La Didáctica de La Lectura y La Escritura
La Didáctica de La Lectura y La Escritura
La Didáctica de La Lectura y La Escritura
El texto plantea en primer lugar, un encuadre general de la Didáctica como disciplina social
cuyo objeto lo constituyen las prácticas de enseñanza, principalmente, desde los
planteamientos de Alicia Rosalía Wigdorovitz de Camilloni (2001) y Edith Litwin (1997,
2008) y en segundo lugar, se presenta el desarrollo de algunas categorías centrales en esta
disciplina como el sistema didáctico y la transposición didáctica, desde los aportes de la
tradición francesa, y la noción de configuración didáctica, planteada por Litwin (1997).
Según Chevallard, esa distancia entre estos dos saberes debe manejarse con cuidado. El
saber enseñado debe ser suficientemente cercano al saber sabio para no provocar la
desautorización de los científicos. Igualmente, debe alejarse de la banalización que muchas
veces proporciona la escuela. Una distancia inadecuada entre el saber sabio y el saber
enseñado pondría en cuestión la legitimidad del proyecto de enseñanza al disminuir su valor
o establecer como riesgo el que lo enseñado quede obsoleto frente a la sociedad y en
desacuerdo con el saber no escolarizado.
De manera complementaria, este autor relaciona la Didáctica con los tres polos del
triángulo o sistema didáctico: el objeto de enseñanza, los profesores y los alumnos. El
primer polo se refiere al objeto de enseñanza y su correspondiente transposición didáctica.
Esto significa que el supuesto básico de la transposición comprende las sucesivas
transformaciones (rupturas, replanteamientos) que se producen en el conocimiento desde
que se elabora por la comunidad científica hasta que se institucionaliza como conocimiento
escolar.
La transposición didáctica involucra un conjunto de mediaciones en las que es posible
identificar dos niveles sucesivos: 1) el proceso de selección y designación de ciertos aspectos
del saber científico como contenidos susceptibles de formar parte del currículo académico y,
2) las transformaciones que sufre ese saber seleccionado para convertirse en objeto de
enseñanza y aprendizaje, es decir, en conocimiento para enseñar y, luego, en conocimiento
enseñado. En otros términos, hay transposición didáctica porque el funcionamiento
didáctico del saber es distinto del funcionamiento teórico. Se trata de dos niveles de saber
interrelacionados pero no superpuestos.
Concretamente, el término transposición didáctica tiene su origen en la obra de Michel
Verret (1975) Le temps des études. En esta, el autor plantea que: ‘‘Toda práctica de enseñanza
de un objeto presupone la transformación previa de su objeto en objeto de enseñanza. Esta
transformación implica que la división del trabajo ha autonomizado el proceso de
transmisión del saber respecto del proceso de aplicación y ha constituido para cada práctica,
una práctica distinta de aprendizaje’’ (p. 140). Las propuestas de Verret establecieron los
cimientos de la didáctica de las matemáticas, casi simultáneamente desarrollada por
Chevallard (1991).
En relación con los presupuestos anteriores, Jean-Paul Bronckart e Itziar Plazaola (2007)
proponen ahondar en tres temas alrededor de la noción de transposición. En primer lugar,
el análisis del estatuto de referencias teóricas ----
-saberes, conocimientos, nociones----
-, como
fuente del proceso o de los procesos de transposición; la naturaleza de las interacciones entre
disciplinas científicas de referencia y la didáctica de las asignaturas particulares. En segundo
lugar, la problemática de la transmisión-apropiación de los saberes. Y, en tercer lugar, la
transposición de la conceptualización, al comparar el estatuto de los objetos de saber en
textos científicos y en los manuales para la enseñanza. De hecho, la idea de la transposición
didáctica ha supuesto, en los últimos años, un proceso de clarificación renovadora que
muestra con toda precisión cómo el saber que se enseña en la escuela procede de una
modificación cualitativa del saber académico, que llega a desnaturalizarse con el fin de que
sea comprendido por el estudiante. Hasta aquí, las referencias al primer polo del triángulo
didáctico.
El segundo polo concierne a los profesores, agentes del sistema didáctico y responsables de
las transformaciones didácticas de los saberes seleccionados. Estos saberes están
sobredeterminados por la formación y la experiencia del maestro, por los textos o manuales
que utilice y por las formas de interacción en clase, que dependen del tipo de estudiantes y
del contrato didáctico implícito y explícito que se establece entre las dos partes.
Se reconoce, además, como lo plantea Bernard Schneuwly (2002), que los docentes son
moldeados por factores internos y externos. Entre los internos, se advierte la presencia de
un profesional que, en su acción y en sus prácticas, muestra las huellas de su pasado como
alumno; y en los externos se encuentran la visión de su área de conocimiento y los modos en
que la teoriza.
No obstante, lo que se percibe y teoriza no está ligado necesariamente con lo que se hace.
Para hallar esa interrelación se debería responder a cuestiones como las siguientes:¿cuáles
son los objetos elaborados en las interacciones en clase?, ¿cómo se construye el objeto de
saber en el intercambio entre estudiante y profesor?, ¿cómo las resistencias de los alumnos
son tomadas en cuenta o no en la intervención del docente?, ¿cómo las representaciones del
profesor sobre su área de saber repercuten en la manera de tratarla?, ¿cuáles son,
generalmente, los dispositivos para transformar el conocimiento de los estudiantes?
En síntesis, en el sistema didáctico se resalta la figura del profesor como mediador del
proceso pedagógico y de la interacción lector-conocimientos (textos), en los cuales se
involucra. Este proceso se caracteriza por su flexibilidad, el ascenso en espiral y la
estructuración y reestructuración de actividades conducentes al logro de unas metas y
propósitos previstos. Por consiguiente, la manera en que el maestro presente las estrategias,
las tareas y las actividades determinará en buena medida las posibles interpretaciones a las
que lleguen sus estudiantes y el grado de amplitud y profundización en la construcción de
sentidos y de conocimiento al que puedan acceder.
El tercer polo del triángulo didáctico se relaciona con los estudiantes. Chevallard no se
refiere a los efectos de la transposición didáctica en la apropiación de conocimientos; sin
embargo, es importante evaluar los resultados que dicha transposición produce en los
estudiantes. Lo anterior parte del reconocimiento de que las nociones que provienen de los
conocimientos científicos cohabitan con los conocimientos espontáneos; por tanto, es
preciso ejercer una vigilancia epistemológica que examine los movimientos de transposición
a lo largo de todo el proceso de enseñanza y de aprendizaje, proceso que parte de los saberes
sabios a los saberes objeto de enseñanza, continúa con los saberes enseñados y finaliza con
los conocimientos realmente aprehendidos.
Esta noción se reconoce como un constructo interpretativo alternativo para el análisis de las
prácticas de enseñanza de Ciencias Sociales en la universidad y surge en el desarrollo de un
trabajo orientado a la identificación de clases cuyas estructuras didácticas favorecieran la
construcción del conocimiento por parte de los estudiantes. Este trabajo permite reconocer
que una determinada configuración didáctica da cuenta de las características de un docente
y constituye la expresión del dominio, del contenido y de la manera en que adelanta su
práctica. Además, pone en evidencia las características propias del abordaje de un campo
disciplinar determinado, pues las prácticas de enseñanza toman forma en función de la
naturaleza del saber a partir del cual se desarrollan.
Litwin (1997) explica que en las configuraciones didácticas, el profesor organiza la
enseñanza en un especial entramado que involucra procesos reflexivos de profesores o
estudiantes, prácticas metacognitivas, rupturas con los saberes cotidianos o referencias
epistemológicas, entre otros. Con base en estos y otros aspectos, la autora identificó durante
su investigación ocho configuraciones en la clase universitaria; sin embargo, reconoce que es
posible encontrar otras y que también suele darse el entrecruzamiento entre algunas de ellas.
Además, afirma que en todas las configuraciones inscritas en la buena enseñanza ‘‘la práctica
trasciende el mismo campo porque da cuenta de una construcción social en un aquí y ahora,
en un docente preocupado porque todos los procesos comprensivos que genera se
enmarquen en una práctica social democrática’’ (p. 138).
Además de lo anterior, Edith Litwin plantea la necesidad de continuar la búsqueda y el
análisis de las prácticas de enseñanza de los distintos campos disciplinares para encontrar
otras recurrencias que contribuyan a definir de modo sustantivo buenas configuraciones;
entendidas éstas como aquellas favorecedoras de comprensiones genuinas, de la asunción
democrática de roles, del respeto por el otro y por la diferencia, del pensamiento pluralista y
de la construcción social del conocimiento. Esto implica una reflexión constante sobre las
prácticas de enseñanza para revisar las diversas maneras de llevarlas a cabo, en lo que
respecta a los modos como el docente las organiza, ejecuta e inscribe en los entornos
institucionales.
En este sentido, las prácticas de enseñanza, sus circunstancias factuales, sus emergencias
conceptuales y epistemológicas, sometidas a la reflexión y a la abstracción generan las
nociones y conceptos que conforman la configuración didáctica. Lo anterior solo es posible
si el docente asume la responsabilidad de abordar su trabajo de un modo reflexivo, en el que
cada experiencia y rasgo particular sea susceptible de convertirse en terreno para la
abstracción y la conceptualización como espacios de enriquecimiento de sus propias
prácticas y las de otros.