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Pensamiento y política

Raúl Cerdeiras

Este siglo concluye. En él han sucedido cosas magníficas y terribles, ni más ni menos
que como ha ocurrido durante todos los siglos. Pero la singularidad de este fin de siglo es
haber constituido el horror en un evento que queda fuera del pensamiento humano. La
memoria ocupa el lugar del pensamiento como único antídoto contra la repetición del
horror. Así se condena al hombre a que se asuma a sí mismo como una víctima, cuya
máxima aspiración consiste en sobrevivir a cualquier precio antes de volver a padecer lo
peor.

Proclamar la esterilidad del pensamiento y colocar la actividad humana en un plano


puramente defensivo, son cosas que van unidas de la mano. Ambas son consecuencias
inmediatas de no existir en la actualidad un pensamiento capaz de re-fundar una nueva
experiencia de una política de emancipación.

Por eso hoy hay que proclamar con toda firmeza la capacidad humana para pensar, es
decir, para escapar a los consensos establecidos y producir contra ellos nuevas verdades,
así como atacar de raíz la visión victimaria del hombre y en su lugar afirmar su capacidad
para devenir sujeto.

Manifestar la necesidad de reponer una nueva política de emancipación implica la


decisión de dar por agotada la experiencia pasada que bajo el nombre genérico de
“comunismo", sostuvo con todo lo bueno, lo malo y lo trágico por más de un siglo y
medio las luchas emancipatorias de los pueblos en cuatro continentes. Y así como el
marxismo fue un vigoroso pensamiento de ruptura en el seno de las viejas concepciones
de la política, nuestra acción debe dirigirse hoy a afirmar la necesidad de produ cir una
nueva secuencia, un nuevo pensamiento de la política que sea un corte radical en
relación a la secuencia anterior.

El saber de la realidad

Durante mucho tiempo se creyó que era una condición indispensable para torcer el
rumbo de la realidad su conocimiento exacto, riguroso y objetivo. Se afirmaba que la
realidad económico-social estaba estructurada y articulada por conexiones objetivas cuyo
conocimiento era necesario para su transformación. Esta mirada se sostenía en el

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convencimiento que había en la historia social leyes y que estas se desenvolvían
inexorablemente -pese a la existencia de recaídas- en la dirección de un progreso que
siempre era para mejorar la situación. De esa manera se empezó a dibujar la figura del
intelectual honesto y progresista por un lado, y la del ideólogo del sistema, por el otro. El
primero buscaba en las profundidades para traer a la superficie los datos reales y
desnudos de la realidad, mientras que los otros ocultaban, trucaban o disimulaban con
gambetas metodológicas, esa misma realidad.

Llegó el momento de cuestionar seriamente esta concepción. No se trata de menos-


cabar el valor de las investigaciones y conocimientos objetivos acerca de procesos reales.
Lo que se cuestiona es la creencia que el saber acerca de una realidad es la base ne -
cesaria para deducir de él las líneas de acción de una práctica transformadora. Hoy
debemos impugnar esa concepción. Cuando lo "nuevo" se deduce como consecuencia del
análisis de la realidad de una situación, entonces no estamos frente a lo radicalmente
nueyo, sino que nos encontramos con una alternativa que es una variante posible de la
misma estructura. Esta es la raíz de toda política basada en el posibilismo, de toda
política de gestión y administración de lo existente, que renuncia a toda idea de subvertir
las diversas situaciones en las que los hombres y las mujeres realizan sus prácticas.

El saber objetivo, que antaño se reclamaba como condición para transformar el mundo
y el lugar ético de pertenencia del intelectual honesto, hoy muestra su verdadero rostro.
Ese saber riguroso, puntual y descarnado, se convierte en la actualidad en el patrimonio
de los grandes centros de investigación y organismos internacionales (ej. la ONU), las
universidades, las corporaciones, etc. ¿Por qué? Porque el saber es una condición
indispensable para ordenar, administrar y gobernar la realidad existente. El capitalismo
de alta concentración que hoy hegemoniza los procesos económico-sociales a nivel
mundial, necesita equipos de investigación de los micros y macros problemas que se
puedan volcar en resultados cuantitativos o cualitativos. Para decirlo en una frase: el
estado real de la situación en los planos de la pobreza, desocupación, las minorías, la
salud, la educación, la ecología, la discriminación, la economía, etc., están al alcance de
cualquiera que lea atentamente, por ejemplo, la prensa escrita.

Nada hay que ocultar, por la sencilla razón que lo que cambia en términos de rupuitra
a una situación cualquiera, no es el conocimiento ni los programas que para su
transformación se elaboren sobre ese conocimiento. Al contrario, estos saberes son in-
dispensables para gestionar la realidad, y la gestión no es ruptura, es más de lo mismo.
Recordemos que un político moderno debe ser un hombre acompañado de sólidos
especialistas en diversos temas que forman su "equipo de asesores".

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Toda política basada en ese "saber" genera siempre una política del amo. Se podrá
discutir -en realidad es lo único que se discute en la política de hoy en día- si aceptamos
amos insensibles y deshumanizados, o si queremos un amo bueno, humanitario y
sensible que al menos nos prometa que nos va a restituir el derecho a la esperanza, así
moriremos con anestesia y sin dolor.

Pensamos que hay que dar por terminada la idea de que existe una "ciencia prole-
taria" y otra "burguesa"; que hay intelectuales honestos y objetivos que se enfrentan a
los mercenarios que falsifican la realidad; que hay una utilización "buena" del saber y un
uso “malo" del mismo. El saber está de un solo lado porque organiza el horizonte en el
que se declara lo que es posible de pensar dentro de una situación determinada.
Cualquier pensamiento que traspase los límites que un saber decreta objetivamente co-
mo lo posible, es descalificado por ese mismo saber como imposible, o utópico. Por eso el
saber está del lado de lo posible, del lado de lo constituido, de lo que existe y funciona
como tal. El saber existe si está constantemente rechazando, expresa o implícitamente,
lo imposible. A lo sumo, el saber riguroso de una situación puede dar lugar a una
corriente de oposición y denuncia respecto a la realidad conocida, pero sabemos que toda
posición que se define, no positivamente sino por su oposición o negación a un sistema,
formará una variante más de ese mismo sistema.

La potencia del pensamiento

Cuando proclamamos la necesidad de potenciar al pensamiento es porque entendemos


que un pensamiento no es un conocimiento. Un pensamiento es lo que está motorizando
a toda subversión, a todo cambio radical. Es el lugar en donde es posible que se
produzcan las verdades de una época.

Un pensamiento no es un saber. Es precisamente lo que desbarata a un sistema de


saberes constituidos. Por eso en nuestra época se almacena y comunica el conocimiento
en forma descomunal, pero rara vez se piensa. El saber opera en el terreno de lo posible
de una situación dada, mientras que todo pensamiento se enfrenta con lo imposible de
cada situación. La máxima del saber es: sólo es posible lo posible; el pensamiento
afirma: es posible lo imposible.

Partimos de nuevos axiomas que no podemos desplegar en su funcionamiento y


dinámica interna. Aquí sólo traemos sus consecuencias para advertir que la decisión de

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toparse con lo imposible para transformar de raíz una situación, no es algo que se
sostiene en un puro anhelo subjetivo, una buena voluntad o en una alma bella. Uno de
los resultados que se desprenden de estos nuevos puntos de partida es la afirmación de
la inconsistencia del ser de todo lo que es, y en especial, para el caso de la p~ lítica, la
inconsistencia de todo lazo social. Toda situación se constituye por una operación que
consiste en suturar y eliminar su punto de inconsistencia, su vacío. Pero para tomar
noticia de esta inconsistencia, que nos alerta que es posible otra cosa que la que marcan
la unidad de los saberes que la forman, es necesario la irrupción, sin duda azarosa, de un
exceso que haga fracasar a los saberes constituidos y obligue a construir una nueva
verdad de la situación, una nueva manera de entenderla, una nueva situación.

Este exceso, que llamamos acontecimiento, es sobre lo que se monta un pensamiento


nuevo, porque la afirmación de que formando parte de la situación no puede ser
explicado por los recursos (saberes) de la situación, es una apuesta sin garantías. Y si el
viejo saber es importante para pensar el acontecimiento -que no lleva escrito en su
frente lo que es- obliga a pensar más allá de los límites del saber que ordena y
constituye a la situación en cuestión. Eso significa toparse con lo impensable de esa
situación, enfrentarse con lo imposible y la necesidad de arriesgar nuevas propuestas y
organizar nuevos e inéditos recorridos para fundar una nueva situación que será, no una
consecuencia reglada de la anterior- sino la producción de algo nuevo que franquea los
límites de lo dado, de lo posible.

No otra cosa hizo Marx cuando interpretó la agitación obrera de su época, inexplicable
desde la visión política del liberalismo (el ciudadano, el derecho, la representación, etc.),
como el efecto del punto ciego que organizaba a la producción capitalista: la explotación
de la fuerza de trabajo humano.

Decir y sostener aquello que con el correr del tiempo puede comprobarse que era lo
imposible de ser pronunciado en el interior de los saberes que estructuran una situación,
es la esencia misma del pensamiento. Mientras que el saber va del lado de la seguridad y
de la certeza, el pensamiento se enlaza con la angustia de una apuesta. Apuesta que
nunca es una elección entre posibles sino una decisión sobre lo imposible.

Todo esto nos lleva a afirmar que las verdades van de la mano del pensamiento y que
lo verdadero comulga con el saber. Porque una verdad es lo que sostiene un
pensamiento y lo que ningún saber puede cercar y encerrar. La potencia de las verdades
consiste en perforar la enciclopedia de los saberes y abrir el camino a nuevas configu-
raciones del saber. Esto quiere decir que todo saber real instituido, plasmado, reconoce

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como punto de partida de su posibilidad una ruptura, un pensamiento, un imposible, una
verdad. Jamás este nuevo saber, por más coherente y totalizador que se muestre, podrá
abolir ese azar, esa contingencia que está en la "matriz" de todo saber. El saber
establecerá lo verdadero, pero nunca encarcelará a las verdades.

Al obligarnos a decidir sin garantías, el pensamiento no sólo está del lado de las ver-
dades, sino que sostiene la posibilidad de modificar la posición de espectadores, cons-
treñidos a no poder pasar los límites de lo que se sabe, de lo posible, y transformarnos
en sujetos, es decir, de ponernos al servicio de otra cosa que nos sea la reproducción de
lo que existe. Esta es la manera en que interpretamos la fórmula "saber es poder". El
saber no es poder porque sólo una clase privilegiada accede a las universidades o a los
centros de cultura y luego lo usa para su beneficio. El saber es poder porque al proclamar
que es desde el saber r4ue se puede cambiar algo, despliega bajo la forma de una
certeza -muy fuerte en nuestras sociedades tecno-científicas- el mecanismo de la
producción y reproducción de lo dado.

Al poder del saber le oponemos la potencia del pensamiento, que es una capacidad
igualitaria y absoluta de todos los hombres y mujeres que no necesita para efectuarse de
ningún saber previo. Porque, en definitiva, el pensamiento es la posibilidad de
pronunciar, en una situación determinada, la palabra inaudita, es decir, aquella que el
murmullo del sentido común se encarga de impedir constantemente.

De esta manera se deja de lado toda la estéril polémica basada en la distinción entre
teoría y práctica. Si lo que está en juego es el pensamiento, esa división carece de toda
significación porque afirmamos, sencillamente, que no hay saber de la verdad, hay
producción de verdades.

La política y el pensamiento

La política es un pensamiento. No existe si no se la hace, si no se la produce, si no se


la inventa. Por eso toda política digna de ese nombre será esencialmente subversiva o si
no será sólo tina simple gestión de lo posible, cuyo resultado será la consolidación de lo
existente. La política es secuencial y, como lo señalamos antes, hoy asistimos al
agotamiento de la secuencia anterior. Hay que producir, que inventar, un nuevo pen-
samiento de la política, apostando sobre un puñado de circunstancias que se han pro-
ducido desde el mayo francés de 1968 hasta el presente. Estas circunstancias son aún
confusas, pero tienen en común que escapan al saber hoy dominante en la política que

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hegemoniza lo que hoy se denomina democracia representativa y parlamentaria. Esta
concepción funda la política en las reglas del derecho, suplanta toda verdad por el juego
de esas reglas que finalmente se decide en una ecuación numérica del consenso. Es
radicalmente posibilista, sólo se permite lo que la ley permite y para transformar la ley
hay que hacerlo de la manera en que la ley lo permite. Transforma a la gente en espec-
tadores y se somete explícitamente a la hegemonía mundial de la lógica del Capital,
confesando su impotencia de no poder ser otra cosa que su gestor político y social.

Hay que perforar toda esta visión de la cosa política. Desde mayo del 68 hasta
Chiapas, se pueden observar la existencia de recorridos inexplicables para la actual
manera de entender la política. Es hora de pensar algo distinto, de romper con el trípode
que hoy sostiene -como si fuera algo natural- a la política, y que es: partidos-
representación-estado. Pensamos en la invención de una política que se ponga por fuera
de esa triangulación. Creemos que esas circunstancias confusas que mencionamos, se
pueden integrar en una visión radicalmente distinta de la política. En ese sentido
afirmamos que la política es un radical acto de presentación y no de representación. Que
toda presentación, en la medida en que tenga capacidad de escapar a la función de
representación propia del estado, produce efectos políticos. Debe abandonarse (luego de
una vigencia por más de 2000 años) la idea de que el Estado es el objetivo central de la
política, y los partidos, que son aparatos del estado, deben dejar de ser el lugar principal
de la política. Hay que recuperar inventivamente la idea de democracia, diciendo que se
la esteriliza cuando se la considera una forma de gobierno, y se la potencia si se la
piensa como aquello que despliega la capacidad creadora de la gente, pero para eso hay
que poner la democracia por fuera del estado.

Es posible abrir un debate alrededor de estas ideas, que son verdaderas decisiones en
apuesta, sin garantías de tener finalmente la capacidad de producir una nueva ex-
periencia de la política. Estas ideas intentan rebasar el saber petrificado y casi
naturalizado que hoy nos quieren imponer con el pobre argumento de que es, entre los
posibles, el menos malo. Contra esta claudicación nos interrogamos ¿cómo será una
política, y qué políticos producirá, si se mantiene consecuentemente un pensamiento de
la política que proclame no acceder al estado, interrumpir representación y realizarse
fuera de los partidos? El debate queda abierto. Es el momento de fundar cosas nuevas.
Entonces es también el momento de interrumpir la representación de la realidad (ficción
del saber) y abrir paso, basado en la irrupción de los incomprensibles de nuestra época,
a la producción de verdades (función del pensamiento).

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