Copia de La Batalla de Las Versiones Narrativas
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Copia de La Batalla de Las Versiones Narrativas
Sólo lo que e tá cscnto permanece. sólo lo que está cscnto es: cuando esta
postblhdad queda al de~cubteno, la novela advterte que ttene un arma pode-
rosa entre las manos. Lo escrito. fábula o hastoraa, e la ver tón última (pero no
la definitiva) de la reahdad .
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y ha citado los ejemplos de Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói,
J oyce, Faulkner. Podríamos añadir a Galdós en nuestra lengua, y en nuestro
ámbito cultural a Machado de Assis.
La apuesta de las novelas que vamos a considerar .!S todavía más osada: no se
trata ya de recrear el mundo, ni tan siquiera, como pretendía la llamada
literatura comprometida, de transformarlo revolucionariamente mediante la
palabra. La apuesta reside en cambiar la memoria de los hombres: en demos-
trar que todo lo que recordamos, y aun todo lo que somos, nunca es de una
sola manera. Que la verdad no es una ni mucho menos absoluta, sino frágil y
con innumerables facetas, como los ojos de la mosca.
Desde el segundo decenio del siglo XVl, y estimulado por los dictámenes de
Juan Luis Vives, quien condenaba toda forma de invención, el poder imperial
advirtió las erosiones que lo imaginario podía imponer a la homogeneidad de
la fe cristiana. Cuatro años antes de su muerte, Carlos I emitió desde el
trn.:l reiormJ monasterio de Yuste un edicto que prohibía en América la lectura de "libros de
n prcn<.;a loc.d. ini -
: c::.ll' J.'rliner nún 11.: ro una
romances de materias profanas y fabulosas ansí como son libros de Amadís y
1 •rl ,l'ct.d L·n ingks, 4u~.: por ·..: otros desta calidad de mentirosas ystorias". Ya se sabe que, a pesar de la
J~: ll'l:1 p;1gnu, 1:t cual I!S- ,¡.
.1 Ldlt, •• dd cvnudJ o penoJisn ~: prohibición, la novela se abrió paso en las nuevas tierras. Las listas de
::. ~. UownJer. con :-.u r.:::.p ec- •.·
rpo t.k ~O~<l bo radores. ·.:
embarque de los galeones españoles dan cuenta del ingreso de libros de
nv~. poes, que nuc!-> tros lec- ~; caballerías, Quijotes y novelas pastoriles a través de los puertos de México,
il l:t sul!ci~r.tc IJecll;!\'0/eli l.'la
.... Perú y Nueva Granada. También se sabe que América produjo sus propias
r pu..-u t1empo nu,:~ t ra -..,:
Í .1111 1·;¡ On.!<.llliZ<lLÍ<~ I1 1 Ja novelas, si bien sometiendo la imaginación a los códigos del ascetismo cris-
¡'tJIJnJ, ·..; d;:l .JI,•, n,.,.,.,,_ •r
tiano. Basten, como ejemplos, el Claribalte de Gonzalo Fernández de Oviedo
( 1519); Siglo de Oro en las selvas de Erifile, fábula pastoril que Bernardo de
Balbuena publicó en 1608, y Los sirgueros de la Virgen (1620) del mexicano
Francisco Bramón, todas novelas anteriores a El periquillo sarniento.
Menos conocido es que, saltando sobre las férreas armaduras de los géneros,
algunos de los mejores cronistas de Indias incorporaron lo imaginario a textos
que se postulaban, desde sus mismos títulos, como reflejos celosos de la
realidad. N o hablo ya de las apariciones del apóstol Santiago en las batallas
narradas por Berna! Díaz del Castillo y por el Inca Garcilaso,) porque tales
licencias no eran inusuales. Me refiero a las curaciones chamánicas, a las
resurrecciones y a los árboles ardientes que confirieron fama de santo a Alvar
Núñez Cabeza de Vaca, y que se consignan en su libro de Naufragios (1542)
con la advertencia de que todo ello fue escrito "con tanta certinidad"; me
refiero también, para citar sólo un ejemplo más, a las batallas de guerreros
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.._.....
solitarios y desarmados co ntra ejé rcitos infi nit os, y a las versio nes intermina-
blemente co nfirmadas y desmentidas por el capi tán F elipe de Ut re sob re el país
del D o rad o, has ta que po r fin , c uand o lo tiene ante sus oj os, no s abe si es o no
es iluso rio: todo lo cual se encuentra en la admi rable Historia de la conquista y
población de la provincia de Vene zuela ( 1723) de J osé de Ovied o y Baños.
canto del cis ne d el barroco americano.
Aun aferrándonos a las leyes de los géneros , ¿cómo no admitir que estas
cr ó nicas está n se mbradas de salt os hacia lo imaginario, de fermen ro s de
novelas, de violacio nes de la his to ri a? N ovela, ha escrit o Philippe Léjeune en
Le pacte autobiographique, es sinónimo d e ficció n, pero tamb ién de escritura
literar ia: vo luntad de escritura ficticia , p o r oposició n a la chatura del d oc u-
mento, al grado cero del testimoni o.
Al se ñalar esa co nflu encia no propo ngo una idea nueva. En ciert o modo, ya el
tema empezó a insinua rse en el coloq ui o so bre histo ria y ficción o rga ni zado
por la Universidad de Y a le en m a rzo d e 1979. En el pró logo al coloq uio ,
Roberto Go nzález Echevarría señala:
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A partir de la vanguardia, la novela va a asumir una forma
radicalmente ctltica ante la historia y ante cóm o narrarla. En
vet de la postura "cientifica "de la n ovela del XIX, que supone
un observadorprivilegiado que mira desde fuera el mundo que
1 describe con un instrumenta/ cientlfico e ideológico neutro, más
allá de todo cuestionamiento, la novela - m ás pró xima ahora a
/afllosofla y a/ mito- pondrá en tela de j uicio precisamente /a.s
vehicu/os de pensamiento y observación y verá la historia pre-
sente en e/ mism o plano que la pretérita. ( Historia y ficción en la
narrativa hispanoamericana, Caracas, M onte A vi/a Editores.
1984, págs. /0-11).
usa, como los cronistas de Indias, toda la panoplia del conocimiento para
reconocer su realidad . A unos y a otros no les importa ya que tales conocimien-
tos sean los de la trad ición nacional. Se apropian de ellos, de donde quiera
provengan. R eflexio nemos un poco más sobre la idea de González Echevarría:
Así como el propio Colón ilustra cada etapa de sus viajes con referencias a la
Biblia Y a los mitos griegos, y Garcilaso o Huamán Poma se lan~an al rescate
de los relatos indígenas, y Oviedo y Baños refuerza la "veracidad'' de su
histo ria apoyándose so bre mitos sajones, Lezama Lima proclamará cuatro
siglos después su derecho a a brevar en las fuentes escriturales chinas y Borges
se apropiará de toda la cultura del universo en cada texto. Como proceso
consciente, esa reclamación americana de todo el patrimonio cultural, ese
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adiós al aislamiento nacionalista, ese punto final a los empobrecimtemos del
criollismo , se expresará en grandes novelas de los años sesenta: es el caso de
Ray uela, de Paradlso y de Cien años de soledad. Y se confirmará en narracio-
nes del decenio siguiente, tales como Terra nostra de arlos f-uentes, Yo el
Supremo de Augusto Roa Bastos, El o toño del patnarca de Gabnel García
Márquez, El recurso del mé1odo de Alejo Carpentter y La guerra del fin del
mundo de Vargas Llosa.
A una htstoria escrita por el poder y desde el poder (una htstona complactente
con los tnunfadores de cualquier época, congelad a por el scrvtltsmo ). los
novelistas oponfan una his toria infi nitamente reescnbtble. v¡va, dinámtca: el
reverso de esas investigactones definuivas de la que tanto hablan los av1sos
publicitarios de las editoriales. Ya se sabe: Linco/n, al fin la b10grafia defini-
tiva ; o bien: la esperada trad ucció n definiti va de la Com edta de Dante.
Así, la posesión de la historia es signo inequívoco del sitio donde está el poder.
El poder no está sólo del lado de quien produce la historia oficial, sino -y
sobre todo- del lado de quien la dicta o la escribe.
Cuando Augusto Roa Bastos expone la misma poética del duelo narrativo en
Yo el Supremo, mediante el mismo recurso (un texto dictado por el Señor,
Gas par Rodríguez de Francia en este caso, a su secretario Patiño), el campo de
batalla es América y, por eso mismo, la imaginación puede reivindicar allí su
pleno valor subversivo, su principio de conocimiento, frente ~los dogmas
oficiales de la historia. "Olvida tu memoria", dice el Supremo.
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La palabra sólo puede ser real, entonces, cuando es capaz de desprenderse de
tod os esos pólipos de significado, de esas "viscosidades" co n que la tiñero n el
mundo, la histo ria y la cultura preexistente. La palabra sólo es real cuando,
como diría Barthes, es capaz de inex presa r lo tantas veces ex presado , y
de volver a l lenguaj e su inoce ncia primigenia, s u exactitud esencial. La palabra
sólo es real, podríamos corregir, cuando además de los an tiguos y ya gastados
sentidos están presentes en e lla los sentidos nuevos , cuando se abre al mundo,
cuando la historia entra y sale de ella como un vie nto sa ludable.
Seis años des pués de Yo el S upremo, e n lA guerra de/fin del mundo. Mario
Vargas Llosa referirá , a través de personajes que reproducen puntualmente las
situaciones anterio res (un Señor, el barón de Cañabrava; un a manuense, el
P eri odista Mio pe: aunque allí no hay un poder que dicta y otro que copia, sino
uno que marca la huella de s u peso so bre la historia y otro que interpreta la
historia), referirá - repito- cuál es la nueva estrategia que el poder político
as ume ante el poder de la palabra para neutralizarla. No se trata ya de prohibir
la escritura y lectura de las fábulas , ni de incinerar lo escrito, sino de algo más
astuto y más terrible . La estrategia es la indiferencia, la ceguera, la sord era. El
poder no lee y, por lo tanto , la escritura no puede afectarlo : la escritura no lo
alcanza, no lo toca. Es lo que masculla el barón de Cañabrava luego de
despedir al periodista mio pe: " No lo reci biré ni lo escucharé más. Y si escribe
ese lib ro sobre Canud os, tampoco lo leeré". ( De la mis ma estirpe es el comen-
tario que suelo oír cuando algún dogmático discípul o de Perón se ve o bligado
a dialogar en público sobre mi último libro: "No leo novelas. Los políticos n o
podemos perder el tiempo en imagi naciones").
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decirlo". La historia oficial, que se proclama custodia de la verdad, silencia
toda verdad que no se corresponda con sus dogmas; la historia oficial que se
propone como adversaria de la mentira, al omitir y al callar, miente.
Pero la historia, por comprensiva y vasta que sea, por más avidez de conoci-
miento que haya en su búsqueda, no puede permitirse las dudas ni las ambi-
güedades que se permite la ficción: los hechos están allí, sucedieron, y si bien
puede haber otros, esos nuevos hechos no desmienten los anteriores sino que
los complementan. La historia opera por adición.
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Y es también lo que el poder imperial sugiere, por boca del Señor, en Terra
nostra, de Fuentes:
La res puesta:
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