La Relacion de Ayuda Al Mayor Entero
La Relacion de Ayuda Al Mayor Entero
La Relacion de Ayuda Al Mayor Entero
A LA PERSONA MAYOR
- Introducción
CAPITULO I
DINAMICAS DEL ENVEJECIMIENTO
CAPITULO II
LA COMPRENSION EMPATICA DE LAS PERSONAS MAYORES
CAPITULO III
LA ESCUCHA ACTIVA CON PERSONAS MAYORES
1. Sentido de escuchar.
- Caso: hablando con Aurelia.
2. Cuando la escucha se hace difícil: la reminiscencia.
- Caso: Daniel y su cumpleaños.
- Cuento: ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?
3. Escuchar, algo más que oír.
- Caso: hablando con Carmen.
CAPITULO IV
LA RELACION CON LA PERSONA CON ALZHEIMER
CAPITULO V
AFRONTAMIENTO DE CONFLICTOS ETICOS EN LA ASISTENCIA A
LOS MAYORES
- Introducción.
1. Introducción a la bioética.
2. Afrontamiento de los conflictos éticos en Residencias.
- Caso: Juana no quiere ir al hospital.
- Caso: el afilador de la Plaza de España.
- Caso: María José querría estar en su casa.
3. La persuasión.
CAPITULO VI
ACOMPAÑAMIENTO A LOS MAYORES AL FINAL DE LA VIDA
1. La muerte hoy.
2. Diálogo en la verdad
- Caso: No me dicen lo que tengo, pero yo me muero.
3. El duelo en los mayores
- Caso: Una visita a la Sra. Lola (estudiante de medicina).
4. Acompañar en el duelo.
- Caso: Hablando con Petra. Su marido falleció ayer.
- Caso. Hablando con Pablo, viudo desde hace una semana.
- A modo de conclusión.
INTRODUCCION
Con el crecimiento de la esperanza de vida las personas mayores son cada vez
más y también aumenta el número de personas necesitadas de ayuda por los achaques
asociados al envejecimiento y las dependencias que a veces se crean.
Ojalá que estas páginas, preparadas con pasión por los mayores y sus
cuidadores, contribuyan a cualificar las relaciones de ayuda que tantas personas realizan
con aquellos a los que más debemos nuestro presente.
CAPITULO I
En los últimos años, cada vez encontramos más estudios sobre la psicología del
envejecimento que nos ayudan a comprender las dinámicas que viven las personas
mayores con el paso del tiempo, así como con el sobrevenir de algunas enfermedades y
situaciones de dependencia.
- Valores de acción (homo faber) que son capaces de dar sentido a quien
despliega en efecto, a través de lo que hace, aquello que es capaz de hacer.
1 Cfr. BERMEJO J.C., “Apuntes de relación de ayuda”, Santander, Sal Terrae, 20025. Este texto constituye el
referente teórico para el significado de la relación de ayuda y la presentación de las actitudes y habilidades que lo
constituyen siguiendo la psicología humanista.
- Valores de relación, de amor (homo amans) que son capaces de dar sentido a
través de la interacción y la significatividad de las personas con las que
entramos en contacto.
- Valores de actitud o de “soportación” (homo patiens); éstos son capaces de
dar sentido a nuestras vidas aún cuando han de ser vividas en la adversidad.
Por esta vía, muchas personas que no encuentran sentido a la vida, podrían
descubrir que aún pueden ser verdaderos maestros de vida, conjugando los verbos más
importantes de la vida (amar, cuidar, escuchar, tocar, mirar…) y no sólo en activa, sino
también en forma pasiva: dejarse amar, dejarse cuidar, dejarse narrar… En una sociedad
tan caracterizada por el activismo, el reclamo de tales valores puede constituir una
aportación inestimable a la cultura. Así, los mayores, pueden ser realmente un bien para
la comunidad y no una carga.
La Tse decía: “Un hombre, por acabado que parezca, sigue siendo necesario
mientras viva”. José Luis Aranguren ha dicho que la vejez es la edad del ocio frente a la
diversión, la de los pequeños goces cotidianos, la estima de la calidad de vida. Y, como
consecuencia de este ritmo, deviene la serenidad y la disponibilidad. Esta actitud
distinta frente a la vida es, en sentido etimológico y literal, estética (más propia de los
sentidos) y consiste en ver vivir, y en poseer una sabiduría de la vida, que es a la vez
2 Cfr. J.C. BERMEJO (Ed.), Cuidar a las personas mayores dependientes, Santander, Sal Terrae, 2002, pp. 33-70.
3 Cfr. P.M. CASARES, “Ancianos. Problemática y propuesta educativa”, Madrid, San Pablo, 2002, pp. 16-17.
recapitulación y desecho, repaso y reposo, y encarnación de la memoria colectiva de la
sociedad. Ayudar a vivir en esta clave es cosa de todos.
Aureliana vive en su casa, con 95 años. Está viuda desde hace más de 30 años.
Vive sola porque se niega a abandonar su casa. Una persona le ayuda en las tareas de
la casa cada día durante unas horas. Hace 25 años sufrió una rotura de cadera y le
colocaron una prótesis; mantiene una cojera que va aumentando y camina con dos
bastones. Hace 11 años sufrió un infarto que superó.
- Tras leer la conversación, explorar cuáles son los valores que están dando
sentido a la vida de Aureliana después de tantas pérdidas como ha vivido.
- Como mujer activa que fue (homo faber) y como mujer amante (homo
amans), Aurelia puede experimentar crisis. Reflexionar sobre cómo pueden
reforzarse los valores de actitud (homo patiens) en su caso. ¿La intervención
del visitante refuerza algo en este sentido?
- El sentido de la vida está puesto en cuestión en la experiencia de Aurelia y
por eso surge también el pensamiento de la muerte. Reflexionar sobre qué
sentido tendría la vida para cada uno de nosotros si estuviésemos en su
situación.
Un vendedor de agua repetía cada mañana el mismo ritual: colocaba sobre sus
hombros un aparejo que tenía, y a cada punta del aparejo amarraba una tinaja. Después
salía la camino del río, llenaba las dos tinajas y regresaba a la ciudad para entregar el
agua a sus clientes.
Hay que añadir un detalle importante: una de las tinajas tenía muchas grietas y
dejaba filtrar mucha agua. La otra tinaja era nueva, y estaba muy orgullosa de su
rendimiento, ya que su dueño sacaba mucho dinero con la venta del agua que ella
llevaba.
- ¿Sabes?, le dijo muy triste: soy consciente de mis limitaciones. Yo sé muy bien
que conmigo tú dejas de ganar mucho dinero, pues soy una tinaja llena de grietas y,
cuando llegamos a la ciudad, estoy ya medio vacía. Ya no hay nada que hacer. Por esto
te pido que me perdones mi debilidad. Compra otra nueva que pueda hacer mejor el
trabajo, y a mí abandóname en el camino. Ya no te sirvo.
- Muy bien, contestó el patrón; pero hablaremos mejor y con más calma mañana.
- Pues bien, mi querida tinaja, respondió sonriente el patrón, quiero que sepas que si las
orillas de la carretera son como un bello jardín, es gracias a ti. Ya que eres tú quien lo
riegas cada día, cuando regresas del río. Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que
tú dejabas filtrar mucho agua. Entonces yo compré semillas de flores de toda clase y, de
camino para el río, una mañana las sembré en la orilla de la carretera; y tú, regresando
del río sin saberlo y sin quererlo, estuviste regando mi siembra. Y así todos los días
gracias a tus grietas. Muchas semillas nacieron, los botones se abrieron y , cada día
gracias a ti puedo cortar unas flores, prepara un ramillete, y ofrecerlo al creador. Y el
buen patrón, inclinándose en el camino comenzó a escoger las mejores flores del día
para ofrecérselas al Hacedor de todo. Y esta vez la tinaja regó aún mejor el camino con
el agua que se perdía de entre sus grietas y la que brotaba agradecida de sus ojos. No te
olvides nunca: todos tenemos también nuestras grietas; pero Dios sabe hacer maravillas
a partir de nuestras debilidades, siempre y cuando se lo pedimos.
Así, las crisis que nos pueden ayudar a hacernos mejor cargo de la experiencia
de la persona mayor, son las siguientes:
- Crisis de identidad, determinada, sobre todo por la imagen que el anciano tiene
de sí, por la conciencia y por la autoestima. Y esta imagen está afectada por el conjunto
de pérdidas experimentadas de forma acumulativa, por la creciente soledad y
decadencia general. Quizás sea esta crisis la que explica la tendencia de algunos
ancianos a presentarse como "viejos jóvenes" (la "adolescencia de la vejez" mal
entendida), así como la tendencia a buscar la propia identidad en el pasado, lo cual
explicaría la reminiscencia tan frecuente en ellos y que ciertamente contribuye a
aumentar el sentido de continuidad y, por tanto, a reconstruir la propia identidad
golpeada por la vejez y sus achaques, mientras que otros, en cambio, son invadidos por
el sentimiento de "no valer nada".
Josefa es una mujer de 79 años. Por lo que cuenta, siempre ha sido una
trabajadora incansable y con una energía que aún se la nota. Padece diabetes y hace
A.1 ¿Qué tal, Josefa? ¿Qué tal te encuentras? Y te veo un poco mejor. (Se lo digo
con un tono alegre).
B.1 Estoy algo mejor. (Contesta desganada).
A.2 Ahora tienes que estar tranquila unos días más para que te recuperes.
B.2 Eso hago. No hago otra cosa. No hago nada más que pensar en mí y en mi
marido. Todo el día en la cama o en el sillón. Me paso todo el día tratando de
curarme, pensando en la comida, en la cena, en la merienda, en lo que puedo
comer y en lo que no, en cuándo tengo que ponerme la insulina, en la fiebre que
tengo, en tomarme las pastillas.
A.3 Bueno, mujer. Ya era hora de que pensaras un poco en ti. Siempre me has dicho
que has sido una mujer trabajadora y que te desvivías por todos y por todo.
B.3 Sí, pero ahora me aburro. Cada día estoy más inútil y tus tíos y tus padres se
empeñan en hacerme más inútil aún.
A.4 Te sientes impotente por tener que estar aquí, entre la cama y el sillón, para
recuperarte, ¿verdad? (Se lo digo cogiéndole la mano).
B.4 Todavía, si estuviera en casa… lo llevaría mejor; pero aquí lo paso fatal. Mi
hermana está todo el día viniendo y discutimos continuamente.
A.5 Ella está preocupada por ti, pero me parece que no te gusta mucho estar con ella.
B.5 Tiene buena intención, pero es que me trata como si yo no sirviera para nada, y
yo todavía puedo hacer cosas. En cuanto me encuentre mejor tengo que volver a
casa, porque he dejado toda la casa sin recoger y la ropa de mi marido sin
planchar. Te digo que ese necesita más ayuda que yo. Y los hijos no lo
entienden… Creen que ya no valgo para nada.
A.6 Te da rabia que tus hijos no te valoren lo suficiente, ¿verdad? (Ambas nos
callamos y tras un silencio ella continúa hablando con los ojos llorosos).
B.6 Ya sé que soy una vieja y que cada vez hago menos. Me canso mucho al andar y
me fatigo fácilmente en cosas que antes hacía sin esfuerzo. No veo bien; por eso
hago menos las tortillas de patata y las rosquillas que tanto le gustan a mi
marido. Tengo que andar por el azúcar, pero no distingo bien los caminos del
parque y… a veces tropiezo.
A.7 Debe ser duro tener ganas de hacer tantas cosas y no poder hacerlas bien porque
la enfermedad te lo impide, ¿no?
B.7 Por si fuera poco, ahora mis hijos quieren contratar a una señora para que viva
conmigo y me ayude a hacer las tareas de la casa. Si ella hace las comidas,
limpia… ¿qué voy a hacer yo? Si ya hago poco quieren que haga menos aún.
Además ¿qué hago yo con una extraña en mi casa? (Se calla un poco y luego
continúa). Reconozco que yo no soy la que era, pero quiero aprovechar las pocas
fuerzas que me quedan. Cuando me vea muy mal me iré a una residencia. Yo he
sufrido en mis carnes el dolor de cuidar en la agonía a mis padres y jamás
desearía eso a nadie. No quiero que nadie soporte esa carga conmigo. (Hace
esfuerzos por contener las lágrimas. Espero a que se tranquilice).
A.8 Mujer, te encuentras en un momento difícil. Aceptar los límites de la enfermedad
te cuesta.
B.8 Sí, me cuesta mucho.
A.9 A mí me gustaría que no pensaras que eres una inútil. Veo que tienes fuerza aún
y ganas de sentirte útil y eso hace que te rebeles contra lo que te quieren
imponer.
B.9 (Llorando) Además lo hacen sin preguntarme a mí, como si yo ya no contara.
A.10 Quizás cuando te sientas mejor y puedas demostrar lo que puedes hacer puedas
tomar tú las riendas, o quizás lo puedes hablar claramente con tus hijos y buscar
alternativas juntos.
B.10 (Cogiéndome la mano, mientras solloza). Gracias, mujer. Gracias.
A.11 Venga, ánimo. Te dejo, que sigo con las cosas.
B.11 Gracias, ¡hasta luego!
- Cuáles pueden ser los indicadores de cada una de las crisis (identidad,
autonomía, pertenencia) leyendo esta entrevista.
- Pensar en alguna estrategia de acompañamiento para cada una de las crisis,
sin negarlas: ¿cómo se puede acompañar para que las crisis sean vividas
como “oportunidades”?
- Buscar en la propia experiencia personal (la mía, la nuestra) algunos aspectos
que “conectan” más fácilmente con los indicadores de las crisis que se
perciben en Josefa.
- Beneficios primarios
- Beneficios secundarios
Resulta interesante este testimonio del autor del libro “Martes con mi viejo
profesor”:
5 ALBOM M., “Martes con mi viejo profesor”, Madrid, Maeva, 1998, p. 136.
A.1. Buenas tardes, ¿le pasa algo? (le toco el hombro).
B.1 Me encuentro muy mal. (Me siento en su cama, cerca de él). Estoy enfermo
corporalmente y moralmente. Estoy muy triste. No sé para qué habré nacido:
¿para qué? ¿qué sentido tiene vivir así? Yo ya quiero morirme. No hago más que
sufrir. Siempre sufriendo. (Breve silencio) Estoy muy triste. En mi casa estaba
mejor. Aquí me siento muy triste. Los médicos y las enfermeras me dais
medicinas, me dais de comer, pero nadie se interesa verdaderamente por mí.
(Breve silencio)
A.2 Veo que está muy triste hoy. No siente cercanas a las personas.
B.2 Sí, estoy muy triste.
A.3 ¿No ha tenido alguna visita?
B.3 Sí, han venido mis hijos. Pero sólo se pueden quedar aquí durante una hora.
Además tienen su vida, sus problemas... Vienen, sí, pero ni siquiera siento su
afecto. Y... en realidad son buenos, cariñosos...
A.4 Y su mujer, ¿no ha venido?
B.4 No. Ella no puede venir. También ella está mal. No puede salir de casa. Ya hace
11 días que no la veo. (Breve silencio) Me siento mal aquí. Y quisiera saber... yo
quisiera saber para qué hemos nacido, ¿para qué?
A.5 (Después de algunos segundos de silencio. El esperaba una respuesta porque
durante la conversación miraba hacia abajo, pero ahora me mira a la cara).
A mí me parece (poniendo la mano encima de su pierna) que hemos nacido para
vivir, para querer a la gente. Usted, seguramente quiere mucho a su mujer y a sus
hijos, ¿no?
B.5 Sí, siempre les he querido mucho. He hecho todo lo que he podido por su bien.
Pero... tengo también mis pecados, ¿sabe?...
A.6 Bueno, todos tenemos nuestras cosas..., pero seguro que usted ha hecho muchas
cosas bien en su vida.
B.6 Sí, cierto. Pero ve... ahora estoy aquí, enfermo, solo, triste. Esta vida es triste.
Dicen que después hay otra vida en la que no habrá sufrimiento. No sé.
A.7 Sí, yo creo que algo habrá después.
B.7 Espero que así sea. (Breve silencio) ¿Sabe? La próxima semana me tienen que
hacer una prueba que dicen que es dolorosa.
A.8 Y usted tiene miedo, ¿verdad?
B.8 Sí. Tengo miedo de que me duela mucho. (Después me habla de la prueba que le
harán).
A.9 De todas formas, este tipo de pruebas las hacen con anestesia, para evitar el
dolor.
B.9 Esperemos...
A.10 Bueno, Sr. Bruno, le dejo, y a ver si se anima un poco, ¡hombre!
B.10 Gracias, muchas gracias.
A.11 ¡Hasta otro rato!
- Hacer una lista de las pérdidas que ha experimentado el Sr. Bruno con
ocasión del ingreso en la Residencia.
- Reflexionar sobre el significado que dichas pérdidas tiene para él.
- Dar nombre a los sentimientos que se intuye que experimenta, además de a
los que se refiere explícitamente.
- Imaginar que nosotros hubiéramos perdido las mismas cosas que ha perdido
él e intentar nombrar los sentimientos que creemos que experimentaríamos si
nos hubiese sucedido eso.
- Analizar las tres crisis descritas más arriba: cómo las experimenta el Sr.
Bruno.
Antonia tiene 78 años y vive en un piso tutelado. No tiene familia más próxima
que los sobrinos. Ha tenido que ingresar en el hospital y yo le visito en la habituación
porque llama al timbre.
Se estiró para mirar por la ventana. Lentamente giro su cabeza y al mirar vio una
pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera qué pudo haber obligado a su
compañero de habitación a describir tantas cosas maravillosas a través de la ventana.
La enfermera le contestó que aquel hombre era ciego y que por ningún motivo él
podía ver esa pared y que quizá solamente quería darle ánimos.
No. Las personas mayores, los ancianos, no son como niños. Algunas de sus
conductas nos evocan el comportamiento de los niños, como pueden también evocar el
comportamiento de las personas adultas no ancianas que, en ocasiones, utilizan
mecanismos de defensa o reacciones específicas.
Ahora bien, considerar al anciano como un niño no deja de ser una falta de
respeto. Ciertos estilos de relación infantilizan al anciano, le ridiculizan, llegando a
veces a extremos indecorosos.
Tratar a la persona mayor como adulto representa un deber ético –no sólo
estético- incluso cuando intuimos que él no se da cuenta. Las modificaciones en nuestra
conducta habrán de venir definidas por las verdaderas necesidades de la persona mayor,
no por la tendencia a infantilizarla.
6Citado por GOMEZ SANCHO M., “Medicina paliativa. La respuesta a una necesidad”, Madrid, Arán Ediciones,
1998, p. 592. El paciente tiene tan sólo unos meses.
CAPITULO II
LA COMPRENSION EMPATICA
DE LAS PERSONAS MAYORES
Una de las actitudes sobre las que más se insiste hoy en el cuidado a las personas
necesitadas de ayuda es la empatía.
Como actitud (más que como mera técnica), la empatía lleva al ayudante a intentar
comprender el mundo interior del ayudado, de sus emociones y de los significados que las
experiencias adquieren para él. Los mensajes percibidos por el ayudante encuentran en su
interior un eco o referente que facilita la comprensión, manteniendo la atención centrada en
el ayudado.9
7 Lo utiliza Tichener en 1909 como traducción del término alemán Einfühlung, introducido en psicología por Lipps,
tomado de la filosofía estética de Vischer de 1873. Se refería también a los objetos inanimados, como una obra de
arte. Cfr. FORTUNA F., TIBERIO A., “Il mondo dell’empatia”, Milano, Franco Angeli, 1999, p. 15.
8 Cfr. BERMEJO J.C., “Qué es humanizar la salud. Por una asistencia sanitaria más humana”, Madrid, San Pablo,
2003, p. 121.
9 Cfr. BRAZIER D., “Más allá de Carl Rogers”, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1997, p. 48.
10 BORRELL i CARRIO, F., “Manual de Entrevista Clínica”, Madrid, Harcourt Brace, 19984, p. 12.
Hacer el esfuerzo cognitivo, afectivo y comportamental por comprender los puntos
de vista de las personas mayores nos permite el acceso a lo que puedan estar pensando, a
cómo consideran y definen una situación, al significado que le dan, a lo que planean hacer
al respecto. Esta clase de comprensión necesita tiempo para desarrollarse progresivamente y
depende del propio nivel de crecimiento cognitivo y de maduración afectiva, así como
también ayuda a lograrla el tener una amplia variedad de experiencias vitales.11
Las profesiones de ayuda y las relaciones informales de ayuda son campos que
recientemente han comenzado a cobrar conciencia –y también, como dice Goleman, por
razones económicas- de las ventajas de la empatía.
En el fondo, “la empatía es el puente que une el abismo que nos separa a unos de
otros. Con la empatía como guía, podemos extender nuestros vínculos alcanzando territorio
inexplorado, para establecer relaciones profundas y cordiales”.16
11 ELIAS M.J., TOBIAS S.E. FRIEDLANDER B.S., “Educar con inteligencia emocional”, Barcelona, Plaza & Janés,
1999, p. 32.
12 Cfr. BERMEJO J.C., “Apuntes de relación de ayuda”, Santander, Sal Terrae, 1998, pp. 49-53. Cfr. También
“WACHTEL P.L., “La comunicación terapéutica. Principios y práctica eficaz”, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1996,
pp.210-213.
13 Cfr. EGAN G., “El orientador experto: un modelo para la ayuda sistemática y la relación interpersonal”, California,
Por su parte, Cibanal18 afirma que todos los analistas existenciales están de acuerdo
en que el ayudante debe acercarse al ayudado con un enfoque fenomenológico, es decir,
entrar en el mundo de su experiencia y escuchar cuanto ésta relata sin ningún supuesto
previo que distorsione la comprensión. Es lo que Rogers definirá como adoptar una actitud
empática, es decir, la capacidad de sumergirse en el mundo subjetivo del otro y participar en
su experiencia en la medida en que nos lo permita la comunicación verbal y no verbal.
18Cfr. CIBANAL L., “Técnicas de comunicación y relación de ayuda en ciencias de la salud”, Madrid, El Sevier,
2003, p. 129.
- A la vista de la conversación anterior, constatar si el estilo del visitante responde al
significado de la actitud empática o no.
- Ensayar algunas respuestas en lugar de las que da el profesional de la salud,
especialmente en A.4, A.5, A.6 y A.7, donde claramente se escapa y generaliza.
- Pensar y/o comentar sobre por qué este tipo de intervenciones tan poco empáticas
están tan arraigadas en nuestra cultura y modos espontáneos de acompañar a las
personas mayores y a las personas en momentos problemáticos en general.
En una granja colectiva de un país lejano había un asno. Era ciertamente un asno
especial, con largas orejas sedosas y grandes ojos brillantes, y todos los niños lo querían
mucho. Por tanto, cuando un día desapareció, todos los niños se preocuparon. El asno
había sido la atracción favorita de la granja infantil. Por las mañanas, los niños
acostumbraban llegar en grupos de dos o tres, o en grupos más numerosos acompañados
por sus maestros para visitar al asno. Los más pequeños hasta efectuaban cortos paseos
sobre él. Por las tardes, los niños acudían a verlo trayendo a sus padres, para que éstos
también saludaran a Shlomo, el asno. Ahora, sin embargo, el asno no estaba y los niños se
sentían abatidos.
Como la tristeza es algo contagioso, antes de que terminara el día, todos los
miembros de la granja se habían congregado en el espacioso comedor y, con preocupación
en todos los rostros, discutían tratando de decir qué hacer. Ya habían buscado por todas las
partes Shlomo, el asno, que no aparecía por ningún lado.
En esa misma graja vivía un viejo, padre de uno de los primeros fundadores.
Ultimamente había empezado a dar muestras de senilidad y, a veces, los niños se burlaban
de él abiertamente, aunque los adultos eran un poco más circunspectos. Pues bien, cuando
toda la población de la granja estaba en el nuevo y espacioso salón-comedor
preguntándose qué hacer, entró el viejo tirando de Shlomo, el asno, a sus espaldas.
Si el júbilo fue grande, el asombro fue todavía mayor. Mientras los niños rodeaban
al asno, los adultos se congregaron alrededor del viejo.
¿Cómo es -le preguntaron- que tú, entre todos, hayas encontrado al asno? ¿Cómo lo
hiciste?
- El viejo Shlomo supo empatizar certeramente con el asno. Para esto no tuvo
que convertirse en asno, ni comer alfalfa, ni andar a cuatro patas. Bastó con
meterse dentro de la cabeza del asno "como si" fuera asno, pero siendo él
mismo. Así es como deben contemplarse los problemas desde la empatía.
Comentar en qué medida la empatía suele confundirse con algo distinto, con
“sentir lo mismo que el otro” o con “haber pasado por la misma situación”.
- Reflexionar sobre qué situaciones podríamos mejorar en comprensión si “nos
metiéramos en el pellejo” de las personas que las viven.
- Identificar algunas estrategias personales para interiorizar la empatía en la
relación con las personas mayores.
Así, una persona está sana físicamente cuando al considerar su cuerpo lo cuida y lo
trata más que como cuerpo “animal”; lo ve en su aspecto de “corporeidad”: el ser humano
entero en el cuerpo, superando viejos dualismos que veían a éste como cárcel del alma y, en
todo caso, con sus connotaciones negativas. El cuerpo humano, en efecto, evoca y vehicula
la dimensión relacional. Se da salud física, pues, también con grandes límites en el cuerpo,
como de hecho sucede cuando las personas sufren diferentes tipos de discapacidades.
A su vez, una persona vive sanamente las relaciones con los demás cuando éstas
están impregnadas de la virtud de la castidad entendiéndola como respeto de la dignidad y
diferencia del otro; cuando usa libremente la mirada, cuando es capaz de experimentar
ternura, equilibrio y vive el contacto corporal de manera personal y positiva. Una persona
indica salud relacional cuando se reconoce interdependiente, no exclusivamente
independiente ni dependiente, sino que reconoce las diferentes interdependencias en los
diferentes ámbitos de la vida.
Las personas mayores, tratadas con un estilo de relación holístico, constituyen una
importante aportación a la colectividad, fuente de valores y sujetos activos en el tejido
social, también cuando se encuentran altamente dependientes en la dimensión física o
mental.
José tiene 70 años, está en una Residencia para mayores y ha sido trasladado
varias veces en poco tiempo al hospital para hacerle pruebas, algunas de las cuales han
requerido un breve ingreso. Hoy está en la habitación solo y con aspecto de enfado. Lo
encuentro tumbado en la cama.
20 Cfr. J.C. BERMEJO, A. MARTINEZ, Relación de ayuda, acción social y marginación. Material de trabajo,
Santander, Sal Terrae, 20023, y J.C. BERMEJO, R. CARABIAS, Relación de ayuda y enfermería. Material de
trabajo, Santander, Sal Terrae, 20022.
CASO 5 - Mujer de 65 años. Diagnóstico incierto. Dolores abdominales no bien
localizados.
"Tengo la impresión de que mi vida ya no tiene sentido. Lloraría siempre de buena
gana. Todo me pone nerviosa. ¿Me estaré volviendo loca?
CASO 1
1. Animo. Descanse un poco y verá como mañana será mejor de lo que usted cree.
2. No se desanime, ¿Porqué habla de esas cosas? Olvídese.
3. ¿El médico le ha dicho cómo le encuentra?
4. Siente ganas de morirse, cree que no se merece tanto sufrimiento.
5. Verá... ahora hay muy buenas medicinas: ya verá como en unas semanas se encontrará
mucho mejor.
6. Venga! No hay que desanimarse tanto. ¡Anímese, hombre!
CASO 2
1. Animo, señora: no hay que desmoralizarse. Todavía hay gente que le quiere. Estoy seguro.
2. Es evidente que tanto tiempo en este centro le han separado de su gente. Por desgracia
sucede con frecuencia a la gente en sus condiciones.
3. Debería estar más tiempo con los otros enfermos. ¿Por qué no charla con sus compañeras
un poco más?
4. Seguro que no ha tenido verdaderos amigos. Pero no es llorando como se arreglan las
cosas, ¿no le parece?
5. Se siente abandonada, incluso por los que más quiere. Debe ser difícil para usted soportar
una situación así.
6. Ya hace tiempo que está usted aquí. ¿Quiere que hablemos más de esto?
CASO 3
1. ¿Sabe? Hay mujeres que pueden dar una apariencia de infidelidad... Quizás su amigo
exagera un poco... puede ser un malentendido, porque su mujer no es una niña.
2. Me dice que usted dudaba desde hace dos años. ¿Qué es lo que le ha llevado a sospechar
de su mujer?
3. Se siente defraudado. No termina de comprender por qué hace esto.
4. ¿Por qué no intenta hablar tranquilamente con su mujer? Con frecuencia una palabra
arregla muchas cosas.
5. Quizás su mujer no ha sido nunca suya. Puede ser también que se trate de una debilidad
pasajera al estar usted enfermo.
6. Usted ha tenido mucha paciencia esperando tantos años antes de rendirse a la evidencia.
CASO 4
CASO 5
1. Está tensa, señora, y por eso la vida le parece un poco pesada algunas veces.
2. ¿Cómo son sus relaciones con su marido?
3. ¡No mujer! Usted sólo está pasando unos momentos difíciles. Tenga confianza. Estas
situaciones acaban siempre volviendo a su normalidad.
4. Le inquieta mucho sentirse tan mal, no encontrar ningún sentido a su vida cotidiana... Se
pregunta si esto es normal.
5. Usted se lo toma todo muy en serio. Después de todo, la mayor parte de las mujeres pasan
un tiempo difícil en su vida.
6. Valdría la pena que usted hablara con el médico. Seguro que eso le ayudaría mucho.
CASO 6
1. Es verdad que desanima verse condenada a vivir toda la vida como una enferma. Lo
comprendo. Tiene razón.
2. Sería bueno que usted encontrara una ocupación para seguir sintiéndose útil y ocupar su
tiempo.
3. Es verdad que usted está disminuida físicamente, pero compensa esta minusvalía con
notables cualidades de sensibilidad y finura.
4. Usted se desanima porque querría ser como todas las demás.
5. Le parece injusto encontrarse así, distinta de la mayor parte de la gente.
6. ¿Hace mucho que padece esta enfermedad?
CASO 7
1. Es normal. Cuando uno está mal puede encontrar dificultad, pero podría cambiar de estilo
a ver cómo le va.
2. Puede ser que usted esté atravesando un período de dificultad, que puede ser una gran
oportunidad para usted.
3. Seguro que Vd. no ha aprendido todavía a rezar bien. Son pocos los que saben rezar como
se debe.
4. Dice que hay algo que ha hecho mal. ¿Está pensando en algo en concreto?
5. Es una experiencia molesta para usted sentir a Dios tan lejano, sentirse tan aislado y vacío.
6. Cualquier cosa que haya podido hacer usted, no tiene que preocuparse.
CASO 8
CASO 9
1. Bah! Quizás su mujer estaba cansada ayer. Tenga un detalle con ella: es algo que puede
arreglar mucho las cosas...
2. Seguro que usted se casó demasiado pronto, sin un suficiente conocimiento y ahora
descubre que no están hechos el uno para el otro.
3. ¿No cree que puede todavía salvar su matrimonio? Estoy dispuesto a ver a su mujer, y
quizás podríamos intentar una solución los tres juntos.
4. Se siente defraudado por su mujer, ¿verdad?
5. ¿La conocía bien antes de casarse?
6. ¿No cree que son un poco egoístas los dos? En el matrimonio hay que saberse perdonar en
muchas cosas...
CASO 10
Escribir en cada recuadro el número de la respuesta elegida como la más parecida a la que
usted habría utilizado normalmente en la relación con la persona mayor del caso
correspondiente.
Caso 1 Caso 2 Caso 3 Caso 4 Caso 5 Caso 6 Caso 7 Caso 8 Caso 9 Caso10
Hacer la propia gráfica marcando con un círculo los números puestos en los cuadros de
arriba.
Caso 1 Caso 2 Caso 3 Caso 4 Caso 5 Caso 6 Caso 7 Caso 8 Caso 9 Caso 10
A 6 4 6 3 5 1 3 4 6 3
B 2 2 5 5 1 4 2 3 2 6
C 5 1 1 4 3 3 6 6 1 4
D 3 6 2 2 2 6 4 5 5 1
E 1 3 4 6 6 2 1 2 3 5
F 4 5 3 1 4 5 5 1 4 2
CLAVE
Puntuación Tipo respuesta Estilo dominante
Respuesta A
Respuesta B
Respuesta C
Respuesta D
Respuesta E
Respuesta F
Existen ciertas tendencias, ciertos tipos de respuesta que tienen un cierto valor,
sobre todo si están motivadas por el sano deseo de ayudar al hombre en crisis, pero que
dejan que desear si son las únicas que se utilizan y si no son compaginadas con respuestas
que transmitan directamente comprensión 21 y empatía.
E. Respuesta de tipo "solución del problema". Consiste en proponer al otro una idea o
resolución para salir inmediatamente de la situación, indicándole el método, el camino,
dándole consejos de carácter definitivo que pondrían fin a su problema y, quizás, también a
la conversación. Muchas veces, pues, no es una solución responsable del sujeto y, por
tanto, no le satisface, o bien le crea una especie de obligación a adoptarla.
21Cfr. CASERA D., "...E si prese cura di lui...", Varese, Salcom, 1984, p. 141.
22Cfr. MUCCHIELLI R., "Apprendere il counseling", Trento, Erickson, 1970, p. 36-38. El autor aclara en nota que en
1950 E. H. Porter opuso a la comprensión seis actitudes que Rogers después reagrupó en cinco, las que Mucchielli
expone.
que no tiene experiencia, le puede parecer inútil o perjudicial o inadecuada para continuar
el diálogo. Pero analizándolo bien, la respuesta empática es el resultado de un proceso
activo que requiere una gran atención. Supone concentrarse intensamente en el ayudado,
en lo que dice y en lo que no dice, poniéndose en su lugar para ver las cosas desde su punto
de vista.
La experiencia nos dice que, con frecuencia, al terminar de hacer este ejercicio,
quien ha obtenido un bajo resultado de respuestas empáticas, comienza a razonar a
propósito de que la empatía es para cuando las personas se conocen (no al principio), o que
este tipo de respuesta resulta ridículo o contraproducente porque sería algo así como
“echarle más leña al fuego”.
Por otra parte, hay que insistir en que la necesidad de educarse en el arte de usar
respuestas empáticas no tiene como objetivo último convertir todas las respuestas en las
que aparecen bajo la forma de “reformulación” o respuesta “F”. Somos conscientes de
que un uso prudente y oportuno de todas las respuestas puede tener su sentido y su utilidad
y ser calificado también de “empático” siempre que esté centrado en la persona, no sea
directivo y recoja los significados. Hacer un prudente y adecuado uso de los demás tipos
de respuesta puede ser adecuado también.
4. Responder empáticamente
Reiterar, repetir palabras clave, sencillas, o las últimas pronunciadas por la persona
mayor; dilucidar o poner orden en los temas que el otro nos está contando, haciendo síntesis
y mostrando comprensión; devolver el fondo emotivo experimentado por el mayor
poniéndole palabras a los sentimientos para que perciba que es captado a nivel emocional,
son diferentes formas de responder empáticamente.
A.1 Buenos días. ¿Cómo estás, Laura? (Mientras entro en la habitación y dejo la
bandeja del desayuno encima de la mesilla y le coloco todo para que pueda
desayunar).
B.1 Mal. Yo ya me quiero morir.
A.2 ¡Ahh! Mmm. ¿Por qué dices eso, Laura?
B.2 ¿No lo ves? Estoy en cama, no me puedo mover y tengo muchos dolores.
A.3 (Pausa) Imagino que para ti debe ser muy difícil esta situación.
B.3 Ya no tengo ganas de nada más que morirme. ¿Por qué no me moriré, Dios mío?
A.4 (Silencio) Quieres que todo se acabe ya, ¿verdad? (Silencio) Mientras llega el
momento, ¿crees que te podemos ayudar en algo para que tú te encuentres mejor?
B.4 No sé… Me encuentro sola. Tengo miedo.
A.5 Tienes miedo…
B.5 (Silencio) Sí, tengo miedo a que mi familia no llegue a tiempo para despedirme de
ellos, a que se olviden de mí…
A.6 (Asiento con la cabeza) Laura, ¿les has contado esto a ellos?
B.6 No. Pienso que dirán que es una tontería, que no diga bobadas.
A.7 Temes que no te tomen en serio y no te escuchen. Es cierto que pueden rechazar
esta idea, pero aunque así lo hicieran, ¿qué pasaría? Todavía tendrías la
oportunidad de insistir y decirles que quieres hablar con ellos. ¿Cómo lo ves?
B.7 No lo sé… Es todo tan difícil. ¿Por dónde empezar?
A.8 Complicado, ¿verdad? ¿Por dónde se podría empezar? ¿Podrías decirles cómo lo
estás llevando, cómo te sientes… así, con naturalidad?
B.8 Si es que casi nunca hablamos de cosas de estas cosas. Hacemos como si nada
pasara. (Lo dice con tristeza).
A.9 Pues a lo mejor ahora es buen momento para intentarlo… Quizás ellos también
necesiten expresarte cómo se sienten. ¿Qué crees?
B.9 Tal vez. Creo que voy a intentarlo, porque yo así no estoy bien. Estoy como solo,
aunque estén ellos conmigo.
A.10 Y si hablas… quizás el sentimiento cambie…
B.10 Sí, tengo que hablar con ellos. Esta tarde, cuando vengan, les diré cómo estoy, que
me siento al final, y les tengo que agradecer muchas cosas…
A.11 Me alegro, Laura. Estoy seguro de que aunque te resulte difícil, puede ser un
momento importante en vuestra relación. Que aproveche el desayuno, Laura,
¡ánimo!
B.11 Hasta luego y gracias.
LA ESCUCHA ACTIVA
CON PERSONAS MAYORES
1. Sentido de escuchar
Así sucede con la escucha. Cuando una persona es “mirada en el rostro”, acogida en
su experiencia, recogida en su verdad, atendida en su momento concreto, la luz se hace en
23Se conocen diferentes versiones. Esta la transcribimos de CIARAMICOLI A., “El poder de la empatía”, Buenos
Aires, Ediciones B Argentina, 2000, p. 246.
ella, alguna chispa surge y mejora su calidad de vida. No dudamos en decir que la escucha
sana,24 libera, genera salud en todas las dimensiones de la persona.
Sentirse escuchado no es una simple y superficial caricia positiva, sino una situación
comprometedora, porque el que se siente escuchado se encuentra, por el mismo motivo, con
su propia verdad, incluso cuando miente. Sentirse escuchado compromete en el
afrontamiento de las propias dificultades, en la exploración de lo que está en juego, en la
toma de conciencia de los sentimientos que desencadena, de los significados únicos que uno
experimenta al hilo de los hechos. Sentirse escuchado lleva por el sendero de recorrer la
propia historia, la propia vida, invita a poner orden, a desenredar, a dar nombre a personas y
cosas que pueden constituir elementos que hacen sufrir. Sentirse escuchado permite narrar y
narrar no es sólo buscarle un sentido a la vida, sino también ponérselo al tiempo que se
busca.
La conversación tiene lugar con una señora de 73 años que esta mañana se ha
mareado y se ha caído al levantarse. Tiene un fuerte golpe en el costado izquierdo y le
duele mucho, aunque el médico le ha dicho que no tiene ninguna costilla rota.
24Cfr. BERMEJO J.C., “La escucha que sana. Diálogo en el sufrimiento”, Madrid, San Pablo, 2002.
25Cfr. CIAN L., “Técnicas de Comunicación y Relación de Ayuda en Ciencias de la Salud”, Madrid, El Sevier, 2003,
pp. 99-103.
A.4 Pues si el médico te ha dicho eso, estate tranquila, que seguro que no es nada. No te
preocupes que ya verás cómo te recuperas pronto.
B.4 Ya tengo muchos años; ya estoy mayor; ya tengo la muerte cercana.
A.5 Venga, no te preocupes, que sólo ha sido un susto. Ahora debes tomártelo con
calma, que seguro que te empiezas a sentir mejor en poco tiempo.
B.5 Sí, sí, pero si yo ya soy muy mayor. Ya no hay tiempo…
A.6 No es bueno que te resignes; lo que tienes no es grave. Lo único que pasa es que es
doloroso, pero verás cómo en poco tiempo se cura.
B.6 Y qué más da que me cure en poco tiempo de esto, si después será por otra cosa por
lo que sufra.
A.7 Mujer, no tienes que ponerte así. La vida hay que vivirla y hay que animarse.
B.7 Sí, sí, pero a mí ya me queda poco. Soy muy mayor y no hago más que sufrir. Una
después de otra.
A.8 Bueno, mujer, te dejo. A ver si te animas un poco.
A.8 Ay, qué fácil es decirlo. Adiós.
- Reflexionar sobre las intervenciones A.4, A.5, A.6, A.7 y A.8 constatando la
dificultad que muestra el ayudante para escuchar y cómo la maneja.
- Sustituir las intervenciones indicadas por respuestas que muestren efectivamente
una acogida de la experiencia que Aurelia está viviendo.
- Leer seguidas sólo las intervenciones de Aurelia, sin las del ayudante y escribir
después cuanto se haya captado de su experiencia, distinguiendo entre “hechos”
o “datos”, sentimientos y significados. El objetivo es tomar conciencia de que
escuchar implica recoger también “lo que no se dice”, los sentimientos que
pueden habitar a quien se expresa y los significados que las cosas tienen para la
persona.
El mismo Aristóteles decía que “los ancianos viven más de la memoria que de la
esperanza, porque el tiempo que les queda por vivir es muy corto en relación con su largo
pasado”.
La reminiscencia, incómoda para algunos cuidadores que no hacen más que
escuchar una y otra vez la misma historia como quien escucha un disco rayado, puede tener
una utilidad terapéutica, y entonces se habla de “reminiscencia de crecimiento”. Permite
reconstruir a la persona, favorece el sentimiento de identidad y de continuidad con su propio
pasado. Si la persona mayor no la utiliza, el mismo cuidador la puede promover. Y cuando
la persona mayor repite con insistencia la misma historia, la estrategia sería comprender la
demanda actual y siempre nueva: “necesito sentirme reconocido”, probablemente por sí
mismo, además de por quien le escucha.
Por eso, escuchar a quien cuenta siempre lo mismo consiste en ser capaz de captar la
necesidad actual: “ahora, ante ti, necesito ser alguien, y soy el que tiene pasado y lo evoca:
acógelo”. Incluso el que lo oye puede completar la narración, terminar las frases, provocar
el gusto de recordar en lugar de considerar a quien así se expresa como “un pesado”.
Puede tener también un cierto carácter de huída en relación al estrés provocado por
las disminuciones del envejecimiento (ir al pasado incluso fabulando). En este caso, una
respetuosa confrontación será oportuna en la relación con la persona mayor.
A.1 Buenos días, Daniel. Tengo algo que darte. Espero que sea una sorpresa para ti,
aunque no nos habías comunicado nada, eh?
B.1 Hola, mujer. Ya me han duchado.
A.2 Ya. Eso ya lo veo, porque estás muy limpio y hueles muy bien.
B.2 Sí, es que todos me tratan muy bien.
A.3 Eso es un gran halago. Pero ¿no tienes curiosidad por la sorpresa?
B.3 Bueno sí. (Se encoge de hombros). Pero es que como todos los días me preguntas
que cómo me siento…
A.4 Cierto, y es verdad. Es que hoy no te he preguntado. Pero me daba tanta alegría
felicitarte… ¿Sabes qué día fue ayer?
B.4 ¿Qué día fue ayer?
A.5 21 de enero, ¡tu cumpleaños! Y ¿sabes qué? Aquí te traigo una felicitación de todo
el equipo y de la dirección del hospital.
B.5 No me acordaba. La verdad. Para mí ya todos los días son iguales. (Se emociona y
se le humedecen los ojos. Le cojo la mano y se la sostengo).
A.6 Te has emocionado un poquito, ¿verdad?
B.6 Sí, aunque uno ya está muy mayor para eso.
A.7 Entiendo que lo que me dices es que la edad va a la par con la emoción que puedas
sentir. Pero ¿por eso no puedes sentirte alegre o triste?
B.7 ¡Ah! Pero son tan pocas las cositas que me hacían ilusión y ya no puedo hacer…
Mira. Yo llevo ya bastantes años sin trabajar porque me jubilé pronto, pero siempre
he hecho mis cositas. Lo que más me gusta es hacer cosas con mis manos. Siempre
hacía una cruz bien hermosa para celebrar el Día de la Cruz. Y eran tan bonitas que
hasta el alcalde del pueblo siempre venía a verlas. Este año tenía el diseño de una
preciosa; estaba haciendo una concha gigante para envolver a la cruz que estaría en
el centro, ¿sabes…? Como si saliera de la concha. Pero no creo que este año la
pueda acabar… (se le humedecen de nuevo los ojos). Ya no entraba en concurso
porque siempre ganaba yo el premio.
A.8 (Me siento a su lado al borde de la cama). Creo que realmente estás preocupado y
me gustaría que me contases el porqué, si te apetece.
B.8 Bueno. Yo sé que no estoy bien, porque aunque me han operado y me dijeron que
todo salió bien, lo cierto es que no puedo mantener lo poco que como. Yo antes no
era así de flaco y me estoy quedando en los huesos… (Se hace un silencio enorme)
Y… noto que las energías se me acaban. (Se hace otro silencio). ¿Para qué Dios me
hace sufrir tanto?
A.9 No sé qué decirte, Daniel. ¿Crees que hay algo más que yo pueda hacer por ti o que
te apetezca compartir para que te puedas sentir mejor?
B.9 No. Si ya te dije que aquí todos se portan muy bien conmigo, pero es así y nada
más. Yo ya sé que me queda poquito, mujer.
A.10 Imagino que muchas veces no tendré la respuesta a lo que me puedes preguntar,
pero me gustaría que supieras que estoy encantada de compartir contigo este
momento y con mucho gusto te volvería a escuchar cada vez que me lo pidieras. Te
voy a dejar la tarjeta en la mesita de noche. (Después de leérsela). No dudes en
llamarme si me necesitas.
B.10 Gracias.
A.11 ¡Ah! Se me olvidaba decirte un secreto, Daniel. Ayer también fue mi cumpleaños.
(Me levanto para irme).
B.11 (Me da un beso en la mano). Felicidades.
A.12 Hoy te traerán una bandeja especial en el almuerzo. Ya me dirás si te gusta. Y ahora
tengo que seguir haciendo mis cosas. No dudes en llamarme.
La noche había caído ya. Sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzos para no
quedarse dormido; el motivo bien valía la pena: estaba esperando a su papá.
Los traviesos ojos iban cayendo pesadamente, cuando se abrió la puerta; el niño se
incorporó como impulsado por un resorte, y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto:
- Papi, ¿Cuánto ganas por hora? -dijo con los ojos muy abiertos.
- Sí, papi, sólo dime una cosa: ¿Cuánto te pagan por una hora de trabajo? Reiteró
suplicante el niño.
El padre se enfureció, tomó al pequeño del brazo y con tono brusco le dijo:
- Así es que para eso querías saber cuánto gano, ¿no? Vete a dormir y no sigas
fastidiando, muchacho aprovechado.
- Reflexionar sobre la escucha a las personas mayores a la luz del cuento. Cuáles son
los obstáculos más frecuentemente experimentados para dedicar tiempo a escuchar
a los mayores.
- La observación de la limitación del tiempo y lo mucho que tenemos que hacer
¿hasta dónde nos lleva a “hacer lo que no queremos” o “lo que no debemos”?
- Si tuviéramos que re-estructurar la gestión de nuestro tiempo, ¿cómo
modificaríamos el tiempo que dedicamos a la escucha a las personas significativas
en nuestra vida o a las personas a las que cuidamos?
Para que la verdadera escucha se produzca, es necesario ser capaz de dar el salto de
“captar datos”, enterarse “de lo que el otro dice”, al “comprender sentimientos” y “hacerse
cargo de significados”.
Los sentimientos y significados son únicos para cada persona. Tener la sensación de
que alguien es capaz de llegar allí donde uno experimenta que las cosas tienen un sentido
personal, produce la grata sensación de sentirse acogido en lo más hondo de sí mismo.
A.1 ¡Buenos días, Carmen! ¿Cómo estás? Hoy te veo con los ojos abiertos y despierta.
B.1 ¡Estoy muy enfadada! (Con el pulgar indica al cielo y acompaña con sus gestos a
este signo). ¡Me gustaría tener una pistola!
A.2 Lo siento, Carmen, pero yo no la tengo y no te la puedo facilitar, pero si te puedo
ayudar en algo, aquí me tienes. Para empezar, si quieres hablar, estoy dispuesto a
escucharte.
B.2 Veo que no mejoro, que no hay manera de salir adelante. No me voy a curar y…
¡creo que Dios no se está portando bien conmigo! Le he rezado mucho para no estar
enferma, para no dar faena y… no me ha hecho caso. Ahora ya no le rezo.
A.3 Te veo muy enfadada con Dios porque no ha escuchado tus peticiones… pero de
todas formas, la oración no es sólo para pedir, también ayuda a entender la vida y a
descubrir lo que puedo hacer. Puedes presentarle tus quejas, aliviarte de lo que te
está pasando, y, tal vez así, descubras que algo puedes hacer en tu situación. Si
puedes decir qué es lo que más te preocupa, igual puedes descubrir que algo puedes
hacer, antes de tener que “utilizar la pistola”.
B.3 (Se gira, mira a la ventana y dice:) Estoy muy sola y creo que no voy a poder irme a
casa. Si pudiera recuperarme un poco y valerme por mí misma; pero así, en estas
condiciones, no puedo irme a casa.
A.4 ¿Vives sola? ¿No tienes familia?
B.4 No. Sí tengo familia; vivo con una hermana, pero ya es mayor y ella no está en
condiciones de venir aquí. Ella tiene una chica que la ayuda y que, a mediodía, la
deja sola para venir a darme a mí la comida. Pero en casa está sólo unas horas,
después ella se va. Por la tarde se va y nos quedaríamos las dos solas por toda la
noche. Y si yo no puedo valerme por mí misma, ella no me puede atender, porque
también está enferma… ¡la vida es un asco! Yo me he pasado la vida cuidando a mi
madre hasta los noventa años, sin que nadie me lo pidiera. ¡Era mi madre y yo tenía
que atenderla! Y ahora estoy aquí completamente sola. No es justo.
A.5 Carmen te sientes sola aquí, en el hospital; el día se hace muy largo y te preocupa
que te puedan enviar a casa sin que te puedas valer por ti misma y ser una carga para
tu hermana.
B.5 Sí, aquí, al hospital viene la chica que atiende a mi hermana, pero viene sólo a la
hora de darme la comida y enseguida se va. Con mi madre yo estaba siempre a su
lado; la estuve cuidando hasta que se murió y lo hice porque tenía que hacerlo y
además muy a gusto. Yo pensaba que a mí también me pasaría lo mismo, pero veo
que es muy diferente. Veo que o me recupero, que los médicos quieren enviarme a
casa. Pero yo no tengo fuerzas. ¡Sería un auténtico desastre! Mi hermana que está
casi peor que yo y yo sin poder valerme. ¿Cómo nos íbamos a apañar?
A.6 Pero Carmen, tú has dicho que necesitas a alguien a tu lado. ¿Has intentado
encontrar una salida a esta situación? Tal vez esa chica podría estar más tiempo
contigo o… Porque en ocasiones no digo lo que necesito y espero que otros me
adivinen lo que me está pasando y si no lo hacen, me quejo…
B.6 Tengo también un hijo, que es muy bueno conmigo, ¿sabes? Es médico y trabaja en
X. viene todos los días a verme (se le ilumina la mirada y muestra lo orgullosa que
está de él). Pero está casado, tiene su mujer y sus hijos y claro, no me puede dedicar
mucho tiempo. ¡Bastante hace con venir todos los días un rato, cuando acaba de
trabajar! ¡No le puedo pedir más!
A.7 Carmen, ¿Sabes que la supervisora me acaba de preguntar que si yo sabía si tenías
familia? Porque el médico quería hablar con alguien de tu familia para informarle.
B.7 Cuando venga hoy, le diré lo que me has dicho, pero ¿dónde puede encontrar al
médico?
A.8 El es médico y debe saberlo, pero no creo que tenga ninguna dificultad para
encontrarle; de todos modos, cuando venga, que se acerque al control de enfermería
y así se soluciona. Y volviendo al tema de que estás todo el día sola, ¿podrías hablar
con tu hermana y arreglaros mejor con esa chica que os atiende a las dos?
B.8 Las dos tenemos una pensión y nos arreglamos bastante bien, pero estas chicas
cuestan mucho dinero. Y serían muchas horas para una sola. De todos modos, algo
tendré que hacer, porque de momento no me muero, que es lo que me gustaría para
no dar faena. Porque yo siempre he querido morirme sin dar trabajo, sin depender de
nadie.
A.9 Sí, Carmen, ese es un deseo muy normal en algunas personas mayores, no ser una
carga, no tener que depender de nadie, pero creo que hoy por hoy es una decisión
que no está en tus manos ni en las mías.
B.9 Sí, es verdad, aunque ¿sabes? Yo ya lo tengo todo hecho, ya no hago falta, ya he
hecho mi vida. Y sufrir tanto… para no llegar a ponerme buena, creo que no vale la
pena.
A.10 La verdad es que no tengo una respuesta a lo que me estás diciendo, Carmen. Yo no
sé cuándo una persona ya lo tiene todo hecho o le queda algo por hacer, pero sí sé
que cada día, con tu permiso, voy a venir a visitarte, a saludarte y ver si deseas
contarme algo. También me parece muy importante que evites el dolor y que les
digas a los médicos cómo lo llevas.
B.10 Sí, eso voy a hacer.
A.11 Bueno, pues ¡hasta mañana, entonces!
B.11 Hasta mañana, y gracias por este ratito.
En el siglo II, Galeno incluye por primera vez la demencia senil entre los
trastornos mentales. Sin embargo, hay que esperar a 1905 a que Klippel y Lhermitte
separen las demencias con lesiones vasculares de las demencias seniles puras no
ateromatosas, y a 1907 a que Alois Alzheimer, psiquiatra y anatomopatólogo alemán
publique un estudio donde demuestra la existencia de conglomerados intraneuronales,
fibras anómalas que coexistían con placas seniles y que harán que en 1910 Kraepelin
introduzca en su Manual de psiquiatría la degeneración neurofibrilar que denomina
enfermedad de Alzheimer.
Pero la enfermedad es considerada poco frecuente hasta los años 60. En 1970 se
celebró en Londres el primer congreso mundial sobre la enfermedad de Alzheimer y las
demencias seniles y esta fecha coincide con el inicio de la toma de conciencia por el
público general del alcance del fenómeno social.
El respeto a la vida que de forma tan patente se percibe en quien asiste a los
mayores, particularmente en los mayores que padecen Alzheimer, cuyos rostros nos
revelan una vida débil y que se acerca a su fin, es uno de los signos más valiosos de una
cultura que, además de buscar la felicidad, la comodidad, la eficacia y la eficiencia de la
técnica, mira a sus raíces, mira a sus mayores y les dedica atención y respeto, les cuida y se
responsabiliza de paliar sus carencias y debilidades.
La enfermedad de Alzheimer nos interpela como todas las demás, pero ésta de una
manera particular por el deterioro progresivo de las capacidades que permiten ser
autónomo en las actividades de la vida diaria y quizás de modo particular por el deterioro
progresivo a nivel cognitivo. Perder la memoria, cuando se es muy mayor constituye, sin
duda, perder uno de los mayores tesoros.
Parece que la relación con una persona con deterioro cognitivo nos interpela de
modo especial, suscita en nosotros sentimientos contrarios: de ternura por un lado, de
confusión e incomodidad por otro. Sentimientos que hacen que la relación con los
pacientes se haga particularmente difícil y se den cita en ella no sólo la necesidad de
conocimientos técnicos y específicos sobre la enfermedad, sino también habilidades
relacionales y actitudes para cuidarlos con competencia ética.
¿Cómo relacionarse concretamente con estos pacientes cuando parece que uno de
los problemas más importantes que padecen es la dificultad a relacionarse con
racionalidad? ¿Cómo relacionarse con quien no entiende o con aquel a quien no entiendo?
¿Cabe indicar algunas pistas que ayuden en las dificultades?
Pistas o indicaciones las hay. Algunas de ellas ya serán conocidas, otras quizás
menos. En todo caso, las pistas para la comunicación no anulan las dificultades ni el
sufrimiento que genera la relación con una persona con Alzheimer, particularmente cuando
es un familiar. Son indicaciones para intentar generar bien en los cuidados. Las dificultades
no son eliminadas; las impone la enfermedad.
Indicamos algunas: 26
- La persona con Alzheimer, cuando habla, puede tener dificultad para encontrar
la palabra y nombrar objetos a los que quiere referirse o que necesita. A veces
padece anomia (dificultad para encontrar la palabra deseada), parafasias
(sustitución de una palabra por otra que tiene similitud fonética o semántica
(banana por patata, cuchara por tenedor, por ejemplo) y circunloquios (en lugar
de decir la palabra, el paciente explica la función y origen de la misma). Una
habilidad práctica y útil, en estos casos, consiste en pedirle (si es posible) que
indique con el dedo y entonces nombrarlas el cuidador en su lugar, o bien darle
pistas –sin jugar a adivinanzas- para estimular la memoria y retrasar el efecto
degenerativo, ayudando al paciente a encontrar la palabra deseada. 27
- Algunas veces el enfermo utiliza frases incompletas o entrecortadas, o bien
largas exposiciones contradictorias. Resulta útil devolver algún significado,
algún mensaje o algún sentimiento captado, reformulándolo de manera sencilla
y clara.
- Dado que la comprensión verbal también se ve alterada, el enfermo puede
confundir las preposiciones y las conjunciones. (y, o, a, pero, etc.), incluso
desde la primera fase de la enfermedad. Por eso, además de asegurarse de que
ha oído bien, es necesario indicarle las cosas de una en una. Por ejemplo, no
pedirle un vaso o una taza (traerá fácilmente las dos cosas), sino pedirle
concretamente lo que deseamos.
26 Algunas de estas indicaciones las señalábamos también en: BERMEJO J.C., “Cuidar a las personas mayores
En realidad se podría seguir haciendo una lista de indicaciones para la relación con
la persona con Alzheimer, especialmente para el manejo de situaciones difíciles. Una clave
puede ser la central de todas: personalizar en la relación, hacer el esfuerzo por comprender
lo que el enfermo está viviendo y a partir de ahí buscar la estrategia más centrada en las
necesidades del paciente, sin olvidar las características de su enfermedad.
María es una residente del Centro de Día a la que conozco porque la ayudo a
comer todos los días. Padece demencia en un estado avanzado y ahora está deprimida.
María vivía con su marido, estaba diagnosticada de demencia pero sólo lo sabía
él y se lo ocultaba a sus hijos. Cuando su marido murió, fue cuando sus hijos
descubrieron la enfermedad de su madre. Ellos no podían atenderla durante todo el día
por lo que decidieron llevarla a la Residencia en régimen de “Centro de Día”.
María es una persona muy tranquila, de esas que pasan desapercibidos para el
personal a lo largo de todo el día. No habla con nadie, no demanda ninguna atención y
nunca tiene quejas de nada.
El encuentro tuvo lugar alrededor de las 12:45 de la mañana. Todos los
residentes a esta hora suben a la planta para comer. María, una hora antes, se había
bajado con un compañero a dar un paseo. Cuando subió a la planta me la encontré en
el medio del comedor y me dirigí hacia ella para acompañarla a su sitio para comer.
Como el rey era muy querido por todos los súbditos, se había intentado todo lo
humanamente posible antes de recurrir a Avicena y se le habían suministrado tratamientos
de toda especie: píldoras, pócimas, ungüentos, inhalaciones, ventosas, sangrías,
cataplasmas, descanso, ejercicio, alimentos opíparos, ayunos, todo ello sin el menor
resultado. El rey, con su cencerro, seguía insistiendo en que era una vaca y, por tanto, en
que debía de ser sacrificado.
Viajes a las más famosas capitales del mundo no habían mejorado el estado del rey.
Sus amigos también habían empleado los más diversos métodos para ayudarle. Un amigo
filósofo había estado quince días con sus quince noches disertando sobre la esencia
metafísica del hombre y de la vaca para ayudarle a comprender las diferencias esenciales
de ambos. Otros lo habían tenido encadenado a un diván un mes entero. Las muestras de
conmiseración y pena por su triste condición tampoco habían servido de nada: ¡qué lástima
tan bueno como es!, decían unos; otros se consolaban a sí mismos diciéndose: es indudable
que el rey no es ninguna vaca, él mismo debe de saberlo, y si sufre esta manía, no tardará
mucho en darse cuenta. Otros, finalmente, lo habían amenazado con destronarlo si no
dejaba de insistir en esa ridícula tontería. Pero el rey se mantuvo firme: era una vaca y
debían de sacrificarlo. Últimamente, el rey había dejado también de comer, tampoco podía
dormir, y tenía una gran ansiedad.
Avicena llegó: primero trató de comprender al rey tanto como le era posible,
escuchando con todo cuidado a todos los que querían hablar con él, y eran muchos los que
querían hacerlo. Luego trató de comprender al rey escuchándolo a él; puesto que todo lo
que éste decía era "muuuu", tal cosa no sirvió de nada. Luego, tan enfáticamente como él
sabía, trató de comprender con el rey ese su mundo extraño interior. Cuando ya le parecía
tener reunidos todos los datos, Avicena le dijo al viejo rey:
- Perfectamente: comprendo ahora que sois una vaca y que habrá que sacrificaros.
Pero estáis tan delgado, mi rey, que primero debemos engordaros un poquito.
Cuando el rey oyó hablar así a Avicena, sintió una gran alegría porque al fin
alguien lo había comprendido; por eso empezó a comer algo, cosa que casi no hacía en los
últimos meses, y a gozar poco a poco de sus comidas.
2. Dignidad y Alzheimer
Quizás la dignidad, como gustan referir algunos bioeticistas, nos venga dada
también por el reconocimiento de la vulnerabilidad de la condición humana. No
podemos ser sin los demás. Lo mismo que el niño no puede vivir sin ser cuidado ni
puede llegar a ser lo que está llamado a ser sin ser acompañado en sus conductas
erráticas o no desarrolladas, así también otras personas se encuentran en la misma
situación aunque anteriormente hayan gozado de autonomía psicológica y moral.
En el fondo, a una persona también le hace digna el modo como es cuidada por
los demás. La dignidad ética de los cuidadores, el modo digno de relacionarse con una
persona cuyo sentido de la vida es difícil de percibir, habla de quiénes somos no sólo los
cuidadores, sino las personas cuidadas.
28 Cfr. GARCIA FEREZ J., “¿Cómo debemos tratar y cuidar a una persona con enfermedad de Alzheimer?.
Perspectiva bioética”, Madrid, AFAL, 2001.
29 BERMEJO J.C., “Qué es humanizar la salud. Por una asistencia sanitaria más humana”, Madrid, San Pablo, 2003,
p. 53.
El hombre lábil como dijera Paul Ricoeur expresando de manera precisa la
naturaleza de la realidad humana, fundamenta una ética humanizadora. La capacidad de
ser amado no se pierde nunca. Los seres humanos capaces de ejercer su libertad tienen
la responsabilidad ética de hacerse cargo de los que no pueden hacerlo por sí mismos
El dueño de una tienda estaba clavando un letrero sobre la puerta que decía
"Cachorros para la venta". Letrero como ese atraen a los niños y tan es así, que un niño
apareció bajo el letrero.
- ¿Cuánto cuestan los cachorros?
- Entre 30 y 50 euros, replicó el dueño.
El niño buscó en sus bolsillos y sacó unas monedas.
- Tengo 2,37-dijo-. ¿Puedo verlos, por favor?
El dueño sonrió y dio un silbido, y de la perrera salió Lady, quien corrió por los
pasillos de la tienda seguida de cinco diminutas bolas plateadas de pelaje. Uno de los
cachorros se retrasaba considerablemente detrás de los demás.
- ¿Qué pasa con ese perrito?, dijo el niño señalando al cachorro que cojeaba
rezagado.
El niño se molestó un poco. Miró directamente a los ojos del dueño de la tienda
y señalándolo con el dedo dijo:
- No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como los demás, y pagaré
todo su valor. En efecto, le daré 2,37 euros ahora, y cincuenta céntimos mensuales hasta
que lo haya pagado completamente.
- No creo que quieras comprar ese perrito, replicó el dueño. Nunca va a poder
correr ni jugar ni saltar contigo como los demás cachorros.
Uno de los posibles problemas que pueden encontrar las personas que cuidan a
pacientes con Alzheimer u otras demencias, así como las personas que cuidan a otros
con alto grado de dependencia o discapacidad es lo que se conoce como codependencia.
- Testimonio:
Ahora ya no están todos los proyectos de futuro que compartimos, ese universo
propio que nos mantenía unidos. Estás conmigo, pero a veces me siento perdido: eras mi
confidente, mi apoyo, el motor de mis ilusiones. Sí... aquel día de enero -hace ya tres años
y medio- en que me preguntaste quién era yo, ese universo nuestro estalló en mil añicos.
Tú sabes que nunca he sido un hombre débil, pero lloré. Ese día comprendí que no podía
dejar que te fueras poco a poco...
Todo empezó aquel mes de mayo de 1990 en que estabas tan rara, ¿te acuerdas? Se
te olvidaban los recados, te perdías en la calle, no traías las vueltas de la compra, cruzabas
los semáforos en rojo... Estabas muy nerviosa, pero hacías esfuerzos por ocultarnos todos
estos despistes que te humillaban. ¡Claro! A tus 55 años eras una de las secretarias mejor
consideradas de aquella multinacional alemana. Una mujer inteligente, con carácter,
siempre perfectamente arreglada desde las ocho de la mañana, con esos tacones que a mí
me parecían altísimos para ir a trabajar. Nuestros hijos, Alvaro y Manuel, me decían que
podrías tener alguna carencia vitamínica, o la menopausia, o algo así. Estábamos un poco
preocupados, pero se acercaba el verano, y queríamos comprar aquella casita en la playa.
¡Tenías tanta ilusión! Por las noches, cuando nos metíamos en la cama, me decías que
querías soñar que paseábamos los dos, cogidos de la mano, playa arriba, playa abajo... (...)
Recuerdo -como si fuera ayer- que la segunda vez que te llevamos al scaner dijiste
con voz triste: "¿Y para qué? Yo sé que cada día estoy peor. Me doy cuenta de que no me
han dado tratamiento ni medicación”.
Sé que sufrías y te humillaba que tus amigas te vieran en ese estado, en silla de
ruedas. Llegó el momento en que no querías salir a la calle porque sentías vergüenza de
que te vieran así. ¡Siempre has sido tan presumida!"
Fue aquella semana de noviembre cuando mis oídos registraban por primera vez la
palabra Alzheimer y el mundo se me venía encima. No quise decírtelo para no
preocuparte, pero me hundí. El médico no me dio ninguna solución, ningún tratamiento,
sólo me dijo una palabra: paciencia, hijo. (...) Era como si los médicos me dieran el
pésame. (...)
Desde muy al principio tuve que dedicarme a las tareas del hogar. No podía hacer
un huevo frito sin que se rompiera, ni sabía planchar y me daba vergüenza tender la ropa:
lo hacía a las cuatro de la mañana para que no me vieran los vecinos... ¡Qué estúpido! Las
vecinas me decían que tenía que tender las camisas por el bajo y yo hacía como si no fuera
conmigo. Y todo eso además de bañarte, peinarte y vestirte. Aquello era mucho para mí e
intenté contratar a una enfermera, pero era más de la mitad de mi sueldo y ni siquiera te
trataban bien. Entonces comprendí que con nadie estarías mejor que conmigo y con tu hijo
Alvaro, porque el mayor estaba destinado en Canarias. (...)
Isabel, perdona porque no consigo meter en cintura esta casa, que las labores del
hogar me superan. Pero los besos, los abrazos y las caricias que yo te doy no te los va a dar
nadie. La única idea que me atormenta es que estés sufriendo. Tus gemidos de dolor, o de
nerviosismo, me atormentan y se me clavan en el corazón.
Esta mañana me he dado cuenta de que llevo tres días sin salir de casa y de que
nadie me ha visitado. Te sigo teniendo, pero esta enfermedad tan terrible que atrapó tu
cerebro desintegrándolo ha hecho que perdiéramos muchos amigos, una gran parte de la
familia, las diversiones, las ilusiones... A veces me cuesta. Sé que tienes la capacidad de
recibir la ternura que Alvaro y yo te damos. Quizás estés haciendo acopio de ese cariño,
para cuando sufres más. (...)
Hay quien me dice que tengo que vivir mi vida, pero después de pensarlo mucho,
siempre llego a la misma conclusión: mi vida está aquí contigo. Los dos, de la mano, todas
las tardes. Los dos, juntos por las noches. Mi vida eres tú, estés como estés. Lo único que
quiero hacer es estar aquí contigo y pasar las tardes juntos cogidos de la mano. (...)
Lo único que pido a Dios es que me deje morir después de ti. No quiero dejarte
sola en este mundo sin ayuda, sin ternura. Nuestro hijo no aguantaría este peso solo. Así
que hazme un sitio cuando llegues al cielo. ¡Tengo tantas cosas que contarte!" 30
30 Cfr. "Testimonio. Un marido habla con su mujer, enferma de Alzheimer", en: Telva, p. 98-100.
CAPITULO V
CONFLICTOS ETICOS EN LA ASISTENCIA
A LOS MAYORES
Introducción
Los conflictos éticos en el cuidado a los mayores existen. No se dan cita sólo en el
mundo de la investigación genética o donde la alta tecnología hace pensar sobre la bondad
y justicia de su uso, sus costes, su proporcionalidad. No se dan sólo donde las células
madre parecen prometer nuevos tratamientos y donde los confines de la vida plantean
cuestiones espinosas y difíciles de argumentar.
31Este caso lo hemos presentado ya en BERMEJO J.C., CARABIAS R., “Relación de ayuda y enfermería. Material
de trabajo”, Sal Terrae, Santander 1998, pp. 22-23.
A.7 Las dos sabemos cuántas situaciones difíciles has superado: un infarto, una
pancreatitis aguda, neumonías...
B.7 Sí, es verdad, pero antes tenía fuerzas. Ya no me quedan.
A.8 (Se me empañaron de nuevo los ojos. Ella lo percibió.)
B.8 (Cogiéndome la mano) La única satisfacción que tengo es teneros a vosotras...
A.9 Tienes mucho dolor, ¿verdad?
B.9 Sí, quitarme estos dolores y dejarme. Quiero morir ya.
A.10 Voy a ponerte un calmante y ya verás cómo descansas.
B.10 Yo quiero otro descanso. Es el único descanso que deseo.
A.11 Ahora vengo... (Voy a por el calmante. A la vuelta me dice:)
B.11 Ana, cuida mucho a tus hijos. Quiero que los veas crecer, que seáis muy felices y
cuida mucho tu espalda, que no tengas que pasar este sufrimiento que estoy
pasando yo.
A.12 Lo haré, de verdad.
(Carmen murió esa misma tarde)
Por extraño que pudiera parecer, no es infrecuente que, analizando esta entrevista
con cuidadores de personas mayores, auxiliares, enfermeras, médicos, estudiantes… no
identifiquen como problema ético cuanto se encuentra en esta conversación. Más
fácilmente se suele considerar como un problema de “deber de seguir las consignas del
médico”, olvidando el reclamo de la paciente de su autonomía para decidir y oponerse a
una indicación supuestamente terapéutica. Por eso es de crucial importancia familiarizarse
con la bioética para detectar y analizar racionalmente los conflictos de cara a humanizar la
asistencia a las personas mayores.
- A la vista del caso anterior, identificar los posibles problemas éticos presentes.
- Constatar cómo resulta fácil inclinarse a opinar sobre “lo que se debe” o “no se
debe” hacer movidos por los sentimientos que nos suscita la lectura, antes incluso
de un análisis racional de los elementos en juego.
- Verificar si la propia experiencia en situaciones semejantes puede influir
favorablemente para debatir sobre la negativa a la indicación terapéutica y el no
haber hablado con el médico ni, en el fondo, haber escuchado atentamente cuanto
Carmen comunica. Reflexionar sobre si esto influye positiva o negativamente.
1. Introducción a la bioética
La bioética se presentaba entonces como una rama del saber que se sirve de las
ciencias biológicas para mejorar la calidad de vida y que reflexiona en torno a los retos
que plantea el desarrollo de la biología a nivel medioambiental y de población mundial,
pero también como ciencia que combina el conocimiento biológico con el conocimiento
de los sistemas de valores humanos. Potter entendía la bioética como una disciplina
puente entre dos esferas del saber tradicionalmente separadas: las ciencias y las
humanidades.
Seis meses después, André Hellegers utilizó el mismo término para dar nombre al
primer instituto universitario dedicado al estudio de la bioética (The Joseph and Rose
Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics), inaugurado seis
meses después de la aparición del libro de Potter.
Los abusos en la investigación científica tras los horrores nazis promueven el deseo
de que tales situaciones no se repitan y da lugar a la proclamación de normativas para
proteger a los sujetos de las investigaciones. Así nace el Código de Nuremberg (1946), y
posteriormente otras como las Helsinki (1964) o Tokio (1975). En Estados Unidos, el
estudio Tuskegee (1932–1972), en varones de raza negra para investigar la historia natural
de la sífilis, empujó la aparición de una Comisión de bioética que publicó el Informe
Belmont.
Beauchamp y Childress intentar definir las acciones autónomas, que son aquellas
en las que el agente moral obra: 1) intencionalmente, 2) con comprensión y 3) sin
influencias externas que determinen o controlen su acción.
El respeto por la autonomía de las personas exige que las acciones autónomas de
las personas no sean sometidas por otras personas a controles externos que las limiten o las
impidan. Pero también implica en positivo, es decir, el principio nos obliga a favorecer y
promover el ejercicio de la autonomía personal. (Revelar información necesaria para tomar
decisiones, obtener el consentimiento, etc.)
Según el informe Belmont antes citado, este principio encierra dos convicciones
éticas básicas: que todos individuos, mientras no se demuestre lo contrario, deben ser
tratados como seres autónomos, y que las personas cuya autonomía esté mermada o
disminuida deben ser objeto de protección. Así, cuando no es factible la asunción de una
responsabilidad personal, será necesario contar con un tutor o representante legal que vele
por los intereses del mayor de la manera más ética posible.
El principio de no maleficencia
Este principio es el básico de todo sistema moral, desde la tradición medieval que
dice “haz el bien y evita el mal”. Y el Juramento hipocrático lo recoge así: “Haré uso del
régimen de vida para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender. Del daño y
de la justicia le preservaré”.
Surgen conflictos cuando una acción que redunde en beneficio de una persona
implica una lesión de derechos y una violación del principio de no maleficencia (ocultar
información, por ejemplo). Además una acción puede hacer daño a alguien y estar
justificada (juez que impone una condena justa).
El principio de beneficencia
Significa “hacer el bien”. Con este principio afirmamos que la vida moral va
más allá de las exigencias del respeto a la autonomía ajena y de la no maleficencia. La
beneficencia nos exige que pongamos actos positivos para promover el bien y la
realización de los demás, más allá de no hacerles daño y de respetar sus decisiones
autónomas. Por tanto, este principio implica poner los conocimientos, habilidades y
valores al servicio de los destinatarios del trabajo profesional.
Los autores antes citados distinguen entre beneficencia (cualquier acción hecha
para beneficio de otras personas); benevolencia (la virtud que dispone a obrar
benéficamente a favor de otros), y el principio de beneficencia en sí, que se refiere a la
obligación moral de obrar para beneficiar a otros.
Muchos actos de beneficencia son no son obligatorios, pero existe una obligación
general de ayudar a los demás a promover sus intereses legítimos e importantes.
El principio de justicia
Este principio tiene que ver con lo que es debido a las personas, con aquello que
de alguna manera les pertenece o les corresponde. Cuando a una persona le
corresponden beneficios o cargas en la comunidad, estamos ante una cuestión de
justicia. La injusticia supone denegar o quitar a alguien aquello que le era debido, que le
correspondía como suyo.
Algunos autores sostienen que todos los principios tienen la misma importancia.
Adela Cortina y otros hablan de ética de mínimos y ética de máximos, o de obligaciones
perfectas y obligaciones imperfectas. Hay unas obligaciones que tienen un mayor peso y
pueden verse reflejadas en los principios de no-maleficencia y justicia, pues aceptan que
no es lícito hacer mal a nadie y que todos los hombres son iguales en dignidad y merecen,
por lo misma, igual respeto. Estos principios conforman los mínimos morales a los que se
nos puede obligar desde fuera con un alto grado de exigibilidad y conforman en nivel del
derecho.
Los primeros son públicos y pueden ser llamados perfectos o de justicia y los otros
imperfectos o de caridad. Jorge Ferrer establecería esta escala de mayor a menor
exigibilidad: No maleficencia – Justicia – Autonomía –Beneficencia.
Algunos de los conflictos que podemos encontrar, por ejemplo, pueden ser los
relacionados con las directrices anticipadas o testamento vital, la eutanasia, el
encarnizamiento terapéutico, los malos tratos, las restricciones físicas, las cuestiones
relativas a la incapacitación, la tutela y la curatela, la negativa a tratamientos o
indicaciones terapéuticas y la oportunidad o no de la persuasión (distinta de la
manipulación y la coerción), así como cuanto tiene que ver con las actitudes en los
cuidados y la formación adecuada de los cuidadores.
- La deliberación
1. RECOGIDA DE DATOS
- Historia del conflicto por problemas
- Recogida o solicitud de informes: social, psicológico, jurídico, espiritual,
enfermería, otros servicios.
- Entrevistas: Ayudado, agente social, familiares...
2. DISCUSIÓN DE PROBLEMAS
- Comprensión de los problemas y su lenguaje: Sociales, psicológicos, de salud,
espirituales.
3. IDENTIFICACIÓN DE PROBLEMAS ETICOS
- Diferenciar, enumerar y definir todos.
- Problemas: pasados, presentes y futuros.
- Árbol de problemas.
Cuando hay un conflicto entre principios, hay que tener en cuenta primero e
momento “deontológico”, es decir los principios de no maleficencia y de justicia, que
establecen lo que se debe hacer. Y después los principios de beneficencia y autonomía,
analizando las consencuencias (o momento “teleológico”). Cualquier juicio ético será
rechazado si no respeta el sistema de referencia moral (o canon) según el cual todo ser
humano es persona y en tanto que tal, tiene dignidad y no precio y en tanto que personas
merecen igual consideración y respeto.
Queremos ir más allá de la “ética de mínimos” o del cumplimiento del mero deber.
Queremos tratar a los demás con excelencia profesional y humana. Los desafíos éticos que
nos plantea nuestra cultura merecen ser reflexionados y tenemos una palabra que decir.
Algunas indicaciones prácticas para analizar un caso y debatirlo en grupo son las
siguientes:
Juana tiene 86 años. Su familia más cercana está formada por dos nietos y una
nuera que de vez en cuando le visitan. Está ingresada en una residencia de ancianos.
Ingresa tras sobrevivir a un intento de suicidio planeado junto con su marido y en el cual
ella sobrevivió por volverse atrás en el último momento.
Padece una cirrosis hepática, tiene varices esofágicas, y -según el médico psicotera-
peuta- síndrome depresivo. En su estancia en el Centro ha tenido otros episodios
depresivos, tras los cuales mostraba interés por la vida. Está siendo atendida por el equipo
de la residencia, en el cual hay varios médicos que examinan diariamente los casos más
agudos. Hace un mes tuvo un episodio que requirió, a juicio de los médicos, ser trasladada
a un hospital especializado en el que le pudiesen trasfundir sangre y hacer otros
tratamientos específicos. Además, Juana tiene una pierna amputada y diabetes.
Situación actual
A la vista de este cuadro, el juicio de los médicos es que hay que trasladarla al
hospital de nuevo. Ella se niega. Manifiesta su deseo de quedarse en la Residencia. El
doctor señala que la paciente tiene deseos de morir por su depresión.
- ¿Es un conflicto muy raro o hay otras situaciones semejantes en las Residencias?
- ¿Qué valores están en conflicto en este caso?
- -¿Cómo se actuó y cómo se cree que se debería actuar en esta u otras situaciones
semejantes?
- Esta situación, ¿lanza algún reto a los Centros Geriátricos ante los problemas
éticos? ¿Es necesario que en los Centros Geriátricos exista un Comité de Bioética?
- ¿Qué informes se solicitarían antes de hacer un juicio ético mediante la
deliberación en grupo?
Noviembre
Y es que Fernando sabe muy bien lo que quiere. Es cierto que no tiene
hábitos de higiene, que su casa se encontraba en muy mal estado a pesar de que
tiene un auxiliar de ayuda a domicilio que le hacía la limpieza, pero él no ha
querido nunca que nadie se inmiscuya en su vida y mucho menos que le obligue
a lavarse o a mantener la casa en orden. Y él dice que se las apaña solo
perfectamente. Los vecinos no opinan lo mismo, especialmente cuando se deja
los grifos abiertos y les inunda la casa, cuando se deja la radio puesta a todo
volumen toda la noche, cuando huele mal. Y cuando temen que del próximo
incendio no puedan salir como esta vez.
Fernando nos lo ha dicho bien claro. Al asilo no quiere ir, que ya estuvo
dos veces y allí no dan de comer ni se está bien. Además, ¿qué va a pasar con su
trabajo? Si deja de ir le van a decir todos que dónde anda. El está muy bien
solo, se compra su fruta (porque los médicos dicen en la tele que tiene muchas
vitaminas), come por ahí, a veces le dan algo en el Bar Madrid, a veces se paga
él un cocido barato, y su tabaco, que con lo poco que le dan de pensión ya no le
llega para más. Y es que es un misterio en qué se gasta el dinero, pero eso no lo
sabremos nunca porque todos sus tesoros los lleva enterrados en el fondo de su
eterno gabán, que solo se quita para dormir, y lo mete debajo de la almohada.
Aunque a veces en el albergue se lo quitan y se lo lavan, y a él se le llevan los
demonios porque ya está bien de empeñarse en lavarle la ropa que está limpia.
María es una señora de 86 años. No tiene hijos y hace unos seis meses que su
marido murió. La encuentro recostada en un sillón, arropada con una manta. Hace un
año fue operada de un cáncer de colon y en la actualidad sufre grandes dolores de pierna
de causa desconocida que le impiden prácticamente pasear. Además tiene altos niveles de
glucosa en sangre, pero ella se niega a ser tratada por ese motivo. Está en la Residencia
donde no se siente bien.
Por ello, yo, el que suscribe ……….., pido que, si por mi enfermedad llegara a estar en
situación crítica irrecuperable, o se me mantenga en vida por medio de tratamientos
desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue
abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados
para paliar los sufrimientos.
Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo
poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia en paz, con la compañía de mis
seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que
cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad.
Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de
culpa, he redactado y firmo esta declaración.
Firma. Fecha.”
3. La persuasión
“En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si
es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En
resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó
de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote que se
dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase
en quítame allá esas pajas alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas
promesas y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer e
hijos, y asentó por escudero de su vecino.” 32
El diccionario dice, al definir “persuadir”, dice: "Inducir, mover, obligar a uno con
razones a creer o hacer una cosa". (Espasa) Por su parte, un diccionario de counselling33
dice: "Persuasión: acto de influir; inducir una determinada respuesta o convicción a otro.
La mayor parte de los ayudantes evitan el intento de persuadir a los ayudados, dando
mayor importancia a los procesos de toma de decisión autónomos individuales. Se ha
defendido, de todas formas, que el counselling contiene inevitablemente al menos una
parte de persuasión, tanto a nivel de relación ayudado-ayudante como a nivel de formación
y profesionalización.
34Cfr. JIMENEZ J., PINZON H., "Técnicas psicológicas de asesoramiento y ayuda interpersonal ("counseling")",
Madrid, Narcea, 1983, p. 110-112.
- Los métodos persuasivos que infravaloran delante del interlocutor la importancia
de los síntomas, pueden impulsarle, como reacción, a acentuar los fenómenos neuróticos
por un mecanismo elemental de autojustificación.
- Los métodos que no actúan sobre la falta de madurez radical de la persona, tienen
el peligro de crear nuevas actitudes de dependencia con relación al ayudante, alimentando
así su inmadurez psíquica.
Está claro que ante un paciente que no se quiere lavar, ante una persona que no
quiere abandonar conductas antisociales o que no decide afrontar situaciones de exclusión,
el agente social o de salud tendrá que adoptar estrategias de persuasión, pero con algunos
criterios, entre los cuales: 35
Aquí la relación de ayuda tiene que entrar en diálogo abierto con los planteamien-
tos éticos de respeto a la autonomía de la persona mayor, en posible conflicto con los
demás principios éticos.
35 Cfr. BERMEJO J.C., CARABIAS R., “Relación de ayuda y enfermería”, Santander, Sal Terrae, 20012, pp.160-162.
Ver también BERMEJO J.C. (Ed)., “Salir de la noche. Por una enfermería humanizada”, Santander, Sal Terrae, 1999,
pp.189-201.
que ordinariamente serían aceptables pueden convertirse en influencia indebida si el sujeto
es especialmente vulnerable.
Por último, según el principio de la claridad, dado que la gente tiende a ver las
cosas o blancas o negras, conviene no crear confusión; hay que usar conceptos claros y
unívocos, utilizando palabras, símbolos o estereotipos que el destinatario comprenda y
pueda reconocer. 38
36 Informe Beltmon, p. 7.
37 GRACIA D., “Fundamentos de bioética”, Madrid, Eudema, 1989, p. 185.
38 Cfr. S. M. CUTLIP- A.H. CENTER, “Nuovo manuale di relazioni pubbliche”, Angeli, Milán, 1993, citado por:
MAJELLO C., “El arte de hablar en público”, Madrid, San Pablo, 1998, p.28.
Aplicado a la persuasión con personas mayores, estas indicaciones reclaman la
importancia de ser concretos y prácticos para convencer, generar confianza con la persona
mayor para que se fíe de la bondad de la propuesta, y ser claro en aquello a lo que se incita,
con las palabras más comprensibles para la persona mayor.
Hay tres momentos claves en los que surgen las discrepancias entre ayudante y
ayudado: cuando el primero da explicaciones, cuando propone una medida concreta, o
cuando ambos evalúan los resultados de un determinado consejo o medida recomendada.
En estos momentos el profesional desearía tener dotes persuasivas, y envidia secretamente
a los colegas provistos de tal cualidad.
La persona persuasiva es casi siempre una persona asertiva, que sabe moverse de
manera armoniosa, con una reactividad más bien baja y cierta dosis de cordialidad. En
cuanto a los mensajes “persuasivos” es preferible que éstos sean argumentados (es decir,
que expliquen los motivos que aconsejan tal o cual recomendación) pero sin exponer los
pros y contras de otras alternativas, a menos que nuestro interlocutor tenga un elevado
nivel cultural. Si prevemos oposición a nuestro consejo resultará más persuasivo que lo
iniciemos con los argumentos que lo apoyan para, a la postre, introducir la recomendación.
Si no es éste el caso preferiremos siempre iniciar nuestra intervención directamente por las
conclusiones, y después argumentarlas de manera conveniente.
Los llamamientos al miedo (“si no hace esta dieta puede cogerle un infarto”, etc.),
suelen tener un grado moderado de eficacia, pero lo pierden completamente si se perciben
tintes dramáticos. En tal caso, el ayudado experimenta un rechazo global al mensaje, y
prefiere “no pensar en ello”, olvidando por igual la recomendación y la amenaza. También
evitaremos un énfasis repetitivo y excesivo, pues puede dar a entender que estamos
“demasiado interesados” y que, consecuentemente, puede haber algo deshonesto en todo
ello.
Claudia es una mujer que vive con su hija en casa y viene de lunes a viernes al
Centro de Día. Tiene 75 años. La conversación tiene lugar en el salón de rehabilitación-
terapia ocupacional.
39 BORRELL i CARRIÓ F., “Manual de entrevista clínica”, Madrid, Haracourt Brace, 1998(4), p. 172-173.
- Constatar en qué medida el estilo visiblemente empático y reforzador
cumple las condiciones señaladas más arriba para la persuasión.
- Reflexionar y debatir sobre hasta qué punto es lícito persuadir cuando se
encuentra clara resistencia –como en este caso- a seguir las indicaciones.
¿Se respeta así a la persona?
- Pensar y compartir sobre las situaciones más frecuentes en que se
encuentran dificultades para persuadir y analizar el modo cómo son
afrontadas y si pueden mejorarse.
CAPITULO VI
ACOMPAÑAMIENTOA LOS MAYORES
AL FINAL DE LA VIDA
1. La muerte hoy
Pero a la vez que constatamos esta tendencia, tenemos que reconocer que existe
otra de otro signo, una “nueva ola cultural” que se traduce en la existencia de abundante
bibliografía sobre la muerte, en la creación de centros y programas de asistencia
especializada, particularmente cuanto relacionado con los cuidados paliativos.
La medicina paliativa tiene como objetivo la atención integral del enfermo (aspectos
físicos, emocionales, sociales y espirituales) incorporando a la familia en su estudio y
estrategia, promoviendo el principio de autonomía y dignidad de la persona enferma y
promoviendo una atención individualizada y continuada.
4. Equipo interdisciplinar, con espacios y tiempos específicos para ello, con formación
específica y apoyo adicional.
Sin duda, uno de los rostros más humanos de la medicina al final de la vida lo
constituyen los cuidados paliativos. Su filosofía ha de inspirar mucho del hacer en el
cuidado de las personas mayores terminales, aunque no estén en una unidad de cuidados
paliativos o no sean cuidadas por un equipo de asistencia paliativa a domicilio. Ello
contribuye a humanizar el final de la vida de estas personas.
2. Diálogo en la verdad
Uno de las dudas que suelen experimentar las familias y los profesionales y
cuidadores de las personas mayores en el proceso del morir es hasta dónde es oportuno
comunicar la verdad al paciente. Algunos estudios muestran que el 60% de los ancianos
consultados desean conocer la verdad en caso de enfermedad grave con muerte prevista
a corto plazo, frente a un 21% que dijo que no y un 10% que no se planteó el tema. 41 En
realidad, las personas mayores tienen más facilidad a integrar la verdad por una cuestión
natural: han experimentado más pérdidas, se han familiarizado más con la finitud de la
vida, son más conscientes de la proximidad de la muerte. El ocultamiento de la verdad,
si no es solicitada o como resultado de una decisión deliberada de manera ponderada, no
deja de ser una estrategia que habla más de las dificultades de los cuidadores que del
propio paciente.
40 Cfr. “Terminalidad en geriatría”, en UNIDAD DE MEDICINA PALIATIVA, “La medicina paliativa, una
necesidad sociosanitaria”, Hospital de San Juan de Dios, Santurce, 1999, pp. 227-276. Nuestra propia Residencia
Asistida San Camilo ha abierto en el año 2001 una Unidad de Cuidados Paliativos destinada preferencialmente a
personas mayores y su buen funcionamiento muestra que se responde adecuadamente a una necesidad.
41 Cfr. ASTUDILLO W., MENDINUETA C., ASTUDILLO E., “Cuidados paliativos en fase terminal y atención a su
Por eso, antes y más importante que comunicar la verdad relativa al diagnóstico
o pronóstico, es hablar en verdad. Hablar en verdad constituye una exigencia ética para
cualquier persona en cualquier momento de su vida, pero con más motivo –si cabe- en
la terminalidad. Los juegos de mentiras, silencios (que terminan siendo elocuentes) y
extrañas conductas alrededor de una persona que fallece o vive sus últimos días o
meses, constituye un atentado a la posibilidad de ser protagonista de su propia historia.
Hablar en verdad comporta desterrar todas las frases hechas que suponen una
evasiva ante el enfermo terminal mayor. Significa liberarse de la tendencia a generar
conspiración de silencio, a hablar delante del paciente como si éste no fuera el
protagonista, hablando de él sin su participación, llegando incluso a hablar en pasado
(“qué bueno era”) cuando aún está vivo y ante nosotros.
El juego de mentiras en torno a una persona mayor que muere no es más que
esperpéntico y reclama a voz en grito una ayuda para los cuidadores. Ellos también
tienen su vulnerabilidad y necesitan formación y soporte emocional y espiritual para
manejar con autenticidad estos momentos delicados que tendrán repercusión también en
el modo cómo vivirán posteriormente el duelo.
42 ALBOM M., “Martes con mi viejo profesor”, Madrid, Maeva, 1998, p. 36.
A.5 No creo que eso sea así. Es que tienen poco tiempo.
B.5 No sé. Yo ya no confío en ellos.
A.6 No pierda la confianza. Seguro que quieren curarle. (Pongo mi mano en su
mano, aunque siento que le estoy mintiendo).
B.6 Yo ya no quiero que me curen. Lo único que quiero es irme a mi casa o a casa de
mi hija. Aquí se me está escapando la vida sin poder hacer nada. (Se echa a
llorar). Si me da igual lo que tenga, porque yo ya sé que me muero.
A.7 Tranquilo, Francisco. Seguro que sale pronto de aquí. (Yo sabía que no se iba a
curar y que difícilmente saldría de allí).
B.7 Bueno, bueno. Eso lo crees tú. Aquí se me escapa la vida. Entre los médicos y
mi hija me tienen secuestrado. Si yo ya sé que estoy muy mal y lo que tendrían
que hacer es dejarme en paz, que Dios me llevará cuando quiera. ¿No ves los
años que tengo?
A.8 Venga, hombre, hay que animarse. Con esos ánimos no se repondrá fácilmente.
Le dejo, que me están esperando.
B.8 Adiós, adiós, pero yo ya tendría que estar en casa. Aprovecharía a vivir en paz
los días que me queden.
Algunas creencias erróneas fomentan una visión equivocada del duelo en los
ancianos. Entre ellas, se cree que los ancianos tienen menos tiempo para poder
recuperarse del duelo estableciendo nuevas relaciones y objetivos; se asume que los
ancianos tienen menos recursos internos y fuerzas para trabajar en la reconstrucción
interior. Asimismo muchos ancianos son reacios a reconocer la importancia de sus
sentimientos, aprendiendo así a guardar su angustia personal para ellos mismos y
subestimando el poder de sus sentimientos; muchos de ellos consideran que “ya han
vivido sus vidas” y no deberían preocupar a otras personas con sus duelos, como si esto
no fuera ético o estético hacerlo. 44
En realidad, las pérdidas ocurren a todas las edades, por lo que el duelo no es
específico de una etapa de la vida y en los ancianos no es especialmente distinto del de
los jóvenes. Los ancianos en duelo responden al apoyo y al cuidado de las personas
cercanas a ellas de igual modo que lo hacen las personas de otras edades. Son tan
inoportunas las reacciones de infraconsideración como la superprotección. Quizás el
mayor dolor producido por la pérdida sea el inducido posteriormente por la soledad, sea
44Cfr. ASTUDILLO W., CLAVÉ E., MENDINUETA C., ARRIETA C., “Cuidados paliativos en geriatría”, San
Sebastián, Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos, 2000, p. 576.
emocional o relacional, soledad que tendría su tratamiento mediante adecuadas y
cualificadas relaciones significativas, familiares, voluntarias o profesionales.
45Cfr. BERMEJO J.C., “La soledad en los mayores”, en: BERMEJO J.C. (Ed.), “Cuidar a la persona mayor
dependiente”, Santander, Sal Terrae, 2002, p. 60.
- La Sra. Lola está siendo consciente de la proximidad de su muerte y elabora
el duelo anticipatorio, dando significado a su dolor centrándose en las
implicaciones que tiene para su marido. Esta elaboración consciente de las
consecuencias de lo que siente como próximo –su fallecimiento- ayudan a
prepararse y a despedirse de la vida; a veces ayuda también a poner orden en
lo que queda. Reflexionar sobre estos beneficios de la explicitación de los
significados de la propia muerte prevista próxima.
- El visitante no recoge los significados de la expresión del duelo anticipado.
Releer de nuevo A.7 y comentar la posible connotación moralizante y
voluntarista que se puede identificar. ¿Cómo sería vivido un comentario así
si nos fuese dicho a nosotros? ¿Qué consecuencias puede tener esta reflexión
para el acompañamiento a los mayores al final de sus vidas?
- Reconstruir la conversación sustituyendo algunas intervenciones del
ayudante por otras que resulten más adecuadas para el acompañamiento, más
empáticas, más auténticas, que recojan expresamente los sentimientos
compartidos.
4. Acompañar en el duelo
46 Cfr. BERMEJO J.C. (Ed.), “La muerte enseña a vivir. Vivir sanamente el duelo”, Madrid, San Pablo, 2003, p. 188.
Sin embargo, la experiencia del que sufre en su propia piel este dolor es que
estas frases llegan poco o nada a consolar efectivamente porque no tocan al corazón. No
conectan directamente con la experiencia personal y el significado concreto vivido por
el individuo mientras le duele la pérdida. De ahí que cada vez más se subraya la
importancia de no acudir a estos lugares comunes a la búsqueda de consuelo, sino
mucho más al valor de la escucha, del desahogo, de la acogida de los sentimientos sin
negarlos ni moralizarlos, de la narración del pasado, de la importancia del contacto
corporal y del permitir drenar mediante las lágrimas.
Petra tiene 90 años recién cumplidos, aunque se mueve con mucha soltura. No
tiene grandes problemas de salud. Su marido ha muerto ayer y la visita tiene lugar en
su habitación de la Residencia.
A.1 Hola, Petra (cojo su mano). ¿Cómo estás? (Ella me mira y veo cómo sus ojos se
inundan de lágrimas; se tapa la cara con las manos y se echa a llorar. Yo la cojo
del brazo).
B.1 Ay, mujer… Se ha ido. Se ha marchado… (Sigue llorando un poco hasta que se
va calmando y yo permanezco callada apretándole el brazo y apoyando su
cabeza en mi hombro. No sé qué decir).
A.2 Si él estaba mal.
B.2 Yo ya lo sé, pero no me esperaba que fuera tan de repente; no me esperaba que
se muriera ya. El 7 de abril cumplía 92 años, yo esperaba que llegara a ese día.
A.3 Sí, ninguno nos esperábamos que se muriera ya, pero es verdad que estaba muy
mal y que cualquier día podía pasar esto. Supongo que estas cosas pillan por
sorpresa.
B.3 El sábado, cuando celebramos mi cumpleaños ya estaba muy mal, ¿verdad?
A.4 Sí; luego lo estuvimos hablando nosotros. Nunca le habíamos visto tan decaído.
A mí también me duele que haya fallecido.
B.4 ¡Malditos 90 años! Ojalá no los hubiera cumplido nunca. El otro día de
celebración y hoy de entierro…
A.5 Venga, mujer. No te sientas culpable por haber hecho la fiesta el otro día, porque
tú no tienes la culpa. Esto son cosas que pasan. Nadie se lo podía imaginar. Y
además estoy segura de que él estaba muy feliz el otro día por tenerte a ti y a
nosotros celebrando el cumpleaños. Sabes que le encantaba que se hiciera fiesta.
B.5 Sí, es verdad. ¡Qué orgulloso se sentía de ser el centro de la atención! (Suspira
hondo y vuelve a echarse a llorar mientras mira el sillón de su marido en la
habitación). Y ahora ya no está. ¿Qué voy a hacer yo ahora? Me he quedado
sola…
A.6 No estás sola, mujer. Ya verás cómo sales adelante.
B.6 Sí lo estoy. Toda la vida con él y ahora… ¿Sabes cuántos años llevábamos
juntos? 62 años casados y 7 de relaciones. ¿Qué te parece? Casi 70 años juntos;
toda la vida, y ahora me he quedado sola. ¿Qué voy a hacer yo? Yo no sé vivir
sin él.
A.7 Entiendo cómo te sientes. Habéis compartido muchas cosas, buenas y malas. Y
ahora no te puedes imaginar la vida sin él.
B.7 Setenta años (lo dice despacio) juntos… (Tiene la mirada perdida. Supongo que
le vienen a la mente muchos recuerdos. Se me pone la piel de gallina al
imaginarme lo que está sufriendo. Llevar tantos años con alguien y perderlo de
repente; debe ser horrible).
A.8 Sí, setenta años… Pero ahora no te tienes que sentir sola. Nos tienes aquí a
nosotros, a tus sobrinos… Sabes que vamos a estar contigo, que nos vas a tener a
tu lado. Ya sé que no es lo mismo, que las cosas van a cambiar mucho. Pero él
ya no puede volver y tú tienes que seguir adelante. Y nosotros te vamos a
ayudar, ¿vale?
B.8 Sí, gracias, gracias. Le doy gracias a Dios por cómo me cuidáis. Seguro que él
está tranquilo porque sabe que estoy atendida.
A.9. Venga, ánimo mujer. ¡Hasta luego!
B.9 Adiós, adiós.
Pablo tiene 70 años y acaba de enviudar hace 7 días. Ha vivido 50 años con su
mujer y los últimos 4 en la Residencia. Ella estaba en una silla de ruedas, pero bien de
la cabeza. Aunque Pablo hacía su vida social con otros compañeros, pasaban los dos
muchos ratos juntos. Entro en su habitación para ver cómo se encuentra.
A.1 ¡Hola, Pablo! Buenas y calurosas tardes, por lo que se ve, ¿verdad?
B.1 Buenas tardes, ¡hombre!
A.2 (Se produce un silencio. No sé qué decir). Bueno, Y ¿qué?, ¿has jugado hoy tu
partida a las cartas como todas las tardes?
B.2 No. (Mira al suelo).
A.3 ¿Por qué, Pablo? Te vendría bien; te despejarías.
B.3 Desde que murió Dionisia no me apetece demasiado ponerme a jugar.
A.4 Ya, Pablo. Si yo comprendo que ahora no tenga muchos ánimos, pero debes
sobreponerte.
B.4 Sí, pero para lo que me queda de vida…
A.5 ¿Para lo que le queda de vida, dices? Pues anda que no tienes que dar guerra
todavía. ¡Quién sabe, hombre! Eso no se sabe nunca.
B.5 No. Yo ya sólo quiero morirme e irme con mi mujer.
A.6 No digas eso, por favor, Pablo.
B.6 Es la verdad. ¿Qué pinto yo ya en esta vida? Nada.
A.7 Pues, por ejemplo, gracias a ti algunos tienen conversación, porque tú se la das y
eso les gusta.
B.7 (Sonríe). Sí, eso sí, es verdad. Pasamos momentos de tertulia agradables. Es
cierto.
A.8 Venga, Pablo, ¡hay que animarse! La vida sigue y hay que vivirla. Hay que
volver a jugar a las cartas y seguir como antes.
B.8 No. No es lo mismo. Me cuesta mucho. Le doy muchas vueltas a la cabeza…
A.9 Venga, que hay que animarse, hombre. (Dándole una palmada en la espalda). Te
dejo. Hasta otro rato.
B.9 Hasta luego. Gracias.
Dice un proverbio que cuando una persona mayor fallece muere una biblioteca.
No lo será, ciertamente, porque hubiera leído muchos o pocos libros o por la cantidad de
cosas que supiera en algún ámbito de la ciencia, sino porque su vida era oportunidad de
aprendizaje para otros.
Aprender de los mayores es un reto para la vida. Ellos han vivido antes que
nosotros, han recorrido caminos semejantes a los nuestros, han hecho experiencias
parecidas, han saboreado encuentros y desencuentros, éxitos y frustraciones, han soñado
y han compartido sueños. Su experiencia y la de quienes aún nos creemos o nos
consideramos jóvenes, no es tan distinta. Sólo que la de ellos tiene solera, está reposada
y, al caer de la tarde de la vida, puede convertirse en maestra. Lo será si es considerada
por los demás como valiosa, si es escuchada y de ella se quiere aprender.
Los mayores pueden ser maestros. Lo pueden ser si utilizamos nuestro maestro
interior que nos indique qué podemos aprender de ellos. Este último será eficaz si
reconoce la autoridad de la escucha en el aprendizaje. En efecto, escuchar
empáticamente a quien cuidamos no es sólo un servicio prestado, sino también un
servicio que nos prestamos. Nos hacemos a nosotros mismos a la vez que desplegamos
lo mejor que tenemos para los demás.