
bres. Bajo el cielo aún verde, la jangada derivaba girando,
entraba en la sombra transparen te de la costa paraguaya,
para resurgir de nuevo a la distancia, como una linea ne-
gra ya.
El mensú derivaba también oblicuamente hacia el Bra-
sil, donde debía permanecer hasta el fin de sus días.
-Voy a perder la bandera -murmuraba mientras se
ataba un hilo en la muñeca fatigada. Y con una fría mi-
rada a la jangada que iba al desastre inevitable, concluyó
entre los dientes:
- Pero ¡ése no va a sopapear más a nadie, gringo de
un afiá membuí! *

* H. de p. en guaraní.

Proc.: El salva;e, Editorial Losada, Buenos Aires. © Azucena Gnr-


cla Morcó de Quirogn.

También podría gustarte