Solemnidad de La Santisima Trinidad

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SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD - A

PRIMERA LECTURA Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso

Lectura del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado
el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se
quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él,
proclamando: -«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia y lealtad.» Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo:-«Si
he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de
cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.»

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56

R. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.

Bendito eres en la bóveda del cielo.

SEGUNDA LECTURA La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 13, 11-13

Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el


Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso
ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y
la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

Palabra de Dios.
Aleluya Ap 1, 8

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene.

EVANGELIO Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por él

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno
de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él
no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios.

Palabra de Dios
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - C

PRIMERA LECTURA
El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro

Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Moisés habló al pueblo, diciendo: - «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te
han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás,
desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa
semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo,
hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a
buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra,
con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor
vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y
medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí
abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te
prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días
en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 1 2b)

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el
derecho, y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo,
y existió, él lo mandó, y surgió.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia,


Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
SEGUNDA LECTURA
Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre)

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 14-17

Hermanos:

Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis
recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan
un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para
ser también con él glorificados.

Palabra de Dios.

Aleluya Ap 1, 8

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene.

EVANGELIO
Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos,
Jesús les dijo: - «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor.


COMENTARIO

Santísima Trinidad

Padre Raniero Cantalamessa  La Trinidad revela el secreto de relaciones humanas  


Síntesis:

 ¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad?


o Sin ella sería mas fácil dialogar con judíos y musulmanes 
 Respuesta porque creen que Dios es amor.
 
 Si Dios es amor debe amar a alguien.
o el ama a los hombres pero estos solo han existido un tiempo.
o Dios no puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque El no cambia.
o Antes de la creación, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor?
o No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse uno mismo no es amor, sino
egoísmo o narcisismo.
 La respuesta de la revelación cristiana: Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde
siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, y ese amor
es el Espíritu Santo.
 
 En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el
amor que les une.
 
 Unidad y Trinidad. La teología se ha servido del término naturaleza, o sustancia, para indicar
en Dios la unidad, y del término persona para indicar la distinción. Decimos que nuestro Dios es
un Dios único en tres personas.
o Creemos en un solo Dios, solo que la unidad en la que creemos no es una unidad de
número, sino de naturaleza. Se parece más a la unidad de la familia que a la del individuo.
 
 La Trinidad es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la teología
«relaciones subsistentes». Significa que las personas divinas no tienen relaciones, sino que
son relaciones. Los seres humanos tenemos relaciones de amor -entre padre e hijo, entre esposa
y esposo, etcétera--, pero existimos también fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
 
 La Trinidad nos revela el secreto para tener relaciones bellas. Lo que hace bella, libre y
gratificante una relación es el amor. Aprendemos a amar contemplando la fuente del amor que es
Dios. 
o Si Dios fuese poder absoluto pero sin amor, entonces podría ser una sola persona,
porque el poder puede ejercerlo uno solo. Pero si Dios es también amor, entonces es tres
Personas.
o El poder de Dios siempre manifiesta su amor. El amor dona, el poder domina.
o Lo que envenena una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo,
en vez de acogerle y entregarse.
o Dios reveló su amor para que seamos como El. 

Meditaciones sobre la Santísima Trinidad


Colección Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal
- Revelación del misterio trinitario.

- El trato con cada una de las Personas divinas

- Oración a la Trinidad Beatísima.

Tibi laus, Tibi gloria, Tibi gratiarum actio... A Ti la alabanza, a Ti la gloria, a Ti hemos de dar gracias por
los siglos de los siglos, “oh Trinidad Beatísima!  (Trisagio angélico).

Después de haber renovado los misterios de la salvación -desde el Nacimiento de Cristo en Belén hasta la
venida del Espíritu Santo en Pentecostés-, la liturgia nos presenta la Santísima Trinidad, fuente de todos
los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios.

Dios se da a conocer
Poco a poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad íntima, nos ha ido revelando
cómo es Él, en Sí, independiente de todo lo creado. En el Antiguo Testamento da a conocer sobre
todo la Unidad de su Ser, y su completa distinción del mundo y su modo de relacionarse con él,
como Creador y Señor. Se nos enseña de muchas maneras que Dios, a diferencia del mundo, es
increado; que no está limitado a un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es eterno). Su poder no tiene
límites (es omnipotente): Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón -nos invita la liturgia-que el Señor
es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro (2). Sólo Tú, Señor.

El Antiguo Testamento proclama sobre todo la grandeza de Yahvé, único Dios, Creador y Señor de todo el
Universo. Pero también se revela como el pastor que busca a su rebaño, que cuida a los suyos con mimo y
ternura, que perdona y olvida las frecuentes infidelidades del pueblo elegido... A la vez, se va
manifestando la paternidad de Dios Padre, la Encarnación de Dios Hijo, que es anunciada por los Profetas,
y la acción del Espíritu Santo, que lo vivifica todo.

Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio trinitario y la llamada a participar en él. Nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo (3). Él nos reveló también la existencia
del Espíritu Santo junto con el Padre y lo envió a la Iglesia para que la santificara hasta el fin de los
tiempos; y nos reveló la perfectísima Unidad de vida entre las divinas Personas (4).

El misterio de la Santísima Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada y la fuente de donde
procede la vida sobrenatural y a donde nos encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y
coherederos del Hijo, santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada vez más a
Cristo. Así crecemos en el sentido de nuestra filiación divina. Esto nos hace ser templos vivos de la
Santísima Trinidad.

Por ser el misterio central de la vida de la Iglesia, la Trinidad Beatísima es continuamente invocada en
toda la liturgia. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu fuimos bautizados, y en su nombre se nos
perdonan los pecados; al comenzar y al terminar muchas oraciones, nos dirigimos al Padre, por mediación
de Jesucristo, en unidad del Espíritu Santo. Muchas veces a lo largo del día repetimos los cristianos: Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. “-”Dios es mi Padre! -Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora
consideración.

“-¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su
Corazón.

“-¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.

“Piénsalo bien. -Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo” (5).


II. La vida divina -a cuya participación hemos sido llamados- es fecundísima. Eternamente el Padre
engendra al Hijo, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Esta generación del Hijo y la espiración
del Espíritu Santo no es algo que aconteció en un momento determinado, dejando como fruto estable las
Tres Divinas Personas: esas procedencias (los teólogos las llaman “procesiones”) son eternas.

En el caso de las generaciones humanas, un padre engendra a un hijo, pero ese padre y ese hijo
permanecen después del mismo acto de engendrar, incluso aunque muera uno de los dos. El hombre que
es padre no sólo es “padre”: antes y después de engendrar es “hombre”. La esencia, sin embargo, de Dios
Padre está en que todo su ser consiste en dar la vida al Hijo. Eso es lo que lo determina como Persona
divina, distinta de las demás. En la vida natural, el hijo que es engendrado tiene otra realidad. Pero la
esencia del Unigénito de Dios es precisamente ser Hijo (6). Y es a través de Él, haciéndonos semejantes a
Él, por un impulso constante del Espíritu Santo, como nosotros alcanzamos y crecemos en el sentido de
nuestra filiación divina. Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis
recibido no un Espíritu de esclavitud para recaer en el temor; sino un Espíritu de adopción, que nos hace
gritar: Abba! ( ¡Padre!). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de
Dios; y si somos hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo (7).

La paternidad y la filiación humanas son algo que acontece a las personas, pero no expresan todo su ser.
En Dios, la Paternidad, la Filiación y la Espiración constituyen todo el Ser del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo (8).

Desde que el hombre es llamado a participar de la misma vida divina por la gracia recibida en el Bautismo,
está destinado a participar cada vez más en esta Vida. Es un camino que es preciso andar continuamente.
Del Espíritu Santo recibimos constantes impulsos, mociones, luces, inspiraciones para ir más deprisa por
ese camino que lleva a Dios, para estar cada vez en una “órbita” más cercana al Señor. “El corazón
necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un
descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo
los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y
se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones
y las virtudes sobrenaturales!

“Hemos corrido como el ciervo, que ansía las fuentes de las aguas (Sal 41, 2); con sed, rota la boca, con
sequedad. Queremos beber en ese manantial de agua viva. Sin rarezas, a lo largo del día nos movemos
en ese abundante y claro venero de frescas linfas que saltan hasta la vida eterna (cfr. Jn 4, 14). Sobran
las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se
mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada
amorosamente por Dios, a todas horas” (9).

III. La Trinidad Santa habita en nuestra alma como en un templo. Y San Pablo nos hace saber que el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (10). Y ahí, en
la intimidad del alma, nos hemos de acostumbrar a tratar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu
Santo. “Tú, Trinidad eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto
más descubro, más te busco” (11), le decimos en la intimidad de nuestra alma.

“¡Oh, Dios mío, Trinidad Beatísima! Sacad de mi pobre ser el máximo rendimiento para vuestra gloria y
haced de mí lo que queráis en el tiempo y en la eternidad. Que ya no ponga jamás el menor obstáculo
voluntario a vuestra acción transformadora (...). Segundo por segundo, con intención siempre actual,
quisiera ofreceros todo cuanto soy y tengo; y que mi pobre vida fuera en unión íntima con el Verbo
Encarnado un sacrificio incesante de alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima (...).

“¡Oh, Dios mío, cómo quisiera glorificaros! ¡Oh, si a cambio de mi completa inmolación, o de cualquier otra
condición, estuviera en mi mano incendiar el corazón de todas vuestras criaturas y la Creación entera en
las llamas de vuestro amor, qué de corazón quisiera hacerlo! Que al menos mi pobre corazón os
pertenezca por entero, que nada me reserve para mí ni para las criaturas, ni uno solo de sus latidos. Que
ame inmensamente a todos mis hermanos, pero únicamente con Vos, por Vos y para Vos (...). Quisiera,
sobre todo, amaros con el corazón de San José, con el Corazón Inmaculado de María, con el Corazón
adorable de Jesús. Quisiera, finalmente, hundirme en ese Océano infinito, en ese Abismo de fuego que
consume al Padre y al Hijo en la unidad del Espíritu Santo y amaros con vuestro mismo infinito amor (...).

“Padre Eterno, Principio y Fin de todas las cosas! Por el Corazón Inmaculado de María os ofrezco a Jesús,
vuestro Verbo Encarnado, y por Él, con Él y en Él, quiero repetiros sin cesar este grito arrancado de lo
más hondo de mi alma: Padre, glorificad continuamente a vuestro Hijo, para que vuestro Hijo os glorifique
en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos (Jn 17, 1).

“Oh, Jesús, que habéis dicho: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (Mt 11, 27)!: "“Mostradnos al Padre y esto nos basta!" (Jn 14,
8).

“Y Vos, “oh, Espíritu de Amor!, enseñadnos todas las cosas (Jn 14, 26) y formad con María en nosotros a
Jesús (Gal 4, 19), hasta que seamos consumados en la unidad (Jn 17, 23) en el seno del Padre (Jn 1, 18).
Amén” (12).

- (2) Primera lectura. Ciclo B. Dt 4, 39.- (3) Mt 11, 27.- (4) Evangelio de la Misa. Ciclo C. Jn 16, 12-15.-
(5) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 2.- (6) Cfr. J. M. PERO-SANZ, El Símbolo atanasiano, Palabra,
Madrid 1976, p. 51.- (7) Segunda lectura. Ciclo C. Rom 8, 14-17 .- (8) UN CARTUJO, La Trinidad y la vida
interior, Rialp, Madrid 1958, 2ª ed., pp. 45-47.- (9) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 306-307.-
(10) Segunda lectura. Ciclo C. Rom 5, 5.- (11) SANTA CATALINA DE SIENA, Diálogo, 167.- (12) SOR
ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevación a la Santísima Trinidad, en Obras completas, Ed. Monte Carmelo, 4ª
ed., Burgos 1985, pp. 757-758.

*La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones
y gracias, el misterio inefable de la vida íntima de Dios. La liturgia de la Misa nos invita a tratar con
intimidad a cada una de las Tres Divinas Personas: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La fiesta fue
establecida para todo Occidente en 1334 por el Papa Juan XXII, y quedó fijada para este domingo después
de la venida del Espíritu Santo, el último de los misterios de nuestra salvación. Hoy podemos repetir
muchas veces, despacio, con particular atención: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

40. INHABITACION DE LA SANTISIMA TRINIDAD EN EL ALMA

- Presencia de Dios, Uno y Trino, en el alma en gracia.

- La vida sobrenatural del cristiano se orienta al conocimiento y al trato con la Santísima Trinidad.

- Templos de Dios.

I. Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en
él (1), respondió Jesús en la Ultima Cena a uno de sus discípulos que le había preguntado por qué se
habría de manifestar a ellos y no al mundo, como los judíos de aquel tiempo pensaban de la aparición del
Mesías. El Señor revela que no sólo Él, sino la misma Trinidad Beatísima, estaría presente en el alma de
quienes le aman, como en un templo (2). Esta revelación constituye “la sustancia del Nuevo Testamento”
(3), la esencia de sus enseñanzas.

Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- habita en nuestra alma en gracia no sólo con una presencia de
inmensidad, como se encuentra en todas las cosas, sino de un modo especial, mediante la gracia
santificante (4). Esta nueva presencia llena de amor y de gozo inefable al alma que va por caminos de
santidad. Y es ahí, en el centro del alma, donde debemos acostumbrarnos a buscar a Dios en las
situaciones más diversas de la vida: en la calle, en el trabajo, en el deporte, mientras descansamos...
“Oh, pues, alma hermosísima -exclamaba San Juan de la Cruz- que tanto deseas saber el lugar donde
está tu Amado para buscarle y mirarte con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora
y el lugar y escondrijo donde está escondido; que es cosa de gran contentamiento y alegría para ti ver
que todo tu bien y esperanza está tan cerca de ti que esté en ti o, por mejor decir, tú no puedes estar sin
él. Cata -dice el Esposo- que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17, 21); y su siervo el Apóstol
San Pablo: Vosotros -dice- sois templos de Dios (2 Cor 6, 16)” (5).

Esta dicha de la presencia de la Trinidad Beatísima en el alma no está destinada sólo para personas
extraordinarias, con carismas o cualidades excepcionales, sino también para el cristiano corriente, llamado
a la santidad en medio de sus quehaceres profesionales y que desea amar a Dios con todo su ser, aunque,
como señala Santa Teresa de Jesús, “hay muchas almas que están en la ronda del castillo (del alma), que
es adonde están los que le guardan, y no se les da nada entrar dentro, ni saben qué hay en aquel tan
precioso lugar, ni quién está dentro...” (6). En ese “precioso lugar”, en el alma que resplandece por la
gracia, está Dios con nosotros: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Esta presencia, que los teólogos llaman inhabitación, sólo difiere por su condición del estado de
bienaventuranza de quienes ya gozan de la felicidad eterna en el Cielo (7). Y aunque es propia de las Tres
divinas Personas, se atribuye al Espíritu Santo, pues la obra de la santificación es propia del Amor.

Esta revelación que Dios hizo a los hombres, como en confidencia amorosa, admiró desde el principio a los
cristianos, y llenó sus corazones de paz y de gozo sobrenatural. Cuando estamos bien asentados en esta
realidad sobrenatural -Dios, Uno y Trino, habita en mí- convertimos la vida -con sus contrariedades, e
incluso a través de ellas- en un anticipo del Cielo: es como meternos en la intimidad de Dios y conocer y
amar la vida divina, de la que nos hacemos partícipes.

“Océano sin fondo de la vida divina!


Me he llegado a tus márgenes con un ansia de fe.
Di, ¿qué tiene tu abismo que a tal punto fascina?
¡Océano sin fondo de la vida divina!
Me atrajeron tus ondas... “y ya he perdido pie! (8).

II. El cristiano comienza su vida en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y en este mismo
Nombre se despide de este mundo para encontrar en la plenitud de la visión en el Cielo a estas divinas
Personas, a quienes ha procurado tratar aquí en la tierra. Un solo Dios y Tres divinas Personas: ésta es
nuestra profesión de fe, la que los Apóstoles recogieron de labios de Jesús y transmitieron, la que
creyeron desde el primer momento todos los cristianos, la que el Magisterio de la Iglesia ha enseñado
siempre. Los cristianos de todos los tiempos, en la medida en que avanzaban en su caminar hacia Dios,
han sentido la necesidad de meditar esta verdad primera de nuestra fe y de tratar a cada una de Ellas.
Santa Teresa de Jesús nos cuenta en su Vida cómo meditando precisamente una de las más antiguas
reglas de fe sobre el misterio trinitario -el llamado Símbolo Atanasiano o Quicumque- recibió especiales
gracias para penetrar en esta maravillosa realidad. “Estando una vez rezando el Quicumque vult - escribe
la Santa-, se me dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan claro, que yo me
espanté y me consolé mucho. Hízome grandísimo provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus
maravillas, y para cuando o pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece entiendo cómo puede ser, y
es me mucho contento” (9).

Toda la vida sobrenatural del cristiano se orienta a ese conocimiento y trato íntimo con la Trinidad, que
viene a ser “el fruto y el fin de toda nuestra vida” (10). Para este fin hemos sido creados y elevados al
orden sobrenatural: para conocer, tratar y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, que
habitan en el alma en gracia. De estas divinas Personas, el cristiano llega a tener en esta vida “un
conocimiento experimental” que, lejos de ser una cosa extraordinaria, está dentro de la vía normal de la
santidad (11). Santidad a la que es llamada la madre de familia que apenas tiene tiempo para atender y
sacar adelante el hogar, el obrero que comienza su trabajo antes del amanecer, el enfermo al que no le
permite hacer nada su enfermedad... Dios, en su amor infinito por cada alma, desea ardientemente darse
a conocer de esa manera íntima y amorosa a quienes de verdad siguen tras las huellas de su Hijo.

En ese camino hacia la Trinidad, a la que deben conducir todos nuestros empeños, llevamos como Guía y
Maestro al Espíritu Santo. Yo rogaré al Padre - había prometido el Señor, y su palabra no puede fallar- y
os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no
puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está
en vosotros. No os dejaré huérfanos, Yo volveré a vosotros (12). En este vosotros nos incluimos,
dichosamente, quienes hemos sido bautizados y, de modo particular, quienes queremos seguir a Jesús de
cerca, desde el lugar y las circunstancias donde la vida nos ha situado. Es dulce meditar que este misterio
inaccesible a la sola razón humana se hace luminoso con la luz de la fe y la ayuda del Espíritu Santo: a
vosotros se os han dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos (13). Pidámosle hoy que nos guíe
en ese camino lleno de luz.

III. A la vez que pedimos al Espíritu Santo un deseo grande de purificar el corazón, hemos de desear este
encuentro íntimo con la Beatísima Trinidad, sin que nos detenga el que quizá cada vez vemos con más
claridad nuestras flaquezas y nuestra tosquedad para con Dios. Cuenta Santa Teresa que al considerar la
presencia de las Tres divinas Personas en su alma “estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan
baja como es mi alma”; entonces, le dijo el Señor: “No es baja, hija, pues está hecha a mi imagen” (14).
Y la Santa quedó llena de consuelo. A nosotros nos puede hacer un gran bien considerar estas palabras
como dirigidas a nosotros mismos, y nos animarán a proseguir en ese camino que acaba en Dios. También
debemos tratar a quienes cada día encontramos y hablamos como poseedores de un alma inmortal,
imagen de Dios, que son o pueden llegar a ser templos de Dios. Sor Isabel de la Trinidad, recientemente
beatificada, escribía a su hermana, al tener noticia del nacimiento y bautizo de su primera sobrina: “Me
siento penetrada de respeto ante este pequeño santuario de la Santísima Trinidad... Si estuviese a su
lado, me arrodillaría para adorar a Aquel que mora en ella” (15).

La Iglesia nos recomienda alimentar la piedad con un sólido alimento, y por eso hemos de rezar o meditar
esas reglas de fe y las oraciones compuestas para alabanza de la Trinidad: el Símbolo Atanasiano o
Quicumque (que antiguamente los cristianos recitaban cada domingo después de la homilía, y que aún
hoy muchos recitan y meditan en honor de la Santísima Trinidad), el Trisagio Angélico, especialmente en
esta Solemnidad, el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo... Cuando, con la ayuda de la gracia,
aprendemos a penetrar en estas prácticas de devoción es como si volviéramos a oír las palabras del
Señor: dichosos vuestros ojos, porque ven; y dichosos vuestros oídos, porque oyen: pues en verdad os
digo que muchos profetas y justos ansiaron ver los que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que
oís y no lo oyeron (16).

Terminamos este rato de oración repitiendo en nuestro corazón, con San Agustín: “Señor y Dios mío, mi
única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte. Que yo ansíe siempre ver
tu rostro. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y que me has dado
esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva
aquélla. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia: si me abres, recibe al que entra; si me cierras el postigo,
abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones
hasta mi reforma completa (...).

“Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin comprenderlas, y
Tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno, alabándote unánimemente, y
hechos en Ti también nosotros una sola cosa” (17).

La contemplación y la alabanza a la Trinidad Santa es la sustancia de nuestra vida sobrenatural, y ése es


también nuestro fin: porque en el Cielo, junto a nuestra Madre Santa María -Hija de Dios Padre, Madre de
Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo: “más que Ella, sólo Dios! (18)-, nuestra felicidad y nuestro gozo
será una alabanza eterna al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

(1) Jn 14, 23.- (2) Cfr. 1 Cor 6, 19.- (3) TERTULIANO, Contra Praxeas, 31.- (4) Cfr. SANTO TOMAS, Suma
Teológica, 1, q. 43, a. 3.- (5) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7.- (6) SANTA TERESA,
Moradas primeras, 5, 6.- (7) Cfr. LEON XIII, Enc. Divinum illud munus, 9-V-1897.- (8) SOR CRISTINA DE
ARTEAGA, Sembrad, Ed. Monasterio de Santa Paula, Sevilla 1982. LXXXV.- (9) SANTA TERESA, Vida, 39,
25.- (10) SANTO TOMAS, Comentario al Libro IV de las Sentencias, I, d. 2, q. 1, exord.- (11) Cfr. R.
GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, I, p. 118.- (12) Jn 14, 16-18.- (13) Mt 13, 11.-
(14) SANTA TERESA DE JESUS, Cuentas de conciencia, 41ª, 2.- (15) SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, Carta
a su hermana Margarita, en Obras completas, p. 466.- (16) Mt 13, 16-17.- (17) SAN AGUSTIN, Tratado
sobre la Trinidad, 15, 28, 51.- (18) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 496.

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