Reincorporación Por Despido Nulo. Mantenimiento de Un Contrato Contra La Voluntad de Uno de Los Contrayentes

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Título: Reincorporación por despido nulo. Mantenimiento de un contrato contra la voluntad de uno de los
contrayentes
Autor: Rodríguez Mancini, Jorge
Publicado en: Sup. Const- 2013 (junio), 28/06/2013, 46 - LA LEY2013-D, 61
Cita: TR LALEY AR/DOC/1692/2013
En el fallo "Cejas" del 26 de marzo de 2013, la Corte Suprema de Justicia, por mayoría, manteniendo la
doctrina de la sentencia dictada en "Alvarez, Maximiliano c. Cencosud" del 7 de diciembre de 2010, ha
establecido que las consecuencias de un despido que se califica como discriminatorio se traducen en la
reincorporación forzosa del trabajador, aún contra la voluntad del empleador. La minoría del antecedente citado
y la que en el último pronunciamiento mantiene la posición, sostuvo que si bien el despido que vulnera la
garantía de igualdad a que se refiere el art. 1 de la ley 23.592 (Adla, XLVIII-D, 4179), resulta inválido, si el
empleador no acepta la reinstalación del trabajador, su responsabilidad se concretará en un resarcimiento de
contenido económico. (1)
Sobre este asunto de tanta trascendencia en el ámbito de las relaciones laborales y más allá aún en la
interpretación del alcance de garantías constitucionales, se han producido diversos comentarios y debates en los
cuales he participado, sosteniendo que a mi juicio sigue siendo válida la afirmación que en su momento
pronunció la Corte Suprema de Justicia —obviamente con otra integración— en el sentido de que no puede
admitirse como legítima la imposición al empleador de mantener un vínculo jurídico con quien no desea
establecer una relación, apoyando esa conclusión en textos de la Convención Constituyente de 1957, donde de
manera explícita destacó "que resulta muy difícil obligar a un empleador a readmitir en el local de su empresa,
para reincorporarlo al empleo, al trabajador cuyos servicios desea no utilizar más" sin perjuicio de la reparación
económica que se establezca por el daño producido. Tal la doctrina del fallo "De Luca, José E. y otro c. Banco
Francés del Río de la Plata" del 25 de febrero de 1969, (2) y la que la Corte Suprema en su actual integración,
estampó en el fallo "Madorrán, María c. Administración Nacional de Aduanas" del 3 de mayo de 2007.
Pero debo destacar que está claro que el tema que abordo no es de mi especialidad. No porque se trate de un
conflicto entre un trabajador y un empleador estamos frente a un asunto que se debata en el marco de los
principios propios de nuestra disciplina, presididos por el único principio específicamente laboral cual es el que
consagra la Constitución Nacional: el trabajo en todas sus formas gozará de la protección de las leyes. Estimo
que el proceso de constitucionalización del derecho del trabajo ha avanzado de tal modo que los principios
generales que sostienen hoy día la vida jurídica de nuestro país, no pueden postergarse en cualquier ámbito
porque debe hacerse prevalecer precisamente ese fundamento que tiende a hacerse universal cual es el de la
protección de la dignidad y la libertad de la persona humana. Por eso señalo que estos fallos —me refiero tanto
al de "Cejas" como a su antecedente "Alvarez"— no tratan de un tema laboral, y como se ve, el tribunal ha
prescindido de lo que puede aportar el derecho del trabajo tal como está legislado en Argentina en materia de
estabilidad en el empleo. Esto ha pasado a segundo plano y se ha atribuido rango supremo y definitivo, a
principios superiores válidos para todos los hombres y mujeres como es del respeto de la dignidad y de no ser
discriminado injustamente, por motivos como los que enuncia el art. 1 de la ley 23.592: sexo, raza, religión,
nacionalidad, ideología, opinión política o gremial, posición económica, condición social o caracteres físicos.
Hoy el derecho del trabajo está sometido, como todo el régimen jurídico, a esos principios más generales, que
prescinden de los particulares ordenamientos. En realidad siempre fue así ya que no puede concebirse una rama
como la laboral desprendida del conjunto del derecho (3) pero lo que está patente en fallos como el de Álvarez u
otros semejantes es que los principios que enseñamos como supremos para regir las relaciones laborales no son
tales: están presentes otros "más" principios, porque abarcan a todos y no sólo a los protagonistas del trabajo
subordinado a quienes obviamente incluyen. De eso se trata al juzgar sobre la conducta discriminatoria del
empleador —o de cualquier otro sujeto de relación laboral individual o colectiva— y como consecuencia, los
resultados de la decisión no tienen en cuenta lo que las leyes del trabajo hayan previsto para regular esas
relaciones dentro de un marco que el legislador consideró apropiado para los fines propios de la materia.
Es en ese marco que formularé estos comentarios. En los fallos "Álvarez" y "Cejas", el Alto Tribunal ha
dejado de lado —por mayoría de cuatro contra tres y de cuatro contra dos con ausencia del voto del presidente
Lorenzetti, respectivamente— aquella conclusión sostenida en el debate constituyente de 1957, alegando que el
orden constitucional vigente al momento de producirse la decisión en "De Luca", era diferente de la actualmente
vigente, entendido esto como consecuencia de la incorporación de disposiciones del derecho internacional
elevadas al rango constitucional formando el "bloque de constitucionalidad federal", (4) o integran la carta
fundamental y son la "nueva parte" que se ha constituido en Constitución, (5) o valen como ella, (6) todo ello
según lo dispuesto por el art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional. Lamentablemente este argumento para
distinguir épocas y regímenes constitucionales, no es válido ya que como lo adelanté en renglones precedentes,

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la misma Corte Suprema que se pronunció en "Álvarez" y en "Cejas" es la que había desarrollado las diferencias
sustanciales que existen entre la estabilidad del empleado público y la del privado en el caso "Madorrán". Y allí
se sostuvo precisamente esa doctrina ya transcripta derivada del debate constituyente lo que contradice
totalmente la afirmación de que entre "De Luca" y "Álvarez" median diferencias en el marco constitucional.
Creo que los párrafos y argumentos que el fallo "Alvarez" toma de "Madorrán" para fundar el derecho contra la
discriminación, no son tenidos en cuenta precisamente para distinguir de que distintas formas se puede proteger
al trabajador contra los actos discriminatorios del empleador, respetando simultáneamente, los otros derechos
fundamentales que amparan a este último. (7)
Los argumentos de la mayoría del Tribunal en el caso "Alvarez" parten de la afirmación de que la ley
antidiscriminatoria 23.592 debe ser interpretada en sentido amplio, lo cual implica abarcar el ámbito de la
relación laboral y añadió que no existe colisión de derechos propios del empleador. Se apoya en los numerosos
dispositivos convencionales de rango constitucional que declaran precisamente ese derecho a no ser
discriminado injustamente. No creo que ese sea un tema a discutir. (8) Desde siempre, aun en el texto original de
la LCT, de 1974 y en su primera modificación en 1976, se incluyeron normas que explícitamente prohibían la
discriminación (art. 17 y 81) y sancionaba las especiales infracciones relacionadas con el matrimonio y la
maternidad (arts. 178 y 182). El dictado de otra ley —esta vez no específicamente para las relaciones laborales,
sino de carácter general (derecho común)— con sanciones especiales (art. 1 ley 23.592), llevó a la posición de
aplicar sus disposiciones a los despidos que por su carácter discriminatorio resultaban claramente ilícitos. La
cuestión objetable no reside, según lo ha establecido la doctrina actual, en esa extensión sino en llevar consigo
al sancionar el acto discriminatorio, la consecuencia de la reinstalación del trabajador en el empleo, imponiendo
de ese modo el mantenimiento de la vinculación contractual, aún contra la voluntad del empleador. Esto es lo no
acepta la minoría representada en ocasión de votar en el asunto "Alvarez" por los Ministros Lorenzetti, Highton
de Nolasco y Argibay. Si bien participaron de la doctrina de extensión de la norma común a la relación laboral
ya que de lo contrario se incurriría en una nueva discriminación, no acompañó en la conclusión siguiente
relativa a la imposición de la reinstalación. Y para eso es que invoca precisamente aquellos argumentos que
antes fueron recordados acerca de la esencial distinción que formula la norma constitucional en su art. 14 bis
entre los distintos ámbitos del empleo público y el privado. Ya lo he destacado y remito a esas citas y
transcripciones. Es eso y no otra cosa lo esencial que creo debe recordarse. La defensa de los derechos
fundamentales, entre los que se cuenta seguramente el de no ser discriminado, no puede llevar al
desconocimiento de otros derechos fundamentales y su confrontación debe llevar a encontrar soluciones que
resulten razonables. Aquí es donde cobra trascendencia la adecuada comprensión de la afirmación que formulé
antes: este asunto no es una cuestión que se resuelva por las normas y principios del derecho del trabajo. Y así
lo entendió el Alto Tribunal al desarrollar los fundamentos de su decisión en un material jurídico de nivel
constitucional y convencional. Pero a mi juicio, el error está en la unidimensional interpretación de esas normas.
Porque aunque pueda destacarse el principio pro homine, no debe olvidarse que del otro lado de la relación
también hay personas y derechos por lo que debe intentarse la conciliación de ambos derechos. Y para eso
existen soluciones que respeten la dignidad, que sancionen las conductas ilícitas, sin para ello ofender otras
garantías provocando, por otra parte, consecuencias negativas para la convivencia social y particularmente para
el bien de los involucrados en una tarea común. Tal como lo expresa Valdés Dal Re, (9) "el ejercicio de los
derechos fundamentales ha de efectuarse en unos términos que resulten constitucionalmente amparados,
compatibilidad ésta que se garantiza mediante la imposición de límites a aquel ejercicio. Los derechos
fundamentales de la personal del trabajador no se sustraen desde luego, a esta regla general. No son éstos en
modo alguno derechos absolutos, son derechos cuyo contenido de encuentra limitado. Pero como cualquier
derecho iusfundamental, los de titularidad del trabajador/ciudadano sólo pueden experimentar restricciones por
otros derechos, bienes y valores de rango equivalente." (10)
Lo cierto es que no resulta conclusión única ni exclusiva la de imponer la reinstalación aún cuando se trate
de corregir los efectos —o mejor dicho la ausencia de ellos— de un acto nulo. En efecto ya el codificador (11)
había contemplado la hipótesis que interesa incorporando la norma del art. 1083 en el Código Civil. Sea que se
considere lícito al despido en sí, y que lo ilícito es el acto discriminatorio prohibido que lo acompaña; o que se
lo trate como acto ilícito genéricamente considerado, lo cierto es que conforme con lo que prevé el artículo
citado del C. Civil: "El resarcimiento de daños consistirá en la reposición de las cosas a su estado anterior,
excepto si fuera imposible, en cuyo caso la indemnización que se fijará en dinero. También podrá el
damnificado optar por la indemnización en dinero." En el caso del despido, y frente a las disposiciones de la ley
especial que no consienten la reposición del trabajador despedido porque tal como lo tiene resuelto la Corte
Suprema de Justicia de la Nación y lo he recordado antes, (12) no es admisible obligar al empleador a recibir
como empleado suyo a quien no desea, resultaría que aunque se declarara nulo el acto jurídico de la denuncia
por discriminación, sólo procedería la obligación de "indemnización en dinero", entendido esto como un

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resarcimiento adicional al que por la ley especial procede en forma de tarifa.


En un enfoque "consecuencialista" de la crítica que explico, se observa que de una forma totalmente
incidental, como si no tuviera trascendencia para la decisión que se adopta en el voto de la mayoría, en el
considerando 7°, se transita por un aspecto que tiene a mi juicio importancia fundamental cual es el de los
efectos o consecuencias que presenta la doctrina allí adoptada para la subsistencia de un régimen legal nunca
cuestionado y por el contrario avalado por la propia Corte como sucede en el caso "Vizotti" donde se convalida
el régimen de estabilidad relativa que regula la LCT. Puede leerse en el párrafo primero del considerando
mencionado que por lo visto la intención de los jueces que integran la mayoría no es la de"poner en liza un
régimen general de estabilidad propia o absoluta como protección contra todo despido arbitrario, sino la
reincorporación para el litigio y en el litigio derivada del singular motivo de ruptura del contrato de trabajo: la
discriminación". Esto al fin y al cabo, no es más que reiterar un principio procesal elemental cual es el del
alcance personal y material de las sentencias judiciales. Pero parece olvidarse cuál es el efecto que la propia
Corte Suprema adjudica a las doctrinas de sus fallos, sea éste el más riguroso o el menos intenso de la
obligatoriedad moral. Tan incuestionable como la libertad de juicio de los jueces en ejercicio de su función
propia es que la interpretación de la Constitución Nacional por parte de esta Corte Suprema tiene, por
disposición de aquélla y de la correspondiente ley reglamentaria, autoridad definitiva para la justicia de toda la
República (art. 100, hoy art. 116 de la Constitución Nacional; ley 48, art. 14) y que la interpretación de la Corte
Suprema no tiene únicamente autoridad moral, sino institucional. (13)
Con la mención de que la sentencia es "para el litigio y en el litigio" no se salva la doctrina de la
obligatoriedad institucional y por lo tanto con ese fallo la Corte Suprema y en el que comento aquí, aunque sea
por la mayoría relativa apuntada, se está creando una doctrina obligatoria según la cual los despidos
discriminatorios son nulos y corresponde imponer la reinstalación del trabajador despedido por ese motivo. Con
esa expresión o salvedad obvia, se ha pretendido superar el argumento fundamental relativo a que una vez
reincorporado el trabajador encuadrado en el supuesto del despido discriminatorio, se ha instalado a su respecto
una protección de carácter absoluto (la estabilidad propia) por todo el tiempo de duración de su contrato por
tiempo indeterminado. Porque no se necesita demasiada argumentación o imaginación para reconocer que si el
empleador, haciendo uso de la reconocida facultad de despedir sin causa que admite la LCT, la ejerciera a
posteriori pretendiendo disolver el vínculo con el pago de la indemnización legal, surgiría la objeción de parte
del trabajador invocando la descalificación de ese despido que tendría la presunción a su favor de haber sido
dispuesto discriminándolo por causa del antecedente de su discriminación anterior. Y en tal caso, ¿qué juez
negaría la nulidad y la nueva reincorporación con base en el antecedente "Alvarez"?
Es que se ha omitido ponderar una cuestión central cual es la lógica jurídica de la decisión de reinstalar sin
advertir cómo jugará esta sentencia en un eventual futuro ejercicio de la facultad rescisoria que admite la LCT
sin expresión de causa. Este aspecto del fallo y del tema de que trata, es el que explica mi referencia a la
doctrina del consecuencialismo. El reconocimiento de la doctrina del consecuencialismo, aceptada en
numerosos antecedentes de la Corte considera que "no puede prescindirse de las consecuencias que
naturalmente derivan de un fallo toda vez que constituye uno de los índices más seguros para verificar la
razonabilidad de la interpretación y su congruencia con el sistema en que está engarzada la norma (Fallos
302:1284)" . Sostenida, por otra parte de manera explícita por el presidente del Tribunal, (14) significa la
aceptación de una necesaria reflexión previa al dictado de sentencias como la que se trata aquí, por estar
involucradas normas constitucionales, para examinar con prudencia precisamente cuáles pueden ser las
consecuencias de la decisión. En el caso, por el contrario, no ha interesado a los jueces cuáles pueden ser las
consecuencias de la doctrina que adoptan y que representa al fin y al cabo, como se verá en seguida, la
desaparición, por obra jurisprudencial de la norma de la LCT que admite —sea que se lo encuadre como acto
lícito o ilícito, según sea la postura interpretativa que se adopte— el despido sin justa causa.
Esta última conclusión se halla apoyada en varias razones. La primera es que si se tiene en cuenta la
directiva doctrinaria y jurisprudencial en materia de onus probandi en los casos de despidos discriminatorios (lo
mismo si se trata de otro acto del empleador que implique ese trato), según la cual al reclamante le basta con
aportar con la denuncia de la conducta discriminatoria, indicios suficientes acerca de ese comportamiento ilícito
(la discriminación, no el despido) del empleador, (15) será a éste a quien corresponde acreditar la existencia de
una causa que haya originado su decisión de despedir.
A partir de ese criterio, que es por otra parte el adoptado casi unánimemente por los tribunales inferiores,
incluyendo a la Suprema Corte de Buenos Aires, (16) bastará con la invocación de la víctima del supuesto acto
discriminatorio y el señalamiento de "indicios" para que se traslade la carga de la prueba al empleador, o lo que
es lo mismo, ya no podrá éste en ningún caso que se formulen esas condiciones —no demasiado exigentes y al
alcance de cualquiera que pretenda encontrar discriminación en una conducta del empleador— invocar la

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potestad de denuncia incausada, sino que asumirá —por imperio de esa doctrina procesal innovatoria— (17) la
obligación de probar la causa distinta de la alegada por el actor. Esto significa adoptar como regla la exigencia
de la causa en el despido, directiva que es la que recoge el Convenio 158 de la Organización Internacional del
Trabajo, elemento normativo no vinculante por la sencilla y suficiente razón de que no ha sido ratificado por la
República Argentina, circunstancia que no obstante, la Corte no computa como definitoria a los fines de la
aplicación de su directiva, creando de este modo una situación de inseguridad jurídica preocupante ya que al
prescindir de ese elemental dato, deja en manos de los jueces la posibilidad de incorporar como derecho vigente
reglas que según la Constitución Nacional deben ser establecidas por el legislador.
De ese modo aparece otro motivo para afirmar, como lo hice, que ha desaparecido la figura del despido
incausado prevista en la ley (art. 245 LCT), desaparición operada por vía judicial. En efecto según el voto de la
mayoría en "Alvarez" "aun cuando la República no ha ratificado el Convenio N° 158 sobre la terminación de la
relación de trabajo (OIT, 1982) ... el mentado Comité (se refiere al Comité de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales, creado por el PIDESC) no ha dejado de considerar que los alcances del derecho al trabajo del
PIDESC son determinables a la luz del instrumento citado, al menos en cuanto impone, en particular la
necesidad de ofrecer motivos válidos para el despido". (18) Con esto se redondea la postura y se reafirma que
siempre, para despedir, debe mediar alguna causa ("motivo válido"). Siempre, quiere decir, siempre que se
muestre un indicio de discriminación. (19) No es demasiada exigencia.
Esta conclusión que no puede ser tachada de exagerada conociendo el mecanismo de los planteos judiciales,
es la consecuencia a la que aludía en renglones precedentes y es seguramente lo que han tenido en cuenta,
prudentemente, los jueces que forman el voto en minoría en el caso "Alvarez" manteniendo la posición disidente
en "Cejas".
Pero para marcar más crudamente la gravedad de los errores incurridos en estos fallos, debo destacar que al
invocar el Convenio 158 y considerarlo obligatorio debía haberse procedido con lógica jurídica acerca de la
integridad del documento en el cual —aparte de la exigencia de justificación del despido— se admite que la
sanción del acto considerado ilícito sea por la vía de la nulidad y la reinstalación pero cuando no estuviera
autorizado esto por la legislación o la práctica, proceda el pago de una indemnización razonable (art. 10),
alternativa que el fallo que comento omite al transcribir expresiones sueltas sacándolas del contesto de la norma,
como sucede en el considerando 7°, segundo párrafo in fine.
La afirmación de que con estos fallos ha sido eliminada la posibilidad del despido sin causa —aceptado en
la ley y la interpretación jurisprudencial que incluye a la de la Corte Suprema según lo he destacado— se
entiende si se considera que para poder eludir la condena de reinstalación debe el empleador demostrar la causa
distinta de la que indiciariamente se prueba como discriminatoria. Si no acredita la causa, debe reinstalar pero si
acredita la causa puede ser condenado al pago de la indemnización que establece el art. 245 de la LCT (t.o.
1976) (Adla, XXXVI-B, 1175) si se considera que esa causa no es justa en los términos del art. 242 de ese
cuerpo legal. O sea que siempre debe probar una causa sea para salvar la reinstalación, sea para pagar la
indemnización. La única forma de poner fin al contrato por decisión del empleado es despedir y probar la justa
causa. Esta es la conclusión que deriva de esta jurisprudencia avanzada: siempre hay que probar una causa y se
verá si es justa o no, pero no puede prescindirse de esa prueba. Con esto se modifica de manera solemne pero no
menos arbitraria, una norma que compone un sistema que la Constitución Nacional admite expresamente al
distinguir las garantías válidas en ámbitos diversos: el público y el privado. Esto no es derecho del trabajo sino
constitucional y de allí mi salvedad acerca de mi limitación.
En fin, como se observa, la cuestión no se aclara y mucho menos se define a nivel constitucional, ni con la
invocación parcial de un convenio no ratificado, ni con antecedentes del derecho comparado, ni con mención
fragmentada de un fallo ejemplar como "Madorrán".
Especial para La Ley. Derechos reservados (Ley 11.723)
(1) Una observación de interés está referida a que en todos estos casos en que la Corte ha tenido ocasión de
conocer por vía del recurso extraordinario lo ha hecho admitiendo que la ley 23.592 posee carácter federal
(Fallos 322:3578; 324:392, entre otros) dado que se ha entendido que es reglamentaria directa del art. 16 de la
Constitución Nacional. Como en estos litigios se había puesto en tela de juicio la inteligencia de sus normas y la
decisión cuestionada fue contraria al derecho que el recurrente fundó en ella, resultaba procedente el recurso.
(2) Fallos 273:87; DT, 1969-159.
(3) Sobre la autonomía del derecho del trabajo puede verse "Reflexiones sobre la autonomía del Derecho
del Trabajo" en Anuario de la Asociación Argentina de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, ed.
Rubinzal-Culzoni, 2010, p. 309.
(4) BIDART CAMPOS, "Tratado elemental...", pp. 235 y 255.
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(5) CASTORINA DE TARQUINI, "Supremacía de la Constitución" en "Derecho constitucional de la


reforma de 1994", t. I, pp. 157 y 166.
(6) SAGUES, citado por CASTORINA DE TARQUINI, ob. cit. 157.
(7) Situación que se analiza claramente en los votos de la minoría del fallo "Alvarez".
(8) Si bien sostuve en su momento la inaplicabilidad de la ley 23.592 a las relaciones del trabajo por las
razones que entonces expliqué, acepto la conclusión unánime contraria, sin perjuicio de no participar de las
consecuencias de esa proyección de la ley común al ámbito del contrato de trabajo, tal como lo explico en el
texto.
(9) VALDÉS DAL RE, Fernando, "Los derechos fundamentales de la persona del trabajador", Libro de
Informes Generales del XVII Congreso Mundial de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Montevideo,
2003.
(10) Un desarrollo más extenso acerca de este tema bajo el rótulo de "modulación de los derechos
fundamentales", puede verse en "Derechos fundamentales y relaciones del trabajo", Astrea, 2007, pp. 125 y ss.
(11) Y también lo hace el Proyecto de Código Civil y Comercial donde se contempla la excepción a la
restitución de la situación anterior al hecho dañoso en el art. 1740.
(12) "De Luca c. Banco Francés", y más recientemente "Madorrán".
(13) "García Rams y Herrera" (Fallos 212:251); "Cerámica San Lorenzo" (Fallos 307:1094). Conf. María
Angélica Gelli, "Constitución de la Nación Argentina. Comentada y concordada", La Ley, 4ª ed., 2008, t. II, p.
559.
(14) Conferencia del doctor Lorenzetti en el III Congreso de Derecho y la Economía de la Innovación y la
integración social" (29/30 de marzo 2010).
(15) Esta regla ha sido aprobada por la Corte Suprema en su sentencia "Pellicori, Liliana c. Colegio Público
de Abogados", de fecha 15/11/11 en DT, 2011, p. 3231.
(16) Sentencia del 22 de diciembre de 2010 en autos "Villalba, Franco R. c. The Value Brands Company de
Argentina", voto de la jueza Kogan invocando jurisprudencia y doctrina españolas, considerando 6°.
(17) Este calificativo resulta apropiado si se tiene presente que la inversión de la carga de la prueba que se
produce a partir del esquema señalado, puede resultar afectando un principio elemental del derecho procesal
reglamentario de la garantía de defensa en juicio, ya que la doctrina de la prueba dinámica significa marginar el
principio de inocencia mientras no se demuestre la culpabilidad del acusado, principio que si bien es originario
del derecho penal aparece trasladado por la doctrina al ámbito civil. Al respecto véase RAMÍREZ BOSCO, Luis
A., "La utilización de la jurisprudencia internacional" en "Fuentes del Derecho del Trabajo", Astrea, 2013, ob.
cit. t. II, con cita de GOZAÍNI, Osvaldo A., "Derecho procesal constitucional. El debido proceso", Santa Fe,
2004, pp. 60/2. Por lo demás, la extensión del principio de inocencia a los casos comunes (no penales) surge del
pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derecho Humanos en el caso "Paniagua Morales" del 8/3/98 y
en "Aguirre Roca, Rey Terry y Revoredo Marsano c. Perú" del 31/1/01.
(18) Aquí tenemos otra cuestión debatible cual es la de la obligatoriedad por parte de los Estados miembros
de esas "observaciones generales" de una comisión cuyas funciones y atribuciones no parecen incluirla (arts. 31
y ss. del PIDESC).
(19) Sentencia "Pellicori", citada.

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Fallo comentado: Corte Suprema de Justicia de la Nación ~ 2013-03-26 ~ Cejas, Adrián Enrique c. Fate S.A. s/juicio sumarísimo

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