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Pentecostés
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
repente vino del cielo un ruido, como de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran” (Hechos 2, 1-4).
En el Nuevo Testamento representa el cumplimiento de la promesa de Cristo
Representa el cumplimiento de la promesa de Cristo al final del Evangelio de San Lucas: “Les dijo: ‘Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba’”. (Lc. 24:46-49)
El Espíritu Santo es Dios
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
Pentecostés significa participar de la vida divina de Cristo y ser testigos
La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia y contiene una rica profundidad de significado. De esta forma lo resumió Benedicto XVI el 27 de mayo del 2012: “Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo”. Gracia del Espíritu Santo
Primera Gracia. Gracias del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el DON DE DIOS, don del Padre, que nos da a Cristo glorificado como fruto de toda su carrera mesiánica. El Espíritu Santo nos viene de Jesús. De aquí la frase hermosa, muchas veces falsamente comprendida, muy superficialmente entendida: "Ser bautizados en el Espíritu Santo". Dice Juan 1,33: "Él es Jesús, el que bautiza con Espíritu Santo". Juan Bautista bautizó con agua, echando agua, dando agua; pero Jesús, lleno del Espíritu Santo, el Mesías glorificado, es el que bautiza con Espíritu Santo, derrama Espíritu Santo, da Espíritu Santo y este derramamiento que hace, es lo que llamamos: "Ser bautizados en el Espíritu Santo por Jesús". Es una gracia para el mundo entero que Jesús glorificado nos baña, nos bautiza con su Espíritu. No estamos hablando del Sacramento del Bautismo; de ninguna manera, sino de esa continua efusión del Espíritu Santo que requiere, que necesita la Iglesia. Jesús recibe el Espíritu Santo para realizar su gran misión evangelizadora. Los apóstoles reciben el bautismo en el Espíritu Santo para poder también llevar el Evangelio hasta el último rincón de la tierra. El Espíritu Santo siempre trae verdades a nosotros. El Espíritu Santo tiene más imaginación de lo que pensamos y, si nosotros recibimos el bautismo del Espíritu Santo el mundo cambiará y nosotros cambiaremos
Segunda Gracia: encuentro con Jesús.
"Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20,22). ¿Qué fue lo que obró en ellos? Inmediatamente obró en ellos un encuentro diferente con Jesús. Habían tenido contacto y encuentros con Jesús muchas veces en su vida. Pero tuvieron un encuentro fuerte y más profundo con "Jesús plenamente glorificado", un encuentro personal con El. El Papa Juan Pablo II dijo: "Es necesario tener un encuentro vivo y palpitante con el Señor". Y el Espíritu Santo lo primero que hace cuando viene es propiciar un encuentro nuevo con Cristo. Y de ahí nacen tantos testimonios de: "Yo encontré al Señor" o "el Señor me encontró" "¡Ah! Pero si ya estaba bautizado". "Ya estás confirmado". "¿Cuántas comuniones ha hecho en la vida?" "¿Eres Obispo?" "Y ahora has tenido un encuentro nuevo con el Señor. ¡Pues así es!" Tercera Gracia: la Transformación Interior.
El encuentro nuevo con Cristo inmediatamente produce una transformación interior de la
persona que es muy dolorosa. Siendo una gracia de Dios muy grande, la transformación interior es muy dolorosa, porque cambiar de vida siempre duele. Y al cambio profundo de vida uno le tiene pavor. "¿Cómo, a estas alturas, puede cambiar la conducta profunda de mi vida? Mi experiencia personal, mis gustos, mis pecados, el estado de felicidad querida por mí, pero dañosa para mí. ¿Cómo deshacerme de eso? Imposible". Según la terminología del profeta Ezequiel 36, 26-27: "Os daré un corazón nuevo, un Espíritu nuevo, os quitaré el corazón de carne, y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros mi Espíritu para que cumpláis mis mandamientos".
Cuarta Gracia: una nueva lectura de la Palabra de Dios.
Los apóstoles el día de Pentecostés recibieron el Espíritu Santo una gracia muy particular y comenzaron una nueva lectura de la Palabra de Dios. Una lectura hasta ese momento desconocida para ellos. Tal vez algunos ni siquiera leían la Palabra de Dios; pero sí la leyeron el día de Pentecostés. El Espíritu Santo les comunicó una manera nueva de leer la Palabra de Dios. Les dio un carisma de leer la Palabra de Dios con anteojos pascuales, con anteojos de Cristo. No hay ningún libro donde podamos conocer mejor a Jesús, que en Los cuatro Evangelios escritos par el mismo Espíritu Santo.
Quinta Gracia: la Eucaristía
Es notable como en Hechos 2,41 termina diciendo que 3,000 almas unieron a los apóstoles aquel día y en el versículo 42 nos dice que acudían asiduamente a la fracción del pan. Aparece desde el primer día de la vida de la Iglesia la celebración de la fracción del pan. Fue el Espíritu de Dios quien hizo comprender a los apóstoles el gran misterio de la presencia real de Jesús en un pedazo de pan y en un poco de vine después de pronunciadas las palabras que Jesús pronunció en la Ultima Cena. Justamente con el Sacramento de la Eucaristía está el Sacramento de la Reconciliación, del perdón de los pecados. Sexta Gracia: los Carismas Fue un enriquecimiento de carismas para construir la Iglesia. Los carismas son dones del Espíritu de Dios en orden a la construcción de la Iglesia. Y su lista no tiene fin. Si nosotros recogiéramos los carismas de los que habla el Nuevo Testamento, encontraríamos una lista de 30 ó 40. Pero los carismas del Espíritu Santo no se limitan a este número. El Espíritu Santo da y dio a los apóstoles ante todo los grandes carismas en sus mentes para comprender a Jesús y para comprender el Evangelio. El Espíritu Santo cambia y transforma al hombre quien no puede callar el testimonio que debe dar de Jesús. La Iglesia de hoy debe ser una Iglesia evangelizadora. Y el Evangelio, la Buena Nueva, con letras mayúsculas no es una cosa, no son realidades, es una persona, el Evangelio con "E" mayúscula es la persona de Cristo.
Séptima Gracia: la Iglesia
El nacimiento de la comunidad cristiana, el nacimiento de la Iglesia. No puede haber comunidad cristiana fervorosa, animada, si no es por la animación del Espíritu de Dios. No se debe suponer las cosas porque es un vicio muy común y corriente. "Yo supongo que recibí el Espíritu Santo en el Bautismo" "Yo supongo que lo recibí en la Confirmación". "Yo supongo que lo recibí en el sacerdocio". Claro que lo recibiste: pero el Espíritu Santo es "dinamismo", es fuerza, es vigor, es vida. El problema no está en el Espíritu Santo que habita en ti, sino en el recipiente que lo recibe y necesitamos quitar de nosotros esas placas de cemento armado, que impiden que el Espíritu Santo, que está en nosotros, pueda actuar libremente. La Iglesia es producto de la acción poderosa del Padre que da a Jesús su Espíritu Santo. Ese Jesús envía a los apóstoles y los apóstoles hablan, proclaman el testimonio. Si los apóstoles no hubieran proclamado, aun cuando hubieran estado llenísimos de Espíritu Santo no nace la Iglesia.