Zavadivke Neoracionalismo

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Zavadivker, Nicolás
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA
Praxis Filosófica, núm. 35, julio-diciembre, 2012, pp. 83-96
Universidad del Valle
Cali, Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=209026868004

Praxis Filosófica,
ISSN (Versión impresa): 0120-4688
[email protected]
Universidad del Valle
Colombia

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www.redalyc.org
Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

Neoracionalism and metaethics

Nicolás Zavadivker
Universidad Nacional de Tucumán
CONICET

Resumen:

El objetivo de este artículo es analizar, desde una perspectiva metaética,


la tesis neo-racionalista según la cual los juicios morales manifiestan
pretensiones de validez. Esta posición considera que es esencial a los juicios
morales el pretender ser racionalmente aceptables, y que estos aspiran a
una validez intersubjetiva que cualquiera, en condiciones ideales, debería
reconocer. En el presente artículo se cuestionará el alcance de esta tesis,
rechazándose la idea según la cual al pronunciar un juicio de valor estamos
siempre invocando nuestra disposición a que este sea juzgado por un
auditorio universal y enteramente racional.

Palabras clave: juicios morales, metaética , neo-racionalismo, pretensión


de validez

Recibido: mayo 19 de 2012 aprobado: marzo 14 de 2013

Praxis Filosófica Nueva serie, No. 35, julio-diciembre 2012: 83 - 967-16 ISSN: 0120-4688
NEORACIONALISM AND METAETHICS

Abstract:

The aim of this article is to analyze, from a metaethical perspective,


the neo-racionalist thesis according to which the moral judgments has
pretensions of validity. This position considers that it is essential to the moral
judgments pretends to be rationally acceptable, and that them aspire to an
intersubjective validity that anyone, in ideal conditions, should recognize. In
the present article there will be questioned the scope of this thesis, and will be
rejected the idea according to which a judgment of value is always invoking
our disposition to be judged for a universal and entirely rational audience.

Keywords: moral judgments, metaethics, neo-racionalism, pretensions of


validity

Nicolás Zavadivker
Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina), institución en
la que se desempeña como profesor adjunto a cargo de la cátedra de Ética. Es investigador
del CONICET y director de un proyecto de investigación de CIUNT. Es autor de los libros La
ética y los límites de la argumentación moral (2011) y Una ética sin fundamentos (2004),
reeditada en Francia (en versión abreviada) con el título La crise de l’éthique objective. Es
compilador y co-autor de La ética en la encrucijada (ed. Prometeo), libro del que participan,
entre otros, Mario Bunge, Ricardo Maliandi y Ricardo Guibourg. Entre las distinciones que
obtuvo se destaca el Premio al Joven Investigador en Filosofía del Derecho 2005, otorgado
por la Asociación Argentina de Filosofía del Derecho. Sus principales áreas de trabajo e
investigación son: Ética – Metaética.
Dirección electrónica: [email protected]
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

Nicolás Zavadivker
Universidad Nacional de Tucumán
CONICET: Consejo Nacional de investigaciones
científicas y técnicas (Ar)

La segunda mitad del siglo XX asistió a un lento pero decisivo giro en la


orientación de las investigaciones ético-filosóficas. Se produjo un importante
proceso –que atravesó a diversas corrientes– tendiente a rehabilitar la llamada
‘razón práctica’. Varios de los filósofos involucrados en este proceso tomaron
como referencia histórica (aunque de forma libre) la concepción de la razón
práctica que había perfilado Inmanuel Kant a finales del siglo XVIII. Dentro
de esta tendencia se destacó la ética del discurso, formulada por K. O. Apel
y Jürgen Habermas, así como otros intentos por reivindicar el papel de la
razón en la ética como el de John Rawls y Stephen Toulmin.
Estos pensadores buscaban, entre otras cosas, contribuir a resolver
el problema de la fundamentación de la moral, de forma tal de vencer al
escepticismo ético (presente, por ejemplo, en el emotivismo) sin la necesidad
de recurrir a formas anacrónicas de fundamentación que habían sido
convincentemente cuestionadas en la primera mitad del siglo XX. Si bien
estas propuestas se enrolan en lo que suele denominarse “Ética Normativa”,
esto es, aquella disciplina filosófica que busca e intenta fundamentar los
principios generales de la moralidad, sus reflexiones implicaron una cierta
concepción del funcionamiento del lenguaje moral, es decir, un punto de
vista metaético.
El presente trabajo se centra en analizar una de las principales ideas
metaéticas propuestas por este neoracionalismo, muy en boga en los últimos
tiempos: aquella según la cual los juicios morales manifiestan pretensiones
de validez. No se trata de una tesis secundaria para estas teorías, sino que
resulta un punto clave en su cometido de alcanzar una fundamentación no
metafísica de la ética.
De acuerdo a esta posición, enunciar un juicio moral implicaría, por
ejemplo, considerar que el mismo pretende ser aceptable racionalmente
o que aspira a una validez intersubjetiva que cualquiera, en condiciones
ideales, debería reconocer.
La pretensión de validez fue analizada de distinta manera por diferentes
filósofos. Robert Alexy sostuvo –siguiendo en cierta medida a Habermas–
que cualquier discurso práctico supone una pretensión de corrección, en la
medida en que invoca la posibilidad de fundamentar racionalmente lo dicho,
y “quien fundamenta algo pretende que su fundamentación es acertada y,
por ello, su afirmación correcta”1.
Una idea similar fue sostenida por Michael Smith, para quien los juicios
sobre lo correcto y lo incorrecto son juicios sobre lo que tenemos razón para
hacer y para no hacer. Para Smith, los hechos que proporcionan razón para
86 hacer son los hechos que desearíamos si estuviésemos en determinadas
condiciones ideales de reflexión (más concretamente, si estuviésemos bien
informados, fríos, tranquilos y contenidos). Otros filósofos anglosajones
sostuvieron posiciones más o menos cercanas a la expuesta. Tal es el caso
de Nagel, Darwell, Koorsgaard, Scanlon y Parfit.
De forma semejante, para el argentino Carlos Nino los juicios morales
comprometen implícitamente a adoptar la solución que indicaría un árbitro
ideal, que fuera completamente racional e imparcial y que conociera todos
los hechos relevantes para el caso.
Chaîm Perelman también otorgó importancia al asunto, pero consideró
en la Nueva retórica que sólo las premisas que se refieren a lo real tienen
pretensión de validez frente a un auditorio universal, mientras que los juicios
morales se dirigen a lograr el acuerdo frente a auditorios particulares con
los que el orador comparte premisas valorativas.2
En líneas generales, los pensadores que se ocuparon con particular
dedicación del examen de las pretensiones de validez del discurso moral le
adjudicaron a esa pretensión un carácter central, incluso en muchos casos
NICOLÁS ZAVADIVKER

definitorio de lo que es un juicio de valor, un enunciado normativo o un


discurso práctico.
A lo largo del presente artículos utilizaremos la expresión ‘juicio moral’
en un sentido amplio, abarcando con ella tanto a los juicios de valor como a
1
Alexy (2007), p. 208.
2
Sin embargo, en otras obras Perelman matizó esta exclusión. Cfr. ibid., p. 165.
los enunciados normativos, en tanto unos y otros invoquen respectivamente
valores o normas morales.

1. Las pretensiones de validez en Apel y Habermas


A los fines de profundizar la perspectiva esbozada, vamos a precisar el
alcance que la postulación de las pretensiones de validez del discurso moral
según la perspectiva de Karl-Otto Apel y de Jürgen Habermas, dos de los
autores más emblemáticos del neoracionalismo continental.
La Pragmática Trascendental de Apel, original cruce de la filosofía
trascendental kantiana y de los estudios pragmáticos del lenguaje, sostiene
que la propia comprensión lingüística entre los sujetos es “condición
de posibilidad, tanto de la constitución del sentido del mundo, como
de la resolución de las pretensiones de validez por medio del discurso
argumentativo”3. La dimensión de la intersubjetividad comunicativa es un
presupuesto de cualquier pensar con pretensiones de validez (incluso el
practicado en solitario). El lenguaje, de esta forma, es siempre presupuesto
como medio de la validez intersubjetiva del sentido. De esta forma, para
Apel significado y validez quedan inextricablemente unidos. 87
La fundamentación de la ética planteada por Apel se apoya en esta
pragmática trascendental del lenguaje, terreno a partir del cual se pueden
reconstruir los presupuestos pragmáticos de toda argumentación. Una
reflexión trascendental aplicada a contextos en los que se argumenta
encuentra que quien esgrime razones presupone pragmáticamente una
“norma básica” que dice aproximadamente “reconozco en usted a una
persona y me comprometo a resolver el conflicto mediante el diálogo,
renunciando a la violencia” (se trata sólo una de las muchas posibles
formulaciones de lo que K.O. Apel llama ‘norma básica’).
Para Apel, nuestros presupuestos normativos constituyen una
comunidad ideal de argumentación, un conjunto de condiciones ideales y
universalmente válidas de comunicación, como por ejemplo la igualdad de
derechos de todos los que participan en el discurso.
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

La posición adoptada por Habermas se funda –de forma semejante– en


el análisis de las pretensiones de validez, que es lo que nos interesa analizar
en este trabajo. En su Pragmática Universal, Habermas distinguió tres
pretensiones de validez universales específicas:
1) la pretensión de verdad, referida al mundo objetivo, propia de los
enunciados constatativos.

3
Apel (1985), p. 92.
2) la pretensión de rectitud de los actos de habla en cuanto actos
comunicativos, con referencia a las normas del mundo social.
3) la pretensión de veracidad o de sinceridad de los actos de habla en
cuanto manifestación expresiva del mundo interior del hablante.
De esta forma, Habermas habría superado la interpretación de la filosofía
analítica del significado lingüístico en término de condiciones de verdad, para
sustituirlo por condiciones de validez o de aceptabilidad. Tanto Habermas
como Apel consideran incluso que la noción de verdad debe comprenderse
“como un caso especial de la validez intersubjetiva, es decir, por analogía
con la posibilidad de resolución argumentativa de pretensiones de validez”4.
Ambos autores coinciden en que, al formular un acto de habla constativo,
no sólo se plantea una pretensión de verdad, sino que –implícitamente–
también se presenta una pretensión de veracidad y de rectitud. Estas dos
últimas pretensiones refieren a criterios de validez normativos ideales, que
deben haberse reconocido como universalmente válidos. Dice Apel:
“No se puede plantear una pretensión de verdad, en el marco de una
argumentación en serio, y sostenerla en principio como apta para obtener
88
consenso, si uno no ha reconocido al mismo tiempo, al realizar dicho
acto, las normas morales que son decisivas para una comunidad ideal de
comunicación”5.

De forma semejante a Apel, Habermas reconstruye desde los


presupuestos de la argumentación una norma que es reconocida por todo
aquel que argumenta seriamente. Esta norma hace posible los acuerdos en
los discursos prácticos. En Facticidad y Validez la formula en los siguientes
términos:
“Válidas son aquellas normas (y sólo aquellas normas) a las que todos los
que puedan verse afectados por ellas pudiesen prestar su asentimiento como
participantes en discursos racionales”6

Esta norma, a la que Habermas llama “principio del discurso”, no es


aun propiamente un principio moral, debido a su alto grado de abstracción.
Éste surge de una especificación del principio del discurso para aquellas
normas que sólo pueden justificarse si se tiene en cuenta por igual el interés
NICOLÁS ZAVADIVKER

de todos los afectados. Adviértase que el principio del discurso pertenece,


según Habermas, a la lógica de la argumentación o del discurso práctico.

4
Ibid., p. 98.
5
Ibid., p. 99.
6
Habermas (1998), p. 172.
2. Las razones en los juicios morales: una perspectiva crítica
En este artículo intentaremos mostrar, en contra de la posición esbozada,
que un examen pragmático revela que las pretensiones de validez no siempre
están presentes en el discurso moral, o bien que en ocasiones aparecen
de forma restringida. En este punto no concordamos con el enfoque de la
llamada “Pragmática Trascendental”, para la cual las pretensiones de validez
pueden determinarse con independencia del contexto y de la intención más
o menos consciente de quien pronuncia el juicio, como una especie de
condición de posibilidad del mismo.
Por el contrario, y retornando a los orígenes del giro pragmático del
lenguaje llevado a cabo por J. L. Austin (principalmente en Cómo hacer
cosas con palabras) y por Ludwig Wittgenstein (en Investigaciones
filosóficas), consideramos que el punto de mayor interés en dicho giro
consiste en prestar atención al uso corriente del lenguaje, tal como este se
presente en los diferentes contextos de uso. Es decir que, a nuestro juicio,
la principal función de la pragmática consiste en aclarar los conceptos
y usos ordinarios incorporados en el lenguaje común, y no en eliminar
su contextualización a los fines de un uso técnico. En otras palabras, 89
constituye un paso necesario el develar qué es lo que realmente decimos
cuando nos comunicamos, sin apelar a teorías previas que condicionen
ese examen.
En este punto creemos que, si bien la ética del discurso presenta como
punto de partida un minucioso y original estudio pragmático del lenguaje,
el carácter trascendental de su abordaje descuida lo que, por oposición,
podríamos llamar ‘pragmática empírica’. Es decir que el énfasis en las
condiciones de posibilidad del lenguaje lleva, a nuestro juicio, a desatender
otro punto importante, vinculado al uso que los hablantes hacemos del
lenguaje y su variabilidad según los diferentes contextos de habla7.
A los fines de exponer nuestras críticas, nos centraremos en la idea
común a las distintas posiciones esbozadas de acuerdo a la cual los juicios
morales presuponen siempre razones que los respalden. Téngase en cuenta
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

que para ellas la necesidad de que un juicio moral sea apoyado por razones
no es visto meramente como un ideal deseable, sino más bien como una idea
relativa a lógica misma de la argumentación moral o del discurso práctico.
Es decir que, según esta perspectiva, si un juicio moral no se apoya en
razones ni siquiera es en verdad un juicio moral. Estamos, pues, ante un
7
Este comentario no va sólo dirigido a la Pragmática Trascendental, sino también a otras
perspectivas que hacen hincapié de forma casi exclusiva en las condiciones trascendentales.
En la tradición analítica, por ejemplo, algunos de los filósofos que se ocuparon de los
argumentos trascendentales son Barry Stroud y Peter Strawson.
criterio para determinar cuando estamos ante un auténtico juicio moral (o,
en la versión de Habermas, de un discurso práctico), criterio vinculado a
una lógica propia de este tipo de enunciados.
Una dificultad con que se topa la idea de que es esencial al discurso
moral invocar razones es su incapacidad para determinar cuándo un
enunciado pertenece o no a dicho discurso. Saber de un juicio cuyo contenido
desconocemos que es avalado por razones no nos permite determinar si se
trata o no de un juicio moral, pues también los juicios fácticos y muchos
otros pueden ser defendidos mediante razones. En ese sentido, se advierte
aquí la necesidad de que el neoracionalismo amplíe su caracterización sobre
qué hace que un juicio sea moral, pues la propiedad mencionada podría ser
una condición necesaria pero no suficiente.
Por otra parte, prácticamente cualquier acto podría ser interpretado
retrospectivamente como guiado por razones. Así, los actos amorales
e incluso los inmorales pueden tener buenas razones, por ejemplo, de
conveniencia personal. Con lo cual, la sola posesión de razones tampoco
nos permite circunscribir el ámbito de lo que positivamente consideramos
90 moral o bueno.
Incluso las razones que podrían alegarse a favor de un juicio moral,
para ser verdaderamente relevantes en su apoyo, deberían ser ellas mismas
en parte normativas o valorativas; pues en caso contrario deducirían un
juicio moral solamente de una creencia de hecho, lo que no puede hacerse
válidamente. Apelamos en este punto a la guillotina o Ley de Hume,
argumento que –recordemos– muestra que es falaz deducir un ‘debe’ de
un ‘es’, un juicio normativo a partir de un juicio fáctico. Esta restricción
implicaría, si seguimos la posición criticada, que las razones a favor de un
juicio –para ser efectivamente morales– deberían ser apoyadas por otras, y
estas por otras y así al infinito. Si se cortara finalmente la cadena mediante
una razón para la cual no hay razones, entonces esta última no podría ser
llamada –según esta perspectiva– moral. Es decir que nuestros juicios más
importantes sobre lo bueno y lo malo (por ser más generales, y permitir
deducir opiniones morales particulares) no podrían ser considerados
propiamente morales en esta concepción. Recordemos que esta arbitrariedad
(la carencia de razones) es justamente la que este punto de vista quería evitar.
NICOLÁS ZAVADIVKER

Un ejemplo de una posición que creemos incurriría en esta crítica es la


del neoracionalista James Rachels. Dice el autor:
“Un juicio moral –o bien, para el caso, cualquier tipo de juicio de valor– debe
estar apoyado en buenas razones. […] Esta es una idea relativa a lógica del
juicio moral. No se trata simplemente de que sería bueno tener razones para
nuestros juicios morales. La idea es más fuerte. Uno debe tener razones, o
de lo contrario no estará formulando juicio moral alguno”.8

Adviértase que la intención de Rachels no es proponer un ideal (“No


se trata simplemente de que sería bueno tener razones para nuestros juicios
morales”), sino la de ofrecer un criterio para determinar cuándo estamos
ante un juicio de valor. Pero si las razones a las que apela un juicio moral
deben ser, como venimos sugiriendo, ellas mismas morales (para evitar
incurrir en la Guillotina de Hume), entonces también de ellas deben poder
darse razones. Y así sucesivamente. Creemos que el argumento esbozado
también afecta a la posición de Michael Smith, así como otras similares en
este punto.
Dejamos sentado, no obstante, que la ética del discurso (tanto en la
versión de Apel como en la de Habermas) sale airosa de este planteo,
al afirmar que la meta-norma (o el principio del discurso en el caso de
Habermas) está en verdad presupuesta en la interacción argumentativa, y
no que es deducida de otra instancia.
En suma, lo esencial para circunscribir un juicio moral no es, a nuestro
juicio, la posibilidad de apoyarlo mediante razones, sino que el mismo 91
apele de forma positiva o negativa (aunque sea tácita) a un valor moral o
una noción de deber moral. Sugerimos que la tesis neoracionalista a veces
lleva a oscurecer este punto, para nosotros fundamental, al menos como
condición necesaria (aunque quizás no suficiente) para determinar si juicio
pertenece al dominio moral. Que un juicio moral tenga a su vez razones o
no, aunque es ciertamente relevante, no afecta su pertenencia al universo
del discurso moral.
Es decir que para nosotros quien formula un juicio de valor o de deber
no siempre está con ello invocando la posibilidad de argumentar a favor
del mismo. Pero si efectivamente argumenta (y en esto acordamos con
Alexy) parece presuponer que sus razones son válidas y relevantes, y que
su afirmación es por tanto plausible o razonable.
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

3. Los elementos de los juicios de valor


En el punto anterior cuestionamos la capacidad de la propuesta
neoracionalista de dar cuenta suficientemente de los criterios de pertenencia
de un juicio al universo del discurso moral. En el presente apartado, en
cambio, centraremos nuestra atención en un problema vinculado a la validez,
que nos llevará a rechazar la idea según la cual al pronunciar un juicio de
valor estamos siempre invocando nuestra disposición a que el mismo sea
8
Rachels (1995), p. 586.
juzgado por un auditorio universal y enteramente racional. En este punto
nuestra posición se asemeja más bien a la de Perelman, para quien los juicios
morales invocan –al menos a veces– auditorios particulares.
Para fundamentar la afirmación según la cual un juicio de valor no
necesariamente invoca un auditorio universal vamos a explicitar cuáles
los elementos que creemos encontrar en los juicios de valor. Tendremos
en cuenta en esta propuesta aportes provenientes de diferentes posiciones
metaéticas. Estos elementos son:
1) Una actitud aprobatoria o condenatoria frente a algo, actitud
que admite diversos grados (aunque no la indiferencia) y que
generalmente viene acompañada por sentimientos acordes.9 De este
elemento, definitorio de lo que es un juicio de valor, habría dado
cuenta la tradición emotivista.
2) Un intento usualmente presente por influir en el comportamiento de
los demás, es decir, una cierta intención de modificar o reforzar una
disposición a actuar o a valorar. Este rasgo, que acerca los juicios
de valor a los enunciados prescriptivos, llegó a ser suficientemente
92 claro con Stevenson y Hare.
3) Una pretensión de verdad, y por tanto descriptiva; o bien una pretensión
de validez que puede apelar a distintas formas de validación. Ambas
dependen del contexto en que se emite el juicio y de la intención
del emisor, por lo que no estarían necesariamente presentes en toda
formulación. Estas características fueron remarcadas por representantes
de distintas posiciones cognitivistas, sean naturalistas o intuicionistas
(pretensiones de verdad) o racionalistas (pretensiones de validez).
Mencionados estos elementos, ilustraremos qué papel juega cada
uno de ellos mediante un ejemplo del mismo en diferentes contextos.
Analicemos la frase “Los judíos consideran que codiciar la mujer del prójimo
es inmoral”, que alude a uno de los diez mandamientos contenidos en el
Antiguo Testamento. Si es pronunciada por un no judío, probablemente su
sentido último es informativo: informa sobre las estimaciones axiológicas
de una religión sobre un determinado tema y por tanto su verdad o falsedad
se define en términos de un estudio sobre las creencias de la religión judía.
NICOLÁS ZAVADIVKER

No se trata, por tanto, de un auténtico juicio de valor.

9
Como se advierte, esta tesis supone que la actitud aprobatoria o condenatoria no es
enteramente analogable a los sentimientos (como sostienen en cierto sentido los emotivistas
clásicos como Alfred Ayer), e incluso que estos últimos podrían circunstancialmente no
presentarse por tras el juicio.
La frase puede también, por ejemplo, ser pronunciada por un rabino y
estar dirigida a un auditorio de no judíos, en el marco de un acto público.
Aquí nuevamente la expresión cobra carácter descriptivo y puede ser
verdadera o falsa. No puede ignorarse, sin embargo, que dentro de este uso
informativo esta cumpliendo además la función de lo que podríamos llamar
‘sentar posición’: dejar establecido públicamente cuál es la postura que su
grupo de pertenencia adopta frente al deseo de la mujer ajena.
A su vez, la toma de posición puede realizarse con diversos fines
comunicacionales, como buscar producir empatía con personas de posturas
afines, anticipar que no existirá disposición a negociar sobre un determinado
tema, instalar una polémica, etc. En términos generales, cualquier
proposición informativa puede tener además una finalidad no informativa
en su dimensión ilocucionaria, según la denominación que le diera Austin,
correspondiente a lo que hacemos al decir algo (por ejemplo preguntar,
confirmar, advertir, etc.).10 Así, por ejemplo, el enunciado “Si no me entregas
la plata te mataré” puede ser verdadero o falso; pero es además un acto de
amenaza. Algo similar puede decirse de los juicios de valor: también ellos
pueden tener –en tanto actos– una variedad de objetivos comunicacionales. 93
Volvamos a la frase pronunciada por el rabino (“Los judíos consideran
que codiciar la mujer del prójimo es inmoral”). Esta también puede cumplir
una función expresiva –y por tanto constituir un auténtico juicio de valor–,
debido a que su formulador está tácitamente incluido en el sujeto de la
misma. Esto se percibe más claramente si se advierte que la frase se puede
reformular mediante la expresión “Los judíos consideramos que codiciar la
mujer del prójimo es inmoral”, que no meramente describe una valoración,
sino que la realiza. Es interesante, no obstante, destacar que probablemente
no desempeña (ante un público no judío) un papel prescriptivo, ya que al
vincular la valoración al judaísmo no parece pretender que alguien ajeno a
dicho credo se vea influido por la misma.
Habíamos señalado que el juicio de valor puede manifestar pretensiones
de validez, esto es, que lo que una persona puede querer hacer al pronunciarlo
NEORACIONALISMO Y METAÉTICA

no es meramente expresar su parecer, sino (en algunas ocasiones) presentarlo


10
Hacemos alusión aquí a la influyente distinción de Austin entre tres tipos de
cosas que hacemos con las palabras, llamándolos actos locucionario, ilocucionario y
perlocucionario. El primero de ellos incluye un acto fonético (producir determinados
ruidos), un acto fático (pronunciar ciertas palabras) y un acto rético (usar esas
palabras con un cierto sentido y referencia). El acto ilocucionario es lo que hacemos
al decir algo. El perlocucionario alude a los efectos que produce en el interlocutor
lo dicho (por ejemplo, puede persuadirlo de que se realice una determinada acción).
Cfr. Austin (1998).
como universalmente válido. Sin embargo, si la proposición “Los judíos
consideramos que codiciar la mujer del prójimo es inmoral” –entendida
como valoración– es emitida por un rabino y está dirigida a un público de
no judíos, entonces no parece manifestar necesariamente esta pretensión.
Eso se debe a que el rabino no parece estar diciendo que todos deberían
considerar inmoral ese deseo, sino los judíos.
El rabino, como vimos, está expresando un juicio de valor, en tanto
él se considera parte del grupo que considera inmoral al mero deseo de la
mujer ajena. Sin embargo, no puede pretender que ese juicio moral deba
valer necesariamente para sus oyentes no judíos, de similar manera que la
proposición “Los judíos consideran que comer jamón es malo” –pronunciada
por la misma persona ante igual público– no pretende conseguir que el no
judío cambie su alimentación. La proposición, por tanto, no tiene en este
contexto pretensiones de validez en su aspecto valorativo,11 aunque sí se
pretende verdadera en tanto descripción de lo que cierta religión defiende.
Esto implica, contra la posición que afirma que todo juicio de valor manifiesta
pretensiones de validez universal (en el sentido que presupone su validez
94 irrestricta), que es posible emitir un juicio moral sin esa pretensión. La
ética del discurso, al centrar su atención exclusivamente en la dimensión
trascendental del discurso, descuida la dimensión pragmático-empírica
vinculada al contexto de emisión y recepción del mismo. Su hincapié en
los aspectos supuestamente universales del uso del lenguaje le hace perder
de vista lo singular de las situaciones.
Ahora bien, si el rabino pronuncia la frase ante un auditorio de
practicantes del mismo credo (probablemente en su versión “Los judíos
consideramos que codiciar la mujer del prójimo es inmoral”), su función
informativa –al ser la idea ya conocida por su público– cede en importancia
frente a la finalidad de reafirmar comunitariamente ciertas valoraciones,
intención vinculada a la función prescriptiva del lenguaje. La frase puede
ahora interpretarse como un llamado a actuar o a pronunciarse ante los demás
en un determinado sentido, e incluye además una suerte de presión emotiva
tácita para cumplir ese pedido: quien no lo hace no es un buen judío.
En suma, sostenemos que la tesis según la cual los juicios morales
NICOLÁS ZAVADIVKER

manifiestan pretensiones de validez constituye un análisis genuino de los


mismos, pero que debe ser restringida atendiendo a un estudio pragmático de
las variedades de juicios de valor tal como estos aparecen en sus respectivos
11
Por cierto que sí manifestaría una pretensión de validez restringida si practicantes del
judaísmo fueran los destinatarios buscados, pero entendemos que al no serlo el rabino no
manifiesta dicha pretensión.
contextos. Dicho de otra forma, consideramos falsa a la idea de acuerdo a
la cual estos mismos juicios invocan, de manera necesaria, razones en su
apoyo. Con ello negamos, de manera más general, la visión del discurso
moral como un intercambio de argumentos entre sujetos y sugerimos, en
base a los elementos que creímos encontrar en los juicios de valor, que la
metaética racionalista debe ser complementada con aportes provenientes de
otras tradiciones metaéticas no cognitivistas.

95

NEORACIONALISMO Y METAÉTICA
Referencias bibliográficas

ALEXY, Robert (2007): Teoría de la argumentación jurídica, Madrid, Centro de


Estudios Políticos y Constitucionales.
APEL, Karl-Otto (1985): La transformación de la filosofía, tomo II, Madrid, Taurus.
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NICOLÁS ZAVADIVKER

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