El Filósofo Como Buen Preguntón

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El filósofo como buen preguntón

Ante todo aclaremos que es un problema, cómo se presenta y cuándo es


filosófico.

Consideramos problema cualquier situación que se nos plantea como una


dificultad a superar, como una incógnita que tenemos que resolver o como un
escollo que debemos sortear para lograr un objetivo.

Los problemas serán, entonces, los motivos para una búsqueda


inteligente de soluciones. Si no los tuviésemos no observaríamos nuestro
entorno guiados por el interés de resolverlos, no ajustaríamos nuestras
conductas para facilitar la captación de los datos relevantes, no alteraríamos
nuestro comportamiento al compás de nuestros descubrimientos. Están, por
consiguiente, en el comienzo de cualquier investigación.

La formulación de los problemas se hace por medio de preguntas y son


ellas las que condiciona las respuestas. La agudeza de la interrogación y la
precisión en la expresión posibilitan en cada caso respuestas satisfactorias.

[...] los problemas se dan en un marco conceptual, aunque más no sea


en relación al vocabulario de la pregunta y en muchos casos se cuentan con
presupuestos no explícitos.

Ya que nos vamos a ocupar de los problemas filosóficos, sólo acotaremos que
los problemas científicos se plantean en el contexto de determinada ciencia,
aplican los métodos correspondientes y son de índole exclusivamente teórica o
de aplicación técnica. Son dependientes del momento histórico en que se
plantean, tanto en su origen, como en su formulación y medios de resolución
(...).

En cuanto a los problemas filosóficos, empezaremos rastreando las


preguntas que se han formulado filósofos de distintas épocas: “¿Por qué
sucediendo muchas cosas adversas a los varones buenos decimos que al que
lo es no lo puede suceder cosa mala?” pregunta Séneca en el trabajo sobre La
Divina Providencia que le dedica a Lucilo. “¿Quién es desdichado porque sólo
tiene una boca?” y “¿Quién no lo sería si tuviera sólo un ojo? Se pregunta
Pascal en la Sección VI de sus Pensamientos.

Tratemos de establecer la diferencia entre estos problemas y los científicos.

En primer lugar son problemas que tratan de determinar los supuestos,


que se interrelacionan con una serie de preguntas posibles y que no
necesariamente han de responderse en un contexto predeterminado (...).

Adoptar supuestos, dar sentido, establecer criterios, justificar tomas de


posición, son actitudes típicamente filosóficas.
De esta manera también podemos encontrar que ningún problema deja
de ser filosófico. Cualquier tema puede ser específico a condición de que se
plantee hasta sus últimas consecuencias, con total apertura y sentido crítico,
apelando la razón en todo lo que ella pueda aportar, como esfuerzo teórico
extremo.

[...] Aprender filosofía será conocer soluciones históricamente dadas


pero aprender a filosofar significa aprender a cuestionar y a cuestionarse,
encontrar el núcleo problemático cuando se lee un texto ajeno y abrir todo el
abanico de preguntas personales que nos sugiere su lectura, inventar posibles
respuestas para entender de otra manera las soluciones ya propuestas,
disolver las preguntas que por su ambigüedad o vaguedad no se está en
condiciones de responder.

No todas las preguntas que formulemos serán filosóficas muchas derivarán a


un contexto científico, pero eso no les restará fecundidad y nos aclararán las
interrelaciones naturalmente necesarias entre ciencia y filosofía (...)

Seguirá vigente la afirmación de que niños, mujeres y aún locos, según


dice Jaspers, son siempre buenos filósofos. Unos y otros tienen curiosidades
fundamentales, perplejidades sin resolver y en los niños y en los locos cabe
agregar el desprejuicio que les permite manifestarlas sin inhibiciones. Todas
estas características indispensables del buen preguntón.

Selección del texto: El filósofo como buen preguntón. Esther F. A.


de Martínez, en Filosofía Viva.

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