Sanchez Fernandez Juan Oliver - Antropologia
Sanchez Fernandez Juan Oliver - Antropologia
Sanchez Fernandez Juan Oliver - Antropologia
JUAN OLIVER
SÁNCHEZ
VISÍTANOS PARA MÁS LIBROS:
https://www.facebook.com/culturaylibros
Antropología
Juan Oliver Sánchez Fernández
Antropología
Alianza Editorial
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley,
que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemni-
zaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren
o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o cientí-
fica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo
de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
7
Índice
9
Índice
BIBLIOGRAFÍA................................................................................................ 283
10
1. Campo de estudio
y método de la antropología
11
Antropología
12
1. Campo de estudio y método de la antropología
Comparación intercultural
La antropología cultural elabora teorías o leyes generales válidas para las so-
ciedades humanas a partir de la comparación intercultural de sociedades di-
ferentes en el espacio y en el tiempo. Las teorías buscan generalizar y sobre-
13
Antropología
Enfoque holista
Trabajo de campo
1.4.
Corrientes de pensamiento en la antropología cultural
o social
La antropología no es un campo de pensamiento homogéneo o uniforme sino
una disciplina entrelazada por una gran diversidad de temas y problemas de es-
tudio, enfoques, teorías y técnicas de investigación. Geertz ha señalado que la
antropología tiene un gran prestigio y reconocimiento en otras disciplinas
como filosofía, crítica literaria, lingüística, historia, economía, politología, de-
recho, psicología, teología, etc. Lévi-Strauss, Turner, Douglas, Leach, Sahlins,
14
1. Campo de estudio y método de la antropología
15
Antropología
1.5.
Método de la antropología y técnicas de recogida
de datos
El trabajo de campo y la observación participante constituyen el método de
la antropología.
El trabajo de campo plantea problemas como las técnicas más apropiadas
de recogida de datos, análisis cualitativo y cuantitativo, fiabilidad y validez,
tipos de hipótesis, etc.
16
1. Campo de estudio y método de la antropología
17
Antropología
Este tipo de técnicas son valiosas para grupos de gran tamaño en los que hay
una fuerte heterogeneidad o diferencias socioculturales intragrupales. El proce-
dimiento consiste en seleccionar muestras o un número limitado de unidades de
una población o universo de individuos, instituciones, acontecimientos y obje-
tos. Las muestras deben ser representativas o reflejar realmente la composición
de la población. Dichas técnicas permiten la cuantificación de los datos obteni-
dos y la extrapolación de los resultados de la muestra a toda la población.
El muestreo puede ser probabilístico y no probabilístico. El muestreo pro-
babilístico comprende el muestreo aleatorio simple, el muestreo aleatorio
sistemático, el muestreo aleatorio estratificado y el muestreo aleatorio por
conglomerados.
18
1. Campo de estudio y método de la antropología
19
Antropología
20
1. Campo de estudio y método de la antropología
21
Antropología
22
1. Campo de estudio y método de la antropología
23
Antropología
24
2. Biología y cultura
25
Antropología
cia de tal forma que tienen más probabilidad de sobrevivir y reproducirse los
organismos que tienen variantes hereditarias más ventajosas.
Las presiones selectivas son el conjunto de fuerzas ambientales que deter-
minan la eficacia biológica (fitness) de un organismo. En la selección natu-
ral, el medio ambiente, constituido por componentes bióticos y abióticos, es
el agente que selecciona.
La selección natural da lugar a una reproducción diferencial de organismos
individuales, genotipos y genes o alelos alternativos, haciendo que las varian-
tes hereditarias favorables incrementen su representación en posteriores gene-
raciones. Si la tasa de supervivencia de los genes favorecidos es mayor que la
de los desfavorables, la selección natural produce diferencias en la eficacia
biológica, también llamada valor adaptativo o valor selectivo. Los genotipos
se transmiten de una generación a otra según diferentes tasas, lo que origina
diferencias en la eficacia biológica de un individuo en un entorno dado. A lo
largo del curso evolutivo de una especie o población, hay individuos que tie-
nen más éxito reproductor que otros, es decir, incrementan su número y fre-
cuencias génicas en sucesivas generaciones. El éxito reproductor diferencial
de los individuos favorece los caracteres hereditarios ventajosos y elimina los
desfavorables. La fecundidad y mortalidad diferenciales de los individuos a
través del tiempo provocan las diferencias en la eficacia biológica.
En una población hay variación fenotípica, es decir, los individuos difieren
en caracteres fisiológicos, morfológicos y conductuales. El fenotipo es la mani-
festación externa de estos caracteres en un organismo. Los genes en interacción
con el medio ambiente determinan el fenotipo. La variación fenotípica puede
atribuirse tanto a diferencias en el medio ambiente como a diferencias en el ge-
notipo. La parte de la variación fenotípica no atribuida al medio ambiente es la
variación genética heredable, la cual se transmite a la descendencia.
Los caracteres hereditarios objeto de selección natural están determinados
por los genes. Están, pues, ligados al genotipo y forman parte de la herencia
genética. Ahora bien, los genes que se presentan en formas alternativas o ale-
los se transmiten a través de las células sexuales o gametos. Los organismos
diploides poseen dos grupos de cromosomas, uno proveniente del padre y el
otro de la madre1.
El resultado de la selección natural es que son seleccionados los caracte-
res heredables que en un contexto ecológico determinado resultan más venta-
josos, es decir, los caracteres portados por los individuos que dejan más des-
cendencia. Si cambia el medio ambiente local, pueden resultar favorecidos
otros caracteres. La selección favorece las estructuras óptimas o mejor adap-
tadas al medio ambiente.
Se ha subrayado que la evolución aprovecha las oportunidades que el me-
dio ambiente le ofrece. Tanto la divergencia y la radiación adaptativa como la
convergencia y las analogías a partir de diferentes orígenes ponen de mani-
fiesto el oportunismo de la evolución (Simpson, 1961).
26
2. Biología y cultura
27
Antropología
Unidades de selección
28
2. Biología y cultura
29
Antropología
ciones, especies y clados, ha sido también propuesta por otros biólogos (So-
ler, 2003).
Información genética
Los cromosomas contienen los genes en los que se halla la información ge-
nética del ADN. El ácido desoxirribonucleico (ADN) y el ácido ribonucleico
(ARN) son ácidos nucleicos formados por nucleótidos, los cuales se compo-
nen de una base nitrogenada, un azúcar o pentosa (desoxirribosa y ribosa) y
un grupo fosfato. Hay dos clases de bases nitrogenadas: las purinas, consti-
tuidas por adenina (A) y guanina (G), y las pirimidinas, formadas por citosi-
na (C), timina (T) y uracilo (U), y cuatro clases de nucleótidos, diferenciados
por una base distinta. Las cuatro bases son las letras del lenguaje genético. El
ADN tiene una estructura de doble hélice, formada por dos cadenas comple-
mentarias de secuencias de bases nitrogenadas de tal forma que la adenina
siempre se empareja con la timina, y la citosina, con la guanina. Estas se-
cuencias son las que portan la información genética.
Cuando una cadena del ADN parental sirve de molde para la síntesis de
una nueva cadena complementaria conforme a la citada combinación de las
bases, tiene lugar la replicación del material genético. Durante este proceso
se desenrollan las dos cadenas del ADN parental, operando cada una de ellas
30
2. Biología y cultura
como molde para la síntesis de una nueva cadena hija que es complementaria
y se enrolla sobre la parental. Se realiza entonces una copia complementaria
de cada una de las dos cadenas de ADN, lo que origina dos cadenas de doble
hélice de ADN, cada una de las cuales contiene la cadena parental y la de la
nueva síntesis. De esta forma se transmite la información genética almacena-
da en el ADN parental de un ser vivo a sus descendientes (fig. 2.1).
La información genética está contenida en secuencias de tres bases conse-
cutivas, llamadas tripletes o codones. Dado que hay 4 clases de bases (A, C,
G y T) y 64 combinaciones diferentes de tres bases consecutivas, son 64 los
codones, formados por 3 nucleótidos, los que especifican los 20 aminoáci-
dos: 61 codones especifican los 20 aminoácidos y los otros 3 son señales de
terminación de la síntesis de proteínas. Cada triplete codifica la síntesis de
un aminoácido específico (Ayala, 1980).
La transcripción consiste en que se copia en el ARN mensajero una cade-
na del ADN molde. Debido al emparejamiento de las bases, la secuencia de
bases del ARN sintetizado es complementaria de la cadena molde. De esta
forma, la información genética almacenada en una secuencia de bases del
ADN se transfiere a una cadena sencilla de ARN mensajero. El ARN tiene
las mismas bases que el ADN, salvo que la timina de este último es sustitui-
da por el uracilo. La enzima que cataliza la síntesis del ARN mensajero diri-
gida por un ADN molde se denomina ARN polimerasa.
La traducción convierte la información del ARN mensajero en la secuen-
cia de aminoácidos que van a constituir las proteínas de acuerdo con el códi-
go genético. El ARN mensajero se une a los ribosomas a los que el ARN de
transferencia transporta los aminoácidos para la síntesis de proteínas según
la secuencia de bases del ARN mensajero. Así, un codón de nucleótidos del
ARN mensajero se asocia a un anticodón de nucleótidos del ARN de transfe-
rencia.
31
Antropología
distribuyen al azar para formar los gametos o células sexuales (óvulos y es-
permatozoides) con un grupo de cromosomas (haploides). Cuando son
fecundados los gametos, se forma el cigoto o células sexuales diploides. El
ser humano tiene 46 cromosomas, 23 heredados del padre y 23 de la madre.
En consecuencia, la mitad de los cromosomas y genes de un individuo pro-
vienen del padre, y la otra mitad, de la madre.
Las mutaciones originan la variabilidad genética sobre la que opera la se-
lección natural. Son de dos clases: la mutación génica y la mutación cromo-
sómica.
La mutación génica consiste en un error de replicación de los genes que
se produce aleatoriamente durante la meiosis, es decir, cuando se originan
los gametos. La sustitución de bases, la deleción de nucleótidos y la inser-
ción de nuevos nucleótidos son mutaciones que alteran la secuencia de nu-
cleótidos del ADN. Debido a estos errores, las células sexuales no copian
toda la información hereditaria contenida en los genes de los padres. En los
seres humanos, la tasa media de mutación por gen oscila entre una por cada
cien mil (1×10–5) y una por cada millón (1×10–6) de gametos por generación
(Ayala, 1980).
Las mutaciones génicas que se producen en la naturaleza son espontá-
neas, y las que son provocadas por un factor ambiental son inducidas. Las ra-
diaciones ionizantes, como rayos X, gamma, alfa y beta, la radiación ultra-
violeta y agentes químicos como los alquilantes (el gas mostaza), los
análogos de bases (los halouracilos y derivados de la uridina), los derivados
del nitrógeno (hidrazina, hidroxilamina), el peróxido de hidrógeno, las sales
metálicas y los ésteres del ácido fosfórico inducen mutaciones génicas (Ca-
brero y Camacho, 2003).
La mutación cromosómica cambia el número de genes o su orden de co-
locación en los cromosomas o bien el número de cromosomas. Se distinguen
distintos tipos de mutaciones cromosómicas, como la inversión y la translo-
cación, la deficiencia y la duplicación, la fusión y la fisión.
La inversión y la translocación producen cambios en la posición de los
genes en los cromosomas. La inversión consiste en que un segmento cromo-
sómico cambia de posición en un cromosoma. La inversión puede ser peri-
céntrica si el segmento que se invierte es el centrómero, y paracéntrica si no
lo es. La translocación es un cambio de posición de un segmento cromosó-
mico dentro de un mismo cromosoma o entre dos cromosomas.
La deficiencia y la duplicación cambian el número de genes en los cro-
mosomas. La deficiencia tiene lugar cuando se pierde un segmento cromosó-
mico que contiene uno o más genes, y la duplicación implica que un seg-
mento cromosómico con uno o más genes se duplica.
La fusión y la fisión alteran el número de cromosomas. En el primer caso,
dos cromosomas se unen en uno; en la fisión, un cromosoma se divide
en dos.
32
2. Biología y cultura
El equilibrio de Hardy-Weinberg
33
Antropología
Adaptación
34
2. Biología y cultura
35
Antropología
Herencia y entorno
36
2. Biología y cultura
que el cerebro o el sistema nervioso central ha de elegir entre dos o más res-
puestas. Estas respuestas flexibles se basan en el aprendizaje y la memoria.
La evolución cultural se diferencia de la evolución biológica o cambio gené-
tico en que en la primera la información se transmite mediante el aprendiza-
je y la imitación, en tanto en la segunda la información se transmite de un
individuo a otro a través de los genes. Por otro lado, la evolución genética es
lenta, y el cambio cultural, rápido y flexible. Por último, mientras los «me-
mes» dependen de los genes, éstos cambian con independencia de los pri-
meros3.
2.2. Etología
Lorenz, Tinbergen y Eibl-Eibesfeldt han contribuido de forma importante a
la constitución de la etología. Eibl-Eibesfeldt define la etología como el
«estudio comparado del comportamiento» (1974: 27). Estudia las pautas de
comportamiento genéticamente heredadas o innatas, ya que el comporta-
miento animal y humano viene determinado por adaptaciones filogenéti-
cas. A lo largo del desarrollo de los animales aflora un repertorio básico de
formas de conducta que siguen un patrón de desarrollo filogenéticamente
heredado. La etología rehúsa la tesis de que el hombre y el animal apren-
den totalmente el comportamiento a lo largo de su desarrollo o de que vie-
nen al mundo como una hoja en blanco que adquiere los modos apropiados
de conducta a través de un proceso de aprendizaje. La etología hace hinca-
pié en las bases innatas, heredadas, de la conducta. Innato equivale a adap-
tación filogenética. Si se priva o aísla a un individuo de la experiencia con
un modelo determinado de conducta para que éste no pueda ser imitado
(por ejemplo, el canto típico de un ave o la serie de movimientos que eje-
cuta una ardilla para esconder alimentos) y, sin embargo, reproduce una
copia del mismo, el cual implica una secuencia estereotipada de movimien-
tos, se habla de adaptación filogenética, es decir, una conducta codificada
genéticamente.
El estudio comparado del comportamiento animal pone de manifiesto
que se dan preprogramaciones en esferas concretas de la conducta, adap-
taciones que se desarrollan en el curso de la historia de la especie. La eto-
logía se plantea el problema de en qué medida la conducta humana está
preprogramada en determinadas esferas mediante adaptaciones filogenéti-
cas. El hombre actuaría guiado por programas genéticos hereditarios. El
medio ambiente conforma la conducta humana a lo largo de un proceso de
adaptación filogenética de la especie. La información ambiental, que es
básica para la supervivencia de un organismo, se acumula a lo largo de
muchas generaciones y se codifica en el acervo génico (Eibl-Eibesfeldt,
1977).
37
Antropología
Capacidades innatas
38
2. Biología y cultura
39
Antropología
2.3. Sociobiología
La sociobiología estudia la base biológica de la conducta social o el modo en
que los genes influyen en la cultura. Aplica los principios de la biología evo-
lutiva a la conducta social. Wilson (1980) ha afirmado que la sociobiología
es la antidisciplina de ciencias sociales como la antropología, la sociología,
la psicología y la economía, ya que descompone y reduce los niveles de or-
ganización superiores o emergentes —las humanidades— a las leyes y prin-
cipios del nivel inferior —la biología— de la misma forma que las moléculas
se reducen a los átomos.
La selección de parientes
40
2. Biología y cultura
41
Antropología
Hermana
Madre Padre Hermano Hija Hijo
plena
El altruismo recíproco
La inversión parental hace referencia a la inversión que realiza uno de los pa-
dres en un descendiente, lo que incrementa la probabilidad de supervivencia de
éste y por tanto su éxito reproductor, en detrimento de la capacidad de inver-
sión en otros descendientes. La selección tiende a favorecer la deserción del
que ha invertido menos en la descendencia y la inversión continuada del otro.
La inversión incluye la que tiene lugar tanto en la producción de los gametos
como durante y después de la gestación, alimentando, cuidando y protegiendo
42
2. Biología y cultura
43
Antropología
que una conducta tiene una base genética es algo muy distinto a decir que
está determinada genéticamente. Y las propuestas de los sociobiólogos caen
con frecuencia en un determinismo genético que deja de lado la influencia
de los factores ambientales en la conducta. Mientras los sociobiólogos ha-
blan de los genes como una unidad de selección o de la interacción entre
genes y entorno, los antropólogos replican que la interacción se da entre
organismos y medio ambiente. Harris (1980b) acepta los principios neo-
darwinistas, pero precisa que los principios de la sociobiología sólo expli-
can una parte insignificante de las diferencias y semejanzas socioculturales.
El genotipo no explica todas las variaciones existentes en los fenotipos con-
ductuales. Hay un repertorio importante de respuestas sociales que han sido
adquiridas mediante aprendizaje. La cultura humana se basa, como indica
Freeman (1980), en la transmisión intergeneracional de información exoge-
nética, dependiente de procesos de aprendizaje y memoria.
Sahlins (1982) argumenta que aunque la biología es una condición nece-
saria para la cultura, es insuficiente ya que es incapaz de especificar las pro-
piedades culturales del comportamiento humano o las variaciones de la cul-
tura en los distintos grupos humanos. Su crítica se dirige contra la
sociobiología vulgar y contra la sociobiología científica. La primera sostiene
que las disposiciones e impulsos humanos innatos (la agresividad, la territo-
rialidad, los sistemas de dominación, el altruismo, etc.) se encarnan en insti-
tuciones sociales. Se propone, así, un «isomorfismo» entre las propiedades
biológicas y las propiedades de los sistemas sociales. Las formas sociales de-
vienen el resultado de unas inclinaciones biológicamente fijadas. El «iso-
morfismo» está a su vez relacionado con el «antropomorfismo» que estable-
ce semejanzas entre las categorías de los animales (estatus social,
competencia territorial, dominación, apareamiento, etc.) y las instituciones
humanas (estatus social, guerra, clase, matrimonio, etc.). Los comportamien-
tos sociales, tanto humanos como no humanos, reciben la misma designa-
ción, lo que implica que pertenecen a la misma clase de relaciones sociales.
La sociobiología científica defiende un individualismo utilitario, dominado
por el éxito reproductor de los genotipos individuales. Sahlins se opone a es-
tos planteamientos y hace hincapié, por contra, en una indeterminación críti-
ca, en una desconexión entre los impulsos biológicos y las estructuras socia-
les humanas. Expone, por ejemplo, que es la residencia y no la biología la
que define el parentesco. Señala que personas sin vínculo genealógico algu-
no pueden ser adoptadas y residir en la misma casa como miembros del gru-
po doméstico, con los mismos derechos y deberes que los demás parientes.
Los argumentos esgrimidos por Sahlins enlazan con los sustentados por los
científicos sociales que defienden la primacía de la cultura y del entorno so-
bre las disposiciones genéticas.
Por otra parte, hemos de precisar que hay personas que se preocupan más
de disfrutar de beneficios económicos, sociales o políticos en el presente in-
44
2. Biología y cultura
Los biólogos recurren a dos teorías para dar cuenta de la evolución y la espe-
ciación. La teoría darwinista de la evolución defiende que las formas de vida
o especies actuales descienden de un antepasado común mediante pequeños
cambios graduales. El «gradualismo filético» es la concepción tradicional
que sostiene que la evolución es el resultado de pequeños cambios que se
acumulan gradualmente en una población; las formas de vida que enlazan el
antepasado con los descendientes muestran una transformación gradual de
los linajes (anagénesis).
En cambio, la teoría del «equilibrio puntuado o interrumpido» postula
que las especies se mantienen inalterables a largo plazo, durante miles de
generaciones, pero de forma abrupta se originan innovaciones evolutivas
muy rápidas, no graduales, a veces provocadas por cambios ambientales o
climáticos, que dan lugar a una explosión o estallido de nuevas especies.
Por tanto, hay largos períodos de estasis y cambios muy bruscos de modo
ocasional que originan especies diferentes. El «equilibrio puntuado» hace
hincapié en la cladogénesis o análisis centrado en la formación de ramas o
clados.
El proceso evolutivo opera en los niveles macroevolutivo y microevoluti-
vo. La macroevolución hace referencia a cambios evolutivos de largo plazo,
que se producen durante cientos de generaciones y son detectables en el re-
gistro fósil por la paleontología. Opera sobre especies enteras más que sobre
individuos o pequeñas poblaciones, originando la formación de especies di-
ferentes. La microevolución comprende cambios a pequeña escala en las fre-
cuencias alélicas de una población que tienen lugar en el transcurso de pocas
generaciones.
Analogías y homologías
45
Antropología
El origen del universo ha tenido lugar hace unos 15.000 Ma, y la formación
de la tierra, hace 4.560-4.550 Ma5. Las primeras moléculas orgánicas com-
plejas datan de hace 4.000 Ma; la primera vida celular (procariotas), de hace
3.500 Ma, y las primeras células con un núcleo (eucariotas), de hace 1.400
Ma. Las primeras esponjas y algas multicelulares aparecen hace 800 Ma
(Gradstein et al., 2004; Schick y Toth, 1993).
El hombre pertenece al reino de los animales. Los animales comprenden
dos subreinos: los protozoos y los metazoos. Estos últimos son animales
multicelulares. Se dividen en varios filos, como los moluscos, los artrópo-
dos, los cordados, etc.
Los primeros cordados han aparecido hace unos 550 Ma. Tienen una
cuerda nerviosa, aberturas branquiales y una cuerda de sostén rígida a lo lar-
go de la espalda llamada notocordio.
46
2. Biología y cultura
Mamíferos y Primates
a) Manos y pies prensiles para asir objetos; cinco dedos móviles en ma-
nos y pies; pulgar oponible y dedo gordo del pie divergente y en par-
te oponible; uñas planas que sustituyen a las garras en el dedo gordo
del pie y en otros dedos. La locomoción es cuadrúpeda.
b) Presencia de incisivos, caninos, premolares y molares y alimentación
a base de insectos, frutos, semillas, flores y otros vegetales.
c) Reducción del sentido del olfato y mayor dependencia del sentido de
la vista; colocación de los ojos en la parte frontal de la cabeza y órbi-
tas —cuencas de los ojos— que tienden a ser convergentes, lo que
produce la visión estereoscópica, tridimensional —percepción de la
profundidad—; visión de los colores.
47
Antropología
48
2. Biología y cultura
49
Antropología
50
2. Biología y cultura
51
Antropología
Los Australopithecus
52
2. Biología y cultura
53
Antropología
54
2. Biología y cultura
Los Paranthropus
55
Antropología
El género Homo
56
2. Biología y cultura
McHenry y Coffing (2000) señalan que entre hace 2,5 y 1,8 Ma aparecen
los primeros útiles de piedra, se expande el cerebro y aumenta la capacidad
craneana, se incrementa el cociente de encefalización, se hace más grande
el cuerpo y aumenta la estatura, disminuye el dimorfismo sexual, se redu-
cen el área y el tamaño de los dientes poscaninos y de las estructuras masti-
cadoras, desciende el cociente de megadoncia, disminuye la longitud de las
extremidades superiores en relación con las extremidades inferiores, se alar-
ga el fémur, se vuelve más corto el hueso ilion, se estrechan la pelvis y el
canal del parto y se torna más flexible el pie. Estos cambios favorecen el de-
sarrollo de los rasgos anatómicos y conductuales propios de los humanos
modernos.
El problema planteado es qué especie de Australopithecus es el antepasa-
do más probable del Homo y qué fósiles son los miembros más antiguos de
este último.
57
Antropología
58
2. Biología y cultura
59
Antropología
60
2. Biología y cultura
61
Antropología
62
2. Biología y cultura
63
Antropología
64
2. Biología y cultura
65
Antropología
66
2. Biología y cultura
67
Antropología
68
2. Biología y cultura
El Paleolítico Medio
El Paleolítico Superior
69
Antropología
70
2. Biología y cultura
Notas
1 El genoma es el total de genes de un individuo que contienen la información here-
ditaria codificada en la secuencia de ADN, y el genotipo, el conjunto de genes here-
dados de un organismo que especifican los caracteres de un fenotipo. El gen es una
unidad o fragmento de ADN que porta la información hereditaria para un carácter.
Un gen ocupa una posición o locus en el cromosoma. Se llama alelos a genes alter-
nativos que se encuentran en el mismo locus de dos cromosomas homólogos, trans-
mitiendo información idéntica o distinta para el mismo carácter. El alelo puede ser
dominante o recesivo. Un individuo homocigoto tiene en los dos cromosomas homó-
logos alelos idénticos que contienen la misma información genética para un carácter,
y un individuo heterocigoto tiene alelos diferentes que codifican distinta informa-
ción para dicho carácter.
2 El crecimiento alométrico consiste en que las distintas partes corporales de un
organismo crecen a diferente intensidad. En los homínidos, el tamaño del cerebro
crece más rápidamente que el peso corporal, mientras que en los primates sucede al
revés. La pleiotropía consiste en que un gen puede afectar a varios caracteres fenotí-
picos.
3 Dawkins (1979) ha denominado «meme» a la unidad de transmisión cultural,
almacenada en el cerebro, la cual se contrapone al gen o molécula de ADN que for-
ma parte del acervo génico.
4 r es el coeficiente de parentesco o proximidad en el grado de parentesco (es
decir, la fracción media de los genes compartidos) entre el altruista y el receptor. El
coeficiente de parentesco (r) = (1/2)n, en donde n es el número de vínculos genealó-
gicos entre dos individuos. En los organismos diploides (con dos series de cromoso-
71
Antropología
72
3. Ecología y procesos
culturales
73
Antropología
Ecología cultural
En las dos primeras décadas del siglo xx, el medio ambiente ha sido analiza-
do por la antropología desde dos perspectivas contrapuestas: «el determinis-
mo ambiental» y el «posibilismo». El primero sostiene que el medio ambien-
te es la fuerza que explica las prácticas culturales. El segundo considera que
el medio ambiente no determina sino que establece límites, siendo responsa-
ble de la ausencia de ciertos rasgos culturales y permitiendo distintas pautas
sociales. Son los factores históricos o culturales los que en última instancia
determinan las pautas culturales de un grupo humano.
En este contexto, J. Steward ha impulsado los estudios de ecología cultu-
ral. Steward (1955b) destaca que el objetivo último de la antropología es for-
mular leyes, generalizaciones o regularidades culturales, derivadas de proce-
sos recurrentes en diferentes culturas. Estas leyes han de fundarse en
relaciones causa-efecto, de tipo diacrónico o bien sincrónico (funcional). La
formulación de estas leyes es lo que confiere a la antropología el estatus de
una disciplina científica.
Steward (1955a) aborda la interacción entre medio ambiente y cultura
como una relación en la que los factores ambientales locales son la causa y
las pautas culturales el efecto o la respuesta adaptativa. La ecología cultural
estudia «el efecto del entorno en la cultura» o bien «la adaptación de la cul-
tura a su entorno» (ibíd.: 30). El medio ambiente no sólo permite o bien li-
mita las respuestas culturales sino que «las adaptaciones ecológicas cultura-
les constituyen procesos creativos» (ibíd.: 34). El término «ecología
cultural» trata de «explicar el origen de rasgos y pautas culturales concretos
que caracterizan a diferentes áreas» (ibíd.: 36). La adaptación es, pues, defi-
nida en términos de una relación causa-efecto.
Su análisis distingue el «núcleo cultural» de los «rasgos secundarios». El
«núcleo cultural» es «la constelación de rasgos que están más estrechamente
relacionados con actividades de subsistencia y prácticas económicas» (ibíd.: 37).
Se trata de rasgos básicos o constantes. Incluye pautas sociales, políticas y
74
3. Ecología y procesos culturales
75
Antropología
76
3. Ecología y procesos culturales
Evolucionismo cultural
77
Antropología
Funcionalismo ecológico
78
3. Ecología y procesos culturales
rencia» inicia acciones correctoras que buscan devolver el estado de esta va-
riable a dichos valores. Los «valores de referencia» («rango de valores») son
los valores en torno a los cuales tiene lugar la regulación o el equilibrio del
sistema. Los «valores de referencia» reflejan las concepciones y deseos cultu-
ralmente determinados de un pueblo. Estos valores forman parte del modelo
«conocido». Pero los «valores de referencia» son independientes de los «ran-
gos de metas» o «rangos de viabilidad» de las variables que definen el funcio-
namiento adecuado o la persistencia del sistema. El «rango de metas» perte-
nece al modelo «operacional». Ahora bien, los «valores de referencia» a veces
violan los «rangos de metas» de las variables biológicas, ambientales o fisio-
lógicas, amenazando la persistencia del sistema. En nuestra sociedad, por
ejemplo, predominan valores de referencia económicos que atentan contra los
«rangos de metas» del medio ambiente. Un sistema cibernético o de autoequi-
librio no implica que sea adaptativo o funcional. Los sistemas se pueden equi-
librar en niveles autodestructores, lo que da lugar a comportamientos disfun-
cionales y desadaptativos. De ahí que la realimentación negativa no sea
siempre homeostática (Rappaport, 1979a, 1979b, 1979c).
El funcionalismo ecológico se opone a la autonomía de la antropología
cultural. La cultura, constituida por símbolos, no está desconectada sino que
interactúa con los organismos, formados por células. En consecuencia, de-
fiende la integración de la antropología cultural en el marco de la ecología
general o biológica, asumiendo sus conceptos, principios y supuestos teóri-
cos. Se interesa por el papel funcional y adaptativo del comportamiento hu-
mano ante su medio. La ciencia de la ecología ha de elaborar leyes y princi-
pios aplicables tanto al hombre como a otras especies. La cultura es una
conducta que efectúa la adaptación de una población humana a su entorno
ecológico, lo que da lugar a unas relaciones favorables con él. Además, la
conducta está sujeta a algún tipo de selección puesto que los distintos com-
portamientos de los individuos o grupos tienen diferente grado de éxito en la
supervivencia (Vayda y Rappaport, 1968).
El funcionalismo ecológico maneja dos argumentos en favor de la inte-
gración de la antropología cultural en una ecología general. Primero, si bien
es cierto que la cultura es ontológicamente distinta de los fenómenos orgáni-
cos y que las leyes que gobiernan los procesos culturales son especiales para
los fenómenos culturales, ello no implica una autonomía funcional. Por
ejemplo, podemos analizar cómo funciona un coche recurriendo a las leyes
físicas de la mecánica y de la termodinámica. Pero si se quiere entender su
uso y función en el sistema social, se deben utilizar conceptos de la econo-
mía, sociología, antropología y ciencia política. En cambio, si se desea com-
prender su efecto en la biosfera, se debe adoptar el punto de vista de la me-
teorología, la ecología o las ciencias biológicas. La conducta cultural o
simbólica del hombre y el comportamiento del animal tienen una equivalen-
cia funcional. Así, mientras los hombres cazan venados con arcos y flechas a
79
Antropología
la vez que hablan entre sí, el león captura y consume su presa con garras. En
ambos casos, la conducta es funcionalmente equivalente, ya que hay un in-
tercambio material entre el depredador y la presa; no importa que la conduc-
ta de los humanos sea cultural y la del león no lo sea, lo relevante es que la
cultura es uno de los medios empleados por las poblaciones humanas para
satisfacer sus necesidades biológicas en los ecosistemas en los que partici-
pan. Interesa plantearse qué efectos tiene la conducta cultural en los sistemas
biológicos (organismos, poblaciones y ecosistemas), si favorece o pone en
riesgo la supervivencia y el adecuado funcionamiento de dichos sistemas, si
mantiene o degrada los sistemas ecológicos en los que tiene lugar. Segundo,
el hombre comparte con el animal aspectos comunes. Al igual que los demás
animales, el hombre está vinculado a entornos integrados por otros organis-
mos vivos y elementos abióticos de los que obtiene energía y nutrientes para
su subsistencia y a los que ha de adaptarse si no quiere perecer. Mientras la
antropología toma como punto de partida lo que es único en el hombre, la
perspectiva ecológica se ocupa de lo que es común al hombre y al animal. Se
requiere conocer primero las similitudes o los aspectos comunes para enten-
der después las diferencias (Rappaport, 1971).
El funcionalismo ecológico no examina la causa o el porqué de las prácti-
cas culturales sino la función de éstas, es decir, su contribución a la persis-
tencia del sistema. La demostración de la función es diferente de la explica-
ción causal. El análisis de la función no se interesa en por qué está presente o
cómo ha llegado a establecerse en un tiempo y lugar concretos un rasgo cul-
tural, sino cómo funciona o qué papel cumple, es decir, para qué sirve o qué
efectos tiene sobre el ecosistema, la población u otros organismos (Vayda y
Rappaport, 1968). Por ejemplo, una función como la fertilidad del suelo se
puede lograr mediante el uso de abonos químicos, el estiércol del ganado, la
rotación del suelo, el barbecho u otras prácticas culturales. Si se emprende
un análisis causal, hay que responder a la pregunta de por qué en un lugar y
tiempo concretos se ha conseguido la fertilidad del suelo, por ejemplo, con el
estiércol del ganado en vez de con el barbecho u otras prácticas. La descrip-
ción de la función de una práctica cultural puede conducir a la causa si y sólo
si se obtiene este efecto —la fertilidad— con ella y no con otras prácticas, ya
existentes de hecho o imaginables.
El análisis funcionalista resulta en ocasiones vago, impreciso e insuficien-
te ya que a menudo no asigna valores cuantificables a variables manejadas
como tamaño demográfico, ingestión de proteínas, flujo de energía, intensi-
dad del trabajo, etc. A veces establece límites superiores que no deben ser re-
basados. Términos como «funcionamiento adecuado», «supervivencia» o
«persistencia», «adaptación», «homeostasis» carecen con frecuencia de un
contenido empírico específico.
Rappaport (1971, 1979b) contrapone el modelo «operacional» del medio
ambiente (el construido por el investigador mediante la observación y medi-
80
3. Ecología y procesos culturales
81
Antropología
ficit dietético. Este ciclo festivo se extiende desde Navidad, en enero, hasta
el Corpus Christi, en junio, en estrecha correspondencia con la estación llu-
viosa.
Ahora bien, la descripción funcional de cómo opera una institución social
es valiosa e importante ya que desvela procesos e interacciones que de lo
contrario permanecerían ocultos. Además, el análisis funcional pone de ma-
nifiesto aspectos ventajosos que contribuyen a preservar una institución cul-
tural y en ocasiones proporciona hipótesis sugerentes sobre el origen o causa
de una práctica cultural, aunque resulte difícil demostrar empíricamente su
validez.
Materialismo cultural
82
3. Ecología y procesos culturales
83
Antropología
84
3. Ecología y procesos culturales
85
Antropología
como una «reificación funcionalista clásica» (1967: 251) y que Harris haya
rehusado la acusación de que «la India estuviera viviendo en el mejor de to-
dos los mundos posibles» (1967: 252), así como el calificativo de «funciona-
lismo panglossiano», declarándose «inocente de tal barbaridad». En un ar-
tículo de confrontación con la tesis de Harris, Heston (1971) manifiesta que
la creencia religiosa en la vaca como animal sagrado es la variable que da
cuenta de un excedente de 30 millones de vacas en la India, que han de ser
sacrificadas o exportadas a otros países. El complejo de la vaca implica una
asignación ineficiente de recursos con usos alternativos, lo que provoca efec-
tos negativos, disfuncionales, o desequilibrios entre el hombre, el ganado y
el entorno.
Harner (1977) ha relacionado el sacrificio ritual de humanos entre los az-
tecas con la creciente presión demográfica en un período de ausencia de her-
bívoros domesticados y de disminución de la caza de animales salvajes en el
Valle de México, un área de circunscripción ambiental. El sacrificio ritual y
el consumo de los prisioneros de guerra tenían su origen en que proporciona-
ban los aminoácidos esenciales y las grasas a la clase dirigente en períodos
críticos de escasez de alimentos. Dado que su consumo se reservaba a la cla-
se dirigente, el canibalismo afianzó la maquinaria de guerra azteca entre las
clases inferiores que ansiaban este tipo de recompensas. No obstante, los da-
tos que maneja Harner son fragmentarios y simples, en línea con la tesis que
respalda. En contra de esta hipótesis, Ortiz de Montellano (1978) ha calcula-
do que la aportación del canibalismo como fuente de proteínas a la dieta az-
teca no era significativa. Los aztecas disponían y consumían una gran varie-
dad de animales e insectos, además de frutas y vegetales como maíz, judías,
amaranto y salvia, cultivados en las chinampas o traídos como tributo por los
pueblos conquistados. El autor apunta que el sacrificio humano y el caniba-
lismo azteca se pueden atribuir más bien a motivaciones y creencias religio-
sas. Harris (1989) ha salido en defensa de la tesis de Harner, matizando que
el motor del canibalismo entre los aztecas y otros grupos humanos no ha
sido la escasez de proteínas o una insuficiencia alimenticia sino que el cani-
balismo era un subproducto de la guerra; es decir, no se iba a la guerra para
consumir carne humana sino que, una vez emprendida la guerra y amortiza-
dos sus costes, se obtenían mayores beneficios si se devoraba al enemigo,
además de matarle. Se puede formular entonces la pregunta de por qué o
para qué se iba a la guerra.
Ross (1978) ha examinado las prohibiciones sobre la captura y consumo
de animales de gran tamaño como el tapir y el venado, y de tamaño medio
como el oso hormiguero y el perezoso, así como las preferencias por los pe-
queños roedores y aves entre los jívaros achuara del Amazonas. Estos tabúes
alimenticios son pautas adaptativas a un entorno ecológico cambiante. Diver-
sos factores infraestructurales o fuerzas productivas definen las «presiones
selectivas básicas» que conducen a un ajuste humano al entorno. La varia-
86
3. Ecología y procesos culturales
87
Antropología
88
3. Ecología y procesos culturales
Etnoecología
89
Antropología
Figura 3.1.
Paradigma de clases de tierra entre aparceros del norte de
Brasil (Johnson, 1974)
Forte (fértil)
90
3. Ecología y procesos culturales
91
Antropología
92
3. Ecología y procesos culturales
93
Antropología
logía ecológica ha de examinar las decisiones del individuo ante los riesgos
ambientales (Vayda y McCay, 1975).
94
3. Ecología y procesos culturales
95
Antropología
96
3. Ecología y procesos culturales
97
Antropología
98
3. Ecología y procesos culturales
99
Antropología
gica, es decir, las creencias y valores usados por los individuos cuando hacen
juicios o inferencias, toman decisiones y eligen entre alternativas (Slovic et
al., 1977).
Desde esta última perspectiva se han realizado diferentes investigaciones
de campo. Quinn (1978) ha indagado con técnicas verbales los procesos cog-
nitivos desarrollados por mujeres vendedoras de pescado de una localidad
africana. Cuando las condiciones futuras del mercado son inciertas, las muje-
res procesan información y toman decisiones que tienen en cuenta indicado-
res como oferta, demanda y precios de los artículos comercializados. Glad-
win (1979) ha elaborado modelos de decisión natural sobre la adopción o no
de un proyecto de desarrollo agrícola en Puebla (México). Estas decisiones
se basan en sucesivas elecciones de los campesinos entre dos alternativas. No
obstante, este enfoque se complementa con modelos económicos de funcio-
nes de producción, guiados por el principio de maximización de utilidad o
asignación eficiente de los recursos. Asimismo, Chibnik (1980) ha puesto de
relieve los procesos de decisión de los campesinos de dos aldeas de Belice.
Utilizando la técnica de la «conducta estadística» o distribución de frecuen-
cias y correlación estadística de características socioculturales de los actores,
encontró que la localidad de residencia, asociada a un mayor o menor coste
de la vida, y la edad influían en la elección entre un trabajo asalariado como
emigrante temporal en otro lugar o la siembra de cultivos comerciales.
En ocasiones, las relaciones personales y regulares entre vendedores y
clientes en contextos comerciales de sociedades tradicionales e industriales
originan decisiones que tienen por objeto más bien mantener el nicho a largo
plazo y sobrevivir en el mercado que maximizar las ganancias económicas a
corto plazo (Plattner, 1982, 1983).
La base de la estrategia consiste en la anticipación en forma de propósi-
tos, deseos, valores, expectativas, etc. La conducta ecológica y económica
del hombre requiere que nos ocupemos de los procesos de evaluación de los
recursos y de las categorías de opción y decisión que constituyen los factores
próximos de nivel individual que median entre las constricciones y oportuni-
dades ambientales y sociales y la conducta real. De ahí que la ecología hu-
mana se interese por la conducta intencional y no intencional, la elección
calculada de los recursos y factores de producción dado que los sistemas so-
cioculturales, en particular los de las modernas sociedades industriales, están
dominados por acciones deliberadas y consuetudinarias, decisiones raciona-
les e irracionales, conductas programadas y no programadas, tanto a nivel
individual como de instituciones sociales. Estas decisiones y estrategias per-
miten resolver los problemas ambientales que amenazan a cualquier pobla-
ción humana, de ámbito rural o urbano, tradicional o industrial (Bennett,
1976).
Los modelos de toma decisiones han sido aplicados en diversos campos
como el ecológico y el económico, la estructura social, la organización polí-
100
3. Ecología y procesos culturales
3.2.
Unidades de organización y estudio en antropología
ecológica
Las unidades de organización y de análisis en la ecología y en la antropolo-
gía ecológica son los organismos individuales, la población, la comunidad y
el ecosistema. Un sistema está formado por un conjunto de elementos o va-
riables con diferentes valores. La variación en el valor de una variable afecta
al de las demás variables y viceversa.
Una población es un conjunto de organismos de la misma especie que vi-
ven en un área geográfica. Los miembros mantienen entre sí relaciones de
apareamiento, reproducción e intercambio genético. Los estudios centrados
en la población se denominan ecología de poblaciones. La comunidad es un
conjunto de poblaciones de distintas especies que viven e interactúan entre sí
en un área.
El ecosistema o sistema ecológico es una unidad de organización biológi-
ca formada por los organismos vivos y el medio inerte o abiótico que inte-
ractúan entre sí en un área determinada de la biosfera. Margalef (1978) ha
destacado que la ecología es «la biología de los ecosistemas». La delimita-
ción de las fronteras de un ecosistema es arbitraria. Sus dimensiones pueden
ser más grandes o pequeñas, como un estanque, un lago, un estuario, un bos-
que, la biosfera, etc.
101
Antropología
Flujo de información
Flujo de energía
102
3. Ecología y procesos culturales
103
Antropología
104
3. Ecología y procesos culturales
105
Antropología
106
3. Ecología y procesos culturales
107
Antropología
108
3. Ecología y procesos culturales
109
Antropología
110
3. Ecología y procesos culturales
111
Antropología
Biodiversidad
112
3. Ecología y procesos culturales
Por otra parte, los científicos sociales han analizado factores económicos
y culturales, como fuerte crecimiento demográfico, cambio cultural y tecno-
lógico —uso de técnicas más intensivas en capital y sustitución de sistemas
de cultivos extensivos por otros más intensivos— y una economía de merca-
do dominada por el individualismo y el consumo derrochador, que inciden
en la pérdida de biodiversidad.
La biodiversidad está relacionada con la diversidad cultural de poblacio-
nes y grupos humanos en el mundo. Muchas poblaciones nativas, indígenas,
que funcionan como unidades de producción de pequeña escala orientadas
hacia la propia subsistencia y con sistemas de conocimientos tradicionales y
locales, están desapareciendo ante el avance del sistema de mercado y la mo-
derna tecnología.
Se han estudiado programas de conservación de recursos ambientales a
nivel de especies y subespecies protegidas, de áreas protegidas y de conjun-
tos de ecosistemas protegidos, así como los recursos genéticos de plantas
(Orlove y Brush, 1996).
113
Antropología
Armonía del hombre con la naturaleza. Algunos estudios destacan que las
poblaciones humanas viven en armonía con la naturaleza. Se habla de una
vida salvaje prístina o del salvaje noble. Se manejan diversos argumentos que
sustentan esta conclusión.
Las poblaciones humanas pequeñas y de subsistencia han sobrevivido du-
rante miles de años, lo que significa que no siempre han sobreexplotado has-
ta la extinción la variedad de especies de plantas y animales del ecosistema.
No obstante, se conocen casos de extinción de especies debido a la actividad
humana. Por ejemplo, Steadman (1995) estima que poblaciones humanas
prehistóricas han exterminado unas 8.000 especies o poblaciones de aves
marinas y terrestres que poblaban las islas del océano Pacífico —Microne-
sia, Melanesia y Polinesia.
Los seres humanos han acumulado conocimientos y manejado diversas
prácticas relacionadas con el uso del medio ambiente al objeto de preservar
los recursos de los que dependen.
El sistema de creencias y rituales religiosos y de tabúes alimenticios regu-
la y restringe el uso y explotación de los recursos ambientales, impidiendo su
esquilmación.
Las sociedades «primitivas», descentralizadas y sin Estado, son autóno-
mas y de pequeño tamaño. La presión demográfica es baja y la producción
de bienes es para la propia subsistencia, no para el intercambio de mercado.
Las necesidades son limitadas, y, una vez satisfechas, se interrumpe la pro-
ducción ya que no se busca un excedente y la acumulación de capital.
114
3. Ecología y procesos culturales
115
Antropología
116
3. Ecología y procesos culturales
las que los bienes comunales conllevan un acceso libre y sin limitaciones de
aquellas otras en las que la «propiedad comunal» especifica los derechos de
entrada de la gente o su exclusión del acceso a los recursos comunales a tra-
vés de normas y acuerdos consuetudinarios y legales. Los recursos de «libre
acceso» no son poseídos por una persona sino que pueden ser utilizados por
cualquiera, sin exclusiones. Nadie tiene un derecho exclusivo sobre los re-
cursos comunales, y no se puede impedir que la gente los explote libremente.
Ahora bien, el efecto acumulado del comportamiento desenfrenado de los
usuarios origina a la larga la tragedia de los bienes comunales. El problema
se agrava porque una persona razona que si ella restringe su esfuerzo, los de-
más no van a seguir su ejemplo, distribuyéndose los costes y daños futuros
entre todos. Esta situación incentiva una explotación de los recursos a corto
plazo, lo que a la larga perjudica a sus usuarios.
En cambio, cuando se trata de la «propiedad comunal», un grupo de per-
sonas gestiona y controla el uso de los bienes comunales a través de medios
culturales que pueden ser reglas formales o escritas y costumbres informales
o ilegales. Hay un conjunto de acuerdos institucionales y consuetudinarios
que estipulan quién, cuánto, cómo, cuándo y dónde puede utilizar los recur-
sos comunales o si está excluido. Estos acuerdos son normas y convenciones
sociales que definen las interacciones de la gente con los recursos y los dere-
chos de uso de los «comunes». En este sentido, el funcionamiento de la
«propiedad comunal» se basa en instituciones y pautas fundadas en la expe-
riencia histórica y cultural, específica de una sociedad. Se crea así un siste-
ma informal y/o legal de normas y sanciones culturales que regulan la utili-
zación del área y sus recursos por las comunidades locales. Los acuerdos
sociales e institucionales, fundados en el consentimiento espontáneo y volun-
tario de los usuarios, pueden favorecer un uso sostenible, equitativo y efi-
ciente de los bienes comunales e impedir la tragedia de los mismos (Baden,
1977; Berkes, 1987; Gibbs y Bromley, 1989; Grima y Berkes, 1989; McCay
y Acheson, 1987; Ostrom, 2011; Ostrom y Ostrom, 1977).
En el caso de la «propiedad estatal», el Estado que ostenta la propiedad y
gestión de un área y sus recursos toma las decisiones sobre el acceso a ellos
y su forma de explotación.
Cuando se trata de la «propiedad privada», un individuo o grupo de indi-
viduos regula el acceso y aprovechamiento de los recursos y excluye la en-
trada de otros usuarios. Los derechos de «propiedad individual», que son ex-
clusivos y transferibles, son reconocidos y sancionados por el Estado.
117
Antropología
118
3. Ecología y procesos culturales
uso de los recursos ambientales. Estos territorios no son rígidos sino flexi-
bles. Una población local puede permitir que los visitantes entren en su área
y exploten el entorno sobre una base no exclusiva sino recíproca.
Cashdan ha sugerido que ambos tipos de territorialidad son funcional-
mente equivalentes dado que limitan el acceso a los recursos ambientales. La
«defensa de las fronteras sociales» se asocia a una alta competencia y a gran-
des territorios, con recursos escasos e impredecibles; en cambio, la «defensa
espacial» se origina en un contexto de alta competencia y territorios peque-
ños, con recursos abundantes y predecibles, y la no territorialidad con una
reducida competencia y recursos abundantes o escasos.
Casimir (1992) ha corroborado con datos estadísticos transculturales que
«los derechos generalizados de acceso», basados en una ideología comunal,
predominan en áreas con recursos impredecibles y escasos y una baja pre-
sión demográfica, en tanto que los «derechos de propiedad» o «derechos in-
dividualizados de acceso», dependientes de restricciones territoriales y de un
acceso individual, se relacionan con recursos predecibles y abundantes y una
fuerte presión competitiva. Asimismo, los «derechos generalizados de acce-
so» se asocian con la «defensa de las fronteras sociales», y los «derechos de
propiedad», con la «defensa espacial».
El estudio de Netting (1982) sobre una aldea alpina suiza concluye que la
propiedad comunal, caracterizada por el acceso equitativo de todos los
miembros del grupo, tiene lugar en las áreas más grandes en donde el valor
económico de los recursos obtenidos y la mejora o intensificación de la pro-
ducción son bajos, y el rendimiento, reducido e inseguro. En cambio, los de-
rechos de propiedad privada, fundados en demarcaciones territoriales, persis-
ten en las zonas más pequeñas y productivas en las que es mayor la
intensificación de la explotación de los recursos, y los rendimientos, más al-
tos y predecibles o seguros.
Guillet (1981) ha relacionado las formas de propiedad del suelo —control
comunal frente a control privado— con el régimen agrícola y las zonas ecoló-
gicas derivadas del gradiente vertical en los Andes Centrales. Además, tiene en
cuenta el papel de las fuerzas del mercado y de la presión demográfica. En la
medida en que uno desciende de los Andes, se debilita el control comunal y se
impone la propiedad privada, y a la inversa. El control comunal con derechos
de uso indivisible ocurre en las zonas altas (de 4.100 a 4.700 m de altitud) en
las que se practica el pastoreo. Se trata de áreas de baja fertilidad y alto riesgo.
En las zonas intermedias —de 3.500 a 4.100 m de altitud—, en las que se
siembran cereales y tubérculos mediante un régimen extensivo de barbecho,
está vigente el control comunal con derechos de uso divisible entre grupos o
individuos. El rendimiento del terreno es bajo, y el riesgo, tolerable. En cam-
bio, el control privado se da en las zonas bajas (hasta los 3.500 m) dedicadas al
cultivo del maíz y productos hortícolas mediante un régimen intensivo de rega-
dío. Son cultivos cuyo rendimiento y valor comercial son altos, y el riesgo,
119
Antropología
bajo. Asimismo, Anderson y Hill (1977) han puesto de manifiesto cómo el au-
mento de la presión demográfica y del valor económico de la tierra, ganado y
agua en las Grandes Llanuras de Estados Unidos en los siglos xix y xx originó
un incremento de los beneficios marginales de los recursos invertidos en rela-
ción con sus costes marginales, lo que favoreció el cambio de unos sistemas de
propiedad comunal y libre a actividades de mayor definición de derechos de
propiedad privada.
Layton (1986) ha señalado que, en el caso de los grupos de cazadores y
recolectores, las pautas de desigualdad social se asocian con derechos exclu-
sivos de los linajes sobre territorios locales; en cambio, las estructuras socia-
les igualitarias acaecen en lugares en los que los grupos corporativos tienen
derechos generalizados y flexibles pero no exclusivos sobre los recursos de
la tierra y el mar.
Desde una perspectiva más amplia, Sack define la territorialidad como un
«intento por parte de un individuo o un grupo de personas de afectar, influir
o controlar a la gente, los fenómenos y sus relaciones, delimitando y afir-
mando el control de un área geográfica o territorio» (1986: 19). A través de
la territorialidad se controla el comportamiento de la gente.
La territorialidad es una estrategia espacial desarrollada por un grupo hu-
mano para establecer diferentes grados de acceso y uso de los recursos situa-
dos en el territorio. Las demarcaciones territoriales conllevan un derecho de
acceso restringido o exclusivo a un área geográfica y a sus recursos. La lógi-
ca de este comportamiento es impedir o controlar la entrada de grupos com-
petidores vecinos.
El caso de las pesquerías. Algunos estudios han destacado que el mar y las
pesquerías oceánicas son un recurso comunal, accesible a cualquier persona,
sin restricción alguna. Ningún pescador ostenta un derecho exclusivo sobre
los recursos marinos ni puede impedir que otros participen en su explota-
ción. Estos recursos son comunales ya que los costes de la defensa de los de-
rechos de uso exclusivo son mayores que el rendimiento obtenido, lo que
conduce a la sobreexplotación y agotamiento de los recursos pesqueros y a
un uso ineficiente del capital y del trabajo (Christy y Scott, 1965).
Ahora bien, el concepto de propiedad comunal en cuanto «libre acceso»
no es universal ni natural. Esta categoría no se ha generalizado en todo el
mundo, ya que son numerosas las sociedades que regulan el acceso y explo-
tación de las áreas marinas y sus recursos (Acheson, 1981).
La «propiedad comunal» de las pesquerías está muy extendida en distin-
tas áreas del Pacífico. En algunas naciones como Japón, las áreas de pesca
costeras pertenecen a una aldea o comunidad de pescadores de pequeña es-
cala, quienes, a través de cooperativas —las Asociaciones de Cooperativas de
Pesca—, gozan de un derecho de acceso a territorios de pesca, geográfica-
120
3. Ecología y procesos culturales
mente delimitados. Para poder pescar, la gente debe pertenecer a una de estas
cooperativas, las cuales ostentan, de hecho, una propiedad territorial y unos
derechos de pesca exclusivos sobre el espacio marino costero. De esta forma,
las cooperativas gestionan y regulan el aprovechamiento de las pesquerías es-
tablecidas en las zonas contiguas a las aldeas y pueblos. Sus miembros ex-
plotan los recursos marinos mediante un sistema dual de «licencias de pes-
ca» y «derechos de pesca», otorgados a las cooperativas por el gobierno
central o las prefecturas. Los pescadores disfrutan así de la copropiedad y el
acceso equitativo, legalmente garantizado, a los recursos acuáticos comuna-
les (Akimichi, 1984; Akimichi y Ruddle, 1984; Ruddle, 1989; Ruddle y Aki-
michi, 1989). Estos sistemas formales de territorialidad y tenencia del mar,
fundados en leyes y acuerdos consuetudinarios que restringen los derechos
de uso en las aguas contiguas a las aldeas, se remontan al período feudal Edo
o Tokugawa (1603-1867) o incluso a épocas anteriores —siglos viii al xvi—
(Kada, 1984; Kalland, 1984).
En otras zonas del Pacífico como en Melanesia, las aldeas y los linajes
tienen derechos de tenencia y uso de las áreas marinas bajo un régimen de
propiedad comunal (Baines, 1989). Entre los nativos de la isla Ponam, en
Papúa Nueva Guinea, los grupos de filiación patrilineal (patriclanes y pa-
trilinajes divididos en sublinajes) son los propietarios del espacio marino,
de sus recursos y de los derechos sobre el uso de técnicas de pesca en áreas
específicas (Carrier y Carrier, 1983). En Micronesia, la tenencia del mar y
los derechos de pesca en las aguas costeras puede recaer en la familia, el
grupo de parentesco (el linaje y el clan) y la aldea o comunidad (Sudo,
1984). En el norte de Australia y en las islas del estrecho de Torres, las tri-
bus o los clanes aborígenes ostentan derechos de uso de áreas marinas es-
pacialmente delimitadas, denominadas «propiedades» y «arrecifes domés-
ticos» (Davis, S., 1984; Johannes y MacFarlane, 1984). En Sri Lanka, las
áreas costeras de pesca son una propiedad comunal y los derechos de acce-
so se transmiten a través del parentesco bilateral. La explotación de los re-
cursos marinos se hace de forma rotatoria, sobre la base del principio de
igualdad de oportunidades para los usuarios (Alexander, 1977), y en Bahía
(Brasil), hay comunidades de pescadores tradicionales que defienden dere-
chos informales de propiedad y acceso exclusivos a territorios de pesca en
la costa (Cordell, 1989).
En sociedades como Estados Unidos, Canadá, Islandia, etc., las pesque-
rías oceánicas son «en teoría» propiedad estatal, pero «de hecho» funcionan
a veces como «libre acceso» o como «propiedad comunal». El Estado regula
la entrada y explotación de las áreas marinas a través de normas sobre licen-
cias, cupos de capturas, tecnología empleada, vedas o períodos de pesca, nú-
mero de aparejos largados, talla del pescado atrapado, etc. Ahora bien, con
frecuencia, estas normas no son acatadas en la práctica por la gente, convir-
tiéndose de hecho en bienes de libre acceso, o bien algunas comunidades lo-
121
Antropología
122
3. Ecología y procesos culturales
123
Antropología
energía, dinero y riesgo para la población local en comparación con los pes-
cadores de otros puertos más lejanos, y pequeño tamaño de los caladeros de
pincho y de palangre, lo que facilita su vigilancia y disfrute restringido. Pero
ha habido otros factores ecológicos, tecnológicos y económicos que, en com-
binación con los anteriores, han contribuido a la delimitación territorial
como tipo de fondo o sustrato en el que se faena, espacio disponible por uni-
dad productiva, etc. (Sánchez Fernández, 1992).
De los anteriores estudios se desprende que las áreas de pesca no son
siempre recursos de «libre acceso» sino que los grupos humanos han desa-
rrollado diferentes formas de acceso restringido al mar. La explotación del
espacio marino está regulada por normas y acuerdos sociales. Este sistema
de relaciones sociales persigue un control de los derechos de entrada y acce-
so exclusivo o restringido a los recursos marinos de territorios específicos.
124
3. Ecología y procesos culturales
125
Antropología
El forrajeo óptimo
126
3. Ecología y procesos culturales
127
Antropología
128
3. Ecología y procesos culturales
129
Antropología
130
3. Ecología y procesos culturales
dios por unidad de tiempo de forrajeo son más altos; en cambio, en invierno
y primavera dedican más tiempo a la caza en hábitats terrestres, con rendi-
mientos energéticos medios más altos por unidad de tiempo de forrajeo. Kee-
gan (1986) ha investigado la elección óptima de áreas —el huerto, el bosque
y el río—, así como el tiempo de forrajeo entre los machiguenga, una pobla-
ción amazónica del sudeste de Perú, que combina la horticultura —cultivo de
mandioca y maíz— con la caza, la pesca y la recolección. El forrajeador
abandona un área cuando la tasa de captura marginal en ella es menor que la
tasa de captura media en todas las áreas; es decir, el forrajeador deja un área
cuando ésta se agota, desplazándose a otra zona en la que el rendimiento
marginal por unidad de tiempo es mayor.
Nicho
131
Antropología
132
3. Ecología y procesos culturales
Tamaño
133
Antropología
mantuvieran las tasas de fecundidad y mortalidad por edad para un año de-
terminado.
Las predisposiciones genéticas y los procesos fisiológicos relacionados
con la edad, la enfermedad, la nutrición, la lactancia infantil, la esterilidad,
etc., son factores que influyen en la fecundidad.
La fecundidad depende también de prácticas culturales que:
134
3. Ecología y procesos culturales
del año. El cociente se multiplica por 1.000. Las tasas específicas de mortali-
dad calculan el número de fallecidos por edad y/o sexo en un período de
tiempo. La tasa de mortalidad infantil es el número de niños menores de un
año de edad fallecidos en un año determinado, dividido por el número de na-
cidos vivos en ese año. El resultado se multiplica por mil.
La probabilidad de muerte a una edad es igual al cociente entre el número
de fallecidos y el de supervivientes a dicha edad, y la esperanza de vida al
nacer o vida media es el promedio de años de vida de una persona en el naci-
miento calculada a partir de la tabla de mortalidad.
Las tasas de mortalidad varían según factores biológicos y sociocultura-
les, como enfermedades infecciosas, parasitarias, respiratorias y de otra cla-
se, condiciones higiénicas y sanitarias, guerra, malas cosechas, hambre y nu-
trición, accidentes laborales o de otro tipo, terremotos, etc.
La incidencia de la mortalidad afecta de forma desigual a la población según
edad, género, ocupación, nivel de educación, renta económica y clase social, gru-
pos étnicos, etc. Por ejemplo, la pesca comercial y la minería del carbón son las
ocupaciones más arriesgadas en el mundo. Poggie et al. (1976) señalan que en
1965 se produjeron en Estados Unidos 21,4 muertes por millón de días-hombre
en la pesca comercial y 8,3 muertes por millón de días-hombre en la minería del
carbón.
La tasa de crecimiento natural o vegetativo es la diferencia entre la tasa
bruta de fecundidad y la tasa bruta de mortalidad, dividida por diez.
135
Antropología
Estructura
136
3. Ecología y procesos culturales
Pauta de asentamiento
Las poblaciones no son estáticas sino que cambian a través del tiempo, fluc-
tuando de tamaño según diversas circunstancias. La interacción entre pobla-
ciones de la misma o distinta especie influye en el tamaño y dinámica de
mográfica. Estos cambios dan lugar a distintas pautas de crecimiento
demográfico.
Hay dos modelos de crecimiento demográfico.
Uno es en forma de «S», o crecimiento sigmoide o logístico. Primero hay
una etapa de crecimiento nulo o muy lento; después, un crecimiento muy rá-
pido o logarítmico, y, al final, una etapa estable o de equilibrio. El nivel su-
137
Antropología
138
3. Ecología y procesos culturales
139
Antropología
140
3. Ecología y procesos culturales
Las poblaciones no están aisladas, sino que interactúan entre sí, con pobla-
ciones de la misma o de distinta especie. Estas interacciones pueden tener un
efecto positivo, negativo o neutro para una o ambas poblaciones y originar la
coevolución o cambio evolutivo recíproco en los rasgos de las dos poblacio-
nes que interactúan entre sí, respondiendo la una a la acción de la otra.
Si la interacción entre dos poblaciones no beneficia ni perjudica a ningu-
na de ellas, se produce el neutralismo.
Cuando ambas poblaciones se disputan el control de un mismo recurso
como agua, espacio, luz, alimentos, etc., se habla de competencia. En este
caso la interacción es negativa para ambas poblaciones. La competencia está
relacionada con el concepto de nicho. Algunos ecólogos hablan del principio
141
Antropología
Notas
1 C representa el grado de desarrollo cultural; E representa la cantidad de energía
aprovechada anualmente per cápita, y T, la eficiencia de la tecnología.
2 Este texto de Sahlins evoca el análisis estructuralista realizado por Lévi-
Strauss en la obra El Pensamiento Salvaje (1964b) sobre la relación de las aves, los
perros, el ganado y los caballos de carrera con las sociedades humanas. Su conclu-
sión es que las aves son humanos metafóricos, y los perros (tratados como sujetos),
humanos metonímicos, en tanto que el ganado de pasto (tratado como objeto) es un
inhumano metonímico y los caballos son inhumanos metafóricos. Por otra parte, los
nombres dados a las aves y al ganado de pasto se forman mediante un proceso meto-
142
3. Ecología y procesos culturales
nímico, tomado de un conjunto paradigmático (en el caso de las aves) o de una cade-
na sintagmática (en el caso del ganado de pasto), mientras que los nombres asigna-
dos a los perros y a los caballos se forman mediante reproducción metafórica,
tomada bien de una serie paradigmática (caso de los perros), bien de una cadena sin-
tagmática (caso de los caballos).
3 La caloría es la cantidad de energía calorífica necesaria para elevar la tempera-
tura de 1 mililitro de agua 1 grado centígrado cuando el agua está a 15 centígrados.
Otra forma de medir la energía es en julios o kilojulios. La conversión es la siguien-
te: 1 kcal = 4,184 kJ (kilojulios).
4 La radiación de la luz solar reúne dos características: longitud de onda y partí-
culas luminosas o fotones. Un fotón tiene una unidad o cantidad de energía. La ra-
diación solar comprende un amplio espectro de longitudes de onda: la radiación ul-
travioleta, de una longitud de onda corta, con energía más concentrada, la luz
visible, de una longitud de onda media e intermedia en energía, y la radiación infra-
rroja (radiación calórica), de longitud de onda más larga y con poca energía. Ahora
bien, la cantidad de energía por fotón varía según las longitudes de onda del espectro
sean ultravioleta, visible (luz) e infrarroja (calor). La radiación de una longitud de
onda más corta corresponde a energía muy concentrada en fotones, y la de onda más
larga, a energía menos concentrada.
5 En general, entre el 0,1 y el 6% de la radiación solar incidente se incorpora
como producción bruta a nivel de los autótrofos cuyo gasto energético durante la res-
piración o actividad metabólica varía según diferentes ecosistemas, edad y estacio-
nes. Los organismos vivos gastan en la respiración entre un 20 y un 80% de la pro-
ducción bruta. En el caso de un lago en Estados Unidos, se incorpora como
producción bruta el 0,1% de la radiación solar entrante. El 21% de la producción
bruta se consume durante la respiración de los autótrofos; el 16,9% de la producción
neta (descontada la respiración) es incorporada por los herbívoros y el resto (el
83,1%) se descompone o se acumula como sedimento. Los herbívoros gastan en la
actividad metabólica el 29,7% de la energía absorbida; el 29,8% de la producción
neta es incorporada por los carnívoros y el 70,2% restante se descompone o se acu-
mula como sedimento. Los carnívoros consumen en la actividad metabólica un
58,1% de la energía absorbida y el resto se descompone o no se utiliza (Kormondy,
1978).
6 Odend’hal ha computado la eficiencia energética a partir del valor energético
de los recursos de uso directo por el hombre (boñiga como combustible para cocinar,
trabajo de tracción, leche y terneros). Este argumento será utilizado por Harris en el
análisis del tabú de la vaca en la India.
7 La dieta recomendada es de 50 a 100 gramos de proteínas por persona y día.
En el ser humano los aminoácidos esenciales son la histidina, isoleucina, leucina, li-
sina, metionina, fenilalanina, treonina, triptófano, valina y tirosina.
8 El tiempo de forrajeo incluye el tiempo de búsqueda y, cuando se ha encontra-
do la presa, el tiempo de «manejo» (handling), es decir, el tiempo dedicado a la per-
secución, captura, transformación —transporte, sacrificio, cocinado— y consumo de
la presa.
9 El forrajeador busca simultáneamente toda clase de recursos, pero, una vez en-
contrada una presa, ha de decidir si perseguirla o continuar la búsqueda. Si decide
perseguirla, el tiempo dedicado a su «manejo» no se puede emplear en la búsqueda.
143
Antropología
T
——— × Y
R+Y
P = —————
A
donde P = la población que puede ser sustentada; T = total de tierra cultivable; R =
duración del período de barbecho de la tierra (antes de ser de nuevo cultivada) en
años; Y = duración del período de cultivo de la parcela de tierra en años; A = área de
tierra cultivada requerida para proveer a un individuo medio de la cantidad de ali-
mento obtenido de plantas cultivadas durante un año.
13 Boserup se ha opuesto a la tesis de Malthus, quien sostenía que mientras que
la población humana crece de forma geométrica (1, 2, 4, 8, 16, etc.), la producción
de alimentos lo hace de modo aritmético (1, 2, 3, 4, 5, etc.). Dado que los recursos y
144
3. Ecología y procesos culturales
el espacio son limitados, Malthus (1951) considera que la población humana no pue-
de sobrepasar el límite máximo establecido por la producción de alimentos. En con-
secuencia, destaca dos clases de frenos que limitan el crecimiento de la población:
«preventivos» y «positivos». Los primeros hacen referencia a la abstención del ma-
trimonio y a la restricción de la fecundidad. Los «positivos» son el resultado del «vi-
cio» y la «miseria», como el trabajo fatigoso, la pobreza, las enfermedades, las epi-
demias, las guerras y las hambrunas.
145
Antropología
146
4. El sistema económico
El enfoque sustantivista
147
Antropología
148
4. El sistema económico
149
Antropología
El formalismo
150
4. El sistema económico
151
Antropología
152
4. El sistema económico
153
Antropología
cual incluye tanto el capital variable como el constante. Por ejemplo, Little-
field (1978) ha evaluado el grado de explotación de los tejedores artesanos,
estimando las tasas de plusvalía para los comerciantes e intermediarios (tasas
del 15,4% para el intermediario, del 53,8% para el comerciante de Mérida y
del 747,6% para el importador de Nueva York) en la industria de la hamaca
en Yucatán.
Los antropólogos marxistas destacan que sus análisis no se ocupan de las
apariencias visibles, de los fenómenos superficiales o de los hechos empíri-
cos y mensurables, como lo hace la economía política clásica o neoclásica,
sino de aquello que se oculta tras la realidad empírica o lo que no es visible.
Utilizan conceptos abstractos, alejados de las experiencias cotidianas y prag-
máticas de la gente de la calle o de las hipótesis y teorías falsables de las
ciencias empíricas, conceptos con los que los marxistas pueden estar de
acuerdo pero que otros —los no marxistas— no entienden ni comparten de-
bido a su carácter invisible, filosófico cuando no metafísico, lo que requiere
un acto de fe en la lógica o en el credo marxista. Con frecuencia algunos au-
tores invocan como argumento la autoridad de Marx, interpretando lo que
éste dijo, quiso decir o dejó de decir —los silencios de los que habla Althus-
ser— en un texto específico de su obra.
Clastres (1981) ha atacado con dureza los planteamientos de la antropolo-
gía marxista francesa. Ha señalado que la etnología marxista ha reducido los
hechos sociales y políticos a categorías de la infraestructura económica
como fuerzas de producción, relaciones de producción, desarrollo de fuerzas
productivas, etc., ya que, como apunta Godelier, las relaciones de parentesco
son relaciones de producción. Por otra parte, las leyes de la historia elabora-
das por los marxistas han de ser aplicadas tanto a las sociedades capitalistas
como a las primitivas en las que no hay Estado ni se da la división entre su-
periores y súbditos. Clastres señala que la vaciedad del discurso marxista en-
mascara «su capacidad de difundir una ideología de conquista del poder»
(ibíd.: 179), tratando de establecer el marxismo como una ideología política
dominante. Y es que los marxistas no olvidan que el Estado es el ejercicio
del poder político y que «no se puede pensar el poder sin el Estado y el Esta-
do sin el poder» (ibíd.: 175).
Por otro lado, la teoría marxista se funda en las relaciones entre grupos,
clases, sistemas o macrosistemas, estructuras, que se reifican como catego-
rías grupales que dejan de lado los intereses de los individuos que gobiernan,
dirigen, toman decisiones, gestionan, distorsionan, manipulan, establecen
alianzas, buscan mayores niveles de renta económica, poder, estatus y presti-
gio social, ordenan y esperan que sus decisiones sean acatadas por los subor-
dinados y, en consecuencia, se benefician de su posición socioeconómica en
las instituciones.
154
4. El sistema económico
La teoría de la dependencia
155
Antropología
relaciones entre los países del centro desarrollado y los de la periferia subde-
sarrollada son asimétricas, lo que conduce a una especialización internacio-
nal desigual. El centro ejerce una dominación sobre los países subdesarrolla-
dos de la periferia de tal forma que el desarrollo en el centro engendra el
subdesarrollo o «el desarrollo del subdesarrollo», es decir, un crecimiento
desarticulado y «no autocentrado» en la periferia. El desarrollo y el subdesa-
rrollo son los dos polos antitéticos de una misma unidad. En los países peri-
féricos en los que se han creado empresas con capital extranjero, orientadas a
la exportación, el nivel de remuneración de los trabajadores asalariados es
más bajo que en el centro, aunque con igual nivel de productividad; en con-
secuencia, la tasa de plusvalía y la de ganancia del capital son altas. Hay una
transferencia de valor de las formaciones socioeconómicas del capitalismo
periférico (mundo subdesarrollado) a las formaciones socioeconómicas del
capitalismo del centro (mundo desarrollado), lo que da lugar a un desequili-
brio estructural fundamental entre ambos. Estas desigualdades se producen
también entre las distintas regiones del centro. Dicha transferencia de valor
origina la acumulación de capital a escala mundial en beneficio del centro.
Esta acumulación es una ley del modo de producción capitalista.
Numerosos estudios económicos y sociales han recurrido a la teoría de la
dependencia para explicar la desigualdad, la pobreza y la marginación social
en el mundo. Así, Dos Santos (1970) ha analizado el subdesarrollo de los
países iberoamericanos como resultado de la dependencia de los países do-
minantes en el contexto de una economía mundial capitalista. Los países do-
minantes obtienen un excedente económico, sobreexplotando la mano de
obra de los países dependientes.
Los antropólogos han aplicado la teoría de la dependencia al estudio de
distintos fenómenos sociales. Por ejemplo, Rhoades (1978) ha destacado que
las estructuras económicas y políticas son las que generan la movilidad geo-
gráfica de la fuerza de trabajo. Analiza las migraciones en Alemania y Euro-
pa desde el modelo de las relaciones desiguales y dependientes entre el nú-
cleo y la periferia. La migración es un proceso que liga a un centro industrial
y urbano, necesitado de mano de obra barata y dócil, con regiones agrarias
periféricas que tienen un excedente de ésta. Los trabajos ocupados por los in-
migrantes extranjeros son los peor remunerados, más arriesgados y de menor
estima social. El crecimiento económico del centro, basado en altas tasas de
productividad y de beneficios del capital, fomenta el subdesarrollo y el decli-
ve económico en la periferia.
La teoría de la dependencia se basa en una proposición esquemática gene-
ral cuando no universal ya que en todo tiempo y lugar el sistema capitalista
genera desarrollo en el centro y subdesarrollo en la periferia. Esta proposi-
ción no tiene en cuenta la variación cultural o los datos etnográficos especí-
ficos de un lugar y tiempo, reunidos y descritos por el antropólogo en su in-
vestigación de campo. El análisis de los sistemas macrosociales o mundiales
156
4. El sistema económico
157
Antropología
tienen un sistema político común, es decir, una unidad política (esta unidad
puede implicar una fuerte descentralización administrativa —forma feudal—
o una alta centralización) y una economía redistributiva basada en tributos e
impuestos; las economías mundo comprenden distintos sistemas políticos
(Wallerstein, 1980a, 1980e).
La economía-mundo capitalista o economía capitalista mundial es un tipo
de sistema social basado en el modo de producción capitalista ya que la pro-
ducción se orienta hacia la acumulación de capital a través del beneficio al-
canzado en el mercado mundial. Es una entidad económica, no política, y un
sistema-mundo porque es mayor que cualquier unidad política. El vínculo
básico entre las partes del sistema es económico, aunque está reforzado por
lazos culturales y arreglos políticos. Se trata de un único sistema económico
capitalista con diferentes sectores o áreas. Los Estados nacionales forman
parte de este sistema-mundo (Wallerstein, 1980a, 1980d).
Esta economía-mundo capitalista se caracteriza por una división interna-
cional del trabajo en la que las diversas áreas —un centro, una semiperiferia
y una periferia, además de una arena exterior a la economía-mundo— des-
empeñan diferentes papeles económicos, diferentes estructuras de clase y di-
ferentes modos de control de la mano de obra. Wallerstein (1980c) destaca
que en las zonas del núcleo tiene lugar una producción diversificada, con
grandes beneficios, alta tecnología y elevados salarios, mientras que en la
periferia la producción es menos diversificada; los beneficios, más reduci-
dos; la tecnología, inferior, y los salarios, bajos.
En este sistema capitalista mundial, hay un «intercambio desigual» entre
el núcleo y la periferia ya que, con el mismo nivel de productividad, el traba-
jador periférico tiene que trabajar más horas para obtener el artículo produ
cido en una hora por un trabajador perteneciente al núcleo. El intercambio
desigual garantiza la alta retribución del capital y la expansión de la econo-
mía-mundo capitalista (Wallerstein, 1980b).
El moderno sistema-mundo, fundado en una economía-mundo capitalista,
ha atravesado diversas etapas. Los orígenes o el desarrollo inicial de este sis-
tema-mundo se extienden de 1450 a 1640 en Europa, lo que da lugar a una
economía-mundo europea en la que el centro es ocupado por la Europa occi-
dental, y la periferia, por la Europa oriental y la América española (Wallers-
tein, 1979). Esta primera etapa es denominada «capitalismo agrícola»
(Wallerstein, 1980a). De 1600 a 1750 se extiende el mercantilismo, etapa en
la que tiene lugar la consolidación de la economía-mundo europea, y de 1730
a 1850 se produce la segunda era de gran expansión de la economía-mundo
capitalista, en la que se fortalece y consolida el sistema capitalista mundial
(Wallerstein, 1984, 1999). A partir de 1917 (Revolución rusa de Octubre) se
inicia la etapa de la consolidación de la economía-mundo capitalista industrial
(Wallerstein, 1980a). La ley básica de esta economía-mundo capitalista con-
siste en maximizar la acumulación de capital (Wallerstein, 1988).
158
4. El sistema económico
La economía ecológica
159
Antropología
160
4. El sistema económico
161
Antropología
Producción
162
4. El sistema económico
pocas, y la división del trabajo tiene en cuenta la edad y género de sus miem-
bros.
163
Antropología
164
4. El sistema económico
Ahora bien, son las relaciones más amplias de parentesco y el orden polí-
tico los que contrarrestan la fragmentación y dispersión de los grupos do-
mésticos, estimulando una intensificación de la capacidad de trabajo y la
producción de un excedente. Éste es el caso del sistema de los «grandes
hombres» en Melanesia, que intensifican el esfuerzo de sus parientes y se-
guidores para obtener un excedente que será repartido con generosidad en
fiestas públicas que les confieren reputación y prestigio social. De esta for-
ma, los grupos domésticos autónomos, fragmentados y dispersos se integran
en instituciones sociopolíticas como grupos de filiación, alianzas matrimo-
niales, líderes, jefes y «grandes hombres» que requieren mayores niveles de
cooperación y actividad colectiva (Sahlins, 1972c).
Diversos estudios han respaldado el argumento de Chayanov en tanto que
otros apoyan la tesis de Sahlins. Por ejemplo, Barlett (1984) considera que el
método empleado por Chayanov para calcular el beneficio y los costes, así
como el rendimiento del trabajo y la relación entre consumidor y trabajador,
es valioso para entender las decisiones de la empresa familiar. Minge-Kalman
(1977) ha estudiado la intensificación de la mano de obra en una aldea cam-
pesina suiza, situada en los Alpes (Le Levron), dedicada a la agricultura y ga-
nadería, utilizando como medida la cantidad de tierra que cada grupo domés-
tico dedica a productos de diferentes intensidades de trabajo. Este estudio
avala la tesis de Chayanov, concluyendo que mientras que las grandes empre-
sas agrícolas industrializadas y mecanizadas producen bienes intensivos en
capital, la pequeña empresa familiar campesina produce bienes más intensi-
vos en fuerza de trabajo que requieren poco capital y mano de obra familiar
no asalariada. Dicho estudio pone de manifiesto que un aumento de una per-
sona en el cociente consumidor/trabajador conlleva por término medio un in-
cremento de 144 horas anuales por trabajador en el grupo doméstico. La in-
vestigación realizada entre los vaqueiros de alzada de Somiedo examina la
relación entre el tamaño y estructura de la unidad doméstica y las estrategias
de cría de ganado vacuno —ganado de carne, ganado de leche y mixta—, las
cuales varían según la intensificación de la fuerza de trabajo. El cociente entre
consumidor y trabajador repercutía en la mayor o menor intensificación de la
fuerza de trabajo, junto a otros factores —mecanización de las faenas agríco-
las, número de reses, ingresos adicionales a los provenientes de la ganadería.
Las decisiones de la gente tenían en cuenta la rentabilidad económica, el
tiempo de trabajo, el riesgo y la liquidez monetaria (Sánchez Fernández,
1990).
En cambio, Lewis (1981) ha destacado la importancia de los lazos de pa-
rentesco y de matrimonio en la intensificación de la fuerza de trabajo y de la
producción en una comunidad campesina de Mali.
El grupo doméstico no es una estructura estática sino diacrónica, ya que
pasa por un ciclo de desarrollo, con una secuencia regular de cambios en el
tiempo. Se han distinguido tres fases en el ciclo de desarrollo del grupo
165
Antropología
doméstico. Una fase de expansión, que se inicia al casarse una pareja y ter-
mina con la procreación de los hijos. A continuación tiene lugar la fase de
dispersión o fisión: los hijos, salvo el heredero, se casan y abandonan la
casa. Por último, tiene lugar la fase de sustitución, en la que el heredero se
hace cargo de la administración de la casa y la hacienda. Esta fase conclu-
ye con la muerte de los padres y su reemplazamiento por la familia del hijo
heredero, con lo que se retorna a la fase inicial del ciclo doméstico (Fortes,
1958).
La estructura es la cristalización de este proceso en un momento temporal
determinado. De ahí que no todos los grupos domésticos presenten los mis-
mos tamaño y composición, habiendo una continuidad entre las distintas fa-
ses de la familia. El número medio de miembros, trabajadores y consumido-
res en la familia varía, pues, según las fases del ciclo de desarrollo de la
familia, y las necesidades de consumo dependen del tamaño y composición
del grupo doméstico. Las pautas de residencia son la manifestación en el
tiempo de este proceso de desarrollo.
166
4. El sistema económico
167
Antropología
con los que el dueño del negocio mantiene relaciones impersonales que no
comprometen o desafían su autoridad y autonomía.
Por último, existen empresas en las que el propietario recurre tanto a los fa-
miliares como a los no parientes cuando selecciona a los trabajadores. La pau-
ta de reclutamiento es, pues, flexible y mixta, incluyendo a parientes, así como
a conocidos, vecinos y amigos no emparentados.
Las empresas de pequeña escala se contraponen a las empresas altamente
capitalizadas, las cuales aprovechan las ventajas de las «economías de esca-
la». Estas últimas disponen de altos niveles de inversión de capital, de pro-
ducción y de ventas, con fuertes beneficios. Pueden aguantar los períodos de
crisis con los recursos de capital propios o ajenos con los que cuentan. En
cambio, las empresas de pequeña escala son empresas cuya reducida inver-
sión de capital las hace muy vulnerables a una situación de crisis y escasez de
recursos económicos.
168
4. El sistema económico
169
Antropología
170
4. El sistema económico
171
Antropología
172
4. El sistema económico
173
Antropología
174
4. El sistema económico
175
Antropología
176
4. El sistema económico
Distribución e intercambio
177
Antropología
178
4. El sistema económico
179
Antropología
180
4. El sistema económico
181
Antropología
182
4. El sistema económico
Utilidad marginal
Cantidad
183
Antropología
dad de forma ordinal, es decir, puede jerarquizar las alternativas según las
preferencias, estableciendo si un bien tiene más utilidad que otro pero no la
cantidad. Ahora bien, hemos de destacar que las preferencias y utilidades
asociadas a las distintas opciones están condicionadas socialmente, es decir,
dependen del contexto cultural.
Dado que el mercado se basa en transacciones entre individuos que eligen
según la utilidad o preferencias, se afirma que el individualismo es la base
del intercambio de mercado y que el hombre persigue intereses individuales.
Consumo
184
4. El sistema económico
185
Antropología
Notas
1 Hay que precisar que el coste de oportunidad calculado por el economista difiere
del realizado por un ciudadano corriente. Éste puede tener en cuenta más bien la se-
guridad o el riesgo, las condiciones laborales, la comodidad o dureza del trabajo, la
información manejada, la proximidad o lejanía al lugar de trabajo, etc., que los in-
gresos monetarios, lo cual puede contribuir a hacer una estimación superior o infe-
rior a la del economista.
2 El óptimo de Pareto es la alternativa que ofrece la mejor solución o bien el ma-
yor rendimiento o satisfacción ante una determinada situación, frente a otras posi-
bles opciones.
186
5. Estructura y organización
social
187
Antropología
que las formas grupales son fruto de las decisiones e interacciones de los ac-
tores. Éstas son, pues, el fundamento de los fenómenos sociales (Elster,
1982, 1990). De ahí que las instituciones sociales sean manejadas y distor-
sionadas por los individuos en su propio beneficio.
La noción de organización social es clave para entender el cambio y el
conflicto social. El cambio social es un proceso dinámico, diacrónico, en el
que determinados individuos o grupos adoptan comportamientos o creencias
innovadores que discrepan o rompen con las pautas culturales vigentes o tra-
dicionales —la forma o la estructura social—, introduciendo la discontinui-
dad. Este proceso puede ser lento, rápido o brusco. De este modo, las nuevas
prácticas culturales adoptadas por algunos individuos o un grupo de personas
minoritario devienen con el tiempo instituciones o formas sociales (estructu-
ra social) compartidas por la mayor parte o toda la población.
188
5. Estructura y organización social
189
Antropología
190
5. Estructura y organización social
Jugador B
Cooperar Defección
A = 3; B = 3 A = 1; B = 4
Recompensa para ambos Recompensa para el que
Cooperar
jugadores si la no coopera y para el
cooperación es mutua que coopera
Jugador A
A = 4; B = 1 A = 2; B = 2
Defección Recompensa para el que Recompensa para ambos
(no cooperación) no coopera y el jugadores si la
que coopera defección es mutua
En la obra The Logic of Collective Action, Olson ha indicado que los miem-
bros de un grupo o una organización social tienen intereses individuales dife-
rentes de los grupales. Ahora bien, mientras que en los grupos pequeños
(bien sea «privilegiados», bien sea «intermedios»), dominados por relaciones
cara a cara, las personas emprenden con facilidad acciones voluntarias enca-
minadas a la consecución de un fin colectivo que les proporciona altos bene-
ficios, en los grupos y organizaciones grandes o latentes —constituidos por
un gran número de sujetos entre los que no se dan relaciones personales—
los individuos racionales, orientados hacia su propio interés, no se organizan
ni actúan voluntariamente para alcanzar intereses comunes, salvo que se
vean estimulados por «incentivos selectivos» positivos —recompensas— o
negativos —castigos— que movilicen la acción colectiva. En estos grandes
grupos siempre surgen «gorrones» (free rider) que se benefician de la acción
de los demás mientras minimizan o niegan su participación en el logro del
objetivo grupal. Este comportamiento se debe a que la contribución de un in-
dividuo o, al contrario, su negativa a la cooperación no tiene un efecto per-
ceptible o significativo sobre el coste o el beneficio para los otros compo-
191
Antropología
192
5. Estructura y organización social
B1 B2 B3
A1 60 20 80
Alternativas
del jugador A A2 100 40 80
A3 60 10 90
mente esta estrategia, se verá perjudicado. La recompensa para este par de es-
trategias define el punto de equilibrio estable. En juegos como los de suma
cero se alcanzan puntos de equilibrio con una estrategia pura; pero también se
puede seguir una estrategia mixta, consistente en hacer una selección aleatoria
entre las posibles estrategias puras y asignar una probabilidad a cada estrategia.
Se elige una estrategia recurriendo al azar como lanzar una moneda al aire o
los dados. El resultado es independiente de lo que hace el otro.
Los juegos de n-personas (3 o más jugadores) llevan a coaliciones o
acuerdos entre los jugadores. Estos acuerdos dependen del poder de los suje-
tos en la negociación para condicionar el resultado final. Cuando hay tres ju-
gadores, se pueden formar coaliciones de tres jugadores o de dos contra uno.
Parentesco
193
Antropología
194
5. Estructura y organización social
195
Antropología
196
5. Estructura y organización social
197
Antropología
Grupos residenciales
198
5. Estructura y organización social
Terminologías de parentesco
199
Antropología
200
5. Estructura y organización social
201
Antropología
lateral. Por otro lado, denomina con el mismo término al hijo de la hermana
del ego, al hijo de la prima paralela patrilateral y al de la prima paralela ma-
trilateral, y aplica el mismo término a la hija de la hermana del ego, a la hija
de la prima paralela patrilateral y a la hija de la prima paralela matrilateral.
La terminología omaha es patrilineal y es la versión invertida de la crow.
El matrimonio
202
5. Estructura y organización social
203
Antropología
varón se casa con la hija de la hermana del padre. Esta estructura conduce a
lo que Lévi-Strauss llama un sistema cerrado, ya que el ciclo de intercam-
bios se abre y se cierra en sucesivas generaciones.
En el matrimonio asimétrico, indirecto o generalizado, se requieren al me-
nos tres grupos, ya que el que dona mujeres es distinto del que las recibe. Se
forma una cadena de intercambios matrimoniales con tres o más unidades,
como, por ejemplo, A dona mujeres a B, B a C, C a D, D a E… y este último
a A. La cadena se cierra en un momento determinado, retornando al punto
inicial. Este intercambio da lugar al matrimonio con la prima cruzada matrila-
teral. Una mujer nacida en el grupo A se casa con un varón nacido en el grupo
B en tanto que una mujer nacida en el grupo B se casa con un varón nacido en
el grupo C, etc., es decir, el hijo de la hermana del padre se casa con la hija
del hermano de la madre. Este sistema conduce a los connubios circulares o
intercambios matrimoniales en círculo entre grupos exógamos. El matrimonio
con la prima cruzada matrilateral da lugar a un sistema abierto en el que los
grupos están unidos por afinidad. Por ejemplo, Leach (1971) ha analizado el
matrimonio kachin como un caso de matrimonio asimétrico con la prima cru-
zada matrilateral. Ahora bien, mientras los linajes o grupos de filiación local
de rango o clase superior donan mujeres a los de estatus inferior, estos últi-
mos entregan a los de rango superior bienes de consumo en forma de ganado
como compensación matrimonial. El ganado será sacrificado con ocasión de
ciertas fiestas religiosas, confiriendo mayor estatus a los donantes.
La familia
No hay una definición universal de familia que sea compartida por antropó-
logos o sociólogos, sino que este concepto tiene diferentes significados. A
menudo, aunque no siempre, la familia es un grupo de personas ligadas entre
sí a través del matrimonio y de la descendencia. Sus miembros comparten la
misma residencia en la que cocinan y comen, limpian, duermen, se asean,
reúnen bienes, mantienen relaciones sexuales, procrean, crían y educan a los
hijos, se dispensan atenciones y apoyo, estrechan lazos de afecto y cariño,
etc. Hay culturas en las que alguna o varias de estas actividades se realizan
en un lugar distinto del domicilio habitual.
Hay diferentes tipos de familia y de matrimonio en las distintas socieda-
des existentes en el mundo. Y dentro de una misma sociedad se dan distintas
formas de familia según áreas geográficas como, por ejemplo, zonas rurales
y urbanas en sociedades industrializadas.
Diversos factores económicos, sociales y culturales, como acceso de la
mujer a los estudios superiores y al mercado de trabajo, clase social y nivel
de renta económica, actividad profesional, educación y valores culturales,
han favorecido el desarrollo de formas alternativas de familia.
204
5. Estructura y organización social
205
Antropología
206
5. Estructura y organización social
207
Antropología
208
5. Estructura y organización social
209
Antropología
210
5. Estructura y organización social
211
Antropología
alto riesgo o mal remunerados, tienen altas tasas de desempleo. A veces los
grupos étnicos son el resultado de la migración y de la conquista. Por otro
lado, cuando los recursos son escasos y valiosos, con frecuencia surgen la
competencia y el conflicto entre estos grupos étnicos estratificados que tra-
tan de mejorar o preservar su posición socioeconómica. Asimismo, dentro de
las minorías étnicas, al igual que en las mayorías, puede haber desigualdad y
estratificación en clases sociales.
En las sociedades en las que los europeos han establecido sistemas colo-
niales, ellos han ocupado la posición superior, en tanto otros grupos no indí-
genas, la posición intermedia, y los grupos indígenas, la posición inferior.
El hecho de ser hombre o mujer da lugar al desarrollo de diferencias socia-
les. Con frecuencia las mujeres sufren discriminación y marginación en el
ámbito doméstico, laboral y económico, político, social y religioso. A menu-
do están subordinadas a los varones, ya que no tienen igual acceso a los re-
cursos productivos o económicos, al trabajo, al ejercicio de una ocupación
relevante o dirigente, al poder político, al prestigio y estatus social. Como ha
destacado la teoría de la segmentación del trabajo, en las sociedades occiden-
tales las mujeres, al igual que los jóvenes, los inmigrantes y las minorías ét-
nicas, realizan trabajos poco cualificados, inestables, temporales, a tiempo
parcial o a domicilio, mal remunerados, con condiciones laborales duras, de
bajo estatus y escasas posibilidades de ascenso. De la mujer dependen las ta-
reas domésticas y la cría y cuidado de los hijos y de los demás miembros de
la familia, tareas no remuneradas y socialmente poco reconocidas. En algu-
nas sociedades, se recurre a una ideología que justifica la superioridad, do-
minación o privilegios del varón sobre la mujer.
También se manifiestan diferencias sociales sobre la base de la edad, dis-
tribuyéndose el poder, la riqueza y la posición social de forma desigual en la
sociedad. A veces se forman grupos y grados de edad que desempeñan posi-
ciones y ocupaciones jerárquicas en la sociedad. Las personas adultas reúnen
más poder y privilegios que los jóvenes y niños. En muchas sociedades tradi-
cionales, las personas ancianas y con experiencia son las que toman decisio-
nes de tipo político, económico o militar que afectan a la sociedad. Con fre-
cuencia los niños son los que sufren malnutrición, alta mortalidad, maltrato,
pobreza y discriminación en los países subdesarrollados. En otras socieda-
des, los ancianos son despreciados, discriminados y marginados del desem-
peño de puestos de responsabilidad y poder.
Castas
Las castas son grupos sociales jerarquizados cuya pertenencia tiene lugar a
través del nacimiento. Dumont (1970) ha analizado desde la perspectiva
ideológica el sistema de castas de la India, un sistema fundado en las creen-
212
5. Estructura y organización social
cias religiosas hindúes. Las castas son grupos hereditarios, ya que el estatus
es adscrito por el nacimiento. Asimismo, desempeñan ocupaciones o trabajos
especializados y son interdependientes entre sí. La especialización conlleva
la separación entre grupos en beneficio del conjunto del sistema, a diferencia
de la división del trabajo en la economía moderna, guiada por el provecho
individual y el mercado. El sistema tradicional de división e interdependen-
cia del trabajo llamado jajmani se basa en la prestación y contraprestación
mutua o la reciprocidad jerárquica que liga a las castas en el poblado, lo que
favorece la armonía y cohesión social. La oposición puro-impuro es la base
de la jerarquía de castas, de su separación y de la división del trabajo. La
jerarquía es gradación de estatus; una casta es superior a algunas castas e in-
ferior a otras. El principio central de este sistema es el dharma o deber. Hay
reglas que prohíben el contacto entre las castas ya que provoca contamina-
ción. El consumo de alimentos, la ingestión de agua, el uso de la pipa, la ves-
timenta, la distancia física entre individuos, los ritos, el matrimonio, el estilo
de vida, etc., ponen de manifiesto la separación y jerarquía de estatus de las
castas. Sus miembros practican la endogamia, es decir, contraen matrimonio
dentro del propio grupo, ya sea la casta o un segmento de ella. A su vez, las
castas se dividen en numerosas subcastas o segmentos territoriales que fun-
cionan como unidades endógamas.
En la India hay cuatro castas importantes correspondientes a los cuatro
varnas (categorías o estados) presentes en la literatura védica: los brahma-
nes (sacerdotes) o casta superior; los kshatriyas (guerreros y gobernantes);
los vaishyas (comerciantes, agricultores y ganaderos), y los shudras (sir-
vientes). En un nivel inferior, están los intocables, que descuartizan los
animales muertos, trabajan el cuero, limpian la basura y los excrementos,
etc. Se puede establecer una homología entre el sistema de castas y el de
los varnas.
Otros estudios analizan las castas sin referencia a la ideología. Por ejem-
plo, Berreman define el sistema de castas como «una jerarquía de divisiones
endógamas en las que la pertenencia es hereditaria y permanente» (1960:
120). La jerarquía incluye desigualdad en el estatus y en el acceso a los bie-
nes y servicios. Las castas son un sistema de estratificación social en el que
los individuos de las castas bajas ocupan posiciones de sumisión y deferen-
cia hacia las castas superiores.
Se ha señalado que las castas son grupos sociales cerrados que no permi-
ten la movilidad social. Las personas nacidas en una casta no cambian de
grupo social, sino que permanecen en él a lo largo de la vida. Algunos estu-
dios precisan, sin embargo, que el sistema de castas no es rígido ni la posi-
ción de las castas es inamovible. Hay castas inferiores, sobre todo las situa-
das en los niveles intermedios, que han podido alcanzar una posición
superior en la jerarquía local, adoptando las creencias, rituales, estilo de vida
e instituciones de los brahmanes. Algunas personas han acumulado riqueza y
213
Antropología
En las sociedades con Estado, las relaciones sociales entre la gente vienen
marcadas por la pertenencia a una clase social. Sin embargo, el concepto de
clase social es complejo.
Wright (1994) ha señalado que la clase social puede ser entendida de dos
formas diferentes: la gradacional y la relacional. La primera considera que la
sociedad se divide en grupos sociales jerarquizados según el grado en que po-
seen una característica cuantitativa, como renta económica, educación, ocupa-
ción, estatus social, etc. Las clases se disponen entonces en un continuo grada-
cional desde el nivel inferior hasta el superior, lo que permite hablar de clase
baja, clase baja baja, clase baja alta, clase media, clase media baja, clase me-
dia alta, clase alta, etc. En cambio, la perspectiva relacional, defendida por los
estudios marxistas, define la clase por su relación social con otras clases. Se
funda en diferencias de tipo cualitativo, no cuantitativo. Así, en el sistema de
relaciones sociales capitalistas, la clase burguesa se define por su relación an-
tagónica con la clase proletaria según su posición en la relación de intercam-
bio en el mercado de trabajo.
Plotnicov y Tuden (1970) señalan que las clases sociales son grupos so-
ciales que a) están dispuestos jerárquicamente como estratos en una pirámi-
de; unos grupos ostentan posiciones superiores, y otros, posiciones interme-
dias o inferiores; b) ocupan posiciones relativamente permanentes en la
214
5. Estructura y organización social
jerarquía, es decir, las clases o los estratos se mantienen a través del tiempo
aunque los individuos pueden cambiar de clase a lo largo de la vida; c) tie-
nen un control diferencial de la riqueza o poder económico y del poder polí-
tico; d) están separados por distinciones culturales, y e) están articulados
por una ideología.
En una sociedad, podemos encontrar notables diferencias de riqueza o
renta económica que confieren niveles diferenciales de poder económico en-
tre los ciudadanos. Estas diferencias pueden provenir de las rentas de capital
o bien de la remuneración salarial en el trabajo.
Igualmente hay diferencias en el poder político ejercido por los individuos
y los grupos en la sociedad y en la vida política. El poder económico puede
estar ligado al poder político de forma clara y manifiesta o bien de forma en-
cubierta o solapada.
Además, los individuos gozan de distintos grados de estatus y prestigio so-
cial, lo que da lugar a una estructura jerárquica de estatus. El estatus se deriva
de la valoración o estima que hacen los demás de la posición de una persona.
Hay ocupaciones y posiciones que suscitan una alta consideración social, y
otras, una baja estima social. El estatus va a jugar un relevante papel en las
pautas de consumo de la gente.
Asimismo, los miembros de las diferentes clases sociales exhiben un estilo
de vida distintivo. La vivienda y el barrio donde uno reside, el mobiliario y las
prestaciones de las que se dispone en el hogar, las prendas de vestir, los luga-
res de compra, la cantidad y calidad de los bienes consumidos, las etiquetas y
las marcas en los artículos adquiridos, el colegio al que se lleva a los niños, el
nivel de educación recibido, el ritmo y clase de trabajo realizado, la asistencia
sanitaria, el ocio y las vacaciones de las que se disfruta, el círculo de amista-
des y los lugares en los que uno se reúne con los amigos, las creencias y prác-
ticas religiosas, el lenguaje manejado, etc., definen el estilo de vida de las dis-
tintas clases sociales.
Por último, algunos investigadores precisan que los individuos de una cla-
se social comparten creencias, valores e ideas comunes o bien emprenden
acciones colectivas para defender sus intereses, lo que ha permitido hablar de
una ideología o conciencia de clase. Se ha planteado el tema de si es necesa-
ria la conciencia de clase para definir la clase social, si se da o no conciencia
en las clases sociales y cómo se puede demostrar que hay conciencia, si hay
que conformarse con preguntar a la gente sobre sus ideas o conciencia o bien
observar su comportamiento y acciones.
Los análisis marxistas hacen hincapié en los conceptos de modo de pro-
ducción, formación social, fuerzas sociales de producción, conciencia de
clase, lucha de clases, plusvalía y explotación (véase el capítulo 4). Thomp-
son (1977) concibe la clase social como una formación social y cultural. La
clase es un cuerpo de personas que comparten un conjunto de intereses, ex-
periencias sociales, tradiciones y sistemas de valores comunes. La clase se
215
Antropología
216
5. Estructura y organización social
Notas
1 Los germanos son hermanos que son hijos del mismo padre y de la misma madre.
2 El ego es el individuo que sirve de punto de referencia a partir del cual se tra-
zan los lazos de parentesco.
3 Se denomina parientes patrilaterales a los computados a través de la línea del
padre; matrilaterales, a los trazados a través de la línea de la madre, y bilaterales, a
los computados a través de ambas líneas.
4 Según Flaquer y Soler (1990), en 1981 en España las parejas casadas con hijos
solteros y sin otras personas ajenas al núcleo familiar constituían el 49,9% en tanto
que las parejas casadas con hijos solteros y con otras personas, el 8,1%; ambas su-
maban en total el 58%. A su vez, las parejas casadas sin hijos solteros y sin otras
personas ajenas al núcleo familiar eran el 15,7% y las parejas casadas sin hijos solte-
ros y con otras personas, el 2,2%, constituyendo ambas estructuras familiares el
18%. Estos dos tipos de hogares (parejas casadas con/sin hijos solteros y con/sin
otras personas ajenas al núcleo familiar) constituían el 76% de todos los hogares.
Los hogares monoparentales (padre o madre) con hijos solteros y con/sin otras per-
sonas representaban el 7%. Los hogares unipersonales o de solitarios conformaban
el 10%. Los hogares con dos o más núcleos familiares u «hogares múltiples» —la
familia troncal— eran un 3,4% y los hogares sin un núcleo familiar, formados por
dos o más personas emparentadas o no, el 3,2%.
217
Antropología
218
6. Vida política
219
Antropología
220
6. Vida política
221
Antropología
de los tiv en Nigeria y los nuer) que compiten por establecerse en territorios
ocupados por otros grupos.
Fortes y Evans-Pritchard (1940) han expuesto el sistema político de algu-
nas sociedades de África que no tienen Estado. Los logoli de Kenia, los ta-
llensi de la Costa de Oro y los nuer de Sudán son sociedades que carecen de
gobierno, es decir, no tienen autoridad centralizada ni maquinaria adminis-
trativa ni instituciones judiciales. En ellas las distinciones de rango, estatus y
riqueza tienen poca importancia. Y el sistema de linajes segmentarios regula
las relaciones políticas entre segmentos territoriales.
Evans-Pritchard (1977) ha descrito el sistema político y el sistema de li-
najes de los nuer, un pueblo nilótico de pastores y agricultores que habitan
en Nuerlandia, Sudán. Los nuer son una sociedad sin Estado, sin órganos de
gobierno ni administración central. Carecen de jefatura y vida política orga-
nizada. No hay personas ni asambleas que ejerzan una función legislativa, ju-
dicial y ejecutiva. No se observan diferencias de riqueza ni de clase social.
No hay dirigentes que tengan autoridad formal para imponer sus decisiones.
Los nuer son una sociedad igualitaria, independiente, que no se somete a
ninguna autoridad ni reconoce a un superior y desprecia las órdenes que cho-
can contra sus intereses. El «jefe de la piel de leopardo» no tiene ninguna au-
toridad política. No emite sentencias que tienen que ser acatadas. Es un
agente que interviene como mediador en las venganzas de sangre y en las
disputas entre grupos políticos. Su papel es más bien ritual. El sistema políti-
co nuer es el de una «anarquía ordenada».
Este pueblo está dividido en tribus. La tribu es el segmento político más
grande. Las tribus se dividen en segmentos cuyos miembros forman comuni-
dades independientes. A los segmentos mayores se les llama «secciones tri-
bales primarias», las cuales están segmentadas en secciones tribales secunda-
rias, y éstas, en secciones tribales terciarias. A su vez, una sección tribal
terciaria está dividida en aldeas, y éstas, en grupos domésticos y de paren-
tesco.
El principio de segmentación, oposición y fusión entre segmentos se apli-
ca tanto a las secciones de una tribu como a las relaciones de las tribus nuer
entre sí o con tribus extranjeras como los dinka. Los miembros de un seg-
mento o sección luchan contra otros segmentos adyacentes del mismo orden
o nivel ante un problema determinado, pero estos segmentos adyacentes se
unen por oposición a una sección mayor en una situación diferente. Los
miembros de un segmento, por ejemplo, una sección terciaria (Z1) de la tribu
B, luchan contra una sección del mismo orden o nivel (Z2) en una venganza
de sangre, pero la sección Z1 se une a la sección adyacente Z2 —ambas per-
tenecientes a la sección secundaria Y2— si la sección terciaria Z2 lucha con-
tra la sección secundaria Y1. Asimismo, si se produce una lucha entre las sec-
ciones primarias (X frente a Y) de la tribu B, las secciones secundarias X1 y
X2 se unen contra las secciones secundarias Y1 e Y2. Si la tribu B lucha contra
222
6. Vida política
223
Antropología
224
6. Vida política
No hay ley ni poder para hacer que ésta sea cumplida y no existe un apa-
rato formal de represión por la fuerza. El jefe no tiene el monopolio de la
fuerza física ni puede recurrir a ella para imponer sus decisiones ni tiene au-
toridad para reprimir los conflictos internos con medios legales.
Service considera que las jefaturas son formas intermedias que surgen a
partir de sociedades igualitarias y preceden a la constitución de Estados pri-
mitivos. Una sociedad igualitaria deviene una jefatura cuando la jerarquía de
estatus se convierte en posiciones que se perpetúan en el tiempo, transmi-
tiéndose a través de la herencia a los descendientes por la línea familiar. De
esta forma se consolida una jerarquía de estatus y cargos que son permanen-
tes y hereditarios.
225
Antropología
226
6. Vida política
los grupos que viven en la zona central de un territorio. Los grupos derrota-
dos no pueden huir al ser bloqueados sus desplazamientos por otros grupos
que operan como barrera. Surgen así cabecillas y líderes más fuertes en las
zonas centrales según su participación en la guerra.
Este esquema clasificatorio que contrapone las sociedades no centraliza-
das, sin Estado, con las sociedades con Estado es aplicado por muchos antro-
pólogos, a veces con pequeños matices y modificaciones. Por ejemplo, Clas-
tres (2001) ha establecido una discontinuidad que separa las sociedades sin
Estado de las que tienen Estado. Las sociedades «primitivas» son sociedades
acéfalas o sin Estado dado que no poseen órganos del poder político separa-
do de la sociedad; no hay división ni separación entre el poder y la sociedad
puesto que la sociedad es la que ostenta el poder. Estas sociedades se han
opuesto a la centralización política o al poder del Estado. El líder no tiene
autoridad ni poder coactivo; no formula órdenes ya que no puede imponer
sus decisiones a la comunidad sino que ha de acatar los acuerdos a los que
ésta llega. El líder es más bien el portavoz de las decisiones de la sociedad,
gozando del prestigio que ésta le otorga. La sociedad no está dividida en cla-
ses sociales, en dominadores y dominados, superiores e inferiores. Lewellen
(1985) traza una clara distinción entre sociedades no centralizadas como las
bandas y tribus y sociedades centralizadas como las jefaturas y Estados. Este
esquema se repite en los estudios sobre antropología política recopilados por
Llobera (1979).
227
Antropología
228
6. Vida política
metas de los individuos. Por ejemplo, Elster sostiene que «la unidad ele-
mental de la vida social es la acción humana individual. Explicar las insti-
tuciones y el cambio social es demostrar de qué manera surgen como el re-
sultado de la acción y la interacción de los individuos» (1990: 23). Olson
(2001) ha examinado los gobiernos y las instituciones políticas desde el
punto de vista de los intereses individuales de los que ostentan el poder o
gobiernan. En el capítulo 3 se ha expuesto que los modelos de decisiones y
estrategias examinan las instituciones sociales como fruto de decisiones to-
madas por individuos que tienen en cuenta las ventajas y los inconvenien-
tes, los beneficios y los costes de las acciones emprendidas en los inter-
cambios sociales. Las formas sociales son originadas por interacciones
estratégicas y transacciones, centradas en el interés mutuo de los actores.
Estas transacciones se rigen por las estrategias presentes en la teoría de
juegos, según la cual el valor ganado por una de las partes es mayor o al
menos equivalente al valor perdido por la otra. Las transacciones consisten
en una secuencia de prestaciones recíprocas de bienes y servicios que re-
presentan sucesivas interacciones en un juego de estrategias (Barth, 1966;
Kapferer, 1976; Quinn, 1975; Sánchez Fernández, 1986). Se ha señalado
que la cooperación o la estrategia de «toma y daca» en el juego del dilema
del prisionero está basada en el intercambio recíproco de bienes y servicios
entre los actores. La conclusión es que la cooperación recíproca entre los
jugadores se funda en el mutuo interés y en la expectativa de devolución de
los bienes y beneficios recibidos en sucesivas acciones. Un individuo coo-
pera con quien le ha dispensado en el pasado o se lo va a devolver en el fu-
turo un favor o servicio. La cooperación se conjuga con el propio interés y
beneficio. La estrategia de «toma y daca» corresponde al concepto de «re-
ciprocidad equilibrada» en Sahlins (1972d). Y es que conviene distinguir,
como ha apuntado Godelier (1967), la «racionalidad no intencional o no
deseada» del sistema —económico o de otro tipo— de la «racionalidad in-
tencional» de los actores dentro del sistema. Esta última comprende las ac-
ciones que desarrollan los individuos para alcanzar el objetivo propuesto.
Por otra parte, es oportuna la distinción establecida por Firth entre «estruc-
tura social» y «organización social». Mientras la primera hace referencia a
la persistencia temporal de la conducta y a la continuidad e integración es-
table del sistema social, la «organización social» alude al ordenamiento de
las relaciones mediante actos de elección y decisión entre comportamien-
tos alternativos. Esta última permite disponer las acciones en secuencias
según metas previamente elegidas, introduciendo la variedad y la disconti-
nuidad en la vida social. Todos estos planteamientos y enfoques destacan el
importante papel que desempeñan los intereses personales en los sistemas
e instituciones sociales y políticos.
Las posiciones de autoridad y poder y los cargos políticos no sólo aca-
rrean obligaciones y responsabilidades sino que también confieren privile-
229
Antropología
gios y derechos. Hay que tener claro que el acceso de una persona a un cargo
en una organización o partido político le permite controlar o desempeñar
puestos de responsabilidad en el gobierno municipal, regional, nacional, in-
ternacional o bien en una empresa pública o privada.
La organización política se basa en la lealtad de los afiliados a sus diri-
gentes. La fidelidad a la organización conlleva de forma indirecta la docili-
dad y adhesión del inferior al superior. Por ello se procura que los cargos en
la administración pública o en las empresas estatales sean asumidos por per-
sonas de confianza. Se desarrollan así relaciones de mutuo interés entre el
superior y el inferior. El primero se beneficia de la docilidad y lealtad del se-
gundo a cambio de recompensas presentes o futuras, como el ascenso de ca-
tegoría o el acceso a un cargo superior en una organización o en una institu-
ción política.
La movilización de las relaciones de poder y de amistad es decisiva para el
control y aprobación de las candidaturas electorales o de los cargos en las or-
ganizaciones políticas. En este contexto, los militantes y afiliados de base
suelen acatar las decisiones de los dirigentes o los que controlan el poder en
los órganos de gobierno. Si uno no se doblega sino que adopta posturas con-
trarias a la dirección del partido local, regional o nacional, está cuestionando
la posición del superior. De ahí que siempre resulte más cómodo para las per-
sonas que aspiran a ocupar un cargo en la estructura del partido o en la admi-
nistración pública seguir las líneas de actuación marcadas por los dirigentes.
En España, a veces los que dominan los órganos de gobierno de las orga-
nizaciones políticas son definidos como «oficialistas» en tanto que los que
están apartados de ellos pero luchan por su control son calificados de reno-
vadores o «críticos». Pero a medida que los «críticos» acceden a puestos de
responsabilidad y dirección, moderan su discurso radical y afrontan los pro-
blemas con el diálogo y la negociación. De esta forma, la defensa de pro-
puestas más radicales o moderadas depende de la posición de cada uno en la
organización. Así los «críticos» acusan a veces a los oficialistas de fomentar
la disciplina, la homogeneidad y la lealtad en la organización política, ori-
llando la crítica y la transparencia. Según la correlación de fuerzas, las per-
sonas pertenecientes a una «corriente» tratan de alcanzar pactos con otros
sectores a fin de consolidar o mejorar su situación en el partido. De ahí que
el acceso a los cargos políticos requiere maniobras y alianzas entre los distin-
tos sectores o grupos.
Los discursos y mensajes más radicales, renovadores o conservadores o la
adhesión a una u otra corriente de pensamiento enmascaran a menudo los in-
tereses de personas que tratan de hacerse con el poder o el control de los ór-
ganos de gobierno. Las «corrientes ideológicas» no constituyen formulacio-
nes normativas, abstractas y vagas sino que aglutinan a individuos con
intereses contrapuestos. Los actores desarrollan así comportamientos cuyos
beneficios, cifrados en cuotas de mayor poder, renta, protagonismo y posi-
230
6. Vida política
ción social, compensan los costes de la vida pública. Ahora bien, esos bene-
ficios son personales, no grupales.
Los cargos en las organizaciones exigen responsabilidad a la vez que pro-
porcionan una red de relaciones sociales que confieren a los individuos que
los acaparan ventajas de distinta índole. Los que ocupan las posiciones supe-
riores a escala local, regional o nacional son los que ostentan el poder de de-
cisión en las organizaciones. Ellos son los que controlan la comisión ejecuti-
va y deciden las estrategias y tácticas políticas. De ahí que los dirigentes
pugnen por el mantenimiento o incremento de sus cuotas de poder y posición
social en ellas y que los contrincantes procuren contrarrestar o rebajar su in-
fluencia y posición. Se buscan entonces «apoyos estratégicos» que dan lugar
a una serie de prestaciones y favores mutuos que afectan a las sucesivas ac-
ciones de sus protagonistas.
Se dice que «la política todo lo instrumentaliza, desde las cuestiones am-
bientales y laborales hasta las económicas o culturales». La crítica al adver-
sario justifica la actuación política ante la sociedad al objeto de consolidar o
mejorar el nivel de poder y posición de uno en las instituciones políticas.
Los intereses personales están siempre presentes en la actividad política,
aunque a veces se camuflan bajo un discurso o un proyecto político e ideo-
lógico. Algunos afiliados justifican su aspiración al desempeño de un cargo
público bien porque mantienen relaciones de amistad con los dirigentes de
la organización, bien porque son miembros del partido. En el momento en
que no se satisfacen sus expectativas, pueden romper con el partido o la
«corriente» dominante, o bien se cortan o debilitan los lazos de amistad. Si
los dirigentes de una agrupación o movimiento político no son respaldados
en el acceso a un cargo, buscarán el apoyo de amigos y conocidos a su cau-
sa. A veces las personas que acaparan el poder en los órganos de gobierno
de los partidos llaman «resentidos» a aquellos afiliados y militantes que cri-
tican sus propuestas y proyectos o han sido apartados de los cargos públi-
cos. La persona que accede a un cargo municipal, autonómico o nacional o
un puesto de responsabilidad en el gobierno puede convertirse en un indivi-
duo prepotente que no quiere ser controlado por los militantes o rendir
cuentas ante la organización. De ahí que la política esté entrelazada por es-
trategias, maniobras, estratagemas, intrigas, manipulación, resentimientos,
facciones, clientelismo, negociaciones y acuerdos, rivalidades y enfrenta-
mientos.
No obstante, hay que discernir el «poder visible», representado por las
personas que desempeñan cargos en la administración municipal, autonómi-
ca o central, del «poder oculto», que trabaja «en la sombra» y toma en reali-
dad las decisiones que posibilitan el gobierno. Ahora bien, son los dirigentes
de los partidos políticos a nivel local, regional o nacional los que ostentan el
poder de decisión en ellos y establecen las estrategias políticas. Además,
ellos son los que elaboran o aprueban las listas de candidatos en las eleccio-
231
Antropología
232
7. La cultura como sistema
cognitivo y simbólico
233
Antropología
Hay que señalar que los fenómenos cognitivos y simbólicos no son enti-
dades aisladas sino que están relacionados con prácticas ecológicas, econó-
micas, sociales y políticas.
234
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
235
Antropología
236
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
Estructuralismo
237
Antropología
238
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
239
Antropología
240
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
mensos espacios que pueden ser tenidos por fundamentales y tratar de vol-
verlos a encontrar en otras sociedades y dominios de la vida mental donde no
se sospechaba que interviniesen, y cuya naturaleza a su vez quedará alum-
brada» (Lévi-Strauss, 1976: 577).
La obra El pensamiento salvaje analiza la superestructura o ideología,
aunque Lévi-Strauss deja claro que las relaciones sociales tienen prioridad
sobre la ideología. Este estudio trata de superar la falsa antinomia entre la
mentalidad prelógica —asociada a los pueblos primitivos— y la mentalidad
lógica —propia de las sociedades civilizadas. El pensamiento salvaje es tan
lógico como el del mundo civilizado; es un pensamiento que opera con la
ayuda del entendimiento y no de la afectividad, un pensamiento lleno de re-
flexión intelectual, capaz de desarrollar conceptos y razonamientos abstrac-
tos y construir imagines mundi, edificios mentales que facilitan la inteligen-
cia del mundo. La lógica del salvaje funciona como un calidoscopio,
formando con acontecimientos contingentes una gran variedad de pautas y
ordenamientos culturales, aunque limitados. El pensamiento científico y el
pensamiento mítico de los salvajes se desenvuelven con la misma lógica. La
diferencia no consiste, como dice Lévi-Strauss en otro trabajo, «tanto en la
cualidad de las operaciones intelectuales cuanto en la naturaleza de las cosas
sobre las que dichas operaciones recaen» (1987b: 252).
Los mitos con los que opera el salvaje son una «ciencia de lo concreto» o
una actividad como la del «bricolage». El pensamiento mítico «elabora es-
tructuras disponiendo acontecimientos, o más bien residuos de aconteci-
mientos» (1964a: 43), es decir, sobras y trozos, vestigios de procesos históri-
cos o psicológicos.
El totemismo se basa en una relación de homología entre dos series para-
lelas: la de las especies naturales y la de los grupos sociales. Cada una de es-
tas dos series constituye un polo de oposición. Las instituciones totémicas in-
vocan una analogía entre la naturaleza y la cultura entendidas como dos
sistemas de diferencias, «una homología, no entre grupos sociales y especies
naturales, sino entre las diferencias que se manifiestan, por una parte, al ni-
vel de los grupos y, por otra parte, al nivel de las especies. Estas instituciones
descansan, pues, en el postulado de una homología entre dos sistemas de di-
ferencias, situados, uno en la naturaleza, y otro en la cultura» (Lévi-Strauss,
1964a: 170). Así, el grupo social 1 es diferente del grupo 2, y éste del grupo
3, etc., como la especie 1 es diferente de la especie 2, y ésta de la 3, etc. Si a
las homologías entre las relaciones se añaden homologías entre términos,
esta estructura se puede transformar en la siguiente: el grupo social 1 es
como la especie 1 (por ejemplo, el águila), el grupo social 2 como la especie
2 (el cuervo), el grupo 3 como la especie 3 (el oso), y así sucesivamente. En
el pensamiento totémico «no son las semejanzas sino las diferencias las que
se parecen» o «la semejanza que suponen las llamadas representaciones toté-
micas se establece entre estos dos sistemas de diferencias» (1965: 115). El
241
Antropología
242
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
cias subjetivas. Harris (1969) apunta que Lévi-Strauss está influenciado por
el racionalismo cartesiano y la dialéctica formulada por Hegel y transmitida
por Marx. Sus planteamientos hacen hincapié más bien en las estructuras de
pensamiento que en las estructuras de los sentimientos y de las emociones.
De ahí que los impulsos emocionales, afectivos, resulten periféricos a la lógi-
ca de oposiciones binarias de la mente humana.
243
Antropología
244
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
La etnografía posmoderna
245
Antropología
246
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
247
Antropología
248
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
rio, discrecional o convencional. Por esta razón, los «signos» son utilizados
en los sistemas de señales y en la transmisión de información. El carácter
arbitrario de los «signos» favorece su encubrimiento y rápida transmisión,
sobre todo cuando se trata de códigos secretos en los que el signans es públi-
co, pero el signatum, privado.
Turner diferencia en un símbolo o signo el «significante» de lo «signifi-
cado» o el «vehículo» de lo «designado». El «significante» es el vehículo
sensorialmente perceptible o la forma externa; lo significado es el sentido, el
significado, la designación, la denotación, la connotación. La significación
es la relación entre el significante y el significado1.
Se han resaltado varias características de los símbolos. Turner (1975,
1980) ha destacado que son multivocálicos o polisémicos: hay un signans y
múltiples significados para distintas personas. Los símbolos «dominantes»,
«principales», «nucleares», «clave», «focales» o «centrales» constituyen un
sistema semántico que tiene una serie compleja de múltiples asociaciones;
asimismo, estos signata se pueden ramificar en sistemas semánticos secun-
darios.
Por ejemplo, palabras como «justicia», «igualdad», «solidaridad», «liber-
tad», «orden», «modernidad», «progreso», etc., tienen múltiples significa-
dos. Cada persona puede encontrar en ellas un abanico muy amplio de signi-
ficados, lo que da lugar a interpretaciones subjetivas. Dado que no se
delimita un contenido concreto, estos conceptos se vuelven abstractos, gene-
rales y vagos, aplicándose a situaciones diferentes y con fines muy diversos.
De esta forma se convierten en símbolos e imágenes «polisémicos» o «multi-
vocálicos», utilizados en diversos contextos públicos. Sen (1992) ha resalta-
do cómo la igualdad puede ser evaluada desde múltiples variables o ámbitos
como patrimonio, ingresos económicos, libertad, derechos, oportunidades,
bienes elementales, utilidades, etc. La pregunta que hay que hacer es, pues,
igualdad ¿de qué? La variable elegida es la que nos permite establecer com-
paraciones y hablar de igualdad o desigualdad. Incluso, la igualdad en una
variable puede estar vinculada a la desigualdad en otro ámbito.
Dado que los significados son múltiples o dispares, los símbolos son am-
biguos, sin un significado preciso o inequívoco. De ahí que Cohen defina los
símbolos como «objetos, actos, conceptos o formaciones lingüísticas que re-
presentan ambiguamente una multiplicidad de significados dispares, evocan
sentimientos y emociones e impulsan a los hombres a la acción» (1974: ix).
Además, los símbolos son sistemas abiertos, no cerrados, es decir, los indivi-
duos pueden incorporar nuevos significados a viejos significantes.
El campo semántico de los símbolos está polarizado, según Turner (1975),
en dos núcleos. Uno se refiere a fenómenos corporales y experiencias emo-
cionales o pasionales. Es el polo «oréctico» o dimensión afectiva, la cual
evoca deseos, emociones e impulsos. El otro núcleo es el polo ideológico o
normativo; comprende principios éticos, doctrinas religiosas, ideales políti-
249
Antropología
250
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
251
Antropología
252
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
7.3. El lenguaje
La antropología lingüística estudia la estructura del lenguaje y su uso social,
las relaciones entre el lenguaje y la sociedad y el cambio de la lengua a tra-
vés del tiempo.
El lenguaje es un sistema de símbolos complejo que convierte sonidos en
ideas y significados y a la inversa. Nos servimos del lenguaje para el proce-
samiento y transmisión de información y conocimientos adquiridos en socie-
dad. Y el lenguaje hace posible la acumulación y desarrollo de las distintas
pautas culturales que definen una sociedad.
Hockett y Asher (1964) han destacado varias características del lenguaje
humano que le diferencian del sistema de señales o llamadas vocales-auditi-
vas, propio de los simios. En primer lugar, el lenguaje humano es productivo
o abierto, es decir, las expresiones verbales combinan múltiples elementos,
mientras que el sistema de señales es cerrado o mutuamente excluyente. El
animal responde con una u otra llamada o con el silencio ante un estímulo o
situación como alimento, peligro o dolor, pero no combina al mismo tiempo
dos o más llamadas. En segundo lugar, el lenguaje humano tiene desplaza-
miento, es decir, el ser humano habla de objetos, fenómenos o sucesos que
pertenecen al pasado, presente o futuro, son reales o imaginarios, inexisten-
tes o posibles, cercanos o lejanos. El sistema de llamadas no tiene desplaza-
miento. Tercero, el lenguaje humano tiene dualidad de organización. Las lo-
cuciones consisten en la organización de unidades sonoras llamadas
fonemas. En sí mismos o aislados, los sonidos no tienen significado, pero
cuando se combinan y forman secuencias dan lugar a unidades significati-
vas. Si se cambia un sonido por otro, se obtienen palabras y significados di-
ferentes.
Mientras el sistema de llamadas de los animales se transmite a través de
los genes, el lenguaje humano es un sistema simbólico aprendido en socie-
dad, aunque la capacidad de aprendizaje de una lengua tiene una base genética.
La relación entre los sonidos y el significado es arbitraria, convencional,
ya que depende de una cultura específica. De Saussure (1945) ya había seña-
lado que el signo lingüístico combina una imagen acústica o significante con
un concepto o significado. Dado que el vínculo del significante (imagen
acústica) con el significado es arbitrario, el signo lingüístico en cuanto totali-
dad constituida por ambos componentes es arbitrario.
253
Antropología
254
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
La relatividad lingüística
255
Antropología
Lenguaje y pragmática
256
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
257
Antropología
258
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
259
Antropología
260
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
261
Antropología
La comunicación no verbal
262
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
sí. Un sistema kinésico es, pues, un sistema social; utiliza las reacciones
musculares para fines comunicativos. Birdwhistell (1979) ha realizado un
sistema clasificatorio de los movimientos en la cultura norteamericana, divi-
diendo el cuerpo en ocho áreas: 1. Cabeza (cabeceo superior-inferior o infe-
rior-superior completo, cabeza erguida, etc.). 2. Cara (ceja levantada o baja-
da, ojos fijos, mirada lateral, párpados cerrados, boca abierta, etc.). 3.
Tronco (espina dorsal vertical, inclinada, tronco retorcido, etc.). 4. Hombro,
brazo y muñeca. 5. Mano y dedos (mano extendida, cerrada, dedo extendido,
etc.). 6. Cadera, pierna y rodilla (piernas extendidas, enrolladas, etc.). 7. Pie
(balanceo total, restregar los pies, rascar con los dedos, etc.). 8. Cuello (ten-
so, hundido, etc.).
La postura corporal, el modo de andar, las expresiones de la cara, los ges-
tos y los movimientos de la cabeza, de los ojos, del mentón, de las manos, de
los pies y de otras partes del cuerpo transmiten diferentes mensajes a sus re-
ceptores en una misma o en distintas sociedades. En la cultura occidental,
besarse, cogerse de la mano o estrecharla y abrazarse son comportamientos
utilizados para saludar, despedirse o mostrar afecto; tocar, acariciar o golpear
zonas del cuerpo son señales que indican relaciones de cariño, afecto o bien
menosprecio, hostilidad. Levantar, agitar el brazo o la mano son gestos para
decir adiós, pedir la intervención en una sesión, votar a favor de una pro-
puesta. Los movimientos de cabeza de arriba abajo indican asentimiento a
una propuesta o situación, y los de un lado para otro, rechazo de ésta. Se uti-
lizan los dedos para contar, señalar la dirección o emplazamiento de un obje-
to, persona o suceso. Sonreír o verter lágrimas, fruncir el ceño o ruborizarse
son reacciones corporales que denotan estados de ánimo o emociones. El si-
lencio, el tono, el acento, la intensidad o duración de la voz proporcionan in-
formación manifiesta o encubierta sobre lo que está ocurriendo. En algunas
culturas, inclinar la cabeza, quitarse el sombrero, arrodillarse, postrarse en el
suelo o permanecer en silencio indican respeto, fidelidad, sumisión a la auto-
ridad o a un superior.
La proxémica estudia la percepción y uso que hace el hombre del espacio
íntimo, personal, social y público en diferentes contextos sociales de acuerdo
con los criterios de su cultura, averigua cómo las poblaciones humanas em-
plean los sentidos y perciben el espacio. Los diferentes grupos étnicos y so-
ciales utilizan distintos códigos de comportamiento en el uso del espacio. El
marco cultural influye o determina la percepción del mundo, por lo que el
manejo del espacio deviene una elaboración cultural. Los estímulos visuales,
auditivos, táctiles y olfativos son modelados por la cultura. Las personas en-
culturadas en distintas sociedades viven en mundos sensoriales diferentes. Es
la «dimensión oculta» destacada por Hall (1972, 1974). Este investigador ha
señalado cómo en España predomina un espacio sociópeto en donde las lí-
neas confluyen en lugares centrales como plazas, mientras que en otras cul-
turas prevalece un espacio sociófugo o de cuadrícula, es decir, desplazamien-
263
Antropología
7.4. La religión
Wallace define la religión como un conjunto de «creencias y rituales referi-
dos a seres, poderes y fuerzas sobrenaturales» (1966: 5). El sistema de creen-
cias y prácticas religiosas proporciona a los seres humanos una concepción
del mundo, de la existencia humana, de las relaciones de los hombres entre sí
y con el entorno, de la muerte, la enfermedad y la vida presente o futura,
guía y justifica la acción o conducta humana, moviliza o activa los senti-
mientos, emociones y pasiones de las personas y respalda determinados
comportamientos éticos.
264
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
265
Antropología
266
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
267
Antropología
268
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
269
Antropología
270
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
dio para un fin, sino un fin en sí mismo, es decir, la ceremonia y el fin son
una misma cosa.
Si bien es cierto que las creencias y prácticas religiosas proporcionan con-
suelo y tranquilidad a muchos creyentes frente al problema de la enfermedad,
el fracaso, lo extraño, el mal, el dolor, la muerte y la vida futura, también lo
es que pueden generar preocupación, ansiedad y angustia en las personas re-
ligiosas. La salvación o la vida eterna asociadas a las creencias religiosas no
son siempre la recompensa suficiente para aliviar los temores e inquietudes
de la gente ante los problemas de la existencia humana o incentivar un com-
portamiento recto y justo.
271
Antropología
del estado de cosas de las que el estilo de vida es su expresión en tanto que
el ethos se torna intelectualmente razonable al poner de manifiesto que re-
presenta un estilo de vida adaptado al estado de cosas descrito por la cos-
movisión.
272
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
273
Antropología
274
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
Creencia y práctica
Por último, los datos empíricos de este estudio concluyen que se debe distin-
guir la creencia de la práctica o ritual, un aspecto poco resaltado en los estu-
275
Antropología
276
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
277
Antropología
278
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
279
Antropología
280
7. La cultura como sistema cognitivo y simbólico
1) Hay una continuidad o identidad cultural puesto que todos los miem-
bros de cada unidad tribal, sean pastores o agricultores, comparten
ciertos valores socioculturales que reflejan una cultura distintiva.
2) La identidad cultural es tan fuerte que predomina sobre el medio am-
biente o modo de subsistencia.
3) El modo de subsistencia —agricultura o pastoreo— determina dos
constelaciones diferenciales de actitudes y valores de la personalidad
en las cuatro sociedades.
4) Los rasgos de los agricultores están centrados en un foco cultural lla-
mado «tensión interpersonal» que incluye características como falta
de respeto a la autoridad, acción indirecta, odio, agresión impulsiva,
ansiedad, etc. En cambio, el foco de los pastores comprende caracte-
rísticas como acción independiente, agresión directa, adivinación,
respeto a la autoridad.
5) Los agricultores y los pastores se diferencian en dos dimensiones:
control o no de la emoción y de la acción o una emotividad cerrada
frente a otra abierta, y acción indirecta frente a directa e independiente.
Notas
1 Firth (1973) concibe el signo como una categoría general, la cual se subdivide en
varias clases: índice (index), señal, icono y símbolo. El índice implica una relación
secuencial como la parte con el todo o lo particular con lo general; la señal hace hin-
capié en una acción consiguiente o posterior; el icono representa una relación de si-
militud sensorial con el objeto; el símbolo conlleva una serie compleja de asociacio-
nes, a menudo de tipo emocional, que pueden parecer arbitrarias.
Leach (1978) ha puesto de manifiesto que la comunicación humana se realiza
mediante acciones expresivas (dicen algo sobre el estado del mundo o tratan de alte-
rarlo por medios metafísicos) que operan como señales, signos y símbolos. La ac-
281
Antropología
282
Bibliografía
283
Antropología
284
Bibliografía
285
Antropología
286
Bibliografía
287
Antropología
Carrier, J. G. (1987): «Marine tenure and conservation in Papua New Guinea: Pro-
blems in interpretation». En B. J. McCay y J. M. Acheson (eds.), The question of
the commons: The culture and ecology of communal resources (pp. 142-167).
Tucson: The University of Arizona Press.
— y Carrier, A. H. (1983): «Profitless property: Marine ownership and access to
wealth on Ponam Island, Manus Province». Ethnology, 22, 133-151.
Cashdan, E. (1983): «Territoriality among human foragers: Ecological models and
an application to four Bushman groups». Current Anthropology, 24, 47-66.
Casimir, M. J. (1992): «The determinants of rights to pasture: Territorial organisation
and ecological constraints». En M. J. Casimir y A. Rao (eds.), Mobility and terri-
toriality: Social and spatial boundaries among foragers, fishers, pastoralists and
peripatetics (pp. 153-203). Nueva York y Oxford: Berg Publishers Limited.
Cerling, T. et al. (1997): «Global vegetation change through the Miocene/Pliocene
boundary». Nature, 389, 153-158.
Ciriacy-Wantrup, S. V. y Bishop, R. C. (1975): «“Common property” as a concept in
natural resources policy». Natural Resources Journal, 15, 713-727.
Clark, C. W. (1977): «The economics of overexploitation». En G. Hardin y J. Baden
(eds.), Managing the commons (pp. 82-95). Nueva York: W. H. Freeman and
Company.
Clark, J. D. et al. (1994): «African Homo erectus: Old radiometric ages and young
Oldowan assemblages in the Middle Awash Valley, Ethiopia». Science, 264,
1907-1910.
Clarke, R. J. (1990): «The Ndutu cranium and the origin of Homo sapiens». Journal
of Human Evolution, 19, 699-736.
— y Tobias, P. V. (1995): «Sterkfontein Member 2 foot bones of the oldest South
African hominid». Science, 269, 521-524.
Clastres, P. (1981): Investigaciones en antropología política. Barcelona: Gedisa.
Clifford, J. (1991a): «Introducción: Verdades parciales». En J. Clifford y G. Marcus
(comps.), Retóricas de la antropología (pp. 25-60). Madrid: Júcar.
— (1991b): «Sobre la alegoría etnográfica». En J. Clifford y G. Marcus (comps.),
Retóricas de la antropología (pp. 151-182). Madrid: Júcar.
Climo, J. (1978): «Collective farming in northern and southern Yucatan, Mexico: Eco
logical and administrative determinants of success and failure». American Ethno-
logist, 5, 191-205.
Coase, R. (1960): «The problem of social cost». The Journal of Law and Economics,
3, octubre, 1-44.
Cody, M. L. (1974): «Optimization in ecology». Science, 183, 1156-1164.
Cohen, A. (1974): Two-Dimensional man: An essay on the anthropology of power
and symbolism in complex society. Londres: Routledge and Kegan Paul.
— (1979): «Political symbolism». Annual Review of Anthropology, 8, 87-113.
Cohen, M. (1993): La crisis alimentaria de la prehistoria. Madrid: Alianza Edito-
rial.
Cohen, R. (1973): «Political anthropology». En J. Honigmann (ed.), Handbook of
social and cultural anthropology (pp. 861-881). Chicago: Rand McNally.
— (1978): «Ethnicity: Problem and focus in anthropology». Annual Review of
Anthropology, 7, 379-403.
288
Bibliografía
289
Antropología
290
Bibliografía
291
Antropología
292
Bibliografía
293
Antropología
294
Bibliografía
295
Antropología
296
Bibliografía
297
Antropología
Kalland, A. (1984): «Sea tenure in Tokugawa Japan: The case of Fukuoka domain». En
K. Ruddle y T. Akimichi (eds.), Maritime institutions in the Western Pacific (pp. 11-
36). Osaka: National Museum of Ethnology, Senri Ethnological Studies, 17.
Kapferer, B. (1976): «Introduction: Transactional models reconsidered». En B. Kap
ferer (ed.), Transaction and meaning: Directions in the anthropology of exchange
and symbolic behavior (pp. 1-22). Filadelfia: Institute for the Study of Human Is-
sues.
Kaplan, B. (1961): «Cross-cutural use of projective technique». En F. Hsu (ed.),
Psychological anthropology (pp. 235-254). Homewood, Illinois:The Dorsey
Press.
Kaplan, D. (1976): «La controversia formalistas-substantivistas de la antropología
económica: Reflexiones sobre sus amplias implicaciones». En M. Godelier
(comp.), Antropología y economía (pp. 208-232). Barcelona: Anagrama.
Kapp, K. W. (1994): «El carácter de sistema abierto de la economía y sus implica-
ciones». En F. Aguilera Klink y V. Alcántara (comps.), De la economía ambiental
a la economía ecológica (pp. 321-342). Barcelona: Fuhem-Icaria.
Kardiner, A. (1945): El individuo y su sociedad. México: FCE.
Kay, P. (1969): «Comments on Colby». En S. Tyler (ed.), Cognitive anthropology
(pp. 78-90). Nueva York: Holt, Rinehart and Winston.
Kay, R. F. y Grine, F. E. (1988): «Tooth morphology, wear and diet in Australopithe-
cus and Paranthropus from Southern Africa». En F. Grine (ed.), Evolutionary
history of the «robust» australopithecines (pp. 427-447). Nueva York: Aldine de
Gruyter.
Keegan, W. (1986): «The optimal foraging analysis of horticultural production»,
American Ethnologist, 88, 92-107.
Keesing, R. M. (1974): «Theories of culture». Annual Review of Anthropology, 3,
73-97.
Kibunjia, M. (1994): «Pliocene archaeological occurrences in the Lake Turkana ba-
sin». Journal of Human Evolution, 27, 159-171.
Kimbel, W. et al. (1988): «Implications of KNM-WT 17000 for the evolution of “ro-
bust” Australopithecus». En F. Grine (ed.), Evolutionary history of the «robust»
australopithecines (pp. 259-268). Nueva York: Aldine de Gruyter.
— et al. (1994): «The first skull and other new discoveries of Australopithecus afa-
rensis at Hadar, Ethiopia». Nature, 368, 449-451.
— (1996): «Late Pliocene Homo and Oldowan tools from the Hadar Formation
(Kada Hadar Member), Ethiopia». Journal of Human Evolution, 31, 549-561.
Klein, R. G. (1988): «The causes of “robust” australopithecine extinction». En
F. Grine (ed.), Evolutionary history of the «robust» australopithecines (pp. 499-
505). Nueva York: Aldine de Gruyter.
— (2009): The Human career: Human biological and cultural origins. Chicago: The
University of Chicago Press, 3ª ed.
Kormondy, E. (1978): Conceptos de ecología. Madrid: Alianza Editorial. 3ª ed.
Krause, J. et al. (2007): «The derived FOXP2 variant of modern humans was shared
with Neandertals». Current Biology, 17, 1908-1912.
Kuman, K. (1994): «The archaeology of Sterkfontein-past and present». Journal of
Human Evolution, 27, 471-495.
298
Bibliografía
299
Antropología
300
Bibliografía
301
Antropología
302
Bibliografía
303
Antropología
Piddocke, S. (1965): «The potlatch system of the southern Kwakiutl: A new perspec-
tive». Southwestern Journal of Anthropology, 21, 244-264.
Pigou, A. (2002): The economics of welfare. New Brunswick y Londres: Transaction
Publishers.
Pimentel, D. et al. (1973): «Food production and the energy crisis». Science, 182,
443-449.
— et al. (1975): «Energy and land constraints in food protein production». Science,
190, 754-761.
Piore, M. (1983a): «Notas para una teoría de la estratificación del mercado de traba-
jo». En L. Toharia (comp.), El mercado de trabajo: Teorías y aplicaciones (pp.
193-221). Madrid: Alianza Editorial.
— (1983b): «El dualismo como respuesta al cambio y a la incertidumbre». En
L. Toharia (comp.), El mercado de trabajo: Teorías y aplicaciones (pp. 223-254).
Madrid: Alianza Editorial.
— (1983c): «Los fundamentos tecnológicos del dualismo y de la discontinuidad».
En L. Toharia (comp.), El mercado de trabajo: Teorías y aplicaciones (pp. 255-
281). Madrid: Alianza Editorial.
— y Sabel, Ch. (1990): La segunda ruptura industrial. Madrid: Alianza Editorial.
Plattner, S. (1982): «Economic decision making in a public marketplace». American
Ethnologist, 9, 399-420.
— (1983): «Economic custom in a competitive marketplace». American Anthropo-
logist, 85, 848-858.
Ploeg, J. D. van der (2000): «Sistemas de conocimiento, metáfora y campo de inte-
racción: El caso del cultivo de la patata en el altiplano peruano». En A. Viola
(comp.), Antropología del desarrollo: Teorías y estudios etnográficos en América
Latina (pp. 359-380). Barcelona: Paidós.
Plotnicov, L. y Tuden, A. (1970): «Introduction». En L. Plotnicov y A. Tuden (eds.),
Essays in comparative social stratification (pp. 3-25). Pittsburgh: University of
Pittsburgh Press.
Poggie, J. et al. (1976): «Risk as a basis for taboos among fishermen in southern
New England». Journal for the Scientific Study of Religion, 15, 257-262.
Polanyi, K. (1968): «The economy as instituted process». En E. E. LeClair y H. K.
Schneider (eds.), Economic anthropology: Readings in theory and analysis
(pp. 122-143). Nueva York: Holt, Rinehart and Winston.
— (1976a): «Aristóteles descubre la economía». En K. Polanyi et al. (comps.), Co-
mercio y mercado en los imperios antiguos (pp. 111-141). Barcelona: Labor.
— (1976b): «Intercambio sin mercado en tiempos de Hammurabi». En K. Polanyi et al.
(comps.), Comercio y mercado en los imperios antiguos (pp. 61-75). Barcelona: Labor.
— (1989): La gran transformación: Crítica del liberalismo económico. Madrid: Ed.
La Piqueta y Endymion.
Polunin, N. (1984): «Do traditional marine “reserves” conserve? A view of Indone-
sian and New Guinean evidence». En K. Ruddle y T. Akimichi (comps.), Mariti-
me institutions in the Western Pacific (pp. 267-283). Osaka: National Museum of
Ethnology, Senri Ethnological Studies, 17.
Porter, P. (1965): «Environmental potentials and economic opportunities. A back-
ground for cultural adaptation». American Anthropologist, 67, 409-420.
304
Bibliografía
Potts, R. et al. (2004): «Small mid-Pleistocene hominin associated with East African
Acheulean technology». Science, 305, 75-78.
Pratt, M. L. (1991): «Trabajo de campo en lugares comunes». En J. Clifford y G.
Marcus (comps.), Retóricas de la antropología (pp. 61-90). Madrid: Júcar.
Pulliam, H. R. (1974): «On the theory of optimal diets». The American Naturalist,
108, 59-74.
Puyol, R. (1988): La población. Madrid: Síntesis.
Quinn, N. (1975): «Decision models of social structure». American Ethnologist, 2,
19-45.
— (1978): «Do Mfantse fish sellers estimate probabilities in their heads?». Ameri-
can Ethnologist, 1978, 5, 206-226.
Rabinow, P. (1992): Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos. Madrid:
Júcar.
Rak, Y. (1988): «On variation in the masticatory system of Australopithecus boisei».
En F. Grine (ed.), Evolutionary history of the «robust» australopithecines (pp.
193-198). Nueva York: Aldine de Gruyter.
Rao, A. (1992): «The constraints of nature or of culture? Pastoral resources and te-
rritorial behaviour in the western Himalayas». En M. J. Casimir y A. Rao (eds.),
Mobility and territoriality: Social and spatial boundaries among foragers, fishers,
pastoralists and peripatetics (pp. 91-134). Nueva York y Oxford: Berg Publishers.
Rappaport, R. (1968): Pigs for the ancestors. New Haven: Yale University Press.
— (1971): «Nature, culture, and ecological anthropology». En H. Shapiro (ed.),
Man, culture and society (pp. 237-267). Londres: Oxford University Press.
— (1979a): «Ecology, adaptation, and the ills of functionalism». En R. Rappaport
(ed.), Ecology, meaning and religion (pp. 43-95). Richmond, California: North
Atlantic Books.
— (1979b): «On cognized models». En R. Rappaport (ed.), Ecology, meaning and
religion (pp. 97-144). Richmond, California: North Atlantic Books.
— (1979c): «Adaptive structure and its disorders». En R. Rappaport (ed.), Ecology,
meaning and religion (pp. 145-172). Richmond, California: North Atlantic
Books.
Rapport, D. (1971): «An optimization model of food selection». The American Na-
turalist, 105, 575-587.
Rapport, D. J. y Turner, J. E (1977): «Economic models in ecology». Science, 195,
367-373.
Reher, D. S. (1996): La familia en España, pasado y presente. Madrid: Alianza Edi-
torial.
Revere, R. (1976): «“Tierra de nadie”: Los puertos comerciales del Mediterráneo
oriental». En K. Polanyi et al. (eds.), Comercio y mercado en los imperios anti-
guos (pp. 87-110). Barcelona: Labor.
Reyna, S. (1975): «Making do when the rains stop: Adjustment of domestic structure
to climatic variation among the barma». Ethnology, 14, 405-417.
Rhoades, R. (1978): «Foreign labor and German industrial capitalism 1871-1978:
The evolution of a migratory system». American Ethnologist, 5, 553-573.
Ricklefs, R. (1979): Ecology. Nueva York: Chiron Press, 2.ª ed.
Ricoeur, P. (1975): Hermenéutica y estructuralismo. Buenos Aires: Ed. Megápolis.
305
Antropología
306
Bibliografía
307
Antropología
308
Bibliografía
309
Antropología
Taussig, M. T. (1980): The devil and commodity fetichism in South America. Chapel
Hill: The University of North Carolina Press.
Taylor, L. (1981): «“Man the fisher”: Salmon fishing and the expression of commu-
nity in a rural Irish settlement». American Ethnologist, 8, 774-788.
— 1987): «“The river would run red with blood”: Community and common proper-
ty in an Irish fishing settlement». En B. J. McCay y J. M. Acheson (eds.), The
question of the commons: The culture and ecology of communal resources (pp.
290-307). Tucson: The University of Arizona Press.
Thieme, H. (1997): «Lower Palaeolithic hunting spears from Germany». Nature,
385, 807-810.
Thomas, R. B. (1976): «Energy flow at high altitude». En P. T. Baker y M. Little
(eds.), Man in the Andes (pp. 379-404). Stroudsburg, Pennsylvania: Dowden,
Hutchinson and Ross.
Thompson, E. P. (1977): La formación histórica de la clase obrera. Barcelona: Laia.
Thurnwald, R. (1932): Economics in primitive communities. Londres: Oxford Uni-
versity Press.
Tobias, P. V. (1988): «Numerous apparently synapomorphic features in Australo-
pithecus robustus, Australopithecus boisei and Homo habilis: Support for the
Skelton-McHenry-Drawhorn hypothesis». En F. Grine (ed.), Evolutionary his-
tory of the «robust» australopithecines (pp. 293-308). Nueva York: Aldine de
Gruyter.
Trivers, R. (1971): «The evolution of reciprocal altruism». The Quarterly Review of
Biology, 46, 35-57.
— (1972): «Parental investment and sexual selection». En B. Campbell (ed.), Sexual
selection and the descent of man (pp. 136-179). Chicago: Aldine.
Trivers, R. y Hare, H. (1976): «Haplodiploidy and the evolution of the social in-
sects». Science, 191, 249-263.
Turner, V. (1975): «Symbolic studies». Annual Review of Anthropology, 4, 145-161.
— (1980): La selva de los símbolos. Madrid: Siglo XXI.
Tyler, S. (1969): «Introduction». En S. Tyler (ed.), Cognitive anthropology (pp.
1-23). Nueva York: Holt, Rinehart and Winston.
— (1991): «Etnografía posmoderna: Desde el documento de lo oculto al oculto do-
cumento». En J. Clifford y G. Marcus (comps.), Retóricas de la antropología (pp.
183-204). Madrid: Júcar.
Tylor, E. B. (1976): Cultura primitiva. Vol. 1. Los orígenes de la cultura. Madrid:
Ayuso.
— (1981): Cultura primitiva. Vol. 2. La religión en la cultura primitiva. Madrid:
Ayuso.
Vargha-Khadem, F. et al. (2005): «FOXP2 and the neuroanatomy of speech and lan-
guage». Nature Reviews Neuroscience, 6, 131-138.
Vayda, A. (1961): «Expansion and warfare among swidden agriculturalists». Ameri-
can Anthropologist, 63, 346-358.
— (1974): «Warfare in ecological perspective». Annual Review of Ecology and Sys-
tematics, 5, 183-193.
— y McCay, B. J. (1975): «New directions in ecology and ecological anthropology».
Annual Review of Anthropology, 4, 293-306.
310
Bibliografía
311
Antropología
312
Bibliografía
313
Antropología
314