Deismo - Profesión de Fe Del Club Racionalista

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Profesión de Fe del Club Racionalista

Uruguay, 1872

La Profesión de Fe del Club Racionalista —indivisible pieza de doctrina religiosa, metafísica,


gnoseológica, moral y política— es el más significativo documento de la conciencia filosófica,
teórica y práctica, de aquella generación universitaria. Imbuida de la metafísica espiritualista, vivía
ésta en filosofía, tanto como en política y en literatura, en pleno romanticismo. La grandilocuencia
romántica imprime su sello a la forma y al contenido de la declaración. Empieza con un exordio y
termina con una protesta. Entre ésta y aquél, la enunciación de siete dogmas fundamentales: 1 -
Dios, 2 - Razón, 3 - Libertad, 4 - Sentimiento moral, 5 - Deber, 6 - Sanción divina, 7 - Inmortalidad.
A la formulación afirmativa de cada uno, que se inicia con la palabra Profesamos, sigue también
para cada uno el rechazo expreso de su negación, iniciado con las palabras Y juzgamos. He aquí su
texto:

Los que suscribimos, profundamente penetrados de que en la propagación activa de las más
puras doctrinas religiosas es donde debe buscarse el y dignificación de la personalidad humana,
el más seguro goce de la libertad, el afianzamiento de las verdaderas instituciones democráticas
y la más poderosa y sólida base de nuestro perfeccionamiento social y político; nos asociamos
con el objeto de formular nuestros dogmas fundamentales con la precisión posible, a fin de
ofrecer a los que al presente piensan como nosotros, un centro de unión y un vínculo positivo de
hermandad para la más eficaz realización de aquellos dogmas; y principalmente nos asociamos
con el firme y decidido propósito de difundir por todos los medios legítimos los principios
religiosos que nuestra razón concibe, y

Profesamos la existencia de un solo Dios, Ser Supremo, creador y legislador del Universo, única
fuente de razón de todo lo que existe; esencia de bien, de justicia, de amor, de razón y de
belleza; ser inmutable; soberana y perfectísima inteligencia; luz de todas las luces, suma unidad,
suprema armonía;

Y juzgamos como negatoria de la conciencia humana, como contraria a las revelaciones de la


razón, como sacrílega, como blasfematoria, como impía, como desquiciadora de todo orden en
el mundo, toda doctrina que niegue la existencia de la Divinidad como causa única del
Universo; toda doctrina que predique más de un Dios, que confunda a Dios con el mundo; toda
doctrina que predique la negación de la unidad divina; tal como el dogma cristiano de la
Trinidad que es la negación de Dios mismo; que predique la mutabilidad, la materialidad, la
humanización, la encarnación de Dios; que predique el milagro, abrogación de las leyes de Dios
por Dios mismo; toda doctrina que haga de Dios, —soberano bien y soberana perfección— un
ser mudable, voluble, sujeto a error y a arrepentimiento; capaz de odio, de ira y de venganza.

Profesamos que todo hombre ha recibido de Dios, Ser Supremo y creador del Universo, la
razón, luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo; única facultad que poseemos
para alcanzar la realidad, único órgano para conocer la verdad, para distinguir el bien del mal;
único revelador de los gérmenes eternos de luz y de verdad que Dios ha depositado en el alma
de todo ser humano; soberano juez en todo conocimiento: en todo lo que se refiere al alma, en
todo lo que afecta al corazón; suprema autoridad en nuestros juicios y apreciaciones sobre todo
lo existente; único medio de comunicación con Dios; única luz que nos sirve de guía en la vida,
con cuya sola ayuda se conoce todo hombre en el santuario de su conciencia (descubre su
misión, descubre a Dios y revela la armonía que existe en la naturaleza humana y en todos los
órdenes de la existencia;

Y juzgamos como contraria al testimonio irrecusable de la conciencia humana, como degradante


para la nobleza y dignidad del hombre, como esencialmente embrutecedora; juzgamos como
absurda, como blasfematoria, como impía, toda doctrina que niegue al hombre la razón; que
predique la impotencia del espíritu humano para conocer por sí solo y con sus propias fuerzas
todo lo que se refiera a sí, a Dios y a la naturaleza; toda doctrina que predique un orden
sobrenatural, inaccesible a la razón; que predique la revelación periódica, directa, necesaria y
personal de Dios al hombre; toda doctrina que exija al hombre la abdicación de su razón en
manos de una casta, de un sacerdocio, de una Iglesia designados por Dios para instruirle; o ante
la absurda divinidad de un libro que, como el Evangelio, se pretende dictado por el mismo Dios.

Profesamos que todo hombre ha recibido de Dios la libertad, don sagrado, prerrogativa
inviolable de dirigirse en la vida, en la investigación de la verdad, en el conocimiento de lo
bello, en la realización del bien; derecho de examinar todo lo existente, derecho ilimitable de
examinar sobre el hombre, sobre Dios, sobre la naturaleza; facultad irrestringible de buscarse
los medios más nobles, más puros, más legítimos, para el desarrollo del espíritu, el cultivo del
sentimiento, la purificación del alma y la salud del cuerpo; carácter inviolable de nuestra
dignidad personal.

Y juzgamos como opuesta al testimonio irrecusable de la conciencia, como desdorosa


degradante, aniquiladora de la nobleza y dignidad humanas; juzgamos como falsa, como
sacrílega, como impía, toda doctrina que restrinja o niegue al hombre la libertad, el derecho
personalísimo de creer, de pensar, de juzgar sobre todo lo que atañe al problema de nuestra
existencia, al destino del hombre; a su relación con los demás seres, a su relación con Dios; toda
doctrina que predique la sumisión ciega de la razón humana a un hombre, a un sacerdocio, a una
iglesia; que predique la imposición de trabas, la violencia a la naturaleza libre y perfectible del
hombre.

Profesamos que Dios ha dado a todo hombre la sensibilidad, el corazón, manantial de


nobilísimos instintos, de fecundas inclinaciones, de tendencias y de propensiones espontáneas al
bien, a la verdad y a la belleza; centro de placer que nos inclina al bien, centro de dolor que nos
aleja del mal; fuente de todo amor; sustento de toda afección, de todo vínculo de unión y de
fraternidad; poderoso estímulo y auxilio constante de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad
en la adquisición de la verdad y en la práctica del bien;

Y juzgamos como contraria al testimonio de la conciencia, como degradante de la naturaleza


humana, como blasfematoria, como impía, toda doctrina que predique que el corazón humano
va fatalmente a la maldad, que ésa es su ley, inherente y esencial a la condición de la humana
criatura; toda doctrina que predique la inclinación irresistible, la incorregible tendencia del
hombre al mal, al odio, a la aversión, a la venganza y al egoísmo.

Profesamos que todo ser humano tiene por misión el desarrollo armónico de todas las potencias
de su alma, de todas las facultades de su espíritu; perfeccionarse como inteligencia, como
voluntad, como sentimiento en toda la extensión posible de su naturaleza limitada, relacionando
y armonizando todas las revelaciones y los mandatos de su razón, todos los descubrimientos del
pensamiento, todos los dones, las tendencias y los impulsos de nuestro ser, para realizar en la
vida por medio de su libertad una imagen de la bondad, de la belleza, de la justicia, de la
armonía divinas; y profesamos como único medio para alcanzar esa semejanza, para acercarnos
a la soberana perfección, el deber: ley universal de las acciones humanas, obligatoria a todo
hombre en todo tiempo y en todo lugar; ley que manda el sometimiento de la voluntad a la voz
de la razón, el ennoblecimiento del alma, la purificación del corazón por medio del férvido amor
a Dios, a nuestros semejantes, a nosotros mismos; ley que manda al hombre en todas las
circunstancias de la vida, que obre el bien por sólo el bien, por ser la expresión de la esencia
misma de Dios, no por temor al castigo, no por espera de premio y de recompensa, no por
interés, ni por utilidad; ley que manda el amor a la verdad, a la justicia, la realización de lo
bello; la castidad, la caridad, la piedad universal; el sacrificio y la propia abnegación por el bien
de la humanidad, de la patria, de la familia, del prójimo; ley que manda el amor entrañable a
todos los seres humanos, el respeto a su libertad, a su dignidad, sea cual fuere su condición,
pobres o ricos, incultos o cultos, amigos o enemigos, buenos o malos;
Y juzgamos como opuesta al testimonio de la conciencia, a la armonía de nuestro ser revelada
por la propia razón, como degradante de nuestra naturaleza, como injurioso a la justicia y
bondad de Dios, como eminentemente blasfematoria, toda doctrina que niegue o turbe al
hombre su perfeccionamiento obligatorio en el orden religioso, moral, intelectual y físico; que
predique el oscurantismo o tienda a él; que lleve a la postración de la voluntad en la obra del
bien, al embotamiento de la inteligencia en el descubrimiento de la verdad; toda doctrina que
niegue que el fin del hombre es buscar la felicidad por la práctica armónica de todas las
virtudes; que predique la absoluta independencia del hombre, la no sujeción a la ley divina del
deber, que tienda a la corrupción del corazón por la relajación de todo vínculo de amor, de
caridad y de piedad universal.

Profesamos que la violación del deber tiene un castigo reservado por Dios a los que no cumplen
su mandato; que sobre la sanción de la propia conciencia, sobre la de la opinión pública y sobre
el fallo de todas las autoridades terrenas, está el Supremo Tribunal de Dios ante el cual las leyes
morales tienen su más justa y perfectísima sanción y ante el cual todo ser humano es personal y
proporcionadamente responsable por la falta de cumplimiento a la ley del Deber; por el abuso
de su libertad obrando el mal, por el descuido de su inteligencia negándose al ejercicio de su
pensamiento, por el abandono del corazón dando en él cabida a impuros sentimientos, dejándose
dominar por las pasiones y arrastrar por el vicio;

Y juzgamos como opuesta al testimonio de la conciencia; como desquiciadora del orden moral e
injuriosa a la justicia y bondad de Dios, toda doctrina que niegue la sanción divina; que
predique el pecado original, que es la condenación de la inocencia; toda doctrina que, como la
católica, predique la eternidad de las penas, que es la subverción completa de la justicia y
bondad divinas.

Profesamos la inmortalidad del alma, la existencia más allá del sepulcro, necesaria al
cumplimiento de la justicia divina; a la más justa; a la más eficaz y perfectísima sanción de las
leyes de Dios; necesaria satisfacción de las facultades del hombre, de los deseos infinitos del
corazón, de las divinas aspiraciones del alma sedienta de verdad, de bien y de belleza; fortaleza
de la esperanza; amparo celeste de los que sufren persecuciones y castigos, por la predicación de
la verdad, por la realización del bien y de la justicia; abrigo consolador de la inocencia
calumniada y prenda segura de comunicación universal en el regazo espiritual de Dios.

Y juzgamos como contrarias a las revelaciones de la razón, como blasfematoria, como impía,
como opuesta a las más nobles tendencias de nuestro ser e injuriosa a la justicia y bondad
divinas, toda doctrina que predique la suficiencia de este mundo para la realización de los
designios de Dios; toda doctrina que niegue la existencia más allá de la tumba, necesario
complemento de la vida presente y justificación perfecta de las leyes inmutables establecidas
por Dios.

Y protestamos en nombre de nuestra conciencia, por lo que nos debemos a nosotros mismos, a
la humanidad y a Dios, supremo amor de nuestras almas, propagar y realizar pública y
privadamente los dogmas enunciados y que son el reflejo puro de la luz que alumbra a todo
hombre que viene a este mundo, el eco fiel de la razón libérrima y sinceramente consultada;
aspirando a contribuir por la propaganda legítima de esos dogmas, a la realización de la unión
fraternal de todos los hombres por los santos vínculos del amor y de la caridad, por la comunión
de las más puras ideas acerca de Dios, la naturaleza y el hombre, y por la armonía de todas las
voluntades en la práctica abnegada del bien por el bien y proponiendo a todo ser humano, como
modelo para su perfeccionamiento, la bondad y la suprema perfección de Dios.

Firmaba el documento la flor y nata de la juventud universitaria de la época: Justino Jiménez de


Aréchaga, Presidente. Carlos María de Pena, Secretario. Alberto Nin, Carlos María Ramírez,
Gregorio Pérez, Teófilo Díaz, José María Perelló, Juan Gil, Enrique Laviña, Carlos Gradín, Luis A.
Reggio, Pablo De María, Anselmo E. Dupont, Luis Gil, Juan Carlos Blanco, Luis Piera, Duvimioso
Terra, Antonio Carvalho Lerena, Eduardo Acevedo Díaz, Luis Fosse, Daniel J. Donovan, Gonzalo
Ramírez, Luis E. Piñeiro, José Pedro Ramírez, Juan J. Aréchaga.

Escribía poco después Carlos Ma. de Pena:

Uno que otro ataque al catolicismo marcaba de tiempo atrás el trabajo lento de algunos
espíritus, en la esfera fecunda de los dogmas religiosos. Gérmenes de guerra próxima se
agitaban en el seno de la juventud. De vez en cuando ésta con todo el arrojo y la vehemencia
que la caracterizan, intentaba zafarse del yugo de la tradición falseada; pretendía el divorcio con
la leyenda mal interpretada y formulaba sus protestas contra las máximas y las sentencias
reaccionarias y despóticas de Roma papal. Hoy la sola fuerza de la idea ha reunido en un
propósito común a los soldados que por su cuenta y riesgo hacían antes fuego aisladamente
contra el paganismo católico romano.

La más importante de las reacciones provocadas por la Profesión de Fe fue, naturalmente, la de la


Iglesia Católica. El día 19 de julio Jacinto Vera, «Obispo de Megara y Vicario Apostólico del
Estado», hacía conocer «al Clero y fieles del Vicariato», una pastoral en que fulminaba el anatema
sobre quienes la habían suscrito o la suscribiesen en el futuro. Es un momento único en el
desenvolvimiento del espíritu nacional. Una profunda dramaticidad domina al episodio. En un
solemne cruce de definiciones dogmáticas, enfrentábanse los románticos jóvenes racionalistas de la
Universidad y el anciano jerarca de la Iglesia. La crisis mayor de la conciencia moderna estaba allí
entera, reflejada en un cuadro histórico de insuperable fuerza plástica. He aquí el texto de la
pastoral:

Si bien hasta ahora hemos tenido que lamentar más de una vez la audacia con que espíritus
turbulentos y novadores dominados por su soberbia, han ensayado entre nosotros la propaganda
de doctrinas subversivas de la Religión y del orden moral; sin embargo, esos hombres, a pesar
de su obcecación, han mostrado un rastro de pudor y de respeto a la sociedad que los admitía en
su seno, y a las leyes que la rigen, y no se han atrevido a llevar al último extremo su propaganda
desquiciadora.

Empero, la impunidad con que les ha sido permitida la violación de leyes del país y el
conculcamiento de los respetos debidos a la sociedad católica, ha alentado su audacia.

Hoy un pequeño número de jóvenes inexpertos y extraviados en sus ideas ya en sus pocos años,
invade el campo de esos novadores y se presenta sosteniendo las doctrinas más absurdas y
erróneas, con una audacia que pasmaría si no se considerase que la inexperiencia e irreflexión
de esos jóvenes los ha hecho precipitarse en la senda de las mayores aberraciones; si no
supiésemos que esos jóvenes ignoran completamente las doctrinas católicas que desprecian y
anatemizan, pudiendo decirse de ellos con el Apóstol: ‘Blasfeman de lo que ignoran’ (Ep. Jud.
10)

Ya habrá llegado a vuestra noticia la publicación de la llamada Profesión de fe racionalista que


firmada por un par de docenas de jóvenes ha aparecido en algunos diarios de la capital. En ese
documento notable por sus aberraciones y absurdas contradicciones, no trepidan sus autores en
apostatar de la Santa Religión Católica y de sus dogmas en que han nacido y se han criado.

Los dogmas fundamentales del cristianismo son declarados como absurdos y contrarios a la
razón; son despreciados por esos jóvenes extraviados que no trepidan en usar los términos más
inconvenientes al hablar de esos dogmas sacrosantos. La Divinidad de Jesucristo es considerada
por ellos como un dogma absurdo. Desprecian los Libros Santos de la sagrada escritura.
Revelan una ignorancia que pasma, declaran que el misterio de la Santísima Trinidad implica la
destrucción de la Unidad de Dios. Para esos jóvenes obcecados no hay orden sobrenatural, no
hay eternidad de penas, no hay dogmas de fe, no hay culto, no hay sacramentos, no hay en fin,
más dogma, más religión que el dictado de su limitada razón. Rechazan la autoridad infalible de
la Iglesia Católica, e infatuados por su propia soberbia pretenden constituirse en maestros
infalibles de la verdad.

Ni los respetos a la sociedad en que habitan, ni aún los que enseña la buena educación han sido
bastantes para detener a los nuevos propagandistas del impío racionalismo, en su camino de
escándalo, y para detener en sus labios ese lenguaje descomedido y audaz. No hubiéramos
levantado nuestra voz, pues que estamos convencidos de que los buenos católicos mirarán con
lástima a esos espíritus extraviados y despreciarán sus erróneas doctrinas, pero nuestro deber
pastoral nos obliga a hablar para preveniros contra esas mismas doctrinas reprobadas por la
Religión Santa que profesamos, y para compadecer a los que obcecados las profesan
públicamente.

Por tanto: en cumplimiento de nuestro deber os recordamos que esa Profesión de fe racionalista
reproduce los errores tantas veces condenados desde el origen del cristianismo por nuestra
madre la Iglesia, que tan sabia como solícita nunca ha cesado ni cesa de prevenir a sus hijos
sobre las máximas subversivas que en todos los tiempos han procurado con reprobado empeño
seducir a los incautos, hombres de corazón pervertido que por desgracia han abundado en la
sociedad cristiana desde que ésta fue fundada por el Divino Maestro.

Recordamos a la vez a los que se han afiliado o se afiliaren en esa Profesión de fe racionalista,
los anatemas en que la Iglesia los declara incursos; quien si bien es madre tierna que siente con
amargo dolor los extravíos de sus hijos, lanza también severa esos anatemas a los que
obstinados se resisten a su voz maternal y desprecian sus avisos llenos de compasión y caridad.
Recuerden los sanos principios de religión y de moral que recibieron en el hogar doméstico, que
heredaron de sus católicos padres. Desoigan la voz de la soberbia y del respeto humano que los
conducen a una irreparable ruina.

Y vosotros, amados fieles, que con horror habeis visto el escándalo que estos desgraciados
jóvenes acaban de dar, acudid al Dios de las misericordias para pedirle, no el castigo, sino un
destello de su gracia que mueva esos corazones al arrepentimiento y que los haga objeto de las
eternas misericordias. Cuanto mayor ha sido el escándalo mayor debe ser vuestro celo por
desagraviar a la Divina justicia. Acudid, pues, a la oración y poned por intercesora a la
Inmaculada Virgen María para que ella interponga su poderosísimo valimiento y les obtenga a
ellos el arrepentimiento y a nosotros la perseverancia en la fe, la constancia en la esperanza y el
fervor en la caridad, para que unidos todos por esos vínculos sagrados vivamos esta vida
transitoria y lleguemos a una eternidad feliz.

Durante varios números el órgano católico, sin duda para que se tuviera presente el anatema, reiteró
luego la lista completa de los firmantes de la Profesión de Fe Racionalista. Estos, por su parte, sin
perjuicio de una guerrilla de sueltos polémicos, emitieron con fecha 25 de julio una «Contra
Pastoral», parodiando la declaración del Obispo. He aquí algunos de sus pasajes, del más puro corte
bilbaíno:

Si bien hasta el presente hemos tenido que lamentar la actitud de los que, comprendiendo cuan
falsos, cuan denigrantes son para la personalidad humana y cuan opuestos al perfeccionamiento
del orden social y político, los dogmas de la Religión Católica, que desgraciadamente
predominan aún en nuestra sociedad: si bien son muchos los que no han levantado su voz para
combatirlos, hoy nosotros, rindiendo culto a la verdad, a la majestad de Dios y a la dignidad
humana, venimos a cumplir esa tarea, atacando el error, la mentira y la impiedad y propagando
los santos dogmas de la religión universal del porvenir.
Pero apenas publicada la Profesión de Fe Racionalista, su Señoría Ilustrísima, el Obispo de
Megara, olvidándose de lo que ordena la cristiana mansedumbre, lanza al público su Pastoral,
prodigándonos los dicterios más calumniosos; calificando nuestras doctrinas de impías,
subversivas de la Religión y del orden moral; desquiciadoras de la sociedad, y recordándonos
los anatemas en que la Iglesia nos declara incursos.

Nosotros esperábamos la palabra del Prelado. Incansables en su obra son los apóstoles del
oscurantismo. Esfuerzos sobrehumanos hacen para apuntalar el vetusto templo que se derrumba.
Están en su derecho. Pero el error evidente no puede defenderse con argumentos que convenzan,
sino con amenazas que intimiden. Y así lo ha comprendido el Illmo. Sr. Obispo de Megara. En
vez de probarnos la falsedad de nuestros dogmas, nos amenaza con el anatema. En vez de
mostrar a sus fieles por qué nuestras creencias son impías, pretende atemorizarlos con las
sacramentales palabras de ¡impiedad! ¡blasfemia! ¡herejía!

Pero el Ilustrísimo Señor pierde su tiempo. En el siglo XIX los anatemas de la Iglesia no
intimidan. Los dicterios de blasfemia y herejía no atemorizan a los pueblos. Han abusado
mucho de esas armas vuestros colegas y las han desacreditado, Ilustrísimo Señor...; Ah! cuando
se recurre al anatema para oponerse a una nueva idea que triunfa, es que el viejo dogma está
condenado a perecer. Sí, Sr. Obispo de Megara, la Iglesia Católica perece. Cúmplanse pues, los
supremos destinos de las religiones caducas. Y cúmplase también la ley de las sociedades, para
quienes luce ya la sublime aurora de la soberanía de la razón, de la emancipación, de la libertad
y de la consagración del derecho. Cúmplanse los supremos destinos de la humanidad, las
legítimas aspiraciones de los pueblos; realícense sus dogmas sacrosantos: El espíritu
emancipado de la fe ciega, en el orden religioso; la razón soberana, el pensamiento libre: El
Racionalismo. En la esfera política: El reinado del derecho, la libertad armonizada con el orden:
La Democracia. ¡Racionalismo y Democracia! he ahí los dogmas de la Religión universal del
porvenir.

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