La Ternura

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La ternura

¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y


concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los
ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver
al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para oír el grito de los
pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro; escuchar
también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra
contaminada y enferma. La ternura consiste en utilizar las manos y
el corazón para acariciar al otro. Para cuidarlo.
La ternura es el lenguaje de los más pequeños, del que
necesita al otro: un niño se encariña y conoce a su padre y a su
madre por las caricias, por la mirada, por la voz, por la ternura. Me
gusta escuchar cuando el padre o la madre hablan a su niño
pequeño, cuando ellos también se vuelven niños, hablando como
habla él, el pequeño. Esta es la ternura, abajarse al nivel del otro.
También Dios se abajó en Jesús para ponerse a nuestro nivel. Este
es el camino seguido por el Buen Samaritano. Este es el camino
seguido por Jesús, que se abajó, que atravesó toda la vida del ser
humano con el lenguaje concreto del amor.
Sí, la ternura es el camino que han recorrido los hombres y
las mujeres más valientes y fuertes. La ternura no es debilidad, es
fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad.
Permitidme decirlo claramente: cuanto más poderoso eres, cuanto
más repercuten tus acciones en la gente, más estás llamado a ser
humilde.¹

Si Dios es ternura infinita, también el hombre, creado a su


imagen, es capaz de ternura. La ternura, entonces, lejos de
reducirse al sentimentalismo, es el primer paso para superar el
replegarse en uno mismo, para salir del egocentrismo que desfigura
la libertad humana. La ternura de Dios nos lleva a entender que el
amor es el significado de la vida. Comprendemos, por lo tanto, 
que la raíz de nuestra libertad nunca es autorreferencial. Y nos
sentimos llamados a derramar en el mundo el amor recibido del
Señor, a declinarlo en la Iglesia, en la familia, en la sociedad, a
conjugarlo en el servicio y la entrega. Todo esto no por deber, sino
por amor, por amor a Aquel por quien somos tiernamente amados.²

La ternura, más necesaria que el alimento.

El ser humano es una delicada planta que, para su normal


desarrollo, requiere un decidido ambiente de amor. Desde su más
temprana edad, los niños poseen una sensibilidad extraordinaria
para captar todo el ambiente de su hogar. Padres, podréis querer
mucho a vuestros hijos, cada uno de vosotros por separado; pero, si
no os queréis ya de veras el uno al otro, los niños lo percibirán y lo
resentirán. Muchas de las inestabilidades psíquicas, incluso de las
desviaciones y aberraciones de la adolescencia y juventud tienen
su origen en este trauma infantil que sufre el niño que nota que sus
padres no se quieren.
Por el contrario: más que todos los gestos y palabras de
cariño le servirá un ambiente general de cariño. El niño que es
testigo de que, en torno a sí, todos se aprecian y se quieren,
aprenderá a querer a todo el mundo, se formará como un ser
generoso, abierto, feliz. También aquí no hay mejor lección que la
del ejemplo.3

La falsa ternura

Un peligro para los padres es el falso cariño. Es indudable


que tienen la obligación de amarlos; pero ante todo, en cuanto a
imagen que son de Dios.
Deben amar sus cualidades morales: la dulzura, la bondad
de corazón, la pureza e inocencia, etc., porque ellas son las que
hacen amables y buenos a los niños.
Más, ¿qué se observa ordinariamente? Que la madre se
extasía contemplando los ojitos de su chiquitín, su hermosa
cabellera, su carita graciosa…
Estas exterioridades infantiles la cautivan, y las cualidades
morales, que constituyen la belleza real del pequeñuelo, quedan
relegadas a segundo término.
No se las desprecia, pero se las deja para más tarde. Y
mientras tanto:
a) No se reprende al niño, porque es muy pequeño, ni se
quiere verlo sufrir, so pretexto de que ya se presentarán
ocasiones para ello…
b) Y bajo la inspiración del mismo principio, nada se le
niega; ¡Porque una negativa le causaría mucha pena…
c) Si acompaña a sus padres a dar un paseo, se le adorna,
como para llevarle a una exposición; y, cueste lo que
cueste, se procura que todas las miradas se fijen en él y
que para él sean todos los cumplidos…
d) En la mesa se le da todo lo que pide, elige lo que es de
su gusto, todo lo toca y ejerce el monopolio de la
conversación. Allí no hay más dueño que él. Guardaos
de negarle nada, porque entonces patalea, llora y
amenaza.

¿Quién no ha tenido ocasión de presenciar tales escenas?


La madre comprende que el niño es exigente, muy exigente; pero,
“¡es tan pequeño!”…

Más adelante cuando ya se dé cuenta de lo que hace, ella le


llamará la atención sobre esos defectillos…
Llega, por fin, el niño a los 10, 15 años, y es un muchacho
irritable en extremo, egoísta, sin respeto a sus padres. Se proclama
el dueño de casa y los padres no le pueden decir una palabra. ¿Qué
será de este chico (a) a los 20 años?4

***
Pidamos a nuestra madre la Santísima Vírgen María, ella
que es modelo y maestra de virtudes, nos ayude a desarrollar la
ternura.

¹ Videomensaje del Santo Padre Francisco al TED2017 de Vancouver [26 de abril de


2017]

² Mensaje del Papa en la audiencia a los participantes en el congreso "La teología de la


ternura en el Papa Francisco", 13.09.2018
3
“Qué hacer con vuestros hijos” 5ª. Edición. Charles y Laura Robinson. Pág. 28, 29 y
74.
4
“La madre educadora” 1ª. Edición. P. Eduardo Pavanetti. Pág. 73 y 74.

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