(Alfredo Molano) FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DEL CONFLICTO ARMADO - Informe Comisión Histórica Del Conflicto y Sus Víctimas
(Alfredo Molano) FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DEL CONFLICTO ARMADO - Informe Comisión Histórica Del Conflicto y Sus Víctimas
(Alfredo Molano) FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DEL CONFLICTO ARMADO - Informe Comisión Histórica Del Conflicto y Sus Víctimas
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………1
I. PROSPERIDAD A DEBE………………………………………………………...3
1. El indio Quintín Lame………………………………………………………...5
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………..56
ÍNDICE…………………………………………………………………………….58
FRAGMENTOS DE LA HISTORIA DEL CONFLICTO ARMADO (1920-2010)
Afredo Molano Bravo
INTRODUCCIÓN
El conflicto armado comienza con la Violencia. Y la Violencia está asociada a dos factores
originarios que se influyen mutuamente: el control sobre la tierra y sobre el Estado, sobre
todo a partir de la subida del precio del café, y los presupuestos de gastos de los gobiernos
aumentan considerablemente. El telón de fondo es el enriquecimiento desbordado de EE.
UU. después de la Primera Guerra Mundial.
El liberalismo, en el poder a partir del año 30, trató de ganarse la fuerza pública para
imponer en algunas regiones su mayoría electoral o para defenderla. Los conservadores no
estaban dispuestos a perder en las urnas lo que habían ganado con las armas en la Guerra de
los Mil Días. Usaron las dos formas y añadieron una tercera muy poderosa: la fuerza de la
Iglesia católica. El liberalismo apeló a encabezar luchas agrarias como apoyo político. El
Partido Comunista tomó el mismo camino. De tal suerte que armas, presupuesto nacional,
ideología y tierra, es decir, todas las formas de lucha, se convirtieron en la mezcla explosiva
que llamamos La Violencia –1925 y 1955–. Gaitán representó las aspiraciones populares y
Laureano Gómez las del Establecimiento. Entre esas fuerzas el choque era inevitable.
El Partido Conservador se propuso inhibir por medio del terror al liberalismo para
recuperar el poder. El campo fue el campo de batalla: las zonas liberales o comunistas
fueron atacadas por organizaciones campesinas armadas por el Gobierno, los políticos y los
terratenientes con el respaldo militante de la Iglesia y de sectores de la fuerza pública. El
asesinato de Gaitán desbordó tanto la estrategia conservadora como la liberal. Fue la guerra
civil no declarada. El Gobierno se atrincheró en el poder, y el Partido Liberal, acéfalo, trató
de defenderse con guerrillas oscilando siempre entre las urnas y las armas. Rojas fue el
árbitro elegido por la mayoría de las fuerzas en contienda para enfrentar la amenaza de una
guerra civil declarada por las organizaciones guerrilleras.
Con Rojas y el Frente Nacional el manejo del presupuesto se compartió, las Fuerzas
Armadas cayeron definitivamente bajo el dominio de EE. UU. con la doctrina de la
Seguridad Nacional; la Iglesia tomó distancia del poder político a instancias del Concilio
Vaticano II y las luchas campesinas buscaron ser neutralizadas con la reforma agraria. La
ilegalización del Partido Comunista con Rojas y su exclusión total del poder bajo el Frente
Nacional de un lado, y los vientos revolucionarios que soplan desde Cuba, por otro, tornan
social el carácter de las luchas guerrilleras que subsisten desde los años 60.
En esta coyuntura aparecieron los cultivos ilícitos que cumplirían un papel similar al jugado
por el café: precios rentables, mercado seguro, crédito y transporte barato. Los colonos
conocieron sus mejores días cuando se desplomó el Pacto Mundial del Café y el desempleo
cundió en campos y ciudades. Las economía de enclave, banano y petróleo se tornaron, con
la coca y el ganado, en los ejes de la economía nacional. La mayoría de estas fuentes de
riqueza estaban en zonas de colonización. La fuerza pública se mostró incapaz de controlar
el movimiento guerrillero y apeló a fomentar el paramilitarismo en colaboración con los
intereses afectados por la insurrección. Al mismo tiempo, y por la misma razón, los
gobiernos buscaron negociaciones de paz. Del intento de Belisario surgió la Unión Patriota,
que fue exterminada en pocos años. Las guerrillas aparecieron como la fuerza de la
oposición al sistema y lograron armar 20.000 unidades militares y tocar los límites de
transformar la guerra de guerrillas en guerra irregular. La respuesta fue el Plan Colombia,
financiado por EE. UU., que armó la fuerza pública de nueva tecnología militar y acrecentó
el número de efectivos. La Seguridad Democrática decretó la guerra muerte e involucró al
paramilitarismo como brazo armado de las fuerzas oficiales.
El largo camino de sangre que comenzó a recorrer el país desde los años 20 no podrá
desembocar en una paz estable mientras todas las fuerzas involucradas no renuncien
definitivamente a la combinación de todas las formas de lucha a favor de la lucha civil e
independiente del tutelaje militar de EE. UU.
I. PROSPERIDAD A DEBE
De la victoria militar contra Alemania, EE. UU. salió más rico. Le eran imperiosos nuevos
mercados. Durante los gobiernos de Pedro Nel Ospina y Abadía Méndez, entraron al país
US$280 millones. Entre 1922 y 1929 crecieron la red de ferrocarriles y el número de
fábricas. Fue la llamada por López Pumarejo «Prosperidad a debe». Creó una fuerte
migración a las ciudades, pues el jornal de obreros era 20 veces mayor que el campesino.
Los hacendados retenían la mano de obra por medio de la Policía o del endeudamiento
crónico. Las grandes inversiones estimularon la demanda de alimentos. El área cultivada se
duplicó. Con todo, Abadía Méndez debió promulgar la Ley de Emergencia para atender la
demanda interna y debilitar las presiones campesinas. El cultivo del café creció
vertiginosamente debido a que el precio se duplicó en ese lapso, lo que impulsó la
colonización campesina en tierras baldías y las tensiones en haciendas cuyos títulos de
propiedad eran precarios y donde los aparceros y arrendatarios exigían el derecho a cultivar
café en las tierras asignadas para pancoger o en las que consideraban baldíos. La cuestión
se agravó en 1926 con la sentencia de la Corte Suprema que obligaba a los hacendados a
presentar el título de propiedad en caso de litigio con sus trabajadores. Fue la llamada
«Prueba diabólica». En Cundinamarca, Valle del Cauca y Tolima hubo invasiones en 35
haciendas como argumento para acceder a cosechar, beneficiar y comercializar café. Hubo
enfrentamientos en Icononzo, Melgar, Cunday, Ibagué, Chaparral, El Líbano, en Tolima;
Viotá, El Colegio, Quipile, La Mesa, Fusagasugá, en Cundinamarca; huelga de cosecheros
en Rionegro, Santander; de arrendatarios en Huila, e invasiones en Valle. Al mismo tiempo,
la famosa Danza de los Millones y el mercado interior creado por la economía cafetera
jalonaron la industrialización y la creación de un sector obrero. Las luchas obreras eran
mutualistas y en especial de artesanos. En 1910 el Gobierno reconoció personería a cuatro
organizaciones y en 1917 a ocho. En 1919 hubo un congreso de 500 trabajadores del
Sindicato Central Obrero. El transporte por el río Magdalena y la ampliación de la red
ferroviaria permitieron las primeras huelgas, como la de los trabajadores del ferrocarril de
Girardot, a la que se sumaron los de la Sabana de Bogotá y organizaciones de la capital.
Quizá fue el primer ensayo de huelga general en el país. En el movimiento obrero
dominaron hasta 1945 los sindicatos ferroviarios y navieros, que influyeron en el campo al
llevar mensajes ideológicos distintos a los de los partidos tradicionales, originados en el III
Congreso Obrero Nacional en 1926, cuna del Partido Socialista Revolucionario (PSR),
fundado en 1928, que se transformó en 1930 en el Partido Comunista. Estallaron: en
Barrancabermeja los paros contra la Tropical Oil Company en 1924 y 1927, en 1926 la
huelga de braceros y ferroviarios del Magdalena en Girardot, y en 1928 la huelga bananera
contra la United Fruit Co. En 1930 ya había 99 sindicatos. Los nombres de María Cano,
Raúl Mahecha y Jorge Eliécer Gaitán se hicieron famosos y crearon un fermento
revolucionario que contribuyó a la caída de la Hegemonía Conservadora y a la fundación de
la República Liberal.
El desplome de la bolsa de Nueva York en 1929 arrastró las economías cafeteras de Brasil
y Colombia. Bajaron las exportaciones y el consumo en EE. UU. y el crédito externo
prácticamente desapareció. El presupuesto público se redujo en 1929 en 66 % y decayó el
gasto en obras públicas. Entonces, el gobierno de Olaya derogó la Ley de Emergencia,
declaró la moratoria de las deudas externa e interna y prohibió la circulación libre del oro.
El ritmo de industrialización se recuperó hacia 1934 por el afán de hacerle frente a la
reducción de exportaciones. Cuando se recuperaba el resuello, estalló el conflicto con Perú,
que se atendió con un empréstito interno de US$10 millones y uno de EE. UU. de US$17
millones. Fugaz paréntesis en la lucha por la tierra.
Con la bonanza cafetera, que duró 10 años, los campesinos tumbaban monte en baldíos para
abrir fincas y sembrar. La crisis de 1929 aceleró el proceso, sobre todo en Valle, Norte de
Santander y las zonas de colonización tardía como Quindío y el norte y el oriente de
Tolima. Hacia 1932 las fincas de menos de 12 hectáreas eran el 40 %. El conflictivo
dinamismo de la economía cafetera se afianzó sobre todo en Caldas, el sur de Antioquia y
el norte de Valle y Tolima, donde fue particularmente aguda la violencia en los años 50.
Olaya Herrera trató de mitigar el conflicto al comprar a los hacendados las tierras en litigio
y venderlas a crédito a los antiguos aparceros o arrendatarios. En 1936 se habían dividido
28 haciendas (17.000 hectáreas). Según el censo cafetero de 1932, el 98 % de las fincas
cafeteras eran pequeñas y sólo el 0,21 % tenían más de 100.000 árboles. En Cundinamarca,
en 1936, el 77 % de las fincas no llegaba a 10 fanegadas. En la segunda posguerra el área
sembrada subió el 40 % y el número de parcelaciones pasó de 38 en 1936 a 240 en 1940.
1. El indio Quintín Lame
Especial importancia tuvieron las luchas del indio Quintín Lame por la tierra y la identidad
indígena del pueblo páez o nasa. «El indio que no se dejó humillar de ninguna de las
autoridades, ni de los ricos» comenzó su lucha en Tierradentro en 1922 y la terminó en
Chaparral en 1945 con la creación del Resguardo del Gran Chaparral, que tuvo
organizaciones en Cauca, Nariño, Valle, Huila y Tolima. Fue considerado por los
gobiernos, tanto conservadores como liberales, un «indio ignorante… promotor de una
sedición encaminada a encender una guerra de razas». Hay que recordar que el resguardo o
parcialidad indígena fue creado por la Corona española en el siglo XVI para defender a los
indígenas del tratamiento de esclavos que les daban encomenderos, pero también para
obligarlos a pagar tributos. La República ordenó la repartición de los Resguardos para
«hacer de los indios hombres libres en pie de igualdad con todos los demás ciudadanos»,
pero en realidad fue un medio para despojarlos de las tierras y convertirlos en terrazgueros,
el mecanismo clásico de despojo para «liberar la mano de obra y ponerla a trabajar en
condiciones serviles». El general Reyes aceleró por la Ley 104 de 1919 la repartición de los
resguardos y el «castigo a los indios que estorben el proceso».
Lame comenzó su lucha contra la política del general Reyes de liquidar los resguardos; fue
nombrado «jefe y representante» de los cabildos de Pitayó, Jambaló, Toribío, Puracé,
Cajibío y otros, en 1910. Entre 1914 y 1918 movilizó a los indígenas de Cauca, hasta caer
preso en 1915. La persecución política, la división del movimiento y la masacre de Inzá en
1916 lo obligaron a refugiarse en Natagaima, donde fundó, con José Gonzalo Sánchez, el
Supremo Consejo de Indias, que creó el resguardo del Gran Chaparral. Las reivindicaciones
de Lame marcaron un territorio de luchas entre Popayán y Chaparral. El poeta Guillermo
Valencia lo llamó «asno de los montes». A Lame lo obsesionaba la educación del indio. Su
secretario, Abel Tique, decía: «Antes del general estábamos en la oscuridad, pero él nos
trajo la doctrina y la disciplina para defendernos». Doctrina, disciplina y tierra son
principios que se encuentran a menudo en la lucha de Manuel Marulanda.
elementos
para
las
milicias
cívicas
con
el
fin
de
conservar
el
orden
y
la
tranquilidad
social.
Olaya
respondió:
las
armas
no
son
para
manejarlas
los
particulares,
ni
aún
en
épocas
de
peligro
del
orden
público…
las
armas
deben
permanecer
en
los
parques
al
cuidado
del
Ejército,
porque
lo
contrario
implicaría
una
irregularidad
injustificable.
El
Colombiano,
1 marzo 1932.
Gaitán alegaba que el problema agrario no se podía resolver según las leyes anteriores a
1936, pero proclamaba no ser enemigo de la riqueza ni del capital. El Partido Comunista
coqueteaba con la lucha armada sin proclamarla abiertamente. El unirismo y el comunismo
tenían organizaciones civiles que actuaban bajo esquemas militaristas2. Cuando el precio
del tabaco decayó a comienzos de los años 30, los campesinos medieros de la región de
García Rovira, muy conservadora por cierto, se organizaron en guerrillas para atacar a las
autoridades y al parecer actuaban en forma anárquica: «roban, saquean, matan, arrasan las
cementeras, sacrifican los ganados», según comunicación del gobernador de Santander al
presidente Olaya. Las regiones prioritarias para el liberalismo fueron Quipile, Pulí y La
Mesa. Para los comunistas, Viotá, Natagaima, Coyaima, Ortega, Icononzo, Cunday, Coello
y El Líbano. En haciendas de Chaparral y Toribío, hubo una huelga de 18.000 arrendatarios
que pedían acabar el trabajo obligatorio, cambiar los fieles de las romanas y aumentar el
pago de la arroba de café recogida. La huelga, sobra decirlo, fue reprimida por el Ejército
como en muchas haciendas de Cundinamarca antes de 1936: eran verdaderas repúblicas
independientes. Según la comisión de la Cámara que estudió los conflictos en Sumapaz en
1932, se ejercían en las haciendas los tres poderes: administrativo, legislativo y judicial.
A la preocupación del Partido Conservador por el conflicto agrario se sumaron desde 1928
los intentos del liberalismo de cambiar el sistema electoral, lo que logró a medias en 1932.
La Dirección Conservadora declaró de inmediato: «Con la cédula, el Partido Conservador
pierde las elecciones; los campesinos no se dejan retratar» (Guerrero, 224). El Partido
Liberal duplicó por única vez su votación habitual en 1933 y sobrepasó el total de los dos
partidos en elecciones normales. Laureano Gómez declaró la abstención electoral –que
llamó «purificadora»– aduciendo que la violencia impedía el sufragio conservador, y no
participó en las elecciones de 1933, en las que ganó su amigo Alfonso López. Laureano
llamó a «hacer invivible la República Liberal». Sólo en 1935, el país adoptó la cédula de
ciudadanía.
A medida que los programas de la Revolución en Marcha avanzaban, Laureano atacaba
desde El Siglo, en la plaza pública o por radio, con embestidas furibundas, certeras,
contundentes, al liberalismo y al comunismo –que identificaba como un solo cuerpo–. Las
2
El
premier
está
estudiando
con
el
presidente
la
reglamentación
de
las
guardias
cívicas.
Esto
con
motivo
de
la
petición
de
los
comunistas
para
establecer
la
suya,
lo
que
constituye
el
único
peligro
que
el
Gobierno
ha
encontrado
en
tales
instituciones.
Posiblemente
se
llegará
hasta
la
prohibición
de
las
organizaciones,
y
el
decreto
de
suspensión
se
deberá
a
los
comunistas.
reformas de López, en particular las constitucionales, levantaron ampolla no sólo en los
conservadores sino entre liberales y sobre todo en la jerarquía eclesiástica, terratenientes y
empresarios, industriales, comerciantes. Gómez no ocultaba su simpatía hacia la Alemania
nazi y los fascistas italianos, y ponía como ejemplos políticos y morales a Primo de Rivera
y a Franco. El levantamiento contra la República en España era guía metafórica de la
conducta política. Asustaba a los ricos con el fantasma del comunismo; a los políticos, con
la falsificación de cédulas, y a la Iglesia con el ateísmo, el protestantismo y la masonería.
Boyacá y los Santanderes eran grandes fortines conservadores. El triunfo del liberalismo y
la abstención decretada por Laureano facilitaron al conservatismo recurrir poco a poco a las
armas. El liberalismo nombró gobernador y alcaldes liberales en 88 de los 101 municipios y
trató de hacerse a la maquinaria administrativa y a las Guardias armadas departamental y
municipal y creó una especie de policía cívica. El conservatismo reaccionó llamando a
«defendernos en la forma que las leyes naturales nos lo permitan» (ibid, 129).
Particularmente graves fueron los choques armados en García Rovira y Norte de Boyacá,
que lanzaron a la Iglesia y al Partido Conservador a la ofensiva. A la «liberalización» de la
Policía departamental, el conservatismo respondió con grupos armados, respaldados –
cuando no dirigidos– por los curas y con el aval de los obispos. Boavita se convirtió en el
territorio militar conservador de la región del Chicamocha. El general Suárez Castillo fue
nombrado jefe militar conservador de Boyacá. Ramírez Moreno envalentonaba a sus
partidarios calificándolos de «animales acobardados» y llamó a la legítima defensa
(Guerrero, 236). En casas de jefes conservadores el Gobierno confiscó armas; en Boyacá se
encontraron documentos que comprometían con cuadrillas armadas al general Sotero
Peñuela, hermano del obispo de Soatá y familiar del general Próspero Pinzón, vencedor en
la guerra de los Mil Días. El general Jesús Villareal –vinculado a este apellido–, fue el
padre de José María, quien siendo gobernador de Boyacá en 1948, armó y transportó 200
civiles armados de la vereda Chulavita de Boavita hacia Bogotá el 10 de abril. La
tradicional obediencia ciega de los campesinos de Chulavita a sus jefes políticos y su
criminal comportamiento en la capital hicieron famoso su gentilicio, que terminó siendo el
nombre de guerra de las cuadrillas conservadoras que con las Policías departamentales y
municipales asolarían el país durante la Restauración Conservadora (1946-1953).
La Ley 200 de 1936 trató de resolver los conflictos agrarios en vista de que la reacción
terrateniente amenazaba con agravarse3. El «objetivo supremo de las parcelaciones es evitar
conmociones violentas», justificó Alfredo García Cadena, gerente del Banco Agrícola
Hipotecario. La función social de la propiedad, pieza maestra de la reforma, entró a la
Constitución de la mano de la prosperidad cafetera. Pretendía hacer «imposible todo abuso»
del derecho de propiedad. El liberalismo lo entendió como un programa de parcelación de
tierras ociosas sin golpear el régimen hacendatario. En realidad, la reforma permitía al
latifundio retener mano de obra dispuesta al trabajo asalariado y por eso, las parcelas
distribuidas eran pequeñas. El Gobierno pagaba las tierras a los terratenientes y las vendía a
los campesinos para asegurar la propiedad y la oferta de trabajo. Para Marco Palacios, la
Ley de Tierras fue una mera ley de titulación de baldíos que abortó años después. Para
Gaitán, una ley hecha de papel y cartulina.
Con las parcelaciones, el regreso de Gaitán al liberalismo en 1936 y la alianza de los
comunistas con López Pumarejo, la lucha por la tierra y por mejores condiciones de trabajo
decayó hasta mediados de 1945, quizá con excepción de Sumapaz, donde Erasmo Valencia
y Juan de la Cruz Varela crearon el Movimiento Agrario Nacional. La «Pausa Santos» se
complementó con la Ley 100 de 1944, que restableció relaciones serviles en el régimen
hacendatario. La Federación Nacional de Cafeteros calificó la ley como una «verdadera
contrarreforma agrícola» al consolidar los contratos de aparcería, lo que garantizaba 15
años más los derechos de los propietarios, e impedir que «los colonos se conviertan en
amos y señores de las pequeñas parcelas cultivadas». La nueva ley limitó así a los aparceros
y arrendatarios a volver a los cultivos de pancoger. Terminada la Segunda Guerra, el precio
del café se disparó de nuevo y el conflicto agrario entró en una nueva fase de
enfrentamientos violentos entre partidos.
Según Gerardo Molina, la reforma de 1936 fue para el liberalismo de izquierda una
Constitución nueva, aunque se le hayan incorporado algunos preceptos de la de 1886. Lo
cierto es que la Ley 200 –que en realidad fue una prolongación avanzada de la Ley 83 de
1931– es el eje alrededor del cual girarían desde entonces los conflictos agrarios sobre los
3
“Los sucesos de Viotá revistieron excepcional gravedad: parece que mayor el número de comunistas heridos; la carnicería hecha por la
Policía entre los pobres trabajadores asume proporciones enormes. Durante el primer ataque los comunistas intentaron refugiarse en la
casa cural, donde se hallaba el arzobispo primado; los liberales y la Policía dijeron que los comunistas iban a atacar al arzobispo y
entonces cargaron contra ellos furiosamente”. El Espectador, agosto de 1934.
que echaría raíces la lucha armada. La función social de la propiedad fue entendida por los
campesinos como su derecho a tierras no cultivadas, tuvieran o no título. Para los
terratenientes ese derecho se tradujo, en muchas regiones, en una amenaza que se debía
rechazar armando a sus peones.
En las elecciones de 1938 ganó Eduardo Santos. Laureano había decretado nuevamente la
abstención, pero participó en las legislativas de 1939 para impedir la creciente oposición de
un sector de conservadores en el que calaba la orfandad burocrática y para preparar las
elecciones presidenciales de 1942. El domingo 8 de enero de 1939 los conservadores del
Guavio, región célebre por la lealtad a su partido, habían organizado una manifestación
preparatoria de las elecciones de mitaca. El gobernador de Cundinamarca envió un
contingente que el día de los hechos requisó a los que ingresaban a la plaza. Los gamonales,
entre ellos el general Amadeo Rodríguez, se ubicaron en el atrio de la iglesia. Rodríguez
participó en la guerra con Perú y era muy popular en la región por ser pariente de la familia
Ospina. Era temperamental, autoritario, de pistola rápida, como lo demostraría en 1947
cuando en la Cámara de Representantes mató al liberal Gustavo Jiménez y dejó parapléjico
a Soto del Corral. Según El Liberal, dirigido por Alberto Lleras Camargo, el primer disparo
salió del atrio y alborotó a los manifestantes, que respondieron atacando a un pequeño
grupo liberal que desde una esquina trataba de sabotear el acto. Intervino la Policía y se
generalizó el caos. Para los conservadores, la Policía disparó impunemente con miras a
sembrar el terror. Otras versiones dicen que alguien arrojó una pepa de aguacate que hirió a
un manifestante y obligó una reacción violenta contra los liberales.
«El general Amadeo Rodríguez estaba sentado en el atrio de la catedral. Tenía una ruana de
paño, sombrero de corcho y guantes. Un látigo sostenía en sus manos. Unos sostienen que él
fue el primero en disparar El general sacó su pistola y comenzó a disparar hasta agotar los
proyectiles que llevaba. Esto es un hecho que se muestra con una simple inspección en el
atrio de la iglesia»4.
Laureano regresó de su finca de Útica y acusó al Gobierno de contubernio de las fuerzas
del orden con las «turbas izquierdistas». La prensa informó el 10: «ocho muertos y 18
heridos». El 16 de enero, Aquilino Villegas, político caldense, escribió en El Siglo un
provocador editorial exhortando a los conservadores a rescatar sus derechos a como diera
lugar. La Convención Conservadora de Cundinamarca lo acogió como directriz del partido.
Aquilino escribió:
4
El
Espectador,
enero
10
de
1939
«Si la convivencia es imposible porque la chusma liberal logra espantar al Gobierno y
obligarlo a replegarse con sus ideas de respeto por los derechos de los conservadores, no nos
queda más recurso que el derecho natural de la propia defensa… mostrando que no somos
mancos y que dondequiera que podamos ser fuertes, rescataremos por la fuerza nuestro
derecho».
Y a renglón seguido dictaba unas normas de defensa:
«No reunirnos nunca en dondequiera que nos desarmen; y armarnos por todos los caminos
posibles; organizarnos secretamente… en grupos que aseguren la mutua defensa… Si lo que
quieren los asesinos de Gachetá es apartarnos de las urnas, a las urnas iremos… Y ya
sabremos quiénes tendrán que pagarnos hoy o más tarde el montón de cadáveres y los
torrentes de sangre inocente con que se mancharán las aras de la patria…» (Lleras Restrepo,
119-120).
Laureano, por la Voz de Colombia, acogió no sólo las provocadoras ideas de Villegas, sino
la ratificación que de ellas hizo la Convención Conservadora. No era la primera vez que el
conservatismo se declaraba en pie de guerra. A raíz de otro choque en Pensilvania, Caldas,
en octubre de 1936, donde hubo seis muertos conservadores, Laureano llamó a «constituir
fuerzas de choque debidamente armadas que defiendan la integridad personal de los
manifestantes» (El Tiempo, octubre 21 de 1936, citado por Guerrero, 246).
Tres años después, cuando López se presentó como sucesor de Santos, El Liberal tituló:
«El hijo de Laureano Gómez ofrece dar muerte al candidato liberal». La «acción intrépida»
tomaba fuerza en un grupo de 30 jóvenes conservadores organizados como falange que
prometían, según Álvaro Gómez Hurtado, cumplir las órdenes de su padre aun a costa de su
vida. El artículo de El Liberal decía: «Se recuerda que el señor Laureano Gómez en el
Senado anunció que el conservatismo optaría por la guerra civil o por el atentado personal»
en caso de que López fuera elegido. La doctrina del atentado personal y de la legítima
defensa que promulgó Laureano fue la matriz de la política conservadora durante la
Restauración Conservadora (1946-1953). Quien resultó asesinado no fue López sino
Gaitán, que sin duda habría derrotado a Ospina o a cualquier conservador. Los
conservadores llevaron a la práctica las intenciones que Gómez atribuía al liberalismo:
apartar a los liberales de las urnas, por medio del terror.
2. La Iglesia
Con la Constitución de 1886 la Iglesia católica retomó la poderosa tutela que ejercía sobre
el aparato político. El nombre de Dios volvió a presidir y el arzobispo tenía la potestad de
ser el gran elector presidencial en Colombia. Monseñor Herrera Restrepo había nombrado
al general Vásquez Cobo sucesor de Abadía Méndez, pero monseñor Perdomo, nombrado
arzobispo primado, se inclinó por Guillermo Valencia. Esta dualidad, alimentada por el
liberalismo, le permitió a Olaya ganar la Presidencia, y con él la jerarquía no tuvo mayores
fricciones. En cambio con López Pumarejo, que consideraba que la Iglesia y el Estado
debían convivir en órbitas distintas, la relación fue muy difícil. Laureano aprovechó la
diferencia para influir sobre monseñor González Arbeláez, sucesor de Perdomo, que creó la
Acción Católica y convocó un Congreso Eucarístico Bolivariano para enfrentar el desafío
liberal. La Acción Católica fue calificada por la izquierda como arma del «latifundismo
fascista» (Abel, 185). El Congreso atacó con dureza el divorcio, el matrimonio civil y la
separación de poderes y declaró que la Iglesia estaba dispuesta a derramar sangre en
defensa de sus principios. Fue el primer llamamiento de la Iglesia a la violencia, atendido
sobre todo por el clero rural, muy receptivo a ideas falangistas. Hubo numerosas denuncias
de grupos de civiles armados por los párrocos y sobre la utilización de los campanarios para
situar francotiradores. Ramírez Moreno, dirigente conservador, declaró que las reformas de
López podrían desatar un levantamiento armado campesino (Williford, 117). Según la
inteligencia británica, monseñor González, creador de una corriente golpista en el Ejército,
estuvo en Argentina negociando armas (Abel, 195). La intención de Santos de reformar el
Concordato fue un nuevo motivo de enfrentamientos. Monseñor Builes llamó entonces a
luchar contra la iniciativa hasta la derrota o la muerte (ibid, 192). Laureano desde El Siglo
respaldaba lo posición de Builes. La férrea unidad de la tendencia falangista de la Iglesia y
el conservatismo se selló con la condena unánime al comunismo de la Conferencia
Episcopal Bolivariana de 1944. La cruzada religiosa de aquellos años contribuyó a la
polarización política y «preparó el camino para la violencia» (González, 274).
IV EL MEDIO SIGLO
1. Pájaros volando
La colonización antioqueña tuvo una etapa tardía que se podría llamar quindiana y se
desarrolló sobre el lomo occidental de la Cordillera Central, al sur de Armenia, y sobre el
lomo oriental de la Occidental. La primera oleada se debió desprender de las últimas
guerras civiles y de la expansión de la industria azucarera, que ocupó tierras campesinas en
las zonas planas y fértiles del Valle del Cauca. De modo que en los años 20 y 30 se
encontraron dos puntas de colonización en la misma zona: la que venía del norte,
quindiana, y la que se originó en el sur, vallecaucana. Tuluá y Buga fueron los epicentros
comerciales y políticos de estas colonizaciones. Una tercera punta, más débil, llegó del sur
de Tolima, a través del páramo de las Hermosas, desde Chaparral. Nudo de colonizaciones,
conflictos agrarios y luchas políticas que tuvo una enorme influencia en la Violencia.
Como toda colonización campesina, la primera fase de ocupación supuso la tumba y la
quema de selva para «civilizarla» con cultivos de pancoger. Aquí también el auge del café
fue el resorte de la colonización campesina y al mismo tiempo la causa de los conflictos
que generó. A diferencia de otras zonas como el Tequendama, en Cundinamarca, los
colonos no tuvieron que enfrentarse, en principio, con concesiones ni grandes haciendas.
Pero con el alza de precio del grano, se valorizaron las mejoras y los negociantes de tierras
hicieron su agosto. Se desplazaba a los fundadores y se concentraba la tierra. Los «agentes»
eran en general testaferros de negociantes que se lucraban con la intermediación de bienes
que terminaban en manos de hacendados. Hubo empresas como la de Leocadio Salazar,
quien sin producir un grano de café dominó enormes propiedades en Barragán, Ceilán,
Trujillo y hasta en el Cañón del Garrapatas en Chocó. Era comerciante y negociaba ganado,
compraba café y tenía tiendas, fondas y bares en toda la región. Tenía propiedades
«escrituradas a machete» en las dos cordilleras: La Hacienda Barragán, en la Central, de
60.000 hectáreas, y la de Cuancua, del mismo tamaño, en Trujillo, en la Occidental. En
1938 fundó en Bogotá la Sociedad Parcelera de Cuancua S. A. cuyo objeto era la «compra-
venta de propiedad raíz y en forma especial, la parcelación… (Leocadio) tendrá a su cargo
la celebración de negocios con ocupantes de parcelas o con los que pretendan adquirirlas».
«(En 1948) la sociedad –dijo su apoderado– ha vendido más de un millar de parcelas a
colonos» (Urbano, 40). Sus negocios originaron miles de pleitos que litigaba con un equipo
de tinterillos y testaferros del que hacían parte sus hijos –abogados, fervientes católicos y
políticos ospinistas–, uno de los cuales, Gustavo Salazar García, fue senador y dos veces
embajador. Sólo en Tuluá don Leocadio tenía incoados 120 pleitos sobre tierras. Salazar
García no sólo trabajaba con su padre, sino con Ángel María Lozano, el ‘Cóndor’, señor y
dueño de vida y haciendas del norte del Valle. El 9 de abril era vendedor de quesos en
Tuluá y rechazó a bala y machete el ataque contra el colegio de los salesianos por parte de
los nueveabrileños. La Iglesia lo protegía y el Partido Conservador lo declaró intocable.
Organizó bandas criminales asociadas con el Ejército y con el detectivismo y la Policía
departamentales que asolaron regiones donde el liberalismo tenía fuerzas electorales y
Leocadio tenía propiedades y pleitos.
Después de las elecciones de junio de 1949, ganadas por el liberalismo, el Partido
Conservador vio el peligro de perder las presidenciales con Laureano frente a Darío
Echandía y desató una ola de violencia en todo el país. El Valle del Cauca era un baluarte
electoral liberal. Los conservadores eran una minoría compuesta y orientada por
industriales azucareros, empresarios algodoneros, ganaderos y grandes comerciantes, pero
monopolizaban la prensa y la radio. El 31 de mayo de 1949, el diario liberal El Crisol
publicó: «Hernando Navia Varón da la orden de armarse o perder». En marzo de 1948,
Mariano Ospina nombró al coronel Gustavo Rojas Pinilla comandante de la Tercera
Brigada en Cali. Era un oficial que había mostrado inequívocas inclinaciones conservadoras
como comandante de la primera brigada con jurisdicción en Boyacá, departamento que el
Gobierno pretendía reconservatizar a la fuerza. Alberto Galindo escribió en El Liberal:
«…Rojas Pinilla está íntimamente vinculado a las actividades de la policía de asesinos y
bandoleros, que él con destreza de maestro ayudó a organizar en Boyacá…» (Galvis y
Donadío, 110). En Cali le correspondió controlar el orden público el 9 de abril, con 800
soldados. Los liberales formaron una Junta Revolucionaria que nombró gobernador y
alcalde en cabildo abierto. La Policía municipal se sublevó y la situación se tornó muy
grave. Con ayuda del Cóndor, Rojas se tomó la sede de la Junta, apresó sus miembros y los
envió a Pasto para ser juzgados. Concentró allí más de 6.000 liberales vallecaucanos
detenidos arbitrariamente. Rojas consideró su actuación la más brillante de su carrera. Pero
realmente destacada fue su astuta actuación relacionada con la matanza en la Casa Liberal
de Cali el 22 de octubre de 1949, donde, a la salida de una reunión electoral fueron
asesinados 15 ciudadanos y heridos 70. «Primero entraron disparando los chulavitas y los
pájaros, luego la Policía departamental y para rematar lo que quedaba vivo, el Ejército»
(ibid, 144 y ss). Ese mismo día, Rojas celebraba su ascenso a general. Siguieron otras
horripilantes masacres a cargo de grupos al mando del Cóndor, de quien se dice que nunca
mató a nadie con su propia mano, pero que sabía leer los editoriales de El Siglo y
ejecutarlos volando. Entre junio y agosto de 1949 hubo incursiones criminales de pájaros
en El Águila, Toro, Ansermanuevo, El Dovio, Bolívar, Versalles, Roldanillo y El Cairo que
dejaron 100 muertos. Y así quedaron en cenizas La Tulia, El Naranjal y La Primavera, para
poder tomarse Betania, un pueblo liberal muy próspero fundado por excombatientes de la
Guerra de los Mil Días y atravesado en el camino hacia el Cañón de Garrapatas, tierras que
Leocadio veía con especial interés comercial. Dejaron ocho muertos en Tuluá y cuatro en
Zarzal. La masacre de Ceilán el 27 de octubre fue pavorosa: 250 muertos, según El
Espectador (ibid, 149). La novela Viento Seco, de Daniel Caicedo, describe el hecho. Pedro
Antonio Marín me lo contó así:
«Cuando parecía que se calmaba la matazón del puente de San Rafael que dejó varios días rojo
el río, una tarde se desató un aguacero de balas. De las esquinas del pueblo, del atrio, de la torre,
del techo de la alcaldía, de todos lados salía plomo. Los vecinos corrían de un lado para otro, la
guardia cívica disparó 80 tiros, los que tenían, y todo el mundo echó para el monte. Hasta los
tullidos corrían» (Molano, Trochas y fusiles, 62).
La segunda entrada de los pájaros a Ceilán fue peor porque los liberales habían organizado
un grupo de defensa. Marín, también testigo excepcional, dice:
«Masacraron a todo el mundo, porque le metieron policía, pájaros, ejército, totalmente
equipados, y destruyeron todo a su paso, quemaron todo; mejor dicho, lo que uno sabe es que
les dieron muerte por lo menos a 300 liberales. Luego fue la desbandada de la resistencia»
(Alape, Las muertes de Tirofijo).
Jaime Naranjo, el ‘Vampiro’, uno de los más sanguinarios lugartenientes del Cóndor,
remata así el relato de la brutal campaña contra los campesinos liberales:
«Nosotros no combatimos por combatir, sino por unas creencias. Luchamos por ganarles esas
zonas a los liberales y se las ganamos siendo nosotros minoría. Limpiamos la zona de liberales y
la conservatizamos en cuatro meses» (Molano, Los años del tropel, 172).
Pedro Antonio Marín nació en Génova, pero se crio y creció en Ceilán, de donde huyó en
abril de 1948 a buscar la vida en la vertiente oriental de la Cordillera Occidental: Tuluá,
Riofrío, Betania, tierras de Leocadio controladas por el Cóndor. De Betania regresó a
Ceilán y organizó un comando guerrillero. Según uno de sus guardaespaldas:
«Reunió a sus primos y les dijo que el ambiente para vivir se había acabado y que la única
solución era hacer política. Que dejaran de pensar en los negocios o en las fincas, que lo que
tocaba era enfrentar a los conservadores. Así comenzó. Andando con 25 hombres. El primer
ataque fue en Puente Rojo, entre Cumbarco y Ronsesvalles» (Molano, Trochas y fusiles, 66).
Génova es de Quindío; Cumbarco, del Valle del Cauca, y Ronsesvalles, de Tolima, el nudo
de la Cordillera Central, un pasadero de: colonos, ejércitos, guerrillas, bandoleros. También
lo llaman el paso de Las Hermosas. Marín y su grupo terminarán formando parte del
comando de Gerardo Loaiza, su primo, y Leopoldo García, general Peligro, en Rioblanco.
2. Levantamiento en los Llanos
Al comienzo tuvo un carácter defensivo contra los chulavitas provenientes del norte de
Boyacá, que apoyados por la Policía departamental desplegaron un ataque feroz sobre
Chámeza y La Salina, pueblos que producían sal, indispensable para mantener los hatos en
los llanos. Pero el directorio conservador de Boyacá no tenía sólo intereses económicos,
sino, como lo declararía López Pumarejo, se trataba de una «cruzada neofalangista». El
liberalismo, que había logrado algún peso dentro de las FF. AA., organizó una conspiración
que, como todas las que intentó, fracasó: El capitán Alfredo Silva, comandante de la base
aérea de Apiay, se insubordinó y se tomó Villavicencio con el apoyo de Eliseo Vásquez.
Con rapidez la rebelión se extendió por el río Meta y los Llanos de Casanare. El Gobierno
taponó todas las entradas al Llano por la Cordillera Oriental, una de cuyas consecuencias
fue el desplazamiento de una gran masa de población civil errante que seguía a los
comandos armados. Un fenómeno que se repite en Tolima y Sumapaz. El Gobierno, por
boca del gobernador de Boyacá, José María Bernal, acusaba a las guerrillas de «crear una
republiquita en los Llanos». Las conferencias guerrilleras buscaban afanosamente la
centralización del mando y la formación de frentes civiles políticos urbanos. Pero a medida
que la lucha aumentaba en intensidad, el liberalismo ponía más tierra de por medio con los
alzados. En la Convención del Teatro Imperio en 1951, la DNL declinó la responsabilidad
frente al movimiento armado. Los comandos, huérfanos, radicalizaron sus banderas
políticas y sociales. «Detrás de las guerrillas –decía Franco Isaza, comandante– viene la
revolución». A comienzos de 1952 se inició una etapa de guerra más generalizada y
unificada que contenía por parte de los llaneros «formas embrionarias de guerra de clase»
(Fajardo, 269). El Ejército, acorralado, desplegó toda su saña. Es la época en que tiraban a
los prisioneros, vivos o muertos, desde los aviones. Los 23 comandos que se extendían
desde Arauca hasta el Ariari llegaron a formar un movimiento de 7.000 llaneros, según
Villanueva (ibid, 181), 2.500 de los cuales, según Ramsey, estaban en armas. Las cuentas
del Gobierno en todo el país eran: Policía: 25.000; fuerzas ilegítimamente constituidas:
5.000; Ejército: 15.000; Marina: 3.200; Fuerza Aérea: 1.200 (Ramsey, 179). La única arma
ofensiva era la aviación, a la que los alzados tomaron confianza, de manera que los ataques
de los insurgentes eran cada vez más contundentes. En una emboscada, los llaneros
cobraron 96 bajas del Ejército. A comienzos de 1953, el Ejército atacó por Chámeza con
15.000 efectivos apoyados por civiles que, según Franco, fueron obligados a regresar a sus
cuarteles. Lo reconocería así el general Matallana. Urdaneta Arbeláez ofreció amnistía a
quienes se entregaran, pero fue rechazada.
Las guerrillas liberales se extendieron: en Sumapaz, el sur y el norte de Tolima; Antioquia,
Caldas, los Santanderes. Los comandantes llaneros reunidos en el hato Los Trompillos
llegaron a un acuerdo para consolidar el mando: nombraron general de las guerrillas de los
Llanos a Guadalupe Salcedo, emitieron las Leyes del Llano, que constituyeron la bandera
social del movimiento en su última etapa (Anexo 3) y eligieron un Estado Mayor. A través
de López Pumarejo, el Gobierno Urdaneta buscó entablar negociaciones de paz. El Estado
Mayor Revolucionario exigió al Senado una profunda investigación sobre los orígenes y
efectos de la confrontación armada y de los métodos para reprimirla. El Gobierno rechazó
la iniciativa. Los militares contactaron por separado a los comandantes y hablaron sobre
entrega a cambio de amnistía e indulto. Guadalupe aceptó en principio la entrega de armas
sin más y visitó los comandos para consultar la decisión. Acordaron la entrega a cambio de
garantías políticas al liberalismo, reconstrucción de pueblos, organización de cooperativas y
titulación de 100 hectáreas a cada una de las 1.500 familias más afectadas. De regreso al
fuerte de Monterrey, «como a las 2 p. m. y muy de repente, el capitán notificó a los
guerrilleros que debían entregar las armas» (Revista Trópicos No. 6. Reportaje a Carlos
Neira, de Bernardo García y Cristina de la Torre, 58). Guadalupe se negó. El Ejército
propuso que los civiles y los hombres en armas se trasladaran a una casa en medio del
cuartel y, astutamente, ordenó a los soldados rodear el sitio con 500 fusiles punto 30. La
radio de Venezuela anunció: «Hoy serán fusilados los principales jefes de la revuelta, que
se encuentran encerrados». Al día siguiente y para impedir la matanza, Guadalupe salió
desarmado y con él, los 19 comandantes. Duarte Blum los recibió: «Buenos días,
guerrilleros». Frente a la prensa desfilaron 800 guerrilleros y unos 3.000 civiles. El 15 de
enero de 1953 los llaneros entregaron las armas. A renglón seguido fueron asesinados la
mayoría de comandantes y fortalecidas las guerrillas de paz, compuestas por antiguos
guerrilleros y origen del cuerpo de carabineros de la Policía. El 6 de junio de 1957,
Guadalupe fue asesinado por la Policía Nacional en Bogotá.
3. Sumapaz
El problema de tierras en Sumapaz comenzó a principios del siglo XX, cuando los colonos
–algunos guerreantes de la guerra de los Mil Días– llegaron a trabajar a la Hacienda
Sumapaz, de la familia Pardo Roche. Tenía 200.000 hectáreas, 50 agregados, 480
arrendatarios, en total 3.500 personas (Londoño, 64). El conflicto se inició hacia 1910 por
tierras baldías que el hacendado pretendía apropiar. El régimen del arrendamiento era
simple: por el derecho a una parcela dentro de la hacienda donde se podía levantar un
rancho y tener unas pocas reses y cultivos «no raizales» como café, el arrendatario debía
trabajar en la hacienda o pagar. Las acciones judiciales –desalojo, amparo de posesión y
concesión oficial– tendían a forzar a los colonos a convertirse en arrendatarios. Para los
años 20 había 2.500 colonos con más de 30 años de posesión. En esos días apareció Erasmo
Valencia, empeñoso gaitanista, y fundó el periódico Claridad, muy difundido en Sumapaz
y Tequendama, que defendía el derecho a la tierra de los campesinos apelando a las
movilizaciones y a las leyes. «Valencia dotó el movimiento campesino de una ideología
propia y, por medio de sus editoriales y denuncias, fue configurando la épica del
movimiento agrario de Sumapaz» (ibid, 194). En Cundinamarca y Tolima el
enfrentamiento entre colonos y hacendados, determinado en buena medida por el alza del
precio del café y la agitación social de los sindicatos de obras públicas, obligó a Abadía
Méndez a emitir la Ley 47 del 26, que permitió destinar seis grandes zonas de baldíos a
campesinos, norma que fue desarrollada por la citada sentencia de la Corte Suprema del
mismo año 26. Pero fue el Decreto 1110 de 1928 la mecha que incendió Sumapaz:
arrendatarios invadían predios titulados o baldíos, descuajaban montaña o tumbaban
rastrojeras para sembrar. Entre 1930 y 1934, como repercusión de la crisis económica en la
estructura agraria, se presentaron dos clases de conflictos: el de los arrendatarios de tierra –
a su vez «arrendadores de servicios»– contra los hacendados, y el de los «cultivadores de
baldíos» por el derecho de posesión. El Gobierno optó por la compra de latifundios para
parcelarlos a los campesinos. Erasmo Valencia investigaba títulos, medía tierras,
demarcaba baldíos para definir cuáles serían apropiados como colonias. Los baldíos, por
efecto del Decreto 1110, dieron lugar a colonias agrícolas, como en el caso de la hacienda
Andalucía. A comienzos de 1930 fundó la «Colonia Villa Montalvo», que agrupaba
colonos del alto Sumapaz, Pandi, Icononzo y Cunday y funcionaba como sindicato. Los
socios eran colonos y pagaban una cuota por la defensa de sus intereses. La tesis de Erasmo
–los terratenientes cogen la tierra no para trabajarla sino para impedir que se trabaje– era
oída y puesta en práctica: El ejemplo cundió en 12 haciendas e involucró 700 familias. Los
hacendados presionaban a los gamonales, los gamonales a los gobernadores y alcaldes, y
estos a la Policía o a la guardia departamental. El resultado: diligencias de policía, abusos
de autoridad y uso de la fuerza, como en el caso de La Georgina, donde terminaron pasados
por las armas tres campesinos, y heridos a culata y bayoneta 10. Gaitán sentenció
proféticamente: «La violencia continuada puede traer y traerá la violencia, que no será
entonces injusta represalia sino legítima defensa». Una de las grandes peleas fue la de
colonos contra la familia Caballero, propietaria de la gran hacienda cafetera El Chocho, en
Fusagasugá, que terminó parcelada en parte. El liberalismo y el gaitanismo tuvieron una
significativa participación. Otras haciendas como la Tolima5, cerca de Ibagué; la Compañía
Cafetera de Cunday, y la de los Pardo Roche en Sumapaz, terminaron intervenidas por el
Estado. Las ejecuciones gubernamentales, medidas legislativas y luchas campesinas
terminaron poniendo en cuestión el régimen de la gran hacienda cafetera y un aumento
notable de los cafetales pequeños y medianos. Entre 1925 y 1930, 20 de las grandes
haciendas de Cundinamarca enfrentaron el mismo problema y conocieron idéntica solución
(Bejarano, J. A. 2007. «El despegue cafetero 1900-1928». En Ocampo, 230).
En Sumapaz la adjudicación de baldíos a colonos de Pandi y Cunday se incrementó, lo que
redundó en consolidación y ampliación de las colonias agrícolas. La combinación de la
agitación social gaitanista y la apertura de los gobiernos liberales a los reclamos de
campesinos se tradujo en una fortaleza política frente al asedio de los conservadores y a las
5
Muertos hubo en la hacienda Tolima. En un combate entre policías y arrendatarios de la finca. El arrendatario Eusebio Pardo había
solicitado del juez primero municipal el avalúo de las mejoras hechas en la finca que tiene la hacienda “Tolima” en el juicio de
lanzamiento que contra Pardo han promovido los dueños de Tolima. Después de esta solicitud, Pardo y sus amigos se arrepintieron, pero
como ya estaba ordenado el avalúo, el juez municipal insistió en que se llevara a cabo no obstante la oposición de los arrendatarios. El
Espectador. 14 de agosto 1934; p1;3: 17
provocaciones de los terratenientes agrupados en la APEN. Quizás el único caso grave en la
región fue la balacera contra una concentración gaitanista en Fusagasugá en 1933, que dejó
cuatro muertos y 20 heridos. Gaitán lo denunció y reiteró la urgencia de la expropiación sin
indemnización y la distribución gratuita de tierra a los campesinos. El Partido Nacional
Agrario (PAN), fundado por Erasmo Valencia, apoyó la pretensión y alcanzó a tener
representación legislativa en Cundinamarca. Los últimos gobiernos de la República Liberal
parcelaron 140.000 fanegadas. En las elecciones de 1946, Gaitán, aliado con Juan de la
Cruz Varela, quien heredó la pelea de Erasmo Valencia, triunfó decididamente en
Sumapaz. En las elecciones de 1947 Varela fue elegido diputado a la Asamblea del Tolima.
El asesinato de Gaitán fue un machetazo que cortó de tajo la historia de las luchas agrarias
pacíficas en Sumapaz. La gente se amotinó en Fusa, Pasca y Andalucía, después en
Villarrica, pero la reacción no derivó en anarquía, como en Bogotá, porque existía una
organización social y política fuerte con dirigentes visibles y aguerridos. Cuatro días
después, había juntas revolucionarias que destituyeron alcaldes, abrieron las cárceles, se
armaron y detuvieron un centenar de conservadores. En Pasca se nombró jefe civil y militar
a un guerreante de la guerra de los Mil Días que formó escuadras para tomarse el poder
local «tal como en Barranca» (Londoño, 440). Sucedió lo mismo en Andalucía, donde los
colonos de Villa Montalvo se organizaron, apresaron a los pocos conservadores del pueblo
y se armaron para «contribuir a derrocar el gobierno conservador» (ibid, 442). Fue como un
ensayo general de pasar de las leyes a las armas, que se detuvo al ser nombrado gobernador
de Cundinamarca Pedro Eliseo Cruz –amigo íntimo de Gaitán– en el marco del acuerdo de
Ospina con Lleras y Echandía. Las manifestaciones gaitanistas se sucedían con miras a las
elecciones de 1949. En San Bernardo, Fusagasugá, Pasca hubo enfrentamientos con los
conservadores que dejaron tres muertos y 15 heridos. En Cabrera y Sumapaz hubo
atentados armados de hacendados contra colonos, y en Cunday, las «arbitrariedades de las
autoridades son monstruosas» (ibid, 451). Varela se escapó de un atentado en Arbeláez. En
enero de 1950, el Gobierno nombró director de la colonia Villa Montalvo a Eduardo
Gerlein, laureanista acérrimo que traía la «orden expresa de conservatizar la región a
cualquier precio» (ibid, 474). Un mes después de posesionarse, «asesinos de filiación
conservadora, apoyados por la dirección gubernamental, violaron niñas y mujeres,
quemaron humildes ranchos y destruyeron sementeras. El 15 de febrero mataron 140
hombres en la vereda de San Pablo, cuando los llevaban presos a la cárcel de Cunday»
(González y Marulanda, citados por Londoño, 475). Esto llevó a los colonos a organizarse
militarmente para repeler los ataques del «nuevo orden» conservador. Así, en Mercadilla,
vereda de Villarrica, un grupo de autodefensas campesinas dio de baja a 19 soldados. La
reacción fue el bombardeo. La violencia contra Sumapaz se intensificó a raíz del atentado
en 1952 contra el gobernador de Tolima y el hijo del presidente en ejercicio, Urdaneta, en
El Líbano. Villarrica, por ser el centro más organizado de la región, se convirtió en el
nervio de la resistencia defensiva, pero pronto surgieron otros focos de autodefensa en El
Roble, Guanacas y El Palmar, donde Varela, siendo un católico fundamentalista, adhirió al
Partido Comunista y donde nació el Mono Jojoy por esa época. Allí llegó, enviado del sur
de Tolima, Luis Enrique Hernández, alias ‘Teniente Solito’. Se realizó una asamblea de
autodefensas donde se eligió un comando político y militar encabezado por Varela y por
guerrilleros tanto de Sumapaz como cuadros entrenados militarmente en Viotá. El
comando, de 50 guerrilleros, protegía a la población civil de los fuertes y regulares ataques
de comisiones del Ejército, la Policía y las guerrillas de paz. La gente se refugió en la
llamada Selva de Galilea y en Altamizal. La presión militar obligó a dividir las fuerzas
guerrilleras en dos comandos, uno para acompañar la marcha de Villarrica hacia el río
Duda, en el alto Sumapaz, y otro para atacar el puesto militar de La Concepción y
entretener a los militares mientras los civiles coronaban la cordillera. El ataque fue
contundente y aunque murieron varios guerrilleros –incluido Solito–, las autodefensas
destruyeron el puesto militar. Varela se dedicó a organizar frentes de autodefensa, mientras
4.000 campesinos se movilizaban hacia el Duda y el Guayabero, y otros hacia El Pato.
4. Magdalena Medio
En los años 20 se construyeron los ferrocarriles de Bogotá a Girardot, Medellín a Puerto
Berrío, Bucaramanga a Puerto Wilches y Cúcuta al Zulia, y los cables aéreos entre
Manizales-Mariquita y Ocaña-Gamarra. La exportación del café y la explotación de
petróleo fueron los motores del desarrollo vial. Las obras impulsaron la colonización y
generaron no pocos conflictos sobre baldíos entre colonos y poseedores de títulos. Los
sindicatos de obreros petroleros y de obras públicas buscaron la solidaridad de los colonos
y difundieron tesis liberales y socialistas que dominaron el eje Bucaramanga-Barranca,
hasta Puerto Berrío y La Dorada. A comienzos de los años 40 hubo organizaciones
campesinas influidas por el socialismo en Barranca, Rionegro, Puerto Wilches, Lebrija y
San Vicente, con unos 1.300 socios (Informe del gobernador de Santander a la asamblea
departamental 1943, citado por Vargas, 96).
En los años 30 el liberalismo santandereano afianzó su poder electoral y no fue ajeno a
imponerse en las urnas usando los cuerpos departamentales y municipales de Policía, como
sucedió en Boyacá. Casi todos los municipios de la vertiente santandereana eran liberales.
Las banderas sociales de los sindicatos y las pretensiones electorales del liberalismo
dominaban y se entrecruzaron durante los años 30 y 40, sintetizdas en la figura de Gaitán.
En Santander el triunfo de Ospina Pérez significó el nombramiento de autoridades locales
conservadoras que montaron un cuerpo de policía que el liberalismo calificó de extrema
peligrosidad: «homicidas, rateros y facinerosos que crearon una inquietante zozobra»
(Galvis Galvis, 11). Frente al nombramiento de 500 policías departamentales reclutados en
pueblos conservadores, Gaitán declaró, como diputado, que si se buscaba presionar al
partido con una policía política para ganar las elecciones, la reacción liberal sería tanto más
aguda e intensa cuanto más honda fuera la coacción. En todo el departamento la agresión de
la Policía –en particular de la «policía cívica»– contra el liberalismo se tornó crítica. El
gobernador nombró 18 militares alcaldes, entre ellos en San Vicente de Chucurí a José
Joaquín Matallana, que trató, sin lograrlo, el desarme de grupos conservadores.
Como queda dicho, a raíz del 9 de abril se levantó en armas Rafael Rangel en la región de
La Colorada, dominada por Zoilo González, que había organizado ya un grupo de 100
hombres (Vargas, 117). Los insurgentes controlaron la región del Carare Opón y la vía
entre Vélez y el Carare y recibieron apoyo de células urbanas creadas entre estudiantes y
profesionales, y obreros de obras públicas y de petróleo. Sus acciones fueron violentas:
«Cuando (Rangel) hizo presencia en el Carare, pasaba por corte de franela a cuanto
conservador pillara» (Vargas, 118). Fue un clásico movimiento defensivo que sin embargo
tomó iniciativas militares importantes como la toma de San Vicente el día de las elecciones
del 27 de noviembre de 1949. Se dijo que la guerrilla liberal había asesinado a 100
conservadores que hacían fila para votar. Monseñor Guzmán habla de 200. Hizo combates
memorables como los de Albania, Guaca, Zambito, y en Tona montó una emboscada que le
costó al Ejército 20 soldados. El Ejército bombardeó El Colorado y los páramos de El
Salado y El culebrero. Los perseguidos eran mayoritariamente liberales y en particular
gaitanistas. A medida que Rangel ganaba terreno a la Policía departamental y a las
municipales y derrotaba a las cívicas o chulavitas, el Ejército abría operaciones de
pacificación. «Los campesinos fueron masacrados de la manera más infame, violadas sus
mujeres, y a los que dejaron con vida les incoaron procesos criminales» (Galvis Galvis,
117). En una carta al gobernador, Galvis añade que «la soldadesca y sus oficiales arrean
con los ganados, (roban) gallinas y cerdos, el café recolectado, provisiones, dinero, joyas,
muebles…» (ibid, 123). El Ejército adoptó las mismas prácticas de la Policía que la
hicieron tan odiada. La ofensiva del conservatismo contra el liberalismo buscaba el
sometimiento en las urnas y el abandono campesino de sus tierras. Estas quedaban solas y,
siendo ricas, eran ocupadas de inmediato. En 1952, Rangel dominaba el territorio entre La
Dorada y Puerto Wilches y hacía difícil la navegación por el río Magdalena. Con el golpe
de Rojas Rangel entregó armas el 3 de agosto de 1953 en el Opón. Un año antes, Urdaneta
Arbeláez había creado un programa de colonización dirigida a lo largo de la línea del
ferrocarril del río Magdalena, en construcción, para asentar principalmente reservistas y
exmiembros de la fuerza pública. Rojas Pinilla continúo el proyecto, pero incluyó
exguerilleros y centró el esfuerzo en Cimitarra. Construyó un gran aeropuerto militar y
aprovechó para comprar a su nombre una hacienda en Landázuri.
5. El golpe de Rojas Pinilla
López Pumarejo soslayó al Ejército durante su primer mandato. Desconfiaba del alto
mando formado en la Hegemonía. Plinio Mendoza Neira, como ministro de Guerra,
protegió la débil tendencia liberal en el Ejército mientras «liberalizaba» la Policía en manos
de gobernadores y alcaldes. En su segundo mandato, López pagó su intento con el golpe de
Pasto. El 9 de abril el Ejército respaldó a Mariano Ospina; en reconocimiento nombró tres
generales en el gabinete y entregó el mando de la Policía a un alto oficial del Ejército, pese
a lo cual la Policía se chulavitizó. Los dos partidos sabían que el apoyo de las armas era
decisivo para afrontar o para hacer la violencia y hasta veían a los militares como posibles
árbitros en el conflicto, lo que se hizo realidad cuando las guerrillas representaron un
peligro inminente para el sistema. Laureano propuso una junta militar para pacificar el país
y López no fue ajeno a la iniciativa. Aunque nunca se conocerán números exactos, la cifra
de guerrilleros armados hacia 1953 podría ser entre 40.000 y 55.000, mientras los efectivos
de la fuerza pública no pasaban de 25.000 (Ramsey, 206). Sin duda la debilidad del
Gobierno fue una de las causas del envío de tropas a Corea, con lo que Laureano buscaba
comprometer a EE. UU. en el conflicto interno y excusar su apoyo al nazismo. De hecho, el
Gobierno recibió de EE. UU. un importante cargamento de armas a raíz de la emboscada de
El Turpial y del intento de toma de la base de Palanquero en 1952. Con el argumento de
que la democracia era incapaz de impedir la revolución comunista, propuso un régimen de
corte corporativo inspirado en la dictadura de Franco, que buscaba «crear un sistema
autoritario encabezado por un presidente todopoderoso» (Parsons, 519). El liberalismo y la
mayoría del conservatismo se opusieron rotundamente y pactaron el golpe militar de Rojas
Pinilla el 13 de junio de 1953.
La entrega de las guerrillas a cambio de meras garantías políticas fue masiva y rápida. En
seis meses sólo quedaban resquicios armados en el sur de Tolima y Sumapaz, grupos
influidos por el Partido Comunista, que desconfiaba del jefe Supremo de las Fuerzas
Armadas por sus tendencias conservadoras, su comportamiento como comandante de la II
Brigada en el Valle del Cauca y por considerar que «continuaría la misma política de
entreguismo y abandono de la soberanía nacional» (Treinta años, 111). Rojas mostró su
anticomunismo a los pocos días del golpe al declarar su admiración por Franco, y antes de
que los periodistas lo notaran, el Gobierno nombró por decreto «una red de censores cuyos
cuarteles generales estaban en las gobernaciones departamentales y las brigadas militares»
(Galvis y Donadío, 270).
Cinco días antes de la celebración de su elección constitucional en 1954, los estudiantes
citaron una manifestación para conmemorar el asesinato de Gonzalo Bravo durante el
gobierno de Abadía Méndez en 1928. El Ejército trató de impedirla a bala y resultó muerto
Uriel Gutiérrez. Al día siguiente, 9 de junio, el Gobierno bloqueó a disparos el paso de una
manifestación de estudiantes con un destacamento de Ejército y Policía. Resultaron muertos
ocho estudiantes, heridos 50 y detenidos 200, entre los cuales conocidos dirigentes
comunistas. Los soldados habían hecho curso para apoyar al Batallón Colombia en Corea y
estaban listos para embarcarse: Tras el respaldo de EE. UU., Rojas culpó al comunismo.
En julio de 1954, la Asamblea Nacional Constituyente eligió a Rojas Pinilla presidente para
el período 1954-1958 y el 6 de septiembre decretó «la prohibición del comunismo
internacional en Colombia». Fue una norma copiada de la Ley de Control del Comunismo
aprobada por el Congreso de Estados Unidos dos semanas antes en Washington, que a su
vez se basaba en The Subversive Activities Control Act of 1950, impulsada por el senador
McCarthy. La censura de prensa y la ley anticomunista molestaron al liberalismo, a pesar,
como lo manifestaron, de ser un partido anticomunista.
El Gobierno sabía que los movimientos del sur de Tolima y de Sumapaz seguían armados
pese a haber participado en las ceremonias de entrega en algunas partes. No representaban
mucho peligro, pero sí una gran oportunidad de recibir apoyo y beneplácito de EE. UU. en
plena Guerra Fría. Rojas inició en Sumapaz contactos tendientes a la desmovilización y el
31 de octubre, con bombo y platillos, desfilaron tres grupos de guerrilleros y depusieron las
armas. El Gobierno se comprometió a reconstruir más de 25 pueblos y 12.000 viviendas y a
devolver las tierras que habían sido adquiridas a bajos precios, a sus legítimos propietarios.
El Ministerio de Agricultura asignó 600.000 hectáreas para el programa y la construcción
de tres grandes carreteras, inclusive una entre Sumapaz, El Duda y Acacías. Todo pintaba
bien hasta cuando el Gobierno ordenó la construcción de un aeropuerto en el alto Sumapaz,
obra que a los ojos de los curtidos guerrilleros no era inocente. El rompecabezas quedó
armado cuando el Gobierno declaró zona de operaciones militares toda la región Sumapaz,
Cabrera, Cunday, Villarrica y Melgar e inició una «operación limpieza». En Cunday, sede
del comando operativo, se establecieron verdaderos campos de concentración. La limpieza
consistió en el traslado de casi 6.000 personas a centros de trabajo obligatorio. Hacia
mediados de junio de 1955, se amplió el cerco militar y el campo de concentración se llenó
de prisioneros. El 8 de junio entró el Ejército a la zona en plan de guerra. Los mandos
campesinos ordenaron defender la Colonia de Villa Montalvo.
«Trajeron 12 aviones que bombardeaban y ametrallaban. El Ejército, que dizque eran 7.000
soldados reducidos en un solo sector, todos disparaban… parecía el día del juicio final…
nosotros evacuamos, íbamos como 30.000 personas. Los aviones acabaron con la iglesia y la
Colonia. No dejaron casa que no desbarataran... bombardearon con bombas incendiarias… caía
la bomba y prendía todo, casas, potreros, monte» (Aprile, 88).
Otro recuerda:
«Tomamos posiciones. Hicimos la ‘cortina’ de defensa, desde la región de Prado hasta
Cunday… Una distancia que necesita días para recorrer a pie. Nosotros no retrocedíamos y el
Ejército no podía avanzar… Nuestras fuerzas pasaban de 5.000 combatientes. Entre 1955 y 1956
resistimos 11 meses, 17 asaltos del Ejército. Nos bombardeaban desde las 4 a. m. En el río
Cuinde combatimos contra 300 hombres, y se terminó con el Batallón Colombia… que también
golpeamos en Mercadillas» (Prada, 71).
La reacción del Gobierno fue brutal. Bombardeó con napalm regiones pobladas o lugares
de refugio civil, la guerra de posiciones fue derrotada. Campesinos que antes eran
trabajadores de fincas cafeteras o pequeños propietarios de Cunday, Guatimbol, Pandi e
Icononzo emprendieron un éxodo hacia el alto Sumapaz y el sur de Tolima. Los recuerdos
de los guerrilleros coinciden con un informe del embajador norteamericano al
Departamento de Estado en abril de 1955:
«…total evacuación de civiles de Villarrica… alrededor de 2.500 personas… cientos arrestados
en las zonas de operaciones… hay cerca de 10.000 soldados en el área… el Ejército está
exagerando su misión en Villarrica arrestando y ejecutando personas indiscriminadamente,
especialmente liberales, bajo el pretexto de que son comunistas. La FAC arrojó 50 bombas
napalm fabricadas aquí… se nos informó que la ofensiva rompió la organización guerrillera»
(Galvis y Donadío, 435).
A fines de 1955 Rojas comenzó a perder respaldo en los partidos por la creación del
«binomio Pueblo-Fuerzas Armadas» y del sector financiero, por temor a la nacionalización
de la banca, lo que facilitó un arreglo con las guerrillas de Sumapaz: el Gobierno permitió
el regreso de 1.400 familias a sus hogares y nombró una comisión para el «estudio de
títulos y la pronta y recta devolución de propiedades» (Londoño, 559). En diciembre de
1956 se realizó una reunión del Partido Comunista con Varela y se resolvió: «trasladarse
con familias a regiones del Duda y el Guayabero para abrir esas tierras y formar el primer
ejército de liberación nacional, marchando al nudo central de los Andes, es decir, al sur de
Tolima y el norte de Cauca, para seguir combatiendo» (ibid, 553). A la caída de Rojas, la
Junta Militar suspendió las operaciones y se reunió con jefes guerrilleros. La junta aceptó
que no entregaran armas, con el compromiso de suspender las hostilidades. Varela dejó
explícita constancia: «Nos reservamos el derecho de poseer con qué defendernos mientras
las mismas condiciones nos inspiran confianza…» (ibid, 565).
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