O'Donnell, Cassandra - Rebecca Kean 01 - Traquée

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hacia aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o


nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue
elaborado sin fines de lucro, así que se le agradece a todas las
colaboradoras que aportaron su esfuerzo, dedicación y admiración
para con el libro original para sacar adelante este proyecto
Moderadora de Traducción

Dark Juliet

Grupo de Traducción

Dark Juliet Mr. Andrew Vickyra

Felin28 Noebearomero

Lorena Tucholke Princesa de la Luna

Moderadora de Corrección

Francatemartu

Grupo de Corrección

Angeles Laumoon Lsgab38

francatemartu Leluli Maniarbl

Lady Pandora Liraz Vickyra

Revisión

Vickyra

Diseño

Liz
SINOPSIS........................................................................................ 7
Capítulo 1 ......................................................................................... 8
Capítulo 2 ........................................................................................15
Capítulo 3 ........................................................................................23
Capítulo 4 ........................................................................................33
Capítulo 5 ........................................................................................41
Capítulo 6 ........................................................................................50
Capítulo 7 ........................................................................................65
Capítulo 8 ........................................................................................72
Capítulo 9 ........................................................................................93
Capítulo 10 ....................................................................................107
Capítulo 11 ....................................................................................112
Capítulo 12 ....................................................................................122
Capítulo 13 ....................................................................................137
Capítulo 14 ....................................................................................145
Capítulo 15 ....................................................................................150
Capítulo 16 ....................................................................................155
Capítulo 17 ....................................................................................163
Capítulo 18 ....................................................................................170
Capítulo 19 ....................................................................................178
Capítulo 20 ....................................................................................191
Capítulo 21 ....................................................................................194
Capítulo 22 ....................................................................................203
Capítulo 23 ....................................................................................212
Capítulo 24 ....................................................................................225
Capítulo 25 ....................................................................................231
Capítulo 26 ....................................................................................236
Capítulo 27 ....................................................................................241
Capítulo 28 ....................................................................................251
Capítulo 29 ....................................................................................262
Capítulo 30 ....................................................................................267
Capítulo 31 ....................................................................................273
Capítulo 32 ....................................................................................276
Capítulo 33 ....................................................................................282
Capítulo 34 ....................................................................................287
Capítulo 35 ....................................................................................293
Capítulo 36 ....................................................................................299
Capítulo 37 ....................................................................................306
Capítulo 38 ....................................................................................322
Capítulo 39 ....................................................................................331
Capítulo 40 ....................................................................................338
Capítulo 41 ....................................................................................346
AVANCE ......................................................................................352
BIOGRAFÍA ................................................................................353
Nueva Inglaterra, Burlington ... Ningún crimen, votada
como la ciudad más pacífica de los Estados Unidos, en
resumen, un pequeño refugio de una bruja condenada a
muerte y decidida a vivir en silencio y en secreto entre los
humanos. Por desgracia, al llegar aquí, me di cuenta
rápidamente de que la realidad era muy diferente, y había
más demonios, vampiros, hombres lobos y otros
depredadores en este maldito país que en otros lugares.
Pero eso, por supuesto, no es el tipo de información
proporcionada por la oficina de turismo. Maldito sea el...
Traducido por Vickyra
Corregido por francatemartu

e preguntaba si debería o no rodar sobre el cadáver. De todas formas no podía


rodearlo. La carretera bordeada por los árboles era demasiado estrecha y
estaba tumbado en pleno centro de la calzada. Pero no es porque no tenga
elección que hace las cosas más fáciles. Aunque intentemos convencernos de que un auto no
puede causar ningún daño a un muerto y que es más simple aplastarlo que desplazarlo, nos
cuesta mucho apretar el acelerador. Lo que hace la educación. Bajé de mi auto renegando y
eché un vistazo a mi alrededor. El miedo y el dolor habían impregnado los árboles y sentía el
poder de la tierra murmurarme su sufrimiento. La víctima era humana. Me incline sobre el
cuerpo y aparté las mechas de cabellos castaños que se le pegaban en la cara, era una joven,
más bien bonita. No estaba ni herida, ni despedazada, ni mutilada —menos mal—. Pasé mis
manos por encima de su cuerpo y dejé mi poder explorar su carne en descomposición. Solo
necesité algunos segundos para encontrar lo que yo buscaba y una señal de alerta se disparó
directamente en mi cerebro. Debería largarme y echar ese pedazo de carne fuera de mi
camino lo antes posible. Atrapé firmemente las piernas de la chica y comencé a estirarla
despacio hacia un lado. —No, desplazar un cuerpo inerte no es tan fácil como se podría
imaginar—.

Lo había casi conseguido cuando de golpe sentí una borrasca helada recorrer mi espalda.
Los latidos de mi corazón se aceleraron. Cerré los ojos y me concentré en los alrededores —
el bosque se tornó extrañamente silencioso y la noche empezaba a caer—. Un halo de luz
protectora me rodeó, después mi poder se arrastró en busca del depredador.

No me costó nada descifrar su energía: era tan perceptible como el olor de la muerte.

—Sal de ahí —dije con tono firme.

Aunque lo intentaba, no conseguía localizarlo.

Por tanto, lo notaba cerca de mí, él se preguntaba si podía acercarse a mí.


—Muy bien, tú lo habrás querido —murmuré.

Cogí una gran inspiración y dejé la magia invadirme. Una ola de calor me atravesó el cuerpo
inmediatamente y la energía salió de mis manos para lanzarse hacia los árboles como un
tornado de fuego.

—Eso es solo un aviso —grité con tono amenazador.

De golpe oí un estallido de risa situado a algunos pasos, justo detrás de mí.

—Anotado.

La voz era sensual, cálida y hechizadora. Me giré de pronto.

—Pensé que los vampiros eran más discretos —lancé exasperada.

—Y yo, pensaba que las brujas eran más prudentes —arguyó él, visiblemente divertido.

Llevaba un pantalón vaquero negro y un jersey de lana beige. El cabello rubio y liso caía por
su espalda hasta la cintura y recubría parcialmente los rasgos finos y aristocráticos de su
sublime rostro. Él era de una belleza devastadora e inhumana como pueden serlo, a veces,
los de su especie.

—Siento hacértelo notar, pero aún no ha caído la noche completamente —dije alzando las
cejas.

Él sonrió desvelando sus colmillos.

—Soy un madrugador.

Y encima, es un gracioso. Hay días así, en los cuales te sientes con tanta suerte que tienes
ganas de tirarte a través de una ventana justo para ver si para.

—¿Problemas de insomnio? —me burlé.

—A veces. No sabía que a las brujas les gustaba toquetear los cadáveres humanos —dijo
echando una ojeada a la chica—. Es una patología interesante.

—Ese maldito cuerpo no es mío, está muerta desde hace más de doce horas… —me defendí
enseguida.

Él se entristeció.

—Lo sé. Ese maldito cuerpo, como tú dices, nos pertenece.


—¿Nadie les ha prevenido que la caza de humanos está prohibida? —dije con aire
reprobatorio.

—Que sepas, para tu información, que el que ha hecho esto —señaló al cadáver—, ha sido
duramente castigado y que no era yo. Yo venía justo…

—… ¿hacer limpieza?

—Exactamente.

Se avanzó hacia mí. Me puse a retroceder y caí desgraciadamente sobre mi trasero.

—Pareces asustada —susurró.

No me digas. Cruzar el camino de un vampiro no era ya un placer, entonces encontrar uno


suficientemente fuerte para moverse en pleno día, era simplemente horroroso…

—Es un reflejo, una estúpida historia de instinto de conservación —dije levantándome y


frotándome las manos en mis vaqueros.

Me miró fijamente. Sus ojos azules eran tan claros que parecían casi blancos.

—Al menos, no te dejo indiferente, el miedo, es siempre mejor que nada.

Yo solo tenía un deseo, largarme cuanto antes.

—Matar un vampiro no me causa generalmente ningún problema, pero tú no eres un


vampiro ordinario, ¿verdad? —dije fingiendo un aire relajado.

—No. Pero si te puede tranquilizar, que sepas que siquiera era un humano ordinario.

Sin duda era extraño, pero lo creía. Habitualmente, era capaz de reconocer el origen de la
mayoría de los vampiros.

Ellos utilizaban unas entonaciones y una sintaxis propias de su época, pero yo era incapaz de
adivinar la edad y el origen del que se encontraba delante de mí.

Me examinó de pronto como si hubiera podido leer el desarrollo de mis pensamientos y dijo
con voz condescendiente:

—Soy Scythe, pero dudo que eso te diga algo.

¿Scythe? Esos nómadas habían vivido en las estepas de Ucrania y Siberia varios siglos antes
de J. C. Se les consideraba como los primeros vampiros humanos porque tenían la
costumbre de beber la sangre del primer enemigo que mataban en el transcurso de la batalla
y se abrevaban en los cráneos aserrados que les servían de copa. Puaj…

—No haces tus dos mil quinientos años —dije en tono burlón.

Una chispa de admiración pasó por su mirada

—¿La historia te interesa?

—A veces —contesté con aire evasivo.

Dos mil quinientos años… Estaba completamente en un lío y mi intuición me decía que no
había riesgo de mejoría. Yo había participado en la guerra y era un combatiente avezado,
pero nunca me había encontrado frente a tal adversario.

—Siento tu angustia, pero ella es inútil. No te puedo matar. Como tú sabes, las reglas del
Tratado de paz son estrictas y ninguno de nosotros puede contravenir —dijo con evidente
pesar.

Las brujas y sus aliados —los licántropos, los chamanes y los cambiadores— ya no estaban
oficialmente en guerra con los vampiros y los demonios, pero no se podía decir que todo el
mundo se alegraba. Y si la población sobrenatural mundial no hubiera disminuido a la mitad
estos últimos doscientos años, estaríamos tranquilamente matándonos todavía.

—Bien, con estas palabras reconfortantes, me voy a marchar y dejarte en tus ocupaciones —
dije señalando el cadáver con el dedo.

Sus movimientos fueron tan rápidos que no tuve tiempo de reaccionar. Su cuerpo estaba
ahora pegado al mío. Su torso contra mi espalda. Y encontré eso particularmente incómodo.

—¿Tú crees que te voy a dejar ir tan fácilmente? —susurró en mi oído mientras me acariciaba
la mejilla.

Mis rodillas temblaban y tenía el estómago lleno de nudos.

—¿No acabas de decir que no tienes derecho a matarme?

—Eso es correcto —dijo dejando resbalar su mano a lo largo de mi espalda.

Intenté ignorar los escalofríos que empezaban a recorrer mi cuerpo.

—¿Entonces, qué es lo que quieres? —pregunté con tono arisco.

Sus labios llenos y sensuales estaban casi pegados a los míos.


—¿Quién eres tú? —me susurró.

—Eso no te importa —respondí jadeando como si hubiera corrido cien metros.

Este vampiro cabrón intentaba utilizar su poder en mí.

—Tendría que haber sido informado de la presencia de una bruja en este territorio —dijo con
voz vibrante apretando su cuerpo contra el mío.

—¿En serio? Pues bien, ¡para tu información, debes saber que he cruzado al menos una
decena desde mi llegada!

Él ostentó una sonrisa condescendiente.

—¿Tú crees que no sé la diferencia entre alguien como tú y una vulgar hacedora de
pociones?

Prácticamente todas las brujas eran hacedoras de pociones. Ellas tenían necesidad de
inventar sus filtros y sus mezclas para poder ejercer su magia. Yo no.

Notaba sus dedos acariciar mi piel.

—Para eso, me cansas…

Me atrapó el cabello y hundió su mirada en la mía.

Sus ojos se llenaron de pronto de llamas incandescentes y un violento dolor se propagó en el


interior de mi cráneo. Me retuve para no gritar. Su ataque psíquico me había chocado de
lleno. El aire se puso a vibrar alrededor de nosotros. Yo sentía su poder intentar registrar mi
cerebro en busca de mis recuerdos. Y eso, no podía permitirlo. Me concentré y reforcé mis
defensas mentales. Eso solo tomó algunos segundos para eyectarlo violentamente de mi
cabeza

El vampiro me echó enseguida una mirada sorprendida, pero no soltó su agarre.

—La curiosidad es una fea falta —dije mientras que dejaba a mi magia encenderse y
difuminarse a través de mi cuerpo.

—Estás llena de sorpresas… —constató con un rictus en sus labios.

—No tienes ni idea —dije colocando mis manos en su torso.

Mis cabellos negros se pusieron a virar a rojo escarlata y se levantaron como un arco iris de
fuego por encima de mi cabeza.
El vampiro retrocedió como si lo hubiera quemado.

—Apártate —ordené con voz glacial.

Él se tensó y una extraña expresión pasó por su magnífica cara.

—Una bruja de guerra… ¿Qué haces tan lejos de los tuyos?

Sus ojos brillaban de curiosidad.

—Te lo repito, eso no te importa —repliqué con tono mordaz.

—En eso te equivocas, joven dama…

No veía para nada dónde todo esto iba a llevarnos, no se suponía que teníamos que
enfrentarnos, entonces…

—Escucha, no tengo la intención para nada de contestar tus preguntas y tú no tienes la


intención de matarme, entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos peleamos infringiendo las reglas?
¿Intentas satisfacer tu curiosidad cueste lo que cueste o me dejas ir? —pregunté harta.

Su rostro estaba impasible, pero sus ojos parecían traspasar mi alma como una lámina fina y
afilada.

—No romperé el Tratado —acabó respondiendo con voz neutra.

Estupendo, al fin una buena noticia.

—Bien, entonces ya nos hemos dicho todo —dije dirigiéndome hacia mi auto.

—Creo que no —respondió mientras que yo subía en mi viejo Chrysler y arrancaba a toda
marcha.

Algunos minutos —y varios excesos de velocidad— más tarde, apercibía las luces
tranquilizadoras de la ciudad. En fin… ciudad, era quizás mucho decir.

Burlington, Vermont, Nueva Inglaterra, estaba considerado por el resto del país como un
agujero perdido. Encantador, pero terriblemente aburrido. Eso me convenía bastante bien al
principio, al menos hasta que me di cuenta de que este apacible pueblecito albergaba en
secreto una de las más viejas comunidades sobrenaturales del país. Ustedes me dirán, nada
es perfecto… quizás, pero si lo hubiera sabido, me lo habría pensado dos veces antes de venir
a instalarme hace seis meses. Los humanos de la oficina de turismo deberían haberlo
mencionado en sus folletos informativos. Eso hubiera dado algo así como: Vengan a visitar
Burlington, en el verano, podrán practicar deportes acuáticos o pescar en el lago Champlain;
y en el invierno, los muy largos y fríos inviernos del noreste del país, podrán esquiar o hacer
caminatas con raquetas, ah, y de hecho no se olviden de traer con ustedes algunos fusiles con
balas de plata, una o dos estacas, tres o cuatro lanzallamas, los habitantes del lugar son del
genero irritable…

Evidentemente, para hacer esa clase de publicidad, habría sido necesario que los humanos
ordinarios se dieran cuenta de nuestra presencia, pero no había riesgo de que pasara. Los
míos escondían por todos los medios nuestra existencia al público. Era una cuestión de
supervivencia. Pero no había que hacerse ilusiones. Era poco probable que consiguiéramos
guardar el secreto por mucho más tiempo, por lo menos no con el desarrollo de Internet, de
la ciencia y de los medios de comunicación. Y yo debería confesar que esta amenaza me
inquietaba. Tanto como el hecho, por otra parte, de que seamos tan numerosos en un
pueblo tan poco habitado. Una tal concentración de poder estaba lejos de ser habitual. Yo
había efectuado algunas investigaciones para comprender lo que había bien podido atraer a
tantos hombres lobo, cambiantes, brujas y vampiros a este rincón perdido, pero no había
aprendido nada. Nada, excepto que los más peligrosos de entre ellos, los vampiros, habían
sido traídos de Francia hasta el Canadá vecino en 1609 por Samuel de Champlain y los
colonos franceses.

Como decía mi abuela: Cuando hay caos en alguna parte, puedes estar segura de que los
franceses han tenido algo que ver.

Y ella sabía de qué hablaba. Era francesa y era una guerrera de los elementos. Como yo.
Traducido por Vickyra
Corregido por francatemartu

o tuve tiempo ni tan siquiera de introducir la llave en la cerradura de mi


apartamento del centro de la ciudad cuando la puerta se abrió brutalmente.
Beth Mattison, mi jefa de departamento en la universidad y mi mejor amiga, me
fulminaba literalmente.

—¿Has visto la hora? Yo también tengo una vida privada, sería amable de tu parte recordarlo.

—Lo sé, lo sé… lo siento —dije dejando mi bolso.

—Te hago notar, Rebecca Kean, que tu hija está acostada, que ha comido bien y que todo ha
estado bien. Te digo esto en caso de que te interese —dijo en tono sarcástico.

He oído muchas veces decir que las pequeñas pelirrojas tenían mal carácter, pero en Beth,
eso era cierto, y el hecho de que ella haya nacido hombre-lobo no arreglaba para nada las
cosas, al contrario. Decidí dejar pasar un poco la tormenta y me hice discreta esperando a
que se calmara. No me sentía con humor para gestionar sus gritos ni sus famosos sermones.

—Gracias Beth —dije tirándome en el canapé y levantando hacia ella una mirada falsamente
avergonzada.

Ella frunció las cejas y de pronto se puso a husmear el aire en mi entorno.

—¿Pero qué es lo que… a qué hueles?

Ella era peor que una madre. Una madre con un olfato de lobo. Una pesadilla…

—A vampiro. Apesto a vampiro —dije suspirando.

Sus ojos negros me fijaban y escrutaban mi cara.

—Entonces, ¿supongo que tu paseo no ha sido muy bueno?


—Oh sí. He encontrado un cadáver, un vampiro me ha toqueteado, después ha intentado
violar mi mente, pero aparte de eso…

—¿Qué vampiro?

—Ni idea.

Ella se agachó y pegó su nariz a mi jersey. Su nariz se estremeció y su rostro mostró un


profundo asco.

—Oh no —dijo—, es Raphael.

—¿Raphael?

—El jefe de los vampiros de Nueva Inglaterra. Es con él que te has cruzado.

—¿Quieres decir que es el Magíster?

El Magíster dirigía a todos los vampiros de una región. En general no era un regalo…

—Sí. Tú que querías ser discreta, fallaste.

Desde el nacimiento de mi hija Leonora, había pasado todo el tiempo trasladándome de


ciudad en ciudad procurando evitar todo contacto con las otras criaturas sobrenaturales —
aparte de Beth, obviamente—. Pero Beth era una excepción.

La había ayudado siete años antes a combatir un demonio particularmente tenaz, había
estado tan agradecida que no me pude deshacer de ella —es el inconveniente cuando se salva
la vida de un hombre-lobo— y había acabado encariñándome sinceramente con ella.

—Bueno, de acuerdo, el Magíster sabe que soy una bruja ¿y qué? —dije haciendo una mueca.

Ella levantó sus cejas delgadas y perfectamente depiladas.

—Pues eso, nos promete una montaña de molestias.

Raphael dirige los vampiros de seis Estados diferentes, pero hace parte del Directum de
Vermont. Y él vive aquí, en Burlington.

El Directum es la autoridad superior de las criaturas sobrenaturales. Él agrupa un


representante de cada clan presente en un territorio desde la guerra, ellos han instalado uno
en cada Estado. Hace oficio de consejo municipal, de estado civil, de tribunal y de verdugo.

—Huy.
—Sí, como tú dices. Los miembros del Directum van a querer verte y tal como te conozco, tú
no vas ciertamente a querer responder a sus preguntas.

—Para de asustarte. No he hecho nada malo, que yo sepa…

—No, pero deberías haber ido a presentarte al consejo. Es la ley y tú no lo has hecho.

Ella se puso a recorrer nerviosamente la estancia de arriba abajo. Como cada vez que estaba
contrariada, su bonita nariz se fruncía y rubor aparecía en sus mejillas.

—Oh, no debería de haberte hecho venir aquí, Rebecca. Al menos, en Boston, podías
hacerte pasar por humana y vivir tu vida tranquilamente. ¿Me lo reprochas? —preguntó con
voz angustiada.

Beth era una intelectual. Había enseñado durante diez años literatura comparativa en las más
prestigiosas universidades del país y su influencia en el seno del consejo de administración de
la universidad de Vermont me había permitido conseguir seis meses antes, a los veintiséis
años, un puesto de profesora de francés. Y yo encontraba eso más bien formidable.

Sacudí la cabeza y respondí con tono tranquilizador:

—No, claro que no. De todas formas sabía que corría el riesgo de que sucediera. Es el
problema de las ciudades pequeñas, no nos podemos fundir en la masa.

Aunque, en general, lo consiga bastante bien. La magia me permite no solamente descifrar


las energías de las otras especies sobrenaturales y de evitarlas, pero también de hacerme
pasar por un ser humano ordinario a sus ojos.

Desgraciadamente, con lo que había pasado hoy, no lo lograría.

Ahí, había que reconocerlo: había francamente metido la pata.

—Te hago notar, que podemos trasladarnos —murmuró con voz triste sentándose cerca de mí
en el canapé.

Me di cuenta por primera vez desde que llegué que se había maquillado y vestido
elegantemente con un vestido negro y zapatos de tacón. Estaba sublime.

Sublime y joven. Beth tenía cuarenta y cinco años, pero no parecía tener más de treinta, era
una de las singularidades de los hombres-lobo: envejecían más lentamente que los humanos.

—¿No me digas que te he hecho faltar a una galante cita? —dije mostrando una sonrisa
guasona.

—Sí, pero me da igual. —Hizo con un gesto desenvuelto.


—Beth, no eres mi madre, deja caer tu instinto protector y ve a divertirte un poco.

—Y, ¿eso es todo?

—Sí. De todas formas, ¿qué quieres que hagamos ahora? No vamos a ir de todas formas a
trucidar a ese vampiro tonto para impedirle hablar…

Sus ojos negros comenzaron de pronto a brillar. Sacudí la cabeza vigorosamente.

—Está fuera de cuestión —dije con voz firme.

—Soy la portavoz del Directum, puedo hacernos entrar en casa de Raphael y…

—… te he dicho que no, y no bromeo, Beth.

Hizo rechinar sus medias con sus uñas con aire terco y me retó con la mirada.

—¿Por qué?

La miré, más bien perpleja.

—Primero, hay pocas oportunidades de que una de nosotras pueda sobrevivir a un combate
contra Raphael, particularmente si es en su casa.

Ella abrió la boca para interrumpirme.

—Déjame continuar. Además, no eres una asesina, Beth. No te veo matar a alguien fríamente
sin estar obligada, mismo si es un vampiro.

Ella bajó la cabeza y dijo con voz ronca:

—Tengo bastante sangre en las manos, por lo tanto…

—Sí, pero era siempre para defenderte y cada vez, has tenido pesadillas durante semanas. No
tengo ganas de infligirte eso.

Ella frunció las cejas, pero no se molestó en contradecirme, era inútil.

—Está claro que mi historial no tiene nada que ver con el tuyo —dijo con un tono amargo—.
¿Cómo lo haces tú? ¿Por qué tengo la impresión de que eso ni te conmueve?

¿Qué quería que le contestara? ¿Que había sido educada por un clan de sicópatas para los
cuales matar era tan natural como respirar? ¿Que para nosotros no había ni bien ni mal,
pero solamente luchas de poder?
Beth era derecha, valiente y fiel y ella me amaba sinceramente pero yo no estaba segura de
que fuera capaz de soportar lo que habría podido revelarle sobre mí o sobre los míos. Por
otra parte, ni lo intentaba.

—Estoy cansadísima, voy a tomar un baño y relajarme —dije con aire fatigado, dirigiéndome
hacia el cuarto de baño—. Buena velada, Beth.

Un segundo más tarde, escuché, aliviada, la puerta de entrada golpear violentamente. No


tenía más ganas de discutir o de continuar escuchando a Beth delirar sobre un pseudo ataque
suicida.

De todas formas, no había treinta y seis soluciones.

Podía ya sea despertar a Leonora y dejar la ciudad inmediatamente, o esperar pacientemente


la decisión de los miembros del Directum y sus reacciones en cuanto a la presencia de una
bruja de guerra en su territorio.

Pero por el momento, estaba demasiado cansada para reflexionar serenamente. Giré los
grifos de la bañera y me desnudé lentamente.

Esperaba que un buen baño me aclarara las ideas. Esta tarde, había reaccionado como una
principiante. Como si todos estos años de clandestinidad no me hubieran enseñado nada. Yo
no era tan ligera ni inconsecuente. Los míos no me hubieran perdonado jamás tal error.
Ellos me hubieran eliminado. Y habrían tenido perfectamente la razón.

Se podría creer que la sociedad de los humanos, su debilidad, comenzaba a tener una
influencia negativa sobre mi comportamiento. Yo aflojaba la presión. Ya no estaba lo
suficiente en guardia. Perdía mis reflejos. Debía recuperarme, rápidamente, sino lo pagaría
caro.

Este error con el vampiro era el síntoma angustioso de los cambios que constataba en mi
forma de actuar, estos últimos años. Y contrariamente a lo que podría pensar Beth, no era la
reacción del Directum lo que temía, sino de mirarme en un espejo un buen día y cruzar la
mirada de una extranjera.

Media hora más tarde, estaba fuera del agua. Y aún no había tomado una decisión —si no
contaba la de entrenarme regularmente y pasar sobre los cadáveres que encontrara en mi
ruta de ahora en adelante—. Me había puesto un batín y me dirigía a mi habitación cuando
me petrifiqué de golpe. Algo o alguien me esperaba. Sentía su energía recorrer mi piel como
golpes de aviso.

—Haces entradas estrepitosas —dije abriendo la puerta.


—No quería un malentendido. Entonces he preferido anunciarme —respondió él colgado del
borde de mi ventana.

Raphael me había seguido y no noté nada.

—¿Qué quieres?

—¿Puedo entrar?

Él no podía entrar en una casa sin haber sido previamente invitado. Y yo no tenía para nada
la intención de tomar tal riesgo.

—No —repliqué sacudiendo la cabeza.

Lo oí soltar un suspiro.

—No vengo para luchar. Tengo verdaderamente necesidad de hablarte —insistió.

—Pues bien, habla, te oigo muy bien desde aquí.

Me senté en la cama y crucé las piernas bastante torpemente de forma que el cinturón de mi
batín de seda se soltó y dejó entrever a pesar mío una parte muy íntima de mi anatomía.

—Espléndido —dijo lanzándome una mirada admirativa—, pero desgraciadamente no es el


objeto de mi visita…

Sentí mis mejillas volverse escarlatas.

—¿Qué quieres Raphael? —dije reajustándome rápidamente.

—¿Quién te ha dicho quién era? ¿Beth?

—¿Tiene eso verdadera importancia?

—Depende. ¿Tienes la intención de irte?

Mi pulso se aceleró.

—¿Por qué lo haría? —mentí.

—Porque sabes que pertenezco al Directum y que no te has dignado a pedirnos permiso para
permanecer en este Estado.

—Siempre me ha costado mucho plegarme a las obligaciones administrativas —dije sonriendo.

—¿Y eso no tiene nada que ver con el hecho de que contabas con escondernos tu presencia?
—Ve directamente al grano —dije con tono glacial.

—He pasado para advertirte de que no estas obligada a irte. No hablaré de ti al consejo por el
momento.

Lo miré fijamente a través de los cristales. Estaba de perfil. Su pelo escondía los rasgos
perfectos de su rostro.

—Eso es muy generoso de tu parte, y ¿qué tengo que hacer a cambio? —pregunté recelosa.

—Nada.

—¿Quieres decir que haces esto por mis bellos ojos? —me burlé.

Se puso a reír.

—No, pero prefiero saberte aquí que bajo la influencia de otro consejo.

Los consejos de cada Estado libraban una clase de guerra clandestina y atraían a ellos los
miembros más fuertes y los más influyentes de cada clan. La política y sus zonas de sombra
habían reemplazado las armas y la sangre.

—¿Quieres decir que temes que mi presencia refuerce el poder de uno de tus rivales? Espero
que estés bromeando.

—No. El apoyo de una bruja de guerra aumentaría considerablemente la influencia del


Directum y podría prevalecer. Es un hecho y tú lo sabes.

Abrí completamente la ventana y hundí mi mirada en la suya.

—Raphael, las brujas como yo solo sirven a sus propios intereses. Vivimos al margen de su
sociedad y no hay riesgo de algún cambio. No trabajaré nunca para un Directum.

—Lo sé, pero algunos otros podrían no comprenderlo, o más bien, no querer comprenderlo.
¿Tienes una hija, verdad?

Él había debido percibir a Leonora a través de la ventana de su habitación.

—Ella te hace frágil, vulnerable al menor chantaje —añadió.

—¿Es una amenaza?

—No, una constatación. Si eliges quedarte, te prometo de no revelar quién o lo que eres y de
llamarte solo en caso de absoluta necesidad. El trato me parece equitativo, ¿no te parece? —
preguntó suavemente.
Yo sabía que no mentía. Si hubiera verdaderamente querido impedirme marchar y hacerme
comparecer ante el consejo, nada le habría sido más fácil. Y la perspectiva de acabar con
once años de fuga y de traslados no me disgustaba.

Estaba cansada, cansada de tener que correr sin cesar y de vivir una vida de clandestinidad e
inestabilidad permanentes. Además, no era la única. Leonora soportaba cada vez menos el
tener que abandonar su colegio continuamente, su casa y sus amigos…

—¿A qué llamas una absoluta necesidad?

Había una trampa. Con los vampiros, siempre había una trampa en algún sitio. Estaba bien
situada para saberlo.

—Digamos que vas a tener que confiar en mí en ese punto —dijo suavemente.

La última vez que un vampiro me había pedido que confiara en él, había destrozado mi vida,
no estaba segura de querer volverlo a hacer.

—No creo que vaya a funcionar, Raphael.

—¿Por qué?

—No tengo la intención de convertirme en tu marioneta, ni que me hagas el menor chantaje.

—Manipular una bruja de guerra, es como hacer malabarismo con la nitroglicerina, siempre
acaba por explotarte en la cara. Soy demasiado experimentado para arriesgarme. No tienes
nada que temer sobre eso.

Nuestros rostros estaban tan cerca el uno del otro que el viento puso un mechón de su pelo
sobre mi frente.

—Entonces voy a reflexionar, Magíster —dije con una mueca. Pero debo decirte que si me
traicionas, no cesaré hasta matarte.

—Ni que decir tienes… —respondió sonriendo.

—Si, pero es mejor que lo diga.

—Buenas noches, dulzura, ten bonitos sueños —añadió antes de lanzarse al aire y desaparecer
completamente en la noche.

—¡Qué gracioso! —lancé, segura de que me oiría, antes de cerrar la ventana.


Traducido por Mr. Andrew
Corregido por francatemartu

eis meses más tarde...

Esa mañana de abril, tomaba mi café tranquilamente mirando, por la ventana de


mi apartamento, a los comerciantes de la calle Church instalar sus terrazas y abrir
sus tiendas de antigüedades. La Sra. Tillbourn, la vidente, levantó de pronto la cabeza hacia
mí y me hizo una señal con la mano.

Un ser humano no habría podido verme detrás de las cortinas, pero la Sra. Tillbourn no era
del todo humana, y le hice un gesto a mi vez.

Ya había pasado un tiempo desde que no me sorprendía el extraño comportamiento de los


habitantes de Burlington. En esta pequeña ciudad, rural y turística en el nordeste del país,
hombres lobo, vampiros, chamanes y otras criaturas sobrenaturales representaban casi una
décima parte de la población.

Esto no hace que la ciudad sea más peligrosa, solamente más interesante.

Coloqué mi bol en el fregadero, eché un rápido vistazo a mi reloj y salí corriendo de la


cocina.

—¡Leo, apresúrate, es urgente! —le grité a través de la puerta del cuarto de baño.

Leonora abrió de inmediato, sonriendo. Ella estaba casi lista.

—Mamá, ¿puedes peinarme?

Mi hija acababa de cumplir nueve años, pero su madurez era la de una chica humana de
trece o catorce años. Ella había heredado mis cabellos largos y negros, mis ojos verde
esmeralda, mi tez pálida y mis rasgos finos y regulares.

—Está bien, pero estamos apresuradas —le dije, ya me duché, pero no estoy vestida todavía.
Rápidamente le cepillé el pelo y lo até con una banda elástica.

—¿Esto no te hace daño? —le pregunté.

—Muy gracioso, mamá —respondió alzando los ojos al cielo.

A veces me olvido de que Leonora no sentía dolor. Este don era raro, incluso para alguien
como ella.

—Bueno, ya está, terminé —le dije en tono estresado mirando el reloj por tercera vez en dos
minutos.

—No te preocupes —ella trató de tranquilizarme—, mi profesor nos advirtió que no iba a
llegar antes de las diez y media de la mañana.

—Sí, pero te olvidas que yo también tengo que ir a trabajar —le dije corriendo hacia mi
habitación inmediatamente.

Abrí la puerta del armario, puse la mano en mis vaqueros y cambié de opinión. En vaqueros,
parecía una adolescente, no una profesora universitaria. Hacía todavía poco tiempo, que mi
armario estuvo prácticamente constituido por una quincena de vaqueros de todas las formas
y colores. Desde que me convertí en maestra, he invertido en un poco de ropa más
femenina.

La parte más difícil de esta transformación vestimentaria era acostumbrarse a usar tacones
altos sin el riesgo de obtener un esguince y aún no lo estaba logrando.

Me volví hacia el armario y cogí una falda lápiz gris oscura, una blusa blanca y una chaqueta
corta de cuero negro.

Completé mi atuendo con un par de zapatos de tacon.

—Mamá, son casi las diez, vas a llegar tarde —dijo Leonora brutalmente entrando en la
habitación.

Se quedó helada y me dio una mirada de admiración.

—Wow, estas verdaderamente hermosa.

Eché un vistazo al espejo, haciendo muecas y decidí ir sin maquillaje. Tal vez no podría pasar
desapercibida, los humanos le dan demasiada importancia al físico para ello, pero al menos
podía limitar el daño.

Leonora debió ver la frustración en mis ojos porque inmediatamente frunció el ceño.
—¿Por qué es que cada vez que te digo que eres hermosa, haces una cara rara? —preguntó en
un tono agresivo.

—Ser bella, es atraer la atención, Leo, es así...

—Sí, bueno, no vamos a desfigurarnos para pasar desapercibidas. —Ella se quejó.

Me eché a reír.

—No, por supuesto que no.

Ella asintió y añadió:

—Ah, a propósito, vi una lámpara en una tienda, que estaría genial en el salón.

Fruncí el ceño.

—¿De qué color?

—Naranja —dijo con orgullo.

Suspiré, un poco hastiada.

Hace unos cuantos meses, decidí rehacer completamente nuestro apartamento. Leonora,
que sueña desde niña ser decoradora, me había pedido que la dejara elegir el revestimiento
de las paredes y el color de los muebles. Resultado, el pasillo, el salón y el comedor eran rojo
vivo, la cocina amarilla y las habitaciones rosa brillante. En cuanto a los muebles, eran tan
coloridos como el resto de la casa.

Tenía la impresión de vivir en un cuartel de bomberos ligeramente afeminado.

—¿Puedes darme tiempo para pensar, estamos un poco justas de dinero en esta parte del mes
—mentí con una sonrisa angelical.

—Pero es una ganga —ella respondió con entusiasmo.

—Leo, te dije que me lo pensaré.

Pero mi hija era tenaz.

—Mamá, por favor. Trabajo bien en la escuela, soy prudente, no hice daño a nadie e incluso
hice amigas humanas. Vamos, por favor.

Tenía razón. Por una vez, no había tenido que huir de la ciudad y borrar las huellas de sus
tonterías y me pareció relajante.
—Ok, escúchame bien, si continúas mostrándote razonable y controlas tu temperamento, te
dejaré comprar la maldita lámpara. Pero no me decepciones, Leo.

Ella asintió y me lanzó:

—No te preocupes por eso, no quiero que me arrojes un hechizo de mutismo como la última
vez.

No poder articular palabra durante dos meses la había traumatizado y —al menos eso
esperaba— la asustó lo suficiente como para impedir que siguiera cometiendo errores y
arriesgándonos a ser descubiertas por los humanos.

—¿Vamos?

De pronto sentí la llamada del aire y un viento de dolor comenzó a entrar en el apartamento.
Leonora me dio una mirada de terror y sus miembros comenzaron a temblar de repente.

—Mamá... —susurró.

La tomé en mis brazos y lancé un hechizo de bloqueo en la puerta y las ventanas.

—Lo sé, lo sentí —le dije con una voz tranquilizadora.

—Ella tiene miedo y pena...

—Sí, cariño.

Leonora me miró, con aspecto abrumado.

—¿Quién es, mamá?

—Esa es la Sra. Tillbourn.

—Pero es una vidente, no pueden haberla herido, lo habría visto de otro modo...

Eso era lo que me preocupaba.

—¿Está...? —preguntó con voz asustada.

Sentí el último latido de su corazón y la tristeza que se había escapado de su alma. Sí,
Christine Tillbourn estaba muerta.

—No lo sé —mentí.

—Sí, siempre sabes, mamá —me dijo mirándome fijamente, seria.


—Escucha, cariño, vamos a esperar unos minutos y a bajar a la calle como si nada hubiera
pasado, ¿de acuerdo? De todos modos, tengo que ir a trabajar y tú tienes que ir a la escuela,
¿no?

Ella asintió y dijo:

—Está bien, pero...

—¿...pero qué?

—Me dijiste que la guerra había terminado y que la vida sería genial, pero en realidad es
como antes.

—No, ya te he dicho, no es como antes. Sabes, por desgracia, guerra o no guerra, siempre
habrá criminales y víctimas, esto es una cuestión de naturaleza...

—Y nosotros, mamá, ¿qué somos?

—Armas —le respondí con voz firme.

Ella me dio una mirada asesina.

—Y sin embargo, no vas a matar a los que hicieron esto.

Me quedé inmóvil mirándola.

—No puedo, Leo. Si los castigo, tendríamos que irnos de nuevo. ¿Eso es lo que quieres?

—Francamente, si es para que vivamos escondidas, no veo el punto de estar aquí... —dijo con
tono de disgusto.

Sentí su frustración y la entendí perfectamente. No poder ir a patearle el culo a los que


mataron a esa agradable anciana me había costado mucho también.

—Sé lo que estás pensando, pero si quieres sobrevivir en este mundo loco, va a ser necesario
que escojas tus prioridades sabiamente y aprendas a pensar antes de actuar.

—Lo sé, lo sé. La razón antes que los sentimientos, ¿verdad?

Ella me miró, apretando los puños.

—Sí, querida —le dije con una voz triste—, eso es.

Sin embargo, me gustaba la Sra. Tillbourn. La primera vez que me había cruzado con la
señora de setenta y cinco años con el pelo blanco estirado en un moño inmaculado y el
orgulloso caminar, había tenido una hermosa sonrisa y me había dicho que estaba contenta
con mi llegada a Burlington y me había susurrado con un aire misterioso que sabía que me
agradaría. No tenía idea de lo que había visto en sus visiones, o cómo me había catalogado
hasta la fecha, pero ella nunca me causó problemas y era siempre muy discreta acerca de mí.

—Bueno, eso apesta.

—Ciertamente, —le dije agarrando mi bolso y empujándola hacia la puerta principal.

Bajamos las escaleras con cautela. No quería caer ni sobre los nuestros, eso si habían sido
informados ya, cosa que dudo, ni sobre uno o varios de los agresores de la vidente. Salí de
primera y lancé una mirada alrededor. La calle comenzó a llenarse de turistas procedentes
del ferry desde Canadá o del Estado de Washington. Todo estaba en calma.

Le hice señas a Leonora de que esperara un poco y crucé la calle. Vista desde el exterior, la
pequeña tienda de antigüedades parecía normal. Paredes de piedra roja y entablados
exteriores pintados de blanco hacían al lugar agradable y hermoso. Las rejas del escaparate
estaban levantadas, pero la puerta estaba cerrada. Rápidamente sondeé el interior. El aliento
de la Sra. Tillbourn persistía como si su alma hubiera decidido quedarse un poco más, pero
no encontré ningún rastro de su cuerpo.

La vidente simplemente había desaparecido.

Me uní a mi hija y nos movimos rápidamente a mi coche, aparcado un poco más allá.

Encontrar aparcamiento en el centro de la ciudad se volvía cada vez más complicado y el


hecho de que mi calle, Church Street, sea peatonal no ayudaba (en parte debido a las
compras).

Leonora no abrió la boca durante el trayecto a la escuela. No se lo reprochaba, tenía un


nudo en el estómago y me preguntaba si había hecho bien en no haber intervenido, aunque
sabía que era demasiado tarde para salvar a la anticuaria y que el juego probablemente no
valía la pena el esfuerzo.

—Leo, lo siento —le dije acariciándole el pelo.

Ella se limitó a asentir sin responder, tomó su cartera y salió del coche sin girarse. Esperé
unos segundos a que entrara en la escuela y arranqué de nuevo con el corazón encogido,
hacia la verde y exuberante Universidad de Vermont.

Durante el viaje, pensé en lo que debería hacer con el asesinato. Esta historia de la vidente
no era buena señal. Que yo sepa, la vieja chamán era la única que podía leer con mayor
claridad el futuro y su muerte iba a dejar ciega al resto de la comunidad sobrenatural de
Burlington.
Lo que ciertamente era el objetivo buscado por sus asesinos, y en mi experiencia, el preludio
de acontecimientos futuros, incluso más oscuros. La cuestión ahora era de saber si yo tendría
la intención de hablar con alguien.

Mi instinto me dijo que no comunicar información importante podría tener consecuencias


lamentables, pero por otro lado...

Después de unos minutos de vacilación, finalmente decidí llamar a Beth. Caí sobre su
contestador y narré brevemente los acontecimientos de la mañana, pidiéndole que se
reuniera conmigo en el receso.

Cuando aparqué en el estacionamiento de la universidad, ya eran casi las 11:00 am. La lluvia
comenzó a caer. De inmediato agarré mi bolsa y rápidamente abrí la puerta de mi coche para
evitar el diluvio que se avecinaba. Fue entonces cuando oí el sonido de un choque, seguido
de un rugido de rabia.

—No puede tener cuidado, ¿no? —gruñó una voz masculina detrás de la puerta.

—Oh, lo siento, no le vi —me excusé saliendo del coche.

Miré hacia arriba y me congelé. Debía medir cerca de metro noventa y cinco y tenía una
corpulencia y una más bien impresionante musculatura.

Hice un puchero y de inmediato eché una mirada al estado de mi puerta. Estaba hundida.

El gigante se echó a reír.

—¿Quieres que hagamos un constato?

Iba a iniciar el fuego y decirle donde podía meterse su constato cuando de repente me
encontré con sus ojos. Sus profundos ojos negros brillaban de diversión.

—¿Lo encuentras divertido, supongo? —dije molesta.

—En absoluto. Hubo un accidente, creo que es normal hacer un constato.

Su nariz era recta y su mandíbula bien formada. Su cabello castaño rizado caía en cascada
por sus hombros. No era guapo propiamente hablando, pero no carecía de encanto. Al
menos, si el estilo que te gustaba era Conan el Bárbaro y lo intensamente masculino.

—Lo que pasó es culpa suya. Si hubiera prestado atención, se habría dado cuenta de que
estaba aparcando, así que obviamente, no iba a demorar en salir de mi coche —lancé con
perfecta mala fe.

Él arqueó las cejas.


—Entonces, si entiendo su razonamiento, ¿soy responsable de lo que ha pasado?

Mi mirada se detuvo a mí a pesar en su poderoso pecho que de alguna manera estaba poco
oculto por su suéter negro y apretado.

—Absolutamente —mentí con aplomo.

—Como profesor de derecho y abogado, no estoy seguro de compartir su valoración de los


hechos.

Era terriblemente atractivo, pero no tenía tiempo para jugar, ya era tarde.

Le di una mirada hosca.

—Bueno, hágame un juicio. —Me burlé.

La lluvia caía como una tromba, estaba completamente empapada y empecé a temblar.

—No me tientes —dijo con tanta ambigüedad en su voz que empecé a ruborizarme.

—Esa no es mi intención —repliqué.

Se acercó y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, separó mi cabello de mi rostro y puso
su mano en mi mejilla.

—Estás empapada —dijo en voz baja.

Estaba tan cerca de mí que podía sentir su aliento en mi cara.

—¿Y de quién es la culpa? Habla un montón para no ser la gran cosa, ni siquiera está
lastimado —dije con voz temblorosa.

Este tipo me turbaba. La parte racional de mi cerebro parecía tener problemas para
funcionar.

Vi una sonrisa irónica dibujarse en sus labios.

—Eso es lo que usted dice. Vamos, le llevaré a tomar un café, va a entrar en calor.

Negué con la cabeza.

—Lo siento, yo... yo no puedo —balbuceé.

Quería golpearme la cabeza contra un árbol, para aclarar mi cabeza.

—¿No puede o no quiere? —dijo acercando su boca a la mía.


Me aparté.

—Las dos cosas. Me tengo que ir, me esperan mis estudiantes.

—Ya veo —dijo con voz neutra—. Bueno, adiós, bueno... de hecho, ¿cómo se llama?

—Rebecca, soy Rebecca Kean.

—Bueno, adiós, Rebecca. Creo que nos volveremos a ver pronto.

—¿Es una promesa? —le disparé.

—Sin lugar a dudas... —respondió con un tono enigmático.

Todavía podía sentir el peso de su mirada en mi espalda mientras iba corriendo por el
pasillo, pasando por debajo de las magníficas columnas blancas en la entrada de la
universidad. Los estudiantes invadieron los pasillos. Me dirigí inmediatamente a mi salón de
clases. Mis zapatos llenos de agua, hacían un fuerte ruido en el suelo húmedo. Me sentía tan
enojada porque sentí que me comporté como un niño gobernado por sus hormonas y
desestabilizada. Los humanos no son generalmente capaces de inculcar en mí el más mínimo
deseo. No es que yo les despreciara ni nada de eso, pero no estaba programada para eso. Mi
sistema metabólico era diferente. La última vez que hice el amor, apenas tenía dieciséis años
y mi amante no era nada humano.

—¿Rebecca? —Beth me llamó antes de entrar en mi salón de clases.

Inmediatamente me di cuenta de la mirada de preocupación.

—¿Estás bien? —le pregunté con voz preocupada.

—Tengo que hablar contigo —dijo.

—Lo sé.

—No, no es debido a la vidente.

—¿Hay un problema?

Ella echó una mirada cautelosa a nuestro alrededor y asintió.

—¿Es a causa de mi trabajo? —le pregunté irritada.

Algunos estudiantes pensaban que era demasiado estricta y demasiado severa en mis
registros y se habían quejado a la gestión de la universidad.
—No tiene nada que ver con el trabajo, se trata de la manada —ella me tranquilizó
inmediatamente.

Fruncí el ceño, repentinamente preocupada. Beth nunca hablaba de los asuntos de la


manada conmigo y siempre ha sido muy estricta con eso.

—¿Es grave?

—Pregunta idiota.

No pude evitar sonreír.

—Bueno, no puedo hacer esperar a mis estudiantes más tiempo, pero te sugiero que nos
encontremos en dos horas en mi oficina, ¿te conviene?

Miró su reloj y asintió.

—Muy bien, digamos a la una y media de la tarde en tu oficina.

La miré alejarse despacio y no pude evitar temblar. Beth no me había dicho nada, pero era
inútil. Olía como a grandes problemas y ella me pedía que hundiera las manos en ellos. Y
con una sonrisa, además.
Traducido por Mr. Andrew
Corregido por francatemartu

l final del curso, fui a la cafetería por un sándwich de atún luego me dirigí
directamente a la pequeña habitación con paredes grises que me servía de
oficina. Tenía un montón de trabajo atrasado, comenzando con dos enormes
montones de copias para corregir. Me encantaba enseñar. Bueno, al principio me pareció un
poco extraño que Beth haya conseguido darme un trabajo para el cual no tenía una
verdadera competencia, pero realmente me tomé este trabajo como un desafío. Y no era tan
mala al fin y al cabo. Era realmente experta en literatura francesa, esto por lo menos, era real
y había recuperado los cursos de un famoso profesor jubilado para desarrollar los míos, que
hizo mi enseñanza más interesante. Obviamente, a veces me faltaba formación, pero poco a
poco he conseguido arreglarlo. Al menos eso era lo que me hacían sentir mis estudiantes que
se quedaban encantados para discutir conmigo después de clase. Por supuesto, durante los
primeros meses, tuve derecho a unas cuantas sonrisas apoyadas y a una pequeña corte
discreta de parte de los chicos, eso, por desgracia, sabía que no lo iba a poder evitar. Cuando
se tiene veintiséis años, pero que se aparenta veinte (la edad de la mayoría de los
estudiantes), es inevitable. Molesto, enervante, pero inevitable.

Cuando Beth entró en la habitación, comenzaba apenas con mis correcciones. Su rostro
estaba descompuesto. Se sentó en el viejo sillón de cuero gastado enfrente de mí,
retorciéndose las manos con nerviosismo.

—Bien, entonces, ¿qué pasa?

—El hijo de Jerry ha desaparecido —dijo con gravedad.

Manchas rojas horribles habían invadido su hermoso rostro.

—¿Jerry Wikman?

—Sí.
Jerry era un gran productor de jarabe de arce y un hombre lobo influyente en la manada
local.

Que otros miembros de su clan no hayan llegado a encontrar a su hijo era por lo menos
inusual, por no decir improbable. Existe una especie de mística conexión entre lobos que los
conecta entre sí y les permite saber dónde están todos sobre el territorio.

—¿Y crees que aquellos que lo secuestraron también mataron a la chamán?

Asintió con la cabeza.

Sabía que el asesinato de la vidente era sólo un preludio de líos más grandes, pero habría
preferido que Beth no estuviera mezclada en eso.

—¿Qué quieres que haga? Vamos, si puedo ayudarte, sabes muy bien que lo haré.

Ella se sonrojó súbitamente.

—No estoy aquí por mi cuenta, Rebecca. Si hubiera sido un servicio personal, había pasado a
tu casa y...

—¿Quién te ha enviado? ¿Tu Alpha? ¿Le dijiste que soy una bruja?

—No, por supuesto que no.

Di un suspiro de alivio y pensé rápidamente. Aparte del macho alfa, el jefe de su clan, Beth
no tenía que someterse a ninguna autoridad, salvo...

—¿No me digas que estás aquí por orden de Directum?

—Sabes que soy su portavoz —respondió ella avergonzada.

Todas las señales de advertencia se encendieron en mi cabeza.

—¿Por qué quieren verme?

—¿No vas a facilitarme mi trabajo, eh?

Apreté los labios.

—En realidad no.

—Eso es. Tan pronto como recibí tu mensaje de la muerte de la vidente, le advertí al
Directum y caí sobre Raphael. Me pidió que le dijera quien me había dado la información y
no tuve más remedio que decirle que fuiste tú. Ella está muerta, Rebecca, no podía hacer
otra cosa, y luego, con la desaparición de Frank...
—No hay necesidad de justificarse, conocía los riesgos cuando te advertí — le dije
sobriamente.

Ella se relajó, visiblemente aliviada.

—Es una lástima, hice todo para que me olvidara —suspiré.

Desde mi encuentro con el amo vampiro de Nueva Inglaterra, hace algún tiempo, no salía
más por la noche, no iba a las reuniones públicas después de la puesta del sol, ni siquiera iba
a hacer las compras pasada cierta hora.

Tuvo una expresión divertida.

—Raphael nunca olvida nada. Se trata de una máquina.

La más implacable, peligrosa y temible máquina que jamás haya conocido.

Sí, pero hasta entonces, había cumplido su palabra. Él no les había revelado a los demás
miembros de Directum que una bruja de guerra se había trasladado a Burlington.

—Bueno. Entonces, ¿cómo va a ser? —pregunté con la mandíbula apretada.

—El Directum quiere que asistas a la reunión que se celebrará esta noche.

—¿Dónde?

—Nos reunimos en general en casa de Raphael. Su casa está bastante aislada. Si quieres,
vengo para llevarte a las siete de la tarde.

Estaba tan ansiosa por ir allí como de que me tiraran en agua hirviendo.

—No puedo —repliqué—, no tengo a nadie para cuidar a Leonora.

—No te preocupes por eso. Le pedí a Caroline que juegue de niñera esta noche.

Caroline era una licántropo y una amiga de Beth. Era sensata y responsable, al menos lo
suficiente para que pudiera dejarle un par de horas a Leo.

—Perfecto —gruñí—. ¿Qué le ha dicho Raphael al consejo, Beth?

—Por lo que sé, nada comprometedor. Sólo les dijo que eras una bruja joven y que tus dones
podrían ser interesantes —dijo para tranquilizarme.

Él continuó manteniendo su lengua. Suspiré con alivio.

Ella se dio cuenta y me miró con aire intrigado.


—¿Qué más podría decirles, Rebecca?

—Yo... yo fui un poco imprudente ese día —dije en un tono preocupado.

—Imprudente... ¿imprudente como el día en que me ayudaste y me descubriste cuán


poderosa puedes ser, o...? —preguntó ansiosa.

—Muy imprudente.

—Ya veo —dijo con el ceño fruncido.

—No lo creo...

Me dirigió una mirada de tristeza.

—¿Hace cuánto tiempo que nos conocemos, las dos?

—Casi siete años, ¿por qué?

—Porque después de siete años, nunca le he dicho a nadie que eres una bruja, ni siquiera a
mi propia manada. Y todavía no confías en mí para decirme de que te estás ocultando todos
estos años.

—Lo siento, eso no es posible.

—¿Por qué?

Estaba al borde de las lágrimas.

—Debes saber después de tanto tiempo que nunca te traicionaré...

A mí me enseñaron que las marcas de la amistad más profunda no soportaban la tortura. Y


era una lección que no había olvidado.

—No voluntariamente, es cierto. Pero no solo mi vida está en juego, también es la de


Leonora.

—¿Y la vida del hijo de Jerry, significa algo para ti, la vida del hijo de Jerry?

Francamente, me importaba un comino el hijo de Jerry y si no hubiera sido tan importante


para ella, lo habría dejado morir sin pestañear.

—Evidentemente —digo, pero tengo que mantener la cautela cueste lo que me cueste.

—¿Esa es la razón por la que no ayudaste a Christine Tillbourn?


La miré de pronto fijamente a los ojos.

—No habría tenido tiempo de salvarle la vida, sólo de vengarla, es un pequeño consuelo, ¿no
te parece?

—No. No creo que hacer justicia sea un pequeño consuelo —respondió con aspereza.

—Soy un soldado, Beth, no un policía o un vigilante.

Ella asintió, pero sabía que la había decepcionado y eso no me gustaba. No quería sobre
todo que imaginara que iba a abandonarla.

—El asesinato de la vidente coincide curiosamente con la desaparición del hijo de Jerry,
¿verdad? ¿Por qué no fuiste a verla antes de que la mataran? —le pregunté.

—Pero lo hicimos. Fuimos a verla tan pronto como descubrimos la desaparición de Franck.
Ella trató de encontrarlo, pero no llegó. Dijo que su aura había sido ocultada por algo y que
estaba como apagada.

—Ese puede ser el caso —le dije con voz suave.

—No. Cuando uno de nosotros muere, su poder se une a la manada. No puede ser de otra
manera. De todos modos, nos había tranquilizado con la promesa de que haría todo lo
posible para ayudarnos y que iba a llamar a uno de sus conocidos para obtener ayuda. Era
realmente buena, ya sabes...

—Y es por eso que un pequeño astuto ha decidido eliminarla. No quiero que me tomes por
una paranoica, pero tengo la sensación de que se esfuerzan mucho para impediros encontrar
a Franck.

—Sí, pero te prometo que si me encuentro con estos tipos, yo...

Se detuvo bruscamente. Sus ojos eran de color amarillo y percibí ligeros temblores en el
suelo.

—Cálmate. Si no te dominas, voy a tener que estrellarte contra la pared —le dije en tono
autoritario.

No quería encontrarme frente a un lobo rabioso, ni de verla caminando por los pasillos
frente a pobres estudiantes aterrorizados.

Ella respiró hondo y pareció recuperar el control.

—¿Nunca te han dicho que no era muy prudente amenazar a un lobo durante su
transformación? —preguntó ella.
—¿Y nunca te dijeron, a ti, que transformarte delante de una bruja bastante irascible puede
tenerte por algunas semanas en el hospital?

—Deja de alardear —bromeó—, me recupero demasiado rápido para eso.

Suspiré.

—Contra un muteur o un vampiro, es verdad, pero no te olvides de lo que soy, Beth.

—No lo olvidaré —dijo de repente, en tono serio—. Sé lo que eres capaz de hacer. No he
olvidado esa noche y luego las que siguieron... es por eso que te necesitamos.

La miré largamente.

—¿Y si me niego a ir?

Ella palideció. Pronto la desengañé.

—No, me expresé mal. Lo que quiero decir es que preferiría ayudarte sin que otros lo sepan.

—¿Sin ir a ver a Directum?

—Exactamente.

—No creo que realmente tengas elección. Por supuesto, si decides no ir, yo respeto tu
decisión, pero no te equivoques, lo tomaran como un desafío y nunca seremos lo
suficientemente fuertes como para luchar contra todos ellos.

Mierda, pensé, ella tenía razón. No tenía otra opción.

Después de esta observación deprimente, decidí ir a la biblioteca, para cambiarme las ideas.
A las 13:00 horas pasadas, los estudiantes aún no habían regresado del almuerzo y el lugar
estaba casi desierto. Miré a los números indicados en los laterales. Evidentemente, el libro
que estaba buscando estaba en los estantes superiores.

Tomé la escalera y traté de subir torpemente.

Mi falda era demasiado ajustada. Y diablos, pensé, eso te enseñará a no ponerte bragas para
que no hiciera ninguna marca. Me maldije interiormente por mi vanidad desplazada. Eché
un vistazo rápido alrededor para asegurarme de que nadie me viera y fui hasta la parte
superior de mis muslos.

Extendí la mano para agarrar el libro cuando sentí que mi zapato se deslizaba. Un segundo
después, estaba tendida en el suelo, las nalgas al aire, las rodillas raspadas, y juraba como un
carretero.
Cuando levanté la vista, el alborotador del estacionamiento estaba delante de mí. Él siempre
alto, moreno y terriblemente masculino.

—Encantadora —dijo burlonamente.

Me quedé petrificada.

Él me levantó sin contemplaciones y dijo:

—¿Quiere cenar conmigo mañana por la noche?

—¿Perdón? —le dije con los ojos muy abiertos.

Él me miró con compasión como si fuera una retrasada.

—Reitero mi propuesta. ¿Quiere cenar conmigo?

—Ni siquiera sé su nombre.

—Eso es porque no me ha preguntado esta mañana, Rebecca. Mi nombre es Mark, Mark


Feldman, soy profesor de derecho y abogado. Acabo de llegar a la ciudad.

Es extraño, pensé que no tendría un nombre banal. No, era más bien el tipo de persona que
con gusto me hubiera imaginado recorriendo el campo de batalla con una enorme hacha y
cortando a sus enemigos, con el rostro cubierto de sangre, soltando horribles aullidos.
Habría debido usar un nombre de vikingo o si acaso escocés.

—Encantada —le dije tendiéndole la mano.

La tomó entre las suyas y sentí mi cuerpo en llamas. Retrocedí un poco sorprendida.

—Italiano, ¿de acuerdo? —se preguntó.

—A priori, está bien, pero déjame sin embargo tu número de teléfono, por si acaso tengo un
impedimento —y en caso que tenga suficiente tiempo para coger el ánimo de cambiar de
opinión, pensé.

—¿No me vas a defraudar? —dijo sonriendo.

Ya estaba empezando a cansarme.

—No, por supuesto que no.

—Así que aquí está mi tarjeta. ¿Puedes darme tu dirección?

—¿Mi dirección?
—Para que pueda recogerte. Normalmente no sales, ¿no?

—Ciertamente no estoy acostumbrada a aceptar —dije un poco irritada—. Vivo en 87 Church


Street. Está justo en el centro. ¿También quieres mi número de teléfono?

—No. Sé que no voy a tener ningún impedimento. ¿Digamos a las ocho de la noche?

—De acuerdo.

¿Por qué había aceptado su invitación? Era un misterio. ¿Tal vez estaba harta de rechazar
todas las propuestas que los hombres me hicieron desde hace diez años? ¿O tal vez por fin
estaba extasiada por sentir deseo por alguien que no sea Michael, el padre de mi hija? Un
poco de ambas cosas probablemente. Y Mark no estaba mal físicamente, y podría ser
divertido actuar como un humano lo hace. De salir, de ir el sábado por la noche al
restaurante o cine.

Sí... Bueno, está bien, realmente no lo creo, pero estaba segura de una cosa, por lo menos,
era que este hombre había despertado en mí un deseo que nunca había sentido por un
humano y eso fue suficiente para despertar mi interés. En todo caso por una noche...
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por francatemartu

a habitación era enorme. El suelo estaba cubierto de mármol y las paredes eran
de piedra tallada.

Candelabros enormes colgaban de las paredes. Cortinas de terciopelo rojo largo


cubrían las ventanas. Los miembros del Directum estaban sentados alrededor de una mesa
de madera maciza tallada puesta delante de una chimenea tan grande que podrían tenerse de
pie en el interior. El ambiente era muy del siglo XVII. Me sentía como si estuviera en una
película de terror.

—Dime que todo estará bien —le susurré.

—Tú no me creerías —Beth respondió sonriendo.

Comencé a sentir sus ojos fijos en mí. Genial, pensé, voy a ser la atracción de la noche.

—Ah, Rebecca, te esperábamos para empezar esta reunión —Raphael dijo en una voz cálida y
sensual.

Se levantó y vino hacia mí con una sonrisa. Vestía pantalones negros y una camisa de seda
azul zafiro. Se había recogido el pelo largo y rubio con una correa de cuero y sus
características me parecían más perfectas que cuando lo conocí.

—Raphael —dije asintiendo.

—Déjame llevarte a tu silla.

Él galantemente me ofreció su brazo y no tuve más remedio que cumplir y seguir con él
conduciéndome como a una novia hacia el altar (salvo que la novia estaba miserablemente
vestida con pantalones vaqueros desgastados, un par de botas y un viejo suéter azul cielo de
cuello cisne, un poco apelmazado—.
—Bueno, es hora de hacer las presentaciones. Te presento a Gordon, el líder de la manada
de hombres lobo, Maurane Blackfield, la maestra de pociones, Tyriam, el maestro chamán y
Aligarh, representa a los muteurs.

—¿No hay demonios en Nueva Inglaterra? —le pregunté inmediatamente.

—Baetan se disculpó. Él estará presente en la próxima reunión —dijo Raphael secamente.

El jefe del clan de los demonios no estaba allí, por fin una buena noticia.

— Ya veo —digo aliviada.

Hice una reverencia cortésmente y me senté.

—Señores y señoras, representantes de los clanes de Nueva Inglaterra, les presento a


Rebecca, una joven bruja instalada recientemente en nuestra hermosa Vermont.

—Estamos encantados de conocerla —dijo Gordon con brusquedad.

Gordon tenía el físico de un leñador y la ferocidad de un animal.

Ya nos habíamos reunido en varias ocasiones en las fiestas celebradas en casa de Beth, pero
me tomaba entonces por un ser humano y me veía solamente como un amigo de un
miembro de su manada.

Hoy en día, las circunstancias habían cambiado y algo en sus ojos me dijo que no apreciaba
la broma.

—Personalmente, creo que estas presentaciones son un poco tardías —Maurane dijo en un
tono amargo, —deberías habernos presentado tus respetos a tu llegada.

—Hubiera podido, —dije con frialdad.

Todos, excepto Raphael, ahora me miraban fijamente con desaprobación.

—Nadie está por encima de la ley, bruja —dijo Tyriam.

¿Por qué los chamanes hechiceros eran tan desagradables? Este era pequeño, flaco, con ojos
de serpiente y una expresión arrogante que decía mucho acerca de su carácter irascible.

—Yo no rompí la ley. Simplemente, yo vivo y me comporto como un ser humano. La magia
no es parte de mi vida diaria y me siento muy bien, —mentí con aplomo.

—¿Te avergüenzas de lo que eres? —me preguntó.

—No, pero no tengo nada para sentirme orgullosa, tampoco.


Beth se quedó en la puerta. Ella me dio una mirada sorprendida y encontró esa furiosa de
Gordon. De inmediato miró hacia abajo. Nunca dudé de que le haría pasar un mal
momento por ocultarle la verdad sobre mí.

—¿Raphael, se trata de una broma? ¿Cómo quieres que esta cría nos ayude? Ella ni siquiera
quiere practicar más la magia... —dijo Tyriam con desprecio.

Obviamente, mi pequeño número funcionó. Tal vez me dejarían en paz.

Raphael sonrió. Unas décimas de segundo más tarde, se puso detrás de mi asiento y susurró
en mi oído:

—Oh Rebecca, ¿qué voy a hacer contigo?

Puso su mano en mi hombro y me apretó la clavícula. El dolor era insoportable. Envié una
corriente de energía para hacer que me soltara y lo proyecté en contra de la chimenea.

—¿Qué es lo que...? —Maurane dijo sorprendida.

De repente oí una risa.

—Tienes razón, Tyriam, esta cría no nos va a servir mucho, si no es para patear el culo de
Raphael y, entre nosotros sea dicho, creo que eso no está nada mal —dijo Aligarh.

Mi poder había invadido la sala, cada miembro de la junta había olido, sentido, pero en
ausencia del representante del clan de los demonios, ninguno de ellos fue capaz de
reconocerlo. Me miraron ahora, con curiosidad.

—Tú no eres uno de nosotros —dijo Maurane.

—Ella no es parte de la mía tampoco —dijo Tyriam.

—No pertenece a ningún clan presente en este territorio —Gordon superó la oferta.

—Hay muchas especies en el mundo sobrenatural y algunos son tan raros que nos hemos
olvidado de su existencia —dijo Raphael con una mirada molesta—. A pesar de que esta
pequeña digresión no tenga interés, me gustaría llegar a lo que nos preocupa hoy —dijo y se
sentó.

Lo observé con asombro. Me escrutó impasible.

—Bueno. Ahora pequeña, ¿estás dispuesta a ayudarnos a nosotros o no? —preguntó Gordon.
—Le prometí a Beth que lo voy a hacer y voy a mantener mi promesa. Todo lo que pido de
ustedes es una vez resuelto el caso que olviden mi presencia, y que nunca me llamen —digo
en un tono firme.

—Si tú hubieras sido un miembro de nuestro clan, no podríamos haberte dado ese favor,
pero ya que eres el único representante de tu especie, estamos de acuerdo en principio —dijo
Gordon.

Maurane negó con la cabeza, empujando su pelo rojo y espeso.

—No estoy de acuerdo. Rebecca es una bruja, y, como tal, depende de mí autoridad.

—¿Y por qué no de la mía, en ese caso? —dijo Tyriam.

—Ella no es un chamán Tyriam, y tu lo sabes perfectamente —dijo Maurane enderezándose.

—Esta discusión es inútil —dice Raphael—. Ustedes estuvieron de acuerdo en que Rebecca no
era de ninguno, por lo tanto, ella no tiene que someterse ni a uno ni a otro.

—Estoy de acuerdo —dijo Aligarh—, esta chica no tiene nada que ver con nuestros clanes. Sin
embargo, me gustaría algunos detalles más sobre esta joven increíble.

El líder de los muteurs se puso de pie y comenzó a caminar hacia mí con toda su gracia
felina.

Su piel mate contrastaba extrañamente con sus increíbles ojos grises, no tuve ninguna
dificultad en descifrar su energía.

—Soy alérgica a las fieras —dije.

Era cierto. Yo era alérgica al pelo de todos los felinos y tenía que evitar a toda costa el
contacto.

Aligarh se paró de avanzar y me midió:

—¿A qué especie perteneces, linda?

—Soy una bruja —le respondí con calma

—Y yo un muteur, pero no significa nada. Algunos de nosotros se convierten en una


serpiente, otros un león, un tigre, un mono...

De pronto sentí la caricia de una energía fría en mi mano. Miré a Raphael, que parecía
querer decirme algo. Asentí imperceptiblemente, bajé mis defensas mentales para dejar que
su poder telepático entrara en mi cabeza.
—Miente —de repente susurró su voz en mi cabeza.

—¿Por qué no les has dicho la verdad acerca de mí?

—Hablaremos más tarde —dijo Raphael.

—No lo sé, nunca los he conocido —dije.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, mis padres están muertos y que fui criada por una bruja braggan. No sé nada
más —mentí otra vez.

—¿Una braggan? ¿En serio? —Preguntó Maurane—. Es un verdadero desastre. Los braggans
tienen tan poco poder...

—Era una muy buena madre —le dije secamente.

—Bien, ¿ahora que has tenido tu “información adicional”, Aligarh, no deseas pasar a cosas
más serias? —preguntó Raphael exasperado.

—Sí, la muerte de Christine, por ejemplo —escupió Tyriam—. ¿Cómo puedes saber que está
muerta y que no la han raptado, bruja?

Este chaman idiota es capaz de causarme una crisis de eczema, pensé mientras una picazón
comenzó a morder mi espalda.

—Lo sé, eso es todo. Pero si te agrada creer lo contrario, haga lo que le parezca, no me
importa. Después de todo, no soy yo el que puede comunicarse con los muertos o ver el
futuro —digo hastiada.

Tyriam me fulminó con la mirada, pero no replicó.

Él me creía, pero le fastidiaba prodigiosamente.

—¿Supongo que Beth te dijo que Franck del clan de los lobos grises había desaparecido?
Bueno, pues no es el único, Maurane acaba de advertirnos que una de las que hacen
pociones, Kathryn Germann también se ha volatilizado de allí, hace unos días. Lo que resulta
lamentable es que no nos lo dijo antes —añadió Raphael en tono de reproche.

Maurane bajó la mirada, avergonzada, y comenzó a masticar sus lindos labios en señal de
molestia.

—La colaboración entre clanes es muy reciente, no estoy acostumbrada a desenvolver


nuestros asuntos privados ante mis enemigos —se justificó.
—La guerra acaba apenas de terminar, no está nada mal que consigáis hablar sin mataros
unos a otros —le dije en tono de admiración.

—La pequeña tiene razón, hubo un tiempo en que te habría abierto tus entrañas para
comerlas, vampiro —gruñó Gordon.

—Créeme, más de veinte manadas lo han intentado, Gordon, y los desangré, ellos, sus
familias, sus amigos y sus aliados ocasionales, —dijo Raphael.

Su expresión y su voz fueron neutras.

Maurane palideció y Aligarh bajó la cabeza. Yo había oído hablar de estas masacres y del que
las había cometido, un general vampiro de ojos blancos y alma negra denominado “la muerte
blanca”, y estupefacta descubrí que era Rafael.

Durante diez años, hice todo lo posible para escapar de Mortefilis, la asamblea de gestión de
los vampiros, y me encontraba en la habitación con uno de sus más altos dignatarios.

Tendría de que llorar...

—Deberíamos haberte matado, especie de monstruo —rugió Gordon.

De pronto sentí la quemadura de una energía animal rozando mi piel. Gordon se había
convertido en un gran lobo marrón y con colmillos afilados. Saltó sobre el vampiro, pero no
fue lo suficientemente rápido.

Raphael había desaparecido de su silla y había reaparecido en su flanco izquierdo.

Menos de una décima de segundo más tarde, el vampiro mantenía a la bestia en el suelo, con
una mano en su garganta, dispuesto a arrancarle la cabeza.

—Tenéis reuniones agitadas —le dije en tono burlón.

Raphael me sonrió y me pareció distinguir un brillo en sus ojos de nácar suntuosos.

—Los hombres lobo tienen un mal genio, les resulta difícil dominarlo, como puedes ver, pero
tratamos de hacer con ello —dijo el vampiro con flema.

El olor de la derrota salió del lobo y volví la cabeza para evitar su mirada.

—Bueno. Entonces ¿qué esperáis de mí? —les pregunté abriendo la carpeta sobre la mesa.

Caí de inmediato en una serie de fotografías. En cada cliché, uno de los dos desaparecidos.
También encontré dos resúmenes detallados de la vida y costumbres de cada uno.
—¿Me habéis tomado por un investigador privado? —me sorprendí sonriendo.

Raphael y Gordon aún en su forma animal, se sentaron de nuevo como si nada hubiera
pasado.

—No, pequeña descarada, —dijo Maurane—, pero Raphael piensa que eres capaz de descifrar
la energía mejor que los muteurs o lobos. ¿Es eso cierto?

Lancé una mirada asesina a Raphael y asentí.

—Bueno, entonces, en efecto, puedes sernos útil —dijo pasando sus dedos por el espeso
cabello pelirrojo.

—Supongo que me quieren a través de la ciudad y sus alrededores con el fin de capturar la
energía del joven hombre lobo, la bruja o cualquier otro ser lo suficientemente potente como
para atraer mi atención —dije en tono aburrido.

Tyriam hizo un pequeño rictus.

—Está bien, ella comprende rápido...

Empezaba seriamente a irritarme.

Me volví hacia Beth puesto que Gordon no había todavía transmutado.

—¿Frank tiene un lugar significativo en el seno de la manada?

Ella asintió.

—Tenia que suceder a Gordon, no es un Alpha pero un Beta muy poderoso.

Entonces me di la vuelta hacia Maurane.

—¿Y Kathryn?

Un destello de comprensión cruzó su cara bonita.

—Era una de las mejores hacedoras de pociones de mi clan.

—En realidad no son las víctimas típicas. Su desaparición tiene como consecuencia el efecto
de debilitar a los dos clanes. Si yo fuera difamatoria, yo diría que me trae algunos recuerdos...

Me quedé mirando a Raphael falsamente inocente.

—Conclusión lógica pero incorrecta —dijo secamente.


—En cualquier caso, es una posibilidad.

—Decidimos confiar en Baetan y Raphael —dijo Maurane.

—¿En serio? —exclamé sorprendida.

Confiar en un vampiro y en un demonio me parecía por lo menos arriesgado...

—Ya te lo dije —el vampiro suspiró—, la guerra ha terminado y yo no rompería los términos
del tratado.

—Bien, ya que no parecen ser culpables los vampiros o los demonios —digo dudosa—,
entonces es que el ataque viene de afuera. Tienen un gran problema y corro el riesgo de
encontrarme en pleno centro de la línea de fuego.

—¿Tienes miedo? —Tyriam rió.

—Por supuesto. Yo no soy estupida.

—¿Pero tú todavía lo harás? —preguntó él sorprendido.

—La mejor manera de no tener miedo, es eliminar a la persona o personas que causaron ese
miedo.

—¿No es ella adorable? —Maurane bromeó con acritud.

No le hice caso y sumergí mi mirada en la del vampiro.

—Sólo soy racional.

Raphael comprendió mi amenaza subyacente y me envió un beso. Nuestro pequeño juego


no escapó a los agudos ojos de Maurane que se inclinó hacia mí susurrando:

—Tú no deberías retar al gran lobo malo si no quieres ser devorada, preciosa.

—Si no tiene miedo de la indigestión... —susurré.

—Por supuesto, tienes carta blanca en los métodos que utilizarás para recuperar a los
desaparecidos o para castigar a los responsables —dijo Tyriam.

Todos los demás asintieron en silencio.

—Muy bien. Haré lo que me pedís —dije poniéndome de pie.

—¡Pequeña!
Volví la cabeza hacia Gordon. El viejo Alfa se retransformó y ahora estaba completamente
desnudo frente a mí. Sabía que ese era el comportamiento natural de los hombres lobos, de
todos modos, rasgaban sus ropas de manera sistemática en la transformación, pero eso no
me impidió estar avergonzada. Creo que diez años de abstinencia me habían hecho mojigata.

—¿Sí? —le dije tratando de no mirarlo.

—Beth estará contigo para protegerte. No queremos que te suceda nada.

—En realidad no es necesario.

—Yo estimo que lo es —dijo perentoriamente.

No había treinta y seis posibilidades. ¿O había desempeñado muy bien mi papel de joven
bruja sin experiencia, o Gordon desconfiaba de mí? En un caso como en el otro, acababa de
mezclarme a este caos sangriento y eso realmente no me gustaba.

—Si usted lo dice —respondí en un tono agrio en mi camino a la puerta.

—Nos vemos pronto, Rebecca —dijo Raphael con una sonrisita.

Me volví hacia la mesa, asentí y salí de la habitación dejándolos solos para terminan su
pequeña reunión semanal. Tan pronto como me encontré en el pasillo, yo respiré hondo y
dejé escapar un suspiro de alivio. Tenía la impresión de no habérmelas apañado tan mal, en
parte gracias a la ayuda de Raphael, que no dejó de sorprenderme. Los vampiros nunca
hacen nada por que sí y mi dedo meñique me decía que no iba a tardar en pagar la factura.

De hecho, llegó más rápido de lo esperado...


Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Lsgab38

n hombre alto y moreno, de piel traslúcida, vestido como un mayordomo se


quedó en la puerta y deliberadamente me bloquea el paso. Me miró con una
sonrisa condescendiente que mostraba dos colmillos afilados.

—Soy Héctor. El amo le pide que espere antes de irse. Él desearía hablar con usted —me dijo
en un tono pomposo.

Su acento era inglés. Lo situé a mediados del siglo XVIII, convirtiéndose en unos doscientos
cincuenta años. Era un vampiro de mediana edad, por así decirlo.

—¿Raphael dijo por qué quería hablar conmigo? Tengo que admitir que estoy un poco
cansada y la niñera me espera en casa.

—Entiendo, pero supongo que debe ser importante. No es la costumbre de mi señor invitar a
las mujeres de una manera arrogante.

—Eso sí, no soy una de sus damas, Hector.

El vampiro me dio una sonrisa de suficiencia.

—Es evidente, señora.

Seguí sus pasos a la gran escalera de piedra blanca, cubierta con una alfombra roja que
conducía al primer piso y entré en una habitación grande, con paredes de color azul rey, muy
bien decorada, con un salón Luis XV y una enorme cama con dosel.

Las almohadas y mantas estaban bordadas con un lirio, como los reyes de Francia —aunque
mas realista—. Raphael debió pasar mucho tiempo en Europa y apostaría poniendo mi mano
en el fuego, que había pasado mucho tiempo en mi tierra natal.

Hice una mueca.


—¿Es una broma?

—¿Disculpe, señora?

—¿Es esta su habitación?

—Esta es una de las muchas habitaciones de esta casa, señora —dijo en voz baja.

—Deje de jugar al mayordomo y deje de llamarme señora, me pone nerviosa —dije con los
dientes apretados—. Bueno. Pues ya puede ir pensando, que no voy a quedarme aquí.

Se acercó a mí decidido.

—Lo siento, pero mi amo insistió en hablar con usted esta noche. ¿Quiere que le sirva una
copa o un aperitivo para hacer la espera más soportable?

—No, muchas gracias, pero no quiero nada. Digale que me llame, vamos a concertar una cita
y me comprometo a venir —le dije.

De repente puso la mano fría en mis brazos desnudos y me rompí. La rabia y todas las
emociones que había contenido hasta entonces despertaron la magia. Lo sumergió como una
ola gigantesca y comenzó a caer aullando sobre la alfombra blanca.

—Rebecca, deja de jugar con Héctor —Raphael ordenó con su voz inimitable.

—No lo hice adrede, me tocó y... pero no quería hacerle daño —le dije sinceramente.

El vampiro se retorcia de dolor en el suelo y no pude evitar sentirme culpable. Hector se


había comportado como un perfecto caballero. Y yo, como una arpía histérica.

—¿Sabes que eres linda cuando haces algo mal? —dijo sonriendo—. No te preocupes, yo lo
arreglaré.

La voz de Raphael era como una caricia. Se agachó junto al vampiro, posó su larga y delgada
mano en la frente y la agitación de su criado se detuvo de inmediato.

—Gracias, Héctor, ya no necesito sus servicios —dijo mientras el mayordomo se levantó con
un poco de dificultad.

El vampiro me lanzó una mirada que reflejaba una mezcla de sorpresa y miedo.

—Le ofrezco mis más sinceras disculpas, de verdad —le dije con una sonrisa débil.

—He sido imprudente, señora, el amo me había advertido sobre todo, de no poner las manos
sobre usted —respondió en voz baja.
Luego se dirigió rápidamente hacia la puerta, como si tuviera el diablo persiguiéndole.

—Creo que no le gusto mucho...

—Digamos que ser torturado por una bruja probablemente no era el programa del día. No te
preocupes por él, no cometerá el mismo error dos veces, —dijo Raphael acercándose.

—No me malinterpretes, me gustó mucho tu apoyo durante la reunión, créeme, pero prefiero
que me dejes un poco de espacio vital. Tu cercanía me pone un poco nerviosa —le advertí,
retrocediendo.

—¿No aprecias la compañía de los vampiros? Sin embargo, eso no es lo que me han dicho...
—Dijo una voz detrás de mí.

El monstruo estaba en el umbral de la habitación. Dos metros de altura, cuatro piernas


peludas, colmillos largos, olor pestilente, era impresionante, tuve que reconocerlo.

Nuestros ojos se encontraron y comencé a palidecer, sus ojos no eran amarillos como los
hombres lobo, sino como el de los demonios, rojos. Él simplemente había tomado prestada
la envoltura a un licántropo...

Casi me ahogo tratando de reprimir un grito de pánico y me volví hacia Raphael.

—Te presento a Baetan, el representante de los demonios de Nueva Inglaterra —dijo Raphael
en tono contrariado.

¿Por qué no sentí su energía antes?

—Entonces, Rebecca, ¿es eso cierto? ¿Ya no sucumbes al encanto de los chupasangres? —El
demonio dijo con un tono lleno de insinuaciones.

Empecé a ruborizarme y al instante mordí mis labios hasta hacerme sangre. Él lo sabía.

—¿Quién te dijo eso? —pregunté sorprendida.

Él me dio una mirada significativa, pero evadió la pregunta y con indiferencia volvió el
hocico hacia Raphael.

—Siento no haber asistido a vuestra pequeña reunión de hace un momento, pero tenía unos
asuntos que atender. ¿Puedes darnos unos minutos en privado?

Una extraña luz brilló en los ojos de color azul pálido del vampiro.

—¿Rebecca?
—No lo sé —le susurré.

El demonio se echó a reír.

—No te preocupes, si hubiera venido a matarte, ya estarías muerta —dijo.

Abrí la boca para responder, pero no salió ningún sonido. No estaba equivocado. No lo
había oído acercarse y yo fui bastante lenta para responder.

Alzó sus grandes ojos al cielo balanceando su hocico con desaprobación y se sentó en el sofá,
al igual que un invitado.

—¿Qué? ¿Tienes miedo de hablar con un demonio, bruja?

Su voz era profunda y cálida, pero su tono condescendiente.

Molesta, me senté mostrando un aire informal y dije secamente:

—Tu saliva está cayendo en la alfombra y tu olor puede penetrar en mi ropa, así que no me
culpes si quiero que vayas directo al grano.

Raphael salió de la habitación sin decir una palabra, impasible.

—¿Qué quieres?

La diplomacia nunca ha sido mi fuerte.

—He venido a buscar tu ayuda.

Levanté las cejas.

—¿Mi ayuda?

¿Pero que tenían todos en ese momento? No podían dejarme en paz, ¿no?

—Bueno... con más precisión la de la heredera del clan Vikaris.

No pude evitar una mueca de dolor. Yo no era la heredera del Vikaris, incluso ya no era
parte de su clan. Las brujas me habían desterrado y condenado a muerte. No quería volver a
pensar en esa época de mi vida.

Le respondí, con cansancio:

—Lo siento, no lo entiendo.

Levantó su gran pata peluda y la puso en la pierna.


Sus garras se retraen. Una buena señal.

—Tu nombre es Rebecca, tienes veintiséis años, y eres la Prima, la hija de la Guardiana de los
Hechizos, futura Reina del clan Vikaris.

Empecé a lamentar no haberlo ya asesinado. Bueno, al menos de no intentarlo.

Crucé los brazos y le dije con enojo:

—No, no soy nada, nada desde hace un largo tiempo.

Para mi sorpresa, la bestia se echó a reír. Ella se echó a reír con su garganta... no, más bien
su hocico abierto. El espectáculo era a la vez grotesco y aterrador.

—Ah, niña —terminó por fin articulando—, creo que no tienes idea de lo que eres o de lo que
eres capaz.

No me gustaba el giro que tomaba la conversación. Me levanté bruscamente.

—No he terminado —dijo amenazadoramente.

Una ola de frío me invadió de repente. El ataque fue rápido. La bestia no tenía necesidad de
usar sus colmillos ni garras para matar. Sentí su poder sobre mí. Se filtró a través de mi boca,
por los poros de la superficie de mi piel. Estaba paralizada y ya no era capaz de respirar.

—Aquí me llaman Baetan, pero para ti, soy el Dikat —gruñó.

Caí de rodillas, vencida por una vieja y terriblemente poderosa magia. Tenía tanto dolor que
ya no era capaz ni de pensar ni de moverme. Mis poderes parecían haber desaparecido. Era
incapaz de luchar.

—¿El Dikat? —logré articular.

El Dikat era un demonio del primer círculo, una especie de hombre del saco aterrador y
maléfico, que no podía tratarse del monstruo sentado frente a mí, al menos eso esperaba,
porque si no, estaba jodida.

—Quiero que me escuches con atención, Rebecca, ¿de acuerdo?

Los demonios y las brujas son enemigos desde la gran traición. Me habían entrenado a
combatir y derrotar a los demonios desde una temprana edad. Y debo admitir que hubo un
momento en que mi fe en esta guerra era inmensa. Un tiempo donde abandonar una lucha
contra un demonio hubiera parecido degradante y vergonzoso. Hoy en día, el conflicto en sí
ya no me preocupaba, no era más una Vikaris.
Asentí lentamente, con el rostro pálido y distorsionado por el dolor.

Mi rendición rápida e incondicional pareció satisfacerle, porque el dolor desapareció al


instante, dejando mi cuerpo completamente entumecido.

Me incorporé lentamente y me senté en el sofá con torpeza. Estaba completamente


desorientada.

Con una extraña luz en los ojos dijo en voz baja:

—Yo también perdí a un amigo y quiero que lo encuentres. Su nombre es Tom Cohen.

—Espera... Pensé que los demonios eran capaces de localizar a sus compañeros donde sea
que estén.

—Eso es lo que me preocupa...

Sin duda, los lazos místicos ya no son lo que eran. Primero los lobos, ahora los demonios...
pronto, se va a crear un departamento dedicado a la investigación en las desapariciones de
monstruos inquietantes de todo tipo.

—¿Y no has encontrado nada mejor que una bruja para hacer este trabajo?

El lobo me hizo una mueca graciosa.

—No he encontrado nada mejor que una Vikaris, de todos modos.

—Lógico... —estuve de acuerdo—, pero no puedo llamar a la asamblea para reunir la energía
que necesito para encontrar a tu demonio.

—El poder de una bruja depende de la asamblea. Se une su fuerza a la de sus compañeras.
Los rituales de ubicación de demonios son complejos y requieren un poder considerable, sin
la ayuda de mis hermanas, soy incapaz de encontrarlo.

—Lo sé.

Traté de mantener una expresión neutral.

—¿En serio?

—Has sido rechazada por los tuyos y condenada a muerte. Además, si quieres mi opinión, la
sanción estaba justificada.
Traté de deshacerme de la ira, la frustración y la indignación que me apretó la garganta. No
quiero mostrarle lo mucho que me dolía, pero no podía evitar que mis manos se crisparan
en el reposabrazos de la silla.

—No he traicionado a mi clan y yo no voy a empezar ayudando a un demonio.

Él gruñó.

—Ahí es donde te equivocas. Como sabes, la desaparición de mi amigo no es un hecho


aislado, se están preparando cosas serias, Rebecca...

Lo miré con recelo.

—¿Y cómo es que podría molestarte? Después de todo, los demonios aman el caos, la
muerte, la sangre...

Me agarró del brazo antes de que tuviera tiempo de reaccionar y se alzó sobre mí pegando su
boca a mi oído.

—No hay ser sobrenatural seguro en esta ciudad, bruja, ni siquiera tú... o tu hija.

Los pelos de mi cuello se erizaron.

Raphael entró en la habitación de repente y me liberó de Baetan. Sus ojos estaban


completamente blancos. Estaba dispuesto a luchar.

—Despacio, Baetan, —dijo con voz suave y al mismo tiempo amenazante.

El demonio rugió.

—Ella no ha de temer nada conmigo y lo sabes.

¿En serio?

—¿Qué está pasando, Raphael? Si no te conociera mejor, pensaría que estás interesado en
esta chica.

Su tono era de inconfundible amenaza.

—Me encargaré de ella, mientras nos sea útil —dijo.

El demonio parecía que iba a decir algo y luego cambió de opinión.

—Rebecca, te dejo una carpeta y dos números de teléfono, sírvete, haz tu mejor esfuerzo para
encontrar a Tom y a los otros.
Se dirigió a Raphael y le dio una extraña mirada fija.

—No te acerques a ella, aunque ella te lo pida, ¿entiendes?

—¿Y por qué se lo iba a pedir? —dije indignada.

Él me dio una mirada significativa.

—¡Vete a la mierda! —grité.

Pero él ya había desaparecido.

Raphael se volvió hacia mí. No había comido desde ayer y estaba a punto de desmayarme.

—¿Dónde está el baño? —le pregunté.

Me hizo un pequeño signo indicándome una pequeña puerta que había tomado primero por
un armario y me marché directamente al baño. Tenía dolor de estómago. La bestia había
conseguido no matarme, pero estaba tratando de provocarme una úlcera. Me miré en el
espejo sobre el lavabo.

Mi largo cabello negro caía sobre mis hombros, mi rostro estaba demacrado y mis grandes
ojos claros parecían completamente asustados.

Detén la locura, pensé, no le interesas en absoluto a este vampiro y mismo si así fuera, ya no
eres una adolescente rebelde: no volveras a cometer dos veces el mismo error...

—Lo siento, no sabía que iba a estar allí —dijo Raphael desde el marco de la puerta.

—Baetan, tú... ¿quién más sabe lo que soy o quién soy? —le pregunté con voz fría.

—Sólo nosotros dos, —dijo—. De todos modos, habria sabido la verdad sobre ti con o sin
Baetan. ¿Supongo que sabes que eres buscada?

—Sí, ha sido así desde hace mucho tiempo. Tenía la esperanza de que lo hubieran olvidado.

—No estoy hablando acerca de tu clan, sino del mío.

—No quiero ofenderte, pero los vampiros me asustan mucho menos que las Vikaris...

—Eso es estúpido, Rebecca —dijo levantando los ojos al cielo, mirando exasperado—. Desde
el final de la guerra, Mortefilis decidió reanudar los asuntos y tú eres parte de las prioridades,
tú y tu hija. Me hablaron de la llegada de un rastreador a Nueva Inglaterra. No debería ya
tardar en llegar.

—¿Es una broma?


—No.

—Así que me tengo que ir —dije con voz de pánico.

Sacudió el pelo largo y rubio, colocó suavemente su mano en mi mejilla.

—Sé que no te gusta, pero vas a tener que confiar en mí. ¿Por qué te buscan?

Suspiré.

—Liquidé a muchos de ustedes durante la guerra, supongo que les resulta difícil de digerir.

—El Consejo Superior está por encima de esas consideraciones. ¿Ves algo más?

Sí, pero no estoy segura que vaya a confiar en un vampiro.

—No —le respondí.

—Mientes. Escúchame bien, o no me dices nada y yo te entregaré a los míos, o bien confías
en mí y me dices por qué están buscándote y, eventualmente, pueda ayudarte.

Su tono de voz era suave, pero sus ojos me demostraron que no mentía.

—¿Ayudarme? ¿Por qué querrías ayudarme? Tú eres uno de los más poderosos y más
importantes miembros de tu clan, no veo qué podría motivarte a que me protejas. A menos
que tu estés pensando usarme para llegar a un acuerdo con ellos...

Una enigmática sonrisa iluminó de pronto su hermoso rostro.

—Los Mortefilis no pueden darme lo que quiero, Rebecca.

—¿Por qué? ¿Tú no eres como los demás, obsesionado con el poder y la sangre? —le
pregunté cínicamente.

—Si ese hubiera sido el caso, hace mucho tiempo que habría aceptado mi nombramiento al
Consejo Superior —dijo.

Ahí, tenía razón. Un vampiro tan poderoso y mayor como Raphael debería hacer parte.

—¿Cuál es tu problema?

—Mi problema, en este momento, es una pequeña bruja un poco obtusa que no se da cuenta
del peligro que corre. Bueno, entonces, ¿cuál es tu decisión?

Su rostro era impasible. Debería haber querido matarlo, aunque sólo fuera porque me daba
un ultimátum y odio los ultimátums.
Por lo general, siempre fue así con los vampiros. Los mataba por nada, por odio, porque ya
estaban muertos o porque ejercía mi poder de potenciar la naturaleza y no soportaba verla
corrompida por esos parásitos. Así que ¿por qué no tenia ganas de arrancar el corazón de
Raphael?

—¿Qué te dijo Baetan sobre mis relaciones con los vampiros? —le dije con un suspiro.

—Sólo me dijo que no te dejan indiferente —dijo modestamente.

Me eché a reír.

—Hizo de un caso particular una generalidad.

Raphael levantó las cejas.

—¿Te gustan las historias de amor? —le pregunté.

No estaba muy segura de que los vampiros sean capaces de tener sentimientos verdaderos,
pero tenían una fuerte inclinación por los decorados y la ropa supuestamente románticos.
Era una cuestión de estilo y de buen gusto, no una cuestión de fondo y emoción.

Él me dio un guiño divertido.

—He conocido y experimentado algunas hace mucho tiempo...

—Esta es la historia de una joven bruja, una futura reina, y un vampiro...

—Interesante... Continúa.

—... Fue hace diez años, en Francia, la guerra estaba en su apogeo y las sangrientas batallas
que tuvieron lugar en todo el país comenzaron a atraer la atención de los seres humanos. No
teníamos otra opción, teníamos absolutamente que encontrar una solución. Los líderes del
clan intentaron llevar a cabo negociaciones secretas para una tregua. Ambas partes enviaron
representantes a negociar. Yo fui una de los negociadores.

—¿Qué edad tenías?

—Dieciséis años y deja de interrumpir, —le digo con una sonrisa triste—. Las discusiones se
prolongaron durante semanas. Yo era joven, sin experiencia, y me dejé seducir por uno de
nuestros enemigos más peligrosos, Michael. Tuvimos una aventura.

Dejé de hablar abruptamente.

—¿Y qué pasó? —Raphael insistió.


Mi garganta estaba demasiado apretada para continuar con mi historia. Decidí acortar.

—Cuando regresé después de las negociaciones, estaba embarazada. A las brujas de mi clan
se les permite tener relaciones con hombres de nuestra especie. Hacer el amor con un
miembro de otro clan, un clan enemigo con mayor razón se considera alta traición. Ellos me
sentenciaron a morir y tuve que huir. Fin de la historia.

—No somos capaces de procrear, Rebecca —el vampiro soltó.

—¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no me hice a mí misma un millón de veces la misma
pregunta? —grité exasperada.

—¿Qué le pasó a tu amante?

Su tono era amargo y sentí una oleada de ira que emanaba de él.

—Su creador, Baldius, lo llamó, según creo, de todos modos, no tenía absolutamente ninguna
intención de saber de él... —dije mirándole.

—Acabas de decir que el padre de tu hija es Michael, ¿de la línea de Baldius? —preguntó
fríamente Raphael.

—Sí, pero yo no le veo...

—Michael se ha convertido en el más poderoso amo vampiro de Europa, dirige el Consejo


Superior allí. Él y sus hombres son auténticos salvajes, tuvimos un tiempo difícil para
convencerlos de firmar el tratado de paz, y no estamos seguros de que vayan a seguir
respetándolo...

—No es posible —me dije temblando.

Un brillo apareció en sus hermosos ojos azules.

—Ahora entiendo por qué los miembros Mortefilis quieren encontrarte. Tú y tu hija serían
excelentes rehenes y un sagrado medio de presión sobre ese demente....

Mis ojos se abrieron.

—¿Crees que realmente piensan que Michael se preocupa acerca de nuestro destino? Eso es
ridículo.

Raphael sacudió la cabeza con exasperación.

—No creo que él sepa que todavía estás viva.


Sumergí mis ojos en los suyos.

—¿Qué?

—Se dice que la ira que lo impulsa se debe a la muerte de una chica, una chica de gran
belleza asesinada por su clan por haberlo amado...

—¿Y crees que...?

—Supongo que eres tú.

—Bonita leyenda. Pero no puedo ser yo.

—¿Y por qué?

—Dejé Michael el día que su amo lo llamó.

Raphael no pudo evitar sonreír.

—¿Por qué?

—Me marcó como se marca al ganado.

Raphael frunció el ceño, pero no dijo nada, esperando a que continuara.

—Habían pasado dos meses desde que se unió a mí cada noche. Esa noche, me mordió por
primera vez, mientras estábamos haciendo el amor e introdujo unas gotas de su sangre en mi
boca mientras me hacia gozar. Después procedió con una especie de ritual. Era horrible, yo
estaba hipnotizada, quería gritar pero no podía moverme.

Levanté mi cabello y le mostré la espiral de la cicatriz que tenía en el cuello.

—No es posible... —murmuró Raphael.

—Oh, sí, es posible, créeme, yo estaba allí.

—No, no es eso lo que quiero decir. Si realmente te ha marcado, entonces eso significa, de
acuerdo a nuestra ley, que le perteneces —dijo plantando sus ojos en los míos—. Pero ese
vinculo deja huellas, Rebecca, se crea una conexión psíquica y metafísica entre dos personas
y la habría sentido si hubieras estado unida a uno de los míos.

—Sé que no funcionó. Parece que vuestros pequeños trucos no funcionan en mí —le digo con
orgullo.
—Estos pequeños trucos, como tú dices, son sagrados para nosotros —dijo secamente—. Al
marcar a una mujer estás declarando tu amor y la haces tuya para toda la eternidad. Michael
era muy serio. No entiendo cómo pudo dejar que te fueras.

Bajé la cabeza, un poco avergonzada.

—No le dije nada. Estaba demasiado enojada para no querer terriblemente matarlo, y como
no estaba segura de ser capaz de controlarme, le dejé una carta.

—Habrías igualmente podido plantarle una estaca en el corazón, eso hubiera sido menos
doloroso —dijo Raphael amargamente.

—¿Es una broma? Él podía tener a cualquier mujer y no se privó. Una de más o de menos,
no veo la diferencia.

—No tienes idea de lo que dices, —dijo Raphael cerrando los ojos—. Un vampiro solo marca a
una o dos mujeres en toda su vida, Rebecca. Si sabe que estás viva, hará cualquier cosa por ti.

Vamos. Como si tuviera alguna importancia para él.

—Basta. Es incapaz de amar a nadie... si soy yo la chica de la leyenda, aquella por la que
mata, entonces mintió, mintió para justificar su barbarie... ¡creo que es patético!

Raphael se fue desdibujando y cuando reapareció sostenía su cara a escasos centímetros de la


mía y había puesto su brazo alrededor de mi cintura.

—Él no necesitaba justificarse a sí mismo de cometer estas masacres, era la guerra. Podría
hacer lo que quisiera incluyendo una venganza porque pensó que habías sido asesinada, —
dijo en un tono neutro.

De pronto sentí que algo andaba mal.

—¿Vengarse?

Raphael asintió con gravedad.

—No me digas... ¿Se atrevió a atacar a mí familia? —le pregunté de repente sintiendo
ansiedad por mí.

—Por lo que sé, tuvo lugar una batalla en el oeste de Francia, hace cerca de siete años. En
Bretaña. Parece ser que Michael recibió una bonita paliza, pero hubo una gran cantidad de
víctimas...

Empecé a temblar. Tenia dolor, tanto dolor que no podía respirar. Todo parecía girar a mí
alrededor. Un dolor atravesó mi alma.
De repente sentí la caída de un antifaz sobre mis ojos, entonces nada más. Cuando me
desperté, estaba acostada en la cama, Raphael se inclinó sobre mí.

—Tienes frágiles los nervios para ser una bruja de guerra.

—Lo voy a matar, cortar en trozos pequeños con mis uñas y hacerle comer su propia carne.

—Tú me tranquilizas, me daba miedo de que pudieras estar aún algo molesta... —dijo
acariciando mi pelo.

—¿Qué has decidido? ¿Tú me libras a los Mortefilis o me dejas que me ocupe de Michael?

—Ni lo uno ni lo otro —dijo con voz firme.

—Tengo que matarlo, tengo que hacerle pagar —le digo sentándome.

—Ir a combatir a Michael en Europa sería un suicidio, Rebecca.

—No lo entiendes —le respondo temblando de furia—, atacó a mi clan. Él me usó, uso mi
error de chica inconsciente, para atacar a los míos. Yo soy responsable...

—Lo matarás —dijo con autoridad—, pero no en su tierra, y no ahora.

—Mi abuela estaba viva cuando me fui. Es gracias a ella, que fui capaz de escapar. Si ese hijo
de puta la mató...

En este pensamiento, sentí la emoción ganar mi garganta y las lágrimas me abrumaron.


Raphael que estaba a mi lado. Me tomó en sus brazos y comenzó a mecerme suavemente.

—Cálmate, cariño —susurró acariciándome el pelo.

—No quiero calmarme. Quiero abrirle el vientre y rasgar sus entrañas con mis dientes —le
dije entre sollozos...

El dolor y la culpa me abrumaron tanto que no pude controlarme. Él me abrazó y mi magia


contra él comenzó a circular entre nuestros cuerpos y pasar de uno a otro como un circuito.

La energía de Raphael se apoderó de mí a su vez, su bruma penetraba mi piel y lentamente


subió a mi corazón. No era frío y amargo, sino refrescante y suave.

Instintivamente puse mi pecho contra el de él y oí como un ruido sordo latir en su interior.


Fue entonces cuando nuestros poderes se unieron y fusionaron.

La magia estalló como una bomba en nosotros y se extendió en ondas de choque violentas,
golpeando nuestros cuerpos y llenándonos de una energía que nunca había conocido antes.
Pasó unos segundos antes de darme cuenta de que estaba gritando y Raphael gemía de dolor
o de placer, no lo sé.

—¡¡¡Raphael!!!

—Shh... Todo está bien, no te preocupes —dijo besándome en el cuello.

—No es posible —dije en voz baja—, no se supone que debemos ser capaces de vincular
nuestros poderes. Y además, estás muerto... estás muerto, ¿no?

Raphael no respondió. Me volví hacia él y vi una lágrima roja de sangre que fluía lentamente
por su mejilla.

—¿Qué...?

—Cállate —dijo en voz baja.

Lo observé asombrada levantarse y salir de la habitación sin siquiera darme una mirada.

Y mierda… mierda… mierda… mierda.


Traducido por Mr. Andrew
Corregido por Lsgab38

eth estaba conduciendo y me retorcía en mi cinturón de seguridad. Con una


pistolera y mi metro setenta, tuve un poco de dificultad para encontrar una
posición cómoda en su mini coupé negro.

Me llevó primero al lugar donde Franck, el lobo joven, había desaparecido. Un hombre vino
a nuestro encuentro. Medía casi dos metros. Tenía los cabellos tiesos y grises, ojos color
avellana, con bordes llenos de arrugas. Sus pantalones y su camisa estaban sucios, arrugados
y su cara particularmente expresiva reflejaba angustia y tristeza.

—Hola, Beth.

Reconocí inmediatamente a Jerry, el padre de Frank.

—Jerry, te presento a Rebecca, te la encontraste hace un par de semanas en la barbacoa, en


casa de Gordon.

—¿Esta es tu amiga la bruja que prefiere la compañía de los humanos a la de su propia


especie?

Cerré los ojos y conté hasta diez.

—Estoy aquí para ayudarle, señor Wikman, no para discutir con usted de mi vida privada o
mis decisiones.

—Por favor, Jerry —Beth hizo un tono casi suplicante.

Él me dio una mirada fulminante y finalmente dijo, en tono grave:

—Bien, de acuerdo. Mire, esta es la camisa de mi hijo.

Me entregó una prenda azul claro de una gran marca, de inmediato la agarré y aspiré.
Su energía era verde y ligeramente pimentada, como su olor.

—Sígueme. Pero realmente no veo cómo esta pobre chica podría encontrarle mientras que la
manada completa no lo ha conseguido.

Le seguí a regañadientes a un enorme edificio de aspecto ruinoso.

—Franck salió del refugio —dijo alargando el dedo a una puerta de hierro oxidado—.
Perdimos su rastro a diez metros de distancia.

Llevarse al chico tan cerca de su clan era toda una hazaña, y decía mucho sobre la
determinación y la sangre fría de los secuestradores. Tomé una respiración profunda y me
dirigí hacia el árbol más cercano. El poder de la tierra de repente comenzó a cantar y la
magia me invadió. Entré en el alma del viejo roble y capté inmediatamente la energía del
joven lobo.

—No lo entiendo —dije volviéndome a Beth—, no había nadie más, bueno, quiero decir,
nadie más que los miembros de la manada...

—¿Estás segura? —preguntó claramente decepcionada.

Asentí, perpleja.

—Le dije a Gordon, las brujas, son una mierda. Son tan perjudiciales como un furúnculo en
el culo de un paralítico —gruñó alejándose a un paso rabioso.

—¿El culo de un paralítico? —le dije a Beth levantando las cejas.

—Jerry ama hablar con imágenes —me dijo en un tono neutral.

—Ah...

—Gordon quiere verte.

—¿Ahora?

Ella sonrió y asintió.

Un minuto más tarde, avanzaba en medio del horror. En todas partes, pedazos de animales
muertos yacían en el suelo. Los colmillos del hombre lobo los despedazaban lentamente con
avidez. El olor era horrible y dejé de respirar por miedo a echar a correr del lugar.

—¿Puedes explicar lo que pasa?

—Algunos de nosotros preferimos comer en la forma animal —dijo de repente agresiva.


Tragué saliva y asentí.

—No he dicho nada.

—No, pero no piensas menos. Bueno, voy a ver dónde está Gordon, espérame allí, en esa
habitación un poco más lejos. No hay nadie.

Ni siquiera tuve tiempo de protestar cuando ya había desaparecido. El lugar que me había
dicho Beth era el cuarto de los altos hornos de la fábrica abandonada y el ambiente no era el
más cálido. Estaba temblando de frío.

—¿Busca algo?

El hombre que estaba delante de mí era pequeño y delgado, su cabello era negro y su tez
mate. Parecía no tener más de veinte años y estaba mirándome como un pedazo de carne
muy apetitosa.

—Los humanos no están permitidos en esta tierra, pero a ti, cuento con follarte antes de
matarte, espero que te guste el amor bestial...

Su rostro empezó a alargarse y comprendí que iba a transformarse.

En tiempos normales, no sentía antipatía hacia los hombres lobo, pero éste carecía
singularmente de moderación.

—Intenta aproximarte y te mataré —le dije apuntando mi Browning en su dirección.

—No pareces tener miedo —dijo deteniendo la mutación.

—No solo no tiene miedo, sino que hará lo que dijo. Te matará como a un perro con balas
de plata, y esto no le impedirá dormir —dijo Beth surgiendo de repente a mi lado.

—Balas de plata, ¿es una broma?

Él parecía más sorprendido que realmente asustado.

—No, William, esto no es una broma —de repente sonó una profunda voz desde el fondo de
la sala.

Gordon, el líder de la manada, venía hacia nosotros. Un aura de peligro le rodeaba.

Beth frunció el ceño y me dio una mirada asustada. Me preguntaba lo que podría haber
alterado al viejo lobo, excepto el hecho de que estaba dispuesta a disparar a un miembro de
su clan, por supuesto.
—Entonces, Beth, ¿la dejarías matar fríamente a uno de los tuyos?

Bueno, está bien, no era realmente una amenaza diplomática apuntalar al chico...

—No, pero no sé si hubiera cambiado gran cosa, o si podría haber detenido a tiempo a
Rebecca. Cuando se siente amenazada, tiende a reaccionar de forma exagerada, está en su
naturaleza —dijo bajando la cabeza.

No me sorprendió verla adoptar una actitud tan sumisa delante del Alfa. Las lobas solteras
deben rendir pleitesía a los hombres solitarios que no dudaban en hacerles daño a la menor
señal de rebelión o abusarlas cuando lo desearan. Y si bien la mayoría de las jóvenes
prefieren resolver el problema mediante la elección de su compañero tempranamente, a
veces incluso antes de sus primeras transformaciones que tienen lugar alrededor de los
quince años, Beth, había hecho una elección diferente. Se había peleado y había desafiado a
los machos mejor colocados que ella en la jerarquía, hasta alcanzar la posición envidiable de
Raani, el brazo derecho del jefe y su segundo.

Desde entonces, bajaba la cabeza frente a él. Y solo hacia él.

—¿Y la tuya no es defender a tu manada?

—Mi manada se supone que se comporta correctamente con sus invitados —se quejó con la
cabeza aún inclinada.

—¿Por qué querías matar al pequeño? —me preguntó Gordon.

—Era extremadamente grosero —le dije secamente.

—William, ven aquí.

El joven lobo se adelantó, inclinando la cabeza.

—¿Faltaste el respeto a una dama?

—Sí, abuelo, —confesó temblando.

Gordon le agarró violentamente y le mordió la garganta.

La sangre corría por el cuello del niño. Él le soltó y le miró con desprecio.

—Vete directamente a casa y dile a tu padre que tendremos que hablar sobre tu educación.

—Lo siento, pensé que eras una humana —balbuceó mirando hacia mí.

Por un momento, sentí lástima por ese imbécil.


—Te aconsejo que cambies tus métodos de flirteo y dejes de fiarte de las apariencias, si no
hubiera oído llegar a Beth, ya estarías muerto —dije en voz baja.

Me miró y debió leer en mis ojos que era verdad porque palideció.

—Vamos, ahora lárgate —dijo Gordon en tono brusco.

El chico no se hizo de rogar y desapareció inmediatamente.

—Los niños... —suspiró el viejo lobo.

—A quien se lo dice...

Intercambiamos una mirada de comprensión.

—Quería verte en privado. —Le hizo una seña a Beth para que se fuera y esperó a que ella
saliera para continuar—. Sé que no confías en nosotros, pequeña, y que tienes sin duda
buenas razones para ello, también, quiero tranquilizarte de inmediato, no tratare de saber
nada más de eso. De hecho, sin duda me expreso mal, pero lo que quiero decir es que si
tienes los medios, sean los que sean, para encontrar a Frank y Kathryn, no quiero que tengas
miedo de usarlos. Beth me dijo que eras muy secreta y ella sabía muy poco acerca de ti,
aparte del hecho —dijo sonriendo—, que eres la mejor combatiente que jamás había
encontrado.

—¿Ella te dijo eso? —dije en un tono de enojo.

—No tenía opción. Soy el Alfa, si le hago una pregunta directa, no puede dejar de responder.
Esta es probablemente la razón de que me ocultara tanto tiempo que eras una bruja.

Sonrió ligeramente.

—Tan pronto como vi lo que le hiciste a Raphael, comprendí que nos habías mentido.
Reconozco el poder cuando lo cruzo, pequeña. Por otra parte, me pregunto...

—... ¿Qué? ¿Qué se pregunta Gordon?

Sus ojos se hicieron vagos como sumidos en viejos recuerdos.

—Oí un montón de cosas extrañas durante la guerra concernientes a una bruja muy
poderosa, una cazadora de demonios...

—¿En serio? —dije en afectando aire casual.


—En serio —repitió, y lanzándome una larga mirada insistente—, pero no es asunto mío. Si
necesitas ayuda de cualquier tipo, o cualquier otra cosa, no dudes en pedírmelo, no haré
preguntas.

—Gracias. Por ahora, estoy trabajando a ciegas. La única energía que pude obtener de los
árboles en el exterior es la de Frank y otros miembros de la manada. No hay ninguna de
extranjeros. ¿Estás seguro de que este es el lugar donde fue secuestrado?

—Aquí es donde perdimos su olor y donde se rompió su conexión conmigo — dijo con un
suspiro.

—¿Podría haberlo hecho solo? Después de todo, iba a sucederlo, tiene que ser muy fuerte,
¿no?

—Sí, pero ejercemos nuestro poder con el lazo que nos une con los demás. Sin él, Frank es
sólo una sombra de sí mismo. Se marchitará y se dejara morir.

—Justamente, a propósito... ¿cómo puedes estar seguro, teniendo en cuenta el hecho de que
la relación entre Frank y la manada está rota, que no está muerto ya?

—Frank puede romper el vínculo o podemos romperlo por él, pero si muere, su poder
regresa a la fuente para alimentar a la manada. El poder simplemente es tomado el tiempo
de una vida, pequeña, no nos pertenece.

—De acuerdo, lo entiendo. ¿Quién podría ser capaz de romper ese vínculo?

Pensó durante unos segundos y dijo con tristeza:

—Sólo un Alfa tiene el poder.

—¿Un Alfa de otra manada?

—Sí, pero si otro Alfa hubiera penetrado en este momento en nuestra zona, lo habría sentido
inmediatamente —afirmó.

Bueno esto no me puede ayudar. Si fuera el autor de la novela policíaca, yo diría una frase
tonta como: La trama se complica, pero soy un soldado. Los soldados no tienen que resolver
un rompecabezas para encontrar a su enemigo, ya lo conocen y simplemente lo matan. Suele
ser simple, rápido y eficaz.

Basta con decir que esta historia empezaba a chincharme.


—No puedo prometerle encontrar con vida al pequeño, pero le juro que voy a utilizar todos
los medios que tengo para encontrar a los responsables y eliminarlos. ¿Estamos de acuerdo?
—le dije en un tono serio.

—De acuerdo, pequeña, pero no tendría nada contra el hecho de que me prevengas antes de
que te hagas cargo, te daría una mano —dijo con una sonrisa lobuna.

—Llamaré —le respondí sonriendo.

Beth estaba esperando en el coche. Escuchaba la radio, cantando en voz alta y masacrando
¡Help! de The Beatles con convicción.

—¿Te han dicho ya que cantas terriblemente mal? —le dije sentándome a su lado.

—Nunca —respondió ella con perfecta buena fe—. ¿Gordon se enteró de algo que nos podría
ayudar?

—Oh, sí. Él se ofreció a ayudarme a liquidar a los responsables una vez que los haya
encontrado.

—Me gustaría que nos pudieras decir dónde se encuentran y permitirnos liquidarlos.

—Lo que quieres es el mismo problema que cuando lavas los platos. Todo el mundo quiere
lavar y nadie quiere limpiar. Bien, entonces, ¿qué hacemos? ¿Recorremos las calles hasta
que sienta algo?

Sacudió la cabeza.

—No, tengo una mejor idea.


Traducido por Mr. Andrew
Corregido por Lsgab38

l hizo una mueca y se apartó bruscamente como si lo hubiera electrocutado.

—¿Qué eres, exactamente? —preguntó dándome una mirada sospechosa.

No le respondí y me contenté con dirigirle una hermosa sonrisa antes de pasar dentro.

Beth me había dicho que sabía de un lugar donde podíamos conseguir algo de información
interesante sobre las personas recientemente desembarcadas en la ciudad. A diferencia de
bares repletos de humanos, el lugar en cuestión no tenía escaparate, se veía como una gran
casa salvo por un detalle, sin embargo: el edificio no tenía ventanas, sino sólo cuatro paredes
blancas y una puerta tan blindada supuse como una caja fuerte. Beth saludó al par de parejas
sentadas en la parte trasera de la sala. Le dirigieron una señal discreta con la mano y
siguieron hablando en voz baja.

Un pianista tocaba jazz detrás de un hermoso piano de cola. Escuché unos momentos y
luego me icé junto a Beth, en uno de los muchos taburetes que rodeaban el bar. Ella insistió
en que me pusiera algo sexy y había elegido de mi armario un top de espalda desnuda negro,
una falda de ante negra y un par de zapatos de tacón en charol negro. También me había
maquillado y peinado.

Todos los machos en la sala tenían sus ojos fijos en mí y sólo tenía que chasquear los dedos
o sonreír para hacerme invitar. Era el efecto deseado por Beth, hermosa y elegante en un
vestido de lamé plateado de Paco Rabanne, que había debido costarle una fortuna.

El portero llevaba el largo cabello trenzado al estilo africano y un traje cruzado gris de
admirable bello corte. Medía cerca de un metro noventa y su camisa blanca agradablemente
destacaba la tez oscura de su piel y sus grandes ojos marrones.

—Hola, Khor —dijo Beth mientras galantemente nos abría la puerta.

—Hola Beth —respondió sonriendo cálidamente a mi amiga.


—Te presento a Rebecca.

Me miró un momento y luego me bloqueó la entrada con su brazo.

—Espera. ¿Es nueva? No puedo sentir su energía. ¿A qué clan pertenece?

—No te preocupes, voy a dar fe de ella.

—¿Beth, sabes que no puedes traer a humanos? —dijo perturbado.

Ella se rió y dijo en un tono misterioso:

—Te prometo que no tiene nada de humana.

—No puedes sentir mi energía, pero capto la tuya, león —le dije poniendo mi mano sobre la
suya y enviando una oleada de energía.

—Dzung, he aquí Rebeca —dijo.

El barman, un asiático con los ojos de color verde oscuro, me saludó con un gesto discreto.
La luz de neón que brillaba detrás le ponía en relieve los pómulos salientes y en su negro
cabello reflejos plateados. Era sin lugar a dudas un hermoso muchacho.

—Bienvenida al Glam’s, señorita —dijo con la sonrisa obsequiosa de un empleado de


funeraria—. ¿En qué puedo servirle?

—Yo quiero una Coca-Cola light, por favor, y tú, ¿qué quieres tomar? —pregunté
volviéndome a Beth.

Ella ni siquiera tuvo tiempo de responder al bello asiático que ya le servía una copa de
Dimple, seco y sin hielo. Esto eliminó mis últimas dudas acerca de donde pasaba sus
numerosas veladas y donde encontraba sus amantes de paso.

—Es demasiado pronto para beber alcohol, ¿no? —le dije sonriendo.

—Hemos tenido un día duro... —respondió ella con un suspiro.

—Eso es cierto.

Dzung frenéticamente secaba un vaso con un trapo, pero sabía que no se perdía nada de
nuestra conversación. No sé por qué, pero su actitud me irritó y me volví a ver la sala más de
cerca.

Era mucho más lujosa de lo que podríamos esperar encontrar en un rincón como
Burlington. El primer piso había sido retirado, dejando casi diez metros de altura de techo
de una superficie de por lo menos doscientos cincuenta metros cuadrados. Las sillas y los
sofás eran de terciopelo negro, mesas de café diseñadas por Philippe Starck, los candelabros
de cristal de Bohemia y las alfombras innegablemente persas. El encanto de lo antiguo estaba
en perfecta armonía con el estilo chic y depurado del diseño contemporáneo.

—¿A quién pertenece este lugar? —le pregunté a Beth.

—A Raphael —respondió con una sonrisa.

Bajo el efecto de la sorpresa, me atraganté y me ahogué tosiendo miserablemente; Beth rió y


me dio unas palmaditas en la espalda con tanta fuerza que casi me caigo del taburete. Luego
puso su copa en la barra y dijo, sin dejar de reír:

—Sirvenos dos.

Como un lobo, Beth podría beberse una botella entera de whisky sin sentir los efectos, pero
no era mi caso. Me bastaba una copa para que perdiera todo el control y la magia explotara a
mí alrededor.

—No —digo—, no para mí, gracias.

—¿Por qué no sueltas un poco esta presión? Estamos en un bar, relájate un poco... —dijo
Beth con tono de desaprobación.

Había muchos lugares en los que me gustaba relajarme, pero los bares y clubes no formaban
parte de eso. En particular, desde la prohibición del cigarro. El olor del cigarrillo se
reemplazó por el de la orina y el sudor. No tenías que preguntarte donde estaba el pequeño
rincón: seguíamos el olor nauseabundo de nuestros fluidos corporales. Y como si eso no
fuera suficiente, también estaba el problema de los clientes masculinos: a saber los ligones
compulsivos, chicos borrachos de los que no puedes deshacerte, los viejos bellos un poco
pasados, los depresivos, los depredadores anormales...

—Beth, ¿por qué me has traído aquí, exactamente?

Puso su copa y suspiró:

—No eres muy divertida, ¿eh?

Luego se volvió hacia el barman, atento y silencioso.

—Como puedes ver, mi amiga no es del tipo de la casa. De hecho, hemos venido a verte
porque necesitamos tener un poco de información.
—Conoces la ley, Beth. Glam’s ha sido legalmente declarado neutral. Aquí, no hablamos de
nada, no nos mezclamos en nada, venimos a beber, divertirnos y a follar. Aquellos que no
obedecen las reglas ya no son bienvenidos —dijo con frialdad.

—Francamente, a pesar de eso aún puedes hacerlo por mí, recordando los buenos viejos
tiempos... —flirteó con un tono seductor.

—Correría demasiado riesgo por algo que no me concedes desde hace mucho tiempo —dijo
con una mirada desdeñosa.

Sin duda, éste tenía una cuenta pendiente con Beth. Una cuenta muy personal. Pero no iba a
dejar que un pequeño gilipollas mezquino me aburriera por más tiempo.

—Es molesto —dije con voz neutra.

—Sí, pero es la regla, hermosa dama.

Su voz era melosa y bastante molesta.

—No, lo que quise decir fue que era molesto para ti —le dije sonriendo.

Me volví hacia Beth.

—¿Crees que cambiaría de opinión y nos haría confidencias si lo cuelgo por los pies y
destripo como a un cerdo?

Hizo un mohín dubitativo.

—Um... no sé, pero siempre se puede intentar.

Se encogió de hombros con indiferencia y dejó su puñetero paño.

—Estoy bajo la protección de Raphael, Beth. Si intentas algo contra mí, te matará.

—Depende —contestó ella.

—¿De qué? —preguntó.

—Del valor de la información que nos darás y que no juzgaste oportuna de decir a tu jefe —
dijo con los ojos brillantes—. Sé que a menudo haces la vista gorda en ciertas cosas, Dzung y
monetizas tus silencios.

Mostró una sonrisa arrogante.


—Esto, eres tú quien lo dice. Sabes, cariño, te arriesgas a atraerte un gran problema —dijo
apoyado en el mostrador—. Tu Alfa no es conocido por ser muy tolerante con aquellos que
lo ponen en problemas y odia a las perras con gran boca.

Se volvió hacia mí y me dio un guiño.

—En cambio, tu amiga, aquí, al parecer sabe cerrarla. Tiene un aire gentil, tal vez si la
conociera mejor, tendría ganas de hablar un poco con ella.

—En realidad no es un buen psicólogo para ser barman —le dije a Beth.

—No, pero tiene un buen culo...

Proyecté una ola de energía que explotó los espejos, las luces de neón y las botellas detrás de
él. Gritó mientras le dirigía los fragmentos de vidrio a su cuerpo y a la cara causando miles de
laceraciones.

—Mi amiga te dijo que teníamos algunas preguntas que hacerte —digo con voz neutra.

Un atisbo de incredulidad apareció en sus ojos verdes. La música se había detenido. Un


silencio espeso rodó en el club. Los clientes nos miraban, intentando escuchar. Beth me dio
un codazo y me dijo con tono divertido:

—Seguridad.

Sentí la energía de Khor y el de otro muteur acercándose rápidamente. Obviamente, el


hermoso Black estaba enojado y el rubio con barba tipo culturista alto que lo acompañaba,
un gorila, aparentemente para mí, no parecía de mejor humor.

—Señoras, hagan el favor de salir, por favor —dijo Khor acercándose.

—Va a ser difícil, porque aún no he terminado con tu amigo —dije mirando al barman
escondido detrás del mostrador.

—Señoras y señores, el establecimiento está obligado a cerrar temporalmente sus puertas, le


pedimos disculpas y les rogamos que por favor dejen el lugar lo más rápidamente posible —
les gritó el barbudo a los clientes en la sala.

Oí los suspiros y murmullos de desaprobación y sentí una oleada de decepción. El


espectáculo podría ser interesante y las buenas peleas eran raras hoy en día.

—Damas y caballeros, por favor —insistió.


Algunos emitieron unos cuantos gruñidos, las potioneuses, los muteurs, chamanes y lobos —
era demasiado pronto para los vampiros— finalmente obedecieron y se dirigieron
obedientemente hacia la salida.

—¿A qué juegas, Beth? —preguntó Khor mirándola con ojos felinos de color oro.

—No jugamos, Khor. Tengo la intención de discutir con tu amigo por un tiempo. Si se
muestra cooperativo, lo dejaré ir, si continúa jugando al estúpido, lo encontrarás cortado en
pequeños pedazos en el fondo del lago Champlain —dije fríamente.

—¿Bromea? —preguntó.

—No, ella no bromea —dijo Beth sacudiendo la cabeza.

—No puedo dejar que eso suceda.

—Lo sé —dijo.

El aire de repente se hizo tan espeso que era casi insoportable. El poder de los cambia
formas comenzó a estallar, atravesándolos de parte a parte, para difundirse a su alrededor
como una lluvia invisible.

—No los mates —dijo Beth iniciando su transformación—, Aligarh nos haría una ictericia y se
agradable con Khor...

—¿No me digas que este también es uno de tus amantes?

—Entonces no te lo digo —gruñó mientras su cuerpo se estiraba y tomaba un tamaño


impresionante.

De acuerdo, no iba a rasguñar a su precioso semental, pero ni hablar de hacer lo mismo que
ella y luchar cuerpo a cuerpo contra un gorila o un león muteurs tan rápidos y fuertes como
un vampiro de dos o trescientos años.

Recogí mi energía y llamé a la magia del aire, uno de los cuatro elementos que no tienen el
poder de matar, pero que resultó ser lo suficientemente potente como para derribar a los dos
hermosos metamorfos de doscientos kilos cada uno.

Un viento arreció, como una tormenta y advertí en la tempestad el terror exhibirse


repentinamente en la cara del barman que observaba la escena. Pretendió moverse y lo
propulsé contra la pared, dejándolo inconsciente por completo.

Luego me volví hacia los dos guardias que completaron su transformación. Un gruñido
bestial e impaciente me confirmó que Beth estaba, ella, ya preparada. Su poder emanaba de
cada poro de su piel. De repente hubo un caos. Ella saltó sobre el gorila y lo derribó sobre
su espalda mientras trataba desesperadamente de escapar de los colmillos que se plantaron
en su estómago y desgarraban sus entrañas.

El león, él, avanzaba lentamente hacia mí con confianza. Decidí tener un poco de diversión y
bloqueé su progreso creando un mini-tornado que lo levantó bruscamente en el aire. La
enorme bestia se encontró atrapada a varios metros por encima de nuestras cabezas, flotando
como un globo grande y sin cuerda. Lo miré rugir, y golpear la nada con sus grandes patas y
me eché a reír. De adolescente, me divertía haciendo volar a los niños de mi clan y a los
pequeños les encantaba jugar conmigo. Esto volvía a mis maestros locos de atar. Me
acusaban de utilizar la magia de manera demasiado trivial, pero ni los latigazos ni los días de
cárcel y de ayuno no fueron capaces de deshacerse de mis malos hábitos y hacerme
renunciar a estos momentos placer.

—Beth, acaba rápidamente, no voy a ser capaz de mantenerlo así mucho más tiempo —lancé
volviéndome hacia ella.

Beth estaba sobre el gorila gigante, cerca de la barra. No se movía en absoluto.

Negué con la cabeza.

—Estás exagerando, me dices que no los mate y mira en qué estado lo pusiste —dije riendo.

Ella me gruñó dos o tres veces, lamió la sangre esparcida por el pelo, y luego se acercó a mí.
Alcé la vista viendo el león todavía de pie bajo el techo y le pregunté:

—Bueno, ¿qué te gusta más? ¿Te hago aterrizar suavemente o te exploto en el suelo?

Khor gimió de frustración. Beth tiró del dobladillo de mi falda con la boca, dejando una
mancha de humedad en mis piernas, parecía condenadamente molesta.

—Oh, está bien, lo entiendo.

Levanté la cabeza de nuevo.

—Khor, voy a hacerte descender, pero te advierto, si intentas algo, me vería obligada a
matarte.

Saqué un arma, una pistola Beretta 9 mm que había escondido debajo de mi falda y atada
contra mi muslo. El cargador estaba lleno de balas de plata.

Beth dejó escapar un gruñido de nuevo.


—Está fuera de cuestión de que tome el menor riesgo porque te gusta el sexo con él —le dije
en un tono glacial.

El tornado se desvaneció y puse suavemente al león en el suelo justo delante de nosotras.

Retrocedí rápidamente apuntándole con el arma, pero no atacó y se limitó a lanzar una
mirada triste y preocupada hacia el gorila inerte en el suelo.

Mientras tanto, Beth volvió a su forma humana y a su bonita cara de pelirroja incendiaria.

Obviamente, su ropa estaba totalmente desgarrada y extendida en el suelo, se encontraba


como siempre desnuda totalmente.

—No lo he matado, sólo herido, volverá a estar bien en unos días —dijo a Khor cuando pudo
volver a hablar.

Las lesiones infligidas a los muteurs sanaban decididamente a una velocidad vertiginosa. Si
tuviera ese tipo de agujero en el medio del estómago, tendría derecho a una cremación a
precio de saldo en casa de Morbin & Hamer, los enterradores locales.

El león vino a poner su hocico sobre su pecho y lamió la piel de Beth. El gesto fue tan
sorprendente e íntimo que desvié la mirada, avergonzada.

—Lo siento —agregó ella.

Finalmente, bajé mi arma. Ella no era del tipo de pedir disculpas ante un chico, aunque fuera
un as en la cama, implicando que estos dos mantenían una relación mucho más seria de lo
que ella había sugerido.

—Habéis sido rudamente discretos —remarqué.

—No quería meterte en mis líos, ya tienes bastante de esos —dijo rascándole a Khor la
melena.

Esto, como líos, eran unos buenos líos.

Los lobos suelen tener una libido muy activa y en ocasiones follan con otras especies, en
cambio, les está absolutamente prohibido tomar un amante regular o, peor aún, un
compañero fuera de la manada. Lo cual es bastante lógico si se integra el hecho de que,
contrariamente a la creencia popular, no se convierten en licántropos: nacen licántropo. Es
una cuestión de genes, sin virus u otras tonterías.

—Bueno... uh... ¿Se mantendrá así?


Miraba a Khor, el animal, ronroneando bajo las caricias de Beth, indiferente a los problemas
que debería gestionar más tarde el Khor humano.

—No eres una cambia formas. No quiere escandalizarte apareciendo desnudo frente a ti. Por
lo menos, mientras no sea absolutamente necesario.

Aprecié su galantería. Por lo general, muteurs y lobos ríen como de su primera camiseta al
golpear la modestia de otras especies. Pero todavía había un pequeño problema.

—Escucha, Khor, si mantienes tu forma animal, que sepas que soy alérgica a las fieras, uh...
bueno, las fieras, los gatos, en fin, todos los felinos, así que por favor, mantén tu distancia y
trata de no sacudirte o hacer otras cosas por el estilo, porque de lo contrario, corro peligro
de pasar al menos una hora estornudando.

Empezó a empujar un rugido que me decía que entendía.

—Gracias —le dije con gratitud—. Bueno, siento romper el ambiente, pero tenemos que
ponernos a trabajar y ocuparnos del otro idiota.

Crucé la mirada ansiosa del león y traté de tranquilizarlo.

—No te preocupes, si contesta mis preguntas, lo dejaré con vida.

Bueno, está bien, no era tan tranquilizador, pero en realidad era todo lo que podía hacer.

Beth me acompañó detrás de la barra y levantó al barman todavía inconsciente. Sus cortes
comenzaban a sanar.

—Tan hermoso, pero tan frágil... —dijo con disgusto.

—¿Qué creías? Se trata de un gato muteur, no He-Man.

Ella tomó un vaso, lo llenó de agua y se lo tiró a la cara de Dzung quien logró por fin abrir
los ojos.

Cuando cruzó mi mirada, lanzó un gemido desesperado.

—Hola, gatito. ¿Entonces, de esa manera, crees que soy amable? —dije con una sonrisa.

—Beth, dile a tu amiga que lo que hace es contrario a nuestras leyes, y si me toca, va a ser
asesinada —le susurró con voz ronca.

—Es inútil, Dzung. Rebecca se burla completamente de las reglas. Ella hará lo que quiera y
cuando quiera.
Los cambia formas son detectores verdaderos de mentiras, son capaces gracias a su olfato de
sentir el más mínimo cambio en nuestras glándulas sudoríparas. El temor que se mostró en
la cara del barman inmediatamente se convirtió en pánico.

Fui detrás de la barra y agarré un cuchillo grande. Hice un gesto a Beth de seguir
mintiéndole. Con su fuerza hercúlea, esto le pedía muy poco esfuerzo.

—Bueno, entonces, vamos...

Lanzó una mirada de preocupación hacia Khor que había vuelto tranquilamente a su forma
humana y que deliberadamente nos daba la espalda. Llevaba un mantel alrededor de su
cintura y se inclinaba sobre el gorila.

Entendí perfectamente que le repugnara torturar a un hombre delante de su novio. Este es el


tipo de cosas que los chicos tienen problemas para tragar, incluso si no son del todo
humanos.

—¿Has visto a nuevas personas venir en las últimas semanas? —preguntó ella.

—Obviamente. Hay un montón de turistas canadienses aquí. Entran, vienen a tomar una
copa.

—Y entre ellos, ¿no notaste nada raro? Quiero decir, ¿no hay nadie que haya atraído tu
atención?

—No —respondió.

—Dice la verdad —dijo Beth frunciendo el ceño.

—No lo dudo —le dije sonriendo—. ¿Conoces a Kathryn Germann y a Frank Wikman?

—Por supuesto. Frank, lo vemos de vez en cuando, pero Kathryn es una habitual.

—¿Se conocían?

—Sí, sin duda, pero no andaban pasando el rato juntos. Kathryn, estaba casada con un
humano, por lo que de vez en cuando, le gustaba coger a un hombre de verdad.

—¿Un hombre de verdad?

—Sí. Amaba los vampiros, el lado cadáver y todo eso, la excitaba.

No podía lanzar piedras.

—¿Y cuando fue la última vez que la viste?


—El jefe ya me ha preguntado, la vi la semana pasada.

—¿Estaba sola?

Tragó saliva y dijo:

—No. Con un tipo pero no lo recuerdo.

Vi en sus ojos verdes algo que no entendí...

—¿Ese es el rollo que le soltaste a Raphael? ¿Y te creyó?

—Sí, porque es la verdad.

Beth asintió.

—Bueno, ya ves, no estoy de acuerdo con él. Beth, quítale sus pantalones y calzoncillos.

Ella parpadeó, un poco sorprendida, pero hizo lo que le pedí, mientras que yo le impedía a
él moverse apuntando mi arma contra su sien.

Dos segundos más tarde, estaba casi completamente desnudo.

—Verás, Dzung, durante la guerra, me hicieron descubrir una poción un poco especial, servía
para confundir los sentidos de un vampiro o cambia formas...

—No lo entiendo. ¿Qué quieres decir?

—Hablo de una poción que nos hace incapaces de detectar tu basura de mentiras. ¿Quién te
la dio?

—Estás completamente loca —dijo con voz ronca.

Bajé el cuchillo y lo pegué en su entrepierna.

Una expresión horrorizada se vislumbró en su rostro cuando se dio cuenta de lo que estaba a
punto de hacer.

—Tú... no te atreverías...

Los genitales son los únicos órganos que no pueden regenerar los muteurs. No tenía otra
opción.

—Puede que no haya mentido —dijo Beth con el rostro ceniciento.

—¿Eso crees? —le respondí empezando a cortar el testículo izquierdo.


Él gesticuló, la sangre fluía, pero no me importaba.

—Beth, refuerza tu llave —le digo—, él se mueve demasiado y el puto cuchillo no está lo
suficientemente afilado, voy a tener que estirar para arrancarlo.

Ella me echó una mirada tan furiosa que casi renuncié a hacerlo. Fue el momento elegido
por el barman para romperse.

—Detente, por favor, para, voy a hablar —suplicó con los ojos desorbitados por el dolor.

—Adelante.

—Había un tipo, llamado Quentin —se quejó—. Él vive en una casa con unos amigos de él,
pero no sé exactamente dónde.

—¿Y?

—Vino con Kathryn.

—¿Por qué no dijiste nada?

—Era un humano. Kathryn desembarcó con él a primera hora de la tarde. Yo estaba solo.
Me pagaron mucho dinero para que mantuviera la boca cerrada.

Ahora me miraba como si sólo estuviera tratando de satisfacerme.

—Si el jefe se hubiera enterado, estaría muerto, ¿comprendes?

—Entiendo. ¿Fue Kathryn quien hizo la poción?

—Sí —dijo—, gracias a ella, pude mentir a Raphael y no vio nada sospechoso ya que esta
poción no se supone que exista.

—¿Qué aspecto tiene?

—Uh... en la treintena, moreno, más bien bronceado, muy elegante.

—¿Ninguna marca, cicatriz, tatuaje?

—No, no lo vi en todo caso.

Me volví hacia Khor que ponía vendas sobre el vientre del muteur gorila que finalmente
había tomado una apariencia humana, pero no se movía.

—Khor, llama a Raphael y dile que se deje caer lo antes posible, por favor.
—¿Qué te crees? ¿Qué esperé pacientemente a que mutilaras a este pobre chico para
hacerlo? —escupió dándome una mirada de disgusto.

No me hice un amigo y no podía culparlo. Yo tampoco me sentía en lo mejor de mi forma y


ya hacía unos pocos minutos que luchaba contra el impulso de correr al baño a vomitar.

Sentí a Beth, contonearse observando a Khor. Él miraba a Dzung retorcerse de dolor y llorar
como un niño.

—Me va a costar hacerle olvidar esto —dijo ahogada.

—Es un león muteur, no una niña —digo—, se recuperará.

—Decididamente, no sabes nada sobre los chicos —respondió con un suspiro.

—Soy de la opinión de Beth, no sabes nada en absoluto, —dijo una voz detrás de mí.

Ni siquiera tenía que darme la vuelta.

—Lo has hecho rápidamente, Raphael —dije.

—Khor me llamó por teléfono para decirme que una psicópata sublime se divertía torturando
a mi personal, ¿me lo puedes explicar?

Llevaba unos vaqueros y una camisa de lino negro, que dejó entreabierta lo suficiente para
descubrir un torso musculoso y una piel blanca y sin pelo. Vestido así, tenía casi aire
humano. Casi, porque tal belleza era más de la divinidad que de la humanidad.

—Ha exagerado un poco, —le dije obligándome a apartar los ojos de su hermoso rostro.

—No lo creo —dijo lanzando una mirada apretada a mi ropa y a mi escote—, sin duda estás
sublime y efectivamente acabas de herir a Jonah, mi gorila, y torturaste a Dzung, mi barman.

Hablaba con voz dulce, pero sabía que mejor me explicaba y rápidamente.

—Obviamente, si te fías de las apariencias, puede ser un poco complicado —le dije,
sonriendo.

—Bien. Entonces, ¿qué pasó?

Su mirada comenzó a ser difícil de sostener y me dieron ganas de bajar la cabeza. Apreté los
dientes y continué como si nada.

—Quería tener una discusión con Dzung, pero no fue muy cooperativo, tus chicos de
seguridad intervinieron y simplemente se intensificó un poco.
—¿Y?

—Una vez que Khor y Jonah fueron puestos fuera de servicio, decidí proceder a un riguroso
interrogatorio del barman.

—¿Por qué no me lo pediste? Si necesitabas información, era yo a quien deberías haber


abordado. Esta es mi gente, están bajo mi protección.

Su tono era tranquilo. Debía hacer yoga o algo por el estilo para controlar todas sus
emociones.

—El Directum encargó a Rebecca encontrar a Kathryn y Franck. Ha actuado dentro de su


mandato —intervino Beth.

—¿Esta chica es la Assayim del Directum, jefe? —preguntó Khor sorprendido.

El Assayim era el asesino del Directum, que era enviado para limpiar y desechar los
estorbos.

Por lo que sé, los clanes de Vermont aún no habían tenido tiempo de hacer la contratación
de un limpiador específico. Si este fuera el caso, sería él quien se encargue de esta tarea y yo
estaría tranquila, cómoda, dedicándome a mis pequeños asuntos en vez de discutir con un
vampiro que estaba jugando tan zen que se convertía en angustioso.

—El consejo le dio el poder y tengo la impresion que está decidida a utilizarlo —dijo Raphael
con una sonrisa burlona.

—Ya veo —dijo, dándome una mirada llena de aprensión.

—Huelo a su sangre y a su miedo, Rebecca. Espero que para ti haya valido la pena.

Su voz era suave, amortiguada, pero no era tan estúpida como para no sentir la amenaza
subyacente.

—No me culpes. Si no hubieras descansado en el hecho de que eres capaz de detectar


cualquier mentira y te hubieras tomado el tiempo para entrar en su cabeza, yo no tendría que
hacer esto —le lancé.

—¿Qué significa eso?

—Dzung mintió. Kathryn vino aquí con un humano y este idiota se dejó comprar.

—¿Es verdad, Dzung? ¿Te atreviste a mentirme? —dijo Raphael siempre estoico.

Sin duda, vivir 2.500 años, hacía indiferente a un hombre...


Se acercó al gato muteur que le lanzó una mirada de terror. Me pareció bueno intervenir:

—No lo mates, por favor, creo que no lo ha dicho todo.

—No, pero no pasará mucho tiempo, ¿verdad, gatito? —Raphael estaba sonriendo.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Los ojos del vampiro se habían convertido en
nácar y sentí su poder violar el cerebro del muteur sin cuidado, como una apisonadora sobre
una flor delicada. El gato muteur comenzó a lanzar un aullido inhumano.

La sangre goteaba de su nariz y sus orejas. Su sufrimiento comenzó a llover sobre mí como
un granizo. Penetró mi piel y quemó mi alma.

Entonces me di cuenta de que lo que acababa de hacer sufrir a Dzung no era gran cosa
comparado con lo que Raphael le estaba infligiendo ahora. Y, ciertamente, nada comparado
con lo que todavía le tenía reservado.

—Uh... bueno, está bien, si no me necesitas, me despido —le dije, luchando contra el consejo
de salir corriendo fuera gritando.

Buscaba a Beth con la mirada. Había desaparecido con Khor en el cuarto de atrás. Supuse
que estaba tratando de encontrar ropa. Pero no tuve el coraje de esperar, al menos no si
quería evitar la histeria.

—¿Rebecca? —dijo Raphael girándose hacia mi, mientras caminaba hacia la salida.

—¿Sí? —dije sin volverme para ocultar las lágrimas corriendo por mis mejillas.

—Ten cuidado, dulzura.

—Raphael... ¿me harías un gran favor? Deja de llamarme así...

De repente, apareció frente a mí sin que ni siquiera lo haya sentido moverse.

—Te llamo así porque eso es lo que eres —dijo y me entregó un pañuelo.

—Eres un gran enfermo, Raphael.

Es curioso, había sido testigo de sesiones de tortura terribles en mi clan y nunca miré hacia
otro lado. Pero prefiero sufrir alguna quemadura o mutilación en lugar de sufrir los ataques
psíquicos de Raphael.

—Pídemelo, Rebecca, pídeme que no torture al gatito...

—¿Esto serviría para qué?


—Khor, lleva a Dzung a mi oficina y cúralo, —dijo en voz alta.

Vi inmediatamente a Beth y al muteur león surgir mágicamente. Mi amiga llevaba un jogging


negro demasiado grande para ella, pero al menos no estaba desnuda.

Se sentó cerca del gorila que terminaba su curación mientras Khor tomó a Dzung en sus
brazos y lo llevó por la puerta de detrás de la barra.

—¿Por qué haces esto?

—No hagas preguntas si no estás lista para escuchar la respuesta —dijo acercando su boca lo
bastante cerca a la mía que podía sentir su aliento sobre mis labios, como una caricia.

—Mata a ese barman gilipollas o córtalo en pedazos, no me importa, pero no creas que te voy
a dar un buen punto porque decidiste dejar de actuar como un sádico perverso —escupí
caminando hacia la puerta.

—Hago lo que me parece necesario, Rebecca, siempre y solamente lo que me parece


necesario.

Una vez fuera, respiré profundamente. El aire era frío y el cielo nublado. Mis cabellos caían
sobre mi cara, barridos por el viento que soplaba en la espalda. Mirando hacia atrás, aceptar
esta misión no fue una muy buena idea. No sólo esto me obligaba a arriesgarme, sino que
me obligaba a frecuentar a Raphael especialmente cuando sabía instintivamente que tenía
que hacer todo lo posible por evitarlo.

Me dirigí al coche para dar un vistazo al mapa de la ciudad que Beth había guardado con
cuidado en la guantera. Había dejado su mini abierto, en la esquina los robos eran casi
inexistentes y la pequeña delincuencia totalmente insignificante.

La policía local no tenía mucho que ver con la seguridad y el orden imperante en
Burlington pero todo que ver con el hecho de que la comunidad sobrenatural no tolerará la
mala conducta y ella misma se ocupara de perturbadores eventuales.

La mayor parte del tiempo, desaparecían, se suicidaban o eran víctimas de un trágico


accidente. Desplegué el mapa suavemente y lo puse en el capó.

—¿Por dónde quieres que comencemos? —preguntó Beth mientras avanzaba hacia mí.

—Por las agencias de bienes raíces. Dzung dijo que el humano vivía con amigos, tal vez haya
alquilado la casa... y Quentin no es un nombre híper corriente.

—Acuerdo concluido, nos encargamos del puerta a puerta. ¿Y después?


—A continuación, veré el listado de la universidad, nunca se sabe.

—De acuerdo, ¿y luego?

—Luego me encargaré de los bares y clubes, ¿te parece?

—Hmm...

—¿Y tú? ¿Tienes una mejor idea?

—Podríamos pedir a la manada que nos ayude...

—Es un arma de doble filo. Si uno de los secuestradores está al tanto, podrían deshacerse de
Franck y Kathryn. Creo que tenemos que ser discretas. Tenemos una pista, pero no estoy ni
tan siquiera segura de que el humano del que nos habló Dzung tenga algo que ver con esta
historia.

—De todos modos, sabe demasiado, habrá que matarlo.

—Quieres decir que yo voy a tener que matarlo —rectifiqué.

—Este es el trabajo del Assayim —dijo riendo.

—No empieces con eso, Beth, no soy Assayim y nunca lo seré —digo doblando el mapa con
rabia.

—Es increíble cómo una simple palabrita puede volverte completamente majara —susurró.

—Me asombras... Los Assayims son unos enfermos que se dedican en cuerpo y alma a su
trabajo de asesino sanguinario, integral y fundamentalmente. No conocen ni piedad ni
remordimiento. Francamente, no veo la conexión conmigo.

—Uh... ¿puedo hacerte una pregunta sin que te enojes?

La miré con recelo, pero asentí.

—¿Cuántos enemigos ejecutaste durante la guerra?

Levanté las cejas.

—No lo sé...

Hace quince años apenas, había participado en la ejecución de un centenar de demonios e


incluso después de mi huida y el nacimiento de Leo, había continuado cazando y acosando
sistemáticamente a vampiros y demonios que tenían la mala suerte de cruzarse en mi
camino.
—¿No te acuerdas?

—No. Me acuerdo de algunas caras, pero sobre todo de los que me dieron un mal rato.

—Y no experimentas ningún remordimiento, ¿verdad?

—Creo que está muy fuera de lugar que tú me lo reproches. Si no te hubieras propuesto
como niñera y no hubieras tomado a Leonora contigo tan a menudo, nunca habría podido
eliminar a tantos...

—No trates de cambiar de tema. Esto no es sobre mí. ¿Por qué los mataste?
Verdaderamente, quiero decir…

—Sé hacia dónde vas y no me gusta eso, Beth —dije dándole una mirada oscura.

—¿Por qué los mataste Rebecca? —insistió.

—Los maté porque era necesario —dije con tono duro.

Oh no, ya hablaba como Raphael, ahora.

—Pues aquí está: un buen Assayim como tú, no mata gratuitamente, actúa de acuerdo con las
leyes, nuestras leyes. No es loco ni psicópata, es un soldado, una garantía de paz y seguridad
—dijo en un tono serio.

—Te olvidas de algo, Beth. Es que el Assayim no reflexiona, simplemente obedece órdenes
del Directum, no tiene nada que decir sobre lo que es correcto y lo que no lo es.

Ella caminó alrededor del coche y me tiró las llaves, sonriendo.

—Realmente tienes un problema con la autoridad, ya lo sabes.

—Qué quieres, no soy un ser sometido. No tengo que plegarme a las reglas apremiantes de
una manada o de una jerarquía...

—No, eres una anarquista mala y un coñazo de primera, pero es por eso que te amo —dijo
sentándose en su asiento.

Oí sonar el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta. En el momento en que descolgué, mi


contestador automático se encendió. Escuché el mensaje. Era la voz de Raphael, me pedía
que lo llamara con urgencia.

—¿Raphael? Soy Rebecca, ¿qué está pasando?

—Acabo de terminar de interrogar a Dzung...


Lancé una mirada a mi reloj, ¿esto hacía qué? Cinco minutos que estuve fuera del Glam’s.

—Me dijo que el hombre que acompañó a Kathryn lo había esperado la noche en que había
llegado a tomar una copa y le había ofrecido cincuenta mil dólares a cambio de un servicio.

—Es una hermosa suma, tiene que ser un gran servicio.

—Se suponía que iba a verter algún tipo de poción en el vaso de Franck cada vez que pasara
por el club.

—¿No me digas que este idiota aceptó?

—Efectivamente es un idiota, pero no está loco. Al principio se negó, pero el otro insistió.
Bebió un buen trago de la poción y se la hizo tragar a Dzung que no sintió nada especial. Así
que hizo lo que el humano le pidió, y tomó el dinero.

—Supongo que no tenía idea de lo que había en la poción.

—Absolutamente ninguna.

—Esto no nos lleva muy lejos, pero ahora sabemos que el humano tiene algo que ver con las
desapariciones. Va a ser más fácil matarlo.

—Si necesitas algo, Jared y Camille estarán encantados de ayudarte.

—¿Jared y Camille?

—Dos amigos míos. Les pedí ponerse a tu disposición, si fuese necesario.

No tenía ningún deseo de mezclarme con los vampiros y mucho menos de trabajar con ellos.

—Te agradezco la oferta, pero creo que Beth y yo deberíamos ser capaces de arreglar esto
solas.

—Como quieras, dulzura.

—Ya te pedí que dejes de llamarme así —dije enojada.

Se echó a reír y no pude evitar sonreír.

—¿Puedes volver al club esta noche? —dijo con una voz tan sensual que mi ritmo cardíaco
inmediatamente se aceleró.

—¿Para qué?

—Por favor, Rebecca, necesito hablar contigo...


—Yo... no puedo. Prefiero no hacerlo.

Suspiró.

—Muy bien, en ese caso, esperaré hasta que estés lista.

Colgué el teléfono sin contestar. De todos modos, no había nada que decir. Nuestros
poderes se habían fusionado por accidente y eso era todo lo que podía ser: un accidente. Las
imágenes de mis hermanas, de todo el Vikaris se atropellaban en mi cabeza. Podía ver las
ceremonias de unión y la alegría de aquellas, demasiado raras, que habían encontrado un
compañero capaz de mezclar su poder con el de ellas y empecé a temblar.

—¿Estás bien? —preguntó Beth preocupada.

Me miraba.

—Sí, no te preocupes. Estoy un poco cansada.

—¿Sabes que tengo un excelente oído? Entonces, ¿por qué te pidió Raphael, que le vayas a
ver al club esta noche? ¿Qué quiere?

—Mira, pasemos un trato: no te hago preguntas acerca de tu relación con Khor y tú evitas
preguntarme por Raphael, ¿de acuerdo?

—No, no estoy de acuerdo. Os he visto a los dos, me parece... no sé yo, pero es como si no
hubieras acabado sólo de conocerle... sí... es como si hubiera algún tipo de complicidad
entre los dos. ¡Te permite hablar con él en un tono... y tú, te comportas... deberías verte con
él! Te lo juro, es muy raro...

Cuando Beth no terminaba sus frases era que estaba particularmente contrariada. Pero había
dado justo en el blanco. Y no sólo porque sintiera vagamente que Raphael me atraía, no,
esto, en definitiva, lo podía manejar, pero porque sentía un extraño vínculo entre nosotros,
una especie de intimidad, y eso me aterrorizaba.

—¿Sabes que tienes una imaginación delirante?

—Eso es, tómame por idiota... —gruñó—, pero te juro que no escaparás de esta discusión.
Entonces, ¿dónde vamos?

—Vamos a echar un vistazo a las potioneuses.

Tuvo una media sonrisa y arrancó sin decir una palabra.

—Pero tengo que ir a casa primero —añadí.


—¿Por qué?

—Tengo que coger algo de la nevera.

—¿Me estás tomando el pelo?

—Cállate y conduce.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Lsgab38

aurane, la jefa del clan potioneuses de Vermont, amaba la decoración inglesa,


los sofás liberty y el té de jazmín. Sus finas y delicadas manos vertían con
gracia y elegancia una bebida caliente y perfumada en tres tazas de porcelana
de flores blancas y rosadas. Tuve la impresión de estar en un libro de Agatha Christie. Todo
en ella respiraba suavidad, feminidad y fragilidad, incluyendo su vestido azul cielo de seda
fina y ligera y su collar de perlas preciosas, pero esperaba ver surgir en cualquier momento
un cuchillo en sus manos delicadas y deber tirarme al suelo para evitar ser destripada. Alzó la
cabeza hacia nosotras y no podía apartar mi mirada de sus ojos oscuros que brillaban
bajo sus largos cabellos rojos y rizados. Los ingenuos que se habían fiado de su adorable
apariencia probablemente lo habían lamentado.

—Me alegra encontrarme contigo en privado. —Ella lanzó una mirada irritada en dirección a
Beth y tomó un sorbo antes de continuar—. Tengo muy poca información para dar sobre
Kathryn si no es que siempre llevaba consigo una poción Gladalys.

—Conozco esa poción, es un conjuro de auto-defensa, es de gran alcance pero no se


mantiene mucho tiempo. ¿Tenía razón para sentirse amenazada?

Maurane estalló en una carcajada.

—Todas las potioneuses habiendo hecho la guerra se mantuvieron, como decirlo...


conservadoras. Me sorprende que conozcas la Gladalys, este conjuro es de un nivel tan
elevado que sólo una pequeña minoría de nosotras es capaz de elaborarlo minuciosamente.

—Y raros son los que pueden escapar de eso —le dije sonriendo.

—Exacto —dijo en tono serio.

—¿Ella tiene familia?


—Sí. Ella tiene un marido y dos hijos. Su hija, Sophia, es una de mis mejores estudiantes.
Inútil especificarte que está muy preocupada por su madre.

—¿Qué edad tiene? —dije mordiendo una deliciosa galleta de chocolate.

—Quince años. ¿Por qué?

—Me gustaría conocerla. ¿Es eso posible?

—Sophia es uno de nuestros residentes. Ella estudia aquí en la escuela.

—¿Es una novicia?

Ella asintió.

—Sí, y también es bueno, porque me permite velar por ella y su seguridad.

—¿Pero no te preocupas por su padre y su hermano?

Parecía sorprendida y me respondió en tono despectivo:

—No son de interés, son sólo sin poderes.

Traducción: nacieron en familias de magos, pero no habían heredado los poderes de su


especie, lo que era común en el hombre incluyendo a mi clan. Y fue por esta razón que las
niñas y los niños fueron separados al nacer y que los hombres y las mujeres vivían por
caminos separados. Padres involucrados sólo en la educación de su hijo.

—Pero podrían ser utilizados como rehenes.

—¿Crees que los que se la llevaron quieren utilizar a Kathryn?

—Confieso que he considerado esta posibilidad, ¿no crees?

—Por supuesto —dijo frunciendo los labios en una línea.

—Entonces, ¿por qué no proteges a estos dos hombres?

—Me preguntaste si estaba preocupada por ellos y respondí negativamente, pero eso no
quiere decir que no haya tomado las medidas necesarias para hacerles momentáneamente
salir de la ciudad...

—Si hiciera un esfuerzo terrible, casi lograría apreciarte.

Ella se echó a reír y dijo:


—Lo tomo como un cumplido.

—Era uno —le dije descansando mi taza—. ¿Podemos ver a la pequeña?

—A esta hora —dijo echando una mirada a su reloj—, tiene que estar con Stephanie en
matemáticas.

—¿En matemáticas?

—Te encuentras en una escuela privada con una educación de lo más tradicional en lo que
concierne a los estudios escolares. La única diferencia con una escuela normal humana, es
que aquí, nuestras estudiantes son brujas y tienen opciones adicionales, tales como posología
o la herbolaria.

—¿Y hay muchos estudiantes?

—Doscientos diez, que vienen de todas partes del país.

—¿Tantos?

—Ese es el precio del éxito —dijo sonriendo.

La escuela es una de las mejores del estado.

—Sin embargo si tiene buena reputación, supongo que los humanos están aplicando también
para entrar —dije intrigada.

—Exacto, pero el registro se lleva a cabo sólo en recomendación, lo que limita el número de
solicitudes y por lo tanto de rechazos.

—Muy bien —le dije—. Mira, esta conversación es muy interesante, pero estoy un poco
presionada por el tiempo. ¿Puedo hablar con Sophia?

—No hay problema, pero a condición de que la veas sola. Te autorizo solamente porque eres
una de nosotras.

Beth, que no había dicho nada hasta ahora, se aclaró la garganta y la fulminó con la mirada.

—No soy una de los tuyos y lo sabes muy bien —digo en tono indiferente— pero te agradezco
el gesto. Sé que a las potioneuses aprendices no se les permite tener contacto con el mundo
exterior durante su formación.

—Pareces saber, muchas cosas... —dijo en tono de burla—, ya que no quieres soportar un
poco de compañía, preferiría que esperaras al final del curso, no quiero que sus amiguitos le
hagan demasiadas preguntas.
—Si esperas que el hechizo de la verdad que vertiste en el té surta efecto, es posible que
esperes un largo rato —le dije plantando mi mirada en la suya.

Ella arqueó las cejas.

—¿Lo sabías?

—Suponiendo que tendría que hacerte una visita, preparé mis espaldas e hice una poción de
neutralidad, por si acaso...

—¿Puedes hacer un hechizo lo suficientemente poderoso como para contrarrestar el efecto


de una de mis pociones con una de neutralidad? ¡Eso es impresionante! —exclamó con
asombro.

—No. Me pareció bastante fácil —le dije en tono condescendiente—. ¿Me conduces a Sophia?

De hecho, me tomó casi tres años crear una poción de neutralidad digna de ese nombre
durante mi formación en Vikaris y muchas de mis hermanas nunca lo lograron, pero la
potioneuse me había molestado y tenía ganas de hacerle un poco de cosquillas.

—Sígueme, Rebecca. Lo siento, Beth —dijo dirigiéndose a mi amiga—, esto no es... personal.

Beth asintió, pero palideció.

Maurane vivía en una enorme propiedad compuesta de varios edificios de madera gris con
persianas blancas. Estaba fuera de la ciudad y tenía vistas hacia el lago Champlain. Los
jardines que rodean la zona eran grandes y paisajísticos. Salimos de la hermosa puerta de
entrada donde vivía la potioneuse y nos dirigimos hacia un gran edificio con encanto del viejo
mundo. Era allí donde estaban las aulas y en el último piso los apartamentos de esas
señoritas. Al subir las escaleras, vimos a un grupo de niñas de diez años. Estaban esperando
frente a una puerta cerrada de donde provenían gritos agudos. Parecían nerviosas y ansiosas.

Maurane frunció el ceño y caminó delante de ellas:

—¿Qué está pasando? ¿Dónde está la señora Malloy? —preguntó Maurane en un tono severo
a una chica alta y flaca con cara poco agradecida.

—Gilda hizo beber una poción de alucinación a Mary porque tomó su diario intimo —dijo—,
pero luego empezó a gritar y ver cosas, así que la señora Malloy la encerró en la clase y se fue
a buscar el antídoto.

—¿Y las dejó solas?

Las chicas asintieron al unísono.


—Esto es inaceptable —resopló Maurane tratando de abrir la puerta.

—Está cerrada, señora —dijo una preciosa rubita.

—Déjame hacer... —le dije lanzando un hechizo de apertura.

Cuando la puerta se abrió, una pequeña furia de mejillas rojas brillantes estaba lanzando una
silla contra la ventana tratando de romperla. Ella gritaba.

—¡Mary Frédérique Miller, deténgase de inmediato! —la reprendió Maurane.

La pequeña la ignoró y lanzó una segunda. Un sonido de vidrio se escucho y la niña corrió
inmediatamente hacia la abertura.

—¡No! —gritó Maurane.

Llamé a la potestad del aire y la chiquilla pronto fue levantada del suelo y propulsada hacia el
techo. Ella se retorció, pero ahora era incapaz de hacerse daño.

—¿Dónde está el antídoto? —le pregunté a Maurane que estaba junto a mí, los ojos muy
abiertos.

—Voy a ver —dijo volviéndose hacia la puerta.

Una pequeña mujer gruesa con el pelo ondulado y los ojos saltones de repente apareció en la
puerta. Tenía una botella en la mano.

—¡Oh, Dios mío! —Corrió gritando cuando vio a Mary flotando en el aire.

—Cállese —digo, empujándola para cerrar la puerta y escapar de las miradas indiscretas de las
niñas de pie detrás de ella.

—¿Dónde estabas, Malloy? —rugió Maurane.

—Yo... fui por un antídoto para la poción, pero... Lo siento, señora... No pensé que...

No, evidentemente, no tenia costumbre de pensar, esta...

—Dámelo —dijo Maurane arrancándole el frasco de las manos.

Miré a la niña, continuaba dando gritos. Sus alucinaciones debían ser una pesadilla. Sus ojos
estaban desorbitados y trataba de sacar bestias invisibles de su pelo largo y castaño.

—Sus padres seguramente no lo apreciarán —le dije mirando a Maurane—tienes suerte de que
no puedan hacerte un proceso.
—No, pero conozco a su madre —dijo—, deberé tener mucho cuidado con lo que me va a
enviar como pequeños regalos en las próximas semanas —dijo mordiéndose los labios—, no
quiero tener que lidiar con una urticaria gigante. —Los humanos comenzaban
procedimientos alegando millones en daños y perjuicios a las escuelas, los nuestros se
vengaban con hechizos para balancear todo. Cada uno tiene su propia concepción de la
justicia.

—La bajaré pero será necesario contenerla. Está delirando, está asustada y completamente
confundida. Ella luchará —le dije con voz calmada.

—Vamos —dijo Maurane asintiendo.

Puse a Mary en el suelo e inmediatamente agarré sus brazos mientras la señora Malloy, su
maestra, la pegaba a su pecho prominente y la mantenía del estómago. Nos martilleaba con
patadas y gesticulando para liberarse. Maurane pellizcó la nariz de la niña que
inmediatamente abrió su boca y tragó el antídoto. Cinco segundos más tarde, ella yacía inerte
en el suelo.

—Malloy, llévala a la enfermería y dile a la señora Bates que se despertará en menos de una
hora. Habrá que hacerle comer y, especialmente beber, corre peligro de estar
completamente deshidratada —dice Maurane en tono autoritario.

—Sí, señora —dijo la profesora levantando a la niña.

—Y envíeme a Carolyn para que se encargue del resto de sus alumnas.

—Inmediatamente —susurró Malloy sonrojándose. La profesora también estaba preocupada.


En su lugar, rasaría las paredes por algún tiempo. Una escuela no es el ejército, no hay cuota
aceptable de pérdida de vidas humanas.

—Gracias, Rebecca —dijo volviéndose hacia mí.

—De nada —respondí con sobriedad.

—Sí. Sí, acabas de salvar la vida de una de mis alumnas, estoy realmente agradecida.

Ella sonrió y me miró.

—Tenías razón, no tienes nada de potioneuse, ni tampoco de una braggan.

—Te lo dije.

—Es correcto, que me lo habías dicho —dijo pensativa.

Entonces sus ojos se clavaron en los míos.


—¿Es que eres una bruja de guerra, Rebecca? ¿Eres capaz de llamar a los otros tres
elementos?

—Escucha, cuando tengas ganas de colaborar en serio en esta investigación, házmelo saber,
pero por ahora, no tengo tiempo que perder —le dije señalando la puerta.

—Espera, eso no es... No quiero avergonzarte —dijo en voz baja—. Es que nunca he conocido
a nadie como tú. Es sólo curiosidad. Ves, hay leyendas de un clan que está en algún lugar en
el oeste de Francia... Eres profesora de francés, ¿no es así?

—¿Dónde está la clase de Sophia? Si no me conduces ahora mismo, me voy y os las arregláis
sin mí.

Enfrentamos nuestras miradas durante unos segundos y luego tuvo que ceder.

—Muy bien. Te conduzco —dijo con un suspiro—, pero sabes, es una pena. Sólo quería saber
cómo encontrarlos. Mi objetivo es compartir, compartir nuestra magia, no...

La interrumpí:

—Las brujas de guerra son peligrosas. Si las encuentras, te matarán. Matan a todos los
extranjeros sin excepción —dije fríamente—, y ahora déjame hacer mi trabajo, ¿de acuerdo?

—Eh... sí —dijo con aire preocupado.

Comenzaba a preguntarme si Maurane tenía verdaderamente los hombros necesarios para


liderar un clan. Había que ser completamente estúpido o completamente ingenuo imaginar
por un momento que una bruja Vikaris, por no hablar de un clan entero, se digne a
intercambiar información de la magia con otras tribus, a pesar de que se tratara de una tribu
de brujas. Los míos no se comunican con el mundo exterior más que para sincronizar los
ataques o para parlamentar.

Un poco perpleja, seguí a la potioneuse a la entrada de un salón de clases a tres puertas de


distancia.

Me indicó que esperara unos segundos y desapareció.

—El curso de matemática ha terminado, Sophia está ahora en clases particulares con el
profesor de pociones. Vamos.

Entré. Una niña morena estaba sentada detrás de una mesa. Tomaba notas y escuchaba los
consejos de su maestro sobre las dosificaciones de la poción del sueño. Me recordó a otra
chica, una adolescente precoz, ávida de conocimiento y poder, también. Pero por suerte para
Sophia, la enseñanza se desarrollaba con más serenidad en potioneuses de lo que era en
Vikaris.

—Hola Sophia. Mi nombre es Rebecca y me gustaría hablar contigo.

Ella me dio una mirada de sorpresa y se volvió a Maurane.

—Le di mi consentimiento —confirmó enviándole una sonrisa tranquilizadora.

—Muy bien —dijo mirándome con sus ojos de color marrón claro.

Su maestra, una bruja de unos sesenta años con el pelo corto entrecano, frunció los labios y
se fue sin siquiera hablar conmigo. Bueno, siempre he odiado las ancianas con el culo
apretado.

—Sophia, soy responsable del Directum para encontrar a tu madre y necesitó tener una
conversación contigo.

—¿Realmente tengo el derecho de hablarle? —preguntó de nuevo la chica poniendo sus


cabellos cortos castaños detrás de las orejas.

Maurane asintió y dijo atravesando la puerta:

—Las dejo charlar tranquilamente, tengo un montón de trabajo que me espera y tengo que
preparar mi siguiente clase sobre filtros de relajación.

—Gracias, Maurane —le dije.

—¿Así que tú eres el Assayim? —preguntó Sophia después de la salida de Maurane.

—No, no soy el Assayim, sólo provisoriamente.

—Oh, estás a prueba —dijo condescendientemente.

No le faltaba aplomo. La miré con más cuidado.

No era realmente bonita, pero su rostro tenía carácter y se mostraba en general armonioso.

—No. Sólo voy a ayudar un poco, eso es todo. Ahora que has terminado con tus preguntas,
quiero que respondas a las mías.

—Bueno. ¿Qué quieres saber?

—¿Te acuerdas de la última vez que viste a tu madre?

—Fue el seis de abril. Me dijo que volvía a casa, pero nunca llegó.
—Tú, vives aquí con otras novicias, ¿es eso?

Asintió con la cabeza.

—Me dieron un archivo, sé que tu madre se fue a las diecisiete horas, pero lo que no sé, es lo
que sentiste ese día.

—No lo entiendo.

—¿Encontraste a tu madre nerviosa, preocupada...? ¿Nada te sorprendió o asombró de su


comportamiento?

—No creo, no lo sé.

—Piensa en ello.

Pareció vacilar, pero sacudió la cabeza.

—No, no lo veo.

—Toma mi mano.

—¿Por qué?

—Confía en mí. Toma mi mano.

Tendió su brazo y tomé la mano delicadamente llamando a la potestad del aire.

Todos mis músculos empezaron a vibrar bajo el efecto de la ola y deje la magia invadirme y
la propulsé en Sofía. Sus ojos se abrieron como consecuencia de la energía que se extendió
en ella.

—Cierra los ojos y déjate llevar por el viento. Piensa en lo que sentiste ese día.

Suspiró con bienestar y dijo con voz ronca

—Me siento ligera, poderosa.

—Perfecto. Eres una potioneuse, ves cosas que otros no ven. Déjate llevar.

—Vino, llevaba el traje negro que papá le había regalado por su cumpleaños y también una
blusa de raso rojo que me gusta. Pensé que estaba muy guapa. Al principio le hablé de mis
últimas notas y de la Sra. Stenwick que no deja de insultarme. Me pidió que hiciera un
esfuerzo y que debería escucharla. Yo, esto me molestó porque la madre Stenwick es un
verdadero dolor en el culo. Y luego, salió a discutir con Maurane y prepararon algo las dos,
una poción creo. No estaban de acuerdo sobre las dosis. De todos modos, a menudo
discutían debido a las dosificaciones.

—Continua.

—Después ella volvió a decir adiós, era normal, salvo...

—... ¿Salvo qué?

—Salvo que durante un momento, me sentí mal. Me miraba de manera extraña y pensé que
no estaba contenta por mis últimas evaluaciones y mi actitud hacia Stenwick pero en
retrospectiva...

—¿Qué? ¿Qué notaste?

—Su aura. Su aura se volvió extraña.

—No entiendo lo que quieres decir.

—No lo sé, es sólo una impresión.

—Utiliza la magia. Concéntrate en tus recuerdos, deja que el viento sople sobre ellos y te los
traiga...

Ella respiraba con dificultad.

—Su aura, su aura se volvió pálida, demasiado pálida...

Sophia me miró.

—¿Qué significa eso?

—Nada, cariño, nada importante —dije para tranquilizarla.

Ella hizo una mueca que significaba que no me creyó, pero no tenía intención de insistir.

—Usted es terriblemente fuerte, nunca había sentido nada parecido a lo que hizo. ¿Me
enseñará? Es muchísimo mejor que el curso de herbolaria.

—Lo siento, eso no es posible.

—Pero llegué allí, sentí magia —insistió.

Meneé la cabeza.
—Provenía de mí, yo era la fuente y tú el catalizador. Nunca podrás utilizar ese tipo de poder
si no lo posee otro, ¿verdad? Y a lo que me dijeron, eres una potioneuse con mucho talento.

De repente parecía terriblemente decepcionada.

—Aun así, con una energía como la tuya, deberías ser capaz de matar a alguien con un solo
gesto...

Fruncí el ceño.

—¿Eso es lo que quieres?

—¿Qué?

—Matar.

—Oh, sí. Quiero que encuentre a los que hicieron esto y los haga pagar.

La sondee. El odio deformaba su rostro y sentí que tenía una idea fija en su mente, poco a
poco desmembrar a los responsables del secuestro de su madre.

Esta chica no era de las que cargan con escrúpulos innecesarios.

—Puedes contar conmigo —dije sobriamente.

—¿Podrías arrancarles el corazón?

Tomar el corazón de un ser sobrenatural impedía cualquier curación común en muteurs o


lobos, así como de cualquier otra posibilidad de resucitar al igual que los vampiros o
demonios. Su petición era perfectamente legítima, y no era de los que tiemblan ante una
pequeña incisión, pero la actitud de esta chica me puso incómoda.

—No hay problema, eso debería funcionar —dije fríamente.

—Más adelante voy a ser como usted, voy a convertirme en Assayim.

—Repito, no soy Assayim y no tengo la intención de convertirme en uno —le dije exasperada.

—Yo, eso es lo que quiero hacer y sé que me va a agradar.

Iba a empezar a discutir cuando vi algo profundamente cruel y demente en la mirada de


Sophia que me confirmó que en realidad podría ser una buena recluta.

—Cuídate —me contenté con responder dejando el salón de clases.

Maurane estaba esperando pacientemente en la puerta principal.


—¿Te fue bien con la pequeña?

—En el lugar de su madre, me habría hecho una ligadura de trompas y habría adoptado
yorkshires, —digo—. De hecho, ¿tienen un consejero vocacional?

—No, ¿por qué? —preguntó sorprendida.

—Porque Sophia parece haber decidido ser una sociópata, con materia principal de magia y
en opcional asesinato.

La potioneuse sonrió y me pregunté si era consciente de que la adolescente no conseguiría


aun durante mucho más tiempo manejar sus instintos asesinos, y podría causar bajas entre los
demás alumnos.

—Ella es joven, eso hace que sea un poco excesiva —admitió.

—Sí, vamos a decirlo así... —dije sonriendo.

Entonces me volví hacia ella.

—Maurane, ¿hay una poción capaz de absorber de forma temporal o no el poder de una
criatura sobrenatural?

La potioneuse parpadeó y me dio una mirada de preocupación.

—No que yo sepa.

Ella mentía. Sentí que estaba mintiendo y me estaba cabreando.

—Muy bien —dije dándole una mirada obscura—. No hay necesidad de que me acompañes,
sé el camino.

Beth estaba esperándome fuera cerca del coche fumando un cigarrillo. En cuanto me vio,
dio rienda suelta a su ira.

—¡No pero, no me lo puedo creer, que zorra esa chica! ¿Por qué no me permitió ver a la
niña contigo? ¿Qué se piensa? ¿Qué me estoy divirtiendo, tal vez? ¿Por quien se toman, esas
perras de potioneuses?

No pude evitar sonreír. Cuando conocí a Beth, tenía el lado pomposo de los profesores
universitarios y hablaba de manera casta. Se desarrolló en un ambiente de gente intelectual y
refinada. Supuse que era su manera de negar la bestia primaria y violenta que acechaba en las
profundidades de su ser. Pero mi mala influencia había tenido razón, a lo largo de los años,
su buena educación se había enriquecido con algo de argot.
—Cada clan tiene sus propias reglas, Beth —le dije con voz tranquila—. Si no me equivoco,
incluso los lobos son campeones en este campo.

—No. Nosotros, nunca hubiéramos permitido hacer eso. Tenemos demasiado sentido de la
hospitalidad.

—Tienes razón. Ayer mismo, uno de tus pequeños compañeros me amenazó con violarme y
luego matarme porque entré en su territorio. Maurane, por lo menos me sirvió galletas antes
de intentar drogarme con su té.

—Siempre tienes que criticar —dijo comenzando una sonrisa.

—Que quieres es mi lado francés, nunca estamos satisfechos —le dije con cansancio—. De
hecho, ¿cuándo el consejo cuenta con reclutar al Assayim?

Me dirigió una mirada sorprendida, cuidadosamente tosió y dijo:

—No lo sé. ¿Por qué?

—Debido a que, en estos días, todo el mundo parece tomarme por él, y comienza a
molestarme seriamente.

—Por lo general, es Gordon quien está a cargo del trabajo en sí, creo que desde el fin de la
guerra, echa en falta no poder cargarse a gente.

—Muy bien, ¿entonces por qué me pasó el cargo?

—Primero tienes habilidades que él no tiene, entonces, el Consejo ha decidido, ya sabes. —


Ella me dio una mirada de preocupación falsa—. Deben haber pensado que tenías el perfil.

—¿Y? —dije levantando las cejas en actitud amenazante.

—Y como te dije, tienes el perfil —respondió riendo.

—Genial —refunfuñé mirándola.

—¿Y qué te dijo la chica? —preguntó ella tratando de mantener una cara seria.

—Nada muy tranquilizador. El aura de su madre se debilitó considerablemente antes de


retirarse.

—No lo entiendo.
—No es complicado, te acabo de decir que los retorcidos que secuestraron a Kathryn y
Franck encontraron una manera de debilitar su poder antes del secuestro. Es por eso que no
podían defenderse, y no podía captar su energía.

—¿Es una broma?

—Me gustaría —le respondí soplando.

—¿Cómo es eso posible?

—Ni idea, pero es muy, muy malo —le dije en tono triste.

—Es verdad que es sorprendente, pero ¿no crees que estás exagerando un poco aquí?

—No.

—¿No?

—No.

—Mierda.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Lsgab38

eth me dejó en frente de mi casa a las dieciocho horas.

Tenía que ir a casa a cambiarse de ropa y tomar una ducha. Recuperé la


mochila que contenía el conjunto que llevaba en el club de Raphael, dos
cuchillos y municiones, en el asiento trasero.

—Estaré aquí en una hora —dijo.

—Muy bien.

Cerré la puerta sin decir nada más. No quería hablar y tenía dolor en los pies de tanto
caminar. La investigación entre los alquiladores y en el fichero de la universidad no había
dado nada y mi moral era baja. Y para rematar, tenía una cita con el nuevo docente de
derecho, Mark y no tenía ningún deseo en absoluto de ir. Me encantaría cancelarlo si Beth
no me hubiera empujado fuertemente en las últimas dos horas para aceptar ir a la maldita
cita. Según ella, mi falta total de vida privada explica mis accesos frecuentes de humor y mi
propensión a la violencia. No sé de dónde saca todas esas estupideces, pero no me sentía con
fuerza para debatir por más tiempo con ella.

—¿Mamá?

—Hola cariño, ¿la escuela ha ido bien? —dije tomándola en mis brazos.

—No hubo ningún problema, si es eso lo que te preocupa —dijo con una sonrisa pícara.

Ella había tomado una ducha y se puso un precioso camisón azul de niña buena.

—¿Has hecho los deberes?

Ella hizo una mueca.

—¿Y supongo que no merendaste tampoco?


—No, y estoy tremendamente hambrienta.

—Vaya, vamos a hacer panqueques, estudiaras más tarde —le dije sonriendo.

Leonora amaba los panqueques franceses. Se cocinaban salados con harina de trigo
sarraceno, directamente importada de Francia, añadía a eso jamón, queso, patatas y
pequeños trozos de tocino.

Abrí la nevera, saqué la leche y me volví a Leonora.

—¿Me pasas la harina?

Sus movimientos eran elegantes y fluidos, se movía demasiado rápido para que pretendiera
ser humana.

No pude impedirme de comentárselo:

—Leo, despacio, por favor.

Ella me miró sin pestañear.

—Sin embargo no hay nadie aquí, mamá. No siempre puedo fingir. Es difícil, sabes.

Suspiré y esbozó una sonrisa.

—Lo sé, pero un día corres el riesgo de olvidarlo y llamar la atención de los humanos o
peor...

—¿Y qué? ¡No soy un monstruo! Estoy cansada de ocultarme.

Me quedé helada.

—Leo, nadie debe saber que eres...

—¿Qué? ¿Una bruja? —ladró—. Vamos, mamá, ¿crees que no me he dado cuenta de que no
soy como tú, no tengo los mismos poderes que tú?

No pude evitar palidecer.

—Todas las brujas no tienen los mismos dones y las mismas capacidades, todas somos
diferentes —le dije.

Ella me miró.

—¿Quieres decir que es normal que una bruja tenga tanta fuerza como Hulk o se mueva a la
velocidad de la luz?
Tenía un nudo en la garganta, pero traté de bromear:

—Ahora, estás exagerando un poco.

Su barbilla temblaba.

—No puedo lanzar un conjuro pero puedo mover un camión a trescientos metros, ¿y soy
quien exagera?

¿Qué podría responderle? ¿Qué había heredado más de los poderes de su padre que de los
míos? No era una pura sangre y era mi culpa. Ni hablar, ella no estaba más dispuesta a
escuchar la verdad de lo que yo estaba dispuesta a decirla.

—Para los hechizos, has hecho un enorme progreso —le dije con una voz que quería
tranquilizarla.

Ella asintió.

—Sí, pero... es como si tuviera paredes a mí alrededor, como si estuviera bloqueada por
algo... Creo que la magia no me quiere, mamá...

La tomé en mis brazos.

—Estás diciendo tonterías. Simplemente pasa más tiempo entrenándote y las cosas saldrán
bien por su propia cuenta, ya verás —le susurré al oído.

Ella me abrazó con fuerza.

—Haré un esfuerzo.

—Bueno, entonces, ¿hacemos estos panqueques? —dije, me establecí en la cocina.

Quince minutos más tarde, una loba hambrienta felizmente devoraba su comida con mi hija
mientras me preparaba para salir.

—¿Quieres ayuda? —gritó Beth cuando terminó de masticar.

—No, gracias —le grité desde mi habitación.

—Tanto peor para ti.

Beth y Leonora habían aparecido sobre el descansillo de la puerta a la velocidad de la luz.


Sus ojos brillaban de emoción.

—Leo, te dije que no te movieras tan rápido.


—Detente, me encanta hacer carreras con tu hija —Beth estaba riendo.

—¿Eso es lo que vas a llevar puesto, mamá? —preguntó Leonora con una mueca.

Me miré en el espejo. Pantalones negros, un jersey negro, zapatillas de ballet negras, no había
nada malo. Además, me esforcé con el maquillaje.

—Después del restaurante, me tengo que ir a los bares de la ciudad —le dije encogiéndome de
hombros.

—Hmm... —dijo Beth mirando a Leonora, que sacudió la cabeza con aire de desaprobación.

—Por una vez que sales con un hombre, mamá, creo que podrías hacerlo mejor.

—Estoy totalmente de acuerdo con tu hija —dijo Beth y me entregó un paquete.

—¿Qué es?

—Un pequeño regalo —dijo con una sonrisa misteriosa.

Desempaqué del papel y encontré un vestido de gasa verde del color de mis ojos.

—Pruébatelo. —Mi hija estaba acariciando el tejido fino y sedoso.

Murmuré ruidosamente, pero me desnudé sin pestañear. De todos modos, estas dos
sanguijuelas, no me soltarían antes de verme llevar el maldito vestido.

Y el reflejo en el espejo me dijo que tenían razón al insistir. Me iba perfectamente.

—Debiste pagar una fortuna por esto —le dije a Beth.

—Sí, pero valió la pena —dijo.

—Oh, sí —dijo Leonora con voz temblorosa.

—Bueno, gracias por los cumplidos, chicas. En cuanto a ti, cariño —dije volviéndome a
Leonora y mirando el reloj—, es hora de ir a la cama.

—¿No me dejarás ver qué aspecto tiene? —preguntó claramente decepcionada.

Alto, moreno, sexy, varonil y humano. En resumen, cualquier cosa que pueda interesar a una
chica de su edad.

—Escucha. No sé por qué acepté su invitación —le mentí lanzando una mirada furibunda a
Beth—, y no pienso verlo de nuevo. Es una simple cena con un amigo, no una cita romántica.
—Ya me extrañaba —dijo Leonora suspirando.

—¿Qué? ¿No estamos bien las dos? ¿En fin, quiero decir las tres? — dije sonriendo a Beth.

—Si mamá, pero todavía tienes derecho a tener un poco de diversión.

—¿Diversión?

—Sí. Otras madres de mis amigos, tienen maridos o tipos, tú, tú nunca tienes a nadie, sigue
siendo raro. Y entonces...

—¿Y entonces qué?

—Nunca hablas de mi padre. Excepto para decir que está muerto.

Ah eso, para estar muerto, está bien muerto. Desde hace diez siglos, por lo menos...

—Eso no es cierto, te he hablado de él —le contesté.

—Sí, si quieres. Me dijiste cómo era, pero nunca lo que sentías por él ni que te gustaba o
cualquier cosa sobre vosotros dos.

—Te lo diré cuando seas lo suficientemente mayor para entender —le contesté.

Beth debió sentir mi vergüenza, ya que decidió intervenir:

—Vamos, querida, te voy a contar una historia de muy, muy malos lobos...

—¡Beth!

—Bueno, ¿qué? Los niños aman las historias de los grandes lobos malos —respondió
tomando la mano de Leonora para llevarla a su habitación.

Mi hija era extremadamente madura para su edad, pero no había que empujar sin
embargo....

—No te preocupes, mamá, solo las brujas muy, muy malas realmente me impresionan —dijo
Leonora riendo.

—Tienes razón, son mucho más aterradoras —respondió Beth riendo a su vez.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Angeles Rangel

urante el viaje al restaurante, miré por la ventanilla maldiciendo a Beth con todo
mi corazón. Mark Feldman era terriblemente seductor, pero tenía otras cosas
más de qué preocuparme en este momento que de salir en una cita.

—¿Va todo bien? —preguntó después de unos minutos.

Me volví hacia los ojos marrones que me miraban.

—En realidad no. Lo siento, pero temo no ser buena compañía esta noche.

—¿Un día duro? Sé lo que es, un poco de relajación no le hará ningún daño.

Eso era seguro. Y sabía exactamente lo que perfectamente me relajaría, pero dudo que matar
a un humano llamado Quentin sea el tipo de relajación a la que Mark se refería. Me contenté
con asentir en silencio.

—Sin duda no es habladora —dijo sonriendo.

Sus rizos de cabello castaño ocultaban parcialmente su rostro, suavizando sus rasgos muy
varoniles.

—No mucho, es cierto —admití.

Jamás había salido a solas con un hombre.

Con Michael, estaba fuera de la cuestión aparecer en público y después de él, había pasado
varios años declinando sistemáticamente las invitaciones de mis muchos pretendientes
humanos. Debo decir que entre la guerra, Leo y el trabajo ya estaba bastante abrumada.
Además de que tener una relación con el sexo opuesto en realidad no era natural en Vikaris
—aparte del hecho de la procreación, me refiero—. Hombres y mujeres vivían separados
desde hace siglos. Y para mí, era peor: yo era la Prima.
—¿Desde cuánto tiempo hace que está instalada aquí?

—Desde hace unos meses...

—¿Ha hecho ya amigos?

—No, en realidad no. Tengo una amiga que conozco desde hace mucho tiempo, pero aparte
de ella... ya sabe, no soy de naturaleza muy sociable en general. Así que no te enojes si a
veces tengo un pequeño problema con las banalidades.

—Impresionante. La encuentro más entretenida de lo que esperaba —dijo con una risa.

La risa lo hizo cálido y acogedor. Finalmente sonreí.

—¿Entretenida? Es un término que me puede satisfacer de alguna manera, de hecho —le dije
en tono ambiguo.

—Sabe, la he estado buscando hace un momento en la universidad, la administración me ha


dicho que estaba enferma.

—Lo admito, me salté la escuela. Eso es malo, ¿eh?

—Sería curioso saber en qué ocupó el día...

Hmm... Déjame pensar... casi maté a un joven lobo, básicamente castré a un barman y salvé
la vida de una niña jugando al detective privado para la comunidad sobrenatural de la ciudad.
Después regresé tranquilamente a casa para cuidar de mi hija.

—He tenido muchos problemas personales que tratar —dije.

—¿Y qué? ¿Todo está arreglado?

—No del todo, pero no desespero —le dije mirando el desplazamiento por carretera.

—Si necesita una ayuda, no lo dude —dijo en tono muy serio de repente.

Si este hombre fue capaz de reiniciar mi libido inexistente, sinceramente dudo que pueda
hacer algo más por mí.

—Eh... sí, gracias, eso es... gentil —le dije con una sonrisa.

Acarició suavemente mi mejilla con el dedo y añadió:

—Si se trata de un problema de un novio, puedo...

—No tengo novio —lo interrumpí.


—¿Ningún novio? No, eso no lo creo.

—Escucha, prefiero ser honesta. No busco una relación permanente y no quiero ninguna
intrusión en mi vida privada, tengo una hija y a las dos nos encanta estar sólo las dos.

No podía compartir la vida cotidiana de los humanos. No se puede vivir veinticuatro horas
sobre veinticuatro con alguien y esconderle lo que realmente somos. Pero no lo considero
como un problema.

—Parece usted sincera —dijo plantando sus ojos en los míos.

—Parece que le sorprende.

—Un poco, lo confieso. En general, las mujeres dicen que quieren ser independientes, libres,
pero siempre en busca de la persona adecuada para formar una familia y, cualquiera que sea
el origen social o cultural. Usted no quiere seducir o ser amada, no es corriente.

Amor es un término que aprendí más tarde, dando a luz a Leonora, luego, encontrando a
Beth. Con mi hija, descubrí la ternura, los besos, los abrazos, y con Beth amistad,
complicidad y risas. Había cambiado, evolucionado, me había abierto poco a poco a las
emociones, pero el camino por recorrer aún era muy largo realmente para la idea que los
humanos tenían de una mujer corriente.

—¿Esto le desestabiliza?

—No. Esto me intriga y me hace preguntarme qué le hizo aceptar mi invitación a cenar.

—Para ser honesta, no tengo ni idea —le respondí riendo.

—¿En serio? —dijo volviéndose en un camino rural y cortando el motor un poco más lejos.

—¿Qué está haciendo?

—Tengo la intención de ayudarle a responder esa pregunta —dijo acercando sus labios a los
míos.

De pronto sentí una extraña sensación en el bajo vientre.

—No estoy segura... —jadeé.

—¿En serio? —dijo poniendo su brazo sobre el respaldo de mi asiento.

—En serio —le susurré mientras escalofríos recorrían mi cuerpo.

—Mentirosa.
Presionó suavemente sus labios contra los míos y me besó. Su lengua se enroscó alrededor
de la mía y sentí una oleada de deseo entre mis piernas. Era extraño sentir esa sensación de
nuevo, como cuando estás enfermo y eventualmente sanas. Nos sentimos a la vez eufóricos y
terriblemente vivos.

—¿Crees que voy demasiado rápido? —preguntó Mark en tono ansioso.

Sus ojos reflejaban tal necesidad que me detuve un momento para respirar. Estaba
acostumbrada a ver la mayoría de este tipo de reacciones en licántropos o muteurs. Eran
demasiado sujetos a sus impulsos o deseos para ser capaces de resistirse.

—No —le dije pegándome a él como un náufrago a un salvavidas.

No sentía nada por él, pero no me importaba.

Había pasado diez años sin el menor deseo de hacer el amor con un hombre. Diez años sin
ser acariciada, abrazada, ni siquiera besada. Mi cuerpo había elegido a este humano para
renacer y aunque ni mi alma, ni mi corazón temblaban ante su contacto, bajo su mirada, esto
no tenía la menor importancia.

Todo lo contrario.

Él, por lo menos, no podía herirme o traicionarme, ni tenía la capacidad de hacerme sufrir
como Michael o Raphael... si le daba la oportunidad.

—Si supieras cuánto tiempo te he esperado —murmuró presionando su frente contra la mía.

Uh... No hay porque embalarse. Los tíos sexy y con experiencia como él no se supone que
tengan ese tipo de sentimentalismos. ¿Sí?

Afortunadamente para él, me besó de nuevo y me olvidé de la impresión desagradable que


acababa de darme para perderme en un torrente de sensaciones. Deslizó una mano bajo mi
falda. Gemí de placer y me sorprendí jadeando descaradamente bajo la presión de sus dedos
expertos. Un intenso calor repentino se apoderó de mí y empecé a gritar.

—Vamos —le susurré.

—Suplícame... —dijo.

Su olor era como un atractivo sensual, no podía luchar.

—Por favor —me oí susurrar aturdida.

Me dio una mirada de triunfo, alargó mi asiento y se deslizó sobre mí. Ni siquiera vi cuando
se puso el condón.
—Eres magnifica —susurró.

Tiró de mi vestido por mis caderas y me penetró suavemente. Gemidos salieron de mi boca,
pero no reconocí mi voz. A cada uno de sus movimientos, era sacudida por espasmos de
placer y mi respiración se hacía cada vez más jadeante. Entonces puso su mano debajo de mi
trasero y se adelantó a la parte más secreta de mi intimidad, y grité hasta tener la respiración
cortada.

—Esto no ha terminado... —le oí susurrar a mi oído.

Levantó mis piernas y comenzó a profundizar y acelerar el ritmo de sus idas y venidas.
Quería más y más y todo mi cuerpo empezó a temblar. Cuando el orgasmo se apoderó de
mí, violento, poderoso, casi doloroso, la sensación era tan fuerte que pensé que mi corazón
iba a explotar.

Grité su nombre y me derrumbé casi inconsciente.

—Esa fue una pequeña follada de emergencia. La próxima vez, realmente te haré el amor y te
juro que nuestra sesión de hoy te parecerá muy sosa en comparación —dijo mientras
rápidamente se echaba hacia atrás en su asiento y ponía en marcha el motor del BMW.

Así que, vaya. Para alguien que había tenido relaciones sexuales con un solo hombre —en fin,
con un solo vampiro— lo había hecho muy fuerte. Pero bueno. Había que ver el lado bueno
de las cosas, por lo menos él era humano, vivo y besaba como un dios.

—¿Uh... realmente vamos a ir a un restaurante? —le pregunté en un tono incomodo, alisando


mi vestido.

—¿Por qué, esto te cortó el apetito?

—Preferiría volver. Mira, puedes creer lo que quieras y no te culparía, pero no es mi


costumbre de...

—Lo sé —me dijo interrumpiéndome inmediatamente.

No supe cómo reaccionar. ¿Actuar como si nada hubiera pasado y poner fin a esta historia, o
más bien seguir usándolo como un pulsador contra los vampiros? A fin de cuentas,
realmente no tenía elección y además, eso liaba lo útil al placer. Satisfacer mis deseos y
necesidades con Mark me haría posiblemente menos sensible al encanto de Raphael y al
sentimiento extraño que estaba empezando a sentir por él.

Probablemente era cobarde y un poco espeluznante, pero mucho más seguro que esperar
estoicamente a que ocurriera un desastre.
—¿Cómo se llama?

Salté y lo miré.

—¿De quién estás hablando?

—No importa —dijo mostrando una sonrisa irónica cuando el auto aceleró bruscamente.

Quince minutos más tarde, subía las escaleras que conducen a mi casa.

Beth, sentada delante de la televisión, levantó la cabeza, sorprendida.

—¿Se te olvidó algo?

—Sí, mi cerebro —dije camino a mi habitación.

Ella me siguió, con aire perplejo.

—Tú hueles… mierda... pero has follado.

—Adelante, grita más fuerte. Te informo que mi hija está en la habitación de al lado —le dije
exasperada.

—Has estado fuera durante menos de una hora, no hay nada que decir, este chico tiene
talento —dijo con un deje de admiración en su voz.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Lancé y me desplomé sobre mi cama.

Suspiró y dijo burlonamente:

—Pensé que habías renunciado a los hombres, perdóname, pero me consuela saber que no
es así.

—Bien, hay por lo menos una de nosotras que se alegra de que tuve una follada. —Me burlé.

—Espera, ¿cual es el problema? Vi por la ventana a tu tipo, es un verdadero bombón. ¿No


me digas que fue una mala experiencia y te dejó?

—No, nada que ver...

Me miró de repente tomando una expresión severa.


—Apuesto a que dejaste que te tocara, pero insististe en volver directamente después para
enterrarte. Ya sabes, tener una relación, hablar con la gente, llegar a conocerlos, puede ser
bueno a veces. ¿Me dirás un día lo que te hizo el padre de tu hija para que el amor te dé
tanto miedo?

—No tengo miedo, Beth. No siento las cosas como tú, eso es todo.

—No lo creo. Sé que tienes un serio problema con el padre de Leo y que te atrincheraste en
tu soledad por miedo a sufrir. Hasta entonces, me quedé callada. Respetaba tu silencio al
respecto porque respetaba tu privacidad, pero no puedo soportar ver que arruines tu vida.
Métete en la cabeza que los hombres no son todos...

—¡Basta —la interrumpí mientras las lágrimas asomaban a mis ojos—. Su padre no era un
hombre.

—Lo discutes mucho. Obviamente, él no era humano. ¿Crees que no me he sorprendido por
la fuerza de tu hija y el resto de sus habilidades? Entre tú y yo, nunca he visto una bruja
como ella. Tu clan debe ser muy especial para...

—Mi clan no tiene nada que ver con eso. Leo es mestiza. Su padre no es de mi especie y
tiene mucho de él —solté sobreexcitada.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no veo el punto, y también porque no quieres saber.

—¿No quiero saber?

—No.

—No lo entiendo.

—Eres un lobo, Beth. ¿Recuerdas la primera vez que te presenté a mi hija?

—Por supuesto. Era la chica más hermosa que he visto en mi vida.

—¿Y te acuerdas la reflexión que me hiciste ese día, por su olor?

—Obviamente. Siente la rosa y...

—¿Y?

—... Y algo más, una especie de fuerte olor muy desagradable.

—¿Para un lobo?
—Eh... sí.

—¿Y no tenías idea de lo que podría ser?

—No, pero me acostumbré a él, por qué... —Se detuvo bruscamente—. ¿Qué estás tratando de
decirme?

Hacía siete años que estaba en negación, no esperaba que ella aceptara fácilmente la verdad,
pero entonces comenzaba a fastidiarme.

—Su padre es un vampiro —dije atragantada—. Así que quítate la venda de los ojos, y para de
fastidiarme con los tíos y cómo debo manejar mi vida amorosa. Porque, créeme, soy un
desastre en esa área y que haría bien en seguir evitándolos.

Abrió desmesuradamente los ojos y de repente palideció.

—Es imposible... los vampiros no pueden... son incapaces... No pero, ¿deliras o qué?

Ella respiró profundamente.

—¿Te... forzó?

—No, simplemente seducida, tenía dieciséis años y ninguna experiencia, y además... era
magnifico y brillante.

—También era un enemigo —dijo en tono de reproche—, y un muerto-viviente. ¿Cómo fue


capaz de conseguir embarazarte? Es imposible.

—Lo sé. No es suerte, ¿eh? —Dije con amargura—. Bueno, voy a tomar una ducha y dormir
durante una o dos horas antes de ir a patrullar.

—Rebecca... —susurró con voz apenada.

—¿Aun estás dispuesta a cuidar de Leo durante mi ausencia? No, porque si te molesta que
ella sea mitad vampiro...

Ella me miró, obviamente indignada.

—¿Para ya, vale? Para mí, no cambia nada. Siento haber reaccionado de esa manera, pero
admite que es una enorme sorpresa...

—Supongo que sí.

De repente, sonrió.
—Ten en cuenta, que hay que ver el lado bueno de las cosas. Tu hija es única. Única y
maravillosa. Si alguien me hubiera dicho que me gustaría un vampiro...

—Ella no está muerta, por lo que en sentido estricto no es un vampiro.

—No. No, tienes razón —dijo apresuradamente.

—Leo crece, Beth —dije con un suspiro—, no tengo ni idea de lo va a pasar.

—¿Qué quieres que suceda? Se trata de una niña adorable, madura, inteligente y llena de
recursos.

—Y muy poderosa.

—Y muy poderosa, de acuerdo. Pero no es una cabeza hueca, sabe cómo controlarse.

—Por el momento. Pero la adolescencia se acerca rápidamente y con ella la gran cantidad de
hormonas y cambios. ¿Cómo crees que será capaz de manejar la situación?

Beth sonrió, repentinamente incómoda.

—¿Miedo de que ataque a los humanos?

—Es una simple cuestión de tiempo. En un cierto momento, su verdadera naturaleza saldrá a
la superficie. Va a ser más fuerte que ella, será incapaz de actuar de otra manera.

—¿Estás tratando de decirme que sentirá la llamada de la sangre?

—Parece probable. Cada día que pasa, se hace más fuerte y se convierte poco a poco su
energía y toma el color ámbar, frío y amargo de los muertos vivientes. Y confieso que no sé
cómo hacer frente a eso.

—Fórmala. Enséñale a luchar y canalizar los poderes que adquirirá a medida que suceda. Y si
es demasiado peligrosa para los demás, aíslala, el tiempo suficiente para que controle el
riesgo de matar o ser matado.

La manada sistemáticamente encerraba a los lobos jóvenes en sus primeras transformaciones,


el tiempo que aprendieran a controlar su instinto cazador y depredador.

Esto evitaba la masacre.

—Es una idea interesante.

—Y qué lo ha demostrado —agregó sonriendo.


—Además, con un profesor como su madre, esto será fácil. Nunca he visto a nadie -excepto
Raphael-, por supuesto, —me dijo, dándome un guiño— capaz de demostrar tanto autocontrol
como tú. Siempre permaneces fría, racional, no te dejas guiar por tus emociones.

Me eché a reír.

—Que te lo crees. Me quedé embarazada de un vampiro y después de diez años de


abstinencia, me cogí a un desconocido en un coche, entonces mi lado racional, ya sabes...

Ella se echó a reír a su vez.

—Está bien, está bien. Tienes una manera curiosa de manejar tu vida privada, pero para el
resto, eres genial. Leo es muy afortunada de tener a alguien como tú para guiarla. No sé
cómo aprendiste a manejar tu poder y dominar tus emociones, harías bien en darle la misma
formación que tuviste.

—No —dije secamente.

—Pero...

—Leo no es una bruja como yo. A pesar de su fuerza y poder, no sobreviviría.

Ella me miró con una expresión de desconcierto.

—¿Fue hasta ese punto?

—No tienes ni idea...

—Bueno, pues bien, no importa. Dale un programa especialmente diseñado para que ella
aprenda a ser una buena pequeña vampiro. De hecho, ¿piensas que van a crecerle colmillos?
—dijo sonriendo.

—No tengo ni idea, nunca ha habido una mezcla así antes, ¿por qué?

—Por fin podría llevarla de caza conmigo —me dijo con entusiasmo—, sería agradable...

—Tienes razón, sería realmente agradable —le dije pellizcando su brazo hasta sacar sangre.

—¡Ay! Si no podemos bromear, entonces...


Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Angeles Rangel

omé la lista de los bares y discotecas de la zona. Había más de una docena,
además de los de Winooski, South Burlington y otros. La mayoría de estos
lugares estaban completamente llenos. El público estaba compuesto
principalmente por estudiantes y jóvenes. Al entrar en el Brooklyn, el tercer club de noche,
me encontré con un grupo de jóvenes cerca de la barra. Uno de ellos, un hombre alto y
rubio larguirucho se volvió hacia mí con una copa en la mano. Lo reconocí de inmediato.

—Buenas tardes, Srta. Kean —dijo.

—Hola, Kevin.

—Esta es la primera vez que la vemos por aquí —dijo en voz lo suficientemente fuerte como
para ahogar el ruido de la música que estallaba mis tímpanos.

Me sorprendes. Me sentía tan cómoda entre estos bailarines retorciéndose y ebrios por el
alcohol, como una carpa en un banco de arena…

—Sí, Kevin, es verdad. Pero dime, espero que hayas terminado tu comentario sobre Viaje al
fin de la noche, porque yo no te daré ninguna demora suplementaria esta vez. ¿Puedes
decírselo a los demás? —le dije haciendo un gesto al camarero....

Lo vi tragar, asintiendo en silencio y rápidamente se volvió a sus amigos. Esbocé una sonrisa.
Establecer límites, ese es mi credo. No hay nada como una profesora tiránica y obsesiva para
desalentar flirteadores jóvenes en ciernes.

—¿Qué quieres tomar? —me preguntó el camarero dándome una mirada de admiración.

Él debía tener unos veinticinco años, estaba vestido con una camisa muy ajustada y un
pendiente. Su cara era bastante normalita, pero sentí en él una energía característica, que no
lo era.
—¿Puedo hablar contigo un momento?

—Pero eso es lo que haces, querida —respondió él con una sonrisa encantadora.

—Pedir una bebida, no es hablar, lobito —dije yo.

De inmediato se congeló y se me quedó mirando, pensativo.

—¿Quién es usted?

—Una amiga de Gordon y Beth.

—¿Qué quiere?

Estrellas amarillas habían aparecido en sus ojos marrones. El coqueto poco trillado e
insustancial había desaparecido y había sido reemplazado por lo que realmente era: un
depredador.

—Una información.

—Lo siento, no te conozco.

Decididamente, no tenía realmente suerte con los camareros.

—Llama a tu Alfa y dile que Rebecca esta acá. No habrá ningún problema, ya verás...

—Voy a preguntarle la próxima vez que lo vea, vuelve en unos días —me respondió en un
tono condescendiente.

Tomé su mano y envié una ola de poder suficiente para que le doliera, pero no lo
suficientemente fuerte como para hacerle daño.

—No tengo tiempo para jugar. No soy una de vuestras hembras, entonces es inútil tratar de
dominarme. ¿Queda claro? —le dije en tono autoritario.

Se pasó la mano, con el rostro contraído por el dolor.

—Está bien —dijo—, ya lo llamo.

Momentos más tarde, se puso delante de mí. Su rostro había perdido todo rastro de
arrogancia y había un extraño brillo en sus ojos... curiosidad, tal vez.

—Mi nombre es Bruce y yo estoy a su servicio, hermosa señora —dijo inclinándose


ligeramente.
¿Bruce? Beth me había hablado de él. Se había unido a la manada dos años antes. A ella le
gustaba y lo encontró entrañable Ah no... No. Sexy y entrañable.

—Estoy buscando a un hombre, un ser humano de cerca de treinta años. Alto, moreno, muy
atractivo. Debe estar en los ochenta kilos y se llama Quentin. ¿Te suena?

Después de unos segundos de reflexión, dijo:

—No estoy seguro, pero creo que vi a este chico con uno o dos habituales.

—¿Seres humanos?

—Sí.

—¿Recuerdas sus nombres?

—Se llaman Max y Debby, pero no sé más que eso. Por lo general vienen el sábado, yo no
recuerdo haberlos visto la semana pasada.

—¿No tienes ni idea de dónde viven y cómo llegar a ellos?

Negó.

—No.

—¿Cómo son?

—Debby tendrá unos cuarenta años, es rubia, vulgar y maquillada como un coche robado,
Max es gordito, calvo y lleva camisas improbables.

—Va a ser difícil pasarlos por alto —dije riendo.

—¿Quieres decir, burgueses? Eso no es realmente lo que falta aquí —suspiró él.

—¿Y Quentin? ¿Notaste algo en particular que te preocupara?

—Yo no me acerqué. Nunca vino directamente a la barra. Estaba instalado en la zona VIP y
es mi jefa, Hope, quien se ocupa personalmente de ese tipo de clientes.

—¿Ella está aquí esta noche?

—No. Ella nunca está aquí los jueves.

—¿Me puedes dar su dirección?

—¿Alguna vez has ido a casa de Raphael? —preguntó con una sonrisa.
—¿Por qué me haces esa pregunta? —dije sorprendida.

—Hope vive con Raphael —dijo con un aire de insinuacion—. Es un vampiro.

Sentí que se me caía el alma a pesar de mí misma.

—Dada tu expresión, no parece que te encante. ¿Tienes algún problema con los
chupasangres? —dijo riéndose.

Cuando él se rió, su rostro pasó de lo normal a guapo.

—No me gustan especialmente —admití.

—Y sin embargo, no veo una cruz alrededor de tu cuello...

—Sólo funcionan con los vampiros más jóvenes, que no son los que me asustan más.

Y entonces yo había renunciado a llevar cualquier símbolo religioso a causa de Leonora.


Cuando todavía era un pequeño bebé, ella agarró mi cruz en la mano y había sufrido
quemaduras graves. Dado que estaba en el hueco de la palma era la única cicatriz que su
cuerpo nunca había sido capaz de curar.

—Um... —me dijo escrutándome—, si necesita refuerzos, termino mi turno en una hora,
puedo ir contigo.

—Es muy galante de tu parte —dije.

—Como he explicado antes, Gordon me pidió que me pusiera a tu disposición, para lo que tú
quieras —me dijo con voz suave.

La alusión al sexo era clara, pero no me ofendí. El tipo era del género de camelar a todas las
chicas y yo sentía que me estaba coqueteando más por costumbre que por verdadero interés.

—Te dejo mi tarjeta, si ves a Quentin, Max o Debby, me llamas —le dije.

—¿Y si no veo nada? ¿Todavía puedo llamarte? —dijo en tono divertido.

No pude evitar sonreír.

—Olvídalo, Bruce, yo no soy tu tipo.

—¡Oh, sí! —respondió mientras me alejaba.

Al salir de la discoteca, me encontré con dos hombres caucásicos, uno grandote y moreno y
el otro delgado y un poco fornido con el pelo rizado. Según su firma de energía, se trataba
de dos jóvenes vampiros. Los pasé e inmediatamente los sentí seguirme. Estaba empezando
a preguntarme si no necesitaría a un exorcista... yo era un verdadero imán para atraer líos
últimamente.

El lado positivo es que los bebedores de sangre de menos de un siglo no eran ninguna
amenaza real. Así que decidí llevarlos a un callejón lejos del alumbrado público y de las
miradas curiosas.

—Hola hermosa dama, ¿quieres un poco de compañía?

El bajo y fornido, tenía una cabeza grande y ojos saltones. Sus mejillas estaban flácidas y la
grasa que colgaba debajo de la barbilla formaba un bocio desagradable. La o el vampiro que
lo convirtió realmente tenía dudoso gusto.

—¿Y si evitamos las banalidades? —dije mirándolo fijamente.

—Creo que la señorita prefiere rechazar tu propuesta, Phil —tradujo su compañero bajando
sus colmillos.

Tenía una cara angulosa y una nariz larga. Sus ojos estaban cerca y no brillaban por su
inteligencia.

—Matar o hipnotizar a los seres humanos está prohibido en esta ciudad, caballeros —les dije
con voz fría—, si tienen hambre, vayan al depósito que se encuentra en la calle principal, se
les proporcionará, según sus necesidades.

Alimentarse directamente de la fuente fue proscrito por el Tratado en los pueblos y ciudades
de menos de 400.000 habitantes. Por debajo de esta cifra, los asesinatos y las desapariciones
eran capaces de atraer la atención de la gente y la policía. Durante más de un año, los
vampiros se vieron obligados a abastecerse de alimentos en los bancos de sangre privados,
propiedad de la comunidad.

Obviamente, en un principio, se habían hecho algunas quejas y reticencias, especialmente


entre los jóvenes vampiros, los más sensibles a la llamada de la sangre. Pero después de
algún tiempo, y la eliminación sistemática de los más recalcitrantes, las cosas habían
terminado por instalarse.

El moreno grande me dio una mirada de sorpresa.

—¿Quién es usted?

Rodé los ojos.

—Alguien que te va a matar si continúas con tus preguntas estúpidas —le contesté con enfado.
—¿Ella no es tímida, verdad, Phil? —dijo y me dio una mirada curiosa.

—Eso no va a durar —dijo el gordito.

Cuando eres estúpido, eres estúpido…

—Eso es seguro —le dije sonriendo.

Una luz roja me rodeó de repente, concentre mi potencia de fuego y envié al vengativo
fornido una bola de energía que lo encendió en unas décimas de segundo.

—Polvo eres y al polvo volverás etcétera, etcétera —le dije mientras me volvía al moreno
grande.

—Perra —rugió saltando hacia mí.

Pero yo ya había esquivado el ataque y el poder de la tierra lo había enviado volando contra
la puerta de hierro del pequeño edificio donde había hecho implosión.

—Tú tienes opción. O te vas a casa y no vuelves nunca, o te mato. ¿Qué prefieres? Date
prisa, no tienes toda la noche para decidir.

Se levantó rápidamente. Luego sonrió extrañamente.

—Después de mucho pensar, creo que prefiero ir a casa. Las mujeres son menos atractivas,
pero más relajantes.

—Excelente decisión —le dije mientras él desaparecía prudentemente.

—Entonces, ¿te gusta aplastar niños que se portan mal, bruja?

Mi mirada se fijó en la oscuridad y de repente sentí una presencia extraña y un aura que
nunca había conocido antes.

Descifré su energía y me congelé. Él era al mismo tiempo hombre y animal, pero también
vampiro y demonio.

Era como si las piezas fueran verdaderamente diferenciadas, pero encajadas en un único
rompecabezas y emanaba de él algo cautivante y monstruoso.

Me sentí subyugada, como frente a un desastre natural. Cuando por fin salió de la oscuridad,
me di cuenta de que estaba completamente cubierto con una capa negra que lo ocultaba de
la cabeza a los pies

Me arranqué a la fuerza a mi contemplación insana para contestarle:


—¿Quién eres?

Saqué mi pistola y apunté en su dirección.

Utilicé una gran cantidad de energía para deshacerme de dos idiotas y no sé cuánto tiempo
tardaría en recuperar la capacidad completa de mis poderes.

—Me dijeron que me estabas buscando y yo realmente quería, también, conocerte...

—¿Por qué se supone que debo buscarte?

—Tú eres el Assayim, ¿verdad? El Directum te ha encargado matarme.

—No soy el Assayim busco personas desaparecidas. Matar a los responsables de su secuestro
no es una de mis prioridades.

—Estoy encantado de escucharlo —bromeó.

Me mordí el labio para no explotar. La paciencia no es mi punto fuerte.

—¿Qué quieres?

—Una chica como tú me convendría.

—¿Me pides que me case contigo o quieres matarme?

—Ni lo uno ni lo otro —gruñó avanzando en mi dirección—, pero supongo que aunque yo sea
muy educado y te pida que me sigas amablemente, tendrás algunas objeciones... Esta noche
no, estoy demasiado cansada... Lo siento, tengo otra cita caliente o... Oh, no puedo, no estoy
vestida para la ocasión.

No pude evitar sonreír.

—Veo que las mujeres no te han tratado muy bien.

—No te preocupes por mí, yo siempre consigo lo que quiero.

—No esta vez.

Le disparé una vez, dos veces, luego vacié el cargador de mi pistola pero siguió adelante
como si nada hubiera pasado. El aire crujía con la energía.

Me saqué una daga de plata del cinturón. Yo había sido entrenada en combate cuerpo a
cuerpo, pero no estaba muy dotada en esta área. Mi corazón empezó a latir con violencia en
mis oídos. Luchar con las manos desnudas no podía alargar mi esperanza de vida, pero darle
parecía el medio más seguro de utilizar la energía que me quedaba para pulverizarlo.
Entoné un canto mientras él se encontraba a un metro de mí.

—¿Quieres pelear, belleza?

Retrocedí sin dejar de mirar a un edificio donde había un pequeño jardín. Me arrodillé en el
suelo que temblaba bajo mi cuerpo. Las plantas salieron de la nada y crecieron de golpe
entre mis piernas y el poder de la tierra se hundió lentamente en mis venas, como un gota a
gota. El monstruo me agarró del brazo para levantarme y yo utilicé el poco de magia que
acababa de recuperar mientras lo apuñalaba violentamente en el abdomen.

Él gruñó enojado y retrocedió desorientado.

Una clase de líquido negruzco caía por su pierna. Estaba cubierta de tierra, agotada y
frustrada. Yo me aplasté contra la pared del edificio, preguntándome si tenía suficientes
recursos para acabar con él.

Una especie de agitación recorrió a la criatura. Oí el chasquido de su lengua y un rugido


furioso. Ouch. Era mucho mejor que yo. No valía la pena desenvainar mi arma otra vez, las
balas de plata no le habían hecho ningún daño. Reuní las pocas fuerzas que tenía a mi
disposición y empecé a correr. Sombras y luz bailaban en las paredes de las casas. Miré por
encima de mi hombro y vi los dos ojos enrojecidos que me perseguían. Afortunadamente
para mí, estaba herido y eso lo frenaba.

Me crucé con uno o dos transeúntes y decidí dejar de correr y alargué mi paso para salvar mi
aliento y no llamar la atención. Tuve que mantener la energía suficiente para poder escapar y
perder a esa monstruosidad.

Me tomé unos segundos para respirar e iba a volver a correr cuando un auto se detuvo frente
a mí. Inmediatamente reconocí que era el de Mark.

Abrió la puerta bruscamente.

—¡Rebecca, súbete! —gritó.

No me hice de rogar y salté dentro tan rápido como pude.

Un aullido de furia resonó en la calle, el depredador se dio cuenta de que había logrado
escapar y, obviamente, se había disgustado terriblemente.

—¿Vas a estar bien? —preguntó él con cara de preocupación.

Asentí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dije tratando de ocultar mi alivio.


—Como tú me dejaste, me fui a tomar una copa. Te vi en la calle, vi que corrías, por lo que
pensé que tal vez necesitarías un poco de ayuda.

—Buen punto, —le dije sonriendo.

—¿Qué es lo que pasó?

—Nada. Sólo tenía ganas de salir a correr.

Miró mis jeans y mi chaqueta e hizo una mueca:

—A correr, ¿eh?

Levanté las cejas hacia él con una mala mirada.

—¿Qué?

—Nada, nada —dijo inmediatamente—. ¿Te llevo de vuelta?

Asentí y recargué la cabeza contra la ventana y cerré los ojos.

—Gira a la derecha en College Street —le dije con los ojos todavía cerrados.

—¿Segura que estás bien? —preguntó acariciando suavemente mi mejilla.

Yo no podía dejar de estremecerme ante su toque.

—Estoy un poco cansada, eso es todo —le aseguré.

Él suspiró, pero no dijo nada. De perfil, sus rizos castaños ocultaban sus hermosos ojos
marrones y pómulos altos y me retuve difícilmente de apartar de su cara, el pelo con los
dedos. Mi deseo por él comenzaba a ser realmente embarazoso.

—Rebecca…

El auto se detuvo frente a mi edificio y ni siquiera me di cuenta.

—Deja de huir lejos de mí, por favor.

—No voy a huir. Es que yo no te conozco y las cosas van demasiado rápido para mí.

—En principio, estaria de acuerdo contigo, pero...

Puso su mano en mi cadera y el resto de mi cuerpo estaba ardiendo. Malditas hormonas.

Menos de un segundo después, me encontré en sus brazos besándolo en la boca, su mano


en mi sujetador.
—Tu sobaquera me molesta, corazón —dijo con los labios pegados a los míos.

—El hecho de que esté armada no parece molestarte —le dije sorprendida.

—Hum.

Me besaba despacio, tiernamente.

—¿Tú tienes un permiso para portar un arma?

—Sí.

—Así que si es legal, no es problema para mí —dijo bajando la parte de atrás de mi asiento.

—¡Espera!

—¿Qué?

—Hay algo ahí fuera —le dije, de repente volvió la cabeza hacia la ventana.

—¿Estás segura?

—Ciertamente —le dije sentándome.

—¿Quieres matarlo o quieres que llame a la policía? —me preguntó divertido.

—Ni lo uno ni lo otro, y sin embargo me parece suficientemente tentadora la primera opción
—suspiré abriendo la puerta.

—Espera, yo te acompaño —dijo.

—No te preocupes. Sé quién es. Hasta mañana, me recoges a las ocho y treinta, conozco un
restaurante que tiene un chile fantástico.

—Genial, me encanta —dijo alegremente—. ¿Estás segura de que realmente no quieres que te
acompañe a casa?

Church Street era una calle peatonal, los autos no podían circular normalmente excepto para
las entregas, pero Mark lo había ignorado y me habían dejado delante de mi casa.

—No. No lo quiero —le dije en un tono duro.

—Muy bien —dijo asintiendo—. Nos vemos mañana.

Esperé hasta que el auto estuvo lo suficientemente lejos para mirar hacia el techo del edificio.

—¡Raphael!
El vampiro bajó con gracia, su largo cabello rubio flotando a su alrededor. Sus bellas
facciones estaban congeladas y hermosas como un Adonis griego. Vestía un pantalón de lino
blanco, un jersey blanco y un abrigo largo y blanco que le llegaba hasta sus tobillos. Apolo
mismo habría palidecido ante tal perfección. Mi imbecil corazón empezó a latir a gran
velocidad y me mordí el labio para no desmayarme.

—No sabía que también te gustaban los demonios. La guerra está terminada pero, es como
que esa clase de promiscuidad es un poco… sorprendente —dijo en un tono neutral.

—¿De qué hablas?

—Estoy hablando de Mark Feldman, el nuevo profesor de derecho.

—Eso... eso no es posible —me quedé sin aliento como si hubiera corrido un centenar de
metros.

—¿No sabías que era un medio-demonio? —preguntó en un tono condescendiente.

Sentí mi cabeza a punto de explotar.

—Mientes. Lo habría sentido si hubiera sido el caso. ¡Sé que estás mintiendo!

No estaba triste o herida, simplemente molesta. Molesta de que podía estar en lo cierto.

—¿En serio? ¿Y por qué iba a mentir?

Hablaba en voz baja, pero las llamas blancas se balanceaban peligrosamente en sus ojos
claros y algo en mí me hizo tener mucho cuidado.

Por desgracia, estaba demasiado molesta y me daba igual. Necesitaba desahogarme y como
siempre en estos casos, lo pagaba el primero que caía en mis manos.

—No lo sé. El sadismo, por la diversión, los vampiros son...

—... ¿Qué? ¿Los vampiros son qué, Rebecca?

Su tono fue mordaz. Yo estaba tratando de ponerlo malditamente molesto. Desafiar a


Raphael en ese estado habría sido un suicidio. Mi instinto de supervivencia se hizo cargo y
me tomó menos de treinta segundos para calmarme.

—¿Estás hablando en serio?

Yo lo examiné. También se relajó y parecía estar esperando pacientemente a que yo


ordenara mi mente.
—¿Qué crees?

—Obviamente. Además, no veo por qué inventarías una historia así —dije—. El Magister de
Nueva Inglaterra tiene otras cosas que hacer que involucrarse en mis historias del corazón.
Lo siento.

Él me dio una mirada extraña, pero no contestó. De repente me pregunté la razón de su


presencia frente a mi puerta.

—¿Por qué has venido?

Sonrió.

—He venido a darte las gracias. Parece ser que has tenido problemas con dos vampiros
renegados esta noche y te has hecho cargo.

—Ellos son los que lo iniciaron, no yo —dije de inmediato a la defensiva—. Además, solo he
matado a uno de dos, el otro, lo dejé escapar.

—Has sido más generosa que yo —sonrió él.

—¡Lo has matado? —dije sorprendida.

—Rompió las reglas y te atacó.

Dos buenas razones para merecer la pena de muerte, ¿no?

—Si tú lo dices...

Algunos chicos ofrecen flores o chocolates. Raphael, mataba a los vampiros que me
molestaban un poco demasiado de cerca. No sabía si debía encontrarlo lindo o
completamente espeluznante.

—Rebecca, aparte de tu encuentro con los dos idiotas, ¿no hay nada especial?

—Bien sabes que sí. ¿Es por eso qué estás aquí, no?

Él sonrió y asintió.

—Entonces, ¿qué fue eso? Mis informantes no estaban muy seguros de lo que vieron. Parece
que te mueves muy rápido cuando lo deseas.

—Que quieres, no todo el mundo puede volar. De hecho, realmente no podría decirte lo que
era esta cosa. Todo lo que sé es que tiene a Kathryn y Frank.

—Y Tom Cohen —dijo burlándose.


—Y el demonio —le confirmé.

—¿Quieres que organicemos una especie de cacería?

—No. No serviría de nada. De todos modos, tengo algo que él quiere.

—¿Qué?

—Yo —le dije sonriendo.

—¿Trató de raptarte?

Sentí la angustia en su voz, pero estaba seguramente equivocada. A veces mi imaginación me


jugaba trucos como resultado de la fatiga.

—Sí, pero era más difícil de lo que esperaba.

—¿Feldman estaba contigo?

—No. Fui a patrullar sola.

Vi pasar una sombra sobre su rostro brevemente.

—No quiero que corras riesgos, Rebecca —dijo perentoriamente.

Me encogí de hombros con indiferencia.

—He visto otros...

—No fue un consejo, sino una orden.

—Yo no recibo órdenes de ti —le respondí repentinamente irritada.

—Muy bien. Así que seré yo quien te acompañe la próxima vez.

—¿Es una broma? Soy una guerrera, Raphael, yo no necesito un ángel de la guarda.

—Eso es lo que tú dices. No quiero echar sal en la herida, pero voy a señalar que besaste a un
demonio esta noche...

Sí, bueno, entonces, de acuerdo, fui completamente estúpida. Pero no veía en que
concernía.

Raphael…
—¿Fuiste tú quien quería que me encargara de esta investigación, quien se aseguró de que yo
estuviera en este lío y ahora me dices que no soy capaz de resolver el problema sin tu ayuda?
—lancé en tono amargo.

—Exactamente. Lo siento, Rebecca, creo que te he subestimado un poco.

Tenía un rostro serio, pero algo dentro de mí estaba gritando que estaba mintiendo.

—Te voy a decir una cosa: en primer lugar, no tengo la intención de trabajar contigo,
segundo, voy a terminar el trabajo porque no tengo otra opción y en tercer lugar, nunca te
entrometas otra vez en mi vida privada. ¿Queda claro?

—Claro como el cristal. Espero que pongas tanta energía para encontrar a los secuestradores
como has puesto para lanzarte a la cama del demonio.

Traté de darle una bofetada, pero él cogió mi brazo en el aire y me atrajo hacia su pecho.

—Tú has estado esperando diez años, ¿por qué él?

Me miró con sus hermosos ojos y me sumergí en ellos como una luciérnaga en una farola.

—¿Cómo sabes que no lo hice... en diez años?

Él sonrió y yo comprendí.

—Tú leíste mi mente cuando se mezclaron nuestros poderes, ¿no?

—No fue mi intención.

—Oh, mierda, no me importa —le dije con cansancio—. Tengo cosas más urgentes que hacer
por el momento que discutir contigo.

—Es una pena. Me encanta tener a alguien que discuta conmigo. Nadie más se atreve a
contradecirme. Creo que es... refrescante.

Y yo más bien angustioso. ¿Qué clase de persona es demasiado megalómana o bastante


peligrosa para que nadie tenga el valor de contradecir o desafiar su autoridad?

—Bueno, si quieres podemos hacerlo de nuevo más tarde. Primero tengo que ver a tu novia.

—¿Mi novia? —dijo con un aire de desconcierto.

—Bueno, supongo que tienes muchas, pero la que me interesa es la que vive contigo. Su
nombre es Hope.

—Ya veo —dijo mirándome durante un rato—. ¿Quién te dijo eso?


—No importa eso.

—¿Estás celosa y tienes la intención de retarla a duelo? —dijo burlonamente.

—Raphael. Son las dos de la mañana, estoy cansada y de muy mal humor, así que...

—Muy bien, dulzura.

Agarró mis caderas, me apretó en su contra y nos elevamos rápidamente en el aire.

—¿Qué estás haciendo? —dije con un castañeteo de dientes.

—¿Quieres hablar con Hope?, yo te llevaré a verla.

El viento era frío y cerré los ojos para no gritar de miedo.

—Prefiero ir en auto —gemí al poner mi cabeza en el hueco de su hombro.

—Lo siento, no sabía que te sentías mareada —me susurró al oído.

El viento me azotaba la espalda y las luces de la ciudad brillaban unos cien metros por
debajo de mis pies.

—Crees que es ridículo, ¿no?

—No —dijo abrazándome más.

Su cabello volaba sobre mi mejilla. Era suave como la seda y olía a lavanda. Instintivamente
me puse tensa.

—No te voy a soltar, dulzura, te lo prometo.

Eso lo entendí. Era imposible evitarlo estos días. Se podría creer que el universo entero
había conspirado contra mí y trataba de atormentarme.

—¿Qué tengo que hacer para que no me llames así? —suspiré.

—Nada —dijo riendo.


Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Angeles Rangel

na mujer rubia de unos veinte años, de formas muy femeninas y piernas


interminables, se instaló en un taburete alto. Se apoyó en la pared de la cocina
y de cara a Héctor, el mayordomo. Los dos bebiendo un líquido rojo en vasos
altos. Sangre, era lo más probable. No debían estar despiertos durante mucho tiempo, pensé
que era un desayuno tan válido como los huevos, los cereales o las rebanadas de tocino.

Se quedaron en silencio cuando entré en la habitación.

—Hola —dije amablemente.

—Hola señora —dijo Héctor.

La rubia me ignoró abiertamente y Raphael pensó mejor en insistir.

—Hope, quiero presentarte a Rebecca —dijo.

Pero ella aun no había girado la cabeza y continuó bebiendo su brebaje sangriento,
fingiendo ignorar mi presencia.

—A ella le gustaría hablar contigo —dijo Rafael.

Después de unos segundos, finalmente dejó el vaso y me miró con indiferencia de pies a
cabeza con una mueca de desprecio.

—¿En serio?

Se puso de pie y caminó hacia mí. Su andar era elegante y con un balanceo. Ella era sexy
como el infierno y era muy consciente de eso.

—Es una linda humana, Raphael —dijo llegando lo suficientemente cerca de mí para que yo
pueda oler la sangre en su aliento—, espero que compartas.
—¿Compartir? —le pregunté.

—Raphael no nos deja hacer ningún desvío, estamos condenados a beber de esa maldita
sangre rancia, pero hay una excepción a la regla: cuando un ser humano descubre nuestra
existencia, entonces nosotros podemos alimentarnos antes de matarlo.

Sentía la sed de sangre emanar de ella como una corriente irresistible y violenta.

—Es una pequeña flexibilidad que la Junta consideró necesaria, Rebecca —dijo Raphael.

No podía contradecirlo en este punto. El exceso de frustración puede conducir a la


insurrección y crear renegados como los dos vampiros que había conocido antes en la noche.
Entonces, entre la peste y el cólera...

—Ya veo —dije—, salvo que la regla no se aplica en mi caso: yo no soy humana.

—No hay en ti ni energía ni magia —susurró—, por el contrario, tu sangre es pura y me llama
como el néctar más dulce.

Ella tenía razón. La sangre en mis venas no estaba infectada con un gen mutante como los
licántropos o los muteurs y no contenía virus que pudiera volver loco como las potioneuses o
chamanes.

—¿Siempre es tan agradable o tengo derecho a un trato preferencial? —pregunté volviéndome


a Raphael.

—Déjala en paz —ordenó Raphael.

—Ni hablar. Es la ley, tu ley, querido —dijo agarrando mi garganta.

—Raphael...

Mi voz era aguda. Demasiado fuerte para no traicionar mi pánico. No podía matarla, yo
necesitaba esa jodida información. Pero no podía tampoco dejarla que me mordiera sin
reaccionar.

—¿Qué es lo que crees, humana? ¿Que Raphael traicionaría su propia raza para salvarte? No
lo hará porque tu vida no tiene ninguna importancia, no eres nada, nada para él.

El poder del fuego recorría ahora mi piel y se me hacía cada vez más difícil controlarme.

—Te equivocas, Hope —dijo Raphael, la voz neutra y mirada en blanco.

Los ojos Hope fueron de él a mí y luego de mí a él como si siguiera un hilo invisible que nos
uniera el uno al otro.
Una desagradable sonrisa levantó las comisuras de sus labios y el deseo de matar llenó sus
ojos.

—¿Estás realmente dispuesto a matarme para proteger a esta chica, Raphael?

—Si no me dejas otra opción... —dijo.

Abrí mis ojos como platos, sorprendida. Desafortunadamente, ese momento de descuido
me hizo perder el poco control que me quedaba y el poder se derramó sin que pudiera
empujarlo.

—Yo no voy a dejarte ir humana —dijo sacando los dientes y comprimiéndolos en mi


garganta.

De repente la magia estalló y se extendió al vampiro quien se puso a gritar. Raphael la lanzó
lejos de mí, pero ya era demasiado tarde. Un olor a carne quemada invadía ya mis fosas
nasales.

—¡Rebecca! —dijo Raphael fríamente mientras se dirigía rápidamente hacia Hope.

En shock, ella no se movía. No la había reducido a cenizas, pero una buena parte de su cara,
la que había estado en contacto directo con mi piel parecía haberse derretido. Ella estaba
totalmente desfigurada.

Lo fusilé con la mirada.

—¡Habrías podido, habrías debido evitarlo! —escupí con voz ahogada—. ¿Por qué no
interviniste antes?

Raphael no respondió y suavemente tomó la cabeza de Hope y la puso a descansar sobre sus
rodillas.

—¿Por qué no le dijiste que soy una enviada del Directum y que soy una bruja? ¿Por qué
dejaste que las cosas llegaran a este punto? —le dije tratando de no gritar.

Corrí a la puerta para conseguir un poco de aire, para disminuir las náuseas que empecé a
sentir y no oír los gemidos de la mujer vampiro. Héctor se unió a mí y me puso una chaqueta
sobre los hombros. Todavía no me había dado cuenta, pero estaba temblando.

—Gracias —dije mientras me sentaba en el porche.

—Nada de lo que mi amo pudiera decir lo habría cambiado —dijo Héctor suspirando—. Hope
sabía perfectamente quién es usted.

—¿Pero por qué...?


—Por el amo. Quería poner a prueba su afecto por usted. Sabe usted, nada de lo que pasa
aquí o en otra parte se mantiene en secreto por mucho tiempo.

—No lo entiendo.

—Raphael fue particularmente amable con usted. Lo ha desafiado. Y varias veces. En primer
lugar, provocándolo ante el Consejo, después torturando a uno de sus protegidos de Glam’s
y, finalmente, provocando una pelea. Eso hace mucho. Sobre todo para alguien como él.

—¿Quiere decir que el hecho de que aún no me ha matado ha puesto a Hope celosa?

—Sí, eso es exactamente lo que quiero decir.

—Estupendo, solo faltaba eso, —dije.

Pensé que la actitud de Raphael hacia mí era porque me había dado una misión y él estaba
dispuesto a soportarme mientras yo descubriera la verdad. Pero, al parecer, las cosas eran
mucho más complejas de lo que parecían.

—Es usted muy atractiva, señora —dijo Héctor acariciándose la barbilla.

Su gesto me recordó a mi abuelo. También se tocaba la barbilla cuando algo lo intrigaba.

—Para lo que me sirve...

—Y muy poderosa para una especie inferior —dijo mirándome.

—Las especies inferiores, como dice, les han pateado el culo durante siglos.

—Esa es una forma divertida de ver las cosas. Truncada pero divertida.

—Tiene, casi doscientos cincuenta años así que no voy a darte un resumen de sus derrotas.
Probablemente lo sabes mejor que yo.

—Ciertamente, señora —dijo frunciendo el ceño.

Se arrodilló a mi lado y sacó algo de mi cuello.

—¿Qué es?

—Tiene pedazos de piel y carne pegados en su cuello...

Tuve una náusea repentina.

—Me tengo que ir. Tengo que tomar una ducha.


—Yo le ayudaré —dijo él de rodillas junto a mí—. Mire, se quita facil...

Se detuvo de repente y me miró con una mirada extraña.

—Usted está marcada —dijo frunciendo los labios.

—Me tengo que ir —repetí levantándome bruscamente.

Yo estaba muy cabreada. Acababa de escapar de la muerte, había herido gravemente a un


testigo al que se suponía tenía que hacerle preguntas y todavía no tenía pistas serias.

Toda esta investigación se volvía hacia el desastre. Parecía que todas las cosas que hacia,
siempre salían mal.

—Adiós y gracias, Héctor. Espera, toma tu chaqueta —le dije entregándole la prenda.

—No. Manténgalo, algo me dice que la veré pronto...

Me saludó cortésmente y luego desapareció.

Raphael me alcanzó al cabo de unos segundos.

—Te llevaré a casa —dijo.

—No es necesario, quiero caminar.

—¿Qué necesitabas? ¿Por qué querías hablar con Hope?

—Necesito la lista de clientes del Brooklyn. Sobre todo necesito especialmente la dirección
de una pareja llamados Max y Debby. Y luego, cuando esté recuperada, pregúntale lo que
sabe acerca de un hombre llamado Quentin, que tiene más de treinta años es moreno y
bastante bien parecido.

—¿Ese es el hombre que acompañó a Kathryn al club? ¿El que pagó a Dzung para que
echara la poción en las copas de Kathryn y Frank?

—Sí. Al parecer, Max y Debby lo conocen y como son asiduos al Brooklyn...

—Lo entiendo, yo me encargo.

Ya me iba, cuando la pregunta que seguía trotando por mi cabeza desde hace un rato se
escapó de mi boca.

—¿Puedes explicarme por qué ella no se incendió? —le pregunté intrigada.


—Es de mi línea, fui yo quien la hizo. Mi sangre es demasiado fuerte para que destruyas a
uno de los míos tan fácilmente.

Era bueno saberlo. Si a un elemento tan poderoso como el fuego le era difícil de superar a
un vampiro joven de doscientos años, nada podría destruir a su creador.

—Déjame acompañarte. Tomaremos el auto esta vez.

—No, ya te lo dije, quiero caminar —le dije secamente.

Sus ojos examinaron mi cara y al parecer lo que encontró no lo dejó satisfecho, ya un atisbo
de preocupación brilló en sus ojos.

—Hope no es mi novia —suspiró.

—Novia, amante, me importa un soberano comino. Se supone que debes dirigir a tu clan,
¿no? ¡Pues bien, déjame decirte que estás haciendo un trabajo de mierda!

—Verdaderamente eres una pequeña perra arrogante y vengativa —dijo en francés.

—Y tu un gran estupido creído. ¡Ves, los dos somos iguales! —dije en mi lengua materna.

Me alejé rápidamente de la enorme mansión en dirección a la verja. Los vampiros se


escondían y sus ojos me siguieron. Los guardaespaldas de Raphael, probablemente. Mientras
se mantuvieran a distancia, no tendría nada que objetar.

Apenas salí de la propiedad, vi los faros de un auto que circulaba lentamente detrás de mí.
Me volví. Era un jeep último modelo. Se acercó a mi nivel y el conductor bajó la ventanilla.

—¿Y a mi, me permites que te acompañe a casa?

Tardé unos segundos en reconocer a Bruce el hombre lobo que trabajaba como barman de
la discoteca. Llevaba un suéter gris y me di cuenta de que llevaba un reloj de oro, un Cartier
de por lo menos veinte mil dólares. Ahora parecía mucho más en su sitio en su auto de lujo
con todas las opciones que detrás de una barra de bar para servir a humanos.

—¿Has ganado la lotería? —Sonreí.

—No —dijo y me lanzó una mirada divertida.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Espiándote.

—¿No te vieron los vampiros?


—Soy demasiado listo para eso.

Sí. Malditamente listo y talentoso. Los vampiros tenían una audición casi tan buena como la
de los lobos.

—Gordon me echó la bronca por haberte dejado venir a ver a Hope sola —añadió en tono de
broma—. Él la encuentra un poco demasiado... impredecible.

—Es un buen psicólogo...

—Sí, pero no le habría impedido sorprenderse por lo que acabo de oír. Os veis bastante
íntimos, tú y Raphael —dijo en un tono lleno de insinuaciones.

Oh, no va a volver a empezar...

—Si consideras que gastar tu tiempo discutiendo con alguien significa que dos extraños son
íntimos, entonces sí, lo somos —le respondí con amargura.

—Créeme, cuando se le conoce, la escena de la que acabo de ser testigo parece totalmente
surrealista —dijo—. Muy bien, entonces, ¿te llevo a tu casa?

—De acuerdo —dije subiendo rápidamente en el Jeep.

—De hecho, tengo la información que querías —dijo mirándome dejarme caer en su asiento
de cuero color crema.

—¿Tienes la dirección de Max y Debby? —dije sorprendida.

—Sí. Fui a dar una vuelta por la oficina del director y rebusqué un poco.

Me entregó un pedazo de papel que agarré e inmediatamente lo metí en el bolsillo de mis


jeans.

—Deberías haberme dicho que podías conseguirlo, me habría evitado el desastre de esta
noche —le dije en tono de reproche.

—Tal vez, pero habría sido mucho menos divertido.

—¿En serio? Porque tu lo encontraste divertido, ¿no? —le pregunté cogiendo una caja de
chicles colocado en la guantera.

—Oh, sí. Ver al terrible Raphael conseguir una bronca de una joven y bonita bruja es, con
mucho, el espectáculo más divertido al que he podido asistir en estos últimos tiempos.

Sonrió, encendió la radio y dijo sonriendo:


—Sí además de hacerme reír, te gusta el jazz, yo definitivamente te ofrezco mi corazón,
preciosa...

—Olvídalo, estoy completa —le susurré sintiendo el sueño viniendo por mí.

—Es una lástima...

—¿Puedes aumentar ligeramente el calor? —dije bostezando mientras me empujaba más


profundamente en mi asiento.

—Si te quedas dormida antes de darme tu dirección, voy a tener que llevarte a mi casa,
Rebecca —dijo con voz divertida.

—¿Entonces es así como lo haces? ¿Atraes a las pobres mujeres borrachas o medio
dormidas a tu casa y abusas de ellas salvajemente?

—Siempre que puedo —dijo con una sonrisa que desmentía sus afirmaciones.

—87 Church Street, Burlington —le dije cerrando los ojos.

Un segundo más tarde, me caí en los brazos de Morfeo.


Traducido por Mr. Andrew
Corregido por Angeles Rangel

la mañana siguiente, me desperté con la cabeza pesada y un poco turbia. Había


dormido sólo cuatro miserables horas y me sentía demasiado drenada como
para estar perfecta. Últimamente, he tenido que renunciar a mis hábitos y mi
rutina diaria se incrementó considerablemente.

El trabajo, mi hija, la investigación y mi vida amorosa, esto comenzaba a pesar demasiado.


Afortunadamente, tomé un termo de café, con objeto de animarme, y estaba en la tercera
taza cuando por fin pude ver volver a casa los amigos de Quentin.

Debby tenía alrededor de unos cincuenta años, unos pantalones de cuero negro abrazaban su
culo rellenito. Tenía alrededor de su cuello una cadena de oro que valorizaba su escote. El
hombre que la acompañaba a su casa estaba casi calvo. Llevaba una camisa de manga corta
ligeramente manchada delante que dejaba ver sus brazos flacos y casi escuálidos.

—¿Sra. Morgan? —dije acercándome a ella.

Ella introdujo la llave en la cerradura y entró con su horrible pequeño compañero en la casa
antes de que pudiera llegar a ellos.

—¿Sra. Morgan? —dije delante de la puerta.

Llamé. No hubo respuesta. Ellos comenzaban a molestarme en serio. Puse mi mano en la


puerta y usé un conjuro de apertura para entrar en la casa.

—¿Qué está haciendo aquí? ¿Cómo entro? —preguntó Debby viéndome avanzar por la
entrada.

—La puerta estaba abierta —dije mostrando un aire inocente.

—Bueno, le pido que se vaya, señorita —dijo con voz baja, rota por el tabaco.
Ella rascaba nerviosamente sus brazos regordetes con sus uñas pintadas.

—Lo siento, pero realmente necesito hablar con usted —dije con voz firme.

—¿Max? ¿Puedes venir un momento?

Ella torcía los labios mirándome con exasperación. Si contaba con que su mequetrefe me
fuera a sacar, estaría muy decepcionada.

—¿Qué quieres? —dijo mirándome, con ojos lujuriosos.

—Esta chica no quiere entender que debe irse, le puedes explicar, ¿por favor?

Bueno. Este rollo ya estaba durando demasiado.

—Escúchame, gilipollas —dije tomando mi Beretta y apuntándole—, te acercas y te disparo en


las pelotas, ¿entiendes?

Debby me miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—Tú, perra, pon tu gordo culo flácido en el sofá para que podamos hablar tranquilamente los
tres.

Sí, lo sé, tengo un vocabulario de carretero...

—No lo entiendo, ya le hemos pagado —dijo con voz temblorosa.

—No sé por quién me tomas pero no me importa lo mas mínimo. Estoy aquí porque quiero
que me habléis de un amigo vuestro, un hombre llamado Quentin.

Ellos intercambiaron una mirada furtiva y Debby asintió.

—Conozco apenas a ese tipo. Nos conocimos en un bar y salimos dos o tres veces los tres
juntos, eso es todo.

—¿Sabéis dónde vive?

—No —dijo Max un poco demasiado rápido.

Los residentes de Burlington definitivamente no eran muy cooperativos. Sean humanos o


no. De todos modos, sabía adaptarme.

—Es una lástima...

Tomé una botella de mi bolsillo y se lo entregué.


—Bebe esto.

—¿Qué es?

—Bebe, te digo —le dije apuntando mi arma a su corazón.

Debby pretendió levantarse, pero la abofeteé violentamente con la mano libre y de


inmediato volvió a caer sobre los cojines.

—¿Pero está loca? —gritó Max.

—Cállate y haz lo que te pedí antes de que antes de que mate a tu noviecita —le dije en tono
neutral.

Cerró los ojos y tragó el contenido del frasco, haciendo una mueca.

—Muy bien. Pronto, vas a padecer de diarrea verbal. No trates de luchar, sufrirás inútilmente.

Eché una rápida mirada a mi reloj. La poción no debería tomar más de uno o dos minutos
antes de hacer efecto.

—Bien. Así que, ¿sabes dónde vive Quentin?

Max tenía problemas para tragar. Sus ojos se humedecieron, pero finalmente abrió su boca.

—Sí. 206 Lexington Lane.

—¿Cuál es su apellido?

—Growley.

—Bueno, eso no fue complicado, ¿ves?

Vamos, cuéntame un poco de Quentin Growley.

—Quería pasar un buen rato y como no conocía a nadie en esta ciudad, salía con nosotros.
¡Es un tío guapo, dese cuenta, y generoso! Nos ofreció copas y pagó en los clubs. Entonces,
para darle las gracias, le presentábamos a toda la gente que conocemos y decíamos que era
un primo que vino a hacernos una visita.

—¿Por qué mentir?

—Bueno, él dijo que la gente desconfiaba de los extranjeros y quería mezclarse con el
paisaje...
Fue muy listo. El Directum vigilaba de cerca a los extranjeros que desembarcaban en el
territorio y permanecían más de unos pocos días. Caminar con la pareja conocida en toda la
ciudad y haciéndose pasar por uno de sus parientes humanos era una excelente cobertura.

—¿A quién le presentaste?

—Chicas, chicos, un poco de todo.

—¿Conocéis a Kathryn Germann y Franck Wikman?

—Kathryn y Franck, sí. Ella, trabaja en la tienda de ropa del centro, donde se viste Debby.

—¿La presentaste a Quentin?

—Sí, y a Franck también. Era todo un festero, deberías haber visto el número de chicas que
se hacia. Lo cruzábamos en el club todo el tiempo, su cosa, eran las pequeñas estudiantes
híper curvilíneas.

Sí: la libido gobierna siempre a los licántropos...

—¿Cuánto tiempo hace de ese encuentro?

—No lo sé, cerca de un mes...

La poción hacia pleno efecto ahora. Sus ojos estaban dilatados y las palabras salían de su
boca, naturalmente.

—¿Alguna vez has ido a casa de Quentin?

—Sí.

Su compañera le dio una mirada sorprendida.

—Una noche me pidió que fuera a buscarlo.

—¿Vive solo?

—No lo sé. Ya estaba fuera cuando llegué.

—¿Lo viste con otras personas? ¿Personas que no conoces?

—Sí, un día, lo vi discutir con un tipo, una especie de coloso, cuando estábamos en el
Brooklyn.

—¿Tienes que volver a verlo pronto? ¿Habéis concertado una cita?


—No. Dijo que regresaba a su ciudad natal para retomar su trabajo.

—¿Supongo que tienes su número de teléfono?

Él asintió y se sacó el portátil que llevaba en el bolsillo. Rápidamente memoricé el número


del repertorio, y después lo borré.

—¿Debby? —dije señalando mi arma.

—Lo anoté en el cuaderno junto al teléfono.

Asentí lentamente.

—¿Le habéis prestado algo de ropa o tenéis una prenda que haya usado Quentin? ¿Incluso
por un corto período de tiempo?

—No.

—Gracias por esta pequeña charla y tu cooperación, Max —le dije sonriendo.

—¿Y ahora qué? ¿Usted... se va a ir? —preguntó Debby con un hilo de voz.

Sí, ¿y ahora qué? Podría matarlos y hacer pasar su muerte como un suicidio o un accidente,
pero para ser francamente honesta, realmente no tenia ganas.

Después de todo, estos dos perdedores no eran conscientes de las intenciones de Quentin y
aunque no se habían hecho muchas preguntas sobre él, no merecían la pena de muerte.

Al menos no para mis estándares. Pero tenía que encontrar una solución para evitar que
llamaran a la policía o previnieran a Quentin cuanto me diera la vuelta. Después de unos
segundos de vacilación entre las opciones radicales y más suaves, decidí lanzar un hechizo de
olvido. Ese tipo de hechizo para principiantes generalmente funcionaba sólo con humanos y
las mentes débiles y afortunadamente para ellos, Max y Debby eran ambos.

—Max, Debby, mírenme.

Cuando crucé el descansillo unos minutos más tarde, habían olvidado casi toda la mañana.
Traducido por Mr. Andrew
Corregido por Angeles Rangel

a información que Max me había dado de Quentin Growley no me había


permitido saber si ese cabrón vivía solo o no. Y como no quería correr el riesgo
de caer en una horda de amigos de él —o peor, en el monstruo que me había
atacado— y verlo escapar de mí, decidí conseguir refuerzos y recoger a Beth en la
universidad. Esa mañana, ella tenía que dar una conferencia sobre La influencia de la
naturaleza en la literatura americana prevista desde hacia tres meses.

Los estudiantes, algunos de sus colegas, algunos expertos y miembros de la junta directiva de
la universidad habían venido especialmente para la ocasión. Era el tipo de eventos que
difícilmente podría posponerse. Al menos, no si quería evitar enojar a toda esta gente. Y
Beth no era de las que descuidan su carrera y reputación impecable.

Ya era casi la una de la tarde cuando entré en el anfiteatro que servía para las recepciones.
Solo me tomó unos segundos encontrar a Beth, hermosa y elegante con un traje negro de
Chanel, recibiendo felicitaciones de un septuagenario de hermosa melena blanca y traje de
corte impecable.

—Hola, Rebecca —dijo al verme llegar.

Una pequeña arruga se formó entre las cejas y entendí en su mirada de desaprobación que
había un problema.

—Hola —dije amablemente.

—Profesor Thomson, le presento a la Srta. Kean, nuestra profesora de Literatura Francesa.

Sus ojos desiguales, uno marrón y otro verde, le daban un aspecto extraño, casi hipnótico. El
resto de su cuerpo, con la mandíbula cuadrada, puente nasal ancho, cejas pobladas, estaba
lejos de ser trivial, pero fui incapaz de decir si esto era una buena o una mala cosa.
—Encantado, señorita. ¿Quiere que pida que le sujeten su... er... cazadora? —preguntó
cortésmente extendiendo el brazo hacia mi espalda.

—No se preocupe, profesor, la Srta. Kean no se quedará. Simplemente tenía que traerme las
llaves de mi oficina.

Vale. Lo entendí. Mi atuendo —pantalones vaqueros, sweater, zapatillas de deporte y


cortavientos— no era francamente apropiado para la ocasión, pero no tenía tiempo para
cambiarme ni hacer vida social.

—Efectivamente, hoy no doy curso y simplemente he venido a dejar unos documentos, —le
dije sonriendo.

—Oh, ¿puede una joven como usted, Srta. Kean, dar a un anciano unos minutos de su
encantadora compañía? ¿Quiere una copa de champán? —dijo haciendo un gesto avisando al
camarero que de inmediato vino con su bandeja.

—Uh... bueno, está bien, pero rápidamente. Lo siento, pero no puedo entretenerme. Tengo
una cita muy urgente —dije en tono insistente mirando fijo a Beth.

—El profesor Thomson es un genetista y un fabuloso investigador —dijo con admiración—.


Estaba tan sorprendida al saber de su presencia en nuestros muros que no puedo creerlo.

Si seguía haciendo zalamerías en lugar de seguirme, la estrangularía.

—¿Un genetista? ¿Y también interesado en la literatura? —le pregunté en tono educado pero
tirante de la impaciencia.

—Sí. También es una de mis aficiones, pero a diferencia de la Sra. Mattison, soy solo un
diletante en esa área —dijo sonriendo.

Beth se ruborizó y no pude evitar un suspiro de exasperación.

—Me halaga usted, profesor y especialmente es demasiado modesto. Leí algunos de sus
trabajos sobre la ética y la genética que estaban más relacionados con la filosofía que con la
ciencia.

—Sí. Verá, la genética es para mí la única respuesta que podemos dar a la muerte porque ella
concierne al infante, aquel por el cual continuamos viviendo y es metafísica porque se refiere
a los secretos de la vida —dijo.

Esta vez, no aguantaba más...

—Lo siento, pero tengo que dejarle —los interrumpí con tono de contrición fingida.
—Oh, es una pena, ni siquiera hemos llegado a conocernos —dijo el viejo profesor con una
sonrisa encantadora.

No sé por qué, pero conocer a un genio científico aparecía en la posición 9000 de mi lista de
cosas que hacer antes de morir...

—No pasa nada, Beth tomará una cita para que almorcemos los tres —le dije dejando mi copa
de champagne.

—Eso sería perfecto —dijo y me entregó una tarjeta de visita—. Cuento con usted, Srta. Kean.
En definitiva, insisto.

—No hay problema —dije deslizando su tarjeta en mi bolsillo.

—¡Rebecca, espera! Quiero comprobar contigo los documentos que has traído.

Ah, por fin, se despertó. Ya era hora.

Se volvió hacia el profesor Thomson.

—Lo siento, profesor, pero es absolutamente necesario recuperar estos archivos antes de que
la Srta. Kean desaparezca. ¿Puedo abandonarlo un momento?

—Pero, por supuesto, querida. Vaya pues, por favor. Voy al buffet —dijo con voz grave y
cálida.

—Lo llamaré mañana para arreglar nuestro almuerzo, según lo acordado —aclaró.

—Sí, sería perfecto. Ya sabe, me quedo hasta el final de la semana.

—Pues bien entonces, lo haremos rápidamente, lo prometo.

—Te voy a matar —le murmuré a Beth mientras caminábamos hacia su oficina ubicada en el
ala principal de la Facultad de Letras.

—Más bien yo debería matarte —dijo alzando las cejas—. No tienes sentido del decoro y
ninguna educación. Brookman y Jones, dos de los miembros más influyentes de la junta, te
fulminaban con la mirada. Ya no eres una niña, Rebecca, sino una profesora universitaria y
no deberías tener el descaro para vestir en una recepción como...

—... ¿cómo qué? ¿Como alguien que tiene que llevar ropa suficientemente practica para
lucha, ocultar una funda y salvar tu culito de los malos cuando es necesario?

—Nunca haces un compromiso, ¿no? ¿Te costaría mucho hacer un esfuerzo durante unos
minutos? ¿Incluido este hombre adorable? Siempre tendremos emergencias a causa de lo
que somos, Rebecca, pero no olvides que también tenemos que vivir con humanos y de
acuerdo a sus reglas.

Ahí, se anotaba un punto. Se las arregló para equilibrar su vida social y su carrera humana
con su posición Raani dentro de la manada y su trabajo para el Directum. ¿Por qué no me
las arreglaba para hacer todo eso?

—De acuerdo. Si no hay otra cosa que pueda hacerte feliz, te prometo que la próxima vez
haré un esfuerzo —le dije secamente.

Ahora estábamos en su oficina. Sin duda era más grande y mucho más ordenada que la mía.
Ella tenía un armario empotrado y un pequeño sofá de tela color marrón brillante precioso.

—Sé que no es fácil, Rebecca, y que no has tenido mi suerte, pero si hay alguien que puede
adaptarse a todo y ser lo suficientemente pragmático para encontrar interés, eres tú —me dijo
en voz baja colgando su traje en una percha.

Beth provenía de una comunidad de intelectuales muy próspera.

Sus padres, licántropos, le habían dado la estabilidad afectiva y el pulimento necesario para
moverse en mundos diametralmente opuestos y sentirse a gusto. Yo no había conocido más
que la guerra y la dureza de una educación espartana. Pero no era una excusa.

—Ya que has decidido permanecer aquí, tienes que dejar de actuar como una salvaje y
desarrollar una relación con los humano, comenzando con tus estudiantes —añadió sacando
un chándal verde en perfecto acorde con el rojo encendido de su cabello.

—Oh, ellos no tendrían nada en contra. Sobre todo los chicos —dije sarcásticamente.

Ella puso mala cara y me miró con sus increíbles ojos negros.

—Ah, sí, se me olvidaba, es cierto que casi teneis la misma edad...

—¿Eso es todo? ¿Estás lista? ¡Porque lo que realmente necesitamos es que te des prisa!

—Está bien, está bien... Así que, ¿a dónde vamos?

—A casa de Quentin Growley —le dije con una sonrisa triunfante.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —dijo corriendo fuera de la oficina.

—Oh, no quería echar a perder tu sermoncito —le dije siguiendo sus pasos.

Corrimos hasta su auto y entramos tan pronto como pudimos en el mini-coupé.


—La próxima vez, me dices que me calle y me tiras del cabello hasta que te escuche —dijo ella
girando la llave de contacto.

—¿Qué? ¿Quieres privarme de tu discurso y tus amonestaciones pontificas? De ninguna


manera —le dije riendo a carcajadas.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por LadyPandora

a calle estaba muy bien cuidada. Las casas de madera con persianas y puertas
blancas, perfectamente alineadas. Una franja de césped cuidadosamente segada
separaba las aceras de la carretera. Era una pequeña zona residencial típica de la
región. De buen gusto y sin complicaciones. Me detuve en el 256 de Wesly Road.

—Es aquí —dije señalando la casa de madera blanca y con persianas cerradas.

—Voy por detrás, será más discreto —dijo dirigiéndome una sonrisa lobuna.

La vi desaparecer mientras yo subía rápidamente las escaleras del porche. Cuando di vuelta a
la manija de la puerta, no hubo resistencia. Entré directamente a la sala de estar. Repasé
rápidamente el lugar.

Una pequeña habitación a la derecha, la cocina a la izquierda y una escalera en la parte


trasera de la sala. El mobiliario era feo, pero funcional. Ni fotos ni artículos personales. Nada
que pudiera indicar la presencia de alguien o dar alguna pista sobre su personalidad.

—¿Qué está haciendo aquí? —dijo un hombre fuerte con su Browning apuntando en mi
dirección.

Tenía el pelo rubio y corto. Su estatura era excesivamente desarrollada y bíceps prominentes.
Lo ubiqué de inmediato en la categoría mercenario o antiguo militar.

—Busco a Quentin. Y usted, ¿quién es usted?

Un ligero temblor sacudió su labio superior.

—Aquí no hay nadie con ese nombre.

Al ver la mochila, llena, colocada en el suelo, supe que él estaba a punto de salir de la ciudad
de forma definitiva.
—Usted está en una propiedad privada, estaría en mi derecho si decidiera dispararle,
entonces lárguese inmediatamente, —dijo con arrogancia.

—Es la segunda vez que me dicen hoy que no soy bienvenida, voy a terminar ofendiéndome
si eso continúa, —respondí con un aire un falsamente inocente.

Una ola de poder había llenado la habitación, pero el hombre no podía sentirlo. No más de
lo que podía oír al depredador sigiloso que estaba detrás de él. Un torrente de energía dejó
mis manos y con violencia golpeó al hombre. El dolor pasó a través de su cuerpo,
paralizándolo por completo.

—Dame el arma —le dije quitándosela.

Abrió la boca para insultarme, pero sólo salió un gorgoteo.

Sonreí y acerqué mis labios a los suyos. El hechizo del dolor se deslizó en su boca y
comenzó a temblar.

—Creo que voy a divertirme mucho jugando contigo —dije sonriendo.

Entonces miré a Beth y señalé con un tono feliz, casi juguetón:

—Extiende al caballero en el suelo, por favor.

Mientras que ella posaba sus grandes patas peludas y tumbaba al hombre, de repente sentí la
presencia extranjera y humana.

—¡¡¡Beth!!! —grité mientras una serie de balas pasaba a pocos centímetros de su hocico.

Miré hacia arriba y vi a un hombre moreno, delgado, con rostro juvenil y traje de marca.
Estaba en la parte superior de las escaleras y llevaba un fusil. Le envié una bola energía de
baja intensidad que lo arrojó por las escaleras.

—Hace mucho que te buscaba, Quentin —le susurré al oído con un cuchillo en la garganta.

—¿Qué quieres? —dijo con voz temblorosa.

Él no tenia nada de un mercenario, era un joven gilipollas más lindo que la media con
grandes necesidades de dinero y talento para seducir a las damas.

—¿Dónde están Franck Wikman, Tom Cohen y Kathryn Germann?

—No los conozco, lo siento.


El problema, cuando eres una mujer, es que los chicos como él no llegan a tomarte en
serio...

—Ah, ¿no los conoces?

—No, se lo acabo de decir. ¡Yo no conozco a esa gente!

Evitaba generalmente usar mi poder sobre los seres humanos, sobre todo cuando quería
entrevistarlos, porque me sucedía a veces de matarlos antes de que pudieran abrir la boca.
En cuanto a la otra opción, la opción natural, la tortura física básica, tomaba tiempo y yo no
estaba segura de que no nos disturbarían.

—No tienes ni idea de la trampa en la que os habéis metido, tú y tu amigo, pero ya que
necesitas subtítulos, voy a explicártelo —indiqué plantando mis ojos de hielo en los suyos.

Me volví hacia Beth. Su hocico abierto mostraba una impresionante hilera de dientes.

—Zámpatelo —ordené fríamente.

La loba estaba aun encima del mercenario rubio. Él estaba completamente inmóvil y parecía
incrédulo.

—¿Es una broma? —dijo con voz átona.

—No.

Beth era un hombre lobo y los hombres lobo estaban acostumbrados a devorar los cadáveres
de sus enemigos después de matarlos. Era una especie de ritual metafísico, una manera de
capturar la fuerza y el poder de sus oponentes —y tenía la gran ventaja de eliminar pruebas
incriminatorias—.

—Eres un pedazo de carnaza para mi compañera —añadí desprovista de cualquier emoción


en la voz.

Beth dio un gruñido de desaprobación, pero sus colmillos se clavaron en la carne humana y
comenzó a masticar con sonido de fondo, los gritos de dolor y horror de su víctima.

Una máscara de terror se formó en la cara de Quentin Growley.

—Bueno, entonces, ¿estás de acuerdo en cooperar ahora? —pregunté dirigiéndole a él mi


sonrisa más malvada.

Asintió y dijo, para mi sorpresa, con voz temblorosa:

—¿Es usted? ¿Usted es la asesina que enviaron? ¿El que ellos que llaman el Assayim?
Oí un bufido a través de los gritos y sonidos de huesos rotos. Beth se reía. —Ella iba a
continuar burlándose durante mucho tiempo con esta historia de Assayim—.

—¿Quién te habló de mí? —respondí con estoicismo.

—Nuestro jefe. Dijo que estabas buscándonos y que tenía que salir de la ciudad hoy. Pero
nunca pensamos que fueras una mujer —dijo tragando saliva.

Nuestros enemigos estaban bien informados, muy bien informado para que no representara
un problema real. Pero empujé mis preocupaciones para más tarde.

—Muy bien, entonces, dímelo todo, desde el principio. Busco a Kathryn Germann, a Franck
Wikman y a Tom Cohen.

Tragó saliva y dijo con voz temblorosa:

—No sé dónde fueron llevados, lo juro. Yo era responsable de darles la poción para reducir
su poder, eso es todo.

Me quedé mirándolo. Con sus labios carnosos, sus ojos almendrados y pómulos altos, no era
mal parecido, pero para el resto la madre naturaleza había sido un poco mezquina o
distraída. Su cerebro no fue suministrado con las piezas adecuadas.

Negué con la cabeza.

—Empiezas mal...

—No, te lo juro —se quejó inmediatamente.

Miré hacia arriba. El rubio alto acababa de dejar de gritar. Venia de morir de una
hemorragia, del miedo o del dolor, no lo sabía. Y no me importaba lo mas mínimo. No
parecía molestar a Beth quien continuaba pacíficamente a descuartizarlo. Mejor. Sería
siempre un cadáver menos que transportar.

—¿Para quién trabajas?

—No lo sé. Nos dan las órdenes y simplemente hacemos el trabajo. Todo lo que puedo decir
es que el cliente es el Sr. Willow. Al principio, cuando se contactó con nosotros, lo tomamos
por un loco, con sus historias de hombres lobo, vampiros y brujas, pero después...

—… después has descubierto que era verdad.

—Sí —asintió.

—¿Cómo supiste que Kathryn, Frank y Tom no eran humanos?


—No lo sabía, es el cliente quien nos dio sus tres historiales. Yo me serví de Debby y Max
Colman para acercarme a Kathryn primero. No queríamos que desconfiara. Una tarde,
acompañé a Debby a la tienda de ropa donde Kathryn trabaja, ella nos presentó y listo.

—¿Listo qué?

—Bueno, le gusté —dijo con un dejo de arrogancia.

Lo miré y dejé que mi desprecio se reflejara en mis ojos.

—Y entonces, una noche, Max me presentó a Frank —dijo en un tono mucho más humilde.

—¿Y en cuanto a Tom Cohen?

—Kathryn jugaba al bridge con él la noche del viernes. Simpaticé con él y me invitaron a
unirme a sus partidas.

Maldición... y decir que ni siquiera sabía que había un vínculo entre estos dos...

—¿Cómo te comunicas con tu jefe?

—Con los teléfonos desechables, pero ahora se acabó.

—¿Aún tienes su número?

—Si usted quiere, pero es inútil, ya no podemos ponernos en contacto con él. Ya lo he
intentado —dijo con una mueca.

Le di mi sonrisa más inquietante y empezó a palidecer.

—¿Por qué razón Kathryn te ha llevado al Glam a ti, un humano?

—Yo... yo nunca he estado allí... No sé de que habla.

—,,, Deja de mentir.

Le envié una ligera descarga de energía pero él ni se inmutó. Y de repente me di cuenta de


que algo no era normal. Probé su energía y encontré algo inusual. Quentin estaba mintiendo.
Él mintió desde el principio.

—¿A quién perteneces?

—¿De qué me está hablando?

—¿Quién es tu amo?
Tragó saliva.

—No te muevas —le dije abriendo la hebilla del cinturón de los pantalones.

A fuerza de desnudar a los hombres que torturaba, iba a terminar ganándome una
reputación de sádica perversa y me sería difícil oponer a las malas lenguas una defensa
creíble.

Después de haber bajado sus pantalones y manipulado sus calzoncillos bajo su mirada
indignada, por fin encontré lo que estaba buscando: dos agujeros en la ingle.

—Repito mi pregunta, ¿quién es tu amo?

Quentin estaba relacionado por la sangre con un vampiro o al menos le servía como comida
ambulante y probablemente de juguete sexual. El vampiro no lo había marcado como pareja,
porque no llevaba un tatuaje, pero lo había convertido en un esclavo y condenado a una
muerte segura. Tener un siervo humano fue proscrito por los Mortefilis durante casi dos
siglos y castigado con la pena de muerte y el castigo valía tanto para el amo como para el
humano que había descarriado.

—Vete a la mierda —dijo con voz temblorosa.

Un poco de sangre de vampiro corría por sus venas, pero no lo suficiente para protegerlo del
dolor. Y mucho menos de mí.

—No eres un mercenario, ningún desconocido se ha puesto en contacto contigo por teléfono
y todo esto es una comedia que has creado para cubrir tus huellas. ¿Estas seguro de que no
quieres decirme algo antes de que empiece a tomar en serio tu caso?

—La matará, usted ya está muerta —dijo con un tono que quería ser amenazador.

—Cariño, sea quien sea tu amo, lo encontraré y lo mataré porque es mi trabajo y me encanta
—respondí con voz furiosa.

Apenas acabé la frase, cuando de pronto empezó a gritar.

Me tomó un segundo darme cuenta de que mi energía se derramaba sobre él como un


torrente de lava. Y todo esto sin que yo siquiera tuviera tiempo para invocarla o dosificarla.

—¡Mierda! —dije levantándome bruscamente.

Beth me echó una mirada de incomprensión.

—No puedo continuar —dije con tono de disgusto.


Cada vez me era más difícil de contener la energía y mi piel me picoteaba. Tenía que
calmarme y rápido. No quería matarlo antes de obtener todas las respuestas.

—Levántate —le dije a Quentin quien convulsionaba, dándome una mirada aterrorizada.

Miedo rezumaba por todos los poros de su piel y fue suficiente. Últimamente, mi magia se
volvía cada vez más impredecible y poderosa, señal de que la cazadora estaba saliendo a la
superficie lentamente. Si continuaba sufriendo el estrés y la contrariedad, el instinto se haría
cargo y eso sería la catástrofe.

—¿Beth? ¿Has terminado? ¿Podemos irnos? —dije con voz tensa mirando hacia ella.

El cuerpo del mercenario ya había desaparecido totalmente —a los hombres lobo les
gustaban especialmente los huesos y la fuerza de sus mandíbulas fácilmente les permitían
estas pequeñas fantasías culinarias—. Ella gruñó y terminó de lamer los restos de sangre que
se pegaba a su pelo.

—¿Vas a estar bien? —dije preocupada.

Después de todo, yo le pedí que devorara a un ser humano vivo, era la primera vez para
ella...

—No te preocupes —me dijo volviendo a su forma humana—. Él se lo merecía, era un


enemigo de la manada.

Sí... bueno... si tú lo dices, voy a fingir creerlo.

—Nos lo llevamos —le dije señalando a Quentin quien no se había movido.

—¿Por qué? —preguntó ella frunciendo el ceño.

—Yo no tengo la paciencia suficiente y no quiero correr el riesgo de tener que pedirle al
chamán que interrogue un cadáver.

—Ah —dijo sobriamente.

—Pues sí.

Ayudé a Quentin a levantarse y saqué mi Beretta de mi cartuchera como medida de


precaución, pero yo sabía que era inútil. La mirada del joven se apagó y estaba
completamente congelado por el miedo. Si llamas a la puerta del diablo, un día te arriesgas a
encontrarlo...

—Vamos a llevarlo a casa de Gordon, tengo la idea de que tu Alfa estará encantado de
conocerlo.
Sus ojos se iluminaron de placer.

—Eres muy amable —dijo ella sonriendo.

¿Amable? No estaba segura de que Quentin Growley encontrara el término apropiado...

—Ves a buscar el coche, por favor —le dije lanzándole el chándal que había guardado en mi
mochila.

Rápidamente se lo puso y corrió afuera.

Me volví hacia Quentin y le lancé un hechizo de traba. No podía gritar, hablar y ni siquiera
correr. Pasé mi brazo bajo el suyo y lo acompañé hasta el coche. Beth me ayudó a montarlo
en la parte posterior del mini cooper.

—No tengo tiempo para acompañarte —dije echando una mirada a mi reloj—. Tengo que ir a
preparar la comida para Leo y comprobar que ha hecho los deberes. Dile a Gordon que iré
a interrogarlo a las veintidós horas, una vez que ella esté acostada.

—¿Quieres que me quede con ella esta noche mientras que terminas con el señor? —dijo ella
dirigiéndole una mirada sádica.

—Me tranquilizaría —le dije sonriendo.

—No hay problema, me llevaré un poco de trabajo. De hecho, ¿cómo vas a volver a casa?

Mi apartamento se encontrara a sólo un par de kilómetros, no era para tanto.

—A pie, últimamente he descuidado un poco el entrenamiento.

Ella asintió y arrancó. Miré por un momento el auto alejarse y entonces empecé a correr. No
era cuestión de retrasarme o perder el tiempo. Hacía bastante frío éste principio de mayo,
apenas diez grados y yo llevaba un jersey y una cazadora ligera. La gente que me cruzaba me
miraba con desconcierto. Aquí, ninguna persona cuerda corría por las calles, todo el mundo
prefería ir a correr por el bosque o en las orillas del Lago Champlain. Pero no me
importaba. No me sentía muy cómoda en la naturaleza. Probablemente estaba relacionado
con la infancia y los entrenamientos de supervivencia que nos imponían los Vikaris desde los
cinco años. Las pruebas se llevaban a cabo al aire libre. Se utilizaban principalmente para
eliminar a las más débiles de entre nosotras. Cada semana, algunas regresaban, otras no.
Todo dependía de lo que habíamos tenido que enfrentar, de lo que teníamos que escapar o
de nuestra condición física. A los once años, más de la mitad de mis amigas habían
sucumbido a nuestro “entrenamiento deportivo”. Un eufemismo para describir los actos de
tortura y de barbarie de la que éramos objeto. Desde entonces, prefiero la bicicleta estática a
la de calle y las carreras en medio de autos en lugar de la naturaleza.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por LadyPandora

ueno, creo que voy a cambiarme —dije haciendo mi camino hacia mi


habitación—. Tengo que volver a salir, es Beth quien te cuidará.

—¿A qué hora vendrá? —preguntó Leonora, mientras que rápidamente me


puse un jersey rojo de cuello alto y un pantalón negro y confortable.

—Alrededor de las nueve y media. Pero no puedes esperarla. Quiero que te vayas a la cama
como máximo a las ocho, tienes escuela mañana.

—Ya no soy un bebé —gimió.

Bebé o no, tenía que descansar y dormir por lo menos unas diez horas.

—Bien, entonces este es el programa, haces tu tarea, tomas tu baño y durante ese tiempo yo
voy a preparar mi fabulosa ternera bourguignon. ¿Te parece bien?

Tenía esta receta de mi abuela, a Leo le encantaba.

—¿Y después de comer, todavía puedo esperar?

—Ya te he dicho que no. No me hagas repetirlo.

—Está bien, pero tenía muchas ganas de verla. —Ella suspiró y me dio una mirada de
cachorro.

Mi hija era muy fuerte en ese juego, sabía apiadar o culpabilizar a las personas mejor que
nadie. Y cuando eso no funcionaba, utilizaba medios mucho menos agradables para alcanzar
sus fines. No podía culparla. Saber manejar la frustración me tomó bastante tiempo a mí. Y
yo no estaba segura de haberlo conseguido perfectamente.

Al llegar a casa, me encontré con Leonora instalada delante de unos dibujos animados.
Como un niño normal de su edad. Era algo extraño y reconfortante.
—Hueles a sangre —dijo con los ojos aún pegados a la pantalla.

Eché un vistazo a mi ropa, pero no noté nada especial.

—Aquí —dijo poniéndose de pie y mostrando un signo leve de color marrón oscuro en mis
pantalones vaqueros.

Tragué saliva.

—Oh, sí. He debido cortarme o...

—… no es la tuya, mamá. Ya sabes, no vale la pena mentir. No me importa quien se lesionó a


menos que seas tú o Beth y como la sangre no es ni tuya ni suya...

—¿Tú... quieres decir que tú eres capaz de saber a quién pertenece la sangre seca?

—Sí —dijo encogiéndose de hombros—. Por ejemplo, ésta es humana. Huele muy bien.

¡Ouch! Beth estaba en lo cierto. Tendría que hablar seriamente con ella.

—¿Quieres ayuda para las matemáticas? Tus maestros me han dicho que tienes problemas en
geometría —le pregunté burlonamente.

Ella tomó un aire molesto y sacudió la cabeza.

—Eh... no, no, está bien.

—Bueno —le dije al oír el timbre de mi teléfono—, pero quiero comprobar tu trabajo cuando
lo hayas terminado.

Ella suspiró como si el cielo estuviera cayéndose sobre su cabeza y se fue a su habitación.

—¿Hola? —dije respondiendo.

—Hola, dulzura, tengo la dirección —dijo una voz que podría reconocer entre miles.

Me concentré e hice un encantamiento.

—Hola Raphael, demasiado tarde, ya no la necesito, encontré a Quentin Growley, es un


huésped involuntario de Gordon en este momento.

—¿Por qué sigue vivo?

—No he terminado con él —le dije secamente.

—¿Te ha dicho dónde están Franck y los otros?


—Claro, pero pensé que sería más divertido esperar un poco antes de ir a rescatarlos —dije en
un tono burlón.

—No hay necesidad de ser sarcástica —respondió con una voz calmada y fría.

—Escucha, Raphael, hago lo que puedo, y créeme, no es tan fácil como parece. Este Quentin
Growley es un esclavo humano.

—¿Estás segura?

Brevemente le narré los acontecimientos del día y la captura de Quentin. Me escuchó con
atención hasta que le dije que el mercenario estaba al corriente de la misión, de la cual el
Directum me había encargado y que sabían que yo los iba a encontrar pronto.

—¿Crees que nos están espiando y tu estás siendo seguida?

—Espiada, sin duda. Seguida, es poco probable. Los hubiera visto fácilmente.

—¿En qué piensas tú?

—Los humanos están involucrados, por lo que, obviamente, pienso que hay micrófonos,
chips GPS o incluso traidores entre nosotros.

Era una forma inteligente de lanzarle que debería observar su entorno más de cerca...

—¿Básicamente, me explicas que alguien puede estar escuchando nuestra conversación? —


dijo en tono divertido.

—No, ellos pueden estar escuchándote a ti. —Le he hecho un conjuro confidencia a mi voz—.
Tú eres el único, por el momento, capaz de oirla.

—Ya veo.

Entendió el mensaje y tomaría medidas. Las criaturas sobrenaturales estaban en todos los
campos, incluyendo la ingeniería y alta tecnología. Si los espías habían jugado a ser astutos, se
iban a llevar un chasco.

—Si ese Quentin es realmente el esclavo de un vampiro, puedo ir contigo, reconoceré sin
duda un poco de la esencia de su amo —sugirió.

—Lo dudo, ha estado aquí casi por un mes y no quedan realmente nada más que ínfimos
residuos de sangre de su amo...

—… En ese caso, puedo entrar en su mente.


—Voy a ser clara, Raphael, soy muy capaz de hacerlo hablar, pero a partir de ese momento,
me será muy difícil darte cuentas de lo que está pasando. Yo trabajo para el Directum, no
para ti...

—Y tú desconfías de mí, porque al menos un vampiro está involucrado en esta historia, ¿no?

—Tengo que permanecer neutral y actuar en solitario, pero te quiero advertir que voy a
encontrar y matar a ese vampiro.

—Rebecca, ha utilizado humanos y violado tanto el Tratado como las leyes de los Mortefilis,
por lo que puedes matarlo a tu gusto, no te lo impediré. Te proponía simplemente mi
ayuda.

—No, gracias, ahora debo dejarte —le dije secamente.

—Espera. ¿Todavía estás enojada conmigo?

Oh, sí...

—¿Enojada? Pero ¿por qué debería estar enojada? Ah, sí, ahora que lo pienso lo estoy, estoy
francamente cabreada: ¡tu novia casi me mata esta noche, Raphael!

—No tenía el poder y ella es la que salió desfigurada —me corrigió.

—Supongo que el daño está casi reparado. Yo sigo con dos agujeros en el cuello —le dije.

Suspiró.

—Tienes razón. Cometí un error anoche, debería haber previsto que Hope intentaría
matarte. Pero tienes que entender que no es fácil para alguien como yo anticipar este tipo de
reacciones irracionales. Sobre todo de mis semejantes.

—¿Qué es lo que debo comprender? ¿Qué eres un ser frío, incapaz de predecir reacciones
emocionales simples como los celos o la pasión? ¿Es de eso de lo que debería disculparte?

—Más o menos.

Ay, eso dolía y yo no sabía por qué...

—Hope no tiene tu experiencia. Su humanidad no está muy por detrás de ella, como la tuya.
Ella todavía puede amar. No deberías haber ignorado sus sentimientos o por lo menos
deberías haber considerado la posibilidad de que podría tenerlos.

—No te preocupes, no me volverá a suceder —dijo con tono enigmático.


—¿Qué es lo que no te pasará de nuevo? ¿Qué? ¿Finalmente viste sus sentimientos?

—¿Por qué? ¿Te molestaría?

De repente sentí un principio de dolor de estómago y un deseo irrefrenable de colgarle.

—N... no. Me sorprende nada más.

—¿Sabes que puedo sentir cuando me mientes? —dijo riendo.

—Adiós, Raphael —le dije colgando el auricular.

Extrañamente, me sentí perturbada. ¿Raphael decía en serio lo de Hope?

Hasta ahora, me negué a mirar en el caso de la rubia alta pero yo sabía que tenía que
mostrarme extremadamente cautelosa. La vampiro había pasado brutalmente, la noche de
nuestro encuentro, de la columna “novia celosa y vengativa” a la de “psicópata sedienta y
vengativa” y yo estaba segura de que trataría de una u otra manera de matarme. Era sólo una
cuestión tiempo.

—¿Mamá?

Miré hacia arriba con sorpresa.

—¿Qué pasa?

—¿De qué me hablas? —le pregunté.

—Bueno, hiciste temblar las paredes y las estanterías del pasillo cayeron.

—No es nada, cariño. Sólo estoy un poco contrariada.

Ella parpadeó, confundida.

—Pues vaya, debes estar extremadamente agitada. No te preocupes —me dijo dejando la
habitación—, voy a buscar la escoba.

Iba a ser realmente necesario que me calmara y rápidamente, sino mi problema no sólo se
limitaría a unos pocos adornos rotos...

—Leonora —le dije levantándome apresuradamente de mi cama—, ¿trajiste la escoba?

Mi hija ya estaba haciendo el trabajo y con cuidado recogió las piezas de porcelana. Mi
pequeña colección de figuritas chinas había muerto.

—Ve a terminar tu tarea, cariño, yo lo haré, —dije agachándome a mi vez.


—No me molesta, ya sabes —dijo empujando su cola de caballo en la parte posterior.

—Soy yo quien ha hecho una tontería, depende de mí arreglarla, ¡anda ves! —dije besándola.

—Estás muy rara en estos momentos —dijo mirándome con curiosidad.

—¿En serio? ¿Eso te parece?

—Oh, sí.

—Tengo algunas preocupaciones. Han pasado cosas serias y tengo que ayudar a los clanes de
aquí a arreglarlas.

—¿Te refieres a lo que pasó con la señora TiIlbourn?

—Eso es una parte, sí.

—¿Vas a matar a los malos?

Se podría pensar que solo sirvo para eso...

—Voy más bien a tratar de salvar a la gente.

—Um... —dijo mirando dudosa.

—Leo, voy a admitir que soy más bien buena para matar a los malos, como tú dices, mejor
que para jugar a los equipos de rescate, pero tal vez me podrías dar el beneficio de la duda.

—Pero, mamá, sé que eres amable, al menos, con Beth y conmigo de todos modos, pero
dijiste que no querías mezclarte en las historias de los demás. Así que me sorprende pero
bueno… en fin, quiero decir...

Parecía un poco avergonzada. Tenía que admitir que a menudo me faltaba sensibilidad y que
no tenia nada de una Madre Teresa, pero había mejorado mucho, estos últimos años.

—Está bien, lo admito. Fui allí un poco forzada, pero tengo que admitir que es bastante
bueno. Desde la guerra, realmente no he servido de mucho, así que si puedo ayudar un
poco, ¿por qué no? ¿Qué piensas tú?

—Yo digo que estaría bien. Me gusta vivir aquí, ¿sabes?

—Sí, lo sé, cariño —dije sosteniéndola en mis brazos.

Dos horas más tarde, había hecho su tarea, tomado un baño, la cena y hasta tuve tiempo para
leerle un cuento antes de que se durmiera. Cuando me quedé embarazada a los dieciséis
años —edad de la mayoría de las mujeres de mi clan—, realmente no me sentí capaz de criar a
un niño y no tenía ninguna experiencia real de lo que era una familia normal y cómo debía
comportarme como madre. La educación de los niños en los Vikaris era más como la de los
espartanos que como la de los pedagogos o psicólogos especializados en la protección de la
juventud. Así que, obviamente, cuando me mudé para esconderme en los Estados Unidos y,
por lo tanto, me enfrenté con el mundo humano, por primera vez, fue un verdadero shock.
De repente, descubrí como los padres eran con sus hijos, la ternura y el amor que las madres
sentían por sus hijos y sus intercambios físicos y emocionales. La mía murió joven —yo nunca
conocí a mi padre—, pero sabía que no habría cambiado absolutamente en nada la forma en
que fui educada. Nunca me habría sostenido en sus brazos, ella nunca me hubiera consolado
y no me hubiera permitido a sobrevivir si no hubiera sido lo suficientemente fuerte como
para controlar mi miedo, mis poderes y mis emociones satisfactoriamente. Con Leonora,
traté de hacer una especie de mezcla con la educación basada a la vez tanto en la de los
humanos y como en la que yo había conocido. Por desgracia, mi amor por ella había hecho
que rápidamente me olvidara el rigor y la disciplina que debía imponer. Tenía la esperanza
de no arrepentirme.

Después de haber barrido y fregado la cocina, me decidí ir a relajarme viendo la televisión.


Volvían a pasar los viejos episodios de Buffy y me encantaba esta serie kitsch donde los
vampiros eran más que complacientes para aceptar de recibir una estaca en el corazón de
una hermosa rubita de 45 kilos. De hecho, pensando en ello, me encantan todas la series de
televisión —si algún día tenía que tener una vida de soledad, de formación y aislamiento, esto
sería lo que más echaría de menos...

—Apenas me había sentado en el sofá, con una enorme cubeta de helado Cookie’n Cream
en la mano, cuando oí el timbre de la puerta.
Traducido por Vickyra
Corregido por LadyPandora

o importa, harías mejor en desaparecer antes de que pierda la paciencia y que


decida hacerte pagar caro esta bromita —dije con tono agresivo.

—Felizmente no soy tan sectario como tú. Yo no tengo ningún a priori contra
las brujas —respondió él con los ojos que chispeaban divertidos.

—Normalmente soy capaz de descifrar las energías demoníacas, contigo no he sentido nada,
¿cómo lo has hecho?

—Soy medio demonio, no un demonio. Soy medio humano.

—Los genes de demonio predominan sobre los humanos, entonces te vuelvo a preguntar,
¿cómo lo has hecho?

—¿Quieres verdaderamente discutirlo en el rellano? —preguntó con voz tan sensual que me
costó respirar.

El efecto que tenía sobre mí no era normal.

—No, pero tampoco quiero tomar ningún riesgo.

Se me acercó tanto que podía sentir su aliento contra mis labios.

—¿Puedo entrar?

Me apretó contra su pecho, sus manos agarraron mis cabellos y enderezó mi cara a unos
centímetros de la suya.

—¿Puedo entrar? —repitió con voz ronca—. Si no contestas te tomo contra la puerta.

Dejé escapar sin querer un gemido de deseo.

—¿Espero no llegar con atraso?


Mark estaba de pie en el rellano. Mostraba una gran sonrisa. Con todo lo que había pasado,
se me había olvidado completamente anular nuestra cita.

—Lo siento, pero nuestra velada está anulada —dije con tono seco.

—¿Tienes un imprevisto?

—Podemos verlo de ese modo, pero la verdad es que yo no ceno con demonios —dije
plantando mi mirada en la suya.

—Entonces no hay problema, sólo soy medio demonio —respondió sin dejar de sonreír.

No había conocido nunca a medios demonios, y eso, por dos razones. La primera era el
hecho de que los demonios no se sentían atraídos por las humanas. Eran demasiado frágiles
para poder soportar acostarse con un demonio y morían durante el acto sexual. Perder su
pareja de juego a la mitad del acto resultaba más bien frustrante, lo mismo para un demonio.

La segunda era que el fruto de una unión entre dos especies generalmente no vivía.

—¿Te crees que no noto que tienes ganas de mí? —murmuró acariciándome los pechos.

Mi cuerpo se arqueaba contra mi voluntad. Estaba perdiendo el control.

—Si no me sueltas, te mato —dije con voz ahogada.

Un fulgor peligroso pasó por su mirada pero hizo lo que le pedí.

Retrocedí sin nada más y lo dejé al fin entrar.

—¿Eso te divierte? —pregunté inmediatamente.

—¿Tu qué crees?

Se pasó una mano por el pelo. Resentía la necesidad imperiosa de tocarlo, de dejarlo
acariciarme. Mi corazón latía a toda marcha.

Solté un largo suspiro.

—Creo que tú quieres servirte de mí y que tienes la estupidez de pensar que yo te dejaré
manipularme bajo el pretexto de que me gusta follar contigo. Ah sí, de hecho, ¿qué hechizo
has utilizado para que yo me sienta de pronto tan atraída por ti?

Vi su mandíbula crisparse.

—No soy un vampiro, Rebecca, yo no tengo el poder de provocar el deseo en los humanos y
aún menos en una bruja como tú.
Empalidecí.

—¿Qué insinúas?

Me lanzó una mirada llena de sobreentendidos. Y mierda, pensé, está al corriente.

—No insinúo nada. Te digo simplemente que yo nunca te haré daño.

Atrapó mi mano y la puso sobre su pecho.

—Esta atracción que sentimos los dos es particularmente rara, Rebecca —dijo él—. Los
demonios lo llaman Malaat. Yo no creía que podía existir entre un medio demonio y una
bruja.

—¿Malaat?

—Es una clase de atracción sexual irreprensible que sienten ciertos demonios. La sentí en
cuanto te vi.

—¿Y tú crees que yo voy a tragarme tal cosa?

—Si supieras el esfuerzo que tuve que hacer para no saltar sobre ti y hacerte el amor en el
aparcamiento la primera vez que te vi…

—¿Por qué te retuviste? Normalmente los de tu especie no repugnan ante una pequeña
violación…

Me lanzó una mirada helada.

—Tú sabes muy bien que no habría sido una violación. ¿Tú crees que no sabía que sentías la
misma cosa? ¿Crees que no sentía tu deseo? Hubiera bastado con besarte una vez, sólo una
vez…

—¿Por qué no lo hiciste?

Carraspeó y me dijo con voz suave:

—No quería asustarte, quería que aprendieras a conocerme antes y quizás que te encariñaras
conmigo.

—No soy una niña. No me encariño tan fácilmente.

—Es lo que me ha parecido notar —dijo con tristeza—. Además de que ya estás cogida,
¿verdad?

—¿Qué?
—Sé que ya hay alguien, lo he adivinado.

—Yo no… no es tu problema.

—Oh sí, lo es. ¿Quién es?

—¿Por qué?

—Porque voy a matarlo.

Estupendo, estaba celoso. Celoso y majara.

—No hay nadie.

—Mientes. Quiero que seas mía y únicamente mía, Rebecca.

Eso no va a suceder.

—¿Eres masoquista?

Se puso a reír.

—No.

—¿Desde cuándo sabes que soy una bruja?

—Desde la primera vez que te vi.

—Las brujas nacen para matar a los demonios —dije firmemente—, no para joder con ellos.

—Eso ya lo veremos —dijo con arrogancia.

El asombro me dejó sin voz.

Parecía realmente creer que seriamos amantes y lo formulaba como un hecho ineluctable
pero que yo era demasiado estúpida o demasiado ciega para aceptarlo.

Yo iba a reenviar ipso-facto a este imbécil al infierno al que pertenecía. Le eché una ojeada
helada y comencé a llamar al poder de los elementos.

—Espera, antes de hacer algo de lo que te puedas arrepentir —dijo con tranquilidad.

—¿Qué?

—¿Baetan no te dejó dos números de teléfono y una persona para contactar en caso de
necesidad cuando te pidió que buscaras a Tom Cohen?
Lo recordaba a presente. Había dejado caer la carpeta que me había dado en un rincón y no
tenía la intención de molestarme en encontrar el demonio.

—¿Y entonces?

—Y entonces es tu culpa. Si hubieras hecho correctamente tu trabajo, hubieras sabido que


uno de los números no era otro que el mío y que yo era la persona que estaba dispuesta a
ayudarte en esta misión.

Tragué difícilmente.

—¿Tú?

—Sí. No te preocupes, no le he dicho a Baetan que aún no habías movido ni el meñique


hasta ahora. No es de la clase paciente y, desde luego, no apreciaría ciertamente el poco caso
que haces de la desaparición de su amigo.

—Tenía otras prioridades.

—¿El lobo y la potioneuse?

—Sí.

—Es la misma cosa, si encuentras uno, los encuentras a los tres. Pero has sido lo bastante
estúpida para dejar tu odio por nosotros, alejarte del descubrimiento de la verdad.

—¿De verdad? —dije de pronto irritada.

—Eres una Vikaris, una cazadora de demonios, has sido condicionada y educada para
desenmascararnos y eliminarnos, entonces reflexiona, ¿no crees que habría sido más fácil
para ti encontrar a Tom que buscar un licántropo y una bruja?

—Ya le expliqué a Baetan que yo no disponía sola de un poder suficiente para llamar a un
demonio y localizarlo.

—Él parece pensar lo contrario.

—Pues está equivocado. Puedo, si cruzo un demonio, destruirlo, pero no llamarlo a la


distancia ni localizarlo mientras no lo tenga delante de los ojos.

Me miró largamente sin decir nada.

—Tienes mi palabra —añadí.

—Te creo. En fin, por lo menos, creo que eres sincera.


—Es muy amable de tu parte —dije en tono sarcástico.

—Da igual —dijo sentándose en el canapé—. Vamos a proceder de otra manera. Además,
quizás podríamos comenzar por esta cosa que conociste la noche pasada.

—¿La viste?

Asintió con aire inquieto.

—Sí.

El hecho de que me hubiera recuperado y ayudado a escapar haciéndome subir en su auto


no era debido a una casualidad…

—Es él quien tiene a Kathryn, Frank y probablemente a tu demonio —dije.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé porque me lo dijo. Pero si tienes alguna duda, no te prives en preguntárselo la


próxima vez que lo encuentres. Su conversación es apasionante y su compañía muy
agradable, ya verás.

—No estás obligada a ser sarcástica —dijo frunciendo las cejas.

—Lo siento, tengo tendencia a ponerme nerviosa cuando un monstruo completamente


retorcido intenta raptarme.

—Creí que simplemente quería matarte.

—Simplemente, como tú dices… no, si hubiera realmente querido matarme en ese momento,
no habría tenido ningún problema.

—He vuelto a la calle donde él te persiguió. Lo heriste, él dejó trazas de sangre. Recogí
muestras, un amigo mío está analizándolas en este mismo momento.

—No es estúpido.

—Gracias. ¿Qué es lo que parece de cerca? No tuve verdaderamente tiempo de verlo


detalladamente.

—No lo sé. Debe medir cerca de dos metros, es muy fuerte, insensible a las balas de plata y
débilmente vulnerable a la magia. Al principio pensé que era el fruto de un mestizaje entre
un humano y un lobo o un cambia-formas, y que había sucedido una forma de accidente
genético, pero ya no estoy tan segura.
—¿Por qué?

—Su energía no era ni humana ni animal.

—¿Quizás porque es un mestizo y que tiene su propia energía?

—Quizás —dije pensando en Leonora.

—En todo caso no era un demonio.

—No, a menos que mis poderes hayan estado tan disminuidos que no me haya dado cuenta.

—Los tuyos estaban sin duda disminuidos, pero los míos no. Puedo reconocer a uno de los
nuestros a kilómetros alrededor y localizar precisamente su energía —dijo con seguridad.

—Nos hubieras sido útil —dije con un mohín.

—¿Por qué?

—Para cazar. La caza a los demonios.

—¿Intentas ser graciosa?

Me levanté.

—Cuento contigo para que me llames en cuanto tengas el resultado del laboratorio. Por ahora
creo que ya nos lo hemos dicho todo.

—No. Aún no me has hablado de Quentin Crowley —dijo mirándome fijamente.

—¿Me vigilas?

—Es mi trabajo. Se supone que trabajo contigo sobre esas desapariciones.

—No he terminado su interrogatorio, pero no creo que sepa quién se esconde realmente
detrás de todo esto ni donde se encuentran ahora Tom, Kathryn y Frank.

—¿Por qué no has terminado de interrogarlo? —me preguntó sorprendido.

—No tengo porqué justificar mis decisiones ni delante de ti ni de nadie. Pero ya que eso
parece intrigarte, te diré simplemente esto: valía más para su pequeña salud y para el resto de
mi encuesta que no continuase con nuestra pequeña conversación. ¿Eso te vale?

—¿Ha sido tan difícil como eso para no matarlo? —dijo esbozando una sonrisa.

—Aún más de lo que eres capaz de imaginar.


Me miró un instante y luego dijo en tono grave:

—Una bruja no debería sentir esa clase de impulsión. ¿Qué es lo que pasa, Rebecca?

—Nada que pueda interesarte —dije en tono seco.

—Al contrario. Baetan me dijo que eres una bruja de guerra y sé lo suficiente para estar al
corriente del daño que ustedes son capaces de provocar en caso de pérdida de control.

—¿Verdaderamente?

—Sí, verdaderamente. Y no tengo deseos de asistir a eso —dijo pareciendo ansioso.

—No te preocupes. Aún no he llegado hasta ahí. Pero si eso puede tranquilizarte, ven
conmigo esta noche, tengo que pasar a ver el humano en casa de Gordon, el Alfa de la
manada.

—Guarda tus amigos cerca y tus enemigos aún más cerca, es eso, ¿eh?

—Podemos verlo de esa manera.

—¿A qué hora tengo que pasar a recogerte?

—Nos encontraremos en casa de Gordon a las veintidós horas.

—Es una pena. Pensaba que habías encontrado mi auto confortable —murmuró en mi oído.

Sentí mis mejillas encenderse.

—Lárgate antes de que ponga fin de manera sangrienta a nuestra reciente colaboración —dije
con tono agresivo levantándome para acompañarlo hasta la puerta.
Traducido por Vickyra
Corregido por LadyPandora

uando dejé el apartamento, una hora más tarde, dejando a Beth y Leo, el velo
negro de la noche recubría toda la ciudad y un viento frío, portador de
amenazas, se había levantado. La calle estaba desierta. Mi auto estaba aparcado
apenas a quinientos metros más lejos. Tenía una extraña sensación, un poco como cuando
miramos una película de terror, sabemos que el monstruo está escondido en alguna parte y
que acecha a la heroína pero que esta, idiota, en lugar de escapar, continúa tontamente
avanzando hacia las tinieblas. Yo no era una idiota y oía perfectamente la musiquita
angustiosa que se había activado en mi cerebro pero tampoco podía salir corriendo como
una cría asustada.

—¿Rebecca Kean?

Sentí inmediatamente algunos picores en mi piel y mi nariz empezó a cosquillear. Vampiros.

—No desea usted más bien que lo dejemos para mañana, he tenido una jornada más bien
difícil y está lejos de haberse terminado —dije en tono hastiado.

—Siento mucho informarla, pero esto no puede esperar —dijo el pelirrojo mirándome.

A simple vista, tenía por lo menos cuatro siglos y su compañero era de la misma ralea. El
combate iba a revelarse difícil.

—¿Qué es lo que quiere? No me diga que Raphael les ha enviado a buscarme manu militari1?
Si quiere verme, no tiene más que desplazarse él mismo.

—Raphael no nos ha pedido nada de nada —dijo el pelirrojo de tez pálida con tono áspero.
Somos enviados por el Mortefilis y debemos llevarte con nosotros, a ti y a tu hija.

1
manu militari: expresión que significa a la fuerza.
Los miré un poco más de cerca. Los dos llevaban trajes negros muy bien cortados, de marca
europea, Hugo Boss o Armani, también camisas blancas. Parecían los Men in Black2.

Una onda de magia recorrió mi cuerpo. Mis cabellos se iluminaron de rojo. Me puse a
enviar una onda de poder en dirección al pequeño pelirrojo.

Él emitió un estertor de sorpresa y se desplomó por tierra, pero el segundo tuvo tiempo de
saltar sobre mí, con una gracia fluida y animal. Chocó violentamente conmigo, sentí mis
hombros y el resto de mi cuerpo desmoronarse. Cuando abrí los ojos, estaba estirado por
encima de mí, sus colmillos brillando en la oscuridad. Nuestras miradas se cruzaron. La suya
era negra como el ébano.

—No eres verdaderamente razonable —dijo elevando las cejas.

Era alto, por lo menos un metro noventa y mucho más fuerte que yo. Si lo hubiera querido,
me habría roto en dos como una vulgar brizna de paja.

—No quiero seguirte, no veo lo que es desrazonable aquí dentro —dije secamente.

Él sacudió su cabellera castaña.

—Siento mucho tener que informarte, pero no tienes elección —dijo mordisqueándome el
lóbulo de la oreja.

El hambre y el deseo de morderme lo atenazaban.

El sudor goteaba a lo largo de mi espalda y mi aliento no era ya más que un jadeo.

—No, soy yo quien lo siente —dije con voz ronca.

El poder del fuego fluía en mis venas tanto como llamitas minúsculas. Mis manos habían
tomado un extraño color escarlata.

—Sabes, me han pedido llevarte viva, pero no me han precisado en qué estado.

Me mordió la yugular y de pronto se puso a chillar. Su garganta, su boca, se habían


incendiado. El fuego lo consumía sin que pudiera pararlo y se propagaba al mismo tiempo
que mi sangre en todos sus órganos. Yo resentía las quemaduras en mi pecho y en mis
piernas mientras las llamas continuaban destruyéndolo. Cuando pude finalmente liberarme,
tenía dolor, mucho dolor.

El pantalón vaquero me había protegido parcialmente, pero mi suéter se había fundido sobre
la piel de mi hombro y de mi vientre en ciertos lugares. Porquería de acrílico. Bajo el efecto
2
Men in Black: Hace referencia la película Hombres de Negro.
del impacto y del dolor, me puse a temblar y caer sobre las rodillas como una cría. Estaba en
bragas y sujetador y sentía el viento frío acariciar mi rostro, pero eso no aliviaba el fuego
interno que me consumía. Tenía que encontrar hielo y muy rápidamente. Miré a mí
alrededor. El pelirrojo comenzaba a moverse, pero no le dejé el tiempo de aclararse. Utilicé
mis últimos recursos y, de pronto, la tierra se abrió bajo sus pies para enterrar su cuerpo a
varios metros de profundidad. Lo que le costara salir de ahí, yo tendría todo el ocio de
desaparecer. Por lo menos eso es lo que esperaba. Porque ya no tenía la fuerza de combatir,
solamente la de hacerme matar intentándolo.

Recogí rápidamente mis cosas caídas por tierra y subí a mi auto. Tenía la firme intención de
no modificar mis proyectos y de ir a casa de Gordon. Él me proporcionaría sin dudar alguna
ropa y los medicamentos necesarios para curar mis heridas. Arranqué, pero echando un
vistazo a mi retrovisor, sentí mi corazón listo a explotar en mi pecho: un tercer vampiro
volaba a una centena de metros y se precipitaba literalmente sobre mí.

El pánico me invadió. Me salté un semáforo, luego otro, rezando para no cruzar otro
vehículo en mi camino. Mis nervios estaban en vilo. Froté mi cuello intentando aliviar la
tensión que lo trababa. Si la policía me pillaba, me costaría mucho explicarles porqué me
paseaba medio desnuda, en un Toyota lanzado a ciento veinte kilómetros sobre una
carretera limitada a cincuenta.

Dejé mi mano izquierda en el volante y registré en mi bolso con la otra para encontrar mi
teléfono móvil.

—Hola, Beth, escúchame, no tengo mucho tiempo. Quiero que salgas del apartamento y que
lleves a Leonora a tu casa. Hay un vampiro que me persigue, voy a casa de Raphael.

¿Por qué a casa de Raphael? No lo sabía estrictamente para nada. Había tomado
instintivamente la carretera que llevaba a casa del vampiro. De todas formas, no iba
ciertamente a atraer a ese cabrón muerto viviente a casa de Gordon, estaba fuera de lugar
que los pusiera en peligro, a él y a la manada.

El auto se lanzaba en adelante sobre la D17. El vampiro ganaba terreno a medida que yo
avanzaba. Estaba tan cerca ahora que podía verlo ostentar una sonrisa jovial que contradecía
su mirada oscura y amenazadora.

Parecía tener unos cuarenta años humanos y su rostro redondo, sin carácter, estaba
enmarcado por cabellos cortos castaño oscuro.

Los vampiros capaces de volar no eran moneda corriente, mismo de los más antiguos. Ese
que se me pegaba al trasero no debía tener menos de setecientos u ochocientos años.
Giré a la izquierda, y no me quedaban nada más que un centenar de metros antes de
alcanzar la casa de Raphael. Debía poder tener hasta ahí, pero solamente tendría algunos
segundos para correr hasta la casa antes de que el loco furioso me alcanzara. Es casi decir
que no lo conseguiría.

Tres hombres charlaban cerca del portal situado a la entrada del dominio. Por suerte,
reconocí inmediatamente el conjunto de vestimenta anticuada de uno de ellos. Bajé mi
ventanilla y grité:

—¡Hector, apártese, tengo problemas!!!

Los vampiros poseen una excelente vista y un oído casi tan fino como el de los lobos. Me
reconoció enseguida y les hice señas a los otros dos hombres para que se apartaran para
dejarme pasar. El camino de entrada estaba lo suficientemente alumbrado para que pudiera
percibir por mi retrovisor a los guardaespaldas de Raphael interceptar a mi perseguidor y
Hector adelantar mi auto para precederme.

Frené brutalmente y aparqué delante de la entrada. Hector estaba delante de mí. Lo miré
con los ojos abiertos desmesuradamente. Era verdaderamente rápido, mismo para un
vampiro.

—Buenas noches, señora —dijo con calma.

—Buenas noches, Hector. ¿Dónde está su amo? —pregunté sintiendo mis piernas doblarse.

Abrió la puerta educadamente.

—En el salón, señora. ¿Puedo traerle un batín?

—Eso sería extremadamente delicado de su parte —dije antes de tropezar y dejarme caer
lamentablemente en los brazos de Raphael, aparecido felizmente, como por encanto.

—Te he oído, dulzura —dijo sonriendo.

De pronto, la puerta se abrió al vuelo y el perseguidor irrumpió en la entrada. Su ropa estaba


rota, su labio partido. No había debido apreciar el comité de recepción y se lo habían hecho
saber.

—El consejo quiere a esta chica, Raphael —dijo, sus ojos brillando con ira.

—Buenas noches David, siempre es un placer verte… —respondió él con voz neutra.

—Lo sabías. Ella estaba en tu territorio y tú lo sabías.

—Sí —dijo Raphael.


—¿Por qué no has prevenido a los ancianos?

—Porque no tengo en absoluto la intención de entregársela.

Se giró hacia Hector y me transfirió delicadamente a los brazos del mayordomo.

—Cuídala.

—Naturalmente, amo —le respondió el vampiro con tono solemne.

Me giré de golpe hacia la puerta y vi un lobo con el pelaje marrón entrar a su vez en la casa.
Reconocí inmediatamente a Beth. Los vampiros la ignoraron y siguieron con su conversación
como si nada.

—¿Y qué piensas hacer con ella? No me digas que te interesas por este parasito, no te creería.

—No te la dejaré —respondió Raphael.

Su rostro era de mármol y su expresión impenetrable.

—¿Cómo te has enterado de que ella estaba aquí?

—Tengo mis fuentes —respondió en tono petulante—. ¿Entonces te opones verdaderamente a


las decisiones de los ancianos?

—No me gusta repetirme —dijo Raphael.

—Muy bien. Transmitiré tu negativa al consejo, a mi parecer, no lo van a apreciar, no son de


la clase que toleran los caprichos. Ni tan siquiera los tuyos. Mi próxima visita corre el riesgo
de ser muy desagradable.

Sentí una onda de poder emanar de Raphael. Potente. Violenta. Tan compacta que podía
casi percibirla con mis dedos.

—¿Crees que no siento tu rabia, David? No tienes la intención de devolverla viva.

El vampiro palideció y los colmillos crecieron a lo largo de sus labios.

—Ella ha matado a Simon —dijo lanzándome una mirada de odio.

—No eres más que un imbécil —dijo Raphael abofeteándolo violentamente.

Un gran tajo rayaba ahora su rostro regordete.

—El consejo necesita a Rebecca, muerta no les sería ya de ninguna utilidad. No eres ni tan
siquiera bueno para eso…
—Soy el enviado del consejo, tengo todo el poder de decisión —escupió el vampiro
visiblemente humillado.

Los ojos de Raphael parecían dos llamas blancas, magnificas y peligrosas. Raphael se le
acercó y sentí su poder crecer con cada uno de sus pasos. Formaba ahora como una clase de
bruma.

—Aquí no tienes ningún poder, David.

—Yo no… No te atreverías —dijo el vampiro de pronto inquieto.

—¿Ah no?

Me giré, pero no pude impedirme de oír el ruido de un silbido y la cabeza del perseguidor
que rodaba por el suelo antes de inflamarse.

—Este incompetente ha ensuciado el mármol, ocúpate —dijo Raphael con indolencia.

Señor, si aún hubiera tenido dudas sobre su formidable potencia, la facilidad con la cual
había liquidado un vampiro de más de setecientos años acababa de hacerlas desaparecer en
una centésima de segundo.

—Sí, mi señor —dijo Hector posándome delicadamente en los brazos de Beth que había
retomado forma humana.

Beth me llevó con precaución hasta el inmenso cuarto de baño de la planta baja y me colocó
en un sillón de tela rosa pálido, cerca del suntuoso jacuzzi blanco, justo el momento de
atrapar una venda de tul graso en el armario del botiquín.

—¿Dónde está Leonora? ¿Por qué no estás tú con ella? —dije haciendo muecas de dolor
mientras ella colocaba perfectamente las vendas verdes sobre mis quemaduras.

—Me necesitabas. La he llevado a casa de Gordon. —Me tranquilizó.

—Gracias.

—No es a mí a quien tienes que agradecer sino a ese vampiro cabrón arrogante… —dijo
socarrona Beth.

—No te pases, Beth, ahora mismo acaba de salvarme la vida.

—Oh, me doy perfecta cuenta, créeme… ¿Entonces me lo explicas?

—¿De qué hablas?


—Hablo del hecho de que cuando has sentido el peligro, no es a casa de tus amigos donde
has corrido a refugiarte, sino a casa de Raphael.

—No quería hacerles correr riesgos —respondí.

—No, ¡has preferido poner tu vida entre las manos de ese psicópata! Lo que más me hace
rabiar, es que tuviste razón y eso, ves, me cuesta un poco digerirlo.

Ella comenzaba seriamente a enervarme.

—¿Cuál es tu problema, hubieras preferido mi muerte?

—No, pero me gustaría comprender las razones que han empujado a Raphael a tomar el
riesgo a desafiar a su clan por ti.

—Hay que creer que tiene verdaderamente ganas de que encuentre al que mete mierda en su
territorio.

—No quisiera ofenderte, pero no creo que seas indispensable hasta tal punto…

Levanté la cabeza.

—Me fastidias, Beth.

Raphael hizo de pronto irrupción en el cuarto de baño, un trozo de tela negra en la mano.

—Te he traído un vestido. Pienso que es de tu talla. ¿Estás bien, Rebecca? —preguntó
rozándome suavemente la mejilla, con aire inquieto.

—Sí, no te preocupes, sobreviviré.

Su caricia era tan delicada que puse instintivamente mi cara en su mano olvidando que Beth
nos observaba. Cuando me di cuenta, era ya demasiado tarde.

Ella hervía de ira y reprobación.

—¿A qué juegan ustedes dos?

—¿Perdona? —preguntó Raphael con voz helada.

Ella se giró hacia mí y lanzó con amargura:

—¿Has olvidado quién es o lo que es, Rebecca? ¿Quieres cometer otra vez el mismo error?

—¿Es lo que piensas? —respondí.


—Ya no pienso nada más. Lo veo.

Se giró hacia el vampiro.

—No deberías divertirte con ella, Raphael, porque la conozco: ella no vacilará en matarte en
caso de necesidad, ni aunque eso le rompa el corazón.

Raphael miró fijamente a Beth a los ojos y se contentó respondiendo lacónicamente:

—No estoy jugando, lobo.

Me ruboricé sin querer.

Ella nos dirigió una mirada asqueada y salió dando un portazo.

—Tiene razón. Más valdría que nos quedemos lejos el uno del otro —dije.

—¿Por qué?

Me miraba fijamente, sus ojos azules clavados en los míos.

—¿Por qué has hecho eso? ¿Qué interés tienes en protegerme?

Continuó mirándome y sentí mi vientre apretarse.

—¿Piensas hablarme o vas a continuar escuchándome monologar como una imbécil?

—¿Por qué has venido a refugiarte a mi casa? —preguntó con voz cariñosa.

—No lo sé para nada.

Me atrajo hacia él y enroscó su cuerpo alrededor del mío.

—¿De verdad? —dijo irónicamente.

Deseaba alejarme de él, resistirme a su contacto, pero no lo hice. No comprendía lo que le


había empujado a ayudarme, pero no podía retenerme de estarle agradecida.

—Tenemos que irnos, mi hija y yo.

Sacudió con un gesto gracioso su largo cabello rubio.

—De ninguna manera.

Mi corazón latía desenfrenado a intenté alejarme de él.

—No tengas miedo —murmuró poniendo sus labios sobre los míos.
Mis sentidos se inflamaron y no pude evitar gemir. Deslicé mis manos alrededor de su cuello
y lo besé tan fuerte que me corté con uno de sus colmillos. Sentí al vampiro aspirar
suavemente mi lengua y beber mi sangre. Lo empujé. Cada fibra de mi ser protestó con
pesar y sentí subir en mí una impresión de falta.

Raphael cogió mi cara entre sus manos y murmuró:

—No dejaré nunca que te alejes de mí, Rebecca.

—No tienes elección, el Mortefilis enviará alguien más. Te matarán, Raphael.

—¿Te preocupas por mí? —dijo con un fulgor divertido en su mirada.

—No… yo… ¡oh, mierda!

Me puse el vestido negro escotado que él había colocado encima del sillón. Me iba
perfectamente, pero no escondía las marcas amarillas que comenzaban a aparecer en mis
brazos y en mis hombros. Hacerse atropellar por un vampiro, era un poco como pasar bajo
un camión de carga pesada. Muy desagradable y poco conveniente a la tez.

—Te va de maravilla. Tenemos visita, dulzura… —cuchicheó colocando su boca en mi frente.

—Apártate de ella.

Mark miró a Raphael de una manera muy poco amistosa. Sus ojos estaban llenos de llamas
rojas. El vampiro salió volando y aterrizó delante de él con gracia. No me había parecido
nunca tan peligroso.

—Has penetrado en mi casa sin mi permiso —dijo Raphael con una voz demasiado suave para
no ser inquietante.

—He venido porque estaba inquieto por ella —dijo levantando orgullosamente la barbilla—.
Teníamos cita en casa de Gordon para interrogar a un tipo a las veintidós horas. Cuando he
visto que no llegaba, volví al apartamento. He visto señales de lucha en el lugar donde ella
aparcaba su auto y he caído sobre un vampiro pelirrojo bastante antipático que intentaba salir
de tierra. El tiempo de tener una pequeña conversación con él y reencontrar el aura de
Rebecca y heme aquí.

—No eres verdaderamente dotado como guardaespaldas, demonio. Creo que voy a tener una
pequeña discusión con Baetan, parece ser que ha largamente sobreestimado tus capacidades
—dijo en un tono despreciativo.

Vaya, ahora me hundía en plena pesadilla.


—¿Fueron ustedes quien me lo han pegado en las patas? —chillé loca de rabia mirando a
Raphael.

—Sí, dulzura. Hemos juzgado que sería más prudente. Lo que no había previsto, por el
contrario, era que se acostaría contigo —dijo con tono amargo.

Bajé la cabeza maldiciendo mi estupidez.

—Se suponía que tenías que protegerla, no tocarla —dijo Raphael con una extraña voz.

—¡Lo que hago o no con ella no te concierne!

Raphael tenía diez centímetros y veinte kilos menos que Mark, pero no habría apostado ni
un céntimo por el medio demonio.

—Al menos, has tenido la cortesía de prevenirme de que Mark era un demonio —dije
suspirando.

—¿Entonces eres tú quien le ha dicho que yo era un demonio? —aulló Mark lanzando una
mirada furiosa a Raphael.

El vampiro avanzó hacia él con gracia. No me había parecido nunca tan peligroso.

—Si la tocas de nuevo, te mataré.

—¿De verdad? ¿Y por cual razón? ¿No la he forzado, que yo sepa? Y no pienso que esta
historia concierna al Directum o al jefe vampiro de Nueva Inglaterra. A menos que sea más…
personal —añadió mirándome.

—No eres en absoluto dotado como guardaespaldas, no sería difícil de encontrarte un


sustituto —dijo Raphael levantándolo por el cuello y colándolo violentamente contra la pared.

—Debería hablar de ese problema de recursos humanos con Baetan, me temo que él no
comparte tu opinión —dijo Mark con voz ahogada.

El demonio intentó liberarse. Llamas rojas brillaban ahora en sus ojos y su mano
resplandeciente se había colocado en el brazo de Raphael.

—Lo haré. Después de matarte —respondió moderadamente el vampiro estrechando la


presión de su mano.

La cara de Mark estaba volviéndose azul. Sus músculos estaban deformados por el esfuerzo
que desplegaba para no morir.

—¡Para, Raphael! —ladré.


—¿Pensaba que no soportabas a los demonios? —dijo mirándome.

—Es cierto, pero tengo una deuda con él. Me ha ayudado a escapar del monstruo que me
perseguía la otra noche.

—No hacía nada más que su trabajo —dijo Raphael en tono duro.

—Quizás, pero me siento en deuda.

—He sentido tu deseo por él, Rebecca —dijo Raphael en tono extraño.

La vida de Mark pendía de un hilo. Raphael mantenía aún la presión y veía bien que la
energía del demonio se apagaba poco a poco.

—Te lo ruego, ¡para, joder! —grité.

Se giró hacia mí, sus ojos de nácar plantados en los míos.

—Por favor…

—No te acerques nunca más a ella, ¿me he hecho comprender bien? —dijo Raphael soltando
al fin su presa.

—Rebecca, es un vampiro, un vampiro muy antiguo… no es capaz de amarte —dijo Mark con
una voz ahogada.

Una expresión extraña pasó al tiempo de un rayo por la cara de Raphael.

—Creo que hay cosas con las cuales no deberías entrometerte —dijo con voz amenazadora.

—Eres tú quien te metes en lo que no te importa. Esta mujer no será nunca tuya. Ella no te
está destinada. Ella es de los nuestros.

¿Qué quería decir Mark? No tenía la menor idea. El ambiente era extraño.

Raphael se puso a detallarlo de la cabeza a los pies como a un insecto indeseable que tenía la
intención de aplastar.

Comencé de pronto a estar harta. Levanté las manos y junté la poca energía que me quedaba
y los propulsé a cada uno a un rincón del lugar.

—No le pertenezco a nadie. Soy libre y, créanme, está fuera de cuestión que uno de ustedes
se permita acercarse a mí de nuevo —lancé furiosa corriendo hacia la puerta.

Pero Raphael fue más rápido.


—No intentes dejar la ciudad —dijo en un tono rabioso impidiéndome salir.

—Para de pensar que necesito ser protegida, jolines —dije con tono agresivo—. Y despide a tu
jodido guardaespaldas lúbrico.

—No. Mientras no haya encontrado algún otro.

—Muy bien, entonces le abriré mi cama hasta que le encuentres un sustituto…

—¡Raphael, no! —gritó Mark.

El brazo del vampiro se había suspendido en el aire, su mano a unos centímetros de mi


mejilla. Retrocedí, estremecida.

—El tranquilo, el calculador, el impasible Raphael a punto de perder su sangre fría a causa de
una mujer… Nunca hubiera creído ver un día esto —dijo Mark.

Raphael emitió un gruñido de frustración y se sentó contra la pared tan lejos de nosotros
como pudo e hizo recaer su cabello delante de su cara como para esconderse.

—No comprendo nada —dije con voz suave.

—Es por tanto simple. Raphael siente emociones, pero está tan poco acostumbrado a
gestionarlas que no consigue controlarse.

Eso no era bueno. Para nada bueno.

—Raphael… —murmuré.

Podía continuar pretendiendo que no sentía nada por él, pero cada vez era más difícil
mentirme a mí misma.

—Vuelve a tu casa, Rebecca —dijo Raphael con voz cansada.

Me moría de ganas de hablarle, de explicarme, pero algo en su actitud me hizo retroceder.

Mark me echó una mirada furiosa.

—Vas a tener que elegir.

Exploté con una risa amarga.

—Elijo encontrar al o los hijos de puta que se la prenden con los nuestros y después me iré.
Tú ves, las cosas son simples y créeme, lo seguirán siendo.
Abrí la puerta con un gesto nervioso y me escapé de casa de Raphael tan rápido como mi
estado me lo permitía.
Traducido por Felin28
Corregido por LadyPandora

n el camino de regreso, pasé rápidamente a buscar a Leonora a casa de Gordon.


El Alfa no había hecho ningún comentario sobre mi piel hinchada o mi andar
aleatorio, pero no se sorprendió de ver que me fui sin tener tiempo para
interrogar a Quentin Growley. De todos modos, no podía hacerle mal a este imbécil que se
pudriera un poco más en la puta jaula. Tenía la esperanza de que no hubiese ninguna
transformación de joven licántropo durante la noche porque dudo que Quentin sobreviviera
un segundo más, encerrado como un joven licántropo desenfrenado.

—¿Mamá? ¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve? —preguntó Leonora bajo el edificio mientras
salía del auto con dificultad.

Sabía que no sería ningún problema para ella pero esto podría ser un duro golpe para mi
orgullo que ya estaba muy mermado.

—No, querida. Está bien, no te preocupes.

Yo tiritaba. El vestido que Raphael me había dado era precioso, pero demasiado ligero para
la temporada y apreté mis brazos a mí alrededor para calentarme.

—¿Quién te hizo esto, mamá? —preguntó ella frunciendo sus cejas hermosas.

—Un vampiro.

—¿Sólo uno? —preguntó sorprendida.

—No, había tres... pero sería demasiado largo de explicar —suspiré.

—¿Está muerto?

—Sí.

—¿Y los demás?


—Ellos también.

Ella mostró un aire de plácida satisfacción y comenzó a canturrear alegremente por las
escaleras.

Tenía toneladas de horas de sueño atrasado y sentía como si mi cuerpo se hubiera quebrado.

Todos mis recursos físicos y mentales estaban agotados.

—¿Tienes las llaves? —le pregunté a mi hija.

—Sí. Beth me las dio para cuando regresáramos.

Abrió la puerta como una chica mayor y me ayudó a pesar de mis fuertes protestas a caminar
hasta el cuarto de baño.

—Él no te dejó sin mal, ¿eh? —dijo mientras yo me examinaba en el espejo.

Mi hermoso cabello castaño estaba cubierto de polvo, mis grandes ojos verde pálido estaban
hundidos y tenía un hematoma en la mandíbula.

—¿Quieres que te ayude a quitártelo?

—No. Yo lo haré. Vete a la cama, querida, que mañana hay escuela.

—Tu sabes, ya he visto películas en la televisión y en ellas habían mujeres a las que sus
maridos les pegaban, tienes más o menos el mismo aspecto que ellas.

Súper...

—Salvo que si un hombre te hiciera eso, y que yo lo conociera, lo mataría, —dijo con
gravedad.

Sus ojos brillaban y su mano torcía el grifo del lavabo sin ni siquiera darse cuenta.

—Yo también, —respondí—. Pero no era personal, Leo, sólo es un problema entre los
vampiros y yo. Nada que ver con la historia de las mujeres maltratadas. Así que relájate y vete
a la cama, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Después de que me aseguré de que había dejado el cuarto de baño, empecé a desnudarme.
El dolor causado por las quemaduras había desaparecido y había poco más que unos pocos
puntos rojos para recordarlos, pero tenía un dolor insoportable en mi espalda, de tal manera
que decidí abrir el grifo de la bañera y darme un baño. Lancé tres aspirinas efervescentes con
la esperanza de que me ayudaran a relajar los músculos doloridos. Entonces levanté mi
pierna y me metí en el agua sonriendo. Sin duda, tenía verdaderamente que aprender a no
incordiar a los vampiros. Y rápido. Porque si seguía así, iba a comerme las raíces de los
dientes de león por las raíces3. El problema, es que para tener tan buenas resoluciones las
dos partes deben estar de acuerdo y los vampiros tenían muchas ganas de seguir jugando
conmigo. Empezando por Raphael. Los extraños sucesos de la noche me habían perturbado
tanto que tuve un gran problema para convencerme de su realidad. ¿Por qué el amo vampiro
había decidido ayudarme a escapar de los rastreadores de los Mortefilis, tomando el riesgo
de desafiar a su jerarquía y así poner su vida en peligro? ¿Qué quería decir Mark cuando
afirmó que yo era uno de ellos? ¿Y por qué sus divagaciones delirantes habían puesto a
Raphael tan furioso? En retrospectiva, todo eso me parecía más loco. Yo tenía la creencia de
que estos dos esperaban algo de mí, pero no tenía la menor idea de lo que podría ser. Y para
ser honesta, realmente no tenía ganas de averiguarlo. No, lo único que realmente me hubiera
gustado era largarme de esta ciudad de locos y no regresar jamás. Pero antes, tenía que
arreglar ese pequeño problema de desapariciones, primero, porque me comprometí y,
después, porque no podía dejar a Beth apañárselas sola y correr el riesgo de que cayera de
un momento a otro sobre el monstruo que casi me había atrapado y la asesinara. Ella no era
de esas que abandonan a su manada en las situaciones críticas y yo no tenía ganas de perderla
porque mi vida privada se convertía en un verdadero desastre y me sentía un poco perdida.

Uh... Bueno, de acuerdo. Francamente perdida.

3
Expresión que significa morir
Traducido por Princesa de la Luna
Corregido por Vickyra

l principio pensé que estaba soñando. Llevaba acostada una hora cuando
escuché una serie de suspiros y gemidos. El aire estaba saturado de magia y me
quemaba la piel. Entonces, de repente, nada.

Nada más que el miedo. Instintivamente eché una mirada al reloj, mostró las cinco de la
mañana. Me puse rápidamente los pantalones vaqueros y un jersey y corrí hacia el armario
donde escondía mis armas. Tomé un viejo magnum, cargado con balas de plata y salí al
pasillo. Yo rara vez uso mi arsenal, pero durante la guerra, disfruté a menudo de este tipo de
refuerzo. Después de todo, mi magia era poderosa, pero a veces se reducía antes de que
tuviera tiempo de eliminar a todos mis adversarios.

Caminé por el pasillo y en silencio abrí la puerta de la habitación de mi hija, que dormía
pacíficamente. Puse suavemente una mano sobre su boca y ella inmediatamente abrió los
ojos.

—Shh... no hagas ruido.

Ella olfateó el aire y asintió.

—¿Crees que puedes salir por la ventana y caminar por el techo sin caerte?

Ella se encogió de hombros.

—Obviamente —susurró.

—Entonces ve a casa de Beth.

Apenas había acabado la frase, que ella inmediatamente desapareció. En menos de un


segundo después, distinguí a través de la ventana una pequeña sombra en pijama rosado que
se movía a la velocidad del rayo y saltaba rápida y elegantemente desde la parte superior de
un edificio a otro.
Tranquilizada por el destino de mi adorada medio-vampira, respiré profundamente y quité
el seguro de mi arma. Luego caminé en silencio hacia la puerta. De hecho, no usé realmente
la imaginación para ver lo que iba a encontrar, a saber: un cuerpo. El cuerpo de un joven
lobo moribundo. No sé si era una trampa o no, pero no me salía del corazón dejarlo morir
solo en mi puerta.

Reuní mi poder y abrí la puerta bruscamente. Un pedazo de carne y sangre cayó


inmediatamente a mis pies, la espalda contra el suelo y tuve que pasar por encima para salir
del apartamento. La pistola en el puño derecho, me pegué contra la pared echando una
mirada cautelosa alrededor, entonces propulsé mi energía buscando al hombre que lo había
dejado en este estado. Pero no encontré nada. Me relajé un poco y me volví hacia el rostro
hinchado y quemado del licántropo. Sabía exactamente quién era, había suficientemente
probado su energía para reconocerlo incluso desfigurado hasta tal punto. Se trataba de
Franck o al menos lo que quedaba de él. Su cuerpo estaba desgarrado de lado a lado, con la
piel arrancada en muchos lugares, pedazos de carne de sus piernas y brazos habían
desaparecido y las tripas colgaban debajo de su vientre. Sentí su pulso.

Aun no estaba muerto. Pero no tenía ninguna duda acerca de lo que sucedería. Matar a un
hombre lobo sin utilizar la plata, un producto altamente tóxico para ellos, era muy difícil.
Ellos generalmente sanaban rápidamente de las heridas y se auto-regeneraban, pero yo sabía
que era demasiado tarde para Frank. Fue torturado hasta la muerte e incluso un poderoso
hombre lobo habría sido incapaz de recuperarse de tal tratamiento.

Me arrodillé junto a él, con el corazón encogido y tomé su mano.

—Todo estará bien, estoy aquí, no te preocupes.

Tenía los ojos cerrados, subí los párpados con los dedos y sumergí mi mirada en la
proyección de mi propio poder.

—Frank, estoy aquí, no estás solo. Voy a aliviar tu dolor, ¿me oyes?

No respondió, pero ahora la magia rodeaba sus brazos protectores.

—Siento el agua... viento, tierra —gimió.

—Sí, es el olor de los bosques, la naturaleza y la vida. Has vuelto a casa. Mi nombre es
Rebecca. Soy amiga de Beth. Hace varios días que estábamos buscándote. ¿Sabes que te ha
pasado?

—N...., no. Había varios... Me duele... mi padre.


—Vendrá, y cuidará de ti con el resto de la manada —mentí para tranquilizarlo—. Enfócate.
Tienes que recordar lo que pasó. ¿Cómo eran esos hombres?

—Máscara... No lo sé... extranjeros...

Su boca estaba crispada por el dolor y su respiración era cada vez más débil. Mi magia no
podía mantenerlo aun en vida por mucho tiempo. Me incliné hacia su oído.

—Frank, ¿dónde te llevaron? Tenemos que encontrarlos y matarlos.

—Ellos olían a nosotros... y humanos.

—¿Todos nosotros? ¿Quieres decir que eran seres sobrenaturales y humanos?

—No igual... olor…

Mi poder me quemaba, señal de que tenía que dejarlo ir inmediatamente.

Puse mis labios sobre sus labios lacerados y envié una onda de calor suave y reconfortante a
través de su cuerpo.

—Tienes que dormir ahora, no te preocupes, yo me encargo de ti.

Cualquier rastro de terror desapareció de la mirada del joven lobo, como si él entendiera que
nadie más podía hacerle daño.

La muerte se colocó suavemente sobre él como una brisa suave y se lo llevó con un último
beso. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras sentía como la muerte absorbía la poca
energía que le quedaba.

Comencé entonces el Canto de los muertos. Una canción mágica de amor y paz que mi clan
reservaba a los héroes y a las almas puras. Terminaba el último verso, cuando Gordon, Jerry,
Bruce y un lobo que no reconocía, aparecieron en las escaleras.

—Apártate de ahí, pequeña. Bruce, Linus, llévenlo al interior y cierren la puerta.

Jerry se interpuso:

—Es mi hijo, yo me encargo.

Tomó el cuerpo de Frank en sus brazos tan fácilmente como si no fuera más pesado que una
pluma y lo llevó al salón. Lo seguimos paso a paso mientras que escuchaba cerrarse la puerta
detrás de mí como una guillotina. Sentí la fría furia de los lobos invadir el apartamento y que
me oprimía como mil brazos tratando de abrazarme o estrangularme, no lo sabía.
—¿Qué ha pasado, Rebecca? —Gordon preguntó mientras yo trataba de encontrar un poco
de aire para respirar.

Él emitía olas de tal furor que su energía comenzó a convertirse en una profunda oscuridad
activando así mi poder sin que yo lo deseara realmente.

—Retrocede, Gordon, rápido... —susurré.

Una luz roja me rodeó como una barrera protectora y mi cabello comenzó a resplandecer.
Las paredes temblaban y bajo el efecto de la sorpresa, los lobos comenzaron a aullar
instintivamente como la llamada de la luna, girando alrededor, desorientados.

Cerré los ojos y traté de calmar el flujo de la magia que se derramaba como un torrente
furioso en cada parte de mi cuerpo.

Jerry, totalmente devastado por la muerte de su hijo, fue el primero en reaccionar y


convertirse en un gran lobo de piel gris clara. Corrió hacia mí emitiendo un gruñido bestial.

—Jerry, ¡no! —exclamó Gordon.

Levanté mis manos y lo propulsé contra la pared que se derrumbó parcialmente sobre él.
Había hecho bien en insonorizar la vivienda como un estudio de música. Eso
desgraciadamente, no impedía las vibraciones.

—Gordon, dígales que se calmen porque no puedo garantizar que no los vaya a matar —dije
con voz helada—, mí control se hace más difícil.

No debía mostrarle que tenía miedo, ni que yo no estaba segura de que podía enfrentarme a
cuatro lobos encolerizados sin morir.

Afortunadamente, Gordon me creyó y asintió, impresionado.

—Que nadie se enfrente a esta pequeña, ¿está claro?

Su voz era normal, pero sentía que cada palabra resonó en los oídos de los hombres lobo
como una corriente poderosa que no podían resistir. Su voluntad era ahora suya.

De hecho, Linus se inclinó hacia atrás y cayó al suelo gimiendo de frustración. Bruce, todavía
no se inmutó, pero sentí su nerviosismo en la tensión de su rostro.

—No quisiera reprochártelo pero eres tú el que da el tono, Gordon. Ellos se controlaran
mejor si tú, su Alfa, consigues calmarte —dije con un tono lo más amable posible.

El autocontrol es una de las primeras lecciones que se les enseña a los lobos jóvenes y no
podía impedirme de culpar el comportamiento de Gordon ya que lo consideraba inaceptable
hacia un Alfa tan antiguo y poderoso como él. Si bien entiendo que las circunstancias eran
bastante excepcionales y que las apariencias no estaban realmente a mi favor.

—¿Me estás dando una lección? —preguntó incrédulo.

—Parece que sí... —le dije sonriendo.

—Es divertido —él respondió sin que llegara a determinar si aprobaba o no mi pequeña riña.

En cualquier caso, el aura de magia que me rodeaba había desaparecido de repente, tan
repentinamente como la ira devastadora de los licántropos que ahora me miraban con
curiosidad.

—Bueno. Voy a resumir la situación —dije suspirando—. Me desperté de repente y sentí la


energía de Frank, pero también algo más, una amenaza en mi puerta. Cuando abrí, lo
encontré en ese estado, pero no encontré rastro de él o los que lo habían dejado.

Escuché un ruido de fondo bajo el aglomerado de la pared, donde había lanzado a Jerry.
Gordon asintió hacia Linus y Bruce. De inmediato fueron a sacar a su compañero de debajo
de los trozos de pared y lo ayudaron a levantarse.

—Y vosotros, ¿por qué estáis aquí? —pregunté.

—Beth nos llamó y nos pidió que fuéramos a tu casa porque tenías problemas.

Lógico. Leonora se refugió en casa de Beth que debe haber pensado que necesitaba
refuerzos. En vez de venir ella —y para no dejar sola a Leonora— me envió a Gordon y a una
parte de la manada. Por desgracia, cuando llegaron los lobos, descubrieron el cuerpo de
Franck y yo a su lado. Habida cuenta de su mal humor y baja capacidad de manejar con
seguridad tales molestias, tuve suerte de escapar sin lesiones.

—Lo siento por Franck. Parecía un buen chico —dije con un nudo en la garganta.

Gordon lanzó una mirada al cadáver sobre la mesa y se puso pálido.

—Decías que habías sentido su energía, que no estaba muerto. ¿Él dijo alguna cosa?

Jerry, aún en su forma de lobo, se acercó cojeando hacia mí, con sus ojos amarillos fijos en
los míos.

—Estaba inconsciente y moribundo. Le insuflé un poco de magia, primero para aliviarlo, a


continuación, para que pudiera hablar, pero realmente no ha podido ayudarme. De hecho,
solo me dijo que los que lo habían raptado tenían no sólo nuestro olor, sino también el de
los humanos y que no tenía ni idea de donde fue encerrado.
—Eso no tiene sentido —dijo Gordon frunciendo el ceño.

—Yo también pienso eso —dije—. Pero no soy una especialista. ¿Existe una criatura cuyo olor
podría ser como una mezcla entre un humano y un miembro de nuestros clanes y que un
lobo pueda confundirlo?

Gordon negó con su gran cabeza y pasó su mano por el pelo en gesto de duda.

—Sí existe tal criatura, nunca he oído hablar de ella.

Se volvió hacia los otros miembros de la manada.

—¿Linus? —El hombre grande y alto, de hombros anchos y pelo castaño claro negó con la
cabeza.

—Eso no me dice nada —añadió Bruce enviándome una sonrisa tímida.

Suspiré ruidosamente y me senté en el sofá.

—Seguramente que hay alguien en esta maldita ciudad que notó algo inusual —gruñí.

—¿Por qué razón se han molestado en traer a Frank a tu casa? —preguntó Gordon arrugando
las cejas.

—Por provocación o para asustarme, no tengo la menor idea…

No había nada coherente en esta historia, ni siquiera yo. Y eso empezaba verdaderamente a
enojarme. En primer lugar los secuestros, después las torturas... Yo realmente no entendía a
qué clase de juego, esos tipos, jugaban. Pero lo que sabía era que ellos estaban tratando de
quitar mi lado civilizado para dar paso a la cazadora y tomar lenta e insidiosamente posesión
de mí. Mi verdadera naturaleza estaba tratando desesperadamente de salir a la superficie.
Mis estallidos de luz repentinos eran la prueba. Y no era una buena señal, no, no era buena
señal para nada…

—¿Y hay razones por las que quieren asustarte?

Brevemente le resumí los acontecimientos de la noche pasada y mi encuentro con el hombre


enmascarado. Me escuchó sin interrumpirme, sin expresión, por lo menos hasta que le dije
que lo había herido y que están analizando su sangre.

—Eso es astuto —estuvo de acuerdo—. Al menos de esta manera, sabremos con quien estamos
tratando... ¿cuál de los nuestros se está encargando de eso?

—Leopoldo Fergusson.
Leopold era técnico en uno de los dos laboratorios de la ciudad y según me dijo Mark era
también un mutante.

—Según lo que he comprendido de tu historia, ¿él tiene la intención de tomarla contigo?

—Es lo que parece estar en su plan —aprobé.

Es el momento en el que Jerry decidió volver a su forma humana. Su cuerpo desnudo estaba
herido y magullado.

Se volvió hacia Gordon ignorándome por completo.

—¿Cómo puedes estar seguro de que ella no inventó toda esta historia? Estaba tan triste y
enojado que había conservado sus amarillos ojos de lobo en su cara humana.

Alfa suspiró y respondió:

—Debido a que es coherente y que corresponde con la información que ya tenía. No la hagas
responsable de la muerte de Frank, Jerry, no tiene nada que ver.

Jerry bajó la cabeza con tristeza y avanzó hasta el cuerpo de su hijo.

—Ella es... ella habría debido salvarlo. Es una bruja, ¿no? ¿Por qué no ha hecho nada?

—Ella lo acompañó hasta el final. ¿Ya has oído su canto? ¿Sentiste la pureza de su magia? Él
no podía estar mejor...

—Pero si tú estabas seguro cuando llegó que yo no tenía nada que ver con la muerte de
Frank, ¿por qué estaba tan enojado conmigo? —le pregunté intrigada.

Me miró con sus ojos oscuros de color azabache y dijo con voz triste:

—No estaba enojado contra ti, estaba solamente enojado. Me dejé ir. Eso no es muy brillante,
¿no?

No. Y eso significaba sobre todo que Gordon sufría la enfermedad de los viejos lobos y que
no podría ya dirigir mucho tiempo la manada de Nueva Inglaterra. Él lo sabía y apostaría a
que todos los que lo acompañaban esta noche también lo sabían. Pronto, él iba a
ensimismarse, dejar el clan y convertirse en una bestia desabrida y peligrosa.

—¿Estás segura de que no tienes nada más que decirnos, querida? —preguntó Gordon
mirándome.

—El hombre que te trajo Beth, ¿sigue vivo?


—Sí. No se encuentra en excelentes condiciones, tengo que admitirlo, pero está vivo.

—Entonces, vayamos.

Lancé una mirada explícita al cadáver de Frank, Gordon asintió.

—Los chicos van a ocuparse.

—¡Oh no! no puede ser, me había olvidado. Mi hija está en casa de Beth, tengo que llamarla
para decirle que regrese. Ella tiene escuela. Lo siento, pero no puedo acompañarlos ahora.

—No hay problema. Bruce puede quedarse, es muy bueno con los niños —dijo Gordon en
tono tranquilizador.

—¿En serio? —dije con recelo.

Bruce no pudo evitar echarse a reír y se dirigió hacia mí con un aire relajado.

—Por supuesto, señora. Incluso tengo un título de Estado que lo confirma. Me ocupo todos
los años de acompañar a los pequeños en viajes de estudios o a los centros deportivos.

Era guapo, amable, encantador y cariñoso. Este lobo no era definitivamente un mal partido.

Vacilé aún unos segundos y asentí.

—Desayuna un bol de cereal con leche. Le dejaré una nota para decirle quien eres —dije
girándome hacia Bruce.

—¿Tienes algo para hacer panqueques?

—Sí, en el armario de la cocina.

—No hay problema, no te preocupes, me las arreglaré. ¿A qué escuela va?

—Ella te lo dirá —le dije siguiendo los pasos de Jerry y Linus que se apoderaron del cuerpo
de Frank.

—Una última cosa…

—¿Sí?

—No la toques nunca. No te le acerques por detrás, tiene, digamos... reflejos específicos.

Bruce alzó las cejas, perplejo, pero no hizo ningún comentario. Era evidente de que también
era un chico inteligente...
Traducido por Princesa de la Luna
Corregido por Vickyra

os lobos habían envuelto el cadáver de Franck en una alfombra. Un clásico tan


normal que me preguntaba si alguien todavía creía en ello. Afortunadamente, a
las seis de la mañana, no hay gente en las calles y me di cuenta con cierta
satisfacción que no nos habíamos cruzado con nadie. Había insistido en subir con Linux
mientras que Gordon y Jerry transportaban el cuerpo del hombre lobo a la parte de atrás del
4 x 4 del Alfa. No podía soportar el dolor que veía en los ojos de Jerry y dado su estado de
ánimo hacia mí, yo no quería que estuviese sentado detrás de mí.

La casa de Gordon estaba a cuatro o cinco millas de Burlington, en el camino a Winooski.


Se trataba de una antigua granja con un edificio principal y dependencias que servían de
garaje. Los lobos no querían atraer la atención de los vecinos o transeúntes, ante el gran
número de visitantes que el líder del grupo recibía diariamente.

—¿Beth y usted son amigas desde hace mucho tiempo? —Linux me preguntó mientras nos
aparcábamos.

Le eché una mirada de sorpresa. Él no había abierto la boca desde el comienzo del viaje.

—Siete años.

—¿Por qué nunca habla de usted? Se ven muy cercanas, sin embargo.

—Le pedí que fuera discreta. La discreción es un concepto que los lobos tienen también muy
apegado, ¿verdad?

El hombretón sonrió.

—Sí, es cierto, señora —dijo con voz hueca.

Bajamos rápidamente y nos dirigimos hacia la casa sin esperar a Gordon, quien mientras
tanto había dejado a Jerry en su casa. Debía anunciar la muerte de Franck a su madre.
Pensando en ello, sentí que mi corazón se hundía. Sentía culpa y no era agradable, me sentía
responsable por no encontrar a los captores que le mataron.

Cuando cruzamos el umbral, un joven con cara triste nos miró. Estaba sentado en una silla,
delante de un bol, en pijama.

—Buenos días William —le dije reconociéndolo.

El nieto de Gordon claramente no estaba feliz de verme. Y yo no podía culparlo. Pasé a dos
dedos de matarlo mientras que él pensaba pasárselo bien conmigo.

—Buenos días —dijo con evidente desgana—, ¿quiere un café?

—Me alegro de ver que tu abuelo cumplió su palabra y has aprendido a hablar con las
mujeres —le dije sarcástica.

—Sí y es una lección que probablemente no olvidaré —dijo en un tono lleno de


insinuaciones—. Usted sabe, sólo quería asustarla, no la habría tocado, en fin, quiero decir…

—¿Quieres decir que estabas faroleando?

—Pues, sí. Pero creo que evitaré de hacer este tipo de bromas en el futuro.

Linux no pudo evitar sonreír.

—Eso está mucho mejor, pequeño, así vivirás más tiempo.

William asintió y se dirigió hacia la cocina.

La casa de Gordon era bastante ecléctica. Las paredes blancas estaban cubiertas con tapices
coloridos de pinturas antiguas y étnicas de principios del siglo XVIII, todas representaban
escenas de caza. El mobiliario era rural, casi austero, pero se podía ver en la parte adyacente
nuevos modelos de sofás de diseño y una pantalla de plasma grande.

En todas partes, plantas y adornos de todo el mundo. Me imaginaba sin mucho a


equivocarme que eran regalos de los miembros de la manada o personas en búsqueda de
servicios. Todos estos contrastes daban un toque exótico y extraño a la residencia.

William pronto regresó con el café y nos sentamos con él alrededor de la enorme mesa
cubierta con un hule azul.

—Gracias —se lo agradecí mientras Linux se contentó con una simple inclinación de cabeza.

—¿Esperan a mi abuelo? —William preguntó con los ojos devorados por la curiosidad.
—Sí —dije lacónicamente.

—Frank está muerto, ¿no?

Linux levantó la cabeza y lo miró con sorpresa.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sentí —respondió el joven lobo simplemente.

—¿Tú... tú lo pudiste sentir? —Linux tartamudeó.

—Sí. Su energía se ha unido a la manada y la sentí arder dentro de mí.

Visto la cara que hacía Linux, me imaginé que lo que William había dicho debería ser más
bien inquietante.

—No debes decir nada, William. A nadie. ¿Me lo prometes? —dijo Linux con ojos
asustados—. Y usted, señora, no repita lo que ha escuchado, por favor, ni siquiera a Beth —
insistió.

—No voy a decir nada. No es asunto mío, de todos modos.

De repente comencé a entender y mis sospechas sobre una posible guerra de sucesión se
vieron confirmadas.

—Sólo por curiosidad, ahora que Frank está muerto, ¿Quién está en mejor posición para
convertirse en el líder de la manada? —pregunté en tono ligero.

Linux tuvo una mirada sombría acentuada por sus gruesas cejas pobladas.

—Dante —dijo.

Ya había cruzado al lobo, un mastodonte malvado y repugnante. Beth me lo había descrito


como un bruto primitivo y sin conciencia. Ella me aconsejó que desconfiara de él como si
tuviera la peste y por lo que sabía de él no era una advertencia innecesaria.

—Tiene razón —le dije a William—. Todavía eres demasiado joven e inexperto para
desafiarlo. Esconde que eres un Alfa y que has heredado los poderes de Frank. Aprende
primero a pelear.

—¿Cómo? ¿Quién le dijo que...? —Linux se atragantó.

—No te preocupes, yo estoy de su lado. Espero que Gordon viva el tiempo suficiente para
permitir que William mate al bastardo de Dante.
—¿Me ayudaría? —preguntó William.

Me tragué mi café de golpe. Los lobos desprecian a las otras especies y a las mujeres en
particular.

No les gusta ver cualquier intromisión extranjera en sus asuntos. Había algo que me
sorprendía.

—Sería una buena idea —aprobó Linux para mi sorpresa.

—¿En serio? Pero a diferencia de ustedes no tengo garras o colmillos, ¿entonces cómo puedo
ayudarle?

—El Alfa no es sólo el más fuerte de nosotros —dice Linux—. También es el que tiene los
amigos más poderosos, las alianzas más ventajosas. Usted es el Assayim, Rebecca, y según lo
que he visto hace un rato —me guiñó un ojo—, la más extraordinaria de las brujas que he
encontrado. Y si me conociera mejor usted sabría que es un sagrado cumplido...

Yo no tenía ningún deseo de implicarme con la manada o participar en sus enredos políticos.
Y además, iba pronto a dejar la ciudad, así que…

—No puedo. Me he convertido en Assayim el tiempo necesario para encontrar a los


desaparecidos y liquidar a aquellos que participaron en su secuestro. Después de eso, solo
Dios sabe lo que haré.

—¿Está pensando en irse? —William preguntó visiblemente decepcionado.

—No lo sé todavía, pero es probable.

—¿Y Beth? ¿Se irá con usted? —preguntó Linux con cara de preocupación.

—Se lo dije. Nada está decidido todavía.

Pero sinceramente dudaba que Beth abandonara la manada en las manos de Dante.
Probablemente lo retaría y trataría de matarlo antes de seguirme. Y ella probablemente
moriría.

—William, ve a buscar las llaves. —Gordon nos estaba mirando.

Sentí su energía mucho antes de que entrara en la habitación. Su aura era oscura y triste.

—Síganme.

Bajamos las escaleras hasta el sótano. Era amplio y no había nada siniestro en el lugar, como
me esperaba. Gordon lo había construido y lo convirtió en un gran salón subterráneo. Sofás,
mesa de café e incluso una cama habían sido instalados y dominaban delante de una jaula
enorme con barrotes de plata. Asumí que esta zona estaba reservada para la familia o los
amigos que han querido apoyar a los adolescentes en sus primeras mutaciones. Me pareció
bastante considerado.

Quentin, dormía en el suelo. Él estaba completamente despeinado y apestaba a orina.

—¡Growley, de pie!

Abrió los ojos y empezó a gritar.

—Se puede decir, que les hace efecto a los hombres, señora —dijo Linux sarcásticamente.

—William, ven conmigo —le dije sonriendo.

Entré en la jaula seguida por el joven hombre lobo.

Gordon se mantuvo al margen y se limitaba a observar.

—Levántate —dije fríamente mirando a Quentin.

Él me devolvió una mirada de terror y se levantó inmediatamente.

—¿Por qué razón Kathryn Germann te ha llevado al Glam? ¿Ella sabía que no eras un simple
humano?

—No sé lo que quiere decir —me respondió temblando de pies a cabeza.

—William, sujeta su mano —le dije agarrando mi cuchillo.

El lobo me miró, pero obedeció.

—Sujétalo bien.

Le corté el dedo índice. Desde mi experiencia con Dzung, me hice cargo de afilar mi arma y
la baja resistencia que sentí cuando la hoja alcanzó los huesos confirmó que lo había hecho
bien.

Quentin gritó y sentí a William cada vez más nervioso por la sangre.

—El control de uno mismo, William. Eso es lo que hace la diferencia entre un Alfa y un
macho corriente —dije plantando mis ojos en los suyos.

Relajó sus músculos tensos, cerró los ojos y de pronto pareció calmarse.

—¿Quién es tu amo?
—¡Vete a la mierda!

Avancé mi mano hacia el ojo, las uñas hacia delante y se lo reventé.

Me entrenaron para torturar y obtener la información que necesitaba mi clan pero lo odiaba.
Me enseñaron que el fin justifica los medios y que nada debería jamás apartarme de mi meta.
Pero a menudo me llegaba la duda y me preguntaba si no era mejor dejarlo todo antes de
convertirme en una psicópata loca como la mayoría de las Vikaris.

—¿Quién es tu amo? —le pregunté rezando para que hable rápidamente.

—Charles Winthrop —dijo gimiendo de dolor. Ese nombre no me decía absolutamente nada.

—¿Y dónde puedo encontrarlo?

Un largo hilo de sangre corría por la mejilla de Quentin. William estaba atento y asustado
por lo que estaba haciendo.

—Lo conocí en Newport.

—¿En Pennsylvania?

—Sí.

—¿Es un renegado?

—Mire, yo no sé mucho sobre él. Él me ha enviado y yo sólo tenía que seguir un plan. Yo no
puedo ponerme en contacto con él, es él quien me encuentra y si se entera de que yo lo
traicioné, estoy muerto.

Lo estaba de todos modos…

—¿Hay otros humanos que trabajan con él?

Bajó la cabeza y de repente se me ocurrió algo.

—Dijiste que te acostaste con Kathryn, tenía que haber visto las marcas causadas por los
colmillos de tu amo en tu cuerpo, ¿no?

Se obstinaba en no responder. Empecé a perder la paciencia.

—¿Por qué Kathryn te llevó al Glam? —repetí—. Ningún humano puede entrar, entonces
¿Cómo lo hiciste?

—Fue por casualidad —él persistió—, pasamos por delante…


Era más tenaz de lo que imaginaba. Lástima por él... Le puse la mano a algunas pulgadas de
distancia y mi energía comenzó a subir, penetrándolo como los tentáculos de un enorme
insecto listo para devorarlo. Empezó a sacudirse lanzando un grito agudo y cayó de rodillas,
doblado por el sufrimiento.

—Te quemas, Quentin, estás licuándote en el interior y va a durar unas horas. Después,
cuando estés muerto, voy a encontrar a tu padre, tu madre, tus hermanos, tus hermanas,
todos los que te importan y yo les haré sufrir el mismo castigo.

—¡No! —gritó—. ¡No!

Se arrastró de rodillas, derrotado.

—Kathryn es de los nuestros... Conocía a mi amo.

—¿Así que su encuentro fue todo organizado, fue simplemente una puesta en escena para
que nadie sospechase? ¿Incluyendo el encuentro provocado por Max y Debby?

—¡Sí! Basta, se lo ruego —le solté un poco de presión para que pueda hablar. Hasta ahora, mi
poder está normalmente controlado, esperaba que continuara así hasta que él me lo contase
todo.

—¿Por qué tomar tantas precauciones?

—Quería que si remontaran la pista, apareciera como una simple víctima de mis maniobras.
Justo como la que me presentó a sus amigos tontamente. Y si se le interrogara, más tarde,
ella tendría la poción que os impediría saber si les decía la verdad o no.

—Entonces ¿por qué no volvió a su casa? ¿Por qué ha desaparecido?

—Mi amo pensó que no estaría a la altura y cambió sus planes. Pero yo tenía primero que
debilitarla. Así que le pedí al camarero, Dzung, de poner la poción en su copa. Ella
sospechaba demasiado para beber o comer con nosotros, pero confió en aquel maldito
camarero.

—¿Dónde están?

—No lo sé —dijo con los ojos desorbitados por el dolor.

—A dicho la verdad —dijo William.

Asentí. De todos modos, la poción ya no es eficaz en su cuerpo, ahora…

—¿Tienes alguna idea de la identidad de los otros humanos que trabajan para él?
Quentin sudaba sangre. Gotas rodaron por su rostro. Él estaba en el proceso de licuado.

—No. Le juro que no.

—¿Y Kathryn?

—Sí, pero ella nunca me dijo nada.

—¿Por qué, por cual razón los han raptado?

—No lo sé. Necesitaban criaturas muy poderosas, es todo lo que sé —dijo antes de colapsar.

Vomitó sangre que ahora se extendía por el suelo de la jaula. Tres segundos más tarde,
estaba muerto.

—El interrogatorio terminó —dije mirando su cuerpo—. William, no te acerques a él, sus
órganos están contaminados por la magia —dije sintiendo la excitación del joven Alfa.

Muchos hombres lobos se pierden con el olor de la carne y la sangre y algunos de ellos se
convierten en una bestia incontrolada. Yo no quería que William se convirtiera en una bestia
salvaje tan cerca de mí. Pero el peligro no siempre está donde uno se lo espera y pronto oí
un gruñido fuera de la jaula.

—Linux —dijo William atravesando los barrotes—. ¡Para!

Su voz era potente, cargada de poder.

—¡Linux! —repitió una vez más.

El gran hombre lobo comenzó a gemir y arrastrarse ante él. Incapaz de desobedecer o
moverse. Sin duda, William era un verdadero Alfa. O al menos lo sería si no lo mataban
antes.

Gordon, había permanecido extrañamente en silencio, mirándolo con una mezcla de


orgullo, asombro y preocupación.

—Gracias por su ayuda —dije inclinando ligeramente la cabeza ante él.

Me miró con una sonrisa placida, indiferente a lo que yo pudiera decirle, y se giró
rápidamente hacia su nieto.

—William, ven aquí.

El joven Alfa bajó la cabeza y se acercó lentamente.

—¿Desde cuándo lo sabes?


—Yo tenía mis dudas, pero esta mañana sentí la muerte de Frank y el poder volver a la
fuente. Él entró en mí, abuelo.

Gordon cerró los ojos.

—No debes decir nada, William.

—Lo sé, lo he hablado con Rebecca y Linux. Me dieron el mismo consejo.

El viejo lobo me dio una mirada de aprobación.

—Rebecca es una joven sensata. Sensata y prudente —dijo en tono condescendiente.

Su amenaza era clara, pero inútil. De todos modos, yo no tenía ningún interés en traicionar
el secreto de William, todo lo contrario.

—Soy amiga de Beth, Gordon, y no creo que ella soportaría que alguien como Dante se
convirtiera en el líder de la manada. Espero con todo mi corazón que William le sucederá en
su momento —dije con sinceridad.

—Usted quiere mucho a Beth, ¿no es así?

—Sí.

—Es mi Raani. Es ella la que será responsable del cuidado de William.

—Ya lo sé —dije en tono sospechoso—. ¿Y qué?

—Yo soy el Alfa. Y como tal, puedo reemplazar a mi nieto si lo desafían, mientras se hace
más fuerte, pero me temo que los partidarios de Dante encuentren formas menos
complicadas para eliminarlo y se la tomen con Beth.

—¿Qué haría usted si ese fuera el caso?

—Ya sabes mi respuesta —dije en un tono glacial.

—Sí, supongo que sí.

—Tenga cuidado, Gordon, no ponga a Beth en peligro con la esperanza de que yo liquide a
Dante porque, en este caso, es a usted a quien mataría.

—¡Oh! Eso, bonita, no tengo ninguna duda de ello —dijo riéndose.


Traducido por Princesa de la Luna
Corregido por Vickyra

odavía era temprano, apenas las diez de la mañana cuando Linux me trajo a
casa.

Me introduje en el apartamento, de inmediato me desnudé, decidida a dormir


una o dos horas. La falta de sueño empezaba cruelmente a fastidiarme y necesitaba
recuperarme un poco antes de ir a registrar la casa de Kathryn y de hacer una visita a las
brujas de poción. Desafortunadamente, entrando en mi habitación, me di cuenta de que mi
cama no estaba vacía.

—¡Bruce! —grité.

Se supone que los canguros no duermen en la cama de los padres de los niños que cuidan,
¿no?

El hombre lobo abrió los ojos y más aún cuando descubrió que estaba completamente
desnuda.

—Lo siento. Me quedé para tranquilizarte a propósito de Leonora y decirte que ella había
perfectamente desayunado y que la había dejado en la escuela, pero me quedé dormido.

—Muchas gracias y ahora, ¡fuera! —ordené.

Él me dio una mirada de admiración que me hizo sonrojar.

—¿Está segura?

—Sí, lo está —dijo de repente una voz detrás de mí.

Me volví. Los ojos de Mark eran de color rojo brillante.

—No se te puede dejar sola ni un momento —dijo respirando ruidosamente.


Impresionante. Yo estaba desnuda delante de un hombre lobo que apenas conocía y de un
demonio que me hacia una crisis de posesión.

—Retrocede, Mark —dije en tono amenazante.

Pero mi ex amante solo tenía ojos para Bruce. Su ira era palpable y me asfixiaba. Para mi
sorpresa, el hombre lobo no se movió. Todavía estaba acostado en mi cama y parecía
observar la escena, tranquilamente.

—¿Es tu novio? —preguntó en tono divertido.

—No —le dije agarrando un batín de seda de mi armario.

Estaba tan cansada que ni siquiera tenía fuerzas para enfadarme y preguntar qué narices hacia
ese demonio en mi casa.

—Sí —dijo Mark mirándome.

De repente me eché a reír nerviosa. Los dos hombres me miraron como si me hubiera
vuelto loca.

—¿Crees que es divertido? —Mark preguntó en tono enojado.

—Creo que está agotada —dijo Bruce con cara de preocupación.

Marck frunció el ceño, irritado.

—¿Rebecca? ¿Estás bien?

—Sí —dije riendo—. Usted... ustedes deberían irse.

La fatiga, el estrés causado por la emoción, la embriaguez de la energía que provenía de los
dos hombres estaba haciéndome descarrilar completamente.

—Vete, lobo, yo me ocupo de ella —dijo Mark en tono autoritario.

Bruce me interrogó con la mirada y asentí.

—Te llamaré dentro de un rato —dijo finalmente levantándose de la cama.

Asentí y me metí debajo de las sábanas. Mark me miró, con el ceño fruncido.

—Tengo los resultados del laboratorio. Duerme un poco, esperaré hasta que descanses —dijo
con la entonación que tienen los seres humanos para hablar con pacientes nerviosos.
—Eso es, lo haremos así —murmuré mientras que el sueño me sumergía como una ola cálida
y relajante.

Tres horas más tarde, salté de la cama y fui al baño a tomar una ducha y ponerme
rápidamente un bonito vestido de lana blanca, un par de botas y la funda que contiene mi
Beretta. Crucé el salón, la parte de pared que se derrumbó detrás del sofá, había sido
evacuada por Bruce. Este muchacho estaba sin duda lleno de cualidades. Me dirigí a la
cocina. Mark me esperaba.

—¿Has dormido bien? —preguntó bajando su periódico.

Me daba la impresión de estar en una comedia. La cocina estaba impecable y me vino un


olor delicioso a comida y café.

—Sí. Si puedo conseguir una buena noche esta noche, todo volverá a la normalidad —le dije
sentándome frente a un plato caliente con huevos y tocino. Me gustó la atención en su valor
razonable y se lo hice saber con una sonrisa.

—No sabía si preferías los huevos revueltos, cocidos o a la florentina.

—Los amo en todas sus formas —le dije empezando a comer.

—Así que está perfecto —dijo levantándose.

Sus jeans negros y un suéter en V colocado en sus músculos desarrollados, le daban un


aspecto varonil y sexy a la vez. Sus rizos castaños caían por su hermoso rostro y su sonrisa
suavizaba la dureza de sus rasgos. Realmente era un encanto.

—Bien, ahora que estoy satisfecha, me gustaría que me expliques lo que haces aquí y será
mejor tener una buena explicación, créeme.

—Fui a por los resultados del laboratorio concerniendo el rastro de sangre que dejó la cosa
que la tomó contigo la otra noche, quería deslizarlos por debajo de tu puerta esta mañana,
pero me la encontré abierta y te pusiste a gritar, entonces vine a ver qué pasaba.

—¿Es tan simple como eso? ¿Simplemente me olvidé de cerrar la puerta?

—Lo prometo. Estabas tan cansada volviendo a tu casa esta mañana que no te diste cuenta.
Además, a propósito, me enteré de que los secuestradores mataron al joven lobo, lo siento.

No tanto como yo...

—¿Alguna vez has jugado al fútbol? —le pregunté echando una mirada insistente sobre sus
hombros y brazos musculosos.
—No. Soy demasiado fuerte para jugar con los humanos. —Una chispa divertida crepitaba en
sus ojos.

—Es cierto que no sería un juego justo —dije riendo.

—No. Y de todos modos, los juegos que prefiero están en otro nivel.

—¿Cómo es eso? —dije en tono sospechoso.

—Soy abogado, ¿se te había olvidado?

—¿De verdad eres un abogado?

—Absolutamente y tengo una reputación de hacer parte de los buenos o muy buenos
especialistas de negocios. Suelo trabajar para las grandes empresas privadas —dijo sentándose
a mi lado.

—Entonces, ¿cómo es que has venido a enseñar aquí?

—Le debía un favor a Baetan. No he tenido más remedio que aceptar —dijo bajando la
cabeza.

—Sí. Me ha hecho lo mismo —dije plantando mis ojos en los suyos—. Pero cuando hayamos
resuelto esta historia, te podrás ir a casa y reanudar una vida normal.

Esquivó mis ojos y se volvió hacia la ventana.

—Me temo que esto ahora ya no es tan simple —dijo con voz ronca.

—¿Por qué?

—Gracias a ti.

—Quiero que las cosas estén claras, Mark. Yo no te amo.

Nos miramos por un momento con desconfianza. Inmóviles. Sus codos apoyados en la mesa
y su cabeza entre sus manos.

—Es posible, pero no necesitamos amar cuando compartimos el Malaat. Mi cuerpo está
atado a ti, Rebecca, no puedo evitarlo.

—Sólo es una atracción física un poco más alta que el promedio, Mark, deberíamos poder
superarla.

—¿Tú has sido ya marcada por un vampiro?


Me sobresalté.

—Sí, por supuesto, sé que lo has sido, he visto el tatuaje de sangre en tu cuello. Pues bien,
para el Malaat es lo mismo, pero versión demonio.

—Bueno entonces, no es un problema. Este tipo de vínculo metafísico no funciona conmigo


—dije encogiéndome de hombros.

Hizo una mueca, obviamente escéptico.

—En fin, sí —admití sonrojándome—, pero soy capaz de controlarme.

—Ese no es mi caso —dijo pareciendo infeliz.

—Lo siento, no tenía ni idea... ¿hay una manera de romper ese lazo y liberarte?

—No. No desaparecerá hasta la muerte de uno de nosotros.

—¿Es una broma?

—No lo creo.

—Entonces deberías tener interés en...

Pero no pude terminar la frase. Las palabras parecían atascadas en la garganta.

—¿...matarte? No —dijo con un suspiro—, sería incapaz. Ninguno de nosotros puede matar al
otro. Esa es la razón por la cual aún no me has hecho desaparecer de tu vida y me has
defendido contra Raphael.

De repente, me quedé inmóvil, paralizada. De pronto comprendí mi extraña indulgencia


hacia él. Después de todo, era un demonio y yo habría debido devolverlo desde hace tiempo
al infierno al que pertenecía. Pero en lugar de eso, lo había perdonado y hasta protegido.

Actué en contra de mi instinto de cazador sin siquiera darme cuenta. Había realmente algo
que no estaba bien en mí...

—Tienes razón. Si yo hubiera estado en mi estado normal, te habría pulverizado desde hace
mucho tiempo.

—Lo sé —dijo lacónicamente.

Dado el tono que utilizaba, me pregunté si no preferiría morir antes que compartir el Malaat
conmigo. En cuanto a mí, yo era más pragmática: prefería encontrar una manera de matarlo
antes que compartir el Malaat con él.
—Bueno, todo esto está muy bien, pero este pequeño problema no es una prioridad. Por el
momento nos concentramos en el trabajo y para el resto, ya veremos más tarde, ¿de
acuerdo?

Él asintió y se puso de pie para tomar un pequeño archivo colocado en la mesa de café roja
del salón.

—Estos son los resultados de las muestras de sangre del monstruo de la otra noche. Cuando
fui a recuperarlos, Leopold Fergusson, el médico cambiaformas, era un manojo de nervios.
Me dijo que las muestras eran una cosa que jamás había visto antes y que era una mezcla de
todas las especies.

—Sí, lo sé —le dije en un tono decepcionado.

—Sí, pero lo que no sabes es que este monstruo no ha nacido en la naturaleza.

—¿Quieres decir que fue creado?

—Sí. Los humanos hacen grandes avances en la genética. La investigación está avanzando
rápidamente. Y no me sorprendería que esto sea una especie de experimento de laboratorio
que habría escapado o algo así...

—¿En qué piensas? ¿En una gran empresa farmacéutica? ¿En el ejército? Estamos en todas
partes y en los más altos niveles... Nos hubiésemos enterado...

Él frunció el ceño.

—Es probable, sí.

—¿Entonces que nos queda? Un científico loco o...

Me callé bruscamente.

—¿En qué acabas de pensar, Rebecca?

—Durante una conferencia, Beth me presentó a un genetista, el profesor Thomson. Ella


estaba realmente sorprendida de ver una persona de tal dimensión colgar por estos
alrededores. Bueno, no quiero hablar mal de los que me pagan pero ese tipo tiene más su
lugar en las universidades de la Ivy League que en la de Vermont.

—Thomson se acercó dos veces al Premio Nobel. Es un genio —dijo Mark con deferencia—, y
tiene una excelente reputación. Dudo que él tenga nada que ver con esto.

—¿Qué más sabes de él?


—No mucho, es muy reservado.

—Parecía estar muy interesado en mí, incluso quería que almorzamos juntos... —dije
pensativa.

—Es extraño. Este tipo no suele frecuentar a nadie, nada le interesa aparte de sus trabajos.

—Sí, es extraño, como tú dices —dije dirigiéndome hacia mi bolso, colocado sobre la cómoda
de la entrada.

Unos segundos más tarde, marqué el número de su tarjeta de visita.

—Hola, ¿profesor Thomson?

—¿Sí?

—Mi nombre es Rebecca Kean, una amiga de Beth Mattison. Nos encontramos durante la
conferencia.

—Me acuerdo muy bien de usted, querida señorita —dijo en un tono amable—, esperaba su
llamada mucho antes.

—Le ruego me disculpe, pero he tenido un montón de trabajo. Puedo liberarme en el


almuerzo de mañana al mediodía, ¿está usted libre?

—Ya tenía otros compromisos, pero estaré feliz de cancelarlos. ¿Dónde desea que nos
encontremos?

—Hay un encantador pequeño restaurante en la calle principal se llama el Pan y el Vino, ¿le
conviene?

—Pues sí. ¿Beth Mattison nos acompañará?

Seguro que no. Yo no tenía ganas de hacerme reventar mis ojos por una loba hecha una fiera
de que puedan pensar mal de su ídolo...

—No lo siento. ¿Es eso un problema?

—¡Oh, no, en absoluto, todo lo contrario, ya sabe usted, a mi edad, hay tan pocas
oportunidades de almorzar cara a cara con una mujer bonita... Eso me recordará los viejos
tiempos.

Por favor, espero que no sea un viejo libidinoso...

—Adiós, profesor.
Apenas terminé de colgar, que Mark me miraba, sospechosamente.

—¿Vas a maltratar a ese humano?

—¿Por qué pareces contrariado?

—El profesor Thomson es un líder. No se le puede tratar como a un sospechoso común.

—Pero ¿por quién me tomas? —dije dándole una mirada engañosamente inocente.

—Eres una Vikaris, los conozco a ti y a los de tu especie, ¡la vida de los demás no cuenta
para ti!

Pensándolo bien, no creo que yo le gustara más de lo que él me gustara a mí.

—¿Y es un demonio quien me lo dice? —respondí molesta.

—Un medio demonio —me corrigió—. Nunca he matado a nadie a sangre fría, Rebecca.

Mis ojos se abrieron.

—¿Qué?

—Yo sólo mato para defenderme y no obtengo ningún placer de hacerlo, créeme.

—Bueno, para tu información, que sepas que no soy tan estúpida como para atacar a un
humano sin razón. Sé que voy a tener mucho cuidado con él. Yo no soy una asesina, Mark,
yo soy una cazadora, no ataco a los inocentes —dije furiosa.

—Me alegra oír eso, mi corazón —dijo poniendo bruscamente sus labios contra los míos.

—¡Fuera! —grité inmediatamente empujándolo.

El timbre de la puerta empezó a sonar.

—Tienes suerte, idiota —dije yendo a abrir.

—¿Quién es el idiota? —dijo una voz familiar detrás de la puerta.

—¿Beth?

—Bruce me dijo que necesitabas descansar. Esperé un poco, pero no aguanto más, así que...

Su rostro estaba descompuesto. Ella estaba completamente desaliñada. La joven mujer


elegante, bella y refinada, había dado paso a una criatura emocionada y desorientada.
Cuando se quitó las gafas de sol, me di cuenta de que los ojos del lobo habían sustituido sus
risueños y negros hermosos ojos.

—Oh, oh... —dije frunciendo el ceño.

No la había visto desde la noche anterior, desde que Leonora había ido a reunirse con ella
en medio de la noche y que Beth me había enviado a Gordon al rescate. No desde la muerte
de Frank.

—Ven y siéntate —dije agarrando su brazo.

Ella gruñó, pero se recuperó rápidamente cuando me oyó suspirar.

—Entonces ¿dónde está el idiota?

—Olvídalo —digo—, es sólo Mark.

Mientras que le di la bienvenida Beth, él se había eclipsado amablemente a la cocina y


preparaba café.

—¿Es el humano de la otra noche? —dijo poniendo sus gafas de sol en su nariz. —Pensé que
no querías volver a verlo.

—¿Así que tú también lo tomas por un humano? Decididamente...

—Es a lo que huele.

—Mark no es más humano que tú o yo, es un medio demonio...

—¿Quieres decir que...? No, tú, Rebecca, ¿dejas a tal corrupción tocarte y circular por tu
casa?

—Es una larga historia, él trabaja para Baetan, ya te lo explicaré —le dije quitándole las gafas y
colocándolas en la mesa de café.

—¿En serio? ¿Cómo con Raphael?

—Ahora no, por favor...

Beth no respondió. Tenía los ojos fijos sobre Mark había entrado en la habitación con una
bandeja y tres tazas llenas de café instantáneo. Obviamente le gustó el espectáculo.

—Uh... —ella dijo.

—Cierra la boca —le dije.


—Mi nombre es Mark Feldman, encantado —dijo extendiendo la mano.

—Beth Mattison —contestó sonriendo.

—Usted es la Raani de la manada, ¿verdad?

—Sí, y la mejor amiga de Rebecca. Así, ¿entonces, es usted un demonio?

—Sí, pero uno bueno —dijo en tono serio.

—¿Existen? —bromeó.

—Está tratando de hacerme creer que es más como Charles Ingalls que como Hannibal el
caníbal —dije riendo.

—Original —dijo ella con una sonrisa forzada—. ¿Y piensas seguir desempeñando el papel de
Caroline Ingalls durante mucho tiempo?

Beth estaba muchas veces horrorizada por mis constantes referencias a las series de
televisión, pero ella sabía que era la única manera que poseía a veces para articular mis
pensamientos.

—¿No crees que tenemos otras prioridades en este momento que mi vida sexual? —le dije.

—Sí, pero tus prioridades ya no son las mías. Gordon me pidió que me quedara con la
manada y preparase el funeral de Frank con Maggie y Jerry. No podía rechazar.

El mensaje del alfa no podía ser más claro: Frank murió, Kathryn es una cómplice de los
secuestradores y el último desaparecido, Tom Cohen, un vulgar demonio. Que encontremos
sobrevivientes o no ya no era su problema.

—Muy bien —le dije—. Entiendo.

—Me pidió que te dijera que ahora es la Assayim la que debe ocuparse y de hacer su trabajo.
Hemos acordado con Bruce en ocuparnos de Leo. Ha tomado unos días de vacaciones y
está de acuerdo en cuidarla conmigo. Queremos que tengas las manos libres para hacer lo
que tengas que hacer —dijo con rabia contenida.

—Gracias —respondí en tono casi solemne.

Después de que Beth se fuese, Mark pasó casi diez minutos sin abrir la boca. Había limpiado
la mesa y comenzó a lavar los platos. Parecía extraño, sobre todo con el ceño fruncido.

—¿Qué es lo que pasa? —finalmente dije cuando se atacó a mi horno.


—Nada —gruñó.

—Como quieras. Bueno, escucha, tengo que salir, entonces sería bueno dejar caer la esponja
y regresar a casa. Mi horno es auto-limpiador.

—Eso realmente te gusta, ¿eh, ese trabajo de Assayim? —preguntó volviéndose hacia mí.

—No, pero no hay nadie más que para hacerlo en mí lugar. Acepté el trabajo, Mark. Tengo ir
hasta el final.

—¿Crees que Tom sigue vivo?

—Francamente, no lo sé. ¿Cómo es él? ¿Lo conoces?

—¿Estás interesada en la personalidad de un demonio, ahora? —preguntó en tono amargo.

—Tienes que creerlo —dije con una sonrisa.

—Es un buen tipo. No pasa de un cuerpo humano a otro cuerpo como hacen la mayor parte
de los demonios. Ocupa la envoltura carnal de Tom desde hace casi 300 años y lo hizo
porque estaba condenado de todos modos y le quedaban sólo unas semanas de vida.

—Ya veo. Verdaderamente un santito, de hecho —dije en tono sarcástico.

—Sólo quería vivir en la tierra en un cuerpo humano. No mata y no siente desprecio por los
hombres, sólo interés.

—¿Se trata de una especie de antropólogo, si entiendo bien?

—Sí. A su manera.

Para mí, los demonios eran todos iguales. Toman el cuerpo humano, fomentan guerras,
masacres y solo tenían un objetivo: destruir la vida.

—¿Era potente?

—Sí, pero él no utilizaba sus poderes, excepto para permitir que su cuerpo no se deteriore,
por supuesto.

—¿Por qué Baetan lo quiere de vuelta a cualquier precio? ¿Cuál era su propósito?

—Creo que le gusta.

—¿Me estás tomando el pelo?


—No. Ellos se conocen desde hace siglos. Sé que te duele escuchar esto, pero algunos
demonios son capaces de apegarse a alguien.

Sí. Como los piojos en los genitales...

—Sabes que tienes un curioso sentido del humor, tu…

Mark suspiró exasperado.

—Mi madre era humana y mi padre un demonio. Ellos se querían, figúrate y mi padre se
quedó con ella hasta su muerte.

—Déjate de rollos, Mark —dije con voz amenazadora.

—¿Qué? ¿Eso te sorprende? Bueno, pues te equivocas. Estoy dispuesto a conceder que hay
grandes corruptos entre ellos, pero no todos son monstruos. Adoro a mi padre —añadió—, y
lo extraño.

—¿Volvió al infierno?

—Utilizas la palabra infierno como una cristiana, lo que no eres. Además, empleas un
concepto teológico en lugar de un concepto científico. El infierno no existe, Rebecca. Es sólo
una palabra para describir otra dimensión.

—Ya lo sé, ¡pero no voy a cambiar su nombre de bautismo yo sola!

—Pues dale su verdadero nombre: Gerle ad.

—Muy bien, si eso te puede hacer feliz...

Contrariamente a lo que imaginaba Mark, era un ferviente creyente. Yo creía en un Dios


todopoderoso, creador de la vida, creía en la naturaleza y su fuerza y creía en los seres vivos
que pisaban con sus pies la tierra de este mundo.

—Entonces, ¿hacia dónde vamos? —preguntó—. No te has olvidado de la lista de personas


que matar, ¿verdad?

—Deja de juzgarme. No me conoces en absoluto.

—Ella es mortal, pero no tiene ni corazón ni alma. Ella inflige sufrimiento e invoca una
justicia ignorada. Ella es la espada y la mano que la guía se llama venganza. No la cruces en tu
camino porque crueldad es su nombre y tú sangre su emblema. Este es un extracto de un
poema sobre las Vikaris, que enseñan en las escuelas de Gerle ad, simpático, ¿verdad?
—Esto es un poco exagerado y completamente falso en lo que me concierne —dije haciendo
una mueca—. Ya te lo he dicho, tú no me conoces.

—Oh, conozco lo suficiente: sé que no te es difícil conciliar el sueño después de matar a


alguien, sé que eres capaz de las peores atrocidades cuando es necesario, sé que odias lo que
soy y que crees que soy un monstruo —dijo él colocándose una chaqueta de cuero, tamaño
XXL.

Esta vez, ya estaba harta. Imposible soportar a este tipo por más tiempo.

—No quiero que vengas conmigo. No necesito un guardaespaldas lleno de estados de ánimos
y devorado por una pseudo-moral del tres al cuarto. No sé si tú tienes el instinto de
sacrificio, pero yo, tengo el de la preservación —dije dando un portazo.
Traducido por Princesa de la Luna
Corregido por Vickyra

ark me había hartado y decidí evitarlo al máximo. Era horripilante y lleno de


ideas preconcebidas, lo que para mí, revelaba una mente estrecha y negativa.
De todos modos, yo tenía otros planes para esta tarde, aparte de ir a trabajar.
Ya había cancelado demasiados cursos durante estos días y los exámenes se acercaban
peligrosamente. De ninguna forma iba a ausentarme hoy —sobre todo que el jueves, solo
daba dos miserables horas después del mediodía—. Y además reanudar una vida normal sin
vampiros, demonios y otros alborotadores dando vueltas, me permitirá un respiro y dar un
paso atrás en los acontecimientos de los últimos tiempos.

—Buenos días —dije al entrar en el salón de clases—. En primer lugar quiero pedir disculpas
por mi ausencia en los últimos días. Espero que hayan tenido la oportunidad de terminar la
parte de Jean-Paul Sartre que les aconsejé.

Tim Walters, el pequeño rubito, un poco soso, que había cruzado en la discoteca, asintió.

—Sí. Esa es una obra interesante, aunque un poco peculiar.

—Desarrolla y discute —dije sentándome detrás de mi escritorio.

Dos horas más tarde, hice un resumen de la obra del filósofo francés y abordé Huis clos más
en detalle. Me encantaba Sartre y yo compartía con él la convicción de que el infierno son
los otros.

Y ciertamente no fue la aparición de Bruce al final de la clase, tras la marcha de mis


alumnos, lo que me haría cambiar de opinión. Todo lo contrario.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté guardando mis cosas—. No me gusta que vengas a
mi lugar de trabajo.

Me miró con sus hermosos ojos castaños, luego parpadeó y me di cuenta por primera vez de
la increíble longitud de sus pestañas.
—Lo siento, pero tenemos un problema.

—Eso no es una exclusiva. Y yo diría que tenemos muchos. Entonces, ¿qué sucede?

—Aligarh a llamado, parece ser que han raptado a un mutante.

—¿Quién? —le pregunté cruzando los dedos para que no sea Khor, el novio de Beth.

—Ralph Mayer.

—¿Y es un...?

—Un hombre oso.

Hay verdaderamente que tener las agallas para cargar con tal bestia…

—¿Lo conoces?

—Sí, por desgracia. Además, yo no veo por qué se preocupa Aligarh, Ralph es tan
insoportable que sus secuestradores podrían devolvérselo inmediatamente...

No pude evitar sonreír.

—¿A tal punto?

—No tienes ni idea. Es grosero, camorrista, alcohólico...

—... Ah bueno. No hay necesidad de preocuparse entonces.

—Bueno si justamente. Los mutantes se reunirán esta noche. Parece que Aligarh ha decidido
recuperarlo por sus propios medios.

—Es su derecho...

—No. No lo entiendes, Rebecca, él ha convocado a los mutantes más peligrosos de su clan. Y


algunos de ellos no deberían ciertamente perder el control o ser vistos en su forma animal
por aquí.

—En efecto. Es un problema, pero ¿qué quieres que haga? Eso concierne al Directum.

—Es demasiado tarde para llamar a una reunión de Directum y nada dice que Aligarh irá allí,
de todos modos —dijo sacudiendo la cabeza.

—Está bien, pero te lo repito: ¿qué quieres que haga?


—Ni Gordon, ni Raphael, o cualquier otro líder de clan pueden ir al territorio de los
mutantes, sin riesgo de iniciar una guerra pero por el contrario el Assayim tiene la
oportunidad. Es como un mediador entre las especies, ya que representa a todos los clanes,
al mismo tiempo, puede ir por todas partes.

Pues vaya. ¿Asesina, política y qué más aún?

—Yo no soy conocida por mi tacto, Bruce, todo lo contrario.

—No tenemos otra alternativa. Estamos atados de pies y manos, tienes que ayudarnos —dijo
dirigiéndome una mirada suplicante.

Suspiré, vacilando.

—Yo sé que te pedimos demasiado —continuó—, y que hubieras querido vivir tu vida de otra
manera, Beth me lo dijo y yo te entiendo... pero la situación es grave. Si Aligarh y sus
monstruos irrumpen..., nos costará verdaderamente mucho salir adelante.

El lobo estaba conteniéndose pero sentí el calor que emanaba de su cuerpo donde él puso
toda su energía para controlar el estrés. El hermoso chico camarero con actitudes agradables
y de estilo informal estaba dando paso a un depredador acorralado. Los rasgos estirados,
ojos hundidos y muy brillantes, venas a punto de explotar.

—Muy bien. ¿A qué hora deben reunirse y dónde?

—A las diecinueve horas, yo te llevaré. Sucederá en su Welki en el bosque.

Estupendo, me moría de ganas de lanzarme sola, al bosque, en el centro de mutantes


peligrosos y eufóricos.

—Me conviene —dije mirando el reloj encima de la mesa y tendré tiempo para hacer una
visita a las brujas de pociones antes de ir.

—Gordon nos dijo que Kathryn nos había traicionado y era cómplice de los secuestros —
dijo—. ¿Crees que las brujas estaban al corriente?

—No, en realidad no. Creo simplemente que Maurane no dijo todo lo que sabe para no
incriminar a su clan.

—Eso se parecería a ella lo suficiente. Ella parece amable, frágil, pero en el fondo, es una
verdadera perra y una mentirosa redomada.

—Pareces conocerla bien, no me digas...

—Hemos trabajado juntos durante la guerra —dijo un poco evasivo.


—Juntos... ¿en serio? —dije en tono de broma.

—Sí. Pero eso es historia antigua, pasé a otra cosa, de hecho, he pasado a muchas otras
cosas... —él dijo, el ojo procaz.

Las marcas de ansiedad habían desaparecido de su rostro, tan pronto como estuve de
acuerdo en ir a ver a los mutantes y había reencontrado su aire despreocupado, casual y
burlón que mostraba normalmente.

—No hace falta decirlo, nunca dudé de tu éxito con las mujeres, Bruce.

—Por lo tanto, no me parece que yo te interese tanto… —Él sonrió.

—No lo tomes como algo personal, soy un poco especial, mis gustos son...

—Muy especiales... sí, creo que lo noté. A propósito, ¿dónde está tu pretendiente?

—¿Mi pretendiente?

—El primate de los bíceps superdesarrollado...

Él hablaba de Mark, mi voluminoso medio demonio...

—Ah, él...

—¿Pensaban en alguien más? —dijo mirándome.

—No tengo intención de discutir esto contigo, Bruce.

—Tú sabes, yo no tengo ningún consejo que darte, pero si yo fuera tú, me mantendría alejado
de Raphael.

—¿Por qué me dices eso? ¿Qué tiene Raphael que ver con esto?

—No estoy ciego y aún menos sordo. Lo que escuché la otra noche, su disputa delante de su
puerta, se parecía más a una escena doméstica que a una discusión entre un jefe y su
Assayim.

—¿Por qué todos ustedes tienen que entrometerse en mi vida privada últimamente? En
primer lugar Beth y después tú... ¡y ni tan siquiera te conozco!

—Tienes razón. ¿Qué quieres? Este es mi lado de caballero, me encanta rescatar a mujeres
jóvenes en peligro.

—¿Porque te parezco una mujer en apuros? —dije levantando las cejas.


—No soy tan tonto como para pensar que tú no eres peligrosa o que no sabes cómo
defenderte, Rebecca, pero Raphael... quiero decir, ni siquiera es un vampiro común, es otra
cosa. Créeme, tenemos informes de él extremadamente precisos.

—¿Has investigado a Raphael?

—Fue uno e incluso el más poderoso de nuestros enemigos, obviamente, lo hemos


investigado y cada manada lo ha hecho antes que nosotros, hemos sido capaces de rastrear su
pasado durante los últimos mil años mediante el intercambio de información con los
europeos…

Mil años... ni siquiera la mitad de su existencia.

—Te aseguro que soy muy consciente de lo que puede ser Raphael. De todos modos, cierro
esta historia de desaparecidos y me voy de la ciudad, como ves, no vale la pena preocuparte
por mí.

—¿Quieres irte? —dijo sorprendido.

—Quiero vivir en paz y lo menos que podemos decir desde que estoy aquí, es que es todo
menos tranquilo.

—No te ira bien...

—¿El qué?

—La tranquilidad. No va con tu personalidad.

—¿Y qué puedes saber tú, de mi personalidad? —dije riendo.

—Estoy empezando a hacerme una pequeña idea, figúrate, incluso si te la juegas a ser fría y
reservada.

—¿Fría y reservada? —le dije en tono divertido.

—Fría y reservada, perfectamente señora —contestó en el mismo tono.

—Pues bien, la dama fría y reservada tiene trabajo, así que...

Echó un vistazo al reloj que colgaba sobre mi escritorio y frunció el ceño.

—Tienes razón, yo también, debo irme. Tengo que ir a recoger a Leo de la escuela, ayudarla
con sus deberes, preparar su merienda, antes de dejarla con Beth.
—Tal vez pueda contratarte a tiempo completo —dije bromeando—. Serías mi Tony Michelli
titular.

—¿Ya sabes cómo terminó entre Tony y su jefa?

—Sí, pero no —dije haciendo una mueca.

Realmente comenzaba a apreciar a Bruce pero ciertamente no lo elegiría como novio y


mucho menos como marido.

Se echó a reír y luego se dirigió a la puerta.

—Ya sabes, tu hija no es realmente trivial... —dijo dándose la vuelta.

—¿Qué quieres decir? —dije lanzándole una mirada oscura.

—Nada más de lo que acabo de decir —contestó antes de desaparecer.


Traducido por Princesa de la Luna
Corregido por Vickyra

aurane abrió la puerta y me invitó a entrar con un gesto elegante. Llevaba un


vestido largo. Su largo pelo rizado de color rojo estaba sujeto en un moño.
Ella parecía extrañamente irreal, como el personaje de un cuadro de la época
victoriana.

—Hola Rebecca.

—Hola Maurane.

—Me dijeron que el lobo fue asesinado. Lo siento. Beth debe ser un manojo de nervios.

—Ha tenido días mejores... —dije sentándome en el encantador sofá Liberty del salón de la
bruja potioneuse.

—¿Qué está pasando, Rebecca?

—Kathryn es cómplice de los asesinos de Frank, de la señora Tillbourn y ha participado en


los secuestros.

—No es posible...

—Me sorprende que Gordon no te haya informado.

Un destello de ira paso por sus ojos, dejando rápidamente espacio a la duda.

—¿Cómo...? quiero decir, ¿estás segura que...?

—Créeme, el que me dio la información no era capaz de mentir —dije dándole mi sonrisa
más perversa.

Ella comenzó a temblar.

—No sé qué decir —dijo con voz ronca.


—La verdad, no estaría mal. Para cambiar.

—No lo entiendo.

—La poción de la que te hablé la última vez, la que le impide a los hombres lobo y vampiros
saber si alguien miente... ¿Eres tú quien le enseñó cómo hacerla?

—Tienes que entender, Rebecca. La guerra no está tan lejana y poder mentir a las demás
especies sin que sean capaces de adivinarlo es una ventaja estratégica significativa para las
brujas —trató de justificarse.

—Lo sé, pero ese no es el problema, Maurane. Me mentiste y me has hecho perder un
tiempo precioso —dije fríamente.

Bueno, de acuerdo, estaba de mal humor...

—¿Quién eres tú para hablarme de esa manera y hacerme la moral? —gritó.

Una vena palpitaba en su delicado cuello y su cara había tomado un adorable tono rosado.

—Yo soy un líder del clan, no tengo que recibir lecciones de una pequeña bruja oscura y sin
importancia.

—Soy lo que me han hecho: el Assayim. Y como tal, puedo dirigirme a ti como crea
conveniente ya que traicionaste al Directum.

—¡Nunca hice eso!

—¿Ah no? Entonces, ¿por qué me escondes informaciones vitales para el cumplimiento de
mi misión?

—¡No eres el Assayim, Rebecca!

Por una vez que finalmente acepto mi título de pistolera, ahora me lo niegan...

—Entonces, convoca al Directum. Parece ser que no he entendido bien mi papel o los límites
de mis atribuciones.

De repente se puso muy pálida. Añadí:

—Yo no tengo ganas de jugar con sus pequeñas luchas de poder. Estoy enojada, Maurane,
enojada porque un crío murió en el rellano de mi puerta y que tú podrías haber sido capaz
de evitarlo si me hubieras hecho de confianza...

Ella pareció darse cuenta de que probablemente era cierto y la ira pareció desvanecerse.
—¿Qué necesitas? —gruñó.

—La verdad. Y esta vez, sin vacilación, sin secretos —dije plantando mis ojos en los suyos.

—De acuerdo, te escucho.

—¿Conoces la forma de eliminar o disminuir el poder de una criatura sobrenatural? De


forma permanente o temporal, lo que sea...

—¿Eso es lo que pasó? ¿Esa es la forma en que fueron raptados?

—Sí.

Ella suspiró.

—Mira, no estoy segura, pero oí hablar en un coloquio en Newport de una poción que tiene
este tipo de efecto, pero fue sólo un rumor, no había nada concreto.

—¿Quién te lo dijo?

—Un grupo de viejas brujas excéntricas, durante la cena. Pensé que estaban tratando de
llamar la atención, no te puedes imaginar lo que estas viejas lunáticas son capaces de
inventar, hacen una montaña de un grano de arena.

—¿Puedes encontrar sus nombres?

—Puede ser. Voy a hacer una llamada a Valerie Berg, era ella la que había organizado la
reunión, ella echara un vistazo a la lista.

—Hazlo, es muy importante.

Ella asintió con nerviosismo.

—¿Habías notado algo sobre Kathryn?

—¿El qué? ¿Qué ella jugaría a la aprendiza de bruja? ¿Qué traicionaría a su clan y estaríamos
todos en peligro? No. No sé lo que podría haber sucedido en su cabeza, la tentación del
dinero, tal vez… ella siempre ha estado fascinada por la riqueza y el poder. No le gustaba su
vida y no entendía el interés que había en ser una bruja si no era para ascender más
fácilmente en la escala social. Debería haberle prestado más atención, ella debía estar muy
infeliz y frustrada para llegar hasta ahí.

—Ya sabes, no siempre podemos controlarlo todo. No es la primera y no será la última bruja
que pague el precio por su avaricia y su estupidez.
—¿Supongo que la vas a matar? —dijo con la garganta apretada.

—Es la ley, pero te puedes encargar tú misma, si quieres. Es parte del privilegio de un jefe de
clanes cuando es traicionado por uno de los suyos.

—No. Soy incapaz de ejecutar a una de mis amigas a sangre fría —dijo bajando los ojos.

—Tal vez te sorprendas, pero no me complazco en matar, yo tampoco. El Directum me


transformó de un día a otro en el Assayim pero ninguno de ustedes se ha preguntado si yo
era capaz de manejar estas cosas y si podría soportarlo.

—Tienes razón. Nos basamos en Raphael nos ha asegurado que eras la persona adecuada
para hacer este trabajo. Los clanes no confían entre ellos lo suficiente, la guerra es demasiado
reciente para dejar a un enemigo potencial libremente investigar. Necesitábamos a alguien
neutral y suficientemente poderoso para que cada clan accediese a recibirlo y respondiera a
sus preguntas sin dudarlo. Estabas en el lugar equivocado en el momento equivocado, no
has tenido suerte.

—Esa soy yo, claro.

—Bien, ahora que me diste mala conciencia, ¿deseas algo más?

—Necesitaré las llaves de Kathryn, voy a pasarme por su casa. ¿Su marido y su hijo siguen
estando en el exilio?

—Están bajo la supervisión de los Krymnes quienes los interrogaron, pero no saben nada.

Los Krymnes eran un clan de brujas en Alaska. No es muy agradable, por lo que recuerdo,
pero son muy eficaces. Si afirman que los miembros masculinos de la familia no sabían nada,
es que no sabían nada.

—¿Qué piensas hacer con ellos, después?

—No lo sé. Philip, el padre, es un brujo mediocre, por no decir inexistente, pero proviene de
una familia respetable de braggans. No sé si debe o no ser informado de lo que ha hecho
Kathryn y de su sentencia de muerte.

—¿Tienes miedo de su reacción?

—Este tonto está enamorado de su esposa, así que…

Ella me echo una mirada mordaz.

—No —respondí secamente.


Mi conciencia podría arreglarse con un montón de cosas, pero matar inocentes no estaba
incluido.

—No cuentes conmigo —añadí.

—Lo entiendo. Espero que se muestre razonable.

—No entiendo por qué ha hecho correr tal riesgo a su familia —le dije con un suspiro—. ¿Y
con Sophia?

—¿Qué pasa con Sophia?

—¿Qué vas a hacer? ¿Le dirás la verdad acerca de Kathryn? A menos que ya lo sepa...

—¿Aún crees que esa chica...?

—Esa chica, como tú dices, es una psicópata, o peor aún, una sociópata. Es peligrosa y no
tiene nada de niña como pareces creer. Tienes que saber absolutamente, a pesar de todo si
ella estaba al corriente de lo que hacía su madre, Maurane.

Ella asintió.

—Tienes razón. Voy a hablar con ella.

—No. Hazle beber una poción de la verdad y habla con ella después. Te sorprenderás,
créeme.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Leluli

hora entiendo la utilidad de este tipo de coches —le dije sonriendo—. De


hecho, ¿cómo es que llevas ropa de marca, un reloj Cartier y que manejas
este tipo de vehículo? ¿Gana tanto dinero un simple camarero?

—No. Digamos que tengo ciertas ventajas que vienen de mi familia —dijo con seriedad.

—¿Eres un niño rico?

—Se puede ver así.

—¿Dónde están tus padres?

—Viven en Filadelfia. ¿Me vas a interrogar también? Porque vi como le fue a la última
persona que ha sufrido uno de tus interrogatorios y yo no me presento para ser el siguiente
en la lista, figúrate.

—¿Ah, no?

—No.

—Oh, me haces sentir triste, ¿sabes? —dije riendo.

Bruce se echó a reír y luego apago el motor del coche.

—¿Llegamos?

—Sí. No puedo ir más lejos, tendrás que continuar a pie, son sólo dos kilómetros caminando
hacia el sur. No estoy seguro de dejarte ir sola, pero...

—Lo sé. No puedes entrar en el territorio de los muteurs sin su permiso. No te preocupes
Bruce, estamos aquí para tratar de encontrar una solución, no para empeorar las cosas.

Con nerviosismo se tocó el brazalete de oro y me miró de pronto con un aire serio.
Bruce me recogió en mi casa hacia de las seis y cuarto de la tarde y llevamos a mi hija hasta
casa de Beth. Ella vivía en un viejo edificio industrial cuyas plantas fueron transformadas en
lofts gigantescos. Me gustaba su apartamento y el estilo moderno y minimalista de su
decoración, pero Leo no se sentía a gusto. En pocas palabras, Beth decidió darle una
habitación para que pudiera decorarla a su propia manera y mi hija nos señaló alegremente
que pasaba casi tanto tiempo en nuestra casa como en la de Beth. Al principio, pensé que
estaba molestando, pero me ha parecido que divierte a Beth, así que las dejé a su suerte.

—¿Estás armada? —me preguntó Bruce en un tono que quería parecer ligero, pero que sentí
velado por una ligera inquietud.

—Por supuesto.

Ya habíamos hecho más de cincuenta kilómetros hacia Green Mountains, y comenzó a girar
hacia una pista forestal. Las hierbas y ramas redujeron ligeramente el avance del 4 x 4 y
fuimos balanceados de un lado a otro, cuando los obstáculos surgían delante de nosotros.

—Aligarh tiene actitudes un poco... primitivas, pero no te fíes, es muy inteligente.

El tono que había usado al decir el nombre del jefe del clan muteur era ligeramente hostil.

Apuesto lo que sea, y seguro que gano, que estaba lejos de apreciar al cambiaformas.

—¿Algo más?

—No carece de fuerza ni valor, pero a veces puede mostrarse un poco obstinado y su ego
sobredimensionado puede hacerle cometer errores. Tendrás que mostrarte muy cautelosa
con él.

—¿Qué? ¿Se trata de un psicórigido?

—Soporta muy mal que le lleven la contraria, pero por lo general no es tan estúpido como
para persistir en un callejón sin salida.

—¿Así que me aconsejas actuar con diplomacia y convencerlo de que está cometiendo un
error?

—Más o menos... Oh... una última cosa: no es inmune a los encantos femeninos —dijo con
una mueca.

No pude evitar sonreír.

—Tuvisteis un problema por una mujer, ¿Aligarh y tú? —supuse.

Gran tristeza apareció de repente en sus ojos.


—Digamos que éramos rivales.

—¿Qué sucedió? —le pregunté de repente en un tono serio.

Dio un profundo suspiro y respondió con una voz distorsionada por la emoción:

—Era una potioneuse, fue asesinada en el final de la guerra, hace dos años...

Abrí la boca y luego cambié de opinión. No creo que una frase tan mundana como: Lo
siento fuera una respuesta apropiada para alguien que consideraba, no hacia mucho tiempo,
que la muerte en la batalla era la más bella muerte que se puede pedir a un soldado.

—¿Pensé que frecuentar a los miembros de otra especie no era permitido? —dije—. Quiero
decir, conozco las reglas y son especialmente estrictas para los lobos.

—Durante las batallas, estamos tan cerca unos de otros que no siempre es fácil de mantener
la distancia —dijo—. ¿Sabes lo que es: la tensión, el miedo, el estrés y la sensación de que
puedes morir en cualquier momento? cambia el panorama...

De repente tuve la impresión de que estaba hablando no sólo de su propia experiencia, sino
que él me envió algún tipo de mensaje.

—Probablemente —le respondí con evasivas.

Negó con la cabeza imperceptiblemente y dijo:

—Ten cuidado, Rebecca.

—Lo seré.

Me bajé del coche y emprendí la caminata sola en la pista forestal. Zarzas, ortigas, ramas se
aferraban a mis piernas como pequeñas manos con garras que trataban de reducir mi
velocidad.

Bruce me dijo que siguiera caminando por al menos dos kilómetros, y luego confiara en la
energía activa de los muteurs para guiarme a su Welki, su refugio sagrado. Se situaba en
pleno bosque, en un antiguo territorio indio en el centro del Parque Nacional de Las Green
Mountains. Y, por supuesto, el camino era empinado. Maldije en mi interior a los muteurs,
los lobos, los vampiros y los clanes que me obligaban a jugar un papel que nunca había
deseado. Yo estaba condicionada para hacer la guerra, no para jugar a la mediadora.
Además, mis habilidades diplomáticas siempre han sido bastantes cuestionables. Después de
avanzar, como me lo había aconsejado Bruce a lo largo de dos kilómetros empecé a sondear
la energía a mi alrededor.
De hecho, si quería ser honesta, sentí el aliento del poder de los muteurs desde que me bajé
del auto, pero quería asegurarme de no caer en grupos aislados, sino en Aligarh, el líder del
clan. Y para eso, tuve que ir directamente al corazón del centro de poder. Me concentré y
me dejé guiar suavemente por la energía de los muteurs. Rápidamente divise un claro y vi a
dos guardias que creo que era para alejar a los visitantes no deseados. De inmediato reconocí
a Khor, el hombre-león, amante de Beth.

—Hola, Khor —dije educadamente.

—¿Qué estás haciendo aquí, Rebecca? —preguntó en un tono molesto.

Se había atado sus rastas en la espalda y llevaba un chándal mucho menos elegante que el
traje de jefe de seguridad del Glams Club de Raphael.

—Tengo que hablar con tu jefe, tengo que ver a Aligarh.

—No eres bienvenida aquí, Assayim —respondió con los ojos brillando de rabia.

—Esa es una de mis prerrogativas león. Puedo ir y venir donde yo quiera —dije fríamente.

—No. No en nuestro Welki. Esta tierra es sagrada, no la contaminaras con la sangre que
tienes en tus manos, bruja.

—Mira, puedes decir o hacer lo que quieras, pero te prometo que dentro de dos minutos, voy
a tener una discusión con Aligarh —dije con voz amenazadora.

La otra muteur, una mujer, una mujer-pantera, me miraba con hostilidad. Sentí su energía,
estaba a punto de cambiar.

—¿De verdad quieres que la mate? —le pregunté a Khor.

Tragó saliva y se quedó pensativo durante unos segundos.

—¿Por qué quieres hablar con Aligarh?

—Mira, yo sé que empezamos con el pie izquierdo y espero sinceramente que nuestra
relación mejore pero estoy aquí como parte de la misión que me confió el Directum y no hay
tiempo que perder, así que no te pongas en mi camino, por favor —le dije avanzando.

La mujer-pantera, lo cuestionó con un movimiento de cabeza, ella estaba dispuesta a saltar


sobre mí. Al menos eso era lo que ella pensaba.

—No, Tina, no te acerques a ella —le dijo con autoridad—. Déjala ir. De cualquier manera, lo
hará con o sin nuestra aprobación.
—Exactamente, —le confirmé caminando.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Leluli

o, Rebecca Kean, Assayim del Directum de Vermont, solicitó una entrevista


con Aligarh, jefe del clan de los muteurs —dije en un tono solemne.

Los cambiaformas eran un poco exigentes con el protocolo.

—Sé por qué estás aquí, pero hemos decidido tomar cartas en el asunto. No queremos
encontrar el cuerpo de Ralph en tu felpudo...

Touche.

—La investigación que dirijo es larga y tediosa —dije—, pero ya tengo pruebas suficientes para
comenzar a ver con claridad. Es sólo cuestión de horas.

—Me dijeron que casi habías sido raptada, también, y que el monstruo que te perseguía era
especialmente potente. ¿Cómo vas a matarlo? No tienes ni nuestra fuerza, ni nuestra
velocidad.

Buena pregunta....

—Tengo otras habilidades —le dije mirándolo fijamente.

—Eres valiente, pero muy débil —dijo con desprecio—. En nuestro turno ahora de ocuparnos
de ello.

—¿Y cómo vas a encontrar a Ralph Mayer?

—Vamos a seguir su rastro.

—¿Quieres decir que vais a transformaros y saldréis a explorar la ciudad y sus alrededores?

—Esa es la idea.
—No puedes hacer eso. Si actúas de esa manera, romperás todas las reglas del Tratado y
pondrás a todos en peligro. Además, no serviría de nada.

Aligarh, el líder del clan, había reunido cincuenta muteurs a su alrededor. Hablaba con voz
clara y agradable, pero yo sentía la rabia que lo animaba.

Las bestias reaccionaban a sus palabras. Sus ojos brillaban, los cuerpos se tensaban,
entrechocaban los dientes. Entonces, de repente, empezaron a aullar. Sus gritos de odio
hicieron eco en mi cabeza como una promesa de muerte rápida y terrible. Estaba de pie,
congelada, mirandolos y preguntándome qué estaba haciendo allí. No era bueno. No era
bueno en absoluto. Tomé una respiración profunda y decidí seguir adelante. Despacio. Con
cuidado.

Me abrí un pasaje hasta Aligarh. Sus rasgos estaban tensos. Su rostro de un color mate estaba
ligeramente ruborizado por la excitación y sus ojos grises brillaban como dos focos
fluorescentes.

Una ola de gruñidos me hizo dudar por un segundo, pero seguí. Rápidamente probé las
energías de los muteurs delante de mí. Había algunas hienas, dos guepardos al menos, tres o
cuatro pumas y otros animales que no pertenecían tampoco a la fauna local.

—No funcionó para los lobos cuando buscaron a Frank, no veo por qué iba a funcionar para
los muteurs.

—No estoy pidiendo tu opinión —gritó mirándome.

—Bueno, ¡pues te la doy de todos modos!

—No se te permite inmiscuirse en nuestros asuntos ni que me hables de esa manera, bruja —
dijo avanzando hacia mí.

Su andar era elegante y felino. Sus ojos hipnóticos. No me había fijado en la reunión de
Directum que era tan seductor. Seductor y terrorífico.

—No creas que voy a ser tan indulgente como Raphael contigo.

Cuando él se acercó más aún, sentí cada pelo en mis brazos erizarse.

—Aunque puedo entenderlo —dijo empujando un mechón de pelo que cayó delante de mis
ojos.

No te dejes intimidar, no te distraigas...


—Un líder debe ser objetivo, Aligarh. No tienes derecho a dejarte llevar por tus emociones —
le dije plantando mis ojos en los suyos.

—Oh, soy objetivo. Eres muy hermosa.

Quería estrangularlo, aunque sólo fuera para quitar la sonrisa arrogante de su rostro.

—Voy a matar a los responsables de este desastre, uno por uno. Sólo necesito un poco más
de tiempo.

—¿Tú los matarás? ¿Y si te encontraras con alguien como yo, Rebecca? ¿Eh? ¿Que podrías
hacer en contra de alguien como yo?

Su movimiento fue tan rápido que ni siquiera vi que se moviera. Me llevé justo la fuerza
completa del impacto en la mejilla.

Él me pegó duro. Mi cabeza se sacudió de un lado a otro como un péndulo. Un líquido


caliente corrió por mis mejillas. Sangre. Mi espalda estaba pegada al suelo, con su cuerpo
tendido sobre el mío, el soplo de su aliento quemando en mi cuello. Vi las nubes que se
desplazaban en el cielo y desaparecían como muchos barcos pequeños que flotan en el
horizonte.

Entonces, sin que yo lo piense, el poder de la tierra comenzó a arrastrarse por mi espina
dorsal. La magia comenzó a fluir por mis venas latiendo como mi pulso. Yo lo propulse con
un sonido como de un trueno hacia un lado y yo rodé sobre mi costado. Ahora él yacía junto
a mí, con los ojos tan abiertos que yo podía ver el fondo de su iris. Abrió la boca y dejó
escapar un gemido.

—Soy el Assayim haré mi trabajo —le susurré.

Podría haberlo acabado: era incapaz de moverse.

Los muteurs habían permanecido en silencio a mí alrededor. Ellos estaban esperando. La


calidez de su poder picaba mi piel. Me volví hacia Khor que estaba junto a nosotros, su piel
de ébano brillaba en el sol.

—Ayúdale, por favor.

—No puedo —dijo bajando los ojos.

—¿Por qué?

—Te lanzó un reto y lo perdió —dijo con tono rabioso.


Mis encuentros con el novio de Beth definitivamente no se desarrollaban como me hubieran
gustado...

—Aligarh no estaba en su forma animal, y controló su fuerza cuando me golpeó, de lo


contrario ya no sería de este mundo. No soy una muteuse, no he cuestionado su autoridad y
no era un combate.

—Tú no sabes nada de nuestras reglas, Rebecca. No es tan simple… —dijo con un suspiro.

—¡Pero estaba alborotando! Quería hostigarme como lo hace un gatito con un ovillo de lana.

En fin, un gran gato visto los moretones que yo tenía en la espalda y en la mejilla. Menos mal
que no me ha roto la mandíbula.

—Lo sé, pero lo has dominado. Y ahora él está en el suelo y tú estás de pie. Tenemos que
hacer cumplir nuestras leyes, ya sea bueno o malo.

—Bueno, entonces, ¿qué se supone que debo hacer?

—Tienes que matarlo ahora o someterte a él.

Sentí cualquier expresión dejar mi cara.

—¿A que llamas tu someterme?

Aligarh se levantó frente a mí. Yo ni siquiera lo vi ponerse de pie. Él irradiaba ira como un
sol dispuesto a hacer una implosión.

—Debes aceptar mi autoridad y arrastrarte a mí, bruja —dijo con una sonrisa sádica.

Putas reglas... pero bueno, yo no era lo suficientemente orgullosa para rechazarlas y armar
todo un lío en un clan solo para evitarme una humillación. Sobre todo si se me dio una
oportunidad interesante.

—Lo haré, me arrastrare a tus pies si me concedes veinticuatro horas.

—¿O sino? —preguntó con los ojos brillantes.

—O si no te ejecutaré, como tus leyes lo establecen. Para mí, no cambiará mucho. El clan de
los muteurs no podrá actuar hasta que un nuevo líder no se elija y creo que habrá un montón
de pretendientes y que habrá muchos retos.

Para mi sorpresa, él se echó a reír.

—Con todo, es muy posible que tengas éxito en hacer lo que has dicho.
Pareció reflexionar durante unos segundos, y finalmente asintió.

—Tienes tus veinticuatro horas.

—Gracias. Entonces, ¿cómo procedemos?

Sentía las miradas medio divertidas, medio enojadas de los muteurs que formaron un círculo
a nuestro alrededor.

Khor fruncía el ceño, preocupado.

—Te arrodillas y luego te pones a cuatro patas. Entonces ya verás.

Yo no estaba muy tranquila. Eran muchos y bajo tensión desde de el rapto del oso. Todos
más fuertes y más rápidos que yo. Y no era la simple Beretta atrapada en mis jeans, debajo
de la camiseta, la que me salvaría el trasero en caso de problemas.

—No me gustan las sorpresas, Aligarh.

—Me has provocado y no has respetado las reglas de la decencia al venir aquí e inmiscuirte
en nuestros asuntos sin haber sido invitada —dijo como si se dirigiera a una niña horripilante
y maleducada.

Lo que me fastidiaba, era que no estaba equivocado. Había metido la pata. Debería haber
mantenido un perfil bajo y esperar a que estuviera solo para hablar con él en lugar de
provocarlo ante todo su clan. Como resultado, él quería enseñarme buenos modales y yo
estaba ahora en una situación que había contribuido de manera significativa a crear.

—Muy bien —dije hundiéndome en mis rodillas.

Sonrió como si la situación de repente fuera tremendamente divertida. Yo no podía decir lo


mismo por mi parte. No. Yo estaba cerca de un paro cardíaco.

Me miró, los ojos brillantes, y luego sentí su poder explotar y ahogarme.

Era mucho más fuerte de lo que había visto en la reunión del Directum. Creo que yo no
había sido la única ese día en ocultar cuidadosamente mi poder. Sentí una oleada de energía
repentinamente arrastrarse por mi piel.

Cuando levanté la vista, me encontré con la mirada gris azulada de un felino gigantesco. Una
mezcla entre el tigre dientes de sable —dos largos colmillos salían de su mandíbula— y el tigre
blanco del Bengala.
Dejé de respirar. Inclinó suavemente su jeta sobre mi cabeza y puso su pata sobre mi
espalda. Su poder se encendió y me puse a gritar acostándome cara contra tierra. Luego me
dio la vuelta con un golpe de pata y me agarró suavemente la garganta con sus fauces.

No me moví y me deje hacer. En cualquier caso, le habría sido suficiente apretar sus
colmillos para destrozar mi cuello y romperme en miles de minúsculos fragmentos de carne
sanguinolenta.

Los cambiaformas que estaban alrededor de nosotros emitían una gran cantidad de sonidos,
ruidos y gruñidos aprobadores. Justo después me soltó, acercó su hocico a mi cara y me
lamió la barbilla y los labios. Su lengua estaba caliente y áspera. Sumergí mis ojos en los
magníficos espejos ovales que me contemplaban y sentí su poder ondular sobre mi piel como
una ola de caricias vibrantes. Dio un bufido y lanzó una especie de energía tibia sobre mí y
de repente tuve el deseo de pegarme a él, de dejarlo acariciarme, probarme.

Entiendo un poco mejor ahora que significaba someterme a Aligarh. No se trataba sólo de
adoptar la postura física adecuada —esto fue cuando agarró la garganta— sino que era
doblegar mi voluntad, mis deseos y los deseos de él.

—Aligarh... —dije tratando de levantarme.

Puso sus dos patas sobre mi hombro —menos mal que sus garras eran retráctiles— y me
obligó a no moverme. Luego se tendió en parte sobre mí, con cuidado de no ahogarme. Yo
no estaba muy segura de la decisión que había tomado y se lo hice saber tratando de
empujarlo, pero él era tan fuerte y pesado que mis esfuerzos me parecieron inútiles
rápidamente.

—Aligarh, acabo de someterme ante la manada, ¿qué más quieres?

Su rugido me dio a entender que no había terminado y lamenté de golpe no haber solicitado
el modo de empleo antes de comenzar la aventura. Lanzó de nuevo su poder sobre mí y
sentí el calor invadir una parte mucho más secreta de mi anatomía. —Y decir que yo pensaba
que sólo los vampiros eran capaces de este tipo de golpes bajos—.

Obviamente, yo podría llamar a mi propia energía y empujarlo, pero sabía que lo


consideraría como un reto, y la demostración de fuerza podría convertirse en una carnicería.
Así que decidí quedarme congelada y dejarlo que juegue un poco. Después de todo, el
contacto era puramente metafísico y su energía no era lo suficientemente fuerte como para
que no pudiera discretamente canalizarla. Después de unos segundos, tuvo que entender lo
que estaba haciendo porque sentí muy pronto su retirada. Cuando levanté la cabeza, Aligarh
era humano otra vez y tenía una sonrisa divertida.
—Espero que te hayas divertido —le espeté mientras reía a carcajadas—. Vamos, apártate.

—¿Mi desnudez te molesta?

—No tengo ningún gusto por el exhibicionismo —le dije exasperada.

—No sabes lo que te pierdes.

—Bueno, ¿te mueves tú mismo o qué?

—Tus deseos son órdenes, señora —dijo levantándose.

Volví la cabeza para no tener que contemplarlo de nuevo. Vi un trozo de tela ondeando
frente a mis ojos y una mano agarrándola. Momentos más tarde, Aligarh llevaba un par de
pantalones vaqueros. Me agarró del brazo y me ayudó a levantarme con galantería.

—Gracias.

Inmediatamente empecé a estornudar. Una vez, dos veces. Yo no podía parar.

—¿Eres verdaderamente alérgica a las fieras, entonces? —preguntó Aligarh.

—Pues sí —le dije sorbiendo.

Era suficiente sólo tocar su piel para que se me hinchara la nariz y tuviera una terrible
migraña.

Se echó a reír y de repente parecía muy joven.

—Pensé que lo habías dicho durante la reunión de la junta porque tenías miedo de que me
transformara y te devorara.

—Yo sospechaba que tenías más educación que eso —le dije estornudando de nuevo.

Estaba cubierta de pelos, tendría que volver a casa rápidamente, tomar una ducha,
cambiarme de ropa y tragar un par de antihistamínicos.

—Lo siento, pero dado el escaso tiempo que me queda, ¿no te importa si dejo vuestra
compañía?

—No. Espero que no nos decepciones, Rebecca —dijo serio otra vez.

—No es mi intención. Hasta dentro de veinticuatro horas, —dije alejándome.

Eché un último vistazo a la reunión de los cambia formas y dirigí un saludo a Khor. El
hombre-león me miró un segundo y se inclinó cortésmente.
Yo quizás no me gané su corazón pero al menos adquirí su respeto al someterme a las leyes
su clan. Eso me satisfacía. Yo esperaba que Beth sintiera lo mismo.

Cuando volví al coche, Bruce me dio una sonrisa de alivio.

—Te tomó un infierno de tiempo —dijo.

—Tenias razón. Aligarh no es alguien que fácilmente cambia de opinión, pero tengo
veinticuatro horas.

—Lo huelo en ti, ¿te ha tocado? —preguntó Bruce arrugando la nariz.

—Digamos que hemos jugado un cambiante papel de dominante-dominado cada uno a su


turno —dije riendo.

—Dominante-dominado, ¿eh? ¿Me enseñarás? Me encantaría jugar contigo —él dijo en una
voz suave que traicionó su toque de humor.

—No estoy segura de que lo apreciarías —le dije retomando mi seriedad.

Me miró, tocó mi mejilla y plantó sus ojos en los míos:

—Cariño, estoy dispuesto a intentarlo, incluso si no lo crees y no te intereso. Puede que te


sorprenda... —dijo arrancando el motor.

Era extraño, casi se diria que era sincero.

—La última vez que un hombre me tomó por sorpresa, descubrí que se trataba de un medio-
demonio, entonces permíteme rechazar la invitación.

—Siempre vale la pena intentarlo —dijo poniendo en marcha el motor.

No estaba equivocado, pero me preguntaba cómo habría reaccionado si hubiera fingido


aceptar. Debería probar la experiencia un día y empujar a este pequeño individuo a sus
últimas limitaciones. Estaba segura de que se escaquearía y eso sería muy divertido.

—Tengo que ir a buscar a Leonora a casa de Beth, ya es tarde.

—Esta vez, trata de no dormir en mi cama y usa el sofá —le dije en tono autoritario.

—Sí, señora. ¿Vienes a casa conmigo o te dejo en alguna parte? —me preguntó.

—¿A casa?¿Es de mi apartamento del que estás hablando?

—Qué quieres, paso más tiempo en tu casa que en la mía, últimamente —dice encogiéndose
de hombros.
—Disfrútalo —dije—, esta situación no durará mucho tiempo.

—Tanto mejor, así podré seguir con mi trabajo y continuar sirviendo copas a estudiantes
borrachos, o a mujeres neuróticas en mal de amor.

Sentí un toque de amargura en su voz que me dejó pensando que no tenía ningún deseo de
volver a su trabajo.

—¿Por qué haces ese trabajo si no te gusta?¿No tiene un título?

Él sonrió.

—Mi trabajo no me disgusta, pero aprecio encontrar un tipo de vida familiar y tener a alguien
de quien ocuparme. Leonora es realmente entrañable y me gusta su madre.

—¿En serio?

—Pues sí. No tratas de seducirme o pasarme la cuerda alrededor del cuello. Tengo todos los
beneficios de contar con la compañía de dos mujeres hermosas y maravillosas, sin sus
inconvenientes.

—¿No crees que te pasas un poco?

—No. Eres tu quien me ha dado la idea además, con tu referencia a Tony Michelli y la serie
de La Señora está servida.

—Uh, era una broma y nunca podría permitirme el lujo de contratar a una niñera, un
mayordomo o lo que sea a tiempo completo.

—No necesito dinero, Rebecca y no estoy pidiéndote vivir conmigo, solamente de dejarme
seguir cuidando de vosotras dos.

Lobos y su instinto protector... pensaba que era increíble.

—Lo estamos haciendo muy bien, Leo, Beth y yo, no necesito a nadie, lo siento.

Su rostro decayó.

—Déjame por lo menos seguir ayudándote hasta que salgas de la ciudad.

Esto, en última instancia, era factible porque me largaría en unos días.

—De acuerdo.

—¿Es una promesa?


—Sí.

Sus hermosos rasgos se relajaron y de repente empezó a silbar Every breath you take. Me
pregunté por un momento lo que estaba sucediendo en su bonita cabeza, y luego empecé a
divagar. Aligarh me había dado alrededor de veinticuatro horas y sabía que no tendría un
minuto de más para arreglar esto. Dadas las pocas pistas serias que tenía, yo realmente no
tenía otra opción que acudir a Raphael.

Sólo él me podía decir quién era Charles Winthrop, el vampiro que hizo de Quentin
Growley un esclavo y lo había instruido para participar en los secuestros. Tenía la esperanza
de que él supiera dónde encontrarlo. Y si eso no fuera el caso, yo tenía otra idea. Una idea
un poco absurda, arriesgada, pero que quizás valía la pena aprovecharla.

—Llévame a casa de Raphael —le dije después de unos minutos, mientras estábamos llegando
a las afueras de la ciudad.

—Se ve claramente que no puedes pasar de él —dijo Bruce sonriendo.

—No sabes cuanta razón tienes —dije pensativa.

Al llegar a la puerta de la finca de Raphael, Bruce salió del coche y me entregó las llaves.

—¿Y tú? ¿Cómo regresaras?

—Yo soy un lobo, los lobos corren, además es lo que mejor saben hacer.

—¿Estás seguro?

—Vamos, ves a encontrar al jefe chupasangre y resuelve finalmente esta historia. No sé por
qué, pero algo me dice que no formáis necesariamente un mal equipo después de todo. Y ya
que estás en los buenos libros de uno de los depredadores más peligrosos del planeta,
supongo que no corres ningún riesgo. Aparte de tu virtud, por supuesto —susurró divertido.

—¡Vete a la mierda! —grite mientras su figura desaparecía en la oscuridad del crepúsculo.


Traducido por Dark Juliet
Corregido por Leluli

aphael estaba sentado en un sillon, frente a la chimenea. Cuando se levantó, me


di cuenta de que llevaba una camisa de seda azul cielo del color de sus ojos y
unos pantalones de cuero negro. Su cabello largo y rubio caía sobre sus
hombros. Como de costumbre, era demasiado bello para ser verdad...

—Te necesito.

Mostró una sonrisa elocuente. Bajé la cabeza y empecé a ruborizarme.

—No vengo a hacerte una declaración, sino a solicitarte información.

—Te escucho.

—¿Quién es Charles Winthrop?

—Un vampiro, de unos 700 años, un firme opositor de la paz y de la firma del Tratado y un
científico competente, aunque sin genio. ¿Por qué?

—Es el amo de Quentin Growley.

—Charles es del linaje de Arthur, el amo de Newport.

—¿Newport? —le pregunté.

—En Pennsylvania, ¿la conoces?

La reunión de potioneuses de la cual me habló Maurane tuvo lugar en Newport. No podía


ser una coincidencia.

—No. Pero no tengo nada en contra de viajar.

—De ninguna manera vas para a ir para allá sola para matar a Charles. Voy a hacer una
llamada telefónica a un viejo amigo, se encargará con mucho gusto.
—¿No podría traérnoslo aquí?

—Debería ser posible, siempre y cuando encontremos la manera.

Política, siempre la política, ciertamente no era lo mío...

—¿Y si las órdenes vienen de Arthur, el dueño de la ciudad?

—Pero, dulzura mía, las órdenes vienen de Arthur. E incluso de Glastrow, el Magíster de
Pennsylvania. Charles nunca actuaría por su cuenta.

—¿Y por qué un Magíster como Glastrow iba a raptar a los miembros de otros clanes?
¿Espera reavivar la guerra?

—Parece poco probable. Nadie podría reavivar una guerra por unos pocos secuestros
cometidos por lunáticos. No, tiene que haber otra razón. Tu sabes, Glastrow es un malísimo
luchador pero un gran estratega. No me sorprendería que él haya decidido desestabilizar mi
territorio para convencer al Conseil de confiárselo.

—¿Por qué haría eso? Pennsylvania es mucho más interesante para liderar que el territorio de
Nueva Inglaterra.

—Ahí es donde te equivocas, dulzura mía. Lo importante no es el número de humanos que


se encuentren en la zona sino el número de criaturas sobrenaturales que viven allí, y en
materia de población, mi territorio es el cuarto del país.

—Eso es un misterio para mí, ¿me lo puedes explicar?

—Un día, te voy a dar un curso sobre la historia de esta región, pero no creo que este sea el
momento.

—No, tienes razón. Tengo veintidós horas y veintidós minutos para encontrar a los
desaparecidos y matar a los responsables.

—¿Debido a Aligarh? Me dijeron que te habías ido negociar con él.

—Sí, y no fue un juego de niños, ese hombre es terco en sumo grado.

—Intenta negociar con arpías y hablaremos de lo que significa terquedad.

—¿Las arpías? Pensé que eran personajes nacidos de la mitología. ¿Realmente existieron?

—Sí. Fueron diezmadas hace 2300 años y no lo lamento, puedes creerme.


—Oh, pero creo en tu palabra. Mira, esta conversación es interesante e informativa y no
tendría nada en contra de una pequeña lección de historia, pero...

Me detuve. Tenía que pedirle que me ayude, pero realmente no sabia cómo hacerlo. Y lo
más importante, no estaba muy segura de que sea una buena idea. Aunque no veo ninguna
otra solución.

—¿Qué es lo que no te atreves a decirme, Rebecca? —preguntó él avanzando hacia mí.

—Tengo una idea, pero no estoy segura del resultado.

En realidad hacía falta que estuviera desesperada para llegar allí...

—Habla siempre.

—¿Aceptarías unir de nuevo tus poderes a los míos? —balbuceé.

La última vez, accidentalmente había vinculado mis poderes a los de Raphael. Si pudiera,
una vez más unir mi energía a la suya, entonces todo sería posible...

—¿Rebecca, te das cuenta de lo que estás pidiendo?

Sus mandíbulas estaban apretadas y su rostro se había endurecido.

—No veo otra manera de encontrarlos. Como Vikaris, puedo localizar a los demonios, así
como el amigo de Baetan, Tom Cohen, pero no puedo hacerlo sola. Necesito tu poder para
llevar a cabo el ritual.

—¿Un ritual Vikaris?

—Sí. Normalmente, atamos nuestras energías las unas a las otras y traemos al demonio que
queremos matar.

—¿Cualquiera que sea la distancia?

—Cualquiera que sea la distancia.

—Entrega de las víctimas a domicilio... es fuerte, muy fuerte —dijo con amargura.

—Raphael, por favor. Detente.

Él acercó su cara tan cerca de la mía que me quedé sin aliento.

—No soy de tu especie, Rebecca. ¿Qué te hace decir que puede funcionar?
—Siempre podemos intentarlo. Sé que no tendría que haber sido posible, pero eso ya lo
hemos hecho, vinculamos nuestros poderes. Sentí los latidos de tu corazón y eso también, no
era posible...

—En efecto. No más por otra parte que tener un hijo con un vampiro...

—No entiendo.

—Tienes el don de dar vida al corazón de la muerte, dulzura mía. Traes a los vampiros al
mundo de los vivos.

—¿Eso es lo que crees?

—Eso es lo que sentí. Es lo que siempre siento en tu presencia. ¿Cómo explicar los
sentimientos que experimento hacia ti? No he tenido una sola emoción en diez siglos,
Rebecca, y ahora me siento como un adolescente de quince años con su primer amor.
¿Crees que es normal?

Había sufrimiento en su voz. Y esto me puso furiosa.

—Soy una bruja pero también soy mortal, amar es de lo más normal para nosotros —le dije
sumergiéndome en su mirada—. No lo consideramos como un defecto.

—Eso no es lo que dije.

—Cuando comprendiste lo que mi magia te hacía, ¿por qué no me mataste? —escupí.

La ira sin duda tiene el don de hacer a la gente estúpida.

—Porque habría sido como volver a morir.

—Olvídate del ritual, me las apañaré.

Me dirigí a la puerta cuando sentí varios movimientos a mis espaldas.

—Date la vuelta —dijo con voz amenazante.

Obedecí lentamente. Tenía una daga de plata extremadamente antigua.

—¿Qué estás haciendo?

—Te doy la oportunidad de deshacerte de mí para siempre. Después, será demasiado tarde —
dijo deslizándola en mis manos.

—¿Y por qué debería matarte?


—Porque querrás dejar mi territorio después de ajustar este asunto y nunca voy a dejar que te
alejes de mí. Nunca. ¿Lo comprendes Rebecca?

Realmente empecé a tomar en serio sus amenazas...

—En realidad no he decidido lo que quiero hacer, pero quedarme en Burlington es


demasiado arriesgado —dije con convicción.

—Así que vas a tener que matarme.

—Si esto es realmente lo que quieres —le dije poniendo la hoja en su pecho.

Realmente nunca tuve la intención de matar a Raphael y ahora que estaba contra la pared,
quedé paralizada.

—No me fuerces a ello, te lo ruego —dije con la garganta apretada.

—No tengo miedo de morir, dulzura mía. Sólo de perderte —dijo poniendo sus manos sobre
las mías en la empuñadura de la daga—. Esta arma es única. Los metales y la magia que la
forjaron la hacen letal para todas las criaturas sobrenaturales incluido yo. Te queda sólo
empujarlo ahí, justo ahí —dijo creando suficiente presión a la hoja penetrando en su carne
blanca.

—No —le dije mirando asustada la sangre escapando lentamente de su pecho.

Arranqué sus botones con un movimiento de pánico y limpié con las manos torpemente la
herida que acababa de crear. Me agarró las muñecas y presionó su frente contra la mía.

—Rebecca, para.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas sin lograr detenerlas.

—Te odio.

—Es de buena guerra, mi amor —dijo.

Arrancó el resto de su camisa, me hizo volcar sobre la espalda y me apretó contra la


alfombra, no me podía mover. Su cuerpo me cubría por completo y su largo cabello rubio
era una especie de cortina alrededor de mi cabeza.

No podía apartar los ojos de su piel cristalina y sus hombros finamente desarrollados.

Cuando miraba el sol, me deslumbraba, me calentaba. Con Raphael, era lo mismo. Se


iluminaba todo a su alrededor y lo hacía hermoso. Y por primera vez, mi cuerpo y mi alma
estaban en perfecto acuerdo. Nunca había sentido tal bienestar con un hombre y eso me
aterrorizaba.

—No —le dije.

—¿No?

Deslizó suavemente su mano debajo de mi blusa blanca y acarició suavemente mis pechos.
Empecé a temblar, sin ser capaz de parar. Cada una de sus caricias sobre mi pecho causaba
una especie de orgasmo que se volvía más fuerte. No entendía lo que me estaba pasando.
Dejé que mi asombro se reflejara en mis ojos y en la cara. Sonrió.

—Es verdaderamente extraño. Siento emociones humanas y parece que a mi contacto


adquieres gradualmente una sensibilidad toda... vampírica.

—Vosotros... vosotros resentís las cosas con tanta fuerza —jadeé.

—Desde un punto de vista físico, es cierto, nuestras sensaciones se multiplican, pero desde un
punto de vista emocional, morimos muy lentamente.

Mis caderas presionaron contra las de él y de repente sentí como si pudiera morir si se
alejara aunque sólo sea por un momento. No debería, no podía permitirme atarme a él, no
de esa manera.

—Espera... —dije acariciando su mejilla con el dorso de mi mano—, no quiero convertirme en


tu amante, Raphael. Quiero decir, no funcionaría. Lo he experimentado, créeme, y luego
esta Hope y supongo que no es la única, no quiero hacerme más enemigos de los que ya
tengo.

—No pienso que te haya hablado de otras mujeres...

—No, pero... bueno, supongo...

—Supones mal.

Los vampiros no eran monógamos. Sus necesidades eran demasiado grandes para que una
sola mujer se ocupara, a pesar de que fuera vampira.

—¿Es una broma?

—No. Tengo más de dos mil años, mis necesidades son, bueno... diferentes.

—¿Diferentes?

—Diferentes —dijo con una sonrisa enigmática.


Me acordé de lo que había dicho Bruce a propósito de Raphael y su advertencia. Prometí
echar un vistazo pronto en los archivos de la manada concerniente a la particularidad del
vampiro.

Algo me decía que los lobos sabían lo suficiente para aplacar mi curiosidad.

—Está bien, pero eso no cambia nada. No te conozco, Raphael, no estoy dispuesta a
implicarme en este tipo de relación contigo.

—Y sin embargo, hiciste el amor con un demonio.

—No. Me folló un demonio —dije con desprecio.

Se me quedó mirando.

—¿Y consideras que un vínculo conmigo sería más importante porque...?

—Sé lo que tienes ganas de oír y no lo diré.

—Tantas mujeres... tantas mujeres me declararon su fuego y se lanzaron a mis pies y la única
a la que deseo, la que realmente cuenta, se rehúsa obstinadamente, me parece hilarante —
dijo riendo a carcajadas.

No tuve problemas para imaginar que todas las mujeres del mundo se condenarían por estar
en sus brazos, incluyéndome a mí, pero estaba fuera de cuestión que lo confesara.

—Lo habré intentado... —añadió en un tono ligero levantándose—. Bueno, ya que


definitivamente no estás dispuesta a sucumbir a mi encanto por el momento y no tengo
ninguna intención de forzarte, ¿qué dirías de practicar un poco de magia?

—¿Qué quieres decir?

—Hablo del ritual para encontrar a los demonios.

—Dado el efecto que nuestros poderes tienen el uno sobre el otro, no sé si es muy prudente,
después de todo —le dije perpleja sentándome.

Suspiró.

—¿Tienes otra opción?

—No. Sabes bien que no. Tengo que encontrar al hombre oso antes que Aligarh explote, así
que...

—Entonces, vamos. ¿Qué debo hacer?


—Nadie debe entrar en la habitación mientras estamos en trance —le dije—. Empieza
previniendo a tu personal.

Había oscurecido desde hacia una hora ya, los oía moverse por la casa.

—Muy bien.

Cerró los ojos y dos segundos después, Héctor abrió la puerta.

—¿Desea algo, señor?

—Advierte a los otros de que no entren en esta habitación bajo cualquier circunstancia y sin
importar lo que pase —dijo imperiosamente.

El mayordomo se mantuvo estoico, pero sentí su desaprobación silenciosa.

—¿La Sra. Kean le acompañará, señor?

Raphael asintió y lo despidió con un gesto de la mano.

—¿Te comunicaste con Héctor con el pensamiento? —le pregunté sorprendida, después de la
salida de este.

—Soy psíquico, Rebecca. Puedo entrar en la mente de la mayor parte de las criaturas
vivientes o no que me encuentre. Con mayor razón cuando me pertenecen.

—Entonces, ¿por qué no previniste a todos tú mismo?

—Puedo comunicarme con sus mentes de forma individual, y por el momento, hay casi
veinte vampiros residiendo en la propiedad. Héctor será más rápido al transmitir mis
órdenes.

—Ya veo.

—Bueno, ¿y ahora qué se supone que debemos hacer?

Sus ojos brillaron con curiosidad.

Tomé la mochila grande negra que había traído conmigo y luego saque seis velas y un
cuchillo sacrificial. Luego dispuse a nuestro alrededor cuatro cuencos de madera. Uno que
contiene agua y el otro tierra, el tercero un líquido inflamable y el cuarto, sólo un poco de
aire.

—Siéntate con las piernas cruzadas en el suelo en el centro de los elementos, por favor —le
dije mirándolo—, e inclina tu brazo. Tomaré unas cuantas gotas de sangre.
Hizo lo que le pedí y miró concentrado la hemoglobina fluir por el pequeño recipiente
plateado que sostenía en su herida. Entonces corté mi mano y dejé que escapase la sangre de
mi muñeca y se mezclara con la suya. Por primera vez desde que nos conocimos, vi sus
colmillos aparecer en la esquina de sus labios.

—Lo siento, dijo, ni siquiera he comido hoy —dijo haciéndolos entrar sus encías.

—¿Estás seguro de que te vas a controlar?

—¿Realmente estás preguntándome si puedo controlarme y no voy a saltarte encima? —dijo


entre risas.

—Debo admitir que llegué a esa idea —le dije asintiendo.

—No te preocupes, dulzura mía, si tengo hambre, no es de tu sangre —siempre hilarante.

Comencé a ruborizarme.

—Habla en serio y concéntrate dos minutos, ¿de acuerdo?

Desde nuestro primer encuentro, pensé que Raphael se comportaba más como un joven
travieso y tierno que como el estratega de guerra frío y aterrador al que todos parecían temer
y respetar. Lo que perturbaba mi opinión a su respecto. Oh, por supuesto, era muy
consciente de tener frente a mí a uno de los pocos adversarios que me costaría matar, y no
dudo de su gran poder, pero tendía un poco a veces a olvidarlo. O, más exactamente, él
sabía perfectamente cómo hacerme olvidarlo. Pero todavía no sabía si debía encontrar sus
esfuerzos halagadores o inquietantes.

—Soy todo oídos.

—No presiones demasiado, de todos modos... —le dije sonriendo a mi vez—. No sé si


funcionará, pero si ese es el caso, prefiero advertirte que sentirás una oleada de poder
violento y no tengo ni idea del impacto de la magia de los elementos en un vampiro.

—Si intentas disuadirme de practicar este ritual, deberías habérmelo dicho antes de cortarme
el brazo —dijo en tono de broma.

—Lo digo en serio, Raphael. Corres verdaderamente un riesgo haciendo esto.

—Soy consciente de ello. Pero si tuvieras mi edad y mi experiencia, sabrías que las peores
cosas siempre se anuncian en tono ligero. Eso no lo hace menos molesto, pero más
agradables de escuchar.
—Si tú lo dices —le dije sentándome frente a él, la copa de sangre en el suelo, formando una
barrera entre nuestros cuerpos.

Agarré sus manos y comencé mi conjuro.

A medida que pronunciaba el nombre de cada elemento, los cuencos brillaban y halos de luz
brillaban sobre ellos. Rojo para el fuego, azul para el agua, marrón de la tierra y blanco para
el aire.

El vampiro observó en silencio el proceso, pero podía percibir su nerviosismo por una ligera
mueca en su mandíbula inferior. Me imaginé que no había debido asistir a menudo a estas
prácticas. Los vampiros nunca han apreciado a las brujas.

—Tranquilo —le dije apretándole la mano un poco más fuerte.

—Es una magia de vida y yo soy la muerte —dijo con voz ronca.

Deseché ese pensamiento de mi cabeza y seguí invocando el poder de los elementos en una
lengua tan antigua que el propio Raphael no podía entender el idioma. Sin embargo,
mirándolo a la cara, sabía que algo andaba mal. Las palabras que salieron de mi boca
parecían hacer eco en sus oídos como una amenaza invisible, y lo vi desplomarse
gradualmente como si un peso cada vez más pesado estuviera sobre sus hombros.

—En mí, ven para buscar tu fuerza en mí —le dije agitando el cáliz que contenía nuestra
sangre y llevándola a su boca.

Bebió casi la mitad del vitae y terminé el proceso al beber a mi vez.

Entonces mi cuerpo instintivamente se aferró a él. Mi cabello era rojo ahora, se levantaban
de mi cabeza como las serpientes de Medusa y fijé los ojos del vampiro, blancos y opacos,
tiernamente acariciando su mejilla. Raphael agarró mis caderas. Su cabello largo y sedoso se
extendió en parte sobre mis hombros. Mis manos se apretaron en sus antebrazos, y de
repente sentí la magia atravesar la piel blanca y suave del vampiro.

Mi poder caliente y potente fue irresistiblemente atraído por el suyo más oscuro y más
compacto.

—¡Esquelbath, yamanthe, oquatem Tom Cohen! —grité llamando al demonio.

A nuestro alrededor, los cuatro elementos forjaron una jaula de energía real donde la luz no
podía penetrar. La trampa estaba lista. Todo era normal, al menos si los gemidos de placer
de Raphael eran omitidos. Su rostro se transformó por el éxtasis creado por la magia que
vertía de mis manos en sus venas. Puse suavemente mis labios sobre los suyos, y de repente
algo extraño se precipitó brutalmente entre nosotros.
—¡Rebecca, no! —gritó.

La luz de repente saltó de mi cuerpo y entró en el suyo como un torrente.

—No —me las arreglé para susurrar.

Era como si mi poder lo reconociera, como si siempre lo hubiera buscado, como si el


vampiro siempre le hubiera pertenecido.

—¡¡¡Rebecca!!!

Sentí su angustia, pero no podía romper la ola de energía que impregnaba nuestras mentes y
cuerpos.

—¡Dios mío! —grité sintiendo mi alma desconectarse de mi carne.

La sentí abrirse al vampiro y fundirse en la suya. Las tinieblas que habitaban en su corazón
parecieron entonces dispersarse como hojas arrastradas por el viento, dejando una suave
melodía. El canto de las Vikaris.

De repente formábamos solo uno; le pertenecía y él a mí. Pronto vislumbré imágenes de su


pasado, escenas de guerra y sangre, trajes antiguos, batallas pero también mujeres, recuerdos
de una mujer... Yo vivía a través de él. Intensamente.

A continuación, la barrera invisible formada por los elementos de repente se abrió. Y la


magia desapareció.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Leluli

uando abrimos los ojos, estábamos de rodillas, pegados en los brazos el uno del
otro, cada uno tratando de recuperar el aliento. Como dos sobrevivientes
después de una tormenta. Nunca antes había conocido una unión tan aterradora
y tan perfecta. Ni siquiera en las grandes asambleas.

—Rebecca... —Raphael dijo con voz ronca.

—Shh —le dije poniendo mi dedo en sus labios, y me miró.

Le cogí la barbilla y la volví hacia la derecha. Un cuerpo yacía en la sala de mármol. Me


arrastré hacia él. No tenía fuerzas para levantarme.

Su rostro estaba arrugado, parecía un hombre viejo y agotado.

—¿Tom? ¿Tom Cohen?

Lentamente abrió los ojos y me dio una mirada de asombro.

—No se preocupe, usted no corre ningún riesgo.

—Tú... me llamaste... —murmuró con tono muy ansioso.

—Sí. Te llamé para sacarte de las garras de tus captores, y no para matarte —dije en voz baja
tratando de tranquilizarlo.

—¿Eres una Vikaris?

Temblaba de miedo, dolor o frío, no lo sé.

—Sí. Pero no es a ti a quien cazo hoy.

—Me siento aliviado al saber eso —dijo sonriendo.


Trató de levantarse, pero no tuvo éxito. Raphael, que había recuperado su fuerza, se
apresuró a ayudarlo. El demonio pareció aliviado al reconocerlo.

—Gracias, Raphael. Yo... me parece que estás en extraña compañía, dime —dijo sin aliento.

—En compañía encantadora y adorable, ¿quieres decir?

Él no respondió y siguió avanzando lentamente, apoyándose en el brazo de Raphael hacia el


sofá.

—¿Dónde estoy?

—En mi casa —dijo Raphael.

—¿Y el resto de la asamblea?

—Hizo esto sola.

Sí. Si tú lo dices...

El demonio hizo una mueca extraña y me miró fijamente.

—Por lo tanto, debe tratarse de la Prima —dijo sentándose sobre el cojín rojo.

Parecía exhausto.

—¿La Prima? —preguntó Raphael.

—Ninguna bruja, ni siquiera una Vikaris, es capaz de actuar en solitario. Su magia actúa en
red salvo por la Prima, la guardiana de los hechizos... y todavía hace falta que sea muy
poderosa.

—Parece muy bien informado acerca de nosotras, Tom, —no pude dejar de notarlo.

—Sí, bueno... bien obligado, usted y los suyos han matado a un montón de gente a la que yo
quería —dijo en tono triste.

—Tom pertenece a la orden de los Archivistas —dijo Raphael.

—¿Y? —le pregunté.

—Y me especialicé en el estudio de su clan —susurró—. ¿Cómo te llamas?

—Rebecca. Rebecca Kean.


—La Prima de los Vikaris normalmente lleva el dulce nombre de Constance, un nombre
francés —dijo observando mi reacción.

—Eres tú quien pensó que era una Prima, nunca he afirmado tal cosa —le contesté.

Habría hecho mejor romperme una pierna, el día que decidí venir a vivir en esta ciudad.

Me dio una mirada divertida y dijo:

—Siento que tengo que cuestionar algunas de mis convicciones, entonces...

Sentía la mirada inquisidora de Raphael en mí.

Él, sin duda, trataría de aprender más sobre las Primas y sabía que no se detendría hasta que
descubriera todos mis secretos. Y eso no me regocijaba.

Absolutamente debía cambiar de tema.

—Escuche, todo esto no tiene importancia. Le he llamado porque necesito saber dónde
estaba y por quién ha sido secuestrado —dije en tono firme.

El demonio me miró sin decir nada.

—Hay vidas en juego, realmente no tenemos tiempo para negociar con usted, Sr. Cohen —
añadí con voz amenazadora.

—Tiene razón, Tom, por favor —Raphael insistió—. Respóndele.

—Ya que insistes, pero no creo que vaya a ser muy útil. No sé dónde me encerraron, me
desperté una mañana en una jaula de laboratorio. Había hombres, humanos y también una
criatura, un ser infame con una capa y una cara deformada.

—¿No tiene ni idea de dónde estaba? Quiero decir, incluso si no es exacto, debe tener una
idea vaga...

—...No, ninguna —dijo—. No había ventana y ni siquiera sé... ¿cuánto tiempo estuve alojado
allí?

—Diez días —le dije.

—Se sintió como mucho más tiempo —dijo con voz amarga.

—¿Recuerda algún nombre?

—Uno: Thomson.
—¿El profesor Thomson? ¿Un tipo de cincuenta años, los ojos de dos colores, el pelo y la
barba blancos? —exclamé inmediatamente.

—¿Lo conoces? —preguntó Raphael.

—Es un humano, un famoso genetista. Él está en la ciudad por el momento, me lo crucé en


la universidad. Debo desayunar con él mañana al mediodía.

—¿Ya estabas tras su pista?

—Vamos a decir que tenía mis sospechas.

Me volví hacia Tom.

—¿Por qué no trató de escapar tomando el cuerpo de uno de ellos? —le pregunté al
demonio.

—Estaba muy débil, drogado...

La poción les afectaba a ellos también, era bueno saberlo...

—¿Vio a otras personas con usted?

—Kathryn, la zorra potioneuse. Todo esto es debido a ella.

—Lo sabemos —digo yo—. ¿Había también un muteur? ¿Un hombre oso?

—Sí. Llegó ayer. No era un personaje fácil, lucharon para calmarlo. Y, sin embargo, estoy
seguro de que disminuyeron su poder, también.

—¿Por qué mataron a Franck?

—Había herido a uno de los ayudantes del laboratorio.

—Sí, pero ¿por qué torturarlo?

—Nos tomaron muestras de sangre, médula ósea e incluso esperma. Pero también
practicaban pruebas de resistencia al dolor. Como ustedes saben, los hombres lobo y los
cambia-formas se curan muy rápidamente.

—¿Y usted?

—Oh, no me regenero de la misma manera, pero les tomó un tiempo darse cuenta de ello —
dijo levantando su suéter.

Su piel estaba lacerada y todas las heridas no habían sanado.


—Estos pseudo-científicos son verdaderos sádicos —dijo.

—No ha recobrado sus poderes, pero sé que van a estar de vuelta en unos días, cuando el
cuerpo elimine la poción —le dije.

Me sorprendí esperando que sanara de aquí a allá. Estaba realmente ablandándome.

—Gracias por su ayuda, Rebecca —dijo tomando mi mano.

Entonces, de repente, dio un salto y vi que sus ojos se abrieron y viajaron entre Raphael y yo.

—¿Qué... qué hiciste, vampiro? —le preguntó con voz ahogada.

Miré a Raphael. Cerraba los ojos. Sentía vagamente llegar el drama, un poco como en las
obras de teatro de la antigüedad donde los héroes están siendo manipulados por un destino
ya trazado que los lleva a su pérdida.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Leluli

om Cohen nos miró, aterrorizado. El silencio se estaba poniendo pesado

—Me puedes creer o no, pero que fue un accidente, Tom. Ni siquiera hubo
intercambio de sangre entre nosotros —dijo finalmente Raphael en un tono que
no conocía.

El viejo demonio empezó a toser, y cuando se las arregló para recuperar el aliento, dijo en
voz baja:

—¿Quieres decir que sucedió naturalmente? ¿No has hecho ninguna ceremonia?

—Hemos unido nuestros poderes para traerte aquí —dijo Raphael con el rostro cerrado.

—Deberías haberte alejado de ella y dejar que me muera —se las arregló para susurrar
dificilmente.

Mi garganta estaba cerrada. De repente tuve mucho frío.

—¿De qué estáis hablando Raphael? ¿Qué está pasando? —le pregunté con voz átona.

—Cuando unimos nuestras fuerzas para traer a Tom, algo pasó, Rebecca. Te marqué. No
sé... No pensé —murmuró mientras me lanzaba una mirada abrumada.

—¿Marcada? Pero ¿qué quiere decir? —dije con voz temblorosa—. De todos modos, esto no
funciona para mí... mira lo que pasó con Michael...

—¿Compartiste esto con Michael? —preguntó con furia devuelta.

—No... no, pero...

—No quería que esto sucediera. Bueno, no aquí, no ahora.

—Raphael, dime que esto no es cierto.


Pero él no respondió, simplemente miró al vacío, sin decir nada.

Me dirigí al espejo gigante colocado sobre la chimenea y levanté mi cabello. La flor de lis de
Raphael había reemplazado la antigua rosa de Michael.

—¡Te voy a matar! —grité fusilando con la mirada al vampiro.

—No es el único responsable, bruja —dijo Tom tosiendo violentamente.

Lo miré de arriba abajo y cerré los ojos para calmarme.

El demonio no estaba equivocado, era en parte responsable de lo que había pasado, pero no
podía creer en Raphael cuando dijo que fue un accidente.

—Ven aquí, Raphael —dijo el demonio—. Dame la mano, sentí algo anormal en vuestra
relación.

Tom cogió la mano extendida del vampiro y luego sacudió la cabeza con desaprobación.

—Date la vuelta y levanta tu camisa.

Raphael frunció el ceño, pero hizo lo que le pedía.

—Mira su espalda, Rebecca. Justo en los riñones.

Esto no es cierto, no puede ser verdad... no sobre un vampiro...

—Tienes un tatuaje en la espalda baja —le soplé en tono descolorido.

—¿Un tatuaje?

—Una salamandra.

Raphael frunció los labios, pero se mantuvo estoico.

—¿Una salamandra? ¿Cómo la que tienes en tu hombro? ¿Qué significa eso?

Bajé la cabeza, la garganta demasiado apretada para responder. Luego se volvió hacia el
demonio.

—¿Tom?

—La salamandra es el espíritu elemental del fuego. Estaba escrito en el primer Vikaris
bañado en llamas, es el símbolo de su clan.

No. Es el alma de mi clan.


—Cuando habéis mezclado vuestros poderes, la magia ha grabado ese momento en vuestra
carne y os ha unido el uno al otro para siempre.

—¿Y en la práctica? ¿Qué significa eso? —preguntó Raphael.

—No lo sé... Nadie normalmente puede marcar a una Prima Vikaris y, por otra parte, ningún
hombre ni ninguna criatura sobrenatural puede sufrir el poder de la picadura de la
salamandra sin morir. Pero, por supuesto, Raphael no es exactamente un vampiro ordinario.

Súper...

Raphael se rió.

—2500 años, 2.500 años y aun hay tanto que aprender —dijo con una sonrisa triste.

—¿Pero cómo podemos cambiar lo que pasó? —le pregunté nerviosamente.

—Te lo dije, no lo sé... Lo único que sé es que nunca habría debido producirse —respondió
rascándose la barba.

Suspiré. Todo esto se volvió demasiado complicado para mí. No podía pensar con calma.

Mi cerebro se había dado cuenta de lo que había sucedido, mis ojos habían visto la
salamandra, pero mi corazón se negaba a aceptarlo. Los elementos, los mismos símbolos de
la vida, no podían unirse con un soldado de la muerte. Raphael y yo estábamos por
naturaleza destinados a enfrentarnos, no a perdernos uno en el otro.

—Tom está en mal estado, tengo que llevarlo a su casa —dijo Raphael con un suspiro—.
Espérame, vamos a tener que hablar.

—¿Hablar? Pero, ¿de qué quieres que hablemos? ¿No lo has entendido? Necesitamos
cueste lo que cueste mantenernos lejos el uno del otro antes de destruir lo que es más
importante para nosotros: nuestra libertad, nuestras creencias, todo lo que nos hace ser lo
que somos.

—¿Eso es lo que decidiste? —preguntó de pronto retomando su impasible máscara de


maestro vampiro con expresión neutral.

—Sí.

De repente, estaba cerca de mí.

—¿Tienes miedo hasta ese punto? —preguntó acercando su cara a la mía.


—Sí —dije—. No quiero perder mi alma, y eso es lo que sucederá si la magia persiste en
unirnos el uno al otro.

—¿Contemplaste el hecho de que la magia pueda tener razón? ¿Qué sabe mucho mejor que
nosotros lo que debemos hacer?

—Raphael, para —dijo el demonio sacudiendo la cabeza—. Rebecca tiene razón y lo sabes
perfectamente. Ya te perdiste en parte, te conozco desde hace mucho tiempo y...

—… No, Tom. El que conoces desde hace mucho tiempo, es la muerte blanca y el legendario
jefe de guerra de sangre fría pero no siempre fue así. Antes de eso, yo era capaz de amar, de
sentir, era Raphael, un completo humano lleno de ardor y pasión.

—¿Quieres decir que en la fusión de vuestros poderes encontraste a tu antiguo yo? —el
demonio dijo con aire curioso.

—En cierto modo, pero no tiene nada que ver con la mezcla de nuestros poderes. Sentí mis
primeras emociones la primera vez que la vi, cuando la tuve entre mis brazos.

—Interesante... interesante, pero también preocupante. Planteáis un problema único los dos,
y que puede ser potencialmente peligroso.

Interesante, preocupante... diría más bien estresante y frustrante.

—Potencialmente peligroso... se trata de un excelente análisis, Tom.

Baetan, el príncipe de los demonios, había aparecido de repente en frente de nosotros.


Mantuvo la misma forma que la primera vez que lo conocí. Odio y rabia exudaban de la
bestia. Sus ojos brillaban con un color que nunca había visto.

—¿Qué está haciendo aquí? —exclamé girándome a Raphael.

—Ella no te estaba destinada, nunca habrías debido permitirte enlazarla a ti —dijo el demonio
con voz glacial.

De repente me pregunté desde hace cuánto tiempo nos espiaba.

—¿Qué pensabas? ¿Creías que iba a pedir tu permiso? —Raphael se enojó.

—Son cosas que se hacen.

—No sabía que los demonios regentaban la vida privada de los vampiros —dije en tono acido.

El vampiro y demonio se miraban y parecían ignorarme por completo. La situación era


grotesca.
—No es tuya, no tenías derecho a ella.

—No busqué lo que pasó —dijo Raphael en voz neutral.

—¡La manchaste! —gruñó.

Pero ¿porqué podría importarle?

—No estoy seguro de que seas muy objetivo —dijo Raphael con tono sereno.

—Y tú te has equivocado completamente —respondió fríamente—. Te advertí que te


mantuvieras alejado... Me las vas a pagar, vampiro, te prometo que me las vas a pagar —gruñó
furioso.

Luego tomó a Tom con sus grandes patas y desapareció dando un rugido furioso.

—Decididamente, sus salidas son tan intempestivas como sus entradas —dije cansada—.
Bueno, ¿puedes explicarme qué ha pasado?

—Supongo que no le gustó nuestra colaboración —respondió evasivamente.

No tenía intención de darme una explicación y, de hecho estaba demasiado cansada como
para rebajarme a suplicar.

—Rebecca, yo...

—¡No, no te acerques! —dije dirigiéndome hacia la puerta y refrenando unas ganas terribles
de llorar.

Atarme a Raphael era un lujo que no me podia permitir. Tenía que huir tan lejos y tan
rápido como fuera posible y poner fin a esta historia.

—No puedes. Ya no puedes —una voz susurró en mi cabeza.

Había penetrado mis defensas mentales sin que lo sintiera y leído mis pensamientos. Me
sonrojé, tan pronto como me di cuenta de que sabía ahora lo que realmente sentía por él.

—¡Que te jodan!

—Estoy a tu disposición —dijo en tono divertido.

—Ya que lees mi mente, ¿sin duda sabes lo que quiero hacer?

—Sí, vas a tratar de matarme para soltarte de mi agarre. ¿Supongo que si te digo que no tengo
nada que ver, no te va a hacer cambiar de opinión de momento?
—No.

Raphael no respondió. No se movía. Su expresión era neutral, indescifrable. De todos


modos, no estaba de humor para discutir.
Traducido por Felin28
Corregido por Mani

abía que era demasiado arriesgado, realmente soy una idiota, me dije,
subiendo en el coche y dándome con mi mano en la frente.

Y de repente me puse a llorar. Las lágrimas bañaron mis mejillas un buen rato
antes de que decidiera llamar a Beth.

Diez minutos más tarde, estaba al volante y conduciendo.

—¿Cómo es que llegaste? ¿Dónde está el coche? —dije alterada.

—Me muevo más rápido a pie que en coche, sobre todo cuando hay tráfico, —respondió
tranquilamente.

¿Tráfico? ¿En Burlington?

—¿Te acabas de transformar?

—No, de lo contrario estaría desnuda e indecente, y no vestida con mi precioso pijama azul.

Yo ni siquiera le había prestado atención a su ropa. Había algo en mi que estaba bien.

—Perdón por despertarte.

—Tu hija está dormida, no se dará cuenta ni de que vine a por ti.

Parecía preocupada y cansada. La llamé porque estaba demasiado emotiva para poder
conducir. Ella no me hizo preguntas y vino. Debo decir que yo no suelo hacer esto
normalmente, era incluso la primera vez que reaccionaba así, de manera tan... humana.

—Gracias.

Ella no dijo nada y se limitó a señalar con el dedo el panel.


—Puse una caja de Kleenex en la guantera.

Me recargué contra la puerta y cerré los ojos.

—Si eres buena, incluso, podría hacer para ti panqueques cuando llegue a casa.

—¿Con jarabe de arce?

—Con jarabe de arce.

—Tú sí sabes cómo hablarle a mi corazón... —le dije con una sonrisa.

—Al estómago, querrás decir.

—Es lo mismo.

—Maurane intentó ponerse en contacto contigo y con Raphael, pero... bueno en fin. Sophia
ha desaparecido.

Obviamente, no era porque mi corazón estuviera roto y que tendría que matar Raphael que
la tierra dejaría de girar. No. El mundo no se preocupa por mis sentimientos y mis pequeños
problemas emocionales. Y eso se aplica a la mayoría de los fastidios: ellos no se reposan
durante el tiempo necesario para arreglar mis pequeños problemas personales. Sobre todo
porque por lo general llegan en paquete. Creerías que en algún lugar del universo, unos
dioses perversos se divierten fastidiándote la vida sólo para reírse un poco. Hay que
reconocer, a pesar de ellos, que les facilito el trabajo últimamente.

—¿En qué piensas?

—Siento pena de mi misma.

—Eso me parece coherente.

Bajé el quita-sol y me miré en el espejo. Realmente me veía horrible. Saqué rápidamente los
pañuelos y sequé mis mejillas manchadas de rimel.

—Me pregunto si no debería cortarme el cabello —dije casualmente elevando mi larga melena
castaña.

Ella frunció el ceño y me lanzó una mirada de angustia.

—¿Tan mal van las cosas?

—Aún no estoy lista para hablar de ello.


Ella me conocía lo suficiente como para no insistir y regresamos a casa sin intercambiar una
palabra.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Mani

l Wine and Bread era un restaurante íntimo y decorado con buen gusto. Una
decena de mesas, manteles y servilletas de color salmón, sillones de tela gruesa.
Llegué con antelacion, el profesor Thomson no debía llegar antes de un cuarto
de hora, lo que me dejaba un poco de tiempo para pulir mi papel. Por supuesto, había
advertido a Beth de la participación del genetista en el secuestro y pasamos la mañana
tratando de averiguar en que hotel se hospedaba, pero sin éxito. No me atreví a llamarlo de
nuevo para que no sospechara algo y cancelara nuestra cita. Tenía la firme intención de
secuestrarlo a mi vez y hacerle confesar donde estaba su laboratorio, y donde mantenían a las
víctimas. Obviamente, tendría que esperar el final de nuestro almuerzo y trabajar lo más
discretamente posible. Beth, que tenía que echarme una mano, esperaba tranquilamente
sentada en el bar de enfrente, que el querido profesor saliera del restaurante y se encontrara
solo de un momento a otro. De todos modos, ella conocía perfectamente su olor y sería
capaz de identificarlo aunque se alejara hasta unos doscientos metros.

De hecho, llegó a la una en punto, vestido con un elegante traje italiano de color gris y su
notable melena de cabello blanco. Me di cuenta por primera vez del espesor de sus rasgos y
su amplio puente nasal.

—Hola, profesor.

Sus ojos desiguales se posaron en mí y detallaron el vestido blanco con lunares negros que
me había puesto especialmente. Los hombres de cierta edad aprecian la feminidad y son
propensos a imaginarte mucho más inofensiva en vestido que en pantalón. Vaya usted a
entender...

—Hola, querida. ¿No te hice esperar, espero?

—No, usted es muy puntual.


Y nos fuimos a una corriente de intercambios amistosos y poco interesantes mientras me
moría de ganas por desgarrarle la garganta lentamente y poco a poco...

—Me alegro —dijo sentándose—. ¿Ya ha dado un vistazo a la carta?

Se la tendí cortésmente.

—Sí. Voy a tomar el osso buco y los tallarines frescos —le contesté.

—¿Ninguna entrada?

—No, pero si lo desea, tome una, seré feliz de esperar.

—Hacer esperar a una mujer mientras se come es particularmente inapropiado para un


hombre de mi edad, señorita Kean, y tengo que cuidar mi colesterol, así que voy a limitarme
a imitarla y me contentaré con un escalope milanesa.

El colesterol será la menor de tus preocupaciones cuando acabe contigo, viejo , pensé
dándole mi mejor sonrisa.

Llamó al camarero y le hizo tomar la orden rápidamente.

—¿Quiere un poco de vino? —preguntó.

—No, nunca bebo en el almuerzo —le contesté.

—Usted se lo pierde, el vino italiano no es lo que prefiero, pero va muy bien con la pasta.

—No, en serio, gracias.

Había pasado rápidamente a casa de Maurane para recuperar un frasco de pócima de la


verdad, pero por desgracia estaba ausente. Supuse que había ido en busca de Sophia
Germann, la hija Kathryn quien había, como su madre, de repente desaparecido.

La pérdida de una de sus novicias había terriblemente disgustado a la potioneuse y realmente


no querría encontrarme en el lugar de la niña cuando pusiera su mano sobre ella. Pero
mientras tanto, esta historia no ayudaba a mis asuntos. Y tendría que soportar una
conversación estéril con el genetista cuando podría haber sido muy instructiva.

—Bueno, bien, entonces, sólo sírvame una copa de chianti con la comida además de una
botella de agua —dijo al camarero—. ¿Eso le conviene?

—Es perfecto.
—Me alegró que me contactara señorita Kean —dijo mirándome—. Me voy de la ciudad
pronto y quizás no habríamos tenido la oportunidad de reunirnos de nuevo antes de un largo
tiempo...

Vaya. No me digas...

—Tengo que reconocer que me ha sorprendido con su invitación y aún más de haber
despertado su interés ya que ejercemos en áreas diferentes —le dije en tono educado.

—No tiene que estarlo. Mi especialidad es el campo de la investigación, pero me gusta


conocer a las personas que operan en otros ámbitos, eso me impide estancarme y asociarme
únicamente con viejos pedantes que sólo hablan de genética todo el tiempo.

—¿Esto es un pasatiempo habitual?

—¿El qué?

—¿Multiplicar las citas y compartir comidas con extraños?

Sus ojos de distinto color le daban una mirada extraña.

—No. Pero usted me ha intrigado.

—¿Por qué razón?

—Usted es perfecta. Quiero decir, estéticamente perfecta. Ha heredado buenos genes.

Yo no apostaría por ello...

—¿De dónde son sus padres? Según lo que me han dicho, es usted francesa, ¿de dónde
exactamente?

El camarero vino con la comida y colocó un plato caliente en frente de mí, lo que me salvó
de tener que responder a esa pregunta.

—Se ve delicioso —le dije.

Él asintió, comimos en silencio por unos momentos, y luego tomé las riendas de la
conversación.

—¿Qué le motivó a la genética?

—Un síndrome. El de Waardenburg. Lo padezco así como mi hijo y mi nieto, Malcolm.

—¿Qué es exactamente?
—Una mutación de un gen que causa sordera y otros síntomas como la despigmentación del
pelo o el color de ojos, y en los casos más severos, deformidad de las extremidades y
sensibilidad a la luz.

—¿Pero usted no está sordo? —pregunté sorprendida.

—Sí, lo soy, pero sólo en un oído. Mi hijo no tuvo tanta suerte y mi nieto ni siquiera puede
caminar. Creo que es peor, de generación en generación.

—Ya veo. ¿Así que está al frente de la investigación para encontrar una cura para esta
enfermedad?

—Sabe —dijo apoyando sus cubiertos—, este síndrome es una enfermedad rara. Los fondos
que se han otorgado son mínimos y debido trabajar en patologías más difundidas antes de
encontrar una solución que le permita a mi nieto caminar y vivir en condiciones de vida
normales.

—¿Ha encontrado una cura?

—Sí. Al menos eso creo.

—¿Y cómo ha conseguido financiación?

—He tenido suerte y he sabido hacer prueba de mucha imaginación, señorita Kean —
respondió tomando un sorbo de vino.

Actuaba como alguien respetable, pero sabía que este hombre no se detendría ante nada
para lograr su objetivo y sin duda no era el hecho de trabajar para los vampiros o con
cobayas secuestradas en contra de su voluntad que lo detendría.

—¿Es usted creyente, Rebecca?

—¿Por qué me hace esa pregunta?

—Usted es francesa...

—Francia es un estado laico y la mayoría de su población también lo es. En los Estados


Unidos, la fe es mucho más importante que en mi país de origen. Esa es también la razón
por la cual la mayoría de los estadounidenses nos tienen por comunistas o lo que sea...

—No ha respondido a mi pregunta.

—Bueno, sí, aunque soy francesa, soy profundamente religiosa —le dije sonriendo—. Y no
digo esto para evitar pasar por un marginal, como los ateos que viven aquí.
Él sonrió y luego hizo una mueca.

—Estoy sorprendido y feliz de escuchar eso.

—¿Por qué sorprendido? ¿Debido a mis orígenes?

—No. Estoy simplemente sorprendido de que una asesina de su clase pueda creer en nuestro
creador. Es usted un monstruo, Rebecca.

Si sabía quién era yo, ¿por qué había tomado el riesgo de venir a comer conmigo?

—No quiero ser desagradable pero me gustaría humildemente señalar que esta opinión es
muy subjetiva y particularmente sorprendente en boca de un científico —le contesté sin
amedrentarme—. Después de todo, algunas anomalías genéticas no nos convierten en
monstruos, sólo en diferentes personas, al igual que usted, su hijo y su nieto.

—¿No va a pretender incluso que se trata de la misma cosa?

Le hice señas al camarero de que habíamos terminado.

—¿Y por qué no?

—Porque usted, Rebecca, no está sufriendo de un virus o una mutación genética...

—Ya que usted ha descubierto que este era el caso de todos los demás, ¿no? —comenté con
una ceja levantada.

—Sí, por lo menos, con la excepción de los demonios... Además, no sé por qué es tan
diferente de las otras brujas...

Era extraño, hablaba con calma, como si no tuviera absolutamente ningún miedo a mi
reacción.

—¿Cómo consiguió una muestra de mi ADN?

—Mi amigo Charzac llevaba sobre él la noche que trató de raptarla.

¿Entonces el monstruo encapuchado del otro día se llama Charzac?

—Su poder no es el resultado de una evolución como para los demás. Y no he podido
determinar el origen.

—No me sorprende. ¿Ha logrado descubrir por qué los vampiros viven, quiero decir, lo que
los anima?

Bueno, ¿qué? Podemos informarnos, ¿no?


—No es el propósito de mi investigación.

—¿Nunca estudió a los vampiros?

El camarero trajo la cuenta y el profesor inmediatamente le dio su tarjeta de crédito.

Pagó y puso su cartera en su chaqueta de tres mil dólares.

—Escuche, querida, no tengo la intención de seguir discutiendo de esto con usted.

—¿Tiene que dejarme?

Echó un vistazo a su reloj y asintió.

—No quiero sonar grosero, pero tengo una cita urgente.

Sí, con la muerte. Tic, tac, tic, tac...

—Dígame, profesor, ¿qué le llevó a organizar el almuerzo este mediodía? ¿De verdad cree
que las cosas serán así de simples?

—Lo serán, señorita Kean, lo serán, créame —contestó con aire de suficiencia.

Me sentí terriblemente frustrada de no poder atacarlo debido a los numerosos testigos y mis
dificultades para canalizar mi magia, pero confiaba en Beth para aprovechar la más mínima
oportunidad, una vez que estuviera fuera. Así que lo dejé salir del restaurante sin incidentes.
Luego lo seguí.

La calle estaba llena de estudiantes, turistas y paseantes. Siempre era así, la tarde del sábado.
El sol hizo una breve aparición y todo el mundo lo aprovechó lo mejor posible. No era
estúpida, me daba cuenta de que el viejo humano me guiaría hacia una trampa y que él
intentaría escapar. Beth ya no estaba en el bar y la busqué brevemente con la vista pero no
logré localizarla.

Thomson se dirigió a un auto ranchera negro donde un hombre estaba esperándolo. Si


llegaba hasta la puerta del auto, sería demasiado tarde. Levanté las manos para hacerlo
tropezar, pero no pasó nada. Me concentré y traté de nuevo, pero mis intentos por detenerlo
parecían completamente inútiles. Así que pensé en esa maldita pócima que se usó para
anular un momento los poderes de todas las víctimas. Ese hijo de puta lo había logrado, no
sé cómo lo puso en mi comida. No había podido hacerlo en la mesa, no lo había alejado de
mi mirada, pero uno de sus acólitos tuvo que trabajar en las cocinas. Cuando se metió en el
coche, ya era demasiado tarde para reaccionar y desvié la mirada, impotente... y furiosa.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Liraz

usqué por todas partes, pero fue en vano. Beth había desaparecido. Tenía la
esperanza de que ella estuviera bien y se las arreglara para seguir a Thomson,
como previsto. No podía captar su energía, de todos modos. Y por primera vez
desde la infancia, me sentía vulnerable. El momento no podría ser peor para estar en esta
situación, sin embargo, no tener que llevar momentáneamente un poder así, era algo
emocionante. Podía enfurecerme, patalear, gritar, golpear, sin riesgo a que a la ciudad fuera
bañada en sangre y fuego y no me disgustaba. Hasta podía decir que encontraba este
sentimiento agradable, casi gozoso. Ya no tener que controlarme constantemente me
aliviaba, era como si un gran peso se hubiera levantado de mis hombros. Obviamente, no era
lo suficientemente estúpida o inconsciente para no darme cuenta de que también era
extremadamente peligroso y que podría sufrir un ataque en cualquier momento, pero ya no
ser el custodio de ese poder por unas horas — esperaba de que no duraría mucho tiempo—
era relajante. Me habían educado repitiéndome sin cesar mis responsabilidades, mi trabajo,
mi misión, el legado no era fácil de llevar.

Cuando sonó mi teléfono, estaba en mi auto simplemente revisando que mi Beretta estuviera
cargada correctamente.

—¿Rebecca? Soy Maurane. Encontré a Sophia y terminó confesando.

—¿Dónde estás?

—He vuelto a la escuela.

—No te muevas, me reuniré contigo.

No quería hablar con ella por teléfono por temor a ser escuchada, y como no podía lanzar
un hechizo de silencio u otra batea así, no había manera de expandir el tema.
Al llegar a la escuela, me encontré con algunas residentes que salían por la puerta. Parecían
felices, sin preocupaciones y riendo como tontas. Me lamenté por un momento de no haber
nacido potioneuse, mi vida habría sido tremendamente más fácil.

—Entra —dijo Maurane.

—Hola.

—Bonito atuendo —dijo detallándome—. Te encuentro muy sexy, ese vestido de lunares y los
zapatos de tacón alto te van perfectamente.

—Sí, bueno, créeme, esto no es en absoluto práctico —le dije sonriendo—. Vamos al grano,
Maurane.

—Tenías razón sobre Sophia, sabía más de lo que había querido a admitir —dijo la
potioneuse sentada en un precioso sillón de flores.

La imagen era preciosa y Maurane tenía el aire inocente y fresca como siempre.

—¿Qué te dijo?

—Me dijo que su madre le había dejado instrucciones en caso de que desapareciera y que le
había hecho prometer no decírselo a nadie.

Tenía al menos un lado tranquilizador. Kathryn Germann posiblemente no era indiferente a


la suerte de su familia, después de todo...

—¿Las recuperaste?

—Lee tú misma —me dijo y me entregó una carta.

Recorrí el documento rápidamente. La escritura de Kathryn estaba inclinada hacia la derecha


y sus cartas eran garabatos en forma de patas de mosca. Un grafólogo le diría ciertamente
que se proyectaba al futuro y que estaba sufriendo de diversas neurosis, yo, simplemente
diría que morirá tan pronto se cruce en mi camino y que no me preocupa su personalidad ni
sus problemas existenciales.

—¿Y? ¿Qué piensas? —preguntó Maurane.

—Creo que se ha dejado corromper por dinero o poder. No hubiera debido querer jugar en
las grandes ligas. Aconsejó a Sophia de quedarse con su padre y que dejen Nueva Inglaterra
si algo le sucede a ella. Y le dejó la fórmula para anihilar los poderes.

—Lo he visto, ¿qué te parece?


—Creo que vamos a tener que destruir a todos los que la conocen y querrán usarla.

—Pero supongamos que hay otra guerra, ¿ves la ventaja que esta fórmula nos puede dar?

—Y tú, imagina el daño que puede causar en nuestras propias filas si el enemigo se apodera
de eso.

—Bueno, entonces, ¿qué sugieres?

—¿Has encontrado el nombre de las tres potioneuses que hablaron en la conferencia de


Newport?

—Sí. Se trata de Frances Claiborne, Mary Welles y Emma Brain.

—¿Cuántos de ellos viven en el territorio de Pennsylvania?

—Sólo Mary Welles. Vive en Philadelphia, ¿por qué?

Bingo...

—¿Qué sabes de ella?

—No mucho, es una anciana excéntrica y bastante inofensiva. Tenía mucho talento, según
parece, pero desde que perdió a su hija durante la guerra, perdió contacto con la realidad.

—¿Tienes sus señas?

—Por supuesto.

—¿Puedes llamarla y pasármela, por favor?

Maurane torció el gesto, pero tomó su móvil puesto sobre una mesa al lado de su sillon.

Intercambió unos saludos con Mary Welles luego le dijo:

—Mira, Mary, te he llamado por la poción de limitación de poderes... sí, eso es. ¿Existen
muchas personas al corriente de su existencia?

—¿No? Realmente, ¿solo ustedes tres? Ah, y una chica que vino a visitarte. ¿Sabes su
nombre? Maggie... ¿cómo? Hum. Tengo una amiga que quiere hablar contigo. Sí. Es muy
amable de tu parte.

Casi rompí la mano delicada de Maurane.

—Hola señora Welles, sí, yo también estoy encantada —dije—. Soy amiga de Maggie también,
sí. Morena, elegante, cuarenta años —estaba describiendo a Kathryn Germann y
perfectamente correspondía—, eso es. Me dijo que le enseñó la poción. Sí, si, lo entiendo.
¿Puedo saber por cuánto tiempo hace efecto? ¿Tanto? De acuerdo, y ¿hay alguna manera
de deshacerse de él? Lástima... Pues bien, no importa. De hecho, Maggie me dijo que tenía
amigos en Philadelphia, ¿los ha conocido? ¡Oh, no, por supuesto! ¿Dónde? No, no importa.

En cuanto colgué, me encontré con la mirada de Maurane.

—Nadie tomó estas ancianas en serio cuando hablaban de la poción... —dijo sacudiendo la
cabeza—. Hay que decir que muy pocas de nosotras tenemos el poder suficiente para
hacerlo.

—Afortunadamente —le dije—, ¿te imaginas el problema, de lo contrario?

—¿Así que realmente piensas matar a tres de las nuestras? —dijo con los ojos llenos de ira.

—Depende.

—¿De qué?

—De ti. Si les das a beber a esas encantadoras damas una poderosa pócima del olvido,
debería ser suficiente. Pero hay que actuar con rapidez.

—¿Y yo qué? Después de todo, ahora conozco la poción también.

—Vamos a hacer un trato, Maurane. Guardas el secreto de la poción en caso de que se ponga
en marcha una nueva guerra —nunca se sabe...—, pero me prometes por tu vida que no la
utilizaras o hablaras con nadie. ¿Parece justo?

Pensó por un instante y luego asintió.

—¿Y tú?

—Seré la otra guardiana en caso de que algo te pasara —le dije.

—Al ritmo que vas, hay pocas posibilidades para que sobrevivas mucho más tiempo.

—No te preocupes por mí, soy más fuerte de lo que imaginas.

—Bueno, pues bien, iré a hacer una visita a estas tres deliciosas mujeres —dijo Maurane
sonriendo—. De hecho, ¿por qué has preguntado a Mary Welles si Kathryn tenía amigos en
Filadelfia? ¿Crees que los que nos están atacando la han contactado allí?

—Sí. Estoy bastante segura.

—¿Así que ya sabes quién está detrás de todo esto?


Un vampiro llamado Charles Wintrop, su jefe Arthur, amo de Newport, y el jefe de su jefe,
Glastrow amo de Pennsylvania. Parece ser que estos tres han subvencionado, de una manera
u otra, la investigación de Thomson y le han permitido encontrar conejillos de indias en
nuestra zona con el propósito oculto de desestabilizar a Raphael. Pero prefiero mantener
todo para mí, porque no quiero ser el mensajero. Siempre la paga el mensajero.

—No me dijiste lo que has hecho con la niña...

—Sophia se encuentra en régimen de aislamiento, por ahora. Y confieso que empiezo a


pensar como tú acerca de ella. Cuando la encontré, me lanzó un conjuro chamán, si sus
poderes no fueran aun un poco débiles, estaría muerta en estos momentos.

—Voy a matar a su madre, Maurane, y la niña corre el riesgo de tomarlo muy mal.

—Lo sé.

—Además, conoce ciertamente la fórmula, también —le dije entregándole la carta de Kathryn.

—¿Qué sugieres?

—Un hechizo de olvido y supervisión de cualquiera de sus acciones, a menos...

Mi cara debió ser especialmente expresiva porque la vi palidecer.

—Voy a confiarla a Charlotte. Pertenece a las potioneuses del consejo, verá lo que puede
hacer. No puede seguir en la escuela. Si resulta que realmente es irrecuperable, entonces le
pediré al Assayim que se encargue.

Me sentí aliviada al pensar que no iba a ser yo y que esta tarea sería de mi sucesor. Esa chica
podía ser una psicópata en ciernes, pero seguía siendo una cría.
Traducido por Dark Juliet
Corregido por Liraz

e camino a casa, volví a intentar ponerme en contacto con Beth. Pero, de


nuevo, sin éxito. Me empecé a preocupar seriamente por ella. Probablemente
había seguido a Thomson a su guarida y tenía miedo de que se haya hecho
atrapar por el monstruo deforme —Thomson le llamó Charzac— que me había atacado la
otra noche. Porque si ese fuera el caso, no podría ayudarle. Estaba completamente fuera de
servicio. Mis poderes aún no habían vuelto, y después de lo que había dicho la vieja
potioneuse que había tenido al teléfono, ellos no estarían de vuelta durante largas horas. Lo
cual, dadas las circunstancias, era un real problema de seguridad y francamente me
espantaba. Por supuesto, llevaba mi Beretta —sin licencia, pero no empezaría a discutir por
tan poco—, pero si tuviera que luchar con el secuaz de Thomson, no me sería muy útil,
porque el hombre elefante no era de los que se preocuparan de ese tipo de bagatelas y,
además, es probable que se burlara de mi. Lo qué me humillaría en sumo grado. Si tengo
que morir, prefiero hacerlo de manera grandiosa, en lo mejor de mi forma y mis poderes,
cuestión de orgullo.

Cuando por fin salí de mis pensamientos oscuros, estaba frente a mi apartamento. Y la
realidad me saltó a la cara. Algo estaba mal: la puerta estaba entreabierta, y no se oía ningún
ruido en el interior. Pero Leo ya debía haber vuelto a casa de la escuela y Bruce debería
haber estado con ella. No conocía al hombre lobo desde hace mucho tiempo, pero estaba
segura de que nunca habría sido imprudente como para no haber cerrado la puerta con llave.
La angustia se apoderó de mí y de inmediato desenvainé el arma. Cuando entré en la sala, el
ambiente parecía de golpe muy pesado, casi irrespirable. Espalda contra la pared, avancé
lentamente, la Beretta señalando en ángulos opuestos. Mi corazón latía tan rápido que
parecía que gritara en el silencio. Al llegar al salón, empujé suavemente las baratijas con los
pies, los libros y los pedazos de muebles rotos en el suelo. El sofá había sido levantado y
proyectado al otro extremo de la habitación. Reinaba un desorden terrible. Privada de todo
poder, no podía sentir la menor energía o de captar cualquier presencia. Tuve que
contentarme con mis propios ojos y sentidos comunes de todos los humanos. Y eso me
frustraba.

—¿Bruce? ¿Leo?

Sí, lo sé. Debería haber dado muestra de discreción y dar la vuelta al apartamento antes de
informar de mi presencia, pero la visión de la habitación devastada me daba la impresión de
un puñetazo en el estómago. No era capaz de pensar y controlarme.

Entonces oí un gemido.

Bruce estaba detrás del armario tirado. Su cabello castaño enredado y enmarañado con
sangre.

Heridas desfiguraban su hermoso rostro. Abrió la boca como para aspirar aire que parecía
faltarle. Su ropa se había vuelto roja y un enorme agujero sustituía el estómago. Comencé a
correr hacia él.

—¡Oh, Dios mío! ¡Háblame, te lo ruego!

—Leo, tomó a Leo —susurró.

No, eso no...

Llamé a Gordon para pedirle que viniera.

Mis poderes aún no habían vuelto, no llegaban incluso más para sentir la energía de Bruce y
era incapaz de ayudarlo.

—Lo siento, Rebecca —se quejó.

—Cállate y guarda tus fuerzas, idiota —dije arrodillándome junto a él.

Tomé su mano y traté de evaluar los daños. Estaba gravemente herido y no estaba segura de
que sobreviviera a un ataque de esta magnitud. Había perdido tanta sangre como el piso de
madera que lo rodeaba tomando una tonalidad borgoña. Sus entrañas estaban al aire y la
escena extrañamente me recordaba a lo que pasó con el hijo de Jerry, unos días antes.

—Era demasiado fuerte... —dijo antes de perder el conocimiento.

No quería quedarme allí, a mirar morir al hombre que había tratado de proteger a mi hija y
que iba a perder su vida.

—No me dejes, lobo, por favor —le susurré acariciando su frente—, me prometiste que te
ocuparías de nosotras, no nos dejes...
Tenía la garganta apretada y sentí la ansiedad y la ira poco a poco invadir mi cuerpo y mente.

Y por primera vez, no luché en contra. La magia no circulaba en mis venas, no podría causar
daño. Al menos eso fue lo que pensé cuando de repente sentí un hormigueo en mi piel y el
aumento de una energía que no reconocí como mía.

Se apoderó de mí, dulce y reconfortante, meciéndome en sus brazos protectores como velo
de brisa ligera en plena canícula.

Intenté canalizarla y sentí su sabor en mi boca... Raphael.

No perdí tiempo preguntándome cómo era posible, no más de lo que me lamenté de la


efectividad de la relación que existía en adelante entre el vampiro y yo. Recurrí a sus poderes
vitales y traté de dirigirlos a mi centro de energía. Raphael me dijo que yo era capaz de
transformar la muerte en vida, era ahora o nunca para poner a prueba su hipótesis y hacer
uso de la magia vampírica para tratar de salvar a Bruce.

Cerré los ojos y me concentré para guiar el flujo plateado que corría por mi cuerpo. Bailaba
en mí como un aleteo suave y parecía calmar el calor leve que me invadía. Reconocí en ella
resabios de mi poder. Poco a poco, paso a paso, parecía que la magia muerta derribaba las
paredes que contenían mi energía y se mezclaban con ella para liberarla. A continuación, el
flujo alcanzó mi corazón y de repente era como si estuviera respirando de nuevo y el
calabozo interior creado por la poción explotó en miles de piezas pequeñas que
desaparecieron y se fundieron en mi sangre como piedras en un río de lava. Mis manos
comenzaron a brillar y entonces inmediatamente las puse en el cuerpo del licántropo.
Entonces propulsé la magia a sus puntos de energía —los chakras, como los llaman los
hindúes—.

Cada punto puede comunicarse y son capaces de compensarse entre ellos. Esto lo aprendí
durante mi formación, y sin ser sanadora, esperaba que mi poco conocimiento consiguiera
mantenerlo con vida el tiempo suficiente para permitir que su cuerpo se recupere.

—¿Rebecca?

Había dejado la puerta entreabierta para que los lobos pudieran entrar. Ahora Gordon
estaba en cuclillas a mi lado mientras yo transmitía mi magia al cuerpo de Bruce.

—Va a conseguirlo, Gordon —repetí constantemente—, va a conseguirlo.

—Sí, pequeña, continúa, siento su energía de vuelta —dijo en voz baja.


Capté la presencia de otros lobos pero no levanté la cabeza para ver quién era. Todavía debía
tener algunos segundos aunque sentía que la magia se secaba poco a poco y mis poderes no
estaban todavía completamente recuperados.

—Ya no voy a poder mantenerlo por mucho tiempo —le dije sin aliento—, ¿la manada puede
hacer algo por él?

Gordon asintió.

—Trataremos.

Él asintió y Linus, William y Jerry se sentaron en un círculo alrededor del cuerpo de Bruce.
El nieto del Alfa se mostró visiblemente emocionado y preocupado por el estado de Bruce.
Apostaba a que estos dos estaban muy cercanos el uno del otro.

—Adelante —le dije quitando mis manos del plexo del hombre lobo—, no tengo ya suficiente
energía.

Algunas manadas eran capaces de sanar algunos de los suyos aprovechando el poder
colectivo para transferirlo al herido. Pero sólo funcionaba para los clanes más unidos y
solamente si el Alpha era terriblemente poderoso. Pero Gordon estaba debilitándose día a
día. Le di una mirada inquisitiva, pero volvió la cabeza para no ver las dudas entrando en mi
mente.

Pronto, ya solamente escuché el sonido de sus respiraciones y los latidos de sus corazones.
Se fusionaron y ahora estaban inmersos en un mundo que no podía alcanzar.

Mi pensamiento inmediatamente convergió hacia Leo.

Sabía que Charzac —estaba segura de que era él— trabajaba para Thomson y el ADN
particular de mi hija despertaría la curiosidad suficiente para mantenerla viva mientras llega la
caballería. Restaba ahora averiguar dónde estaba el laboratorio y sobre todo si Beth había
conseguido localizarlo.

Fui a mi habitación y cogí mi portátil. Frenéticamente marqué el número de Beth, pero ella
no me respondió y ni siquiera podía dejar un mensaje. Su buzón de voz estaba lleno.
Todavía estaba sosteniendo el aparato en mis manos cuando lo escuché sonar.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Raphael.

—¿Cómo sabes que...

—Has recurrido a mi energía, Rebecca, y sentí tu llamada.


—Lo siento, no fue voluntario.

—¿Dónde estás?

—Estoy en mi casa. Se llevaron a mi hija, Raphael, tomaron a Leo... —dije con la voz
quebrada.

—Enseguida llego —dijo con una voz sin emoción.

Podía hacerse el impasible, pero ahora que había entrado en su espíritu, que había visto una
parte de su pasado y que nuestros poderes estaban ligados, había pasado más allá de las
apariencias. Podía sentir su rabia y una voluntad tan infinita como implacable de castigar a los
responsables. Esto me tranquilizaba tanto como me preocupaba porque de repente me di
cuenta de la importancia que tenía para él y que su interés en mi persona también se
extendía a mi hija.

—No. Gordon y otros miembros de la manada están aquí, están tratando de salvar a Bruce.

—¿Bruce? ¿El camarero del Brooklyn?

—Sí. Era él quien cuidaba a Leonora.

—¿Va a estar bien?

Eché un vistazo a los lobos, concentrados, con los ojos cerrados alrededor del hombre lobo
herido.

—No lo sé.

No entiendo cómo el destino de un hombre lobo ordinario podría ser de su interés.

—Me pondré en contacto con su padre tan pronto como sea posible — Raphael dijo con tono
de disgusto.

—¿Su padre?

—Bruce no sólo es una parte de la manada, Rebecca, también estaba bajo mi protección.
Había dado mi palabra a su padre de que me aseguraría de ello. Soy yo quien le pidió a
Hope contratarle.

—No sabía que los vampiros tenían ese tipo de relación con los lobos —le dije sorprendida.

—Digamos que estamos en tratos y no quiero que me guarde rencor.

Vampiros y sus malditas políticas... Francamente, no estaba de humor...


—Haz lo que quieras, te llamo cuando se hayan ido —le dije y colgué.

Es curioso, cuando escuché su voz, me había olvidado por completo de que había decidido
ayer por la noche matarle. De hecho, habría estado feliz de verlo llegar. Él podía ser un
vampiro, tener una reputación de mierda y haberme ligado a él por toda la eternidad, pero lo
necesitaba. Y no sólo para que me ayude a recuperar a mi hija sana y salva. Me sentía
fragilizada, angustiada, por no decir aterrorizada por el rapto de Leo. Si le pasara cualquier
cosa, estaría completamente aniquilada y era muy posible que Raphael fuera la única persona
capaz de detenerme de causar una catástrofe que podría poner en peligro la vida de cientos
de personas inocentes.
Traducido por Vickyra
Corregido por Liraz

uando volví al salón sentí enseguida que algo no estaba bien. Y en el espacio de
un instante, creí que Bruce estaba muerto y que la manada había fallado en
mantenerlo con vida. Pero acercándome a Bruce vi su pecho levantarse y supe
que no era el caso. Jerry y Linus bajaban la cabeza y crucé la mirada suplicante de William
que tomó de pronto la palabra.

—Abuelo, déjame hacerlo, por favor.

Gordon tenía una expresión estreñida y su boca estaba pinzada como si se acabara de tragar
un bocado de pimienta roja picante.

—Cállate antes de que te degüelle. Aun soy el jefe de esta manada, que yo sepa —gruñó.

William se giró hacia mí.

—Díselo Rebecca, dile que puedo hacerlo.

Aunque yo no era parte de la manada, comprendí inmediatamente de lo que se trataba.


Gordon no tenía ya suficiente poder para poder canalizar la energía y enviársela a Bruce, y
evidentemente, el pequeño William recientemente declarado Alfa quería tentar su suerte. Lo
malo, era que nadie debía saber la verdad antes de que el crío estuviera preparado.

Le eché una ojeada a Jerry. Era el único lobo presente que no estaba al corriente de William.

—Cállate —le dije mirándolo—. Gordon, las cartas están entre sus manos. Si usted piensa que
Jerry puede traicionarlo, entonces prefiero matarlo ahora que ver morir a Bruce por su
culpa. Pero decídase, y rápido.

Jerry me miraba, con los ojos de par en par.

—¿Puedo saber de qué se trata? —preguntó.


—Vas a saberlo dentro de un minuto —respondí mirándolo fijamente.

Jerry se levantó y se plantó delante de Gordon.

—¿Me escondes algo que concierne a la manada?

A Bruce cada vez le costaba más respirar y yo sentía su energía menguar. No teníamos más
tiempo que perder.

—Lo siento Jerry —dije levantando las manos.

—¡No! —dijo Gordon levantándose bruscamente. No serviría de nada. En cuanto William


haga la llamada al poder de la manada, cada uno de sus miembros, presente o no, lo
reconocerá y sabrá que un nuevo Alfa ha nacido.

—¿Entonces es eso? ¿William es un Alfa? ¿Es él quien te sucederá?

Me dio la impresión de que Jerry se tragaba una culebra.

Frank, el hijo de Jerry, era quien tenía que suceder a Gordon pero era un simple macho
Beta, no un verdadero Alfa. Estos últimos se hacían cada vez más raros en el seno de la
manada.

—Me sucederá si le dejan el tiempo, lo que me extrañará mucho —dijo Gordon con tono
lúgubre.

—No seas tan pesimista, abuelo —dijo William sonriendo—. Voy a hacer uno o dos
entrenamientos con Rebecca, después de eso, podría ser que estuviera preparado.

Él sobreestimaba grandemente mis capacidades en mantenerlo con vida, yo no lograba ni tan


siquiera proteger a mi propia hija.

—Bruce está muriéndose —dije—. ¿Entonces qué habéis decidido?

—Abuelo, guardar mi secreto no vale la pena que muera Bruce —dijo William con una
expresión a la vez seria y convincente.

—Tú no sabes ni siquiera si lo lograras —dijo Gordon sacudiendo la cabeza.

—Ya lo sé, pero déjame probar. Se trata de mi amigo, abuelo, y de mi secreto, asumiré todas
las consecuencias.

William se levantó y ocupó el lugar del viejo Alfa para mostrar que había tomado su decisión
y creí ver en los ojos de Linus, esta montaña de músculos terrorífica y taciturna, un fulgor de
conformidad. En cuanto a Jerry, apestaba a contrariedad pero parecía compartir la misma
opinión. Lo que tuvo por efecto convencer a Gordon quien terminó sentándose. Pronto
sentí aparecer una masa de energía por encima de Bruce y entrar lentamente en su cuerpo.
William comenzó a aullar. Canalizar en sí mismo el poder total de la manada era un ejercicio
extremadamente difícil, mismo para los Alfas más experimentados, podía morir en el intento
y estaba plenamente consciente de ello. No era un cobarde. Pero en la medida, ¿sería
suficientemente poderoso para salvar a Bruce?

La respuesta me llegó más rápidamente de lo que había previsto y miré, un poco atónita, el
rostro del licántropo relajarse y el dolor que se marcaba en sus facciones retirarse poco a
poco. Capté la energía que proyectaba William, era como un viento caliente que acariciaba
mi piel y recalentaba mi alma. Mismo sin ser un hombre lobo, el poder del joven Alfa era
tan luminoso, tan natural que mi propia magia reaccionaba a la suya y bailaba en mis venas
como las burbujas de una copa de champán. La sensación también era tanto apaciguadora
como deliciosa y todas mis dudas en cuanto a la probable curación de Bruce desaparecieron.
Ciertamente le costaría un poco de tiempo recuperarse pero ahora estaba fuera de peligro.
Los lobos aún tenían los ojos cerrados, estaban concentrados en su tarea y le permitían
regenerarse pero este esfuerzo les costaba una gran cantidad de energía y los desconectaba de
la realidad. Es la razón por la cual no notaron enseguida la llegada de una presencia extraña
al apartamento.

Les eché un vistazo y saqué mi arma por la milésima vez en el día. Me daba la impresión de
que mi apartamento se estaba transformando en el andén de una estación y que los encantos
que había puesto para protegerlo eran demasiado debiluchos para alejar unos inoportunos
tan poderosos como los que frecuentaba desde hace algunos días.

Dirigí el arma en dirección al pasillo y capturé el poder del aire para sacudir a mi inesperado
visitante en caso de que mi juguete no lo impresionara, lo que con la mala pata que tenía
estos últimos días, sería probablemente el caso.

—¿Tienes la intención de matarme?

Mark tenía verdaderamente el don de caer en el mal sitio y en el mal momento.


Seguramente un truco de demonio.

—Lárgate de aquí —escupí—. No tengo verdaderamente tiempo para ocuparme de ti.

Echó un vistazo al desorden que reinaba en el lugar y frunció las cejas.

—¿Has cambiado la decoración?

—Si me haces otra pregunta idiota reharé la pintura con tu sangre.


La atracción física que había resentido por él al principio y la noche en la que habíamos
tenido sexo estaba transformándose en repulsión.

—Lo siento —dijo alzando sus anchos hombros—. ¿Qué hacen?

Miraba a los lobos, impasibles e indiferentes a todo lo que podía suceder fuera de su círculo.

—Están curando a Bruce, ha sido herido —dije indicándole que me siguiera a la cocina.

Comprendió inmediatamente y espero a que estuviésemos solos para continuar hablando.

—Oye, el tipo que la manada intenta sanar, ¿no es el hombre lobo que estaba en tu cama, el
otro día?

—Bruce es mi amigo, ¡así que ten cuidado con lo que dices!

Eso salio solo y por fin me daba cuenta de que me había encariñado con el licántropo
mucho más de lo que me suponía.

—No sabía que una Vikari era capaz de tener amigos —dijo en tono ácido.

—Escucha, te he encontrado a tu amigo demonio, Tom Cohen, entonces ya no tienes nada


que hacer aquí. ¡Lárgate!

—Es Baetan quien me envía.

Fantástico… el súper extra terrorífico jefe de los demonios de Nueva Inglaterra no tenía
visiblemente ganas de dejarme tranquila.

—¿Y para qué te envía, exactamente?

—Me ha dicho que tiene una deuda contigo desde que has salvado a Tom y que yo debería
continuar protegiéndote a pesar de tu mal carácter. Además ha tenido razón. Sé dónde se
esconde Thomson. He seguido la cosa que ha raptado a tu hija.

—¿Pero cómo ha sabido Baetan que habría necesitado ayuda?

—Me ha dicho que tú eras tan especial que los cabrones que habían raptado a Tom no se
resistirían al hecho de tomarla contigo o con Leonora. Y como tú te habías escapado una
vez, dijeron que tu hija sería una víctima más fácil y manejable.

Casi me echo en sus brazos para abrazarlo… sí, ya lo sé, soy bastante cambiante como chica.
Un minuto antes quiero agujerearle la piel y unos segundos más tarde, tengo ganas de
chuparle los morros.
—¿Por qué no me has avisado antes? ¿Por qué aparecer solo ahora?

—No sabía si tu línea telefónica estaba vigilada y no quería hacerme notar. El sitio donde se
esconde está lleno de humanos y también he notado un vampiro bastante antiguo.

Apostaría que se trata de Charles Winthrop, el maestro de Quentin Growley.

—¿Has visto Beth? —pregunté sintiendo mi vientre apretarse.

—No, ¿por qué? ¿No sabes nada de ella?

—No, no desde mi almuerzo con Thomson. Ella tenía que seguirlo.

—Y él vino a comer contigo para provocarte y para alejarte de tu hija y asegurarse de que no
estarías cerca de ella.

—Exactamente.

—Seguramente se esperaba que no estuvieras sola. Se dio cuenta de la loba —dijo en tono
siniestro.

Me daba la impresión de tener una culebra que subía por mi espalda. Tenía nauseas.

—Voy aún a intentar ponerme en contacto con ella y después voy a ir a recuperar a mi hija —
dije en tono seco.

—Espera a que anochezca antes de ir. Los humanos son menos competitivos por la noche,
eso pondrá la suerte de nuestra parte.

—¿Piensas venir conmigo?

—Evidentemente —contestó enseguida apretando los labios, como si lo hubiera ofendido.

Aunque Mark era gigantesco y debía poseer una fuerza hercúlea, yo todavía no lo había visto
combatir y no tenía ninguna idea de los poderes que poseía un medio demonio. Pero no me
había impresionado mucho cuando tuvo el pequeño intercambio con Raphael. El vampiro
podría haberlo aplastado tan fácilmente como una mosca y eso no me tranquilizaba sobre sus
capacidades. No tenía tiempo de jugar a la niñera.

—Muy bien, Si deseas ayudarme verdaderamente, me gustaría que pases a buscar a Raphael.

—Él no vendrá, Rebecca, él no está hecho así.

—¿Qué quieres decir con él no está hecho así?


—No tiene nada que ganar en esta historia y el gran general combate raramente en persona,
es más bien del género a delegar esa clase de pequeños problemas en sus subalternos.

Mark podía decir lo que le diera la gana, él no tenía la menor idea de lo que nos liaba a
Raphael y a mí. Desde que teníamos nuestras marcas, estábamos en cierta forma, conectados
el uno al otro y yo sabía que él notaba mi angustia como yo podía captar sus emociones.

—Conténtate en ir a buscarlo. Nos iremos a la caída de la noche. La cita es aquí dentro de


dos horas exactas. Si no estáis aquí, entonces iré yo sola.

Esperaba haber recobrado la totalidad de mis poderes de aquí allá.

—Sería un suicidio —afirmó con voz tranquila.

Le eché una mirada de desprecio y le pedí la dirección exacta del escondite del profesor
Thomson y de sus hombres de mano. Luego, viendo que no me haría cambiar de aviso
sobre la hora y la manera en la cual pensaba proceder, dejó la cocina tan discretamente
como vino.
Traducido por Vickyra
Corregido por Liraz

uando volví al salón para ver a Bruce, los lobos habían salido de su meditación y
William, el nieto de Gordon, irradiaba literalmente de orgullo.

Me agaché cerca del cuerpo de mi niñero y tuve la agradable sorpresa de verlo


abrir los ojos.

—¿Entonces, Tony Michelli, nos tomamos libertades con las horas de trabajo?

—No te preocupes, jefa, las recuperaré en mi tiempo libre —consiguió responder.

Gordon me lanzó una ojeada divertida.

—Tienen el aire de entenderse perfectamente, ustedes dos.

—Qué quieres, siempre he tenido algo de debilidad por los lobos —repliqué con una sonrisa
triste—. A propósito, tenemos otro problema, Gordon.

—¿Beth?

—Sí.

—Me ha sorprendido no encontrarla cuando llegué. ¿Qué sucede?

Le conté brevemente lo que sucedió con Thomson y sacudió la cabeza en signo de


desaprobación.

—Esos tipos son peligrosos, hubieras hecho mejor previniéndome que organizando esa cita
las dos solas.

Pareció reflexionar por dos segundos luego me miró, con aire contrariado.

—Así, entonces, ¿estos raptos han sido cometidos para hacer experimentos?
—De alguna manera.

—Ya veo.

Visto la ira que se imprimía en cada uno de sus rasgos, él lo veía demasiado bien.

—¿Supongo que sabes dónde se esconde?

—Sí. Pero iré por la noche. Hay muchos humanos y corro el riesgo de tener que hacer una
masacre.

—Bueno. Voy a meterme sobre la pista de Beth. Si esos humanos no le han hecho beber una
poción, la encontraré rápidamente. William tu sigues las pistas de Beth —dijo girándose hacia
el joven Alfa—. ¿Cuánto tiempo tengo antes de que vayas allí?

—Casi dos horas. ¿Piensas acompañarme?

—Han matado a Frank, herido gravemente uno de mis lobos y raptado una niña. ¿Qué te
parece? —gruñó Gordon.

—Si no le molesta, desearía ir también —dijo Jerry con un tono sumiso que no le
correspondía.

—Jerry… —dijo Gordon.

—Han matado a mi hijo. Quiero venir contigo y con Rebecca, importa poco lo que estemos
obligados a hacer.

—Lo mismo por mí —dijo Linus.

—Y por mí —añadió William.

Decididamente, habría gentío. Lo que hacía caer el peso de la balanza de nuestro lado.

—No, tú no, William —dijo Gordon con un tono que no sufría una contradicción.

El joven Alfa paso una mano por su cabello castaño y sus ojos de color noche dejaron
entrever su contrariedad.

—Tú, tienes que estar fuera de peligro. Si me pasara algo, tú tendrías que tomar mi lugar en
el seno de la manada —añadió.

Gordon tenía perfectamente razón de proteger a su nieto. La batalla que se anunciaba iba a
ser sangrienta y no estaba lo bastante preparado para participar. Además, no estaba segura de
que ninguno de nosotros lo estuviera verdaderamente.
—Bien. Entonces todo está dicho. Nos encontramos dentro de dos horas en esta dirección.

Cogí un trozo de papel y escribí el lugar donde se encontraba el laboratorio clandestino. Lo


atrapó y le dijo a Linus y a Jerry de transportar Bruce a mi cama. Él aún estaba muy débil
para que los lobos pudiesen llevárselo de momento.

—Linus, ve a buscas tanta carne como puedas, la necesitará para regenerarse —ordenó
Gordon.

—¿Usted cree que será capaz de tragar lo que sea? —pregunté.

Todo su sistema digestivo había salido de su cuerpo, me costaba un poco concebir que
pueda funcionar después de eso.

—Pronto estará lo suficiente fuerte para cambiar, y cuando vuelva a ser lobo, tendrá hambre,
mucha hambre —respondió el viejo Alfa.

Eso sonaba casi como una amenaza.

—¿Va a ser peligroso?

—Puede ser y es la razón por la cual Jerry se quedara a su lado durante la siguiente hora.
Bueno, es hora de irse, ¿William?

Gordon miró a su nieto quien lo siguió.

Yo crucé los dedos para que encontraran a Beth lo antes posible y que ella estuviera
indemne, no podía ni imaginar que no se hubiera escapado.

En cuanto se fueron los dos Alfas, Linus salió a su vez a fin de ir a buscar con que permitir a
Bruce revigorarse antes de tener la idea estrafalaria de saltarme encima para devorarme. Lo
que era simpático de su parte.

En espera, me tocaba ser la enfermera.

—¿Todo va bien, Rebecca? —me preguntó Jerry entrando en mi habitación.

—Aún duerme —dije mirando a Bruce tranquilamente acostado bajo mi nueva colcha.

—Mejor, se regenerará más rápidamente. Escuche, se lo que siente. No les dejaremos matar a
su hijita como han matado a mi hijo, se lo prometo.

Su rostro devastado por el sufrimiento causado por la muerte de Frank era como el reflejo
terrorífico de lo que podría parecerse el mío, si algo parecido le pasara a Leonora.
—Gracias, Jerry —dije con un nudo en la garganta.

—Y además… quería decirle que lo siento. Le eché la culpa de lo que había pasado sin que
usted fuera responsable. Fui injusto.

—No se preocupe por eso.

Vi de pronto a Bruce moverse. Sus ojos estaban abiertos de par en par y habían tomado el
extraño color amarillo de los lobos a punto de transformarse.

—¡Salga, Rebecca! —ordenó Jerry.

—Le aviso que no conseguirá mantenerlo usted solo si explota.

—No. Por lo menos bajo esta forma ni de cualquier otra, además —confirmó él mientras que
oía crujir sus huesos y que sus manos y sus pies tomaban una forma impresionante.

Si los dos lobos batallaban en mi habitación, iban a devastar una de las únicas partes intactas
que quedaban de mi apartamento. Y eso de ninguna manera.

—Te prevengo, Bruce, si destruyes mis cosas, ¡te pulverizo! —dije mirándolo fijamente.

Aún estaba bajo mi colcha. Pero podía entrever que su enorme hocico sobresalía.

—Para la comida, vas a tener que esperar un poco. Linus ha ido a buscarla —añadí.

Quise acercarme a él pero Jerry se interpuso entre nosotros. Visiblemente, no tenía ninguna
confianza en su congénere.

Por tanto, Bruce no mostró ningún signo de hostilidad y parecía controlarse tan eficazmente
como si fuera un lobo Alfa.

—Todo irá bien, Jerry, parece tranquilo.

Me di cuenta de pronto, cuando vi a Bruce levantarse en sus cuatro patas en el centro de mi


cama, que alcanzaba casi el techo y media al menos dos cabezas más que Jerry que no era
por tanto de talla pequeña.

—Oh, ¡caray! —no me pude retener de gritar.

Era particularmente majestuoso. Su pelaje era espeso y dorado. Sus ojos eran expresivos y
una furiosa inteligencia brillaba en su mirada.

—Espero que Linus vuelva con un buey entero —no pude retenerme de añadir.

Bruce emitió una clase de bufido que tomé como una risa.
—¡Mierda! ¿Pero qué es lo que eres? Nunca he visto un lobo tan gigantesco, —dije sonriendo.

Jerry parecía tranquilizarse. Movía su hocico de derecha a izquierda, como el público en un


partido de tenis y nos observaba.

—Apártate un poco. De todas formas, él podría arrancarte la cabeza si quisiera —lancé—. Y tú


Bruce, baja de mi cama, ¡estas arruinado mi somier y mi colchón!

Hizo lo que le pedí avanzando hacia mí. Titubeaba ligeramente y parecía faltarle el
equilibrio. Jerry se puso a gruñir pero Bruce lo ignoró completamente. Me acurruqué contra
él y acaricié su pelaje husmeando su olor.

—Me alegro mucho de que te hayas salvado —dije besando su hocico.

Gruñó y puso delicadamente su pata en mi brazo.

—¡Eh! ¡Me vas a arrancar el brazo!

—Verdaderamente no tiene miedo de nada, esta cría —dijo Linus entrando en la sala, con dos
enormes pedazos de carne roja, que pesarían veinte Kilos cada uno en sus hombros.

Bruce salto enseguida hacia él, y por el destello de deseo que iluminó su mirada, comprendí
lo que le había costado retenerse de no haberme degollado para comerme. Sus mandíbulas
trituraban y desgarraban la carne concienciadamente. Su hocico fijado a milímetros del
alimento.

—¿Por qué es tan enorme? —le pregunté a Linus

—¿Beth no te lo dijo? —dijo sorprendido.

—No. Generalmente ella no me habla de los asuntos de la manada.

—Bueno… no es un gran secreto. En realidad, Bruce hace parte del clan de las estepas. Son
más grandes que nosotros.

—¿Es un macho Alfa?

—Acertaste. Pero no hace parte del todo de nosotros. Lo consideramos como una clase de
invitado, casi como un solitario. No podría reemplazar Gordon en tanto que Alfa, por
ejemplo.

—Pero, ¿por qué no vive con su clan?

Miré a mi nuevo amigo de forma diferente.


—Eso, se lo preguntarás a él, no se confía fácilmente, el peque, y lo comprendo —dijo Linus
alzando los hombros.

Bruce continuaba alimentándose, obnubilado por la carne, y no parecía prestar atención a


nuestra conversación. Jerry Se había ido a recuperar su forma humana al cuarto de baño y
había vuelto cubierto por mi batín.

Abrí la boca para renegar pero decidí no decir nada. No tenía ganas de verlo desnudo.

—Si Bruce no fuera lo que es, no hubieras podido salvarlo, se habría muerto como mi hijo.
Sus heridas eran igual de graves.

—¿Quiere decir que es más fuerte que ustedes?

—Es un lobo de las estepas y un Alfa, dos razones que le han permitido sobrevivir mientras
que todos habríamos muerto —respondió Linus haciendo una mueca.

Empezaba a preguntarme si Bruce no lo decía realmente en serio cuando me dijo que quería
ocuparse de Leo y de mí y que necesitaba tener una familia.

Un lobo que vive fuera de su propio clan, es más bien raro, y visiblemente no estaba
perfectamente integrado a la manada de Gordon. Para los licántropos, no hay peor
sentimiento que la soledad, a veces eso llega a matarlos pero ¿porqué, en este caso, haber
elegido dos extranjeras en lugar de retornar a su clan y de encontrar una verdadera
compañera?

—Perdóneme, Rebecca, pero salí precipitadamente y no he traído ropa para cambiarme en


el auto, ¿tendría por casualidad ropa de hombre para prestarme? —preguntó Jerry aún
vestido con mi batín.

—Con riesgo de decepcionarlo, Jerry, no tengo pero debería poder meter la mano en algún
viejo chándal demasiado grande para mí.

—Ninguna prenda de hombre, ¿eh…? —remarcó Linus con una sonrisa de lado. Eso no es
banal. La mayoría de mujeres tiene viejos jerseys o camisas que pertenecían a sus ex. Algunas
los guardan como recuerdo.

—El padre de mi hija no era de la clase de abandonar su costosa ropa en la cama de sus
amantes —dije en tono seco.

Linus frunció las cejas y carraspeó avergonzado.

—Perdón, no quería… en fin, bromeaba.


—Ya lo sé Linus —respondí buscando en mi armario—. Estoy solamente muy inquieta por mi
hija y por Beth, lo siento.

Sus anchos hombros bajaron ligeramente y vi una luz triste pasar por sus ojos.

—¿Quiere ayuda? —preguntó viéndome subir sobre las estanterías del vestidor.

—No —contesté consiguiendo al fin un viejo chándal negro escondido bajo una tonelada de
cosas viejas.

—Tomé esto, Jerry, debería irle.

—Gracias —dijo alejándose hacia el cuarto de baño.

Bruce había terminado su comida y se había acostado en el suelo, manifiestamente cansado.

Algunas de sus heridas estaban cicatrizadas pero podía oír por sus gemidos que las más
profundas de ellas meterían cierto tiempo en sanar a pesar de la transformación y que iba a
tener que estar acostado por lo menos durante varios días.

Cogí mi nueva colcha y lo puse delicadamente sobre su pelaje. La tendría que enviar a la
tintorería.

—Escuche, Linus, no necesita quedarse. No me hará ningún daño —dije mirando a Bruce
dormido—. Francamente, preferiría más que ayudara a Gordon y a William a encontrar Beth
más que perder un tiempo precioso queriendo protegerme.

—Pienso lo mismo que Rebecca —dijo Jerry entrando en la sala.

Linus lanzó un vistazo a Bruce, pareció titubear un segundo luego asintió.

—De acuerdo, pero ninguna imprudencia, un lobo herido… en fin usted sabe lo que es, ¿eh,
señora?

—No se preocupe. Si acaso saben algo de Beth, llámeme.

—De acuerdo —respondió Jerry llevando Linus precipitadamente con él.

Cuando oí cerrarse la puerta de mi apartamento, miré mi reloj. Aún me quedaba una hora
antes de que fuera de noche. Una hora de espera insoportable preguntándome lo que esos
cabrones le habrían hecho a mi hija y la manera en que contaba bien castigarlos.
Traducido por Vickyra
Corregido por Liraz

a noche era muy oscura. La luna estaba escondida por las nubes. Como mi
corazón. El silencio era aplastante. Un hombre se encontraba a cien metros justo
delante de mí. Por instinto, saqué mi Beretta. Cuando se acercó, reconocí a
Gordon.

—Vengo contigo, los otros se juntaran con nosotros en el lugar —dijo subiendo en el auto.

El viejo lobo estaba vestido con un chándal negro y un viejo par de zapatillas de deporte.
Visiblemente, no contaba quedarse vestido mucho tiempo.

—Hemos encontrado a Beth, ha recibido unos tiros de balas de plata, a unos diez kilómetros
de aquí. La dejaron en el medio del bosque.

Paré bruscamente de respirar.

—¿Está viva?

—Sí. No han tocado ninguno de sus órganos vitales. Nuestro medico la ha operado para
sacarle las balas y, lo creas o no, ya está en forma. William está con ella.

Era como si el peso que aplastaba mi vientre desde esta tarde fuera súbitamente más ligero.
Faltaba ahora nada más que recuperar Leonora.

—Bueno entonces, ¿arrancas? —preguntó Gordon.

—No. Espero refuerzos.

—¿De quién hablas?

—De ellos —dije designando Mark y Raphael que avanzaban hacia nosotros.

El lobo me miró largamente.


—¿Y desde cuando el Magíster de Nueva Inglaterra se desplaza en persona para arreglar esta
clase de historia?

—Raphael es miembro del Directum de Vermont, en tanto que tal, tiene que cuidar la
seguridad del territorio, ¿no?

—Tiene un buen centenar de vampiros que podrían hacerlo en su lugar y él adora delegar esa
clase de menester a sus subalternos, ¿entonces por qué está él aquí?

—No lo sé, quizás que lo divierte y que le gusta esa clase de diversión.

—¿Hay algo que no me dices, pequeña?

—Nada que le importe, Gordon —dije desbloqueando las puertas.

Mark y Raphael entraron en el auto en silencio y arranqué.

—Buenas noches Gordon —dijo Raphael al cabo de treinta segundos.

—Buenas noches —gruñó el Alfa.

Mark no se molestó en presentarse y Gordon lo ignoró deliberadamente.

En ambiente era tenso y me daba cuenta de lo que esta expedición podía tener de insólita.
Habíamos participado en campos adversos en horribles batallas, los rostros de nuestros
muertos trotaban aun en nuestras cabezas y no se podían borrar en unos días siglos de
desconfianza y odio mutuos. Esperaba simplemente que los tres hombres pudieran, en el
tiempo de una noche, olvidar sus resentimientos y luchar físicamente lado a lado. Porque
había un verdadero abismo entre crear un Directum, un consejo permitiendo una
cohabitación serena entre clanes, y una verdadera alianza militar que suponía una cierta
confianza en las capacidades del otro para protegerte y salvarte la vida.

Por el momento, el lobo, el vampiro y el demonio miraban silenciosamente la carretera que


serpenteaba delante de ellos. Y yo, estaba tan oprimida por el silencio tan hostil que me puse
a silbar para intentar esconder mis dudas y mis aprehensiones.

—¿No querrías más bien encender la radio? —preguntó Raphael, sus sentidos sin duda
irritados por mi interpretación de Cry me a river.

—Sip —siguió el Alfa—, porque si continuas, me bajo y acabo a pata.

—O te amordazamos el tiempo del trayecto —continuó Mark.

Mirándolo bien, quizás conseguirían entenderse.


—¿No les parece que se están pasando un poco? —dije un poco vejada.

—No dulzura. Para seres dotados de capacidades auditivas sobrenaturales, puedo asegurarte
que tus silbidos son un verdadero suplicio —respondió Raphael sonriendo.

—Además es extraño, con una voz tan bonita —dijo Gordon riéndose.

—¿Tú ya la has oído cantar? —preguntó Raphael avanzando su cabeza hacia el lobo.

—Sí, y vale verdaderamente la pena. Tiene una pureza, una sensibilidad.

—… ¿Rebecca? —Intervino Mark sorprendido.

—Pues sí. Ella acompaño a Frank durante su pasaje al otro lado y fue un instante que no
estoy cerca de olvidar, créeme —respondió el lobo.

Comencé a ruborizarme.

—Cuando te escuchamos, Gordon, podríamos casi imaginar que ella tiene corazón —dijo
Mark con tono ácido.

—Si la conocieras mejor y no estuvieras lleno de prejuicios, habrías comprendido desde hace
mucho tiempo que ella no es lo que tú te imaginas —respondió Raphael.

—Me parece que la conozco íntimamente mejor que tú —respondió Mark vejado.

Raphael emitió una risa burlona y sentí su mirada abrasadora sobre mi espalda.

—¿Podrían ser amables los tres y no hablar de mi en mi presencia? Es extremadamente


maleducado y eso me desconcentra —dije en tono seco.

Pensándolo bien, los prefería silenciosos y hostiles.

—¿Aun está muy lejos? —pregunté mirando a Mark por el retrovisor.

—No. Continúa aún durante tres kilómetros y luego giras a la derecha en un camino de tierra.

Rodamos durante una buena quincena de minutos y apagué el motor.

Bajando del auto, me acerqué instintivamente de Raphael quien me dirigió una luminosa
sonrisa.

La vestimenta del vampiro contrastaba terriblemente con la del medio demonio y del lobo.
Lo encontraba demasiado elegante con su pantalón de tela beige, su jersey de cachemira y
sus zapatos de cuero crema para participar a este tipo de expedición. Pero Raphael no era
del género a dejar ir su estilo de indumentaria, sean cuales sean las circunstancias.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó tomando mi mano.

—Angustiada, asustada, aterrada… ¿necesito verdaderamente decírtelo? —respondí pegando


automáticamente mi cabeza contra su hombro.

—No. Vamos a recuperarla, dulzura. Te lo prometo.

Era el segundo hombre haciéndome esa promesa hoy, pero extrañamente las palabras de
Raphael me reconfortaron más que las pronunciadas por Jerry.

—¿Dónde está la casa? —le pregunté a Mark, quien nos observaba crispado, mientras que
Gordon abría sus ojos como platos.

—Se encuentra a dos kilómetros de aquí, en el lado de la colina, detrás de los árboles —
respondió con tono glacial.

Él estaba visiblemente preparado para luchar y llevaba puesto un simple vaquero, una
camiseta y zapatillas de deporte. Yo pensaba que era una pena que su apariencia ligeramente
bestial sea solo una ilusión. Un guerrero hubiera sido más útil en este momento que un
moralista.

—De acuerdo —dije yendo para abrir el maletero.

Cogí una bolsa. Había metido dentro tres fusiles metralleta, algunas granadas, cinco
gigantescos cuchillos de plata, dos mágnums, y suficientes balas y cargadores para aguantar un
sitio.

—Caramba. Veo que sabes adaptarte a todas las situaciones —dijo Gordon mientras que Mark
me lanzaba una mirada oscura.

Me puse rápidamente un chaleco antibalas que había robado del cuerpo de un policía
durante mi estancia en Detroit. Lo había matado una banda de la cual el jefe era un vampiro.

—Para de mirarme así, Mark, o vete a tu casa —dije verificando las municiones de mi Beretta.

—Hay por lo menos una veintena de humanos, ahí dentro, ¿cuentas con matarlos a todos? —
dijo con tono acerbo.

—No podemos dejar supervivientes —me contuve de replicar.

Lo miré. Mis ojos estaban tan vacíos y fríos como el odio que devastaba mi alma.

Él bajó la cabeza, lívido. Mark se giró hacia Raphael y le dirigió una mirada que significaba:
Te dije que era una sicópata, pero el vampiro lo ignoró y dijo:
—Mis hombres vendrán para hacer la limpieza, una vez que hayamos terminado con ellos,
está fuera de cuestión de dejar el mínimo indicio a la policía humana.

—Bien previsto —dijo Gordon visiblemente encantado de no tener que ocuparse de detalles
prácticos.

—¿Cómo hacemos?

—Tenemos que ser prudentes. No solo hay humanos, ahí dentro —dije.

—Hay un vampiro y al menos una criatura hibrida. No nota las balas y no es muy sensible a la
magia. Puede ser también que se transforme como un cambia formas o como un lobo.

Omití adrede decirles que era muy fuerte y que no tenía ni la más minima idea de cómo
matarlo. Leonora estaba en esta casa, no tenía ninguna suerte para apañármelas sola,
entonces no era el momento de arriesgarme para hacerles cambiar de opinión y que me
dejen apañármelas. De todas formas, los hombres presentes esta noche eran casi todos
guerreros confirmados.

—¿No tienes nada más que decirnos? —preguntó Raphael quien había sin duda conseguido
entrar en mis pensamientos.

Porquería de marcas…

—No. Nada que tú no sepas ya —dije retándolo con la mirada.

A mi gran sorpresa, se puso a sonreír y prosiguió:

—Los lobos pueden ocuparse de los humanos, Mark y yo del vampiro y del monstruo.
Durante ese tiempo, Rebecca se encargará de encontrar a su hija y liberar a los otros, ¿te
parece bien?

Asentí.

—Mi gente está llegando —dijo Gordon oliendo el aire.

Me esperaba ver a Linus y Jerry pero ciertamente no Beth y William.

Y Gordon tampoco, visiblemente.

—Pero, ¿qué hacen aquí? —rugió.

—Tú me dijiste que no dejara de mirarla, ¿no? —respondió William sonriendo—. No he


hecho otra cosa que obedecer las órdenes.
Parecía más joven aún que de costumbre en su pantalón cortó vaquero. Noté de pasada sus
lindos pectorales.

—Soy yo quien ha querido venir. Esa niña, es también la mía, Gordon. Mientras yo esté viva,
nadie tocara ninguno de sus cabellos.

No tuve ni tan siquiera tiempo para intentar convencerla de volver para reposarse que ya
estaba transformándose. Imitada enseguida por William.

—¿Pero dónde se creen que están? ¿En democracia? ¡No se vota, no se discute, se obedece!
—siguió gritando Gordon.

Beth curvó la espalda pero consiguió aun así levantar la cabeza.

—No vale la pena ponerse nervioso, no cambiaran de opinión, jefe —constató Linus haciendo
al mismo tiempo su transformación.

El rostro de Gordon se puso rojo como un tomate y parecía buscar con la mirada un apoyo
exterior pero Jerry ya era un lobo y se divertía orinando alegremente contra un árbol. El
pobre Gordon no tenía ningún apoyo que esperar de ese lado.

—Escucha, Gordon, puedes forzarlos a obedecerte, no podrán hacer de otra manera, pero te
aconsejo que dejes a Beth combatir o ella no te lo perdonará jamás —dije.

El viejo Alfa suspiró y asintió.

—Beth puede venir. Pero no William. ¿Comprendido? —dijo mirando a su nieto.

Ningún miembro de la manada puede sustraerse a la mirada del Alfa y ni ninguno puede
ignorar su autoridad. William se contentó en curvar su espalda y se puso a lanzar pequeños
gemidos de queja. No iba a participar en el ataque y estaba de alguna manera aliviada.

Noté la onda de calor tranquilizadora de Beth posarse sobre mi piel. Una vez su
transformación terminada, se avanzó hacia mí y me lamió la mano. Rodee su cuello con mis
brazos y me pegué a su hocico.

—Si supieras lo contenta que estoy de que estés aquí —dije con voz emocionada.

Ella emitió una clase de gruñido afectuoso.

—No te acerques al monstruo. ¿De acuerdo?

Pero yo sabía que mis advertencias serian inútiles. Esta noche, Beth estaba en el mismo
estado que yo: helada por la idea de haber quizás perdido Leonora y devorada por la rabia.
—Vamos —gruñó Gordon.

—Esperen —dije—, un cambia formas viene hacia nosotros.

Los lobos miraron hacia la orilla del bosque, husmeando el aire, para sentir el olor del
intruso. No me molesté en girarme, mismo escuchando las mandíbulas de los lobos golpear
cerca de mí. Sabía que se trataba de Khor, el león y amante discreto de Beth. Él no había
podido soportar la idea de dejarla afrontar sola el peligro. Era galante pero también
imprudente de su parte.

—Hola Khor.

—Rebecca —dijo saludándome.

—Vaya que se revela una sorpresa —dijo Gordon mostrando un aire satisfecho—. Entonces,
¿Aligarh ha cambiado de opinión? ¿Viene a echarnos una mano?

Levanté la cabeza, sorprendida. Ignoraba que Gordon había solicitado la ayuda de los
cambia formas y que se habían negado a ayudarnos.

—No. Él ignora que estoy aquí.

Ay, ay…

—¿Te has atrevido a desobedecer a tu jefe de manada? —preguntó Gordon frunciendo las
cejas.

Parecía pensar que la insurrección estaba a la moda estos últimos tiempos y eso lo
contrariaba…

—No estoy de acuerdo con su decisión. Después de todo, uno de los nuestros ha sido
raptado por esos hombres y hace algunas horas, estábamos preparados para recorrer cada
esquina del estado para encontrarlo.

—Va a tener que castigarte severamente —lo previno Gordon.

—Hará lo que le parezca justo pero estoy seguro de que no lamentaré estar con ustedes esta
noche —afirmó Khor comenzando su transformación.

—Entonces, es que tú no conoces muy bien Aligarh —anunció el viejo Alfa con tono siniestro.

Hubiera pagado caro por saber qué riesgo corría el cambia-león. Y me prometí vigilar eso de
cerca si salíamos de ésta vivos. Lo que aún estaba por verse.
—Deberías decirle a Beth y a Khor de ser más prudentes —me sopló Raphael en mi cabeza—.
Gordon no es un idiota. Él piensa bien que si el león se ha atrevido a desobedecer a una
orden de su jefe, no lo ha hecho solamente en virtud de los grandes principios pero por
razones personales. Va a querer comprender.

—¿Hace mucho tiempo que estas al corriente por Beth y Khor? —le pregunté

—Desde que lo leí en tus pensamientos —dijo levantándome en sus brazos.

Iba a tener que encontrar un medio para reforzar mis barreras mentales.

—Esta vez, ¿está todo el mundo preparado? —preguntó Gordon.

El león comenzó a rugir y los lobos a aullar en signo de asentimiento. Esto olía bien el
forcejeo…

—Entonces síganme —ordenó Gordon.

En unos segundos, desaparecieron todos en la noche. Y escuché a William ponerse a gruñir


con decepción.

—Sé lo que piensas pero ¿imagina que le pase algo a tu abuelo? Tienes que estar vivo,
William, vivo y fuerte. Tienes responsabilidades ahora y la primera de entre ellas es de
quedar con vida para tomar la sucesión del Alfa, si fuera necesario —dije con una voz suave.

William se acostó entonces sobre la hierba y colocó su hocico sobre sus patas delanteras.
Había comprendido. Le rompía el corazón, pero lo había comprendido.

—¡¡¡Eh!!! ¿Qué haces? —le pregunté a Raphael sintiendo mi cuerpo levantarse de la tierra.

Me encontré a más o menos diez metros del suelo. De ahí, percibí al fin la casa gigantesca
que dominaba un gran espacio de árboles, sobre la colina. Por lo que podía ver desde la
media penumbra —gracias a la luna llena—, era una mezcla de arquitectura oscilando entre lo
antiguo y lo moderno sin jamás tomar partido. No verdaderamente un logro.

—Te llevo al balcón, al primer piso. Eres la única que puede hacerse pasar por humana, las
criaturas no te notaran llegar.

—Buena idea —me contenté en contestar apretando mis brazos alrededor de su cuello.

—¿Y yo? ¿Qué tengo que hacer mientras? —gritó Mark desde el suelo.

—Nos encontramos a cien metros de la puerta principal —respondió Raphael.

Casi todas las ventanas estaban iluminadas, como minúsculos faros para guiarnos.
El vampiro me dejó silenciosamente, su poder lo rodeaba como una capa y sus ojos habían
tomado el famoso color nieve. Sondé la habitación detrás de los cristales pero no capté
ninguna energía. Ni sobrenatural ni humana.

Asentí para decir que todo iba bien y lancé un hechizo de abertura. Raphael no podía entrar
mientras no fuera invitado. Yo sabía que eso no sería un problema. Alguien encontraría la
manera de convencer uno de los ocupantes de la casa para proceder a esta pequeña
formalidad. Barrí rápidamente con la mirada el lugar entrando. Estaba agradablemente
decorada y parecía una inmensa biblioteca. Por todas partes, estanterías llenas de libros, de
los cuales algunos parecían muy antiguos. En las paredes aún libres, dibujos a lápiz
lindamente encuadrados y mapas de anatomía del cuerpo humano. Y al final de la sala
dominaba un magnifico despacho, un ordenador y una tonelada de expedientes. Me dirigía
hacia la puerta cuando oí un ruido de cristales rotos. Me concentré y capté pronto la energía
de los lobos. Batía en mis orejas como un zumbido lejano. Habían penetrado en la planta
baja. Un segundo más tarde, escuché el primer tiro. Después numerosos ecos.

Pronto, los ruidos de ráfagas, de correteos, de muebles rotos hicieron lugar a los gritos y a los
alaridos humanos. Hacían su trabajo, a mí de hacer el mío. Iba a atravesar el umbral del
despacho cuando percibí un movimiento en el rellano.

—Dese prisa señor, no tardaran en llegar.

—Tengo que recuperar el disco duro —respondió una voz familiar.

Me pegué contra la pared, detrás de la puerta, el dedo tenso por encima del gatillo del Uzi.

—¿Le ha pedido a Marshall de ocuparse de nuestros amiguitos?

—Sí. Claro está, señor, ya está abajo liquidándolos.

—Perfecto, perfecto —dijo entrando—. No debemos dejar trazas. De todas formas, están
suficientemente débiles para que podamos deshacernos sin problema.

Mi corazón saltó uno o dos latidos. No era de los lobos de quien hablaba pero de los
prisioneros… Esperé a que el segundo hombre entrara para tirar. El cuerpo del hombre se
sobresaltó bajo el impacto de las balas de la automática y se desplomó con bruscas sacudidas,
como un títere desarticulado.

—Buenos días, profesor —dije con tono glacial.

—Señorita Kean… —murmuró él.

—¿Dónde está mi hija? —dije apuntando mi arma hacia él.


—Está en el sótano, dentro del laboratorio.

—Te prevengo, si le han hecho daño, te haré descubrir lo que significa la palabra dolor e
infierno. Destruiré la obra de tu vida y todo lo que tienes. Comenzando por tu hijo y tu nieto
—dije plantando mi mirada en la suya.

La sinceridad de mi amenaza debió transparentarse en mi mirada porque un terror, un terror


absoluto apareció de pronto en su cara.

—¡Avanza!

Bordee el muro del pasillo, mi arma apuntada hacia él, en dirección de la escalera que
llevaba a la planta baja. Los tiros se atenuaban pero no estaban totalmente acabados. No era
la primera vez que me arriesgaba a estar atrapada en un tiroteo pero prefería en general
evitarlo. No poseía ni la velocidad de los vampiros o de los lobos ni su capacidad de
regeneración.

—Rebecca, usted no lo comprende. Mis estudios sobre todas las criaturas son fundamentales
y podrían solucionar un gran número de enfermedades que devastan el mundo.

Apuntaba mi arma en su espalda y él intentaba convencerme de que obraba por la


humanidad.

—No, profesor. Comprendo perfectamente el interés de la investigación pero usted tiene


razón: no comprendo lo que usted hace en el Vermont, no comprendo su alianza con los
vampiros, no comprendo los sufrimientos que les han infligido a personas inocentes.

—¿Sabe usted cuánto cuestan estas investigaciones? Cuando Charles Wintrop vino a verme y
me habló de la existencia de los seres sobrenaturales, no quería creerlo. Era increíble. Me ha
proporcionado los medios de trabajar, de financiar mis trabajos.

—¿Qué quería a cambio? ¿Qué trato pasó usted con ellos? —pregunté apoyando el cañón en
su espalda.

—Él quería que yo crease una especie sobrenatural de la cual los vampiros pudieran nutrirse
y servirse. Los humanos son demasiado frágiles y la sangre de los cambia formas, los lobos o
de las otras criaturas actúa como un veneno en ellos.

Si recapitulo bien: los vampiros quieren fabricarse esclavos con sangre híper dopante para
contornar las disposiciones del tratado que les prohíbe alimentarse de los humanos.

—¿Y por qué ha venido usted a instalarse aquí?


Ya conocía la respuesta. Wintrop y sus amos querían juntar lo útil a lo agradable.
Necesitaban especimenes y si había que atacar un territorio, mejor desestabilizar el de un
rival como Raphael.

—Hay aquí muchas criaturas poderosas, es un verdadero vivero y no pensábamos que


reaccionarían tan rápidamente, ni que los clanes estaban suficientemente organizados para
hacer verificaciones.

—Usted se equivoca, profesor. Esos vampiros esperaban que esas desapariciones crearan una
verdadera tensión entre las comunidades. Ningún vampiro fue raptado, los culpables estaban
designados —dije oyendo pasos por las escaleras—. ¿Existe otro acceso para ir al sótano?

Asintió y me indicó una puerta situada a algunos metros de nosotros.

—¿Qué es eso?

—Un ascensor. Lo hice instalar para Tim —dijo con voz ronca.

—Vamos —dije apretando el botón.

La primera cosa que vi cuando la puerta del ascensor se decidió al fin a abrirse, fue un
cadáver. En fin, una masa sanguinolenta porque el cuerpo parecía más a mis ojos un montón
de carne o a un trozo de carne más que a un despojo humano.

—Marshall, es Marshall —dijo Thomson con una voz blanca.

La sangre recubría las paredes y los tabiques. Alguien no se había dejado matar y yo tenía
una pequeña idea de quien se podía tratar.

—Su criatura tiene el humor guasón, se diría —dije a Thomson empujando con el pie los
órganos descuartizados que habían resbalado fuera de la cabina del ascensor—. Vamos, venga
conmigo y lo que queda de su amigo, doctor Frankenstein.

—¡No! —gritó él—, ¡no quiero! ¡Usted no tiene ni idea de lo que nos hará, Rebecca!

—Mi hija está abajo, con ese monstruo, entonces dese prisa o lo mato —le dije empujándolo
en el ascensor.

De pronto, balas rebotaron contra las paredes, forzándome a separarme de él. Me tiré hacia
abajo y apunte hacia el tirador que estaba en el pasillo, a diez metros de allí. Después de
haberlo matado, volví mi cañón hacia Thomson.

—¿Aún no quiere venir conmigo?

—No, yo…
No le dejé tiempo para terminar su frase y tiré. Dos balas. Un doble, en la frente. No tenía
más tiempo que perder.

Franquee su cadáver y subí en el ascensor. Cinco segundos más tarde, penetré en el


laboratorio subterráneo ultramoderno compuesto de diferentes salas acristaladas, instaladas
en hilera. Atravesándolas, me di cuenta que cada una de ellas estaba equipada de
microscopios, de ordenadores, de material medical y de mesas de exámenes dotadas de
correas. Continué un poco más lejos y percibí de pronto una decena de pequeñas células de
encarcelamiento. Algunas tenían barrotes, otras, simples puertas de cristal transparente,
como para facilitar la observación de las cobayas. Me acerqué a la primera, con angustia en el
vientre y lágrimas en los ojos. Un hombre desnudo yacía en el suelo. Había sido
prácticamente cortado en dos. A pesar de su estado, supe enseguida que se trataba de Ralph
Mayer, el cambia-oso.

Respiré profundamente después avancé como una zombi hacia la siguiente. Estaba vacía.
Ídem para las otras dos, después me paré bruscamente delante de la última de la hilera.
Había instintivamente cerrado los ojos. Mis piernas me soportaban apenas, estaba preparada
para derrumbarme. Cuando los abrí, estaba de rodillas, las mejillas cubiertas de lágrimas,
delante de Kathryn Germann. Ella tenía los ojos abiertos pero la mirada muerta.

—¿Rebecca?

Mark y Raphael estaban delante de mí. Su vestimenta estaba llena de sangre.

—Leonora no está aquí, no consigo encontrarla —dije aspirando.

—Vamos a ayudarte —dijo el demonio—. Sentimos mucho no haber llegado antes pero ha
habido mucho jaleo allí arriba. Los humanos eran una treintena, todos antiguos soldados y
armados hasta los dientes.

Sus palabras me hicieron el efecto de una descarga eléctrica.

—¿Cuántos muertos? ¿Y Beth? —dije levantándome.

—Beth está bien —dijo Raphael con tono tranquilizador—. La he cuidado. Y también me he
ocupado de Charles Wintrop. Ha parecido sorprendido y más bien contrariado de verme.

—El amo de Newport no lo va a apreciar —me burlé

—Charles ha roto las reglas actuando en mi territorio sin pedirme la autorización. Ha sido
castigado según nuestras leyes.

—Tengo que ir a buscar a Leo —dije recargando mi Beretta.


—He localizado un pasaje por el otro lado. Creo que el monstruo se esconde en algún rincón
del lugar —dijo Mark.

—Vayamos —dijo Raphael.

Los seguí hacia un pequeño pasillo, situado al otro lado del ascensor. El pasaje era estrecho y
poco iluminado. Oía el ruido ronco de mi respiración y un estertor que traspasaba los
muros. Giré después a la derecha y capté al fin una firma energética débil. Era Leonora. Me
puse a correr como una loca en su dirección, seguida por Raphael y Mark.

—Rebecca —dijo Raphael cogiéndome de pronto el brazo, está a apenas unos metros.

Lo creía verdaderamente. Estaba completamente oscuro pero la obscuridad no era un


problema para un vampiro y por las dos llamas rojas que iluminaban el rostro de Mark, para
un medio demonio tampoco.

Me concentré y llamé al poder del fuego. Pronto, una bola de luz apareció justo delante de
mí, suspendida entre el suelo y el techo. Y percibí al fin Charzac. Ya no intentaba huir y tenía
una minúscula muñeca entre sus enormes brazos. Leonora.

Tuve una subida de bilis. Una mordaza obstaculizaba la boca de mi hija. Parecía dormida o
drogada. Su cara estaba tumefacta. Habían debido pegarle por lo menos con barras de hierro
para conseguir dejarle marcas. Su piel se regeneraba tan fácilmente…

—Suéltala —dije mientras que una ola de poder se desplegaba a mí alrededor.

—Es una niña encantadora —dijo la criatura acariciando su brazo.

Sentía su deseo de hacerle daño, de herirla.

—No la toques —escupí.

—¿Y qué piensas hacer para impedírmelo?

Buena pregunta. Y ninguna respuesta válida me venía a la mente.

—El profesor Thomson ha muerto. Lo he matado. Ya no tienes que estar encerrado ni


plegarte a su voluntad. Puedes vivir entre los tuyos, encontraremos una solución.

Comenzó a reírse y dijo con tono amargo:

—Quería utilizar sus investigaciones para sanar los humanos pero nosotros somos monstruos
—dijo—. Nuestra carne, nuestras células, nuestra alma están corrompidas. Tu hija es como yo,
lo único es que yo he sido creado por los hombres y ella por la naturaleza.
—¿Es por eso que la has salvado? ¿Por eso que no les has dejado matarla?

Asintió.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—¿Cómo has hecho para tener esta niña con un cadáver?

—¿Por qué me tienen que hacer siempre la misma pregunta? …No tengo ni idea.
Verdaderamente no tengo la menor idea.

Leonora abría lentamente los ojos.

—Ella no lo sabía. Soy yo quien se lo dijo —dijo mirándola—. ¿Eh? ¿Pequeña? ¿Tú no sabías
que tu padre era un vampiro?

Ella sacudió su cabeza de derecha a izquierda, la barbilla temblando como si fuera a llorar.

—Al principio no quería creerme pero le he enseñado. Tiene unos pequeños colmillos justo
aquí, listos para salir —dijo pasando un dedo por sus encías.

Leonora no reaccionaba. Estaba tetanizada por el miedo.

Mark y Raphael lo miraban, fascinados.

—No se muevan o la matará —ordené a los dos hombres.

—Es demasiado tarde para salvarla —dijo la criatura colocando su mano sobre el corazón de
mi hija.

—Mamá… —gimió ella con una vocecita tendiéndome los brazos.

De pronto un viento de pánico me invadió. Propulsé mi poder contra el monstruo sin que se
produzca algún efecto.

—Eres demasiado débil —se carcajeó.

—De acuerdo, pues mira —dije.

Dejé caer mis barreras dejando al fin la ira y el miedo invadirme totalmente. Ningún control.
Ningún límite. Sentí rápidamente la bestia escondida en mi profundidad despertarse y
crecer. Pronto, su quemadura recorrió mis venas, transformando mi cuerpo en una enorme
hoguera, un geiser de poder listo para explotar. Ya no era yo quien cabalgaba el poder sino el
poder quien me cabalgaba. Era incapaz de sujetarlo, me devoraba el corazón y el alma y
reducía mi voluntad a la nada. No era nada más que un receptáculo creado para acoger su
mano vengativa y terrorífica.

—Rebecca —dijo Raphael asustado—. ¿Qué sucede?

—Ella ha respondido a la llamada de los cuatro elementos, se han reunido y están listos para
golpear —dijo Mark con la garganta apretada—. Tenemos que recuperar a la niña y dejar este
lugar antes de que explote.

—¿Y Rebecca?

Vi a Mark sacudir la cabeza tristemente a través de una mirada que ya no era la mía pero la
de una criatura desconocida y terriblemente poderosa.

—Ni hablar —dijo Raphael cogiendo mi muñeca.

Charzac me miraba, subyugado. Sin ninguna sonrisa cruel, sin provocación. Habría casi
pensado que comprendía lo que le iba a pasar y esperaba con impaciencia.

—Deja a mi bebé —dije.

Mis cabellos eran escarlatas y una luz roja rodeaba cada parcela de mi cuerpo.

Me liberé de la mano del vampiro con un gesto vivo y dirigí la energía hacia el rostro
deformado de la criatura.

—Mark, ¡atrapa a Leonora! —le grité mientras que una bola solar chocaba contra el monstruo
en pleno rostro y le arrancaba la cabeza.

El medio demonio agarró a mi hija en sus brazos y desapareció. Luego me giré hacia el
vampiro.

—¡Vete Raphael! ¡Ya no puedo canalizarla! —grité girándome hacia él.

La magia estaba casi por implosionar como una bomba. Iba a derramarse como un mar de
tinieblas y absorber toda vida con su pasaje.

—No —dijo él.

Sentí de pronto su mano en la mía. Su poder frío me atravesó el pecho y surgió en mí.
Nuestras energías se mezclaron en una danza de muerte y de vida, alimentándose la una de
la otra, absorbiéndose, aniquilándose casi. Caí de rodillas mientras que me apretaba entre sus
brazos y nos pusimos ambos a gritar, la mirada loca, devastados por un poder demasiado
poderoso para aguantar en unos cuerpos tan frágiles. Bajo el efecto del dolor, todas mis
percepciones se entumecieron y no distinguía nada. Nada aparte de la maravillosa mezcla de
nuestras auras, la una blanca y la otra roja, que juntas, tenían el color único de un crepúsculo
de primavera.

Después hubo la oscuridad.


Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Laumoon

uando me desperté, estaba acostada en una cama con dosel, mi hija Leonora se
acurrucaba contra mí. Yo levanté la manta y vi su pecho subir suavemente. Ella
estaba profundamente dormida y había sido vestida con un encantador camisón
de encaje blanco. La mayor parte de sus moretones y sus heridas se habían ido. Me volví
hacia ella, la bese en la frente y me alejé lentamente para no despertarla. Las cortinas de las
ventanas no habían sido corridas y vi como la noche comenzaba a caer. Yo no necesitaba
preguntarme donde estaba. De inmediato reconocí la habitación azul de Raphael y sus
encantadores muebles Luis XV. Traté de levantarme, pero todos los músculos de mi cuerpo
me hacían sufrir horriblemente. Se podría creer que alguien se divirtió dándome una paliza
mientras dormía. —Bueno, vale: visto lo que pasó en casa del profesor Thomson, debería
estar feliz de que no hubiera sido peor...— Cuando puse un pie en el suelo, me di cuenta de
repente al ver mis muslos desnudos, que sólo llevaba mis bragas y el sujetador. Eché un
vistazo rápido a mí alrededor para recoger mis cosas, pero no encontré nada. Bueno... nada
más que un vestido de terciopelo verde esmeralda largo apoyado suavemente en el sofá.
Hice una mueca y me fui al baño para descubrir que alguien tuvo la precaución de depositar
un nuevo cepillo de dientes, pasta de dientes, un cepillo para el pelo, un set de maquillaje
completo y hasta ropa interior de mi talla. Ciertamente, Raphael tenía mucho detalle.

Me di una ducha, me puse el maldito vestido largo y salí de la habitación, con cuidado de no
despertar a Leonora.

La gran cocina de la casa estaba vacía, abrí varios armarios sin encontrar ningún rastro de
café y la nevera estaba completamente vacía, excepto por un par de bolsas de sangre fresca.

—Buenos días, señora.

Héctor sonrió. Sus colmillos estaban fuera. Un fenómeno común entre los vampiros cuando
despertaban.

—Buenos días, Héctor.


—¿Quiere comer algo?

—Confieso que me muero por un buen café, pero parece que no tienen nada en la cocina
para cumplir con las necesidades de la gente como yo —le dije sonriendo.

—Eso es porque usted no busco bien —dijo agarrando una caja y sacando cápsulas de café—.
Mire, la máquina de café está justo detrás de usted.

—Estupendo.

Otros dos vampiros entraron en la habitación y se instalaron en los altos taburetes. Sus caras
me eran completamente desconocidas, pero Raphael me habían dicho que cerca de veinte
de ellos vivían en su propiedad, entonces no era nada sorprendente eso. Héctor sacó otros
cuencos y encendió el microondas. Me imaginé que él era responsable de la gestión de la
administración y hacia su servicio a la perfección.

—¿Quiere que le sirva el café en el salón? —Héctor preguntó en un tono atento.

Tomar el desayuno en compañía de vampiros a las ocho de la noche me desestabilizaba por


completo. Así que estaba muy feliz de aceptar su propuesta.

—Sería muy amable de su parte —dije, preparándome a salir de la cocina.

—¿Nuestra compañía te molesta, bruja?

Reconocí la voz de Hope inmediatamente. Se encontraba de pie en el marco de la puerta, su


rostro se había curado perfectamente y ella me miraba con odio.

—En tu lugar, yo no sería tan estúpida como para provocarme al despertar, Hope. Porque he
lamentado completamente no haber terminado contigo la última vez que nos vimos.

—¿Me amenazas a mí? ¿Aquí? —exclamó en voz alta.

Su cabello caía sobre sus hombros y sus colmillos salieron a la luz, al igual que los de los
otros vampiros. Eché un vistazo a Héctor y a los otros dos hombres que bebían en silencio
sus cuencos de sangre.

—¿Por qué? ¿Crees que uno de ellos tiene deseos de suicidarse y que va a venir a
defenderte?

Los tres hombres que actuaban como si no hubieran oído nada de nuestra discusión, y por
sus posturas, comprendí inmediatamente que no tenían intención de mover un dedo para
ayudar a la hermosa rubia. Hope también lo notó.

—¿Eso es todo? ¿Dejan que esta bruja los intimide?


—La señorita Kean es la invitada del amo, Hope, y si le faltas el respeto, entonces, estimamos
que es a Raphael a quien le faltas el respeto, —dijo Héctor con calma.

—¿Tú tomas partido por ella? ¡Solo eres bueno para ser un besa-culo del hijo puta de tu
señor! —exclamó con desprecio.

—¡Quítese de mi camino, Hope! —ordené con voz helada.

—Te voy a matar, bruja...

Cerré los ojos y dejé que la mágica corriera sobre mí.

—Rebecca...

La voz de Héctor estaba casi suplicando.

—¿Qué?

—No lo hagas. Hope está celosa, ella ni siquiera sabe lo que dice.

—¡Cállate, esclavo! ¡Sé exactamente lo que digo y voy a sangrar a esta perra! —Hope gritó
histéricamente.

Yo propulsé mi poder sobre su garganta y ella de pronto estaba de rodillas.

En mi mano derecha ardía una llama que estaba a punto de tirarle cuando Raphael apareció
de pronto. Sentí su frío poder rodearme y la tensión y la ira que parecían habitarme
colapsaron. Ese fue el momento en que Hope decidió saltar sobre mí, pero esta vez Raphael
fue más rápido y la lanzó contra el suelo.

—Te advertí que nunca atacaras a Rebecca, Hope. Ahora se acabó —exclamó.

Él la levantó del suelo por el pelo e hizo una señal a Héctor y a los otros dos vampiros que
seguían sentados alrededor de la mesa.

—Retírenla de mi vista y enciérrenla. Ya me ocuparé de ella más tarde.

Los tres hombres asintieron y se llevaron a la vampira, completamente sonada, fuera de la


cocina con ellos.

—Me hubiera gustado que me llevaras a mi casa o a la de Beth, sabes... —le dije.

—Lo siento. No podría.

—¿Qué sucedió?
—¿No recuerdas nada?

Me acordé de que Raphael no me había abandonado, que había arriesgado su vida por mí y
que gracias a él, me las arreglé para frenar el poder de los cuatro elementos desatados.

—No realmente, —mentí.

—Tú sabes que sé cuando me estás mintiendo... entonces hazlo al menos con convicción.

—Gracias —dije acariciando su mejilla con la mano.

—No me des las gracias antes de que tengas toda la historia. Quizás cambiaras de opinión —
dijo con gravedad.

— Te escucho.

—Has estado inconsciente durante casi doce horas y Leonora...

Él pareció dudar.

—¿Qué pasa con Leonora?

—Ella estaba verdaderamente muy mal. Varios de sus órganos internos se vieron gravemente
afectados. Demasiado para que pueda regenerarse.

Sentía que los latidos de mi corazón se aceleraban.

—Pero he visto a mi hija, durmiendo, parecía estar bien.

—Sí, pero he tenido que darle sangre.

—Supongo que era necesario...

—Tú hija no es totalmente vampiro, Rebecca, lo sabes, pero no creo que hayas entendido lo
que eso implica.

—¿Qué estás tratando de decirme?

—Él está tratando de decirte que era demasiado tarde para salvar a Leonora mismo con
sangre humana.

Beth nos estaba mirando. Parecía agotada y preocupada.

—Así que le di permiso para alimentar a Leo con la suya.

—¿Quieres decir que...?


Me volví a Raphael.

—¿Le diste tu sangre?

—No había otra manera, Rebecca. Se estaba muriendo.

Raphael inclinó la cabeza, los dos sabíamos lo que significaba, pero Beth obviamente no
tenía idea.

—Es sólo un medio vampiro, su cuerpo no puede curarse por completo al igual que los de mi
especie —agregó.

Mis sentimientos eran ambivalentes. Yo estaba enojada y aliviada al mismo tiempo que
ambos encontraron una manera de salvar la vida de mi hija.

—Sabes, era una locura —dijo—. Ella no estaba respirando y prácticamente dos segundos
después de beber la sangre de Raphael, empezó a sonreír y hablar. Era como si ella fue
sanada inmediatamente. No sabía que los vampiros tenían tal poder.

Beth parecía impresionada y una parte de mí también lo estaba. Pero no por las mismas
razones.

—Yo sé lo que significa para ti y para Leo, Raphael. Me tomará un poco de tiempo para
digerir la información —le dije—. No me entiendas mal. Te estoy extremadamente
agradecida, pero...

—Entiendo —Raphael dijo en un tono serio.

Raphael había ofrecido a Leonora lo más preciado que un vampiro podía conceder como
regalo a otro vampiro: le había otorgado una parte de sus propios poderes.

En el mundo humano, era un acto tan importante como la adopción de un niño. Tal medida
se practicaba generalmente con una ceremonia. Le había permitido a mi hija beneficiar para
siempre de su protección.

—Supongo que sus poderes serán propensos a aumentar de manera significativa. ¿Crees que
los va a dominar?

Beth me miraba fijamente y sentí su mirada interrogativa.

—No lo sé. Solamente he acordado mi don una vez antes y era mucho menos poderoso de lo
que soy hoy en día.

—Pero pensé que los vampiros transformaban a los humanos con su sangre, es bastante
común, ¿no? —preguntó Beth sorprendida.
—Nosotros nunca damos nuestra sangre a nuestros compañeros —dijo Raphael—. A menos
que quieras también darles algunos o todos nuestros poderes. Obviamente, Leonora es sólo
la mitad vampiro, pero es probable que pronto desarrolle ciertas... habilidades.

—Oh, mierda... —soltó.

—Como tú dices —le dije—. Ella no era ya fácil de manejar...

—Yo podría ayudarte si lo necesitas.

—¿Tú? ¿Tienes al menos la menor idea de lo que es una niña de diez años que pronto
entrara en la adolescencia?

—Bueno, me pareció muy razonable, cuando hablamos los dos...

—¿Hablaste con mi hija?

—Ella estaba lo suficientemente curada, Beth se había ido, y tu estabas fuera de servicio, así
que tuve que cuidar de ella. Es tan sorprendente y hermosa como su madre.

—¿De qué... bueno, quiero decir, ella te hizo preguntas?

—Sí. Al parecer, ella desconocía completamente qué era antes del rapto. ¿Por qué nunca le
has dicho que su padre era un vampiro?

—Ah, ¿ves? No soy sólo yo quien piensa que deberías habérselo dicho antes —Beth comentó.

—No lo sé, creo que tenía miedo.

—¿Tú? Creo que nunca he escuchado esa palabra en tu boca —dijo.

—Bueno, pues es la verdad. No me habéis contado lo que les ha sucedido a los demás.
¿Quiero decir, hay heridos?

—Jerry murió. Gordon y Linus se encuentran en muy mal estado.

—¿Y Khor?

Ella frunció el ceño.

—Fue gravemente golpeado, pero debería estar bien.

—¿Por qué no estás con él?

—Acabo de dejarlo. Aligarh iba a ir a su casa. Yo no sabía qué hacer.


Tendría que hacerle una pequeña visita al jefe de los muteurs, pero debo esperar hasta que
me encuentre un poco más curada. La discusión podría ser más bien agitada.

—¿Tienes miedo que Aligarh la tome con él? —le pregunté.

—Él no hará nada por el momento. No hasta que se cure. Son sus leyes.

—¿Amo?

El mayordomo tenía sus rasgos graves. Algo había sucedido.

—¿Sí, Héctor? —dijo Raphael.

Sentí una especie de conexión mental entre ellos. Se comunicaban y hubiera dado cualquier
cosa por saber lo que se estaban diciendo.

—Me tengo que ir —dijo finalmente—. Tengo un problema que resolver.

Lo dijo en un tono neutro pero desde que teníamos ese vinculo entre nosotros, empezaba a
ser capaz de sentir sus emociones y noté que estaba ocultándome algo grave.

—Muy bien. En cualquier caso, voy a tener que considerar volver a mi casa —dije.

—Leonora necesita descansar. Quédate aún esta noche. Héctor te traerá algo para comer.

Dudé durante unos segundos, y finalmente asentí. Mi hija estaba durmiendo y yo no tenía
prisa por despertarla y responder a las miles de preguntas que ella no dejaría de hacerme.

—Entendido.

Se dirigió hacia el pasillo luego se giró hacia mí.

—A propósito, ese vestido te queda de maravilla. Estás esplendida.

—Bueno, me parece que tu relación ha evolucionado extremadamente, —dijo Beth una vez
que se fue.

—¿Qué quieres decir?

—Te he observado. Se te olvidó que es un vampiro. No hay incluso ni una pizca de


desconfianza en tus ojos cuando lo miras.

—Increíble, ¿no? De niña fui la más salvaje y decidida de todas las cazadoras de mí clan.
Cuando tuve esa historia con Michael, fue una verdadera pesadilla para mi familia. Sin
embargo, yo no había cambiado ni un ápice. Nunca olvidé en ningún momento lo que era
un vampiro y luché constantemente contra el deseo que se apoderaba de mí para matarlo.
—¿Podrías haber matado a tu amante? ¿El padre de tu hija?

—Es mi naturaleza, es tan inevitable como la salida del sol después de la noche.

—Entonces, ¿cuál es el problema con Raphael?

—Raphael es la excepción que confirma la regla. Con él, nunca he sentido ese tipo de
pulsión. Hablo con él como a un ser vivo, escucho su corazón latir como si fuera un ser vivo
y lo deseo como un ser vivo, yo no...

Mi voz se ahogó.

—¿Y tú lo amas como si fuera un ser vivo, ¿no? —ella me interrumpió.

—En realidad, no sé lo que siento y me da miedo. Ya sabes, las brujas como yo somos muy
introspectivas. Nos esforzamos por no sentir nada, por echar fuera todas nuestras emociones,
entonces puedes suponer que no nos planteamos la cuestión de comprender algo que no se
supone que exista.

—Rebecca, a propósito, hay algo ahora que necesito saber...

—¿Qué?

—Ayer, en casa de Thomson, sentí algo terrible. Un tipo de magia que nunca había
encontrado antes, y, francamente, pensé que todos íbamos a morir. Necesito saber ¿qué tipo
de bruja es capaz de tener tanto poder?

Ella tenía la mirada asustada de alguien que sabe la verdad, pero se niega a creerla.

—¿Por qué me preguntas si ya sabes la respuesta?

—Aunque Gordon estaba herido, sintió tu poder de destrucción y él me preguntó por qué no
le había dicho que eras una bruja guerrera.

—Yo no te he dicho nada porque me escapé de mi clan y ellos me condenaron a muerte.


Revelar lo que soy significaba tomar el riesgo de que me encontraran...

—Una bruja guerrera... —dijo con voz inexpresiva—. Hasta esa noche, pensé que eran simples
leyendas.

—Esas leyendas son reales y la mayor parte perfectamente exactas, puedes estar segura —le
dije esbozando una débil sonrisa.

—Confieso que me había imaginado un montón de cosas sobre tu pasado y yo sospechaba


que era particular, pero no me esperaba esto.
Ella estaba tratando de quedar bien, pero me pareció que estaba profundamente perturbada.
Las historias más atroces circulaban sobre las brujas guerreras, y yo venía que confirmarle no
sólo que buen número de ellas se basaban en la realidad sino que yo era una de esas
horribles criaturas de pesadilla.

—Mira, Beth, me conoces y ya no tengo mucho que ver con mis hermanas del clan, entonces,
trata de relajarte, ¿de acuerdo?

—Sí. Es estupido, lo siento. Hay que decir que contigo, se va de sorpresa en sorpresa, no se
tiene realmente tiempo para darse cuenta. Ni siquiera sé si tengo que comprenderte o
echarte la bronca.

—¿Todavía confías en mí?

—Sí —contestó sin dudarlo.

—Entonces el resto no importa. Eres un lobo, déjate guiar por tu instinto.

—Sí, bueno, por ahora mi instinto me dice que estoy cansada y me muero por saber cómo se
siente Khor, así que...

—... Entonces, adelante. Leo y yo no corremos ningún riesgo.

—Muy bien. Te llamaré mañana por la mañana.

Me di cuenta que cojeaba, al mirarla alejarse. Con su chándal desaliñado, con el pelo
despeinado y su aire ausente, parecía una loca, pero me cuidé de señalarlo en voz alta. Yo
estaba segura de que ella estaba tan estresada y cansada que me insultaría y yo estaba
demasiado cansada para discutir.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Laumoon

na semana más tarde, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Gordon y


Linus se recuperaron, Leo había vuelto a la escuela y vivíamos en casa de
Bruce momentáneamente, hasta que los trabajadores repararan el desastre de
mi apartamento. Tenía la intención de venderlo y salir de la ciudad en quince días, justo
después del período de examen. En cuanto a Beth, estaba totalmente abrumada entre Khor,
su trabajo y su misión de guardaespaldas de William. Yo calculaba que las posibilidades de
supervivencia del joven Alfa se mantenían, a pesar de todo, muy bajas. Dante, su rival, no era
el tipo que espera pacientemente a que William crezca para ganar.

—¡Mamá, hay alguien para ti! Está esperando en el salón.

—¿Quién es? —le pregunté desde la puerta del cuarto de baño.

—Un vampiro. Es curioso, yo pensaba que tenía que invitarlo para que entre....

Salí corriendo del cuarto de baño con un albornoz, y una toalla en la cabeza.

—... ¿Es una broma?

—No te preocupes, es sólo Raphael.

—Vete a tu cuarto.

Ella se encogió de hombros y obedeció mientras me apresuraba corriendo al salón, donde


encontré a Raphael, sentado en el sofá, con una sonrisa burlona. Se había recogido el pelo
largo y rubio en un centenar de pequeñas trenzas tipo africanas, y llevaba una camisa ajustada
sobre un pantalón de cuero negro.

Mi corazón dio un salto en mi pecho. La tensión corrió por mi cuerpo y mis mejillas se
tiñeron de rojo bajo la presión de mi deseo. Yo no lo había visto desde hace ocho días, pero
me di cuenta sintiendo desvanecerse el peso que sentía en el estómago que lo había echado
en falta terriblemente. Era estúpido y tonto, pero era la verdad.

Echó un vistazo por la sala con los ojos ligeramente entornados.

—Así que, ¿es cierto? ¿Vives con Bruce?

—Él me propuso que me quedara en su casa, mientras que los obreros hacen las reparaciones
de mi apartamento. ¿Por qué?

—Tú podrías haberte instalado en mi propiedad, tengo numerosas habitaciones vacías y


caballos que le gustarían a Leonora.

Sí, pero yo no tenía suficiente confianza en mí para vivir con él sin dar paso a mi deseo y ser
completamente adicta, y estaba fuera de cuestión...

—Mira, las cosas son verdaderamente complicadas entre nosotros y… por cierto, ¿cómo
entraste aquí, sin ser invitado?

Los vampiros no debían entrar en las casas de las personas sin su consentimiento, era una
regla inmutable y nunca habría sido capaz de violarlas, ¡ah mierda...!

Él suspiró y dijo con voz suave:

—Estamos ligados por la magia, Rebecca. No puedes hacer nada para impedir que llegue a ti
o encontrarte donde quiera que vayas, pero también se aplica a ti. Siempre sabrás dónde
estoy y nunca voy a ser capaz de usar mis poderes contra de ti.

—Básicamente, ¿es como un matrimonio?

—Más o menos...

—Muy bien. Quiero el divorcio.

Él soltó una carcajada sin alegría.

—¿Ya?

Se levantó lentamente, con la gracia fluida de los vampiros más antiguos, más poderosos. Mi
boca se secó y mi pulso se aceleró. Él puso sus manos en mis caderas y acercó su cara a la
mía.

—No —le dije con voz ahogada.

—¿No?
Mi cerebro me decía de retroceder, pero mis piernas estaban como paralizadas. Tuve más
dificultad para respirar. Mis brazos estaban pegados por mi cuerpo y sé que sin duda que no
debía tocarlo si quería mantener el poco control que todavía tenía.

—Yo también te extrañé.

—¡Basta, Raphael!— le dije tratando de alejarlo, pero cuando sentí que mi mano toco su
pecho, supe que había cometido un error.

Su beso primero fue muy suave después su lengua forzó mis labios y todo se incendió. La
habitación empezó a dar vueltas alrededor de nosotros. Me levantó para evitarme de caer y
sentí que sus labios lentamente se deslizaban por mi cuello. No me podía mover. Yo no
quería moverme. Su poder me penetraba la piel al mismo tiempo que sus colmillos y sentí
algo abierto en el fondo de mí ser, como un hambre insatisfecho hasta el momento y que de
repente fuera satisfecho. Él me llenó completamente y comencé a gemir, sintiendo mi magia
responder a su llamada.

Sólo tomó unos pocos segundos, pero durante ese corto período de tiempo, me di cuenta de
que no había exagerado sobre el vínculo entre nosotros y que mi libertad se había ido
volando.

—Se prudente, ya no estamos solos —susurró.

Entonces, rápidamente me puso en el sofá. Oí el ruido de la puerta de la habitación donde


dormía Leonora cerrarse. Ella se dirigía hacia el salón. Rápidamente me quité la toalla del
pelo para ponerla alrededor de mi cuello.

—Buenos días.

Él la miró y le dedicó una sonrisa devastadora. Leo parpadeó como una mariposa fascinada
por la luz.

—Buenos días, Leonora.

No sé cómo lo hizo, pero no había una gota de sangre en sus labios o en sus ropas.

—Me alegro de verte —dijo dándole un guiño.

—Yo también —dijo mi hija con una calidez en su voz que yo no conocía.

Yo sabía que podía existir entre Raphael y mi hija un tipo de conexión emocional creado por
la sangre que el vampiro introdujo en sus venas para salvar su vida. Pero la realidad casi me
hizo temblar. Podía sentir prácticamente la conexión casi filial que había entre ellos ahora.
—Leo, te dije que te quedaras en tu habitación.

Ella me miró con un aire de desafío.

—Sentí la llamada de la magia en mi habitación... vuestras emociones son tan fuertes. ¿Por
qué nunca me dijiste lo que había entre tú y Raphael?

—Sigues siendo pequeña y son historias de adultos.

—Tengo diez años de edad pero no soy pequeña mamá. Tu cuentas los años, como seres
humanos, pero no soy humana... ¿Por qué crees que no soy capaz de entenderlo? —preguntó
ella con lágrimas en sus ojos.

—Porque lo que sucede entre nosotros es un error y voy a poner fin a esta historia.

Ella palideció repentinamente.

—¿Por qué? ¿Debido a que es un vampiro? —preguntó ella horrorizada.

—En parte, sí.

— Y yo, mamá, ¿qué soy?

—Yo... yo no lo entiendo.

—Oh, sí, tú entiendes. Mírame.

Abrió la boca y vi un pequeño colmillo que crecía en sus encías.

—Es muy lindo —dijo Raphael con un tono tranquilo mientras yo tragaba difícilmente.

—Tú no lo quieres porque es un vampiro, y sin embargo yo soy tu hija y yo también soy
medio vampiro. ¿Tú no me quieres más entonces?

—Leo, no lo entiendes...

—No. ¡Son ustedes los que no entienden nada!

Se fue y oí la puerta de su habitación cerrándose violentamente.

—¿Por fin le hablaste de su padre?

—Aún no.

—Pues bien, quizás vas a tener que decidirte.

El giro de la conversación comenzó a molestarme mucho.


—¿Me lo explicas?

—Parece ser que el Mortefilis le ha demostrado a Michael que todavía estás viva y que lo han
autorizado a permanecer en los Estados Unidos. A cambio, tu ex-novio habría acordado de
hacer algunas concesiones.

Cerré los ojos para calmar mi corazón angustiado.

—¿Y cuándo llegará?

—En dos meses.

—¿Él sabe sobre Leonora?

—No sé lo que el Conseil tuvo a bien decirle, pero creo que le dijeron lo menos posible para
mantener una carta bajo la manga y un medio adicional de transacción. Es lo que yo haría.

—¿Cómo los Mortefilis se...?

—… Hope. Es Hope la que nos ha traicionado. Ella se enteró de que yo había matado a
David y llamó al Conseil por tu causa.

—Deberías haber matado a esa perra —le dije dándo una patada en la mesa de café.

—No te preocupes por eso, ya me ocupé del problema —dijo fríamente.

Algo me dijo que se ocupó permanentemente.

—¿Tú mataste a tu novia?

Frunció el ceño y respondió con una mueca:

—Te dije que no era mi novia.

Muerte blanca... sin alma, remordimiento o conciencia. A veces lo encontraba


completamente espeluznante.

—Al parecer no, desde luego. Bueno, en resumen, tendrás algunos problemas con tu
jerarquía. ¿Cómo saldrás de eso? ¿Me entregas a los tuyos para hacerte perdonar, me
escondes en el fondo de uno de tus adorables ataúdes laqueados o me dejas ir a esconderme
a miles de kilómetros de aquí?

—Creo que he encontrado una mejor opción. No puedes hacer nada para escapar de los
míos, varias personas que conozco han pedido permiso para pasar algún tiempo en Nueva
Inglaterra y estoy convencido de que algunos de ellos ya están aquí. Tú estás bajo vigilancia y
no han enviados solo vampiros.

—Te dije que tenía que irme... —le dije con la garganta apretada—. ¿Qué me sugieres
entonces?

—Ven conmigo, creo que he encontrado una solución.

De repente, oí una llave en la cerradura. Raphael me dio una mirada de sorpresa.

—Se trata de Bruce —le dije.

—¿Bruce? —Raphael dijo en un tono frustrado.

—Yo vivo con él, te lo dije. Me da albergue, me sirve de niñera...

—Rebecca, un licántropo no es exactamente lo que se necesita para Leonora —Raphael dijo


con el ceño fruncido.

—Creo que hablan de mi —dijo Bruce al entrar en el salón.

Llevaba una camisa de color negro, en parte abierta por fuera de los vaqueros y llevaba
casualmente una chaqueta de terciopelo azul medianoche sobre su hombro y una bolsa de
comida en la mano.

—Lo siento, llego tarde. Tuve un día bastante agotador —dijo avanzando hacia mí y me besó
en la mejilla.

Entonces, de repente, se volvió a Raphael.

—Hola Raphael.

—Bruce —dijo el vampiro arrugando los ojos.

—¿Dónde está Leo? —preguntó el lobo.

—En su habitación —le contesté.

—Bueno, voy a prepararnos un poco de buena comida.

—No puedo, tengo que salir.

—¿Toda la noche?

—No lo sé. ¿Saldremos por cuánto tiempo, Raphael? —pregunté volviéndome hacia él.
—Ella debería estar de vuelta en dos horas —el vampiro respondió mirando al lobo.

Su rostro no delataba ninguna emoción, pero debido a nuestra relación, yo sabía que le era
difícil de contenerse.

—Bueno, entonces le daré de comer a Leonora y voy a esperarte para que cenemos juntos.
Será mejor...

¿Lo estaba haciendo a propósito o qué? Raphael iba a arrancarle la cabeza si seguía
comportándose así.

—Buena idea —le dije en un tono lúdico y me levanté del sofá—. Bueno, me vestiré a toda
prisa y nos vamos.

Salí de la habitación un poco preocupada. Dejar a Bruce y Raphael juntos demasiado tiempo
parecía una mala idea: rápidamente me subí los pantalones vaqueros, me puse una blusa y
una chaqueta y me dirigí rápidamente a la sala de estar. No tardé más de un minuto, pero
sentí una terrible tensión al entrar en la habitación.

—Tu cabello todavía está húmedo, cogerás el frío —dijo Bruce sacudiendo la cabeza.

Sí, él lo hacia adrede... si no tuviera cuidado, iba pronto a mearme por encima para marcar
su territorio. Yo no lo podía culpar, todos los licántropos actuaban de esta manera cuando
un macho dominante penetraba su privacidad. Y ya que vivía con él, yo sin lugar a dudas era
parte de su privacidad.

—Para de comportarte así, pareces Beth... —dije.

—Lo siento.

—No te preocupes, creo que es lindo —le dije enviándole un beso, mientras me dirigía a la
puerta.

—Adiós, Bruce —dijo Raphael en un tono seco.

—¿Raphael? Cuida de ella.

—Deja de provocar, mi paciencia no es infinita, lobo —dijo Raphael dando un portazo.


Traducido por Noebearomero
Corregido por Laumoon

e encontré de nuevo en la sala de banquete de Raphael. No había dicho una


palabra durante el viaje y ahora entiendo la razón de su silencio. El Directum
completo estaba reunido. Gordon, Maurane, Aligarh, Tyriam y… Baetan.

Había dejado su forma de licántropo y había vestido para la ocasión, una atractiva forma
humana:

El hombre al que le había robado el cuerpo no tenía más de treinta años, era rubio, tenía el
cabello largo hasta los hombros, hombros anchos y un bronceado sostenido. Yo ignoraba
cuál podría ser habitualmente el color de sus ojos, ya que por el momento, el demonio me
miró con ojos de rubí.

—¿Qué significa esto? —lancé girándome hacia Raphael.

Yo estaba furiosa. No quería tener ningún contacto con los líderes de la comunidad
sobrenatural de esta ciudad, quería olvidarlos. Raphael me había arrojado de nuevo en la
boca del lobo...

—Ven y siéntate, pequeña —dijo Gordon sonriendo.

Su recuperación había demandando una gran cantidad de energía y vi nuevas arrugas en su


rostro. Se le veía cansado, no, estaba agotado literalmente. Yo respetaba al viejo Alfa y le
estaba agradecida por ayudarme a liberar a mi hija. No pude enviarlo de paseo, pero apreté
los dientes con la promesa de hacerle pagar un alto precio a Raphael.

—Muy bien —le dije para honrarlo.

Raphael se sentó a su vez. Sentí su alivio. Él no perdía nada por la espera.

—Ella parece sorprendida, ¿no le dijiste nada? —preguntó Baetan con una sonrisa en su
rostro.
—No podía comprometer al consejo sin vuestro consentimiento —respondió Raphael en un
tono neutral.

Obviamente, yo era el centro de una serie de discusiones y empecé a tener ganas de largarme
corriendo.

—Hemos decidido ofrecerte el cargo de Assayim —dijo Gordon. Tyriam, el maestro de


chamanes, se aclaró la garganta.

Imaginé que era su forma de marcar su desacuerdo. Él desaprobaba la propuesta, tanto


como yo. Eso me permitió rechazar su oferta con diplomacia.

—Yo pensé que era una decisión que se adoptaba por unanimidad —dije volviéndome hacia
el brujo enclenque y calvo.

—¿Dices eso a causa de mi? —preguntó Tyriam con una sonrisa mala—. Sepa, mi querida,
que la antipatía que yo siento por usted no es suficiente para alterar mi juicio. Has
encontrado a los asesinos de Christine Tillbourn e hiciste un gran trabajo con esta historia
del secuestro. Fuiste implacable y eficiente...

Me miró fijamente, sus ojos de serpientes parecían perforar mi alma.

—Me siento muy halagada, pero no estoy segura de ser la persona que necesitan para esa
posición.

—Y nosotros pensamos que correspondes exactamente con lo que queríamos —dijo


Maurane—. Eres fuerte, inteligente, pragmática y no tienes miedo de usar los medios
necesarios para alcanzar tus fines.

—Y no te dejas impresionar fácilmente —agregó Aligarh riendo.

Empecé a ruborizarme al comprender que no sólo se estaba refiriendo a nuestra


confrontación, después de la eliminación del hombre lobo, sino porque lo había visto
desnudo.

—No soy una asesina —dije.

—Por supuesto —dijo Baetan—. Pero tú eres muy capaz de controlarte y sabes imponer
límites. No somos lo suficientemente estúpidos como para creer que obedecerás ciegamente
las órdenes del consejo, pero sabemos que sabrás proteger los mejores intereses de nuestra
comunidad.

Bien, vaya ahora es un demonio que intenta contratarme... Mi vida comenzaba a tomar un
giro extraño.
—Por una vez, soy de la opinión del demonio. Tengo confianza en ti y tus habilidades —
aprobó Gordon.

Es gracioso. Él sabía que yo era una bruja guerrera, pero no leía ningún temor en sus ojos.

—Francamente, estoy muy emocionada y honrada, pero...

De pronto sentí la pierna de Raphael sacudir un poco la mía y dejé caer mis defensas
mentales.

—Acepta, dulzura mía. Si te conviertes en el Assayim, el Mortefilis no podrá nada en contra


tuya —susurró la voz de Raphael en mi cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Los vampiros no podrán ir contra ti sin que eso sea visto como un ataque al Directum,
sería un acto de guerra contra los clanes y una grave violación del tratado de paz.

—¿No has encontrado nada mejor?

—No he tenido tiempo...

Raphael sabía navegar perfectamente en las aguas turbias de la política. Si no había


encontrado otra solución para salvarme de Mortefilis era que no existía. Huir de la ciudad
era ya inútil, los embajadores y los espías del Consejo Superior de los vampiros me seguirían
dondequiera que fuera, y sin su protección y la de los clanes, Leonora y yo caeríamos
rápidamente en sus manos o peor aún, entre la de las Vikaris. En realidad, no me dejó otra
opción. Pero tenia ganas de gritar.

—Muy bien, estoy de acuerdo en convertirme en el Assayim del Directum de Vermont —dije
solemnemente.

—Pero aún quiero dejar las cosas claras: no voy a trabajar para satisfacer las ambiciones
personales o que el Directum adquiera mayor poder y expanda su territorio. Mi misión es
hacer cumplir nuestras leyes, proteger nuestro Estado y garantizar la paz y la seguridad de
nuestros semejantes. ¿Estamos de acuerdo?

—Entendido —dijo Gordon.

—Sí, de acuerdo —dijo Aligarh.

—Me conviene perfectamente —dijo Maurane.

Tyriam, Baetan y Raphael se contentaron con asentir en señal de asentimiento.


—En este caso, me pongo a disposición de este Consejo y haré todo lo que esté en mi poder
para representarlo lo mejor posible.

Mientras pronunciaba estas palabras, un enorme nudo se formaba en el fondo de mi


estómago. Por primera vez desde que salí de mi clan, estaba de acuerdo en someterme a una
voluntad diferente a la mía. Algunos creían que era un pequeño precio a pagar por
sobrevivir, pero la verdad es que si no hubiera estado Leonora, preferiría morir antes que
inclinarme ante esta mascarada.

—Bienvenida al Consejo, Rebecca —dijo Gordon.

Baetan tenía una sonrisa que pasó hasta sus ojos de sangre. Parecía saber exactamente lo que
estaba sintiendo y abiertamente disfrutó de la situación.

Me volví instintivamente a Raphael y mi mente de repente entró en él.

—Baetan es consciente de los Mortefilis, ¿verdad?

Lo sentí sobresaltarse un poco, pero su rostro permaneció impasible.

—Sí. Uno de sus espías es un demonio y tenía que explicar las condiciones de su misión antes
de que Baetan lo autorizara a permanecer en sus tierras.

—Entonces, ¿por qué ha apoyado el proyecto para nombrarme Assayim? Tiene que haber
sabido que los vampiros no podrán atraparme ahora.

—Él lo sabe. Pero, lo creas o no, él te protege tanto como yo te protejo.

—¿Me estás tomando el pelo...? lo único que quiere es verme sufrir. Míralo, él se divierte
como un loco.

—Puede ser...

-—¿Hay algo que no me estás diciendo?

Sentí un movimiento detrás de mí y reconocí la huella energética de Aligarh.

—Rebecca, ¿Podemos hablar en privado?

El líder de los muteurs, llevaba pantalones vaqueros viejos, rasgados en las rodillas, un
sweater y un par de chanclas.

Pero ninguno de esas ropas podía hacerlo menos atractivo o repulsivo.


—Este es un asunto privado de la manada, ¿me permites Raphael? —dijo dirigiéndole una
mirada burlona al el vampiro.

—¿Un asunto privado? —preguntó Raphael con las cejas levantadas.

—El Assayim se supone que está para resolver problemas internos de los clanes, ¿no?

—Sólo si vosotros no sois capaces de hacerlo vosotros mismos —respondió el vampiro con
desdén.

—Le acompaño, Aligarh —dije poniéndome en pie.

De todos modos, yo estaba muriendo literalmente por decirle lo que pensaba de él y de su


actitud.

No me había olvidado de que Gordon fue a pedirle que nos acompañase, en la noche en la
que habían atacado la casa de Thomson, y él se había negado.

Nos dirigimos al exterior y el muteur me hizo signo de seguirlo. Caminamos en silencio


durante al menos cinco kilómetros, y luego acabó parando.

—Mantener una conversación privada con los vampiros y lobos alrededor resulta ser un poco
complicado —dijo plantando sus hermosos ojos grises en los míos.

—Le escucho.

—Yo tengo que disculparme con usted.

—¿Por qué? ¿Por no haberme ayudado cuando fue secuestrada mi hija? ¿O por haber
castigado a Khor por desobedecerle y venir a pelear a nuestro lado? —dije con un tono
ácido.

El hombre león me había prohibido intervenir en los asuntos privados de los muteurs y
defender su causa con Aligarh.

Como resultado desde su curación, Khor fue sentenciado a ser azotado por horas hasta que
su espalda no era más que un montón de huesos y carne con toda la piel desgarrada.

—No es lo que piensa...

—¿Ah, no? Ya sabe, soy el Assayim, pero francamente, si por casualidad le sucede algo, yo
no estaría tan segura de que no enviaría una deliciosa caja de chocolates a su asesino antes de
ir a matarlo.

Vi al menos una docena de emociones desfilar en su rostro, pero finalmente se rió.


—Creo que estoy comenzando realmente a apreciarte. ¿Va en serio con Raphael?

—¿Eso es todo lo que tenía que decirme?

—No —respondió bruscamente con el rostro muy serio. Tenía muchas ganas de presentar mis
excusas y explicarte las razones de mi actitud.

—Yo no veo...

—Es por lo que pasó en nuestra Welki. Cuando usted vino, me provocó y aceptó ser
sometida a mí...

—... Bajo presión, pero es verdad.

—Sin embargo, en ningún momento ha solicitado mi protección.

—No lo entiendo.

—Al actuar como usted lo hizo, cuando aceptó mi protección. Hubiera bastado un gesto, una
petición, que yo le hubiera acordado, para que toda la manada fuera a ayudarle.

—Entonces, sí entendí bien, ¿no vino porque no se lo pedí directamente?

—Estas son nuestras leyes, Rebecca. Buenas o malas, yo no puedo derogarlas.

—Y Khor...

—... Khor actuó por mi consejo. No podía permitirle oficialmente pero tuvimos una
conversación y él acordó en violar nuestras reglas.

Y Beth que pensó que él realmente se preocupaba por ella, habría sido cómico si no fuera
tan triste.

—¿Entonces por qué castigarlo?

—A los ojos de todos, él había desobedecido, tenía que castigarlo. Una manada está sujeta a
la disciplina estricta, es nuestra manera de no convertirnos en meros animales.

—Así que supongo que tengo que darle las gracias.

—No. Yo no lo hice por tu hija, sino para vengarnos de aquellos que secuestraron a Ralph.

Sentí que mi corazón se encogía en memoria del cuerpo del hombre oso, masacrado en su
jaula.

—En ese caso, yo no me tenía que solicitar su ayuda, eso también concernía a su manada.
Él sonrió con tristeza.

—Me pidió que no me moviera durante veinticuatro horas, no podía intervenir sin violar
nuestro acuerdo. Nunca damos marcha atrás con nuestra palabra, Rebecca.

—Cierto. Bueno, ya todo está dicho, deberiamos volver —le dije con cansancio.

Empezaba a estar harta de toda esta gilipollez.

—¿Rebecca?

—¿Qué? —le pregunté fríamente.

—La próxima vez, si viene a mí, no me negaré a ayudarle, pero hágalo siguiendo las formas —
dijo acercándose un poco demasiado como para que me sienta cómoda.

No será demasiado pronto...

—El amo la espera señora —dijo una voz que reconocí inmediatamente.

—¿Usted me ha seguido, Héctor?

—Eso es correcto, señora.

—Ha hecho bien. Aligarh y yo habíamos terminado.

—Eso es lo que supuse —dijo el mayordomo.

Por un momento, vi la ira en los ojos del muteur, pero fue reemplazado inmediatamente con
un brillo travieso.

—Está bajo una alta vigilancia, Rebecca.

—No te equivocas en lo absoluto.

Mark avanzaba hacia nosotros. Aligarh y él se miraron en silencio. El muteur con un aire de
sorpresa y el medio-demonio con la expresión de alguien que parece querer luchar.

—¿Un rival de Raphael? —preguntó Aligarh.

—Escuche, quiero dejarlo bien claro. Estoy empezando a encontrar todo esto ridículo. ¿Qué
estás haciendo aquí, demonio? —le pregunté en un tono enojado.

—Baetan se inquietó por no verte regresar.

—Bueno, dile que volveré cuando me dé la gana.


No, pero ¿qué les pasaba a todos? Acababan de nombrarme a una posición de alto riesgo y
al mismo tiempo, ¿ellos querían hacerme creer que estaban preocupados por mi salud?...
Me parecia francamente paradójico...

—Rebecca...

Su voz parecía acariciarme y sentí mi cuerpo reaccionar pero conocía demasiado el efecto
que él tenía en mi libido, ahora, para no controlarme. Maldito Malaat.

El hombre tigre pareció darse cuenta y me lanzó una mirada de sorpresa.

—Ella te desea...

—Sí, pero ella no me ama —respondió en un tono tan doloroso que me sentí culpable.

—Gracias por haber venido con nosotros la otra noche, Mark, y por decirme dónde estaba
mi hija —le dije echando una mirada despectiva a Aligarh cuyo rostro se crispó
inmediatamente—, pero no quiero que me sigas, no quiero que hagas parte de mi vida.

—No me digas eso como si tuviera opción, ya que no es el caso —él contestó inclinando la
cabeza.

—Lo sé, pero te lo he dicho, seguro que hay una solución y la encontraremos. Mientras tanto,
yo preferiría que nos evitáramos durante algún tiempo —dije con un tono seco.

Luego me volví hacia el vampiro.

—¿Vamos, Héctor?

—A mí me parece que la noche es muy fresca. ¿Me permite?

Puso su chaqueta sobre mis hombros y suavemente me levantó del suelo.

Apoyé la cabeza en su pecho y le susurré:

—Gracias, Héctor, estoy cansada.

—Sería lo de menos, señora —contestó mientras cubría en unos minutos la distancia que yo
había recorrido en un poco menos de una hora.
Traducido por Lorena Tucholke
Corregido por Laumoon

i presa sabía mostrarse discreta. Caminaba tranquilamente entre la multitud de


estudiantes que estaban bailando, bebiendo y riendo en el club. Llevaba
vaqueros y una camiseta y no era lo suficientemente provocante ni
suficientemente bonita para llamar la atención. Rápidamente me di cuenta de que sus ojos se
posaban en un joven aislado que parecía incómodo. El tipo de chico un poco fuera de lugar
en el cual nadie se interesa y del que nunca se acuerdan del nombre. Tenía la cara regordeta
y sonrosada y los ojos un poco apagados por la cantidad de cerveza que había tenido que
tragar para darse el coraje de acercarse a una chica y ver como rechazaba inmediatamente sus
avances, riendo.

Ella caminó hacia él y sonrió. El chico casi se ahoga y deja caer el vaso, luego se repuso y
esbozó una especie de mueca que esperaba fuera atractiva. Lo habría sido, probablemente, si
un líquido amarillento no hubiera salido al mismo tiempo, de su boca.

Si comienza a vomitar, mato dos por el precio de uno, pensé, asqueada.

—Hola hermosa dama.

—Hola Bruce.

El hombre lobo había tomado el lugar de Hope desde hacia varios días y dirigía el Brooklyn
con el acuerdo de Raphael. Estaba de pie a mi lado, apoyado en la barra, y miraba la sala con
indiferencia. Las chicas, no le quitan los ojos de encima. Su camisa estaba abierta por
completo en el pecho y no ocultaba nada de su musculatura perfecta. Se podría presentar
como un modelo para las fotos de pantalones vaqueros o fragancias masculinas.

—¿Estas disfrutando de la noche? —preguntó en un tono burlón.

—No, pero creo que va a suceder...

Inmediatamente siguió mi mirada que nunca dejó a la joven pareja y sonrió.


—Quiero preparar una cena especial para mañana, ¿tienes planes?

—Me las arreglaré...

Todavía estábamos viviendo juntos, los obreros aún no habían terminado las obras en mi
apartamento, pero con nuestros horarios desplazados, mi trabajo en la universidad y mi
nuevo papel como asesina a sueldo del Directum, casi no nos veíamos...

—Hasta luego —le dije besándolo en la mejilla.

La vampira estaba a punto de llevar al pequeño tonto a la salida. Con la cantidad de alcohol
que había ingerido todas las inhibiciones se habían ido y sólo le haría falta unos segundos
para ser hipnotizado y que le abrieran la yugular.

Y pronto su cuerpo ensuciaría la hierba húmeda del bosque, se descompondría lentamente


hasta que los muteurs o licántropos atraídos por el olor lo encontraran. Descubrimos tres
cuerpos y era muy posible que pudiera haber otros.

Afortunadamente, yo rápidamente fui capaz de encontrar a la persona responsable de esta


carnicería. Me había facilitado el trabajo dejando su firma energética en los cadáveres y
eligiendo sus víctimas en el Brooklyn —todos llevaban el sello del club en el dorso de la
mano—.

Los seguí durante dos kilómetros hasta las afueras de la ciudad. Luego entraron en un
camino forestal y avanzaron a través de los árboles. Se veían como sombras. El viento
soplaba ligeramente la vegetación y escuché las ramitas crujir bajo los pies del joven humano.
La vampiro, ella parecía flotar sobre las hojas y no emitir ningún sonido. Las estrellas
brillaban por encima de nuestras cabezas. Envié a través del poder de la tierra una corriente
de energía que hizo a la tierra temblar un poco y susurré su nombre.

—¿Jane?

Se dio la vuelta y dejó caer la mano del joven humano.

—¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues?

Ella lo hizo girarse como un títere. A continuación, puso su cabeza teatralmente por encima
del hombro, acariciándole la nuca con sus largas uñas pintadas de fucsia. Estaba totalmente
bajo su hechizo, hipnotizado, completamente ausente.

—Yo soy el Assayim de este Estado.

Ella abrió los ojos y un brillo de incomprensión pasó por sus ojos.
—Has roto nuestras leyes, Jane.

El pelo le caía sobre los hombros como un telón negro. Tenía el ceño fruncido y la cara
pálida en una expresión descarada un poco conmovedora. Sondeé su energía, no tenía más
de quince días.

—¿De qué hablas?

Era un bebé de verdad. Un bebé sanguinario y muy solitario.

—¿Quién es tu creador?

El que la había transformado no le explicó las reglas a seguir para sobrevivir como vampiro.
La había abandonado a su sed de sangre y me molestaba eso. No sé por qué, pero me
molesta.

—No es asunto tuyo.

Ella tenía razón. Antes, nunca tendría interés en este tipo de detalles, la habría matado sin
decirle una sola palabra, y sin hacerme ninguna pregunta. Pero desde que mi poder estaba
conectado al de Raphael, algo en mí había cambiado, mi comportamiento había cambiado
imperceptiblemente.

—El que te hizo esto es tan responsable como tú de los asesinatos que cometiste —le dije con
voz calmada—. Hubiera deseado castigarlo a él también.

—¿Por qué?

—Porque me parece lo correcto.

—Tú eres una humana vulgar —dijo saltando sobre mí—, ¿cómo puedes asumir que...?

Ella dejó de hablar al sentir la larga hoja de plata que le perforó el corazón.

—Tienes mucho que aprender, pero es demasiado tarde para eso —le dije mientras veía
correr el chorro de sangre, su cuerpo consumiéndose y dispersándose en miles de cenizas
flotantes y luego estrellarse en un montón en el suelo.

Guardé la daga de Raphael en su funda. La misma daga con la que casi lo había matado. Él
me lo dio para protegerme y permitirme utilizar mi magia lo menos posible con los espías de
los Mortefilis alrededor. Obviamente, eso no facilitaba mi trabajo, al menos no ahora que me
había convertido en Assayim. En estas dos semanas, me había ocupado de resolver un
conflicto violento entre un muteur y un chamán, recuperé una bruja joven de quince años
que se había escapado, castigado a un lobo que agredió sexualmente a una joven humana y
ejecutado una hembra joven vampira renegada. Y eso sin contar las peticiones personales de
cada uno, comenzando con Gordon, que estaba preocupado por William y quería que lo
protegiera continuamente.

—Uh...

Eché un vistazo al estudiante empapado en alcohol, que casi fue asesinado. Parecía salir del
estado hipnótico en el que había caído.

—¿Señor?

—Uh...

—Será mejor que regrese al club, llame a un taxi y vuelva a casa.

El chico parecía un zombi. Ya no parecía saber quién era ni dónde vivía. Y yo, que
empezaba a ponerme seriamente cansada. Eran lo menos las dos de la mañana y me moría
de ganas de ir a la cama.

—¿Has oído lo que dije?

—¿Quién... quién es usted?

—Alguien que no tiene mucha paciencia —le dije secamente—. ¿Tienes un teléfono celular?

—Sí... —dijo sintiendo el bolsillo de su chaqueta.

—Llama a tus padres, amigos, lo que sea, para que te recojan.

No había manera de que pudiera perder más tiempo con este tonto infeliz.

Mientras me alejaba, de repente sentí una presencia opresiva y maligna. Una energía vieja.
Tan vieja, que de repente sentí un nudo en la garganta y los elementos mágicos quemaron
mis venas. Mi cabello se había incendiado y un tinte de oro y el torrente de poder que
emanaba de cada poro de mi piel empezó a iluminar la noche.

—Impresionante —dijo una voz detrás de mí.

La flor de lirio de Raphael, su marca, hormigueo en mi cuello y sentí aterrizar en mi lengua


un líquido espeso y dulce. Flashes que no pertenecen a mí de repente se impusieron en mi
cabeza.

—Conozco tu sangre —le dije.


—Sí. Realmente impresionante. Entonces, ¿estás vinculada? Y a Raphael, nada menos... estoy
muy sorprendido.

No era que él se sorprendiera. Yo nunca habría sido capaz de hacer eso.

—¿Qué está haciendo aquí Baldius?

Un hombre pequeño barrigón cubierto por un largo abrigo negro salió de la oscuridad. Él
tenía una cara simpática, pequeñas gafas redondas y un aire bonachón del que no había que
fiarse.

Baldius era aún mayor que Raphael y él era el creador de Michael, el padre de mi hija.

—Michael me habló de ti. ¿Sabes que tiene la intención de verte, por supuesto?

—Lo sé, pero para ser honesta, no tengo absolutamente ninguna intención de volver a verlo.

—Te creo, pero me temo que en este tema, se niega a escuchar razón. Él piensa que tú le
perteneces a él. ¿Eso es correcto?

—No. Michael trató de marcarme, pero...

—... Pero, obviamente, no funcionó.

—No.

—También me dijo que eras una Vikaris. Una Vikaris Prima. Por lo tanto, no es de extrañar
que Michael no fuera capaz de penetrar en tu alma y tu corazón aún menos. Se lo dije. Se lo
expliqué, pero qué quieres, a veces es muy terco.

—¿Por qué no me dice lo que espera de mí, Baldius?

—Yo quería matarte. No quiero que Michael venga aquí. Tiene muchos enemigos que
quieren eliminarlo, muchos vampiros que derrotó o fueron desterrados. No quiero que él
tome ese riesgo, no más de lo que quería que se acoplara con una bruja de tu especie.

—¿Y ha cambiado de opinión porque...?

—Ya ves, hija mía, vivo desde tanto tiempo que a veces me olvido de cuantas cosas extrañas,
sorprendentes, la vida todavía puede reservarme.

—No lo entiendo...

—Vas a entender... comprenderás aún más rápido de lo que crees —dijo desapareciendo tan
rápido que ni siquiera tuve tiempo de abrir y cerrar los párpados.
Por alguna razón que se me escapaba, el viejo retorcido me dejaba vivir y yo me quedé allí,
paralizada, mirando el cielo. El destino parecía conducirme hacia abismos tan profundos que
la muerte en sí parecía tener miedo de ir a recogerme. Me habría debido preocupar, pero
además de enterrarme con mi hija en un agujero diminuto de ratón durante los próximos
diez o veinte años, yo no veo ninguna manera de detener la catástrofe que se avecina en el
horizonte.

Me convertí en una asesina a sueldo, Leonora y yo estábamos extrañamente vinculadas ahora


a un vampiro —que, por cierto, era increíblemente sexy—, mi ex llegaría en menos de un mes
junto con una horda de chupa sangre, mi mejor amiga estaba involucrada en un romance de
alto riesgo con un muteur y tenía que convertirse en un guardaespaldas para el joven Alfa
poco cooperativo, y un demonio creía que había una especie de enlace metafísico sexual
entre nosotros. Entonces, ir a casa y devorar la última temporada del Tío Charlie, con una
enorme bolsa de papas fritas, parecía de pronto la mejor cosa que podía hacer...
Desde que soy la asesina designada de la comunidad sobrenatural en Vermont, no tengo ni un
minuto para mí misma, persecución, homicidios, asesinatos en serie... De todos modos no tengo
ni el tiempo ni las ganas de ocuparme de mi vida privada. Así que cuando mi ex, Michael, un
vampiro tan sexy como formidable aterrizó en la ciudad, fue un poco molesto. Hay que decir
que, cuando te encuentras embarazada a los dieciséis años y 'tu amante te deja, por lo general no
te apresuras en verlo diez años más tarde y anunciarle que es padre.

Al menos no antes de pasar primero a rellenar de combustible con Joe, el traficante de armas en
la esquina.

Saga Rebecca Kean:

1. Traquée 5. L’ Armée des Âmes


2. Pacte de Sang 6. Sin título
3. Potion Macabre 7. Sin título
4. Ancestral
Cassandra O'Donell

Es una autora francesa.

Realiza documentales y reportajes, creó la


saga de Rebecca Kean en 2010.

La serie fue publicada y se convirtió en un


gran éxito de inmediato.

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