La Redencion

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La redención

Siguen las metáforas


Las definiciones del diccionario
No es siempre conveniente o posible acudir a los diccionarios, como el de la Academia,
con el fin de buscar una definición adecuada de términos bíblicos, ya que a los
compiladores les interesa el uso normal del vocablo en el medio social que conocen. Con
referencia al vocabulario bíblico, en países de habla española consultan a teólogos
católico romanos. En cambio, nosotros hemos de tener en cuenta que Dios obraba a
través de muchos siervos suyos en distintas épocas, con el fin de forjar medios de
expresión adecuados para la enseñanza de las doctrinas del Nuevo Pacto. Es preciso
conocer el uso normal de la voz en cuestión, pasando luego a considerar su empleo, por
inspiración divina, en el contexto de la revelación que hemos recibido por medio de Cristo
y sus apóstoles. En el caso de la redención, con su verbo redimir, ampliado en castellano
por rescate y rescatar, las definiciones normales son adecuadas, bien que, como es
natural, han de ser elevadas al sublime nivel de la Obra de Cristo. Así J. Casares define
redimir de esta forma: “Libertar, o sacar de esclavitud, al cautivo, mediante precio”, siendo
redención el acto correspondiente. Rescatar es “recobrar por precio, o por fuerza, una
persona o una cosa”. “Rescate” no es sólo “acción o efecto de rescatar”, sino también
“dinero con que se rescata”. Veremos que no hemos de añadir mucho a estas definiciones
al trasladar las metáforas implícitas en ellas a la esfera de la obra de Dios a favor del
hombre.

Las metáforas
León Morris, en su artículo sobre Redención en el NBD, recalca con razón que
“redimir” (rescatar) es más que una simple liberación, puesto que entraña necesariamente
el concepto del “precio de rescate” (“lutron” en el griego). En el Antiguo Testamento la
redención de Israel de la esclavitud de Egipto se presenta a veces como un acto de poder
de parte de Dios, pero todo estudiante de las Escrituras se acordará de la Pascua que
precedió el éxodo, notando que no faltaba aun entonces la víctima cuya sangre fue
derramada y aplicada a las puertas de las casas de los israelitas. Detrás de este
simbolismo se halla el hecho eterno de la Cruz, de modo que Pedro escribe: “Fuisteis
rescatados... con la sangre preciosa de Cristo, ya destinado desde antes de la fundación
del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos...” (1 P 1:18-20).

Costumbres de la civilización grecorromana


Para comprender todos estos términos que se emplean para dar a conocer la Obra de la
Cruz por medio de metáforas implícitas, es necesario fijarnos en la estructura y
costumbres de la sociedad en la época de la redacción de los escritos del Nuevo
Testamento, ya que las figuras se basan, como es natural, en un modo de vivir conocido
por los lectores de entonces. Aún hoy en día existe la lacra de la esclavitud de seres
humanos en algunos rincones del mundo, pero en el primer siglo el sistema formaba la
base de la economía de Roma; todo el mundo estaba familiarizado con esta infame
institución, y todos conocían a muchos hombres y mujeres que gemían bajo tan triste
yugo. En el curso de las grandes campañas militares de Roma, millones de seres
humanos eran apresados y luego vendidos en mercado público al mejor postor. Tanto
estos desgraciados, como los nacidos de ellos, eran esclavos, obligados por la fuerza a

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servir a su dueño en ley. Algunos esclavos podían ser más cultos que sus amos, y
muchos desempeñaban cargos importantes como mayordomos o amanuenses. Pero
ninguno podía disponer de su persona, y la suerte de la mayoría era trágica en extremo.
El ardiente anhelo de todos ellos era el de ser redimidos. A veces les era posible acumular
el precio de rescate por sus propios esfuerzos, pero, con mayor frecuencia, algún
benefactor intervenía a su favor, proveyendo el lutron. Normalmente el acto de liberación
se efectuaba en algún templo pagano, y teóricamente era el dios quien compraba y
libertaba el esclavo. Sin embargo, a todos los efectos, el esclavo se convertía en liberto
desde el momento de su redención. Por ser tan conocida la condición de los esclavos, y la
posibilidad de la redención (o del rescate), los escritores del Nuevo Testamento podían
aprovechar la metáfora con toda libertad, ya que nadie ignoraba su sentido. Nosotros
tenemos que familiarizarnos con las costumbres de entonces con el fin de sacar todo el
rico significado de las expresiones.

El “goel” del Antiguo Testamento


El concepto del rescate de una persona, o de una propiedad, era bien conocido entre los
hebreos, recayendo la responsabilidad de actuar sobre el “goel”, o sea, el pariente más
próximo. Lo del rescate de las fincas se revestía de mayor importancia en la historia de
Israel, después del reparto de las tierras de Canaán (Jos 13:14-21:45), por cuanto los
israelitas se esforzaban por conservar la herencia original de su familia. El Libro de Rut
presenta un cuadro agradable de la manera en que Booz actuaba como “goel” a favor de
Noemí y de Rut. El concepto subraya la importancia del redentor que llevaba a feliz
término el rescate de un hebreo que había tenido que venderse a causa de su pobreza, o
que se había visto obligado a deshacerse de la herencia de sus padres. La figura pasa al
Nuevo Testamento, ya que se enfoca la luz de la revelación en la Persona del Redentor,
único que pudo pagar el precio de rescate. Fue “el gran Dios y Salvador Jesucristo” quien
se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos, según (Tit 2:13-14), texto que volveremos
a citar.
Comprendemos, pues, que se trata de iluminar la Obra de la Cruz por medio de una
metáfora que considera la condición del hombre caído como si fuera una esclavitud
espiritual. En este caso, el “esclavo” no puede librarse por acumular su propio lutron sino
que depende enteramente del Redentor, el que llegó a ser nuestro “pariente próximo” por
la Encarnación, siendo el Hijo del Hombre en cuanto a su relación con nosotros e Hijo de
Dios desde el punto de vista de su poder para librarnos. Ya veremos que el lutron no
podía ser menos que la entrega de su propia vida de valor infinito.

Diferentes estados de esclavitud espiritual


La esclavitud espiritual halla su origen en la Caída del hombre, ya que el pecado llegó a
dominar todo su ser. La verdadera libertad se halla dentro de la esfera de la voluntad de
Dios y, paradójicamente, la sumisión a Dios permite que el hombre sea verdaderamente
libre. Nada ni nadie puede oponerse a la voluntad de Dios, de modo que los sumisos a él
pueden desarrollar todas las posibilidades del ser humano dentro de una esfera que no
conoce límites ni obstáculos. Al pretender una libertad personal, que se enfrentaba con la
de Dios, el hombre se hallaba envuelto inevitablemente en conflicto con otros seres que
querían lo mismo. Del mismo modo es incapaz de sujetar a sí las circunstancias adversas
que surgen del desbarajuste del mundo rebelde, y también por esta parte se halla cercado
y preso.

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Esclavos del pecado
Frente a las pretensiones de los judíos legalistas y enemigos de la verdad revelada en
Cristo, el Maestro llegó a decirles claramente: “De cierto, de cierto os digo, que todo el
que comete pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8:34). La Vers. H.A. procura sacar el
sentido del uso del participio presente del verbo, ya que el hombre sigue pecando y no
puede hacer otra cosa, siendo, pues, esclavo del mal. Algunos, por esfuerzos y
autodisciplina, evitarán los vicios más degradantes, pero nadie se libra del pecado, y de
ahí la idoneidad de la figura de la esclavitud. Con todo, el versículo 26 del mismo pasaje
destaca hermosamente la figura del goel, del Redentor: “Si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres”.

Esclavos de la iniquidad (anomia)


“El cual (Cristo Jesús) se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit 2:14). Pablo ve al hombre
como sujeto a lo que se llama en la traducción “iniquidad”, siendo el vocablo original
“anomia”, “ausencia de ley”, que corresponde al espíritu de rebeldía que domina al ser
humano. Se trata de un aspecto particular del pecado que enfatiza el deseo del hombre
de ser ley para sí mismo, sin tomar en cuenta la voluntad de su Creador. El Apóstol
recuerda a los tesalonicenses que “el espíritu de anomia” ya obra en el mundo, algo muy
evidente en nuestros tiempos, y que el Anticristo será por antonomasia el “hijo de
anomia”, o sea, la encarnación del espíritu de rebeldía que hace que el hombre caído
persista en su oposición a Dios en aras de su propia “libertad”, tan mal entendida (2 Ts
2:3,8).
Para libertar al hombre de sí mismo, fue necesario que Cristo, ”el gran Dios y Salvador”,
se diera a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda anomia, convirtiendo a los
“rebeldes-esclavos” en un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tit 2:13-14). Este
nuevo pueblo se compone de personas que han vuelto a colocarse bajo el gobierno de
Dios, reconociendo a Cristo como su Señor.

La esclavitud del sistema legal


La Ley fue promulgada a su debido tiempo en el Monte de Sinaí con el fin de dar a
conocer la voluntad de Dios al hombre que vivía en sociedades creadas por distintas
formas de civilización. Antes de la Ley el pecado existía, dando lugar a la muerte, pero las
normas del Decálogo, con sus preceptos accesorios, convirtió al pecado en transgresión,
o sea, el acto personal que obraba a sabiendas en contra de la voluntad revelada de Dios.
La función de la Ley es compleja, y no puede resumirse aquí: sólo notamos que Pablo
subraya su obra como medio para revelar el pecado (Ro 3:20) (Ro 5:12,20) (Ro 7:5-13).
El alma sumisa aprende la imposibilidad de salvarse por las obras humanas, y la Ley le
sirve de ayo para llevarle a Cristo (Ga 3:23-25). En cambio, el hombre que se tiene por
religioso, sin que se haya rendido sinceramente a Dios, cree que podrá justificarse dentro
de su propio concepto de “cumplir la Ley”, y se reduce a la esclavitud al ponerse bajo un
sistema de obras. Eso no es tomar en cuenta la Ley como instrucción en justicia, sino
crear un legalismo, siendo el de los judíos del primer siglo el ejemplo más destacado de
este desvarío religioso que Pablo analiza en (Ro 9:30-10:4). Según la alegoría que Pablo
emplea en (Ga 4:21-5:1), el pacto legal, tal como los judíos lo comprendían, “da a luz
hijos para esclavitud” y “la Jerusalén actual (o sea, el sistema judaico legalista de
entonces) se halla en esclavitud juntamente con sus hijos”. Sin embargo, “Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para que rescatase a los que estaban bajo la
Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Ga 4:4-5). El análisis del sistema
que Pablo nos ofrece en (Ro 9:30-10:3) es seguido por una declaración que señala al

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Libertador: “El fin (la consumación) de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que
cree”. En vista de las actividades de los judaizantes (personas que aceptaban a Jesús
como el Mesías de Israel, insistiendo a la vez en que los gentiles habían de llegar a él por
medio de la circuncisión, colocándose bajo la Ley), hallamos muchos pasajes de las
Epístolas a los Romanos y a los Gálatas que tratan de la triste esclavitud de los legalistas,
señalando la liberación por medio de la Obra de la Cruz y la Persona de Cristo. La
tendencia al legalismo abunda en todas las comunidades religiosas, ya que creyentes de
poca madurez comprenden más fácilmente ciertas normas externas que determinan la
conducta de los miembros que no el proceso interno de abrir el corazón al Señor de tal
forma que el Espíritu Santo, Espíritu de libertad, produzca su fruto maduro de “amor,
gozo, paz, longanimidad, etc.”. Escribe Pablo que “no hay ley” frente a este reflejo de la
misma vida del Señor (Ga 5:22-24) con (2 Co 3:6-18).

La esclavitud al diablo
Al dirigir su conocida apología al rey Agripa, Pablo hizo referencia a la comisión que había
recibido de parte de Dios, notando que, frente a judíos y gentiles, abarcaba esta faceta:
“para que abras sus ojos, a fin de que vuelvan de las tinieblas a la luz y de la potestad de
Satanás a Dios” (Hch 26:18). Al rendirse ante las sugerencias del diablo, nuestros
primeros padres se pusieron bajo su poder, de modo que sus descendientes siguen “la
corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que
ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef 2:2). Aquí se señala al dueño que
mantiene a todos sus secuaces en un estado de esclavitud, utilizando para ello el pecado
en todas sus manifestaciones. En el párrafo siguiente veremos que adquirió “el imperio de
la muerte”. Sin embargo, se presentó el Hijo del Hombre, como Campeón de la raza, y
logró vencer al enemigo con sus mismas armas, llevando nuestro pecado en su Persona y
agotando la muerte en la Cruz (He 2:14-15).

La esclavitud del temor de la muerte


Los hombres, pese a su orgullo y su deseo de independizarse de Dios, saben que la
muerte física pondrá fin a sus ambiciones, proyectos y devaneos, y este temor de la
muerte les sujeta por toda la vida a servidumbre (He 2:15). El diablo procura que no
piensen en este tema, que su vida se llene de agitación, de placeres y de trabajos. Los
sentidos les relacionan fácilmente con lo externo de las cosas, y el diablo procura distraer
la mente, con el fin de que sus engañados secuaces no mediten en la brevedad de la
vida. Con todo, el hecho vuelve a destacarse cada vez que repican las campanas
anunciando la muerte de amigos y deudos, y sólo la fe en Aquel que se presenta como
Resurrección y Vida puede vencer “el temor a la muerte”. El creyente puede decir con
Pablo: “Para mí el vivir es Cristo y el morir ganancia” (Fil 1:21).

La esclavitud de una vida vacía y frustrada


Como ya hemos notado, Pedro escribe uno de los pasajes más profundos y elocuentes
sobre el tema de la redención, al que tendremos ocasión de volver. Es notable la forma en
que define la esclavitud anterior: “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana
manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles... sino
con la sangre preciosa de Cristo...” (1 P 1:18). El hombre, al tomar del fruto del árbol “del
conocimiento del bien y del mal”, pensaba salir a una esfera de autonomía y de
consumación; sin embargo, separándose de la plenitud divina, vació de sentido su vida en
la tierra. Dios ha ordenado que el hombre no prospere en su independencia y orgullo (Ro
8:19-23). Puede controlar, hasta cierto punto, su medio, ya que es el “hombre hecho a la
imagen de Dios” colocado a la cabeza de la naturaleza para dominarla. Sin embargo,
cada conquista trae nuevos problemas. No se nos enseña que no haya nada bueno en la

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vida, sino que el bien humano no llega nunca a su consumación, y a veces se convierte
en sufrimientos, daños y desastres. Pensemos, a guisa de ejemplo, en la gran utilidad y
placer del coche particular, que ha cambiado el tipo de vida de un gran sector de los
habitantes de países desarrollados; con todo, al llegar su empleo a su auge surgen
problemas aparentemente insolubles, con la pérdida de más vidas humanas que las que
se producen en las guerras. La ilustración se relaciona con los aspectos externos de
nuestras actividades, pero el mismo principio de frustración opera en todos los estratos de
la vida del hombre que no conoce a Dios. Pedro anticipó los hallazgos de la psicología
moderna al hablar de la esclavitud de la “vana manera de vivir” que hemos heredado de
nuestros padres. El adjetivo “mataios”, traducido por “vano”, significa algo vacío, sin poder
y sin fruto. ¿Qué peor servidumbre que la de una vida sin sentido, dirigida hacia una meta
desconocida, y que, en efecto, para el incrédulo será la perdición?

La esclavitud del temor de los hombres


Sólo el que teme a Dios, amándole y sirviéndole, se halla libre, ya que los hombres que
no quieren tomar a Dios en cuenta se encuentran limitados tanto por las circunstancias
adversas de la vida como por el temor a sus semejantes. A veces éstos se portan
correctamente, con una buena medida de tolerancia y consideración, y podemos
agradecer actitudes humanas que endulzan la vida en común, aun sabiendo que, ante
Dios, ningún hombre llega a la meta. En cambio, puede tocarnos la desgracia de tener
que tratar con hombres que no controlan adecuadamente las diversas pasiones que
surgen de la Caída. Si éstos se hallan en posiciones de autoridad, pueden hacer sufrir
terriblemente a sus subordinados. Al fin extremo del espectro de estas actitudes humanas
se destacan el proceder de hombres sin escrúpulos y sin entrañas que se deleitan en la
crueldad. Este temor de los hombres determina muchas de las reacciones de los seres
humanos que desearían no hallarse en la presencia del Señor, ignorando voluntariamente
que el temor de Jehová es el principio no sólo de la sabiduría, sino también de la
verdadera libertad. El Señor aconsejó a los siervos suyos que enviaba al mundo que se
guardasen de los hombres, ya que los suyos habían de hallarse muchas veces como
ovejas en medio de lobos. Al mismo tiempo, no habían de temerles, ya que sus discípulos
desarrollaban su vida y su servicio dentro de las perspectivas de la eternidad, siendo
mucho más importante el alma que el cuerpo: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero
al alma no pueden matar: temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el
infierno” (Mt 10:28) (Hch 4:13,20) (Hch 5:29).

Los términos empleados en el Nuevo Testamento


El concepto general de “compra”
Los esclavos eran subastados en el mercado, que normalmente se emplazaba en la
“agora”, o plaza, de modo que si los verbos “agorazo”, o “exagorazo” (comprar, o comprar
para sacar fuera del mercado) se relacionan con personas humanas, pasan a significar el
rescate y liberación del esclavo. Estos son los términos que se usan en las conocidas
frases: “Comprados sois por precio”, “por precio sois comprados” (1 Co 6:20) (1 Co 7:23);
“Digno eres... fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y
lengua y pueblo y nación” (Ap 5:9); “Cristo nos redimió de la maldición”, “para que
redimiese a los que estaban bajo la Ley...” (Ga 3:13) (Ga 4:5). En este caso los
traductores han empleado las equivalencias de “comprar”, “redimir” o “rescatar” según las
exigencias del contexto. Lo que se enfatiza en estos términos es la liberación del esclavo
del “mercado” (véanse los “estados” de esclavitud que hemos reseñado) sin que se
destaque el precio de rescate, bien que éste puede señalarse en el contexto.

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El énfasis sobre el precio que se pagó
No hemos de dar lecciones de griego aquí, pero no se nos excusa señalar que el verbo
“lutroó”, con los sustantivos relacionados, “lutrósis” y “apolutrósis”, se derivan de “lutron”,
el precio pagado con el fin de libertar al esclavo, y subrayan la importancia de lo que se
pagó. Ya hemos visto que los esclavos de Satanás no pueden reunir el precio del rescate
por sus propios esfuerzos, dependiendo totalmente de la gracia del Libertador. Tendremos
más que decir sobre el significado del “lutron” en otro apartado, pero conviene hacer
constar que la metáfora implícita en el vocablo ha de aplicarse a lo esencial de la
situación, sin apurarla en todas sus posibles facetas. Podemos saber en lo que consiste el
precio, quién lo pagó, quiénes son los libertados y cuál es la naturaleza de su liberación.
Sin embargo, sobre el nivel doctrinal y bíblico de la redención no es necesario preguntar:
“¿A quién fue pagado el precio de rescate?”. Algunos de los llamados Padres de la Iglesia
dieron peregrinas contestaciones a esta pregunta innecesaria, pensando algunos que si
Satanás era el antiguo dueño del esclavo, él había de recibir el precio de rescate. La
buena exégesis pide que respetemos las limitaciones de las figuras según el contexto y a
la luz de la doctrina total de las Escrituras. “Lutroó” se emplea en (1 P 1:18): “Sabiendo
que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir... con la sangre preciosa”, y
también en (Tit 2:14): “El cual (Cristo) sé dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de
toda iniquidad (anomia)”. Expresa la redención nacional de Israel en (Lc 24:21). La forma
sustantivada (lutrósis) se halla en (He 9:12): “(Cristo) por su propia sangre, entró una vez
para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”, además de (Lc
1:68) (Lc 2:38) con referencia a Israel. “Apolutrósis” se emplea frecuentemente,
destacándose (Ef 1:7): “En quien (Jesucristo) tenemos redención por su sangre, el perdón
de pecados”, verso que coincide con (Col 1:14). Comparar con (Ro 3:24) (1 Co 1:30) (Ef
1:14) (He 9:15), entre otras referencias. El verbo “luó” significa “soltar” o “libertar”, y se
halla en los mejores textos griegos en (Ap 1:5): “Al que nos amó y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre”, recayendo el énfasis sobre la libertad que fue conseguida por el
derramamiento de la sangre de Cristo y no en el coste del sacrificio. En (Ga 1:4) leemos:
“El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo”;
aquí el verbo es “exaireó”, que señala la liberación de una persona de un estado de
peligro.

El Redentor
Hemos visto que el redentor en el Antiguo Testamento es el “goel”, el pariente cercano
responsable de tomar las medidas necesarias con el fin de librar tanto personas como
propiedades. Job exclamó: “Yo sé que mi Redentor (goel) vive“ (Job 19:25), elevando el
término al nivel de la obra divina a su favor. Escasean designaciones del Redentor en el
Nuevo Testamento, pero los escritores sagrados relacionan “redentores” con los títulos
más sublimes del Señor Jesucristo. En (1 Ti 2:5-6) se presenta como el único “Mediador,
Jesucristo, Hombre”, y en (Tit 2:13-14) es “nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo”. En
(Ef 1:6-10) es el “Amado” en quien tenemos redención, y en él se han de reunir todas las
cosas en la dispensación del cumplimiento de los siglos. El precioso título “Salvador” se
refiere a su Obra de salvación, y de esta obra total la redención viene a ser una faceta
principal. Sobre este sublime plano de la obra de la gracia de Dios, el Libertador se
identifica con el “lutron”, el precio de rescate, ya que se reitera constantemente que se dio
(se entregó) a sí mismo a los efectos de nuestra liberación. No entregó algo suyo de gran
valor para librarnos, sino su misma Persona, como Hijo de Dios e Hijo del Hombre: “Cristo
nos amó y se dio a sí mismo por nosotros ofrenda y sacrificio a Dios” (Ef 5:2); “El cual se
dio a sí mismo por nuestros pecados” (Ga 1:4); “El cual se dio a sí mismo por nosotros
para redimirnos de toda iniquidad” (Tit 2:14); “Se ofreció a sí mismo” (He 7:27) (He 9:14).
La frase se halla repetidas veces en las epístolas, y corresponde a la declaración del

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mismo Señor: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su
vida en rescate por muchos” (Mr 10:45).

El precio de rescate
Hemos insistido en el hecho de que la redención, igual que las demás facetas específicas
de la salvación, surge de la raíz de la propiciación. Para que el esclavo del pecado
pudiese ser libertado fue necesario que quedasen satisfechas las demandas de la justicia
de Dios, y la base de esta satisfacción se ha descrito en el Estudio 8. No bastaba que se
presentara el Libertador como perfecto Hijo del Hombre, como Mesías y como Rey, pues
su perfecto ejemplo no haría sino aumentar nuestra condenación, puesto que somos
incapaces de seguirlo. Acabamos de ver que el Dios-Hombre había de entregarse a sí
mismo en sacrificio, agotando el pecado y la muerte por medio de la tremenda crisis de la
Cruz. Por eso, la base de la propiciación viene a coincidir con el “lutron”, el único precio
que puede libertar al esclavo. Como en el caso de la justificación y de la reconciliación, se
trata de extender los beneficios de la propiciación a las almas humanas que reclamen su
libertad, confiadas en la gracia de Dios y la Obra de Cristo. La entrega de la Persona del
Dios-Hombre como Cordero de Dios que lleva y quita el pecado del mundo puede
expresarse por distintas frases, de las cuales una es “el derramamiento de su sangre”,
que equivale a la entrega de su vida total en sacrificio expiatorio. De igual forma, la
muerte del Redentor, igual en su sentido esencial al derramamiento de la sangre, puede
ser el medio de liberación. Se trata de la entrega de su vida en lugar de nuestra vida, y
nada menos que esto puede constituir el “lutron”. Cristo no pudo salvarnos y librarnos por
medio de un hermoso ejemplo de sacrificio personal, porque nosotros, pecadores, somos
incapaces de seguir buenos ejemplos, y, además, fue necesario satisfacer la justicia de
Dios.
Todo el concepto se resume hermosamente en (1 Ti 2:5-6): “Porque hay un solo Dios y un
solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre; el cual se dio a sí mismo en
rescate por todos”. La base de todo es la existencia del Dios Creador, y frente a él se
hallan hombres que han pecado. En medio se coloca el único Mediador, que ha de ser a
la vez Dios y Hombre. Nada se cambia en las relaciones divino-humanas por meras
influencias y ejemplos, sino que el Mediador ha de entregarse a sí mismo según el
simbolismo de los sacrificios de sangre del Antiguo Testamento. Al realizar el plan en la
gran obra cimera de la Cruz, viene a ser el “antilutron huper pantón”: interesante
expresión, ya que “antilutron” refuerza el término “lutron”, enfatizando su valor
sustitucionario, puesto que la preposición anti (seguido por el caso genitivo) quiere decir
“en lugar de”. El Mediador-Redentor, al entregar su vida en precio de rescate, hace
posible la libertad de todos, y de ahí viene la posibilidad de predicar el Evangelio a toda
criatura (1 Jn 2:2).

El propósito de la redención
Para el individuo
Parece haber una redundancia en la declaración de Pablo en (Ga 5:1): “Para libertad
Cristo nos libertó”, pero la exhortación siguiente explica la repetición: “Estad pues firmes,
y no os sujetéis otra vez a un yugo de servidumbre”. Hemos sido libertados de todas las
formas de esclavitud que se han examinado arriba, pero le interesa al enemigo de
nuestras almas estropear la hermosa obra de gracia en nosotros, y eso de dos maneras
principales: a) por volver a someternos a legalismos humanos, como el de los judaizantes
que reprende Pablo en su carta a los Gálatas. Muchas veces consisten en códigos de
preceptos externos sobre asuntos secundarios, formulados por hermanos que no han

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entendido bien la potencia y la eficacia de la libertad del Espíritu de Dios; b) por volver la
libertad en libertinaje, que suele ser obra de hermanos, o pretendidos hermanos, que
quisieran aprovechar la libertad con el fin de soltar las riendas de sus deseos carnales.
Somos libres, y es necesario mantener la libertad frente a toda sujeción pecaminosa,
humana y legal, pero a la vez Pablo se describe como “esclavo de Jesucristo” (Ro 1:1),
poniéndose al servicio de quien le compró por precio, y, como colofón, somos exhortados
a ser “siervos los unos de los otros” (Ga 5:13). Es decir, somos libres de toda sujeción
carnal con el fin de servir a Dios. Cuando Pedro escribe: “Portaos, digo, como libres, pero
no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de
Dios” (1 P 2:16), está pensando en la posibilidad de que algún hermano, afirmando su
libertad personal, deje de cumplir sus obligaciones en la sociedad. Vemos hasta dónde
puede llegar el abuso de la libertad por falsos hermanos en (2 P 2:1-22), mientras que
Pablo enfatiza la solución por la pregunta y respuesta de (Ro 6:1-2): “¿Hemos de
continuar en el pecado para que la gracia crezca? ¡En ninguna manera! Nosotros que
morimos ya al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”. Ya hemos enfatizado que la
verdadera libertad consiste en movernos dentro de la voluntad de Dios, y cantamos en las
palabras de Charles Wesley, felizmente traducidas por Mariano San León: “Cayeron mis
cadenas; vi mi libertad y le seguí”.

El alcance de la redención
La redención del cuerpo
Somos muy conscientes de que el pecado ha limitado las posibilidades físicas de nuestra
vida en esta tierra, que sólo se expresa por medio del cuerpo, sus sentidos y facultades,
como instrumentos. Nuestra herencia genética puede ser defectuosa, sin que nosotros
tengamos la culpa. Quizá las condiciones de nuestra crianza y las posibilidades
educativas de nuestra juventud no nos han sido muy ventajosas. Las enfermedades
pueden hacer presa hasta en el cuerpo de los niños, y por fin la muerte física pone
término a la peregrinación en esta tierra. Al creyente, la muerte física le libra de las
penosas luchas de la vida, pero este descanso con Cristo no es la meta de la carrera, tal
como Dios la ha ordenado, pues él quiere que el conjunto de nuestro espíritu, alma y
cuerpo sea guardado irreprensible para la venida del Señor nuestro Jesucristo (1 Ts 5:23)
(Fil 3:21) (1 Co 15:42-59). Esto se llama “la redención de nuestro cuerpo”, en (Ro 8:23), y
el contexto enseña que esta “liberación de la servidumbre”, de una creación maldita por el
pecado se efectuará cuando Cristo venga en gloria.

La redención de la herencia
El “goel” del Antiguo Testamento había de interesarse no sólo en la libertad de las
personas de sus parientes cercanos, sino también en que se hallasen en posesión
pacífica de su herencia: concepto que pasa a la esfera celestial en (Ef 1:13-14). El
Espíritu Santo nos ha sido dado ya, constituyendo las arras de la herencia, siendo el
meollo de ella, pero vamos hacia “el completo rescate de la posesión adquirida”. La
“herencia” en Efesios 1 es término ambivalente, ya que por una parte se trata de que los
redimidos disfrutarán en plenitud de lo que Dios les ha preparado en las esferas y edades
de los siglos de los siglos; y por otra parte señala el gozo que Dios tendrá en “las riquezas
de la gloria de su herencia en los santos” (Ef 1:18). Las jerarquías del mal serán
desposeídas de todas las esferas de poder y de gobierno que han usurpado, pasando
toda la nueva creación a los santos, y centrándolo todo en la Persona del Mediador (Ef
1:10). Como al final del Libro de Rut, pero en esferas infinitamente más sublimes, el “goel”

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se hallará, con su Esposa a su lado, en medio de sus posesiones, que serán todas las
esferas de la creación, ya redimida y bendita.

Temas para meditar y recapacitar


1. Discurra ordenadamente sobre el tema de la REDENCION, destacando los aspectos
que le parecen de mayor importancia, y apoyando sus afirmaciones con citas bíblicas.

Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright,
Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos
de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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