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CESARE LOMBROSO
Este médico italiano desarrolló a finales del siglo XIX una polémica teoría según la cual los criminales eran
individuos «atávicos» o primitivos que había que erradicar. Matteo Dalena
En la segunda mitad del siglo XIX, la expansión de las ciudades industriales trajo aparejados problemas
sociales de todo tipo: explotación laboral, escasez de vivienda, insalubridad... Y también el crecimiento de la
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criminalidad. La prensa se llenaba diariamente de sucesos a veces truculentos, los propietarios se sentían
amenazados y los políticos no dudaban en agitar el miedo al delincuente para justificar la máxima severidad
penal contra asesinos, violadores y ladrones, y poner fuera de circulación a aquellos individuos que
perturbaban el orden público.
En esa atmósfera de tensión, la ciencia intervino para investigar las causas de la criminalidad. Hoy en día se
sabe que al comportamiento criminal de una persona contribuyen factores ambientales, económicos y
sociales, y también se sabe que la tendencia a delinquir no es algo fijado a priori en el patrimonio genético de
nadie. En resumen, no nacemos criminales, sino que nos convertimos en criminales.
En cambio, a finales del siglo XIX, en pleno dominio del positivismo, los estudiosos adoptaron una óptica
distinta. Se preguntaban cuáles eran las características físicas que hacían a los delincuentes tan «diferentes»
del resto, qué provocaba sus comportamientos violentos y cuáles eran los factores biológicos que contribuían
a «formar» un delincuente. El científico que mejor representó esa corriente de pensamiento en Europa fue el
italiano Cesare Lombroso.
CRONOLOGÍA
Cesare Lombroso nace en el seno de una familia acomodada de origen judío, en la ciudad italiana de Verona.
1858
Se licencia en Medicina en la Universidad de Pavía, tras haber estudiado también en las de Padua y Viena.
1870
1876
Publica El hombre delincuente, donde expone sus tesis sobre el origen del criminal.
1909
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MÉDICO Y PATRIOTA
Marco Ezechia Lombroso, llamado Cesare, nació en Verona en 1835. Asistió sin muchas ganas a la escuela
primaria y a partir de los 15 años siguió sus estudios en casa. Luego estudió en las universidades de Padua y
Viena, y se graduó en Medicina en la Universidad de Pavía con una tesis sobre el cretinismo en Lombardía,
una patología debida a un defecto de funcionamiento de la glándula tiroides que provocaba alteraciones
físicas y mentales.
Lombroso vio señales de «razas inferiores» en los cadáveres de criminales que estudiaba.
En 1859, al estallar la guerra entre Italia y Austria por el dominio de Lombardía, se enroló como médico de
campaña, lo que le dio experiencia en el tratamiento de amputaciones y heridas de guerra. En 1863 fue
destinado a Calabria, acompañando a las tropas encargadas de reprimir el bandolerismo del sur de Italia.
Lombroso aprovechó estas misiones para realizar investigaciones antropológicas siguiendo el método de la
frenología, el estudio de la conformación del cráneo para determinar las facultades mentales y los rasgos de
carácter de las personas, desarrollada por el médico alemán Franz-Joseph Gall a inicios de siglo.
En Calabria, Lombroso tuvo campo «para medir craneológicamente a miles de soldados italianos y recoger
muchos cráneos y cerebros», según rememoró él mismo. Más tarde, sus hijas aseguraron que su intención era
diseñar un mapa antropológico de Italia: «Había adquirido tal práctica del tipo étnico con estas mediciones
que conocía a primera vista no sólo si un individuo era del norte o del sur de Italia, sino de pueblos limítrofes
de la región de la Basilicata o de Calabria, de Apulia o del Napoletano».
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Busto modelado (98) por uno de los pupilos de Lombroso a partir del cadáver de un delincuente expuesto en
el Museo Lombroso.
Después de abandonar el ejército, en 1867 fue nombrado profesor de psiquiatría en la Universidad de Pavía y
más adelante asumió el cargo de director del manicomio de Pesaro. En 1870, hizo lo que él mismo consideró
como el descubrimiento fundacional de la antropología criminal. Mientras realizaba la autopsia del cuerpo del
bandolero calabrés Giuseppe Villella, quedó muy sorprendido por una particularidad de su cráneo, que
presentaba una hendidura en la base y un segmento dilatado de la médula espinal.
Aquello le recordó la anatomía de algunas «razas inferiores» de Bolivia o de Perú, que había estudiado en un
libro donde se argumentaba que las razas humanas se distinguían entre sí por el mayor o menor grado de
evolución respecto a su ancestro común, el mono, con los negros como raza inferior y los blancos como la
más elevada.
A sus ojos, el cráneo de Villella estaba emparentado con una raza humana inferior, así como con «tipos
inferiores de monos, roedores y pájaros». Para Lombroso, fue una revelación: «De repente me pareció ver,
destacado y claramente iluminado, como una extensa llanura bajo un sol llameante, el problema de la
naturaleza del criminal, que reproduce en épocas civilizadas las características no sólo de los salvajes
primitivos, sino de tipos inferiores cada vez más cercanos a los carnívoros». En su opinión, los criminales
como el bandolero Villella sufrían una malformación innata que los situaba en un estadio de desarrollo físico
y psicológico inferior al de las personas civilizadas.
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Lombroso resumió esta teoría en el concepto de «atavismo», la regresión de la persona a una vida primitiva
próxima a la de un animal salvaje. De este modo, observando los signos de degeneración o atavismo,
Lombroso podía situar a los individuos en una hipotética escala evolutiva en la que las clases medias blancas
europeas ocuparían el punto más alto.
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En 1876, Lombroso se convirtió en docente de medicina legal e higiene pública en la Universidad de Turín, y
ese mismo año publicó su obra más conocida: El hombre delincuente, «el estudio directo, somático y
psíquico del hombre criminal», según sus propias palabras. Introdujo también en el mundo científico el
concepto de «delincuente nato», aplicable a individuos corrompidos por anomalías físicas y mentales
–«organizadas para mal»– que «ya no parecen nuestros semejantes, sino bestias feroces».
Lombroso fue profesor de Medicina en la Universidad de Pavía. En la imagen, el teatro anatómico de esta
institución.
En cambio, para los crímenes «menos odiosos» y para los «delincuentes habituales», Lombroso recomendaba
la segregación a perpetuidad en islas lejanas y la condena a trabajos forzados, ya que, «más que de ellos
mismos, deberíamos preocuparnos de su utilización». Para delitos menores recomendaba diferentes penas
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extracarcelarias, destinadas a conseguir la curación del delincuente, la compensación por los daños
ocasionados y en general, a «defender a la sociedad de estos elementos perturbadores».
Durante miles de años hasta entonces, el punto de vista dominante había sido que, como el crimen era un
pecado contra Dios, debería castigarse de manera apropiada: «ojo por ojo», y así sucesivamente. Durante la
Ilustración, pensadores como Jeremy Bentham o el italiano Cesare Beccaria decidieron que, como todos
éramos seres racionales, la opción de cometer un delito se tomaba sopesando los costos y los beneficios. Si
los costos eran mayores, la mayoría de nosotros optaríamos por no delinquir.
Esta fue una filosofía interesante, pero los críticos notaron sus fallas: no todos los actos son racionales, y
algunos crímenes, particularmente los violentos, son puramente emocionales, dijeron. Lombroso y sus
colegas antropólogos criminales también desafiaron estas ideas, y fueron los primeros en abogar por el
estudio de la delincuencia desde una perspectiva científica. En particular, Lombroso apoyó su uso en la
investigación criminal y uno de sus asistentes, Salvatore Ottolenghi, fundó la primera Escuela de Policía
Científica en Roma en 1903.
A lo largo de su carrera, Lombroso no solo se inspiró en el trabajo de otros antropólogos criminales en toda
Europa, sino que también realizó muchos de sus propios experimentos para demostrar sus hipótesis. Estos
implicaban el uso de extraños artilugios para medir distintas partes del cuerpo, y también cosas más
abstractas como la sensibilidad al dolor y la propensión a decir mentiras. De hecho, Lombroso finalmente
desarrolló un prototipo rudimentario del detector de mentiras.
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Lombroso usó varios equipos para diferentes propósitos. Un hidrofosfógrafo, por ejemplo, para estudiar los
cambios en la presión arterial en los sujetos. El brazo izquierdo se conectaba a la máquina y el derecho a una
bobina de inducción llamada Ruhmkorff, y los sujetos eran expuestos a varios estímulos, unos desagradables,
como descargas eléctricas y el sonido del disparo de una pistola, y otros agradables, como por ejemplo
música, comida, dinero o una foto de una mujer desnuda.
El problema era que la grabación de los resultados era a veces caótica, lo que hacía que las conclusiones no
fueran confiables, por decir lo menos. Para empeorar las cosas, Lombroso tendía a recurrir a pruebas
extravagantes para agregar peso a sus hipótesis. Esto dejó sus trabajos vulnerables al ataque de los críticos en
toda Europa.
LEGADO POLÉMICO
Las teorías de Lombroso sobre el delincuente nato y el atavismo dominaron el Primer Congreso Internacional
de Antropología Criminal, celebrado en Roma en 1885. Especialistas de muchos países, sobre todo de
Estados Unidos, Rusia y Alemania, se mostraron receptivos a sus ideas. Pero Lombroso también tuvo
detractores, sobre todo en Francia.
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El cráneo de Giuseppe Villella, expuesto junto a muchos otros en el Museo Cesare Lombroso de Turín, ha
sido motivo de una disputa judicial los últimos años. En 2012, un tribunal dispuso su devolución a Calabria
para que fuera sepultado en su lugar de origen. Pero la sentencia fue revocada en los dos juicios siguientes en
atención al interés científico e histórico de la pieza.
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Lombroso era una personalidad muy conocida en Italia, impartía charlas, y comentaba todo tipo de cosas en
la prensa popular. Estaba interesado en muchas disciplinas, y algunas veces tenía dificultades para enfocar
sus esfuerzos en algo concreto. Una de sus hijas, Paola, describió un día típico en su vida: «… teclear en la
máquina de escribir, corregir pruebas, de su despacho a la biblioteca y desde la biblioteca al laboratorio en un
frenesí de movimiento …; y por la noche, incansable y con ganas de ir al teatro, no a uno sólo, sino a una
peregrinación de dos o tres teatros de la ciudad».
A lo largo de su carrera se hizo acopio de numerosos objetos pertenecientes a prisioneros con los que se había
encontrado. Desde máscaras mortuorias a esqueletos y calaveras. Inicialmente, estos fueron alojados en su
casa y luego en la Universidad de Turín, donde trabajó. En 1892 Lombroso abrió un museo para estos
objetos. Este se cerró en 1914, pero volvió a abrir en Turín en 2010 y bien merece una visita. Una de las
exhibiciones más destacadas es la cabeza de Lombroso en un frasco, que aceptó sería donada a su muerte (en
1909).
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Según Lombroso, su interés por lo oculto comenzó cuando, en 1882, se le pidió que examinara a la hija de 14
años de un amigo de la familia. Se pensaba que estaba sufriendo de histeria y había estado vomitando,
caminando sonámbula y quejándose de fatiga. Lombroso concluyó que esta niña podía ver el futuro y
también describir lo que hacían otros cuando estaban lejos. Aparentemente también podía ver, leer y oler con
otras partes de su cuerpo. Lombroso no podría ofrecer ninguna explicación para esto.
Otro ejemplo famoso fue lo que describió como el caso de la bodega embrujada. Fue llamado por una familia
de vendedores de vinos que creían que una de sus bodegas estaba siendo atacada por entidades
invisibles. Cuando Lombroso la visitó, bajó al sótano y esperó a ver qué sucedía. Las botellas comenzaron a
caer y cuando se fue, Lombroso había presenciado que 15 se habían roto. Una vez más, no pudo ofrecer una
explicación de lo que había visto.
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Además de abrir nuevos caminos en sus trabajos sobre criminales, Lombroso también ha sido descrito como
uno de los padres fundadores de la parapsicología. Investigó a la famosa médium psíquica Eusapia Palladino,
participando en sesiones de espiritismo dirigidas por ella. En una, que tuvo lugar en 1892 y vio a la médium
atada a una cama plegable cuando «parece que se presentaron varios espíritus». Esto convenció a Lombroso,
entre otros testigos, de que el mundo espiritual era una realidad, y consideró que era un deber establecer (con
ayuda de la ciencia) que los fantasmas eran reales.
El último libro de Lombroso, publicado después de su muerte, fue una reflexión sobre la biología del mundo
espiritual. Como era de esperar, tuvo una recepción mixta, y su investigación sobre fantasmas, poltergeists,
telepatía y levitación pasó pronto a la historia. Sin embargo, contribuyó a la desacreditación general de las
ideas de Lombroso a lo largo de los años, y durante algún tiempo su trabajo fue visto más como una
curiosidad que otra cosa. Esto se vio acentuado por la creciente popularidad de la eugenesia y el uso de
teorías biológicas del crimen por parte de los nazis para justificar el asesinato de millones de personas. En el
período de la posguerra, otras explicaciones más sociológicas del comportamiento delictivo se hicieron más
populares y, por lo tanto, las teorías biológicas fueron en gran parte rechazadas.
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EL MISÓGINO
En su libro La mujer delincuente, la prostituta y la mujer normal (1893), Lombroso afirma que las
«delincuentes natas» son menos frecuentes a causa de la inferioridad femenina. Una idea misógina que se
debería, según la historiadora Mary S. Gibsonn, a su angustia por el avance del feminismo.
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