Origen y Desarollo Histórico Del Estado

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UNIVERSIDAD MARIANO GÁLVEZ DE GUATEMALA

LICENCIATURA EN CIENCIAS JURÍDICAS Y SOCIALES, SÁBADO MATUTINA,


QUETZALTENANGO, QUETZALTENANGO.

Teoría General del Estado

Origen y desarrollo histórico del Estado

Lic. Óscar Emilio Friely Hidalgo

Dennis Eli Tzun Alvarez


No. de carnet: 2050-20-12907
12 de agosto del 2021

EL ORIGEN DEL ESTADO:

Los máximos exponentes de esta concepción social son las escuelas Funcionalista y
Estructuralista. En primer lugar, la escuela Funcionalista basa su análisis en la teoría de
Antonio Guerrero Torres Moisés Vacaro Fernández que el orden social se fundamenta en el
funcionamiento armónico de la sociedad; frente a la tendencia de evolución de esa sociedad,
se plantea que ella misma tiende a ser funcionalmente equilibrada, y la estructura social
funciona por necesidades básicas. La escuela Estructuralista plantea que la cohesión
estructural de la sociedad sólo se explica gracias a una conciencia colectiva, que se traduce en
una solidaridad que permite organizar la distribución del trabajo; la sociedad estaría
estructurada gracias a su conciencia social (mentalidad) y a su orden solidario de organización,
realizándose la integración en la división del trabajo. La organización social es la teoría del
conflicto, entendida como una tendencia de la sociedad a resolver las contradicciones y
tensiones, tanto externas como internas. Spencer sostiene la idea de que el conflicto se
desenvuelve en una dinámica externa, siendo resuelto generalmente por la guerra, cuando la
sociedad está capacitada para afrontar, gracias a un mejor gobierno, sus conflictos con otras
sociedades; la adecuación de todos los recursos para el logro de la victoria hace posible la
cooperación que permite el cumplimiento del objetivo marcado y así mismo, la reiterada victoria
permite el aumento de prestigio y poder de una minoría dirigente de la guerra. Marx y Engels
son los sostenedores de otra variante en la teoría del conflicto; ésta se basa en la dinámica
interna del mismo y se plantea como el intento de solución diacrónica de una situación
sincrónica, cual es la apropiación de los medios de producción por parte de una minoría de la
sociedad. Estas dos corrientes tienen en común la asunción de la lucha, sin descartar el uso de
la violencia, como método para lograr los objetivos sociales; no obstante, mantienen entre sí
una importante diferencia, pues mientras la teoría del conflicto como dinámica externa, necesita
de la existencia de una estructura estatal o paraestatal e incluso se apoya en ella como medio
para lograr sus objetivos, tendiendo a reprimir cualquier actuación que no aporte en la línea de
consecución del objetivo marcado, la teoría defendida por el materialismo histórico tiene como
objetivo precisamente lo contrario, es decir: la abolición del Estado, al que entiende como un
elemento de represión del conjunto de la sociedad. Como se puede observar, tanto Spencer, de
una parte, como Marx y Engels de la otra entienden el Estado como un elemento represivo,
pero con la importante diferencia, al mismo tiempo, de que para Spencer el Estado es
necesario, y para Marx y Engels es el elemento a suprimir. Como concreción de las citadas
corrientes, nos encontramos con dos concepciones del Estado diametralmente opuestas; así
para estructuralistas y funcionalistas, la estructura estatal responde al cumplimiento de
necesidades surgidas de la mayor complejidad social -quizá producto del aumento
demográfico- y todo ello en un marco armónico o solidario del conjunto de la sociedad; un
ejemplo, sintético, de estas teorías lo constituyen los postulados de Elman Service en una de
las obras que han sido utilizadas para la elaboración de este trabajo: Los orígenes del Estado y
de la civilización, en la que plantea el surgimiento del Estado a partir de la necesidad de
ordenar el proceso productivo y el reparto de los beneficios del excedente generado, entre
otras cosas, gracias a la mejora tecnológica, creándose una nueva clase de burócratas que se
nutre de sí misma y cuya única razón de ser y permanecer es el mantenimiento del equilibrio
social. Esta misma corriente de pensamiento, que desde nuestro punto de vista parece
contradictorio, es el de Adam Ferguson. Este autor mantiene que el conflicto y la rivalidad
pueden tener la función positiva de ayudar a la organización del Estado, dado que el conflicto,
el peligro y la hostilidad de los extraños fortalecen el servicio interno a la colectividad; a esta
idea hay que añadir la de que el incremento en la división del trabajo en una sociedad aumenta
su prosperidad, tamaño y complejidad. Sin embargo, decimos que nos parece contradictorio
porque, si bien formalmente asume la teoría del conflicto, su interpretación del origen del
Estado se basa en la teoría armónica que debe regir su actividad.
De otra parte nos encontramos con la dualidad de la teoría del conflicto, para cuyos
pensadores el Estado surge como expresión de las tensiones internas de la sociedad. A
nuestro modo de ver cabe una visión diferente de la idea de Spencer, inscribiéndola en una
fase posterior a la enunciada por Marx y Engels; para nosotros, dentro de la lógica de quien
detenta el poder, no se puede plantear una dinámica de conflicto externo si previamente no se
ha asentado y fortalecido una dinámica de control interno, lo cual significa una inversión de los
términos de la formulación de Spencer. Llama poderosamente la atención que la corriente
estructural-funcionalista, cuando alude a la corriente defensora del conflicto -para intentar
rebatirla-, no refleja en ella la existencia de un elemento fundamental como es el de la
superestructura, que sin embargo sí asume como propio, aunque dándole una interpretación
particular. Según quienes defienden la idea armónica o solidaria de la sociedad, la
superestructura no es sino la asunción voluntaria, por parte del conjunto de la sociedad, de una
serie de valores y esquemas mentales que le permiten su subsistencia de acuerdo a las nuevas
necesidades, jugando el Estado y sobre todo su “burocracia”, un papel arbitral y moderador.
Por tanto, para los defensores de esta idea, el Estado aparece como la solución colectiva de
necesidades nuevas que surgen a partir de situaciones también nuevas (como el excedente de
producción y su redistribución); siguiendo con este esquema, sólo unos pocos hombres están
capacitados para llevar a buen puerto las medidas necesarias, los “Grandes hombres” que en
una fase posterior se rodean de personal especializado para cada una de las tareas (militar,
sacerdotal, administrativa), dando lugar así a la aparición de una casta burocrática y pasando a
un estatus diferente, el de jefe; en la fase siguiente, se produce un proceso de hereditariedad
que conduce a la institucionalización de la figura del jefe, pasando a ser la jefatura una
situación permanente y no temporal como en la fase anterior; a partir de este momento se
puede comenzar a hablar de la existencia de estructuras o formas estatales.
Es de resaltar que, para quienes sostienen esta idea, la superestructura no tiene un papel
represivo. Se asume voluntariamente y de forma automática, reforzando los aspectos de
solidaridad y armonía en la sociedad. La corriente materialista, inscrita dentro de la corriente
que defiende el conflicto como origen del Estado, no es sólo que se afirma la existencia de la
superestructura, sino que además, en el caso del marxismo, se entiende como paralela a la
consolidación de las formas estatales, ya que la considera la justificación moral de una
situación desfavorable para la mayoría de la sociedad, que de otra forma no aceptaría
seguramente. También la escuela materialista cultural se adscribe a esta posición, otorgándole
una categoría de mayor importancia incluso, ya que entiende la superestructura como un
elemento sin el cual no es posible la existencia de los Estados. Se entenderá fácilmente que
nos resulte tan llamativo la ausencia de referencias a la superestructura, por parte de los
pensadores estructural-funcio-nalistas en sus referencias a quienes sostienen la idea del
conflicto.

DESAROLLO HISTORICO DEL ESTADO:

En la antigüedad, el Estado, en su forma institucional precaria, distinta a la moderna


concepción científica, tuvo un carácter mítico, confundiendose lo moral con lo religioso y lo
político, teniendo como nota esencial su carácter absoluto, como en Egipto. Grecia tenía una
concepción integral de la polis y la razón de Estado, siguiendo Roma esa corriente recibida de
la cultura helénica, con sus notas de respeto a la ley y equilibrio en el pensar político, por ser
los romanos hombres eminentemente prácticos y cultores de lo jurídico. La Edad Media, en
cambio, que generalmente se la tiene por una época oscura, de atraso, abre un nuevo
horizonte en la idea del Estado, y es el respeto por la persona humana y la libertad, debida
principalmente a la influencia del cristianismo. La Carta Magna de 1215 debilita la omnipotencia
del monarca, dando un verdadero paso para el reconocimiento de los derechos del hombre y
de la Iglesia. Los pensadores de este período histórico tienen gran importancia, sobre todo en
el aspecto político y por la influencia que ejercieron en el Plata. Descartamos a Santo Tomás, al
que dedicamos el estudio particular de la posible forma de Estado en el futuro. En el siglo xv la
teología era una ciencia universal que comprendía todas las manifestaciones de la cultura,
desde la jurisprudencia hasta la poesía; los teólogos elaboraron los principios fundamentales
de un nuevo derecho. Pueden citarse a Bartolomé de las Casas, Domingo de Soto, Juan de
Mariana. Especialmente e destacan Francisco de Vitoria y Suárez. El primero defendió
tenazmente la libertad de los indios; fueron famosas sus lecciones en la Universidad de
Salamanca por su elocuencia y sabiduría. Su obra fundamental, Relectiones
ThJeologthcae,escrita en 1586, que fuera incluida en el Indice por mandato de Sixto V. en
virtud de haber afirmado que se pueden resistir las decisiones equivocadas de los Papas y que
el Príncipe tiene jurisdicción en materia de matrimonio, así como en la cuestión del Patronato.
Su pensamiento tiene gran valor desde el punto de vista político, no sólo por ser el verdadero
padre del Derecho internacional anterior a Grocio, sino por ser un demócrata en el verdadero
sentido de la palabra, al considerar a la persona como sujeto de derechos. Jamás se debe
anteponer, según Vitoria, el bien de la República al bien de la persona. Así, dice que no es lícito
dar muerte a un hombre inocente por el bien de la República. Aristóteles dijo que el hombre,
con todo lo que es, pertenece más a la República que a sí mismo; Vitoria dice que hay un bien
propio particular, por encima del Estado; de ahí que el bien común sea inmanente en cuanto
responde a las exigencias individuales mediante la justicia de proporción o distributiva 3.
Francisco Suárez fue designado profesor en la Universidad de Córdoba por orden de Felipe II.
Entre sus numerosas obras interesa muy especialmente su “Tratado de las leyes y de Dios
legislador", publicado en 1612. Dividida en diez libros y escrita en latín, consolida principios
políticos ya estudiados por el aquinatense. Al afirmar la existencia de una Sociedad Universal
se adelanta a la teoría del pacto o contrato social. Estas teorías acerca del origen del poder,
enderezadas contra el absolutismo protestante, no dejaron de correr en las aulas de la
Universidad de Córdoba, y provocaron más de una vez la reacción de los agentes de la Corona
‘. La influencia de los teólogos fue grande y lo reconocieron autores de gran valor; protestantes
como Ihering en su obra “El fin en el Derecho”. A Suárez sus contemporáneos lo calificaron de
“Doctor Eximio”, de “Papa Metafísico”. Los teólogos más ilustres defendieron la subordinación
del Príncipe a la ley. El legislador injuriaría a los demás ciudadanos si siendo miembro del
Estado no tiene también su parte de carga, encontrando su límite en las normas inmutables del
Derecho natural. El reino no era para el Rey, sino el Rey para el Reino, doctrina de gran valor
en la época, según destaca Hinojosa, en la que escritores extranjeros defendían la tesis
contraria. Así fue cómo la monarquía de la Casa de Austria no llegó a tener nunca el carácter
depresivo de la dignidad de la persona humana, que alcanzó con el protestantismo,
imponiéndose a las ideas cesaristas. La Legislación dictada en América, hasta la Recopilación
de 1680, es obra de los teólogos y juristas. Afirmaron la necesidad de implantar en las
Provincias una Administración ordenada, una dirección técnica y un Gobierno jurídico y no de
fuerza. Esas ideas inspiraron al joven jurisconsulto Mariano Moreno su afira mación hecha en
1809. La Reforma, verdadero naufragio del Cristianismo al decir de Chesterton, traería
aparejado en todo el siglo xv: y en los que le suceden el absolutismo estatal. Lutero en
Alemania, Enrique VIII en Inglaterra, Calvino en Suiza, etc., van a ser los verdaderos
precursores de los totalitarismos contemporáneos. Tan es asi que en la Edad Moderna, Bodin
en Francia y Hobbes en Inglaterra son los principales teorizadores del poder omnimodo del
Estado, ya estudiados por Machiavello en su famosa obra “El Príncipe". Esta época se
caracterizó por su secularización; deja de ser sacra como el medioevo. donde para ser
ciudadano se necesitaba ser cristiano °. El Renacimiento y la Reforma como reacciones contra
lo sacro y cristiano en el arte, literatura y política, preparan el absolutismo estatal en Inglaterra y
Francia. La Edad Contemporánea tiene como característica fundamental la reacción contra la
monarquía, culminando en la declaración de los derechos del hombre de la revolución
francesa, que degenera luego en el despotismo.
Un gran teorizador podemos destacar en esta época: Montesquieu, quien en su “Espiritu de las
Leyes" nos da la doctrina de la división de los poderes, ya estudiada por Locke, y en la Edad
Media y Antigua, pero esbozando la armonía y contralor entre esos poderes; es decir, los
famosos frenos y contrapesos que nos señalan los constitucionalistas mm dernos para evitar
todo intento de tiranías futuras. Generalmente se dice que el Estado debe realizar el bien
común, y se confunde el mismo con el bien público, colectivo, bien general, etc. Definimos el
mismo en El Bien Común en la Doctrina Toñsta como “el conjunto organizado de las
condiciones sociales, políticas y económicas, de acuerdo a un fin ético, gracias a las cuales la
persona puede llenar su destino natural y espiritual, entregándose a la sociedad para
alcanzarlo, y devolviendo a ella más de lo que le ha dado en forma de sabiduría, virtud y
belleza”. Se podría condensar esta definición en una fórmula que tan atinadamente propuso el
P. Derisi en su obra La Persona: “Ni bien personal sin bien común, ni bien común sin bien
personal". Por ello no debe confundirse dicho bien con la suma de bienes individuales; es un
concepto cualitativo y no cuantitativo, no es el bien del Estado persona jurídica, sino el de la
Sociedad de personas, que a todos beneficia y perfecciona, ya a las familias o a las
instituciones particulares o universales tales como las Sociedades e Inglesia, respectivamente.
Por tanto, debemos distinguir un bien común “propio” (de la persona o individuo), y por encima
de éste el “bonis in communni", al que la voluntad natural se dirige, o sea el bien de la
“humanidad”. No se puede ordenar la voluntad sólo al bien común propio de la especie como
pretendió un eminente filósofo canadiense, Charles De Koning, en su obra De la primante du
bien común contre las personalstés por no considerar ese “bonis in communni", del que tanto
insiste S. Tomás en la Suma, pudiendo caer en el peor de los totalitarismos; ni tampoco exaltar
en forma desmedida la libertad del individuo, porque ella puede llevar a una verdadera
anarquía y libertinaje, condenada por León XIII en su encíclica “Libertas”. Si él viviera en
épocas del nazismo, o de la actual barbarie roja, hubiera condenado de la misma manera y aún
más enérgicamente las aberraciones de tales doctrinas, pulverizadas por Pío XI y Pío XII, quien
en una reunión de estudios humanísticos y políticos en la Ciudad Eterna, el 25 de diciembre de
1949, sostuvo que los derechos del hombre son tan inviolables que ninguna razón de Estado,
ningún pretexto de bien público, puede colocárseles por encima. Están y deben estar
protegidos por una muralla insuperable. Sólo un Estado católico es capaz de organizarse sobre
el verdadero bien común, todo él subordinado al servicio definitivo de la persona, verdadero
fundamento del derecho, aquello en vista de lo cual existe la ley. Si, en cambio, no hay ese
respeto a la dignidad de la persona, la aceptación necesaria de las minorías, se comienza por
negar al hombre la voluntad inteligente, la comunidad se establece zoológicamente por fatales
vínculos de raza y de sangre. Escribía Hitler en Mein Kampf: “El dogma de la libertad no valdrá
un comino el día que organicemos verdaderamente nuestra nación"; y Mussolini en un artículo
sobre “Fascismo”, de la “Enciclopedia Italiana", decía: “Para el fascista todo se halla en el
Estado y nada humano y espiritual existe y tiene valor fuera del Estado”. En cambio el
Cristianismo concilia la libertad con la autoridad, que es distinta al “poder”, fuerza por la cual se
puede obligar a obedecer a otros. “Autoridad” es el derecho a dirigir, a mandar y a ser
escuchado y obedecido por los demás. La autoridad pide poder, el poder sin autoridad es
tiranía. Hay gobiernos “con” fuerza, para el respeto de los derechos naturales del hombre, que'
no hay que confundirlos con los gobiernos “de” fuerza, donde se llega a la atomización o
destrucción de los valores humanos. Si bien la palabra democracia no es “unívoca” y ha
consistido en las diversas estructuraciones sociales en la marcha del tiempo en ordenaciones
diferentes, tiene notas esenciales como el respeto a la dignidad de la persona humana, que es
en esencia libertad y el libre juego de 'las opiniones contrarias. 'No es, pues, el mero hecho de
la mayoría lo que define la democracia, puesto que puede haber una tiranía que cuenta con
mayorías. Lo que caracteriza a la misma es la oposición, el derecho a la crítica, a la discusión;
de lo contrario la idea de progreso seria ilusoria. Por ello Maritain propone pasar de una
República burguesa, desecada por sus hipocresías y por falta de savia evangélica, a una
democracia íntegramente humana, “vitalmente cristiana”, como l'a llama en "Los derechos del
hombre y la ley natural”. Por eso también un eminente profesor argentino, el Dr. Rafael Bielsa,
al hablar de la crisis en nuestro país, sostiene que la misma es de falta moral y civismo y no de
instituciones o de Constitución. Nos recuerda una anécdota de un gran brasileño, Capistraño
de Abreu. En 1926, dos redactores del diario “A Manha do Rio” le solicitaron una entrevista.
para pedirle opinión sobre la crisis del Brasil. Capistrano les dió la siguiente respuesta: “Andan
hablando de la reforma constitucional; quieren atribuir los errores a la ley; yo propondria, que se
sustituyen todos los capítulos de la Constitución, por un artículo único: “Todo brasileño queda
obligado a tener vergüenza”. El insigne tomista Maritain, en su obra El'hombre y el Estado,
distingue los conceptos de “cuerpo político y sociedad política", “Estado” y “soberanía”,
proponiendo como denominación de esta última, en su substitución, el término de “autonomia”.
“Cuerpo político”, sería la sociedad con sus instituciones políticas, religiosas, industriales,
comerciales, etc. El Estado es para el autor citado la parte más sobresaliente de ese cuerpo
político, encargado del mantenimiento de la ley y el orden público, así como su administración.
El Estado debe estar subordinado al “Cuerpo político”, como la parte al todo, para el
cumplimiento del bien común. Es peligroso sostener que el Estado es un todo, una persona de
derecho, por cuanto se cae en el absolutismo. El pueblo es la substancia libre o viva del cuerpo
politico, está por encima del Estado, no es para él, sino que el Estado es para el pueblo. Con
respecto a la soberanía, se ha partido de un concepto erroneo de la misma. La palabra
“príncipei’, empleada por S. Tomas, se la tradujo como soberano por los dominicos ingleses, de
ahí el error de Bodin al decir que el rey es soberano; el pueblo se ha despojado de su poder
para transferirlo al rey ya no es una “delegación” de poder como en el medioevo, sino una
“transferencia” y por tanto por encima y separado del cuerpo político. Dios mortal en El
Leviathan, encarnado en la persona del monarca, y la concepción de soberanía de Rousseau
no es más que el Leviathan hobbesiano coronado con la voluntad general, en vez de la corona
de aquéllos a quienes el vocabulario jacobino llamaba “les rois et les tyrans”. Por ello, la
soberanía no está ni en el Estado, ni en el cuerpo político, ni en el pueblo. Si la autonomía. De
lo contrario el Estado se confunde con el todo (cuerpo político) o con el pueblo, dejando de lado
la libertad de otras instituciones, entidades o asociaciones y de la misma Iglesia, por sobre las
cuales está el soberano. En materia internacional estaría por encima de la Sociedad Universal;
como consecuencia, no sería posible concebir ninguna ley internacional capaz de obligar a los
Estados de una manera consistente. Por otra parte, el soberano seria 'siempre irresponsable;
nunca podría errar, porque se confunde con el pueblo, escapando de la supervisión y
fiscalización que debe existir en toda democracia integral. La Iglesia, en veinte siglos y a través
de sus encíclicas pontificias, nos viene enseñando la misma concepción estatal que Maritain,
en el sentido que la parte más sobresaliente del cuerpo politico debe ayudar a las demás
instituciones, a saber: familia, sociedades, asociaciones, Iglesia, etc., para el logro del bien.
común temporal. En cuanto a la educación, debe "establecerse la enseñanza libre, por cuanto
es un derecho natural de la familia el de enseñar por encima del Estado, y anterior a él. En las
relaciones con la Iglesia,- debe existir la cooperación y armonía con el Estado, así como las
relaciones entre el alma y el cuerpo, destacando siempre la superioridad de la Iglesia como
madre en el orden espiritual; esto es lo que el comunismo nunca admite, como si fuera posible
impedir que el cielo enviara lluvia a la tierra o brillara sobre ella. El principio de cooperación
entre la Iglesia y el Estado puede ser, según la concepción de Maritain: 1° Indirecta o General,
es decir, asegurando el bien común temporal o sea el conjunto de condiciones sociales,
económicas y políticas que favorezcan los fines de la personalidad humana. 2° El
reconocimiento público de la existencia de Dios, de acuerdo a las tradiciones y confesiones de
fe de un pueblo, y 3° La directa o mutua, ayudando la misión espiritual de la Iglesia, no
acordándole privilegios temporales, que lejos de beneficiarla, le perjudican. El intento de
esbozar un tipo futuro de Estado, obedece siempre a principios inmutables, perennes, los
medios de aplicarlos son analógicos y cambian también de acuerdo a la variedad de épocas.
La idea de una Sociedad internacional para evitar la guerra es ya antigua en los pensadores de
filosofia política. La verdadera. ace en el Cristianismo, esencialmente universal: “Id y enseñad a
todas las Naciones en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". La Edad Media nos
dió esa concepción de unidad sacra y universal, — vimos el concepto tomista del "bonis in
comuni". Kant desarrolla el “Jus cosmopoliticum”, un derecho superior, objetivo y originario; J
ellinek lo deriva de la cooperación de los Estados para formar un Superestado.
Recordemos la acción llevada a cabo por la Liga de las Naciones y por las Naciones Unidas en
el presente. La tarea no llega a la raíz del mal y sigue siendo precaria, porque tales
instituciones, son órganos creados por los Estados Soberanes, cuyas decisiones sólo ellos
pueden registrar, actuando como entidades supremas, impenetrables, trascendentales y
absolutas. Al tiempo que los Estados se fortalecen en el orden interno, ello resulta más
peligroso para la paz internacional, los roces son mayores. Por eso dice con razón Maritain,
que debemos librarnos del concepto hegeliano o pseudo hegeliano del Estado como persona
suprahumana y sujeto de derechos, concepción de Kelsen, que lo identifica con el derecho, y
que puede conducir al totalitarismo. Vimos que el Estado es sólo una parte del cuerpo político,
bajo la fiscalización de éste. Pretender formar un Gobierno Universal formado por Estados, sin
tener en cuenta el cuerpo político o sea el pueblo con sus distintas instituciones, sería un
superestado absoluto, superpuesto a los Estados particulares, como un imperio universal, idea
pangermanista y del comunismo actual. Por ello, nos dice el autor comentado, que debe
tenderse hacia una “Sociedad política universal” por un proceso creciente, vital, en la cual
participarían todos los cuerpos políticos con sus instituciones; es decir, correría a cargo de la
voluntad del pueblo de cada Nación, de “vivir juntos en el mando", que barriera los mitos de los
Estados personas soberanas y los naturales egoíos. Estarían privados de jurisdicción, sin
poder poner sanciones, como la Corte de Justicia Internacional. Sería sólo una opinión
organizada.

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