Formas y Estrategias Familiares en La Sociedad Colonial - RICARDO CICERCHIA

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Formas y estrategias familiares en la sociedad colonial - RICARDO CICERCHIA

En la sociedad colonial hispanoamericana, la familia era considerada como la columna


vertebral de todo el armazón social, y un elemento central en la dinámica de las redes sociales
hegemónicas. La divulgación y promoción del matrimonio y de la familia como unión
consagrada fue una de las principales preocupaciones del Estado y de la Iglesia. La Iglesia
vigilaba y controlaba los aspectos morales y culturales del matrimonio, de las relaciones
intrafamiliares y aun de sus bienes. Los tribunales eclesiásticos fueron, hasta avanzado el siglo
XVIII, poder absoluto y exclusivo en tales asuntos.
Sin embargo, en la práctica, la existencia de una parte considerable de
la sociedad colonial que no seguía estas convenciones es la evidencia de cierta coexistencia de
diferentes modelos familiares y de los matices sociales. Durante el Medievo tardío la Iglesia
Católica decidió emprender una profunda reforma para purificar la sociedad entera.
La moral matrimonial predicada se ajustaba a tres preceptos:
monogamia, exogamia y represión del placer. Así, el vínculo quedaba establecido según las
"leyes del mundo". En el Nuevo Mundo este modelo familiar seguía manteniendo su carácter
monogámico y patrilineal, combinando, en teoría, la tradición medieval con una detallada
discriminación cromática. Las Leyes de Indias hicieron referencia explícita al matrimonio de
indios y africanos. Mientras que para los primeros disponía la libertad absoluta en materia
nupcial, para la población de color se recomendaba mantener la endogamia étnica. Desde
finales del siglo XVI, las regulaciones respondieron inequívocamente.
El matrimonio como institución creaba tanto una
sociedad económica como una alianza política entre familias y grupos de parentesco. Esta
unión edificaba lazos y relaciones de vital importancia para el funcionamiento social de los
dominios españoles. En otras palabras, el matrimonio fue uno de los dispositivos más efectivos
para la transferencia de la propiedad y la distribución del poder.
Las estrategias matrimoniales, en
particular, constituyeron un campo fundamental de negociación social capaz de otorgar
márgenes de beneficios aprovechando los fallos y desajustes de la propia dinámica social. En la
América colonial, por medio del matrimonio, se elaboraron complejas tramas y redes que
favorecieron el control de los mecanismos de poder locales y regionales. Para las elites, el
mecanismo producía que un alto número de peninsulares accediera a una posición de prestigio
mediante el casamiento con las hijas de sus pares, transformándose ellos mismos a su vez en
personajes hidalgos y sosteniendo la continuidad de la empresa familiar.
Para el mundo colonial,
el trasfondo español, la Iglesia Católica y las leyes de Indias con respecto al carácter del
matrimonio, los mecanismos hereditarios y la filiación ejercieron una notable influencia. Sin
embargo, para las poblaciones indígenas eran importantes su propias costumbres y valores
comunitarios, así como las tradiciones vinculadas a la economía rural que desarrollaban. Y es
cierto también que las tradiciones africanas relacionadas con las uniones consensuales, el
parentesco ritual y la circulación de menores ejercieron un impacto en las formas familiares de
la comunidad negra y mulata. Para estos sectores populares las pautas de comportamiento
alternativas al modelo familiar hegemónico demuestran un grado de alteridad con alto grado
de permisibilidad social. Su función estabilizadora no fue desconocida por el poder. La certeza
de que los diferentes grupos étnicos representaron diversas escenas familiares a comienzos
del siglo XIX implica entonces la evidencia de prácticas familiares alternativas autorizadas
socialmente, cierta desobediencia natural a la autoridad, y la continuidad de patrones
culturales preexistentes en permanente tensión y adaptación con el nuevo medio colonial
mercantil.

LOS SEÑORES DE LA GUERRA: CASA POBLADA Y HERENCIA

n el comienzo de la conquista las costumbres y las leyes españolas permitían uniones sexuales
no formalizadas, cuyos hijos, también sujetos de derecho, eran denominados "naturales".
Los señores de la guerra en la conquista dieron una importancia central a la
transmisión de sus bienes, honra y fama. La descendencia fue la preocupación de aquellos
protagonistas. Aparece claramente el deseo de "perseverar" en la tierra. La familia deseada
incluía como consecuencia un abultado número de hijos para poder aspirar a la casa poblada.
El alto número de ilegítimos, la mayor parte de ellos mestizos, mostraba las consecuencias de
la guerra de una primera etapa violenta y desordenada en la cual las relaciones familiares
respondieron más a las circunstancias que a los cánones. El problema de la sucesión entre
mestizos legítimos y blancos de madre española y el mayor número de hijas que de hijos,
obligó a la búsqueda de adecuadas relaciones matrimoniales que potenciaron la endogamia
como estrategia de conservación o supervivencia del grupo.
Por este mismo proceso puede deducirse que el hecho
de ser mestizo no era considerado un estigma. La ilegitimidad, en cambio, en la medida que
dependía de la decisión personal del padre (reconocer o no a sus descendientes mestizos), sí
se nos presenta como un demérito de importantes efectos sociales. En realidad, durante la
primera época, el trato que recibieron estos hijos mestizos de los primeros conquistadores por
parte de estos mismos y por el resto de la sociedad colonial fue el que les correspondía como
tales hijos herederos. La crianza y la educación en este imaginario familiar fue una de las
responsabilidades más importantes de sus padres y, seguramente, la actividad principal de sus
madres. No así en el caso de madres indígenas, pues, salvo raras excepciones, buena parte de
los niños mestizos fueron separados de sus madres y colocados en hogares españoles para su
crianza. Otros descendientes fueron enviados a España para su formación. De hecho, la
educación que recibieron fue superior a la de sus antecesores

TRADICIONES PREHISPÁNICAS

Los estudios de las tradiciones indígenas parecen sugerir que, con excepción de ciertos
miembros privilegiados de la sociedad, el pueblo seguía un comportamiento de estricta
monogamia. Las mujeres estaban sometidas a sus padres y luego a sus esposos. Se esperaba
que llegaran vírgenes al matrimonio, el adulterio era castigado y las mujeres podían ser
rechazadas por sus maridos. Entre los rasgos excepcionales de las comunidades, figura la
posibilidad de casamiento para los viudos y viudas. Incluso las viudas jóvenes se casaban con
varones solteros con la misma frecuencia con que los viudos se casaban con mujeres solteras.
Indirectamente, este fenómeno confirma que las mujeres indígenas poseyeron cierto control
sobre los recursos, lo que les daba mayor poder en el mercado matrimonial.
Aunque el divorcio acaso produjera hogares dirigidos por mujeres, y
ciertamente mujeres con una importante cuota de independencia, todas las comunidades
parecen haber tenido un gran respeto a la ley y al ritual matrimonial. Por fuera de la
comunidad, el mestizaje, fracaso de la política de segregación, sigue en marcha y se acentúa
durante el siglo XVIII. El notable incremento de los mestizos es correlativo a la disminución de
los grupos indígenas. A mediados de esta centuria la cantidad de indios sigue en baja. El
visitador Gálvez permite en Nueva España, por ejemplo, que españoles y mestizos se radiquen
entre las comunidades. Sin embargo, los criterios tradicionales siguieron procurando que las
leyes de segregación (La segregación racial consiste en la separación de distintos grupos
raciales en la vida diaria) se cumplieran.

LA COMUNIDAD AFROAMERICANA

Las tendencias que aspiraban a integrar al nativo alcanzan mucho menor fuerza para los
afroamericanos. Las pautas de casamiento y procreación entre las tribus de África occidental
incluían la poligamia, una insistencia en la familia o el linaje extenso, y en un rol sumamente
independiente para las mujeres dentro de sus familias individuales. El excedente de varones
europeos blancos y de varones africanos negros era tal que las uniones interraciales fueron
casi una necesidad, si estos varones querían procrear. El derecho canónico estaba
marcadamente en favor de la libertad de matrimonio entre los fieles, y no establecía nada en
contra de las uniones interraciales.
Si el matrimonio entre grupos étnicos diferentes fue un
problema, la corona identificó como un delito más grave al concubinato interracial. El
concubinato afro-indio era perseguido por todos los medios, aun los más brutales. En algunas
ciudades virreinales, el negro de la pareja (las más de las veces el varón) era castigado con la
castración. Tales percepciones culturales y normativas sobre los matrimonios interraciales y los
hijos de tales uniones derivan del concepto de "limpieza de sangre", que había cobrado
relevancia en España a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, y que rápidamente se
expandió en América. Esta idea sostenía que las castas necesariamente eran de personas
menos dignas que los españoles de "pura sangre". La corona siguió una política de segregación
para mantener a los españoles limpios de sangre oscura y para proteger a los indios de la
influencia maligna de las castas. El mundo
blanco se hallaba culturalmente separado del de los individuos de castas, con excepción de la
cercanía que producían los servicios domésticos prestados por éstos. Sin embargo, algunos
grupos profesionales de clase popular, como los batallones de pardos y morenos, los artesanos
y los servidores urbanos, comenzaron a dar cuenta de una interacción capaz de desafiar las
fronteras legales y morales que condenaban a los afroamericanos a la marginación. Ya durante
las últimas décadas de dominación colonial algunas disposiciones reales habilitaron a
determinadas gentes de color para ejercer cargos honoríficos en atención a sus méritos y
existieron audiencias y cabildos indianos que retocaron las ordenanzas gremiales para abrir a
las castas la práctica de los oficios y los obradores. En el marco de este desarrollo, existió de
todos modos una marginación de los negros e individuos de castas del círculo matrimonial de
los españoles y aun de los naturales. El patrón racial y moral con que fueron medidos los
descendientes de las uniones mixtas fue más riguroso respecto de los mulatos que de los
mestizos.

HACIA LA CIUDAD SECULAR

La normativa y las costumbres españolas desembarcaron en el Nuevo Mundo, acompañando


las prescripciones del Concilio de Trento, que adoptaron una línea más rigurosa en favor del
sacramento matrimonial y en contra del concubinato.
El matrimonio en las clases acomodadas era un medio de conservación de las
jerarquías sociales. En él convergían algo de elección personal, según el propio mandato de la
Iglesia, y fundamentalmente los intereses familiares. Los miembros de las elites y de las capas
medias solían casarse dentro de su grupo. Este modelo endogámico y de sesgo patriarcal
encerraba un problema congénito: la lucha generacional. La obligatoriedad del consentimiento
paterno para la formalización de los matrimonios de menores de 25 años evidencia la
intención del Estado de ampliar su jurisdicción sobre los asuntos familiares, recortando las
atribuciones hasta entonces exclusivas de la Iglesia. En teoría, la secularización de las
relaciones familiares se apoyaba en el reforzamiento de la autoridad del páter, creando un
ámbito doméstico de poderes absolutos libre de miradas exteriores. Sin embargo, dado que el
objetivo de tal negociación era el mantenimiento del orden social, aquellos incidentes que lo
alteraban se instalaban automáticamente en la órbita de lo público

LA VIDA MARIDABLE

La corresidencia es uno de los rasgos de sistemas familiares patriarcales: como estrategia de


consolidación de las relaciones familiares y como garantía de orden social. En las elites, esta
estrategia fue muy funcional a los intereses empresarios familiares. En las clases populares, sin
embargo, las familias extensas corresidentes parecen haber sido más que extraordinarias. Si
bien la estructura familiar determina patrones de conducta diferentes porque entre otras
cosas anuncia "continentes" familiares disímiles, el tamaño de la familia en ambos casos
sugiere la "voluntad general" por constituir familias pequeñas.
Para el siglo XVIII, América Latina en su conjunto presenta la peculiaridad de
altos porcentajes de mujeres jefas de hogar, en comparación con los datos europeos. En el
caso de los territorios argentinos, aunque las cifras son parciales y más representativas de las
áreas urbanas, el porcentaje de jefaturas femeninas ronda el 22%. La estructura mercantil del
país, la violencia política y las diferencias de edad entre los cónyuges son las determinantes de
tal fenómeno social. Mujeres solteras, separadas, abandonadas o viudas adquieren
paradójicamente en los fríos números censales una visibilidad, hoy por hoy, inocultable. Estas
imágenes tan modernas de las formas familiares de nuestros antepasados correspondieron a
valores también transgresores de ese espíritu barroco que aún imperaba en la sociedad.
Las formas de vivir de la familia son un aspecto central de la mentalidad de una época.
En ellas, se expresan las normas que regulan la transmisión de riquezas, los ordenadores de la
actividad sexual, las pautas morales y éticas que dominan las relaciones entre los géneros, los
hábitos y estrategias sociales. El instrumental mental de los actores procesa los mensajes
prescriptivos de coerción con las necesidades y expectativas familiares.

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