Cuento El Regreso 8vo
Cuento El Regreso 8vo
Cuento El Regreso 8vo
Para lograrlo,
leerás un cuento y analizarás sus aspectos más relevantes. OA 3
Luego,
Antes de leer lee la“El
el relato información que se presenta
regreso”, observa en la que
las imágenes página 92 sobre
ilustran la autora
el cuento delpáginas
en las relato. 94 a la
100 de tu libro de lenguaje.
Ubica el cuento “El regreso”, presente en las páginas 94 a 100 de tu libro de lenguaje. Lee el texto
desde la página 94 a la 97.
Evaluación de la clase
Lee y responde las siguientes preguntas sobre la lectura central de esta clase. Anota la
alternativa correcta en tu cuaderno.
¿Por qué el hombre siente que debe terminar con las imágenes que ve?
3 Alegría.
Calma.
Felicidad.
Tensión.
bási
co
Subunidad3Caminos extraños
Conocerás temas y estrategias para leer el cuento «El regreso», de Marjory E. Lambe.
Concepto clave
La historia que leerás en esta sección también se
relaciona con un crimen. En este caso, sin
embargo, no se busca intrigar al lector con su
resolución, sino producir un efecto de miedo.
Un elemento de la narración que ayuda a
generar este efecto es el ambiente. El autor crea
un ambiente en el que cobra particular
importancia lo que no se ve. El lector, por su
parte, percibe
que hay algo más, algo amenazante que no aparece
completamente, pero que está ahí.
Observa la imagen y comenta:
• ¿Qué sonidos, olores y sensaciones crees que
podrías experimentar en ese lugar?
• ¿Cómo podrías crear ese ambiente
mediante el lenguaje?
Sobre la autora
Marjory E. Lambe es uno de los seudónimos que usó la escritora inglesa Gladys Gordon
Trenery (1885-1938), autora de relatos de terror y ciencia ficción. Gordon Trenery publicó
varios de sus cuentos en Weird Tales, considerada una de las revistas de fantasía más
importantes e influyentes de todos los tiempos. En otros trabajos firmó como G. G.
Pendarves.
• ¿Qué elementos comunes reconoces en los dos géneros que cultivó esta autora?
2
Estrategia de lectura
Un recurso narrativo que ayuda a crear suspenso y misterio es dosificar la cantidad de información que se
entrega al lector. El narrador no describe el ambiente ni las acciones en detalle, sino que entrega pistas, es decir,
señales o indicios que permiten inferir e imaginar la situación completa. Por ejemplo:
¿qué pasa en el siguiente fragmento del cuento «El regreso»?
«Los fósforos se negaron a encenderse con esos dedos temblorosos, pero Imagina la situación
conocía tan bien el camino que podía llegar a tientas hasta la escalera, completa a partir de las
valiéndose de la pared». pistas que te da el texto.
Vocabulario en contexto
Las siguientes palabras aparecen en el cuento.
¿Las conoces?, ¿qué te hacen imaginar?
gemido • gruñido • susurro • chirrido
rugido • crujido • aullido
1 En grupos de tres o cuatro personas comenten su
comprensión de las palabras anteriores e imiten los
sonidos correspondientes.
2 ¿Qué intensidad tienen los distintos sonidos?
Ordénenlos de menor a mayor.
3 Comenten: ¿cómo será un ambiente en el que se
producen estos sonidos?
El
regreso
Marjory E. Lambe
mal habida: obtenida
de manera incorrecta,
Una noche salvaje, con viento y lluvia implacables. Viento que
mediante trampa
o delito. tiraba del cabello y de la ropa con dedos impetuosos y glaciales;
lluvia
inquisitiva:
que azotaba, empujaba y gemía, como ese gruñido que había sido
examinadora, curiosa.
acallado dos añ os antes.
abatir: derribar, hacer ¡Có mo había gemido el viejo! Sorprendido en el momento en
caer sin vida.
que devolvía sus ganancias mal habidas a su escondite, é l, que
yacer: estar enterrado. había sido siempre tan pobre que no podía permitirse pagar un
sueldo de supervivencia a sus sirvientes, ni una educació n para su
hijo. ¡Atrapado, rodeado de su riqueza, que mostraba sus
mentiras!
El hombre, que regresaba a grandes zancadas a la sombría
casa anudada entre los á rboles, apretó los dientes, en un gesto
de amenazadora y feroz resolució n. Hacía dos añ os que esa
riqueza permanecía allí, inú til y, sin embargo, a salvo de miradas
inquisitivas. Solo él, cuya mano lo había abatido, conocía el secreto
1 ¿Qué le susurraban
del escondite y, ahora que la sospecha se había desvanecido y que
los árboles al
hombre?
las autoridades estaban tranquilas —sí, tan tranquilas como esa
¿Por qué crees que cosa que yacía en el cementerio—, podía regresar y buscar en paz el
el narrador no tesoro que le pertenecía por derecho.
explicita cuál es esa ¿Por derecho? Bueno, claro: existía también el hijo del viejo, pero su
palabra? imagen era débil como una sombra, en la mente del asesino del padre.
¡Asesinato! ¡Có mo se aferraba la palabra! Los propios á rboles parecían
susurrarle a su paso. Una palabra horrible para un acto horrible. 1
94 Unidad 2: ¿Qué hacemos frente a un enigma?
Unidad
2
No era agradable, ni siquiera ahora, la idea de entrar en esa
casa cerrada, alejada del pueblo, de abrirse camino hacia la gran
y sombría estancia donde el viejo había gemido antes de que la amortiguado:
expresió n de horror en sus ojos se convirtiera en asombro y luego… suavizado, aminorado.
en terror ciego.
Bajó el sombrero sobre los ojos y prosiguió su camino, con
las manos hundidas hasta el fondo de los bolsillos y el sonido
de sus botas amortiguado por el fango hasta que el viento lo
ahogó por completo.
Observa el dibujo:
¿te parece que
existe alguna
relación entre los
colores
y la atmósfera
del relato?
Lengua y Literatura 8° básico 95
Subunidad 3 Caminos extraños
Tras una oscura curva del camino, las luces del pueblo brillaron,
vacilar: titubear, dudar.
borrosas por la lluvia. Se dijo que era imposible que lo reconocieran;
despectivo:
no obstante, al acercarse a la alegre entrada del Caballo Blanco,
despreciativo, que mira
vaciló un momento.
en menos.
El cansancio físico y la tensió n nerviosa le hacían desear
obsequioso: rendido,
intensamente una copa de aguardiente, de ese que quema la
dispuesto a hacer su
garganta y las entrañ as, una copa que lo alegraría y lo ayudaría
voluntad.
a acallar esa voz que le gritaba en la oscuridad. Ademá s, hacía
libra: unidad monetaria
un momento le pareció ver el pá lido rostro de un anciano,
del Reino Unido.
mirá ndolo de hito en hito detrá s del tronco de un á rbol al borde
júbilo: alegría del camino. Tenía que ahogar esas imaginaciones, y
manifiesta.
rá pidamente.
calina: partículas Despué s de todo, habían transcurrido dos añ os. Solo había dos
en suspensión que sirvientes en la casa: él y Benjamín Strong, el jardinero. Cuando él huyó
dificultan la visibilidad.
del país, el anciano jardinero era casi tan viejo como su amo; había
avaricioso: roñoso, diez probabilidades contra una de que él también hubiese muerto ya.
miserable.
Por tanto, no había nadie a quien temer, salvo al hijo, y a él lo descartó
encogiendo los hombros con gesto despectivo.
El hijo había sido una sombra toda la vida, obsequioso ante el
menor de los caprichos del viejo; seguramente, hacía mucho
tiempo que se habría marchado del pueblo. No podría haber
mantenido esa enorme casa con solo cien libras anuales,
que fue lo ú nico que le dejó el viejo.
Se felicitó nuevamente por la astucia que lo indujo a
mover el cuerpo hacia un lado y ocultar rá pidamente el
dinero en el escondite. Aun si hubiesen vendido la casa,
el dinero se encontraría todavía allí. Nadie sabía nada de
ello, aparte de é l. É l era el ú nico ser vivo que conocía
su existencia.
El jú bilo le llenó el pecho, abrió la puerta del bar de
un empujó n y entró .
A travé s de la calina del humo del tabaco le pareció oír
su propia voz pidiendo brandy; tenía un tono que no se
parecía al suyo. Sonrió al apurar el alcohol y pidió má s.
No supo que la chica lo miraba de modo extrañ o, no
se dio cuenta de que la conversació n en el bar había
cesado cuando él entró y que varias miradas se fijaban
curiosamente en él. Pero sí supo que la chica tomó su
di lo arrojó descuidadamente en un cajó n abierto, y supo que el
ne humo del tabaco se había transformado en un viejo y
ro avaricioso rostro que le clavaba una astuta mirada y
y sonreía triunfalmente.
2
Los muebles permanecían en el mismo estado que aquella lejana
noche. Las sillas empujadas hacia atrá s, el mantel medio tirado
de la mesa y el mismísimo fiorero que había golpeado en el curso
de la lucha se encontraba en el suelo, hecho añ icos, con las fiores
muertas, secas, desparramadas en todas direcciones.
—Muerto —susurró y se atemorizó extrañ a y horriblemente.
El resorte junto a la chimenea estaba agarrotado, debido a la
falta de uso, pero por ú ltimo funcionó y los temores del hombre
desaparecieron momentá neamente al inclinarse sobre el cajó n
secreto. Sus dedos ardientes tantearon en el sombrío escondrijo y,
al fin, con un jadeo de trémula alegría, el hombre extrajo rollo tras trémula: nerviosa,
rollo de billetes, bolsa tras bolsa de monedas. temerosa.
—¡Cientos de libras! —su voz salió como un graznido—. ¡Cientos! graznido: chillido, grito
¡Y son todas mías! ¡Cientos de…! desafinado.
Repentinamente se calló , congelá ndose las palabras en sus exangüe: muerto,
labios. Oyó el crujir de una tabla, solo eso, pero supo, como si lo pálido, sin fuerza.
viese, socarrona: burlona.
que ese arrastrar de pies lo había seguido desde la avenida, a través
de
la ventana y escaleras arriba. Lo oía llegar lentamente por el pasillo.
Con un sollozo y un grito de asombro, dirigió la linterna hacia
la puerta que se abría lentamente y, cuando el arco blanco de la
luz iluminó el espacio abierto, vio un anciano rostro burló n que
lo miraba. El cabello blanco estaba manchado de sangre, la piel,
amarillenta sobre la cara esquelética, pero los labios exangü es
se estiraban en una mueca burlona de puro triunfo.
El viejo había regresado a cuidar su tesoro y, de pronto, su
miserable víctima supo que no había regresado por lo del
dinero. No era má s que el anzuelo para la trampa…
Los pasos arrastrados se acercaron y, con ellos, el rostro burló n;
fue entonces cuando algo se quebró en su mente. Un salvaje
aullido retumbó en la casa silenciosa, la linterna cayó al suelo y el
hombre se tambaleó hacia una oscuridad que parecía contener la
socarrona risa de unos demonios.
—¿Qué haremos con é l, señ or?
El hijo del anciano dirigió un vistazo despectivo a la figura
postrada a sus pies.
—Má s vale que se lo lleve, inspector. Acerque la vela. No está
muerto, ¿verdad?
—No, señ or. Yo diría que fue un ataque de locura. 4 4 ¿Qué pasó?, ¿quiénes
—¡Pobre diablo! Ya ha recibido suficiente castigo. En lo que a mí entran en la acción?
respecta, no me interesa lo que haga con é l. Me enseñ ó el camino
hacia el escondite secreto y eso era lo ú nico que quería.