Renuévame - David Greco

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Libro: ¨ Renuévame ¨

Por David Greco


Capítulo #1: De pura cepa
Nací en la ciudad de Rosario, República Argentina. Soy la
cuarta generación evangélica por parte de mi padre y tercera
por la de mi madre. Mis abuelos maternos y paternos fueron
verdaderos siervos de Dios. Mis padres son hasta el día de hoy
ejemplos intachables de una vida cristiana victoriosa. A las
pocas semanas de mi nacimiento, me dedicaron al Señor.
Desde muy temprana edad, me fascinó todo lo que se hacía en la
iglesia. Me gustaban los micrófonos, la música, los
predicadores en el púlpito, los cultos bautismales, los cultos
de Santa Cena y cualquier otra actividad eclesiástica. A los
dos años de edad, ya me distinguía como un niño con
inclinaciones a la predicación.
Mi hogar fue una verdadera escuela para mi vida. Mis padres
siempre fueron personas muy hospitalarias. En la década del
cincuenta no se solía hospedar en hoteles a los predicadores,
misioneros o evangelistas invitados. Generalmente los alojaban
en la casa de mis padres. Allí tuve el gran privilegio de
conocer a muchos siervos y siervas de Dios. Observando a los
diferentes invitados que pasaban por mi hogar, se fue formando
en mí el concepto de la «espiritualidad».
A los siete años y medio respondí al llamado del Señor a
servirle. A esa edad le dediqué mi futuro. Pensé que Dios me
usaría en el pastorado, en la predicación y, seguramente, en la
música. Siempre me llamaron la atención los instrumentos
musicales. Los coros, las bandas de instrumentos de viento; los
dúos, tríos y cuartetos cautivaban todo mi interés.
Mis pastores fueron verdaderos hombres de Dios. Aunque nunca
los vi como «ogros», mis padres me enseñaron a respetarlos. En
mi mentalidad de niño, el pastor era la persona más importante
del mundo. Los líderes, ancianos, diáconos y evangelistas de mi
iglesia también fueron grandes ejemplos. Nunca me olvidaré de
aquellos hermanos ancianos que se destacaban por ser hombres de
oración y autoridad espiritual. Alrededor de ellos había que
comportarse bien. Como niño, me parecía entender que de ellos
nada se podía esconder, y mucho menos mis travesuras.
Mis padres decidieron que debía estudiar música, así es que
aprendí a tocar varios instrumentos. Me encantaba tocar y
cantar en el ambiente familiar de la iglesia. Absorbiendo los
ejemplos de mis mayores, comencé a aprender a servir al Señor.
Mi tiempo era consumido por la escuela, los cultos y el hogar.
En el «laboratorio» de la iglesia local aprendí a comportarme
como un cristiano. Primeramente se me enseñó a conducirme según
las reglas establecidas y a someterme a las normas
eclesiásticas. Si me portaba bien y me sometía, había
recompensas. Si no lo hacía, había castigo y rechazo. Pronto
comprendí que el secreto de ser aceptado y alcanzar una buena
reputación era someterse a las reglas de comportamiento. Estas
eran relativamente simples. Como varones se esperaba que nos
vistiéramos con camisa, corbata y saco. Debíamos usar el
cabello corto y asistir a todos los cultos y actividades de la
iglesia. No se permitían amistades con personas que no fueran
de la iglesia y no podíamos asistir a eventos deportivos.
Estaban prohibidos la playa, los bailes, las fiestas y otras
diversiones. Las reglas para las muchachas eran aún más
estrictas. Incluso, algunos en la iglesia se encargaban de que
estas reglas fueran aplicadas estrictamente, parándose como
guardias en la puerta del templo. El premio al ser aceptado era
participar en las actividades de la iglesia, posiblemente
formar parte de alguna posición oficial y generalmente ser
considerado un buen niño o joven.
Hoy, cuando miro los excesos morales y sociales a que se llega
en nuestros países, doy gracias a Dios por las restricciones
que se me impusieron. El problema era que todas esas reglas se
presentaban como sinónimo de santidad y violarlas era pecado.
La santidad, servir a Dios, «estar bien» con Dios, estar en el
centro de la voluntad de Dios y todos los ideales que tenemos
como cristianos, se reducían a seguir al pie de la letra las
reglas de la iglesia.
Para ser un verdadero cristiano uno tenía que comportarse como
tal. Un buen cristiano asiste a todos los cultos y a la escuela
dominical. Era común oír cómo los hermanos testificaban, cómo
oraban tantas horas por día y cómo se sacrificaban para
complacer al Señor.

«Estoy sentado en la silla, pero en mi corazón estoy


parado»

Ser un buen cristiano era costoso y ser espiritual era pagar


un alto precio que incluía abandonar las cosas del mundo. El
mundo era la moda, la música, los amigos, la educación, las
diversiones y las riquezas. Para ser espiritual, entonces,
había que vestir como un anticuado, cantar y tocar himnos,
tener solamente amigos de la iglesia, ser un pastor o
evangelista, evitar diversiones, ser pobre, leer únicamente la
Biblia y orar a cada momento.
Mis familiares siempre fueron muy comprensivos. Mi padre nunca
dejó de participar en los asuntos de la iglesia. Iba de comité
en comité y de junta en junta. Mi tío era anciano y director
del coro. Mis abuelos maternos y paternos siempre fueron
pilares y ejemplos debido a su edad y a sus muchos años en el
cristianismo. Nunca me enseñaron que si violaba dichos
comportamientos era un pecador. Simplemente me explicaron que
debíamos ser ejemplos a otras familias en la iglesia. Como niño
y luego como joven no entendía ese razonamiento.
En 1966, cambió la moda de los pantalones masculinos. Llegaron
los pantalones anchos, los tipo «campana». Cuando ya no era
moda vestir pantalones angostos, como jóvenes, mi hermano y yo
convencimos a mi mamá que nos permitiera comprar pantalones
anchos. Mi mamá no tuvo inconvenientes. Mi hermano consiguió
comprar unos de color blanco. Cuando ese fin de semana lo vio
el pastor, fue amenazado con medidas disciplinarias. Vestir a
la moda era pecado. Parecía que ir en contra de la moda era
santidad. Desde el púlpito se pronunciaba mensaje tras mensaje
en contra de la moda del mundo.
Mi deleite era la música. Tocar un instrumento era para mí
servir a Dios. Después de haber aprendido teoría musical, mis
padres me compraron un instrumento. Al tocar en las diferentes
agrupaciones, creía que estaba sirviendo a Dios con mis
talentos. Para mantener mi posición de músico en la iglesia
decidí obedecer las reglas establecidas. Pero no lo hacía de
corazón. Era obediente por conveniencia. Se cuenta la historia
de un niño muy travieso cuya madre decidió castigarlo
sentándolo en una silla por un largo tiempo. A los pocos
segundos de estar sentado, el niño dijo: «Estoy sentado en la
silla, pero en mi corazón estoy parado».
Así era yo, obediente a lo que se me pedía, pero en mi corazón
era un desobediente. Lo hacía simplemente para aparentar ser un
buen joven cristiano. A pesar de mi corazón impuro, Dios me
bendecía y derramaba Su gracia sobre mi vida. En lo profundo
de mi corazón sabía que un día tendría que ser sincero con
Dios. Los juegos «religiosos» tendrían que terminar.

Los artistas

En 1971 dejamos la Argentina y nos fuimos a vivir a Nueva


York. Mis padres siempre me animaron a estudiar. Pensé seguir
una carrera profesional. Estudié en la universidad de la ciudad
pero no me sentía seguro de la dirección que mi vida estaba
tomando.
Un día, un amigo me invitó a ser el pianista de una agrupación
musical cristiana. Los integrantes de esta agrupación eran
jóvenes con grandes planes y llenos de entusiasmo. La meta era
llegar a ser un grupo reconocido y famoso. Pensé que esa era la
oportunidad ideal para cumplir con el llamado de Dios en mi
vida y a la vez hacer algo que amaba profundamente: ser músico.
Salíamos a cantar y a testificar en iglesias, conciertos y en
reuniones al aire libre. Luego de unas semanas, el director de
la agrupación se dio cuenta que yo podía predicar mejor que los
otros y me puso a cargo de la predicación al final de los
programas musicales. El mensaje era el mismo: «Todo sale bien
con Cristo. Crea en Él y todo le irá de lo mejor».
En aquellos años, las agrupaciones musicales eran los artistas
de la iglesia. Nos llamaban «artistas cristianos». Por lo
tanto, el mensaje bíblico tenía que ser divertido. Si en el
mundo la gente se divierte, en la iglesia también. Recuerdo que
un sábado en la noche participamos en un gran concierto
musical. El promotor nos había contratado para prepararle el
ambiente a una agrupación musical muy famosa. Estábamos en la
«gloria». Estábamos alcanzando nuestra meta: llegar a ser
famosos. Luego de una canción muy conmovedora, dije unas
palabras de desafío al público. Noté que varias personas
sacaron pañuelos para secarse las lágrimas.
Apenas terminamos nuestra parte, el promotor nos llamó. Estaba
muy enojado por algo que habíamos hecho. Nos dijo que habíamos
cantado bien, pero que el público se había deprimido con el
corto pensamiento inspiracional. Nos explicó que en un
concierto musical no se debía predicar, sino solamente cantar.
Terminó diciendo que si queríamos triunfar, no podíamos
desafiar al público con mensajes que incomodaran.
Luego de unos meses, me di cuenta que el mensaje «entretenido»
que estaba predicando no era lo que la gente necesitaba oír. La
gente tenía hambre de Dios, de algo genuino. El problema era
que yo no tenía nada que darles. Al terminar el concierto nos
felicitaban por nuestra dedicación y por la unción que
percibían en nuestro ministerio. Pensaban que teníamos una
relación maravillosa con Dios.
¡Qué engañados estaban! Éramos una agrupación de hambrientos,
unos necesitados que desafiaban a otros hambrientos y
necesitados.

¡Y ahora, estudiante!

Recuerdo una mañana en que me sentía muy frustrado con la


escuela, con el llamado de Dios, con la agrupación musical y
con el rumbo que tomaba mi vida. Willie, uno de los cantantes
de la agrupación, me confesó que sentía lo mismo. Decidimos que
la solución de nuestros problemas era estudiar en la
universidad cristiana de nuestra denominación en Pennsylvania.
Luego de convencer a los demás miembros de la agrupación, nos
matriculamos en Valley Forge Christian College.
Esta era una universidad cristiana con programas
especializados para personas que deseaban entrar en una carrera
ministerial.
¡Qué sorpresa me llevé con la universidad cristiana!. Por
primera vez sentí la fuerza viva de la tentación. Algunos
estudiantes sucumbían. En las clases, me dijeron que la mayoría
de las ideas que había aprendido en la iglesia eran «teología
de escuela dominical» y que ellos iban a corregir ese problema.
Estuve allí cuatro años. Aprendí mucho acerca de Dios y la
Biblia. Aprendí a cuestionar todo lo que oía y leía. Me
enseñaron que debía escudriñarlo todo. Debía sospechar
especialmente de todo lo que tenía olor a «experiencia y
emociones».
Entre los estudiantes había muchachos que siempre estaban con
la cabeza en las nubes. Oraban, profetizaban, iban siempre bien
vestidos, participaban en todas las actividades «espirituales»
de la escuela. Eran muy serios. Yo me burlaba de ellos. Los
llamaba «los pequeños predicadores». Lo que más me interesaba
era ser popular. Quería que se me conociera como simpático,
gracioso e intelectual. ¿Espiritual y místico?. ¡No!.
Mis profesores me inculcaron una verdadera pasión por el
estudio y el conocimiento. La pasión por el conocimiento
produce más pasión por el conocimiento. Y esta se puede
transformar fácilmente en orgullo. Eso fue exactamente lo que
me sucedió. Cuando oía a un pastor predicar, hacía críticas
mentales acerca de los errores hermenéuticos que cometía.
Llegué a reírme de las «simplezas» que oía desde el púlpito.
Todas las semanas salíamos a ministrar. Una de mis
responsabilidades era predicar. Mis predicaciones eran ideas y
conceptos recibidos de mis profesores y de mis investigaciones.
Repetía lo que otros habían experimentado. Me encantaba
descubrir la correcta interpretación de pasajes a través de la
traducción de los idiomas originales. Me deleitaba en leer
materiales técnicos, comentarios y estudios analíticos.
Detestaba los libros devocionales. Eran aburridos. Mi meta era
adquirir mucho conocimiento, el cual me daría credibilidad,
reconocimiento y reputación.
El corazón se me llenaba de orgullo cuando, al predicar,
insinuaba que mi exposición era la correcta interpretación del
pasaje bíblico. Los demás predicadores, pensaba, no sabían
tanto como yo. Lo más triste de todo esto es que, aunque no
expresaba ese sentir, cada vez que me paraba frente a una
congregación lo proyectaba claramente.
Al cursar el último año de mis estudios en la universidad
conocí a Denise, quien hoy es mi esposa, una muchacha criada en
un humilde hogar cristiano. Ella constantemente trataba de
hacerme ver mi orgullo. Yo, lógicamente, no lo aceptaba.
Pensaba que el problema no era mío, sino de los demás.
Me encantaba impresionar a la gente con mis conocimientos de
griego y hebreo. Mi visión había cambiado. Mi interés no era
anunciarle al mundo que Jesucristo era la única esperanza de
vida eterna. Mi ambición era corregir todos los errores
doctrinales y teológicos en la iglesia.
En mi interior, sin embargo, envidiaba a los cristianos
simples. Recuerdo que deseaba ser como Yiye Ávila, aunque en mi
opinión él no tenía preparación teológica. En los momentos de
aprietos económicos, de soledad, de enfermedad, deseaba ser
como aquellos a quienes menospreciaba. Ellos conocían a Dios en
otra dimensión. Mi abuela Vicenta era una mujer de oración, una
mujer de fe. Mi abuelo Onofrio era un hombre de oración y de
total dedicación al estudio de la Biblia. Tenían algo que yo
deseaba. Conocían a Dios íntimamente. Mi abuela era amiga de
Dios. Mi abuelo lo era también.
Cuando mi hermano y yo nos enfermábamos, mis padres llamaban a
los ancianos de la iglesia. El hermano Horacio, un diácono de
la iglesia, venía a mi casa en su hora de almuerzo para orar
con mi abuela y mi madre por mi sanidad. Aunque no tenían mucho
conocimiento académico, conocían a Dios. Cuando oraban, Dios
contestaba; y muchas veces fuimos tocados por el poder sanador
de Jesucristo.
Luego de finalizar el bachillerato en teología, decidí
continuar mis estudios de seminario. Quería obtener un
doctorado en teología en una de las universidades más
reconocidas del país, Vilanova University. Allí estudié bajo
los mejores profesores católicos y protestantes de la teología
contemporánea. Estudié acerca de Dios, la historia, el
desarrollo del pensamiento cristiano y la sicología.
En el seminario, aprendí a ser aún más crítico de la
«sencillez del evangelio». Aprendí que las verdades divinas
eran complicadas y difíciles de entender. Solamente a través
del estudio interpretaría ciertas verdades. Mis profesores me
enseñaron que los conceptos bíblicos estaban «empaquetados»
dentro de las culturas, los idiomas y el contexto histórico. Mi
responsabilidad era entonces «desempaquetar» esas verdades para
luego interpretarlas y entenderlas en el contexto de nuestra
cultura.
En esos años de seminario, me elevé a otro nivel de orgullo y
a la misma vez de frustración. Llegué a pensar que todos
estaban equivocados. Me convencí de que la iglesia necesitaba
un cambio radical en su enseñanza bíblica y que yo era una de
las personas que iba a lograrlo. ¡Qué fantasía!.
Unos días después de finalizar mis estudios de seminario, mis
planes fueron violentamente interrumpidos. Estaba por comenzar
mis clases del programa doctoral en Temple University. Mi sueño
de ser doctor en teología se estaba materializando. Una tarde
recibí una llamada de uno de los muchachos que había cantado y
ministrado conmigo en la agrupación musical. La noticia fue una
sacudida. Su esposa lo había dejado y estaba haciendo trámites
de divorcio. Mi amigo, que era hijo de pastor, se había criado
en un hogar cristiano. Habíamos estudiado juntos en la
universidad cristiana y participado en el ministerio de la
música.
Lloraba en el teléfono mientras me pedía consejo. Sus palabras
me conmovían profundamente. Pero luego de oírlo por varios
minutos, comprendí que no tenía nada qué decirle. Lo único que
le pude aconsejar fue que buscara a un sicólogo debidamente
entrenado para esos casos. Qué mal me sentí. Luego de tantos
años de estudio, no supe cómo aconsejar a mi amigo. Él
necesitaba una palabra de ánimo y consuelo; y le fallé.
Así era mi vida de servicio a Dios. Cuando había una discusión
acerca de conceptos teológicos, era el primero en expresar mi
opinión. Pero cuando había que orar por un enfermo, por un
oprimido, o aconsejar a un herido, no sabía qué hacer. Me
escapaba. Como predicador me encantaba hablar desde el púlpito.
Sin embargo, luego de la predicación trataba de huir para
evitar que alguien con necesidades pasara al altar a pedir
oración.
Llegué a ser muy sagaz. Luego de la predicación siempre le
entregaba el púlpito al pastor para que él ministrara a los que
necesitaban ayuda.
La situación de mi amigo y compañero me dolió. Nuevamente
estaba huyendo de alguien necesitado. Pero esta vez no se
trataba de un desconocido. Me puse muy triste.
Luego de unos días, me llamó nuevamente para informarme que el
pastor Kenneth Griep, un querido amigo nuestro, sería su
consejero. Traté de disuadirlo pues pensé que un pastor no lo
podría ayudar. Como insistió, me fui a Nueva York a hablar con
el pastor Griep y ver qué técnica sicológica iba a usar.
Luego de oír mis ideas académicas, el pastor me dijo: «Las
armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y
toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo».
Esas palabras me impactaron. ¿De dónde las habría sacado?.
Comencé a hacer una lista mental de libros de donde podría
haber tomado esas palabras tan poderosas.
Al volver a casa, me propuse averiguarlo. Busqué en vano en mi
extensa biblioteca. De repente, tuve un pensamiento
aterrorizador. ¿No sería un versículo bíblico?. Me parecía
conocido. Fui rápidamente a la Concordancia y lo encontré. El
pastor había citado 2ª Corintios 10.4-5. Me sentí avergonzado.
Luego de años de preparación teológica no había reconocido un
versículo de la Biblia. ¿Cómo era posible si había leído varias
veces la Biblia de tapa a tapa?. Lo más triste era que en la
universidad había tomado un curso bíblico de un semestre
completo de 1ª y 2ª Corintios.
Luego de varios minutos, tomé una decisión. Lo que había
aprendido no me servía mucho. No pude ayudar a mi amigo. Mi
mente estaba saturada de conocimiento, de teoría y de
conceptos. Tristemente, no los había podido usar en una
situación de crisis real. Me preocupó que mi mente no estuviera
familiarizada con la Palabra de Dios, la Biblia. Había acabado
de oír unos versículos bíblicos que había leído y estudiado
anteriormente y no los había reconocido. Mi mente estaba
saturada de conceptos pero no de la Palabra de Dios viva.
Hoy se habla mucho de la guerra espiritual, de lucha contra
principados y potestades. Hay un interés grande por saber
acerca de las artimañas del enemigo, las estrategias demoníacas
y otros detalles espeluznantes. Cuántos hay que están más
interesados en discernir los nombres y los rangos de
principados, potestades, gobernadores y huestes que en
profundizarse en los maravillosos nombres de Dios que
representan los diferentes aspectos de Su glorioso carácter. Se
produce más literatura y se organizan más seminarios de
demonología que de cristología. Estamos tan preocupados con la
pelea que no tenemos tiempo de madurar.
¿Y Satanás?. Esta es parte de su estrategia. Si él logra que
nos preocupemos de la oposición que nos presenta el enemigo
externo, nos distrae del verdadero problema: el interno, la
mente. Nuestra mente debe estar enfocada en una persona: Jesús
sentado en el trono a la diestra del Padre, y en la carrera de
fe victoriosa que tenemos por delante.
La lucha espiritual no estaba en una ciudad, ni un territorio,
ni un proyecto, ni una visión, sino en mi mente. Note bien lo
que dice Pablo en 2ª Corintios 10.4-5:

Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino


poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, refutando
argumentos y toda altivez que se levanta contra del
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo (v. 5).

Hay varias palabras clave de este versículo que debo aclarar.

1. Fortaleza.
¿Qué es una fortaleza?. Es un castillo, un lugar fortificado,
un lugar bien defendido que inspira confianza porque es
impenetrable. Es obvio que debemos derribarlas refutando
argumentos y toda altivez.
2. Argumento.
¿Qué significa la palabra argumento?. Una vez tuve un problema
mecánico con mi automóvil. Luego de revisar el motor, el
mecánico me dio un presupuesto. Quería tener una idea más o
menos clara de lo que me iba a costar el trabajo. Él fue muy
explícito al comunicarme que el costo podría cambiar si se
encontraban otros problemas en el motor. El mecánico estaba
aventurando un precio porque había analizado el problema
exteriormente. Los argumentos son como los presupuestos: un
valor al que llegamos porque no poseemos toda la información
necesaria.
Así es nuestra mente. Llegamos a muchas conclusiones basadas
en conjeturas o suposiciones. ¡Cuántos falsos argumentos
existen en nuestras mentes acerca de Dios! ¡Cuántas conjeturas!
¡Cuántas cosas damos por sentadas en relación a Dios basándonos
en análisis superficiales! Muchos dicen que Dios actúa así, que
Dios ve situaciones de esta y aquella manera, que Dios busca
ciertas cosas de nuestras vidas. Pero la mayoría de esos
argumentos son conclusiones que no reflejan el verdadero
corazón de Dios.
Qué experto es Satanás en presentar argumentos acerca de Dios.
Eso fue exactamente lo que hizo con Eva en el Edén y con Jesús
en el desierto. Presentó argumentos. Aparentan ser de Dios y
hasta suenan como de Dios, pero no son genuinos.
¿Dónde habitan y germinan estos argumentos que tenemos que
derribar y demoler?. En la mente.
3. Altivez.
¿Qué es altivez?. Es algo elevado, algo que se levanta en
contra, en oposición. Cuando yo era niño, me encantaba
escaparme del culto para estar junto a mis amiguitos de la
iglesia. El mejor momento para escaparse era al final de la
predicación, cuando mi papá estaba ocupado contando la ofrenda,
mi mamá tenía los ojos cerrados orando y toda la congregación
estaba orando también. Ese era el momento oportuno para los
niños. Pero el obstáculo más grande eran los diáconos que
cumplían la función de «porteros». Eran hermanos que se
quedaban parados en la entrada de la nave principal para
recibir a los hermanos e invitados y también para ayudar en
cualquier situación de emergencia. Estos hermanos porteros eran
nuestras «barreras». Ellos eran una oposición ya que eran
mucho más altos e inteligentes que yo.
Una barrera en el camino estorba porque es difícil pasarle por
encima. El versículo 5 dice que la «altivez» o barrera se
levanta, se yergue, contra el conocimiento de Dios. Impide que
lo conozcamos como persona, que desarrollemos una íntima
relación con Él.
¿Dónde residen las barreras?. ¿Dónde existe y florece lo
altivo que se exalta contra el conocimiento de Dios?. En la
mente.
Pablo finaliza diciendo que debemos llevar cautivo todo
pensamiento a la obediencia de Cristo. Un pensamiento es una
percepción intelectual, una opinión que formamos luego de un
análisis. Analizamos las acciones de nuestros prójimos y
rápidamente nos formamos opiniones. Cuando acumulamos
suficientes opiniones, tenemos una fortaleza inexpugnable.
Nadie nos va a cambiar. Hemos llegado a una conclusión
inflexible. ¿Dónde residen estos pensamientos?. ¿Dónde existen
estas opiniones?. En la mente. En mi caso, mi mente estaba
saturada de argumentos, altivez y pensamientos. Se había
erguido en fortalezas.
Una fortaleza, pues, es un castillo hecho de argumentos. Es un
lugar fortificado hecho no de ladrillos, ni de barro, ni de
cemento sino de altivez. Es una barrera hecha de pensamientos y
opiniones que se oponen al verdadero y genuino conocimiento de
Dios. Es una casa hecha de pensamientos erróneos. Esa fortaleza
controla nuestra mente y nuestro comportamiento.
Cuando en aquel momento la Palabra proclamada por el pastor
trató de penetrar mi mente, hubo un choque con mis fortalezas
intelectuales y religiosas. Mi problema no consistía en un
conflicto con principados, demonios y potestades. Mi problema
central eran las fortalezas que no permitían que conociera a
Dios íntimamente. Aunque conocía mucho acerca de Él, mi ser no
conocía al Dios vivo, no tenía la experiencia del rey David que
deseaba buscar a Dios para ver Su poder y Su gloria (Salmo
63.1-2).
Creo en la existencia de seres infernales. Su estrategia es
localizar a cristianos con fortalezas en la mente. Cuando los
encuentran, hallan un lugar, un territorio donde vivir y
operar. Pablo nos dice muy claramente que no podemos darle
«lugar» al diablo. ¿En qué consisten esos «lugares»?. En
fortalezas, argumentos, altivez y pensamientos.

Un cambio radical de actitud

Tuve que reconocer que definitivamente no conocía a Dios en


intimidad. Por lo tanto, procedí a tirar a la basura todos mis
libros, mis diplomas y mis calificaciones. Pensaba que sabía
mucho y que estaba listo para servir a Dios en el ministerio,
pero ese día me di cuenta que necesitaba un cambio en mi vida
espiritual.
Estaba acostumbrado a tener siempre una respuesta, una
explicación para todo. Me habían enseñado a ser muy lógico y
organizado en mis pensamientos, pero estaba desorientado. Sabía
que tenía hambre, pero no sabía cómo conseguir comida. Sentía
sed en mi alma, pero no conocía el camino al manantial.
Necesitaba una respuesta pero no sabía dónde encontrarla.
Mi situación era crítica. Ya había terminado mis estudios. Era
momento de decidir qué hacer con mi vida. Tenía varias ofertas
de posiciones ministeriales. Estaba en una verdadera
encrucijada. ¿Estaba preparado para el ministerio?. Los que me
conocían pensaban que sí, que me había llegado el momento de
servir en una posición ministerial.
Pero me sentía angustiado. Por años había confiado en mis
conocimientos y talentos; en la fuerza de mi carácter, de mi
testimonio y de mi familia. Era cristiano de cuna, de excelente
familia, con un pasado limpio, con preparación académica y
llamamiento al ministerio. Lo tenía todo. Sin embargo, me
faltaba algo. No estaba listo. Me sentía incapaz de ministrar a
otros.
Comencé a mirar a mis amigos de escuela que ya estaban en
posiciones ministeriales. En algunos de ellos veía un sincero
entusiasmo. En la mayoría, una desilusión profunda. El
ministerio no era lo que esperaban. Generalmente oía quejas.
Ese no iba a ser mi futuro. Decidimos con mi esposa, volver a
Nueva York a vivir con mis padres. Pensé que si Dios me
necesitaba, sabría dónde encontrarme.
Inmediatamente me dirigí a Kenneth, pastor asistente de la
iglesia. Él ya estaba aconsejando a mi amigo. Traté de
impresionarlo con mis conocimientos. No lo conseguí, porque él
ya había pasado por esa etapa «intelectual». Me dijo que
necesitaba un cambio en mi vida. Me sentí atacado, herido y
despreciado. Él había puesto el dedo en la llaga, en mi llaga.
Y me dolió.
Me aconsejó que por ahora me olvidara de mi carrera en el
ministerio. Mi remedio era quedarme en la iglesia sentado en un
banco bajo el discipulado de un pastor que me enseñara a servir
al Señor de corazón. Luego de hablar con el reverendo Daniel
Mercaldo, pastor principal, decidimos radicarnos nuevamente en
Nueva York.
Regresamos a esa ciudad sin ilusiones. Luego de varios años de
estudio, tenía unas deudas tremendas, producto de
inconvenientes en un empleo. Decidimos con mi esposa, trabajar
por unos años para saldar esas cuentas. Después de todo el
entrenamiento teológico y de mis experiencias ministeriales,
terminé en la casa de mis padres, con deudas y sin una posición
ministerial.
Nos integramos a la Gateway Cathedral, una congregación que
pastoreaba el Rvdo. Daniel Mercado. Allí me senté a aprender.
Luego de todos mis estudios, el Señor me sentó en un banco de
iglesia a recibir un verdadero entrenamiento espiritual
práctico. A través de mi pastor recibí una preparación
netamente bíblica. Su predicación y enseñanza me demostraron
que necesitaba conocer la Palabra de Dios en una forma
diferente a como me la habían enseñado en el seminario.
A través de la educación teológica había aprendido a estudiar
la Palabra de Dios científicamente, siguiendo reglas de
interpretación hermenéutica. Mis profesores me enseñaron que la
meta era llegar a la verdad. La meta no era un cambio, una
transformación en la vida. Culto tras culto, reunión tras
reunión, charla tras charla, veía que el primordial interés de
mi pastor no era simplemente enseñar la verdad. Su profundo
deseo era que esa verdad produjera un cambio en la vida de sus
oyentes.
Al desarrollar amistades en la congregación, pude ver cómo
hombres y mujeres estaban cambiando sus actitudes, sus
comportamientos, su vida familiar, su vida devocional, sus
metas, costumbres y planes. Muchas veces me sentí avergonzado
al darme cuenta de que muchos cristianos recién convertidos
conocían a Dios más íntimamente que yo.
El contacto con esos nuevos cristianos revolucionados
radicalmente por Jesucristo produjo en mí un deseo, un hambre
interior. Anhelaba ser como ellos y tener una relación simple y
sencilla con Dios. Ya estaba cansado de leer la Biblia como un
manual técnico, de pedir la dirección de Dios en mi carrera
ministerial y de presentarle mis necesidades. Estaba cansado de
pensar que Dios era como un patrón que espera que se le
retribuya con obras. No había deleite en mi relación con Él.
Necesitaba ser renovado.
¿Puede usted identificarse en alguna manera con mi situación?.
Hay muchos cristianos que han perdido su entusiasmo inicial.
Hay muchos creyentes que están cómodos con su cristianismo,
asisten a la iglesia, ocupan posiciones, ofrendan, son de buen
testimonio pero allí se termina todo. No tienen nada nuevo que
dar. No hay experiencias nuevas, y no hay frescura en su
relación con Dios. Cuando llegan a la iglesia, sólo se
preocupan de lo que se está haciendo, cómo se está haciendo y
quién lo está haciendo. En cambio, los hermanos nuevitos están
sonrientes, cantan, se abrazan y dan testimonios «simples e
infantiles». Los nuevos están llenos de agradecimiento, de
gozo, de entusiasmo. Usted, que ha visto tanto, se sonríe
diciendo que los recién convertidos a la larga van a cambiar,
van a ser «normales» como lo es usted.
En lo profundo de su corazón, sin embargo, usted desearía ser
como ellos. Reconózcalo. Sea sincero con usted mismo. No se
sienta satisfecho con su crecimiento, con su vida espiritual
estable, cómoda. Reconozca su frustración. Si sigue así, nada
cambiará. Confiese que necesita un cambio. Trate de no ser
orgulloso ni de adoptar una actitud defensiva. Dios tiene cosas
nuevas y maravillosas que renovarán su vida espiritual.

Capítulo #2: Estalla la prueba de fuego

Una gran expectativa reinaba en la comunidad evangélica


hispana del área metropolitana de Nueva York. Los hermanos de
la Junta de Directores de Radio Visión Cristiana(RVC), hombres
de fe y visión junto a los que diariamente servimos en el
personal ejecutivo, estaban llenos de entusiasmo y gozo.
Habíamos visto la poderosa mano de Dios obrar en el año 1989
cuando adquirimos la emisora WWRV 1330 AM por trece millones de
dólares. Ahora se estaba completando la construcción de nuestra
segunda emisora de radio.
Radio Visión Cristiana cubre al área metropolitana de Nueva
York, con sus veinte millones de habitantes de los cuales más
de cuatro millones son latinoamericanos. Nuestra primera
emisora era una estación de radio local que nació en el corazón
de los oyentes. Los comienzos de Radio Visión son un verdadero
testimonio del apoyo que aún hoy en día recibimos del pueblo de
Dios. Al finalizar mis estudios en la universidad, una emisora
radial me ofreció trabajar en el sector administrativo de la
empresa. Allí conocí a unos hermanos que compraban algunas
horas semanales de la radio para la predicación del evangelio.
Luego de unos meses, se les dificultaba afrontar los
compromisos financieros que la emisora les imponía. Después de
un año, me dijeron que debían abandonar los espacios radiales
porque no contaban con el dinero para continuar. En ese momento
sugerí salir al aire por última vez e informar a los oyentes
que de no recibir ofrendas voluntarias para el sostén del
programa radial, ése sería el último sábado de transmisión. A
través de esa convocatoria los oyentes se comprometieron a
enviar ofrendas voluntarias para el costo mensual de esas horas
radiales. Así fue que decidimos crecer comprando más horas para
la difusión y predicación de la Palabra de Dios. Esos fueron
mis comienzos en Radio Visión, sin saber lo que Dios haría más
tarde con este ministerio. Luego de unos meses, renuncié a mi
cargo administrativo en la emisora para incorporarme a Radio
Visión como Director Ejecutivo, posición que todavía desempeño.
La primera transmisión oficial de RVC fue el 7 de abril de
1984. A partir de ese momento fuimos comprando más espacios
hasta que llegamos a trasmitir 14 horas diarias. Luego
decidimos adquirir la emisora desde donde trasmitíamos. El
crecimiento constante impulsó a comprar una segunda radio, casi
lista para salir al aire, la cual iba a ser internacional, y
llegaría a otros veinte millones de oyentes.
Hasta ese momento habíamos ministrando la Palabra de Dios a
una audiencia local. Pero con la nueva emisora internacional
alcanzaríamos a miles en otros países. La ubicación de la misma
era en una isla británica, a unos 160 kilómetros al este de la
República de Cuba, a otros 160 kilómetros al norte de la
República Dominicana y a 640 kilómetros al noroeste de Puerto
Rico. Ya las líneas de transmisión desde nuestros estudios en
Paterson, Nueva Jersey, a la planta de satelital estaban
listas. Se lanzaría en vivo la señal al satélite ubicado a 35
mil kilómetros en el espacio, que a su vez la retransmitiría a
nuestra flamante estación de radio internacional. Esa señal
surcaría los aires del Caribe y el resto de Latinoamérica con
cien mil vatios de potencia.
Había razón para estar alegre. Dios nos estaba entregando una
plataforma enorme con el propósito de anunciar las buenas
nuevas de salvación a una parte de nuestro continente que sufre
bajo la pobreza, las dictaduras y las diabólicas sectas
afroindias.
Pero algunos pensamientos me inquietaban. Primero, desde el
comienzo en 1984, y a través de la proclamación del sencillo
evangelio de Cristo, miles habían encontrado salvación. Mas
sentía que lo que habíamos venido haciendo no iba a ser
suficiente. Necesitábamos algo nuevo, algo diferente.
Sabíamos que Dios estaba haciendo maravillas en Cuba. La
iglesia del Señor allí estaba experimentando un crecimiento
explosivo. En República Dominicana, la iglesia se había
sextuplicado en los últimos diez años. Y nosotros, la iglesia
en Nueva York, ¿qué teníamos que decir?. ¿Cuál era nuestro
mensaje?. ¿Lo mismo de siempre?. ¿La misma rutina, los mismos
mensajes, las mismas experiencias y los mismos clisés?.
Debíamos expresar algo nuevo, fresco.
Segundo, habíamos reunido el dinero para la realización de
este proyecto por medio de «radio maratones». Estos son
encuentros a través de una programación especial con los
oyentes, donde se predica, se ora y se reúnen fondos para el
sostén del ministerio. Algunas veces estos radio maratones en
que pedíamos dinero duraban dos meses. Esta preocupación me
carcomía. Pensaba que si seguíamos pidiendo, la gente se iba a
cansar y cesarían de dar. Sabía también que al poner al aire
esta emisora internacional de tanta potencia, los gastos serían
astronómicos. Necesitábamos algo diferente. Aunque nuestra
gente era muy generosa, los radio maratones cansaban mucho.
Desafortunadamente, no sabía dónde encontrar algo distinto.
Pero bien, Dios nos estaba otorgando el privilegio de llegar a
Cuba, a República Dominicana y a Puerto Rico, sin salir de la
ciudad de Nueva York, ni de nuestros estudios radiales, sino
vía satélite.
La construcción y la adquisición de las licencias había
costado más de un millón de dólares. Radio Visión es un
ministerio mantenido por las ofrendas voluntarias de nuestro
pueblo cristiano latino. Nunca hemos vendido programaciones ni
propaganda comercial. Todo el dinero para completar este
glorioso proyecto había sido donado por cristianos generosos de
Nueva York y Nueva Jersey. La hermandad cristiana estaba llena
de alegría. Habían dado todo ese dinero para que los familiares
en sus países de origen oyeran el mensaje de Cristo. Tenían
razón de alegrarse. Estábamos cumpliendo con la Gran Comisión.
Había sido testigo de un milagro de Dios. En la convención de
comunicadores en Washington D.C. un señor se acercó a
ofrecerme en venta una emisora en una desconocida isla del
Caribe. Este hombre, un negociante del sur de los Estados
Unidos, me trató de entusiasmar diciéndome que la emisora
podría alcanzar a Cuba. El precio era de dos millones y medio
de dólares. Le dije que aunque la oferta era tentadora, el
precio era muy alto.
Pasaron algunos meses. Nuestro entonces presidente, el Rvdo.
Luciano Padilla, Jr. (Hombre de una gran visión) asistió a una
conferencia de líderes en el estado de Virginia. Allí, los
nuevos dueños de esa emisora en la isla caribeña, al no poder
sacarle ganancias, buscaron al reverendo Padilla para
ofrecérsela. Habían bajado el precio a un millón de dólares.
Pensamos que todavía era muy alto.
Luego de varios meses, los propietarios llamaron para
preguntarme qué cantidad de dinero podríamos ofrecerles por la
emisora. Así fue que adquirimos la emisora caribeña por 325 mil
dólares. Esto fue un verdadero milagro.

· La tormenta ·

Durante los meses siguientes, Dios nos dio a través de su


pueblo todo el dinero que se necesitaba para construir la nueva
emisora de radio, sintonizada en la frecuencia del 530 AM. Todo
iba bien. El entusiasmo era contagioso. El dinero había
llegado. Todo parecía color de rosa.
De repente, estalló la prueba de fuego. Ciertas personas
comenzaron a desparramar acusaciones falsas. Decían que el
proyecto de esta emisora internacional era un fraude. Según
ellos, los fondos levantados para la compra y edificación de la
emisora internacional eran para nuestro beneficio personal.
Básicamente nos tildaron de ladrones.
Esas acusaciones falsas causaron daño. Una gran cantidad de
contribuyentes fieles, entre ellos varios líderes
eclesiásticos, creyeron esas calumnias. Muchos fomentaron la
desconfianza. Comenzamos a recibir cartas de abogados, amenazas
de ser llevados a una rueda de prensa para desenmascararnos. Se
estaban llevando a cabo reuniones de ministros para acusar a
Radio Visión Cristiana de fraude y engaño.
Oramos: «Señor, ¡líbranos!. ¡Sácanos de este problema!.
¡Defiéndenos!». Las lágrimas brotaban y el clamor de la
desesperación crecía. Sentíamos que Dios constantemente nos
decía: «No teman, no se defiendan, yo estoy obrando». Claro,
eso es fácil de decir cuando todo va bien. Pero cuando hay
calumniadores y personas mal intencionadas y todo un proyecto
gigantesco corre peligro, no es fácil vivirlo.
Pasamos momentos de angustia. La incertidumbre era abrumadora.
¿Qué pasaría si el pueblo, el pastorado y los donantes cesaban
de apoyarnos?. Al igual que hoy día, Radio Visión Cristiana se
mantenía exclusivamente de las ofrendas voluntarias de nuestros
oyentes. No vendíamos programas ni propaganda comercial. Si
esas ofrendas no entraban, el ministerio corría peligro. La
emisora de Nueva York debía producir fondos mensuales para
pagar el préstamo bancario y los gastos generales con un
personal de cuarenta y seis empleados. Nuestro presupuesto era
de más de cuatro millones de dólares anuales. Ese peso lo
sentía sobre mis hombros.
Llegué a sentirme sin fuerzas. Cuando oraba, las palabras no
salían de mi boca. Los pensamientos fatalistas me dominaban.
Las lágrimas se me secaron. Nunca me había sentido así. Siempre
había encontrado una solución, una idea, algo para salir al
paso. Esta vez no.
A todas estas, ocultaba de mis compañeros de trabajo y de los
hermanos de la Junta de Directores los pormenores del peligro
que se acercaba. Pero mi esposa me preguntaba. Mi familia
quería saber. Los programadores radiales deseaban más
información acerca de estas acusaciones.
Recuerdo cómo planeábamos estrategias para contrarrestar las
calumnias. Ninguno de esos planes se logró. Los acusadores
continuaban y cada día tomaban más fuerza. Yo me quejaba al
Señor. Pasaba horas y horas a la semana explicándole a Dios lo
que estaba sucediendo como si Él no lo supiera.
¿Qué más podía hacer?. Simplemente estaba haciendo lo que
había aprendido: clamar al Señor. Para mí, clamar al Señor era
presentar mi necesidad, explicar mi dolor, derramar lágrimas
sabiendo que Dios era compasivo. Pensaba que mi dolor podría
mover la mano de Dios a nuestro favor.
Posiblemente usted ha oído del Dios que pone nuestras lágrimas
en Su redoma (Salmo 56.8). La redoma era una pequeña vasija que
los judíos se colocaban bajo los ojos para recoger las lágrimas
que vertían. Al final de la oración, los judíos cuyas redomas
tenían más lágrimas se jactaban de ser más espirituales que los
demás.
Muchos creen que pueden mover a Dios simplemente llorando o
expresando su dolor. ¡No!. La Biblia es muy clara. Hay
solamente una cosa que mueve el corazón de Dios. No es mi
necesidad, no es mi apuro, no es la gravedad del caso ni mi
desesperación: sino la acción de la fe. Sin fe es imposible
agradar a Dios.
Yo no mostraba mucha fe al pasar hora tras hora postrado en el
piso, recostado sobre un sillón, contándole mis penas a Dios.
Simplemente estaba descargando mis penas, mis presiones y mis
preocupaciones. Si usted está pasando por una situación
desesperante, no piense que Dios le va a tener lástima. Dios le
ama. Él no tiene lástima de sus hijos. Él quiere que en medio
de una situación imposible confiemos en Él.
En Mateo 15 y Marcos 7 encontramos el relato de la mujer
sirofenicia. Esta mujer tenía una necesidad muy grande. Su hija
tenía un espíritu inmundo. Póngase en el lugar de aquella madre
que tenía que ver cómo su hija era atormentada por un demonio.
Lo más triste era que nadie podía hacer nada por la niña. La
ciencia no podía sanarla. Tampoco la religión. Aquella mujer
que no era judía, sino griega, gentil, cananea, de religión
pagana oyó que Jesús, un rabino judío, echaba fuera espíritus
inmundos. Inmediatamente se propuso entrevistarse con el
Maestro. En Marcos 7.24 la Biblia dice que Jesús se fue a la
región de Tiro y Sidón, nación gentil, para esconderse de las
multitudes y de los fariseos que constantemente lo acosaban.
Pero es claro que no pudo esconderse, porque esta mujer lo
encontró. Se presentó ante Jesús y se postró a sus pies. ¡Qué
reverencia!. ¡Qué temor!. Era una mujer desesperada.
Seguramente pensó que si reverenciaba a Jesús, recibiría un
milagro. Así es que no sólo se postró, sino que comenzó a
reconocer la posición y los atributos de Jesús. Empezó
llamándolo: «Señor, Hijo de David» (Mateo 15.22). Reconoció que
Jesús era el Mesías, el Ungido de Dios. La petición fue simple:
«Mi hija es gravemente atormentada por un demonio». La Biblia
dice que «clamaba», que gritaba con todas las fuerzas de su
alma y de sus pulmones.
Jesús no le respondió. Guardó silencio. El silencio de Jesús
fue poderoso. El silencio de Dios es poderosísimo. Dios no
contesta nuestras peticiones rápidamente, pero oye al instante.
Luego viene el silencio. Jesús no se movió y, al parecer, no
reaccionó.
Los discípulos no entendieron el silencio de Jesús, de la
misma manera que no lo entendemos usted y yo. Cuando Dios
guarda silencio en nuestras vidas, rápidamente elaboramos un
argumento, una opinión, una especulación. Pensamos: «Dios está
enojado conmigo. Yo estoy mal». Los discípulos reaccionaron
enseguida. Entendieron que Jesús se hacía el que no la oía. Por
lo tanto, sugirieron que la despidiera de una vez por todas.
¿Cuántas veces ha presentado usted una necesidad a Dios y no ha
recibido respuesta?. ¡Qué rápido vienen los pensamientos que
nos dicen: Deja de insistir, Dios no te va a responder, Dios le
contesta a cristianos maduros, fuertes y especiales; ríndete y
haz algo por tus propios esfuerzos! Y Dios sigue en silencio !.
Así me encontraba. Oraba y clamaba. Me quejaba con Dios y con
mis compañeros en el ministerio. Dios se mantenía en silencio.
No llegaba ningún profeta con un mensaje del cielo ni mejoraba
la situación. El cielo estaba aparentemente cerrado y sentía
como que Dios no me oía.
Jesús respondió a la petición que habían hecho sus discípulos
de despedirla. El Mesías, el Hijo de David había sido enviado a
las ovejas perdidas de Israel. ¿Por qué Jesús hizo esta
aclaración?. Porque la mujer lo había reconocido como el Hijo
de David, el Mesías de Israel. El Hijo de David no era para los
cananeos, sino para los judíos. Ella había invocado el pacto de
Dios con Israel, pero las promesas del viejo pacto no
conmovieron el corazón de Jesús.
La mujer no se rindió. Esta vez, llamándole Señor, apeló al
corazón de Jesús pidiendo socorro. En el versículo 26 de Mateo
15, todavía dirigiéndose a Sus discípulos, Jesús dice que el
pan de los hijos, que eran los judíos, no se podía echar a los
perrillos, los gentiles. ¡Qué humillación!. El Maestro la
compara con un «perrillo». ¿Por qué Jesús trató a la mujer de
esa manera dura?.
Ella contestó rápidamente: «Sí, Señor, tienes razón, no puedo
recibir las promesas del viejo pacto con Israel porque no soy
judía. Mi necesidad desesperante no merece tu socorro. Pero
aunque soy una “perrilla”, ¡Tú eres mi amo!. ¡Dame pan!».
Esa palabra «amo» es equivalente de la palabra «señor».
Aquella mujer entendió que Jesús, el dador del pan de vida, era
Señor absoluto y solamente con unas migajas era suficiente. La
mujer habló en fe. No apeló al viejo pacto, ni a su dolor y ni
a su necesidad, sino al Señorío de Jesús. Y puso su fe en Él.
Jesús, ahora dirigiéndose a ella por primera vez, dice: «Oh
mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres» (Mateo
15.28). La fe de la mujer movió a Jesús.
Dios está buscando fe. Mientras me pasaba horas pidiendo
socorro, Dios se mantenía en silencio. Mientras le recordaba a
Dios que me debía ayudar porque Él mismo me había llamado y
puesto en el ministerio, seguía guardando silencio. Pero Él
habló a mi vida cuando di un paso de fe y me rendí en sus
manos, en las manos del dueño absoluto de mi vida.
Mi primer paso de fe fue salir de vacaciones por una semana.
Normalmente cuando vivimos una crisis, nos quedamos peleando,
resistiendo, solucionando problemas. Pensamos que somos
importantes y que Dios nos necesita. Mi esposa, viendo mi
agotamiento mental y físico, me animó a salir. Ella no sabía
cuán serio era el asunto. Unos momentos antes de salir de mi
oficina, una de las personas que nos acusaban me llamó por
teléfono. Me amenazó con destruirme. No resistí y me puse a
llorar. Era la amenaza final: nos acusarían frente a la prensa
secular y nos llevarían a las cortes de justicia.

· Hambre de Dios ·

Salí de mi oficina con los ojos llenos de lágrimas. Recogí a


mi familia y emprendí un viaje que tomaría más de veintidós
horas en automóvil. Durante esas largas horas, cuando mi esposa
y mis niñas dormían, le pedí a Dios que me hablara como nunca
antes. Me propuse asistir ese domingo a una iglesia que
pastoreaba un gran hombre de Dios a quien Dios usaba
grandemente en la predicación de su Palabra. Muchos habían sido
ministrados por él. Esta vez le pedí al Señor que me hablara
directamente a través de su siervo.
Durante toda la semana traté de disfrutar mis vacaciones, y no
pude. Aunque pensaba a menudo acerca de la situación en Nueva
York, mi corazón estaba enfocado en el domingo, en el culto
donde Dios me iba a hablar. Estaba seguro que Él haría algo en
mi vida. Llegó el domingo. Fui uno de los primeros en llegar.
Me senté en uno de los bancos de atrás. No quería que nadie me
reconociera. Mi corazón latía aceleradamente. El intelecto me
decía que mis emociones me estaban controlando. Algunos amigos
me preguntaron por qué fui tan lejos a buscar la dirección de
Dios. La simple respuesta es que estaba hambriento, que
anhelaba profundamente una respuesta de parte de Dios.
Solamente alguien que ha estado desesperadamente hambriento
puede entenderlo. Las fortalezas mentales llenan de tal modo el
corazón que no hay lugar para una renovación genuina. El
secreto es que la renovación comienza con el hambre de Dios:
hambre de alcanzar nuevas experiencias, nuevos vislumbres,
nuevas iluminaciones de la obra de Dios en nuestros corazones.
Al comenzar el culto, la adoración, el coro, la música, todo
lo que se estaba haciendo, cautivaron totalmente mi atención.
Me olvidé de los problemas y de todos los que estaban sentados
a mi lado. Solamente pensaba en que Dios iba a hablarme por su
Palabra. El momento llegó. El pastor abrió la Biblia y leyó el
pasaje bíblico. El mensaje estaba basado en Génesis 17. En este
capítulo Dios le recuerda a Abram la promesa de un hijo, le
cambia el nombre de Abram a Abraham y hace un pacto final en
cuanto al territorio prometido. Pero el mensaje central fue que
Dios vino a cumplir la promesa cuando Abraham ya tenía noventa
y nueve años. El pastor terminó diciendo que Abraham se rindió
totalmente en las manos de Dios al llegar a tan avanzada edad,
en su vejez, cuando ya no podía lograr nada con sus propias
fuerzas. En esa situación de total incapacidad física Dios se
revela como el Dios Todopoderoso, El Shaddai, el que es más que
suficiente, el que puede satisfacernos totalmente. El desafío
final del mensaje estuvo dirigido a todos aquellos que estaban
enfrentando una situación imposible como la de Abraham: viejo,
de noventa y nueve años de edad, con una esposa estéril, en
espera de un hijo y de un milagro.
Ese era yo. Había recibido una promesa. Dios me había llamado
a servirle. Dios me había guiado con su mano poderosa paso a
paso. Desde mi niñez, en mi juventud, me cuidó de tentaciones y
caídas. Me guió durante los años de mi educación y finalmente
abrió un ministerio grande, próspero, de visión, dirigido por
hombres íntegros. Pero en ese momento parecía que todo lo que
Dios había prometido estaba por desvanecerse. El mensaje era
para mí. Dios me había hablado. Tenía que seguir el ejemplo de
Abraham. En la oración final, le prometí a Dios que aunque no
entendía todos los detalles, iba a obedecer su Palabra.
Esa misma madrugada empacamos nuestras maletas y comenzamos el
regreso a Nueva York. Sinceramente no recuerdo mucho el camino,
aunque fui el chofer. Mi esposa y mis niñas durmieron casi todo
el trayecto. En esas horas de silencio, el Espíritu Santo cortó
con su espada mi corazón en mil pedacitos. Me sentí pequeño,
incapaz e ignorante. Me sentí como un pordiosero, un
necesitado, un pobre hombre que depende totalmente de otro, un
gusano. Esta era la obra del Espíritu Santo. Aunque me sentí
tan débil, no me sentí desesperado. Había en mí una confianza
muy grande. Cuanto más pequeño, más confiado y seguro me
sentía. La confianza en mi propio conocimiento y habilidades
desaparecieron. Mi confianza en el Dios Todopoderoso, El
Shaddai, aumentó. Él, solo Él, podía producir un milagro. Él,
solo Él, podía cambiar mi corazón y renovarme.
Durante las paradas de descanso, de almuerzo y de
reabastecimiento de gasolina, saqué varias veces mi Biblia para
leer Génesis 17. Me di cuenta que la travesía espiritual de
Abraham no comenzó allí, sino en su tierra natal, muchos años
antes. Me propuse estudiar la vida de Abraham en detalle. Dios
estaba por revolucionar mi vida.
Qué diferentes son los caminos de Dios. Cuántas veces pensamos
que Él prefiere a los creyentes fuertes, sólidos, victoriosos.
Aparentemente Dios prospera a los que se esmeran, a los que
siempre están haciendo algo en la iglesia. ¿Acaso no son estos
los que continuamente están testificando acerca de lo que Dios
está haciendo en sus vidas?.
Mi esposa y yo tenemos dos niñas y un varoncito: Anafaye de 11
años, Cristy Joy de 8, y David de 2 años. Los amamos
igualmente. No podemos decir que amamos a uno de ellos más. Sin
embargo, cuando uno de ellos se enferma o se siente mal,
volcamos todos nuestros esfuerzos para atenderlo y consolarlo.
¿Por qué? Porque el hijo o la hija enferma necesita nuestra
atención más que los que están sanos. Si nosotros, siendo
padres imperfectos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros
hijos, cuánto más nuestro Padre, que no escatimó a su propio
Hijo, nos cuidará y nos proveerá buen cuidado. Esta no es una
revelación personal, humana. Esto lo dijo Jesús.
¿Está usted pasando por un desierto de soledad?, ¿Le ha
prometido Dios algo y no lo ha recibido?, ¿Está esperando
dirección de Dios y aparentemente no llega?, ¿Hay una amenaza
sobre su vida, sobre su familia, sobre su matrimonio?, ¿Es
despreciado?, ¿Son sus talentos menospreciados?, ¿Se siente
olvidado?. ¡No desespere!. El Dios Todopoderoso está por
aparecer en su vida.

Capítulo #3: En el altar del sacrificio


Al llegar a casa, comencé a leer todo el relato de la vida de
Abraham. Durante los siguientes cuatro meses me concentré en
su historia. El Espíritu Santo me hablaba todas las veces que
abría la Biblia y leía detenidamente sobre el Padre de la fe.
En estos próximos capítulos señalaré algunas de las cosas que
Dios me mostró. Este no fue el principio del proceso de
renovación en mi vida. Dios lo había comenzado anteriormente.
Pero aquí tuve conciencia de que Él me estaba renovando.
Prepárese. Dios también hablará a su vida.
Generalmente, cuando leemos acerca de Abraham comenzamos con
el capítulo 12 de Génesis. Esta vez, comencemos en el capítulo
11:

Estas son las generaciones de Taré: Taré engendró a Abram, a


Nacor y a Harán; y Harán engendró a Lot (v. 27).

El padre de Abraham se llamaba Taré. «Y tomó Taré a Abram su


hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su
nuera, mujer de Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los
caldeos, para ir a la tierra de Canaán; y vinieron hasta
Harán, y se quedaron allí» (v. 31).

Este pasaje me sorprendió. Dios había llamado a Abram


solamente. En el capítulo 12, la Biblia dice:

Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu


parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te
mostraré (v. 1).

El mandato de Dios a Abraham había sido claro: vete de la


casa de tu padre, de tu parentela y de tu tierra.
Como latinos, sabemos muy bien que en nuestras culturas se
respeta a los padres. Nuestros padres son la cabeza de la
familia. Ellos tienen el derecho de dirigirnos, aconsejarnos y
encaminarnos en la vida. Estoy seguro que Abram se sintió así.
Taré era su padre. Era el jefe del clan y de toda la
parentela. Era el sacerdote de la familia. En aquellos
tiempos, el padre era el sacerdote, el representante de la
familia ante los dioses. Cuando Abram anunció que Dios le
había mandado salir de su tierra natal, Taré tomó el
liderazgo. Si Abram su hijo se iba, Taré debía ser el líder de
la expedición a Canaán. Como tal, Taré tomó a Abram, Sarai y
también a Lot, su querido nieto, quienes debieron seguirlo.
Dios le había dado a Abram una dirección general. La tierra
prometida estaba en Canaán. Hacia allá partió Taré, Abram,
Sarai y Lot. Al llegar a una ciudad llamada Harán, se
detuvieron. Estoy seguro que Taré decidió quedarse. Abram
estaba siendo dirigido por su padre. Taré era un estorbo.
Josué 24.2 dice:

Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de


Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado
del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían
a dioses extraños.

Harán era una ciudad situada en la carretera por la que


marchaban con frecuencia ejércitos y caravanas de
comerciantes. Era un centro mercantil y un centro religioso.
Las excavaciones hechas en esta región han revelado que esta
ciudad tuvo un templo dedicado a Sin, el dios Luna. El nombre
de Harán significa lugar seco y árido, lugar quemado,
ardiente. En esta ciudad idólatra y seca vivió Abram por orden
de su padre Taré.
Taré representaba para Abram una atadura cultural, religiosa
y mental. Servía a dioses extraños. Era sacerdote del dios
Sin. El mandato de Dios de salir de su tierra natal era para
Abram solamente (Isaías 51.2). Sólo después de la muerte de
Taré (Génesis 11.32) pudo Abram salir de Harán hacia la tierra
que Dios le mostraría (12.4). Al partir, Abram dejaba atrás
las influencias idólatras de su familia. Entonces Dios comenzó
a revelársele más claramente.
Hasta ese momento, la promesa de Dios no era más que eso: una
promesa. En Génesis 12.1-3, Dios le promete siete cosas, un
pacto perfecto:

1. Haré de ti una nación grande.


2. Te bendeciré.
3. Engrandeceré tu nombre.
4. Serás de bendición.
5. Bendeciré a los que te bendijeren.
6. Maldeciré a los que te maldijeren.
7. En ti serán benditas todas las familias de la
tierra.

En cuanto a la tierra, Dios se la iba a mostrar, y con


respecto a su descendencia, Dios iba a tener que hacer un
milagro porque Sarai era estéril.
Pero hay una gran distancia entre una profecía y su
cumplimiento. Abram recibió la promesa inicial en la cual Dios
le mostraba la tierra. Pero en el camino se detuvo porque
estaba atado a su padre y a su cultura. Cuando se desligó de
su padre, de su cultura y de las creencias familiares, comenzó
a recibir clara dirección de Dios. Un día, salió rumbo a
Canaán (v. 5) y llegó al encinar More, en Siquem. Allí, se
encontró con un problema. Canaán, el territorio prometido por
Jehová, estaba ocupado por los cananeos. Pero en ese momento
de duda, Dios se le apareció. En el 12.7 la Biblia dice:

Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré


esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había
aparecido.

Abram ya había puesto su pie en la tierra aunque aún no la


había conquistado. Dios le promete «esta tierra». Estando en
Ur, Dios no le podía decir esas palabras. En Harán, no le dijo
dónde estaba la tierra prometida. Pero cuando dejó su clan, su
seguridad, y llegó a un lugar desconocido e incierto, ocupado
por gente hostil, Dios le muestra un poco más de la visión.
¿Qué hizo Abram?. Adoró. Levantó un altar. Luego, dice el
versículo siguiente que continuó hasta Betel, plantó su tienda
y edificó otro altar e «invocó el nombre de Jehová» (v. 8).
Dios me habló muy directamente. No podía apoyarme en mis
compañeros, líderes, familiares y amistades. Debía confiar en
Él, aun cuando hubiera amenazas. Debía pasar por alto las
circunstancias y levantar altares de adoración al Señor.
Qué difícil es obedecer a Dios cuando nos manda a apoyarnos
exclusivamente en Él. Preferimos hablar de nuestras
necesidades con nuestros hermanos y hermanas, en busca de
compasión. Corremos rápidamente al teléfono para comunicarnos
con aquellos que han de condolerse de nuestros problemas.
Pedimos oración a todo el mundo. Clamamos a Dios, quejándonos
del dolor.
Dios no trató con Abram hasta que este abandonó la seguridad
familiar y comenzó a levantar altares en adoración absoluta.
En mi caso, tuve que hacer lo mismo. Lo primero fue evitar
hablar con mis compañeros de trabajo y de ministerio. En los
meses siguientes mi oración fue: «¡Señor, no sé adorarte,
enséñame! Quiero adorarte e inclinarme en este altar, pero no
sé cómo hacerlo. ¡Enséñame!»

· Con un «Lot» en el corazón ·

Abram estaba ya en camino a la transformación, a la


renovación. Yo también. Todavía faltaba mucho. Lot, su
sobrino, estaba con él. Aunque yo no tenía una persona que
representara el concepto de «Lot», tenía a Lot en mi corazón.
En el capítulo 13 de Génesis, Abram y Lot acampaban juntos.
Abram tenía un estilo de vida diferente a Lot. Aunque los dos
eran prósperos, solamente Abram invocaba el nombre de Jehová y
edificaba altares. Lot únicamente tenía muchas ovejas, vacas y
tiendas. Los altercados llegaron. El éxito y la prosperidad
sin Dios traen conflictos. Abram y Lot llegaron a un acuerdo.
Se debían separar, cada uno por su camino.
Abram le dio a escoger primero. Si Lot optaba irse por la
izquierda, Abram se iría por la derecha. Si Lot escogía por la
derecha, Abram se iría por la izquierda. En el capítulo 13 de
Génesis, versículo 10 en adelante, note el comportamiento de
Lot:
1. Alzó Lot sus ojos. Este fue el comienzo. Lot analizó todo
el territorio. Lo estudió. Era un experto, tenía conocimiento.
No hay nada malo en alzar los ojos, dependiendo hacia dónde
los dirijamos.
2. Vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de
riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en
la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a
Gomorra. Luego que vio, analizó. Detuvo los ojos para mirar
más de cerca. Cuando se fijó detenidamente en el valle del
Jordán, en dirección a Sodoma y Gomorra, se entusiasmó. Pensó
que el territorio se parecía al huerto de Jehová.
Aparentemente, lo que vio era tan hermoso que se le pareció al
concepto que tenía del Huerto del Edén. Para él, todo lo
próspero era de Dios. Pero hay un proverbio muy conocido que
dice que todo lo que brilla no es oro. Ese proverbio refleja
una verdad espiritual muy poderosa. No todo lo que se presenta
prometedor, positivo, cómodo, práctico, con sentido, bien
recomendado, es de Dios.
3. Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán. Aquí viene
la decisión. Escogió lo bueno en apariencia. Cuando uno no ha
rendido totalmente su vida al Señor, analiza las cosas desde
un punto de vista práctico. Si algo da resultados, es bueno;
si todos están de acuerdo, debe ser de Dios; si trae alegría y
éxito, debe ser de Dios. A menudo tomamos decisiones mirando
las circunstancias, las personas y las apariencias. Así era el
espíritu de Lot.
4. Se fue Lot hacia el oriente. Lot se pone en camino y se
dirige en dirección opuesta a la bendición.
5. Se apartaron el uno del otro. Lot pensó que sacaba la
mejor parte. Era tiempo de alejarse de Abram. Era tiempo de
separarse. Lot se estaba apartando de la bendición.
6. Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo
sus tiendas hasta Sodoma. Al separarse de Abram, se fue
acercando a Sodoma. Se separó de la bendición y se acercó a la
destrucción. Lot se apartó de un hombre bendecido y ungido.
Miremos ahora a Abram. Abram fue diferente. En los próximos
versículos, hace lo siguiente:
1. «Jehová dijo a Abram: Alza ahora tus ojos». Lot alzó los
ojos sin esperar en Dios. Miró en la dirección que le parecía
mejor. Abram era un constructor de altares. Era un adorador.
Sabía esperar en Dios. Cuando Dios le dio la orden, alzó los
ojos.
2. «Mira desde el lugar donde estás hacia el norte, y el sur,
y al oriente y al occidente». ¿Dónde estaba Abram?. En el
lugar de adoración, en el altar, entre Betel y Hai. Betel
significa «casa de Dios» y Hai significa «ruina». Abram estaba
adorando a Jehová entre la ruina y la gloria de Dios. Qué
tremendo lugar. Qué tremenda lección. Desde ese lugar, Abram
podía ver la tierra con una mente clara, entendida. Desde el
lugar de adoración podemos ver la voluntad de Dios tan
claramente. Abram pudo discernir que estaba en el lugar de
decisión. Lot eligió irse en dirección a la ruina. Alzó los
ojos desde donde no debía, desde un lugar donde no podía hacer
una decisión sabia, desde un lugar donde podía ver únicamente
lo que en apariencia era hermoso pero en realidad era
destructivo. Abram, desde el lugar de adoración, vio la
bendición.
En el lugar de adoración, Dios le declara que su descendencia
será innumerable. En el lugar de adoración Dios ordena a Abram
levantarse y caminar por la tierra, que ya le pertenecía.
Desde el lugar de adoración, Abram salió a pisar la tierra que
Dios le había prometido.
3. Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el
encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí altar a
Jehová. ¿Cómo fue que Abram terminó en el encinar de Mamre?.
Un día, Jehová y Sus dos ángeles llegarían a Mamre (capítulo
18) y visitarían a Abram y a Sara para anunciarle el
nacimiento de Isaac y la destrucción de Sodoma y Gomorra. En
el lugar de adoración Dios no nos «encubre» Su voluntad sino
que nos trata como a amigos.
¿Cómo terminó Abram?. Lea la genealogía de Jesús en el
capítulo 1 del evangelio según Mateo. Abraham engendró a
Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a las tribus de Israel de quienes
desciende el rey David, y de éste María y José, padres de
nuestro Señor Jesús, el Mesías, la bendición de todas las
familias de la tierra. ¿Cómo terminó Lot? Sentado a la puerta
de Sodoma (19.1). Solamente los líderes de la ciudad se
sentaban en la puerta principal. Lot terminó siendo líder de
Sodoma, llamando a los sodomitas «hermanos» (v. 7) y
ofreciendo a sus propias hijas para que los sodomitas hicieran
de ellas «como bien os pareciere» (v. 8). Lot finalmente
perdió a su esposa. Terminó destruido, en una cueva, borracho,
cometiendo incesto con sus dos hijas. De esa horrible unión
sale la descendencia de Lot: Moab, el padre de los moabitas y
Ben-ammi, el padre de los amonitas. Ambos fueron enemigos de
Dios y de Su pueblo Israel.
Abram estaba en el camino correcto. Era un hombre que
confiaba en Dios, si bien no totalmente. En el capítulo 15
tiene otro encuentro con Dios. Dios se le aparece en visión y
le reitera la promesa de una descendencia. De nuevo le repite
esas dulces y fortalecedoras palabras:

No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será


sobremanera grande (v. 1).

¡Qué alentadoras palabras!. ¡Qué consoladoras palabras!.


Abram estaba en buen camino.

· Rumbo a la renovación ·

Abram aún no había llegado al lugar del milagro. En el


versículo 2 leemos: «Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me
darás, siendo así que ando sin hijo?». Todavía estaba pensando
en la promesa, en la bendición, en la manera en que Dios iba a
proveer.
Esto es exactamente lo que me estaba sucediendo camino a la
renovación. Varias preguntas me atormentaban: ¿Qué hará Dios
para librarme de esta acusación?. ¿Cómo lo hará?. ¿Cuánto
tardará?. Confiaba en Dios, pero la situación no mejoraba,
sino que empeoraba. Se estaban llevando a cabo más reuniones.
Otro grupo de personas ya estaba hablando por otra emisora de
radio. Me acusaron de ser un mafioso, de que había contratado
los servicios de unos matones para amenazar a una familia y
para destruir un automóvil. Alguien llegó a nuestra radio con
preguntas malintencionadas, y lo grabó con una grabadora de
bolsillo. Otros estaban haciendo investigaciones policiales en
cuanto a mis asuntos personales. Mi nombre estaba siendo
manchado.
La situación de Abram empeoraba porque sabía que los años
avanzaban. No contaba con la cooperación de Sara porque ella
era estéril. A pesar de que Dios se le apareció en el capítulo
15 e hizo un pacto con él, Abram no entendió completamente. En
el próximo capítulo, vemos que Abram toma la iniciativa y
tiene un hijo con su esclava Agar y lo llaman Ismael. Tenía
ochenta y seis años. Todavía estaba en capacidad de procrear.
Pero mientras Abram actuaba por su propia cuenta, Dios
esperaba.
Durante esos meses Dios me ordenó que no hiciera
absolutamente nada. No debía defenderme ni hablar del asunto.
No debía hacer comentario alguno cuando otros fueran a
informarme de lo que mis detractores estaban diciendo. Dios me
ordenaba estar quieto.
Pero ahora llegamos al verdadero mensaje. En Génesis 17.1 la
Biblia dice:

Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció


Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de
mí y sé perfecto.
Abram había cumplido noventa y nueve años. Ya era un anciano
y no podía tener hijos. Estaba casi muerto. En el peor
momento, cuando ya no puede hacer nada, cuando está al borde
del desastre, se le aparece el Dios Todopoderoso. Por primera
vez en la Biblia, Dios se revela con este nombre. En hebreo es
El Shaddai. Este nombre se deriva de la palabra «shad» que es
la palabra «pecho». El nombre El Shaddai pinta el cuadro de
una madre que alimenta a su niño con leche materna hasta
dejarlo totalmente satisfecho. El Shaddai es el Dios que es
más que suficiente, el que nos satisface totalmente.
Nada satisface tanto a un niño como la leche materna. Además
de alimentarse, el niño recibe el calor de la madre al estar
en sus brazos varias veces al día, incluso a altas horas de la
noche. Mis hijos pasaban por lo menos cuatro o cinco horas al
día en los tiernos brazos de su madre, muy cerca de los
latidos de su corazón. Desde allí, simplemente levantaban los
ojos y miraban la dulce sonrisa de su mamá, oían su voz y se
sentían seguros, amados. Ese es el concepto que expresa el
nombre El Shaddai. Dios nos aprieta en Sus brazos, nos sabe
consolar, es paciente con nosotros, nos alimenta hasta que
quedamos satisfechos, nos habla cariñosamente y nos hace
sentir seguros.
El Shaddai se apareció en la vida de Abraham para
«multiplicar en gran manera» (vv. 2, 6). Pero note en qué
momento se reveló. Cuando Abram tenía noventa y nueve años.
Cuando no podía producir más. Cuando Abram murió al yo, El
Shaddai se reveló.
El Shaddai se aparece en desiertos, en pruebas, en momentos
amargos. La viuda Noemí dice en Rut 1.20:

No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande


amargura me ha puesto el Todopoderoso [El Shaddai].

El Shaddai se menciona treinta y cinco veces en el libro de


Job, el prototipo del creyente que pasa por una prueba. El
Shaddai es el Dios que se revela cuando no hay salida, cuando
no hay solución. El Shaddai es el Dios que en medio del
desierto llega para multiplicar, para hacer fructificar, para
renovar. Pero, ¿cuándo llega? Cuando morimos a nuestras
habilidades, a nuestras fuerzas y a nuestras capacidades. El
Shaddai se manifestó en la vida de Job cuando dejó de
autojustificarse, cuando dejó de preguntarse por qué había
llegado la calamidad a su vida, cuando cesó de cuestionar a
Dios. Cuando Job se rindió y reconoció que ni él ni sus amigos
podían comprender bien las cosas de Dios, El Shaddai habló,
consoló y le devolvió todo lo que había perdido, aumentándole
al doble (42.10). El Shaddai multiplica cuando reconocemos lo
que Job declara en el capítulo 42:
1. «Yo conozco que todo lo puedes» (v. 2).
2. «No hay pensamiento que se esconda de ti»(v. 2)
3. «Yo hablaba lo que no entendía» (v. 3).
4. «Yo no comprendía» (v. 3).
5. «Oye, te ruego, y hablaré» (v. 4).
6. «Te preguntaré, y tú me enseñarás» (v. 4).
7. «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te
ven»(v.5).
8. «Me aborrezco, y me arrepiento» (v. 6).

Job no había hablado lo recto, pero se arrepintió. Sus amigos


no hablaron lo recto, pero no se arrepintieron. Ellos eran muy
sabios y entendidos. Por lo tanto, Dios encendió Su ira contra
ellos, de tal manera que tuvieron que ir a Job para que les
orara.
Abram hizo lo mismo con El Shaddai. Se postró y le adoró. Ya
no podía razonar más, no podía discutir con Dios. Ya era
viejo, lo había intentado, pero sin éxito. Cuando trató de
producir su descendencia, produjo a Ismael, un muchacho
problemático, fruto de la obra de la carne. Ahora no podía
más. Cuando Abram se rindió, El Shaddai comenzó. Ya no tenía
que hablar. Las palabras eran insignificantes. El Shaddai se
había revelado.
En el momento de adoración, inclinado ante la autoridad
majestuosa de El Shaddai, Abram se pone en las manos del
Todopoderoso. Y Dios actúa. En el versículo 5, Dios dice: «Y
no se llamará más tu nombre Abram, sino Abraham, porque te he
puesto por padre de muchedumbres».

· Un pacto es un intercambio de vidas ·

En el lugar de adoración, Dios hace un pacto con Abram.


Cuando dos personas hacían un pacto así, prometían ser amigos
de sus amigos y enemigos de sus enemigos, compartían deudas y
riquezas. Se juraban amistad y lealtad, y lo sellaban con
derramamiento de sangre de animales. El Shaddai hace un pacto
con Abram. El le entrega su cuerpo de anciano sin
posibilidades, casi muerto, y Dios le devuelve multiplicación,
generaciones de naciones y reyes. Abram le entrega muerte, y
Dios le da vida. Abram, el padre exaltado, le entrega su
nombre y El Shaddai le devuelve otro nombre, Abraham, padre de
multitudes.
Es en ese lugar de total rendición que Dios nos cambia, nos
renueva. Dios renovó a Abram quien se transformó en Abraham.
¿Cuándo lo hizo?. Cuando Abram se rindió porque no tenía más
fuerzas, porque después de intentarlo todo, no había logrado
alcanzar la promesa.
Ese día, Dios cambió el nombre de Abram y el Suyo también.
Desde ese día, se hizo identificar como el «Dios de Abraham».
Dios selló un pacto sin reservas con Abraham y puso Su nombre
como firma.
Ese mismo Dios trató conmigo en medio de mi caótica
situación.
Ahora bien, cuando El Shaddai aparece, siempre pide algo. A
Abraham le pidió que anduviera delante de Él y que fuera
perfecto. ¿Cómo se puede caminar delante de Dios y ser
perfecto?. Hay una sola manera ante los ojos de Dios: morir al
yo. Morir a lo que vemos con nuestros ojos, a nuestros
talentos y habilidades, a nuestras opiniones, razonamientos y
soluciones. Depender totalmente de Él y esperar en Él. Hay una
sola manera de caminar delante de Dios: andar en Su presencia.
Hacer lo que hizo Job, que reconoció que no sabía nada y que
lo único que podía hacer era preguntar, oír y aprender.
¿Cómo salió Abraham de esa experiencia?. ¿Podemos decir que
todo se arregló instantáneamente?. ¡No!. Abraham todavía tenía
problemas.
1. Su edad. Tenía noventa y nueve años. El escritor del libro
a los Hebreos dice en el capítulo 11 versículo 12 que Abraham
estaba «ya casi muerto».
2. No habitaba en una ciudad. Todavía vivía en una tienda.
Una tienda no es una vivienda permanente. En aquellos tiempos
los beduinos nómadas habitaban en tiendas. Eran nómadas porque
simplemente vivían de territorio en territorio, nunca
establecidos permanentemente en ningún sitio. Abraham vivía
como un nómade. No estaba permanentemente establecido en la
tierra que Dios le había prometido. Además, el escritor a los
Hebreos nos dice en el capítulo 11, versículo 9 que Abraham
habitó en esa tienda temporal como un «extranjero». Esto
significa no tener derechos, privilegios, ciudadanía. Los
cananeos trataron a Abraham como a un inmigrante, como a un
forastero, como a un intruso, posiblemente como a un invasor.
Aquella tierra era «ajena».
Pero el escritor de Hebreos continua diciendo en el versículo
10 que Abraham «esperaba» por una ciudad que tenía
fundamentos. Una tienda no tiene fundamentos, está levantada
en un terreno temporalmente. El propósito de una tienda es que
si hay que mudarse, rápidamente se puede empacar, desarmar la
tienda e irse a otro sitio. Abraham no se fue. Abraham
aprendió que Dios iba a edificar la ciudad prometida. Tenía
que quedarse en la tienda. Debía esperar en el arquitecto y
constructor, Dios, El Shaddai.
Cuando Job se rindió y reconoció que no entendía, todavía
estaba bajo aflicción, enfermo, pobre y de luto por la pérdida
de sus hijos e hijas.
Cuando oró por sus amigos, todavía estaba afligido. Eso es
fe.
Por más de cuatro meses, mientras la situación empeoraba y
las acusaciones aumentaban, Dios me mostró que debía «morir».
Debía rendirme en Sus manos. Debía mantenerme en silencio
frente a las acusaciones y esperar que El Shaddai produjera un
milagro. Debía quedarme en esa situación precaria, peligrosa,
sin tratar de armar una defensa. Esa casa la iba a edificar
Él. Me tenía que quedar en la tienda de la fe, dispuesto a ser
tratado como un extranjero, un acusado en tierra ajena. Tenía
que estar dispuesto a perdonar a los que me estaban hiriendo y
debía orar por ellos. Tenía que comportarme como un extranjero
que no tiene derecho a recibir justicia. Fue difícil, porque
no conocía muy bien los caminos de Dios. No lo conocía en esta
dimensión. Aprendí a conocerlo en el desierto, en la
debilidad, en el dolor.
Si usted está pasando por una situación imposible, Dios está
listo para hacer un pacto con usted. El primer paso que debe
dar es abandonar todo plan, todo diseño, toda esperanza puesta
en su conocimiento, amistades, familia, recursos. El que se
abandona en los brazos de El Shaddai, quedará totalmente
satisfecho. Él será el arquitecto y constructor de su salida,
de la solución. Mientras tanto, deberá quedarse a esperar que
Él comience la construcción.
Abraham nunca vio esa ciudad prometida, tampoco su hijo
Isaac, ni Jacob, ni aun José, su biznieto. Pero José tuvo
tanta fe que ordenó que sus huesos debían ser enterrados en la
tierra prometida. El obrar de Dios toma tiempo, pero
trasciende de generación a generación. Confíe en su Dios.
Aunque no vea el cumplimiento de las promesas en su
generación, ¡no tema!. Él puede hacerlo en sus hijos y en sus
nietos.
Cuatrocientos años más tarde, Dios levanta a Moisés para
sacar de Egipto al pueblo de Abraham, al pueblo de la promesa.
Aunque Moisés no entra a la tierra prometida, Josué sí lo hace
y establece ciudades, ya no tiendas temporales sino casas con
cimientos, y con el tiempo se establece el Reino de Israel.
Esto sucedió cientos de años después de Abraham. Abraham creyó
que iba a suceder, cuando murió a su yo, a su carne y a sus
habilidades de lograr la promesa con sus propias fuerzas.
¿Cuándo se rindió?. Lo hizo a los noventa y nueve años. Espero
que a usted no le tome tanto tiempo. Ríndase al Señor.
Permítale que Él sea su defensor, su abogado, y su jefe de
relaciones públicas. ¡El Shaddai, el que es más que
suficiente, es su Dios!.

Capítulo #4:Selah
Los meses siguientes fueron muy difíciles. Por un lado, Dios
me estaba enseñando a morir en el altar del sacrificio. Aunque
este proceso no es nada placentero, tenía la certeza de que
Dios estaba obrando. Por otro lado, la situación no cambiaba.
Durante esos días, Dios me cobijó con Su presencia. No lo
conocía de esta manera. Para mí, Dios era mi Señor, mi Jefe,
mi Rey, mi Director, mi Líder. Recién estaba conociendo a El
Shaddai, mi amparo, mi padre, mi madre, mi amigo, mi hermano,
mi pastor, mi doctor, mi enfermero, mi proveedor, mi todo. En
esos meses, decidí no oír los datos negativos. Informé a mis
compañeros de trabajo que no me dijeran lo que se rumoraba.
Cerré los oídos a todas las calumnias.
En esos cuatro meses concentré toda mi atención en lo que
Dios estaba haciendo en mí. Cuando uno se rinde en las manos
del Todopoderoso, no se defiende, no actúa, no explica.
Simplemente espera que Dios, el abogado, ejecute. Esperaba que
Él callara milagrosamente a estas personas, que las
avergonzara en público, que interviniera de manera directa.
Pero no sucedió así. Él es el que obra. Y cuando lo hace, lo
hace maravillosamente bien. No usa nuestros mecanismos. ¡Él es
innovador!. Debo confesar que me sorprendió.

· Una invitación providencial ·

Una tarde llegaron a visitarme unos queridos amigos de


Argentina en camino a otra ciudad. Iban a asistir a una
cruzada de milagros de Benny Hinn, un reconocido hombre de
Dios. Este famoso predicador era el mismo que Dios había usado
para hablarme cuatro meses atrás. Estaban entusiasmados.
Querían recibir un toque de Dios y habían viajado desde
Argentina con ese único propósito. Mi amigo Omar había venido
con uno de los más importantes líderes de la Iglesia en
Argentina, el pastor Pedro Ibarra. Cuando me encontré con el
pastor Ibarra, me di cuenta que estaba frente a una persona
humilde, totalmente rendida en las manos de Dios. Su mirada,
su porte, su manera de hablar, me impresionaron profundamente.
Esa tarde pasamos momentos muy agradables.
Pedro Ibarra me contó lo que Dios estaba haciendo en su país
y en su iglesia en particular. Me describió cosas gloriosas.
Aunque me regocijé con ellos, pensé que lo que relataba era
sólo para Argentina. Dios estaba revolucionando a la iglesia
de ese país. También me contó que tenían que sacar a la gente
«borracha» de los cultos, poderosamente tocada por Dios. La
presencia de Dios, la «unción» del Espíritu Santo, era tan
irresistible que cientos de personas se desplomaban, y eran
sanadas, libertadas, consoladas y llenas del Espíritu Santo.
Todo esto había comenzado después que Benny Hinn orara por el
pastor argentino Claudio Freidzon, quien al regresara su país
comenzó a ver en su iglesia un cambio radical. Explosión de
milagros, liberaciones, y miles de almas salvas resultaban de
cada reunión. Ese mismo mover del Espíritu comenzó a
extenderse por las iglesias en todo el país. Los hermanos de
Argentina testificaban cosas grandes. Sus rostros brillaban. Y
yo oía. Pensaba que todo esto era para Argentina, no para mí.
Me invitaron a ir a la cruzada en Toronto, Canadá. Aunque mi
hermano Rubén ya había hecho planes para ir, decidí no
hacerlo. Estaba ocupado y totalmente concentrado en lo que
Dios estaba haciendo en mi vida.
A las tres de la tarde, mientras los hermanos se estaban
despidiendo, sentí que Dios me impulsaba a ir con ellos a la
cruzada. Obedecí de inmediato. Llamé a la agencia de viajes y
milagrosamente conseguí pasajes.
Nunca había asistido una cruzada del pastor Benny Hinn.
Aunque había estado en su iglesia en Orlando y había visto
muchos videos de sus campañas, no estaba preparado para
presenciar lo que vi. Al entrar en ese gran estadio de hockey,
me sentí como si hubiese ingresado a una planta eléctrica.
Había más de veinte mil personas adorando a Jesús, dándole la
bienvenida al Espíritu Santo. Esa noche, Dios hizo milagros
físicos impresionantes. Aunque estaba acostumbrado a ver
milagros, no lo estaba al estilo del pastor Benny. No oró por
ningún enfermo en particular. Simplemente adoró cantando,
orando, llevando a la gran multitud a honrar la presencia del
Espíritu Santo. En un momento dado, en medio de la adoración,
comenzó a declarar que los enfermos estaban siendo tocados y
sanados por el Espíritu. De repente, se oyeron gritos de gozo,
y la gente comenzó a correr hacia el frente para testificar.
Fue un culto maravilloso.
A la noche siguiente, pudimos sentarnos en la primera fila
del auditorio, frente a la plataforma. Me sentía sumamente
hambriento. Deseaba ser un instrumento de Dios. Pero no como
el pastor Benny Hinn. Dios lo usaba a él en sanidades, en
milagros, en la unción. Yo no tenía ese llamamiento. Dios me
había llamado a trabajar en la radio, a enseñar, a invadir
terrenos nuevos como la televisión y la radio internacional.
No era evangelista. Cuando llegaba el momento de orar por los
enfermos, buscaba que otro lo hiciera. Allí, en la primera
fila, esperaba que Dios me tocara, que me fortaleciera y me
ungiera para continuar trabajando en la tarea que me había
sido encomendada.

· ¿Qué haces, Espíritu Santo? ·

En un momento, durante la adoración, el pastor Hinn detuvo la


música. Anunció que hacía dos semanas había sentido una carga
especial por algunas personas que Dios quería tocar esa noche.
Inmediatamente descendió de la plataforma y se dirigió a los
que estábamos sentados en la primera fila. Cuando impuso sus
manos sobre mi cabeza, sentí que el poder del Espíritu Santo
penetró en mi cuerpo de la cabeza a los pies. Caí de bruces al
piso. Allí me quedé, no sé por cuánto tiempo. No perdí el
conocimiento, estaba consciente de lo que estaba sucediendo,
el Espíritu Santo me estaba operando. En esos momentos, Dios
me llenó con Su presencia. Nunca la había sentido de esa
manera tan gloriosa. Finalmente me levantaron. Al sentarme en
la silla, le expresé mi agradecimiento al Espíritu Santo por
la «experiencia» gloriosa que había tenido. Esa noche entendí
que Dios había manifestado Su presencia y Su gloria sobre mí
como lo había hecho con Moisés, con Isaías, con Pablo y con
muchos. Terminó la cruzada y todos volvimos a nuestros
respectivos ministerios. Al volver a la emisora, tuve que
retomar mis responsabilidades. Una de ellas era participar en
el «maratón radial» de fin de año. En esas semanas
suspendíamos la programación regular para recaudar los fondos
para sufragar los gastos del ministerio radial. La meta ese
año era de casi un millón de dólares.
Esa tarde tuve que salir al aire para predicar y luego hacer
una apelación a los donantes. Camino al estudio de radio tuve
un sentir. Nació en mí el deseo de adorar al Señor en la
radio, en vivo. Esto nunca se había hecho. Rápidamente busqué
música de adoración. No pude encontrar mucha variedad.
Nuestra emisora prefería tocar música cristiana popular,
interpretada por cantantes cristianos de renombre. A duras
penas pudimos encontrar dos o tres grabaciones de música de
adoración. Deseaba adorar al Señor. En la cruzada de Toronto
había visto y experimentado el poderoso mover del Espíritu
Santo en medio de la adoración. Nadie había gritado, nadie
había levantado la voz, pero en la adoración y exaltación de
Jesucristo suave, lenta y profunda, Dios había tocado a miles
y había revolucionado mi corazón. Quería hacer lo mismo por
radio. Quería adorar a Cristo, sabiendo que esto agradaría al
Espíritu Santo. Sólo unas pocas horas antes había visto que
cuando se le da la bienvenida al Espíritu Santo, este se
agrada de la adoración a Jesucristo y comienza a repartir
virtud, gracia, salud, bendición, consolación y poder.
Salimos al aire a adorar. Por lo general, lo hacíamos para
predicar, o para pedir ofrendas durante los maratones
radiales. Pero estaba saliendo al aire a adorar en vivo y lo
menos que sentía era deseos de pedir ofrendas. La música de
adoración comenzó a fluir por el ambiente. Dejé mi micrófono
encendido. Esto no se hace en la radio. Cuando se toca música
cantada no se habla y cuando se habla no se toca música
cantada. Esta vez, cambiamos. Al oír la música en mis
audífonos comencé a cantar también. De repente me puse a
llorar. El operador de radio continuó poniendo música y yo
seguía orando, llorando, adorando y alabando al Señor con el
micrófono abierto. Antes lo había hecho en la privacidad de mi
hogar, pero en ese momento lo estaba haciendo públicamente.
Bajo la gloriosa manifestación de Su presencia en aquella
cabina de radio comencé a confesar mis pecados, mis faltas y
mis debilidades. No me daba cuenta que miles me estaban
oyendo. Simplemente estaba consciente de que me postraba
frente al trono majestuoso del Rey Jesucristo. Sin darme
cuenta, adoré al Señor en vivo durante más de dos horas. Me
olvidé de la radio, del maratón de ofrendas, de los formatos
radiales, de la audiencia, de las personas que estaban a mi
lado, de todo. Estaba adorando de corazón, en espíritu y en
verdad.
Cuando abrí los ojos, el locutor y los hermanos que atendían
los teléfonos me informaron que cientos de personas estaban
llamando para decir que la presencia de Dios se estaba
manifestando en sus hogares y que no se podían mantener en
pie. Algunos habían recibido milagros físicos espectaculares,
otros habían sido llenos del Espíritu Santo, varios habían
llamado para recibir a Jesucristo como su Salvador personal, y
muchos fueron liberados instantáneamente de opresiones
diabólicas. El más sorprendido fui yo. Esto nunca me había
pasado. Sólo sucedía cuando algún evangelista dinámico venía a
la radio. Pero para mí era algo nuevo. Decidimos sacar al aire
las llamadas telefónicas. En las tres horas siguientes
recibimos llamada tras llamada que declaraban las grandes
maravillas que suceden cuando el Espíritu Santo manifiesta Su
presencia con poder.

· Adoración en lugar de maratón ·

Al día siguiente hicimos lo mismo. Volvimos a adorar a Dios


con música de adoración y alabanza. Dejamos los micrófonos
encendidos y permitimos que el Espíritu Santo obrara sin
límites de tiempo. Y ese día sucedió lo mismo. Las llamadas
que testificaban milagros, sanidades, salvación y liberación
comenzaron a llover. Nuevamente fui el más sorprendido. En ese
mes de maratón de ofrendas no pedimos dinero. No presentamos
una sola necesidad financiera. Todo el dinero que
necesitábamos ingresó a través de la correspondencia. El
pueblo de Dios, al ver la gran manifestación del Espíritu
Santo a través de la radio, envió el dinero necesario para
cubrir nuestro presupuesto anual. Dios hizo un milagro.
¿Cuándo lo hizo?. En el momento en que cesamos de tratar de
convencerlos para que enviaran ofrendas. Cuando adoramos a
Dios, dirigimos nuestros ojos y corazón a Él y guiamos a otros
a mirarlo, El Shaddai se manifiesta y multiplica.
Esto causó un impacto tremendo en la ciudad. La gente se
preguntaba qué estaba sucediendo en la radio, por qué habíamos
cambiado la música, por qué estábamos tocando música de
alabanza y adoración, música escritural. La simple verdad es
que la presencia del Espíritu Santo se manifestaba
tangiblemente siempre que comenzábamos a adorarle, a cantar
coros de alabanza. En esos momentos de adoración el Espíritu
Santo comenzó a enseñarnos a adorar en espíritu y verdad.
Durante esas horas de humillación pública en la cabina radial
aprendí a ser transparente con Dios y con los oyentes; las
caretas, el profesionalismo ministerial, se esfumaron. Mi
manera rutinaria de orar, alabar y adorar, se transformó en un
dulce diálogo con Cristo.
Después de unas semanas, nos enteramos que esto no sucedía
solamente en Nueva York. Era un mover de Dios a lo largo y
ancho de toda Latinoamérica. Nosotros, por cierto, estábamos
atrasados, pues Dios había estado renovando la adoración y
alabanza de la Iglesia desde hacía varios años.
¿Qué sucedió con la crítica?. Cuando Dios se manifestó en la
radio en una manera tan pública, los que estaban planeando
destrucción guardaron silencio. Los que les prestaban atención
se dieron cuenta de que Dios había derramado una nueva unción
sobre la emisora y sobre los que trabajaban en ella. Frente a
toda esa evidencia de frutos públicos, las bocas se cerraron.
Así pude experimentar a ese Dios que es «mi gloria y el que
levanta mi cabeza». Cuando Él nos levanta la cabeza, lo hace
derramando Su gloria sobre nosotros. ¡Cuántas veces intentamos
impresionar a la gente con nuestros conocimientos!. ¡Cuántas
veces tratamos de proyectarnos, de hacernos propaganda
hablando de nuestras experiencias, de nuestros estudios, de
nuestro círculo de amistades famosas!. ¡Qué inútil es todo
eso!. ¡Qué ignorantes somos!. ¡Qué glorioso es cuando no
hablamos, no nos proyectamos, no demandamos honra, respeto,
posición!. Es hermoso cuando Dios derrama Su gloria en
nuestras vidas y los que nos observan pueden ver lo que Él
produce en nosotros. Muchas veces lo deseé. Ahora me estaba
sucediendo.
Esta etapa de mi vida fue gloriosa, aunque fue simplemente el
primer toque, una nueva revelación de Dios en mi vida. Algunos
me decían que debía organizar concentraciones masivas. Otros
ya estaban haciendo planes con respecto a mí.
Me detuve, no sabía que hacer. Inmediatamente le pedí
directivas a Dios. En ese momento, el ministerio no era lo más
importante para mí. Lo único que me interesaba era conocer a
Dios y aprender a practicar Su presencia. Cuanto más adoraba,
Dios más me mostraba los cambios que Él debía hacer en mi
corazón. Cuanto más le buscaba, más veía mis necesidades, mis
debilidades, mis pecados.
Una tarde en mi hogar, antes de salir hacia un compromiso
ministerial, Dios me instruyó que pasara por la oficina. Pensé
que el objetivo era que fuese a orar allí. Al entrar, en forma
automática separé una silla para arrodillarme. Pero
inmediatamente sentí el impulso de abrir la Biblia. Aunque uso
la Biblia de estudio Plenitud, sobre mi escritorio encontré
una Biblia de otra editorial. La abrí y mis ojos se fijaron en
el Salmo 3, específicamente sobre la palabra «selah». Sabía
que selah significa «pausa» en el sentido musical. De pronto
sentí un gran deseo de sumergirme en este salmo. Lo conocía
bien, lo había leído un sinnúmero de veces y lo habíamos
cantado en nuestra iglesia. Pero esta vez era diferente. Dios
quería mostrarme algo.

· Una calamidad inmensa ·


Haga un alto y busque su Biblia. Quiero contarle lo que Dios
me mostró a través del Salmo 3. Este es uno de los primeros
pasos a la renovación.
El Salmo 3 fue escrito por el rey David. Cuando él escribe
este salmo, ya no es el joven pastor de ovejas que debe
escapar del celoso rey Saúl. David ya es rey absoluto de
Israel. Había conquistado a todos sus enemigos y llegado a la
cumbre del éxito.
Pero aquí lo vemos en medio de una calamidad inmensa.
Absalón, su propio y mimado hijo, lo estaba persiguiendo para
matarlo. Su muchacho quería robarle el trono. Su propio hijo
estaba destruyendo su carácter, su testimonio y su vida.
Aunque David como hombre de guerra estaba acostumbrado a
pelear cara a cara con sus enemigos, esta vez no lo hace. El
enemigo era su hijo, sangre de su sangre y hueso de sus
huesos. Entonces prefiere escapar al desierto, lugar donde
escribe el Salmo 63. En aquel lugar árido, este hombre que
había sido valiente dice estas palabras:

Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma


tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida
donde no hay aguas (v. 1).

David se encontraba en un desierto sin agua, en tierra seca y


árida, solo y perseguido por sus enemigos. Su deseo era buscar
a Dios, ver Su poder y Su gloria como la había contemplado
tantas veces en el santuario (v. 2).
En el Salmo 3, sin embargo, comienza a quejarse. Su situación
no es inventada, no está soñando. Lo primero que hace es mirar
el estado de las cosas. «Cuánto se han multiplicado mis
adversarios». Absalón no estaba solo. Había organizado una
poderosa conspiración contra el rey, su padre. Hasta algunos
ex amigos de David estaban con su rebelde hijo. Y no solamente
hablaban contra David sino que habían salido armados con
planes de matarlo. No en vano David dijo:

Muchos son los que dicen de mí: No hay para él salvación en


Dios.

Los que lo odiaban esperaban matarlo. Sus amigos no le daban


esperanza. Los que le conocían sabían que aquella situación no
se había presentado por casualidad. Era un juicio de Dios.
David había pecado hacía muchos años atrás. Había tomado una
mujer que no era suya. Su nombre era Betsabé, la mujer de
Urías, el heteo. Betsabé era hija de Eliam y nieta de Ahitofel
de Gilo, un ex amigo de David y ahora consejero principal de
Absalón.
El pasado había alcanzado a David. Natán le había profetizado
a David que el juicio divino se manifestaría en su casa y que
él sería avergonzado públicamente. Ahitofel se quería vengar.
Absalón quería ser rey. Dios había prometido juicio por el
homicidio encubierto de Urías y el adulterio descarado con
Betsabé. David estaba rodeado. No había escape.
Me preguntaba por qué Dios me había impulsado a ir a mi
oficina. Podía haber orado en mi casa. Pero Dios es muy sabio,
porque la Biblia que estaba leyendo (es una Biblia vieja que
tengo sobre mi escritorio) tenía la palabra «selah» impresa en
un tipo de letra diferente, que se destacaba. El Espíritu
Santo me detuvo bruscamente ante esta palabra.
Seguí leyendo. En el versículo 3, David se transforma. De un
corazón desesperado, sin salida, dice estas palabras:

Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el


que levanta mi cabeza.

Algo sucedió con David que lo había cambiado. A pesar de los


enemigos, repentinamente confiesa que Dios era su escudo, su
gloria y su abogado defensor. ¿Qué había sucedido?.
David hizo «selah», una pausa musical. Sacó el arpa y tocó
melodías al Señor en el desierto árido. Cuando hizo «selah»,
volvió en sí: ¡Dios es «escudo alrededor de mí»!.
Si algo o alguien se levanta contra mí, antes de tocarme debe
pasar a través del escudo que me rodea. Si algo o alguien se
levanta para herirme o destruirme, debe pasar a través de mi
Señor. Esto es un escudo. Él me cubre de los enemigos que veo
venir de frente y de los que vienen por mis espaldas. ¡Dios
es mi escudo!.
David sigue diciendo que Jehová es su gloria. La palabra
gloria tiene muchos significados. En este caso expresa
excelencia, alabanza, honra, lo mejor. Para David, lo excelso
en ese momento no era su palacio, ni su corona, ni su
reputación, ni su influencia, ni su poderío. Su gloria, lo
excelente, era Dios mismo, simple y llanamente Dios. El hecho
de que podía cantarle, llamarlo por Su nombre, saber que
estaba oyendo, era suficiente. Saber que Él es mi Dios es lo
más sublime, lo supremo en mi vida. ¿Y las bendiciones?. ¿Y
las recompensas?. ¿Y los resultados?. Aunque nos hacen falta
Sus bendiciones, necesitamos tener una relación íntima con
Dios, no por los beneficios que nos proporcione, sino porque
Él es nuestro Creador, nuestro Padre, nuestra vida, el
significado de todo, el Altísimo.
David concluye declarando que Dios es el que levanta su
cabeza. Todos sus enemigos estaban avergonzándolo. No había
defensa para él. Había optado por no defenderse de las
mentiras (lea el Salmo 39). Dios era su única defensa, el
único que podía mantener la reputación y el nombre de David en
alto.
Dios me estaba hablando. Al igual que David, debía descansar,
hacer «selah». En medio del desierto, de las acusaciones y de
la incertidumbre, debía cantar, adorar y hacer lo que hizo
David en los versículos 5-7: «Yo me acosté y dormí, y
desperté, porque Jehová me sustentaba. No temeré a diez
millares de gente, que pusieren sitio contra mí. Levántate,
Jehová; sálvame, Dios mío».
Dios me dijo: «¡Descansa! Duerme tranquilo. ¡No temas a las
amenazas!. ¡Canta!. ¡Deléitate en la música de adoración!.
Cuando te sientas agobiado, enciérrate y comienza a cantar, a
descansar, a recostarte en mí». Dios me estaba sustentando,
despertando si había peligro y dándome sueño de descanso. El
salmo termina con estas palabras: «La salvación es de Jehová;
sobre tu pueblo sea tu bendición».

· Siempre con nosotros ·

La solución le pertenece a nuestro Señor. La salvación no


está en mis manos, sino en las de Dios. La bendición, es
decir, la manifestación de la salvación, está sobre nosotros.
Esta no viene y se va, no aparece de vez en cuando, sino que
está continuamente sobre nosotros. Pasemos por la
circunstancia que pasemos, la bendición de Dios nos rodea, es
nuestro escudo y nuestra gloria.
Pero, ¿Quién es la persona que puede decir que no teme a diez
mil enemigos, que sabe que Dios lo sustenta, que sabe que
tiene un escudo alrededor, que tiene al mejor defensor?.
¿Quién es la persona que en medio del desierto, cercado por la
muerte, dice que la bendición está sobre él?. Solamente quien
se acuesta y duerme descansando en su Dios. Únicamente quien
hace una pausa musical, «selah», y adora a su Dios. Sólo aquel
que sabe que la salvación y la solución, no está en sus manos,
ni en sus capacidades. Así es la persona renovada. Así es la
persona transformada. Es alguien que descansa en el Señor.
Cuando en los próximos capítulos nos refiramos a la oración,
veremos que el secreto de la oración eficaz es descansar,
esperar y hacer «selah». Mientras nos esforcemos por
solucionar nuestros problemas, o nos preocupemos por la manera
en que Dios va a obrar o el tiempo que tardará en hacerlo,
seremos cristianos débiles y derrotados. No veremos renovación
en nuestra vida espiritual.
Esa tarde, Dios me mostró un camino, el camino de la
adoración, del descanso, de esperar en Él. Me preocupaba por
la voluntad de Dios en mi vida. ¿Qué haría con esta nueva
experiencia?. ¿Cambiaría mi manera de ministrar?. ¿Tendría que
hacer concentraciones masivas?. ¿Tendría que orar por los
enfermos?. ¿Tendría que encerrarme a orar y a ayunar hasta
encontrar una respuesta?. El Señor me mandó a descansar y a
esperar en Él. Desde ese día, cierro la puerta, pongo música
que me ayuda a adorar a Dios, melodías que declaran Su
grandeza, la palabra de Dios en música y descanso. Al oír la
palabra de Dios cantada, la fe llega. En los momentos que
dedico a la adoración, dirijo mi atención a Él, a Sus nombres,
al Salvador de mi vida, a mi Escudo, al que levanta mi cabeza,
al que me ama.
¿Y las acusaciones?. ¿Y mi futuro?. ¿Y las opiniones de la
gente?. ¿Y si la gente mala se entera?. ¿Y si alguien nos
lleva a los tribunales con acusaciones falsas? ¿Quién nos
defendería?. ¿Cuánto dinero gastaríamos en abogados, en
defensa legal?. ¿Qué dirían los donantes, los oyentes?. ¿Qué
diría la prensa?. A ellos no les interesan ni las verdades ni
las mentiras, sino los escándalos para vender periódicos.
Todas esas preguntas se esfuman en la mente de la persona que
descansa en el Señor. Todas esas encrucijadas desaparecen
cuando uno comienza a cantar:

Mi corazón entona la canción,


¡Cuán grande es Él!.
¡Cuán grande es Él!.
Mi corazón entona la canción,
¡Cuán grande es Él!.
¡Cuán grande es Él!.

Nuestra mente no puede manejar dos pensamientos a la vez. El


que descansa en el Señor, el que hace «selah», el que ocupa su
mente en Él, el que se acuesta y duerme sabiendo que Dios le
sustenta, derriba todo argumento, todo pensamiento que se
opone al conocimiento de Dios en su vida.
Aquellos que vieron el cambio que el Espíritu Santo hizo en
mí, notaban los frutos, la unción y los resultados en la vida
de los oyentes que eran ministrados. Yo veía otra cosa; los
cambios internos que Dios estaba haciendo. En primer lugar,
aprendí a adorarle en espíritu y en verdad. Luego, aprendí a
orar (a tener comunión con Él). Después que mi corazón se
ablandaba a través de la adoración y la comunión, aprendí qué
fácil es escudriñar las Escrituras. Al recibir vislumbres de
la Palabra de Dios, el Espíritu me instruía en cuanto a
ministrar a otros en predicaciones, palabras proféticas de
edificación y exhortación. Las personas respondían y el
Espíritu Santo me enseñaba a ministrarles individualmente.
Dios me estaba llevando a un lugar nuevo. Él me estaba
renovando.

Capítulo #5:En el desierto del Espíritu


Durante los primeros meses de mi renovación, vi muchas
manifestaciones maravillosas del poder de Dios en mi vida y en
la de otras personas. A menudo, tenía que cancelar actividades
porque el Espíritu Santo manifestaba Su poder en la vida de
los oyentes y no podíamos cerrar el programa. La duración
normal era de dos horas, pero algunas veces se extendía a
cuatro, cinco e incluso ocho. En más de una ocasión no salía
de la cabina porque la presencia de Dios era tan real que
quería disfrutarla.
Usted pensará: «¡Qué maravilloso!». Es cierto, y el más
sorprendido era yo.
Algunos de los que trabajaban conmigo me animaban a que
organizara concentraciones evangelísticas, cultos de
liberación y sanidad divina, pero entendí que no debía
hacerlo. Dios todavía necesitaba completar varias cosas en mí.
Yo, por mi parte, quería asegurarme de que aquel cambio no era
pasajero. Deseaba estar seguro de que esa nueva unción
permanecería, que dentro de seis meses no volvería a ser el
mismo de antes. Por lo tanto, esperé. Dios seguía
cambiándome.Estaba entrando en una etapa de transformación.
El primer encuentro con Dios fue impactante. Caí al piso,
lloré como un bebé, me estremecí; en otras palabras, tuvo
lugar en mí una verdadera revolución. Pero eso fue sólo el
primer toque, el paso inicial que da Dios. ¿Y luego?. Ningún
hombre puede buscarle a menos que Él lo busque primero. En ese
primer toque, Dios me buscó y me encontró. ¿Y qué vendría
luego?. ¿Me conformaría con esa experiencia?. Decidí buscar
más.
Jesús es nuestro ejemplo. Muchas veces lo decimos pero no lo
practicamos. El escritor de la epístola a los Hebreos nos
exhorta a poner nuestra mirada en Cristo Jesús, a tenerlo
constantemente como nuestro modelo. Eso era lo que necesitaba,
conocer a Jesús como mi modelo.

· Espera, que vale la pena ·

En aquella gloriosa reunión en Toronto, el Espíritu Santo me


llenó de Su gloriosa presencia. Su presencia transforma, Su
presencia afecta. Nunca había experimentado de esa manera la
manifestación del Espíritu. ¿Qué vendría después?. ¿Qué
hubiera hecho Jesús?. Algunos me aconsejaron que iniciara un
ministerio. Otros supusieron que comenzaría campañas
multitudinarias. Y también hubo quienes creyeron que fundaría
una iglesia.
Decidí esperar que el Espíritu Santo me conformara a la
imagen de Cristo. Quería hacer lo que Cristo hubiese hecho en
mi lugar. En los meses siguientes debía aprender a andar en el
camino de Dios.
Antes de comenzar Su ministerio, Jesús fue de Galilea al
Jordán para que Juan lo bautizara. Juan el Bautista era un
predicador controversial. Predicaba arrepentimiento. La gente
que lo oía, confesaba sus pecados y como señal de
arrepentimiento se bautizaba. Hacerse sumergir por Juan el
Bautista en las aguas era una señal pública de confesión de
culpa y purificación de pecados. Juan se sorprendió cuando vio
a Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado, llegar a él
para que lo bautizara, y se opuso. Dijo que en lugar de
bautizar a Jesús, necesitaba que Jesús lo bautizara. En el
relato de Mateo 3.15,

Jesús dice: «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos


toda justicia».

Si bien Juan necesitaba ver sobre Jesús la señal del Espíritu


Santo, Jesús también necesitaba la plenitud del Espíritu
Santo. Sin esa plenitud, Jesús, el segundo Adán, nuestro
representante, no podría comenzar Su ministerio. Jesús nuestro
ejemplo necesitaba llenarse del poder del Espíritu Santo, sin
el cual no podría cumplir con Su misión. Al permitir que Juan
le bautizara, Jesús se humilló. Lo más importante para Él era
la manifestación del Espíritu, la plenitud, la investidura que
la tercera Persona de la Trinidad habría de darle.
En el preciso momento en que Jesús subía del agua, los cielos
se abrieron. El Espíritu Santo descendió entonces como una
paloma y se posó en Él. El Espíritu Santo llegó, hizo Su
aparición y por primera vez llenó a un hombre: a Jesús hombre.
Hasta ese momento, el Espíritu descendía sobre hombres y
mujeres, los usaba y luego se retiraba. Esta vez descendió
sobre Jesús de Nazaret y no se fue, sino que se quedó para
llenarlo, para investirlo con poder para la ejecución de la
voluntad del Padre en el poder del Espíritu. El Espíritu lo
tocó, lo llenó y lo ungió.
El Padre habló desde el cielo:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo


3.17).

¡Qué gloriosa experiencia la de Jesús!. El Espíritu Santo


había llegado. Ya podía comenzar. Pero todavía no había
completado su preparación. Aunque el Espíritu Santo lo había
ungido y el Padre había declarado Su complacencia, Jesús iba a
entrar en un desierto.

· El desierto, etapa ineludible ·

El Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por el


diablo. De la misma manera que un barco zarpa de un puerto con
un rumbo especial, Jesús fue enviado al desierto con un
propósito y plan específico. Jesús fue guiado por el Espíritu
Santo, quien estuvo a cargo de concebirlo en el vientre de
María, de ungirlo en el río Jordán, de acompañarlo
constantemente, de fortalecerlo en la cruz, de resucitarlo y
de glorificarlo.
El Espíritu Santo hizo lo mismo conmigo. Luego de tocarme tan
profundamente, me llevó a un desierto. Todos me decían que
debía salir, que debía ministrar, que debía hacer más. Pero el
Espíritu me llevó a un desierto.
El desierto del Espíritu no es un lugar seco, ni es una
temporada donde Dios nos abandona. Muchos creen que están
pasando por un desierto porque no sienten la presencia de Dios
en sus vidas y pierden la vitalidad de su relación con Dios.
¡No! En los desiertos del Espíritu, Dios es real, glorioso,
asombroso. En el desierto del Sinaí, Israel tenía sombra de
día, fuego de noche, maná y codornices. Allí, la presencia de
Dios era manifiesta constantemente. En los desiertos que el
Espíritu prepara, la presencia de Dios es íntima, rica e
intensa. Pero estos siempre vienen luego de un toque profundo
del Espíritu.
Luego de la salvación, el Espíritu Santo comienza a tocar
nuestra vida con bendiciones, con revelaciones, con
ministerios, con cargas, con visiones, con llamamientos.
Muchos han sentido ese toque, esa voz interna que nos motiva a
servir a Dios, a creer en algo imposible, a desear algo
inalcanzable. Esos deseos los pone el Espíritu en nuestros
corazones.
Y luego, ¿qué?. ¿Qué hacemos con ese deseo de servir al Señor
y con esa visión?. ¿Qué hacemos con esa profunda y segura
convicción de que Dios va a hacer ese milagro en nuestra
vida?. ¿Qué hacemos luego de oír un poderoso mensaje, luego de
una ungida ministración que nos eleva más allá de las
imposibilidades y nos introduce a la fe para creer que Dios
hará ese milagro?.
Mis padres nos llevaban todos los años al campamento de
jóvenes auspiciado por nuestra denominación. Duraba una semana
y generalmente se efectuaba en una zona montañosa, con ríos y
aire fresco. Allí se reunían varios cientos de jóvenes
cristianos para disfrutar de una semana de compañerismo, de
descanso, de diversión sana y también de ministración de la
Palabra. Allí Dios lidió con mi vida. Durante esas semanas de
intensa ministración, casi todos los jóvenes estábamos seguros
que Dios nos estaba llamando para servirle en algún
ministerio. Pero cuando volvíamos a nuestras iglesias locales,
era muy difícil materializar ese «llamamiento». Por lo
general, los líderes que nos aconsejaban terminaban diciendo
lo mismo: «Espera, Dios abrirá una puerta».
¿Qué hacemos cuando pasamos por una experiencia así?. La
respuesta es: «No haga nada, espere». El Espíritu Santo, sin
que usted se lo pida, lo llevará a un desierto para
examinarlo.
Así es. Somos examinados en el desierto del Espíritu. Allí es
probada nuestra visión, nuestra misión y nuestra fe. En el
desierto es probado nuestro corazón y nuestras intenciones. No
se olvide, ¡el Espíritu lo está guiando!. El tentador vendrá
porque el Espíritu lo permite. El tentador es una herramienta
en las manos del Espíritu para Su beneficio. ¿Con qué
propósito fue llevado Jesús al desierto para ser tentado?.
¿Qué es lo que Jesús necesitaba aprender en ese lugar?. ¿Qué
es lo que necesitamos nosotros aprender en el desierto del
Espíritu?.
¿No es suficiente la unción y ser llenos del Espíritu?. ¿No
es suficiente Su toque en nuestras vidas y Su llamado para
salir de una vez y revolucionar al mundo?. ¿No es suficiente
que el Padre nos llame «hijos» y que esté complacido?. Si no
fue suficiente con Cristo, no es suficiente con nosotros.
El Espíritu llevó a Jesús al desierto luego de la experiencia
del Jordán para enseñarle el poder de la Palabra de Dios y
para que experimentara el poder que salía de Su boca al decir:
«Escrito está». Jesús no derrotó a Satanás con experiencias.
Con frecuencia, el arma que usa el diablo es la interrogación
insidiosa. A Eva le preguntó:

«¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del


huerto?» (Génesis 3.1).

A Jesús le dijo:

«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en


pan» (Mateo 4.3).

En el desierto del Espíritu, luego de todo toque de Dios, el


tentador se acercará a preguntarnos: «¿Es real la experiencia
que has tenido?. ¿Puedes confiar en Dios? ¿Sucederá lo que
esperas de Dios?. Posiblemente Dios lo hizo para otros, pero
no lo hará para ti».
Jesús respondió:

Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda


palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4.4).

Satanás cuestionó la naturaleza de Jesús como Hijo de Dios.


Otros quizás le hubieran contestado: «¿No oíste, Satanás, lo
que mi Padre acaba de decirme?. ¿No recuerdas que en el Jordán
dijo que Yo soy Su Hijo y que Él está muy complacido
conmigo?». ¡Jesús no!. Jesús no derrotó al tentador relatando
experiencias. Lo derrotó con la Palabra, con el «ESCRITO
ESTÁ». En el desierto del Espíritu aprendemos a no depender de
nuestras experiencias, aunque hayan sido gloriosas, sino a
vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Cristo declaró tres veces «ESCRITO ESTÁ». Satanás huyó.
En el desierto del Espíritu aprendí a apoyarme en la Palabra
de Dios, no en la experiencia de aquella noche gloriosa cuando
fui tocado poderosamente.
Posiblemente usted ha sido tentado por el diablo de la misma
manera. Ha puesto en tela de juicio la relación que usted ha
tenido con Dios, su salvación, su llamamiento, su visión, su
fe. En momentos de suma necesidad, el tentador le ha dicho que
Dios jamás hará ese milagro que usted está esperando. El
tentador citará la Biblia para acusarlo. Hará todo lo posible
para que no se apoye en la Palabra.
Luego de varias semanas en ese desierto de aprendizaje, tuve
una experiencia maravillosa. Mis suegros residen en el estado
de Maryland. Un fin de semana, mi esposa y yo decidimos
visitarlos. Al llegar a su casa, encontramos a mi suegra muy
mal. Estaba sufriendo de cáncer en la piel.
Este tipo de cáncer es incurable y sumamente peligroso.
Los doctores estaban tratando de quemar las células cancerosas
en la piel con rayos ultravioletas. El rostro de mi suegra
estaba cubierto de llagas horribles, ya infectadas. Mi esposa
se echó a llorar. Yo me entristecí mucho. Al mirar a mi suegra
a los ojos, noté una profunda desesperación. Sentí como si me
estuviera pidiendo ayuda.
Al día siguiente, conversaba yo en la sala de la casa con un
tío de mi esposa. Le estaba contando lo que estaba sucediendo
en mi vida y cómo el Espíritu me estaba renovando en el
desierto. De repente, sentí que el Espíritu Santo me tocaba
por la espalda. Estaba allí y quería hacer algo. Sentí que
había llegado la hora de orar por mi suegra.
Corrí a la cocina e informé a los presentes que íbamos a
tener un pequeño culto de adoración. Puse en la casetera una
cinta con música de adoración y alabanza. La familia entera se
arrodilló y comenzamos a honrar al Señor. Sabía que tenía que
orar por mi suegra que tenía un cáncer incurable. Comprendía
que el Espíritu me estaba mandando a hacerlo.
Pero... también sabía que nunca había orado por un enfermo de
cáncer. Dios no me había usado en sanidades. Si nada ocurría,
iba a pasar vergüenza. Estaba orando por un miembro de mi
familia. No estaba orando por un desconocido. No podría
escapar.
Esos son momentos de prueba. El tentador viene a sembrar la
duda. ¿Está Dios en esto?. ¿Está Dios contigo?. Si me basaba
en mis experiencias, iba a ser derrotado. Son momentos en que
uno aprende a usar la Palabra que sale de la boca de Dios. Él
es mi sanador, aunque nunca me haya usado en sanidades. Dios
es mi sanador aunque nunca antes me haya sanado. Dios es mi
proveedor aunque nunca haya visto esa provisión. Dios es mi
vida aunque me esté muriendo.
En el desierto aprendemos a usar la Palabra, no las
experiencias. En el desierto aprendemos a verlo a Él sin
buscar señales, confirmaciones ni pruebas. Él es fiel.
Algunas veces el tentador usa otra técnica: la incitación a
la acción impremeditada. La empleó con Jesús y la empleará con
nosotros. Satanás le ofreció a Jesús todos los reinos. Jesús
sabía que todos esos reinos le pertenecían. Él era el Creador,
el Señor y el Dios de toda la creación. Sin embargo, no era el
momento de recuperarlos. Debía morir primero. Satanás quería
que Jesús los recuperara sin pasar por la cruz, sin
experimentar la muerte, sin pagar por nuestros pecados. ¿No
hace el tentador lo mismo con nosotros?. ¿No nos tienta a
tomar decisiones agresivas basadas en experiencias
espirituales?.

· El desierto más desafiante ·

En Juan capítulo 13, Jesús se prepara para entrar en el


desierto más importante de la historia: la traición de uno de
los Suyos, Su arresto, Su cruel sufrimiento a manos de Sus
verdugos y, finalmente, la crucifixión.
Juan comienza diciendo que Jesús sabía que «Su hora había
llegado» (v. 1). Luego de la tentación del diablo, de varias
campañas populares y de la declaración de Sus propios
discípulos como rey de Israel, Jesús supo que había llegado el
momento de Su Padre. En el versículo 3, Juan declara que Jesús
sabía que el Padre ya le había entregado todas las cosas en
Sus manos. Él venía del Padre y regresaba al Padre tras
cumplir la misión encomendada. Jesús comprendía Su futuro
claramente. Por eso estaba dispuesto a pasar por el desierto
de la traición de Judas, por el huerto de Getsemaní, por los
azotes, por la corona de espinas, por el desprecio, por la
vergüenza y por la muerte de cruz.
Jesús quiso preparar a Sus discípulos. En los versículos 31 y
32, declara que la experiencia que le esperaba glorificaría al
Hijo del Hombre y que Dios sería también glorificado. Estaba
entrando en el desierto de sombra y de muerte. En ese desierto
estaría solo. Nadie podía entrar con Él. En el versículo 33,
Jesús dice a Sus discípulos que a donde Él va, no podrían
acompañarlo. No estaban preparados.
Eso no le gustó a Pedro. No quería dejar a Jesús solo. Pedro
era siempre el primero en actuar, en hablar, en atreverse a
hacer lo que otros temían. En el versículo 36, le pregunta a
Jesús: «Señor, ¿a dónde vas?».
Estoy seguro que Pedro estaba dispuesto a seguir a Jesús de
todo corazón a cualquier sitio. Pero Jesús conocía que el
corazón de Pedro no estaba listo para entrar en el desierto al
que Jesús estaba ingresando. Por eso le contesta en el mismo
versículo:

A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás


después.

En el siguiente versículo, Pedro le pregunta:


Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora?. Mi vida pondré por
ti.

En respuesta, Jesús responde:

De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me


hayas negado tres veces.

Y en el capítulo 14, versículo 1, Jesús finalmente declara:

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en


mí.

Pedro quería seguir a Cristo al desierto de la muerte sin


preparación, sin tentación, sin pasar por el examen de su fe.
Pensaba que estaba listo, pero Jesús sabía que necesitaba ser
tentado, probado. Así sucedería luego, lo negaría tres veces,
pero saldría de su desierto fortalecido y seguro. Iba a ser
lleno del Espíritu Santo y posteriormente, líder de la iglesia
primitiva. En ese momento emocional, no podía resistir.
Necesitaba ser probado.
Posiblemente usted ama al Señor con todo su corazón. Está
listo a dar su vida por Él e ir a cualquier sitio por más
difícil que sea. Nuestra devoción es para Jesús y solamente
para Él. Este fervor nos atrae a Él, nos consume, nos lleva a
entregarnos totalmente a Su servicio, es una experiencia y un
sentimiento. Una total devoción nunca nos hace discípulos
fieles de Cristo, pero puede que nos haga negarlo en medio de
una tentación. No podemos enfrentar al tentador con nuestra
experiencia devocional. Debemos pasar por los desiertos del
Espíritu donde aprenderemos a descansar en la Palabra de Dios
y en la obra del Espíritu Santo. En el desierto hemos de
aprender a morir a nuestras experiencias, a nuestros
conocimientos religiosos y a nuestras propias fuerzas.
La Palabra de Cristo se cumpliría. Jesús les prometió que
ellos le seguirían. Seguirían a Cristo por el desierto del
sufrimiento, de la muerte y de la victoria. Pero al atravesar
por sus desiertos, ninguno de los discípulos le negó sino que
fueron fieles hasta el fin. La tradición histórica nos dice
que ellos, con la excepción de Juan, murieron como mártires.
¿Qué sucede con las personas que luego de una experiencia
gloriosa con Dios se lanzan a un ministerio?. Muchos toman
decisiones basadas en experiencias sin desiertos. Se atreven a
hacer declaraciones, a mudarse, a salir de sus hogares, a
dejar sus trabajos seculares, a confrontar a Satanás y al
mundo simplemente con unas experiencias. ¡No lo haga usted! No
haga como Pedro. No le pida a Dios que obre «ahora». Espere
que el Espíritu Santo le guíe a un desierto y regocíjese
cuando el tentador se aparezca para probar su visión. Nunca le
responda con experiencias, por más gloriosas que sean.
Respóndale con la Palabra de Dios.
Si usted se está enfrentando a una situación ultradifícil,
preste atención. Dios le hablará, ya sea por un mensaje, por
la ministración de alguno de Sus ungidos, por melodías, por la
Palabra, durante la adoración y alabanza, durante un momento
de meditación y oración o en el momento menos esperado. Luego
que el Espíritu Santo le anime y le infunda fe para creer,
¡prepárese! En la mayoría de los casos, no recibirá el milagro
inmediatamente. Luego de esa infusión de fe, tendrá que
caminar por fe y no por vista. El Espíritu Santo nos pondrá a
esperar en un desierto para ser probados. Vendrá el diablo,
vendrán los familiares, vendrán los expertos en la materia,
vendrán los profesionales y nos dirán, ¡no hay salida!. En ese
momento, no intente resistir relatando la experiencia hermosa
que tuvo con el Espíritu Santo cuando la fe nació en su
corazón. Si lo hace, el diablo tratará de desvirtuar la
validez de esa experiencia. Hay una sola cosa que el diablo no
puede resistir: ¡la Palabra de Dios!.
Hoy celebramos grandes concentraciones. Miles de personas
acuden a oír el mensaje del evangelio. El tentador siempre se
acerca a atacarme. Trata de responsabilizarme de los cultos,
como si la bendición viniera de mí. Trata de convencerme de
que debo preocuparme, retirarme, apartarme de todos, ser
huraño, porque de lo contrario, Dios no se va a mover en los
cultos. Trata de hacerme sentir cargas que no me pertenecen.
Pero escrito está que Dios es el que bendice, el que sana, el
que habla, el que convence, el que consuela. Yo no. Confío en
Él. Soy un vaso en Sus manos. Me rindo para que Él me use.
Aquella tarde, Dios sanó a mi suegra. Luego de adorar a Dios,
de exaltarlo, de ofrecerme a Él, sentí el impulso de imponer
mis manos sobre ella y pedir la sanidad. En ese instante, se
desplomó. Al levantarse, confesó inmediatamente que estaba
sana, aunque las llagas en su piel no habían mejorado. Al día
siguiente, en una reunión de la iglesia, afirmó que Dios la
había sanado. Luego de varios exámenes, los médicos que la
habían tratado la declararon totalmente sana de cáncer. Dios
había realizado el milagro.

· El calor del abrigo del Altísimo ·

En el desierto del Espíritu aprendemos a buscar a Dios y


solamente a Él. Cuando buscaba a Dios por Sus beneficios, mi
oración era una constante súplica. Algunas veces, en nuestros
momentos de oración la presencia de Dios nos arropa. Nos
sentimos muy bien. Dios nos está ministrando, Su presencia se
hace real en nuestras vidas. Pero al rato, esa presencia se va
y nos sentimos mal.
Quizás nos consideramos indignos de Su maravillosa presencia.
¿Por qué los toques de Dios son repentinos, cortos, leves?.
¿Por qué no son duraderos e intensos?. Porque Su toque es para
despertarnos. Es un aviso, un impulso a correr tras Él para
recibir más. Sin ese primer toque no podríamos buscarlo. No
sabríamos qué buscar, qué anhelar.
Cuando Él nos toca con Su presencia, con Su gloria, sabemos
lo que debemos procurar. Ya hemos experimentado el calor y la
dulzura del «abrigo del Altísimo». Su toque despierta el
hambre, el anhelo de estar cerca de Él. Esa fue mi decisión.
El toque de Dios en aquella cruzada fue el primer paso. Las
manifestaciones que siguieron en la cabina de radio fueron
para despertar el hambre. Al esperar fortaleza, dirección o
instrucción en la presencia de Dios todas las mañanas, comencé
a ser renovado en mi vida espiritual privada. No me interesaba
mi vida ministerial ni la unción para ministrar a otros. Me
interesaba el cambio que Él estaba haciendo en mí. Estaba
aprendiendo cosas nuevas. El salmista David explica ese sentir
en el Salmo 63.
Recuerdo cuando leía la Biblia. Prefería las epístolas de
Pablo. Pensaba que eran profundas, difíciles de entender. En
cambio Los salmos eran simples, emotivos, pero ahora me
impactaban profundamente, como por ejemplo el 63. En medio de
una situación de suma seriedad, de vida o muerte, David dice
estas palabras: «Dios, Dios mío eres tú».
Si le pregunta a la gente si cree en Dios, la mayoría dirá
que sí. Si le pregunta a esa misma gente si Dios es «su» Dios
personal, muy pocos contestarán afirmativamente.
David confesó que Dios, Elohim, el Creador, era su Dios
personal, individual, íntimo, cercano, conocido.
Al leer los salmos, es obvio que David conocía a Dios
íntimamente. Tenía familiaridad con Él. Esto se logra cuando
se comparten experiencias, diálogo, tiempo, alegrías, dolores
y nuestras vidas. «De madrugada te buscaré» (v. 1).
Aquí, la palabra «madrugada» significa más que una hora
específica en la mañana. Significa «primera hora, primera
oportunidad». David deseaba encontrarse con Dios en la primera
oportunidad. Ese encuentro con Él tenía prioridad.
¿Es encontrarnos con Dios nuestra primera reacción del día?.
Cuando nos enfrentamos con una situación difícil, ¿es nuestra
primera reacción buscar la presencia de Dios, la dirección
divina?.
¿Por qué David deseaba buscar a Dios?. Porque su alma tenía
sed y su carne anhelaba tener comunión con Dios. Porque lo
había mirado en el santuario, en el lugar santísimo del Templo
en Jerusalén. David era un adorador, sabía contemplar a Dios
en Su gloriosa presencia. Pero en aquel momento estaba en
tierra seca y árida, sin agua y sin protección. Estaba en un
desierto. David necesitaba buscar y encontrar a su Dios.
En el versículo 8, dice:

«Está mi alma apegada a ti».


· Dios no nos deja ni se aleja ·

La palabra «apegada» implica procurar, adherirse, seguir de


cerca y alcanzar. David estaba procurando a Dios. Quería
apegarse a Él. Esta es la manera en que Dios trata con
nosotros. Primero se aproxima, nos invita, nos atrae, nos
toca. Luego pareciera que nos deja, que se aleja. ¿Por qué?.
Para ver si corremos tras Él, si lo buscamos. ¡Cuántos se
conforman con una simple experiencia!. Luego de un toque de
Dios, el Espíritu Santo nos pone en desiertos para que
aprendamos a conocer a Dios y al poder de la Palabra. Allí
aprendemos a buscarle, a tener sed de Él, a anhelarlo sobre
todas las cosas.
David termina diciendo:

Pero el rey se alegrará en Dios; será alabado cualquiera que


jura por él; porque la boca de los que hablan mentira será
cerrada (v. 11).

Dios se encargará de los enemigos de aquellos que le buscan


en el desierto, y los que se dejan guiar por el Espíritu en
tierras secas. Por lo tanto, no me preocupé de mi futuro, de
lo que podía «hacer» para Dios. Mi deseo fue, y sigue siendo,
conocerlo, encontrarlo, alegrarme en Él y ser transformado
diariamente de gloria en gloria a Su imagen. Lo demás vendría
en el momento de Dios.
¿Ha dudado alguna vez de que Dios ha de cumplir la promesa
que le ha hecho?. ¿Se ha preguntado por qué Dios tarda tanto?.
¿Ha tratado de «ayudar» a Dios?. ¿Ha tomado decisiones antes
del tiempo de Dios?. ¿Se siente culpable?. Permítame decirle
que Cristo lo comprende.
Jesús se presentó ante Sus discípulos en el momento más
doloroso y de mayor depresión en la vida de aquellos hombres.
Andaban escondidos, llenos de miedo y de cobardía. Pedro se
sentía el traidor más grande del mundo. Tres veces había
negado a su Señor. Pero cuando Jesús se aparece, sopla sobre
ellos, los unge con el Espíritu Santo y los manda a esperar
juntos hasta que el Espíritu Santo los llene con poder de lo
alto. Muchas veces me he preguntado por qué Jesús sopló sobre
ellos. Jesús sabía que el Espíritu Santo iba a llenarlos el
día de Pentecostés. Esta no era la plenitud de Pentecostés.
¿Qué sucedió, entonces?.
Para ser llenos del Espíritu Santo en el Aposento Alto,
necesitaban estar juntos, unánimes, preparados. Con sus
propias fuerzas, nunca lo hubieran conseguido. Estoy seguro
que se hubieran peleado y culpado por la muerte de Jesús.
Estoy seguro que hubieran comenzado a compararse unos con
otros. Pero Jesús llegó y los ungió con el poder del Espíritu
Santo para mantenerlos unidos, enfocados en la voluntad de
Dios, concentrados en la promesa del Padre, esperando la
plenitud del Espíritu Santo.
Jesús hará exactamente lo mismo en su vida. Reciba las
palabras de nuestro amado Señor, crea a Dios y crea a Él.
Confíe en Dios y confíe en Él. Cuando confiamos en Él durante
el desierto del Espíritu, esperamos en Él, dependemos de Él, y
nunca confiamos en nuestras fuerzas, el Espíritu Santo
manifiesta Su poder. Jesús se glorifica y la Palabra de Dios
se cumple.

Capítulo #6:Discípulo en lugar de seguidor


El Espíritu Santo tomó control directo de mi vida espiritual.
Usted se preguntará qué sucedía anteriormente en mi vida
espiritual. No dudo que Él hubiera estado obrando en mí, pero
yo también estaba obrando. Tenía el control de mi vida
espiritual, de mis actividades religiosas, de mi servicio al
Señor. Aunque le servía con todo corazón, lo hacía con mis
fuerzas humanas. Cuando me rendí y reconocí que no podía
complacer a Dios con mis esfuerzos humanos, el Espíritu Santo
comenzó a renovarme, a llevarme a lugares nuevos, a
experiencias nuevas, a la relación con Dios que había soñado.
Me sucedió como a Simón Pedro, el pescador, cuando un día
vio una gran multitud que seguía a un hombre llamado Jesús de
Nazaret (Lucas 5). La gente se «agolpaba» sobre Él para oír la
Palabra de Dios. Al ver aquella gran multitud, Jesús decidió
usar una de las barcas que estaban en la orilla del lago para
sentarse y enseñar desde ella. La barca era de Pedro, quien la
usaba para ganarse la vida. Pedro había pescado toda la noche
y aplicado todas las técnicas de su oficio para conseguir una
pesca abundante, pero no tuvo éxito. «Boga mar adentro, y
echad vuestras redes para pescar», mandó Jesús (v. 4). Cuando
Pedro obedeció, las redes se rompían por la gran cantidad de
peces. ¡Qué milagro!. Pedro no salía de su asombro. Al llegar
a la orilla, reconoció la autoridad de Jesús. De rodillas
dijo: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (v.
8).
¿Por qué dijo estas palabras?. ¿Reconoció Pedro su verdadera
naturaleza pecadora?. ¿Se arrepintió de sus pecados?. No lo
creo. Mire lo que dice el siguiente versículo:

Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había


apoderado de él, y de todos los que estaban con él (v. 9).

En ese momento, Jesús lo llamó. Y a partir de ese instante,


Pedro comenzó a seguir al Señor. Vio el milagro de la pesca,
vio al Señor de la naturaleza en acción y vio al predicador
del Reino de Dios. Se encontró con el Mesías, con el Salvador.
Cuando vio al Señor, decidió seguirle. Pero lo hizo como un
«seguidor», no como un verdadero discípulo. Era un seguidor
devoto, pero no un discípulo.
En Juan capítulo 13, al oír que Jesús va camino a la muerte,
Pedro ofrece su vida (v. 37). Jesús le responde con una
declaración muy tajante: «¿Tu vida pondrás por mí?. De cierto,
de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas
negado tres veces».
Pedro quería seguir al Señor. Estaba dispuesto a dar su vida.
Pero Jesús no aceptó su sacrificio. En aquel momento, el
sacrificio de la vida de Pedro no tenía valor espiritual.
Pedro lo hacía por devoción, cariño, fidelidad a un ideal.
Pero Jesús no deseaba esa ofrenda. Pedro sólo estaba siguiendo
a Jesús. Tenía que aprender a ser un verdadero discípulo.
¿Cuándo aprendió?. Después de haberlo negado. Después de
fallar. Después de comprender que ser más agresivo y leal no
bastaba. Tuvo que pasar por la desilusión, el dolor, la
traición de su propio corazón. Pedro negó a Jesús tres veces.
Negó a su Maestro, al que lo había amado, enseñado y bendecido
tantas veces. Imagínese el dolor que sintió Pedro al ver a
Cristo en la cruz, al ver cómo lo ponían en la tumba.
Imagínese el remordimiento de Pedro al cerrar los ojos por las
noches y pensar que había traicionado a su Señor.
Pero un día, después de aquella amarga experiencia, Jesús se
encontró con él a orillas del mar de Galilea. Lo vio débil,
incapaz, manso. No le echó en cara la traición. Simplemente lo
llamó a apacentar Sus ovejas.
Según Juan 21.19, le dijo: «Sígueme». Al oír aquella palabra,
Pedro miró a Juan, el discípulo amado, el discípulo ejemplar,
el que había sido fiel hasta el último momento. «Señor, ¿y qué
de éste?», dijo Pedro (Juan 21.21). Quizás pensaba que Juan
era el que tenía que ser puesto a cargo de las ovejas, de la
obra.
Jesús fue fulminante en Su respuesta. «¿Qué a ti?», le dijo.
«Sígueme tú» (Juan 21.22). Ya Pedro estaba preparado. Había
pasado por el desierto de la prueba. Había reconocido que no
podía seguir al Señor con la fuerza de su determinación. Le
faltaba ser discípulo.
¿Qué significa seguir a Jesús?. Ser Su discípulo. ¿Cómo somos
discípulos de Cristo?. Cumpliendo con lo que Él dijo:

Y llamando a la gente y a Sus discípulos, les dijo: Si alguno


quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del
evangelio, la salvará (Marcos 8.34-35).

¿Cómo somos discípulos?. Negándonos. Negarse uno mismo es


afirmar que no hay amistad, relación ni intereses entre el
«yo», el «ego» y Cristo. Es vivir plenamente consciente de los
intereses de Cristo y no de los de uno. Es vivir ajeno a
nuestros intereses, metas, opiniones. Es estar conscientes de
Cristo y Sus intereses, de Su voluntad. Eso es seguirle.
En ese desierto de renovación, el Espíritu Santo transformó
mi vida de oración, adoración, alabanza, estudio de la Palabra
y ministerio. Adoraba, alababa, oraba, estudiaba la Biblia y
ministraba como se me había enseñado y de la mejor manera que
podía según mis esfuerzos humanos. Se me había enseñado que
para complacer a Dios había que sacrificarse, que «pagar el
precio». Creía que pagar el precio era simplemente hacer algo
que estaba en contra de mi voluntad. Pensaba que cuando hacía
algo que me costaba, que no me gustaba hacer, Dios se
complacía.
Si quería dormir, me levantaba a orar. Pero era una oración
forzada.
A través de la historia, muchos religiosos han hecho lo mismo
en conventos, monasterios y cuevas. En esos lugares fríos y
lúgubres han tratado de agradar a Dios sufriendo, pasando
hambre, orando muchas horas al día en posiciones físicas
incómodas, ayunando, haciendo votos de pobreza y hasta de
silencio.
Aunque nunca llegué a tal exageración, mi motivación era la
misma. Oraba porque ese era mi deber. Adoraba porque Dios era
digno, aunque no lo hacía de corazón. Me imagino cómo se
sentiría mi padre si descubriera que lo amo porque es mi
obligación amar y honrar al que me engendró, me crió y me dio
su nombre. Creo que mi padre no me rechazaría, pero se
sentiría muy herido y ofendido.

· Cuando Dios pide, dale ·

Abraham recibió revelación de Dios luego de que la promesa


original se cumplió. Dios le había prometido dos cosas:
descendencia y territorio. Al principio de su viaje de fe,
Dios le mostró la tierra que iba a poseer y permitió que
habitara en ella. Pero lo hizo como un extranjero, viviendo en
una tienda rodeado de cananeos.
Casi al final de su vida, Abraham fue padre de un niño
llamado Isaac. Finalmente podía respirar con menos ansiedad:
Dios había cumplido con lo prometido. Al parecer, ya Abraham
estaba completo. Isaac era ya un jovencito, su padre era rico
y próspero, Sara era feliz porque al fin había logrado
concebir. «¿Colorín colorado, este cuento se ha acabado?».
¡No!. Abraham necesitaba renovación. Necesitaba conocer a Dios
en otra dimensión.
Un día, Dios lo prueba. En Génesis 22.1, lo llama por su
nombre: «¡Abraham!», quien ya conocía esa voz. Dios no tuvo
que emplear muchas palabras para que Abraham le prestara toda
su atención. Simplemente al oír su nombre, respondió: «Heme
aquí». ¡Qué rendición!. ¡Qué actitud!. Estaba dispuesto a
hacer lo que Dios quería, sin excepciones, sin prejuicios, sin
limitaciones. La respuesta de su corazón fue rápida: «Señor,
estoy a tu disposición en lo que quieras».
Cuando nos rendimos a Dios de esa manera, abrimos nuestros
corazones para que Él nos lleve de gloria en gloria, de
renovación en renovación. Pero ahora viene lo difícil. Cuando
Dios nos trae al lugar de renovación, al lugar de revelación,
al lugar de unción, nos pide algo.
A Abraham le pidió dos cosas. En primer lugar, le ordenó que
se dirigiera a la tierra de Moriah, a un monte desconocido, el
cual en Su momento le mostraría. En segundo lugar, le ordenó
que tomara a su amado hijo Isaac y lo sacrificara sobre un
altar. Abraham no dudó de Dios, el versículo 3 dice que se
levantó temprano y partió hacia Moriah para obedecerle.
Primero, Dios dirige a Abraham hacia Moriah. Nunca había
estado allí, era un lugar nuevo para él. Además, le ordenó que
dejara las comodidades de su familia, de sus compañeros, de
sus empleados y de su tienda para viajar hacia un lugar
montañoso, desierto y desconocido.
Abraham tenía que pasar por esta experiencia solo.
Así son los caminos de Dios. Para ir a un lugar nuevo, Dios
nos ordena dejar lo cómodo, lo familiar, lo conocido. Para
recibir algo nuevo de Dios, debemos entregarle algo viejo.
En estos últimos meses he hablado con muchas personas que
sinceramente desean ser renovadas. Pero cuando comienzo a
explicarles que hay que estar dispuestos a cambiar, a desechar
ciertas costumbres, ciertas mentalidades, ciertas rutinas,
encuentro un rechazo. Hoy, por ejemplo, muchos se resisten al
cambio y critican la música cristiana, los estilos de alabanza
como la danza, los panderos, las banderas, batir palmas. Otros
critican las diferentes manifestaciones de poder como las
caídas, las expresiones emocionales, los dones carismáticos,
la risa, el temblor, los sueños, las visiones.
Es muy difícil cambiar, lo sé. Pero es necesario entregar
cualquier cosa que perturbe la obra renovadora del Espíritu
Santo, incluso nuestra resistencia a cambiar.
Le preguntó alguna vez a Dios: «Señor, ¿qué estás haciendo en
mi vida?». Yo se lo he preguntado muchas veces. Abraham no le
pidió explicaciones a Dios, simplemente se levantó temprano,
tomó a su hijo y emprendió el viaje.
Si alguna vez ha querido saber qué está haciendo Él en su
vida, no espere oír una respuesta. Dios no explica lo que
hace, y quiere revelarle quién es Él. No le explicó a Abraham
lo que iba a hacer con él e Isaac. Dios le iba a revelar uno
de Sus nombres, Jehovah Jireh, el proveedor.
Abraham salió hacia Moriah. Conocía el territorio, pero no
sabía el lugar del monte que Dios había preparado. El camino
de la renovación es un camino de dependencia en la dirección
del Espíritu Santo. Solamente Él sabe cómo nos va a renovar,
cuándo lo va a hacer y dónde. No podemos decirle a Dios que
nos renueve en un área determinada y en aquella otra no. Él
nos dirige; confiemos.
Cuando Abraham llegó al monte que Dios le señaló, subió y
comenzó a preparar a Isaac para sacrificarlo. Dios se lo había
dado milagrosamente, ¡pero le pedía que se lo devolviera! En
el lugar de la renovación, donde Dios nos revela nuevos
aspectos de Su carácter, pide sacrificios. ¿Qué sacrificios
requiere?. ÉL nos pide todo aquello que nos ata, que nos
domina y que nos impide tener un corazón totalmente rendido a
Él. En el caso de Abraham, Dios le pidió a su amado hijo,
Isaac. A usted, ¿qué le pide Dios en sacrificio?. ¿Hay algo en
su vida que ocupa sus pensamientos constantemente?. ¿Hay algo
que domina y controla sus decisiones?.
Dios no necesita nuestros sacrificios. Dios no necesitaba a
Isaac. Pero Dios quería que Abraham tuviera un corazón libre,
sin ataduras, totalmente dependiente de Él. Cuando Dios nos
pide el sacrificio de algo que nos ata, desea librarnos de lo
que no nos permite verlo como verdaderamente es. Cuántas
costumbres, tradiciones, experiencias anticuadas nos perturban
el corazón. Cuántos orgullos denominacionales y conciliares
ciegan nuestros corazones a una auténtica revelación
renovadora de Dios.
Muchas veces oigo de cristianos frustrados que desean romper
con sus ataduras para experimentar nuevas dimensiones de la
persona de Cristo, revelada por el Espíritu Santo. Pero hay
impedimentos. Una de las más comunes es: «¡Qué dirán los
compañeros de mi grupo, los amigos de mi círculo, mis
líderes!». He hablado con muchos que han confesado tener
hambre de renovación, pero temen que en su grupo eclesiástico
los tilden de fanáticos, «raros», «modernistas», «liberales»,
«carismáticos» y otros nombres que dañarían su reputación. He
oído a diversas personas declarar que no creen en muchas de
las tradiciones que se quieren mantener, pero por temor a ser
rechazados, a ser marcados, soportan y sufren. En el altar de
la renovación Dios pedirá que sacrifiquemos esos temores, esas
cargas que estorban.
Abraham obedeció. No quería barreras. Yo también obedecí. En
los momentos más críticos de mi desierto, Dios me pidió dos
cosas: mi reputación y mi ministerio.
Procedo de una familia tradicional de origen italiano. En las
culturas europeas, y por herencia en nuestra cultura
latinoamericana, la reputación y el buen nombre de la familia
se protegen. Siempre he cuidado que el nombre de mi familia no
sea manchado por ninguna acción deshonesta. Pero había
personas que estaban manchando mi nombre y mi reputación. Tuve
que rendirme hasta aceptar que si mi nombre quedaba destruido,
seguiría confiando en Él y no escaparía de mis
responsabilidades ni del plan de Dios.
Desde muy niño estuve seguro del llamado de Dios en mi vida.
Desde pequeño supe que iba a ser ministro del Señor. Toda mi
vida estuvo encaminada hacia ese propósito. Nunca pensé en
otra carrera. Pero en el desierto del Espíritu, Dios me pidió
mi ministerio. Tuve que rendírselo y estar dispuesto a ser
cualquier cosa: vendedor de automóviles usados, empleado de
empresa u obrero. Entonces quedé libre. Perdí el temor a los
que estaban planeando destrucción. ¿Qué iban a destruir?. Todo
lo que podían dañar, ¿mi nombre y mi ministerio?, ya estaba
muerto en las manos de Dios, desde el momento que yo se lo
había entregado. Satanás no podía hacer nada más.
Las preguntas que me atemorizaban desaparecieron: ¿Qué
dirán?. ¿Qué pensarán?. ¿Me aceptarán?. ¿Creerán las mentiras
que se han lanzado contra mí?. ¿A dónde iré si no me quieren
aquí?. ¡Será un escándalo! Quedé libre de todas ellas.
Isaac no era de Abraham sino de Dios. Nuestros talentos
tampoco nos pertenecen. Nuestro ministerio no es nuestro. La
iglesia no es nuestra. La familia, los bienes terrenales, la
carrera, los planes, no son nuestros. Tampoco somos dueños de
nuestra reputación. Todo en nuestra vida pertenece a Dios. En
el altar de la renovación, en el desierto del Espíritu, Dios
nos pedirá que sacrifiquemos lo que más nos preocupa, lo que
más nos ata. Para ser renovados, Dios quiere un corazón libre
de ataduras, por buena y «espiritual» que esta sea. Dios
quiere que nada impida «conocer al Señor», oír Su voz.
Podemos gastar nuestras vidas en la obra del Señor y nunca
llegar a conocer al Señor de la obra. En cierta ocasión un
pastor me dijo que después de orar para presentar todas las
necesidades de su iglesia, de su concilio y de su familia, no
tenía tiempo de oír la voz de Dios.
Podemos como Pedro, estar dispuestos a dar la vida por el
Señor, por la causa. En Marcos 8 Jesús habla muy claro acerca
de Su padecimiento y muerte en manos de los líderes religiosos
judíos. En el versículo 32, Marcos dice: «Esto les decía
claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a
reconvenirle». La palabra «reconvenirle» significa: reprender
severamente. Jesús reaccionó a las palabras de Pedro
diciéndole:

¡Quítate de delante de mí, Satanás!. Porque no pones la mira


en las cosas de Dios, sino en las de los hombres (Marcos
8.33).

Con la mejor intención, Pedro había reprendido a Jesús. No


quería que los líderes religiosos maltrataran a Jesús. Pero
ese deseo era carnal, era humano. Cuando un cristiano con sus
deseos carnales, con sus habilidades mentales, con sus
talentos humanos, trata de complacer a Dios, Satanás entra en
la escena y frustra la revelación divina en su vida.
Cuando Pedro comprendió que había fallado, que había negado a
Cristo, Jesús llegó y lo ungió con el Espíritu Santo. A mí
también me ungió con Su Espíritu Santo cuando me di cuenta de
que con mis propios esfuerzos, con mis ejercicios religiosos
de oración, ayuno, estudios teológicos y trabajo en la iglesia
nunca complacería al Señor. Cuando uno se quita la careta de
buen cristiano y deja de tener una vida de engaño, se cumple
la promesa que Jesús le hizo a Natanael:

De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el


cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden
sobre el Hijo del Hombre (Juan 1.51).

Esto sucedió en la vida de Abraham. En el preciso momento en


que Abraham levantó el cuchillo para sacrificar a Isaac,
sucedió algo maravilloso. Los cielos se abrieron y Dios habló.
El ángel de Jehová dijo: «No extiendas tu mano sobre el
muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a
Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Génesis
22.12).
El ángel declaró que Abraham había sido examinado y que su
corazón estaba libre de toda atadura. Abraham no estaba atado
a la «promesa», a Isaac. Estaba atado a Dios. Su corazón no se
preocupaba de «su descendencia», se preocupaba de Dios. Mi
corazón dejó de preocuparse del ministerio, del llamado, de mi
reputación. Mi corazón se apegó al Señor.
Siempre que un hombre o una mujer se rinde de esta manera,
los cielos se abren, Dios se revela y provee el sacrificio que
lo complace de veras. El verdadero sacrificio de Abraham no
era Isaac, sino su amor, su dependencia, su total confianza en
Dios. En ese altar, Abraham conoció al Dios que provee, a
Jehovah Jireh. Este nombre significa literalmente, Jehová (Yo
soy) Jireh (será visto). Abraham recibió la revelación del «Yo
soy» que se presentaría en cualquier necesidad. Cuando no
podemos solucionar los problemas con nuestras capacidades,
cuando llegamos al final de las posibilidades, Dios aparecerá
y proveerá. Se revelará.
Si usted va a Jerusalén, verá que el monte donde Abraham
ofreció a Isaac está a unos pocos metros del monte Calvario.
En esas mismas colinas Dios el Padre «quebrantó» a Su Hijo
Jesús en la cruz en nuestro lugar. Nuestros sacrificios no
podían lograr el perdón. El Padre proveyó aquel día de Pascua
el inocente Cordero de Dios que sería inmolado.
En resumen, nuestros sacrificios no son suficientes. Nuestros
esfuerzos no bastan. Cuando nos rendimos, Él provee el
verdadero sacrificio, el que le es agradable. Podemos afirmar
lo siguiente:
a) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestro orgullo, Él
levanta nuestra cabeza.
b) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestros talentos, Él
obra según el poder que actúa en nosotros.
c) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestros temores, Él nos
consuela y nos da fe.
d) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestros ministerios,
Él nos enseña a ser discípulos humildes.
e) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestra reputación, Él
es nuestra gloria.
f) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestros bienes, Él es
nuestro proveedor, nuestro suplidor.
g) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestras palabras, Él
nos imparte Su Palabra.
h) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestra vida, Él nos da
Su vida.
i) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestro nombre, Él nos
da el suyo.
j) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestro yo, Él se revela
como el Yo soy.
k) Cuando le ofrecemos en sacrificio nuestra devoción, Él nos
enseña a adorarle en espíritu y en verdad.

· Cuando los cielos se abren ·

Dice la Biblia que cuando uno cesa de esforzarse por lograr


el favor divino, los cielos se abren. Dios entonces revela Su
poder y provee, prospera, guía, consuela, resucita, derrota al
enemigo y se glorifica.
Isaac vio los cielos abiertos en su vida. Era un hombre
temeroso de Dios, pero necesitaba ser renovado. Aunque conocía
a Dios y había oído Su voz, todavía dependía de sus artimañas
humanas. Mientras habitaba en Gerar, Dios le habló y le
prometió protección y bendición conforme al pacto que había
hecho con su padre Abraham. Pero cuando llegó el momento de
fe, y los hombres de la región comenzaron a indagar quién era
Rebeca, Isaac mintió diciendo que era su hermana. Temía que
tomaran a Rebeca y lo mataran a él. ¿Y la promesa de Dios?.
Isaac se olvidó de ella.
Cuando tuvo que salir de Gerar porque había prosperado mucho
y sus vecinos estaban celosos, en lugar de quejarse, Isaac se
fue de ese lugar y se estableció en el valle. Allí habitó y
encontró los pozos que había excavado su padre Abraham. A
pesar de que había fallado, Dios lo prosperó. Ese fue el
principio de su renovación.
Cuando unos pastores reclamaron esos pozos, Isaac no peleó.
En lugar de disputarlos, excavó otro pozo. Cuando otros
pastores se antojaron del pozo nuevo, buscó otro. Isaac no
peleaba. Siguió buscando hasta que encontró un pozo que nadie
quería y lo llamó «Rehobot (Génesis 26.22)». Luego de esta
prueba de mansedumbre, Dios se le apareció una noche y le dijo
nuevamente:

Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy


contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por
amor de Abraham mi siervo. Y edificó allí un altar, e invocó
el nombre de Jehová, y plantó allí su tienda; y abrieron allí
los siervos de Isaac un pozo (Génesis 26.24-25).

Cuando los hombres que aborrecían a Isaac vieron la renovación


de este, fueron y le dijeron:

Hemos visto que Jehová está contigo; y dijimos: Haya ahora


juramento entre nosotros, entre tú y nosotros, y haremos pacto
contigo, que no nos hagas mal, como nosotros no te hemos
tocado, y como solamente te hemos hecho bien, y te enviamos en
paz; tú eres ahora bendito de Jehová (Génesis 26.28-29).

Los cielos se abrieron e Isaac fue prosperado en paz y hasta


sus vecinos vieron que Dios estaba con él. No tuvo que
convencer a nadie, no tuvo que negociar, no tuvo que engañar
mintiendo. Ellos fueron y lo honraron.
Jacob tuvo una experiencia similar. Luego de hacer trampas y
engaños, Dios lo envió a la tierra de su padres, lugar al que
pertenecía. Pero había un problema. Tenía que reconciliarse
con su hermano Esaú, a quien había engañado. Ya no le quedaban
engaños en su repertorio. Había llegado al límite de sus
habilidades. Necesitaba la bendición de Dios. En un lugar
llamado Peniel, Dios abrió los cielos y Jacob cambió para
siempre. En ese lugar, Jacob luchó con Dios. Sabía que no
podía enfrentar su futuro sin la bendición de Dios y luchó
hasta lograrla. Estaba desesperado por obtener el toque
renovador de Dios. ¡Qué hermosa ansiedad!.
Cuando Dios le preguntó su nombre, Jacob tuvo que confesar:
mi nombre es «engañador». Al ver la humillación de aquel
hombre, Dios lo renovó y lo transformó. Cuando se encontró con
Esaú, ya no era el «engañador», sino Israel, «príncipe
vencedor». El Jacob viejo había muerto. Había sido renovado.
Dios abrió los cielos también en la vida de José. Durante su
condena en la cárcel, José intentó lograr su libertad. Allí se
hizo amigo del jefe de los coperos de Faraón. Cuando aquel
hombre fue librado de la cárcel, José, el diplomático, le
dijo:

Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien, y te ruego que


uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón,
y me saques de esta casa (Génesis 40.14).

José confiaba en este hombre. Pero la Biblia dice que el jefe


de los coperos no se acordó de José (Génesis 40.23). ¡Qué
triste!. Así terminan nuestros mejores planes. José no trató
de negociar su libertad. Tuvo que soportar dos años más de
prisión.
Pero Dios no se olvidó de él. Cuando Faraón tuvo un sueño,
los cielos se abrieron y Dios le reveló la interpretación del
sueño a José. En esos dos años, José aprendió a esperar en
Dios. Luego de aquella prisión, luego de aquel desierto, los
cielos se abrieron, y Dios se reveló y elevó a José de la
cárcel al trono.
Moisés también trató de hacer la voluntad de Dios con sus
propias fuerzas. Entendía que Dios lo había llamado para
librar a Su pueblo de la esclavitud. Había sido educado en la
cultura egipcia. Era brillante intelectualmente, hábil en la
política y fuerte físicamente. Confiaba en sus habilidades. En
la primera oportunidad que tuvo mató a un egipcio que
maltrataba a un judío. Tomó la justicia en sus manos. Después
de todo, él era Moisés, ahijado de la hija del Faraón, futuro
libertador de Israel.
Dios tuvo que llevarlo al desierto para renovarlo. Un día,
los cielos se abrieron en el monte Horeb y Moisés vio una
zarza que ardía y no se consumía. De en medio de una zarza
Dios lo llamó por nombre y él respondió: «Heme aquí» (Éxodo
3.4).
En aquel lugar, Dios lo llamó nuevamente. Pero ya a Moisés no
le importaban sus propios ideales, ni sus intereses. Lo más
importante para él ya no era su nombre, ni sus talentos ni sus
habilidades. Lo único que le importaba era tener autoridad
divina. Por eso quería saber el nombre de Dios. Y allí, en
aquel lugar de total humillación, Dios abrió los cielos sobre
Moisés y le reveló Su nombre: Yo soy el que soy.
De esta manera, Dios le dio una autoridad basada en la
revelación de Su nombre.
Algo semejante sucedió con Isaías. Cuando el rey Uzías murió
y el trono de Israel quedó vacío, momento sumamente amargo en
la vida de Isaías, los cielos se abrieron y el Señor se le
reveló sentado en un trono alto y sublime. El profeta salió de
aquel lugar renovado, con un mensaje claro para el pueblo de
Israel.
Cuando Jesús se humilló y Juan el Bautista le bautizó en
cumplimiento de las profecías, los cielos se abrieron y el
Espíritu Santo y el Padre se manifestaron.
Cuando Esteban abandonó su vida en las manos de Dios y no se
defendió al ser condenado a muerte, los cielos se abrieron y
Jesús le fue revelado en visión. El rostro de Esteban brilló y
pudo enfrentarse a la muerte sin temor.
Finalmente, en el último libro de la Biblia, los cielos se
abrieron para Juan. Su apostolado había sido triunfante, pero
había sido confinado a la isla de Patmos por el testimonio de
Cristo. En aquella isla abandonada, no se quejó ni le pidió a
Dios que lo liberara. Estando en el Espíritu en el día del
Señor, los cielos se abrieron y oyó una voz, la voz del
Primero y el Último, el que vive, el que estuvo muerto y vive
por los siglos de los siglos, el que tiene las llaves del
Hades y de la muerte. Recibió la revelación de Jesucristo, el
testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de
los reyes de la tierra, el que nos amó y nos lavó de nuestros
pecados con Su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios,
el que viene en las nubes y será visto por todo ojo, el Alfa y
la Omega, el que es y que era y que ha de venir, el Señor
Todopoderoso.
¿Cuándo se abren los cielos?. Cuando no hay engaño, cuando
cesamos de trabajar para complacer a Dios, cuando no tratamos
de ayudar a Dios, cuando desaparecen los planes humanos y
quedan solamente los de Dios. Se abren cuando nos rendimos,
aunque estemos:
1. En el desierto del espíritu, como Jesús.
2. En un altar sacrificando lo único que poseemos, como
Abraham.
3. En un lugar rodeados de enemigos, como Isaac.
4. Frente a una persona sumamente airada, como lo estuvo
Jacob.
5. En una cárcel, como José.
6. En un desierto, como Moisés.
7. Enlutados, como Isaías.
8. Camino a la cruz, como Jesús.
9. Frente al martirio, como Esteban.
10. Solos y abandonados, como Juan en Patmos.
11. Habiéndole fallado a Jesús, como lo hizo Pedro
12. Los cielos se abrirán y seremos renovados. Dios revelará
Su persona, Su gloria, de maneras nuevas y frescas.

En ese lugar de renovación, Dios le pedirá que le entregue


cualquier cosa que impida la plena revelación de Cristo hasta
que Él sea nuestro único deseo. ¿Notó cuál es la
característica en común en las experiencias renovadoras que
hemos citado?. Dios pide algo, nosotros entregamos lo que nos
pide y Él nos da una nueva revelación de Su persona. ¿Qué
entregaron los personajes que hemos mencionado?.
1. Abraham le entregó su vida y la vida de su hijo.
2. Isaac le entregó sus derechos y sus bienes.
3. Jacob le entregó su crisis, su pasado engañoso y su
futuro.
4. José le entregó la injusticia cometida contra su vida.
5. Moisés le entregó su nombre, sus talentos y su vida.
6. Isaías le entregó el trono de su corazón.
7. Pedro le entregó sus fuerzas humanas.
8. Esteban le entregó su vida física.
9. Juan le entregó su vida en una isla.
10. Jesús se entregó mediante el Espíritu.

Todos estos recibieron revelaciones de Dios que transformaron


sus vidas. «Por tanto», como dice el escritor del libro a los
Hebreos, «nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que
tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios» (Hebreos 12.1-2). Abraham, Isaac,
Jacob, José, Moisés, David, Isaías, Pedro, Esteban y Juan son
nuestra nube de testigos. Ahora nos toca emprender nuestra
carrera.
Para correr hay que hacer varias cosas.
1. Despojarse de todo peso. Un peso es masa, gordura. Es algo
que no tiene valor. Son actividades que no producen carácter,
que no dan frutos a nuestra vida. Hay que entregar todo peso,
todo lo gordo, lo inservible. Peso no es pecado, pero es
estorbo. Nos asedia. Si no lo entregamos, tropezaremos en el
camino a la renovación.
2. Despojarse de todo pecado. Hay una sola manera de hacerlo:
Confesar. Juan dice en su primera epístola que si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y justo para limpiarnos.
3. Correr con la mirada fija en Jesús y seguir Su ejemplo de
rendición. ¿Significa esto que debemos levantar los ojos al
cielo y mirar siempre arriba pasando por alto las situaciones
cotidianas?. No. Mirar a Cristo significa simplemente creer en
Él. Es lo que dijo Cristo en Juan 3.14-15: «Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Una vez, Dios me pidió que le entregara el deseo de tener
«experiencias». Mi deseo era ver el mundo espiritual, como
muchos que dicen ver ángeles y demonios. Dios me habló y me
dijo que no necesitaba ver ángeles para saber que tenemos
protección angelical. ¿No dice el Salmo 91 que los ángeles me
guardan en todos mis caminos, y que me llevan en sus manos
para que mi pie no tropiece?. Tampoco necesitaba ver demonios
para saber que nuestra guerra no es contra sangre ni carne
(Efesios 6.12). Dios me mostró que lo importante es saber que
Él es el Altísimo, el Omnipotente, de acuerdo a Su Palabra.
Cuando creemos en la Biblia sin depender de las experiencias,
ponemos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra
fe.
Hable con el Señor. Dígale que desea ser renovado en Su
revelación. Quien conoce a Dios, es transformado. Yo conocía
mucho acerca de Cristo, pero no tenía una revelación íntima y
personal de Jesús.
Posiblemente usted ha conocido a Jesús como Su Salvador. Él
es mucho más que Su Salvador y Sanador. Es mucho más de lo que
entendemos y pedimos. Él es mucho más que experiencias. Es
mucho más de lo que usted ha conocido y experimentado. No se
conforme con lo visto, experimentado y aprendido. No se
conforme con lo que ha logrado. Únase al sentimiento de Pablo:

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro


Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los
cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas
de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre
interior por Su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en
vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en
amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los
santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de
Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según
el poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia
en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los
siglos. Amén (Efesios 3.14-21).

Capítulo #7:Conforme al corazón de Dios


Aquel viernes por la noche en Toronto pude contemplar detenidamente
a un hombre de Dios que estaba de pie en una gran plataforma. Aunque
se hallaba frente a miles de personas, adoraba a Dios como si
hubiera estado solo en su habitación. Nunca había visto a un
predicador adorar como lo estaba haciendo el pastor Benny Hinn.
Estaba acostumbrado a ver al predicador subir al púlpito, saludar a
la congregación y luego predicar un mensaje. Después de todo, los
predicadores son para predicar. Generalmente se transforman en el
centro de atención.
Miles de personas en el auditorio comenzaron a adorar a Dios junto
con él. Al principio de la reunión, todos los ojos estaban fijos en
el predicador y en la expectativa de los milagros que presenciarían.
Pero a medida que se desarrollaba el culto de adoración nos íbamos
olvidando del lugar donde estábamos. Honrar y glorificar a Cristo se
convertía el propósito principal de la ocasión.
El pastor Hinn estuvo durante más de una hora adorando al Señor con
los ojos cerrados y las manos levantadas. Constantemente nos decía
que mantuviésemos los ojos cerrados y que adoráramos a Cristo. Allí
Él era lo único importante.
Gradualmente fue entrando en la presencia de Dios hasta alcanzar el
mismo trono divino. Durante un momento pareció que había llegado
frente a Jesús. En ese instante presentó la intercesión de la noche:
«¡Señor, toca a los necesitados!». Así surgió la confianza, la
valentía. En ese instante de absoluta confianza, el pastor Hinn
parecía estar segurísimo de que todo lo que iba a pedir frente al
trono iba a ser concedido.
Sucedieron milagros físicos espectaculares. Muchos fueron liberados
de vicios, ataduras mentales y satánicas; y otros recibimos la
unción del Espíritu Santo. ¿Cuál fue la clave?. ¿Cuál fue la
puerta?. ¿Por qué sucedieron tantos milagros?. Porque se predicó la
Palabra de Dios con unción y en actitud de adoración.
Cuando la concentración terminó, algunos ministros comentaron lo
que había sucedido. Se decía que muchos al volver a los lugares
donde desarrollaban sus ministerios comenzarían a orar por los
enfermos, cambiarían el programa de sus cultos y lo adaptarían al
orden que vieron en la cruzada.

· Un verdadero adorador ·

Más que su manera de ministrar, más que su estilo, me impacto la


manera en que adoraba al Señor, cómo se rendía a la voluntad del
Espíritu Santo para ser usado como instrumento de bendición, cómo
guiaba a esas miles de personas a sacar su mirada del hombre y
ponerlas en Cristo. El secreto de aquella poderosa unción para la
proclamación de la Palabra de Dios, para sanidad y liberación estaba
en una adoración rendida, humilde, postrada a los pies del Rey
Jesús, el Hacedor de milagros. Salí de aquel culto dispuesto a ser
un adorador. Ese es el primer paso: proponerse uno ser un verdadero
adorador, decir: «Padre, ¿me has estado buscando?. Aquí estoy.
Quiero adorarte en espíritu y verdad. Enséñame».
Al día siguiente comencé a formular cientos de preguntas a Dios. ¿Y
qué va a pasar ahora?. ¿Cómo voy a cambiar?. ¿Qué va a suceder
conmigo?. Me sentía inseguro, pero al mismo tiempo lleno de
esperanza. Siempre había estado consciente de la voluntad de Dios en
mi vida en contraste con mis defectos y mis faltas, los cuales
anhelaba eliminar y superar. Deseaba desarrollar mis talentos y
habilidades para ser un mejor siervo de Dios. El problema era que
nunca había sentido que lo estaba logrando.

· Arrepentimiento genuino ·

Tuve que dar un segundo paso crucial hacia la renovación


espiritual: arrepentirme. Esta es la llave que nos introduce a la
renovación.
¿Qué es «arrepentimiento»?. En primer lugar, es un cambio de manera
de pensar, de actitud, que produce pesar, dolor. Este cambio no
transforma el corazón. Simplemente produce remordimiento. Tal fue el
caso de Judas, en Mateo 27.3:

Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era


condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los
principales sacerdotes y a los ancianos.

Judas se sintió mal cuando vio a Jesús atado, entregado en las manos
de Pilato (Mateo 27.2). Su reacción fue el suicidio. Su
«arrepentimiento» no cambió su corazón; sencillamente lo deprimió y
lo llevó a ahorcarse. Sentirse mal no es verdadero arrepentimiento.
En segundo lugar, el arrepentimiento es un cambio de dirección
luego de un análisis transformador de la conducta, y se produce como
resultado del conocimiento. Como consecuencia, se abandona lo malo y
se cambia de rumbo hacia lo bueno.
En el caso de la renovación, el arrepentimiento va más allá del
remordimiento, de la admisión de falta. Hay un cambio de dirección
en que no solamente se aparta uno de lo opuesto a Dios sino que se
torna hacia Dios. El corazón que se renueva no solamente se aparta
del pecado, de la suficiencia propia y del orgullo, sino que se
torna enteramente hacia Dios.
La Biblia nos dice que el arrepentimiento trae perdón de pecados y
tiempos de renovación de la presencia del Señor. Hechos 3.19 dice:

Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros


pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio.

En otras palabras, el corazón que se torna enteramente hacia Dios


recibe renovación de la misma gloriosa presencia de Dios.
Pero hay experiencias que no nos llevan a la renovación. En
campamentos, campañas evangelísticas o conferencias, al ser
confrontado con ciertas verdades, solía sentir remordimiento por mis
faltas y mis irresponsabilidades. Aquel remordimiento me duraba
apenas unas horas, unos días. El arrepentimiento que sólo nos lleva
a los altares con lágrimas en los ojos nos hace sentir culpables y
frustrados, pero no nos conduce ni a un cambio ni a la renovación.
Dice Hechos 13.22 que Dios eligió a David como rey de Israel por la
sencilla razón de que era un hombre con un corazón conforme al Suyo.
El creyente que vive una experiencia renovadora busca tener un
corazón conforme al corazón de Dios. ¿En qué era David diferente de
muchos? En que el deseo más profundo de su corazón era conocer a
Dios. Expresó sus sentimientos así:

Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed
de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay
aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el
santuario (Salmo 63.1-3).

David no tenía sed de sabiduría, como Salomón, ni de poder ni de


victoria. Tenía hambre de Dios. Tenía sed de Dios, de comunión
personal con su Creador. Su alma tenía sed del Dios vivo. El deseo
más ardiente de David era presentarse delante de Dios para adorarle
y conocerle íntimamente.
El Salmo 51 explica claramente cómo David se desespera por mantener
esa comunión con Dios. Luego de haber deseado una mujer casada y de
haber planeado la muerte de su esposo para quedarse con ella, David
gime:

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto


dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu
Santo Espíritu (Salmo 51.10-11).

Tener un corazón arrepentido, dirigido totalmente hacia Dios, es


hacer todo lo que Dios quiere. Es no comprometerse con la mente
natural. Es no permitir que la naturaleza humana se apodere de la
obra y los intereses de Dios para gobernarlos y manipularlos.
En esto precisamente ha consistido nuestro gran fallo. Tomar el
lugar de Dios nos ha paralizado y ha impedido la renovación. Nos
hemos puesto a cargo de la regeneración, de la justificación y de la
santificación. Creemos que tenemos que cambiarnos a nosotros mismos,
que debemos esforzarnos para lograr ser como Cristo.
Quizás en esta actitud hay algo del problema de Diótrefes. Juan, el
apóstol, escribe: «Pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer
lugar, no nos recibe» (3 Juan 9). Es tener una actitud que no se
somete a la cruz de Cristo, es tener una mente que no se somete al
Espíritu de gracia. Normalmente se tienen en muy alta estima, y es
muy común en el pueblo de Dios. Sin embargo, si queremos ser
renovados, todo lo que quiere tomar el primer lugar tiene que
desaparecer. Es entonces cuando Cristo puede obrar.

· El camino a la adoración ·

El adorador es una persona que ha dirigido su corazón a Dios para


hacer enteramente Su voluntad. ¿Cómo se comienza?. Con el
arrepentimiento.
El corazón que se aparta del esfuerzo humano y se vuelve a Dios,
está listo para adorar. Pero, ¿qué es la adoración para muchos en el
mundo cristiano?.
1. Es una manera de descargarse de las preocupaciones de la vida.
¿Cuál es el propósito de la adoración en este caso?. Sentir un
alivio de las presiones cotidianas. Con esa actitud, el alma se
enfoca en los problemas y en las cargas, no en Dios. El corazón no
está dirigido a Dios sino a sus necesidades.
2. Es una manera de regocijarse. ¿Cuál es el propósito de la
adoración en este caso?. Olvidarnos de nuestras situaciones
difíciles y experimentar alegría, paz y tranquilidad. Con esa
actitud el alma se enfoca en sí misma, no en Dios.
3. Es una manera de aliviar nuestra conciencia de responsabilidad
ante Dios. Después de todo, Dios es digno de adoración. Debemos
adorarle. Es como un deber. Con esa actitud el alma se preocupa de
complacer a Dios, del cumplimiento de sus deberes por temor a un
castigo. En los cultos, la adoración es parte del programa. En
nuestra vida devocional privada, la adoración no es muy importante.
Para la gran mayoría, lo más importante es la oración de súplica en
que presentamos nuestras necesidades. Después de todo, Dios es el
único que puede suplirlas. Si tenemos una vida devocional, la usamos
para presentarle a Dios nuestra lista de necesidades, de inquietudes
y de preocupaciones. Y la adoración, ¿no es importante?. Al parecer,
no. Nuestro corazón no está dirigido a Dios sino a nuestras
necesidades. Nuestro corazón no se ha vuelto a Dios, sino a nuestros
esfuerzos humanos por complacer a Dios, por ver si nos concede una
petición. Nuestro corazón está dirigido hacia adentro, siempre
contemplando nuestra situación humana defectuosa.
Así era yo. Me sacrificaba orando. Me parecía que mientras más
oraba, más complacía a Dios y más pronto me contestaría. El enfoque
de mi relación con Dios era el siguiente:
1. Mi vida: Señor, ayúdame. Señor, fortaléceme. Señor, ábreme esta
puerta. Señor, bendíceme. Señor, cámbiame.
2. Mi ministerio: Señor, prospera. Señor, dirígeme. Señor, obra.
Señor, dame gracia. Señor, úsame.
3. La obra de Dios: Señor, remueve este problema. Señor, soluciona
este conflicto. Señor, cambia esto, ¡ahora!.

¿Cuál es el problema?. El latir de nuestro corazón, el propósito de


nuestra vida, el blanco de nuestra mirada y el sentido de nuestro
existir están totalmente dirigidos hacia adentro, están invertidos.
Nuestro ser se está contemplando constantemente.
Los que no conocen a Cristo, al contemplarse, llegan a la
conclusión de que tienen que solucionar sus conflictos internos con
las cosas de esta tierra. Para muchos la meta primordial es la
diversión, la acumulación de bienes, el poder, el alcohol y las
drogas. Estas son medidas que la gente toma para aplacar la reacción
que se produce cuando contemplan su vida interior vacía.
Cuando los que conocen a Cristo se contemplan, llegan a la
conclusión que tienen que solucionar sus conflictos internos
agradando a Dios con actividades religiosas y buena conducta moral.
¿Cuál es el problema central?. Que tenemos el corazón dirigido
hacia nosotros mismos. Nuestro corazón está continuamente
contemplándose. No tengo que explicarle lo que usted sabe de usted
mismo. No tengo que explicarle lo que siente en su interior cuando
las luces se apagan y recuesta la cabeza en la almohada. ¿Hacia
dónde se dirigen sus pensamientos cuando la radio y la televisión se
apagan, cuando el culto y su música terminan, cuando se queda solo
con su situación?.
Las corrientes religiosas y filosóficas más en boga en este mundo
recomiendan otros enfoque. La Nueva Era, por ejemplo, enseña que
somos dioses. Dicen que para llegar a un estado de paz y balance en
que nuestra vida desarrolle al máximo su potencial, hay que
enfocarse hacia adentro, hacia nuestra alma, hacia el «dios» que
somos. El medio o la técnica para lograrlo es la meditación. El
mundo material es dañino y malo. Lo bueno, lo divino, está en
nuestro interior.
El materialismo, por otro lado, enseña que la paz y la prosperidad
se logran acumulando bienes, poder e influencia. Su enfoque total es
externo.
En otras palabras, por un lado la Nueva Era dice a la persona que
se contemple por dentro a través de la meditación. Allí encontrará
paz y equilibrio. El materialismo, por el otro, le dice que busque
el bienestar a través de la obtención de bienes y reconocimientos.
Uno puede mirar hacia adentro y hacia afuera, hacia lo interno y lo
externo.
Pero, ¿hacia dónde nos exhorta la Biblia que miremos? En el
capítulo 12 de su epístola, versículo 1, el escritor de Hebreos nos
explica lo siguiente:
a) «Tenemos en derredor nuestro una gran nube de testigos». Estos
testigos fueron hombres y mujeres que nos han dado el ejemplo de fe.
A pesar de las imposibilidades, miraron a Aquel que les había
prometido la victoria.
b) Debemos despojarnos de todo peso y de todo pecado que nos haga
tropezar. ¿Podemos nosotros, por nuestra propia capacidad, eliminar
el pecado de nuestras vidas?. ¡No, mil veces no!.
c) Hay que correr con paciencia la carrera que tenemos por delante.
¿Podemos correr en nuestras fuerzas?. ¡No, mil veces no!.

Entonces, ¿qué hacer?. En los versículos 2 y 3 del mismo capítulo,


nos dice claramente: «Puestos los ojos en Jesús, el autor y
consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió
la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del
trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de
pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta
desmayar».
¿Hacia dónde tiene que estar enfocada la mirada del creyente?.
Hacia Cristo Jesús, el autor y consumador de la fe. Él es el autor
de mi fe. Es el generador de la fe en mi vida. Yo no genero fe.
Puedo orar, ayunar, sacrificarme hasta lo sumo. Ninguno de esos
esfuerzos producirán fe en mi vida. La fe es lo único que agrada a
Dios. Pero la que proviene de Él mismo es la que agrada a Dios. Si
agradamos a Dios por la fe es porque Él nos hace aptos para
agradarle.

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor


Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto
eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis Su
voluntad, haciendo Él en vosotros lo que es agradable delante de Él
por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos.
Amén (Hebreos 13.20-21).

· Fijos los ojos en Cristo ·

Hoy en día se pone mucho énfasis en la adoración y en la alabanza.


Se producen muchas grabaciones musicales. Y se llevan a cabo muchos
cultos de adoración y alabanza. Pero todavía me pregunto,
¿entendemos lo que significa la verdadera adoración?. He notado tres
reacciones.
Hay un grupo que se opone a todo lo externo del movimiento de
adoración y alabanza. A estos le preocupan la música, los músicos y
el estilo externo. Les preocupa que la música no se adapta a su
cultura en particular, les preocupa que haya danza, les preocupa el
tiempo que se consume cantando.
Hablan de «tipos de adoración», de adoración aceptable y no
aceptable según su denominación y sus doctrinas históricas.
Finalmente, juzgan las motivaciones de los que están al frente de
este movimiento.
Hay un grupo que está encantadísimo. Compran todas las grabaciones,
asisten a todos los conciertos y siguen con sumo cariño y admiración
a los hombres y mujeres que Dios ha levantado para concientizar a
los pueblos en la adoración y la alabanza. Estos son los que
sinceramente quieren cambiar toda la música, desechar lo viejo y
«anticuado». Piensan que con grupos de adoración y alabanza, música
e instrumentos, libros y enseñanza alcanzarán un más alto nivel
espiritual. Han hecho de este movimiento una causa, una cruzada, una
revolución. Pero a pesar de sus buenas intenciones, allí termina el
compromiso con la adoración y alabanza: en la música, en lo externo,
en una experiencia nueva, en concierto tras concierto, en
conferencia tras conferencia, en grabación tras grabación.
Pero hay un tercer grupo. Estos son los verdaderos adoradores, los
que no se preocupan por la música, aunque es uno de los medios más
importantes en la adoración. Su meta principal es tener un corazón
conforme al de Dios. Su mirada está en Dios, en Sus promesas, en Su
grandeza, en la cruz ensangrentada, en la obra consumada de Cristo
en la cruz, en la tumba vacía, en la victoria absoluta y total
contra todo principado y potestad, y en aquel Cordero que está
sentado en el trono, autor y consumador de mi fe.
Un verdadero adorador es consciente de la verdad. Y ésta es que
somos pecadores, inmundos, imperfectos, y que lo mejor que podemos
ofrecerle a Dios no es sino «trapos de inmundicia». Pero la verdad
también nos dice que Cristo vino a ponerse en nuestro lugar, a vivir
una vida perfecta como representante nuestro, y que cumplió la Ley
de Dios que nadie pudo cumplir. Cristo se ofreció voluntariamente
como sacrificio inocente. Él pagó, saldó y eliminó la deuda que
teníamos con Dios a través de Su sangre santa. En los últimos
segundos de Su vida, en la cruz del Calvario, proclamó que Su obra a
mi favor quedaba completa, terminada. Exclamó: «Consumado es».
Y ahora, la verdad me dice que aunque no sea justo, soy justificado
y declarado inocente de toda culpa porque Dios me favorece con la
justicia de Su Hijo. ¿Cómo se logra obtener el manto de la justicia
de Cristo?. ¿Cómo logramos obtener la justificación de nuestros
pecados?. ¿Cómo tenemos paz para con Dios?. Romanos 5.1-2 da la
respuesta:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por
la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la
esperanza de la gloria de Dios.

En el Antiguo Testamento, en Números 21, leemos acerca de una


tragedia que se produjo en Israel. Los israelitas estaban en camino
a la tierra prometida. Lo único que Dios pedía de Israel era fe.
Pero Israel, en lugar de creer en Dios, se fijaba en las
imposibilidades, en los enemigos que se les presentaban en el
desierto. En el camino de la fe se interponen muchos obstáculos que
nos hacen quitar la mirada de la promesa, se presentan pesos y
pecados que nos hacen tropezar en la carrera. Para llegar a la
tierra prometida de Canaán, Israel debía pasar por territorio
edomita. Los edomitas eran descendientes de Esaú y los israelitas de
Jacob. Eran de un mismo linaje de sangre, pero no del mismo linaje
espiritual. Israel era del linaje de Jacob, un hombre que deseó la
bendición de Dios con todo su corazón. Edom era del linaje de Esaú,
un hombre que desechó la bendición de Dios.
Los edomitas odiaban a los israelitas. Siempre fueron sus enemigos.
En esta ocasión fueron crueles. No permitieron que Israel, con sus
más de dos millones de hombres, mujeres y niños, pasaran por su
territorio. Israel tuvo que tomar un camino más largo hacia la
tierra prometida. Ante esto, los israelitas se desanimaron. Cuenta
Números 21.5 que el pueblo habló contra Dios y contra Moisés: «¿Por
qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto?»,
dijeron, «pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de
este pan tan liviano».
Los israelitas se quejaron a pesar de que Dios les daba maná todos
los días, los mantenía sanos, la ropa y el calzado no se les
gastaban y estaban constantemente protegidos con una nube de día y
una columna de fuego de noche. Al tropezar con Edom pusieron la
mirada en las circunstancias y culparon a Dios y a Moisés. Entonces
Él respondió. Dios siempre responde cuando quitamos nuestros ojos de
Él. Números 21.6 consigna su respuesta:

Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al


pueblo; y murió mucho pueblo de Israel.

De repente, los israelitas se olvidaron de los edomitas, del maná,


del agua, de los inconvenientes del desierto. El problema eran las
serpientes.
La disciplina de Dios en nuestras vidas viene sola y exclusivamente
cuando quitamos la mirada de Él y la ponemos en nuestra necesidad o
en algo o alguien que nos pueda ayudar. Pero no es para castigarnos,
sino para recordarnos que debemos poner los ojos en Cristo, el autor
y consumador de la fe. Si usted lee todo el capítulo 12 de Hebreos,
el escritor habla de la disciplina de Dios en nuestras vidas.
Las serpientes produjeron un cambio en Israel. Se arrepintieron.

Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber


hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de
nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo
a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y
cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá (Números 21.7-
8).

Lea lo que dijo Jesús acerca de esto:


Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3.14-15).

Mirar a Cristo significa creer en Él y en Sus promesas. Poner


nuestros ojos en Jesucristo es creer que Él es el autor de la fe en
nuestras vidas. Él está a cargo de nuestras vidas, nos hace aptos,
nos dirige, nos cambia. Cristo es la fuente de toda bendición. En Él
está todo lo que necesitamos. Si nuestra vida espiritual o nuestra
conducta cristiana está fallando porque le falta algo, Él completa
lo que falta.

· El fuego purificador de Dios ·

Isaías recibió la maravillosa revelación de la adoración frente al


trono del Señor (Isaías 6) en el momento más crítico de su vida. El
rey Uzías, uno de los reyes más amados y respetados en la historia
de Israel (porque había llevado prosperidad y paz a Israel), estaba
muriendo de lepra. Según la Ley Mosaica, los leprosos no podían
convivir con el pueblo. El trono, pues, estaba vacío. En esa
situación, Dios le mostró que hay un trono que nunca está vacío.
Aunque la situación sea irremediable, hay un Rey y Señor que está
sentado permanentemente en el trono. Ese trono es alto y sublime.
La palabra «alto» significa «enaltecido». Dios le reveló a Isaías
un trono que a cada instante se hacía más alto. Y lo más lindo es
que Isaías se elevaba con el trono. La autoridad, el poder y la
majestad de Dios no es simplemente grande. Dios se engrandece
constantemente. Dios se hace más alto, más elevado. Dios es tan
alto, tan grande, que eternamente se engrandecerá y elevará y
enaltecerá sin límites y sin fin.
Isaías vio al Señor en Su santidad. Los ángeles se cubren el rostro
frente a la santidad de Dios. No pueden contemplar a Dios ni a Su
santidad porque el que lo hace es transformado. (2 Corintios 3.18).
Los ángeles no son creados a la imagen de Dios y nunca serán
transformados a la imagen de Cristo por el Espíritu del Señor. Eso
es para los redimidos. Eso era para Isaías. Isaías miró la santidad
de Dios a cara descubierta. Vio que todo estaba lleno de la gloria
de Dios. Pero de repente, Isaías cambió la mirada. Se miró y dijo:

¡Ay de mí!. Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios,
y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto
mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isaías 6.5).

Si contemplamos la santidad de Dios y luego contemplamos nuestra


miserable condición interna de inmundicia, vamos a lanzar el mismo
gemido: «¡Ay de mí que soy muerto!». Basta pensar que debemos
agradar a ese Dios perfecto y santo para sentirse angustiado.
Pero gracias a Dios que en el cielo no sólo está Su trono. Hay otro
lugar que Dios le muestra a Isaías: un altar con un fuego encendido.
Era un lugar de sacrificio cruento. En el altar de Dios hay sangre,
la sangre del Cordero. En el altar de Dios hay purificación de
pecados por la sangre de Jesús. Cuando nos confesamos con un
arrepentimiento verdadero, que es más que remordimiento y dolor por
nuestra inmundicia, alcanzamos justificación por la fe basada en la
obra consumada de Cristo en la cruz.
Isaías confesó. Cuando confesamos nuestro pecado, la Biblia dice:

Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos


con otros, y la sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo
pecado[...] Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Juan
1.7,9).

En el preciso momento en que Isaías confesó, Dios tocó sus labios


inmundos para purificarlos y declaró:

He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio


tu pecado (Isaías 6.7).

Dios purificó a Isaías luego de su confesión en dos aspectos:


1. Es quitada tu culpa. Quitada significa retirada, levantada,
removida, mudada. Culpa significa perversidad, conducta torcida,
depravada. Cuando Dios quita algo, lo quita perfecta y
completamente. Nuestros pecados, nuestra conducta depravada,
nuestras ofensas, nuestras faltas Dios las levanta de nuestros
corazones, se las lleva y las deposita en la profundidad de Su
olvido. No deja culpabilidad alguna. Somos declarados inocentes,
como si nunca hubiésemos cometido el pecado.
2. Limpio tu pecado. El término que se traduce «limpio» significa
también «cubierto». Pecado significa también «condición pecaminosa».
Cuando confesamos, Dios nos perdona ese pecado, pero no nos quita
nuestra condición pecaminosa. Nuestra condición de naturaleza
pecaminosa y adámica es cubierta con la sangre de Cristo. Un día
seremos transformados. Nuestro cuerpo corruptible, nuestra carne
pecaminosa, nuestra naturaleza adámica será cambiada por un nuevo
cuerpo glorificado. Seremos como Él es. Mientras tanto, la sangre de
Jesucristo cubre o esconde nuestra naturaleza pecaminosa porque Dios
no puede ver el pecado. Nosotros creemos que el pecado que nos
separa de Dios son los pecados diarios, las fallas, las caídas, las
ofensas. Esos pecados son removidos cuando los confesamos. Lo que
verdaderamente nos separaba de Dios era nuestra naturaleza
pecaminosa heredada de Adán. Esa condición no se puede eliminar. La
única solución es cubrirla. Cuando en la Pascua Dios vio la sangre
sobre los dinteles de las puertas de los israelitas, «pasó» y no
entró a sus casas con la muerte. Cuando Él ve la sangre de Cristo
sobre nuestra naturaleza perversa, «pasa» sobre nuestras vidas y nos
acepta en el Amado.
Muchos dirán: «¡Qué fácil!».Es más difícil de lo que parece, más
exigente. Este es el evangelio de la gracia. El que entiende y
alcanza la gracia entiende también que de la gracia no se puede
abusar. El que verdaderamente acepta la gracia no abusa de ella
porque entiende que Cristo pagó un gran precio, que lo hizo por amor
y que para siempre debemos agradecérselo.
Mi esposa me ama profundamente. Conoce mis defectos y, a pesar de
eso, me ama. Si cometo alguna ofensa, me perdona. Pero esa seguridad
no me conduce a traicionarla. La seguridad de su amor hace que cada
día la aprecie más, la proteja más, la ame más. Lo mismo ocurre con
Dios. Su amor es desinteresado. Su gracia es inmerecida. Cuanto más
veo el amor y la gracia de Dios, más repulsión me causa el pecado.
Isaías recibió el perdón de Dios. Sus faltas fueron arrancadas y su
condición pecaminosa fue cubierta. Eso produjo algo grandioso. De
repente comenzó a oír una conversación celestial. La aplicación de
la sangre a su vida abrió sus oídos y pudo escuchar a Dios diciendo:

¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? (Isaías 6.8).

· La cercanía de Dios ·

Dios no estaba hablando con Isaías. La Trinidad estaba conversando.


Buscaban un mensajero. Dios le reveló Su corazón. Luego de la
purificación, Dios siempre nos muestra la pasión de Su corazón para
que se anuncie Su voluntad a los pueblos, que se declare Su
salvación.
Hay una mentira que Satanás ha propagado a través de la historia:
quiere que el hombre crea que Dios es inaccesible, que es tan santo
que no desea tener comunión con él. Pero el adorador que conoce bien
el corazón de Dios no ve eso. Dios es nuestro Padre. Él siempre toma
la iniciativa. Luego de que Adán y Eva pecaron, Dios no los rechazó.
Lo que sucedió fue que «el hombre y su mujer se escondieron de la
presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová
Dios llamó al hombre diciendo: ¿Dónde estás tú?».
Desde ese día, Dios siempre está buscando y preguntando: «¿Dónde
están mis criaturas?». Y el hombre continúa huyendo de Dios. Los
cristianos muchas veces evadimos la adoración íntima con Él. Nos
gusta cantar, gritar, danzar y hablar. Pero cuando hay silencio,
muchos se ponen nerviosos. Cuando se habla de adoración, muchos no
se sienten bien. Cuando oímos himnos o coros lentos, de reflexión,
decimos que son tristes, deprimentes. Es que hemos creído en la
mentira diabólica de que Dios está enojado con nosotros. El que
comienza a conocer el corazón de Dios en la adoración se da cuenta
rápidamente de que Él es el más interesado en comunicarse con Sus
hijos. Dios quiere manifestar Su amor, Su gracia, Su perdón y Su
calor de Padre. Quiere traer a todo ser humano a aquel altar para
allí tocar sus labios, quitar sus culpas y limpiar sus pecados. Dios
desea llevarnos a la fuente, que es Cristo.

En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y


para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y
de la inmundicia (Zacarías 13.1).
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del
agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré
su Dios, y él será mi hijo (Apocalipsis 21.6-7).

Dios quiere que se anuncie el evangelio de Cristo. Hemos concebido a


un Dios «exclusivista» que solamente se ocupa de Sus hijos. Hemos
concebido a un Dios que solamente se ocupa de los «perfectos,
maduros y santos». A Dios le interesan también los rebeldes, los
desobedientes, los descarriados. ¡Todavía hay esperanza!.
Cuando entendí esta verdad, fui renovado. En mi mente hago una
diferencia entre el David de antes de la renovación y el de después
de la renovación. El que aprende a conocer el deseo del corazón de
Dios es renovado, es transformado de gloria en gloria. Lo más
grandioso de esto es que el deseo del corazón de Dios no tiene
límite, no tiene fin, es eterno. Para siempre estaremos conociendo y
contemplando el deseo del corazón de Dios.
¿Quiere saber cuál es el deseo del corazón de Jesús hacia Su
iglesia?.
Juan lo vio en la isla de Patmos. En Su mensaje a la iglesia de
Laodicea, Jesús dice:

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre


la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido, y me he sentado con mi Padre en Su trono. El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (Apocalipsis 3,20-
22).

Isaías oyó la voz de Dios. Al conocer el deseo del corazón de Dios,


respondió: «Heme aquí, envíame a mí» (Isaías 6.8).

· Un corazón adorador ·

¿Qué es adoración?. ¿Cuándo adoramos a Dios?. ¿Será lo que sucede


en los cultos o en su cuarto de oración?. ¿Significará levantar las
manos, cantar coros de adoración, llorar, orar, inclinarse
físicamente, cerrar los ojos?. Todo esto puede formar parte de la
adoración.
Adoración a Dios es el estado del corazón de un hijo o hija de Dios
que vive en un continuo arrepentimiento. Es el estado del corazón de
un cristiano que acepta la gracia de Dios, que contempla el corazón
de Dios, que se rinde a la voluntad del Señor y que le da tiempo a
Dios para que ponga Su corazón, Su imagen, Sus intereses y
propósitos en nuestro corazón. Si combinamos cierta música con
letras que salen de un corazón adorador, la música se transforma en
una fuerza poderosa que nos ayuda, nos anima, nos motiva a postrar
nuestras vidas frente al Rey Jesucristo.
Hay músicos que cantan porque han nacido con un gran talento vocal,
musical y poético. Pero hay músicos que cantan porque han pasado por
la experiencia de Isaías, o de Juan en las isla de Patmos, y se han
postrado a los pies de Jesucristo, y han crucificado el «yo» y su
corazón anhela a Dios. Esto lo proyectan a través de la música y la
letra de sus canciones.
La adoración, pues, podemos definirla de cinco maneras:

1. Adoración es un estado del corazón.


El estado del corazón de un adorador es de continuo
arrepentimiento. No de simple remordimiento por alguna falta
cometida, sino un cambio de dirección del corazón hacia Dios. El
corazón del adorador no se preocupa por lo que dice la mente
natural, ni de lo conveniente o pragmático, sino que está totalmente
enfocado hacia la voluntad y los propósitos de Dios.
2. Adoración es aceptar la gracia de Dios.
El que no entiende el nuevo pacto, la obra completa de Cristo en la
cruz, no puede ser un verdadero adorador. No puede haber libertad,
confianza, ni firme entrada al trono de la gracia sin la revelación
del amor de Dios, del sacrificio de Cristo en nuestro lugar y de la
justificación por la fe. No puede haber verdadera adoración cuando
se combina la salvación por la fe con la salvación por obras y
esfuerzos humanos. No puede haber entrada al trono «a cara
descubierta» sin entender el nuevo pacto en la sangre de nuestro
Señor Jesucristo. El adorador vive en el nuevo pacto y entiende lo
que significa estar cubierto por la sangre del nuevo pacto y obtener
limpieza de pecados.
3. Adoración es contemplar el corazón de Dios
A los adoradores, Dios les revela Su corazón, Su voluntad. Muchos
usan la Biblia como un látigo. Conocen la Biblia pero no al Dios de
la Biblia. No conocen el corazón de Dios. Muchas veces oigo a las
personas hablar de Dios, de Su carácter y de Sus propósitos, pero no
parecen referirse al Dios que me abre Su corazón en mis momentos de
adoración. Algunas veces tengo ganas de gritarles: «¡Ese no es el
Dios que conozco!. ¡No hablen así de mi Dios!».
4. Adoración es rendirse al corazón de Dios.
En el lugar de adoración, al contemplar el corazón de Dios, decimos
como dijo Isaías: «Heme aquí». Rendirse significa dejar de pelear.
No peleamos más con Dios. Él es el Señor y actuaremos según Su
corazón y Su voluntad. Como cristiano, nuestro peor adversario no es
el diablo. Es Dios. Nunca alterquemos con Él pues siempre gana y
usted siempre pierde. Como dice Isaías 45.9: «¡Ay del que pleitea
con su Hacedor!. ¡El tiesto con los tiestos de la tierra!. ¿Dirá el
barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: No tiene manos?».
5. Adoración es la transformación de nuestro corazón.
Un corazón adorador es un corazón transformado. El adorador sabe
que está perdonado y cubierto. Sabe que el Señor es el que nos hace
«aptos» para cumplir con Su voluntad. Nos hace aptos al tomar
nuestro corazón egoísta, pecaminoso, interesado y corto de vista,
para cambiarlo. ¿Cómo lo hace?. Exponiendo nuestro corazón al
corazón de Él. Revelándonos Su carácter, exponiéndonos a Su luz,
revelándonos Su amor. Cuando nuestro corazón tiene un encuentro real
con el corazón de Dios, no resiste. Cambia. Es como el celuloide del
film para cámaras fotográficas. El film está envuelto en un
contenedor sellado. La luz no entra. Cuando se coloca el film dentro
de la cámara fotográfica, está en absoluta oscuridad. Pero al
disparar el gatillo de la cámara, el lente se abre y permite que la
luz entre y ponga su impresión sobre el film.

Así es el corazón de Dios, así es la presencia del Señor. Cuando


nos exponemos a Su corazón y a Su presencia. Él nos sella e imprime
Su imagen sobre nuestro corazón. Esa imagen es del carácter, la
unción y la victoria de Jesucristo el Hijo de Dios. Dios nos
transforma de tal manera que llegamos a vivir lo que
Juan dijo:

Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe (Juan 3.30).

Pablo dijo:

Hasta que Cristo sea formado en vosotros (Gálatas 4.19).

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive


Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas
2.20).

Cuando experimentamos esto consistentemente, somos renovados a Su


imagen hasta que nuestro corazón pierde su influencia y el corazón
de Cristo domina en nosotros. Esa es la renovación de un adorador.
¿Qué ha sucedido en mi vida desde esa noche cuando hice la decisión
de ser un adorador?. Esa noche no entendía todo lo que estoy
expresando en este capítulo. Esa noche vi un ejemplo vivo, vi a un
hombre que sabía adorar al Señor en espíritu y verdad. Vi a un
hombre que conocía el corazón de Dios. Su ejemplo me motivó y me
sacudió. Vi algo en él que deseaba y que necesitaba. Desde ese día,
he estado aprendiendo a conocer a Dios, a contemplarlo y a sacar los
ojos de mí y del mundo. He experimentado un gran cambio en mi vida.
Ahora me toca dar el ejemplo para que otros también deseen lo que
Dios ha hecho en mí. Por eso le he dicho al Señor: «Heme aquí».
Dios todavía está buscando adoradores que vayan por Él. Para ir en
Su nombre, hay que conocer Su corazón y que éste se halle impreso en
el nuestro. Para ir, hay que vivir en el perdón, bajo la cobertura
de la sangre, libre de las cadenas de acusaciones y culpas. Como
dice el escritor de los Hebreos:

Buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que


nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas (Hebreos 13.9).

Capítulo #8:En comunión con el corazón de Dios


Hay dos aspectos de la vida cristiana que nos preocupan mucho: la
evangelización personal y la oración. Desde el púlpito, a través de
los libros que leemos y en los mensajes radiales o televisivos nos
llegan exhortaciones acerca de nuestro deber de cristianos de
testificar y orar más. ¡Los cristianos deben evangelizar a los
perdidos! ¡Los creyentes deben orar sin cesar! Pero a pesar de
tantas exhortaciones, la gran mayoría de los cristianos no cumplen
con estos mandatos y por lo tanto tienen un gran sentimiento de
culpabilidad.
En estos últimos dos años he hablado con cientos de personas acerca
de sus vidas de oración. Y todos han confesado que:

1. No tienen una vida de oración efectiva.


2. Desean tener una vida de oración disciplinada.
3. Se sienten culpables. Sienten que hay un estorbo en sus
corazones que está impidiendo que este deseo se realice.

Me identifico totalmente con ellos, porque yo también me sentía


así. Cuando oía testimonios de otros cristianos acerca de las
victorias y las experiencias en sus vidas de oración, me sentía muy
mal. ¿Por qué? Porque en mi corazón había el deseo poderoso de
experimentar lo mismo, pero no lo estaba logrando. Esto me producía
una gran frustración.
Siempre me he preocupado por desarrollar una vida de oración
disciplinada. Me gustaba leer libros acerca de la oración. Pero
muchos de esos libros hablaban del «precio» que hay que pagar en la
práctica de la oración, del sacrificio físico, de las horas que hay
que pasar en oración para conseguir respuesta. Mientras más leía,
más me atemorizaba y menos oraba.
Cuando comencé a trabajar en Radio Visión Cristiana, encontré que a
los líderes, a los voluntarios, a los programadores les gustaba
orar. Eso me alegró, porque pensé que me ayudaría a ser constante en
la oración. Y así fue. La influencia de estos hermanos y hermanas de
oración me ayudaba a orar diariamente por las necesidades de aquel
ministerio nuevo, necesitado y pobre en lo económico. Pero seguía
sintiéndome culpable. No estaba orando de corazón. Lo hacía porque
necesitábamos el socorro de Dios. Me sentía obligado a hacerlo.
(¿Ora usted porque necesita algo de Dios?. ¿Ora porque la Biblia lo
manda y porque cada cristiano tiene que hacerlo?. Si esas son sus
motivaciones, no se sienta tan mal. Millones de cristianos alrededor
del mundo pasan por lo mismo).
Varios pastores locales asistieron a una conferencia ministerial
donde participó un pastor de mucho renombre que había escrito un
libro acerca de la oración. Habló del asombroso crecimiento de su
iglesia. De un puñado de personas, habían crecido a más de siete mil
miembros. Atribuía el crecimiento a la oración, no sólo en su vida
personal, sino en la vida de la iglesia. Todos los días a las cinco
de la mañana, su iglesia se reunía para orar.
Mis amigos ministros volvieron de esa conferencia muy motivados.
Varios decidieron seguir el ejemplo y empezaron a abrir sus iglesias
todos los días a las cinco de la mañana para orar. El fallecido
pastor Miguel Mena, Vicepresidente de la Junta de Radio Visión,
sugirió que transmitiéramos un culto de oración matutino en vivo por
la radio, y empezamos a hacerlo. El pastor Pablo Fernández, también
miembro de la junta, me sugirió que produjéramos un anuncio radial
llamando a la audiencia radial a orar a las cinco en punto de la
mañana.
Este énfasis en la oración matutina produjo tremendos frutos en la
vida de las personas e iglesias participantes. Yo mismo me sentí
motivado a levantarme a orar con ellos. Todas las noches, ponía el
radio reloj para despertarme a la hora señalada. Me levantaba
entonces y oraba en mi hogar con los hermanos que oraban en la
iglesia. Mi corazón ardía. Siempre me había gustado que me
comprometieran, aunque temía hacerlo sólo por obligación. Pero una
noche, debido a un compromiso ministerial, llegué a mi hogar a altas
horas de la madrugada. No me pude levantar a las cinco. Cuando me
desperté, me sentí culpable.
Desde ese día, me fue muy difícil levantarme a orar a las cinco.
Precisamente por esos días comenzábamos las negociaciones para la
compra de la emisora. Tuvimos que trasladarnos y remodelar el
edificio. Llegaba a casa muy cansado. No podía levantarme tan
temprano. Si no me levantaba a las cinco, perdía la oportunidad de
orar con los hermanos por la radio.
Era una lástima, porque siempre había estado buscando compañía para
orar. Cuando estaba en un grupo, podía orar largas horas. Pero
cuando estaba solo, me era difícil concentrarme. Mi vida de oración
era una lucha violenta, se componía de una petición: «¡Señor,
ayúdame a ser un hombre de oración!» Es decir, mi oración constante
era acerca de la oración. Estaba obsesionado.

· A lo difícil por lo fácil ·

No entiendo por qué a muchos que hablan de la oración les place


hablar del lado difícil y costoso. Cuando nos disponemos a orar, a
menudo pensamos en que debemos:

1. Arrodillarnos.
2. Presentar peticiones específicas.
3. Orar con fe.
4. Orar sin cesar.
5. Sentir la presencia de Dios.
6. Oír la voz de Dios.
7. Lograr respuestas.
8. Sufrir, agonizar.

Muchas de estas ideas atemorizan. Si el propósito es animar, no


hablemos excesivamente del costo, sino más bien de los beneficios y
del deleite de la oración. A veces pienso que cuando se habla del
costo personal de la oración, se está tratando de impresionar a los
que oyen. No en vano cada vez que alguien daba su grandioso
testimonio parecía que me clavaban un cuchillo en lo profundo de mi
corazón. En lugar de animarme, me desalentaban.
Dios siempre sabe cómo cambiarnos. No está interesado en causarnos
dolor ni sufrimiento. Él nos trata como un buen padre trata a su
pequeño hijo. Cuando Dios comenzó a renovarme, no lo hizo a partir
de la oración, empezó por el lado agradable: la adoración. Siempre
me gustó la música. Siempre me encantó la alabanza. Pero siempre
tuve dificultad con la disciplina de la oración. Dios es mi Padre y
ha enviado al Espíritu Santo, el Espíritu de gracia, el Consolador,
para ejecutar Su programa en mí.
Durante esos primeros días de renovación, comencé a entender lo que
era verdadera adoración. La adoración es un constante estado del
corazón que contempla la revelación del corazón de Dios. Él se
revela, abre Su corazón, manifiesta Su presencia amorosa a todo
aquel que se acerca para conocerle. En ese lugar de adoración, le
contemplamos. En ese lugar de adoración lo conocemos como a nuestro
Padre. En ese lugar de adoración vemos Su corazón que late por
nosotros, por nuestra situación humana. En la adoración conocemos
el carácter, la personalidad y los atributos de Dios. En la
adoración Él se hace accesible. Allí se cumple la promesa de Juan
14.21: «El que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré y me
manifestaré a él». La palabra «manifestaré» significa «exhibir
abiertamente». Jesús nos ofrece revelarse sin reservas.
Un día, Jesús llevó a tres de Sus discípulos a un monte. Allí se
transfiguró. No se transformó. Simplemente les mostró la honra y
gloria celestial que nunca había perdido, pero que por un poco de
tiempo había puesto a un lado al tomar forma humana. Jesucristo, que
era a la vez todo hombre y todo Dios, mostró a aquellos hombres que
no era simplemente como lo veían día tras día. Pedro más tarde
testificaría:

Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida del Señor


Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto
con nuestros propios ojos Su majestad. Pues cuando Él recibió de
Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando
estábamos con él en el monte santo (2ª Pedro 1.16-18, énfasis
añadido).

En la adoración, Dios nos permite ver Su gloria, Su voluntad y Su


corazón. Toda esa gloria la vemos en Cristo, quien se manifestó
plenamente en la cruz. Allí Dios mostró Su amor. En la cruz reveló
Su gracia y misericordia hacia el hombre pecador. En el sacrificio
voluntario de Su Hijo, quien se ofreció mediante el Espíritu Eterno,
vemos la plena y total revelación del corazón de Dios.
Si usted no puede comprender esto, todavía no ha conocido el
corazón de Dios, el cual se revela en aquel que se entregó a sí
mismo. El corazón de Dios se manifestó cuando el Hijo de Dios se
despojó a sí mismo tomando forma de esclavo, hecho semejante a los
hombres (Filipenses 2.7). Se revela al sufrir una muerte cruel y
dolorosa en manos de pecadores sin pronunciar una queja. Se
demuestra en el instante cuando el Padre tiene que «abandonar» a Su
Hijo herido por nuestra rebeliones. El Espíritu Santo tiene que
fortalecerlo para soportar tan tremenda angustia. Y finalmente, el
puro y santo Hijo de Dios es sepultado y debe esperar que el
Espíritu Santo lo levante de la muerte. ¿Cuál fue la única razón que
lo llevó a tal sacrificio?. Su amor por usted y por mí. Jesucristo
murió y sufrió para reconciliarnos con nuestro Padre. Y ahora mora
en nosotros a través del Espíritu Santo. ¡Qué gran Dios y Padre!
¡Qué profundo e insondable amor! ¡Qué tierno y amante corazón!.
En la adoración, Dios nos revela Su corazón; y lo único que podemos
hacer es contemplarlo, admirarlo, humillarnos en Su presencia y
reconocer que aunque no somos dignos, somos Sus hijos. La adoración
nos guía a la oración. En la adoración contemplamos, en la oración
entramos en comunión con el corazón de Dios. En la adoración nos
maravillamos. En la oración nos acercamos, tocamos el corazón de
Dios, y Su corazón toca el nuestro.

· Hacia el latir del corazón de Dios por la adoración ·

El corazón de Dios es Su carácter, Su voluntad, Sus propósitos. En


la oración, mi espíritu se funde con el Espíritu de Dios. Mi
voluntad se funde totalmente con la voluntad de Dios. Luego de
contemplar el corazón de Dios por medio de la adoración, sale de mí
un clamor: «¡Dios, quiero ser como tú!. ¡Señor, quiero tener un
corazón conforme al tuyo!. Señor, tu corazón late por las almas;
eres misericordioso y paciente, lento para la ira. Estás dispuesto a
correr en mi socorro. ¡Yo quiero ser así!. ¡Cámbiame!».
Cuando vemos el corazón de Dios y lo anhelamos, llegamos Su
corazón.
David era un hombre conforme el corazón de Dios porque anhelaba ser
como Él. El deseo de David era ser recto, limpio, puro y santo como
Dios. Pero David confesaba: «En maldad he sido formado, y en pecado
me concibió mi madre» (Salmo 51.5). Por eso declara: «He aquí, tú
amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender
sabiduría» (v. 6). En sus momentos de adoración, en la intimidad con
Dios, en el lugar secreto, David había comprendido la sabiduría de
Dios. Por eso ora: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y
renueva un espíritu recto dentro de mí» (v. 10).
Dios ama al corazón verdadero, honesto. Un corazón humillado,
postrado en adoración, que pide ser renovado, mueve la mano creadora
de Dios. La palabra crear es un término que se usa exclusivamente en
referencia a Dios. En el libro de Génesis, y en relación con la
creación de los cielos, la tierra, los animales, el hombre y la
mujer, se usa once veces. Implica la formación de algo que no
existe. Solamente Dios pudo haber creado los cielos y la tierra de
lo inmaterial. Todo lo que Dios creó estaba en Él desde antes de la
fundación del tiempo. Cuando llegó el momento perfecto, Dios
pronunció la orden creativa y todo se produjo.
Dios también crea un corazón limpio dentro de mí; y cuando se
marchita, lo renueva, lo devuelve a la condición de limpieza
original. Ese nuevo corazón renovado, victorioso y vibrante está en
el corazón de Dios. Cuando lo deseamos, cuando nos confesamos pobres
de espíritu, Dios pronuncia una orden y crea en nosotros un corazón
renovado conforme al Suyo y nos hace participantes de Su naturaleza
divina. Si hay algo que complace el corazón de Dios es un corazón
que reconoce sus faltas, se humilla frente al Dios de gracia,
reclama su posición de hijo, contempla la revelación del amor divino
y desea ser transformado.
En la adoración, Dios me muestra Su corazón amoroso, me revela Su
voluntad total, Su plan maestro, Su gracia.
En la oración, Dios me revela Su voluntad y Su sentir para cada
momento de mi vida. Dios desea que conozcamos Su voluntad en cada
situación. Y lo hace porque conoce nuestras necesidades, nuestras
debilidades, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Sabe
que no podemos sobrevivir sin el conocimiento de Su voluntad. Por
eso, en la adoración nos revela antes que nada Su voluntad general,
Su corazón de Padre.
Cuando recibimos la revelación del corazón de Dios para ese momento
sucede algo maravilloso. Nace la fe. ¿Qué es la fe? Hebreos 11.1 lo
explica:

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo


que no se ve.

En la oración Dios nos revela Su posición en cuanto a las


circunstancias que desea hacernos conocer. Cuando discernimos el
corazón de Dios acerca de dichas circunstancias, entendemos que Dios
ya está actuando. Todo está bajo Su absoluto control. Cuando vemos
que Él está participando en el asunto, nace la fe. Cuando Dios se
encarga de algo, lo único que nos resta es agradecérselo, recibirlo
y seguir esperando en Él.
Desde hace mucho tiempo he venido luchando contra algunos estorbos
en nuestro ministerio radial. Estos no pueden ser solucionados con
decisiones humanas, dinero ni recursos técnicos. Son barreras de
orgullo y desconfianza en personas que estorban (solamente pueden
estorbar, no pueden echar por tierra) la voluntad de Dios. He
tratado de solucionar este problema pero no lo he logrado. He orado,
suplicado e intercedido para que Dios nos libere; pero mi oración no
ha tenido respuesta. Dios no ha quitado estos obstáculos todavía.
Hace poco, mientras oraba, Dios me mostró Su voluntad. En el
corazón de Dios esos problemas estaban superados. Cuando vi que Él
ya había intervenido en ese problema, la fe nació en mi corazón y
creí. La realidad es que todavía no he visto el cumplimiento. Los
estorbos todavía existen. Pero ya no me preocupan. Cuando contemplo
esos problemas, le doy gracias a Dios porque sé que Él los está
quitando. Tengo fe. Y no la tengo porque simplemente haya oído un
mensaje inspirador. Tengo fe porque lo leo en la Palabra, lo oigo en
la predicación, y al orar lo he discernido en el corazón y en la
voluntad de Dios.
Cuando tenemos comunión con Dios, compartimos nuestro ser con Él
y Él con nosotros. Este es un intercambio desigual. En esta relación
traemos nuestro débil y ansioso ser y lo presentamos como nuestra
ofrenda a Dios. Él acepta la ofrenda de nuestro ser y comparte Su
naturaleza. Dios, a través de Su Santo Espíritu, imparte Su
consolación, poder, amor, gracia, dirección, sabiduría y toda
bendición espiritual en lugares celestiales. En la comunión hay un
intercambio de vidas. Yo le doy mi vida y Él me da la Suya.
Cuando adoramos, contemplamos la gloria de Su naturaleza, revelada
por el Espíritu Santo a nuestros corazones. Cuando oramos Dios nos
revela Su corazón y propósito para con ese momento de nuestra vida.
Yo comparto mi ser, mi tiempo y mi necesidad. Dios comparte Su
grandeza; Su propia vida conmigo. Mi respuesta a Dios es fe. Tengo
fe porque Él está compartiendo Su vida en la comunión de la oración.
Yo no produzco fe. No tengo que manipular mis emociones para sentir
fe. No tengo que entrar en un frenesí sicológico para sentir
entusiasmo, optimismo, esperanza. La fe es un don de Dios. La fe es
un regalo que Dios le da a los adoradores que simplemente comparten
con Él en comunión.

Sin comunión, no hay fe.


Sin verdadera oración, no hay fe.
Sin adoración no hay fe.
Sin la revelación del corazón de Dios, no hay fe.

La fe es mi reacción a tal revelación.


Por eso la fe viene por el oír la Palabra de Dios. En Romanos
10.17, el apóstol Pablo nos dice que la fe viene por el oír la
«rhema» de Dios. La palabra «rhema» significa palabra iluminada,
escogida para un uso específico. ¿Alguna vez ha leído algún pasaje
familiar de la Biblia y encuentra la respuesta a una situación
difícil que está atravesando en ese preciso momento?. ¿Alguna vez
leyó un pasaje que le impacto como si lo hubiera leído por primera
vez?. Ese pasaje, ese versículo fue iluminado por el Espíritu Santo
para que la voluntad de Dios fuera revelada en ese momento.
Este versículo nos enseña que la revelación del corazón de Dios, la
manifestación de la voluntad y del propósito de Dios durante
momentos de comunión produce fe.
¿Por qué no tenemos fe?. ¿Por qué no recibimos el regalo de la fe
que nuestro Padre nos quiere dar?. Porque no tenemos comunión con
Él. No usemos la oración para simplemente hablar, para explicar
nuestras necesidades, para pedir.
En los primeros días de mi renovación, todo mi tiempo devocional lo
pasaba adorando a Dios. Por primera vez estaba conociendo el corazón
de Dios íntimamente. Antes, mi conocimiento de Dios era a través de
las Escrituras, de los testimonios personales y de otros, de la vida
de la iglesia. Pero esta vez la revelación del corazón de Dios era a
través de la adoración. Luego de unos días, comencé a notar que
después de adorar veinte o treinta minutos sentía un poderoso deseo
de orar. Pero la oración no era como la había concebido siempre. No
tenía deseos de pedir, no tenía deseos de suplicar. Tenía deseos de
comunicarme con Dios. La comunión es una relación entre dos
personas. En la comunión hay diálogo, hay unión. Una persona no
puede unirse a sí misma. En la comunión una persona habla, la otra
oye y responde. En mis oraciones yo siempre hablaba. Pensaba que
tenía que impresionar a Dios, que debía esforzarme y orar ferviente
y ardorosamente. De esta manera le demostraría que era sincero. Ese
fervor sería la prueba de que estaba complaciendo a Dios. Por eso me
pasaba horas hablando con Dios, explicándole mis necesidades como si
Él no las conociera.

· Hacia el corazón de Dios por la oración ·

En la oración hay comunión entre el creyente hijo de Dios y Dios el


Padre. En la oración, el creyente se presenta para discernir la
voluntad de Dios en cuanto a su vida. En la oración nos presentamos
frente a nuestro Padre, quién conoce en detalle todo aspecto pasado,
presente y futuro de nuestra vida. También nos presentamos para
discernir el corazón de un Padre dispuesto a mostrarnos la dirección
perfecta en la situación que más le interesa a Él. ¿Sabe que Dios
está más interesado en sus problemas que usted mismo?. ¿Sabe que
Dios tiene una vía de escape de esa tentación por la que está
atravesando?. ¿Dónde está esa vía de escape?. En el corazón de Dios.
¿Cómo se discierne el corazón de Dios?. En la oración.
Antes de hablar acerca de cómo debemos orar, quiero hacer algunas
aclaraciones. ¿Por qué no oramos?.

1. No oramos porque no entendemos lo que es la oración. No me


gustaba comer atún. No me gustaba oler el atún. El problema era que
nunca lo había probado. Un día, mi esposa me hizo un emparedado de
atún. Lo comí porque ella insistió. Me encantó. Ahora como atún. Es
muy bueno para la salud y es delicioso.
Muchos no oran porque creen que la oración es un ejercicio
espiritual en el cual se debe sufrir y por el cual hay que pagar un
alto precio. Otros no oran porque no conocen a Dios el Padre. Tienen
un concepto de un Dios aterrador. Cuando me preguntan en qué Dios
creo, contesto que creo en Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Jesucristo nos vino a revelar a Dios el Padre, y los
judíos fariseos se escandalizaron cuando Él lo llamó abba, forma que
puede ser traducida como «papito». Jesús no lo llamó Jehová de los
ejércitos, sino «papá». Jesús nos enseñó a orarle al «Padre que está
en los cielos».
Deje de pensar que usted nunca será una persona de oración. Deje de
pensar que usted es menos cristiano, menos espiritual, porque está
luchando por tener una vida de oración.
2. No oramos porque en el pasado no hemos recibido respuestas.
Posiblemente ha presentado sus peticiones al Señor con toda la
sinceridad de su alma; aparentemente, Dios no oyó su petición y no
le contestó. Algunas veces le pedimos a Dios que preserve algunas
cosas que nos ayudan a mantenernos fuertes. Y de repente Dios las
elimina. De repente quita de nuestra vida personas, actividades,
recursos que a nuestro entender nos ayudaban a mantenernos fuertes
en Dios. Es que Dios contestó la petición. Apartó lo que creíamos
que nos fortalecía, pero que sabía que no nos eran de beneficio.

· Cuando Dios guarda silencio ·

Muchas veces Dios se queda callado, no habla, no se manifiesta.


Cuando esto ocurre, puede haber dos razones:

1. Nuestras oraciones son incorrectas.


2. Nuestra oración abarca tanto que no captamos todo lo que
representa y Dios se tomará tiempo para contestarla. La voluntad de
Dios no es simplemente contestar nuestra oración, también es que
aprendamos a discernir Su corazón.
La oración no es para conseguir algo de Dios. La oración es para
tener perfecta comunión con Él. La oración es para ser uno con Él.
No somos clientes de Dios. En la oración no vamos a comprar algo que
se paga con sacrificio, con insistencia, con devoción. Somos Sus
hijos. Él es nuestro Padre. No nos oye por nuestra devoción, sino
porque somos hijos redimidos por la sangre de Cristo Jesús.

Si vamos al lugar de oración sólo para pedir, somos como una novia
caprichosa que en el altar presenta a su novio una lista de
condiciones. ¿Qué le parecería si una novia comenzara a presentarle
al novio, frente al ministro, frente a la congregación y frente a
los invitados, sus condiciones para darle el sí? Está dispuesta a
casarse siempre y cuando su novio se comprometa a proporcionarle una
casa cómoda, dinero, un buen automóvil, seguridad económica para el
resto de su vida, mucha felicidad y total salud. Muchos creyentes se
presentan al Señor en oración con una lista de compras. Señor, dame
esto, aquello y lo de mas allá. Si me das esto, me sentiré bien,
oraré más y te serviré. Tengamos el concepto correcto:

a) No oramos para sentir la presencia del Señor.


b) No oramos para recibir respuesta de Él.
c) No oramos para recibir experiencias espirituales.
d) No oramos para recibir paz.
e) No oramos para explicarle nuestros problemas.

Oramos para ser uno con Dios, para que Él nos muestre Su voluntad.
No oramos para detallarle nuestros dolores y conflictos sino para
que Él nos explique Su voluntad en nuestros dolores y conflictos.
Oramos para que Él nos muestre Su voluntad en nuestras diarias
tentaciones.
«Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de
tu corazón», dice Salmo 37.4. Yo lo entendía de la siguiente manera:
si me deleito en Jehová, todos los deseos que se aniden en mi
corazón serán concedidos. Dios se deleitará tanto en mí que me dará
todo lo que le pida. ¡No!. Eso no es lo que dice este versículo. El
salmista está diciendo lo siguiente:

1. Deléitate en Jehová. La palabra deléitate significa ser


moldeable, suave y flexible. El salmista nos exhorta a estar
dispuestos a ser moldeados por Dios.
2. Él te concederá. Si permito que Dios me moldee, me dará algo. La
palabra dar da también la idea de «producir». En la vida que es
moldeada, Dios produce frutos.
3. Los deseos de tu corazón. En la vida que está siendo moldeada,
Dios produce el fruto de ciertos deseos. Esos deseos los produce
Dios y están en conformidad con Su voluntad. La palabra deseo
implica petición, pedido.

Este famoso versículo nos dice que si nos deleitamos en Jehová, Él


producirá peticiones en nuestro corazón. Nuestras peticiones son
egoístas, humanas y cortas de vista. Las peticiones de nuestro Sumo
Sacerdote, que intercede continuamente por nosotros, son perfectas y
conformes a la voluntad del Padre. El que se deja moldear por Dios
tendrá deseos divinos, peticiones celestiales, oraciones y deseos
que reflejan la voluntad y el deseo de Dios.
Cuando adoramos, contemplamos el corazón de Dios. Cuando oramos,
nos ponemos en las manos de Dios para que Él nos moldee según Su
voluntad. Cuando Él nos moldea, pone en nosotros Sus peticiones.
Todos las peticiones de Dios son cumplidas. Cuando Él pone deseos y
peticiones en nuestro corazón, esa oración es contestada.
Una mañana, mientras estaba adorando al Señor en el programa
radial, sentí un impulso profundo del Espíritu. En mi corazón oí muy
claramente una voz que me decía: «¡Pide ahora!». Recuerdo que saqué
mi cartera, la puse sobre la mesa de transmisión y dije: «Señor, en
este momento tú me estás mandando a pedir. Estás poniendo esta
petición dentro de mí. No tenía planeado hacerlo. Señor, aquí están
mis necesidades financieras. Súpleme. Gracias. Amén».
¡Cuánto tiempo había orado por mis necesidades!. Muchas veces me
parecía que cuanto más pedía, más triste y preocupado quedaba. Hay
una gran diferencia cuando Dios pone en mi corazón la petición de
orar por algo en específico. En ese momento, Dios me revela Su
voluntad, Su corazón, en cuanto a alguna determinada circunstancia.
Cuando Él me revela Su voluntad, pone Su petición en mí y me da fe
para pedir porque ya está hecho. Cuando lo veo hecho en el corazón
de Dios es porque será hecho en la tierra. Cuando Dios pone una
petición celestial en mi corazón, es porque será hecho en la tierra.
No tengo vergüenza en decirle que todavía estoy esperando que mis
necesidades financieras sean solucionadas. Pero sé una cosa con fe
absoluta. Dios puso en mí Su petición. Su petición fue puesta en mi
corazón. Él produjo en mí la fe para pedir algo que ya estaba hecho
en los cielos, en Su voluntad. La Palabra me dice que si pido de
acuerdo a Su voluntad, a Su corazón, a Sus deseos, todo lo que pida
en Su nombre «está hecho».

Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna


cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye
en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones
que le hayamos hecho (1ª Juan 5.14-15).

Cuando oramos, conocemos la voluntad de Dios en cuanto a las


circunstancias que afectan nuestras vidas. Él no esconde Su
voluntad, sino que la revela a los que se deleitan en el Señor.
Cuando vemos que nuestros problemas tienen solución en la voluntad
de Dios, caminamos por fe porque ya está hecho. Estos principios son
muy claros en la enseñanza de Jesús acerca de la oración. En el
capítulo 5 del evangelio según Mateo, la Biblia enseña la relación
que existe entre la Ley de Moisés y la Ley de Cristo. Jesús usa la
expresión «oísteis que fue dicho» en referencia a la Ley Mosaica, y
la expresión «pero yo os digo» en referencia a la Ley de Cristo. En
este pasaje, habla de homicidio (v. 21), adulterio (v. 27), divorcio
(v. 31), juramentos (v. 33), venganza (v. 38) y amor (v. 43). Jesús
culmina esta parte de Su enseñanza diciendo:

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los
cielos es perfecto (Mateo 5.48).

La única manera de ser perfectos como el Padre es cumplir la Ley de


Cristo. No se puede ser perfecto cumpliendo con la Ley de Moisés.
En Lucas 11.1 los discípulos le dicen a Jesús:
«Señor, enséñanos a orar como Juan a sus discípulos». ¿Cómo oraba
Juan?. ¿Qué había enseñado acerca de la oración?. Juan el Bautista
era un profeta del Viejo Pacto, regido por la Ley de Moisés. Como
buen judío, oraba tres veces al día repitiendo las oraciones hebreas
mecánicamente. Pero Jesús contesta: «Cuando oréis, decid...» (Lucas
11.2). Jesús les dio una nueva revelación. En el capítulo 6 de
Mateo, Jesús habla de dos actividades que debemos hacer en secreto:
dar a los necesitados y orar. Enseña que el Padre recompensa estas
dos actividades cuando se hacen en secreto, de acuerdo a la ley de
Cristo. Y a todo esto añade:

Vuestro Padre sabe de qué cosa tenéis necesidad, antes que vosotros
le pidáis (Mateo 6.8).

Jesús nos dice que le pidamos al Padre. Nosotros entendemos que


pedir es presentar una petición basada en una necesidad. Pero el
«pedir» al que se refiere Jesús es como el de un ciudadano que pide
protección de su gobierno, o el de un hijo que pide comer en la mesa
de sus padres, o el de una persona que reclama un producto o un
servicio que ya ha sido pagado. Podemos pedirlo y demandarlo porque
ya es nuestro, está a nuestra disposición. Cuando oramos, pedimos
algo que ya es nuestro. No mendigamos, ni suplicamos a ver si por si
acaso Dios nos tiene lástima y nos contesta. Cuando oramos,
invocamos al «Padre nuestro» como nos lo enseñó Jesús (Mateo 6.9).
Él es nuestro Padre y nosotros somos Sus hijos. El privilegio de
ser hijos no lo obtuvimos nosotros. Ese hermoso privilegio nos lo
obtuvo Jesús a través de Su vida, muerte y resurrección. Por eso nos
enseña que Dios es nuestro Padre que está en los cielos. ¿Qué
significa eso?.
Dios no opera según las limitaciones de la tierra. Él está en los
cielos y es Señor absoluto de ese lugar. Efesios 1.3 dice:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos


bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en
Cristo.

En los cielos no hay límites, no hay obstáculos. Fíjese bien que


nuestro Padre que está en los cielos tiene «toda la bendición
espiritual» a nuestra disposición. ¿Dónde están esas bendiciones?.
En lugares celestiales, en los cielos, en Cristo. Nuestro Padre es
el único que nos puede bendecir. Él es el único a quien hemos de
buscar. A Él solamente hemos de orar. A Él solamente hemos de pedir.
¿Qué pedimos?. ¿Qué pedimos sabiendo que está ya provisto?. Jesús
sugirió que pidamos tres cosas:

1. Santificado sea tu nombre (v. 9). El nombre de Dios debe ser


santificado en nuestra vida. ¿Cómo se santifica el nombre de Dios?.
Él se santifica cuando honramos Su santo y digno nombre en nuestra
vida, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros
planes, en nuestro comportamiento, en nuestros pensamientos
secretos, en lo privado. Dios es honrado cuando todo aspecto de
nuestra vida refleja Su pureza y santidad. Por eso, luego de adorar
a nuestro santo Padre en los cielos, deseamos ser como Él. El primer
gemido que brota del corazón que está contemplando al Padre es:
«Todo lo que tengo, todo lo que soy, necesita ser purificado,
necesita ser cambiado a tu imagen, según tu voluntad».
2. Venga tu reino (v.10). La Palabra de Dios dice:

Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios,


ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios (Mateo 12.28).

Habiendo reunido a Sus doce discípulos, les dio poder y autoridad


sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a
predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos (Lucas 9.1-2).

Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz


y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14.17).

Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder (1ª


Corintios 4.20).
Ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios
está entre vosotros (Lucas 17.21).

El reino de Dios viene sobre mí cuando el Espíritu Santo me imparte


la justicia de Cristo por gracia, cuando me da gozo y paz y cuando
manifiesta Sus dones de sanidad en mi cuerpo. El reino de Dios viene
sobre mi vida cuando toda fuerza demoníaca es atada y echada fuera y
cuando el poder de Dios se manifiesta derribando las fortalezas
diabólicas y carnales. El reino de Dios viene cuando Jesucristo
demuestra que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Luego de contemplar que el Padre desea darnos toda bendición
espiritual en lugares celestiales, nuestro corazón responde:
«Señor, que todo en mi vida te honre. Señor que todo lo que soy y
todo lo que hago dignifique tu santo y glorioso nombre».
«Señor, hay cosas que no te honran en mi vida. Venga tu reino de
poder, salud y autoridad sobre todo lo que no te honra, sobre todo
lo que no santifica tu nombre».
3. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra
(Mateo 6.10). Aquí está el secreto. Todo lo que vemos en el corazón
de Dios, en el corazón del Padre que está en los cielos, está hecho.
Todo lo que sucede en el corazón celestial del Padre está consumado,
realizado. En el reino de Dios, todo sucede en los cielos
primeramente y luego se manifiesta en la tierra. Aquí está el
verdadero significado de la oración. En la oración, el creyente
discierne el corazón de Dios y se asegura que en el tiempo de Dios
será manifestado visualmente.

Por eso, repito, la oración no es simplemente para que Dios se


«mueva» o para que nuestras peticiones sean concedidas. Dios puede
contestar su oración sin que usted vea resultados tangibles. En la
oración, la respuesta la captamos por la fe. No hay otra opción.
Sabemos que Dios ha contestado nuestra oración porque hemos visto y
discernido Su corazón. Hay una gran diferencia entre simplemente
creer por que sí y creer porque hemos estado en comunión con el
corazón de Dios y hemos visto la respuesta.
Cuando entramos en una relación más personal con el corazón de Dios
vemos que Él se preocupa de las tres necesidades humanas básicas:

a) el pan de cada día.


b) el perdón de nuestros pecados.
c) las tentaciones y el mal que nos rodean.

Desde el primer grado hasta que me gradué de la universidad, mis


padres se ocuparon de mi educación y mi salud. Para los buenos
padres es sumamente importante que sus hijos tengan salud física y
una carrera que les permita enfrentar los desafíos de la vida. Si mi
padre terrenal se ocupó de mí, si mi madre se ocupó en alimentarme
con lo mejor y más saludable, cuánto más nuestro Padre celestial.
Fíjese bien que Jesús no nos manda a pedir pan. Simplemente nos
manda a declarar ante el Padre que el pan de cada día proviene de
Él. Cuando presentamos nuestras peticiones al Padre, no rogamos como
huérfanos. Sabemos que en Su voluntad tenemos pan hasta el último
día de nuestra vida en esta tierra. No nos preocupamos del pan de
mañana porque ya está provisto. En la oración de hijo a Padre lo que
hacemos es expresar confianza, esperanza, paciencia y fe en nuestro
proveedor. No recibimos el pan por nuestro sacrificio, por nuestra
devoción ni por las horas que pasamos en Su presencia. Lo recibimos
porque Él es nuestro Padre.
Lo mismo ocurre con el perdón de nuestros pecados. El Señor no nos
mandó pedir ser perdonados. Jesús sabía que nuestros pecados iban a
ser pagados en la cruz. Como nuestra deuda está pagada, no pedimos
que sea pagada de nuevo. Después de todo, ni las súplicas, ni los
sacrificios ni las penitencias nos producen el perdón. Simplemente
confesamos nuestros pecados y Él nos limpia de todos nuestros
pecados pasados, presentes y futuros. En esta oración nos apropiamos
del perdón que en Su corazón Dios ya nos ha concedido.
Y lo mismo ocurre con la protección de las tentaciones. Jesús nos
manda a esperar que nuestro Padre no nos meterá ni guiará a ninguna
tentación. Esta no es petición ni ruego. Nuestro Padre nunca nos
guía hacia el mal. Satanás sí, pero nuestro Padre no. Dios tiene
preparado caminos de bien, de bendición y de gracia.
Oí la historia de un pobre agricultor del estado de Texas. Había
vivido una vida de sacrificios. Trabajó la tierra hasta muy avanzada
edad. Nunca pudo triunfar en lo económico. Toda la vida vivió en una
choza sin agua corriente, sin electricidad y sin comodidades
modernas.
Antes de morir recibió la visita de un empresario. Aquel hombre le
informó que a pesar de que había sido muy pobre, era muy rico. La
tierra que nunca le había dado fruto era un gigantesco depósito de
petróleo. Era millonario y no lo sabía. Debajo de sus pies había un
tesoro petrolero inmenso. Nunca fue pobre. Era rico, pero no lo
sabía.

· Propósitos escondidos de Dios ·

Jesús culmina la oración modelo con una alabanza:

Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria por todos los


siglos. Amén (Mateo 6.13).

El final de toda oración debe ser una alabanza. El creyente que ha


contemplado el corazón del Padre ha discernido Sus propósitos, se ha
apropiado por la fe de la bendición espiritual conforme al corazón
del Padre, y termina regocijándose. La razón de nuestro gozo, a
pesar de que todavía no hemos recibido la manifestación de la
bendición, está basada en que nuestro Padre es el dueño del reino y
tiene todo poder y gloria sin límites por siempre. ¡Aleluya!.
Entonces, ¿cómo debemos orar?. Sabiendo que en el corazón del Padre
nuestro pan, nuestro perdón y nuestra protección están asegurados,
debemos orar, no mendigando, sino sabiendo que en el corazón del
Padre que está en los cielos hay bendiciones espirituales y
materiales ya provistas y pagadas.
Siempre creí que Dios deseaba que pasáramos horas de rodillas
suplicándole alguna bendición. Ahora entiendo que mi Padre no lo
espera. Ahora entiendo que lo que desea es tener comunión conmigo
para que lo conozca, para que entienda Su voluntad. Al tener
comunión con nuestro Padre, Él nos revela Sus deseos y propósitos en
cuanto a nuestra vida, propósitos que están escondidos en Su
corazón. Y cuando Dios nos lo revela, somos renovados. Entonces nos
sucederá lo mismo que le ocurrió al apóstol Pedro.
Mateo nos cuenta que Jesús se acercó a Sus discípulos y les
preguntó:

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?. Ellos dijeron:
Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de
los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón,
hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre
que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro
(Mateo 16.13-18).

Simón, hijo de Jonás, quería conocer al Mesías. Era un hombre


determinado y violento. Había sido miembro de un grupo llamado los
zelotes. Pero cuando el Padre le reveló Su corazón, Simón vio a
Jesús, al Cristo. Cuando recibió esta revelación, Su vida cambió. De
Simón, el zelote judío, se transformó en Pedro, la pequeña piedra.
Cuando el Padre nos revela Su corazón y Sus propósitos, cambiamos,
Él nos cambia. Entonces no dudamos, no titubeamos. Somos firmes
porque conocemos la voluntad del Padre.

· Momentos con Dios ·

Es necesario desarrollar una vida de oración. Entréguele tiempo al


Señor. El elemento más importante que le ofrecemos en la oración es
el tiempo. ¿Alguna vez vio como se colocan los cimientos de una
casa? En primer lugar, se toman las medidas. Se ponen estacas en el
terreno que determinan el tamaño de los cimientos. Luego se excava
la tierra y se rellena de cemento. Cuanto más profunda sea la
excavación, más cemento se necesita. Cuanto más cemento, más fuerte
son los cimientos.
En la oración, nosotros excavamos para hacer los cimientos de
manera que Dios venga y los llene con Su revelación. Los cimientos
son tiempo, minutos y horas que le entregamos a nuestro Padre para
que Él nos revele y nos transforme. A menor tiempo, menos
revelación.
¿Qué hacemos luego de separar el tiempo necesario para orar, para
tener comunión con nuestro Padre?. Adoramos. Contemplamos. Cantamos.
Nos humillamos. Esperamos. Luego, esperamos un poco más. No
permanecemos inactivos, sino que adoramos, cantamos, levantamos las
manos, confesamos nuestras faltas y nuestro anhelo de ser como
Jesús. Durante esos momentos de espera, el Espíritu Santo
interviene.
El Espíritu Santo nos vivifica en esos momentos de espera. Así lo
afirma la Biblia:

Vida nos darás, e invocaremos tu nombre. ¡Oh Jehová, Dios de los


ejércitos, restáuranos!. Haz resplandecer tu rostro, y seremos
salvos (Salmo 80.18-19).

Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y


cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con
el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu
de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados
(Isaías 57.15).

Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora


en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en
vosotros (Romanos 8.11).
En esos momentos cuando lo único que podemos hacer es declarar
nuestro quebrantamiento, nuestra incapacidad frente al Padre, el
Espíritu sopla con una ráfaga de vida. Según Pablo, ¿qué hace el
Espíritu?.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues


qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que
escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu,
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. Y
sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados (Romanos
8.26-28).

La Biblia enseña que Jesucristo es nuestro Sumo Sacerdote. Él es


nuestro intercesor. En todo momento está intercediendo por nosotros.
Y lo maravilloso es que Él es el único que sabe orar correctamente
por nosotros, pues conoce todo aquello que verdaderamente
necesitamos. No sé lo que está orando al Padre en mi favor, pero el
Espíritu Santo sí lo sabe. Cuando nos vivifica, el Espíritu Santo
nos revela la oración intercesora de Cristo y la palabra iluminada
para ese momento y situación específica.
Jesús dijo:

Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra


[rhema] que sale de la boca de Dios (Mateo 4.4).

Esa palabra [rhema] es palabra iluminada, vivificada para un


momento o una situación específica. Es palabra iluminada de vida.
Captarla no es simplemente leer la Biblia. Es saber que un pasaje
bíblico es el mensaje de Dios en ese momento dado. Es saber que
Jesús está orando esa misma oración en los cielos.
El Espíritu Santo es el que nos lo revela. Cuando lo hace, nace la
oración en el Espíritu. Nos unimos al corazón de Jesús, tenemos
comunión con el Padre, oramos lo mismo que nuestro Sumo Sacerdote
ora y nuestra oración halla respuesta. El Padre siempre concede las
peticiones de Su Hijo a nuestro favor.
Por tanto, es preferible que cante y adore al Señor hasta que el
Espíritu Santo lo vivifique. Espere. A menudo hablamos tanto al orar
que el Espíritu nos quiere vivificar y no puede. Recuerde: la
oración todopoderosa es la inspirada por el Espíritu Santo.
La oración es todopoderosa cuando el Espíritu Santo nos revela la
oración intercesora de Jesús a nuestro favor. Jesús es todopoderoso.
Antes de concluir, deseo hablar de algunas experiencias que he
tenido. Cuando no hemos desarrollado una verdadera comunión en la
oración, básicamente estamos orándonos a nosotros mismos. Cuando no
hay relación, se ora por la necesidad, por el aprieto, por el deber.
Cuando no hay intimidad, se ora para aliviar la culpa. Cuando no hay
unidad de corazón, se ora para recibir alguna bendición, alguna
experiencia. La oración es mecánica. No hay adoración. No conocemos
el corazón de Dios. No tenemos tiempo para esperar. No tenemos ni la
paciencia ni el tiempo para esperar por el impulso del Espíritu
Santo.
Esa es una posición sumamente peligrosa. Así no recibiremos la
vivificación del Espíritu sino «imaginaciones». Nos imaginaremos que
Dios nos está hablando. Nos imaginaremos que estamos recibiendo
dirección del cielo. Nuestra mente es muy capaz de engañarnos.
Conozco a personas que han oído voces que se han identificado como
«Jehová de los ejércitos». Son voces que suenan muy religiosas y muy
bíblicas, pero no vienen de Dios. Muchos son engañados pensando que
Dios está hablando. El problema es que el que no tiene diaria
comunión con el Padre, será víctima de imaginaciones y visiones
falsas. Por eso hay tantos que corren hacia campañas, conciertos,
cultos, conferencias, buscando la dirección de Dios a través de
hombres y mujeres que supuestamente oyen la voz de Dios.
Jesús dijo:

Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que


piensan que por su palabrería serán oídos.

La palabra vana equivale a «vacía». Jesús dijo que la repetición de


palabras es vacía. En aquellos tiempos, los judíos criticaban a los
gentiles por esto. Pero hoy oigo muchas vanas repeticiones en
nuestras iglesias, en oraciones que simplemente son expresiones
aprendidas que repetimos automáticamente.
¿Cuál es la oración de Jesús en el cielo?. Esa debe ser nuestra
oración. Juan 17 presenta siete peticiones de Jesús a favor nuestro:

1. Que el Padre sea glorificado en la glorificación del Hijo Jesús


(v. 1).
Mi oración: Padre, glorifica a Jesús el Salvador en mi familia;
salva a mis seres queridos. Glorifícate, glorificando a Jesús el
sanador, el proveedor, el libertador, el Ungido de Dios.
2. Por la restauración de la gloria eterna del Hijo (v. 5).
Mi oración: Señor Jesús, nada de esta tierra se compara con tu
gloria. Mi mirada está fija en la gloria que un día tendrás.
Satanás, sus ángeles y todos los reinos de esta tierra tienen gloria
pasajera.
3. Por la protección de los creyentes del mundo (v. 11) y del mal
(v. 15).
Mi oración: Señor, en este momento estás orando por mi protección y
seguridad. No tengo temor porque todo lo que le pides al Padre es
concedido.
4. Por la santificación de los creyentes en la Palabra, en la
verdad (v. 17).
Mi oración: Señor, tu Palabra no es para escudriñarse por
obligación. Hoy leo y estudio tu Palabra porque es verdad y esa
verdad me santifica.
5. Por la unidad espiritual de los creyentes (v. 21).
Mi oración: Señor, haznos uno. Como tú y el Padre son uno, hazme
uno con mis hermanos y hermanas aunque sean diferentes, de otra raza
o nacionalidad.
6. Que el mundo crea en Jesús (v. 21).
Mi oración: Señor, no oro que la iglesia crezca. Oro que todos crean
en ti. Tú eres el Salvador del mundo.
7. Que los creyentes puedan estar con Cristo, compartiendo Su
gloria (v. 24).
Mi oración: Señor, ven pronto. Te espero. Nada en esta tierra me
interesa. Gracias porque has preparado un lugar para mí. Gracias
porque has creado un paraíso para mí.

Capítulo #9:La alabanza que prevalece


Cuando una persona vuelve su corazón a Dios sin pactar con la
mente natural, experimenta resistencia. Lo natural, lo humano,
lo carnal siempre se opondrá a la obra del Espíritu Santo. La
Biblia nos lo advierte.
Los verdaderos adoradores incomodan a muchas personas. Son
muy transparentes, directos y no son buenos políticos. Su
único compromiso es con el latido del corazón de Dios. No
todos los que adoran tienen ese mismo compromiso. Un gran
número de cristianos no conocen el corazón de Dios y se dejan
guiar por lo que dice la mayoría, por las tradiciones y por lo
que parece convenir. Cuando un verdadero adorador comienza a
hablar, no lo entienden y se resisten. Esto siempre ha
sucedido y seguirá sucediendo aunque se muestre con diversos
rostros.
Desde el primer día, Dios comenzó a renovar a los empleados
en la emisora. La programación cambió. La música cambió. El
estilo de ministración cambió. Y Dios no se detuvo allí. Los
radioescuchas comenzaron a experimentar lo mismo. Muchas veces
me sucedía que estando solo en el estudio de radio, adorando
al Señor en vivo, el Espíritu Santo me hablaba, me tocaba, me
redargüía, me consolaba. Pero aun lo más hermoso fue que en
ese mismo momento que estaba obrando en mí, lo hacía también
en miles y miles de personas que estaban en sintonía.
Muchas personas, líderes, laicos, amigos y compañeros no
supieron entender. Debido a los testimonios que llegaban
diariamente, a los que salían al aire y los que testificaban
en sus iglesias, mi nombre comenzó a resonar. Aquellos que no
comprendían lo que estaba sucediendo me acusaron de que quería
levantarme como un profeta sobre la ciudad, de proyectar mi
propio ministerio, de buscar fama y renombre. Otros dijeron
que empleaba determinado tipo de música en la adoración y en
la alabanza porque tenía intereses financieros en la promoción
de dicha música. Me acusaron de tratar de introducir música
ajena a las culturas caribeñas, dado que la mayoría de la
música de adoración y alabanza tiene melodías hebreas y
anglosajonas traducidas del inglés. Además, la mayoría de los
músicos de esta línea son oriundos de Centroamérica y México.
Cuando estas acusaciones infundadas no produjeron resultado,
comenzaron las más refinadas. Yo seguía hablando del corazón
del adorador, de la gracia, del nuevo pacto, del enfoque de
nuestra mirada. No hablaba de doctrinas ni de costumbres
denominacionales. La siguiente acusación fue que no estaba
enseñando a la gente a purificarse exteriormente. Yo solamente
hablaba de la pureza interior. Por eso me acusaron de
«mundano» y «liberal».
A los seis meses, comenzamos a tener cultos de alabanza y
adoración organizados por Radio Visión. Probablemente nuestras
reuniones son diferentes a otras. Hacemos cultos a Jesús y
hemos determinado que todo lo que se hace debe dirigirse a Él.
Por eso no hacemos presentaciones de personajes que participan
en el programa. Simplemente preparamos un programa ordenado y
lo sometemos a la voluntad del Espíritu Santo.
Para seguir las recomendaciones de la Biblia en Salmo 100.4,
comenzamos toda celebración con música alegre, haciendo
alardes de nuestro Dios. Entramos a Su presencia con
agradecimiento. Estos son momentos de alegría, de euforia.
Tenemos razones para alegrarnos. Nuestro Dios es un Dios vivo
y es nuestro Padre. Él ha provisto un Salvador y Su nombre es
Jesús. Nuestro Padre nos ha enviado un Consolador, el Espíritu
Santo, quien no habita en edificios, sino en nuestro ser.
Somos aceptos en el Amado, Cristo Jesús. Aunque sabemos que en
esta tierra pasamos por aflicciones, también sabemos que
tenemos preciosas promesas en las que podemos confiar
plenamente.
Durante la alabanza, el Espíritu Santo hace sentir Su
presencia. Se manifiesta en toda vida que glorifica y exalta
al Hijo de Dios, Jesucristo. Con ese propósito fue enviado.
Cuando la presencia del Espíritu se hace real, generalmente no
se produce un ambiente de gozo. El Espíritu empieza a hablar,
a redargüir y a consolar. Ese es el momento de adorar, de
arrepentirse, de rendirse. La música cambia. El ambiente
cambia. Entramos en la adoración al rendir nuestro corazón a
Dios para que Él haga lo que quiera. Después predicamos la
Palabra y concluimos regresando a la adoración.
Estos son los momentos cruciales. La gente ha sido
confrontada con la Palabra de Dios, y es hora de tomar una
decisión. Si se lanza un desafío inmediatamente después del
mensaje, muchos responden emocionalmente. Pero si se les da
unos minutos para que mediten, toman decisiones sabias.
Después de un tiempo de adoración no hay que insistir mucho:
las almas se rinden a los pies de Cristo y reciben liberación
inmediata.
En el primer culto hubo una asistencia de más de dos mil
personas y cientos quedaron afuera. Desde entonces, una vez al
mes hacemos concentraciones de alabanza y adoración a nuestro
Señor. Miles de personas llenan los auditorios más grandes de
la ciudad para adorar y alabar al Señor unidos. Los resultados
son maravillosos. Miles han entregado sus vidas al Señor
Jesús. Otras tantas han sido renovadas en su vida espiritual.
Asimismo sorprendentes milagros ha realizado el Espíritu Santo
en muchas de ellas.
La última acusación recibida fue que estábamos tratando de
imponer un nuevo sistema de cultos. Decían que intentábamos
cambiar los cultos tradicionales por un nuevo programa con
nuevas técnicas. Sinceramente no sé a qué nuevo sistema se
refieren porque simplemente vamos a esas reuniones a adorar y
a exaltar a Jesucristo, el Señor.
No comprendía las críticas. Los inconversos eran salvos. Los
descarriados volvían a las iglesias por montones. Los enfermos
eran sanados. Los creyentes experimentaban una renovación
espiritual. Los oprimidos eran liberados. ¿Por qué tanta
crítica?. ¿Por qué tanta desconfianza?. Dios me respondió con
claridad: ¡Necesitaba aprender a alabar a Dios!. Esto no lo
entendí. Vengo de un trasfondo pentecostal. Si hay una iglesia
que dice saber alabar es la pentecostal. Pensaba que sabía
alabar a Dios hasta que me enfrenté a la oposición. Entonces
entendí cuál es la verdadera alabanza.
La alabanza ha sido una parte muy importante en la liturgia
de la iglesia cristiana. Los evangélicos han entendido la
alabanza como una actividad que trae gozo y alegría a nuestras
congregaciones. En miles de iglesias alrededor del mundo y en
cientos de actividades cristianas, se exhorta a la
congregación a alabar a Dios. Desde el púlpito se ordena
levantar las manos, declarar las grandezas y maravillas de
Dios, cantar en voz alta, gritar, brincar, remolinear, sonreír
y un sinnúmero de otras acciones físicas y verbales que en
conjunto denominan «alabanza». Cuanto más se grita, más se
canta y menos silencio hay, más intensa es la alabanza. El fin
de todas esas acciones denominadas alabanza es producir «gozo»
o «alegría» en la congregación.
Es lógico que se procure. ¿Quién no tiene dificultades en la
vida?. ¿Quién no está pasando por necesidades, conflictos,
aprietos e incertidumbres?. Cuando asistimos a una reunión
cristiana, vamos con cargas espirituales, físicas, familiares,
financieras. Al contemplar la grandeza y majestad de nuestro
Señor, ponderamos nuestra situación miserable y nos trabamos
en las palabras de Pablo a los Romanos: «Miserable de mí,
¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7.24).
Sí; nos trabamos, nos quedamos paralizados en nuestra miseria.
Para colmo, el acusador, Satanás el diablo, nos ayuda y pone
sobre nuestras conciencias su «lupa», su «lente de aumento» y
hace nuestra miseria más pronunciada. Así entramos a un culto,
así muchas veces comenzamos nuestro día en oración, así nos
sentimos cuando pensamos en las cosas de Dios.
Encima de esta situación, pareciera que hay una mentalidad
muy secular en nuestros cultos. Hay presión sobre los
ministros, sobre los líderes, que anhelan ser aceptados y
admirados por la congregación. Los líderes sienten la tremenda
presión de «producir» cultos donde todos reciban «bendición» y
todos se «gocen». Esta presión, repito, viene de la gente que
juzga a sus líderes por los cultos que dirigen. Pareciera que
muchos tienen un termómetro de la espiritualidad en las
reuniones.
En nuestra vida privada devocional, nos echamos también la
responsabilidad de experimentar alegría, euforia o bienestar
todas las veces que oramos, leemos la Biblia y testificamos a
otros de Cristo. Estamos obsesionados con sentirnos bien.
Estamos obsesionados con los resultados. Queremos ser
sacudidos todas las veces que nos comprometemos en alguna
actividad espiritual.
Yo estaba atado a eso. Toda mi vida creí que cuando se
alababa había que celebrar, que hacer fiesta, que demostrarlo
efusivamente, había que sentir el «fuego», los «ríos de agua
viva». Toda mi vida creí que «no puede estar triste el corazón
que alaba a Dios», que el que alaba a Dios se «goza»; que la
alegría nunca tenía que «salir» de mí. Siempre pensé que todo
esto tenía que ver con la alabanza.
Pero, ¿qué sucede cuando vienen los problemas o las falsas
acusaciones?. ¿Qué sucede cuando se pierde algún ser querido o
cuando experimentamos desilusiones?. ¿Qué sucede cuando
gritamos, «alabamos», cantamos y remolineamos pero el peso no
se va?. A mí me estaba sucediendo eso mismo. En los momentos
más gloriosos de mi vida me tocaba pasar por una oposición que
me quitaba el gozo. Y me preguntaba: Si estaba haciendo la
voluntad de Dios, si estaba creciendo espiritualmente, si mi
corazón por primera vez estaba vuelto a Dios con todas mis
fuerzas, ¿por qué aquella oposición?.
Durante esos días de incertidumbre, sentí deseos de comenzar
un estudio versículo por versículo de la epístola a los
Hebreos en la clase de Escuela Dominical que dirijo. Al
estudiar la situación de la comunidad cristiana a la cual fue
dirigida la epístola a los Hebreos, encontré lo siguiente:

1. Los Hebreos eran una comunidad de judíos que habían


aceptado a Jesús como Salvador y Mesías.
2. En su condición de cristianos, ya no ofrecían sacrificios
de animales en el Templo de Jerusalén, que todavía no había
sido destruido.
3. Los judíos religiosos ortodoxos habían montado una campaña
de persecución violenta contra aquellos creyentes. Muchos
cristianos habían ido a parar a la cárcel, y otros estaban
atravesando pruebas difíciles.
4. Debido a la persecución, un grupo de judíos cristianos
estaban pensando en la posibilidad de volver al Templo judío
para ofrecer sacrificios según la tradición.
5. El escritor de este libro envía esta epístola para
animarlos a seguir con los «ojos puestos en Cristo Jesús, el
autor y consumador de la fe».
¡Qué situación más difícil!. Pero en medio de la persecución
dolorosa, el escritor dice:

Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la


hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron
ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais presos
juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también
vosotros mismos estáis en el cuerpo[...] Sean vuestras
costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora;
porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que
podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no
temeré lo que me pueda hacer el hombre[...] Jesucristo es el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13.1-3,5-6,8).

El escritor ahora explica:

Tenemos un altar (v. 10).

Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando su


vituperio (v. 13).

El escritor finaliza este pensamiento, diciendo:

Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él,


sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que
confiesan Su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os
olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios (Hebreos
13.15-16).

Aquellos cristianos estaban perdiendo sus trabajos, su


posición social y sus bienes materiales. El escritor los
exhorta a amarse con amor fraternal y a preocuparse de las
necesidades de los demás. Luego les manda no ser avaros, no
amar el dinero. La voluntad de Dios era que no tuvieran por
costumbre amar los bienes materiales. Debían acostumbrarse a
estar «contentos» con lo que tenían, actitud muy encomiable
pero imposible a menos que consideraran el versículo que
sigue. En ese versículo, el escritor cita la promesa que Dios
le hizo a Jacob cuando huía de su hermano Esaú, a Josué antes
de entrar a la tierra prometida y a Salomón al tomar el trono
de Israel:

1. Estoy contigo.
La promesa a Jacob fue que la presencia de Dios iría con él a
dondequiera que fuera. En hebreo, la palabra presencia
significa también «faz» o «rostro». La promesa es que Dios
caminaría delante de Jacob, no mirando hacia adelante sino
hacia Jacob, hacia el que necesitaba protección. Dios recorre
los caminos que todavía no hemos caminado siempre con el
rostro dirigido hacia Sus hijos. El rostro de Dios no está
dirigido a la bendición, a la solución de su problema. El
rostro de Dios está vuelto hacia usted. Dios está más
interesado en nosotros que en la solución de nuestros
problemas terrenales. Como dice la Biblia, «Sus ojos ven, sus
párpados examinan a los hijos de los hombres[...] El hombre
recto mirará su rostro» (Salmo 11.4,7).
El hombre recto, el justo, contemplará el rostro de Dios,
porque Dios contempla al hombre recto y justo.
2. No te desampararé.
Una traducción literal de este texto sería: «No, nunca,
ciertamente no, de ninguna manera te dejaría de la mano, te
dejaría hundir, te quitaría el apoyo». El verbo está en modo
potencial, y expresa que no existe la posibilidad más remota
de que nos desampare.
3. No te dejaré.
Aquí también Dios usa un doble negativo. Una traducción
literal podría decir: «Ni tampoco, no, ciertamente no, de
ninguna manera te abandonaría, te dejaría en aprietos, sin
ayuda, te abandonaría moribundo». No existe la posibilidad de
que Dios nos abandone.
Esta promesa la podemos decir «confiadamente», con valentía,
coraje y ánimo: Dios es nuestro ayudador. El original implica
«el que corre a ayudar, a socorrer». Si Dios corre cuando
necesitamos ayuda, no temamos lo que nos pueda hacer el
hombre. Esta promesa era para aquellos cristianos hebreos que
estaban bajo la amenaza de hombres religiosos que podían
destruir sus vidas y sus familias. Querían obligar a los
cristianos a volver a la tradición del altar de sacrificios en
el Templo. Los estaban amenazando hasta con la muerte. Ya se
había manifestado ese espíritu en las persecuciones en
Jerusalén, después del martirio de Esteban. Pablo y los
apóstoles misioneros sufrían continuamente en manos de
aquellos religiosos militantes.

El escritor les explica que no debían temer porque había


«otro altar»: el altar sobre el cual Jesucristo fue
sacrificado. Aquel altar no estaba en el Templo, puesto que
era Jesús mismo, nuestro ayudador, el que es el mismo ayer,
hoy y por los siglos. Pero cuando vamos a un altar, no podemos
ir con las manos vacías. El propósito de ir a un altar es
presentar sacrificio, ofrecer algo valioso, deshacernos de
algo que nos cuesta. En un altar se presenta una ofrenda. En
el altar que es Jesucristo mismo debemos ofrecer sacrificio.
¿Cómo se va a ese altar?. Llevando el «vituperio» de Jesús, la
difamación y la vergüenza que Cristo soportó durante Su pasión
y muerte. Jesucristo no trató de escapar del sufrimiento. No
experimentó gozo al cargar la cruz, sufrir azotes y pasar por
muerte de cruz. Estaba presentando un sacrificio y a la vez
contemplando el gozo puesto delante de Él: la resurrección y
la gloria del trono a la diestra de Dios.
En el capítulo 13 el versículo 15 explica que el sacrificio
que se debe presentar ya no es un animal, ni esfuerzos
humanos, ni ceremonias. Se presenta sacrificio de alabanza, el
fruto de labios que confiesan el nombre de Jesús el Mesías, el
que no cambia, nuestro ayudador, el que no nos dejará ni
desamparará. En Él hemos depositado nuestra fe.
El proceso es el siguiente:

1. Considero mi situación miserable, mi vituperio.


2. Me conformo con lo que poseo en el presente porque mi
corazón está agradecido a Cristo por la salvación y la vida
eterna.
3. Ofrezco el fruto de mis labios, sacrificio de alabanza a
Jesús, el inmutable, mi ayudador.

Uno no alaba para sentir gozo. La alabanza es un sacrificio.


No estamos presentando un sacrificio cuando alabamos para
sentir gozo, para sentirnos mejor, para que todos digan que
tuvimos un culto tremendo. La alabanza es un sacrificio a
Jesús, nuestro Salvador y Rey. No tiene que ver con lo que
sentimos, tiene que ver con la grandeza y la fidelidad de
Dios.
La alabanza es una de las armas más poderosas del cristiano.
En una guerra el soldado no se detiene para preguntarse si
siente deseos de pelear. Cuando hay una avanzada del enemigo,
el soldado resiste, pelea y se defiende. Cuando uno está en
conflicto, no está muy alegre. Sin embargo, es el momento de
alabar, de pelear.
En Jueces se nos relata la conquista de la tierra prometida.
Luego de la muerte del gran líder Josué, quedó mucho
territorio por conquistar. La tierra de Canaán estaba ocupada
por los cananeos. Dios había sacado a Su pueblo de Egipto, los
había protegido en el desierto y los había llevado a la tierra
prometida. La promesa era clara. La tierra les pertenecía.
Tenían que tomar posesión de ella.
Cuenta el libro de Jueces que después de la muerte de Josué,
«los hijos de Israel consultaron a Jehová, diciendo: ¿Quién de
nosotros subirá primero a pelear contra los cananeos? Y Jehová
respondió: Judá subirá; he aquí yo he entregado la tierra en
sus manos» (Jueces 1.1-2).
Dios ordenó que Judá peleara. Judá significa «alabanza». Judá
era el cuarto hijo de Jacob. Antes de morir, Jacob bendijo a
Judá (o sea, a Alabanza) así:

a) Judá, te alabarán tus hermanos;


b) Tu mano en la cerviz de tus enemigos;
c) Los hijos de tu padre se inclinarán a ti.
d) Cachorro de león, Judá;
e) De la presa subiste, hijo mío.
f) Se encorvó, se echó como león,
g) Así como león viejo: ¿quién lo despertará?
h) No será quitado el cetro de Judá,
i) Ni el legislador de entre sus pies,
j) Hasta que venga Siloh;
k) Y a Él se congregarán los pueblos (Génesis 49.8-10).

La bendición de Jacob es agresiva, militante y victoriosa. El


rey David declaró:

Pero Jehová el Dios de Israel me eligió de toda la casa de mi


padre, para que perpetuamente fuese rey sobre Israel; porque a
Judá [Alabanza] escogió por caudillo (1º Crónicas 28.4).

Cuando el pueblo de Israel marchó por el desierto, Judá


[Alabanza] iba al frente. Judá marchaba con el rostro hacia la
tierra prometida, y Dios los guiaba con Su presencia.
El estandarte de Judá era la figura del cachorro de león. En
Su bendición, Jacob había dicho que Judá (Alabanza) era como
un león que cuando se encorvaba nadie se atrevía a
despertarlo. El cetro de autoridad estaba en las manos de
Judá, en las manos de Alabanza. Cuando los israelitas llegaron
a la frontera de Canaán, enviaron espías. Caleb fue en
representación de Alabanza. Cuando había que pelear, Dios
siempre enviaba a Alabanza por delante
El Salmo 76 dice:
a) Dios es conocido en Judá.
b) En Israel es grande Su nombre.
c) En Salem está Su tabernáculo.
d) Y Su habitación en Sion.
e) Allí quebró las saetas del arco.
f) El escudo, la espada y las armas de guerra (Salmo 76.1-3).

Dios es conocido en Judá-Alabanza: Dios se manifiesta en la


alabanza. Allí, Dios quiebra las saetas, el escudo, la espada
y todas las armas del enemigo.
El Salmo 149 explica que alabar no es una lucha en que se
trata de derrotar al enemigo. Es imponer obediencia a enemigos
que ya están derrotados.

Versículo 1: Cantad a Jehová cántico nuevo [fresco, recién


cosechado]. Su alabanza [canción, melodía] sea en la
congregación de los santos.
Versículo 2: Alégrese [resplandezca, brille] Israel en su
Hacedor [Creador y constante sustentador]. Los hijos de Sion
se gocen [remolineen] en su Rey.
Versículo 3: Alaben [con alardes, ostentación y jactancia] Su
nombre [honor, autoridad, carácter y posición] con danza, con
pandero y arpa a Él canten [cantar con acompañamiento
instrumental].
Versículo 4: Porque Jehová tiene contentamiento [placer,
satisfacción] en Su pueblo, hermoseará [ornamentará, decorará]
a los humildes [aplastados] con la salvación [Yeshua:
liberación, ayuda, victoria, prosperidad].
Versículo 5: Regocíjense [salten, brinquen] los santos por Su
gloria, y canten [griten fuertemente] aun sobre sus camas
[lugar de reposo].
Versículo 6: Exalten [eleven, suban a gran altura] a Dios con
sus gargantas, espada de dos filos en Sus manos.

En fin, que el salmista nos manda a alabar. Por lo tanto


debemos:

a) cantar cántico nuevo


b) alabar con melodías
c) alegrarnos
d) remolinear
e) hacer alarde de Su nombre
f) cantar acompañados de instrumentos musicales
g) regocijarnos, saltar
h) cantar, gritar fuertemente, dar alaridos

Estas son las manifestaciones exteriores de la alabanza.


En el versículo 6 vemos que alabar es exaltar a Dios. ¿Cómo
exaltamos a Dios?. Declarando que Él es más alto, más sublime
que cualquier circunstancia. Dios es más alto que la muerte,
que la tumba, que cualquier dolor o desilusión. Dios está por
encima de cualquier gobernador de esta tierra, de cualquier
experto, de cualquier organización, de cualquier amenaza de
hombres. Dios es más alto, más sublime y más elevado que
Satanás, que todo su ejército infernal, que cualquiera
religión, pacto y acuerdo.
¿Cómo exaltamos a Dios?. Con nuestra garganta. ¿A quién
exaltamos?. Solamente a Él. Muchos usan la garganta para
exaltar sus problemas. Otros para exaltar a Satanás. El que
alaba, exalta y eleva a Dios con su garganta.
Algunos dicen que no hace falta alabar tanto al Señor. Otros
dicen que alaban a Dios en privado, en la mente, en el
corazón. La alabanza no puede limitarse al pensamiento: hay
que expresarla con la garganta. ¿Por qué?. Porque nuestro
enemigo no es omnisapiente, y es necesario recordarle que en
esta batalla los hijos de Dios son vencedores en Cristo. En
esta batalla, los hijos de Dios no emplean armas mentales,
sicológicas o religiosas. Los hijos de Dios emplean el arma de
la alabanza a voz en cuello.
En las manos tenemos una espada de dos filos. Hebreos 4.12
declara esto de la Palabra de Dios. Fíjese bien dónde está la
poderosa, filosa, cortante y devastadora Palabra de Dios. Está
en nuestras manos. No está en nuestra garganta, allí solamente
hay alabanza que exalta a Dios. Las manos representan lo que
hacemos, nuestra conducta, lo que producimos en nuestra vida,
nuestro testimonio. La Palabra de Dios tiene que estar en
nuestro testimonio. ¿De qué nos sirve declarar la Palabra de
Dios si no la aplicamos a nuestro diario vivir?. Cuando
combinamos la Palabra de Dios con Sus mandamientos y la
alabanza que brota de nuestra garganta, estamos peleando una
guerra espiritual victoriosa.
Efesios 6.17 dice:

Y tomad[...] la espada del Espíritu, que es la Palabra de


Dios.

Cuando la alabanza está en nuestra garganta, el Espíritu


Santo la toma y pelea nuestras batallas. Note que la Palabra
de Dios no es nuestra espada. La Palabra de Dios es la espada
del Espíritu. Él es el único que la sabe usar. Por eso, la
espada de la Palabra no debe estar en nuestra garganta cuando
resistimos. Nuestra garganta debe estar llena de alabanza. La
batalla es de Dios.
En la iglesia se ha usado la Biblia como una espada hiriente.
El triste resultado son los centenares de denominaciones,
grupos teológicos y tradiciones que creen tener la verdadera
doctrina bíblica. Se ha usado la Biblia para dividir, aislar,
ofender y herir. Se ha tomado una espada que no se sabe
manejar y se ha hecho mucho daño.
¡Pero hay buenas noticias!. El Espíritu Santo está
restaurando la alabanza en las gargantas de la iglesia y está
sanando las heridas de aquellas gargantas vacías de alabanza y
llenas de orgullo.

Versículo 7:

Para ejecutar venganza entre las naciones [gente pagana] y


castigo [perversidades, iniquidades] entre los pueblos.

El enemigo está detrás de todo conflicto en nuestra vida.


Estamos en guerra cuando enfrentamos dificultades en el mundo,
en el hogar, en la iglesia o dentro del círculo de amistades.
Todos estas luchas tenemos que enfrentarlas con armas
espirituales.
La primera reacción frente a un ataque de cualquier tipo debe
ser la alabanza. Con ella en nuestros labios y la Palabra de
Dios en nuestra manera de vivir, derrotaremos a Sus enemigos y
a cualquier pecado que pueda manifestarse en Su familia, la
iglesia. Cuando exaltamos a Dios, no tenemos tiempo para
hablar en contra de nuestros enemigos. No criticamos ni
analizamos las razones, las estrategias y las motivaciones de
los que están oponiéndose. Estamos demasiado ocupados
exaltando a Dios.
Nuestro testimonio debe ser un arma de ataque. No debemos
dejar un lado descubierto a la merced del enemigo para que él
nos acuse y establezca una fortaleza. Nuestro testimonio debe
ser sólido, sin brechas. Si hay brechas en su testimonio, si
hay ofensas y heridas, confiéselas a Dios, y a los ofendidos y
cierre esa fisura.
Cuando obedecemos la Palabra de Dios en nuestro diario
caminar, nadie nos debe acusar:

En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es


juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor?.
¿Quién le instruirá?. Mas nosotros tenemos la mente de Cristo
(1º Corintios 2.15-16).

Nadie puede lanzar un veredicto de juicio contra un hombre


espiritual que está exaltando a Dios continuamente con la
Palabra en sus manos y en su diario vivir. ¿Sabe lo que
sucede? Los enemigos se confunden, se cansan y se van. No
encuentran un blanco donde apuntar. Por eso, cuanto más
crítica, más alabanza. Cuanto más falsa es la acusación, más
alabanza. Eso no es desatender al enemigo. Es enfrentarlo con
armas que no puede resistir.

Versículo 8: Para aprisionar [poner un yugo, unas riendas] a


sus reyes [sentado en un trono] con grillos [atadura] y a sus
nobles [honrados] con cadenas de hierro.
Este es el resultado de la alabanza. Los enemigos
entronizados, quedan atados y sus secuaces son controlados con
cadenas de hierro. Nuestra guerra no es contra individuos,
sino contra fuerzas espirituales, contra reyes o principados,
contra nobles o potestades en lugares celestiales.

Versículo 9: Para ejecutar en ellos el juicio [veredicto


pasado por el Juez] decretado [grabado y archivado].

La alabanza pone en vigencia el veredicto del Juez. ¿Cuál es


el veredicto sobre estos reyes?. ¿Qué veredicto ha puesto Dios
en las manos de los que alaban?. Aunque Judá era cachorro de
león, hace dos mil años vino el León de la Tribu de Judá y en
la cruz del Calvario conquistó lo que después Pablo proclamó:

Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la


incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con
Él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los
decretos que había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a
los principados y a las potestades, los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses 2.13-15).

Siguiendo con las palabras de Pablo, la aplicación de este


veredicto es:

Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto


a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es
sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.
Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a
los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente
hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la
Cabeza[...] Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo,
os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni
aun toques[...] Tales cosas tienen a la verdad cierta
reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en
duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los
apetitos de la carne (Colosenses 2.16-18,19-21,23).

¿Cuál es el veredicto de Dios en nuestras manos?.

a) Tenemos la vida de Cristo.


b) Todos nuestros pecados han sido perdonados.
c) No hay acta de decretos contra el creyente.
d) No hay condenación para todo aquel que está en Cristo.
e) Los principados y potestades quedaron «despojados».
f) Los principados y potestades quedaron avergonzados
públicamente.
g) Jesucristo triunfó sobre ellos en la cruz. Están
derrotados desde aquel día.

Por lo tanto, nuestro premio, nuestra recompensa está


asegurada en Cristo. No la tenemos que ganar con nuestros
esfuerzos «religiosos», como pretendían los fariseos. Ellos no
podían arrimarse a un gentil, ni rozar objetos previamente
tocados por gentiles y mucho menos comer lo que ellos comían.
¡Qué triste que esto todavía se enseñe en algunos círculos
cristianos! Miles de ellos todavía están tratando
fervientemente de ganar la recompensa que Cristo ya tiene
reservada en los cielos para aquellos que simplemente lo
aceptan por fe.
¿Ha tratado el enemigo de presentarle alguna acusación que
pone en duda el veredicto de Dios en su vida?. ¿Ha tratado el
enemigo de acusarle de pecado, de violación de la ley de
Dios?. ¿Ha ido el enemigo a «predicarle» que usted no está
haciendo lo suficiente para complacer a Dios?. ¿Ha ido el
enemigo a condenarle, a decirle que usted no es lo
suficientemente santo?. ¿Ha quedado usted deprimido?. ¿Se ha
presentado el enemigo como un ser invencible y lleno de
jactancia, garantizándole que usted será derrotado?. Permítame
decirle que los que alaban a Dios ejecutan el veredicto que
Cristo consumó en la cruz del Calvario.
En las guerras, las tropas que lanzan el primer asalto a las
posiciones enemigas está entrenadas para atacar, destruir y
derrotar al enemigo. Luego que se logra la victoria, las
tropas de asalto se retiran y llegan las fuerzas de ocupación.
El ejército que ocupa no pelea pues el enemigo ya ha sido
derrotado. El ejército de ocupación procura que el territorio
capturado permanezca en sus manos.
Cristo asaltó las puertas del infierno y de la muerte. Obtuvo
la victoria al resucitar y ascendió para sentarse en el trono
a la diestra de Dios. En el proceso, avergonzó y despojó a los
principados, quienes junto a las potestades intentaron impedir
la obra de Cristo deteniendo la crucifixión. Pero Cristo
venció, traspasó los cielos, y los humilló públicamente. Ya no
tenemos que pelear. Basta con tomar posesión de las promesas
que son del creyente. ¿Cómo? Exaltando a Cristo con nuestras
gargantas y poniendo en práctica en nuestras vidas la Palabra
de Dios.
En 2º Crónicas 20 se nos dice lo que sucedió en el pueblo de
Judá, el pueblo de Alabanza, al ser rodeado por los ejércitos
enemigos de Moab, Amón y los del monte de Seir. Fíjese en
algunas de las características de sus enemigos:

1. Moab y Amón eran descendientes de Lot, el sobrino de


Abraham. Aunque Lot era sobrino de Abraham, Moab nació de las
relaciones incestuosas de Lot con su hija mayor. Aquellos
pueblos eran hijos del pecado y la rebelión. (No se sorprenda
cuando se vea atacado por amigos, parientes o compañeros.)
2. Los del monte de Seir eran los edomitas, descendientes de
Esaú, hermano de Jacob. Esaú desechó la bendición. Esaú fue un
hombre demasiado interesado en las cosas terrenales. (No se
sorprenda cuando veamos tentados a comprometer nuestros
principios.)
3. Los moabitas y los amonitas adoraban al dios Moloc y le
ofrecían sacrificios humanos, especialmente niños. (No se
sorprenda cuando el enemigo pretenda robarle su familia.)
4. El territorio de Moab se encontraba al otro lado de la
frontera de la tierra prometida. No eran enemigos distantes.
Estaban bien cerca. (No espere un ataque de extraños; el
enemigo puede atacar con la familia.)
5. En camino a Canaán, los moabitas y amonitas contrataron
los servicios de un profeta llamado Balaam para que maldijera
a Israel. (No se sorprenda cuando algunos «profetas»
profeticen desastres.)
6. En camino a Canaán, el pueblo de Edom no permitió que
Israel pasara por su territorio, con lo que la trayectoria se
volvió sumamente difícil. (No se sorprenda cuando se levanten
dificultades para que la visión de Dios no se cumpla en su
vida.)
7. Estas tres naciones fueron una constante irritación al
pueblo de Dios. Fueron derrotados por los jueces, por Saúl,
por David, por Josafat; pero parece que siempre resurgían
después de un tiempo. (No se sorprenda si después de una
temporada los mismos problemas reaparecen.)

Estos tres enemigos marcharon contra el rey Josafat y el


pueblo de Judá-Alabanza. Josafat entonces convocó a un gran
culto de oración, y frente a todo el pueblo de Judá-Alabanza
clama a Dios diciendo:

He aquí ellos nos dan el pago viniendo a arrojarnos de la


heredad que tú nos diste en posesión (2º Crónicas 20.11).

El enemigo siempre quiere robarnos lo que ya Dios nos ha


dado. (Note bien lo que le estoy diciendo: Lo que Satanás le
está tratando de robar, ya Dios se lo ha dado, es su
herencia.) Josafat añadió:

¡Oh Dios nuestro!. ¿no los juzgarás tú?. Porque en nosotros


no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra
nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos
(2º Crónicas 20.12).

Todo Judá estaba de pie delante del Señor, oyendo la oración


del rey Josafat. De repente, el Espíritu Santo cayó sobre los
levitas en medio del culto de adoración y alabanza. El
Espíritu Santo, el Consolador, manifiesta Su presencia y Su
dirección consoladora cuando hay un grupo de alabadores que
apartan sus ojos del desastre y los vuelven a Dios. El
Espíritu Santo siempre concede dirección y paz cuando un
alabador confiesa que aunque no sabe qué hacer, confía en su
Dios.
El Espíritu Santo habló, diciendo:

Oíd, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey


Josafat. Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis
delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la
guerra, sino de Dios (2º Crónicas 20.15).

El Espíritu Santo instruyó entonces al pueblo de Judá a cómo


prepararse para la gran victoria. Les reveló los planes
secretos del enemigo, por dónde iban a subir y dónde iban a
acampar. Les declaró que Judá no tendría que pelear sino
esperar y observar cómo los salvaba Dios. Al oír estas
instrucciones tan claras, Josafat y todo el pueblo de Judá
(pueblo de Alabanza) adoraron al Señor y alabaron a Jehová, el
Dios de Israel con «fuerte y alta voz» (2º Crónicas 20.18-19).
Después todo el pueblo de Judá se fue a dormir. La solución no
estaba en sus manos. La batalla era de Dios.
El relato continúa así:

Y cuando se levantaron por la mañana, salieron al desierto de


Tecoa. Y mientras ellos salían, Josafat, estando en pie, dijo:
Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro
Dios, y estaréis seguros; creed a Sus profetas, y seréis
prosperados. Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos
que cantasen [melodías] y alabasen [gritos de alarde] a
Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la
gente armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová, porque Su
misericordia es para siempre (2º Crónicas 20.20-21).

¿Qué estaban haciendo los de la alabanza?. Estaban exaltando


y glorificando a Dios. Estaban declarando que su Dios era más
sublime, más enaltecido que sus enemigos. Dios iba a
glorificarse no porque Judá lo mereciera, sino por Su
misericordia, por Su bondad. Había alabanza en sus labios, y
además habían creído las instrucciones del Espíritu recibidas
a través de los profetas. Habían creído la Palabra de Dios, y
estaban entrando en acción.

Y cuando comenzaron a entonar [a viva voz] cantos de


alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del
monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían
contra Judá, y se mataron los unos a los otros (2º Crónicas
20.22).
¡Las emboscadas que eran para la destrucción del pueblo de
Judá se transformaron en tumba de sus enemigos!. Dios peleó
por Judá. Dios le dio la victoria al pueblo de Alabanza.
Pero aquí no terminó todo. Dios ordenó que se prepararan para
encontrarse con el enemigo, pero no para pelear sino para
tomar botín.

Viniendo entonces Josafat y su pueblo a despojarlos, hallaron


entre los cadáveres muchas riquezas, así vestidos como alhajas
preciosas, que tomaron para sí, tantos, que no los podían
llevar; tres días estuvieron recogiendo el botín, porque era
mucho (2º Crónicas 20.25).

¿Cuál es el propósito de nuestra guerra contra el diablo,


contra el mundo, contra nuestra carne?. Despojar al enemigo,
quitarle las vidas que tiene aprisionadas.
Miles de cristianos tienen el dolor de ser los únicos salvos
en la familia. Quizás usted es uno de ellos, y se siente como
Josafat, sin fuerzas y sin saber qué hacer. ¡Alabe a Dios!.
¡Exáltelo!. Él es más poderoso que las fuerzas que tienen
atada a su familia. Frente a ellos viva conforme a la Palabra
de Dios. Dios le dará la victoria para entrar a despojar al
enemigo. En esa vida que está arruinada va a encontrar un
botín de joyas preciosas para la gloria de Dios.
Muchos cristianos tendrán que practicar esto en sus trabajos,
vecindarios y escuelas. Dios está llamando a Su iglesia a ser
como Judá-Alabanza. Tenemos el cetro de autoridad; marchamos
en el nombre de Jesús, el vencedor. Nunca exalte el problema.
Nunca exalte la obra del enemigo. Su enemigo está avergonzado.
¿Hay gozo en la alabanza?. Por supuesto:

Y todo Judá y los de Jerusalén, y Josafat a la cabeza de


ellos, volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque
Jehová les había dado gozo librándolos de sus enemigos. Y
vinieron a Jerusalén con salterios, arpas y trompetas, a la
casa de Jehová. Y el pavor de Dios cayó sobre todos los reinos
de aquella tierra, cuando oyeron que Jehová había peleado
contra los enemigos de Israel (2º Crónicas 20.27-29).

El gozo llega cuando Dios lo da, porque es fruto del


Espíritu. No es producto de las emociones, de la música y del
entusiasmo. El gozo llega cuando Dios actúa, cuando
Capítulo #10:El poder de la revelación

Una tarde, luego de una conferencia de pastores, me encontré


con un joven que aspiraba al ministerio. Tenía en mis manos un
libro devocional que me acababan de obsequiar. Mientras
hablábamos, sentí que aquel joven estaba sumamente confundido
acerca de su llamamiento. Me habló de sus proyectos y
ambiciones. También me habló de los problemas que había en la
iglesia. Él tenía respuesta para todo. Ya me he acostumbrado a
no discutir con quien piensa que sabe mucho, y callo. ¿Sabe
por qué no lo confronto? Porque antes que mi vida espiritual
se renovara, yo era así.
Sentí deseos de regalarle el libro devocional que tenía en
mis manos. Se lo ofrecí, pero lo rechazó. Me dijo que prefería
leer libros técnicos (de teología, comentarios bíblicos) que
le dieran más conocimiento de la Palabra de Dios. Recordé que
yo también había sido así. No me gustaban los libros
devocionales. Prefería leer y estudiar comentarios bíblicos y
análisis de textos bíblicos en los idiomas originales. Los
libros devocionales eran muy místicos y subjetivos. Eran
descripciones de experiencias personales de hombres y mujeres
de santidad que habían sido llamados para ese estilo de vida.
Quería ser un intelectual. Quería conocimiento.

· Sólo conocimiento intelectual ·

Cientos de veces prediqué y enseñé sobre la necesidad de


estudiar la Biblia seriamente. Otras tantas recalqué desde el
púlpito la necesidad de conocer y escudriñar la Palabra de
Dios. Aunque el mensaje era bíblico, mi motivación no lo era.
Muchos enseñan la importancia del conocimiento bíblico.
Exhortan a que uno se aprenda versículos y hasta capítulos
enteros. Oí alguna vez a un maestro muy respetado enseñar que
la memorización de la Biblia producía la regeneración de la
mente, la santificación y la sabiduría. Aunque la memorización
y el estudio son vitales en la vida de un cristiano, nunca
producirán cambios serios por sí mismos. Es el Espíritu Santo
el que produce esos cambios.
Durante mis años de entrenamiento teológico, me enamoré del
conocimiento bíblico. Mi deseo era absorber la mayor cantidad
de investigación bíblica posible. Constantemente leía libros
que me proporcionaban información sobre temas bíblicos,
teología, hermenéutica, gramática griega y hebrea e historia.
Podía discutir casi cualquier tema bíblico. Era un buen
polemista. Sabía de Dios y de Su Palabra. Conocía la Biblia,
pero no conocía el corazón de Dios.
Me jactaba de haber obtenido conocimientos que muchos no
tenían en la iglesia. Este conocimiento académico produjo en
mí un espíritu de orgullo y de crítica. La crítica nace cuando
nos comparamos con otros. Mi tema favorito eran los problemas
de las iglesias, de otros ministros y de los creyentes. Cuando
una persona no conoce el corazón de Dios, se enorgullece. Si
se compara con otros, halla maneras de sentirse más educado,
más preparado, superior. Cuando conocemos el corazón de Dios y
nos comparamos con Él, nos sentimos, como Isaías, hombre
muerto e impuro de labios.
Leía la Biblia porque era mi manual de trabajo. Desde muy
joven había decidido dedicar mi vida al servicio del Señor en
el ministerio cristiano. El conocimiento bíblico es primordial
para desempeñarse en puestos eclesiásticos. Para mí, la Biblia
era una fuente de estudio, de conocimiento, de información y
de verdad. Además este conocimiento bíblico me daba
credibilidad y autoridad. Muchos se dejan impresionar por
personas que tienen conocimiento, títulos y educación. Por lo
tanto, me propuse estudiar, conocer la Biblia y todo material
bíblico que me ayudara a ser un hombre de conocimientos.
Por muchos años prediqué y enseñé la Biblia con esa
motivación. Mi mensaje giraba en torno a la importancia del
estudio bíblico. Lo había aprendido de mis profesores en la
universidad cristiana y en el seminario. Ellos me habían
deslumbrado con su saber. Quería ser así: una persona con
profundos conocimientos de la Biblia.
Pero todo mi conocimiento era intelectual. El intelecto es
limitado y requiere que se le estimule periódicamente. Por lo
tanto leía comentarios, enseñanzas profundas, diversos temas
controversiales. Con el correr del tiempo, me desgasté
intelectualmente, al punto en que ya no tenía interés en leer
libros, o materiales teológicos. Me había cansado de discutir
temas religiosos y de criticar a otros. Estaba frustrado.
Necesitaba ser renovado.
¿Cuál era mi problema?. No tenía una relación íntima con mi
Padre ni con el Espíritu Santo. Es muy difícil estudiar en
profundidad a alguien que no conocemos íntimamente. Hay muchos
cristianos que sinceramente creen en todo lo que la Biblia
enseña acerca de Dios, de Jesús y del Espíritu Santo. Durante
los primeros años del ministerio radial, trabajé con un hombre
que conocía la Biblia de tapa a tapa. Era un fundamentalista
conservador evangélico de sólida teología. Pero aunque conocía
la Biblia, no conocía el corazón de Su autor. Aunque muchos
cristianos adoran la Biblia, no debemos olvidar que antes que
ella fuera escrita, Dios ya era Dios.
No deseo ser alarmista ni exagerar acerca del peligro que
existe cuando buscamos conocimiento bíblico que no emana del
conocimiento íntimo del corazón de Dios. Recordemos la primera
tentación de la serpiente al hombre. Primero, Satanás presentó
la tentación convenciéndolo de que estaba deseando algo bueno,
pero nunca le explicó las consecuencias de las caídas.
En segundo lugar, la tentación fue dirigida al deseo humano
de adquirir, de poseer. Satanás apeló al deseo de adquirir
conocimiento. No estoy diciendo que esto sea malo. Obtener
educación y conocimiento es bueno. Pero Adán quiso obtenerlo
sin someterse a Dios ni depender de Él, única fuente de todo
sabiduría. Satanás presentó el conocimiento como algo bueno.
Pero detrás del deseo de conocer existía el de poseer
conocimiento para dominar y enseñorearse. Si usted está
estudiando en una institución teológica o está cumpliendo
funciones eclesiásticas, examine sus motivaciones. ¿Está
estudiando porque quiere tener un nombre o porque desea
enseñar a otros?. ¿Le gusta servir sin que se lo reconozcan?.
¿Le gusta ser un alumno, sentarse a aprender de otros? Si
usted está todavía luchando con sus motivaciones, con sus
deseos de obtener una posición a través del conocimiento,
recuerde esto: Satanás no ha cambiado su estrategia, porque el
corazón humano tampoco ha cambiado.

· Dios quiere renovarnos ·

Había caído en esa trampa. La educación teológica parecía


algo bueno. Pero detrás de esa buena intención había una
tentación diabólica. Por esa razón hay tantos que saben mucho,
pero no se nota la diferencia en la relación que tienen con
sus familias, iglesias, comunidades. El mundo cambia cuando
las personas conocen a Dios íntimamente y como resultado de
conocerlo escudriñan la Palabra. Anhelan conocer más a Dios.
Dios tuvo que cambiarme. Él cambió a Abram (Abraham).
Abram dijo:

Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo,
y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? (Génesis
15.2).

Abraham dijo:

Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que


no pases de tu siervo (Génesis 18.3).

Abram le pidió algo a Dios. Deseaba de todo corazón tener un


hijo varón. Ese hijo le daría prestigio. Pero Abram tuvo un
encuentro con el Señor, su Señor. Por eso, cuando su Señor se
le apareció, Abraham sólo le pidió Su presencia. Deseaba
conocer al Señor; por eso quería que se quedara. No tenía
deseos de tener algo de Dios: deseaba tener a Dios.
Como he dicho antes, Dios renovó mi vida de adoración. Luego
renovó el estudio y el conocimiento de Su Palabra. En aquella
inolvidable noche en Toronto, tuve un encuentro personal con
el Espíritu Santo. Allí comenzó una nueva etapa de renovación
en mi vida. Se despertó en mí el hambre de Dios y desde
entonces continuo renovándome de gloria en gloria. En los días
posteriores a esa primera experiencia, el Espíritu Santo me
llevó a un conocimiento más íntimo de Jesucristo, mi Señor y
Rey. A través de la adoración, la presencia de Jesucristo se
hizo real y tangible.
Una mañana durante el programa radial de adoración, comencé a
hablar de la invitación que Jesús hizo durante la fiesta de
los tabernáculos.

En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y


alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior
correrán ríos de agua viva (Juan 7.37-38).

Para no distraerme, cerré los ojos y comencé relatar el


momento en que Jesús estaba celebrando esta fiesta como buen
judío. De acuerdo a esta tradición, durante los días de la
fiesta se presentaban ofrendas de agua en un vaso de oro
mientras los sacerdotes cantaban los versos de Isaías 12.3-4
que dicen:

Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de salvación. Y diréis


en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad Su nombre, haced
célebres en los pueblos Sus obras, recordad que Su nombre es
engrandecido.

Esta ceremonia celebraba la ocasión en que Dios había dado


agua a los israelitas en el desierto. De repente Jesús, en
medio de la multitud, gritó a voz en cuello la invitación a
los sedientos. Aunque estaba citando la Escritura judía, el
Antiguo Testamento, Jesús no se estaba refiriendo a agua
natural. Se estaba refiriendo a sí mismo. Él era el agua para
los sedientos. Estaba invitándolos a que fueran y bebieran de
Él mismo. Jesús es agua viva. Él es la fuente. El Espíritu
Santo es el que reparte esa agua viva.
Luego de concluir con esta simple enseñanza, sentí que el
Espíritu Santo deseaba manifestar Su gloriosa presencia. Le
informé a la audiencia radial que en los próximos minutos
debíamos adorar a Cristo, esperando que el Espíritu Santo
ofreciera esta agua fresca a todos los sedientos. Durante la
adoración, Su presencia gloriosa se manifestó en personas que
nos estaban escuchando, no sólo en el estudio, sino también en
casas, oficinas y hasta en automóviles. Fue maravilloso.
Durante más de una hora estuvimos postrados, llorando,
adorando, humillándonos en la presencia de nuestro Rey y Señor
Jesús. Recuerdo que no quería salir del estudio radial.
Alguien nos trajo unas tazas de café. Mi reacción inmediata
fue no beber ni comer en la presencia del Señor. Después de
unos minutos, el Espíritu Santo me explicó que para eso era
que orábamos antes de las comidas. En la presencia del Señor,
le agradecemos los alimentos, los santificamos y los
ingerimos. Agradecí al Señor el café, lo tomé y continué
adorándole.
Luego de unas horas me atreví a salir. Cuando crucé al otro
lado de la puerta, sentí que la presencia del Espíritu no era
tan intensa afuera como en el interior del estudio. Decidí no
salir más, me quedé allí toda la mañana y toda la tarde.
He tenido muchas experiencias de ese tipo. ¡La gloria de Dios
es tan real! Aunque Él es omnipresente, Su gloria no se
manifiesta en cualquier lugar, sino en espacios separados y
preparados para que Él habite; lugares de alabanza y
adoración. El Dios santo habita, se entroniza y reina en la
alabanza de Su pueblo.

Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de


Israel (Salmo 22.3).

Para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el


santuario (Salmo 63.2).

· La gloria de Dios en vasos de barro ·

Dios Santo habita y puede ser contemplado en el santuario. El


santuario es un lugar separado, debidamente purificado y
consagrado para que la presencia de Dios se manifieste. La
gloria de Dios estaba en el Lugar Santísimo, en el tabernáculo
de Moisés y en el Templo de Jerusalén. Luego de la ascensión
de Cristo a los cielos y de la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés, la gloria de Dios no habita en edificios, tiendas
ni en utensilios ceremoniales. La gloria de Dios habita en
vasos de barro: nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Cuando la gloria de Dios se comenzó a manifestar en momentos
de adoración y oración, se despertó en mí hambre profunda de
escudriñar la Palabra de Dios. Ya no estaba interesado en
conocimientos técnicos de interpretación bíblica sino en
conocer a Dios, Su carácter, Su personalidad, Sus propósitos,
Sus planes. Estaba interesado en conocer Sus caminos. El
Espíritu Santo estaba poniendo en mí un cuidado y una
sensibilidad hacia lo que agrada y desagrada a Dios. Sabía que
la adoración, la alabanza, la oración, la lectura de la
Palabra y el servicio a otros agradan a Dios. Esto siempre lo
he sabido. Pero ahora había una diferencia. En la intimidad de
la adoración y la oración, sentía que debía adorar, orar,
escudriñar la Biblia y servir a Dios en maneras aceptables,
según Sus caminos y designios.
Ese deseo era nuevo para mí. Estaba acostumbrado a dirigir
estas prácticas cristianas según lo que se me había enseñado y
lo que había visto hacer a otros. Pero el Espíritu Santo
quería enseñarme a adorar de acuerdo a la Palabra, a orar
según la Biblia, a alabar, a escudriñar y a ministrar según el
modelo bíblico. Necesitaba comenzar a leer la Biblia para
conocer el corazón de Dios. El Espíritu Santo me estaba
motivando a escudriñar las Escrituras a través de la
adoración.
El apóstol Pedro pasó por la misma experiencia. Luego de tres
años y medio de oír las palabras de Jesús, no entendía que el
Mesías debía morir, ser puesto en una tumba donde permanecería
por tres días y luego resucitar de los muertos. Cuando en
aquella mañana María Magdalena vio que la piedra del sepulcro
donde habían puesto al Maestro había sido quitada, salió
corriendo a buscar a Pedro. Al enterarse, Pedro se apresuró en
ir al sepulcro. Al llegar entró, y vio los lienzos y el
sudario enrollados en un lugar aparte (Juan 20.1-7).
La realidad es que los discípulos no habían entendido las
Escrituras (Juan 20.9-10). Sin embargo, esa misma noche
sucedió algo maravilloso. Jesús entró en la habitación donde
estaban encerrados.

Y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les


hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los
discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les
dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así
también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo (Juan 20.19-22).

Cincuenta días después, en el día de Pentecostés, aquellos


discípulos que no habían entendido las Escrituras recibieron
la promesa. Pedro, lleno del Espíritu Santo, predicó un
poderoso mensaje frente a una multitud de judíos. Citó las
profecías de Joel y los Salmos 16 y 110 del rey David,
interpretándolos en relación a la venida del Espíritu Santo.
Cincuenta días antes, Pedro no entendía las Escrituras. ¿Qué
había sucedido?. El Espíritu Santo lo había tocado e iluminó
las Escrituras.

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles (Hechos 2.42).

¿Qué enseñaban los apóstoles?. Lo que Jesús les había


enseñado. ¿Quién les traía las palabras de Jesús a la
memoria?. El Espíritu Santo. ¿Quién les daba entendimiento
para enseñar «doctrina»?. El Espíritu Santo.

· Hambre por la Palabra ·

Luego que el Espíritu Santo me manifestara Su presencia,


sentí gran hambre por entender mi experiencia a través de la
Palabra de Dios. Al principio, el Espíritu Santo me guió a
estudiar los Salmos. Siempre supe que el rey David conocía a
Dios. Siempre quise conocer a Dios como David, pero me
interesaba más estudiar las profundas verdades de las
epístolas de Pablo. Los Salmos, las experiencias de Moisés en
el Sinaí, Isaías frente al trono, Ezequiel, Pablo y Juan en
Apocalipsis nunca me habían atraído. Es más, evitaba estudiar
esas experiencias porque primeramente no las entendía y luego
me sentía reprendido por ellas.
Note bien lo que estoy diciendo. Había tratado de conocer a
Dios íntimamente a través del estudio sistemático de la
Biblia. Ahora, la intimidad con Dios en la oración y la
adoración me estaban llevando al estudio de la Biblia. Estaba
bebiendo de Cristo primero, de Su presencia y luego esa misma
presencia me llevaba a Su Palabra. El Salmo 119 es dedicado a
las excelencias de la Palabra de Dios. Comienza diciendo:

Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la


ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus
testimonios, y con todo el corazón le buscan (vv. 1 y 2).

En todo este salmo, el escritor habla de dos cosas: obedecer


la Palabra de Dios y buscarle de todo corazón. Este salmo
pudiéramos desglosarlo así:
«Inclina mi corazón a tus testimonios» (v. 36).
«Tu presencia supliqué de todo corazón» (v. 58).
«Clamé con todo mi corazón; respóndeme Jehová y guardaré tus
estatutos» (v. 145).
«Llegue mi clamor delante de ti, oh Jehová; dame
entendimiento conforme a tu palabra» (v. 169).
El salmista se está colocando en una posición de adoración
antes de recibir la palabra, los mandamientos y la dirección
de Dios. Estos son los pasos que da:
1. Busca a su Dios. Desea buscar a su Dios para ser
bienaventurado, feliz, y para guardar y obedecer Sus
mandamientos. No hay felicidad con Dios sin búsqueda. No hay
obediencia a Dios sin relación e intimidad.
2. Humilla su corazón frente a Dios. El salmista confiesa que
solamente Dios puede inclinar Su corazón hacia la Palabra. En
la presencia de Dios, el Espíritu Santo inclina nuestro
corazón, nuestra mente y voluntad hacia Su Palabra. Jesús lo
dice de otra manera:

El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y


vendremos a él, y haremos morada con él (Juan 14.23).

No se puede guardar la Palabra de Dios sin amor a Cristo. Sin


una relación amorosa con Jesús, la obediencia a la Palabra
será por conveniencia, por temor, por tradición. Este tipo de
obediencia religiosa lleva a la frustración, a la confusión y
a la ruina. Cuando hay una relación amorosa de adoración, de
búsqueda y de dependencia, hay renovación en la Palabra de
Dios. La Palabra de Dios ya no es un manual técnico, sino que
es espíritu y es vida.
¿Sabe lo que sucedió conmigo?. Aprendí a preparar mi corazón
y mi mente para recibir la revelación de la Palabra de Dios.
Permítame explicarle.
Ya hemos dicho que la adoración es el continuo estado de un
corazón que se ha vuelto al corazón de Dios. Hemos dicho que
la oración es la revelación del corazón de Dios en cuanto a
ese instante de la vida. Cuando contemplo el corazón amoroso
de Dios en la adoración, mi corazón es afectado. Primero, veo
mis impurezas. Segundo, me arrepiento. Finalmente, Dios me
transforma de acuerdo al modelo de Su hijo Jesús. Luego de mi
momento de adoración, de que mi corazón ha sido transformado
por la gloria de Dios, la Biblia es vivificada. Se entiende
mejor la experiencia de Isaías frente al trono. Se entiende
mejor la experiencia de Juan frente al Cristo glorificado.
3. Suplica la presencia de su Dios. El salmista reconoce que
sin la presencia de Dios no puede guardar los mandamientos. En
los versículos que siguen, el salmista dice que luego de
suplicar la presencia de su Dios, consideró sus caminos y
volvió sus pies a los testimonios de Dios (Salmo 119.59).
4. Espera la respuesta de su Dios. Cuando el corazón pide una
respuesta, Dios responde según Su Palabra. El corazón de David
esperaba las instrucciones de Dios. Este es un corazón
paciente que ya sabe que las ideas humanas llevan a la ruina.
Solamente la repuesta de Dios nos salva.
5. Pide entendimiento. El salmista pide entendimiento luego
que la respuesta llega. El corazón del salmista no sólo espera
una respuesta, sino que desea capacidad para entenderla. Antes
del conocimiento de la Palabra debe haber una relación íntima
y abierta con el Dios de la Palabra. Tristemente, no aprendí
eso en el seminario. Me enseñaron que para conocer la Palabra
de Dios había que estudiar, aprender idiomas originales,
reglas de interpretación y principios teológicos. No estoy en
contra de la educación cristiana. Agradezco a Dios que me
permitió estudiar. Pero no podemos conocer a nuestro Dios sólo
a través del entendimiento de verdades teológicas.

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Juan


8.32).

La palabra conoceréis implica entender, llegar a conocer a


través de una experiencia personal. Este conocimiento tiene un
principio, un desarrollo y un logro. No es solamente un
entendimiento intelectual. Hay una experiencia. Cuando la
mujer que había estado enferma con flujo de sangre más de
diecisiete años logró tocar el borde del manto del Señor,
quedó instantáneamente sana.

Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el


cuerpo que estaba sana de aquel azote (Marcos 5.29).

La palabra que se traduce como sintió es la misma que se


traduce para conoceréis en Juan 8.32. Cuando la fuente de la
sangre se secó, la mujer conoció por experiencia personal en
su cuerpo que estaba sana. No lo supo por la fe, sino que lo
experimentó en su cuerpo. La verdad de Cristo, de Su Palabra,
de Sus mandamientos se debe conocer de la misma forma en que
la mujer supo en su cuerpo que la fuente de sangre se había
secado.
Jesús conocía al Padre porque era uno con el Padre. El Padre
conocía al Hijo porque era uno con Él. Conocer la verdad es
ser uno con la verdad. Conocer la verdad es experimentarla,
entenderla y vivirla. La verdad no es una cosa ni una idea. La
verdad es una persona y Su nombre es Jesús. Conocer a Jesús es
ser uno con Su corazón, con Sus propósitos, con Su persona.
Cuando comienzo a conocer el corazón del Padre a través de la
adoración, mi corazón se está preparando para la Palabra.
Cuando me arrepiento, vuelvo mi corazón a Dios, me humillo y
me someto a Su señorío. Mi corazón está listo, es terreno
fértil para recibir la iluminación de la Palabra de Dios para
mi vida. Note que estoy hablando de la iluminación de la
Palabra.
En Efesios 1.18,19, el apóstol Pablo explica a los santos qué
debemos saber acerca de tres bendiciones que hemos recibido
del Padre:

1. «La esperanza a que Él os ha llamado» (v. 18).


2. «Las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos»
(v. 18).
3. «La supereminente grandeza de Su poder para con nosotros
los que creemos, según la operación del poder de Su fuerza»
(v. 19).

Estas son verdades gloriosas. Somos llamados a esperanza. La


palabra esperanza habla de una expectativa firme de cosas
buenas. El creyente en Cristo está destinado a vencer, no a
ser derrotado. Cristo ha asegurado una herencia para nosotros.
Un día, en los cielos, vamos a recibirla. Mientras tanto, el
Padre ha dado al Espíritu Santo que está en nosotros como un
anticipo. Finalmente, hemos recibido «poder» el cual fue
demostrado en la resurrección de Jesucristo. Tenemos la
esperanza que una herencia rica y gloriosa junto al mismo
poder que levantó a Jesús de los muertos mora en todos los
santos.

· Conocimiento versus sabiduría ·

En el capítulo 1 de Efesios el escritor nos habla de las


bendiciones en lugares celestiales que tenemos en Cristo. Pero
Pablo sabe que por más que lo explique, los de Éfeso no iban a
«saber» estas verdades. De ahí su oración:

No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de


vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y
de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de
vuestro entendimiento (Efesios 1.16-18).

En el versículo 18, Pablo habla de los ojos alumbrados, de


«ver». Los creyentes en Éfeso necesitaban ver la esperanza, la
herencia y el poder. Pero esa vista no era humana. Esa vista
la tenemos cuando el Padre nos da revelación y sabiduría en el
conocimiento de Jesús el Hijo. Note bien que el Padre no
quiere dar revelación y sabiduría. Quiere darnos «espíritu de
sabiduría y revelación en el conocimiento de Él». El Espíritu
Santo es el que nos da esto. Y ¿qué es?.
Sabiduría significa «conocimiento obtenido a través del
estudio.
Revelación significa el descubrimiento de verdades
escondidas, la manifestación, la aparición de algo oculto.
Conocimiento significa saber a través de la experiencia.

El Espíritu Santo es el único que nos da la habilidad de


estudiar la Biblia, nos revela las verdades de la Palabra y
nos lleva a la experiencia del conocimiento íntimo de Jesús.
En mi preparación académica teológica obtuve sabiduría. Esto
se obtiene a través del estudio sistemático de la Biblia. Pero
luego de la renovación, el Espíritu Santo me ha revelado
verdades y esas revelaciones me han hecho conocer a Jesús, mi
Rey y mi Señor.
¿Cómo se logra esto?. Primeramente debemos reconocer que
nuestra meta primordial es conocer a Cristo, el Hijo de Dios.
Mi meta no es simplemente adquirir sabiduría bíblica ni
conocimiento de la Palabra. Segundo, Dios quiere revelar Sus
propósitos en cuanto a mi vida. No vale mucho saber recitar
las genealogías, los nombres de Dios y de los apóstoles si no
conozco la voluntad de Dios en cuanto a mi vida. No hay
conocimiento teológico que valga si no tengo una relación
íntima con mi Padre. Tercero, todo esto es obra del Espíritu
Santo.
Por lo tanto, sugiero los siguientes pasos:

1. Antes de estudiar la Palabra de Dios, adore a Dios. Busque


Su presencia. Hónrele con sus labios y su corazón.
2. Rinda su mente y su corazón al Espíritu Santo. Eche a un
lado toda presunción, expectativas y tradiciones del pasado.
El Espíritu Santo desea enseñarle cosas nuevas.
3. Mientras adora, tenga a la mano una Biblia, una
concordancia y un diccionario bíblico. Si el Espíritu Santo
pone en su corazón una palabra o una expresión durante la
adoración, búsquela en la concordancia, en la Biblia y luego
busque el significado de cada palabra en el diccionario
bíblico.
4. Pida revelación. Cuando estudie el significado de las
palabras, pídale al Espíritu Santo que le revele qué
significan para su vida.
5. Mientras estudia, no olvide que la Biblia es una carta de
Jesús para usted. En las palabras de la Biblia, Jesús le está
revelando Su corazón. Él quiere que usted le conozca. La
Biblia se debe escudriñar para tener más intimidad con Jesús.
6. Dispóngase al cambio. El Padre le dará sabiduría,
revelación y conocimiento de Cristo; no para que usted sepa,
sino para que cambie. Conocer a Cristo es ser uno con Él. El
Espíritu Santo nos habla, nos guía a una porción de la Biblia
y nos revela el significado. El Espíritu no lo hace para
darnos conocimiento bíblico ni para que tengamos una
experiencia religiosa o mística. El Espíritu lo hace porque
sabe que esa porción, esa verdad, nos hará libres de algo que
nos está atando, que está impidiendo el crecimiento, que está
desagradando a Dios. Cuando el Espíritu Santo le lleve a una
porción bíblica, esté seguro que es para cambiarlo. Cuando el
Espíritu me transforma, conozco a Cristo.

A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la


participación de Sus padecimientos, llegando a ser semejante a
Él en Su muerte (Filipenses 3.10).

Pablo deseaba conocer a Cristo. A Cristo lo conocemos cuando


experimentamos el poder de la resurrección. Todo lo que es
muerte en mi vida debe resucitar. Todo lo que no sirve debe
morir y resucitar a una nueva vida. A Cristo lo conocemos
cuando participamos en Sus sufrimientos. El sufrimiento de
Cristo culminó en la cruz. Allí también deben culminar todos
nuestros esfuerzos humanos, nuestra carne, nuestra sabiduría y
nuestro yo. Así somos transformados a Su imagen, sufriendo y
resucitando, crucificando todo lo que desagrada a nuestro
Padre y rindiéndonos en las manos del mismo Espíritu que
levantó a Cristo de los muertos.
De repente, la Biblia se transformó en una espada bien filosa
que diariamente cortaba de mí cosas que entristecían al
Espíritu Santo. Lo primero que me cortó fue el orgullo.
Durante los primeros meses, parecía que casi todos los días
terminaba escudriñando la humildad y sometimiento de algún
hombre o mujer de la Biblia. La espada del Espíritu realizó en
mí una intervención quirúrgica. Tenía un tumor de orgullo. No
era altivo, pero no había en mí un corazón humilde,
hambriento, necesitado. No corría hacia Dios con
desesperación. Rechazaba la simpleza de las experiencias
espirituales. Me interesaban las ideas profundas, complicadas.
Cuando criticaba la validez de las experiencias espirituales,
no lo hacía con un corazón sincero. Las criticaba porque
deseaba tenerlas, pero era muy orgulloso para reconocerlo.

· Un toque fresco del Espíritu ·

En estos últimos meses he visto la cantidad de personas en la


iglesia que tienen hambre de un toque fresco y renovador del
Espíritu Santo. Pero debido a sus posiciones, a sus
conocimientos, a su orgullo, no reconocen públicamente su
necesidad. Muchas veces, en nuestras concentraciones hacemos
una invitación a todos los que desean recibir un toque fresco
del Espíritu. Cientos de personas viven hambrientas pese a que
reciben gloriosas bendiciones de Dios. Pero algunas veces veo
que muchos se conforman con mirar, y quedan como simples
espectadores. Yo era así. Me conformaba con ser espectador;
pensaba que sería una vergüenza pasar al altar para recibir
oración frente a la congregación. Olvidaba lo que dice Isaías
66.2:

Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas


fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.

Podemos lograr grandes cosas para Dios. Esa era también mi


motivación. Deseaba lograr lo más grande para Él. Pero Dios no
estaba mirando la «gran visión» de mi corazón. Mi corazón
temblaba al pensar en los grandes proyectos, en las grandes
victorias y en los grandes desafíos, pro no lo hacía ante la
simple Palabra de Dios. No era pobre y humilde de espíritu. El
pobre sabe que no posee nada, que no es nada y que nada puede
lograr. El pobre sabe que lo único que le puede ofrecer a Dios
es un corazón contrito y humillado y un espíritu quebrantado.
Si usted es así, le animo a que deponga su orgullo. Vuelva su
corazón a Dios. Humíllese como un niño. Busque a personas
ungidas por el Espíritu Santo. Rodéese de gente de oración.
Acérquese a personas que conocen a Cristo por experiencia.
Hable con hombres y mujeres con revelación de la Palabra.
Converse con personas que reciben constantemente revelación de
la Biblia. Aliméntese con enseñanzas de maestros bíblicos que
dan explicaciones frescas, relevantes a su vida. Únase a los
pobres de espíritu, a los que tiemblan y lloran ante la simple
Palabra de Dios. Ellos son los «necios» que escogió Dios para
avergonzar a los sabios; ellos son los «débiles» que escogió
Dios para avergonzar a los fuertes.
Los discípulos eran hombres humildes. Pero habían estado con
Jesús. Se habían «contagiado» no con el conocimiento
intelectual sino con el entendimiento espiritual de la Palabra
de Dios. Los hombres de David también eran humildes. Eran
guerreros afligidos, endeudados y amargados de espíritu (1º
Samuel 22.2). En 2ºSamuel capítulo 23, la Biblia nos dice que
estos «valientes» hicieron proezas militares enfrentándose a
imposibles y hasta destruyendo a gigantes (2ºSamuel 21.22).
La unción de David cambió a aquellos hombres afligidos,
transformándolos en destructores de gigantes. La unción de
Jesús convirtió a aquellos humildes pescadores sin letras en
expertos en la Palabra.
No lea cualquier literatura cristiana. Lea libros escritos
por personas que demuestren tener una experiencia genuina y
personal con Dios. Hay muchos escritores que escriben porque
han investigado un tópico, porque han analizado y estudiado
temas, y pueden presentar ideas al respecto. Pero hay algunos
que realmente pueden escribir de Dios porque al igual que los
discípulos, «han estado con Jesús». Procure leer libros de
hombres y mujeres que hayan estado con Dios. Quizá esos libros
no serán buenas obras literarias ni buenos escritos
teológicos. Posiblemente sean ideas originadas en sus
experiencias con Dios, verdades que fueron inspiradas durante
momentos íntimos con el Maestro. Esos eran los libros que no
me interesaban, libros «devocionales».
Ahora esos libros son mi dieta diaria. Me deleito leyendo de
otros hombres y mujeres de Dios que han experimentado las
profundidades de Dios. Estos libros me han llevado a querer
conocer y buscar más a Dios. Me han motivado no solamente a
estudiar la Biblia, sino a conocer al Dios de la Biblia.
Cuando estos escritores hablan de las verdades de Dios y citan
pasajes bíblicos, léalos, no los pase por alto. Comprobará que
son pasajes que ayudan. Verá que los conducirán a otros
pasajes, otras referencias bíblicas. Use una Biblia de
estudio. Le recomiendo la Biblia Plenitud. En ella encontrará
definiciones de palabras claves, mensajes inspiracionales de
hombres y mujeres de profunda experiencia con Dios. Muchas
veces los comentarios, definiciones y explicaciones de los
pasajes bíblicos me han motivado a profundizar más en el
estudio y la investigación de algún tema. Pero el estudio me
ha llevado al conocimiento y a la experiencia de la voluntad
de mi Padre celestial, la gracia del Señor Jesús y la comunión
con el Espíritu Santo. Sin esta dimensión, mi conocimiento es
simplemente «letra muerta», no «vida». Sin esta dimensión,
conozco la palabra logos pero no he experimentado la palabra
rhema. La fe viene por el oír la Palabra rhema de Dios. Jesús
dijo que el hombre vivirá de toda palabra rhema que sale de la
boca de Dios.

Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le


había dicho.

· Palabra de consolación ·

Pedro no recordaba lo que había oído de Jesús. No entendía


las Escrituras, ni las profecías del Antiguo Testamento acerca
de lo que estaba sucediendo. Durante el arresto, el juicio, la
crucifixión y la resurrección de Cristo no se acordó de las
Escrituras. Pero en el momento más negro y triste de su vida,
se acordó de la palabra rhema de Jesús: «Antes que cante el
gallo, me negarás tres veces» (Mateo 26.7). La palabra que
Jesús le había hablado era vida. Había salido de la boca de
Dios. En el momento en que la oyó por primera vez, Pedro
reaccionó emotivamente. El discípulo agresivo respondió que
nunca traicionaría a Jesús. Pero aquella palabra, fue
depositada en el corazón de Pedro sin que él se diera cuenta.
En aquel preciso momento de traición, la palabra se vivificó
en su corazón y produjo lágrimas de arrepentimiento. Aquella
palabra de Jesús produjo vida y fe en Pedro. Este no lloró
porque se sintiera mal, sino porque la palabra rhema lo
enfrentó con su traición. Pero también recordó que después de
que Jesús habló la palabra rhema de su falla (Juan 13.38),
inmediatamente pronunció la palabra rhema de consolación:

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en


mí (Juan 14.1).

Muchos años después, este mismo hombre declararía estas


palabras:

Porque toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre


como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae;
mas la palabra [rhema] del Señor permanece para siempre. Y
esta es la palabra que por el evangelio [las buenas nuevas] os
ha sido anunciada (1ª Pedro 1.24-25).

obedecemos Su Palabra, cuando le exaltamos y despojamos al


enemigo.
Este fue un episodio en la historia del pueblo de Judá, el
pueblo de Alabanza. Esto es lo que Dios hace con los que le
alaban. Dios lo hizo conmigo y lo sigue haciendo con otros. No
tenemos tiempo de analizar lo que el enemigo está tramando,
pero el Espíritu Santo conoce todas sus artimañas. A Su
tiempo, Él avisa, aconseja y guía. Vuelva los ojos al Señor, y
exáltelo ante Su altar de sacrificio de alabanza. Su enemigo
es poderoso y rico. Cuanto más grande y rico, más grande será
el botín.

Capítulo #10:El poder de la revelación

Una tarde, luego de una conferencia de pastores, me encontré


con un joven que aspiraba al ministerio. Tenía en mis manos un
libro devocional que me acababan de obsequiar. Mientras
hablábamos, sentí que aquel joven estaba sumamente confundido
acerca de su llamamiento. Me habló de sus proyectos y
ambiciones. También me habló de los problemas que había en la
iglesia. Él tenía respuesta para todo. Ya me he acostumbrado a
no discutir con quien piensa que sabe mucho, y callo. ¿Sabe
por qué no lo confronto? Porque antes que mi vida espiritual
se renovara, yo era así.
Sentí deseos de regalarle el libro devocional que tenía en
mis manos. Se lo ofrecí, pero lo rechazó. Me dijo que prefería
leer libros técnicos (de teología, comentarios bíblicos) que
le dieran más conocimiento de la Palabra de Dios. Recordé que
yo también había sido así. No me gustaban los libros
devocionales. Prefería leer y estudiar comentarios bíblicos y
análisis de textos bíblicos en los idiomas originales. Los
libros devocionales eran muy místicos y subjetivos. Eran
descripciones de experiencias personales de hombres y mujeres
de santidad que habían sido llamados para ese estilo de vida.
Quería ser un intelectual. Quería conocimiento.

· Sólo conocimiento intelectual ·

Cientos de veces prediqué y enseñé sobre la necesidad de


estudiar la Biblia seriamente. Otras tantas recalqué desde el
púlpito la necesidad de conocer y escudriñar la Palabra de
Dios. Aunque el mensaje era bíblico, mi motivación no lo era.
Muchos enseñan la importancia del conocimiento bíblico.
Exhortan a que uno se aprenda versículos y hasta capítulos
enteros. Oí alguna vez a un maestro muy respetado enseñar que
la memorización de la Biblia producía la regeneración de la
mente, la santificación y la sabiduría. Aunque la memorización
y el estudio son vitales en la vida de un cristiano, nunca
producirán cambios serios por sí mismos. Es el Espíritu Santo
el que produce esos cambios.
Durante mis años de entrenamiento teológico, me enamoré del
conocimiento bíblico. Mi deseo era absorber la mayor cantidad
de investigación bíblica posible. Constantemente leía libros
que me proporcionaban información sobre temas bíblicos,
teología, hermenéutica, gramática griega y hebrea e historia.
Podía discutir casi cualquier tema bíblico. Era un buen
polemista. Sabía de Dios y de Su Palabra. Conocía la Biblia,
pero no conocía el corazón de Dios.
Me jactaba de haber obtenido conocimientos que muchos no
tenían en la iglesia. Este conocimiento académico produjo en
mí un espíritu de orgullo y de crítica. La crítica nace cuando
nos comparamos con otros. Mi tema favorito eran los problemas
de las iglesias, de otros ministros y de los creyentes. Cuando
una persona no conoce el corazón de Dios, se enorgullece. Si
se compara con otros, halla maneras de sentirse más educado,
más preparado, superior. Cuando conocemos el corazón de Dios y
nos comparamos con Él, nos sentimos, como Isaías, hombre
muerto e impuro de labios.
Leía la Biblia porque era mi manual de trabajo. Desde muy
joven había decidido dedicar mi vida al servicio del Señor en
el ministerio cristiano. El conocimiento bíblico es primordial
para desempeñarse en puestos eclesiásticos. Para mí, la Biblia
era una fuente de estudio, de conocimiento, de información y
de verdad. Además este conocimiento bíblico me daba
credibilidad y autoridad. Muchos se dejan impresionar por
personas que tienen conocimiento, títulos y educación. Por lo
tanto, me propuse estudiar, conocer la Biblia y todo material
bíblico que me ayudara a ser un hombre de conocimientos.
Por muchos años prediqué y enseñé la Biblia con esa
motivación. Mi mensaje giraba en torno a la importancia del
estudio bíblico. Lo había aprendido de mis profesores en la
universidad cristiana y en el seminario. Ellos me habían
deslumbrado con su saber. Quería ser así: una persona con
profundos conocimientos de la Biblia.
Pero todo mi conocimiento era intelectual. El intelecto es
limitado y requiere que se le estimule periódicamente. Por lo
tanto leía comentarios, enseñanzas profundas, diversos temas
controversiales. Con el correr del tiempo, me desgasté
intelectualmente, al punto en que ya no tenía interés en leer
libros, o materiales teológicos. Me había cansado de discutir
temas religiosos y de criticar a otros. Estaba frustrado.
Necesitaba ser renovado.
¿Cuál era mi problema?. No tenía una relación íntima con mi
Padre ni con el Espíritu Santo. Es muy difícil estudiar en
profundidad a alguien que no conocemos íntimamente. Hay muchos
cristianos que sinceramente creen en todo lo que la Biblia
enseña acerca de Dios, de Jesús y del Espíritu Santo. Durante
los primeros años del ministerio radial, trabajé con un hombre
que conocía la Biblia de tapa a tapa. Era un fundamentalista
conservador evangélico de sólida teología. Pero aunque conocía
la Biblia, no conocía el corazón de Su autor. Aunque muchos
cristianos adoran la Biblia, no debemos olvidar que antes que
ella fuera escrita, Dios ya era Dios.
No deseo ser alarmista ni exagerar acerca del peligro que
existe cuando buscamos conocimiento bíblico que no emana del
conocimiento íntimo del corazón de Dios. Recordemos la primera
tentación de la serpiente al hombre. Primero, Satanás presentó
la tentación convenciéndolo de que estaba deseando algo bueno,
pero nunca le explicó las consecuencias de las caídas.
En segundo lugar, la tentación fue dirigida al deseo humano
de adquirir, de poseer. Satanás apeló al deseo de adquirir
conocimiento. No estoy diciendo que esto sea malo. Obtener
educación y conocimiento es bueno. Pero Adán quiso obtenerlo
sin someterse a Dios ni depender de Él, única fuente de todo
sabiduría. Satanás presentó el conocimiento como algo bueno.
Pero detrás del deseo de conocer existía el de poseer
conocimiento para dominar y enseñorearse. Si usted está
estudiando en una institución teológica o está cumpliendo
funciones eclesiásticas, examine sus motivaciones. ¿Está
estudiando porque quiere tener un nombre o porque desea
enseñar a otros?. ¿Le gusta servir sin que se lo reconozcan?.
¿Le gusta ser un alumno, sentarse a aprender de otros? Si
usted está todavía luchando con sus motivaciones, con sus
deseos de obtener una posición a través del conocimiento,
recuerde esto: Satanás no ha cambiado su estrategia, porque el
corazón humano tampoco ha cambiado.
· Conocimiento versus sabiduría ·

En el capítulo 1 de Efesios el escritor nos habla de las


bendiciones en lugares celestiales que tenemos en Cristo. Pero
Pablo sabe que por más que lo explique, los de Éfeso no iban a
«saber» estas verdades. De ahí su oración:

No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de


vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y
de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de
vuestro entendimiento (Efesios 1.16-18).

En el versículo 18, Pablo habla de los ojos alumbrados, de


«ver». Los creyentes en Éfeso necesitaban ver la esperanza, la
herencia y el poder. Pero esa vista no era humana. Esa vista
la tenemos cuando el Padre nos da revelación y sabiduría en el
conocimiento de Jesús el Hijo. Note bien que el Padre no
quiere dar revelación y sabiduría. Quiere darnos «espíritu de
sabiduría y revelación en el conocimiento de Él». El Espíritu
Santo es el que nos da esto. Y ¿qué es?.
Sabiduría significa «conocimiento obtenido a través del
estudio.
Revelación significa el descubrimiento de verdades
escondidas, la manifestación, la aparición de algo oculto.
Conocimiento significa saber a través de la experiencia.

El Espíritu Santo es el único que nos da la habilidad de


estudiar la Biblia, nos revela las verdades de la Palabra y
nos lleva a la experiencia del conocimiento íntimo de Jesús.
En mi preparación académica teológica obtuve sabiduría. Esto
se obtiene a través del estudio sistemático de la Biblia. Pero
luego de la renovación, el Espíritu Santo me ha revelado
verdades y esas revelaciones me han hecho conocer a Jesús, mi
Rey y mi Señor.
¿Cómo se logra esto?. Primeramente debemos reconocer que
nuestra meta primordial es conocer a Cristo, el Hijo de Dios.
Mi meta no es simplemente adquirir sabiduría bíblica ni
conocimiento de la Palabra. Segundo, Dios quiere revelar Sus
propósitos en cuanto a mi vida. No vale mucho saber recitar
las genealogías, los nombres de Dios y de los apóstoles si no
conozco la voluntad de Dios en cuanto a mi vida. No hay
conocimiento teológico que valga si no tengo una relación
íntima con mi Padre. Tercero, todo esto es obra del Espíritu
Santo.
Por lo tanto, sugiero los siguientes pasos:

1. Antes de estudiar la Palabra de Dios, adore a Dios. Busque


Su presencia. Hónrele con sus labios y su corazón.
2. Rinda su mente y su corazón al Espíritu Santo. Eche a un
lado toda presunción, expectativas y tradiciones del pasado.
El Espíritu Santo desea enseñarle cosas nuevas.
3. Mientras adora, tenga a la mano una Biblia, una
concordancia y un diccionario bíblico. Si el Espíritu Santo
pone en su corazón una palabra o una expresión durante la
adoración, búsquela en la concordancia, en la Biblia y luego
busque el significado de cada palabra en el diccionario
bíblico.
4. Pida revelación. Cuando estudie el significado de las
palabras, pídale al Espíritu Santo que le revele qué
significan para su vida.
5. Mientras estudia, no olvide que la Biblia es una carta de
Jesús para usted. En las palabras de la Biblia, Jesús le está
revelando Su corazón. Él quiere que usted le conozca. La
Biblia se debe escudriñar para tener más intimidad con Jesús.
6. Dispóngase al cambio. El Padre le dará sabiduría,
revelación y conocimiento de Cristo; no para que usted sepa,
sino para que cambie. Conocer a Cristo es ser uno con Él. El
Espíritu Santo nos habla, nos guía a una porción de la Biblia
y nos revela el significado. El Espíritu no lo hace para
darnos conocimiento bíblico ni para que tengamos una
experiencia religiosa o mística. El Espíritu lo hace porque
sabe que esa porción, esa verdad, nos hará libres de algo que
nos está atando, que está impidiendo el crecimiento, que está
desagradando a Dios. Cuando el Espíritu Santo le lleve a una
porción bíblica, esté seguro que es para cambiarlo. Cuando el
Espíritu me transforma, conozco a Cristo.

A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la


participación de Sus padecimientos, llegando a ser semejante a
Él en Su muerte (Filipenses 3.10).

Pablo deseaba conocer a Cristo. A Cristo lo conocemos cuando


experimentamos el poder de la resurrección. Todo lo que es
muerte en mi vida debe resucitar. Todo lo que no sirve debe
morir y resucitar a una nueva vida. A Cristo lo conocemos
cuando participamos en Sus sufrimientos. El sufrimiento de
Cristo culminó en la cruz. Allí también deben culminar todos
nuestros esfuerzos humanos, nuestra carne, nuestra sabiduría y
nuestro yo. Así somos transformados a Su imagen, sufriendo y
resucitando, crucificando todo lo que desagrada a nuestro
Padre y rindiéndonos en las manos del mismo Espíritu que
levantó a Cristo de los muertos.
De repente, la Biblia se transformó en una espada bien filosa
que diariamente cortaba de mí cosas que entristecían al
Espíritu Santo. Lo primero que me cortó fue el orgullo.
Durante los primeros meses, parecía que casi todos los días
terminaba escudriñando la humildad y sometimiento de algún
hombre o mujer de la Biblia. La espada del Espíritu realizó en
mí una intervención quirúrgica. Tenía un tumor de orgullo. No
era altivo, pero no había en mí un corazón humilde,
hambriento, necesitado. No corría hacia Dios con
desesperación. Rechazaba la simpleza de las experiencias
espirituales. Me interesaban las ideas profundas, complicadas.
Cuando criticaba la validez de las experiencias espirituales,
no lo hacía con un corazón sincero. Las criticaba porque
deseaba tenerlas, pero era muy orgulloso para reconocerlo.

· Un toque fresco del Espíritu ·

En estos últimos meses he visto la cantidad de personas en la


iglesia que tienen hambre de un toque fresco y renovador del
Espíritu Santo. Pero debido a sus posiciones, a sus
conocimientos, a su orgullo, no reconocen públicamente su
necesidad. Muchas veces, en nuestras concentraciones hacemos
una invitación a todos los que desean recibir un toque fresco
del Espíritu. Cientos de personas viven hambrientas pese a que
reciben gloriosas bendiciones de Dios. Pero algunas veces veo
que muchos se conforman con mirar, y quedan como simples
espectadores. Yo era así. Me conformaba con ser espectador;
pensaba que sería una vergüenza pasar al altar para recibir
oración frente a la congregación. Olvidaba lo que dice Isaías
66.2:

Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas


fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y
humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.

Podemos lograr grandes cosas para Dios. Esa era también mi


motivación. Deseaba lograr lo más grande para Él. Pero Dios no
estaba mirando la «gran visión» de mi corazón. Mi corazón
temblaba al pensar en los grandes proyectos, en las grandes
victorias y en los grandes desafíos, pro no lo hacía ante la
simple Palabra de Dios. No era pobre y humilde de espíritu. El
pobre sabe que no posee nada, que no es nada y que nada puede
lograr. El pobre sabe que lo único que le puede ofrecer a Dios
es un corazón contrito y humillado y un espíritu quebrantado.
Si usted es así, le animo a que deponga su orgullo. Vuelva su
corazón a Dios. Humíllese como un niño. Busque a personas
ungidas por el Espíritu Santo. Rodéese de gente de oración.
Acérquese a personas que conocen a Cristo por experiencia.
Hable con hombres y mujeres con revelación de la Palabra.
Converse con personas que reciben constantemente revelación de
la Biblia. Aliméntese con enseñanzas de maestros bíblicos que
dan explicaciones frescas, relevantes a su vida. Únase a los
pobres de espíritu, a los que tiemblan y lloran ante la simple
Palabra de Dios. Ellos son los «necios» que escogió Dios para
avergonzar a los sabios; ellos son los «débiles» que escogió
Dios para avergonzar a los fuertes.
Los discípulos eran hombres humildes. Pero habían estado con
Jesús. Se habían «contagiado» no con el conocimiento
intelectual sino con el entendimiento espiritual de la Palabra
de Dios. Los hombres de David también eran humildes. Eran
guerreros afligidos, endeudados y amargados de espíritu (1º
Samuel 22.2). En 2ºSamuel capítulo 23, la Biblia nos dice que
estos «valientes» hicieron proezas militares enfrentándose a
imposibles y hasta destruyendo a gigantes (2ºSamuel 21.22).
La unción de David cambió a aquellos hombres afligidos,
transformándolos en destructores de gigantes. La unción de
Jesús convirtió a aquellos humildes pescadores sin letras en
expertos en la Palabra.
No lea cualquier literatura cristiana. Lea libros escritos
por personas que demuestren tener una experiencia genuina y
personal con Dios. Hay muchos escritores que escriben porque
han investigado un tópico, porque han analizado y estudiado
temas, y pueden presentar ideas al respecto. Pero hay algunos
que realmente pueden escribir de Dios porque al igual que los
discípulos, «han estado con Jesús». Procure leer libros de
hombres y mujeres que hayan estado con Dios. Quizá esos libros
no serán buenas obras literarias ni buenos escritos
teológicos. Posiblemente sean ideas originadas en sus
experiencias con Dios, verdades que fueron inspiradas durante
momentos íntimos con el Maestro. Esos eran los libros que no
me interesaban, libros «devocionales».
Ahora esos libros son mi dieta diaria. Me deleito leyendo de
otros hombres y mujeres de Dios que han experimentado las
profundidades de Dios. Estos libros me han llevado a querer
conocer y buscar más a Dios. Me han motivado no solamente a
estudiar la Biblia, sino a conocer al Dios de la Biblia.
Cuando estos escritores hablan de las verdades de Dios y citan
pasajes bíblicos, léalos, no los pase por alto. Comprobará que
son pasajes que ayudan. Verá que los conducirán a otros
pasajes, otras referencias bíblicas. Use una Biblia de
estudio. Le recomiendo la Biblia Plenitud. En ella encontrará
definiciones de palabras claves, mensajes inspiracionales de
hombres y mujeres de profunda experiencia con Dios. Muchas
veces los comentarios, definiciones y explicaciones de los
pasajes bíblicos me han motivado a profundizar más en el
estudio y la investigación de algún tema. Pero el estudio me
ha llevado al conocimiento y a la experiencia de la voluntad
de mi Padre celestial, la gracia del Señor Jesús y la comunión
con el Espíritu Santo. Sin esta dimensión, mi conocimiento es
simplemente «letra muerta», no «vida». Sin esta dimensión,
conozco la palabra logos pero no he experimentado la palabra
rhema. La fe viene por el oír la Palabra rhema de Dios. Jesús
dijo que el hombre vivirá de toda palabra rhema que sale de la
boca de Dios.
Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le
había dicho.

· Palabra de consolación ·

Pedro no recordaba lo que había oído de Jesús. No entendía


las Escrituras, ni las profecías del Antiguo Testamento acerca
de lo que estaba sucediendo. Durante el arresto, el juicio, la
crucifixión y la resurrección de Cristo no se acordó de las
Escrituras. Pero en el momento más negro y triste de su vida,
se acordó de la palabra rhema de Jesús: «Antes que cante el
gallo, me negarás tres veces» (Mateo 26.7). La palabra que
Jesús le había hablado era vida. Había salido de la boca de
Dios. En el momento en que la oyó por primera vez, Pedro
reaccionó emotivamente. El discípulo agresivo respondió que
nunca traicionaría a Jesús. Pero aquella palabra, fue
depositada en el corazón de Pedro sin que él se diera cuenta.
En aquel preciso momento de traición, la palabra se vivificó
en su corazón y produjo lágrimas de arrepentimiento. Aquella
palabra de Jesús produjo vida y fe en Pedro. Este no lloró
porque se sintiera mal, sino porque la palabra rhema lo
enfrentó con su traición. Pero también recordó que después de
que Jesús habló la palabra rhema de su falla (Juan 13.38),
inmediatamente pronunció la palabra rhema de consolación:

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en


mí (Juan 14.1).

Muchos años después, este mismo hombre declararía estas


palabras:

Porque toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre


como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae;
mas la palabra [rhema] del Señor permanece para siempre. Y
esta es la palabra que por el evangelio [las buenas nuevas] os
ha sido anunciada (1ª Pedro 1.24-25).

Capítulo #11: El ministerio: La fragancia de Cristo


Lo último que el Espíritu Santo renovó en mi vida espiritual
fue mi ministerio. El Espíritu de Dios se dedicó a cambiar mi
vida espiritual privada y luego cambió la pública.
Primera de Tesalonicenses 5.23-24 menciona a Dios como Dios
de paz:

Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo


vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel
es el que os llama, el cual también lo hará.
La paz entre Dios y el creyente está basada en la salvación
que Cristo ha hecho y consumado a nuestro favor. Por esa
razón, Dios nos santifica, nos separa y dedica para Él, para
Su servicio y para Su gloria. Él nos santifica. Nosotros no
podemos santificarnos.
La santificación del creyente no es una opción, una condición
ni una posibilidad, es una promesa de Dios. Nos separará para
Él por completo, para Su servicio, Su honra y Su gloria
perfecta y completa.

· Los planes santificadores de Dios ·

El pasaje continúa diciendo que Dios santificará «todo


vuestro ser». Dios promete santificar completamente todo
aspecto de nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Sin embargo,
Dios no nos santifica por parte. El hombre es una unidad.
Cuando Dios santifica, renueva espíritu, alma y cuerpo
íntegramente.
Sin embargo, comienza por el espíritu. Lo que cambia en el
espíritu del hombre repercute en su alma y luego afecta su
cuerpo. Dios nos quiere santificar para que seamos
instrumentos en Sus manos perfecta y completamente.
¿Por qué lo hace?. Primero, porque Él es fiel, firme, seguro
y no cambia. Podemos confiar en Él. No nos santifica porque
estemos haciendo algo que inspire confianza, sino porque está
seguro de que Su propósito será logrado a través de nuestras
vidas. Segundo, lo hace porque Él nos llama. Note que este
pasaje expresa acción continua. Dios está llamándonos
continuamente con voz fuerte y por nombre, y promete que nos
santificará completa y perfectamente en espíritu, alma y
cuerpo.
Lo que Dios comenzó a hacer gradualmente en mi hombre
interior se reflejó en mi comportamiento exterior. Dios renovó
todo mi ser, por completo. Lo que sucedió en mi vida
devocional, mi vida de adoración, mi relación íntima con Dios,
se comenzó a manifestar en el trabajo, en mi hogar, en mi
iglesia y en mis relaciones con los demás.
El ministerio es una consecuencia de la obra de Dios en
nuestra vida espiritual privada. Muchos creen que un puesto en
el ministerio cambia nuestra relación íntima y privada con
Dios. No es así. El ministerio es uno de los frutos de una
relación íntima y amorosa con Dios. En esa relación recibimos
el conocimiento y la revelación de Jesús, aprendemos a
reconocer la voz del Espíritu, recibimos las riquezas que
luego testificaremos a otros en la obra del ministerio. Sin
esa relación, no tenemos nada de Dios que dar.
En 2ª Corintios, Pablo nos ilustra lo que es un verdadero
ministerio que se desprende de una relación íntima con Cristo.
El apóstol recibió órdenes del Espíritu Santo de partir hacia
Macedonia. Pablo hizo preparativos para viajar, pero no para
viajar solo. Él sabía que en los viajes misioneros siempre iba
a parar a la cárcel, y tenía que sufrir persecución, azotes y
torturas. Esperaba salir hacia Macedonia en compañía de Tito,
a quien llama «mi hermano». Pero al llegar al puerto de Troas
no encontró a Tito. Así lo relata:

Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo,


aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi
espíritu por no haber hallado a mi hermano Tito; así,
despidiéndome de ellos, partí para Macedonia (2ª Corintios
2.12-13).

Pablo tuvo que salir solo. El llamado a Macedonia le había


llegado a través de una visión. Se había producido porque
Pablo tenía una relación íntima con Dios. Pero de repente se
ve que debe partir solo y sin reposo en su espíritu.

· La victoria es segura ·

A pesar de que no tenía reposo en su espíritu, Pablo sabía


que podía depender de Dios, quien lo llevaría en triunfo, como
afirma en 2ª Corintios 2.14:

Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en


Cristo Jesús.

La expresión «llevar en triunfo» se usaba para referirse a la


recepción que los ejércitos recibían al volver victoriosos de
una guerra. Toda la población salía a recibir a los soldados
que volvían de una victoria militar cargados de trofeos,
tesoros, botines. Pablo declara que a pesar de que estaba
saliendo solo y sabía que iba a ser perseguido, podía dar
gracias a Dios con antelación por la victoria del evangelio
que celebrarían en Macedonia.
Note bien que Pablo aclara que esta celebración de victoria
no era sólo en algunas ocasiones. Dios lo llevaría a triunfar
siempre, porque «por medio de nosotros manifiesta en todo
lugar el olor de Su conocimiento» (2ª Corintios 2.14).
En otras palabras, Pablo afirma que en todo lugar donde llega
un enviado Suyo, Dios se manifiesta por diversos canales para
hacer visible algo que era anteriormente invisible: «el olor
de Su conocimiento» (2ª Corintios 2.14).
En la recepción que se les daba a los ejércitos que volvían
victoriosos de la guerra, la ciudad preparaba una celebración
muy bien elaborada. La mayoría de la gente recibía a los
soldados con flores, con incienso que perfumaban el ambiente
de celebración. Los soldados sabían que se estaban acercando a
la celebración por el aroma de flores e incienso que se podía
percibir a la distancia. Cuando llegaban a la ciudad, la gente
lanzaba gritos de victoria y de bienvenida. El aroma era
símbolo de victoria y evidenciaba que habían llegado a su
ciudad, a sus familias y a la recompensa que habrían de
recibir por la victoria.
Pablo nos explica que en el ministerio, Dios nos usa como
canales para manifestar el aroma de Su conocimiento con el
propósito de que otros le conozcan. Los enviados de Dios son
los únicos que pueden ser usados como canales para que el
aroma de la victoria de Jesucristo se manifieste.
La Biblia habla de la entrada triunfal de Cristo:

Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros,


que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en
la cruz, y despojando a los principados y a las potestades los
exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz
(Colosenses 2.14-15).

Cristo tuvo Su entrada triunfal contra el pecado, contra los


principados y potestades en la cruz. Aunque sabemos muy bien
que nuestro Salvador sufrió la muerte más cruel que un ser
humano puede experimentar, aquellas seis horas de crucifixión
fueron un victorioso desfile triunfal de Cristo en Su guerra
contra el juicio de Dios por causa de nuestros pecados. Cristo
avergonzó públicamente a los principados y potestades que nos
esclavizaban. Cuando nuestro pecado fue anulado en la cruz,
Cristo venció y usted y yo vencimos también. El acta de
nuestros crímenes contra Dios fue anulada, quitada del medio y
clavada en la cruz. Nuestros acusadores, el diablo y sus
principados también tenían actas contra nosotros. Cristo los
despojó de ellas. Ya no hay acusaciones contra los que estamos
en Cristo Jesús.

· El aroma de la presencia divina ·

Cuando un enviado de Dios llega a un sitio, el mismo aroma se


hace manifiesto. Es el aroma del triunfo que Cristo logró en
la cruz cuando eliminó nuestras culpas y pecados y despojó a
los principados de toda acusación con que legalmente nos tenía
esclavizados a las fuerzas de las tinieblas.
Pero hay algo más. Cuando los soldados victoriosos se
acercaban a la ciudad y percibían el aroma de las flores, otro
grupo de personas llegaban con ellos. Detrás de los soldados
victoriosos llegaban los soldados derrotados, los esclavos,
los condenados a la cárcel o a la muerte. El aroma que
entusiasmaba a los soldados victoriosos aterrorizaba a los
prisioneros de guerra. Para los vencedores proclamaba triunfo,
victoria y honra. Para los prisioneros, cárcel, castigo y
muerte.
Cuando Dios manifiesta el aroma de la victoria de Cristo en
la cruz, el enemigo también percibe el aroma de su derrota. En
el aroma de Cristo, manifestado a través de los enviados, Dios
da a conocer a Cristo. Los que nos rodean conocen a Cristo, no
porque los convenzamos con palabras floridas ni argumentos
bien preparados, sino porque el aroma de la victoria de Cristo
da a conocer «en todo lugar» al Salvador victorioso. «Porque
para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y
en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para
muerte, y a aquéllos olor de vida» (2ª Corintios 2.15-16).
Los perdidos se salvan cuando se manifiesta el aroma de
Cristo a través de los que son enviados por Dios a todo lugar.
Pero Pablo lanza una interrogante:

Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? Pues no somos como


muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que
con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios,
hablamos en Cristo (2ª Corintios 2.16-17).
Nadie es suficiente para manifestar ese aroma. Dios es el que
lo manifiesta. Pero aquí vemos que Dios lo manifiesta en la
vida de quienes saben que no son capaces de manifestarlo, que
con sinceridad hablan de parte de Dios, delante de Dios y en
Cristo. Quiero, por tanto, señalar algunas cosas.

1. En el ministerio, nos debemos sentir incapaces o


insuficientes ante la Magnificencia de nuestro Dios. Los
insuficientes saben que necesitan ayuda y socorro de Él.
Cuando Dios les brinda protección, triunfan.
2. En el ministerio, debemos ser sinceros. El adjetivo
sincero se aplica a lo que se ve puro aun a la luz del sol.
Sincera es la persona cuyas motivaciones y testimonio brillan
por su pureza aun cuando son sometidas a intenso escrutinio.
3. En el ministerio, debemos hablar de parte de Dios. Somos
simples mensajeros. Cuando el cartero llega a su casa con una
carta, usted no celebra su llegada. Usted no esperaba al
cartero, sino la carta que él traía. Cuando usted va a un
restaurante, no celebra al camarero sino el plato que le
sirve. Nosotros somos simplemente los carteros que entregan la
correspondencia de las buenas nuevas al mundo. Somos los
camareros que sirven la deliciosa comida del pan de vida. La
celebración, la honra y la fiesta son para el que envió la
carta: Jesús. La fiesta es para el pan de vida: Jesús.
4. En el ministerio, hablamos delante de Dios. El ministerio
es ejecutado bajo la mirada de Dios. Esto debe provocar en
nosotros un temor reverencial. Todo lo que hacemos, decimos y
pensamos lo hacemos ante los ojos de Dios. Un día tendremos
que dar cuenta de lo que hemos hecho.
5. En el ministerio, debemos hablar «en Cristo». En el
capítulo 4, Pablo describe lo que significa hablar en Cristo.

a) Hablar en Cristo es hablar del nuevo pacto, no del viejo


pacto (v. 6).
b) Hablar en Cristo es hablar del ministerio del Espíritu
Santo que es vida, no de la ley que es muerte (v. 6, 8).
c) Hablar en Cristo es hablar de justificación, no de
condenación (v. 9).
d) Hablar en Cristo es hablar de la libertad en el Espíritu
del Señor (v. 17).
e) Hablar en Cristo es hablar de la transformación del
creyente a la imagen de Cristo por el Espíritu Santo. (v. 18).

Dios nos promete que el aroma de Cristo emanará de nosotros


siempre, en todo lugar, cuando hablemos en esta manera. Si no
lo hacemos, medramos falsificando la Palabra de Dios. Medrar
es lucrar, obtener ganancias. Estas son las características de
los que falsifican la Palabra de Dios:

a) Hacen alarde de sus talentos, de sus habilidades


b) Al ser expuestos a la luz no reflejan pureza. Lo que dicen
no se confirma con lo que viven.
c) No hablan de parte de Dios, sino que hablan según sus
intereses y sus opiniones humanas.
d) Cuando hablan, tratan de complacer a las personas, o de
ajustarse a sus ideales y políticas.
e) Hablan de obligaciones, cargas, yugos, legalismos y
sacrificios externos para adquirir el favor de Dios. No hablan
de la gracia, del nuevo pacto ni de la obra consumada por
Jesús en la cruz.
f) No enseñan acerca de la obra del Espíritu Santo que nos
transforma de gloria en gloria. Enseñan que la transformación
se logra a través de esfuerzos humanos y sometimiento a dogmas
eclesiásticos.

Los que corrompen la Palabra de Dios siempre se opondrán a


los que desean esparcir el aroma del conocimiento de Cristo.
Pablo nos recuerda lo siguiente:

Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada


vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas
que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas
(2ª Corintios 4.17-18).

¡Qué poderosa verdad!. Algunas personas se han opuesto a mi


ministerio, pero esa oposición ha producido un peso de gloria
en mi vida. Ponerme a resistir, a discutir, a quejarme, es
ponerme a mirar las «cosas que se ven». Pero pasar por alto
las acusaciones, las críticas y los ataques, es poner la
mirada en lo que no se ve, en lo que el Espíritu Santo está
haciendo. Él está haciendo una obra invisible en el corazón de
los creyentes hambrientos, y produciendo un peso de gloria que
no tiene que ver con lo que se percibe. Dios está
transformando a Su pueblo porque quiere esparcir el aroma de
la victoria de Cristo en la cruz.
En muchos lugares, debido a que la Palabra de Dios se ha
corrompido, el mundo percibió el aroma de las estructuras
eclesiásticas. Miles han salido por los países del mundo con
el mensaje de esta iglesia o de aquella ideología religiosa.
Miles han salido a difundir la doctrina oficial de su
organización. Los que corrompen la Palabra de Dios no soportan
otras ideologías, y atacan y critican a los demás con alardes
de que son los verdaderos expositores de la revelación de
Dios.
Los que esparcen el aroma de Cristo no miran lo temporal.
Están demasiado ocupados en conocer de Jesús. Están
determinados a conocer a Cristo en «el poder de Su
resurrección, y la participación de Sus padecimientos,
llegando a ser semejantes a Él en Su muerte» (Filipenses
3.10). Saben que el aroma de Cristo emana de una vida que
conoce por experiencia a Cristo. De la relación secreta y
privada con Él brota Su aroma.

· El ministerio de los levitas ·

Dios separó a los miembros de la tribu de Leví para que


fueran Sus ministros, Sus siervos:

En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví para que


llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese
delante de Jehová para servirle, y para bendecir en Su nombre,
hasta hoy (Deuteronomio 10.8).

El ministerio estaba definido así:

1. Debían llevar el arca del pacto sobre los hombros. Los


levitas llevaban el arca que les recordaba el pacto eterno que
Jehová había hecho con Su pueblo. Cada vez que Israel veía a
los levitas con el arca, recordaban y celebraban el pacto que
Dios hizo con Abraham y que confirmó por medio de Moisés. El
arca era la manifestación visible del pacto que incluía la
promesa de la presencia de Jehová en medio de Su pueblo.
Los levitas no tenían que decir una sola palabra. Simplemente
debían cargar el arca, recordatorio del pacto. De esta manera
exaltaban a Dios y declaraban sin palabras que Él estaba con
Su pueblo.
Los siervos de Dios no cargamos sobre nosotros el
recordatorio del pacto de Dios con Su pueblo. Lo cargamos en
nosotros. Nuestro recordatorio no es un arca, sino las arras
de nuestra herencia, el Espíritu Santo. Él es la garantía de
que somos aceptos en el Amado, de que el Padre ha aceptado el
sacrificio de Cristo en nuestro lugar y de que tenemos vida
eterna.
Ahora cada siervo es un arca. Cada siervo o sierva de Dios
que camina por la vida es un recordatorio vivo del pacto
consumado en la cruz para vida eterna.
2. Estar delante de Jehová. Los siervos de Dios están
llamados a estar, a habitar, a morar constantemente delante de
Dios. Habitar es establecer morada permanente. Los siervos y
siervas de Dios están llamados a habitar permanentemente en la
presencia de Dios. Esto es exactamente lo que dice Pablo al
declarar: «Hablamos delante de Dios».
3. Para servirle. Los siervos habitan en la presencia de Dios
para servirle. Los levitas le ofrecían sacrificios animales y
sacrificios de granos. Ahora se nos exhorta a que «ofrezcamos
siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es
decir, fruto de labios que confiesan Su nombre. Y de hacer
bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales
sacrificios se agrada Dios» (Hebreos 13.15-16).
Los siervos de Dios habitan en Su presencia alabándolo,
adorándolo, haciendo el bien a otros y ayudando a los
necesitados. Cada vez que alabamos y adoramos a nuestro Dios
por lo que hizo en Cristo, ofrecemos un sacrificio. Cada vez
que hacemos el bien, lo correcto, lo justo, ofrecemos
sacrificio. Cada vez que ayudamos al necesitado, ofrecemos
sacrificio y servimos a Dios.
El ministerio más sublime del siervo de Dios no es el de
predicar, ni el de cantar, ni el de hacer buenas obras a la
vista de la gente. La Biblia nos enseña que la labor más
sublime es la de ministrar a Dios. Cuando ayudamos a un
necesitado a vista de todos, lo hacemos para el necesitado. En
cambio, cuando alabamos, hacemos el bien y ayudamos a los
demás no para ser vistos, estamos ministrando a Dios. Estamos
ofreciendo sacrificio a Dios.
4. Para bendecir en Su nombre. La más noble responsabilidad
del siervo es bendecir a otros en el nombre de Dios. La
bendición a otros es fruto de los momentos pasados en la
presencia del Señor. La bendición a otros emana de una vida
de alabanza y adoración al Señor, de una vida de comunión con
Dios. La bendición a otros fluye de una vida que hace el bien
y ayuda a los necesitados. El siervo de Dios bendice a otros
tal como enseña Pablo que ha sido bendecido:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que


nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo (Efesios 1.3).

· Las bendiciones de Efesios 1 ·

En el capítulo 1 de Efesios, Pablo nos enseña que el Padre


nos bendijo en Cristo Jesús. Esto implica varias cosas.
1. Nos escogió en Él antes de la fundación del mundo. Escoger
significa llamar por nombre. Él nos llamó, sabiendo que un día
aceptaríamos a Cristo.
2. Nos escogió para ser santos y sin mancha delante de Él. El
propósito de nuestra vida es vivir separado para Dios y sin
mancha, para Su honra y gloria.
3. Nos predestinó en amor para ser hijos adoptivos. En este
contexto predestinar es planificar. Él planificó nuestra vida
para que fuéramos hijos Suyos. A pesar del pecado, Dios tenía
planificado no condenarnos sino adoptarnos.
4. Nos hizo aceptos en el Amado. La palabra traducida
«aceptos» a veces se traduce «muy favorecidos». Aparece sólo
aquí y en Lucas 1.28, donde dice: «Y entrando el ángel en
donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida!. El Señor es
contigo; bendita tú entre las mujeres». El ángel declara que
María es muy favorecida, llena de gracia, rodeada del favor de
Dios, honrada. Efesios 1.6 dice de acuerdo a la traducción de
«aceptos» que los que están en Cristo son muy favorecidos al
igual que María. Aceptos en el Amado significa que el Padre
nos ama con el mismo amor que le tiene a Su Hijo Jesús y oye
nuestras oraciones con la misma atención que pone a la oración
de Jesús.
5. Tenemos redención por Su sangre. Es una redención
continua. En cualquier momento podemos reclamar el perdón de
nuestros pecados. Es un perdón que brota de las riquezas de Su
gracia. Es un favor inmerecido que nos concede Dios.
6. Hizo sobreabundar sabiduría e inteligencia. El creyente es
la persona más sabia e inteligente simplemente porque conoce a
Cristo Jesús y ha recibido toda bendición espiritual en
lugares celestiales. No poseemos sabiduría ni inteligencia
terrenal, pero nuestra sabiduría avergüenza a los sabios del
mundo. Hemos conocido el misterio de Su voluntad que había
sido escondido. El misterio es que el Padre iba a reunir todas
las cosas en Cristo, en quien todo propósito de Dios fue
revelado.
7. Recibimos herencia, siendo sellados con el Espíritu Santo,
las arras de dicha herencia. Un día tomaremos posesión de la
totalidad de nuestra herencia. La herencia del creyente es la
que el Padre tiene preparada para Su Hijo Jesús. Él nos ha
hecho coherederos de Su gloriosa herencia. Mientras tanto, el
Padre nos ha dado un adelanto, una primera cuota de ese
patrimonio. Ese adelanto, esa primicia, es la persona del
Espíritu Santo, el Consolador.

Los siervos de Dios deben declarar esta bendición que el


Señor ha concedido a Su pueblo. Algunos se han especializado
en hacer recordar las amenazas, los peligros. Sin embargo, los
siervos de Dios han sido puestos para bendecir al pueblo en el
nombre de Aquel que nos bendijo con toda bendición espiritual.
Un barco llega a su destino cuando la tripulación conoce
perfectamente la ruta y el puerto final. Si solamente conocen
las rutas que no conducen al puerto, no llegarán a destino. Si
sólo se les habla de amenazas y peligros, se quedarán en el
mismo lugar por temor a equivocarse.

· Cristo es exaltado ·

Luego de seis meses de continua renovación, decidí celebrar


cultos de alabanza y adoración. En los programas radiales
había notado que luego de la adoración y la predicación de la
Palabra, el Espíritu Santo salvaba, redargüía, sanaba,
liberaba. Aprendimos que lo primordial era ministrar al Señor
con alabanza y adoración. Después Él se encargaba de tocar las
necesidades de Su pueblo.
Comenzamos las concentraciones. Organizamos un grupo de
alabanza y adoración formado por hermanos de ambos sexos que
trabajan en nuestra emisora. Estos siervos de Dios habían
estado aprendiendo conmigo a ministrar al Señor primeramente.
En estos últimos años hemos celebrado cultos de alabanza y
adoración en nuestra región y en el exterior. Dios se ha
glorificado; muchos han recibido salvación, milagros y ?lo que
más me entusiasma?, sus vidas han cambiado con el toque de la
unción del Espíritu Santo.
¿Qué había de diferente?. No cambió el mensaje. No cambió la
música. Cambió mi vida íntima con Dios. Cambió mi relación con
Dios. El Espíritu Santo me permitió conocer a Cristo como
nunca antes lo había conocido. Esa experiencia me llevó a la
unción, a la fragancia de Cristo. De los momentos íntimos de
adoración a mi Señor y Rey ha salido una férrea determinación
de mi parte de no aceptar honra de nadie. La honra y la gloria
deben ser exclusivamente para Jesús. El Padre lo desea así. El
Espíritu Santo nos dirige a hacerlo. Jesús debe ser adorado y
exaltado en todo. Y cuando Él es exaltado, se manifiestan Su
aroma, Su vida, Su poder y todos los beneficios de Su
sacrificio en la cruz.
Cuando se exalta a Cristo y la fragancia de la victoria de la
cruz se manifiesta, Satanás huye, las enfermedades
desaparecen, el pecado es anulado, la sangre de Cristo limpia
y hasta la muerte es reprendida. Este principio no lo aprendí
en el instituto bíblico ni en el seminario. Esta verdad la
aprendí en la intimidad de la oración, adoración y comunión
con Jesús.
Aprendí que en los momentos de adoración, el Espíritu Santo
transforma y cambia. Aprendí que en los momentos de comunión,
el Espíritu Santo forma a Cristo en nosotros. En los momentos
de adoración me rindo a los pies del Rey Jesús, y el Espíritu
Santo cumple la promesa que el Salvador nos dejó:
Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará
saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que
tomará de lo mío, y os lo hará saber (Juan 16.14-15).
De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al
Padre en mi nombre, os lo dará (Juan 16.23).

Jesús dijo que el Espíritu Santo tomaría de lo Suyo. El


Espíritu toma todo lo que tiene el Padre, todo lo que tiene
Cristo y lo da a conocer. El Espíritu toma las bendiciones
espirituales en Cristo y las declara en mi vida. El Espíritu
toma toda bendición espiritual (las siete bendiciones de
Efesios 1) y las declara, las anuncia a mi vida. Por eso,
tenemos el privilegio de pedir al Padre en el nombre de Jesús.
Cuando pedimos que el Padre nos bendiga según las bendiciones
que están en Cristo, el Espíritu Santo las declara a nuestras
vidas y las recibimos.
En cada momento que separamos para adorar y comunicarnos con
nuestro Dios, el Espíritu Santo nos anuncia todas las
bendiciones que el Padre nos ha dado en Cristo. El Espíritu
Santo no solamente anuncia la bendición, sino que la ejecuta
en nuestra vida. Por eso Pablo escribió:

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro


Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los
cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas
de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre
interior por Su Espíritu; para que habite Cristo por la fe
(Efesios 3.14-17).

El Padre desea darnos fortaleza con poder a través del


Espíritu para que Cristo se establezca permanentemente en
nuestra vida. Cuando Él se establece, Su reino y Su gobierno
se establecen, Su poder se manifiesta, Su gloria resplandece,
Su paz lo domina todo y Su amor nos consuela.
De todo corazón nos unimos a la exclamación del apóstol:

Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho


más abundantemente de lo que pedimos o en tendemos, según el
poder que actúa en nosotros, a Él sea gloria en la iglesia en
Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los
siglos. Amén (Efesios 3.20-21).

· Un ministerio con poder ·

El ministerio público es el resultado de la comunión íntima


con Dios. Luego que Cristo se establece en nuestra vida, el
Espíritu nos fortalece, y el Padre nos da un poder para
ministrar que va mucho más allá de lo que pudiéramos lograr
con nuestras oraciones y nuestro entendimiento.
En nuestros cultos de adoración y alabanza aprendimos lo
siguiente:

1. Todo culto es para el Señor. Todo lo que decimos y hacemos


es para la gloria y honra de Jesús. Toda palabra, toda música,
toda actividad debe glorificar a nuestro Señor como si Él
estuviera sentado en la plataforma para recibir la honra. Todo
lo que no cumple con ese propósito lo desechamos. Lo
primordial de todo ministerio es glorificar y honrar al Señor.
2. La función del ministro es guiar a la congregación a fijar
la mirada en Cristo. A través de la música, de la predicación,
de los testimonios, de la oración, de cualquier actividad,
guiamos a los que nos escuchan a depositar su fe en Cristo
Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Si no hacemos esto
y dirigimos la atención de la gente al hombre, a los talentos,
a las circunstancias, a las ideologías, estamos dejando que
esas cosas ocupen el lugar que únicamente pertenece a Cristo.
Solamente aquellos siervos que han puesto la mirada en Cristo
pueden guiar a otros a fijar los ojos en Jesús.
3. Cuando fijamos la mirada en Cristo y glorificamos Su
nombre, el Espíritu Santo toma todo lo de Él, lo declara y lo
manifiesta en nuestra vida. Cuando una persona enferma,
cargada, deprimida entra en un sitio donde se le anima a poner
su fe en Cristo, olvidándose de su problema, el Espíritu Santo
se encarga de ministrarle. Nuestra función es guiar a la gente
a poner su fe en Cristo. Cuando testificamos a los
inconversos, dirigimos a la persona a confiar en Jesús, el
único Salvador. En el momento en que esa persona recibe a
Jesús por la fe, es salva. Cuando oramos por alguna necesidad,
dirigimos al necesitado a confiar en Jesús, nuestro proveedor.
En el momento en que esa persona pone sus cargas sobre Cristo
y por fe confiesa que sus circunstancias han quedado en manos
del Señor, recibe liberación y consuelo. Cuando declaramos la
palabra de Dios a una congregación o a una persona, estamos
dirigiendo al que escucha a confiar en las promesas de Cristo,
la palabra viva. En el momento en que los que reciben el
mensaje creen que la palabra es para ellos, las promesas se
cumplen en sus vidas.
4. La función del ministro es «desaparecer», menguar, para
que Jesús crezca. La función de todo siervo de Dios es guiar a
la gente a Cristo. Somos siervos, mensajeros. Él es el
mensaje. Lo más importante es el mensaje. El mensajero
desaparece una vez que el mensaje es declarado. Mientras
seamos el centro de atención, Jesús no lo será y el Espíritu
Santo se contristará. Cuando cesamos de ser el centro de
atención, y glorificamos a Cristo, el Espíritu Santo se
regocija y toma todo lo de Cristo y lo ejecuta en nuestras
vidas.
En estos días muchos hablan de unción. La unción es un regalo
de Dios; La unción es el derramamiento de la gracia de Dios
sobre una vida con el específico propósito de bendecir a
otros. Es la manifestación del poder de Dios para la
realización de una misión divina. Cuando Dios nos envía a una
misión, derrama Su unción en nosotros para lograr el resultado
que desea.
La presencia de Dios y la unción son distintas. La presencia
del Señor es dada a la iglesia y a todo creyente a través de
la persona del Espíritu Santo que mora en la vida de cada
hombre y mujer nacido de nuevo. La unción es el poder de la
presencia de Dios en nuestra vida. Ese poder viene cuando Dios
nos envía a realizar una misión en Su nombre. Su promesa fue:
«Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos
1.8).
Primero llegó el Espíritu Santo, la presencia del Cristo
victorioso en nuestras vidas. Luego, el poder para ser
testigos hasta lo último de la tierra. Ser testigos significa
hablar de lo que Cristo representa en nuestra vida. Ser
testigos es afirmar que lo que Cristo logró será una realidad
en la vida de los que oyen. Esto sólo lo podemos hacer cuando
el Espíritu Santo nos da poder. No podemos ser testigos sin
poder. El mundo creerá si los testigos de Jesús hablan y
demuestran la realidad de Cristo con poder, con unción.
El libro de los Hechos nos describe cómo un puñado de hombres
y mujeres lograron evangelizar a sus comunidades, ciudades,
naciones y a casi todo el mundo conocido mediante la unción
del Espíritu Santo.

· ¿Cómo se recibe esta unción? ·

Varias cosas vemos en el grupo de hermanos que recibió la


unción al derramarse por primera vez el Espíritu Santo sobre
la iglesia.

1. Estaban unánimes, juntos.


Los ciento veinte se fueron a orar al aposento alto mientras
esperaban la llegada del Espíritu Santo. No hay unción sin
oración. Esta no llega porque alguien ore por nosotros; sino
cuando obedecemos la orden de Cristo de esperar anhelantes y
en oración, que el Padre nos unja con poder para ser testigos.
2. Pedro se puso de pie.
Inmediatamente después de recibir la plenitud del Espíritu
Santo, los apóstoles tuvieron la primera oportunidad de
testificar. Al formarse una multitud de curiosos, Pedro se
puso de pie con los once y habló. El mismo discípulo que había
negado a Cristo pocos días antes, predicó un mensaje tan
poderoso, tan ungido, que la Biblia dice:
«Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y
a los otros apóstoles: Varones hermanos ¿qué haremos? (Hechos
2.37).

3. Hablaban en el nombre de Jesucristo.


Pedro les dijo:

Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de


Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo (Hechos 2.38).

La unción y el poder del Espíritu Santo se manifiestan cuando


hablamos en el nombre de Jesús. Hablar en el nombre de Jesús
es hablar en el lugar de Cristo con la autoridad de Cristo.
Decimos lo que Cristo dice y hacemos lo que Cristo hace. Esto
es fundamental en los siervos ungidos. No expresan sus
opiniones, no proyectan sus talentos y personalidades y no
reciben honra. Han aprendido a exaltar a Cristo en todas sus
palabras y hechos.
4. Perseverar en el cuerpo de Cristo.

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la


comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones (Hechos 2.42).

La unción se mantiene con la constante obediencia a la


Palabra de Dios, y el sometimiento a las autoridades
establecidas en la iglesia. La unción se mantiene cuando las
relaciones entre hermanos y compañeros son claras y sinceras.
La unción se mantiene cuando somos miembros de un cuerpo
local, una iglesia donde juntos celebramos la Santa Cena en
obediencia al mandato de hacerlo hasta que Él venga. También
se mantiene orando.

Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y


señales eran hechas por los apóstoles (Hechos 2.43).

Estos son los frutos que producen la unción en el ministerio


de los siervos y siervas de Dios.

Capítulo #12:La gloria postrera


En Efesios 1.17-19, el apóstol Pablo ora: «Que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu
de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él,
alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis
cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las
riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál la
supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que
creemos, según la operación del poder de Su fuerza».
En los versículos anteriores Pablo habla de la revelación del
propósito de Dios desde antes de la fundación del mundo,
revelación que recibió directamente de Jesús (Gálatas 1.12).
En Efesios 3.8-10, añade:

A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos,
me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el
evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de
aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio
escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas;
para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a
conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades
en los lugares celestiales (Efesios 3.8-10).

En el capítulo anterior hicimos una lista de las siete


bendiciones que el Padre nos dio en Cristo. Estas bendiciones
producen «buenas obras», las cuales demuestran la multiforme
sabiduría de Dios a los principados y potestades en lugares
celestiales. Es decir, todas estas bendiciones son para la
Iglesia, y las buenas obras a que conducen son ejecutadas por
la Iglesia. Cuando cumplimos con Sus propósitos eternos, Dios
se glorifica y engrandece ante la Iglesia, el mundo y las
potestades en lugares celestiales, incluyendo ángeles buenos y
seres de las tinieblas.
Este concepto es glorioso para nosotros. Dios cumple Su
propósito en esta tierra exclusivamente a través de la
Iglesia. Él es soberano y ha optado por hacerlo de esta
manera. Si usted es parte de la Iglesia del Señor Jesucristo,
la Biblia dice que Dios demostrará Su poder, Su sabiduría, Sus
buenas obras a través de su vida. Si usted es el único
creyente en la familia, en el trabajo, en el barrio, Dios
cumplirá Su propósito exclusivamente a través suyo.
Como dice Efesios 2.10:

«Somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas


obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas».

· El Espíritu Santo en acción ·

Gracias a Dios por los miles de hombres y mujeres que a


través de los siglos se han dedicado por entero a la
evangelización de nuestros pueblos. Pero en estos días estamos
viendo un cambio en la Iglesia. Dios mismo está poniendo en Su
pueblo hambre de renovación. Muchos están cansados de la
rutina, de las tradiciones, de las costumbres que han hecho
seca y rígida la vida de la Iglesia. Sin embargo, no desean
cambios externos de música, programas y estilos. La gente de
Dios desea ser renovada. El mismo Espíritu Santo que puso en
Pablo el deseo de orar a favor de los creyentes en Éfeso está
haciendo lo mismo en el corazón de muchos creyentes. El
Espíritu Santo está revelando lo que hay en el corazón del
Padre, con todas las bendiciones espirituales que ha preparado
en Cristo para la Iglesia.
Esta es la oración y este es el deseo que Dios ha puesto en
mi corazón y en el de Su gente:

1. Deseamos recibir espíritu de sabiduría y de revelación en


el conocimiento de Cristo. No nos conformemos con el
conocimiento de Dios solamente a través de lo que otros nos
han enseñado. Cuando se habla de ministerio, de enseñanza, de
servicio cristiano, de adoración, de alabanza y de oración
casi siempre se habla de las actividades que se desarrollan en
un culto, en el templo. Es tiempo que Cristo sea conocido en
todo aspecto de nuestra vida. El Espíritu Santo desea
mostrarnos la multiforme sabiduría de Dios en todo momento y
aspecto de nuestra vida. El Espíritu Santo desea mostrar que
todo lo que hacemos debe ser hecho con la sabiduría y la
inteligencia de Dios. En el libro de los Hechos de los
apóstoles, la mayoría de los milagros no fueron realizados en
las congregaciones de creyentes. Más del noventa por ciento
fueron hechos en lugares de trabajo, en el mercado, en la
plaza central, en las calles.
Hace un tiempo, me encontré con una joven muy dedicada al
Señor. Su trabajo era limpiar casas. Me contó que había
ayunado durante veintiún días. Le pregunté si se había
debilitado físicamente para realizar su trabajo de limpieza.
Me respondió que mientras ayunaba, el Espíritu Santo le
mostraba cómo limpiar la casa, incluso cómo debía manejar los
pesados baldes llenos de agua. Esta joven me dejó
impresionado. En su trabajo, en sus amistades, recibía la
sabiduría de Dios. El Espíritu Santo la dirigía a quién
testificar, por quién orar, con quién desarrollar amistades e
incluso dónde conseguir las mejores ocasiones para comprar
ropa. Quizás usted suponga que esta joven tiene una alta
posición en la iglesia. ¿Sabe lo que hace?. Limpia el edificio
y es muy feliz haciéndolo.
El Espíritu Santo está muy activo en toda la tierra. Toda la
tierra está llena de Su gloria. Pero para cumplir con el
propósito de Dios aquí, Él necesita un instrumento, un hijo o
una hija para ejecutar las buenas obras que ha preparado.
Somos los únicos que pueden declararle al mundo que somos
salvos por gracia.
2. Deseamos Su luz para ver la esperanza a que Cristo nos ha
llamado. Dios nos llamó por nombre. El creyente fue llamado a
cosas buenas que han sido preparadas de antemano para la
gloria y honra de Dios.
En un día de reposo, Jesús entró en la sinagoga y se levantó
a leer. Para esto le dieron el libro del profeta Isaías; al
abrirlo halló el lugar donde estaba escrito este texto:

El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido


para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a
los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lucas 4.18-
19).

Hay muchos que hablan de cosas malas, pero Jesucristo vino a


anunciar el evangelio de esta manera. Al citar Isaías 61.1 y
2, Jesús no menciona la frase «el día de la venganza del Dios
nuestro». Y no la menciona porque ese día será en Su Segunda
Venida. Pero este es tiempo de hablar del año agradable, el
año de Jubileo. Cada cincuenta años, la ley del viejo pacto
establecía que toda deuda debía ser cancelada, y todo esclavo
debía ser liberado sin excepción. Jesús estaba diciendo que
esa palabra se estaba cumpliendo en ese mismo instante. Dios
nos ha separado para anunciar, vivir, testificar y
experimentar esa misma palabra con nuestros labios y con
nuestros hechos.
3. Deseamos ver y experimentar las riquezas gloriosas de la
herencia de Cristo en sus vidas. Todo lo que Dios nos desea
dar ya lo tenemos. Ya poseemos toda la rica y gloriosa
herencia de Cristo «en los santos». Usted me preguntará:
«¿Dónde está?». Por esa razón Pablo ora que los creyentes en
Éfeso no solamente lo entiendan intelectualmente sino que lo
experimenten en sus vidas diarias. ¿Cuál es la herencia de
Cristo?. La hallamos definida en Efesios 1.20-23:

Resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los


lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder
y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este
siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas
bajo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la
iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo
lo llena en todo.

La herencia de Cristo incluye:

a) Victoria sobre la muerte.


b) Lugar a la diestra del Padre.
c) Autoridad suprema sobre todo nombre y todo poder en los
cielos, en la tierra y debajo de la tierra eternamente.
d) Todas las cosas están sometidas bajo Sus pies.
e) Cabeza de la Iglesia, Su cuerpo.
f) La Iglesia se llena de la plenitud de Cristo en la tierra.
Cristo no nos ha llenado simplemente de experiencias, sino de
Él. Esta es también nuestra herencia. Tenemos victoria sobre
la muerte. Estamos sentados con Cristo a la diestra del Padre,
posición de suprema autoridad. Aunque no poseemos autoridad
propia, se nos ha dado autoridad para ir usando el nombre que
es sobre todo nombre, el nombre de Jesús.
Fue interesante la experiencia de los discípulos:

Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los


demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a
Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad
de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del
enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los
espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros
nombres están escritos en los cielos (Lucas 10.17-20).

Note que los espíritus demoníacos se sujetan a los enviados


de Jesús. Todas las cosas están sujetas debajo de los pies de
Cristo. Él es la cabeza, y entre la cabeza y los pies está la
Iglesia, el cuerpo. Todas las cosas están también sujetas a la
Iglesia. La Iglesia no es una denominación, ni una estructura,
ni un templo. La Iglesia es usted, es toda persona que ha
nacido de nuevo por el Espíritu Santo. Sus enemigos, el diablo
con todo su ejército, están ya sometidos, derrotados.
Me asombran las experiencias del evangelista Carlos
Annacondia, y me impresionan su simpleza y humildad. Cuando
habla de la obra satánica, de la operación de los demonios y
de diferentes sectas diabólicas, lo hace de una manera segura
y tranquila, como si estuviera hablando de algo muy claro y
sencillo. Uno se siente impresionado por la autoridad
espiritual de este hombre de Dios, al ver manifestaciones
demoníacas suceder simplemente porque él ha comenzado a orar,
o sencillamente porque ha entrado a un lugar. ¿Sabe por qué
Carlos Annacondia es diferente?. Porque ha recibido
entendimiento y visión de la autoridad que todos tenemos.
Jesús no le dio más autoridad a él que a usted. La diferencia
es que Carlos Annacondia la ve, la entiende, la usa y la vive.
Los grandes hombres y mujeres de Dios han reconocido su
incapacidad y han tenido una visión real de quienes son en
Cristo. Sus ojos han sido alumbrados para ver las riquezas del
llamamiento en sus vidas.
4. Deseamos ver en acción la supereminente grandeza del poder
de Dios, la misma que se manifestó en la tumba de Cristo,
resucitándolo de los muertos y sentándolo a Su diestra en los
lugares celestiales.
El mismo Espíritu Santo que vivificó al cuerpo muerto de
Jesús, haciéndolo traspasar los cielos y sentarse a la diestra
del Padre, mora en nosotros. Ese mismo Espíritu un día
manifestará Su gran poder y nos transformará, glorificando
nuestro cuerpo, de corruptible a incorruptible (Romanos 8.11),
y nos llevará en un abrir y cerrar de ojos a la presencia del
Señor. Ese Espíritu no descenderá sobre nosotros en el
arrebatamiento porque ya mora en nosotros.
¿Qué debemos hacer para que el poder del Espíritu se
manifieste en nosotros?. ¿Qué debemos hacer para que el
Espíritu, el depósito, la garantía de nuestra herencia opere?.
¿Qué debemos hacer para que las bendiciones que ya nos han
sido dadas se hagan reales y visibles en nuestras vidas?. La
respuesta la encontramos en Romanos:

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que


vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la
carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras
de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en
temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por
el cual clamamos: ¡Abba, Padre!. El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y
si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos
con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que
juntamente con Él seamos glorificados (Romanos 8.12-17).

Simplemente: Vivamos conforme al Espíritu y no a la carne. En


Gálatas capítulo 5, Pablo nos enseña que el Espíritu Santo
produce fruto en nuestras vidas. Pero también nos enseña que
la carne manifiesta obras como éstas:

1. Adulterio. Relaciones sexuales ilícitas con una persona


casada.
2. Fornicación. Relaciones sexuales fuera del ámbito
matrimonial.
3. Inmundicia. Impureza moral, privada, secreta o pública.
4. Lascivia. Vicios, hábitos sexuales, hábitos paganos o
mundanos.
5. Idolatría. Honor a cualquier cosa que usurpe el lugar que
le pertenece a Dios.
6. Hechicería. Práctica ocultista que puede incluir el empleo
de drogas.
7. Enemistades. Animosidades, peleas personales, desacuerdos
que no se han resuelto.
8. Pleitos. Rivalidades, competencia.
9. Celos. Miedo a ser desplazado.
10. Iras. Emociones violentas, enojos explosivos.
11. Contiendas. Espíritu partidario.
12. Disensiones o divisiones. La palabra división está
compuesta de dos palabras: di, que significa dos; y visión,
que significa vista. División es cuando dos personas,
suponiendo tener una visión en común, ven lo opuesto y se
separan.
13. Herejías. Errores en cuestiones de creencias.
14. Envidias. Dolor por ver que otros tienen lo que no
tenemos.
15. Homicidio. Quitarle la vida a alguien. Gálatas 5.15 habla
de creyentes que se muerden y se comen los unos a otros. Pablo
dice: «Mirad que también no os consumáis unos a otros». La
lengua es muchas veces casi tan destructiva como un arma de
fuego.
16. Borracheras. Embotamiento de los sentidos debido a la
ingestión de alcohol.
17. Orgías. Fiestas inmorales, descontroladas.

La Biblia no dice que debemos eliminar las inclinaciones


naturales de la carne, pero nos manda no satisfacer sus
deseos. El secreto de la crucifixión de la carne es que debe
tomar lugar en forma continua. Debemos continuamente ofrecer
nuestros cuerpos como sacrificio vivo. Cuando no satisfacemos
los deseos de la carne, el Espíritu Santo opera para que
mueran. Así que caminemos en el Espíritu, no satisfaciendo a
la carne y dependiendo de Él constantemente.
Caminar en el Espíritu no es una fiesta sino la batalla
Espíritu contra la carne. El que diariamente camina en el
Espíritu verá una constante manifestación del poder de Dios en
su vida. El que satisface los deseos de la carne sembrará en
la carne, cosechará corrupción y no verá la manifestación de
las bendiciones espirituales en su vida. El que siembra en el
Espíritu cosechará las manifestaciones de las bendiciones del
Padre según Efesios capítulo 1, y verá la demostración de la
esperanza de Su llamamiento, las riquezas abundantes de Su
herencia y la grandeza del supereminente poder de Dios.
Dios nos ha llamado a cumplir este propósito a través de su
vida y la mía. No espere que Dios lo haga a través de otro.
Usted es hechura de Dios para la ejecución de Sus planes.
Somos llamados a caminar en el Espíritu, a sujetar a
principados y a potestades en el nombre de Jesús y a demostrar
la multiforme sabiduría de Dios a toda la creación.
Ahora bien, posiblemente no sea usted un cristiano
descuidado, sino más bien temeroso de Dios y se esmera por
complacerlo. Ha desarrollado en su vida una rutina «cristiana»
que algunas veces se vuelve aburrida y repetitiva.
Posiblemente no ha visto manifestaciones de las bendiciones
que la Biblia declara que son Suyas. El error más común en la
vida del creyente no son los pecados más groseros. Nos
cuidamos tanto del adulterio, de la fornicación, de las
hechicerías, de las borracheras, de las orgías, que
descuidamos los celos, el orgullo, las disensiones, los
pleitos. Ignoramos que siempre tratamos de complacer a Dios
con nuestros esfuerzos. Ignoramos que nuestra carne tratará de
orar, adorar, alabar, estudiar la Biblia y servir en su propia
fuerza.
Este es el secreto de la renovación. Caminar en el Espíritu
en todo aspecto de nuestra vida, no solamente en nuestra vida
moral, en nuestro comportamiento público, sino también en
nuestro «ser interior». Nuestra relación con Dios puede
corromperse y reducirse a ciertos comportamientos, conductas y
tradiciones que por más admirables que sean, nos robarán la
vitalidad y la renovación en el Espíritu.
Fíjese cómo funciona esto en la vida real. En nuestra carne
existe la inclinación a las contiendas. Estas surgen cuando
pensamos que nuestro grupo, partido, comunidad o familia son
mejores que otros. Es una inclinación que heredamos de Adán.
La contienda es parte de la naturaleza pecadora. En nuestras
vidas cristianas hemos aplicado este espíritu de contienda,
actitudes denominacionales y conciliares a las disciplinas que
hemos discutido en este libro. Históricamente hemos visto cómo
muchas comunidades cristianas han cedido a la contienda y se
han convencido de que la adoración y la alabanza de su
comunidad es la verdadera y la única, que su interpretación
bíblica, su manera de ministrar y su manera de orar es la
correcta, la agradable a Dios. Esa actitud ha llevado a muchos
a criticar, a despreciar y hasta a condenar a otras
comunidades que sirven a Dios en otra forma. Asimismo, ha
llevado a muchos a oponerse hasta al mismo término
«renovación».
El pastor Juan José Churruarin de Argentina quien había sido
parte de un movimiento de renovación en la década de los
setenta, me explicó que algunos de los que habían participado
en ese movimiento se oponían a toda renovación posterior. Los
que fueron renovados al comienzo de este siglo también
rechazan la renovación de la Iglesia en la década del noventa.
Piensan que cuando recibieron la renovación en el pasado, lo
recibieron todo, sin excepción. Estos hermanos no están
caminando en el Espíritu. Tienen inclinación a los pleitos y
las rivalidades. Tienen inclinación a las divisiones. Muchos
hasta se jactan de que «conservan» lo que recibieron años
atrás. Recibieron la renovación que correspondía a aquella
generación. Hoy hay una renovación nueva y fresca para todo
aquel que la desee. Cristo desea revelarse nuevamente y de
otra manera.
Luego de la muerte del Señor, los discípulos volvieron a su
viejo oficio. Olvidaron que un día Jesús los había encontrado
pescando y les había dicho que desde aquel momento ya no
pescarían peces sino hombres. Los discípulos retrocedieron,
volvieron a depender de sus esfuerzos para hallar el sustento.
Jesús, el tierno Jesús, los sale a buscar. Al encontrarlos en
el mar, no se enoja ni los reprende.

Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer?. (Juan 21.5)


Jesús nunca los había llamado «hijitos». Esta es una
expresión de afecto que un adulto puede dirigir a un niño.
Probablemente los discípulos creyeron que la persona que los
estaba llamando era un viejo pescador de la región. Jesús
simplemente les preguntó si sus esfuerzos humanos habían
producido algún fruto. Los discípulos confesaron que aunque
eran pescadores de profesión y experiencia no habían tenido
éxito. Nosotros tampoco lo tendremos si regresamos al mismo
lugar donde Cristo nos encontró. No sé qué esperaban los
discípulos de Jesús, pero no reconocieron aquella
manifestación en particular, porque era nueva, diferente.
Jesús, el amoroso Maestro, ordenó que echaran la red a la
derecha de la barca. Cuando lo hicieron, sucedió un milagro.
La red se llenó de peces. Esa manifestación sí la conocían.
Habían visto al Señor manifestarse así anteriormente. La
primera vez que se encontraron con Jesús, recibieron el mismo
milagro de la pesca milagrosa (Lucas 5.1-11). Cuando vieron
una manifestación conocida, se dieron cuenta de que era Jesús.
Hay discípulos de Jesús que todavía tienen esta misma
tendencia. Piensan que Cristo se manifiesta igual que en el
pasado. Todavía hay muchos que esperan que los avivamientos
sean iguales. Se han escrito muchos libros acerca de los
avivamientos del pasado. El Espíritu Santo soplará un poderoso
avivamiento sobre la Iglesia con manifestaciones nunca vistas
antes. Dios es el Dios de lo nuevo. Dios no se repite. La
historia es bien conocida:

Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima


de ellas, y pan[...] Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno
de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres?.
Sabiendo que era el Señor (Juan 21.9,12).

· Renovación según Dios ·

El creyente que se renueva reconoce su debilidad carnal.


Nuestra capacidad humana trata de conocer a Cristo y de
complacer y servir a Dios. Tratamos de analizar, codificar,
aprobar y organizar las manifestaciones de Cristo del pasado.
Pero la única manera de conocerlo es a través de la obra del
Espíritu Santo que renueva nuestro entendimiento en Su
conocimiento. Es necesario saber que nuestra carne luchará con
el Espíritu que desea renovarnos en el conocimiento de Cristo
todos los días. Quiere revelarnos nuevos aspectos de nuestro
llamamiento, de las riquezas de nuestra herencia, del poder de
Dios, de nuestra autoridad como hijos del Padre, el cuerpo de
Cristo, Su Iglesia. Por eso, como creyentes, reconocemos que
no podemos complacer a Dios con nuestros esfuerzos ni con
nuestras mejores intenciones. Esos esfuerzos deben ser
crucificados y en cambio nos rendimos para que el Espíritu
Santo produzca «frutos».
La herencia que está en nosotros, la Persona del Espíritu
Santo produce en nosotros lo siguiente:

1. Amor. La habilidad de dar sin esperar recompensa ni


remuneración.
2. Gozo. Una profunda seguridad en medio de las dificultades
y pruebas.
3. Paz. Silencio y tranquilidad en cuanto a Dios y en cuanto
a todos.
4. Paciencia. La habilidad de sufrir aunque sea por mucho
tiempo y esperar la solución.
5. Benignidad. Suavidad de palabra, gentileza.
6. Bondad. Hacer el bien.
7. Fidelidad. Ser consecuente, seguro y confiable.
8. Mansedumbre. Antes de herir, permitir que lo hieran a uno.
9. Templanza. Control de su temperamento.

En Romanos, Pablo nos enseña que las riquezas, la sabiduría y


la ciencia de Dios son profundas. Sus juicios son insondables,
no se pueden analizar; Sus caminos son inescrutables, no se
pueden investigar. El apóstol declara:

Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas
(Romanos 11.36).

En el capítulo siguiente, Pablo concluye:

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,


que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os
conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál
sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe
tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno (Romanos 12.1-3).

Después de reconocer nuestras inclinaciones carnales, y el


haber querido agradar a Dios por esfuerzos humanos, viene el
próximo paso. Mi deseo era no ser semejante al mundo. Pero ahí
terminaba todo. Gastaba mis energías en «no ser mundano». Pero
esta es la mitad de nuestra vida cristiana. En la epístola a
los Colosenses, Pablo nos exhorta a despojarnos del hombre
viejo. Apenas nos convertimos, de inmediato se nos exhorta a
dejar las costumbres de la vida antigua. Pero muy pocos nos
enseñan cómo dar el próximo paso. Pablo nos enseña a vestirnos
de Cristo, del nuevo hombre.
En Romanos 12 se nos exhorta a transformarnos por la
renovación de nuestro entendimiento. La palabra transformación
en griego es metamorfosis. Usada así mismo, denota el proceso
de un gusano que se transforma en mariposa. ¿Cómo somos
transformados?. Por la renovación de nuestro entendimiento y
por la renovación en el conocimiento y la experiencia de
Cristo. Así podremos comprobar la voluntad de Dios.
¿Se preguntó alguna vez cuál es la voluntad de Dios en su
vida?. No me refiero a la voluntad de Dios acerca de
situaciones diarias sino al propósito de Dios con su vida. El
apóstol lo define así:

Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la


excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, PARA
GANAR A CRISTO[...] a fin de conocerle, y el poder de Su
resurrección, y la participación de Sus padecimientos,
LLEGANDO A SER SEMEJANTE A ÉL EN SU MUERTE[...] Hermanos, yo
mismo no pretendo ya haberlo alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo
que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios EN CRISTO JESÚS (Filipenses 3.8,10,13,14,
énfasis añadido).

Pablo describe el propósito de Dios en su vida como una


«meta». Esta meta es un premio, el supremo llamamiento de
Dios, el cual está «en Cristo» y es «ganar a Cristo», llegar a
ser semejante a Él. En la epístola a los Gálatas lo explica
así.

Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto,


hasta que CRISTO SEA FORMADO EN VOSOTROS (Gálatas 4.19,
énfasis añadido).

Este es el propósito de Dios en nuestras vidas. El Espíritu


Santo mora en nuestras vidas para que Cristo Jesús sea formado
en nosotros. El Espíritu Santo nos transformará a la imagen y
semejanza de Jesús haciéndonos pasar por la experiencia de
muerte, de dolor y de total dependencia en nuestro Padre.
Durante esas experiencias de humillación, de despojo personal,
de pobreza espiritual, totalmente dependiendo de nuestro Padre
aprenderemos a ser como Jesús. Pero como me sucedió a mí, esta
experiencia siempre termina en la manifestación del poder de
la resurrección. Dios nos exaltará y levantará nuestra cabeza.
Así podremos vivir las palabras del apóstol Pablo:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús.


[...] se despojó a sí mismo tomando FORMA de siervo
[...] y estando en FORMA de hombre, se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo (Filipenses
2. 5, 7, 8, 9).
El propósito de Dios es que seamos como Su Hijo, Jesús, el
autor y consumador de nuestra fe. ¿Qué es la renovación? Es la
continua obra del Espíritu Santo que nos transforma para
parecernos más a Jesús.

Haced morir, pues, lo TERRENAL en vosotros[...] habiéndoos


DESPOJADO del hombre viejo con sus hechos, y REVESTIDO del
nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va
RENOVANDO hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni
judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita,
siervo ni libre, sino que CRISTO ES EL TODO y en todos
(Colosenses 3:5,9,10,11, énfasis añadido).

Sí, hemos recibido toda bendición espiritual en lugares


celestiales en Cristo. Hemos sido revestido de esa nueva
criatura. Pero esto simplemente es el comienzo. Todavía hay
actitudes y razonamientos carnales, terrenales. El creyente
que se renueva muere a lo terrenal en su vida y es renovado a
lo celestial para que Cristo sea TODO en su vida. Como
cristianos podemos adorar, alabar, orar, escudriñar las
Escrituras y hasta servir a Dios con motivaciones terrenales.
La renovación no significa cambiar costumbres viejas por
nuevas. La renovación toma lugar cuando:

1. Buscamos las cosas de arriba donde está Cristo.


2. Ponemos la mira en las cosas de arriba no en las de la
tierra.
3. Morimos a las cosas de la tierra.
4. Somos renovados según el modelo de Jesús.

En la adoración, discernimos la persona del Padre y Su


maravilloso plan: que seamos como Su Hijo. En la adoración
contemplamos la gloria de Dios en Cristo, demostrada en Su
amor y Su gracia. Contemplamos la gloriosa «imagen», la
hermosa «forma» de Jesús. Este proceso no tiene fin. Siempre
estaremos adorando a Dios, discerniendo quién es Él. El cielo
será una continua y eterna revelación de Dios.
En la alabanza, discernimos la victoria y la seguridad de Sus
promesas, las cuales son sí y Amén en Cristo. Este proceso es
continuo. Cuanto más pruebas, más alabanzas.
En la oración, discernimos los deseos y propósitos de Dios
para nuestra vida. En la oración deseamos, pedimos y recibimos
la transformación, la respuesta, el cambio a Su imagen. Este
proceso será continuo mientras estemos en la tierra. Cuando
lleguemos al cielo no tendremos necesidad de ser cambiados
porque ya habremos sido transformados en un «abrir y cerrar de
ojos». El cielo es el pleno cumplimiento de los propósitos de
Dios.
En el estudio de la Palabra de Dios, discernimos la voz de
Dios, la Palabra iluminada que es lámpara para nuestro diario
vivir. La Biblia no es simplemente un libro, un texto; es la
revelación de una persona y Su nombre es Jesucristo, el Hijo
de Dios. Cuando lleguemos al cielo, estaremos en la presencia
gloriosa de la Palabra Viva, el Alfa y la Omega.
En el servicio, discernimos que somos el canal de Dios para
bendición a otros. En el ministerio somos de bendición de
acuerdo a la vida, al poder y a la virtud de Cristo en
nosotros. No somos nosotros sino que la transformación interna
que el Espíritu Santo ha realizado se manifiesta para
beneficiar a otros. Este proceso es continuo mientras estemos
rodeados de necesidades y de necesitados. Al llegar al cielo,
el Señor enjugará toda lágrima y no habrá necesidad de que nos
ministremos unos a otros.

· La última gloria ·

La adoración y la alabanza son las únicas dos actividades que


nunca cesarán. En conclusión, Dios está guiando a Su pueblo a
una renovación espiritual diaria. No estoy hablando de la
renovación de ciertas actividades, de ciertas disciplinas.
Estoy hablando de la renovación de nuestro entendimiento en el
conocimiento de Él. Posiblemente habrá quien piense que ya no
necesita conocer más de Cristo, que ya ha recibido todo el
conocimiento y la revelación. Dios no desea que adoptemos esa
actitud. En el Antiguo Testamento le extiende a Su pueblo una
invitación a la renovación. Los israelitas habían llegado a
esa actitud orgullosa y vana.

Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó


para afirmarla; Jehová es Su nombre (Jeremías 33.2).

Antes de exhortar al pueblo a renovarse, Jehová les recuerda


que Él es eterno, todopoderoso y omnisciente. El hombre es muy
limitado en su conocimiento de Dios.

Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y


ocultas que tú no conoces (Jeremías 33.3).

Estas son las cosas grandes que Dios quiere mostrar según
Jeremías 33:

He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y


les revelaré abundancia de paz y de verdad. Y haré volver los
cautivos de Judá y los cautivos de Israel, y los restableceré
como al principio (vv. 6-7).
A los heridos, descarriados y apartados, Dios no solamente
los traerá sino que los sanará y los devolverá con paz y
verdad, restaurándolos como eran antes de apartarse.

Y me será a mí por nombre de gozo, de alabanza y de gloria,


entre todas las naciones de la tierra, que habrán oído todo el
bien que yo les hago; y temerán y temblarán de todo el bien y
de toda la paz que yo les haré (v. 9).

Esta obra de Dios en Su pueblo será vista y oída por todos.


Las naciones temblarán, no por los juicios, sino por la gran
misericordia y los grandes milagros que Dios hará en la tierra
a través de Su pueblo.

Ha de oírse aún voz de gozo y de alegría, voz de desposado y


voz de desposada, voz de los que digan: Alabad a Jehová de los
ejércitos, porque Jehová es bueno, porque para siempre es Su
misericordia; voz de los que traigan ofrendas de acción de
gracias a la casa de Jehová. Porque volveré a traer los
cautivos de la tierra como al principio, ha dicho Jehová (v.
11).

La voz de los creyentes cambiará. La música de la Iglesia


cambiará. No se oirán más quejas, dolores ni expresiones de
incertidumbres. Dios cambiará nuestras voces de tristeza a
voces de alegría y gozo. La Iglesia declarará al mundo entero
que Dios es digno de alabanza, porque Satanás ha tenido que
devolver todo lo que había robado, todas las almas que había
aprisionado. Cuando todo el mundo esté desierto y las calles
estén asoladas, los creyentes serán los únicos que se
regocijarán.

Así dice Jehová de los ejércitos: En este lugar desierto, sin


hombre y sin animal, y en todas sus ciudades, aún habrá
cabañas de pastores que hagan pastar sus ganados[...] aún
pasarán ganados por las manos del que los cuente, ha dicho
Jehová (vv. 12-13).

En días de crisis económica, los creyentes serán los únicos


que tendrán abundancia en sus hogares.

He aquí vienen días, dice Jehová, en que yo confirmaré la


buena palabra que he hablado a la casa de Israel y a la casa
de Judá. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a
David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la
tierra (vv. 14-15).

Dios promete confirmar la buena palabra, no una palabra


negativa y de desastre. Esta palabra será confirmada cuando
aparezca el Hijo de David, el Renuevo, el Renovador, y Su
nombre es Jesús, de la casa de Israel, de la tribu de Judá.
Toda la palabra buena que Dios ha hablado desde el principio
se confirmará en la casa del Renuevo, la Iglesia del Señor
Jesucristo.

Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo


haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca;
y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de
todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho
Jehová de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro,
dice Jehová de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa
será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y
daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos (Hageo
2.6-9).

La gloria que vendrá sobre la Iglesia antes que Cristo


regrese será mayor que la primera. La primera gloria derramada
sobre la Iglesia fue en el Aposento Alto, el día de
Pentecostés. La última gloria será mayor que la del día de
Pentecostés. En aquel día, Pedro explicó que con el
derramamiento del Espíritu sobre toda carne se estaba
cumpliendo la profecía de Joel, quien habla de la lluvia
temprana y de la lluvia tardía. La lluvia temprana desciende
antes de la siembra. La tardía desciende antes de la cosecha,
varios meses después de la siembra, cuando el campo está
blanco para cosechar.
Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová
vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a Su tiempo,
y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como
al principio. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares
rebosarán de vino y aceite. Y os restituiré los años que comió
la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran
ejército que envié contra vosotros (Joel 2.23-25).
Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y
los collados fluirán leche, y por todos los arroyos de Judá
correrán aguas; y saldrá una fuente de la casa de Jehová (Joel
3.18).

La última gloria que se manifestará, será sobre la Iglesia


que nació en el Aposento Alto. Esa fue la lluvia temprana.
Allí se sembró la cosecha. Vienen días de gran cosecha para la
Iglesia como nunca antes ha visto la historia. La lluvia
temprana y la tardía descenderán juntas. Esto significa que
sembraremos y cosecharemos al mismo tiempo. Por eso, la Biblia
dice que los montes fluirán de mosto. No habrá necesidad de
esperar que los frutos maduren. Apenas se siembre la semilla,
se madurará y se cosechará rápidamente. ¿Por qué? Porque en la
Iglesia habrá una fuente y en la vida de cada creyente
correrán arroyos de esa misma agua, el agua de la lluvia
temprana y tardía que descenderá del cielo.
Esto no es simplemente para regocijarse. Esto es para crear
expectativa, para que desde ahora se comience a alabar a
nuestro Dios. Esto es para declararlo a los principados, al
mundo, a nuestros amigos que hace tiempo han oído el
testimonio de la salvación, a nuestros seres queridos que
todavía no han aceptado a Cristo. Su día de salvación viene.
Usted será el sembrador y el cosechador. Y después de todo
esto, vendrá el Señor a buscar a los Suyos. La Iglesia no se
irá de esta tierra derrotada y débil, sino gloriosa,
victoriosa y renovada. Esta promesa no es para un grupo
escogido de supercristianos. ¡Esta promesa es para usted!.
Dios cumplirá Su propósito y Su voluntad a través de su vida y
la mía.

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