Ternavasio, Ser Parte de Un Gran Imperio

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1.

Ser parte de un gran imperio

En la segunda mitad del siglo XVIII, la Corona española puso en marcha una serie de reformas
políticas, administrativas, económicas y militares. España buscaba superar la crisis que la aquejaba
desde tiempo atrás y reforzar su imperio transoceánico. América se convirtió en un escenario más
de las disputas interimperialistas por dominar el Atlántico. En 1776 fue creado eñ Virreinato del
Río de la Plata, con capital en Buenos aires. En 1806 y 1807, fuerzas británicas invadieron la nueva
capital virreinal y ocuparon parte de la Banda Oriental. Si bien la conquista británica resultó
efímera, dejó como legado una profunda crisis política e institucional en el Río de la Plata.

 Una monarquía con vocación imperial

- El Virreinato del Río de la Plata

El 27 de junio de 1806 se dio el avance de una expedición británica. La rápida conquista de las
tropas inglesas se produjo treinta años después de que Buenos Aires fuera erigida capital de un
nuevo virreinato. En 1776, la Corona española había ordenado, con carácter provisional, la
creación del Virreinato del Río de la Plata, implantado de manera definitiva en 1777. Al año
siguiente, se dictó el Reglamento de Comercio Libre que habilitó al puerto de Buenos Aires a
comerciar legalmente con otros puertos americanos y españoles, y en 1782 se aplicó un régimen
de intendencias que reorganizó territorial y administrativamente todo el virreinato. Estas medidas
formaron parte de las “reformas borbónicas” que, con menor o mayor éxito, fue aplicando en casi
todos los dominios del monarca.

La dinastía de los Borbones, que desde comienzos del siglo XVIII era la legítima casa reinante en
España, estaba empeñada en darle un rostro imperial a su monarquía. La gigantesca ampliación de
los dominios del rey de España, que jurídicamente pasaron a depender de la Corona de Castilla,
obedeció a un proceso de extensión de la monarquía que se diferenciaba de los imperios clásicos.
Una de las principales diferencias radicaba en la naturaleza católica de aquella expansión. La
vocación universal de la monarquía española respondía fundamentalmente a un designio profético
y a un proyecto religioso. Sobre estas bases se constituyó la legitimidad de la conquista y el vínculo
de todos los reinos con el monarca, que suponía la reproducción de los modos de organización
comunitaria e institucional propios de la península, e implicaba la reciprocidad de derechos y
obligaciones entre el rey y sus reinos. Esto dio lugar a la consolidación de amplias autonomías
territoriales y corporativas durante los siglos XVI y XVII en América.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII la Corona se propuso transformar la naturaleza del orden
hispánico. Comenzó a concebirse la idea de que aquel orden debía transformase en un imperio
comercial, siguiendo el modelo de GB. Se buscaba reemplazar el lazo de reciprocidad entre el rey y
sus reinos por un tipo de relación que privilegiaba a la maximización de ganancias para la
metrópoli a partir de la explotación de los recursos de las ahora consideradas colonias. Dicho
viraje se volvió más palpable luego de la Guerra de los Siete años cuando se impulsaron medidas
concretas con consecuencias decisivas sobre el gobierno de América. Entre tales medidas se
destaca la impronta militar de las reformas aplicadas durante los reinados de Carlos III (1763-1788)
y Carlos IV (1789-1808). Reforzar el imperio transoceánico pasó a ser un objetivo prioritario. Para
alcanzarlo era necesario fortalecer la defensa militar de los puntos más vulnerables y garantizar
una explotación económica más eficaz con el objeto de sanear la crisis y el estancamiento que
experimentaba la metrópoli.

Así fue como la región rioplatense se convirtió en un punto estratégico. Durante los siglos XVI y
XVII no había revestido mayor interés para la Corona. Al no poseer riquezas en metales preciosos,
el Río de la Plata había permanecido como una zona marginal dentro del imperio. Pero la
manifiesta vocación expansionista de Portugal sobre el Atlántico sur y la importancia que toda el
área asumía para el comercio marítimo condujo a la metrópoli a reorientar su atención hacia esta
región y a crear el Virreinato del Río de la Plata.

La ilustración

El plan reformista se inscribió en el nuevo clima de ideas que trajo consigo la ilustración. La
fórmula política que adoptaron los Borbones fue el despotismo ilustrado. Sus metas eran
promover el bienestar, el progreso técnico y económico, la educación y la cultura desde una
perspectiva que partía de un utilitarismo optimista y positivo. El poder político era el
responsable de llevar adelante estas metas. La confianza en la educación como fundamento de
la felicidad pública implicó un cambio de concepción respecto de la enseñanza tradicional. No
obstante, no cuestionó en ningún momento los principios de la religión católica. En este
sentido, tuvo lugar un proceso de selección y adaptación de las innovaciones intelectuales de
la ilustración a los dogmas católicos. Algunos autores calificado de “ilustración católica” al
conjunto de novedades introducidas en el orbe hispánico durante el siglo XVIII

Sim embargo, las invasiones inglesas de 1806 y 1807 dejaron al desnudo la debilidad de las
autoridades españolas para defender sus dominios en América.

- Un nuevo mapa para América

Se pasó de dos virreinatos (Nueva España y Perú) a cuatro virreinatos (Nueva Granada y Río de la
Plata) más cinco capitanías generales (Puerto Rico, Cuba, Florida, Guatemala, Caracas y Chile).
Hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, todo el territorio de la actual República
Argentina dependió del de Perú y estuvo dividido en dos grandes gobernaciones: la del Tucumán y
la del Río de la Plata. En 1776, el nuevo virreinato reunió las gobernaciones del RDLP, Paraguay,
Tucumán y el Alto Perú quitándoles una amplia jurisdicción a las autoridades residentes en Lima.

Con la Ordenanza de Intendentes aplicada en 1782, el Virreinato del RDLP se subdividió en ocho
intendencias (La Paz, Potosí, Charcas y Cochabamba en el Alto Perú, Paraguay, Salta, Córdoba y
Buenos Aires. La Banda Oriental permaneció como una gobernación militar con un mayor grado de
autonomía respecto de Buenos Aires. Lo mismo ocurrió con otras circunscripciones fronterizas
como los pueblos de las Misiones, Mojo y Chiquitos. A su vez, esta ordenanza redefinió las
jerarquías territoriales: en la cúspide estaba la capital, le seguían las ciudades cabeceras de las
gobernaciones intendencias, a las que quedaban supeditadas las ciudades subordinadas,
finalmente las zonas rurales (dependientes de los cabildos de las respectivas ciudades). La
intendencia de Salta tenía su capital en la ciudad homónima y comprendía las ciudades
subalternas de Jujuy, Santiago del estero, San Miguel de Tucumán y Catamarca; la de Córdoba
incluía La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza; y la de Buenos Aires tenía jurisdicción en Santa Fe,
Entre Ríos y Corrientes. La ciudad de Buenos Aires era capital virreinal y de su propia intendencia.

Aunque las divisiones pueden inducir que se trató de un intento de descentralizar la


administración, se buscaba centralizar el poder de la Corona, re forzar la figura del monarca y
asegurar un mayor control de las posesiones ultramarinas. Para eso, se trasladaron funcionarios
directamente desde España para limitar el enorme influjo que habían adquirido las familias locales
criollas más poderosas. Se suponía que éstos a quienes se les vedaba legalmente la posibilidad de
establecer lazos familiares o de negocios con la población no cederían a la tentación de
inmiscuirse en redes clientelares o alianzas locales. El hecho de que muchos fueran militares
expresa el contenido militarista de las reformas. España intentó fortalecer su presencia en América
a través de plazas militares estratégicamente ubicadas.

El Reglamento de Comercio Libre de 1778 también buscó reforzar este proceso de centralización.
Estuvo lejos de liberalizar el comercio con las potencias extranjeras, prohibido por el sistema de
monopolio impuesto por España. Lo único que habilitó el reglamento fue el comercio directo entre
las colonias y con algunos puertos españoles. Entre los puertos autorizados estaba el de Buenos
Aires. Mediante el contrabando y el comercio semiilegal, había operado de manera más o menos
visible frente a las autoridades que, muchas veces, estaban involucradas en tal intercambio. Lo
cierto es que se buscó legalizar el tránsito de mercancías hacia la metrópoli para controlar y
maximizar los recursos que las colonias debían proporcionar a las arcas de la Corona. La
flexibilización del sistema comercial tenía como propósito afianzar aún más el monopolio existente
y reubicar a España como potencia en el escenario atlántico.

- Los limites ajuste imperial

Las reformas trastocaron los equilibrios sociales, políticos y territoriales. Los grupos criollos más
poderosos se sintieron muy afectados. Algunas ciudades vieron con malos ojos sus nuevos rangos
dentro del diseño imperial borbónico y cuestionaron su jerarquía de ciudades subalternas o no
haberse convertido en capitales de nuevos virreinatos. En muchas regiones, los pueblos indígenas
se resistieron a aplicar algunas de las medidas impuestas por los nuevos funcionarios,
especialmente aquellas destinadas a ejercer sobre ellos mayor presión fiscal, el nuevo trato por
parte de la Corona fue percibido por muchos como humillante, al comprobar que perdían antiguos
privilegios o que eran obligados a aumentar el pago de tributos. En algunos casos, las resistencias
a las reformas tomaron la forma de revueltas violentas, como ocurrió con la rebelión liderada en
1780 por Túpac Amaru en Perú, duramente reprimida por las autoridades coloniales, mientras que
en otros se manifestó en hordas disputas políticas y jurídicas. Los grupos locales utilizaron la
clásica fórmula “se acata pero no se cumple”.

Las resistencias se manifestaron básicamente en las zonas centrales del Imperio. En el caso del Río
de la Plata las nuevas medidas venían en muchos sentidos a favorecer una región hasta ese
momento marginal. Buenos Aires se convirtió en sede de una corte virreinal y también en puerto
legalizado, donde se instaló la Real Aduana, favorecido por los negocios y recursos del circuito
mercantil con eje en el Alto Perú. En la rica región altoperuana estaban ubicadas las minas de plata
del Potosí. La extracción de la plata potosina pasó a solventar gran parte de los gastos que
demandó la instalación y sostenimiento de las nuevas autoridades coloniales. La nueva capital
duplicó su población durante las tres décadas que duró el Virreinato y los grupos mercantiles más
poderosos vieron crecer sus riquezas al tiempo que ascendieron hasta la cumbre de la escala
social. Tal vez por estas razones las reacciones a las reformas fueron, al menos en Buenos Aires,
mucho menos intensas que en otras regiones.

El nuevo mapa político beneficiaba a la capital virreinal, pero a la vez ensamblaba jurisdicciones
muy dispares. El caso del Alto Perú fue el más clamoroso, no sólo por haberse desprendió de su
tradicional dependencia de Lima sino por haber frustrado los sueños virreinales de esa
jurisdicción. La erección de una nueva capital en una ciudad marginal resultó irritante para las
regiones que, poseyendo riquezas y entramados institucionales mucho más densos, pasaban
ahora a depender de aquella.

Este intento de redefinición imperial se produjo en un momento poco propicio para España. La
situación internacional fue tornándose cada vez más complicada, al calor de acontecimientos que
trastocaron tanto el mundo europeo como el americano. La revolución de Independencia de USA
en 1776 y la Revolución Francesa de 1789 fueron los eventos más significativos. La guerra entre las
colonias inglesas y Gran Bretaña alineó a Francia y España con los Estados Unidos. Entre 1796 y
1802, las guerras se generalizaron en toda Europa y sus efectos se hicieron sentir en sus dominios
en América. La flota inglesa bloqueó el puerto de Cádiz y otros puertos hispanoamericanos, lo que
afectó las relaciones comerciales entre la metrópoli y sus posesiones americanas. El sistema
monopólico hacía agua por todos lados, la Corona no podía garantizar por sí sola el
aprovisionamiento de sus colonias. Esto la obligó a otorgar sucesivas concesiones comerciales a los
grupos criollos, a los que se autorizó a comprar y vender productos a otras potencias y colonias
extranjeras. Los comerciantes del Río de la Plata pudieron traficar esclavos, exportar mercancía
locales (cuero, sebo y tasajo) e importar café, arroz o tabaco. Todo se agravó para la metrópoli en
1805, cuando España perdió casi toda su flota al ser vencida por Gran Bretaña en la batalla de
Trafalgar.

El plan reformista de los Borbones se hundía sin remedio. Las reformas no pudieron cumplir sus
objetivos, mientras que en algunas regiones ni siquiera pudieron ser aplicadas. En la mayoría de
los casos, los nuevos funcionarios peninsulares se vieron obligados a negociar asuntos de gobierno
con las elites locales, a la vez que la recaudación fiscal resultaba insuficiente para solventar los
enormes gastos bélicos. Sin embargo no modificaron el sentimiento de pertenencia a la monarquía
transoceánica por parte de los americanos. De la misma manera que los Borbones pretendieron
reformar su imperio muchos americanos buscaron mantener sus antiguos privilegios, si bien en el
marco de un sistema que seguía colocando al rey en la cúspide, la obediencia al monarca y la
lealtad a España se mantuvieron incólumes durante esos años. Tal vez la muestra más clara de esa
lealtad fue la que exhibieron los habitantes de Buenos Aires cuando, en 1806, el brigadier creyó
haber ganado la batalla.

Temas en debate

Si bien la mayoría de los historiadores coinciden en señalar que los tiempos modernos en
España se inauguraron con el advenimiento de los borbones, no todos comparten el mismo
juicio acerca de los objetivos y efectos de las reformas puestas en marcha. En España, tales
controversias se expresaron desde el siglo XIX, cuando algunas corrientes consideraron a las
reformas como el principio de la regeneración de España, mientras que otras las utilizaron
- Las invasiones inglesas

La aventura de Popham y Beresford

Luego de la ocupación británica de La Habana en 1762, se habían elaborado diversos planes


secretos para invadir las colonias españolas en América. Buenos Aires se presentaba como una
plaza muy atractiva por su importancia geopolítica y comercial al ocupar un lugar estratégico en
las rutas que unían el Atlántico con el Pacífico, como debido a su vulnerabilidad desde el punto de
vista militar. Los informes confeccionados por diversos personajes británicos interesados en las
colonias hispanoamericanas subrayan la débil defensa con la que contaba la capital del nuevo
Virreinato.

Entre esos personajes se encontraba el comandante Popham. En un principio, su aventura no


contó con la autorización del gobierno británico. Luego de la rápida conquista de la capital del
Virreinato, la expedición obtuvo el aval de Su Majestad. La captura del puerto de Buenos Aires
resultaba estratégica para los intereses de la Corona británica. Por un lado, desde fines del siglo
XVIII Inglaterra se encontraba en pleno proceso de revolución industrial y expansión comercial de
sus productos. Por otro, la coyuntura internacional era particularmente conflictiva. En 1805 la
batalla de Trafalgar dejó a Inglaterra como dueña absoluta de los mares, pero no logro frenar el
avance napoleónico en Europa, que obtuvo ese mismo año un importante triunfo en Austerlitz.

En la primera invasión, Popham y Beresford concibieron la captura de Buenos Aires como una
alternativa fácil y promisoria frente al propósito de conquistar nuevos mercados en Sudamérica.
Asegurarse basas militares estratégicas sobre las cuales garantizar su expansión comercial era el
principal objetivo que perseguía Inglaterra en esos años. Los mismos ingleses quedaron
sorprendidos al ser recibidos con cierto entusiasmo por las principales autoridades y
corporaciones de la ciudad y al no encontrar serias resistencias militares en su desembarco. Los
británicos se apoderaron del Fuerte, el virrey Sobremonte, se retiraba hacia Córdoba.

Sobremonte abandonó la ciudad encargándoles a los oidores de la Audiencia dirigir su última


resistencia. El Virrey se dirigió hacia Córdoba con el propósito de organizar la defensa y proteger
las Cajas Reales, pero debió entregar los caudales a los nuevos ocupantes de la capital, por
expreso pedido del Cabildo de Buenos Aires, según estipulaba la capitulación.

Desde Córdoba, el Virrey lanzó una proclama que cumplía con los planes acordados por las
autoridades metropolitanas en caso de que el flanco sur del imperio fuera atacado: replegarse a
Córdoba a imponer el aislamiento a los invasores para obligarlos a una pronta retirada. El Virrey
declaró a la ciudad de Córdoba capital del Virreinato hasta tanto Buenos Aires volviera al dominio
del Rey.

El intento de mantener el orden jurídico colonial trasladando la capital del virreinato a Córdoba y
exhibían la rendición de las principales autoridades y corporaciones de Buenos Aires a la soberanía
británica. A pesar del tomo justificatorio utilizado por Sobremonte, las acciones emprendidas por
tales autoridades quedaban desautorizadas por el Virrey, mientras que el nuevo gobernador
Beresford, garantizaba al Cabildo, magistrados, vecinos y habitantes sus derechos y privilegios, así
como la protección a la religión católica.
Un orden católico

La estrategia británica de asegurar la protección de la religión católica era fundamental si se


pretendía obtener cierto consenso entre la población. Si bien las reformas borbónicas
intentaron reducir la influencia de las comunidades religiosas, de ningún modo habían cambiado
las bases católicas del orden vigente.
- La reconquista de la capital

Durante el mes de julio, la situación de las tropa inglesas se volvió más incierta en la medida en qu
los refuerzos que Beresford demandaba a Inglaterra tardaban en llegar. La población porteña se
mostró cada vez más inquieta, mientras comenzaban a organizarse milicias urbanas voluntarias,
en forma secreta, con el fin de combatir a los invasores. Los encargados de organizar las
improvisadas tropas fueron Liniers (francés origen pero al servicio de la Corona de España), Juan
Martin de Pueyrredón y Martin de Álzaga. Este último era un rico comerciante español, vinculado
al monopolio. Cuando lo ingleses lanzaron un decreto de libertad de comercio, Álzaga y el resto de
los comerciantes vinculados al monopolio expresaron su oposición.

Liniers y Pueyrredón se trasladaron a Montevideo para obtener el apoyo de su gobernador


Huidobro, que accedió a darles refuerzos para su empresa. Pueyrredón comenzó a reclutar
soldados. En agosto, las tropas locales lideradas por el Pueyrredón sufrieron una derrota frente a
un destacamento británico. Pero _Liniers se embarcó en Colonia para cruzar el Río de la Plata y,
una vez en Buenos Aires, logró dominar los principales accesos a la ciudad para luego avanzar
hacia el Fuerte. Con la llegada de nuevos refuerzos desde Montevideo, las milicias locales al
mando de Liniers convergieron en la Plaza Mayor, en las cuales desató una lucha encarnizada, que
terminó con la derrota de los ingleses. El 12 de agosto Beresford elevó una bandera blanca para
declarar la rendición.

La primera invasión inglesa dejaba como legado serias novedades. Una crisis de autoridad sin
precedentes: no sólo había quedado al desnudo la incapacidad de las fuerza militares españoles
para defender sus posesiones en el rincón más austral de América, sino también el dudoso
comportamiento de las autoridades coloniales, duramente cuestionado por gran parte de los
vecinos y habitantes de la ciudad. El personaje más criticado fue Sobremonte. El Cabildo, bajo la
presión de parte de las milicias, debió convocar a un cabildo abierto dos días después de la
reconquista.

Los cabildos abiertos convocan a los vecinos, altos funcionarios prelados religiosos y jefes militares
a fin de condurar asuntos excepcionales. El Cabildo abierto del 14 de agosto tomó una decisión
salomónica: delegar el mando político y militar en manos de Liniers. Si bien el Virrey no había sido
destituido se trataba de un hecho inédito en el Río de la Plata que dejaba muy desprestigiada a la
autoridad virreinal. La segunda novedad fue la convicción e que, frente a la debilidad de las tropas
españolas asentadas en el virreinato, era necesario organizar y reforzar las improvisadas milicias
nacidas en 1806 para hacer frente a una eventual invasión o ataque de una potencia extranjera.

- El Virrey destituido

El gobierno británico había decidido enviar los refuerzos solicitados por los jefes de la primera
expedición. El primer refuerzo llegó a Montevideo a fines de octubre de 1806 y el oficial a cargo
tomó posesión de la isla Gorriti y de Maldonado. En febrero de 1807 Montevideo cayó en manos
inglesas y en mayo de ese año arribó finalmente el general Whitelocke. A fines de junio, las tropas
inglesas desembarcaron en el puerto de Ensenada para marchar sobre Buenos Aires.
Sin embargo, las fuerzas voluntarias creadas por Liniers se habían vuelto más numerosas y
organizadas. Surgieron escuadrones de criollos que sumaban alrededor de cinco mil hombres
(Húsares, Patricios, Granaderos, Arribeños, Indios, Pardos y Morenos) y de peninsulares que
alcanzaron a sumar tres mil milicianos. Liniers se encargó de organizar estas milicias urbanas sobre
la base de un servicio y entrenamiento militar para todos los vecinos mayores de 16 años. Esas
fuerzas, más allá de estar integradas por peninsulares y criollos, eran locales tanto por su
reclutamiento como por su financiamiento, ya que era el Cabildo de la capital el encargado de
solventar gran parte de los gastos t subsistencia de las tropa con sus rentas de propios y arbitrios,
por hallarse exhausto el erario de la Real Hacienda.

Liniers enfrentó la segunda incursión inglesa a Buenos Aires. A ellas se sumó el alcalde del Cabildo
de la capital, Martin de Álzaga. Luego de un primer revés sufrido por las tropas de Liniers en
Miserere, Álzaga organizó la defensa de la ciudad levantando barricadas y estimulando a los
vecinos no alistados en las milicias a participar desde sus casas para evitar el avance de las tropas
británicas. Luego de una encarnizada lucha que dejó alrededor de dos millares de bajas en cada
bando, Whitelocke debió aceptar su derrota y capitular. El Cabildo se consolidaba en su prestigio y
poder, al ser el gran protagonista en la organización de la defensa, y Liniers reforzaba el apoyo
popular obtenido.

Las invasiones inglesas habían conseguido trastocar la cotidianidad de sus pobladores y conmover
las bases políticas y sociales sobre las cuales se asentaba el poder en la reciente capital virreinal.

Las bases políticas se vieron afectadas porque la crisis de autoridad se agudizó con la segunda. Si
en 1806 se cuestionó la actitud de Sobremonte y se lo obligó a delegar parte de su poder en
Liniers, en febrero de 1807, una reunión de comandantes agolpados frente al cabildo presionó
para exigir la deposición definitiva del Virrey. El clima de agitación obligó al Cabildo de Buenos
Aires y a la Audiencia a reunir una Junta de Guerra. Esta se asemejaba a un cabildo abierto en la
medida en que participaron de ella el Cabildo capitalino, la Audiencia, el jefe del mando militar,
jefes y comandantes militares, funcionarios superiores y algunos vecinos principales. La Junta así
constituida decidió suspender en sus funciones al Virrey y tomarlo prisionero provisoriamente.
Liniers se convirtió en el personaje de mayor rango constitucional en el Río de la Plata.

- La celebración de la victoria

- El legado de la ocupación británica

Una de las primeras huellas que dejó como herencia la efímera ocupación británica, fue la disputa
desatada entre los distintos poderes existentes en la capital. El Virrey en su carácter de interino,
no logró frenar los conflictos de intereses y de poder encarnados por el Cabildo de Buenos Aires, el
Cabildo y el gobernador de Montevideo y la Audiencia. Intervenía ahora un nuevo actor político,
las milicias urbanas. Los efectos de la militarización fueron múltiples. Por un lado, las milicias
vecinales se fueron convirtiendo en un factor de poder al que las autoridades existentes debieron
recurrir para arbitrar los conflictos. Por otro, su organización conmovió las bases sociales sobre las
cuales estaba organizado el orden colonial.
La presencia en la vida pública de estos uniformados portadores de armas trastocó el escenario
habitual de la ciudad. Las calles de Buenos Aires eran invadidas por el “bajo pueblo” y por oficiales
que buscaban “hacer fortuna”. Si bien el componente popular de los soldados era un dato cierto,
la oficialidad no provenía precisamente del “bajo pueblo”, sino que era reclutada entre los
miembros de la elite. Estos uniformados competían ahora con los grupos más encumbrados,
funcionarios de alta jerarquía y grandes comerciantes, por prestigio y poder. La popularidad de la
que gozaban los protagonistas de la reconquista de la capital parecía no tener rivales.

El impacto se evidenció en otros aspectos. Para los habitantes porteños que emprendieron la
resistencia frente a los británicos, la percepción era que la metrópoli los había dejado en una surte
de abandono al no cumplir con sus originales propósitos de reforzar la defensa de esta región. Los
hechos demostraron que los verdaderos defensores de la lealtad hacia la Corona española habían
sido los habitantes de Buenos Aires. Esto tuvo consecuencias inmediatas. Consolidó en esa
coyuntura la comunión de americanos y españoles en la defensa de la integridad del Imperio al
que pertenecían, dio lugar también a una crisis institucional sin precedentes.

La deposición del virrey Sobremonte abrió una grieta en el orden colonial rioplatense. Tal acefalía
creó a nivel local un marco de incertidumbre jurídica. Las invasiones inglesas fueron el epilogo del
plan reformista borbónico en el Río de la Plata, cuyo primer objetivo había sido proveer a América
de una fuerza militar adecuada como salvaguarda contra ataques extranjeros. Quedaron en
entredicho cuando todo el complejo administrativo y militar falló en ocasión de la primera
invasión. La exhibición de tal vulnerabilidad y abandono ayudan a comprender el inmediato
desprestigio de la máxima autoridad virreinal y la también rápida crisis institucional. esta última no
cuestionó la lealtad monárquica, sino el tipo de vínculo que las reformas borbónicas habían
querido crear. Si su objetivo fue ligar más estrechamente sus dominios a la Corona, lo que en 1806
se revelaba era que ese tipo de ligazón quedaba herida de muerte. La autonomía experimentada
por los cuerpos y autoridades coloniales parecía mostrar los límites de la “revolución en el
gobierno” pretendida en el siglo XVIII.

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