El Simbolismo Del Templo

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EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO 83

EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO


Padre José María Mestre

Todo el Antiguo Testamento, pero singularmente el Tabernáculo con


su atrio y sus objetos sagrados, y más tarde el Templo que debía remplazar-
lo, encerraban un profundo sentido típico: los dos eran figura del verdadero
Templo de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, y de la Iglesia Católica,
que es el cuerpo místico de Cristo. De ahí recibía principalmente su importan-
cia el Templo, elemento vital para el culto israelita, de modo semejante a co-
mo los sacrificios de la Antigua Ley la recibían de que eran figuras imperfec-
tas y parciales del único sacrificio perfecto, el sacrificio redentor de Cristo. Pa-
ra ilustrar brevemente esta verdad, presentamos a los lectores un resumen
del opúsculo del Padre Alfredo Sáenz, S. J., “El Templo, presencia de Dios”,
Ediciones Paulinas, 1962, completado con algunas notas personales.

INDICE
I. Introducción. _____________________________________________________________________________ 83
II. La figura: el Templo del Antiguo Testamento. ___________________________________________________ 84
III. La realidad: Jesucristo y la Iglesia, Templos de Dios. _____________________________________________ 85
A. La presencia de Dios en medio de su pueblo, simbolizada por el Templo, se hace ahora carne en Cristo ____ 85
B. La presencia de Dios en medio de su pueblo, simbolizada por el Templo, se hace realidad en la Iglesia _____ 87
IV. ¿Y las iglesias de piedra? ___________________________________________________________________ 89
V. Conclusión ______________________________________________________________________________ 90

I. Introducción
1. Podríamos decir que todo el plan de Dios, al crear a los ángeles y a los hombres, fue el de estable-
cer su morada en ellos, viviendo en ellos con una presencia más especial a la que tiene en todas las
cosas. Dios está presente en todas las cosas por una presencia llamada de inmensidad, a un triple títu-
lo: por esencia, dando el ser a todas las cosas; por presencia, estando todas las cosas abiertas y paten-
tes a sus ojos; por potencia, esto es, estando todas las cosas enteramente sometidas a su poder. Mas
por esta presencia de inmensidad, Dios no comunica a los seres su vida íntima; y su gran deseo era el
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de poder comunicarse en el don de la propia vida, de la propia persona. Para ello Dios inventa una
nueva presencia: la presencia de inhabitación, esto es, la presencia de Dios en las creaturas libres
como objeto de conocimiento y de amor sobrenaturales. A este efecto Dios adornó a nuestros prime-
ros padres con el don de la justicia original. La gracia que Dios infundió en sus almas les daba la fa-
cultad de conocer a Dios tal como El mismo se conoce, y de amarlo tal como El mismo se ama; y,
por este doble motivo, Dios moraba en ellas, convirtiéndolas en templos de la Santísima Trinidad.
2. Por el pecado, Adán y Eva perdieron para sí y para sus descendientes la justicia original, que hacía
de sus almas los santuarios del Altísimo. Mas Dios decide perdonar al hombre y redimirlo para res-
taurar su plan. Desde entonces, todo el plan redentor será un intento permanente de Dios por hacerse
cada vez más presente a los hombres, establecer de nuevo en ellos su morada, y edificarse un templo
con piedras vivas en el que será eternamente glorificado.

II. La figura: el Templo del Antiguo Testamento.

- Punto Uno -
Al principio, Dios preferirá habitar entre los hombres con toques pasajeros, mediante manifesta-
ciones esporádicas y a veces terroríficas. Tal es el caso de los diversos santuarios israelitas antes de
la edificación del Tabernáculo: Siquem, donde Dios se aparece a Abraham; Betel, donde Dios se
aparece a Jacob; Mambré, donde Abraham edificó un altar al Señor; Bersabé, donde Dios se aparece
a Isaac para confirmarle las promesas hechas a sus padres, etc.

- Punto Dos -
1. Con el Tabernáculo, la presencia de Dios en medio de Israel, convertido ya en su pueblo por la
Alianza en el Sinaí, se hace permanente: Dios guía a su pueblo, de día en una columna de nube, de
noche en una columna de fuego; vive en el Tabernáculo que le manda edificar para su morada, lla-
mado también “Tienda de la Reunión” (esto es, tienda donde los israelitas pueden encontrarse con
Dios); y habla al pueblo desde el Arca de la Alianza, colocada en el Santísimo (o Santo de los San-
tos).
2. Mas esta presencia de Dios en medio de su pueblo no comporta la intimidad que caracterizará al
Nuevo Testamento: Dios se hace presente a su pueblo para intimarle sus voluntades, para exigirle el
cumplimiento de sus mandamientos, para sostenerlo contra sus enemigos, para recibir de él el culto
que le debe; mas no se comunica aún en el don íntimo de la propia persona.

- Punto Tres -
1. La construcción del Templo de Salomón es un paso adelante: Dios revela a David que su presen-
cia entre su pueblo no será puramente espiritual, sino corporal: Dios mismo tomará un cuerpo, salido
de la descendencia de David, para habitar entre los hombres: “Yo te saqué de los pastos y de detrás
del rebaño —dice el Señor a David—, para que fueses príncipe sobre mi pueblo de Israel... Yahvéh
te ha anunciado que El te edificará una Casa1, y cuando se cumplan tus días y reposes junto a tus

1
Literalmente, “edificar una casa” es un hebraísmo que significa “asegurar una descendencia o dinastía”; pero como bien
observa el Padre Saenz, Dios hace un juego de palabras entre la “Casa” en el sentido de descendencia real, y la “Casa” en el
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padres, Yo suscitaré de ti a uno de tu progenie, salido de tus entrañas, y afirmaré su reinado para
siempre. Yo seré Padre para él, y él será mi hijo... Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante
Mí, y tu trono será consolidado sin fin”1. Hasta entonces Dios estaba con los hombres, iba y venía
bajo una tienda con su pueblo; ahora quiere hacerse un Templo, y lo va a hacer apoderándose de un
descendiente de David y haciendo en El su Casa, su Templo definitivo. Mientras tanto, su hijo Salo-
món le edificará un templo de piedra, que será la figura de la naturaleza humana que Dios mismo
revestirá para ser El mismo el Templo de Dios.
2. Dice San Clemente de Alejandría: “Salomón comprendió que la construcción del verdadero Tem-
plo no era sólo espiritual sino que le correspondía ya un cuerpo de carne que el Hijo y Señor de Da-
vid debía edificar, sea por su presencia personal en la tierra, sea por la Iglesia nacida de la reunión
operada por la fe. Salomón pregunta «si es verdad que Dios habitará con los hombres sobre la tie-
rra»2. Dios habita sobre la tierra cuando se reviste de carne, y pone su morada entre los hombres
cuando se realiza la unión entre todos los justos, porque se sirve de ellos para levantar un templo
santo... De su cuerpo que, en toda su extensión material, se ha consagrado a sí mismo como un lugar
lleno de divinidad sobre la tierra, el Señor ha dicho: «Destruid este templo, y en tres días lo reedifi-
caré». Los judíos replicaron: «Cuarenta años han sido necesarios para construir este templo, ¿y tú
lo reconstruirás en tres días? Pero El hablaba del templo de su cuerpo»3”.
3. Así, pues, la inmensa mole del Templo de Salomón anunciaba la Encarnación del Hijo de Dios
por la cual “toda la plenitud de la divinidad habitará corporalmente en Cristo”4, y también anuncia-
ba a la Iglesia, que es “el cuerpo de Cristo”5. La última palabra de la economía de la presencia divina
sobre la tierra será una presencia corporal, por la cual Dios se comunicará íntimamente a los hombres
por el don íntimo de su propia vida, de su propia persona, de sus propios misterios, a través del Verbo
encarnado y de la Iglesia por El fundada.

III. La realidad: Jesucristo y la Iglesia, Templos de Dios.

A. La presencia de Dios en medio de su pueblo, simbolizada por el Templo, se hace


ahora carne en Cristo.
1. Todo el Nuevo Testamento nos afirma repetidas veces que Jesucristo, el Verbo de Dios hecho
hombre, es el verdadero Templo de Dios. El templo del Antiguo Testamento no ha hecho más que
figurarlo, y por eso debe desaparecer cuando El se presenta. Y así, aunque Nuestro Señor guarda un
profundo respeto por el Templo durante su vida oculta e incluso pública, afirma repetidas veces su
caducidad. Veamos brevemente algunas pruebas de estas verdades.

sentido de habitación o templo. David deseaba edificar a Dios un templo; Dios le dice que no será él quien se lo edifique;
pero como recompensa de su deseo de edificarle una “casa-templo”, Dios le promete una “casa-linaje”. Este linaje será en
concreto un descendiente suyo, Cristo, que a la vez será el Templo de Dios. Y esto es lo que aquí anuncia el Señor a David.
1
II Samuel 7, 1-16.
2
I Reyes 8, 27.
3
Juan 2, 19.
4
Colosenses 2, 9.
5
Colosenses 1, 18.
86 CUADERNOS DE LA REJA

x San Juan comienza su Evangelio con esta afirmación: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre
nosotros”1. La palabra que usa para expresar este verbo “habitar” se debe traducir más bien: ha
puesto su tienda entre nosotros. Hay, evidentemente, una alusión a las anteriores presencias de
Dios a lo largo del Antiguo Testamento. Cristo supera todas esas presencias porque es la Presencia
misma, es el mismo Dios con nosotros, el Emmanuel.
x Nuestro Señor se declara Señor del Templo y mayor que el Templo: “Yo os digo que hay aquí
uno mayor que el Templo”2, como es mayor la realidad a la figura.
x Nuestro Señor declara abiertamente que El mismo es el Templo de Dios por excelencia: “Des-
truid este templo, y Yo lo reedificaré en tres días”3. Los Judíos, pensando que se refiere al templo
material de Jerusalén, le replican: “En cuarenta y seis años se ha edificado este templo, ¿y tú en
tres días lo reedificarás?”. Mas precisa el Evangelista San Juan: “El hablaba del Templo de su
cuerpo”. Este es un anuncio de su muerte y de su resurrección, pero en términos de destrucción y
reconstrucción de un Templo: la muerte de Cristo equivale a la destrucción del verdadero Templo
de Dios, y su resurrección equivale a su reconstrucción. Nuestro Señor no podía afirmar más cla-
ramente que El es el Templo de Dios entre los hombres, y que el templo material de Jerusalén no
tuvo valor sino por ser su figura. Tal vez por eso mismo quiso Dios que el templo edificado por
Salomón sufriese una destrucción y una reconstrucción: al ser el templo de Salomón, como vimos,
una figura de la carne que Dios asumiría para hacerse presente entre nosotros, su destrucción y re-
construcción posterior fueron figuras de la muerte y resurrección del Salvador.
x Por lo tanto, el templo de Jerusalén es caduco, no ha de permanecer sino hasta que se realice la
figura en Jesucristo. Por eso Nuestro Señor anuncia bajo diversas formas la transitoriedad del
templo de Jerusalén :
a) anunciando su futura destrucción: cuando los apóstoles invitan a Nuestro Señor a admirar
las construcciones del templo de Herodes, les responde: “¿Veis todo esto? En verdad os digo,
no quedará ahí piedra sobre piedra que no sea demolida”4;
b) anunciando a la samaritana un culto que ya no tendrá como centro exclusivo el santuario de
Jerusalén: “Mujer, créeme, viene la hora en que ni en ese monte 5 ni en Jerusalén estará vincu-
lada la adoración al Padre... Viene la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores ado-
rarán al Padre en espíritu y en verdad”6;
c) simbolizando el rechazo del templo mediante la acción simbólica de la expulsión de los
vendedores del templo 7: Nuestro Señor arroja del templo a los animales que allí se vendían, y a
los que los vendían, y los aleja del templo, aplicando la enseñanza del Profeta: “Estoy harto de
holocaustos de carneros, y grasa de cebones, y no me complazco en la sangre de novillos de
carneros y machos cabríos”8.
Por eso, al morir Nuestro Señor Jesucristo sobre la Cruz, el velo del templo, que separaba el
Santísimo del Santo, se desgarra de arriba abajo9, significando la abrogación y supresión del tem-

1
Juan 1, 14.
2
Mateo 12, 1-8.
3
Juan 2, 19.
4
Mateo 24, 1-2.
5
“En ese monte”: se refiere la samaritana, y Nuestro Señor, al monte Garizim, donde los samaritanos tributaban a Yahvéh
un culto ilegítimo y cismático.
6
Juan 4, 21-23.
7
Juan 2, 13-22.
8
Isaías 11, 1.
9
Mateo 27, 51.
EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO 87

plo y del antiguo culto por parte de Dios, al cumplirse su simbolismo en la persona de nuestro Re-
dentor.
2. Si quisiésemos ahora ver de qué manera el Tabernáculo y el Templo fueron figura de Cristo, po-
demos decir lo siguiente :
x El Santísimo, que era la parte más sagrada del templo, y absolutamente inaccesible para todos,
salvo para el Sumo Sacerdote una vez por año en la fiesta de la Expiación, era prenda y símbolo
de la presencia del Señor en medio del pueblo. Figuraba, pues, la naturaleza divina de Cristo, que
en cuanto Dios tiene su morada sobre los querubines (“¿A quién de los ángeles dijo Dios alguna
vez: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado»; o también: «Yo para él seré Padre, y él para mí
será Hijo»? Por eso, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: «Adórenle los ángeles de
Dios»”1). Desde allí hablaba Dios al pueblo de Israel; por eso también Dios nos habla por medio
de su Verbo, a quien envió al mundo para revelarnos al Padre: “Dios, que en los tiempos pasados
muy fragmentaria y variadamente ha hablado a nuestros padres por medio de los profetas, al fin
de estos días nos habló a nosotros en la persona del Hijo, a quien constituyó heredero de todas
las cosas, por quien hizo también los mundos”2;
x El Atrio, la parte a que tenía acceso todo el pueblo, por ser lugar destinado a los sacrificios
cruentos y a las purificaciones, recordaba constantemente la necesidad de la expiación y de la san-
tificación de las almas. Por eso era figura de la humanidad de Nuestro Señor, por la que se hizo
semejante a nosotros en todo, excepto el pecado, pero para cargar con todos nuestros pecados y
expiarlos en nuestro nombre sobre el altar de la cruz;
x Y el Santo, o parte intermedia, donde los sacerdotes aplacaban a Dios en favor del pueblo, re-
cordaba a Israel el deber de entregarse completamente a Dios y de vivir unido con El por media-
ción de los sacerdotes. Por eso era figura de la función de Mediador que asumió Nuestro Señor Je-
sucristo, esto es, de su sacerdocio y de su carácter de víctima. Así como el Santo unía el Santísimo
con el Atrio, así también Cristo, uniendo la divinidad con la humanidad, esto es, siendo Dios y
hombre a la vez, era el único que podía interceder por los hombres ante Dios, y el único que podía
comunicar de nuevo los dones de Dios a los hombres.

B. La presencia de Dios en medio de su pueblo, simbolizada por el Templo, se hace


realidad en la Iglesia Católica
1. Dice San Clemente de Alejandría: “El templo y el Cuerpo de Jesús son, a mi modo de ver, un tipo
de la Iglesia... Aunque la hermosa ordenación de las piedras sea destruida, aunque todos los huesos
de Cristo sean dispersados por las persecuciones y tormentos, el Templo será restaurado y el Cuerpo
resucitará al tercer día... Porque al tercer día, en un ciclo nuevo y en una tierra nueva, todos esos
huesos, toda la casa de Israel, resucitarán en el gran día del Señor... Así como el cuerpo visible de
Jesús fue crucificado y sepultado, y luego resucitó, así el cuerpo total de Cristo, formado por los
santos, ha sido crucificado en El y ya no vive..., ha sido sepultado. Mas en el día de la resurrección
cada una de las piedras vivas, según los méritos de su vida en la tierra, será una piedra del Templo:
unas serán puestas en el fundamento en calidad de apóstol o de profeta...; otras sostendrán a las más
deficientes; unas estarán entre las piedras puestas en el corazón del edificio, donde descansan el

1
Hebreos 1, 5-6.
2
Hebreos 1, 1-2.
88 CUADERNOS DE LA REJA

Arca, los Querubines y el Propiciatorio; otras en el muro del recinto; y otras serán piedras del altar
de las ofrendas, fuera del recinto de los sacerdotes”.
2. Cristo no es sólo el verdadero Templo de Dios, sino que además se declara “Piedra angular” del
Nuevo Templo, piedra rechazada por los Judíos edificadores, esto es, por los responsables religiosos
del pueblo escogido, pero elegida por Dios. Es decir, Jesucristo es Templo de Dios y a la vez la Pie-
dra fundamental de un Templo más extenso, en el que los Apóstoles son los fundamentos, y las almas
fieles, redimidas, las piedras del mismo.
x El Apóstol San Pablo compara a la Iglesia de Corinto con una “construcción” hecha por Dios,
con la ayuda de varios “ministros”, entre los cuales figuran Pablo, Apolo y otros1. Pablo ha puesto
el fundamento del edificio, otros deben construir sobre esa base; pero nadie puede edificar sobre
otro fundamento que él ya ha puesto: Jesucristo2. Y así añade: “¿No sabéis que sois templo de
Dios, y el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo des-
truirá a él: porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros”3.
x La Iglesia es un templo, porque cada uno de sus fieles lo es también, tanto en su cuerpo como
en su alma. El cristiano es templo por estar unido a Cristo mediante la acción del Espíritu Santo,
que habita en nosotros: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Tomando,
pues, los miembros de Cristo, ¿los voy a hacer miembros de una ramera?... ¿No sabéis que vues-
tros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros, al cual habéis recibido de
Dios, y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio? Glorificad, pues,
a Dios en vuestro cuerpo”4. La presencia del Espíritu Santo en nosotros es un dominio, porque El
rige nuestras almas. Ya no nos pertenecemos, porque hemos sido consagrados, comprados: es la
transposición de la idea del antiguo templo, que era a la vez habitación y propiedad de Dios.
x “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y miembros de
la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra
angular el mismo Cristo Jesús; en el cual todo el edificio, armónicamente trabado, se alza hasta
ser templo santo en el Señor; en el cual también vosotros sois juntamente edificados para ser mo-
rada de Dios en el Espíritu”5. Es la idea que ya hemos visto también en San Clemente de Alejan-
dría: Cristo es la piedra angular del edificio que Dios va a construirse, no por mano de hombre:
piedra angular que une en un solo pueblo, en una sola construcción, en un solo Cuerpo, a las dos
naciones, la judía y la griega. De esta construcción nadie es ya rechazado si cree en nuestro Señor
Jesucristo; y quien entra en ella ya no es para Dios huésped ni extranjero, sino piedra viva del
templo de Dios. Es la idea que a continuación desarrolla también San Pedro.
x “Arrimaos a Cristo, como a Piedra viva que es... También vosotros sois a manera de piedras
vivas edificadas encima de El, una casa espiritual, un sacerdocio santo, para ofrecer víctimas es-
pirituales que sean agradables a Dios por Jesucristo”6.
3. Las citas podrían seguir, pues abunda en las Escrituras el concepto de la Iglesia Católica como
templo de Dios. “Nosotros —afirma de nuevo San Pablo— somos templo de Dios vivo, según lo que
dijo Dios: «Moraré entre ellos, y en medio de ellos andaré, y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pue-

1
I Corintios 3, 4-5.
2
Vers. 9-11.
3
Vers. 16-17.
4
I Corintios 6, 15 y 19-20.
5
Efesios 2, 19-20.
6
I Pedro 2, 4-5.
EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO 89

blo»”1. El Apocalipsis presenta a la Iglesia triunfante, pasada ya la gran tribulación y el tiempo pre-
sente, como la nueva Jerusalén, el Templo y la ciudad donde Dios habitará para siempre: “Vi un cielo
nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descender del cielo por la mano
de Dios, como una novia engalanada para su Esposo. Y oí una voz grande que venía del Trono y
decía: Ved aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres, y morará con ellos. Y ellos serán su pue-
blo, y el mismo Dios en medio de ellos será su Dios... Y dijo el que estaba sentado en el Trono: He
aquí que hago nuevas todas las cosas... Y me dijo [el ángel]: Ven y te mostraré a la novia, la Esposa
del Cordero. Y me llevó en espíritu a un monte grande y encumbrado, y me mostró la ciudad santa de
Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, radiante con la gloria misma de Dios... Y tenía un
muro alto con doce puertas, y sobre las puertas doce ángeles y nombres inscritos, que son los nom-
bres de las doce tribus de los hijos de Israel... Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre
ellos doce nombres, los de los doce apóstoles del Cordero... Y el material de construcción del muro
era jaspe, y la ciudad oro puro, semejante a vidrio transparente... Los fundamentos del muro de la
ciudad estaban hermosamente labrados con toda clase de piedras preciosas... Y las doce puertas
eran doce perlas... Y las calles de la ciudad eran oro puro, como vidrio transparente. Y templo no vi
en ella, pues el Señor Dios omnipotente es su templo, como también el Cordero. Y la ciudad no
tiene necesidad de sol ni de luna para que alumbren en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y su
antorcha es el Cordero”2. Nótese que templo es a la vez la misma ciudad, y el Cordero que está en
ella: Cristo, y su Iglesia.

4. Para ver cómo se aplica a la Iglesia el simbolismo del Tabernáculo (y del Templo, que tenía la
misma estructura), sírvanos la explicación que da Schuster-Holzammer :
“La Iglesia de Cristo, como el Tabernáculo, es un todo majestuoso, sólidamente eslabonado, ar-
mónico e íntimamente unido. Sus más preciosos tesoros son, no las tablas de la Ley, que eran de pie-
dra, sino el Legislador mismo, que deposita su ley de amor en las tablas vivas de los corazones de sus
fieles. La mesa de los panes de la proposición es el Santo Sagrario con el Santísimo Sacramento; el
candelabro, el Evangelio; las siete lámparas, los siete dones del Espíritu Santo y los siete Sacramen-
tos; el altar de los holocaustos es el madero de la Cruz, de ningún valor en sí mismo, pero de infinito
por el sacrificio que en él se llevó a cabo; el baño de bronce es la pila bautismal, imagen del Reden-
tor, cuya sangre preciosa se derrama, como de otras tantas fuentes de salud, por las cinco aberturas de
sus sagradas llagas, y nos purifica de todos nuestros pecados” 3 .

IV. ¿Y las iglesias de piedra?


1. Las iglesias que hoy encontramos a nuestro paso, caminando por las calles de la ciudad, y la mis-
ma iglesia que estamos nosotros construyendo en nuestro Seminario, no son ajenas a la grandeza del
Templo tal como lo acabamos de estudiar. El Templo es Cristo y su Iglesia. Pero este Templo espiri-
tual necesita una expresión visible de su unidad; y esta expresión visible es la iglesia material. La
Iglesia es un lugar especial, consagrado, en que los fieles expresan su unión al verdadero Templo de
Dios que es Jesucristo, y su pertenencia al verdadero Templo de Dios que es la Iglesia Católica.

1
II Corintios 6, 16.
2
Apocalipsis 20, 1-23.
3
“Historia Bíblica”, tomo I, nº 308.
90 CUADERNOS DE LA REJA

2. El templo cristiano es, pues, la casa de Dios entre los hombres por manera más sublime y propicia
que el templo del Antiguo Testamento. Este era sólo una figura de algo futuro, mientras que nuestras
iglesias son la expresión sensible de Jesucristo y de su interior, y de la Iglesia Católica en su jerar-
quía, en la unión existente entre sus miembros, en los bienes sobrenaturales que posee.
3. “En el Sancta Sanctorum, en el coro (presbiterio) -nos dice Schuster-Holzammer- está el Arca de
la Alianza, el Tabernáculo con el Santísimo Sacramento, donde Jesús está presente día y noche bajo
las especies de pan, envuelto como de una nube, pero verdadera, real y substancialmente, con su hu-
manidad y divinidad. El Santísimo Sacramento está dirigido hacia oriente, porque en Jesús nos nació
el sol de justicia; el vaso del maná es el copón que encierra el verdadero pan del cielo; las Tablas de
la Ley son el Evangelio, que antiguamente se guardaba junto al Santísimo Sacramento y que se canta
en el coro de la iglesia. La mesa de los panes de la proposición del Tabernáculo recuerda el Santísimo
Sacramento expuesto a la adoración del pueblo, o distribuido a los fieles en la mesa del Señor. El
altar del incienso está sustituido por las oraciones infinitamente preciosas de Cristo y de su Iglesia, las
cuales se elevan del altar y ascienden al cielo; o también por la oración pública y privada del Oficio
Divino de los sacerdotes, y por las plegarias de los fieles. El candelabro de oro, que día y noche ardía
en el Sancta Sanctorum, está reemplazado por la lámpara del Santísimo, imagen de Cristo, luz del
mundo, y por nuestra devoción y amor que nunca deben apagarse. Al Atrio corresponde en nuestras
iglesias la nave a donde todos tienen acceso. La pila bautismal nos recuerda el altar de la cruz, donde
se realizó la reconciliación con Dios; la pila del agua bendita nos trae a la memoria la limpieza de
alma, necesaria para entrar en la casa de Dios” 1 .

V. Conclusión
1. ¡Cuánto nos importa, pues, dedicar a la construcción de iglesias, de capillas, y en concreto de la
iglesia de nuestro Seminario, todos nuestros esfuerzos y todo nuestro celo! Las iglesias son los luga-
res del encuentro o de la reunión con Dios Nuestro Señor: allí las almas nacen a la vida de la gracia
por el sacramento del Bautismo, son fortalecidas con la virtud de lo alto mediante el sacramento de la
Confirmación, son alimentadas con el Pan de vida, que es el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, por
el sacramento de la Comunión. Allí alcanzan la remisión plena de sus pecados por el ofrecimiento
cotidiano del Santo Sacrificio de la Misa, y por el sacramento de la Penitencia. Allí rezan los sacerdo-
tes por las necesidades de la Iglesia; y allí también las almas de toda condición pueden implorar de
Dios perdón, consuelo, alivio en sus penas, luz en sus tinieblas, consejo en sus dudas, ayuda en su
debilidad. La iglesia es, pues, el centro desde donde la vida divina irradia hacia las almas.

2. La iglesia de nuestro Seminario estará dedicada, consagrada, en honor de la Inmaculada Concep-


ción de María. Y ello es para nosotros un nuevo título de generosidad y de celo en su favor. ¿Por qué?
Porque Nuestra Señora, desde su Inmaculada Concepción, fue preparada por Dios, de manera ente-
ramente singular y por medio de los más admirables privilegios, para ser la digna morada del Hijo
Unigénito de Dios. El Verbo hecho carne se dignó albergarse en su purísimo seno. Allí recibió de
María la naturaleza humana que lo había de hacer Sumo Sacerdote y Víctima a la vez. Por eso, nues-
tra iglesia la representará a Ella de manera muy particular. Cuando entraremos en ella, pensaremos
que entramos en el Corazón de María. En él aprenderemos a recogernos, a rezar, a ofrecer el sacrifi-

1
“Historia Bíblica”, tomo I, nº 309.
EL SIMBOLISMO DEL TEMPLO 91

cio de todo lo que nos es penoso; en él encontraremos la vida de nuestra alma, y sobre todo la unión
con Jesús, la reunión con nuestro Dios.

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