Virgen María
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Contenido
1.1 Profecías
6 Notas
7 Enlaces internos
8 Dogmas Marianos
9 Papas
10 Oraciones Marianas
13 Punto de Vista de Alejandro Bermúdez, Director de Aci Prensa y del Grupo ACI
El Antiguo Testamento se refiere a Nuestra Señora tanto en sus profecías como en sus tipos o figuras.
Profecías
Génesis 3,15: La primera profecía referente a María se encuentra en el mismo comienzo del Libro del
Génesis: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar.” Esta versión parece diferir en dos aspectos del texto hebreo original:
(1) En primer lugar, el texto hebreo emplea el mismo verbo para las dos variantes "ella te aplastará" y
"tú estarás al acecho"; los Setenta traduce el verbo en ambos casos por terein, estar al acecho; Aquila,
Símaco y los traductores sirios y samaritanos traducen el verbo hebreo por expresiones que significan
aplastar, magullar; la Itala traduce el terein utilizado en los Setenta con el término latino servare, vigilar;
San Jerónimo [1] afirma que el verbo hebreo tiene el significado de “aplastar” o “magullar en lugar de
“estar al acecho”, “vigilar”. Sin embargo en su propia obra, que se convirtió en la Vulgata latina, el santo
emplea el término "aplastar" (conterere|) en el primer lugar, y "estar al acecho" (insidiari) en el
segundo. Por tanto el castigo infligido a la serpiente y la venganza de ésta están expresadas con el
mismo verbo: pero la herida sufrida por la serpiente es mortal, ya que afecta a su cabeza, mientras que
la herida causada por ella no es mortal, ya que es infligida en el talón.
(2) El segundo punto de diferencia entre el texto hebreo y nuestra versión se refiere al agente que va a
infligir la herida mortal a la serpiente: nuestra versión coincide con el texto actual de la Vulgata en
traducir "ella" (ipsa) que se refiere a la mujer, mientras que el texto hebreo traduce hu´ (autos, ipse) que
se refiere a la descendencia de la mujer. Según nuestra versión y la traducción de la Vulgata, será la
mujer quien obtenga la victoria; según el texto hebreo, ella vencerá a través de su descendencia. Es en
este sentido en el que la Bula " Ineffabilis" le atribuye la victoria a Nuestra Señora. La variante "ella"
(ipsa) no es ni una corrupción intencionada del texto original ni un error accidental, sino que es una
versión explicativa que expresa explícitamente el hecho de la participación de Nuestra Señora en la
victoria sobre la serpiente, que está contenida implícitamente en el original hebreo. La fuerza de la
tradición cristiana referente a la participación de María en esta victoria puede deducirse del hecho de
que San Jerónimo mantuviera "ella" en su versión a pesar de su familiaridad con el texto original y con la
traducción "él" (ipse) en la antigua versión latina.
Dado que se admite comúnmente que el juicio divino se dirige no tanto contra la serpiente como contra
el causante del pecado, la descendencia de la serpiente hace referencia a los seguidores de la serpiente,
la "progenie de víboras", la "generación de víboras", aquellos cuyo padre es el diablo, los hijos del mal,
imitando, non nascendo ( Agustín) [2]. Uno puede sentir la tentación de comprender la descendencia de
la mujer en un sentido colectivo análogo, que abarca a todos los nacidos de Dios. Pero descendencia
puede denotar no sólo a una persona en particular, sino que generalmente tiene dicho significado, si el
contexto lo permite. San Pablo ( Gál. 3,16) da esta explicación de la palabra "descendencia" tal como
aparece en las promesas de los patriarcas: "Las promesas se le hicieron a Abraham y a su descendencia.
El no dijo, a sus descendientes, como muchos; sino como uno, a su descendencia, el cual es Cristo.”
Finalmente la expresión "la mujer" en la frase "Pondré enemistad entre ti y la mujer" es una traducción
literal del texto hebreo. La “Gramática Hebrea” de Gesenius-Kautzsch [3] establece la norma: es un
rasgo peculiar del hebreo el uso del artículo para indicar una persona o cosa todavía desconocida o que
todavía está por describir con claridad, ya se encuentre presente o tenga que considerarse bajo las
condiciones del contexto. Dado que nuestro artículo indefinido cumple este propósito, se podría
traducir: "Pondré enemistad entre ti y una mujer". Por tanto la profecía promete una mujer, Nuestra
Señora, que será la enemiga de la serpiente en un grado sobresaliente; además, la misma mujer saldrá
vencedora sobre el diablo, al menos a través de su descendencia. Se enfatiza la plenitud de la victoria
con la frase contextual "comerás tierra", que es, según Winckler [4], una expresión oriental antigua y
común que denota la máxima humillación [5].
Isaías 7,1,17: La segunda profecía referente a María se encuentra en Isaías 7,1-17. Los críticos se han
empeñado en representar este pasaje como una combinación de sucesos y palabras de la vida del
profeta escritos por un autor desconocido [6]. La credibilidad del contenido no resulta necesariamente
afectada por esta teoría, ya que las tradiciones proféticas pueden quedar registradas por cualquier
escritor sin perder por ello su credibilidad. Pero incluso Duhm considera la teoría como un intento
aparente por parte de los críticos de averiguar hasta dónde están dispuestos a aguantar pacientemente
los lectores; opina que es una verdadera desgracia para la crítica en cuanto tal el que haya encontrado
un mero compendio en un pasaje que describe tan gráficamente la hora del nacimiento de la fe.
Según 2 Reyes 16,1-4, y 2 Crón. 27,1-8, Ajaz, que comenzó su reinado en el 736 a.C., profesaba
abiertamente la idolatría, de forma que Dios lo dejó a merced de los reyes de Siria e Israel. Al parecer se
había establecido una alianza entre Pecaj, rey de Israel, y Rasín, rey de Damasco, con el propósito de
ofrecer resistencia a las agresiones asirias. Ajaz, quien apreciaba las inclinaciones asirias, no se unió a la
coalición; los aliados invadieron su territorio, con la intención de sustituir a Ajaz por un gobernante más
complaciente, un cierto hijo de Tabeel. Mientras Rasín estaba ocupado en reconquistar la ciudad costera
de Elat, Pecaj procedió en solitario contra Judá, "pero no pudieron prevalecer". Una vez Elat hubo caído,
Rasín unió sus fuerzas a las de Pecaj; "Siria y Efraím se habían confederado" y "tembló su corazón (de
Ajaz) y el corazón del pueblo, como tiemblan los árboles del monte a impulsos del viento". Había que
hacer preparativos inmediatos para un asedio prolongado, y Ajaz se encontraba intensamente ocupado
en las proximidades de la piscina superior, de la cual recibía la ciudad la mayor parte de su suministro de
agua. De ahí que Dios le diga a Isaías: "Sal luego al encuentro de Ajaz ... al final del caño de la alberca
superior". El encargo del profeta es de naturaleza extremadamente consoladora: "Mira bien no te
inquietes, no temas nada y ten firme corazón ante esos dos cabos de tizones humeantes". El plan de los
enemigos no tendrá éxito: "no aguantará y esto no sucederá". ¿Cuál será el destino concreto de los
enemigos?
• Siria no ganará nada, permanecerá como había estado en el pasado: " la cabeza de Siria es Damasco, y
la cabeza de Damasco es Rasín." • Efraím también permanecerá en el futuro inmediato como había
estado hasta ese momento: "la cabeza de Efraím es Samaria, y la cabeza de Samaria el hijo de Romelia";
pero al cabo de sesenta y cinco años será destruida, " dentro de sesenta y cinco años Efraím habrá
dejado de ser pueblo".
Ajaz había abandonado al Señor por Moloc, y había depositado su confianza en una alianza con Asiria;
de ahí la profecía condicional referente a Judá "si no crees, no continuarás". Inmediatamente sigue la
prueba de fe: "Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios, en lo profundo del seol o en lo más alto.” Ajaz
responde con hipocresía: "No la pediré, no tentaré a Yahveh”, negándose así a expresar su fe en Dios y
prefiriendo la política asiria. El rey prefiere a Asiria antes que a Dios, y Asiria vendrá sobre él: "Yahveh
atraerá sobre ti y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales no hubo desde aquel en que se
apartó Efraín de Judá (el rey de Asur)". La casa de David había ofendido no sólo a los hombres, sino
también a Dios con su incredulidad; por ello, "no continuará", y, por una ironía del castigo divino, será
destruida por aquellas mismas gentes a las que prefirió antes que a Dios.
Sin embargo, las promesas mesiánicas generales hechas a la casa de David no pueden frustrarse: "El
Señor mismo va a daros una señal. He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le
pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno.
Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos
reyes te dan miedo.” Dejando de lado una serie de preguntas relacionadas con la explicación de la
profecía, debemos limitarnos aquí a la prueba evidente de que la virgen mencionada por el profeta es
María, la Madre de Cristo. La argumentación se basa en las premisas de que la virgen mencionada por el
profeta es la madre de Emmanuel, y que Emmanuel es Cristo. La relación de la virgen con Emmanuel
está claramente expresada en las palabras inspiradas; las mismas indican, asimismo, la identidad de
Emmanuel con Cristo.
La relación de Emmanuel con la señal divina extraordinaria que iba a ser concedida a Ajaz nos
predispone a ver en la criatura alguien más que un niño corriente. En 8:8, el profeta le atribuye la
propiedad de la tierra de Judá: "Y la envergadura de sus alas abarcará la anchura de tu tierra,
Emmanuel." En 9:6, se dice que el gobierno de la casa de David descansa sobre su hombro, y se le
describe como dotado de cualidades superiores a las humanas: "Porque una criatura nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará ‘Maravilla de Consejero’, ‘Dios
Fuerte’, ‘Siempre Padre’, ‘Príncipe de la Paz’". Finalmente, el profeta llama a Emmanuel "vástago del
tronco de Jesé", dotado con "el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de
consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Dios"; su venida irá seguida de los signos generales de
la era mesiánica, y los que queden del pueblo escogido serán de nuevo el pueblo de Dios (11,1-16).
Cualquier oscuridad o ambigüedad que pudiera haber en el texto profético mismo es eliminada por San
Mateo (1,18-25). Después de narrar la duda de San José y la reafirmación del ángel de que "lo concebido
en ella es obra del Espíritu Santo", el evangelista continúa: "Todo esto se sucedió para que se cumpliese
el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le
pondrán por nombre Emmanuel’". No es necesario que repitamos la explicación del pasaje dada por
comentaristas católicos que responden a las objeciones presentadas contra el significado obvio del
evangelista. Podemos deducir de todo esto que en la profecía de Isaías se menciona a María como la
madre de Jesucristo; a la luz de la referencia a la profecía hecha por San Mateo, se puede añadir que
ésta predijo también la virginidad de María, intacta por la concepción de Emmanuel [7].
Miqueas 5,2,3: Una tercera profecía referente a Nuestra Señora se encuentra en Miqueas 5,2-3: "Mas
tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de
dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso Él los
abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos
volverá a los hijos de Israel". Aunque el profeta (cerca de 750-660 a.C.) fue contemporáneo de Isaías, su
actividad profética comenzó un poco más tarde y finalizó un poco antes que la de Isaías. No cabe
ninguna duda de que los judíos consideraban que las predicciones anteriores se referían al Mesías.
Según San Mateo (2,6), cuando Herodes preguntó a los sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer el
Mesías, le respondieron con las palabras de la profecía, "Y tú Belén, tierra de Judá…" De acuerdo a San
Juan (7,42), el populacho judío reunido en Jerusalén para la celebración de la fiesta formuló la pregunta
retórica: "¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, del pueblo
de donde era David?". La paráfrasis caldea de Miqueas 5,2 confirma la misma opinión: "De ti me saldrá
el Mesías, que señoreará en Israel". Las mismas palabras de la profecía no admiten prácticamente otra
explicación; pues "sus orígenes son del comienzo, desde los días de la eternidad".
Mas, ¿cómo se refiere la profecía a la Virgen María? Se denota a Nuestra Señora con la frase "hasta el
tiempo en que la que ha de parir parirá". Es cierto que "la que ha de parir" se ha atribuido también a la
Iglesia (San Jerónimo, Teodoreto), o al grupo de gentiles que se unieron a Cristo (Ribera, Mariana), o
también a Babilonia ( Calmet); pero, por una parte, no hay apenas relación suficiente entre ninguno de
estos sucesos y el redentor prometido; por otra parte, si el profeta se hubiese referido a cualquiera de
estos eventos, el pasaje debería decir "hasta el tiempo en que la que es estéril parirá". “La que ha de
parir” tampoco puede referirse a Sión: a Sión se le menciona sin figura antes y después de este pasaje,
de modo que no se puede esperar que el profeta recurra de repente a un lenguaje figurado. Mas aún, si
se explica así la profecía, no tendría un sentido satisfactorio. Las frases contextuales "el señor de Israel",
"sus orígenes", que en hebreo implica nacimiento, y "sus hermanos" hacen referencia a un individuo, no
a una nación; de ello se deduce que el parto debe referirse a esa misma persona. Se ha mostrado que la
persona que gobernará es el Mesías; por ello, "la que ha de parir" debe referirse a la madre de Cristo,
Nuestra Señora. Así explicado, todo el pasaje aparece claro: el Mesías ha de nacer en Belén, un pueblo
insignificante de Judá; su familia debe estar reducida a la pobreza y la oscuridad antes del momento de
su nacimiento; como esto no puede suceder si la teocracia permanece intacta, si la casa de David
continúa floreciendo, "por ello los entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá" al Mesías.
[8]
Jeremías 31,22: Una cuarta profecía referente a María se encuentra en Jeremías 31,22: "Pues ha creado
Yahveh una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón”. El texto del profeta Jeremías le ofrece no
pocas dificultades para el intérprete científico; nosotros seguiremos la versión de la Vulgata del original
hebreo. Pero incluso esta traducción ha sido explicada de muchas formas diferentes: Rosenmuller y
muchos intérpretes protestantes conservadores defienden la versión "una mujer protegerá a un
hombre", mas tal argumento difícilmente podría inducir a los hombres de Israel a retornar a Dios. La
explicación "una mujer buscará a un hombre" apenas concuerda con el texto; además, tal inversión del
orden natural es presentada en Isaías 4,1 como una señal de la más absoluta catástrofe. La versión de
Ewald "una mujer se convertirá en un hombre" es muy poco fiel al texto original. Otros comentaristas
ven en la mujer un tipo de la sinagoga o de la Iglesia, en el hombre un tipo de Dios, de modo que
explican que la profecía significa "Dios morará de nuevo en medio de la sinagoga (del pueblo de Israel)"
o "la Iglesia protegerá la tierra con sus valientes hombres". Pero el texto hebreo difícilmente evoca ese
significado; además, esa explicación convertiría ese pasaje en una tautología: "Israel retornará a su Dios,
ya que Israel amará a su Dios". Algunos autores recientes traducen el original hebreo por: "Dios crea
algo nuevo sobre la tierra: la mujer (esposa) retorna al hombre (su marido)". Según la Ley antigua (Deut.
24,1-4; Jeremías 3,1), el marido no podía volver a aceptar a su mujer una vez que la había repudiado;
pero el Señor introducirá una novedad al permitir a la mujer infiel, o lo que es lo mismo, es decir, la
nación culpable, volver a la amistad con Dios. Esta explicación se basa en una corrección aventurada del
texto; además, no implica necesariamente el significado mesiánico que se espera del pasaje.
Los Padres griegos siguen generalmente la Versión de los Setenta, "El Señor ha creado salvación en una
nueva plantación, los hombres caminarán seguros"; mas San Atanasio [9] combina la versión de Aquila
dos veces "Dios ha creado algo nuevo en la mujer" con la de los Setenta, diciendo que la nueva
plantación es Jesucristo, y que lo nuevo creado en la mujer es el cuerpo del Señor, concebido dentro de
la virgen sin la participación del hombre. También San Jerónimo [10] entiende el texto profético de la
virgen que concibe al Mesías. Esta explicación del pasaje concuerda con el texto y con el contexto. Como
el Verbo Encarnado poseyó desde el primer instante de su concepción todas sus perfecciones,
exceptuando aquellas relacionadas con su desarrollo corporal, es correcto afirmar que su madre
"abarcará a un hombre". No es necesario señalar que en una criatura recién concebida tal condición es
llamada correctamente, "algo nuevo sobre la tierra". El contexto de la profecía describe, después de una
breve introducción general (30,1-3), la futura libertad de Israel y la restauración en cuatro estrofas: 30,4-
11.12-22; 30,23; 31,14.15-26; las tres primeras estrofas terminan con la esperanza del tiempo
mesiánico. Debería esperarse que la cuarta estrofa tuviese también un final similar. Además, la profecía
de Jeremías, pronunciada alrededor del 589 a.C. y entendida en el sentido que se acaba de explicar,
concuerda con las expectativas mesiánicas contemporáneas basadas en Isaías 7,14; 9,6; Miqueas 5,3.
Según Jeremías, la madre de Cristo se diferencia de las otras madres en que su Hijo, incluso cuando aún
está en su vientre, tiene todas las propiedades que constituyen la verdadera naturaleza humana [11]. El
Antiguo Testamento se refiere indirectamente a María en aquellas profecías que predicen la
Encarnación del Verbo de Dios.
Para estar seguros del significado de un tipo, este significado debe ser revelado, es decir, debe habernos
sido transmitido a través de la Sagrada Escritura o de la tradición. Algunos escritores piadosos han
desarrollado numerosas analogías entre ciertos datos del Antiguo Testamento y los datos
correspondientes del Nuevo; sin embargo, por muy ingeniosas que estas evoluciones puedan ser,
realmente no prueban que Dios tuviera de hecho la intención de transmitir las verdades
correspondientes en el texto inspirados del Antiguo Testamento. Por otra parte, debe tenerse presente
que no todas las verdades contenidas ya sea en las Escrituras o en la tradición han sido explícitamente
propuestas a los fieles como materias de creencia por definición expresa de la Iglesia.
De acuerdo con el principio "Lex orandi est lex credenti" debemos tratar al menos con reverencia las
innumerables sugerencias contenidas en la liturgia y oraciones oficiales de la Iglesia. De esta forma es
como debemos considerar muchos de los tratamientos otorgados a Nuestra Señora en su letanía y en el
"Ave maris stella". Las antífonas y responsorios que se hallan en los Oficios que se recitan en las diversas
fiestas de Nuestra Señora sugieren un número de tipos de María que difícilmente hubieran sido
mostrados con tanta viveza de otra manera a los ministros de la Iglesia. La tercera antífona de laudes de
la Fiesta de la Circuncisión contempla en "la zarza que arde sin consumirse" (Éxodo 3,2) la figura de
María en la concepción de su Hijo sin perder su virginidad. La segunda antífona de laudes del mismo
Oficio contempla en el vellón de lana de Gedeón, húmedo por el rocío mientras que la tierra a su
alrededor había permanecido seca (Jueces 6.37-38), un tipo de María recibiendo en su vientre al Verbo
Encarnado [12]. El Oficio de la Virgen le aplica a María muchos de los pasajes referentes a la esposa en el
Cantar de los Cantares [13] y también los referentes a la sabiduría en el Libro de los Proverbios 8,22-31
[14]. Un "jardín cerrado, una fuente sellada" mencionado en Cantares 4,12 aplicado a María es sólo un
ejemplo concreto de todo lo referido anteriormente [15]. Además, Sara, Débora, Judit y Ester son
utilizadas variamente como tipos de María; el Arca de la Alianza, sobre la que se manifiesta la misma
presencia de Dios, es utilizada como la figura de María llevando al Verbo Encarnado en su vientre. Pero
es especialmente Eva, la madre de todos los vivientes (Gén. 3,20), la que es considerada como un tipo
de María, que es la madre de todos los vivientes en el orden de la gracia [16].
El lector de los Evangelios se queda al principio sorprendido al encontrar tan poco sobre María; pero
esta oscuridad de María en los Evangelios ha sido estudiada exhaustivamente por San Pedro Canisio
[17], Auguste Nicolas [18], el Cardenal Newman [19] y el muy reverendo J. Spencer Northcote [20]. En el
comentario al "Magníficat" publicado en 1518, incluso Lutero expresa su creencia de que los Evangelios
alaban suficientemente a María al llamarla (ocho veces) la Madre de Jesús. En los siguientes párrafos
agruparemos brevemente lo que se conoce de la vida de Nuestra Señora antes del nacimiento de su
divino Hijo, durante la vida oculta de Nuestro Señor, durante su vida pública y después de su
Resurrección.
Su ascendencia davídica: San Lucas (2,4) narra que San José subió desde Nazaret a Belén para
empadronarse, "por ser él de la casa y de la familia de David". Como si quisiera eliminar cualquier duda
respecto a la ascendencia davídica de María, el evangelista (1,32.69) afirma que al niño nacido de María
sin intervención de varón le será otorgado "el trono de David, su padre", y que el Señor Dios ha
"levantado en favor nuestro un cuerno de salvación en la casa de David, su siervo". [21] San Pablo
también da fe de que Jesucristo "nacido del linaje de David según la carne " (Rom. 1,3). Si María no
hubiera sido descendiente de David, su Hijo concebido por el Espíritu Santo no hubiera podido
considerarse "de la descendencia de David". Por ello los comentaristas nos dicen que en el texto "Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel... a una virgen desposada con un varón de nombre José,
de la casa de David" (Lucas 1,26-27); la última frase "de la casa de David" no se refiere a José, sino a la
doncella virgen que es el personaje principal de la narración; así tenemos un testimonio inspirado
directo de la ascendencia davídica de María [22].
Mientras que los comentaristas generalmente están de acuerdo en que la genealogía que se encuentra
al comienzo del primer Evangelio es la de San José, Annius de Viterbo propone su opinión, a la que ya se
refirió San Agustín, de que la genealogía de San Lucas describe la ascendencia de María. El texto del
tercer Evangelio (3,23) puede explicarse de forma que Helí sea el padre de María: "Jesús... era, según se
creía, hijo de José, hijo de Helí" [23]. En estas explicaciones el nombre de María no se menciona
explícitamente, pero va implícito; ya que Jesús es el hijo de Helí a través de María.
Sus padres: Aunque pocos comentaristas están de acuerdo con esta opinión acerca de la genealogía de
San Lucas, el nombre del padre de María, Helí, coincide con el nombre dado al padre de Nuestra Señora
en una tradición basada en la narración del Protoevangelio de Santiago, un Evangelio apócrifo que data
de finales del siglo II. Según este documento, los padres de María eran Joaquín y Ana. Ahora bien, el
nombre de Joachim es sólo una variante de Heli o Eliachim, sustituyendo un nombre divino (Yahveh) por
otro (Elí, Elohim). La tradición en lo que respecta a los padres de María, según el Evangelio de Santiago,
es reproducida por San Juan Damasceno [24], San Gregorio de Nisa [25], San Germán de Constantinopla
[26], Pseudo-Epifanio [27], pseudo-Hilario [28] y San Fulberto de Chartres [29]. Algunos de estos
escritores añaden que el nacimiento de María se consiguió gracias a las fervientes oraciones de Joaquín
y Ana cuando ya tenían una edad avanzada. Así como Joaquín pertenecía a la familia real de David,
también se supone que Ana era descendiente de la familia sacerdotal de Aarón; por ello, Cristo, el
Eterno Rey y Sacerdote, descendía de una familia real y sacerdotal [30].
El pueblo natal de los padres de María: Según San Lucas 1,26, María vivía en Nazaret, una ciudad de
Galilea en el momento de la Anunciación. Cierta tradición afirma que fue concebida y nació en la misma
casa en la que el Verbo se hizo carne [31]. Otra tradición, basada en el Evangelio de Santiago, considera
a Séforis como la primera casa de Joaquín y Ana, aunque se dice que después vivieron en Jerusalén, en
una casa a la que San Sofronio de Jerusalén llama Probatica [32]. El nombre Probática probablemente
procedía de la cercanía del santuario a la piscina llamad Probática o Betzaida en Juan 5,2. Aquí fue
donde nació María. Alrededor de un siglo después, sobre el 750 d.C., San Juan Damasceno [33] afirma
de nuevo que María nació en Probática.
Se dice que ya en el siglo V la emperatriz Eudoxia construyó una iglesia en el lugar en que nació María, y
donde sus padres vivieron en su ancianidad. La actual iglesia de Santa Ana se encuentra a una distancia
de menos de 100 pies de la piscina Probática. El 18 de marzo de 1889 se descubrió una cripta que
contiene el alegado lugar de la tumba de Santa Ana. Probablemente ese lugar fue en su origen un jardín
en el que Joaquín y Ana recibieron sepultura. En su época todavía estaba situado fuera de los muros de
la ciudad, a unos 400 pies al norte del Templo. Otra cripta cercana a la tumba de Sta. Ana se cree que es
el lugar donde nació la Bienaventurada Virgen; por ello, en los primeros tiempos a esa iglesia se le llamó
Santa María de la Natividad [34]. En el torrente Cedrón, cerca de la carretera que lleva a la Iglesia de la
Asunción, hay un pequeño santuario que contiene dos altares, que se cree que están edificados sobre
las tumbas de San Joaquín y Santa Ana; sin embargo, estos sepulcros pertenecen a la época de las
Cruzadas [35]. También en Séforis los cruzados reemplazaron un antiguo santuario situado sobre la
legendaria casa de San Joaquín y Santa Ana por una gran iglesia. Después de 1788 parte de esta iglesia
fue restaurada por los Padres Franciscanos.
Primero, se ha situado el acontecimiento en Belén. Esta opinión se basa en la autoridad de los siguientes
testigos: aparece expresada en un documento titulado "De nativ. S. Mariae" [36] incluido a continuación
de las obras de San Jerónimo; es una suposición más o menos vaga del Peregrino de Piacenza, llamado
erróneamente Antonino Mártir, que escribió alrededor del 580 d.C. [37]; finalmente, los Papas Pablo II
(1471), Julio II (1507), León X (1519), Pablo III (1535), Pío IV (1565), Sixto V (1586) e Inocencio XII (1698)
en sus Bulas referentes a la Santa Casa de Loreto afirman que la Bienaventurada Virgen nació, fue
educada y recibió la visita del ángel en la Santa Casa. Sin embargo, estos pontífices no deseaban en
realidad decidir sobre una cuestión histórica; ellos simplemente expresan las opiniones de sus épocas
respectivas.
Una segunda tradición situaba el nacimiento de Nuestra Señora en Séforis, a unas tres millas al norte de
Belén, la Diocesarea romana, y la residencia de Herodes Antipas hasta bien entrada la vida de Nuestro
Señor. La antigüedad de esta opinión puede deducirse por el hecho de que bajo el reinado de
Constantino se erigió en Séforis una iglesia para conmemorar la residencia de Joaquín y Ana en dicho
lugar [38]. San Epifanio habla de este santuario [39]. Pero esto sólo demuestra que Nuestra Señora
debió vivir durante algún tiempo en Séforis con sus padres, sin que por ello tengamos que creer que
nació allí.
La tercera tradición, la de que María nació en Jerusalén, es la más probable de las tres. Hemos visto que
se basa en el testimonio de San Sofronio, de San Juan Damasceno y sobre la evidencia de hallazgos
recientes en la Probática. La Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María no se celebró en Roma
hasta cerca de fines del siglo VII; pero dos sermones hallados entre los escritos de San Andrés de Creta
(m. 680) implican la existencia de esta fiesta, y nos hacen suponer que fue introducida en una fecha
anterior en algunas otras iglesias [40]. En 1799, el décimo canon del Sínodo de Salzburgo señala cuatro
fiestas en honor de la Madre de Dios: la Purificación (2 de febrero), la Anunciación (25 de marzo), la
Asunción (15 de agosto) y la Natividad (8 de septiembre).
La presentación de María: Según Éxodo 13,2 y 13,12, todo primogénito hebreo debía ser presentado en
el Templo. Dicha ley llevaría a los padres judíos piadosos a observar el mismo rito religioso con otros
hijos favoritos. Ello hace suponer que Joaquín y Ana presentaron a su hija en el Templo, la cual
obtuvieron tras largas y fervientes oraciones.
En cuanto a María, San Lucas (1,34) nos dice que respondió al ángel que le anunciaba el nacimiento de
Jesucristo: "cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón". Estas palabras difícilmente pueden ser
entendidas, a menos que supongamos que María había hecho voto de virginidad; pues cuando las
pronunció estaba desposada con San José [41]. La ocasión más adecuada para tal voto fue su
presentación en el Templo. Del mismo modo que algunos Padres admiten que las facultades de San Juan
Bautista fueron desarrolladas prematuramente por una intervención especial del poder de Dios, se
puede admitir la existencia de una gracia similar para con la hija de Joaquín y Ana [42].
Pero lo que se ha dicho no supera la certeza de las conjeturas piadosas anteriormente probables. La
consideración de que Nuestro Señor no pudo haberle negado a su bendita Madre cualquier favor que
dependiera exclusivamente de su magnificencia, no tiene un valor mayor que el de un argumento a
priori. La certeza sobre esta cuestión debe depender de testimonios externos y de las enseñanzas de la
Iglesia.
Ahora bien, el Protoevangelio de Santiago (7-8) y el documento titulado "De nativit. Mariae" (7-8), [43]
afirman que Joaquín y Ana, cumpliendo un voto que habían hecho, presentaron a la pequeña María en
el Templo cuando tenía tres años de edad; que la criatura subió sola los escalones del Templo, y que
hizo su voto de virginidad en dicha ocasión. San Gregorio de Nisa [44] y San Germán de Constantinopla
[45] aceptaron este testimonio, que también fue seguido por pseudo-Gregorio Nacianceno en su
"Christus patiens" [46]. Además, la Iglesia celebra la Fiesta de la Presentación, aunque no especifica a
qué edad fue presentada la pequeña María en el Templo, cuándo hizo su voto de virginidad y cuáles
fueron los dones sobrenaturales y naturales especiales que Dios le concedió. La fiesta es mencionada
por primera vez en un documento de Manuel Commeno, en 1166; desde Constantinopla, la fiesta debió
ser introducida en la Iglesia Occidental, donde la podemos hallar en la corte papal de Aviñón en 1371;
alrededor de un siglo más tarde, el Papa Sixto IV introdujo el Oficio de la Presentación, y en 1585 el Papa
Sixto V extendió la Fiesta de la Presentación a toda la Iglesia.
Sus esponsales con José: Los escritos apócrifos a los que nos hemos referido en el párrafo anterior
afirman que María permaneció en el Templo después de su presentación para ser educada con otros
niños judíos. Allí ella disfrutó de visiones extáticas y visitas diarias de los santos ángeles.
Cuando ella hubo cumplido los catorce años, el sumo sacerdote quería enviarla a casa para que
contrajera matrimonio. María le recordó su voto de virginidad, y confundido, el sumo sacerdote
consultó al Señor. Entonces llamó a todos los hombres jóvenes de la familia de David y prometió a María
en matrimonio a aquel cuya vara retoñara y se convirtiera en el lugar de descanso del Espíritu Santo en
forma de paloma. José fue el agraciado en este proceso extraordinario.
Hemos visto ya que San Gregorio de Nisa, San Germán de Constantinopla y pseudo-Gregorio Nacianceno
parecen admitir estas leyendas. Además, el emperador Justiniano I permitió que se construyera una
basílica en la plataforma del antiguo templo, en memoria de la estancia de Nuestra Señora en el
santuario; la iglesia fue llamada la Nueva Santa María, para distinguirla de la Iglesia de la Natividad. Se
cree que es la moderna mezquita de Al-Aqsa [47].
Por otra parte, la Iglesia no se pronuncia en lo que respecta a la estancia de María en el Templo. San
Ambrosio [48], cuando describe la vida de María antes de la Anunciación, supone expresamente que
vivía en la casa de sus padres. Todas las descripciones del Templo judío que puedan reclamar algún valor
científico nos dejan a oscuras en cuanto a la existencia de lugares en los que pudieran haber recibido su
educación las muchachas jóvenes. La estancia de Joás en el Templo hasta la edad de siete años no apoya
la suposición de que las chicas jóvenes fueran educadas dentro del recinto sagrado, ya que Joás era el
rey, y fue obligado por las circunstancias a permanecer en el Templo (cf. 2 Reyes 11,3). La alusión de 2
Macabeos 3,19, cuando dice "las jóvenes que estaban recluidas" no demuestra que ninguna de ellas
fuera retenida en los edificios del Templo. Si se dice que la profetisa Ana ( Lucas 2,37) que "no se
apartaba del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día", nosotros no suponemos que ella
viviera de hecho en una de las habitaciones del Templo. [49] Como la casa de Joaquín y Ana no se
encontraba muy alejada del Templo, podemos suponer que a la santa niña María se le permitía a
menudo visitar los sagrados edificios para que pudiera satisfacer su devoción.
A las doncellas judías se las consideraba aptas para el matrimonio a la edad de doce años y seis meses,
aunque la edad de la novia variaba según las circunstancias. El matrimonio era precedido por el
desposorio, después del cual la novia pertenecía legalmente al novio, aunque no vivía con él hasta un
año después, que era cuando el matrimonio solía celebrarse. Todo esto coincide con el lenguaje de los
evangelistas. San Lucas (1,27) llama a María "una virgen desposada con un varón de nombre José"; San
Mateo (1,18) dice "Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló
haber concebido María del Espíritu Santo". Como no conocemos ningún hermano de María, debemos
suponer que era una heredera, y estaba obligada por la Ley de Números 36,3 a casarse con un miembro
de su tribu. La ley misma prohibía el matrimonio entre determinados grados de parentesco, de modo
que incluso el matrimonio de una heredera se dejaba más o menos a su elección.
Según la costumbre judía, la unión de José y María tenía que ser concertada por los padres de José. Uno
se puede preguntar por qué María accedió a sus esponsales, cuando estaba ligada por su voto de
virginidad. De la misma manera que ella había obedecido la inspiración divina al hacer su voto, también
la obedeció al convertirse en la novia prometida de José. Además, hubiera sido un caso singular entre los
judíos el rehusar los esponsales o el matrimonio, ya que todas las doncellas judías aspiraban al
matrimonio como la realización de un deber natural. María confió implícitamente en la guía de Dios, y
por ello estaba segura de que su voto sería respetado incluso en su estado de casada.
La Visitación: Según Lucas 1,36, el ángel Gabriel le dijo a María en el momento de la Anunciación,
"Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era
estéril". Sin poner en duda la verdad de las palabras del ángel, María decidió enseguida contribuir a la
alegría de su piadosa pariente [50]. Por ello, continúa el evangelista (1,39): "En aquellos días se puso
María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel". Aunque María debe haberle comunicado a José su propósito de realizar esa visita, es
difícil determinar si él la acompañó; si dio la casualidad de que el momento de la visita coincidiese con
alguna de las temporadas de fiestas en que los israelitas tenían que acudir al Templo, habría pocas
dificultades acerca de la compañía.
El lugar de la casa de Isabel ha sido localizado en varios emplazamientos según los diferentes escritores:
ha sido situada en Machaerus, a unas diez millas al este del Mar Muerto, o en Hebrón, o también en la
antigua ciudad sacerdotal de Jutta, unas siete millas al sur de Hebrón, o finalmente en Ain-Karim, la
tradicional San Juan-en-la-Montaña, a unas cuatro millas al oeste de Jerusalén [51]. Sin embargo, los
tres primeros sitios no poseen ningún memorial tradicional del nacimiento o de la vida de San Juan
Bautista; además, Machaerus no estaba situada en las montañas de Judá; Hebrón y Jutta pertenecían a
Idumea, después del exilio a Babilonia, en tanto que Ain-Karim está situada en la "región montañosa"
[52] mencionada en el texto inspirado de San Lucas.
Después de un viaje de unas treinta horas, María "entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lucas
1,40). Según la tradición, en la época de la Visitación Isabel no vivía en su casa de la ciudad sino en su
villa, a unos diez minutos de la ciudad; antiguamente este lugar estaba señalado por una iglesia superior
y otra inferior. En 1861 se erigió sobre los antiguos cimientos la pequeña iglesia actual de la Visitación.
“Y sucedió que en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Fue en este
momento cuando Dios cumplió la promesa hecha por el ángel a Zacarías (Lc. 1,15), "estará lleno de
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre"; en otras palabras, el niño que Isabel llevaba en su seno
fue purificado de la mancha del pecado original. La plenitud del Espíritu Santo en el niño se desbordó,
por así decirlo, en el alma de su madre, "e Isabel se llenó del Espíritu Santo" (Lc. 1,41). Así, tanto la
madre como el hijo fueron santificados por la presencia de María y del Verbo Encarnado [53]; llena
como estaba del Espíritu Santo, Isabel "exclamando con gran voz dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre! y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas
llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc. 1,42-45). Dejando a los comentaristas
la explicación completa del pasaje precedente, centramos nuestra atención sólo en dos puntos:
Isabel comienza su saludo con las mismas palabras con las que el ángel había terminado su salutación,
mostrando de esta manera que ambos hablaban por inspiración del Espíritu Santo.
Isabel es la primera en llamar a María por su título más honorable "Madre de Dios".
El evangelista termina su relato de la Visitación con las palabras: "María permaneció con ella como unos
tres meses y se volvió a su casa" (Lc. 1,56). Muchos ven en esta breve frase del tercer evangelio una
sugerencia implícita de que María permaneció en casa de Zacarías hasta el nacimiento de [San Juan
Bautista]], mientras que otros niegan tal implicación. Dado que el cuadragésimo tercer canon del
Concilio de Basilea (1441 d.C.) colocó la Fiesta de la Visitación para el día 2 de julio, el día siguiente a la
octava de la fiesta de San Juan Bautista, se ha deducido que posiblemente María permaneciera con
Isabel hasta después de la circuncisión del niño; pero no hay más pruebas que corroboren esta
suposición. Aunque la Visitación es descrita con tanta precisión en el tercer evangelio, su fiesta no
parece haberse celebrado hasta el siglo XIII, cuando fue introducida a través de la influencia de los
franciscanos; fue instituida oficialmente en 1389 por el Papa Urbano VI.
José se entera del embarazo de María: Después del regreso de casa de Isabel, María "se encontró
encinta por obra del Espíritu Santo" (Mateo 1,18). Dado que entre los judíos los desposorios constituían
un verdadero matrimonio, el uso del matrimonio después del tiempo de los esponsales no era nada
extraño entre ellos. Por ello, el embarazo de María no podía sorprender a nadie más que al mismo San
José. La situación debió haber sido extremadamente dolorosa tanto para él como para María, ya que él
no conocía el misterio de la Encarnación. El evangelista dice: "Su marido José, como era justo, y no
quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto" (Mt. 1,19). María dejó la solución a esta
dificultad en manos de Dios, y Dios le informó en su momento al asombrado esposo de la verdadera
condición de María. Mientras José "reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un
ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en casa a María, tu esposa, pues lo
concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús,
porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1,20-21).
Poco después de esta revelación, José concluyó el ritual del contrato de matrimonio con María. El
Evangelio dice sencillamente: "Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt. 1,24). Si bien es cierto que deben haber pasado al menos
tres meses entre los esponsales y el matrimonio, durante los cuales María permaneció con Isabel, es
imposible determinar con exactitud el lapso de tiempo transcurrido entre las dos ceremonias. No
sabemos cuánto tiempo después de los esponsales le anunció el ángel a María el misterio de la
Encarnación, y tampoco sabemos cuánto duró la duda de San José antes de que fuera iluminado por la
visita del ángel. Teniendo en cuenta la edad a la que las doncellas judías se convertían en casaderas, es
posible que María diera a luz a su Hijo cuando contaba alrededor de trece o catorce años de edad.
Ningún documento histórico nos dice qué edad tenía en realidad en el momento de la Natividad.
El viaje a Belén: Lucas (2,1-5) explica cómo San José y María viajaron desde Nazaret hasta Belén por
obediencia al decreto de César Augusto que prescribía un censo general. Las cuestiones relacionadas
con este decreto han sido tratadas en el artículo cronología bíblica. Se dan varias razones por las que
María debió haber acompañado a José en este viaje: es posible que ella no deseara perder la protección
de José durante este periodo crítico de su embarazo, o puede que haya seguido una inspiración divina
especial que la impulsaba a marchar para que se cumplieran las profecías referentes a su divino Hijo, o
también puede que fuera obligada a ir debido a la ley civil, ya fuera como heredera o para satisfacer el
impuesto personal que había que pagar por las mujeres mayores de doce años. [54]
Dado que el empadronamiento había atraído a multitud de extranjeros a Belén, María y José no
encontraron sitio en la posada de la caravana y tuvieron que alojarse en una gruta que servía de refugio
para los animales. [55]
María da a luz a Nuestro Señor: "Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento” (Lc. 2,6); este lenguaje no deja claro si el nacimiento de Nuestro Señor ocurrió
inmediatamente después de que José y María se hubieran alojado en la gruta, o varios días después. Lo
que se narra acerca de los pastores "vigilaban por turno durante la noche su rebaño" (Lc. 2,8) muestra
que Cristo nació durante la noche.
Después de dar a luz a su Hijo, María "le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre" (Lc. 2,7), señal
de que no sufrió dolores ni debilidades en el parto. Esta deducción coincide con las enseñanzas de
algunos de los principales Padres y teólogos: San Ambrosio [56], San Gregorio de Nisa [57], San Juan
Damasceno [58], el autor de Christus patiens [59], Santo Tomás [60], etc. No era adecuado que la madre
de Dios estuviera sujeta al castigo pronunciado en Génesis 3,16 contra Eva y sus hijas pecadoras.
Poco después del nacimiento del niño los pastores, obedientes a la invitación del ángel, llegaron a la
gruta "y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre" (Lc. 2,16). Podemos suponer que
los pastores divulgaron las felices nuevas que habían recibido durante la noche entre sus amigos en
Belén, y que la Sagrada Familia fue recibida por alguno de sus habitantes piadosos en un alojamiento
más adecuado.
La circuncisión de Jesús: “Cuando se cumplieron los ocho día para circuncidarle, se le dio el nombre de
Jesús.” (Lc. 2,21). El rito de la circuncisión se llevaba a cabo bien en la sinagoga bien en el hogar del niño;
es imposible determinar dónde tuvo lugar la circuncisión de Nuestro Señor. De todos modos, su
Bienaventurada Madre debe haber estado presente durante la ceremonia.
La Presentación: Según la ley de Levítico 12,2-8, la madre judía de un varón tenía que presentarse
cuarenta días después de su nacimiento para su purificación legal; según Éxodo 13,2 y Números 18,15, el
primogénito tenía que ser presentado en esa misma ocasión. Cualesquiera que fueran las razones que
María y el Niño hubieran podido tener para reclamar una excepción, el hecho es que acataron la Ley. Sin
embargo, en vez de ofrecer un cordero, presentaron el sacrificio de los pobres, que consistía en un par
de tórtolas o de pichones. En 2 Corintios 8,9, San Pablo les dice a los corintios que Jesucristo "siendo
rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza". Aún más
agradable a Dios que la pobreza de María fue la prontitud con que ofreció a su divino Hijo para la
complacencia de su Padre Celestial.
Después que se hubo cumplido con los ritos ceremoniales, el santo Simeón tomó al Niño en sus brazos y
dio gracias a Dios por el cumplimiento de sus promesas; hizo una llamada de atención sobre la
universalidad de la salvación que iba a venir a través de la redención mesiánica "la que has preparado a
la vista de todos los pueblos; luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo, Israel" (Lc. 2,31 ss.).
María y José comenzaron ahora a conocer más plenamente a su divino Hijo; ellos "estaban admirados de
lo que se decía de Él" (Lc. 2,33). Como si quisiera preparar a nuestra Bienaventurada Madre para el
misterio de la Cruz, el santo Simeón le dijo: "Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel
y para ser señal de contradicción; y ¡a ti misma una espada te atravesará el alma!, a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lc. 2,34-35). María había padecido su primer gran
dolor cuando José había dudado al tomarla por esposa; su segundo gran dolor lo experimentó cuando
oyó las palabras del santo Simeón.
Aunque el incidente de la profetisa Ana había tenido un alcance más general, ya que ella "hablaba del
niño a todos los que esperaban la redención de Israel" (Lc. 2,38), debe haber aumentado en gran
medida el asombro de José y María. Los comentadores han interpretado variamente la observación final
del evangelista "Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su
ciudad de Nazaret" (Lc. 2,39); en lo referente al orden de los sucesos, consulte el artículo Cronología de
la Vida de Jesucristo.
La visita de los Magos: Tras la Presentación, la Sagrada Familia o volvió directamente a Belén, o fue
primero a Nazaret y de allí a la ciudad de David. De todos modos, después de que Dios hubo guiado
hasta Belén a "unos magos que venían del Oriente" "Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su
madre, y de hinojos le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y
mirra" (Mateo 2,11). El evangelista no menciona a José; no porque no estuviera presente, sino porque
María ocupa el lugar principal junto al Niño. Los evangelistas no han contado cómo dispusieron María y
José de los regalos ofrecidos por sus ricos visitantes.
La huida a Egipto: Poco después de la partida de los Magos, José recibió el mensaje del ángel del Señor
para que huyera a Egipto con el Niño y su madre debido a los malvados propósitos de Herodes; la pronta
obediencia del santo varón es descrita brevemente por el evangelista con las palabras: "Levantándose
de noche, tomó al niño y a la madre y partió para Egipto" (Mt. 2,14). Los judíos perseguidos siempre
habían buscado refugio en Egipto (cf. 1 Reyes 11,40; 2 Rey. 25,26); en tiempos de Cristo, los colonos
judíos eran especialmente numerosos en la tierra del Nilo [61]; según Filón [62] eran al menos un millón.
En Leontópolis, en el distrito de Heliópolis, los judíos tenían un templo (160 a.C. - 73 d.C.) que rivalizaba
en esplendor con el Templo de Jerusalén. [63] Por todo ello, la Sagrada Familia podía esperar hallar en
Egipto una cierta ayuda y protección.
Por otra parte, era necesario un viaje de al menos diez días desde Belén para alcanzar los distritos
habitados más cercanos de Egipto. No sabemos qué camino tomó la Sagrada Familia en su huida;
pudieron haber tomado la carretera ordinaria a través de Hebrón; o pudieron marchar vía Eleuterópolis
y Gaza o también pudieron haberse pasado al oeste de Jerusalén hacia la gran carretera militar de
Joppe.
Apenas existe algún documento histórico que nos pueda servir de ayuda para determinar dónde vivió la
Sagrada Familia en Egipto, y tampoco sabemos cuánto duró este exilio forzado. [64]
Cuando José recibió del ángel la noticia de la muerte de Herodes y la orden de volver a la tierra de Israel,
“Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel.” (Mt. 2,21). La noticia de
que Arquelao reinaba en Judea impidió que José se estableciera en Belén, como había sido su intención;
"avisado en sueños se retiró a la región de Galilea, y fue a habitar a una ciudad llamada Nazaret" (Mt.
2,22-23). En todos estos detalles, María sencillamente se dejó guiar por José, que a su vez, recibió las
manifestaciones divinas como cabeza de la Sagrada Familia. No hay necesidad de señalar el intenso
dolor de María ante la temprana persecución del Niño.
La Sagrada Familia en Nazaret: La vida de la Sagrada Familia en Nazaret fue la propia de un comerciante
pobre normal. Según San Mateo 13,55, la gente del pueblo preguntaba "¿No es éste el hijo del
carpintero?"; la pregunta, tal y como viene expresada en el segundo Evangelio (Marcos 6,3) muestra una
ligera variación, "¿No es éste el carpintero?". Mientras José ganaba el sustento para la Sagrada Familia
con su trabajo diario, María atendía los diversos deberes del hogar. San Lucas (2,40) dice brevemente de
Jesús: "El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él". El
Sabbath semanal y las grandes fiestas anuales interrumpían la rutina diaria de la vida en Nazaret.
El hallazgo del Niño en el Templo: Según la Ley del Éxodo 23:17, sólo los hombres estaban obligados a
visitar el Templo en las tres festividades solemnes del año; pero las mujeres se unían a menudo a los
hombres para satisfacer su devoción. San Lucas (2,41) nos informa de que "Sus padres (del Niño) iban
todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua". Probablemente dejaban al niño Jesús en casa de
amigos o parientes durante los días que duraba la ausencia de María. Según la opinión de algunos
escritores, el Niño no dio ninguna señal de su divinidad durante los años de su infancia, con el propósito
de aumentar los méritos de la fe de José y María, basada en lo que habían visto y oído en el momento
de la Encarnación y el nacimiento de Jesús. Los doctores de la Ley judíos sostenían que un chico se
convertía en hijo de la Ley a la edad de doce años y un día; después de esto, estaba obligado por los
preceptos legales.
El evangelista nos proporciona aquí la información de que "Cuando tuvo doce años, subieron ellos como
de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo
sus padres.” (Lc. 2,42-43). Esto ocurrió probablemente después del segundo día de fiesta, cuando José y
María regresaban con otros peregrinos galileos; la ley no exigía una estancia más larga en la Ciudad
Santa. Durante el primer día, la caravana hacía generalmente un viaje de cuatro horas, y pasaba la noche
en Beroth, en la frontera norte del antiguo reino de Judá. Los cruzados construyeron en este lugar una
preciosa iglesia gótica para conmemorar el dolor de Nuestra Señora cuando "le buscaban entre los
parientes y conocidos, pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca" (Lc. 2,44-45). No
encontraron al Niño entre los peregrinos que habían venido a Beroth en el primer día de viaje; tampoco
le encontraron el segundo día, cuando José y María regresaron a Jerusalén; no fue hasta el tercer día
cuando "le encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándoles y
preguntándoles... Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has
hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” (Lc. 2,40-48). La fe de María no
le permitía temer que un mínimo accidente le ocurriera a su divino Hijo; pero percibió que su conducta
habitual de docilidad y sumisión había cambiado por completo. Este sentimiento fue la causa de la
pregunta, por qué Jesús había tratado a sus padres de aquella manera. Jesús respondió simplemente:
"¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc. 2,49). Ni José ni
María tomaron estas palabras como una reprimenda; "Pero ellos no comprendieron la respuesta que les
dio" (Lc. 2,50). Un escritor reciente ha sugerido que el significado de la última frase debe ser entendido
"ellos (es decir, los que estaban presentes) no entendieron lo que les (es decir, a José y a María) decía".
El resto de la juventud de Nuestro Señor: Después de esto, Jesús "bajó con ellos, y vino a Nazaret"
donde comenzó una vida de trabajo y pobreza, de la cual dieciocho años son resumidos por el
evangelista en estas pocas palabras, "y vivía sujeto a ellos... Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y
en gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc. 2,51-52). El escritor inspirado describe brevemente la vida
interior de María con la expresión "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón" (Lucas 2:51). Una expresión análoga había sido usada en 2,19, "María guardaba todas estas
cosas y las meditaba en su corazón". Así, María observaba la vida diaria de su divino Hijo, y crecía en su
conocimiento y amor a través de la meditación sobre lo que veía y oía. Ciertos escritores han señalado
que el evangelista indica aquí la última fuente de la que obtuvo el material contenido en sus dos
primeros capítulos.
La virginidad perpetua de María: Relacionados con el estudio de María durante la vida oculta de Nuestro
Señor, nos encontramos los aspectos referentes a su virginidad perpetua, su maternidad divina y su
santidad personal. Su virginidad inmaculada ha sido suficientemente considerada en el artículo sobre el
Nacimiento Virginal. Las autoridades allí citadas sostienen que María permaneció virgen cuando
concibió y dio a luz a su divino Hijo, y también después del nacimiento de Jesús. La pregunta de María
(Lc. 1,34), la respuesta del ángel (Lc. 1,35.37), la manera de comportarse de José durante su duda (Mt.
1,19-25), las palabras que Cristo dirigió a los judíos (Juan 8,19), muestran que María conservó su
virginidad durante la concepción de su divino Hijo.
En cuanto a la virginidad de María después del parto, no es negada ni por las expresiones de San Mateo
"antes de empezar a estar juntos ellos" (1,18), "su primogénito" (1,25), ni por el hecho de que los libros
del Nuevo Testamento se refieran repetidamente a los “ hermanos de Jesús” [66]. Las palabras "antes
de empezar a estar juntos ellos" significan probablemente "antes de que viviesen en la misma casa",
refiriéndose al tiempo en que sólo estaban desposados; mas incluso si estas palabras fueran entendidas
como vida marital, sólo afirman que la Encarnación tuvo lugar antes de que tal relación fuera
establecida, y sin implicar por ello que ésta ocurriese después de la Encarnación del Hijo de Dios [67].
Lo mismo debe decirse de la expresión "Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo" (Mt. 1,25); el
evangelista nos dice lo que no ocurrió antes del nacimiento de Jesús, sin sugerir que ello ocurriera
después de su nacimiento [68]. El nombre "primogénito" se aplica a Jesús tanto si su madre continuó
siendo virgen como si dio a luz a otros hijos después de Jesús; entre los judíos era un nombre legal [69],
de modo que su aparición en el Evangelio no puede extrañarnos.
Finalmente, "los hermanos de Jesús" no son ni los hijos de María ni los hermanos de Nuestro Señor, en
un sentido estricto del término, sino sus primos o los parientes más o menos cercanos [70]. La Iglesia
insiste en que con su nacimiento el Hijo de Dios no disminuyó sino que consagró la integridad virginal de
su madre (oración secreta en la Misa de Purificación). Los Padres se expresan también en un lenguaje
similar en lo que se refiere a este privilegio de María. [71]
La maternidad divina de María: La maternidad divina de María está basada en las enseñanzas de los
Evangelios, en los escritos de los Padres y en la definición expresa de la Iglesia. San Mateo (1,25) testifica
que María "dio a luz a su primogénito" y que Él fue llamado Jesús. Según San Juan (1,15) Jesús es la
Palabra hecha carne, el Verbo que asumió la naturaleza humana en el vientre de María. Como María era
verdaderamente la madre de Jesús, y como Jesús era verdadero Dios desde el primer momento de su
concepción, María es en verdad la madre de Dios. Incluso los primeros Padres no dudaron en sacar esta
conclusión, como puede verse en los escritos de San Ignacio [72], San Ireneo [73] y Tertuliano [74]. La
alegación de Nestorio que le negaba a María el título de "Madre de Dios" (75) fue seguida por las
enseñanzas del Concilio de Éfeso, que proclamó que María es Theotokos en el verdadero sentido de la
palabra [76].
La perfecta santidad de María: Unos pocos escritores patrísticos expresaron sus dudas acerca de la
presencia de defectos morales menores en Nuestra Señora [77]. San Basilio, por ejemplo, sugiere que
María sucumbió a la duda al oír las palabras del Bendito Simeón y al presenciar la crucifixión [78]. San
Juan Crisóstomo opina que María habría sentido miedo y preocupación si el ángel no le hubiese
explicado el misterio de la Encarnación, y que demostró un poco de vanagloria en la fiesta de las bodas
de Caná y al visitar a su Hijo durante su vida pública acompañada de los Hermanos del Señor [79]. [[San
Cirilo de Alejandría [80] habla de la duda de María y su desesperanza al pie de la Cruz. Mas no se puede
afirmar que estos escritores griegos expresen una tradición apostólica, cuando lo que expresan son sus
opiniones singulares y privadas.
La Escritura y la tradición están de acuerdo en atribuirle a María la más grande santidad personal; fue
concebida sin la mancha del pecado original; muestra la mayor humildad y [[paciencia] en su vida diaria
(Lc. 1,38. 48); demuestra una paciencia heroica en las circunstancias más difíciles (Lucas 2,7.35.48; Juan
19,25-27). Cuando se contempla la cuestión del pecado, María constituye siempre una excepción [81]. El
Concilio de Trento (Ses. VI, Can. 23) confirma la total exclusión de María del pecado: "Si alguien dice que
el hombre una vez justificado puede evitar todo pecado, incluso venial, durante su vida entera, como la
Iglesia mantiene que hizo la Virgen María por un privilegio especial de Dios, sea reo de anatema". Los
teólogos afirman que María fue inmaculada, no por la perfección esencial de su naturaleza, sino por un
privilegio divino especial. Mas aún, los Padres, al menos desde el siglo V, afirman casi unánimemente
que la Bienaventurada Virgen nunca experimentó los impulsos de la concupiscencia.
El milagro en Caná: Los evangelistas relacionan el nombre de María con tres sucesos diferentes en la
vida pública de Nuestro Señor: con el milagro de Caná, con su predicación y con su Pasión. El primero de
estos incidentes es narrado en Juan 2,1-10: “…se celebraba una boda en Caná de [[Galilea… y estaba allí
la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y como faltara vino, porque
se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué
tengo yo contigo? Todavía no ha llegado mi hora.”
Se supone naturalmente que uno de los contrayentes estaba emparentado con María, y que Jesús había
sido invitado a causa del parentesco de su madre. La pareja debe haber sido bastante pobre, ya que el
vino estaba de hecho acabándose. María desea salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder agasajar
adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo. Ella simplemente expone su necesidad, sin
añadir ninguna petición. Al dirigirse a las mujeres, Jesús emplea de modo uniforme la palabra "mujer"
(Mt. 15,28; Lc. 13,12; Juan 4,21; 8,10; 19,26; 20,15), una expresión utilizada por los escritores clásicos
como un tratamiento respetuoso y honorable [82]. Los pasajes citados arriba muestran que en el
lenguaje de Jesús el tratamiento "mujer" tiene un significado sumamente respetuoso.
La frase "qué tengo yo contigo" traduce el griego ti emoi kai soi, que a su vez corresponde a la frase
hebrea mah li walakh. Esta última aparece en Jueces 11,12; 2 Samuel 16,10; 19,23, 1 Reyes 17,18; 2 Rey.
3,13; 9,18; 2 Crón. 35,21. El Nuevo Testamento muestra expresiones equivalentes en Mt. 8,29; Marcos
1,24; Lc. 4,34; 8,28; Mat. 27,19. El significado de la frase varía según el carácter de los que hablan,
abarcando desde una oposición muy pronunciada a una conformidad cortés. Un significado tan variable
le hace difícil al traductor encontrar un equivalente igualmente variable. "Qué tengo que ver contigo",
"esto no es asunto mío ni tuyo", "por qué me causas tantos problemas", "déjame ocuparme de esto",
son algunas de las traducciones sugeridas. En general, las palabras parecen referirse a la importunidad
bien o mal intencionada que se esfuerzan por eliminar.
La última parte de la respuesta de Nuestro Señor presenta menos dificultades para el intérprete:
“Todavía no ha llegado mi hora”, no se puede referir al momento preciso en que la necesidad de vino
requerirá la intervención milagrosa de Jesús; pues en el lenguaje de San Juan “mi hora” o “la hora”
denota el tiempo predestinado para algún suceso importante (Juan 4,21.23; 5,25.28; 7,30; 8,29; 12,23;
13,1; 16,21; 17,1). Por ello, el significado de la respuesta de Nuestro Señor es: "¿Por qué me importunas
pidiéndome tal intervención? El momento señalado por Dios para tal manifestación no ha llegado
todavía"; o "¿por qué te preocupas? ¿no ha llegado el momento de manifestar mi poder?" El primero de
estos significados implica que gracias a la intercesión de María, Jesús adelantó el momento dispuesto
para la manifestación de su poder milagroso [83]; el segundo significado se obtiene al comprender la
segunda parte de las palabras de Nuestro Señor como una pregunta, como hizo San Gregorio de Nisa
(84), y por la versión árabe del "Diatessaron" de Taciano (Roma, 1888) [85]. María comprendió las
palabras de su divino Hijo en su sentido correcto; ella avisó sencillamente a los sirvientes, "Haced lo que
Él os diga" (Juan 2,5). No hay posibilidad de explicar la respuesta de Jesús como una denegación de la
petición.
María durante la vida apostólica del Señor: Durante la vida apostólica de Jesús, María logró pasar casi
completamente inadvertida. Al no ser llamada para ayudar directamente a su Hijo en su ministerio, no
quiso interferir en su trabajo con una presencia inoportuna. En Nazaret se la consideraba como una
madre judía común; San Mateo (13,55-56; cf. Marcos 6,3) presenta a la gente del pueblo diciendo: "¿No
es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y
Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?” Dado que la gente deseaba, por su lenguaje,
rebajar la consideración de Nuestro Señor, debemos deducir que María pertenecía al orden social
inferior de la gente del pueblo. El pasaje paralelo de San Marcos dice, "¿No es éste el carpintero?", en
lugar de "¿No es éste el hijo del carpintero?" Puesto que ambos evangelistas omiten el nombre de
SanJosé, debemos suponer que ya había muerto antes de que este episodio sucediera.
A primera vista, parece que Jesús mismo despreciaba la dignidad de su Bienaventurada Madre. Cuando
le dijeron: "¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte. Pero Él respondió al
que se lo decía: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus
discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre
celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Mt. 12,47-50; cf. Mc. 3,31-35; Lucas 8,19-21). En
otra ocasión "…alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos
que te criaron! Pero Él dijo: Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc. 11,27-
28).
En realidad, en ambos pasajes Jesús sitúa el lazo que une el alma con Dios por encima del lazo natural de
parentesco que une a la Madre de Dios con su divino Hijo. Esta última dignidad no es menospreciada;
Nuestro Señor la utiliza como un medio para hacer ver el valor real de la santidad, dado que obviamente
los hombres lo aprecian con más facilidad. Por tanto, en realidad Jesús ensalza a su Madre del modo
más enfático, dado que ella superó al resto de los hombres en santidad no menos que en dignidad [86].
Muy probablemente María se encontraba también entre las santas mujeres que atendían a Jesús y a sus
Apóstoles durante su ministerio en Galilea (cf. Lc. 8.2-3); los evangelistas no menciona ninguna otra
aparición pública de María durante los viajes de Jesús a través de Galilea o de Judea. Sin embargo,
debemos recordar que, cuando el sol aparece, aun las más brillantes estrellas se tornan invisibles.
María durante la Pasión de Nuestro Señor: Dado que la Pasión de Jesucristo tuvo lugar durante la
semana pascual, se espera naturalmente encontrar a María en Jerusalén. La profecía de Simeón se
cumplió en su plenitud principalmente durante los momentos de sufrimiento de Nuestro Señor. Según
una tradición, su Bienaventurada Madre se encontró con Jesús cuando cargaba con la Cruz camino del
Gólgota. El Itinerario del Peregrino de Burdeos describe los lugares memorables que el escritor visitó en
el 333 d.C., pero no menciona ninguna localidad consagrada a este encuentro entre María y su divino
Hijo [87]. El mismo silencio domina en el llamado Peregrinatio Silviae que solía atribuirse al 385 d.C.,
pero que últimamente ha sido asignado al 533-540 d.C. [88]. Mas un plano de Jerusalén, que data del
año 1308, muestra una iglesia de San Juan Bautista con la inscripción "Pasm. Vgis", Spasmus Virginis, el
desmayo de la Virgen. Durante el curso del siglo XIV, los cristianos comenzaron a localizar los lugares
consagrados a la Pasión de Cristo, y entre ellos se encontraba el lugar en el que se dice que María se
desmayó al ver a su Hijo sufriendo [89]. Desde el siglo XV se encuentra siempre "Sancta Maria de
Spasmo" entre las estaciones del Vía Crucis, erigidas en varias partes de Europa a imitación de la Vía
Dolorosa de Jerusalén [90]. El hecho de que Nuestra Señora debería haberse desmayado a la vista de los
sufrimientos de su Hijo no está muy de acuerdo con su comportamiento heroico al pie de la Cruz; a
pesar de ello, debemos considerar su calidad de mujer y madre en su encuentro con su Hijo camino del
Gólgota, mientras que es la Madre de Dios al pie de la Cruz.
La maternidad espiritual de María Mientras Jesús colgaba en la Cruz, "Junto a la cruz de Jesús estaban su
madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre
y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su Madre: Mujer, he ahí tienes a tu hijo. Luego dice al
discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa". (Juan 19,25-27).
El oscurecimiento del sol y los otros fenómenos naturales extraordinarios deben haber asustado a los
enemigos del Señor lo suficiente como para que no interfirieran con su madre y con los pocos amigos
que permanecían al pie de la cruz. Entre tanto, Jesús había orado por sus enemigos y le había prometido
el perdón al ladrón penitente; al llegar ese momento, Él tuvo compasión de su desolada madre, y
aseguró su porvenir. Si San José hubiera estado vivo, o si María hubiera sido la madre de aquellos que
son llamados hermanos o hermanas de Nuestro Señor en los Evangelios, tal medida no hubiera sido
necesaria. Jesús utiliza el mismo título respetuoso con el que se había dirigido a su madre en las fiestas
de las bodas de Caná. Ahora Él le confía a María a Juan como su madre, y desea que María considere a
Juan como su hijo.
Entre los primeros escritores, Orígenes es el único que considera la maternidad de María sobre todos los
fieles en este sentido. Según él, Cristo vive en todos sus seguidores perfectos, y así como María es la
Madre de Cristo, también es la madre de aquel en el que Cristo vive. Por ello, según Orígenes, el hombre
tiene un derecho indirecto a reclamar a María como su madre, en la medida en que se identifique con
Jesús por la vida de la gracia [91]. En el siglo IX, Jorge de Nicomedia [92] explica las palabras de Nuestro
Señor en la cruz de forma que Juan es confiado a María, y con Juan todos los discípulos, convirtiéndola
en madre y señora de todos los compañeros de Juan. En el siglo XII Ruperto de Deutz explica las palabras
de Nuestro Señor estableciendo la maternidad espiritual de María sobre los hombres, aunque San
Bernardo, el ilustre contemporáneo de Ruperto, no cita este privilegio entre los numerosos títulos de
Nuestra Señora [93]. Posteriormente, la explicación de Ruperto de las palabras de Nuestro Señor en la
cruz se volvió más y más común, tanto es así que en nuestros días se la puede hallar prácticamente en
todos los libros de piedad [94].
La doctrina de la maternidad espiritual de María está contenida en el hecho de que ella es la antítesis de
Eva: Eva es nuestra madre natural ya que es el origen de nuestra vida natural; por tanto, María es
nuestra madre espiritual ya que es el origen de nuestra vida espiritual. Una vez más, la maternidad
espiritual de María se basa en el hecho de que Jesús es nuestro hermano, ya que es "el primogénito
entre muchos hermanos" (Romanos 8,29). Ella se convirtió en nuestra madre desde el momento en que
accedió a la Encarnación del Verbo, la Cabeza del cuerpo místico cuyos miembros somos nosotros; y ella
selló su maternidad al consentir al sacrificio cruento en la Cruz que es la fuente de nuestra vida
sobrenatural. María y las santas mujeres (Mt. 17,56; Mc. 15,40; Lucas 23,49; Juan 19,25) presenciaron la
muerte de Jesús en la cruz; probablemente, ella permaneció durante el descendimiento de su Cuerpo
sagrado y durante su funeral. El Sabbath siguiente fue para ella tiempo de dolor y esperanza. El
undécimo canon de un concilio celebrado en Colonia, en 1423, instituyó contra los husitas la Fiesta de
los Siete Dolores de María, y la colocó en el viernes siguiente al tercer domingo después de Pascua. En
1725 el Papa Benedicto XIV extendió la fiesta a toda la Iglesia, y la colocó el viernes de la Semana Santa.
"Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa" (Jn. 19,27). No se puede determinar a partir de
los Evangelios si ellos vivieron en Jerusalén o en otro lugar.
En el siglo XII, Ruperto de Deutz [97], y también Eadmer [98], San Bernardino de Siena [99], San Ignacio
de Loyola [100], Suárez [101], Maldonado [102] etc. admiten una aparición del Salvador resucitado a su
Bienaventurada Madre [103]. El hecho de que Cristo resucitado se haya aparecido primero a su
Bienaventurada Madre coincide al menos con nuestras piadosas expectativas.
Aunque los Evangelios no nos lo dicen expresamente, podemos suponer que María estaba presente
cuando Jesús se apareció a varios de sus discípulos en Galilea y en el momento de su Ascensión (cf.
Mateo 28,7.10.16; Marcos 16,7). Más aún, no es improbable que Jesús visitara repetidamente a su
Bienaventurada Madre durante los cuarenta días después de su Resurrección.
Hechos 1,14 a 2.4 Según el Libro de los Hechos (1,14), después de la Ascensión de Cristo a los cielos los
Apóstoles "subieron al piso alto" y "todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas
mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste". A pesar de su ensalzada dignidad,
no era María, sino Pedro quien actuaba como cabeza de la asamblea (1,15). María se comportó en la
habitación del piso alto en Jerusalén como se había comportado en la gruta de Belén; en Belén había
dado a luz al Niño Jesús, en Jerusalén nutría a la Iglesia naciente. Los amigos de Jesús permanecieron en
la habitación superior hasta "el día de Pentecostés", cuando "se produjo de repente un ruido como el de
un viento impetuoso...Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de
ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo" (Hch. 2,1-4). Aunque el Espíritu Santo había descendido
sobre María de una forma especial en el momento de la Encarnación, ahora le comunicó un nuevo grado
de gracia. Quizás, esta gracia pentecostal le dio a María la fuerza para cumplir adecuadamente sus
deberes para con la Iglesia naciente y sus hijos espirituales.
Gálatas 4,4 En cuanto a las Epístolas, la única referencia directa a María se halla en Gálatas 4,4: “Pero al
llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley”. Algunos
manuscritos en latín, seguidos por varios Padres, leen gennomenon ek gunaikos en lugar de genomenon
ek gunaikos, “nacido de una mujer”, en lugar de “hecho de una mujer”. Pero esta variante no puede ser
aceptada. Pues
gennomenon es el participio presente, y debe ser traducido “siendo nacido de una mujer”, así que no
encaja en el contexto [104];
En Romanos 1,3, que es hasta cierto punto un paralelo de Gálatas 4,4, San Pablo escribe genomenos ek
spermatos Daueid kata sarko, es decir, “nacido del linaje de David según la carne”.
Tertuliano [a06] señala que la palabra “hecho” implica más que la palabra “nacido”; pues recuerda al “
Verbo hecho carne”, y establece la realidad de la carne hecha de la Virgen.
Además, el apóstol emplea la palabra "mujer" en la frase que nos ocupa, porque desea indicar
simplemente el sexo, sin ningún tipo de connotación ulterior. En realidad, sin embargo, la idea de un
hombre hecho de una mujer solamente sugiere la concepción virginal del Hijo de Dios. San Pablo parece
poner de relieve la verdadera idea de la Encarnación del Verbo, una verdadera comprensión de este
misterio de salvaguarda tanto la divinidad como la verdadera humanidad de Jesucristo [107].
El Apóstol San Juan nunca usa el nombre de María cuando habla de Nuestra Señora, que siempre se
refiere a ella como Madre de Jesús (Juan, 2,1.3; 19,25-26). En su última hora, Jesús había establecido la
relación de madre e hijo entre María y Juan, y un niño no se dirige normalmente a su madre por su
primer nombre.
Fue el hijo de María quien "fue llevado ante Dios, y a su trono" en el momento de su Ascensión a los
cielos.
El dragón, o el diablo del Paraíso Terrenal (cf. Apoc. 12,9; 20,2), se esfuerza por devorar al Hijo de María
desde el primer momento de su nacimiento, al despertar los celos de Herodes y, más tarde, la
enemistad de los judíos.
Debido a sus indecibles privilegios, María puede ser descrita perfectamente como "vestida de sol, con la
luna bajo sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas".
Es cierto que los comentaristas entienden generalmente que el pasaje completo se aplica literalmente a
la Iglesia, y que parte de los versos concuerdan mejor con la Iglesia que con María. Pero debe tenerse en
cuenta que María es a la vez una figura de la Iglesia y su miembro más conspicuo. Lo que se dice de la
Iglesia, en cierto modo se puede decir también de María. Por ello el pasaje del Apocalipsis (12,5-6) no se
refiere a María como una mera adaptación [108], sino que se aplica a ella en un sentido
verdaderamente literal que parece estar parcialmente limitado a ella y parcialmente extendido a toda la
Iglesia. La relación de María con la Iglesia está bien resumida en la expresión "collum corporis mystici"
aplicada a Nuestra Señora por San Bernardino de Siena [109].
El cardenal Newman [110] considera dos dificultades contra la interpretación anterior de la visión de la
mujer y el niño: primero, se dice que está escasamente apoyada por los Padres; segundo, es un
anacronismo atribuir tal cuadro de la Madona a la era apostólica. En cuanto a la primera objeción, el
eminente escritor dice: “Los cristianos nunca fueron a la Escritura en busca de pruebas de sus doctrinas,
hasta que se produjo esa necesidad real, debido a la presión de las controversias; si en aquellos tiempos
la dignidad de la Bienaventurada Virgen era indudable por parte de todos, como un asunto de doctrina,
las Escrituras continuarían siendo un libro cerrado para ellos en lo que respecta a la argumentación del
asunto.”
Después de desarrollar en profundidad esta respuesta, el cardenal continúa: “En cuanto a la segunda
objeción que he considerado, lejos de admitirla, me parece que está elaborada sobre un simple hecho
imaginario, y que la verdad del asunto se encuentra justo en el lado opuesto. La Virgen y el Niño no es
una simple idea moderna; al contrario, ha sido representada una y otra vez, como sabe cualquiera que
haya visitado Roma, en las pinturas de las catacumbas. María está ahí dibujada con el Niño divino en su
regazo, ella con las manos extendidas en oración, él con sus manos en actitud de bendecir.”
Hasta ahora hemos recurrido a los escritos o a los restos de la primera época cristiana en la medida que
explican o ilustran las enseñanzas del Antiguo o del Nuevo Testamento respecto a la Bienaventurada
Virgen. En los siguientes párrafos tendremos que llamar la atención sobre el hecho de que estas mismas
fuentes, hasta un cierto punto, complementan la doctrina de las Escrituras. A este respecto, constituyen
la base de la tradición; si la evidencia que aportan es suficiente, en un caso dado, para garantizar su
contenido como parte genuina de la Divina revelación, es un hecho que debe ser determinado de
acuerdo con los criterios científicos ordinarios seguidos por los teólogos. Sin entrar en estas cuestiones
puramente teológicas, presentaremos este material tradicional, en primer lugar, que arroja luz sobre la
vida de María después del día de Pentecostés; en segundo lugar, en cuanto que nos proporciona
pruebas de la actitud de los primeros cristianos hacia la Madre de Dios.
El día de Pentecostés, el Espíritu Santo había descendido sobre María cuando vino sobre los Apóstoles y
discípulos reunidos en la habitación del piso alto en Jerusalén. Sin duda, las palabras de San Juan (19,27)
"y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa", se refieren no sólo al tiempo entre Pascua y
Pentecostés, sino que se extienden a toda la vida posterior de María. Sin embargo, el cuidado de María
no interfirió con el ministerio apostólico de Juan. Incluso los documentos inspirados (Hch. 8,14-17; Gál.
1,18-19; Hch. 21,18) muestran que el apóstol estuvo ausente de Jerusalén en numerosas ocasiones,
aunque debe haber participado en el Concilio de Jerusalén, en el 51 ó 52 d.C. Debemos también suponer
que en María especialmente se cumplieron las palabras de Hch. 2,42: "perseveraban en la doctrina de
los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración". De este modo, María fue un ejemplo
y una fuente de ánimo para la comunidad de los primeros cristianos. Al mismo tiempo, debemos
confesar que no poseemos ningún documento auténtico que hable directamente de la vida de María
después de Pentecostés.
Lugares de su vida, muerte y sepultura: En cuanto a la tradición, existe cierto testimonio sobre la
residencia temporal de María en o cerca de Éfeso, pero es mucho más fuerte la evidencia de su hogar
permanente en Jerusalén.
(1) En un pasaje de la carta sinodal del Concilio de Éfeso [111] se puede leer: "Por esta razón también
Nestorio, el instigador de la herejía impía, cuando hubo llegado a la ciudad de los efesios, donde Juan el
Teólogo y la Virgen Madre de Dios Santa María, alejándose por su propia voluntad de la reunión de los
santos Padres y Obispos..." Dado que San Juan había vivido en Éfeso y había sido enterrado allí [112], se
ha deducido que la elipsis de la carta sinodal significa bien "donde Juan ...y la Virgen...María vivieron" o
bien "donde Juan...y la Virgen...María vivieron y están enterrados".
(2) Bar Hebreo o Abulfaragio, un obispo jacobita del siglo XIII, narra que San Juan llevó a la Virgen
consigo a Patmos, entonces fundó la Iglesia de Éfeso, y enterró a María en un lugar desconocido [113].
(3) El Papa Benedicto XIV [114] afirma que María siguió a San Juan hasta Éfeso y allí murió. Tuvo también
la intención de eliminar del Breviario aquellas lecciones donde se mencionaba la muerte de María en
Jerusalén, pero murió antes de llevarlo a cabo [115].
(4) La residencia temporal y la muerte de María en Éfeso están apoyadas por escritores tales como
Tillemont [116], Calmet [117], etc.
(5) En Panaguia Kapoli, en una colina a unas nueve o diez millas de Éfeso, se descubrió una casa, o más
bien sus restos, en la que se supone que vivió María. La casa fue buscada y hallada siguiendo las
indicaciones proporcionadas por Ana Catalina Emerick en su vida de la Bienaventurada Virgen.
Argumentos contra Éfeso: Estos argumentos a favor de la residencia o enterramiento de María en Éfeso
no son irrebatibles, si se los examina más detenidamente.
(1) La elipsis de la carta sinodal del Concilio de Éfeso puede ser completada de forma que no implique
dar por sentado que Nuestra Señora vivió o murió en Éfeso. Dado que en la ciudad había una doble
iglesia dedicada a la Virgen María y a San Juan, la frase incompleta de la carta sinodal puede terminarse
de forma que diga, "donde Juan el Teólogo y la Virgen... María tienen un santuario". Esta explicación de
dicha frase ambigua es una de las dos sugeridas al margen del Collect. Concil. de Labbe (1.c) [118].
(2) Las palabras de Bar Hebreo contiene dos afirmaciones inexactas: San Juan no fundó la Iglesia de
Éfeso, ni tampoco llevó consigo a María a Patmos. San Pablo fundó la Iglesia de Éfeso, y María había
muerto antes del exilio de Juan a Patmos. No sería sorprendente, por tanto, que el escritor se
equivocara en lo que dice sobre el enterramiento de María. Además, Bar Hebreo vivió en el siglo XIII; los
escritores más antiguos se preocuparon más acerca de los lugares sagrados de Éfeso; mencionan la
tumba de San Juan y la de una hija de Felipe [119], pero no dicen nada sobre el lugar de la tumba de
María.
(3) En cuanto a Benedicto XIV, este gran pontífice no enfatiza tanto la muerte y sepultura de María en
Éfeso cuando habla de su Asunción a los cielos.
(4) Ni Benedicto XIV ni otras autoridades que apoyan los argumentos a favor de Éfeso proponen ninguna
razón que haya sido considerada concluyente por otros estudiantes científicos de este asunto.
(5) La casa encontrada en Panaguia-Kapouli tiene algún valor en cuanto que está relacionada con las
visiones de Ana Catalina Emerick. Su distancia hasta la ciudad de Éfeso da lugar a una suposición
contraria a que fuera la casa del apóstol San Juan. El valor histórico de las visiones de Catalina no es
admitido universalmente. Monseñor Timoni, arzobispo de Esmirna, escribe, refiriéndose a Panaguia-
Kapouli: "Cada uno es completamente libre de tener su propia opinión". Finalmente, la concordancia
entre las condiciones de la casa en ruinas de Panaguia-Kapouli y la descripción de Catharine no prueban
necesariamente la verdad de su afirmación en cuanto a la historia del edificio [120].
(1) En el año 451, Juvenal, obispo de Jerusalén, testificó sobre la presencia de la tumba de María en
Jerusalén. Es extraño que ni San Jerónimo, ni el Peregrino de Burdeos ni tampoco pseudo-Silvia
proporcionen ninguna evidencia sobre un lugar tan sagrado. Sin embargo, cuando el emperador
Marción y la emperatriz Pulqueria le pidieron a Juvenal que enviara los restos sagrados de la Virgen
María de su tumba en Getsemaní a Constantinopla, donde planeaban dedicarle una nueva iglesia a
Nuestra Señora, el obispo citó una antigua tradición que decía que el cuerpo sagrado había sido asunto
al cielo, y sólo envió a Constantinopla el ataúd y el sudario. Esta narración se basa en la autoridad de un
tal Eutimio, cuyo relato fue incluido en una homilía de San Juan Damasceno [121] que actualmente se
lee en el segundo nocturno del cuarto día de la octava de la Asunción. Scheeben [122] opina que las
palabras de Eutimio son una interpolación posterior: no encajan en el contexto; contienen una apelación
a Dionisio el Pseudo-Areopagita [123] que no se mencionan de ningún modo antes del siglo VI; y son
poco fiables en su conexión con el nombre del obispo Juvenal, a quien el Papa San León [124] acusó de
falsificación de documentos. En su carta, el pontífice le recuerda al obispo los sagrados lugares que tiene
ante sus ojos, pero no menciona la tumba de María [125]. Si se considera que este silencio es puramente
fortuito, la principal pregunta sigue siendo, ¿cuánta verdad histórica hay en el relato de Eutimio acerca
de las palabras de Juvenal?
(2) Se debe mencionar aquí el apócrifo "Historia dormitionis et assumptionis B.M.V.", que reclama a San
Juan por su autor. [126] Tischendorf opina que las partes más importantes de la obra se remontan al
siglo IV, quizás incluso al siglo II [127]. Aparecieron variaciones del texto original en árabe, siríaco y en
otras lenguas; entre estas variaciones hay que destacar una obra llamada "De transitu Mariae Virg.", que
apareció bajo la firma de San Melitón de Sardes [128]. El Papa Gelasio incluye este trabajo entre las
obras prohibidas [129]. Los incidentes extraordinarios que estas obras relacionan con la muerte de
María carecen de importancia aquí; sin embargo, sitúan sus últimos momentos y su entierro en o cerca
de Jerusalén.
(3) Otro testigo de la existencia de una tradición que sitúa la tumba de María en Getsemaní la constituye
la basílica que fue erigida sobre el lugar sagrado, hacia finales del siglo IV o comienzos del V. La iglesia
actual fue construida por los latinos en el mismo lugar en que se había levantado el antiguo edificio.
[130]
(4) En la primera parte del siglo VII, Modesto, Obispo de Jerusalén, localizó el tránsito de Nuestra Señora
en el Monte Sión, en la casa que contenía el Cenáculo y la habitación del piso superior de Pentecostés
[131]. E n esta época, una sola iglesia cubría las localidades consagradas por estos varios misterios. Es
asombrosa la tardía evidencia de una tradición que llegó a estar tan extendida a partir del siglo VII.
(5) Otra tradición se conserva en el "Commemoratorium de Casis Dei" dirigida a Carlomagno [132], la
cual coloca la muerte de María en el Monte de los Olivos, donde se levanta una iglesia que se dice que
conmemora este suceso. Es posible que el escritor intentara relacionar el tránsito de María con la iglesia
de la Asunción, del mismo modo que la tradición gemela lo conectaba con el cenáculo. De cualquier
manera, se puede concluir que alrededor del comienzo del siglo V existía una tradición bastante
extendida que sostenía que María había muerto en Jerusalén y había sido enterrada en Getsemaní. Esta
tradición parece descansar sobre bases más sólidas que la versión de que Nuestra Señora murió y fue
enterrada en o cerca de Éfeso. Dado que al llegar a este punto carecemos de documentación histórica,
resultaría difícil establecer la relación de cualquiera de las dos tradiciones con los tiempos apostólicos.
[133]
Conclusión Hemos visto que no hay certeza absoluta sobre el lugar en el que María vivió después del día
de Pentecostés. Aunque es más probable que permaneciera ininterrumpidamente en o cerca de
Jerusalén, puede haber residido durante un tiempo en las cercanías de Éfeso, y ello puede haber
originado la tradición de su muerte y enterramiento en Éfeso. Existe aún menos información histórica
referente a los incidentes particulares de su vida. San Epifanio [134] duda incluso de la realidad de la
muerte de María; pero la creencia universal de la Iglesia no coincide con la opinión privada de San
Epifanio. La muerte de María no fue necesariamente una consecuencia de la violencia; ni tampoco fue
una expiación o un castigo, ni el resultado de una enfermedad de la que, como su divino Hijo, ella fue
eximida. Desde la Edad Media prevalece la opinión que murió de amor, ya que su gran deseo era
reunirse con su Hijo ya fuera disolviendo los lazos entre cuerpo y alma o rogando a Dios para que El los
disolviese. Su muerte fue un sacrificio de amor que completó el sacrificio doloroso de su vida. Es la
muerte en el beso del Señor (in osculo Domini), de la que mueren los justos. No hay una tradición cierta
sobre el año en que murió María. Baronio en sus Anales se apoya en un pasaje de la Crónica de Eusebio
para asumir que María murió en el 48 d.C. Hoy se cree que este pasaje de la Crónica es una
interpolación posterior [135]. Nirschl se basa en una tradición encontrada en Clemente de Alejandría
[136] y Apolonio [137] que se refiere al mandato de Nuestro Señor a los Apóstoles para que fueran a
predicar doce años en Jerusalén y Palestina antes de extenderse a las naciones del mundo; a partir de
esto, él también llega a la conclusión de que María murió en el 48 d.C.
Su asunción al cielo: La Asunción de Nuestra Señora a los cielos ha sido tratada en el artículo Fiesta de la
Asunción de María [138]. Esta fiesta es probablemente la más antigua de todas las festividades de María
propiamente dichas [139]. En cuanto al arte, la Asunción ha sido un tema favorito de la Escuela de Siena,
que generalmente representa a María siendo elevada a los cielos en una mandorla. Vea también el
artículo Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María.
Su imagen y su nombre:
Del siglo III poseemos pinturas de Nuestra Señora presente durante la adoración de los Reyes Magos; se
encuentran en los cementerios de Domitila y Calixto. Los cuadros pertenecientes al siglo IV se
encuentran en los cementerios de San Pedro y Marcelino; en uno de éstos ella aparece con la cabeza
descubierta, en otro con los brazos medio extendidos como en actitud de súplica, y con el Niño de pie
frente a ella. En las tumbas de los primeros cristianos, los santos figuraban como intercesores por sus
almas, y entre estos santos, María ocupó siempre un lugar de honor. Además de las pinturas en las
paredes y sarcófagos, las catacumbas proporcionan asimismo cuadros de María pintados sobre discos de
vidrio dorado sellados mediante otro disco de vidrio soldado al anterior [142]. Estas pinturas pertenecen
generalmente a los siglos III o IV, y frecuentemente van acompañadas de la leyenda MARIA o MARA.
Uso de su nombre: Hacia fines del siglo IV el nombre de María se había vuelto muy frecuente entre los
cristianos; esto muestra otra señal de la veneración que sentían por la Madre de Dios [143].
Conclusión: Nadie puede sospechar de idolatría entre los primeros cristianos, como si hubieran rendido
culto supremo a los cuadros de María o a su nombre; sin embargo, ¿cómo podemos explicar los
fenómenos enumerados, a menos que supongamos que los primeros cristianos veneraron a María de
una forma especial? [144] Tampoco puede afirmarse que esta veneración sea una corrupción
introducida posteriormente. Se ha comprobado que las pinturas más antiguas datan de principios del
siglo II, de forma que ello prueba que durante los primeros cincuenta años después de la muerte de San
Juan la veneración de María había prosperado en la Iglesia de Roma.
Primeros escritos En cuanto a la actitud de las Iglesias de Asia Menor y de Lyon podemos recurrir a las
palabras de San Ireneo, un alumno de San Policarpo, [145] discípulo de San Juan; él llama a María
nuestra más eminente abogada. San Ignacio de Antioquía, parte de cuya vida transcurrió en tiempos
apostólicos, escribió a los efesios (c. 18-19) en forma tal que relacionaba más íntimamente los misterios
de la vida de Nuestro Señor con los de la Virgen María. Por ejemplo, la virginidad de María y su parto
son enumerados con la muerte de Cristo, como constituyentes de tres misterios desconocidos para el
diablo. El autor sub-apostólico de la Carta a Diogneto, cuando escribe sobre los misterios cristianos a un
pagano que pregunta, describe a María como la más grande antítesis de Eva, y esta idea de Nuestra
Señora aparece repetidamente en otros escritores incluso antes del Concilio de Éfeso. Hemos llamado la
atención varias veces sobre las palabras de San Justino y Tertuliano, los cuales escribieron ambos antes
de finales del siglo II.
Dado que es aceptado que las alabanzas de María crecen conforme crece la comunidad cristiana,
podemos concluir en resumen que la veneración y la devoción a María comenzaron incluso en tiempos
de los Apóstoles.
Notas
[2] cf. Sab. 2,25; Mat. 3,7; 23,33; Jn. 8,44; 1 Jn. 3,8-12.
[5] cf. Jeremias, Das Alte Testament im Lichte des alten Orients, 2nd ed., Leipzig, 1906, 216; Himpel,
Messianische Weissagungen im Pentateuch, Tubinger theologische Quartalschrift, 1859; Maas, Christ in
Type and Prophecy, I, 199 ss., Nueva York, 1893; Flunck, Zeitschrift für katholische Theologie, 1904, 641
sqq.; San Justino, Dial. c. Tryph., 100 (P.G., VI, 712); San Ireneo, Adv. Haer., III, 23 (P.G., VII, 964); San
Cipriano., Test. c. Jud., II, 9 (P.L., IV, 704); San Epifanio, Haer., III, II, 18 (P.G., XLII, 729).
[7] cf. Knabenbauer, Comment. in Isaiam, París, 1887; Schegg, Der Prophet Isaias, Munchen, 1850;
Rohling, Der Prophet Isaia, Munster, 1872; Neteler, Das Bush Isaias, Munster, 1876; Condamin, Le livre
d'Isaie, París, 1905; Maas, Christ in Type and Prophecy, Nueva York, 1893, I, 333 ss.; Lagrange, La Vierge
et Emmaneul, en Revue biblique, París, 1892, págs. 481-497; Lémann, La Vierge et l'Emmanuel, París,
1904; SAN Ignacio, ad Eph., cc. 7, 19, 19; San Justino, Dial., P.G., VI, 144, 195; San Ireneo, Adv. Haer., IV,
XXXIII, 11.
[8] Cf. los principales comentarios católicos sobre Miqueas; también Maas, "Christ in Type and
Prophecy”, Nueva York, 1893, I, págs. 271 ss.
[11] cf. Scholz, Kommentar zum Propheten Jeremias, Würzburgo, 1880; Knabenbauer, Das Buch
Jeremias, des Propheten Klagelieder, und das Buch Baruch, Vienna, 1903; Conamin, Le texte de Jeremie,
XXXI, 22, est-il messianique? en Revue biblique, 1897, 393-404; Maas, Christ in Type and Prophecy,
Nueva York, 1893, I, 378 ss.
[12] cf. San Ambrosio, De Spirit. Sanct., I, 8-9, P.L., XVI, 705; San Jerónimo, Epist., CVIII, 10; P.L., XXII, 886.
[13] cf. Gietmann, In Eccles. et Cant. cant., París, 1890, 417 ss.
[14] cf. Bula "Ineffabilis", cuarta lectura del Oficio para el 10 de diciembre.
[21] cf. Tertuliano, De Carne Christi, 22; P.L., II, 789; San Agustín, De Cons. Evang., II, 2, 4; P.L., XXXIV,
1072.
[22] Cf. San Ignacio, Ad Ephes, 187; San Justino, c. Taryph., 100; San Agustín, c. Faust, XXIII, 5-9;
Bardenhewer, Maria Verkundigung, Friburgo, 1896, 74-82; Friedrich, Die Mariologie des hl. Augustinus,
Cöln, 1907, 19 ss.
[31] Schuster y Holzammer, Handbuch zur biblischen Geschichte, Friburgo, 1910, II, 87, nota 6
[34] cf. Guérin, Jerusalén, París, 1889, págs. 284, 351-357, 430; Socin-Benzinger, Palästina und Syrien,
Leipzig, 1891, p. 80; Revue biblique, 1893, págs. 245 ss.; 1904, págs. 228 ss; Gariador, Les Bénédictins, I,
Abbaye de Ste-Anne, V, 1908, 49 ss.
[38] cf. Lievin de Hamme, Guide de la Terre-Sainte, Jerusalén, 1887, III, 183
[43] Tischendorf, Evangelia apocraphya, 2da. ed., Leipzig, 1876, págs. 14-17, 117-179
[49] cf. Corn. Jans., Tetrateuch. en Evang., Lovain,a 1699, p. 484; Knabenbauer, Evang. sec. Luc., París,
1896, p. 138
[50] cf. San Ambrosio, Expos. Evang. sec. Luc., II, 19, P.L., XV, 1560
[51] cf. Schick, Der Geburtsort Johannes' des Täufers, Zeitschrift des Deutschen Palästina-Vereins, 1809,
81; Barnabé Meistermann, La patrie de saint Jean-Baptiste, Par+is, 1904; Idem, Noveau Guide de Terre-
Sainte, París, 1907, 294 ss.
[53] cf. Aug., ep. XLCCCVII, ad Dardan., VII, 23 ss., P.L., XXXIII, 840; Ambr. Expos. Evang. sec. Luc., II, 23,
P.L., XV, 1561
[54] cf. Knabenbauer, Evang. sec. Luc., París, 1896, 104-114; Schürer, Geschichte des Jüdischen Volkes
im Zeitalter Jesu Christi, 4ta. ed., I, 508 ss.; Pfaffrath, Theologie und Glaube, 1905, 119
[55] cf. San Justino, Cial. c. Tryph., 78, P.G., VI, 657; Origígenes, C. Cels., I, 51, P.G., XI, 756; Eusebio, Vita
Constant., III, 43; Demonstr. evang., VII, 2, P.G., XX, 1101; San Jerónimo, ep. ad Marcell., XLVI [al. XVII].
12; ad Eustoch., XVCIII [al. XXVII], 10, P.L., XXII, 490, 884
[58] De Fide orth., IV, 14, P.G., XLIV, 1160; Fortun., VIII, 7, P.L., LXXXVIII, 282;
[63] cf. Schurer, Geschichte des Judischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, Leipzig, 1898, III, 19-25, 99
[64] Las leyendas y tradiciones respecto a estos puntos se hallan en Jullien's "L'Egypte" (Lille, 1891),
págs. 241-251, y en la obra del mismo autor titulada "L'arbre de la Vierge a Matarich", 4ta. edit. (Cairo,
1904).
[65] En cuanto a la virginidad de María en su alumbramiento podemos consultar a San Ireneo, Haer. IV,
33, P.G., VII, 1080; San Ambrosio, Ep. XLII, 5, P.L., XVI, 1125; San Agustín, Ep. CXXXVII, 8, P.L., XXXIII, 519;
Serm. LI, 18, P.L., XXXVIII, 343; Enchir. 34, P.L., XL, 249; San León, Serm., XXI, 2, P.L., LIV, 192; San
Fulgencio, De Fide ad Petr., 17, P.L., XL, 758; Genadio, De Eccl. Dogm., 36, P.G., XLII, 1219; San Cirilo de
Alejandría, Hom. XI, P.G., LXXVII, 1021; San Juan Damasceno, De Fide Orthod., IV, 14, P.G., XCIV, 1161;
Pasch. Radb., de partu Virg., P.L., CXX, 1367; etc. En cuanto a las dudas pasajeras sobre la virtinidad de
María durante su alumbramiento, vea Orígenes, In Luc., Hom. XIV, P.G., XIII, 1834; Tertuliano, Adv.
Marc., III, 11, P.L., IV, 21; De Carne Christi, 23, P.L., II, 336, 411, 412, 790.
[66] Mt. 12,46-47; 13,55-56; Mc. 3,31-32; 3,3; Lc. 8,19-20; Jn. 2,12; 7,3.5.10; Hch. 1,14; 1 Cor. 9,5; Gál.
1,19; Judas 1
[68] cf. San Juan Crisóstomo, In Matt., 5,3, P.G., LVII, 58; San Jerónimo, De Perpetua Virgin. B.M., 6, P.L.,
XXIII, 183-206; San Ambrosio, De Institut. Virgin., 38, 43, P.L., XVI, 315, 317; Santo Tomás, Summa theol.,
III, q. 28, a. 3; Petav., De Incarn., XIC, III, 11; etc.
[69] cf. Ex. 34,19; Núm. 18,15; San Epifanio, Haer. LXXCVIII, 17, P.G., XLII, 728
[71] San Pedro Crisólogo, Serm., CXLII, en Annunt. B.M. V., P.G., LII, 581; Hesych., hom. V de S. M. Deip.,
P.G., XCIII, 1461; San Ildefonso Ce Virgin. Perpet. S.M., P.L., XCVI, 95; San Bernardo, de XII praer. B.V.M.,
9, P.L., CLXXXIII, 434, etc.
[76] Cf. Ambrosio, In Luc. II, 25, P.L., XV, 1521; San Cirilo de Alejandría, Apol. pro XII cap.; c. Julian., VIII;
ep. ad Acac., 14; P.G., LXXVI, 320, 901; LXXVII, 97; Juan de Antioquía, ep. ad Nestor., 4, P.G., LXXVII,
1456; Teodoreto, Haer. Bab., IV, 2, P.G., LXXXIII, 436; San Gregorio Nacianceno, ep. ad Cledon., I, P.G.,
XXXVII, 177; Proclo, Hom. de Matre Dei, P.G., LXV, 680; etc. Entre los escritores modernos se deben
notar Terrien, La mère de Dieu et la mere des hommes, París, 1902, I, 3-14; Turnel, Histoire de la
théologie positive, París, 1904, 210-211.
[79] Hom. IV, In Matt., P.G., LVII, 45; Hom. XLIV, In Matt. P.G., XLVII, 464 sq.; Hom. XXI, en Jo., P.G., LIX,
130
[81] San Ambrosio en Luc. II, 16-22; P.L., XV, 1558-1560; De Virgin. I, 15; ep. LXIII, 110; De Obit. Val., 39,
P.L., XVI, 210, 1218, 1371; San Agustín, De Nat. et Grat., XXXVI, 42, P.L., XLIV, 267; San Beda, In Luc. II,
35, P.L., XCII, 346; Santo Tomás, Summa theol., III. Q. XXVII, a. 4; Terrien, La mere de Dieu et la mere des
hommes, París, 1902, I, 3-14; II, 67-84; Turmel, Histoire de la théologie positive, París, 1904, 72-77;
Newman, Anglican Difficulties, II, 128-152, Londres, 1885
[82] cf. Iliad, III, 204; Xenoph., Cyrop., V, I, 6; Dio Cassius, Hist., LI, 12; etc.
[83] cf. San Ireneo, C. Haer., III, XVI, 7, P.G., VII, 926
[85] Vea Knabenbauer, Evang. sec. Joan., París, 1898, págs. 118-122; Hoberg, Jesus Christus. Vorträge,
Friburgo, 1908, 31, Anm. 2; Theologie und Glaube, 1909, 564, 808.
[86] cf. San Agustín, De Virgin., 3, P.L., XL, 398; Pseudo-Justino, Qaest. et Respons. Ad Orthod., I, q. 136,
P.G., VI, 1389
[87] cf. Geyer, Itinera Hiersolymitana saeculi IV-VIII, Viena, 1898, 1-33; Mommert, Das Jerusalem des
Pilgers von Bordeaux, Leipzig, 1907
[88] Meister, Rhein. Mus., 1909, LXIV, 337-392; Bludau, Katholik, 1904, 61 ss., 81 ss, 164 sqq.; Revue
Bénédictine, 1908, 458; Geyer, l. c.; Cabrol, Etude sur la Peregrinatio Silviae, París, 1895
[89] cf. de Vogüé, Les Eglises de la Terre-Sainte, Par+is, 1869, p. 438; Liévin, Guide de la Terre-Sainte,
Jerusalén, 1887, I, 175
[90] cf. Thurston, en The Month para 1900, julio a septiembre, págs. 1-12; 153-166; 282-293; Boudinhon
en Revue du clergé français, Nov. 1, 1901, 449-463
[93] cf. Sermo dom. infr. oct. Assumpt., 15, P.L., XLXXXIII, 438
[94] cf. Terrien, La mere de Dieu et la mere des hommes, París, 1902, III, 247-274; Knabenbauer, Evang.
sec. Joan., París, 1898, 544-547; Bellarmine, de sept. verb. Christi, I, 12, Colonia, 1618, 105-113
[103] Vea Terrien, La mere de Dieu et la mere des hommes, París, 1902, I, 322-325.
[107] Cf. Tertuliano, De Virgin. vel., 6, P.L., II, 897; San Cirilo de Jerusalén., Catech., XII, 31, P.G., XXXIII,
766; San Jerónimo, en ep. ad Gal. II, 4, P.L., XXVI, 372.
[109] Cf. Pseudo-Agustín, Serm. IV de Symbol. Ad Catechum., I, P.L., XL, 661; Pseudo-Ambrosio, expos,
en Apoc., P.L., XVII, 876; Haymo de Halberstadt, en Apoc. III, 12, P.L., CXVII, 1080; Alcuino, Comment. en
Apoc., V, 12, P.L., C, 1152; Casiodoro, Complexion. en Apoc., ad XII, 7, P.L., LXX, 1411; Ricardo de San
Víctor, Explic. en Cant., 39, P.L., VII, 12, P.L., CLXIX, 1039; San Bernardo, Serm. de XII Praerog. B.V.M., 3,
P.L., CLXXXIII, 430; de la Broise, Mulier amicta sole,en Etudes, april-junio, 1897; Terrien, La mère de Dieu
et la mere des hommes, París, 1902, IV, 59-84.
[117] Dict. de la Bible, art. Jean, Marie, París, 1846, II, 902; III, 975-976
[118] cf. Le Camus, Les sept Eglises de l'Apocalypse, París, 1896, 131-133.
[119] cf. Polycrates, en la Hist. Ecl. De Eusebio, XIII, 31, P.G., XX, 280
[120] En relacióncon esta controversia, vea Le Camus, Les sept Eglises de l'Apocalypse, París, 1896, pp.
133-135; Nirschl, Das Grab der hl. Jungfrau, Maguncia, 1900; P. Barnabé, Le tombeau de la Sainte Vierge
a Jérusalem, Jerusalén, 1903; Gabriélovich, Le tombeau de la Sainte Vierge à Ephése, réponse au P.
Barnabé, París, 1905.
[128] P.G., V, 1231-1240; cf. Le Hir, Etudes bibliques, Paris, 1869, LI, 131-185
[130] Guerin, Jerusalén, París, 1889, 346-350; Socin-Benzinger, Palastina und Syrien, Leipzig, 1891, pp.
90-91; Le Camus, Notre voyage aux pays bibliqes, Paris, 1894, I, 253
[133] Cf. Zahn, Die Dormitio Sanctae Virginis und das Haus des Johannes Marcus, in Neue Kirchl.
Zeitschr., Leipzig, 1898, X, 5; Mommert, Die Dormitio, Leipzig, 1899; Séjourné, Le lieu de la dormition de
la T.S. Vierge, in Revue biblique, 1899, págs. 141-144; Lagrange, La dormition de la Sainte Vierge et la
maison de Jean Marc, ibid., págs. 589, 600.
[135] cf. Nirschl, Das Grab der hl. Jungfrau Maria, Maguncia, 1896, 48
[140] cf. Martigny, Dict. des antiq. chrét., París, 1877, p. 792
[143] cf. Martigny, Dict. das antiq. chret., París, 1877, p. 515
[144] cf. Marucchi, Elem. D'archaeol. Chret., París y Roma, 1899, I, 321; De Rossi, Imagini scelte della
B.V. Maria, tratte dalle Catacombe Romane, Roma, 1863
Las obras que tratan sobre los diversos asuntos concernientes al nombre, nacimiento, vida y muerte de
María han sido citadas en las partes correspondientes de este artículo. Añadimos aquí sólo unos pocos
nombres de escritores, o de recopiladores de obras de un carácter más general: BOURASSE, Summa
aurea de laudibus B. Mariae Virginis, omnia complectens quae de gloriosa Virgine Deipara reperiuntur
(13 vols., París, 1866); KURZ, Mariologie oder Lehre der katholischen Kirche uber die allerseligste
Jungfrau Maria (Ratisbona, 1881); MARACCI, Bibliotheca Mariana (Roma, 1648); IDEM, Polyanthea
Mariana, reimpresa en Summa Aurea, vols IX y X; LEHNER, Die Marienerehrung in den ersten
Jahrhunderten (2da. ed., Stuttgart, 1886).
Akathistos
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Hodigitria.jpg
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Contenido
2 Enlaces internos
3 Dogmas Marianos
4 Papas
5 Oraciones Marianas
8 Punto de Vista de Alejandro Bermúdez, Director de Aci Prensa y del Grupo ACI
Título de cierto himno – o, mejor, un Oficio de la Liturgia Griega – en honor de la Madre de Dios. El título
es uno de eminencia; dado que, mientras en otros himnos similares se permite a la gente sentarse
durante parte del tiempo, este himno parcialmente se lee, parcialmente se canta, todo de pie (o quizás,
se permanece estando toda la noche de pie). La palabra se emplea a veces para indicar el día en el cual
se dice el himno (esto es, el Sábado de la Quinta semana de Cuaresma ), ya que ese día debe ser dicho
por clérigos y laicos de la misma forma, “no cesando en alabanzas divinas”, como las largas lecciones (1)
históricas del Oficio remarcan. Es apropiado notar en conexión con esto que, mientras el Oficio
completo debe decirse ese día, porciones del mismo están distribuidas a lo largo de los cuatro primeros
sábados de Cuaresma. Cuando se recita entero, se divide en cuatro partes o estaciones, entre los cuales
varios Salmos o Cánticos pueden cantarse sentados. Francisco Junius interpreta erróneamente
Akathistos como uno que ni se sienta ni descansa, pero viaja con un niño; como por ejemplo, cuando la
Sagrada Virgen fue llevada por José a Belén. Gretser [Commentarius in Codin. Curop. (Bonn, 1839), 321]
refuta fácilmente esta interpretación citando la Lección (1) del Triodion. El origen de la fiesta se asigna
por la Lección (1) al año 626, cuando Constantinopla, en el reino de Heraclio, fue atacada por los persas
y escitas pero salvada a través de la intervención de la Madre de Dios. Un sorpresivo huracán dispersó la
flota del enemigo, encallando los navíos contra la playa cercana a la gran Iglesia de la Deipara (Madre de
Dios) en Blachernae, un cuartel de Constantinopla, cerca del Cuerno de Oro. La gente pasó toda la
noche, dice la Lección (1), agradeciéndole la inesperada asistencia. “Desde ese momento, por lo tanto, y
en memoria de tan grande y divino milagro designa este día como fiesta en honor de la Madre de Dios y
la llama Akathistos” (Lección)(1). Este origen es discutido por Sófocles (Lexionario Griego de los Períodos
Romano y Bizantino, s. v.) basado en que el himno no puede haber sido compuesto en un día, mientras
que por otro lado sus veinticuatro oikoi no contienen ninguna alusión a dicho suceso y por lo tanto
difícilmente pueda haber sido originalmente compuesta para conmemorarlo. Quizás el kontakion, que
parece ser alusivo, fue originalmente compuesto para la celebración de la noche de la victoria, De todos
modos la fiesta puede haberse originado, el Lección (1) conmemora otras dos victorias, bajo Leo el
Isauriano (2), y Constantino Pogonatus, del mismo modo adscrito a la intervención de la Deipara.
No puede atribuirse su autoría a nadie. Fue atribuido a Sergio, Patriarca de Constantinopla, cuyas pías
actividades la Lección (1) conmemora con gran detalle. Quercio (P. G. , XCII, 1333 y ss.) se lo asigna a
Georgios Pisides, diácono, archivista, y sacristán de Santa Sofía, cuyos poemas hallan un eco tanto en
estilo como en su tema en el Akathistos; la elegancia, estilo antitético y balanceado, lo vívido de la
narración, el florecimiento de la imaginación poética son todos muy sugestivos de se trabajo. Su
posición como sacristán puede naturalmente sugerir tal tributo a Nuestra Señora, dado que el himno
solo muestra más elaboradamente los sentimientos condensados en dos epigramas de Pisides hallados
en su Iglesia en Blachernae. Quercio también sostiene que las palabras, frases, y sentencias del himno
también se encuentran en la poesía de Pisides. Leclercq (en Cabrol, Dict. d'archéol. chrét. et de liturgie,
s.v. "Acathistus") no encuentra nada absolutamente demostrativo de dicha comparación y ofrece una
sugerencia que puede posiblemente ayudar a solucionar el problema. Además de varias versiones en
latín, ha sido traducido al italiano, ruteno(3), rumano, árabe, alemán y ruso. Su gran longitud sólo
permite aquí algo más que un breve resumen. Está prologado por un troparion, seguido por un
kontakion (un corto resumen en forma de himno del carácter de la fiesta), repetido a intervalos a todo
lo largo del himno. Como el kontakion es la única parte del himno que se refiere claramente a la victoria
conmemorada, y puede haber sido el único texto original (con repeticiones interpuestas con salmos,
himnos, etc., ya bien conocidos por el pueblo) compuesto para la celebración nocturna, se traduce aquí:
A ti, Oh Madre de Dios, Emperatriz no conquistada, hago yo, tu Ciudad liberada de los demonios, un
ofrecimiento de gracias por la victoria alcanzada; mientras Tú, mediante tu invencible poder, líbrame de
cualquier clase de peligro; y yo clamo a Ti, ¡Salve, Virgen y Esposa!
El himno comprende propiamente veinticuatro oikoi (palabra que Gretser interpreta como referida a
varias Iglesias o Templos; pero el Triodion en sí mismo indica su significado en la rúbrica, “Las primeras
seis oikoi se leen, y debemos permanecer de pie durante su lectura”—oikos por lo tanto se refiere
claramente a las divisiones del himno) o estrofas (lo cual permite traducir la palabra – estrofa, como
oikos, teniendo un valor arquitectónico). Estas oikoi son alternativamente más largas y más cortas, y su
letra inicial forma un abecedario griego. La última (una estrofa corta), comienza con la última letra
omega, y se lee:
Digna de toda loa, Madre Santa del Verbo, Él más Santo entre todos los Santos. Nuestra ofrenda recibe
en el canto; Salva al mundo de todo peligro; Del castigo inminente libera a quien canta: ¡ALELUYA! Este
Aleluya sigue cada una de las estrofas cortas. Las más largas comienzan con una oración de casi la misma
longitud, que habilidosamente nos dirige a una serie de salutaciones que comienzan con “Salve”. Todas
estas estrofas largas, excepto la primera (que tiene catorce) comprenden trece de estas oraciones,
incluyendo la última, que, como suerte de refrán, es siempre “¡Salve, Virgen y Esposa!”. La primera
estrofa narra la misión de Gabriel a María, y su sorpresa ante la condescendencia del Todopoderoso es
tan grande que prorrumpe dichoso en:
¡Salve, por ti resplandece la dicha! ¡Salve, por ti se eclipsa la pena! ¡Salve, levantas a Adán el caído!
¡Salve, rescatas el llanto de Eva! etc.
La segunda estrofa lleva las preguntas de María; la tercera la continúa y da la respuesta de Gabriel; la
cuarta narra la Encarnación; la quinta la visita de Isabel, con unas serie de “Salve” preciosamente
concebidos para ser traducidos en palabras de los saltos de alegría del Bautista; la sexta, las
preocupaciones de José; la séptima, la venida de los pastores; quienes comienzan su “Salve” muy
apropiadamente:
Salve, Nutriz del Pastor y Cordero; Salve, aprisco de fieles rebaños. En la novena estrofa los Magos,
comienzan, gritando de gozo: Salve, oh Madre del sol sin ocaso; Salve, aurora del místico día.
En la décima los Magos retornan a su hogar para anunciar el Aleluya; la undécima tiene alusiones
apropiadas a la Huída a Egipto:
Salve, oh mar que sumerge al cruel enemigo; Salve, oh roca do beben sedientos de vida.
--con otras referencias a la nube, la columna de fuego, el mana, etc. La duodécima y treceava tiene que
ver con Simeón; la catorceava y la vigésimo segunda son más generales en su carácter; la vigésimo
tercera quizás concientemente toma prestadas imágenes de la Iglesia de la Deipara en Blachernae y
quizás también alude lejanamente a la victoria (o a las tres victorias) que se conmemoran en la Lección
(1):
Salve, oh tienda del Verbo Divino; Salve, firmísimo alcázar de toda la Iglesia; Salve, muralla invencible de
todo el Imperio. Salve, por ti enarbolamos trofeos; Salve, por ti sucumbió el adversario. Salve, remedio
eficaz de mi carne; Salve, inmortal salvación de mi alma. P.G., XCII, tiene los trabajos de Pisides y el
Akathistos con muchos comentarios; SOPHOCLES, Leccionario Griego, etc, tiene una nota interesante;
LECLERCQ, en Dict. d archol. chr t. et de lit., da una extensa bibliografía.
El mismo sentimiento que había inspirado a los servidores de María a honrala cada día mediante
diversas prácticas, cada semana con la devoción del sábado, cada mes por la celebración de alguno de
sus misterios, los ha llevado, en los últimos tiempos a consagrarle cada año un mes entero. Y para ello
han elegido el más bello de los meses, mes en el que no había ninguna fiesta particular. La Iglesia ha
alentado esta devoción hacia la Santísima Virgen. Por dos rescriptos, del 21 de marzo de 1815 y del 18
de junio de 1822, Pío VII concede las indulgencias siguientes, aplicables a las almas del Purgatorio.
una indulgencia plenaria a perpetuidad, a ser ganada una vez en el mes de mayo, el mismo día de la
comunión, por todos los fieles católicos, que, todos los días de este mes, honren especialmente a la
Santísima Virgen, sea en público, sea en privado, mediante homenajes, ejercicios piadosos o actos d
virtud.
Una indulgencia parcial de trescientos días para cada día del mes en que se haya rendido a María un
homenaje público o particular.
Los Anales de la propagación de la fe, refieren del año 1846, que muchos misioneros, que se
encontraban sobre un navío en pleno mar, tuvieron la feliz idea de comenzar ahí sus ejercicios del mes
de Maria. Había preparado ya a tres marineros que no habían hecho su Primera Comunión, y esperaban
ganar para Cristo y su religión a los otros marineros y en especial al capitán, que no tenían ni fe ni ley. Ya
los marineros habían asistido atentamente a la Santa Misa, lo que causo una impresión profunda en el
capitán. Permitió, en consecuencia, que se comenzara a solemnizar el mes de María. Todas las tardes,
cada vez que el tiempo lo permitía, se recitaba algunas decenas del rosario y las oraciones de la tarde
seguidas de cánticos. Asistieron todos, pero sólo cinco quisieron confesarse. Sin embargo, la virtud de la
intercesión de la Santísima Virgen se hacía ya sentir, porque el capitán daba signos indudables que su
corazón estaba vivamente impresionado y que un violento combate se libraba en su alma. Los
misioneros hicieron una novena para obtener su conversión. Y de pronto, cuando se comenzó los
ejercicios, el capitán pidió hacer una confesión general, que hizo con gran compunción. Pronto, todos
los marineros siguieron el ejemplo de su jefe; se reconciliaron con Dios y se aproximaron en grupo a
Santa Mesa. Regresando, el capitán se colgó del cuello de su confesor, agradeciéndole con estas
palabras: “Mi corazón no puede estar más felíz”.
Tomado del Mes de María para el uso de personas ocupadas (París 1901)
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Hay en la Madre de Dios una admirable apropiación del ministerio de la mediación, sea por nuestra
parte, sea por la parte de su divino Hijo, sea, finalmente por su propia parte.
1º Por nuestra parte. En efecto, no hay nada en ella que sea temible: es una pura criatura. En ella la
divinidad no existe en ningún grado. Y como no tiene divinidad, no está en ella el ejercer la justicia.
Dependiente de Dios, como nosotros, es nuestra hermana; podemos recurrir a ella sin ningún temor y
comenzar de alguna manera, así, el aprendizaje de la confianza hacia su hijo.
2º Por parte de ese Hijo, por Medio de María se puede esperar todo; porque es la más perfecta y la más
elevada de las criaturas, que tiene una relación necesaria con Dios, y que no está –oso decirlo así –
menos unida a la humanidad de su divino hijo que lo que esta humanidad está unida a la divinidad
3º Por su parte, finalmente, ella es Madre y, maravillo recurso, Madre de las dos partes: Madre de Dios,
Madre de los hombres; que puede obtener todo como Madre de Dios, que quiere conceder todo como
Madre de los hombres, y por tanto más autorizada e interesada incluso a concurrir de esta manera en
nuestra salvación, que fue por este único fin que fue elegida y al que debe su gloriosa Maternidad (Aug.
Nicolas).
Ejemplo
La hoja de la conversión de Francfort (1849, nº 205 y nº 207) da detalles sobre la solemnidad que tuvo
lugar con ocasión del centenario del nacimiento del poeta Goethe, nacido en Francfort en 1749. Un
testigo ocular da cuenta del entusiasmo del pueblo, que había ornado la estatua del gran hombre.
Súbitamente algunos espectadores propusieron a la masa visitar la tumba de la madre de Goethe.
Agregaron que no convenía, después de haber ovacionado al hijo, olvidar enteramente a la madre que le
había dado la vida. La multitud siguió en masa a los que habían hecho la proposición hasta el
cementerio, donde la solemnidad recomenzó. La Iglesia católica, exaltando el culto de la Virgen,
pretende también que no es conveniente olvidar rendirle honores a la Madre que adora al Hijo.
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Las letanías de la Santísima Virgen son una recopilación de alabanzas en honor a María, un resumen de
los sentimientos de los Concilios, de los Papas y de los santos. En su fórmula actual, se usaron
primeramente en Italia, en el santuario de nuestra Señora de Loreto. Las letanías de difundieron por
toda la cristiandad, y se convirtieron en la oración favorita de todas las comunidades cristianas y los
frutos de salvación fueron tan grandes que, la Sede Apostólica no sólo las aprobó sino además las
enriqueció con muchísimas indulgencias. Mediante una constitución, fechada el 15 de julio de 15587, el
papa Sixto V concedió una indulgencia de 200 días a quienes, con corazón contrito, recitaran las letanías.
Benedicto XIV, ratificó esta indulgencia en 1728 y el Soberano Pontífice Pío VII la aumentó a 300 días,
agregando una indulgencia plenaria a ganar, en la s festividades de la Santísima Virgen, por todos
aquellos que reciten las letanías, con la condición que en esos días de fiesta, se confiesen, comulguen y
visiten una iglesia pública, rezando por las intenciones del Santo Padre.
Ejemplo
Nuestra Señora de Laus, situada a 8 kilómetros de Garp, fue fundada, hace tres siglos, por una simple
pastora llamado Benedicto Rencurel, más tarde llamada Hermana Benedicto, porque se asoció a la
Tercera Orden de Santo Domingo. Esta alma de elite había escuchado decir a un predicador que la
Santísima Virgen es buena y todo misericordiosa, concibió un violento deseo de verla y pidió a María con
las más ardientes oraciones que se le mostrara. María se le apareció, no una, sino frecuentemente, y
esto durante cincuenta y seis años enteros. Antes de hacer de Benedicto su amiga y la dispensadora de
sus gracias, la Santísima Virgen se dignó hacerla su alumna, y cuando tuvo estrechamente unida el alma
de la joven pastora por la atracción irresistible de su belleza, le comenzó a hablar, para instruirla,
probarla y alentarla. Para ponerse al alcance de la inteligencia poco cultivada de la hija de las montañas,
descendió a familiaridades que nos sorprenderían, si no supiésemos que la bondad de María no tiene
límites. Incluso no desdeño enseñarle a rezar, como lo hacen las madres, repitiendo palabra por palabra
una oración a sus hijos; así fue como aprendió las letanías, hasta entonces desconocidas en el país,
encargándole que las enseñara, a su turno, a sus compañeras y que las repitiera cada tarde con ellas. Las
jóvenes hijas de Avançon y de Valsère se pusieron, prontament, como las de Saint-Etienne, a recitar las
letanías de la Santísima Virgen: todas las procesiones que llegan a Laus las cantan subiendo la montaña;
toda misa celebrada en el altar de María esta seguido de sus letanías que se vuelven a decir todos los
sábados, y todos los domingos, en un ambiente que no hay sino en Laus y que remueve todas la fibras
del alma
Recitemos con más piedad las letanías de la Santísima Virgen cuando hagamos nuestra oración de la
tarde
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Kyrye eleison
¡Señor ten piedad de nosotros! La Iglesia, poniendo esas palabras al comienzo de las letanías quiere
hacernos recordar que es necesario, antes de la oración, buscar en el seno de la misericordia de Dios la
gracia y los auxilios que puedan hacerla agradable y saludable para nosotros. Se dirige en primer lugar a
Dios Padre, que siendo el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación, está siempre listo a
concedernos una renovación de sus grandes misericordias, cuando se la pedimos con las disposiciones
que exige de nosotros.
Christe eleison
Kyrye eleison
¡Señor ten piedad de nosotros! Al Espíritu Santo, a ese Dios de amor y de caridad, que gusta
comunicarse con las almas fervientes hay que dirigir, sin cesar, votos ardientes y sinceros en nuestras
necesidades y, sobre todo en el estado de pecado. Es él quien va delante del pecador por su
misericordia. Es Aquél que habiéndole prevenido, lo llama; que habiéndolo llamado lo justifica y que,
habiéndolo justificado, lo conduce por los senderos de la justicia, y así, elevado a la perfección por el
don de la perseverancia, para darle la corona de la gloria. Tales son los grados de la gracia del Espíritu
Santo para aquellos que, en la efusión de un corazón destinado a recibir sus divinas influencias, le piden,
por el fervor de sus oraciones, la pureza de sus deseos y la solicitud de su divino amor
Ejemplo
Santa Matilde, leyendo un día esas divinas palabras del Salvador mostrando a la Santísima Virgen: Mujer
he ahí a tu Hijo, se sintió inspirada de pedir al Hijo de Dios que la hiciera partícipe de la gracias
concedida a san Juan, para que esas palabras que fueron pronunciadas en el Calvario, pudieran ser
dichas nuevamente, en su favor, a la Santísima Virgen: Mujer he ahí a tu hijo. No terminó de decir su
oración y ya sentía su efecto; escuchó la adorable voz del Salvador recomendara especialmente a los
cuidados de su Santísima Madre, en consideración a la Sangre que había derramado por el alma de esta
hija, que era su esposa por los santos compromisos que había asumido con Él. Mechtilde. Colmada de
dicha y de confianza delante de tal recomendación, fue movida a hacer el mismo pedido a favor de
aquellos de aquellos que lo solicitaran: y el divino Salvador se dignó hacerle entender que no rechazaría
nunca a quien se lo pidiera con fervor. Pidámosle, pues, que quiera entregarnos a María como sus hijos,
eligiéndola nosotros mismos como nuestra Madre.
No olvidemos nunca que la Santísima Virgen es nuestra mediadora delante de Dios. Recurramos a
menudo a su poderosa intercesión.
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¡Cristo escúchanos! Hay que continuar la oración con mayor confianza, ya que sabemos que Jesucristo
sólo concede los pedidos de los perseverantes. La importunidad molesta a los hombres y los fatiga; pero
el señor no dejará de escucharnos si no dejamos de pedirle. Eso es lo que nos da a entender, en el
capítulo XI de San Lucas, por medio de la palabra del padre de familia, cansado de la insistencia de un
amigo que le pedía en medio de la noche que le prestara tres panes, y que no se levantó tanto por
prestarle sino por poner fin a su visita. Si esto es suficiente para volvernos perseverantes en nuestras
oraciones, cuánto más lo serán las palabras que Jesucristo nos dio por prensa en el capítulo antes citado,
donde dice: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá”.
Ejemplo
Un niño pequeño, elevado sobre las rodillas de una madre cristiana, aprendía de ella ha hacer sobre su
cuerpo, por primera vez, la señal de la Cruz. Como terminaba invocando a las tres personas divinas: “En
el nombre del Padre, etc…” se volvió hacia la madre, y levantando los ojos sobre ella dijo: ¡“Mamá, no
hay Madre! La naturaleza humana había hablado por boca de ese niño. El autor de esta naturaleza debió
haberle alcanzado una respuesta: esta respuesta ¡Es María!
María es nuestra Madre, conjurémosla para que presente nuestras oraciones a Jesús.
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Dios Hijo Redentor del mundo, Dios. La Iglesia, considerando la caridad admirable con la cual el Hijo de
Dios se ofrece por nosotros al Padre, como una oblación y víctima de olor agradable, se ha convertido en
la propiciación del mundo; sobre el madero sagrado de la cruz implora su misericordia; porque sabe que
ese Dios infinitamente bueno, después de haber dado su vida por nosotros, y después de haber muerto
por nuestros pecados, no puede rehusarnos nada cuando le rezamos con amor y confianza; y que su
justicia cede siempre a su clemencia, a favor de aquellos que buscan, en sus sagradas llagas, los
derechos que les dan en sus misericordias.
Espíritu Santo que eres Dios. Aunque las tres adorables personas de la Santísima Trinidad concurren
unánimemente a la santificación de nuestras almas, se atribuye, sin embargo, especialmente al Espíritu
Santo, nuestra regeneración espiritual y todas las gracias que recibimos del cielo, porque esos favores,
siendo un efecto del amor de Dios hacia nosotros, se reconocen que tienen por autor a Aquél que es el
Amor del Padre y del Hijo. Por eso, la Iglesia invoca también al Espíritu Santo con el Padre y el Hijo y le
ruega que tenga piedad de nosotros
Ejemplo
San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, dando a su Orden por divisa: Ad Majorem Dei Gloriam,
no encontró mejor modo de asegurar la práctica de esta importante máxima, que ponerla bajo la
protección de María. También, eligió para echar los primeros fundamentos de su obra, la Iglesia de
Montmartre, que está dedicada a la Santísima Virgen María, y el día de su Asunción gloriosa; y quiso que
su culto fuese una de las devociones más queridas a la Compañía. Él mismo, desde los comienzos de su
conversión, experimentó los efectos sensibles de la gracia; y no se puede dudar que el éxito prodigioso
que significaron el nacimiento de su admirable instituto, que el tiempo no hizo sino afirmarlo y
multiplicarlo, no se deban en gran parte, a la profesión que se hizo siempre de una devoción muy
especial a la Santísima Virgen.
Pidamos a María el deseo de trabajar siempre para la mayor gloria de Dios y no por el egoísmo.
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Trinidad santa, un solo Dios. El misterio de la adorable Trinidad es el sumario de nuestra fe, el
fundamento de nuestra religión, y la fuente de todas las misericordias divinas; esto es tan cierto que San
Agustín asegura que en la religión cristianas no hay gracias, virtudes, méritos, justificación ni salvación
que esperar que en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: la Iglesia, después de dirigirse a las
tres personas de la Santísima Trinidad separadamente, las invoca juntas, exclamando: ¡Trinidad Santa,
que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros!
Sancta Maria
Santa María. Este augusto nombre es tan amable y consolador para los verdaderos servidores de María,
cuanto terrible para sus adversarios; y se regocija al cielo hace temblar al infierno; porque si queremos
poner en fugar al demonio, pronunciemos afectuosamente el nombre de María, y ese santo nombre,
como un latigazo, tirará por tierra al implacable enemigo del género humano. Y como David combatió a
Goliat con los cinco guijarros que había elegido, combatamos de la misma manera al Goliat infernal
pronunciando las cinco letras del nombre de María, con la confianza y la intrépida seguridad que nos
debe inspirar.
Ejemplo
En 1834, en Angulema, un viejo curtidor, careciendo de valor para soportar ciertas penas, se envenenó,
pero presa de remordimientos, se fue a confesar. Con su autorización, el confesor llevó a curtidor al
hospicio, pide un antídoto, pero mientras se lo preparan, se toma el pulso al enfermo y no se le
encuentra, se muestra lívido, con los ojos velados. Todo anunciaba una muerte cercana. Ante este
cuadro, con el corazón traspasado por el dolor, pero lleno de confianza en la divina misericordia, el
ferviente ministro del Señor se pone de rodillas y recita las Letanías de la Santísima Virgen. A la primera
invocación, siente volver el pulso del moribundo y, poco después, le escucha decir algunas palabras:
“Padre, dijo con una voz muy débil: rece, rece más”. Suspiró y dijo también: “Santa María ruega por
mí”, y súbitamente le volvió completamente la conciencia. No sólo el peligro de muerte había pasado,
sino que la salud se había enteramente restablecido sin que se hubiese empleado medicina. Se le
preguntó al anciano si conservaba alguna práctica piadosa. “No Padre, desde hace mucho tiempo no
digo ninguna oración”. Pero después de haber reflexionado un instante, descubre su pecho y muestra su
escapulario diciendo: “¡Este es el único signo de piedad que he conservado!” Llegó el médico y aseguró
que solo un poder superior había podido prolongar su vida más de dos horas después de la ingestión del
veneno, uno de los mas activos que se conoce, y cinco horas habían transcurrido desde ese fatal
momento.
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Santa Madre de Dios. Solo a María, como Madre de Dios, puede aplicarse las palabras del Eclesiástico.
Aquél que me creó descansó en mi tabernáculo. Ahora bien, por manera en que se cumplió este
misterio, no hay nada más maravilloso; porque de la misma manera en que Dios Engendró a su Hijo
desde toda la eternidad, sin madre, igualmente, María concibió y trajo al mundo al Hijo de Dios sin
padre; y de la misma manera que Dios, con una sola palabra, sacó al universo de la nada, de la misma
manera, María cuando dijo al Arcángel “Hágase en mí según tu palabra”, concibió en ese mismo instante
por obra del Espíritu Santo, y el Verbo divino de hizo carne.
Santa Virgen de las vírgenes. De todos los piadosos motivos que nos mueven a llamar a María la Virgen
de las vírgenes, no hay uno más grande que el voto generoso mediante el cual consagró su virginidad a
Dios; porque ella lo hizo en un tiempo en que no existía precepto, ni ejemplo ni consejo; en el tiempo
mismo en que la virginidad era menos estimada que la esterilidad y era despreciada, vista por los judíos
como una maldición de Dios. Por otro lado, considerando que la belleza de María nunca fue ocasión del
más mínimo pecado, no inspira, por el contrario sino respeto y piedad a quienes tuvieron la felicidad de
verla. Hay que convenir que Dios se complació creando a María, como un objeto que había elegido para
ser la Madre de su Hijo y para ser la más pura y la más perfecta de las hijas de la tierra.
Ejemplo
El piadoso Vicente de Beauvais relata: “Había en una de nuestra ciudades, un pintor de cierto renombre
que destacaba, especialmente, en reproducir la dulce y pura fisonomía de la Virgen. Le causaba placer,
sin duda por el contraste, poner a sus pies a su eterno rival, pero lo dibujaba abatido, desesperad o bajo
formas tan horrendas, que Satanás le guardaba rencor. Si debemos creer en la leyenda, llego hasta a
amenazar a nuestro artista, diciéndole que se arrepentiría. Éste, no era hombre de dejarse intimidar. Un
día que subió a un alto andamiaje, volvió a trazar sobre el frontispicio de una iglesia su retrato
privilegiado, para Mostar al enemigo de la virgen cuánto lo despreciaba. Después de haber trazado un
admirable esbozo de aquél, hizo de su enemigo un boceto más horrible que nunca. Mezclaba los colores
cuando sintió que el andamiaje se quebraba; comprendió de inmediato lo que quería el enemigo, y
tiende la mano hacia la imagen que acababa de dibujar. Ésta le tiende la suya y mientras que las
planchas y las vigas colapsaban con estruendo bajo sus pies, permaneció suspendido sin otro sostén.
Toda la ciudad fue testigo del prodigio. Se reconstruyó el andamiaje, y nuestro pintor, volvió a poner
manos a la obra, haciéndolo con tanta propiedad esta vez, que quitó por siempre a Satanás las ganas de
interrumpir su trabajo.
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Mater Christi
Madre de Jesucristo. ¿Hay un título más glorioso, para María, que ser la Madre de Jesucristo, cuya gloria
y majestad se derraman sobre ella? Porque adorando a Jesucristo como Rey de reyes y Amo soberano
del universo, ¿no se debe honrar a su Santísima Madre como la Reina gloriosa del cielo y de la tierra? Y
si Betsabé, e otro tiempo, obtuvo tanta gloria por ser la madre de Salomón, ¡qué honor, qué gloria no le
corresponde a María, la Madre de Jesucristo, que es el Hijo de Dios y Dios mismo!
Mater divinae gratiae
Madre de la divina gracia ¿Se podrá dudar que María fue la Madre de la divina gracia, después de que
fue elevada a la dignidad de Madre de aquél que es el autor de todas las gracias, y después que el
arcángel Gabriel, el enviado del altísimo, la saludó llena de gracia? No, ciertamente; porque es en vista
de esta plenitud que la Iglesia le aplica esas palabras del Eclesiástico: En mí está toda la gracia, y que los
santos Padres la compararon con el mar, por ser el mar el reservorio y la fuente de todas las aguas de la
tierra, lo mismo que María es el tesoro y el canal de todas las gracias del cielo.
Ejemplo
Un gran pecador se encontró un día con San Bernardo, lamentando la multitd de sus pecados. “Es
imposible que Dios me conceda su persona y su gracia”. El santo Doctor le respondió lleno de
compasión: “Tranquilícese usted, hijo mío, no tiene ninguna razón para desesperar”. Tome, lea. El santo
le hizo leer el pasaje de la Escritura en que el Ángel dice a María: “No temas porque has encontrado
gracia delante de Dios (Luc I, 30). ¿Comprende esas palabras? Preguntó el santo. María encontró gracia.
Hijo mío, usted sabe que se puede encontrar cosas que otros han perdido. Así, no tarde no tema,
apúrese en recurrir a la Madre de Dios y dígale : “ He perdido la gracia y tú la has encontrado,
devuélvemela reconciliándome con tu Hijo, y leugo que haya recuperado esta gracia, guárdame por
miedo a que la pierda de nuevo”. El pobre pecador repitió confiado, se prosternó delante de la imagen
de la Virgen, rogó a la Madre de la gracia divina, hizo penitencia y muruó bendiciendo el nombre de su
celeste protectora.
Pidamos a la Santísima virgen una gracia abundante por nuestro progreso en las virtudes de nuestra
condición
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Mater purissima
Madre purísima. Cuando se dice que María no tiene mácula, se quiere decir que está exenta, por
privilegio único, pero conveniente, del pecado original, porque Dios no debía permitir que su
incomparable Madre fuese infectada un solo instante con la mancha del pecado. Nació para aplastar a la
serpiente infernal. ¿Podía comenzar siéndole sumisa?. Cuidémonos de pensar que María haya pecado
en Adán, ya que este sentimiento sería igualmente injurioso a la gloria del Hijo de Dios que deshonrarlo
por la pureza de su madre que niega su consentimiento para efectos del misterio de la encarnación que
le anunció el enviado e Dios, que después que ella hubiese comprendido, por las palabras del ángel, que
convirtiéndose en madre de Dios no tenía nada que temer por su pureza.
Mater castíssima
Madre castísima. Hay que convenir que le príncipe de los Apóstoles haya tenido grandes privilegios;
pero Jesús no permitió que ningún discípulo que no fuese virgen reposara sobre su seno durante la
Cena, y penetrara en el secreto de los misterios más ocultos, Si el Salvador favoreció a san Juan más que
a todos los otros discípulos, en virtud a su gran pureza, ¡con qué abundancia de favores y gracias debió
estar prevenida María, cuya pureza permanece intacta e inviolable en el seno de su admirable
fecundidad.
Ejemplo
San Luís Gonzaga, clérigo menor de la Compañía de Jesús, no esperó los progresos de los años para
elevarse a las más sublimes virtudes. El voto de virginidad que le había inspirado, a los nueve años, su
amor a María, fijó en él por siempre las miradas benéficas de la Reina de los corazones puros. Unos de
los favores más privilegiados que recibió fue ignorar toda su vida las rebeliones de la carne que humillan
a los más grandes santos, y no aprobar nunca esos pensamientos inoportunos que son el objeto casi
continuo de sus combates. Consumido de perfección antes de entrar en los ejercicios del noviciado, fue
modelo de sus maestros y mereció pronto coronar con una santa muerte una vida del todo angélica.
Pongamos nuestra pureza bajo la protección de la Santísima Virgen, recurramos a ella en el momento de
la tentación
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Madre sin mancha. Las comparaciones que se emplean para explicar la integridad milagrosa de María, a
la que se compara comúnmente a un espejo, que nos perturbada en lo absoluto por los rayos del sol que
lo penetran, siendo insuficientes y por debajo del misterio de una Virgen Madre, no se puede sino
admirar en un respetuoso silencio, la manera extraordinaria en la que el Hijo de Dios quiso ser
concebido y nacer. ¿Le fue más difícil salir del seno de su Madre sin violar su pureza que salir de su
tumba sin remover la piedra, sin quebrar el sello?
Mater intemerata
Madre sin corrupción. En efecto, ¿no convenía que María, que había estado unida a su divino hijo en los
decretos eternos de la Providencia, fuese impecable por la gracia, como Jesucristo lo fue por su
naturaleza? ¿Y no convenía que la Madre de un Dios no haya debido ni podido estar un instante bajo el
imperio del pecado? Igualmente, San Agustín quería que no se hiciese mención de María cuando se
hablara del pecado. No podemos hacer nada mejor que compartir los sentimientos de ese gran doctor; y
reconociendo a María como Madre de Dios, reconozcámosla como una Madre que estuvo exenta de
toda corrupción.
Ejemplo
El P. de Smet, misionero de la compañía de Jesús, en medio de las naciones salvajes de América del
Norte, abordaba, hace algunos años, a la poblada de los Pottowatomies, que viven sobre las márgenes
de los Osages. Como se descargaba sus efectos, se llevó a bordo a un muchacho que estaba
peligrosamente enfermo. Se hacía tarde ya, y debido al equipaje, el misionero no podía ir a la cabaña
que el gran jefe le había preparado. Seguí, pues, sobre el barco. Ahora bien, durante la noche, el joven
enfermo sufrió mucho. Los suspiros que le arrancaba el dolor impulsaron al P. de Smet a entrar en su
cuarto, con el fin de aliviarlo o de consolarlo. Esta intención caritativa del misionero conmueve al
muchacho, que le abre su corazón. “Soy católico, dijo, incluso recibí una educación del todo cristiana de
uno de mis tíos, que era un eclesiástico lleno de celo. Practiqué mucho tiempo la piedad y, en especial,
siempre tuve una especial devoción por la Madre de Dios. Hace seis años que viajo por las montañas, en
medio de una tribu salvaje, sin haber encontrado ningún sacerdote y, sin embargo, nunca olvidé a
María. “Sin duda es ella la que me conduce ante usted, hijo mío, respondió el venerable misionero; ella
quiere verificar en su persona las palabras de San Bernardo; que nunca se la ha invocado en vano.
Créame, aproveche de esta gracia que le ha concedido. Hace tiempo que no ha purificado su conciencia,
tal vez tenga reproches que hacerse. Comience s confesión”. El muchacho accedió de buena gana a la
invitación del ministro caritativo; se confesó en medio de grandes sentimientos de piedad y recibió
también la Extremaunción. El P. de Smet supo después que había muerto al día siguiente de su llegada.
Si nos encontramos frente a grandes dificultades cuando cumplimos nuestro deber, recurramos a María
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Mater amabilis
Madre amable. Sólo cuando se pronuncia el nombre de María con devoción, se siente en el corazón la
dulzura y los atractivos del amable nombre de la Madre de Dios, que es, como decía David de Jonathás,
amable por encima de todas las mujeres. Que alegría pura, qué suave placer no se debe experimentar,
por consecuencia, considerando el mérito y la bondad de quien elegida desde la eternidad. ¿Se osaría,
después de esto, poner en paralelo bondad de María con los encantos de Rebeca o los atractivos de
Raquel, la figura de Esther o el noble caminar de Judith? Ciertamente no; hay que convenir que María,
por su calidad de Madre de Dios las supera en gracias, en belleza y en perfecciones. Es lo que la Iglesia
reconoce cuando, considerando la augusta calidad de Madre de Dios en María, declara que no sabe qué
expresiones emplear para publicar todas sus alabanzas.
Mater admirabilis
Madre admirable. Las grandezas de María están por encima de todo lo que podamos concebir; nos
hacen convenir que ella es lo más admirable que hay en la creación. Igualmente se le puede aplicar en
verdad las palabras del profeta Isaías que dijo de Jesucristo: Su nombre será llamado admirable; porque,
considerando que ella fue el fruto milagroso de una madre estéril que concibió del Espíritu Santo y que
se convirtió en Madre de Dios ¿no se impone declarar que todo es admirable en María?
Ejemplo
Roma expresa a María un reconocimiento que el tiempo no puede debilitar y la Madre de misericordia
favorece con milagros a su ciudad bienamada. En 1842, un pobre mendigo, reumático de las dos
piernas, conocido por la ciudad entera, iba regularmente a pedir su curación delante de la Madonna del
palacio Cenci. Cansado de no conseguir nada, dijo un día a su divina Madre, en un lenguaje familiar a la
piedad italiana: Hace tiempo que vengo y no he sido curado; pues bien, ésta es la última vez que vengo.
Toma mis muletas, ya no quiero servirme de ellas, y me quedo aquí, a menos que me devuelvas las
piernas. La oración de la piedad penetró el cielo. El enfermo fue curado, y no cabía en sí de gozo. La
multitud que lo rodeaba grita, llora, canta, la felicidad era general. La Madonna fue magníficamente
iluminada durante tres días y tres noches; las orquestas se sucedieron para celebrar las alabanzas de
aquella a la que no se invoca en vano
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Mater creatoris
Madre del creador. Este augusto título de Madre del Creador conviene más a María que, no sólo su hijo
en tanto que Dios creó todas las cosas que existen, sino que, además, nos concedió la gracia de
encontrar en Él un nuevo ser, una vida divina, lo que es como una segunda creación. A decir verdad, el
pecado mortal nos desnaturaliza, nos reduce como a la nada; así lo confesó David después de haber
pecado: Me vi reducido a la nada. Pero el hijo de María nos retira de esa nada, renovándonos por su
gracia, de tal manera que, según san Pablo, nos convertimos en una nueva criatura en Jesucristo.
Mater salvatoris
Madre del Salvador. Mucho tiempo antes del nacimiento de Jesucristo, el Profeta Isaías había predicho
que una virgen concebiría, y que nacería de ella un niño, que sería llamado Emmanuel, que significa
Dios con nosotros. José, el Esposo de María, fue particularmente instruido por el Ángel que le dirigió
estas palabras: Lo que ha nacido en ella ha sido formado por el Espíritu santo, dará a luz un niño, a quien
le pondrás por nombre Jesús, es decir Salvador, porque salvará a su pueblo. Ahora bien, las predicciones
que se verificaron prueban evidentemente que María es la Madre del salvador del Mundo
Ejemplo
Se ha relatado, en la historia de Santo Domingo, que ese gran hombre, predicando en el Languedoc a un
pueblo obstinadísimo en la herejía, se quejaba humildemente a la Santísima Virgen del fruto de sus
predicaciones. La Madre de Dios quiso responderle que tal como el Señor había hecho preparar, por el
saludo del ángel, el misterio de la Encarnación que debía operar la salvación del mundo, se requería que
imitase esta conducta, y que pusiese en valor la devoción al Ave María, persuadiendo al pueblo que
usara el Rosario; ella le aseguró que si lo hacía, vería pronto los frutos de salvación que obtendría.
Sucedió, en efecto, lo que la Virgen había prometido. Santo Domingo ganó más almas a Dios por el
mérito del Ave María que por ningún otro medio: fue esta oración, repetida con confianza, que dio
virtud a sus predicaciones y que las hizo tan fructuosas, por la multitud de herejes que devolvió a la fe.
La Iglesia está tan persuadida de la gracia que el cielo le ha concedido, para producir frutos de salvación
en las almas, que alienta a todos lo predicadores a comenzar sus discursos con el Ave María, para
preparar, mediante este divino rocío, a las almas de los auditores a recibir con fruto la sagrada palabra.
Cuando recitemos el Ave María, no olvidemos que nos dirigimos a la Madre de nuestro Salvador
Todopoderoso, sobre el Corazón de su divino Hijo.
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Virgo prudentissima
Virgen prudentísima. ¿Quién podrá concebir la sabia prudencia que María conservó en el momento en
que el enviado del Padre eterno se presentó delante de ella? Cuando la llamó llena de gracia y bendita
entre las mujeres, ella se turbó, y no comprendió como semejante elogio podía serle dirigido: a la vista
del grado de elevación al que se le destinaba, se humilló delante de Dios y se creyó dichosa de merecer
la calidad de esclava. Luego, recibiendo la confirmación del ángel, no dudó que todo lo que se le
acababa de anunciar ocurriría; y lo creyó sin buscar comprenderlo. Ella no pidió un signo, no dudó como
Zacarías. Ninguna objeción al Ángel, ninguna pregunta y ninguna curiosidad propia del alma débil. María
no dijo más que las palabras absolutamente necesarias, unas para destacar el voto de virginidad que
había hecho, las otras para destacar su obediencia a la voluntad del Señor. Tal fue la prudencia sublime
de María que debemos admirar siempre, ya que es imposible alabarla tan dignamente como merece.
Ejemplo
El bienaventurado Simón Stock pedía a menudo a la Santísima Virgen que la enseñara una forma en que
pudiera honrarla. Un día que estaba en oración delante de la imagen de la Santa Madre de Dios, se le
apareció levando en sus manos un escapulario, que le dio, agregando que era el medio que ella deseaba
que utilizara para servir a su gloria, y que lo mirara como un signo de salvación, de suerte que cualquiera
que lo llevara santamente hasta la muerte, no caería en las penas del infierno. Los Soberanos Pontífices,
que expidieron bulas y concedieron indulgencias a favor de esta devoción, incluso los reyes como San
Luís, se apresuraron a entrar en la Asociación del Escapulario. Pero nada sirvió más para difundir esta
santa devoción que los prodigios que el cielo operó a favor del Escapulario. Uno de los más señalados,
fue el que ocurrió en el sitio de Montpellier. Un soldado que llevaba consigo esta prenda de devoción a
María, recibió una herida de mosquete cuando se lanzaba al asalto; pero la bala, después de haber
atravesado su uniforme, se detuvo frente al escapulario sin hacerle ningún mal. Luís XIII, que se
encontraba en el sitio, fue testigo de este prodigio de protección. En consecuencia, se apresuró a tomar
este santo hábito cuyo efecto sorprendente acababa de ver.
Imitemos la prudencia de la Santísima Virgen, llevemos su escapulario, porque María nos protege contra
e peligro, especialmente a la hora de la muerte.
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Virgo veneranda
Virgen venerable. Leemos en la Escritura que cuando Betsabé se fue a encontrarse a Salomón para
hablarle, este rey se levantó prestamente para hacerle los cumplimientos que merecía, y que después
de haberla saludado respetuosamente, la sentó en un trono que hizo colocar al lado del suyo, con el fin
de honrar públicamente a la autora de sus días. Ahora bien, si este honor convenía a la madre de un
Rey, ¿qué gloria, qué distinción conviene a aquella que, por su calidad de Madre de Dios, tiene derechos
incomparablemente más santos y mas claros a los honores? Igualmente, Jesucristo para honrar a María,
le concedió todos los privilegios y la preeminencia que convenía a tal hijo conceder a tal Madre.
Igualmente, ella forma en el cielo un rango aparte: tiene un orden separado, siempre, debajo de Dios,
pero siempre por encima de o que no es Dios.
Virgo predicanda
Virgen digna de alabanza. Esforcémonos por ofrecer a María el tributo de nuestras alabanzas y, a
ejemplo d esta señora que exclamó al ver al salvador: Dichosas las entrañas que te tuvieron y los pechos
que te amamantaron; celebremos su gloria y su honor, porque todo es honorable en ella, que el cielo y
la tierra no presentan un objeto más digno de nuestros homenajes y de nuestras alabanzas, después de
Dios, que María.
Ejemplo
El admirable san Luís, honor y ejemplo de los reyes, tenía una devoción tan tierna y tan viva por la
Santísima Virgen, y tanto amor por su humildad, que para honrarla y para imitarla, hacia reunir todos los
sábados, días consagrados a María, una multitud de pobres en su palacio, en su apartamento mismo.
Ahí, siguiendo el ejemplo del Salvador, les lavaba los pies en una vacía y los secaba con sus manos
reales; enseguida, les besaba con un respeto que hacía ver que reconocía en ellos a los miembros de
Jesucristo; después de aquello, para juntar la caridad con la humildad, los hacía comer, y los servía él
mismo en la mesa. Terminaba con una rica limosna que distribuía a cada uno de ellos, siempre en honor
de la Reina del cielo y de la tierra. Había deseado morir un sábado, como para coronar con el homenaje
de sus últimos suspiros todos los honores que había rendido cada semana de su vida ese día. Fue
escuchado. María quiso que ese día de honor para ella fuese también el de la entrada al la gloria al cielo
para su fiel servidor.
Merezcamos, por nuestra caridad, que los pobres nos alaben delante de Dios
42
Virgo potens
Virgen poderosa: María, que es la Reina de los ángeles y de los hombres, es la soberana de todas las
criaturas, y reina al costado de Aquél que esta sentado por encima de los querubines, que mueve los
cielos, que cambia los tiempos, que manda los vientos y a las tempestades, y que altera los elementos.
Ahora bien, como todo es posible en el cielo y sobre la tierra al Amo de la naturaleza, toda la naturaleza
debe obedecer, toda la naturaleza debe obedecer a aquella a quien él mismo estuvo sometido. Por eso,
los ángeles y los santos, que son testigos del gran poder de María, se apresuran a rendirle los homenajes
y la obediencia que le deben.
Virgo clemens
Recurran, pobres pecadores, recurran a María, cuyo trono es accesible a los desventurados, y no duden
de la buena voluntad y del poder de esta Madre de clemencia, que está siempre dispuesta a recibir y
que Jesús no tiene nada que rehusar a aquella por cuya intercesión hizo su primer milagro y que Él
destinó para ser abogada de los pecadores. Recurran a María, ustedes que son sus fieles servidores,
recurran a ellas con confianza; que si los grandes pecadores encuentran en ella los auxilios que
necesitan, ustedes no dejarán de recibir los favores que ella concede, particularmente a aquellos que la
aman y que la sirven, imitando sus virtudes.
Ejemplo
Juan, Emperador de Oriente, dio una prueba sorprendente de la devoción que tenía a las imágenes de la
madre de Dios. Los escitas habían irrumpido violentamente en la Tracia; concretando una usurpación
digna de su mala fe, se convirtieron en los amos. El Emperador, en estas circunstancia que le hacía
perder una bella provincia de su imperio, recurrió a la Reina del cielo; y por la intercesión visible que
recibió su ejército, rechazó a los bárbaros y los puso en fuga. Entonces, lejos de ser ingrato hacia su
libertadora, quiso cederle los honores de esta victoria. Hizo colocar su pintura sobre un carro de triunfo
magníficamente tirado por cuatro caballos blancos, montados por los príncipes de su Imperio; y él,
presidiendo todo su cortejo, iba a pie, con la cabeza descubierta, delante del carro de triunfo, con una
cruz en la mano, otorgando a María toda la gloria. Honremos, a ejemplo de esos grandes personajes, en
todas las formas que dependan de nosotros, a las imágenes de la Reina del cielo.
Pidamos a María proteger a la Iglesia y a las familias cristianas contra nuestros enemigos
44
Virgo fidelis
Virgen fiel. María, siempre fiel a la ley del Señor, lo fue también a los designios de la providencia. Dios le
hizo saber, de un momento a otro, por su esposo José, que había que huir con el niño Jesús a Egipto.
María no busca en lo absoluto comprender la voluntad del Señor, y sin razonar sobre los obstáculos que
parecen presentarse en un viaje tan penoso, largo y peligroso, María obedece, parte, y la orden de Dios
le sirve de razón. Instruida por las profecías acerca de los tormentos que Jesucristo, su Hijo debía
soportar, tenía el alma triste, pero la sumisión estaba de acuerdo con la voluntad de Dios Altísimo.
¡Fidelidad preciosa de María! ¡Quien podrá admirarte suficientemente, cuando la condujiste al pie de la
cruz y a recibir los últimos suspiros de su Hijo!
Speculum justitiae
Espejo de justicia. María es el espejo de las virtudes más perfectas, porque, destinada a la gloria de ser la
Madre de Dios, cuya dignidad supera incomparablemente todas las grandezas humanas, y que es la más
alta a la que puede ser elevada una criatura, debió ser enriquecida con las virtudes que convenían a esta
sublime elevación, y si según Tomás de Villanueva, san Juan, sólo por causa de su calidad de precursor
del Mesías fue santificado en el seno de su madre e hizo cosas tan extraordinaria, que entre todos los
hijos de las mujeres, según el testimonio del Salvador, no hubo nadie más grande que Juan Bautista.
¡Qué decir de la santidad de aquella que concibió y llevó en seno al autor de todas, la virtud de la
santidad misma, en fin, el Verbo Eterno que es Dios!
Ejemplo
Un soldado, apellidado Beau-Séjour, rezaba todos los días siete Pater y siete Ave, en honor de las 7
alegrías y de los siete dolores de la Santísima Virgen. Nunca se olvido de satisfacer esta obligación, y si se
acordaba, luego de haberse acostad, que no lo había hecho, se levantaba al instante y rezaba esta
oración de rodillas. Un día de batalla, Beau Séjour se encontró en la primera línea de combate, en
presencia del enemigo, esperando la señal de ataque, se acordó que no había dicho su oración
acostumbrada; de inmediato comenzó a decirla haciendo la señal de la cruz. Sus compañeros, dándose
cuenta, empezaron a burlarse y las burlas pasaron de boca en boca, pero Beau-Séjour, sin inquietarse,
continuaba su oración. Una vez terminada ésta, los enemigos hicieron la primera descarga; y Beau
Sejour, sin haber recibido no un solo disparo, quedó solo en la línea. Vio muertos, a sus lados, a todos
aquellos que antes de reían de él y se burlaban de su devoción. No pudo dejar, estremecerse ante tal
vista y, de reconocer la mano de la poderosa Protectora que lo había. El resto de la batalla y aun de la
campaña, que mató mucha gente, no recibió ni una sola herida. Habiendo recibido finalmente su baja,
volvió a su casa y publicó por todos lados las alabanza de María, de quien se reconocía deudor de vida y
salud (Récits d’histoires).
Seamos fieles a nuestros ejercicios de piedad hacia María y nos será fiel a la hora del peligro.
Décimo octavo día: Explicación de las letanías
43
Sedes sapientiae
Trono de sabiduría. María mostró, a todo lo largo de su vida un espíritu de sabiduría perfecta, porque
representándonos en el momento en que el arcángel le anunció el misterio de la Encarnación ¿no
percibimos una sublime sabiduría en el diálogo que sostuvo? La veremos en presencia del ángel ella,
tímida por castidad como obediente por humildad, tan discreta en sus preguntas como sabia en sus
respuestas. Finalmente, no descubriremos sino las huellas de una sabiduría admirable y consumada en
todas sus acciones y palabras. Ella cargó en sus brazos la sabiduría substancial, al Verbo Encarnado.
Causa de nuestra alegría. Fue en nuestra Redención, en la que cooperó María, que la Iglesia sacó el
motivo para saludarla como la verdadera causa de nuestra alegría. En efecto, considerando la naturaleza
humana caída por el pecado del estado primitivo de su creación, y a todos los hombres sometidos a la
esclavitud del demonio y de la muerte; luego viendo viéndola restablecida en sus derechos por la
Encarnación de Jesucristo, y a los hombres de esclavos del demonio, convertidos en hijos de Dios, ¿no se
reconoce que María (le quien nació el Mediador que reconcilió a los hombres con Dios) que María nos
procuró el más grande honor, y que debe ser, por consecuencia, la causa de nuestra mayor alegría?.
Ejemplo
El año 1749, una mujer virtuosa fue condenada a muerte por la acusación de su marido, hecha sobre
falsas conjeturas que la hicieron pasar por culpable de infidelidad, siendo ella inocente. Recurrió a la
gran Consoladora de los afligidos; lloró a los pies de la Santísima Virgen, la invocó, le encomendó
insistentemente su inocencia, su honor y su vida; y esta Madre de Gracia, que nadie invoca nunca en
vano, la tomó tan bien bajo su protección, que el verdugo no llegó a quitarle la vida, La tomó por
muerta, luego de realizar su trabajo, pero luego de retirarla del patíbulo, algunas horas después de la
ejecución, para llevarla a enterrar, mientras era llevada a la Iglesia, no sólo dio signos de vida, sino que
se levantó, se arrojo a los pies de una imagen de la Santísima Virgen, publico en voz alta que ella era su
liberadora, y que se le había aparecido durante la ejecución, para aumentar sus esperanzas y quitarle
sus temores. Todos aquellos que fueron testigos bendijeron a la Madre de misericordia y renovaron su
confianza en su bondad.
En las aflicciones, recurramos a María, ellas nos consolará y pondrá en nuestro corazón la alegría
cristiana.
38
Vas spirituale
Vaso espiritual. El título de Vaso espiritual de la Iglesia dado a María no le conviene sólo relativamente al
misterio de la Encarnación que se cumplió en ella; le conviene también respecto de las gracias de las que
es vaso admirable. En efecto, María, habiendo sido premunida de todos los dones del Eterno desde su
concepción, estuvo llena de gracia antes que el ángel le anunciara los designios del Altísimo sobre ella.
Además, ¿qué tesoro de gracias llegaría a ser, cuando puso sus cuidados, durante toda su vida, en
aprovechar los que ya había recibido? Por eso hay que convenir que de la misma manera que sobrepasa
a todas las criaturas en santidad, las supera también en gracias.
Vas honorabile
Vaso honorable. Si el ostensorio, que sirve para exponer la Hostia consagrada es un vaso tan honorable
que no está permitido tocarlo sino a los sacerdotes y a las personas consagradas a Dios, ¿María no es,
con mayor razón, un vaso de mayor honor, ya que el Verbo divino se encarnó en su seno, y quiso habitar
en él nueve meses?
Vaso insigne de la devoción. La Iglesia compara a María con un vaso y la llama Vaso insigne de la
devoción, porque fue colmada de sentimientos de piedad, que exhibió en todas las circunstancias de su
vida, mostrando un fervor que sorprendía en todo lo referido al culto y al servicio de Dios. En efecto, su
celo fue tan ardiente, que estuvo bien lejos de limitarse a la obligación indispensable, aplicándose en
buscar todas ocasiones de servirlo. Finalmente, puso todas sus delicias en pensar en Dios, a buscar a
Dios en todo y a llevar todo hacia Él.
Ejemplo
San Alfonso María de Liborio fue, a la vez, uno de los más ardientes propagadores de la devoción a los
Sagrados Corazones de Jesús y de María y uno de los más santos obispos de su tiempo. Animado con
una confianza sin límites, se dirigió a ella en todas sus necesidades, y estaba seguro de obtener todo lo
que pedía por su intercesión. Igualmente le comlacía a María colmarlo con los favores más señalados;
confesó, la víspera de su muerte que ella se le aparecía a menudo y le decía cosas admirables. Las obras
que compuso en alabanza de la Santísima Virgen, llenas de un fuego divino y de una unción
conmovedora, dan testimonio de su amor y del celo por ella.
Recurramos a María, ella nos concederá la verdadera devoción que consiste en el cumplimiento de
todos nuestros deberes y en la aplicación de ser siempre agradable a Dios.
110
Rosa mystica
Rosa Mística. Como la Rosa es, entre todas las flores, la flor que más gusta universalmente, tanto por su
tierno colorido cuanto por su agradable olor, y por esta causa pasa por reina de las flores, de la misma
manera María, llamada alegóricamente por la Iglesia Rosa Mística, es la Reina de los ángeles y de los
hombres, porque sobrepasa a todas las criaturas, incluso a las más perfectas, por la explosión de su
gloria y por el mérito de sus sublimes virtudes.
Turris Davidica
Torre de David. María es comparada con la Torre de David, porque esta torre fue antiguamente el más
bello ornamento de Jerusalén por su elevada altura y por la belleza de su estructura. María, igualmente,
un edificio espiritual que es, después de Dios, en la celeste Sión, el objeto más elevado y el más elevado
por la bondad de sus virtudes. En efecto, considerando la grandeza de su dignidad y de los méritos
preciosos de María, se comprende que la gloria de que goza en el cielo les sea proporcional; y que todo
debe ser incomparablemente grande en aquella que según Agustín es la obra del eterno consejo, en
tanto que, san Epifanes llama misterio del cielo y de la tierra
Torre de marfil
Torre de marfil. Es en la expresión del Espíritu Santo, que habla por el órgano de la Sabiduría, que la
Iglesia encontró la comparación que se hace de ella, a una torre de marfil. En efecto; por que si
comprendemos el sentido figurado, comprenderemos que Salomón escuchó alabar la pureza a María,
cuyo brillo y cuya blancura no sólo entran claramente en comparación cola del marfil sino que la supera
infinitamente.
Ejemplo
El nacimiento de San Luís Rey de Francia, se debió a María Madre de Dios y a la devoción del Santo
Rosario. La piadosa Reina Blanca de Castilla, que fue la madre de este santo rey, lloraba largo tiempo su
esterilidad. Santo Domingo, que vivió en la misma época, le aconsejó recurrir a la Santísima Virgen y que
practicara el rezo del santo Rosario, y que obligara a las personas más devotas del Reino de hacer
frecuentemente en su nombre este homenaje, y le hizo esperar el fruto de bendición de deseaba, por la
protección de la Madre de Misericordia. Blanca siguió el consejo con felicidad y fidelidad. En virtud del
santo Rosario y de la piedad de la virtuosa princesa obtuvieron pronto el efecto deseado. Tuvo un hijo, y
en su hijo un rey, que puso la santidad sobre el trono, que consagró su corona por todas las virtudes
cristianas; en una palabra, llevó a su tumba la vestidura de la inocencia bautismal, enriquecida por todos
los méritos que hacen los santos y a los grandes santos.
38
Domus aurea
Casa de oro. Aunque esta comparación esté muy por debajo de la dignidad y de las virtudes de la Madre
de Dios, no deja de tener el mérito de la justeza: ¿no se puede llamar Casa de oro a María, cuyo seno fue
el tabernáculo del Hijo de Dios vivo? ¿Aquella que es la obra maestra de la Omnipotencia? Y como el oro
es el símbolo de la pureza, María que es por siempre pura y está exenta de pecado, ¿no merece el título
de Casa de oro?
Foederis arca
Arca de la Alianza. El arca de la alianza que siempre fue para los judíos el monumento más respetable de
su religión, tiene tantas relaciones con María que la Iglesia la mira como una figura de la Madre de Dios.
Efectivamente, trayendo a la memoria algunos objetos de comparación, hacemos notar que como las
tablas de la antigua ley fueron conservadas en el Arca, el legislador de la nueva, Jesucristo, quiso estar
durante nueve meses en el casto seno de María. Y si el Arca traía a los Israelitas los recuerdos de la
Alianza que Dios había celebrado con ellos, María nos recuerda, también, la nueva alianza, que el hijo de
Dios nos hizo contraer con su Padre, tomando en el seno de María la vida que entregó generosamente
para rescatarnos.
Ejemplo
San Bernardo, célebre Abad de Clervaux, y el último de los Padres de la Iglesia, parece haber asumido el
trabajo de reunir, en sus piadosos escritos, todo lo que en los siglos precedentes se había dicho de más
bello y conmovedor sobre la Santísima Virgen, como si reuniera en su corazón todas las tiernos afectos
de sus más fervientes servidores. No se puede leer lo que compuso en alabanza de la la Virgen sin
sentirse penetrado de respeto, de confianza y de amor por ella; y él mismo, lo estaba de tal manera, que
el recuerdo de sus grandezas y sobre todo de su bondad, le hacía caer en éxtasis. Esta buena madre
quiso mostrar sensiblemente en su persona cuánto atrae las bendiciones el coraje de abandonar los
afectos de la naturaleza, en especial sobre aquellos que se parecía abandonar ya que toda su famili,
primeramente tan opuesta a su retito, terminó por compartir con él sus santas dulzuras.
Roguemos a María llenar nuestros corazones de cariad con el fin de que sean una morada agradable a
Jesús cuando baje a él en la Santa Comunión.
42
Puerta del cielo. Los fieles, llamando a María la Puerta del cielo, hablando siguiendo a los Padres de la
Iglesia que le dieron es nombre. Esta cualidad le conviene tan perfectamente, que es en el dichoso
momento en el que el Verbo divino se dignó encarnar en su casto seno que nos convertimos en los
herederos del cielo y los coherederos de Jesucristo. Por eso, los patriarcas y los justos del Antiguo
Testamento, detenidos en los limbos hasta el momento en que debían ser introducidos en el cielo por el
vencedor del pecado y de la muerte, exclamaron sin cesar delante de María, según las palabras de San
Agustín: “Virgen perpetua” Abre tu seno que es bermejo como una rosa, porque es tu fe la que abre y
cierra los cielos”.
Stella matutina
Estrella de la mañana. Par conocer el motivo de dar a María el título de Estrella de la mañana,
consideremos que al igual que las sombras de la noche huyen al momento en que esta estrella aparece y
anuncia el nacimiento del sol; igualmente, María, mil veces más brillante que la aurora, apareció para
anunciar el nacimiento del Sol de justicia y para dar al mundo a aquel que debía traer la luz y la verdad,
y disipar las tinieblas de la idolatría y de la ignorancia que cubrían casi todo el universo antes del
nacimiento de su divino Hijo
Ejemplo
San Francisco de Sales, Obispo de Ginebra, cuya rara modestia y vida ejemplar eran una imagen
semejante a la de María, había recibido, desde su juventud, una prueba milagrosa de la protección de
esta divina virgen, por la liberación súbita de una tentación de desesperanza espantosa. Su confianza en
esta tierna Madre se redobló desde entonces, y no dejó de testimoniar su reconocimiento. Aunque
encargado de dirigir una gran diócesis, ocupado de la predicación, de la dirección de almas, en la
composición de las bellas obras con que enriqueció a la Iglesia, no se dispensaba de rezar diariamente el
rosario. Una vez que se vio obligado a posponerlo hasta muy tarde, su vicario le hizo la observación que
tenía una extrema necesidad de descanso, y que debía pasarlo para la mañana siguiente. Mi máxima, le
contestó el fiel servidor de María, es no dejar nunca para el día siguiente lo que se puede hacer en el
momento, y continuó su rosario hasta el final.
Recemos a menudo el rosario y la Santísima Virgen, después de nuestra muerte, nos introducirá en el
cielo.
Vigésimo tercer día: Explicación de las letanías
48
Salus infirmorun
Salud de los enfermos. Para rendir homenaje al poder de María, se la llama Salud de los enfermos,
porque teniendo todo poder ante aquel de quien el profeta dijo en el salmo CII: Es el que cura todas la
enfermedades, el que devuelve la salud a los enfermos que lo invocan; porque si Jesucristo dio a los
apóstoles el poder de curar a los hombres de toda clase de enfermedades, ¿quién dudará que la Madre
de Dios, de quien dice el Salmo LXXXVI: Se ha dicho de ti cosas gloriosas, ¡Oh ciudad de Dios! Tenga el
mismo poder? ¿Quién dudará en creer que su poder sea igual a la gloria que goza en el cielo?
Refugium peccatorum
Refugio de los pecadores. Es cierto que los pecadores, según san Juan, encuentran en Jesucristo un
abogado delante del Padre celeste, que compadecido de nuestras enfermedades intercede por ellos,
pero como después de haber ofendido al mismo Jesucristo, temen la cólera de Cristo, no les queda sino
María como refugio en su desventurado estado. Es lo que ella parece ofrecer, siguiendo las palabras del
salmo LXXXVI, que se pone en sus labios. Me acordaré de Rahab de Babilonia, que me conocerán.
Promesa verdaderamente consoladora para los pecadores que han sido figurados mediante los nombres
de estas dos ciudades. Abrochémonos a ella con confianza, reconozcamos su ternura, y
encomendándonos a su recuerdo, pidámosle que nos obtenga el perdón de nuestros pecados.
Ejemplo
El V.P. Bernard, ese célebre sacerdote tan célebre en París en el siglo XIX, por su caridad hacia los
prisioneros, y por su devoción a la Santísima Virgen, conducía al patíbulo a un hombre condenado a ser
colgado: este desventurado, a sus crímenes anteriores, agregaba ahora horribles blasfemias contra Dios.
Aunque hubiese colmado la paciencia de aquellos que lo habían exhortado, el Padre Bernard no se
desalienta; sube con él hasta el cadalso, y empeña con él todo el celo posible, y como quiso abrazarlo, el
malvado lo rechazó de un puntapié, y furioso, lo arrojó al pie de la escalera, sobre el empedrado. El
Padre Bernard, aunque herido, se levanta, se arrodilla y en invoca a su potente Mediatriz, por su oración
ordinaria: Memorare, o piisima! Etc. ¡Admirable efecto de su protección! La oración no había terminado
y se vio al sentenciado estallar en lágrimas de penitencia, convertirse, pedir perdón, confesarse y
edificar con su arrepentimiento, tanto como había horrorizado por su obstinación.
Si tenemos la desventura de ofender a Dios, recurramos a María, refugio de los pecadores, roguemos
por la conversión de las almas que nos son queridas.
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Consolatrix afflictorum
Consoladora de los afligidos. ¿No tenemos incontables efectos de los milagrosos efectos de la
protección de María? ¿No hay una gran cantidad de monumentos erigidos en su honor como
reconocimiento de los desventurados que auxilió? ¿Existe algún hombre que haya reclamado su
asistencia en vano? Su caridad es tan solícita que nos asiste, a menudo, en nuestras necesidades, sin
esperar que la invoquemos, un solo pensamiento, un solo deseo de implorarla basta para que comience
a asistirnos.
Auxilium christianorum
Auxilio de los cristianos. El gratitud que los cristianos tienen a María, favorecidos en todo tiempo con su
protección, les ha inspirado llamarla su auxilio, compararla con una torre fortificada, y mirarla como
asilo seguro contra todos sus enemigos. Y la Iglesia, aprobando este testimonio de su gratitud hacia su
protección, y considerando los poderosos auxilios que el pueblo cristiano ha recibido siempre de la
Virgen, le dirige las palabras que se lee en el capítulo IV del Cantar de los cantares. Tu cuello es como la
torre de David que está edificada con bulevares; mil escudos cuelgan de ella, y todas las armas de los
más valientes.
Ejemplo
Fue delante de una imagen de la Santísima Virgen y merced a su protección que San Francisco de Sales
obtuvo la liberación de una pena interior, la más grande que se pueda experimentar. Mientras estaba en
su período de estudios, pensó que era un réprobo que estaría por siempre desterrado de la vista de
Dios; era como si estuviese persuadido. Uno pude imaginar qué tormento tan cruel debía ser este
pensamiento para un alma tan cercana a Dios como la suya. Se consumía a ojos vista, enflaquecía y
palidecía enes tremo. En esa situación tan afligida, recurrió a la Santísima Virgen; se prosternó delante
de su imagen, formó estos generosos sentimientos. “si soy tan desventurado para merecer estar
siempre en la desgracia de mi Dios, quiero al menos tener el consuelo de amarlo con todo el corazón
durante mi vida entera: sí, mi Dios, si no puedo amarte después de mi muerte, quiero amarte
doblemente mientras viva. Estando en estos pensamientos, ni bien miró la pintura de la Madre de
Gracia para interesarla en su destino, en el mismo momento, se sintió aliviado y totalmente liberado de
su pena, de suerte que su rostro retomó los colores y su serenidad en el lugar mismo de la oración.
Hacia fines del siglo XVI, la cristiandad estuvo amenazada por los turcos con una desolación general, y el
Papa Pío V alentó a los fieles a poner toda su confianza en María. Toda Europa se puso a orar y se
acudió de todos los lugares a Nuestra Señora de Loreto, para implorar la asistencia de la Madre de Dios.
Desde entonces el piadoso pontífice no dudo en la victoria. Fue una de las más gloriosas y completas. El
Papa que había recibido una revelación, estaba personalmente persuadido de que era efecto de la
protección de la Santísima Virgen, que instituyó para esta ocasión una nueva fiesta en su honor, que es
la del Rosario, e hizo agregar a las letanía la invocación: Auxilium christianorum.
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Regina angelorum
Reina de los ángeles. Si se da a María el título glorioso de Reina de los Ángeles es porque en calidad de
Madre del Creador y del soberano Señor de los cielos, sobrepasa en gloria a todas las inteligencias
celestes. Es lo que reconoce la Iglesia cuando canta, en el día de la Ascensión de la Santa Virgen: La
Santa Madre de Dios se elevó al Reno del os cielos por encima de todos los ángeles. También los ángeles
con un afecto digno de las complacencias de Dios mismo, no dejan de expresarle la ternura de sus
sentimientos que los animan, mediante exclamaciones de alegría y exclamaciones de alegría y de alegría
en las bendiciones que le dan.
Regina Patriarcarum
Reina de los patriarcas. Si Noé, Abrahán y los antiguos Padres que vivieron, hasta tiempos de Moisés,
son llamados los Patriarcas del Antiguo Testamento, para que fueran los primeros jefes de familias,
donde se conservó fielmente el recuerdo de Dios: y si se llama a San Agustín, San Benito y otros
fundadores de Órdenes religiosas los Patriarcas del Nuevo testamento, porque son los jefes y como
padres de las familias religiosas que se dedicaron especialmente al servicio de Dios, es a justo título que
se da a María la calidad de Reina de los Patriarcas, porque siendo la Jesucristo que es el Rey de los
patriarcas, el autor y consumador de la fe, ella es por esta calidad la Reina de los Patriarcas de la antigua
y de la nueva ley.
Regina profetarum
Reina de los profetas. Si a partir del texto del Apocalipsis, capítulo XIX, el testimonio que se rinde a
Jesucristo es el espíritu de profecía, María ¿no debe ser mirada como la Reina de los profetas puesto
que ella rindió incomparablemente un testimonio de Jesucristo mayor que el que rindieron los profetas,
porque ella lo engendró, lo reconoció como su Dios y siguió en todos los pasos de su Pasión, hasta el pie
de la Cruz.
Ejemplo
San Francisco Javier, apóstol de las Indias y del Japón, no se demoró en ceder a los requerimientos de la
gracia, que sintió nacer al mismo tiempo en su corazón, un tierno amor por María y un vivo deseo de
imitarlo. Con miras a honrar su pobreza, y de afirmarse en esta virtud que miraba como indispensable
para un obrero evangélico, eligió, para prepararse, mediante un retiro de horas, para celebrar su
primera misa, un reducto abandonado que le representaba el establo de Belén. Su amor por María fue
siempre en aumento: le encomendaba todas sus empresas; alentaba a todos a hacer lo mismo. Dios
justificó su confianza, y aprobó sensiblemente su celo concediendo a menudo milagros con solo tocar su
Rosario. Desligado de todo en la muerte tal como fue en la vida, y abandonado por sus amigos en un río
lejano, este hombre apostólico encontró su consolación en María, no dejando de dirigirle a ella hasta su
último suspiro, estas palabras; Mostra te esse Matrem.
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Noticias por email
Regina apostolorum
Reina de los apóstoles. El título de reina de los apóstoles, conviene tanto a María que si los apóstoles
instruyeron a los pueblos de toda la tierra ellos lo fueron por María; porque según san Bernardo, los
apóstoles recurrieron a ella en sus dudas y cuando querían estar seguros de las intenciones de Jesucristo
sobre algún punto de su creencia. Por otro lado, si cada uno de ellos destruyeron el paganismo en la
parte del mundo que le correspondió por la partición que hicieron entre ellos. María disipó y disipa
todavía las herejías en todos los países del mundo. Alégrate Virgen María, tú sola destruyes las herejías
en todo el universo.
Regina martyrum
Reina de los mártires. No se podría honrar a María como se debe si no se la reconoce como Reina de los
mártires, porque aunque ella no haya derramado su sangre por la confesión de la fe, sin embargo sufrió
con más confianza y amor que todos los mártires. Y por decirlo todo con una sola palabra, sufrió en
corazón maternal todo lo que el Rey de los mártires, Jesucristo, su divino hijo, soportó en su carne
inocente.
Regina confessorum
Reina de los confesores. Pues si se llama confesores a aquellos que confesaron a Jesucristo, ¿se
rehusará el título de Reina de los confesores a la que confesó con una firmeza y una constancia
incomparablemente superior a la suya? Ella lo siguió no sólo en medio de los oprobios y tomentos de su
Pasión, sino que subió generosamente al Calvario con Él, para verlo consumar el sacrificio de nuestra
redención. Los apóstoles habían reconocido a Jesucristo como Hijo del Dios vivo, pero en el tiempo de la
Pasión, infieles a la confesión de su fe, la disimularon y escaparon. No ocurrió así con María, que
siempre constante y fiel, lo reconoció como su Dios en todo el curso de su Pasión y sobre la Cruz.
Regina Virginum
Reina de las vírgenes. De todos los títulos, honores y alabanzas que se da a María, el de Reina de la
Vírgenes le conviene por excelencia, porque ella es el prototipo de la virginidad, ya que fue la primera
que se comprometió por un voto de virginidad perpetua. La virginidad, antes de su tiempo, era tan
despreciada que la hija de Jefté, estando a punto de ser inmolada por su padre, antes de haberse
casado, fue a llorar su virginidad a los montes. Pero desde que María elevó la gloria de la pureza virginal,
se vio consagrarse a millones de vírgenes, a Jesucristo como a su único esposo según esas palabras del
profeta en el salmo XLIV: Después de ellas, conducirán vírgenes al Rey.
Reina de todos los santos. Finalmente, el título de Reina de todos los santos que la Iglesia da a María,
encierra las más grandes alabanzas que sea posible darle, porque anuncia que es superior a los santos
de todos los órdenes. En efecto, María conforma un orden separado en el cielo; y para juzgar el alto
punto de su gloria, hay que remarcar que Dios glorificó a su propia Madre. Por ese motivo se ha
representado a los ángeles y a los santos de todo orden ofreciendo a María sus coronas, para significar
que ella reina en el cielo por encima de ellos.
Ejemplo
Una peste terrible despoblaba la ciudad de Roma, el Papa san Gregorio Magno había predicado la
penitencia, ordenado oraciones públicas, hecho votos, pero la peste continuaba sus estragos, hasta que
tomó el partido de volver se directamente hacia la Madre de Dios, y ordenó que el clero y el pueblo
fuesen en procesión general a la Iglesia de Nuestra Señora, llamada Santa María la Mayor, y que se
llevara por toda la ciudad la imagen de la Santísima Virgen, pintada por san Lucas. Esta procesión detuvo
perfectamente el curso de esta calamidad. Fue maravilloso ver que por todos los lugares donde la
imagen pasaba, cesaba la peste cesaba enteramente; y antes del fin de la procesión se vio sobre la
terraza de Adriano, hoy llamada Castillo del Santo Ángel, un Ángel en forma humana que guardaba una
espada ensangrentada en su vaina. Al mismo tiempo se escuchó a los ángeles cantar este antífona de la
Santísima Virgen. Regina Coeli, laetare alleluia, etc. El Santo Pontífice agregó: ora pro nobis, Deum,
ruega a Dios por nosotros; y la Iglesia ha empleado siempre desde entonces esta oración para saludar a
la Santa Virgen en tiempo de Pascua.
25
Reina concebida sin pecado original. Amadísimos hermanos, dice Bossuet, ¿que les parece? ¿Qué
piensan de esta doctrina?... Para mí, cuando considero al Salvador jesús, nuestro amor y nuestra
esperanza, entre los brazos de la Santísima Virgen o tomando su leche virginal, o reposando dulcemente
en su seno, o encerrado en sus castas entrañas. Cuando miro lo incomprensible así encerrado y esta
Inmensidad como resumida, cuando veo a mi Liberador en esa estrecha y voluntaria prisión, me digo
algunas veces: ¿Se podría hacer que Dios abandonara al diablo, aunque no fuese sino un momento ese
templo sagrado que destinaba a su Hijo, ese santo tabernáculo, donde tomó un largo y admirable
reposo, ese lecho virginal, donde celebró sus nupcias del todo espirituales con nuestra naturaleza? Es de
esta manera que hablo conmigo mismo. Luego, volviéndome hacia el Salvador; Niño bendito, redigo, no
sufras más, no permitas que tu Madre sea violada! ¡Ah si Satán osara abordarla, mientras que,
permaneciendo en ella, haces un paraíso, cuántos rayos harías caer sobre su cabeza! Con qué celo
defenderías el honor y la inocencia de tu Madre. Pero ¡Oh Niño bendito!, por quien los siglos fueron
hechos, tu estás antes de todos los tiempos. Cuando tu Madre fue concebida, la miraste desde lo más
alto de los cielos; tu mismo formaste sus miembros, fuiste tu quien le dio el soplo de vida, que animó
esa carne de la que saldría la tuya. ¡Ah! date cuenta, Sabiduría eterna, que en este mismo momento, va
a ser infectada con un horrible pecado; va a ser la posesión de Satán. Desvía está desgracia por tu
bondad, comienza por honrar a tu Madre, haz que le aproveche tener un Hijo que está antes que ella,
porque finalmente, bien entendido todo, ella ya es tu Madre y tú ya eres su Hijo.
Ejemplo
El célebre Alejandro de Halès, que fue una de las lumbreras de la Universidad de París, experimentó, en
su persona misma, el interés que la Santísima Virgen tiene en la gloria de su Inmaculada Concepción. Ese
gran teólogo, siendo doctor y profesor en París, no se preocupaba por celebrar esta fiesta, porque tenia
sus duda acerca de la verdad del misterio de la Concepción inmaculada; pero Dios permitía que cada
año, el ocho de diciembre, día de esta fiesta, cayera enfermo y que sufriera grandes dolores. Esto,
habiendo ya ocurrido varios años seguidos, fue percibido por sus alumnos como una circunstancia
singular, ya que coincidía siempre cada año el mismo día; le aconsejaron abrazar la firme creencia en el
misterio de la la Concepción pura y sin mancha de la Madre de Dios. Se resolvió a ello, e hizo el voto que
si el Señor le concedía la gracia de librarlo de esta enfermedad anual, escribiría un libro en honor de la
Inmaculada Concepción. Este voto detuvo inmediatamente el curso de sus enfermedades. Toda la
Facultad de Paris, que fue testigo, se alegró de la salud de su maestro; satisfizo su promesa y compuso
una obra en honor de la Santísima Virgen. Se empeñó, particularmente, en sostener el privilegio de su
santísima concepción; relató el prodigio ocurrido a su persona; finalmente, se retracto de todo lo que
pudo decir o escribir en contra de ese glorioso misterio de María concebida sin pecado.
Conservemos nuestro corazón puro, o purifiquémosle mediante la penitencia, si hemos tenido la
desgracia de ofender a Dios; ganaremos así el Corazón de la Virgen Inmaculada.
37
Reina del Santo Rosario. El Rosario es una cierta fórmula de oraciones en la cual distinguimos quince
decenas de salutaciones angélicas, entremezcladas con oraciones dominicales. En cada una de esas
decenas meditamos sobre los misterios. Estos misterios son en total quince, conformados en tres series:
cinco misterios gozosos que son: 1) La Encarnación, la Visitación de la Santísima Virgen, la Natividad de
Nuestro señor, La Presentación en el Templo y el Encuentro de Jesús en medio de los Doctores 2) Cinco
misterios dolorosos que son, el sudor de sangre en el Huerto de los Olivos, al Flagelación, la Coronación
de espinas, Jesús cargado con la cruz y la Crucifixión. 3) Cinco misterios gloriosos que son: La
Resurrección, la Ascensión, La venida del espíritu santo Paráclito, La Asunción de la Santísimima Virgen y
su Coronación como reina de cielos y tierra. Se puede dividir el rosario en tres series de quince decenas
cada uno, y en ese caso, se tiene cuidado de tomar alternativamente por asunto de meditación las tres
series de misterios.
El Termino rosario significa corona de rosas. Era costumbre en oriente ofrecer coronas de rosas a las
personas que se proponía honrar, y los cristianos de complacían en ofrecer estos presentes a la
Santísima Virgen y a los Santos. San Gregorio Nacianceno sustituyó la corona material de rosas por una
corona espiritual. Santa Brígida, en el siglo siguiente, tuvo la idea de poner esta corona al alcance de
todos, haciéndola componer de las oraciones más ordinarias de la Iglesia. Pero el uso de recitar quince
Pater y quince Ave María, se remonta a Santo Domingo.
Ejemplo.
San Carlo Borromeo tenía la más viva y la más tierna devoción por la Santísima Virgen, que recitaba
todos los días, de rodillas el rosario y el oficio de esta Gloriosa Virgen; ayunaba, además, con pan y agua,
en las vísperas de Nuestra Señora. Nadie fue más exacto que él en saludarla a la indicación de la
campana; porque si se encontraba en la calle, aunque estuviese cubierta de barro, no dejaba de ponerse
de rodillas cuando la campana advertía que era hora de recitar el Ángelus. Quiso tener en su catedral
una capilla y una cofradía del Rosario. Mandaba hacer, además, todos los primeros domingos del mes
una procesión solemne, en la que se trasladaba con mucha pompa una pintura de la Santísima Virgen;
quiso que fuese la protectora de todas las fundaciones que hizo; ordenó que en toda su diócesis se
honrara, con gestos de respeto, el sagrado nombre de María, ni bien se le escuchara pronunciar; hizo
colocar en todas las portadas de todas las Iglesias parroquiales de su jurisdicción una imagen de la
Madre de Dios, para hacer comprender al pueblo que no se puede entrar al templo de la gloria eterna
sin el favor de aquella a la que la Iglesia llama puerta del cielo.
32
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Ahora bien, Jesucristo es el verdadero Cordero que ha
sido inmolado por los pecados del mundo; porque todos los sacrificios y las oblaciones de la antigua ley
eran insuficientes para borrar los pecados, tal como lo explicó el Apóstol en su Epístola a los Hebreos,
capítulo X, diciendo: es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quiten los pecados,
hacía falta otra víctima: era necesario que un Dios reparara el ultraje que el pecado había hecho a Dios.
Por eso, san Pablo, en la Epístola antes citada, escribió que el Hijo de Dios, al entrar a este mundo dio a
su divino Padre: No quieres hostia ni oblación, pero me formaste un cuerpo; para hacernos comprender
que Jesucristo era la única víctima digna de agradar a Dios y de reconciliarnos con Él.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Sabemos que san Juan, en su Apocalipsis, capítulo V,
siendo raptado en espíritu, vi un cordero como degollado, en medio de un trono, rodeado de cuatro
animales y de veiticutaro ancianos que se prosternaban delante de él, y que millares de ángeles decían
en alta voz. El Cordero que ha sido degollado es digno de recibir poder, divinidad, sabiduría, fuerza,
honor, gloria y Ahora bien, este cordero designaba a Jesucristo que es el Cordero de bendición. Dios,
degollado desde el comienzo del mundo.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. Leemos en el capítulo XV del Apocalipsis que san
Juan vio siete ángeles que sostenían siete copas de oro llenas de la cólera de Dios, listos a derramarlas
sobre la tierra. Ahora bien, se ha representado la última imagen de esos siete ángeles cerca del Cordero
de Dios, para significar que Jesucristo, siendo el Cordero de Dios inmolado por los pecados del mundo,
satisfizo la venganza divina y que las plagas de la cólera de Dios que encerraban las siete copas han sido
desviadas de la superficie de la tierra por el mérito de la efusión de su preciosa Sangre.
Ejemplo
San Juan Nepomuceno, vino al mundo en un estado desesperado, y no debió la conservación de su vida
sino a la protección de la Santísima Virgen, que era invocada por sus piadosos padres en la iglesia de un
monasterio vecino. Este primer favor de María era un feliz presagio para el porvenir: le siguieron la
piedad, el celo, la habilidad en la conducción de almas. Juan, por su lado, se mostró digno de las
bondades de su divina benefactora, por su viva gratitud y por su confianza filial, que le testimonió
frecuentemente, pero sobre todo en la circunstancia gloriosa que lo hizo célebre para siempre. Urgido
por el cruel Wenceslao para que revelara la confesión de la emperatriz, su esposa, y entregado por su
negativa, al verdugo, recurrió a María y no dejó de invocar su santo nombre junto al de su divino Hijo
mientras se le atormentaba. Salió vencedor de esta primera prueba, pero previendo que su perseguidor
no se detendría ahí, redobló su fervor hacia la Santísima Virgen y se preparó para el martirio, que en
efecto tuvo la dicha de sufrir la noche siguiente.
51
Angelus: La Encarnación es don de Dios por excelencia. La Iglesia, para reconocer y celebrar esta
bendición, estableció una fiesta que es la de la Anunciación. Pero también hizo más, estableció una voz
que recuerda sin cesar al mundo el mensaje del ángel, la humildad de María y el abajamiento del Verbo.
Es la voz de la campana, que ha recibido esta bella y dulce misión. Los tres Ángelus de cada día serán la
expresión del reconocimiento y del amor del hombre hacia la Santísima Trinidad; y los nueve golpes de
la campana nos conducirán a la misteriosa invitación de nueve coros angélicos, que se unen a nosotros
para adorar al Verbo encarnado en María.
Ejemplo
Santa Germaine, recitaba el Ángelus con una fidelidad verdaderamente destacable. Al primer golpe de la
campana, se ponía de rodillas, donde se encontrara; se la vio arrodillar, a menudo en medio de la nieve
y del barro, sin perder el tiempo en buscar un lugar mejor, y si la campana se hacía oír cuando
atravesaba el arrollo que baña el territorio de Pibrac, sin dudarlo, se ponía de rodillas en el agua y hacía
su oración.
Memorare
"Acordaos, oh, piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han
acudido a vuestra protección implorando tu auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta
confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me
atrevo a comparecer ante Vos. Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y
acogedlas benignamente. Amén."
Sub tuum
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa María Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las
necesidades, ante bien líbranos de todos los peligros, oh Virgen gloriosa y bendita.
Amén
El Padre Bernard, apodado el pobre sacerdote, era uno de los más fieles servidores de María. Creía
deberle su conversión y su vocación al estado eclesiástico. La llamaba siempre su buena made. Había
hecho imprimir en varios idiomas una oración de san Bernardo: el Memorare. Distribuyó durante su vida
200,000 ejemplares, y por medio de esta oración, operó una infinidad de cosas maravillosas.
Recitemos estas oraciones frecuentemente y con fervor, la Santísima Virgen nos tomará bajo su
poderosa y maternal protección.
Virgen Santa, María, mi guía y mi Soberana, vengo a arrojarme en el seno de tu misericordia, y de poner
desde ahora y para siempre mi alma y mi cuerpo bajo tu salvaguarda y bajo tu protección maternal. Te
confío y pongo entre tus manos todas mis esperanzas y mis consuelos, todas mis penas y mis miserias, lo
mismo que el curso y el fin de mi vida, para que, mediante tu intercesión y tus méritos, todas mis obras
sean hechas según tu voluntad y con miras a complacer a tu divino Hijo.
Amén
Devociones marianas
Fiesta del Inmaculado Corazón de la Virgen María
María, Madre de Jesús y nuestra, nos señala hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón que arde de amor
divino, que rodeado de rosas blancas nos muestra su pureza total y que atravesado por una espada nos
invita a vivir el sendero del dolor-alegría.
La Fiesta de su Inmaculado Corazón nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de
Jesús. Y es que en María todo nos dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están
maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad...
María, Madre de Jesús y nuestra, nos señala hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón que arde de amor
divino, que rodeado de rosas blancas nos muestra su pureza total y que atravesado por una espada nos
invita a vivir el sendero del dolor-alegría.
La Fiesta de su Inmaculado Corazón nos remite de manera directa y misteriosa al Sagrado Corazón de
Jesús. Y es que en María todo nos dirige a su Hijo. Los Corazones de Jesús y María están
maravillosamente unidos en el tiempo y la eternidad...
La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de su Madre.
Por ello, nos consagramos al Corazón de Jesús por medio del Corazón de María. Esto se hace evidente
en la liturgia, al celebrar ambas fiestas de manera consecutiva, viernes y sábado respectivamente, en la
semana siguiente al domingo del Corpus Christi.
Santa María, Mediadora de todas las gracias, nos invita a confiar en su amor maternal, a dirigir nuestras
plegarias pidiéndole a su Inmaculado Corazón que nos ayude a conformarnos con su Hijo Jesús.
Venerar su Inmaculado Corazón significa, pues, no sólo reverenciar el corazón físico sino también su
persona como fuente y fundamento de todas sus virtudes. Veneramos expresamente su Corazón como
símbolo de su amor a Dios y a los demás.
El Corazón de Nuestra Madre nos muestra claramente la respuesta a los impulsos de sus dinamismos
fundamentales, percibidos, por su profunda pureza, en el auténtico sentido. Al escoger los caminos
concretos entre la variedad de las posibilidades, que como a toda persona se le ofrece, María,
preservada de toda mancha por la gracia, responde ejemplar y rectamente a la dirección de tales
dinamismos, precisamente según la orientación en ellos impresa por el Plan de Dios.
Ella, quien atesoraba y meditaba todos los signos de Dios en su Corazón, nos llama a esforzarnos por
conocer nuestro propio corazón, es decir la realidad profunda de nuestro ser, aquel misterioso núcleo
donde encontramos la huella divina que exige el encuentro pleno con Dios Amor.
Historia de la devoción
157
La historia de la devoción del Inmaculado Corazón se inicia en el siglo XVII, como consecuencia del
movimiento espiritual que procedía de San Juan Eudes.
Más adelante, en diciembre del año 1925 la Virgen Santísima se le apareció a Lucía Martos, vidente de
Fátima, y le prometió asistir a la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación, a todos
aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos, se confesasen, recibieran la Sagrada
Comunión, rezasen una tercera parte del Rosario, con la intención de darle reparación.
En la tercera aparición de Fátima, Nuestra Madre le dijo a Lucía: "Nuestro Señor quiere que se
establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado. Si se hace lo que te digo se salvarán muchas
almas y habrá paz; terminará la guerra.... Quiero que se consagre el mundo a mi Corazón Inmaculado y
que en reparación se comulgue el primer sábado de cada mes.... Si se cumplen mis peticiones, Rusia se
convertirá y habrá paz.... Al final triunfará mi Corazón Inmaculado y la humanidad disfrutará de una era
de paz."
En un diálogo entre Lucía y Jacinta, ella, de diez años, dijo a Lucía: "A mí me queda poco tiempo para ir
al Cielo, pero tú te vas a quedar aquí abajo para dar a conocer al mundo que nuestro Señor desea que se
establezca en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María".
"Diles a todos que pidan esta gracia por medio de ella y que el Corazón de Jesús desea ser venerado
juntamente con el Corazón de su Madre. Insísteles en que pidan la paz por medio del Inmaculado
Corazón de María, pues el Señor ha puesto en sus manos la paz del mundo."
El Papa Pío XII, el 31 de Octubre de 1942, al clausurarse la solemne celebración en honor de las
Apariciones de Fátima, conforme al mensaje de éstas, consagró el mundo al Inmaculado Corazón de
María.
Asimismo, el 4 de mayo de 1944 el Santo Padre instituyó la fiesta del Inmaculado Corazón de María, que
comenzó a celebrarse el 22 de Agosto. Ahora tiene lugar el Sábado siguiente al Segundo Domingo de
Pentecostés.
407
Amén
¡Oh Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora de
todas las batallas de Dios! Ante vuestro Trono nos postramos suplicantes, seguros de impetrar
misericordia y de alcanzar gracia y oportuno auxilio y defensa en las presentes calamidades, no por
nuestros méritos, de los que no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro
maternal Corazón.
En esta hora trágica de la historia humana, a Vos, a vuestro Inmaculado Corazón, nos entregamos y nos
consagramos, no sólo en unión con la Santa Iglesia, cuerpo místico de vuestro Hijo Jesús, que sufre y
sangra en tantas partes y de tantos modos atribulada, sino también con todo el Mundo dilacerado por
atroces discordias, abrasado en un incendio de odio, víctima de sus propias iniquidades.
Que os conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias de padres y
madres, de esposos, de hermanos, de niños inocentes; tantas vidas cortadas en flor, tantos cuerpos
despedazados en la horrenda carnicería, tantas almas torturadas y agonizantes, tantas en peligro de
perderse eternamente.
Vos, oh Madre de misericordia, impetradnos de Dios la paz; y, ante todo, las gracias que pueden
convertir en un momento los humanos corazones, las gracias que preparan, concilian y aseguran la paz.
Reina de la paz, rogad por nosotros y dad al mundo en guerra la paz por que suspiran los pueblos, la paz
en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo. Dadle la paz de las armas y la paz de las almas, para
que en la tranquilidad del orden se dilate el reino de Dios.
Conceded vuestra protección a los infieles y a cuantos yacen aún en las sombras de la muerte;
concédeles la paz y haced que brille para ellos el sol de la verdad y puedan repetir con nosotros ante el
único Salvador del mundo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad.
Dad la paz a los pueblos separados por el error o la discordia, especialmente a aquellos que os profesan
singular devoción y en los cuales no había casa donde no se hallase honrada vuestra venerada imagen
(hoy quizá oculta y retirada para mejores tiempos), y haced que retornen al único redil de Cristo bajo el
único verdadero Pastor.
Obtened paz y libertad completa para la Iglesia Santa de Dios; contened el diluvio inundante del
neopaganismo, fomentad en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo
apostólico, a fin de que aumente en méritos y en número el pueblo de los que sirven a Dios.
Finalmente, así como fueron consagrados al Corazón de vuestro Hijo Jesús la Iglesia y todo el género
humano, para que, puestas en El todas las esperanzas, fuese para ellos señal y prenda de victoria y de
salvación; de igual manera, oh Madre nuestra y Reina del Mundo, también nos consagramos para
siempre a Vos, a vuestro Inmaculado Corazón, para que vuestro amor y patrocinio aceleren el triunfo del
Reino de Dios, y todas las gentes, pacificadas entre sí y con Dios, os proclamen bienaventurada y
entonen con Vos, de un extremo a Otro de la tierra, el eterno Magníficat de gloria, de amor, de
reconocimiento al Corazón de Jesús, en sólo el cual pueden hallar la Verdad, la Vida y la Paz.
¡Oh Madre nuestra dulcísima! Permite por piedad que nosotros tus devotos hijos, unidos en un solo
pensamiento de veneración y amor, vengamos a reparar las horrendas ofensas que cometen contra Ti
tantos desventurados que no conocen el paraíso de bondad y de misericordia de tu corazón maternal.
De las horribles ofensas que se cometen contra tu dulcísimo Jesús, te consolaremos oh María.
De la espada de dolor que hijos degenerados quieren nuevamente clavar en tu corazón maternal, te
consolaremos oh María.
De las blasfemias nefandas que se vomitan contra tu purísimo y santísimo nombre, te consolaremos oh
María.
De las infames negaciones que se hacen de tus privilegios y de tus glorias más excelsas, te consolaremos
oh María.
De los insultos que los protestantes y otros herejes lanzan contra tu culto dulcísimo, te consolaremos oh
María.
De las sacrílegas afrentas que los impíos cometen contra tus carísimas imágenes, te consolaremos oh
María.
De los horrendos delitos con que se aparta a los inocentes de tu seno maternal, te consolaremos oh
María.
De las incomprensiones de tus derechos divinamente maternales, por parte de tantas madres, te
consolaremos oh María.
Del martirio que te ocasiona la pérdida de tantas almas redimidas por la sangre de tu Jesús y por tus
lágrimas, te consolaremos oh María.
De los horrendos atentados que se cometen contra tu Jesús, que vive en su Vicario y en sus sacerdotes,
te consolaremos oh María.
¡Oh Madre santa dulcísima, que en el heroísmo de tu amor maternal, al pie de la cruz, rogaste por
aquellos crueles que martirizaban tan atrozmente a tu amado Hijo Jesús y desgarraban tu Corazón
ternísimo! Ten piedad de todos los desventurados e indignos que te ofenden; haz que ellos también
puedan ser acogidos en tu seno maternal, purificados por tus lágrimas benditas, y admitidos a gozar los
frutos estupendos de tu maternal misericordia. Amén.
Jaculatoria: Santa María, líbranos de las penas del infierno. (preces 277).
Que mi corazón esté siempre unido al tuyo, para que yo odie el pecado, ame a Dios y al prójimo y
alcance la vida eterna juntamente con aquellos que amo.
Medianera de todas las gracias, y Madre de misericordia, recuerda el tesoro infinito que tu divino Hijo
ha merecido con sus sufrimientos y que nos confió a nosotros sus hijos.
Llenos de confianza en su maternal corazón, que yo venero y amo, acudo a ti en mis apremiantes
necesidades. Por los méritos de tu amable Corazón y por amor al Sagrado Corazón de Jesús, obténme la
gracia particular que pido (Mencione el favor que desea).
Madre amadísima, si lo que pido no fuere conforme a la voluntad de Dios, intercede para que se me
conceda lo que sea de mayor bien para mi alma.
Que yo experimente la bondad maternal de tu Corazón y el poder de tu intercesión ante Jesús ahora en
vida y en la hora de la muerte. Amén.
Peticiones
¡Virgen Inmaculada, concebida sin pecado! Los movimientos de tu Sagrado Corazón fueron siempre
dirigidos a Dios y obedientes a su divina voluntad.
Obténme la gracia de odiar el pecado con todo mi corazón y aprender de ti a vivir en perfecta
conformidad con la voluntad de Dios.
¡María! Admiro la profunda humildad que turbó tu purísimo Corazón al anunciarte el ángel Gabriel que
eras la escogida para ser la Madre del Hijo del Altísimo. No te consideraste más que humilde esclava de
Dios.
Mi propia altanería me avergüenza. Te suplico me concedas la gracia de un corazón contrito y humillado
para que reconozca mi bajeza y alcance la gloria prometida a los verdaderos humildes de corazón.
Santísima Virgen! Guardaste en tu Corazón el precioso tesoro de las palabras de Jesús, tu Hijo, y
meditando los sublimes misterios que contienen, viviste únicamente para Dios. ¡Me avergüenza la
frialdad de mi corazón!
Querida Madre, obténme la gracia de meditar siempre en la santa Ley de Dios y procurar seguir su
ejemplo practicando con fervor todas las virtudes cristianas.
¡Gloriosa Reina de los Mártires! Durante la pasión de tu Hijo, traspasó cruelmente tu Corazón la espada
que te había anunciado el santo anciano Simeón. Obténme un corazón magnánimo y de santa paciencia
para sobrellevar los sufrimientos, pruebas y dificultades de esta vida.
Que yo me porte como verdadero hijo tuyo crucificando la carne y todos sus deseos con la mortificación
de la Cruz.
¡María, Rosa mística! Tu amable Corazón ardiendo con vivo fuego de amor nos adoptó por hijos suyos al
pie de la Cruz y por eso eres nuestra más tierna Madre.
Hazme sentir la dulzura de tu maternal Corazón y el poder de tu intercesión ante Jesús en todos los
peligros que encuentre durante la vida, en particular en la hora temida de la muerte.
Que mi corazón esté siempre unido al tuyo y ame a Jesús ahora y por siempre. Amén.
Oración
¡Padre celestial! Preparaste el Corazón de la Virgen María para ser morada de tu Espíritu Santo. Que por
su intercesión nuestra alma llegue a ser templo más propio de tu gloria. Te lo pedimos por Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Dogmas marianos
La Maternidad Divina de María
202
El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue
solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros
Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.
El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:
"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima
Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."
"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a
cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Constitución
Dogmática Lumen Gentium, 66).
La Perpetua Virginidad
79
El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente
después del parto.
"Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel" (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-
3; Mt., 1, 22-23) (Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II).
El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado
original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis
Deus.
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en
el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en
previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída
por todos los fieles."
61
La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta
fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro
lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la
amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos
en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el
santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera
Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)
405
El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en
cuerpo y alma a la gloria celestial.
Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución
Munificentisimus Deus:
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para
gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su
Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la
misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor
Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos
y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María,
terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la
Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a
este interrogante:
"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y
una anticipación de la resurrección de los demás cristianos" (#966).
La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la
Era Cristiana, radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de
María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada
en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.
Más aún, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica,
expresamente definido por el Papa Pío XII hablando "ex-cathedra". Y ... ¿qué es un Dogma? Puesto en
los términos más sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o
contenida en la Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.
En este caso se dice que el Papa habla "ex-cathedra", es decir, que habla y determina algo en virtud de
la autoridad suprema que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo
de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles Católicos.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la
vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de
toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del
Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su
Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte".
Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes
términos:
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En
efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo,
para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).
Continúa el Papa: "María Santísima nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la
cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo,
sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria
celestial" (JP II, 15-agosto-97)
Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de
diversas formas, según la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro
pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro alcance nuestros días en la
tierra, todos tenemos una necesidad grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la
promesa de Cristo sobre nuestra futura resurrección.
Mucho bien haría a muchos cristianos oír y leer más sobre este misterio de la Asunción de María, el cual
nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-
encarnación entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra fe cristiana se han ido
metiendo en la medida que hemos dejado de pensar, de predicar y de recordar los misterios, que como
el de la Asunción, tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades últimas del ser
humano.
El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la
agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre
nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los
Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos
ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura
inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.
La creencia en la asunción del cuerpo de María se funda en el tratado apócrifo De Obitu S. Dominae, que
lleva el nombre de San Juan, y que pertenece de todos modos al siglo cuarto o quinto. También se
encuentra en el libro De Transitu Virginis, falsamente imputado a San Melito de Sardes, y en una carta
apócrifa atribuida a San Dionisio el Aeropagita. Si consultamos a los genuinos escritores de Oriente, este
hecho es mencionado en los sermones de San Andrés de Creta, San Juan Damasceno, San Modesto de
Jerusalén y otros. En Occidente, San Gregorio de Tours (De gloria mart., I, iv) es el primero que lo
menciona. Los sermones de San Jerónimo y San Agustín para esta fiesta, de todos modos, son apócrifos.
San Juan el Damasceno (P. G., I, 96) formula así la tradición de la Iglesia de Jerusalén:
San Juvenal, Obispo de Jerusalén, en el Concilio de Calcedonia (451), hace saber al Emperador Marciano
y a Pulqueria, quienes desean poseer el cuerpo de la Madre de Dios, que María murió en presencia de
todos los Apóstoles, pero que su tumba, cuando fue abierta, a pedido de Santo Tomás, fue hallada vacía;
de esa forma los apóstoles concluyeron que el cuerpo fue llevado al cielo.
Hoy, la creencia de la asunción del cuerpo de María es Universal tanto en Oriente como Occidente; de
acuerdo a Benedicto XIV (De Festis B.V.M., I, viii, 18) es una opinión probable, cuya negación es impía y
blasfema.
FREDERICK G. HOLWECK
La Fiesta de la Asunción
Existe también una gran incertidumbre respecto al origen de esta fiesta. Probablemente se trate del
aniversario de la dedicación de alguna Iglesia, más que la fecha real del aniversario de la muerte de
Nuestra Señora. Que se originara en tiempos del Concilio de Éfeso, o que San Dámaso la introdujera en
Roma, son sólo hipótesis.
De acuerdo a la vida de San Teodosio (m. 529) se celebraba en Palestina antes del año 500,
probablemente en Agosto (Baeumer, Brevier, 185). En Egipto y Arabia, por otra parte, se mantuvo en
Enero, y dado que los monjes de las Galias adoptaron muchos usos de los monjes egipcios (Baeumer,
Brevier, 163), hallamos esta fiesta en las Galias en el siglo sexto, en Enero [mediante mense undecimo
(Greg. Turon., De gloria mart., I, ix)]. La Liturgia Gala la fija el 18 de Enero, bajo el título: Depositio,
Assumptio, or Festivitas S. Mariae (confrontar las notas de Jean Mabillon en la Liturgia Gala, P. L., LXXII,
180). Esta costumbre permaneció en la Iglesia de las Galias hasta el momento de la introducción del Rito
Romano. En la Iglesia Griega, parece que algunos mantuvieron la fiesta en Enero, como los monjes
egipcios; otros en Agosto, con aquellos de Palestina; por lo cual el Emperador Mauricio (m. 602), si es
correcto el relato de "Liber Pontificalis"(II, 508), fijó la fiesta para el Imperio Griego el 15 de Agosto.
En Roma (Batiffol, Brev. Rom., 134) la única y más antigua fiesta de Nuestra Señora era el 1 de Enero, la
octava del nacimiento de Cristo. Celebrada primeramente en Santa María la Mayor, más tarde en Santa
María de los Mártires. Las otras fiestas son de origen Bizantino. Louis Marie Olivier Duchesne piensa
(Origines du culte chr., 262) que antes del séptimo siglo ninguna otra fiesta se guardaba en Roma, y en
consecuencia, la Fiesta de la Asunción, hallada en los sacramentales de Gelasio y Gregorio, es un
agregado apócrifo hecho en el siglo séptimo u octavo. De todos modos, Probst brinda (Sacramentarien,
264 sqq) fuertes y buenos argumentos que prueban que la Misa de la Santísima Virgen María, hallada el
15 de Agosto en el rito Gelásico, es genuina, desde el momento que no hace mención a la Asunción
corporal de María; esto muestra, por lo tanto, que la fiesta era celebrada en la Iglesia de Santa María la
Mayor en Roma, por lo menos en el siglo sexto. Él prueba, más aún, que la Misa Sacramental
Gregoriana, tal como la tenemos, es de origen Gálico (dado que la creencia en la Asunción corporal de
María, bajo la influencia de los escritos apócrifos, es más antigua en Galia que en Roma), y que ésta
suplantó la antigua Misa Gelásica. Para la época de Sergio I (700) esta fiesta era una de las principales
festividades en Roma; la procesión comenzaba en las puertas de la Iglesia de San Adrián. Siempre fue un
doble de la primera clase y un Día Sagrado de precepto.
La octava fue agregada en 847 por León IV; en Alemania esta octava no se celebraba en varias diócesis
en la época de la Reforma. La Iglesia de Milán no la aceptó hasta la actualidad (Ordo Ambros., 1906). La
octava es privilegiada en la diócesis de las provincias de Sienna, Fermo, Michoacán, etc.
La Iglesia Griega continua esta fiesta hasta el 23 de agosto inclusive, y en algunos monasterior del Monte
Athos se prolonga hasta el 29 de agosto (Menaea Graeca, Venice, 1880), o así lo era antiguamente. En la
diócesis de Bavaria el día treintavo de la Asunción (una especie de recuerdo del mes) se celebraba
durante la Edad Media, el 13 de septiembre, con el Oficio de la Asunción (doble); en la actualidad, sólo
la Diócesis de Augsburgo ha mantenido esta vieja costumbre.
En Piazza, en Sicilia, hay una conmemoración de la Asunción de María (doble de segunda clase) el 20 de
febrero, que es el aniversario del terremoto de 1743. Una fiesta similar (doble mayor con octava) se
sigue en Martano, Diócesis de Otranto, en Apulia, el 19 de Noviembre.
1. En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano
II afirma que la Virgen Inmaculada «terminada el curso de su vida en la tierra fue llevada en cuerpo y
alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59).
Los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren
en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia
milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando
«entra» con su cuerpo en el cielo.
El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto,
mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para
María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio.
2. El 1 de noviembre de 1950, al definir el dogma de la Asunción, Pío XII no quiso usar el término
«resurrección» y tomar posición con respecto a la cuestión de la muerte de la Virgen como verdad de fe.
La bula Munificentissimus Deus se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste,
declarando esa verdad «dogma divinamente revelado».
¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo
cristiano, el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación
de su cuerpo?
A continuación se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá.
Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y
cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.
La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor, después de su muerte, desde
Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y a partir del siglo XIV, se generalizó. En nuestro siglo,
en vísperas de la definición del dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada
por la comunidad cristiana en todo el mundo.
3. Así, en mayo de 1946, con la encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta,
interpelando a los obispos y, a través de ellos a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y
la oportunidad de definir la asunción corporal de María como dogma de fe. El recuento fue ampliamente
positivo: sólo seis respuestas, entre 1.181, manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de
esa verdad.
Citando este dato, la bula Munificentissimus Deus afirma: «El consentimiento universal del Magisterio
ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal de
la santísima Virgen María al cielo (...) es una verdad revelada por Dios y por tanto, debe ser creída firme
y fielmente por todos los hijos de la Iglesia» (AAS 42 [1950], 757).
La definición del dogma, de acuerdo con la fe universal del pueblo de Dios, excluye definitivamente toda
duda y exige la adhesión expresa de todos los cristianos.
La Asunción es, por consiguiente, el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de
María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz.
Fiestas marianas
Inmaculada Concepción
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en
el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en
previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída
por todos los fieles."
Dogma proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.
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Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra el dogma de fe que nos revela que, por la gracia de Dios, la Virgen
María fue preservada del pecado desde el momento de su concepción, es decir desde el instante en que
María comenzó la vida humana.
El 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX proclamó este dogma:
"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del
género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos
los fieles..."
María es la "llena de gracia", del griego "kecharitomene" que significa una particular abundancia de
gracia, es un estado sobrenatural en el que el alma está unida con el mismo Dios. María como la Mujer
esperada en el Protoevangelio (Gn. 3, 15) se mantiene en enemistad con la serpiente porque es llena de
gracia.
Las devociones a la Inmaculada Virgen María son numerosas, y entre sus devotos destacan santos como
San Francisco de Asís y San Agustín. Además la devoción a la Concepción Inmaculada de María fue
llevada a toda la Iglesia de Occidente por el Papa Sixto IV, en 1483.
El camino para la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de María fue trazado por el
franciscano Duns Scotto. Se dice que al encontrarse frente a una estatua de la Virgen María hizo esta
petición: "Dignare me laudare te: Virgo Sacrata" (Oh Virgen sacrosanta dadme las palabras propias para
hablar bien de Ti).
1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original?
Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original?
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.
Todos respondieron: Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.
Luego
1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.
3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe
que algo es mejor hacerlo, lo hace.
La Virgen María es Inmaculada gracias a Cristo su hijo, puesto que Él iba a nacer de su seno es que Dios
la hizo Inmaculada para que tenga un vientre puro donde encarnarse. Ahí se demuestra cómo Jesús es
Salvador en la guarda de Dios con María y la omnipotencia del Padre se revela como la causa de este
don. Así, María nunca se inclinó ante las concupiscencias y su grandeza demuestra que como ser
humano era libre pero nunca ofendió a Dios y así no perdió la enorme gracia que Él le otorgó.
La Inmaculada Virgen María nos muestra la necesidad de tener un corazón puro para que el Señor Jesús
pueda vivir en nuestro interior y de ahí naciese la Salvación. Y consagrarnos a ella nos lleva a que
nuestra plegaria sea el medio por el cual se nos revele Jesucristo plenamente y nos lleve al camino por el
cual seremos colmados por el Espíritu Santo.
Fiesta: 8 de septiembre
Esta gran fiesta tomó su nombre de la buena nueva anunciada por el arcángel Gabriel a la Santísima
Virgen María, referente a la Encarnación del Hijo de Dios. Era el propósito divino dar al mundo un
Salvador, al pecador una víctima de propiciación, al virtuoso un modelo, a esta doncella -que debía
permanecer virgen- un Hijo y al Hijo de Dios una nueva naturaleza humana capaz de sufrir el dolor y la
muerte, afín de que El pudiera satisfacer la justicia de Dios por nuestras transgresiones.
El mundo no iba a tener un Salvador hasta que Ella hubiese dado su consentimiento a la propuesta del
ángel. Lo dio y he aquí el poder y la eficacia de su Fíat. En ese momento, el misterio de amor y
misericordia prometido al género humano miles de años atrás, predicho por tantos profetas, deseado
por tantos santos, se realizó sobre la tierra. En ese instante el alma de Jesucristo producida de la nada
empezó a gozar de Dios y a conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento Dios
comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador omnipotente y, para la realización de
este gran misterio, solamente María es acogida para cooperar con su libre consentimiento.
En la Anunciación de la Virgen
1. La presente solemnidad de la anunciación del Señor, hermanos míos, parece que presenta a nuestra
vista la sencilla historia de nuestra reparación bajo el aspecto de una llanura dilatada y amenísima. Se
confía una nueva embajada al ángel San Gabriel, y una virgen que profesa una nueva virtud es honrada
con los obsequios de una nueva salutación. Se aparta de las mujeres la maldición antigua, y la nueva
Madre recibe una bendición nueva. Se halla llena de gracia la que ignora la concupiscencia, a fin de que,
viniendo sobre ella el Espíritu Santo, conciba en su seno virginal un Hijo la misma que se desdeña de
admitir varón. Penetra en nosotros el antídoto de la salud por la puerta misma por donde, entrando el
veneno de la serpiente, había ocupado la universalidad del linaje humano. Innumerables flores
semejantes a éstas es fácil coger en estos hermosos prados; pero yo descubro en medio de ellos un
abismo de una profundidad insondable. Abismo ines. crutable es verdaderamente el misterio de la en.
carnación del Señor, abismo impenetrable aquel en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
¿Quién le podrá sondear, quién podrá asomarse a él, quién le comprenderá? El pozo es profundo y yo
no tengo con qué pueda sacar agua. Sin embargo, acontece algunas veces que el vapor que se exhala del
fondo de un pozo humedece los lienzos puestos sobre la boca del mismo pozo. Así, aunque recelo
penetrar adentro, conociendo bien mi propia flaqueza, con todo eso repetidas veces, Señor,
colocándome junto a la boca de este pozo, extiendo a ti mis manos, porque mi alma está como una
tierra sin agua en tu presencia. Y ahora que subiendo de abajo la niebla ha embebido en sí algo de ella
mi tenue pensamiento, procuraré, hermanos míos, comunicároslo con toda sencillez, exprimiendo, por
decirlo así, el lienzo y deramando sobre vosotros las pequeñas gotas del celestial rocío.
2. Pregunto, pues, ¿por qué razón encarnó el Hijo y no el Padre o el Espíritu Santo, siendo no sólo igual
la gloria de toda la Trinidad, sino también una sola e idéntica su substancia?. Pero ¿quién conoció los
designios del Señor, o quién ha sido su consejero? Altísimo misterio es éste ni conviene que
temerariamente precipitemos nuestro parecer sobre esto. Con todo eso, parece que ni la encarnación
del Padre ni la del Espíritu Santo hubiera evitado el inconveniente de la confusión en la pluralidad de
hijos, debiendo llamarse el uno hijo de Dios y el otro hijo del hombre. Parece también muy congruente
que el que era Hijo se hiciera hijo, para que no hubiera equivocación ni siquiera en el nombre. En fin,
esto mismo constituye la gloria de nuestra Virgen, ésta es la singular prerrogativa de María, que mereció
tener por hijo al mismo que es Hijo de Dios Padre, la cual gloria no tendría, como es claro, si el Hijo no se
hubiera encarnado. Ni a nosotros se nos podría dar de otro modo igual ocasión de esperar la salud y la
herencia eterna, porque, hecho primogénito entre muchos hermanos el que era unigénito del Padre,
llamará sin duda a la participación de la herencia a los que llamó a la adopcion, pues los que son
hermanos son coherederos también. Jesucristo, pues, así como con un misterio inefable juntó en una
persona la substancia de Dios y la del hombre, así también, usando de un altísimo consejo, en la
reconciliación no se apartó de una equidad prudente, dando a uno y a otro lo que convenía: honor a
Dios y misericordia al hombre. Bellísima forma de composición entre el Señor ofendido y el siervo reo es
hacer que ni por el celo de honrar al Señor sea oprimido el siervo con una sentencia algo más dura, ni
tampoco condescendiendo con él inmoderadamente sea defraudado el Señor en el honor que le es
debido.
3. Escucha, pues, y observa la distribución que hacen los ángeles en el nacimiento de este Mediador:
Gloria, dicen, sea a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad . En fin, para
guardar esta distribución no faltó a Cristo reconcíliador fiel, ni el espíritu de temor, con que mostrara
siempre reverencia al Padre, siempre difiriese a él y siempre buscase su gloria; ni el espíritu de piedad,
con que misericordiosamente se compadeciese de los hombres. Por lo mismo, tuvo también como
necesario el espíritu de ciencia, por el cual se hiciese la distribución del espíritu de temor y de piedad sin
confusión alguna. Y advierte que en aquel pecado de nuestros primeros padres fueron tres los autores,
pero manifiestamente faltaron a los tres tres cosas. Hablo de Eva, del diablo y de Adán. No tuvo Eva
ciencia, pues, como dice el Apóstol, fue seducida para cometer el pecado. Seguramente ésta no faltó a la
serpiente, pues se describe como la más astuta entre todos los animales, pero careció e maligno del
espíritu de piedad, puesto que fue homicida desde el principio. Tal vez Adán podría parecer piadoso en
no querer contristar a la mujer, pero abandonó el espíritu de temor de Dios, obedeciendo antes a la voz
de Eva que a la divina. Ojalá que hubiera prevalecido en él el espíritu de temor, como expresamente
leemos de Cristo en la Escritura, que estuvo lleno no del espíritu de piedad, sino del de temor, porque
en todo y para todo debe preferirse el ternor de Dios a la piedad con los prójimos, y él sólo es el que
debe ocupar todo el hombre. Por medio de estas tres virtudes, que son: el espíritu de temor, el de
piedad y el de ciencia, reconcilíó a los hombres con Dios nuestro Mediador, porque con su consejo y con
su fortaleza los libró del poder del enemigo. En efecto, con su espíritu de consejo, permitiendo que
Satanás echara sus manos violentas sobre el Inocente, le despojó de sus antiguos derechos, con su
fortaleza prevaleció contra él para que no pudiera retener a los redimidos cuando volvió de los infiernos
vencedor y devolvió la vida a todos los que resucitaron con El.
4. Nos sustenta, a más de esto, con el pan de vida y de entendimiento, y nos da a beber del agua de la
sabiduría que da la salud. Porque la inteligencia de las cosas espirituales e invisibles es verdadero pan
del alma que corrobora nuestro corazón y nos fortalece para toda obra buena en todo género de
ejercicios espirituales. El hombre carnal que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, sino que le
parecen necesidad, gime y llora diciendo: Se ha secado mi corazón porque me olvidé de comer mi pan.
Mira qué verdad tan pura y perfecta es que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su
alma. Pero ¿cuándo percibirá esto el avaro? En vano trabajará cualquiera que pretenda persuadírselo.
¿Y por qué? Porque le parece necedad. ¿Qué cosa más verdadera que ser suave el yugo de Cristo? Pon
esto delante de un hombre mundano y verás cómo lo reputa piedra antes que pan. Y ciertamente con la
inteligencia de esta verdad interior vive el alma y éste es su manjar espiritual, porque: No sólo de pan
vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Sin embargo, mientras no
saborees esta verdad, difícilmente podrás penetrar hasta el interior. Mas cuando comenzares a sentir
deleite en ella ya no será manjar, sino bebida; y sin dificultad entrará en tu alma para que así el manjar
espiritual de la inteligencia se digiera mejor mezclado con la bebida de la sabiduría, no sea que
padeciendo sequedad los miembros del hombre interior, esto es, sus afectos, sirva más de carga que de
provecho.
5. De todas las cosas, pues, que eran necsarias para salvar a los pueblos, ninguna absolutamente faltó al
Salvador. Porque El es de quien anticipadamente cantó Isaías: Saldrá una vara del tronco de Jesé, y de su
raíz se elevará una flor, y reposará sobre ella el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de
entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el espíritu
del temor del Señor. Observa con cuidado que dijo que esta flor se elevaría, no de la vara, sino de la raíz.
Porque si la nueva carne de Cristo hubiera sido criada de la nada en la Virgen (como algunos pensaron),
no se podría decir que la flor había subido de la raíz, sino de la vara. Mas al decirse que se elevó de la
raíz, se hace manifiesto que tuvo una materia común con los demás hombres desde el principio. Cuando
añade que descansará sobre El el Espíritu del Señor, nos declara que ninguna contradicción o lucha
habría en El. En nosotros, porque no es del todo superior el espíritu, no descansa del todo; puesto que la
carne lucha y combate contra el espíritu y el espíritu contra la carne, del cual combate nos libre aquel
Señor en quien nada semejante hubo; aquel hombre nuevo, aquel hombre íntegro y perfecto que tomó
el verdadero origen de nuestra carne, pero no tomó el envejecido cebo de la concupiscencia.
37
Su Beatitud,
Hermanos Obispos,
Padre Custodio,
1. 25 de Marzo del año 2000, la solemnidad de la Anunciación en el Año del Gran Jubileo: en este día, los
ojos de toda la Iglesia se vuelven a Nazaret. He anhelado volver al pueblo de Jesús, para sentir
nuevamente, en contacto con este lugar, la presencia de la mujer de quien San Agustín escribió : "Él
escogió a la Madre que había creado; él creó a la madre que había escogido" (Sermo 69, 3, 4). Aquí es
especialmente fácil comprender porqué todas las generaciones la llaman bienaventurada (cf. Lc 2:48).
Cálidamente saludo a Su Beatitud el Patriarca Michel Sabbah, y gracias por sus amables palabras de
presentación. Con el Arzobispo Boutros Mouallem y todos ustedes — Obispos, sacerdotes, religiosas y
religiosos, y miembros del laicado— me regocijo en la gracia de esta solemne celebración. Me alegro de
tener la oportunidad de saludar al Ministro General franciscano, Padre Giacomo Bini, que me dio la
bienvenida a mi llegada, y de expresar al Custos, Padre Giovanni Battistelli, y los frailes de la Custodia, la
admiración de toda la Iglesia por la devoción con la que practican su particular vocación. Con gratitud
rindo tributo a vuestra fidelidad al cargo dado a vosotros por el mismo San Francisco y confirmado por
los Papas a lo largo de la historia.
2. Estamos reunidos para celebrar el gran misterio ocurrido aquí dos mil años atrás. El Evangelista Lucas
sitúa el evento claramente en el tiempo y el lugar: "Al sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a
la ciudad de Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José… El nombre de la virgen era
María" (1:26-27). Pero con el objeto de comprender qué aconteció en Nazaret hace dos mil años,
debemos volver a la lectura de la Carta a los Hebreos. Ese texto nos permite escuchar la conversación
entre el Padre y el Hijo respecto del propósito de Dios por toda la eternidad "Tú que no quisiste
sacrificios ni ofrendas, me has preparado un cuerpo. No te agradaban ni holocaustos ni sacrificios por los
pecados. Entonces yo dije…‘Dios, ¡Aquí estoy! He venido para cumplir tu voluntad’" (10:5-7). La Carta a
los Hebreos nos está diciendo que, en obediencia a la voluntad del Padre, la Palabra Eterna viene entre
nosotros a ofrecer el sacrificio que sobrepasa todo sacrificio ofrecidos bajo la antigua Alianza. El suyo es
el eterno y perfecto sacrificio que redime el mundo.
El divino plan es revelado gradualmente en el Antiguo Testamento, particularmente en las palabras del
Profeta Isaías a quien acabamos de escuchar: "El Señor mismo te dará una señal . Y es ésta: la virgen
concebirá a un niño a quien llamara Emanuel" (7:14). Emanuel - Dios con nosotros. En estas palabras, el
inigualable evento que tendría lugar en Nazaret en la plenitud del tiempo es profetizado, y es este
evento el que estamos celebrando aquí con intensa alegría y felicidad.
3. nuestra peregrinación jubilar ha sido una jornada del espíritu, que comenzó en las huellas de
Abraham, "nuestro padre en la fe" (Canon Romano; cf. Rom 4:11-12). Esa jornada nos ha traído hoy a
Nazaret, donde nos encontramos con María, la más auténtica hija de Abraham. Es María por sobre todos
los demás quien puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de "nuestro padre". En muchos sentidos,
María es claramente diferente de Abraham; pero de forma más profunda "el amigo de Dios" (cf. Is 41:8)
y la joven mujer de Nazaret son muy parecidos.
Ambos reciben una maravillosa promesa de Dios. Abraham sería padre de un hijo, de quien descendería
una gran nación. María es será la Madre de un Hijo que será el Mesías, el Ungido. "¡Escucha!", dice
Gabriel, "Darás a luz un hijo…El Señor Dios le dará el trono de David su padre…y su reino no tendrá fin"
(Lc 1:31-33).
Para Abraham como para María, la promesa divina se presenta como algo completamente inesperado.
Dios interrumpe el curso diario de sus vidas, cambiando sus ritmos establecidos y expectativas
convencionales. Para Abraham y María, la promesa parece imposible. La esposa de Abraham, Sara, era
estéril y María no se había casado todavía: "¿Cómo será esto", ella pregunta, "si no conozco varón?" (Lc
1:34).
4. Como Abraham, a María se le pide decir sí a algo que nunca antes había ocurrido. Sara es la primera
en la lista de las mujeres estériles de la Biblia que concibe por el poder de Dios, así como Isabel sería la
última. Gabriel habla de Isabel para asegurar a María: "Conoce esto también: tu prima Isabel, a su edad
avanzada, ha concebido un hijo". (Lc 1:36).
Como Abraham, María debe caminar a través de una oscuridad, en la que sólo deberá confiar en Quien
la llamó. Aún su pregunta, "¿Cómo será esto?", sugiere que María está lista para decir sí, a pesar de sus
temores e incertidumbres. María no pregunta si la promesa será posible, sino sólo cómo será cumplida.
No sorprende, además, cuando finalmente pronuncia su fiat: "He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí
según tu palabra" (Lc 1:38). Con estas palabras, María se muestra como la auténtica hija de Abraham, y
se convierte en la Madre de Cristo y la Madre de todos los creyentes.
6. Pero también hemos venido a pedir con ella. ¿Qué es lo que nosotros, peregrinos en nuestra marcha
dentro del Tercer Milenio Cristiano, podemos pedir a la Madre de Dios? Aquí en el Pueblo que el Papa
Paulo VI, cuando visitó Nazaret, llamó "la escuela de Evangelio", donde "aprendemos a mirar y escuchar,
a sopesar y penetrar el sentido profundo y misterioso de la tan simple, tan humilde y tan hermosa
aparición del Hijo de Dios" (Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964), Rezo, primero, por una gran
renovación de la fe en todos los hijos de la Iglesia. Una gran renovación de la fe: no sólo como una
actitud general de vida, sino como una consciente y valiente profesión del Credo: "Et incarnatus est de
Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est."
En Nazaret, donde Jesús "creció en sabiduría y edad y gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2:52), le pido a
la Sagrada Familia que inspire a todos los cristianos a defender la familia contra tantas amenazas
presentes a su naturaleza, su estabilidad y su misión. A la Sagrada Familia confío los esfuerzos de los
cristianos y de todas las personas de buena voluntad de para defender la vida y promover el respeto por
la dignidad de cada ser humano.
A María, la Theotókos, la gran Madre de Dios, consagro las familias de Tierra Santa, las familias del
mundo.
En Nazaret donde Jesús inició su ministerio público, le pido a María que ayude a la Iglesia en todo lugar a
predicar la "buena nueva" a los pobres, como él hizo(cf. Lc 4:18). En este "año de favores del Señor ", le
pido a ella que nos enseñe el camino de una humilde y alegre obediencia al Evangelio en servicio a
nuestros hermanos y hermanas, sin preferencias ni prejuicios.
"O Madre del Verbo Encarnado, no desprecies mis súplicas, antes bien acógelas benignamente y
respóndeme. Amén" (Memorare).
Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse
iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y
llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota
que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se
adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.
¿Qué es La Visitación?
67
Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse
iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y
llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota
que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se
adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.
Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a
Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros
conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde
entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía
hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.
Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de
la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima
Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a
todos que la necesitan.
Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el
mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la
primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de
amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a
Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros
que somos también hijos de su Santa Madre.
El Magnificat
26
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los
siglos.
Amen.
La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta
fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.
“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro
lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la
amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos
en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el
santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera
Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)
405
El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en
cuerpo y alma a la gloria celestial.
Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución
Munificentisimus Deus:
"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para
gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su
Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la
misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor
Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos
y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María,
terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".
Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la
Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a
este interrogante:
"La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y
una anticipación de la resurrección de los demás cristianos" (#966).
La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos del Tercer Milenio de la
Era Cristiana, radica en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de
María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma ya glorificada
en el Cielo, es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.
Más aún, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica,
expresamente definido por el Papa Pío XII hablando "ex-cathedra". Y ... ¿qué es un Dogma? Puesto en
los términos más sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o
contenida en la Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.
En este caso se dice que el Papa habla "ex-cathedra", es decir, que habla y determina algo en virtud de
la autoridad suprema que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo
de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles Católicos.
El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la
vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de
toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del
Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su
Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte".
Y el Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes
términos:
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En
efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo,
para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).
Los hombres y mujeres de hoy vivimos pendientes del enigma de la muerte. Aunque lo enfoquemos de
diversas formas, según la cultura y las creencias que tengamos, aunque lo evadamos en nuestro
pensamiento, aunque tratemos de prolongar por todos los medios a nuestro alcance nuestros días en la
tierra, todos tenemos una necesidad grande de esa esperanza cierta de inmortalidad contenida en la
promesa de Cristo sobre nuestra futura resurrección.
Mucho bien haría a muchos cristianos oír y leer más sobre este misterio de la Asunción de María, el cual
nos atañe tan directamente. ¿Por qué se ha logrado colar la creencia en el mito pagano de la re-
encarnación entre nosotros? Si pensamos bien, estas ideas extrañas a nuestra fe cristiana se han ido
metiendo en la medida que hemos dejado de pensar, de predicar y de recordar los misterios, que como
el de la Asunción, tienen que ver con la otra vida, con la escatología, con las realidades últimas del ser
humano.
El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la
agitada vida que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra, sobre
nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima Trinidad, la Santísima Virgen María y los
Angeles y Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y alma, como se nos
ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos renueva la esperanza en nuestra futura
inmortalidad y felicidad perfecta para siempre.
En relación al día, año, y modo en que murió Nuestra Señora, nada cierto se conoce. La referencia
literaria más antigua de la Asunción se encuentra en un trabajo griego, De Obitu S. Dominae. De todos
modos, la fe católica siempre derivó su conocimiento de este misterio de la Tradición Apostólica.
La creencia en la asunción del cuerpo de María se funda en el tratado apócrifo De Obitu S. Dominae, que
lleva el nombre de San Juan, y que pertenece de todos modos al siglo cuarto o quinto. También se
encuentra en el libro De Transitu Virginis, falsamente imputado a San Melito de Sardes, y en una carta
apócrifa atribuida a San Dionisio el Aeropagita. Si consultamos a los genuinos escritores de Oriente, este
hecho es mencionado en los sermones de San Andrés de Creta, San Juan Damasceno, San Modesto de
Jerusalén y otros. En Occidente, San Gregorio de Tours (De gloria mart., I, iv) es el primero que lo
menciona. Los sermones de San Jerónimo y San Agustín para esta fiesta, de todos modos, son apócrifos.
San Juan el Damasceno (P. G., I, 96) formula así la tradición de la Iglesia de Jerusalén:
San Juvenal, Obispo de Jerusalén, en el Concilio de Calcedonia (451), hace saber al Emperador Marciano
y a Pulqueria, quienes desean poseer el cuerpo de la Madre de Dios, que María murió en presencia de
todos los Apóstoles, pero que su tumba, cuando fue abierta, a pedido de Santo Tomás, fue hallada vacía;
de esa forma los apóstoles concluyeron que el cuerpo fue llevado al cielo.
Hoy, la creencia de la asunción del cuerpo de María es Universal tanto en Oriente como Occidente; de
acuerdo a Benedicto XIV (De Festis B.V.M., I, viii, 18) es una opinión probable, cuya negación es impía y
blasfema.
La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia
Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la
dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras
iglesias marianas de Roma.
La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de
Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están
cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en
tiempos de las persecuciones.
El Concilio de Éfeso
En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando:
“¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye
una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la
Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María
sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que
los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso
respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre,
existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de
mujer”.
Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su
entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las
heridas del pecado.
La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de
la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en
ella apunta a su Hijo Jesús.
Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En
nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús,
ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien
vive en mí”.
Homilía de Juan Pablo II apertura de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor
1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4).
Ayer por la tarde meditamos en el significado de estas palabras de san Pablo, tomadas de la carta a los
Gálatas, y nos preguntamos en qué consiste la "plenitud de los tiempos", de la que habla el Apóstol, con
respecto a los procesos que marcan el camino del hombre a lo largo de la historia. El momento que
estamos viviendo es muy denso de significado: a medianoche el año 1999 pasó a la historia, cedió el
lugar a un nuevo año. Desde hace pocas horas nos encontramos en el año 2000.
¿Qué significa esto para nosotros? Se comienza a escribir otra página de la historia. Ayer por la tarde
dirigimos nuestra mirada al pasado, para ver cómo era el mundo cuando inició el segundo milenio. Hoy,
al comenzar el año 2000, no podemos menos de preguntarnos sobre el futuro: ¿qué dirección tomará la
gran familia humana en esta nueva etapa de su historia?
2. Teniendo en cuenta un nuevo año que comienza, la liturgia de hoy expresa a todos los hombres de
buena voluntad sus mejores deseos con las siguientes palabras: "El Señor te muestre su rostro y te
conceda la paz" (Nm 6, 26).
El Señor te conceda la paz. Éste es el deseo que la Iglesia expresa a la humanidad entera el primer día
del nuevo año, día dedicado a la celebración de la Jornada mundial de la paz. En el Mensaje para esta
jornada recordé algunas condiciones y urgencias para consolidar el camino de la paz en el plano
internacional. Desgraciadamente, se trata de un camino siempre amenazado, como nos recuerdan los
hechos dolorosos que ensombrecieron muchas veces la historia del siglo XX. Por eso, hoy más que
nunca, debemos desearnos la paz en nombre de Dios: ¡el Señor te conceda la paz!
Pienso, en este momento, en el encuentro de oración por la paz, celebrado en octubre de 1986, que
reunió en Asís a los representantes de las principales religiones del mundo. Estábamos aún en el período
de la así llamada "guerra fría": todos juntos rezamos para conjurar la grave amenaza de un conflicto que
se cernía sobre la humanidad. En cierto sentido, expresamos la oración de todos y Dios acogió la súplica
que se elevaba de sus hijos. Aunque hemos debido constatar el estallido de peligrosos conflictos locales
y regionales, al menos se evitó el gran conflicto mundial que se vislumbraba en el horizonte. Por eso,
con mayor conciencia, al cruzar el umbral del nuevo siglo, nos intercambiamos este deseo de paz: "El
Señor te muestre su rostro".
3. "La plenitud de los tiempos". San Pablo afirma que esta "plenitud" se realizó cuando Dios "envió a su
Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). Ocho días después de Navidad, hoy, primer día del año nuevo, hacemos
memoria en especial de la "Mujer" de la que habla el Apóstol, la Madre de Dios. Al dar a luz al Hijo
eterno del Padre, María contribuyó a la llegada de la plenitud de los tiempos; contribuyó de manera
singular a hacer que el tiempo humano alcanzara la medida de su plenitud en la encarnación del Verbo.
En este día tan significativo, he tenido la alegría de abrir la Puerta santa de esta venerable basílica
liberiana, la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Cristo. Una semana después del
solemne rito que tuvo lugar en la basílica de San Pedro, hoy es como si las comunidades eclesiales de
todas las naciones y de todos los continentes se congregaran idealmente aquí, bajo la mirada de la
Madre, para cruzar el umbral de la Puerta santa que es Cristo.
En efecto, a ella, Madre de Cristo y de la Iglesia, queremos encomendarle el Año santo recién iniciado,
para que proteja e impulse el camino de cuantos se convierten en peregrinos en este tiempo de gracia y
misericordia (cf. Incarnationis mysterium, 14).
4. La liturgia de esta solemnidad tiene un carácter profundamente mariano, aunque en los textos
bíblicos se manifieste de modo bastante sobrio. El pasaje del evangelista san Lucas resume cuanto
hemos escuchado en la noche de Navidad. En él se narra que los pastores fueron a Belén y encontraron
a María y a José, y al Niño en el pesebre. Después de haberlo visto, contaron lo que les habían dicho
acerca de él. Y todos se maravillaron del relato de los pastores. "María, por su parte, guardaba todas
estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19).
Vale la pena meditar en esta frase, que expresa un aspecto admirable de la maternidad de María. En
cierto sentido, todo el año litúrgico se desarrolla siguiendo las huellas de esta maternidad, comenzando
por la fiesta de la Anunciación, el 25 de marzo, exactamente nueve meses antes de Navidad. El día de la
Anunciación, María oyó las palabras del ángel: "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. (...) El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 31-33. 35). Y ella
respondió: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
María concibió por obra del Espíritu Santo. Como toda madre, llevó en su seno a ese Hijo, de quien sólo
ella sabía que era el Hijo unigénito de Dios. Lo dio a luz en la noche de Belén. Así, comenzó la vida
terrena del Hijo de Dios y su misión de salvación en la historia del mundo.
¿Qué tiene de sorprendente que la Madre de Dios recordara todo eso de modo singular, más aún, de
modo único? Toda madre tiene la misma conciencia del comienzo de una nueva vida en ella. La historia
de cada hombre está escrita, ante todo, en el corazón de la propia madre. No debe sorprendernos que
haya sucedido lo mismo en la vida terrena del Hijo de Dios.
Hoy, primer día del año nuevo, en el umbral de un nuevo año, de este nuevo milenio, la Iglesia recuerda
esa experiencia interior de la Madre de Dios. Lo hace no sólo volviendo a reflexionar en los
acontecimientos de Belén, Nazaret y Jerusalén, es decir, en las diversas etapas de la existencia terrena
del Redentor, sino también considerando todo lo que su vida, su muerte y su resurrección han suscitado
en la historia del hombre.
María estuvo presente con los Apóstoles el día de Pentecostés; participó directamente en el nacimiento
de la Iglesia. Desde entonces, su maternidad acompaña la historia de la humanidad redimida, el camino
de la gran familia humana, destinataria de la obra de la redención.
Oh María, al comienzo del año 2000, mientras avanzamos en el tiempo jubilar, confiamos en tu
"recuerdo" materno. Nos ponemos en este singular camino de la historia de la salvación, que se
mantiene vivo en tu corazón de Madre de Dios. Te encomendamos a ti los días del año nuevo, el futuro
de la Iglesia, el futuro de la humanidad y el futuro del universo entero.
Ave María
el Señor es contigo;
bendita tú eres
y bendito es el fruto
de tu vientre, Jesús.
ahora y en la ahora
Acto de Consagración
oh Madre mía!,
y en prueba de mi afecto,
Angelus
Ave María
Ave María
Ave María
T: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Se rezan tres glorias
D: Oremos
Derrama Señor tu gracia sobre nuestros corazones y concede a quienes hemos conocido por el anuncio
del Ángel la Encarnación de tu Hijo, que por su Pasión y su Cruz alcancemos la gloria de la Resurrección.
Por el Señor Jesús, tu Hijo, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos
de los siglos.
T: Amén
La Salve
Dios te salve.
Alégrate María
Alégrate María,
Inmaculada y Santa,
amada de Dios,
cooperadora de la reconciliación.
maternal intercesora,
Amén.
https://www.aciprensa.com/Rosario/
Bajo tu amparo
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien
Amén.
siempre abierta,
y se quiere levantar.
Ante la admiración
de cielo y tierra,
Acuérdate
Acuérdate,
implorando tu auxilio
a Ti también yo acudo,
y me atrevo a implorarte
Madre de la confianza
supiste confiar.
¡Y cómo confiaste!
¡Y siempre lo mantuviste!
nunca te apartaron
de la santa confianza.
Obténme,
el auxilio divino
Pureza y humildad
alcánzame
la gracia de vivir
la pureza y la humildad
María de la solidaridad
cooperadora de la salvación;
cómo no comprender
el impulso de pedirte
Madre de la Solidaridad,
Ante el sufrimiento
avizorando la luminosidad
tu Hijo adorado,
y es posible creer
al Dulce Jesús,
y en tu corazón conservabas
que en tu fortaleza
consolide la expectativa
de que, como el Señor Jesús vive hoy,
Y, finalmente,
Madre de la Vida
le encamine al encuentro
de la Comunión de Amor
Gracias.
Amén.
ayúdame, pues,
Intercede
Así sea.
Pidiendo un favor
Te pido perdón,
pues me acerco
¡oh María!,
nada te niega,
que intercedas
Amén.
Pidiendo fortaleza
mirando la realidad,
y consígueme
el don de la fortaleza
Brillante Luna
de la nueva evangelización,
iluminas la noche
Amén
Oración a Nuestra Señora de Luján
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy
alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia tí... Madre de la Esperanza, de los pobres y de los
peregrinos, escúchanos...
Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la
luz de una mañana nueva, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos.
Unidos estamos bajo la celeste y blanca de nuestra bandera, y los colores de tu manto, para contarte
que: hoy falta el pan material en muchas, muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la
justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los
corazones.
Te pedimos madre, que extingas el odio, que ahogues las ambiciones desmedidas, que arranques el
ansia febril de solamente los bienes materiales y derrama sobre nuestro suelo, la semilla de la humildad,
de la comprensión. Ahoga la mala hierba de la soberbia, que ningún Caín pueda plantar su tienda sobre
nuestro suelo, pero tampoco que ningún Abel inocente bañe con su sangre nuestras calles.
Haz madre que comprendamos que somos hermanos, nacidos bajo un mismo cielo, y bajo una misma
bandera. Que sufrimos todos juntos las mismas penas y las mismas alegrías. Ilumina nuestra esperanza,
alivia nuestra pobreza material y espiritual y que tomados de tu mano digamos más fuerte que nunca:
¡ARGENTINA! ¡ARGENTINA, CANTA Y CAMINA!
Que grande gozo e incomparable alegría debe tener todo el mundo el día de vuestro sagrado
nacimiento, ¡oh niña benditísima! pues con la luz que vos, como alba divina, le trajisteis, se bañó de
nueva claridad y comenzó a respirar! A toda la Santísima Trinidad alegrasteis con vuestro nacimiento; al
Padre por haber nacido su dulce esposa, al Hijo porque habías de ser su Madre, y al Espíritu Santo
porque erais su templo, y por su virtud habíais de concebir en vuestro vientre virginal al Verbo Eterno.
Los santos patriarcas vieron en este día cumplidos sus deseos; los profetas acabadas aquellas sombras y
figuras debajo de las cuales tantas veces os dibujaron y pintaron, los ángeles su Reina y Señora, y los
hombres de honra, ornamento y gloria de todo el linaje humano; y finalmente, todos los judíos y
gentiles, justos y pecadores tienen hoy causa de particular regocijo, por haber salido a luz la que había
de darnos al que es luz y vida del mundo.
Vos, niña gloriosa, nacisteis hoy la más linda, la más bella y hermosa y más adornada de gracias que
ninguna pura criatura. Porque así como vuestro precioso Hijo os fue muy parecido en el ser natural
como hijo a su madre, así vos fuisteis muy semejante a vuestro Hijo en el ser de gracia, en la cual él era
vuestro Padre; y así convino que en el alma y en el cuerpo no hubiese cosa criada que con vos se pueda
comparar. Vos sois la segunda Eva y madre de los vivientes que vivirán para siempre, vos más dichosa
que Sara, más prudente que Rebeca, más hermosa que Raquel, más fecunda que Lia, más excelente que
María hermana de Moisés y Aaron, más sabia que Débora, más fuerte que Judíth, más graciosa que
Ester, más humilde que Abigail, más casta que Susana. Porque sois aquella mujer vestida de sol y
coronada de estrellas, que tiene la luna debajo de sus pies, y aquel santuario que Dios hizo para habitar
en él, y aquel arca fabricada de madera de Setin, y forrada por dentro de oro purísimo, que son todas las
virtudes con que Dios os adornó.
Dios os salve, María suavísima, hija sois de Eva, mas para reparar las miserias de Eva; hija sois de
hombre, mas madre de Dios; virgen sois, mas no sin fruto; fecunda sois, mas sin detrimento de vuestra
pureza virginal. Dios os salve, Virgen sacratísima, tálamo del Esposo celestial, templo de la sapiencia
increada, sagrario del Espíritu Santo, huerto de delicias, paraíso de deleites, vena de aguas vivas, y
depositaria de todas las gracias y dones de Dios, y singular entre todas las criaturas; pues no hay cosa
que os iguale, y todo lo que tiene ser está sobre vos o debajo de vos, porque Dios solamente es sobre
vos, y todo lo que no es Dios está debajo de vos. Desde este punto y desde esta hora en que salisteis al
mundo para bien del mundo yo os reconozco y tomo por Señora mía, y os doy el parabién y vasallaje
como a Reina soberana del cielo y de la tierra, y madre de mi Señor Jesucristo. Vos, Virgen purísima y
niña sacratísima, tomadme por esclavo perpetuo y de vuestro Hijo benditísimo, para que yo con
verdadero y santo gozo me goce hoy de vuestro glorioso nacimiento. Amén
Irradiar a Cristo
¡Oh, Jesús!
Amén.
Madre de bondad
30
y te concederé la gracia.
Madre de bondad
y te concederé la gracia.
de tu Hijo Jesucristo.
¡Virgen Inmaculada!
Confiadamente recurrimos.
¡Virgen Inmaculada!
guía siempre nuestros pasos por los senderos del bien. ¡Amén!
Oración de súplica
Santísima Virgen, Madre de Dios, yo aunque indigno pecador postrado a vuestros pies en presencia de
Dios omnipotente os ofrezco este mi corazón con todos sus afectos. A vos lo consagro y quiero que sea
siempre vuestro y de vuestro hijo Jesús.
Aceptad esta humilde oferta vos que siempre habéis sido la auxiliadora del pueblo cristiano.
Oh María, refugio de los atribulados, consuelo de los afligidos, ten compasión de la pena que tanto me
aflige, del apuro extremo en que me encuentro.
Reina de los cielos, en vuestras manos pongo mi causa. Se bien que en los casos desesperados se
muestra más potente vuestra misericordia y nada puede resistir a vuestro poder. Alcanzadme Madre
mía la gracia que os pido si es del agrado de mi Dios y Señor. Amén.
Oración de consagración
¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos!
Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio. Te consagramos la mente
con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y
prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
Tú, pues, ¡oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por
piedad, siéndolo especialmente en estos días. Humilla a los enemigos de nuestra religión y frustra sus
perversas intenciones. Ilumina y fortifica a los obispos y sacerdotes y tenlos siempre unidos y obedientes
al Papa, maestro infalible; preserva de la irreligión y del vicio a la incauta juventud; promueve las
vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo
se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra.
Te suplicamos ¡oh dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud
expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: sé para
todos ¡oh María! dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.
Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical
modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu
presencia, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo,
Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas.
Haz, ¡oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las
tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan
amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que
salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos
formarte una corona en el Paraíso. Así sea