A Los Miembros de La Comisión Pontificia para La Protección de Los Menores
A Los Miembros de La Comisión Pontificia para La Protección de Los Menores
A Los Miembros de La Comisión Pontificia para La Protección de Los Menores
Reunidos hoy aquí, deseo compartir con ustedes el profundo dolor que siento en el
alma por la situación de los niños abusados, como ya he tenido ocasión de hacer
recientemente en varias ocasiones. El escándalo del abuso sexual es
verdaderamente una ruina terrible para toda la humanidad, y que afecta a tantos
niños, jóvenes y adultos vulnerables en todos los países y en todas las sociedades.
También para la Iglesia ha sido una experiencia muy dolorosa. Sentimos
vergüenza por los abusos cometidos por ministros sagrados, que deberían ser los
más dignos de confianza. Pero también hemos experimentado un llamado, que
estamos seguros de que viene directamente de nuestro Señor Jesucristo: acoger la
misión del Evangelio para la protección de todos los menores y adultos
vulnerables.
Permítanme decir con toda claridad que el abuso sexual es un pecado horrible,
completamente opuesto y en contradicción con lo que Cristo y la Iglesia nos
enseñan. Aquí en Roma, he tenido el privilegio de escuchar las historias que las
víctimas y los supervivientes de abusos han querido compartir. En esos
encuentros, ellos han compartido abiertamente los efectos que el abuso sexual ha
provocado en sus vidas y en las de sus familias. Sé que también ustedes han
tenido la bendita ocasión de participar en iguales reuniones, y que ellas siguen
alimentando su compromiso personal de hacer todo lo posible para combatir este
mal y eliminar esta ruina de entre nosotros.
Por eso, reitero hoy una vez más que la Iglesia, en todos los niveles, responderá
con la aplicación de las más firmes medidas a todos aquellos que han traicionado
su llamado y han abusado de los hijos de Dios. Las medidas disciplinarias que las
Iglesias particulares han adoptado deben aplicarse a todos los que trabajan en las
instituciones de la Iglesia. Sin embargo, la responsabilidad primordial es de los
Obispos, sacerdotes y religiosos, de aquellos que han recibido del Señor la
vocación de ofrecer sus vidas al servicio, incluyendo la protección vigilante de
todos los niños, jóvenes y adultos vulnerables. Por esta razón, la Iglesia
irrevocablemente y a todos los niveles pretende aplicar contra el abuso sexual de
menores el principio de “tolerancia cero”.
El motu proprio Como una madre amorosa, promulgado en base a una propuesta
de vuestra Comisión y en referencia al principio de responsabilidad en la Iglesia,
afronta los casos de los Obispos diocesanos, Eparcas y Superiores Mayores de los
Institutos religiosos que, por negligencia, han realizado u omitido actos que hayan
podido provocar un daño grave a otros, bien se trate de personas físicas o de una
comunidad en su conjunto (cf. art. 1).
Me llenó de alegría saber que muchas Iglesias particulares han adoptado vuestra
recomendación para una Jornada de Oración, y para un diálogo con las víctimas y
supervivientes de abusos, así como con los representantes de las organizaciones
de víctimas. Ellos compartieron con nosotros cómo estas reuniones han sido una
experiencia profunda de gracia en todo el mundo, y sinceramente espero que
todas las Iglesias particulares se beneficien de ellas.
Por último, me gustaría alabar con especial énfasis las numerosas oportunidades
de aprendizaje, educación y formación que han ofrecido en tantas Iglesias
particulares de todo el mundo e igualmente aquí en Roma, en los diversos
Dicasterios de la Santa Sede, en el curso para los nuevos Obispos y en varios
congresos internacionales. Me complace la noticia de que la presentación que el
Cardenal O’Malley y la Sra. Marie Collins, uno de sus miembros fundadores,
realizaron la semana pasada a los nuevos Obispos haya sido acogida tan
favorablemente. Estos programas educativos ofrecen el tipo de recursos que
permitirán a las Diócesis, Institutos religiosos y a todas las instituciones católicas,
adoptar e implementar los materiales más efectivos para este trabajo.
Permítanme agradecerles una vez más sus esfuerzos y consejos en estos tres
años. Los encomiendo a la Santísima Virgen María, la Madre que permanece cerca
de nosotros a lo largo de nuestras vidas. Les doy la Bendición Apostólica a todos
ustedes y a sus seres queridos, y les pido que continúen rezando por mí.