Apuntes Cervantes

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MIGUEL DE CERVANTES (1547-1616)

Cervantes fue poeta, dramaturgo y novelista, aunque solo atenderemos su narrativa.

Cervantes, novelista

Cervantes sobresale especialmente como novelista. Escribe novelas de casi todos los tipos conocidos en su
tiempo. Su primera novela, La Galatea (1585), desarrolla el tema de los amores entre pastores y contiene, como es
habitual en las obras ce Cervantes, comentarios de crítica literaria, juicios teóricos, etc. Su última novela, El Persiles,
publicada póstuma en 1617, es una novela bizantina. Las novelas bizantinas eran novelas de amor y de aventuras,
donde los enamorados protagonistas, tras pasar por diversos lugares y peripecias, terminan felizmente su viaje.
Cervantes sigue de cerca este modelo, pero procura que los hechos narrados resulten creíbles.
Si no hubiera escrito el Quijote, es muy posible que Cervantes hubiera pasado a la historia literaria por ser el
autor de las Novelas ejemplares. Esta colección de doce relatos cortos fue publicada en 1613. Cervantes es el primero
que compone estos relatos al modo italiano con argumentos originales. El adjetivo ejemplares del título expresa su
conexión con el género de los ejemplos medievales: se presenta una historia breve de la que se extrae una moraleja.
Pero no todos estos relatos tienen una ejemplaridad moral, sino que son modelos o ejemplos de creación literaria.

5.1. El Quijote
5.1. Edición de la obra

La novela más célebre de Cervantes se publicó en dos partes:


a) Primera parte. Apareció en 1605 con el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; consta de un
prólogo, de poemas burlescos iniciales y finales y de cincuenta y dos capítulos agrupados en cuatro partes.
b) Segunda parte. Se publicó en 1615, con un cambio en el título: El ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha; se compone de un prólogo y de setenta y cuatro capítulos, sin división en partes.

Un año antes, en 1614, había aparecido el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha,
firmado por Alonso Fernández de Avellaneda. En el prólogo de este Quijote apócrifo se insultaba a Cervantes; éste
respondió en el prólogo de la segunda parte de su libro, e incluyó, dentro de la ficción misma, numerosas referencias
a la falsedad de la novela de Avellaneda.

5.2. Estructura de la novela

La materia narrativa se encuentra dividida en las dos partes en que está escrito el Quijote, pero la estructuración
del relato está determinada por las andanzas de don Quijote: las salidas de su casa y de su pueblo por tierras de La
Mancha, Aragón y Cataluña en busca de aventuras.
El Quijote desarrolla una acción principal organizada en tres salidas: la primera y la segunda se narran en la
primera parte; la tercera abarca toda la segunda parte.
El esquema narrativo básico de cada salida es el siguiente:
a) Salida de la aldea: La primera vez don Quijote deja su casa solo; en las otras dos le acompañará su fiel
escudero Sancho Panza; en los preliminares de la tercera salida aparece el bachiller Sansón Carrasco, que irá en su
busca y le causará su última derrota.
b) Serie de aventuras: Las aventuras del caballero se suceden también de un modo semejante: don Quijote se
enfrenta con la realidad porque la percibe deformada (molinos= gigantes) y fracasa, además de recibir con frecuencia
golpes y palos. En la tercera salida hay un cambio: el protagonista ya no se equivoca, sino que los demás desfiguran la
realidad por su conveniencia o para divertirse a su costa.
c) Regreso a la aldea: Las tres salidas concluyen con el regreso a casa de don Quijote: las dos primeras, en
condiciones penosas; la última, para morir.

El camino desempeña un papel fundamental, pues favorece el encuentro con personas de todo tipo y estrato
social. Los encuentros de los protagonistas con otros personajes originan episodios ajenos a la acción central, con la
cual se relacionan de diverso modo.
Las historias intercaladas destacan por su variedad formal y responden a los estilos de la narrativa anterior:
novela pastoril, sentimental, morisca, de aventuras y novela corta de tipo italiano. Cervantes justificó su presencia
para que no faltase variedad a su novela, pero en la segunda no incluyó novelas, sólo algún episodio que enlaza con el
eje argumental.
a) Primera parte:
El caballero manchego don Alonso Quijano, llamado por sus convecinos el Bueno, enloquece leyendo libros de
caballerías. Concibe la idea de lanzarse al mundo, con el nombre de don Quijote de la Mancha, guiado por los nobles
ideales la caballería. Con armas absurdas y un viejo caballo, Rocinante, sale por La Mancha y se hace armar caballero
en una venta que imagina ser un castillo, entre las burlas del ventero y de las mozas del mesón. Libera a un muchacho
a quien su amo está golpeando por perderle las ovejas (pero apenas se marcha, prosigue la paliza). Unos mercaderes
lo golpean brutalmente; un conocido lo recoge y lo devuelve a su aldea. Ya repuesto, convence a un rudo labrador,
Sancho Panza, ofreciéndole riquezas y poder, para que lo acompañe en sus aventuras. Y siempre sale mal parado: lucha
contra unos gigantes que no son otra cosa que molinos de viento; es apaleado por unos arrieros; da libertad a unos
criminales, que luego lo apedrean, etc. Sus amigos, el Canónigo y el Barbero, salen en su busca y lo traen engañado a
su pueblo, metido en una jaula.
b) Segunda parte:
Don Quijote, obstinado en su locura, sale otra vez acompañado de Sancho Panza. En sus correrías por tierras de
Aragón, llegan a los dominios de unos Duques, que se burlan despiadadamente de la locura del señor y la ambición del
criado. Mandan a este como gobernador a uno de sus estados; Sancho da pruebas de un excelente sentido, pero
cansado de la vida palaciega, organizada en son de burla por los Duques, se vuelve a buscar a don Quijote. Tras
constantes aventuras, marchan a Barcelona, y allí es vencido por el Caballero de la Blanca Luna, que es su amigo Sansón
Carrasco disfrazado así para intentar que don Quijote recobre su cordura. Sansón Carrasco, vencedor, le impone la
obligación de regresar a su pueblo. El caballero, física y moralmente derrotado, vuelve al lugar y allí muere
cristianamente después de haberse curado de su locura.

5.3. Personajes

Los numerosos personajes que pueblan las páginas del Quijote pertenecen a todas las categorías sociales, desde
las más altas a las más humildes. Uno de los grandes valores de la novela de Cervantes es la creación de la pareja
protagonista. Los protagonistas, don Quijote y Sancho, son dos figuras distintas y complementarias, que llegan a
hacerse amigos gracias al diálogo. Juntos recorren los caminos y se influyen mutuamente: sus caracteres se van
modificando por el hablar y el hacer de cada uno. Sus relaciones cambian: de la autoridad de don Quijote y la
obediencia de Sancho, a la crítica y el enfrentamiento; pero los unen, como en la vida, la amistad y la lealtad.
a) Don Quijote
El personaje es descrito como alto y delgado, viejo, colérico, culto y gran lector, soltero, solitario, valiente e
impulsivo. Hidalgo rural y pobre, su locura lo lleva a convertirse en caballero.
El tema de la locura es central en la obra, ya que constituye la base del conflicto permanente entre el héroe y
la realidad que se le presenta. Quiere y cree ser caballero andante, pero sabe que finge (“Yo sé quién soy”, dirá). La
locura de don Quijote está limitada al mundo de lo caballeresco; en los momentos en que no aparece este tema, el
protagonista es admirablemente cuerdo, generoso, culto, tolerante y mesurado, como reconocen muchos de los que
le tratan. En este sentido, se podría decir que don Quijote vive en cuatro “mundos” que aparecen relacionados por la
estructura novelesca paródica:
- Un mundo voluntario: al volverse loco, el hidalgo rompe con una personalidad a la que le condenaban las
circunstancias, su tiempo y su espacio. Por medio de la locura, se escapa de su realidad cotidiana. Ahora puede buscar
una nueva personalidad, a través de la imitación de los modelos que admira, de ahí el nuevo nombre, que significa
para él una nueva identidad y una nueva vida.
- Un mundo transformado: el mundo voluntario de don Quijote hace que este transforme la realidad que le
rodea: ve gigantes donde hay molinos, ejércitos donde hay rebaños, etc.
- Un mundo fingido: una serie de personajes “siguen la corriente” a don Quijote, aparentan creer que el mundo
transformado es el real. Unos lo hacen para reírse de él (el ventero, los condes…) otros para intentar curarlo (el
bachiller Sansón Carrasco, el cura…).
- El mundo “real”, el objetivo, del que don Quijote huye a toda costa.

b) Sancho
Representa al hombre llano, con una enorme sabiduría popular, práctico y materialista. Es lo opuesto a su amo:
bajo y barrigudo, prudente, analfabeto, casado y pacífico. Acepta servir a don Quijote por su simpleza y por la
recompensa prometida de una ínsula. El personaje, síntesis del tonto de la tradición folclórica, del bobo del teatro y
parodia del escudero de las narraciones caballerescas, se transforma durante la narración en un ser complejo,
independiente, que duda y cree, miente y es engañado, ríe y llora, se muestra discreto y tonto; pero es siempre bueno
y compasivo.

5.4. La narración y los narradores del Quijote


En la novela cervantina se distinguen un narrador básico o principal, distintos autores ficticios y varios
narradores-personajes:
a) Narrador principal: Cuenta desde un nivel superior y externo a la historia, es omnisciente y, en ocasiones,
usa la primera persona para designarse a sí mismo como responsable directo de lo narrado.
b) Autores ficticios: El narrador interrumpe el relato en un momento clave de un episodio ⎯en plena pelea con
un vizcaíno⎯ y dice que aquí se acaba el documento que le servía de base. Pero entonces, el narrador principal explica
que, casualmente, ha encontrado el texto original en árabe, de un tal Cide Hamete Benengeli, y se lo hace traducir por
un morisco aljamiado (que habla castellano) con lo que puede continuar la narración. Todo esto constituye una parodia
de los pseudoautores y traductores que aparecían en las novelas de caballerías. Este artificio permite a Cervantes un
alejamiento irónico, ya que puede comentar su propia obra.
c) Narradores-personajes: El narrador principal cede la palabra a los personajes que cuentan relatos de distinto
tipo en los que desempeñan diferentes funciones. En las historias intercaladas hay narradores-personajes que son
simples testigos, otros que participan en las historias contadas y algunos son sus protagonistas.

5.5. Propósito de la novela

El propósito explícito del Quijote es, sin duda, la parodia burlesca de los libros de caballerías. De hecho, fue leído
como un libro exclusivamente cómico durante los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, desde el Romanticismo hasta hoy
los lectores de la novela ven en ella una defensa del ideal — el ansia de libertad, el valor, la fe, la justicia, el amor
absoluto hacia una amada inventada (Dulcinea), etc.— en un mundo en que los grandes ideales han perdido su sentido.

Estas dos interpretaciones —libro cómico / libro romántico— son probablemente insuficientes. El supuesto
romanticismo del libro es un anacronismo: Cervantes defiende los ideales del mundo renacentista, no los ideales
románticos. Tampoco la mera comicidad puede explicar el libro. Los libros de caballerías ya estaban muy
desacreditados intelectualmente y no tendría mucho sentido componer una obra tan esforzada y ambiciosa como el
Quijote simplemente para parodiarla. En verdad, la locura inquebrantable del protagonista contra todo sentido común
y contra toda experiencia acaba por hacer patético al personaje y termina por producir la compasión del lector.

La novela —además de una novela humorística y de plantear ideas de alcance universal— es, primordialmente,
un libro de crítica y teoría literaria y un notable fresco de la vida española de su tiempo. Como libro de crítica y teoría
literaria se puede apreciar que en el Quijote los personajes hablan constantemente de literatura y en ella se vierten
los más diversos juicios sobre los géneros literarios en boga en el siglo XVI. Además, se exponen de modo teórico
conceptos e ideas sobre temas, géneros y formas literarias. Aun más, la obra misma es un ejercicio de experimentación
literaria: en el Quijote se encuentran relatos pastoriles, moriscos, cortesanos, poemas, diálogos, etc.

La gran novela es también un retrato social: por sus páginas desfilan nobles, hidalgos, escuderos que buscan
recuperar una posición social digna, labradores ricos o míseros labriegos, unidos en su afán de medro y ascenso social,
moriscos perseguidos, etc. Alonso Quijano retrata a uno de esos hidalgos manchegos que, ante la hostilidad de los
villanos y el desdén de la alta nobleza, desean ascender socialmente. Su vida triste y mediocre le impulsa a huir de la
aldea y cambiar de vida. Con absoluta lógica, sus desvaríos se relacionan con los libros de caballerías que ofrecen la
imagen más perfecta y hermosa de su esplendor anterior. Ello aclararía la opinión adversa de los nobles encumbrados,
que podía explicar el Quijote de Avellaneda. Sancho Panza, por su parte, responde a la perfección al labriego pobre
que ansía a prosperar con su mezcla de agudeza y estupidez, ingenio e ignorancia. El recelo y la socarronería son sus
únicas armas de autodefensa en una sociedad hostil.

En fin, ambos personajes serían un reflejo abreviado de una sociedad donde el deseo de mejorar social y
económicamente es una obsesión generalizada. Cervantes estaría parodiando la ilusión caballeresca y pastoril, la
utopía humanista típica del XVI, que es ya una respuesta inútil a los problemas de la España del momento. En el
transcurso de la obra, los dos protagonistas lograrán un conocimiento de la dura realidad. La lección final sería, pues,
comprender, en conocida expresión cervantina, que cada uno es hijo de sus obras y vale tanto cuanto valgan ellas.
Fragmentos:

Capítulo 1:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las
más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas,
con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa
una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así
ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de
complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el
sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque
por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta
que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año— se daba a
leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra
de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y
de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famosos Feliciano de Silva, porque la claridad de su
prosa y aquellas entrincadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y
cartas de desafíos, donde en muchas partes donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi
razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando
leía: …los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora de/
merecimiento que merece /a vuestra grandeza.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de
turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.
Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas,
desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación
que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra
historia más cierta en el mundo. […]
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que
le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse
caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo
aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y
poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que
le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse
caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo
aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y
poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya
coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables
pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero
que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos
siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que
tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque
de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es
verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con
el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la
había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por
de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza, y sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó
y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum
pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le
pasaron en imaginar qué nombre le pondría, porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de
caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomadársele de manera,
que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto
en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como
convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así después de muchos nombres que formó, borró y
quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre , a su
parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo qu ahora era, que era antes y
primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días,
y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera
historia que, sin duda, se debía llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el
valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y
patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de
la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba
con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a
entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin
amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él así:
— Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario
les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le
venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce
señora, y diga con voz humilde y rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a
quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó
que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante”?
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre
de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de
quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase
Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos, y buscándole nombre que no
desdijere mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso,
porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a
él y a sus cosas había puesto.

Capítulo 11:

Fue recogido de los cabreros con buen ánimo, y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su
jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban;
y aunque él quisiera en aquel mismo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de
hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha
prisa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la
redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias
rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don Quijote, y
quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo:
—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique están los que en cualquiera
ministerio de ella se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y
en compañía de esta buena gente te sientes, y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que
comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del
amor se dice: que todas las cosas iguala .
—¡Gran merced! —dijo Sancho—; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor
me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me
sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas
donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni
hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere
darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced,
conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las
renuncio para desde aquí al fin del mundo. […]
No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y
callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio
de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso,
más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a
menudo ⎯ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria⎯, que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de
manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y,
mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el
oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino
porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas
las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano
y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras
fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. […] Todo era paz
entonces, todo amistad, todo concordia […] Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle
y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente
lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, […] sino
de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van
ahora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces
se decoraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella los concebía,
sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con
la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los
del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el
entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado.

Capítulo 35:

En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía a voces:
—¡Tente, ladrón, malandrín, follón; que aquí te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra!
Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:
—No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester,
porque, sin duda alguna, el gigante ya está muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida; que yo vi correr
la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.
—Que me maten— dijo a esta sazón el ventero— si dijo don Quijote, o don diablo, no ha dado alguna cuchillada en
alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que parece
sangre a este buen hombre.
Y con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en
camisa, a cual no era nada cumplida, que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos
menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado,
grasiento, que era del ventero. En el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho,
y él se sabía bien el porqué, y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes,
diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos
abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación
de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la
pelea con su enemigo. Y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el
aposento estaba lleno de vino.

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