1212 3747 1 PBK
1212 3747 1 PBK
1212 3747 1 PBK
RESUMEN
En los relatos “El laurel de San Lorenzo” y “El dragón pragmatista”, Antonio
Castro Leal nos ofrece su visión de la Revolución Mexicana y del positivismo
porfirista, respectivamente, que constituyen toda una valoración de la
mexicanidad. En el primero, el campesino Genovevo guía a una horda de
revolucionarios desbalagados para saquear y ultrajar una pequeña
población, al final es castigado con la horca; en el segundo, Aníbal Altozano,
un estudiante de Filosofía, pretende, mediante el dominio de la Lógica, vivir
de los tontos. Revolución y Lógica son entonces concebidas por el
campesino y el estudiante como una legitimación del pillaje –“adueñarse de
lo ajeno para tener […] lo que tenían los ricos”–, que Castro Leal identifica
como un retorcido pragmatismo derivado del Positivismo porfirista. Aún
más, como un ultraje a toda idea de nación y a la Filosofía misma –el ideal
helénico. Con esta percepción, los dos relatos podrían leerse como la
síntesis de la poética del autor y, al mismo tiempo, de la visión nacional de
toda una generación.
PALABRAS CLAVE: Crítica literaria, Castro Leal, “Los Siete sabios”,
mexicanidad, literatura de la Revolución, pharmakos.
ABSTRACT
Antonio Castro Leal, in the stories “El laurel de San Lorenzo” and “El dragón
pragmatista”, offers his vision about Revolución Mexicana and about
Positivismo of Porfiriato, respectively, which is a valuation of the
“mexicanidad”. In the first story, the peasant Genovevo introduces a horde
of deserters “revolucionarios” in order to loot and outrage a little town,
finally hi was hanged; in the second story, a Logic student, Aníbal Altozano,
claims, through the domain of the Logic, live off of fools. “Revolución” and
Logic are conceived by the peasant and by the student like a legitimation of
pillage –“take over the affairs of others for to have […] what the rich
haves”–, that Castro Leal identifies a like mistaken pragmatism derived
from “porfiriano” Positivism. Even more, this is an outrage for any idea of
nation and for the Philosophie self –the Hellenic ideal. With this perception,
both stories could be read like a synthesis of the poetic of the author and,
at the same time, of the national vision of a whole generation.
WORDKEYS: Literary Criticism, Castro Leal, The “Siete Sabios”,
“Mexicanidad”, Literatura Of Revolution, Pharmakos.
INTRODUCCIÓN
De la narrativa de Antonio Castro Leal,1 sólo dos cuentos, “El laurel de San
Lorenzo” y “El dragón pragmatista”, cuentan acciones que se desarrollan en
un ambiente mexicano; rural, el primero, y capitalino, el segundo.2 El
primero relata un acontecimiento revolucionario: el ajusticiamiento
fuenteovejunesco de un campesino culpable del ultraje que sufre un pueblo
a manos de una tropa revolucionaria, narrado por un comerciante español.
El segundo es una divertida crítica al positivismo porfirista de la Escuela
Nacional Preparatoria, y a su inutilidad disfrazada de pragmatismo.3
Probablemente, el estilo, de Castro Leal, entendido como la visión
trascendente de un autor –su poética, para decirlo con un término
apropiado a sus convicciones–, deba buscarse precisamente en estos
relatos.4
La proporción nacionalista resulta también exigua, sobre todo,
tratándose de un miembro de una generación preocupada prioritariamente
en el tema del espíritu de lo mexicano (ver Calderón Vega, 1972; y Krauze,
1985). Sin embargo, esta muestra constituye toda una visión de la
literatura mexicana por parte de su generación: la crítica a los excesos y la
ausencia de objetivos de la Revolución Mexicana, instaurada luego como
discurso nacionalista; la crítica al positivismo y al encajonamiento de la
filosofía.
De ser esto así, quizá el análisis de estos textos, tarea que ahora
pretendo esbozar, en general desairada a lo largo del siglo pasado, revele,
asimismo, no sólo la percepción de la literatura, la historia y la filosofía de
la época por parte de una generación evidentemente crítica y visionaria,
sino también ciertos matices de la realidad de esos años, cuya influencia
aún nos marca.
Este “mundo feliz”, llamado San Lorenzo, fue arrasado, violado, destruido
por la tropa de forajidos. Era tan perfecto, que no faltaban la justicia y el
merecido castigo a los transgresores de esa felicidad, así como tampoco la
solidaridad ante los desastres y la unanimidad de criterio para sentenciar a
los culpables. Ahí, los mismos causantes de las desgracias saben
autocondenarse; reciben su castigo con pesadumbre pero con docilidad: de
rodillas.
El asunto toca también el tema del “chivo expiatorio”, quizá más a la
manera del traidor que del pharmakos griego, pues este último constituye la
liberación de culpas a través del sacrificio de un inocente, y Genovevo no es
para nada inocente. El narrador le llama heredero de Huitzilopochtli: aquél
que, para poder nacer, tuvo que asesinar a sus 400 hermanos, según el
mito nahua. Judas que elige vender a su propia sangre abriendo la puerta al
enemigo, y elige al final su cadalso –el árbol donde será ajusticiado–, la
figura de la Malinche aparece aquí, masculinizada, pero nítida. No es poco
significativo que sea un español el que relate la historia. La tragedia
provocada sirve después de todo para purgar la mala yerba –Genovevo–, y
para que el pueblo se repliegue en una inusitada solidaridad que debe
entenderse literalmente como un renacimiento: las chicas deciden casarse
masivamente para que nadie se entere –salvo los respectivos esposos, claro
está– de quiénes fueron las ultrajadas.
Tenemos, entonces, antes y después del saqueo, el mundo perfecto
que concebía Castro Leal: la tribu del hombre caritativo y honrado,
inteligente y tolerante, culto y bien intencionado, el hombre necesario para
que la humanidad, según apunta en su citado ensayo “Nuestro tiempo”:
pueda vivir sin angustia, sin temor, sin sobresaltos, sin hambre ni
miseria, gozando a lo que tiene derecho; a pasar por el mundo
feliz, en interesada contemplación, en amistad con todos los
hombres, satisfechas sus necesidades, reducidos sus dolores a lo
perecedero de la carne y abierto su espíritu a todos los consuelos
que redimen de los deleznable de la vida y de la tiranía del
tiempo (Castro Leal, 1987: 327).
Era un personaje más que simple: “Su lenguaje estaba tejido con
expresiones populares y pintorescas, que enriquecía constantemente su
prodigiosa invención semántica” (Castro Leal, 1984: 82).
Pero también y, sobre todo, Aníbal Altozano es una buena caricatura.
Al describirlo y narrar sus ocurrencias, Castro Leal no repara en ridiculizar
conductas, personajes, ideas, doctrinas.
Estamos, pues ante una caricaturización casi total de la época y del
mundo estudiantil. Castro Leal no deja títere con cabeza.
Parece que lo que se propuso nuestro “sabio” al crear al “Dragón” fue
reunir todos los defectos condenados por su generación y adjudicarlos a una
sola persona –para evitar críticas directas–; defectos todos derivados,
principalmente, de la improvisación.
Leyendo con un poco de atención, podemos encontrar a algunos de
Los Siete Sabios e incluso algunos ateneístas caricaturizados en alguna de
las facetas del “Dragón”.
Antonio Caso, quien “hacía continuas referencias al egoísmo de la
ciencia, predicando en cambio la bondad de la intuición” (Krauze, 1985:
93), está presente cuando Aníbal Altozano, después de “tronar” su examen
de Lógica, condena a ésta y declama: “Sobre el enjambre casuístico de las
finalidades escolásticas o materialistas [...], la flecha encendida del
implacable instinto” (Castro Leal, 1984: 97).
Asimismo, Gómez Morín, con su facilidad de discurso, y quien hablaba
sólo “en ocasiones especiales y solemnes”, aparece en la prontitud para la
palabra del “Dragón”:
Tenía fácil palabra y aprovechaba cualquier ocasión para lanzar
un discurso. Era con frecuencia el orador oficial de campañas
políticas dentro y fuera de la ciudad. [...] Todo lo que leía lo
incorporaba inmediatamente a su tesoro de recursos oratorios;
unas veces eran ideas y otras, simples adornos deslumbrantes,
hechos de palabras lapidarias con el nombre de algún autor
notable. Cuando Jesús Urueta puso de moda las citas griegas,
Aníbal Altozano lo imitó incontinenti (Castro Leal, 1984: 82).
Sus silogismos mal planteados y sus dobles sentidos no podían servir para
más. En el “Dragón” la Lógica no tenía, de hecho, ninguna utilidad.
Así pues, la crítica de Castro Leal no va en contra El Ateneo de la
Juventud, ni en contra de Los Siete Sabios, ni en contra de la Lógica, como
podría parecer en un principio, sino en contra del pragmatismo exacerbado
(¡y de eso hace un siglo!) y de la vulgar creencia que la Lógica, la Filosofía y
cualquier otra ciencia, de no eximirnos de vivir de nuestro trabajo, son
saberes fútiles.
Por otra parte, no es nada raro encontrar este afán por lo pragmático
en “El Dragón pragmatista”, quien, como luego vemos, no tiene nada de
pragmático, pues ni siquiera logra aprobar un examen y quien, por otro
lado, para conseguir beneficios no usa sino enrevesadamente a la Lógica –
no la usa, la desusa. Nada raro, este afán, cuando fue Castro Leal, con
Alberto Vázquez del Mercado, quienes, en septiembre de 1916, forman la
Sociedad de Conferencias y Conciertos, que venía a continuar la labor del
Ateneo de la Juventud, y cuyo único fin era “propagar la cultura entre los
estudiantes de la Universidad de México” (en Krauze, 1985: 74). Es decir,
no el conocimiento por el conocimiento, sino conocimiento antecediendo a la
actividad.
Además, y a diferencia de los ateneístas, cuyas conferencias
abordaban temas puramente artísticos, Los Siete Sabios trataron asuntos
sociales: el socialismo, sindicatos, instituciones democráticas, asociaciones
obreras.
Vale recordar también la actitud de Castro Leal ante la literatura:
antes que dedicarse de lleno a la creación, está más preocupado por
elaborar una colección completa de escritores mexicanos. Actitud que
comparte todo el grupo.
¿Cómo podría, entonces, este “sabio” condenar el pragmatismo? Más
bien, “El Dragón pragmatista” es precisamente lo que no quisieron ser ni
fueron Los Siete Sabios. Castro Leal es explícito cuando el “Dragón” llega a
casa del narrador, de quien no sabemos gran cosa pero cuyo lenguaje es de
lo más sarcástico, a contarle cómo había reprobado el examen. “No me
sorprendió”, dice. O lo que es lo mismo: El “Dragón” nunca tuvo la razón ni
aprendió Lógica. Su pragmatismo no tenía límites y por tanto no era un
pragmático, sino un “vivo”, obsesionado por vivir de los tontos que viven de
su trabajo: Estaba equivocado.
CONCLUSIONES
1
La obra literaria de Castro Leal, muy escasa ante su obra crítica, fue
reunida por él mismo en el volumen El laurel de San Lorenzo (Castro Leal, 1959),
que después reeditaron la SEP y el Fondo de Cultura Económica en su colección de
Lecturas Mexicanas, bajo el título de El imperialismo andaluz y otras historias
(Castro Leal, 1984), excluyendo dos cuentos –“La literatura no se cotiza” y “Una
historia del siglo XX”–, que el Diccionario de Escritores Mexicanos cataloga
erróneamente como ensayos. Existen, además, dos relatos, “El obstáculo” y “La
ausencia”, que aparecieron en 1917 en la revista Pegaso (Castro Leal, 1917), y que
no fueron incluidos en ningún volumen de cuentos.
2
Los relatos “Adriana”, “El espía del alma”, “Un día de sol en otoño”, “El
cazador del ritmo universal” y “El coleccionista de almas” aluden a México en algún
momento, pero basta omitir tal alusión para que el ambiente pierda nacionalismo.
Un cuento más, “El Príncipe Czerwinski”, se ubica explícitamente en Polonia.
Varsovia, para ser exactos. Asimismo, “La literatura no se cotiza” y “Una historia
del siglo XX” –excluidos por la colección Lecturas Mexicanas–, se ubican, uno en
Estados Unidos y el otro en un país del futuro.
3
“Un día de sol en otoño” y “El cazador del ritmo universal” también
formulan esta crítica al positivismo.
4
El relato “Adriana”, por demás interesante, también podría considerarse
como piedra de toque del estilo narrativo de Castro Leal. Aquí, el miembro de “Los
Siete Sabios” aprovecha la ambigüedad para tejer su historia, que no es una
historia de amor, pero sí de una pareja; no construye un arquetipo femenino, pero
sí una mujer –Adriana. Si bien, no cuenta más que la disolución de un compromiso
matrimonial, el simbolismo del nombre femenino, por un lado, enlaza al relato con
el mito griego –invirtiéndolo: bien puede leerse como una versión de “cómo el
Minotauro abandona el laberinto”–; y por el otro, se vincula íntimamente con la
generación de El Ateneo de la Juventud, cuya influencia helénica es paradigmática.
5
Castro Leal, “El laurel de San Lorenzo”, en El imperialismo andaluz, op.
cit., p. 34 (en lo sucesivo, usaré IA para referirme a este libro, agregando la
respectiva página).