Review of Santiesteban Oliva Hector Trat

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SANTIESTEBAN OLIVA, Héctor. Tratado de monstruos. Ontología teratológica.

México,

D.F.: Plaza y Valdés, 2003. 329 pp. (ISBN: 970-722-259-X)

Afortunadamente, los últimos años han sido fecundos en lo que a estudios sobre monstruos se

refiere, cubriéndose así un tema de gran importancia en la literatura del Siglo de Oro. Si hace

poco Reichenberger publicaba el libro de Elena del Río Parra, ahora la editorial mexicana Plaza

y Valdés da a la luz un Tratado de monstruos que brilla con virtudes diferentes, y tal vez

complementarias, a las del trabajo de Elena del Río. Para empezar, Héctor Santiesteban delimita

el alcance de su libro a “la Edad Media y los principios del Renacimiento”, por considerar esta

época un punto culminante “en cuanto a la historia de los monstruos” (15). Sin embargo, el autor

no teme adentrarse en otras épocas diversas, y en culturas alejadas de la occidental, si con ello

ilumina algunos aspectos de los monstruos que toca. De ese modo, el trabajo adquiere una

fecunda y erudita variedad que hace amena su lectura, y que lo convierte en un auténtico Tratado

de monstruos.

Dentro de los monstruos, Santiesteban excluye “monstruosidades derivadas de

anormalidades físicas” como las que trataba el libro de Elena del Río, y decide ocuparse tan sólo

“de anomalías anatómicas con significación expresiva” (14). De este modo, sitúa su trabajo

dentro de una perspectiva semiótica y literaria, utilizando una metodología que denomina

ecléctica y que en verdad incluye la semiótica, pero que también utiliza la técnica “psicológica,

etológica, mitológica, simbólica, filosófica y antropológica” (14). Con estos instrumentos

Santiesteban persigue una definición coherente de la esencia del monstruo (no en vano califica su

libro de Ontología teratológica), definición que adquiere forma a lo largo de los diferentes

capítulos gracias a los diversos métodos empleados.


Así, en el capítulo dedicado propiamente a la ontología del monstruo, Santiesteban

compara los monstruos con otros portentos, maravillas o milagros (38). El monstruo comparte

con ellos un carácter significativo, de signo sobrenatural, como sugiere la etimología de la

palabra, cuidadosamente analizada por el autor (61-62; 81). Como refiere muy claramente en un

pasaje, “los engendros son portavoces y expresiones de una suprarrealidad” (99). Este signo

extraordinario puede tener muchos sentidos: negar el orden natural (41), castigar la desmesura o

hubris de un personaje (70), o disuadir a los hombres de ejecutar algún acto, que es la función

propia de los monstruos llamados apotrópeos (54). Dentro de estas páginas brillan con especiales

méritos las dedicadas a la historia de la definición de monstruo, en las que Santiesteban recorre

diversas autoridades desde la Antigüedad clásica hasta los siglos XIX y XX. De este modo, el

autor alcanza su propia definición de monstruo, compuesta por tres “teratinos” (o cualidades

esenciales de lo monstruoso): ser fabuloso, terrorífico y significativo (59; 82).

Otro capítulo destacable por su utilidad para los estudiosos de la literatura es el dedicado

a las funciones y usos de los monstruos, en el que Santiesteban trata los tipos de monstruo según

su uso en la obra literaria. Así, el autor toca los monstruos apotrópeos, entre los que destaca el

monstruo guardián (102), los monstruos expiatorios (104), los antídotos (105), los psicopompos

o transportadores de almas (106), etc. Merecen destacarse los pasajes que tratan el monstruo

como fenómeno mnemotécnico, cuya rareza funciona como ayuda a la memoria. Santiesteban

demuestra en estas páginas su dominio de la pintura medieval y renacentista italiana, así como de

la bibliografía sobre la mnemotecnia. Sin embargo, olvida citar, al lado del estudio clásico de

Frances Yates, los modernos de Mary Carruthers, especialmente dedicados a la mnemotecnia

medieval y, por tanto, a las representaciones extrañas y monstruosas. Otro capítulo de igual

interés para los estudios literarios es el que trata de la relación simbiótica entre el monstruo y el
héroe. Aquí Santiesteban estudia novedosamente ciertas características del héroe, declarando que

provienen de su archienemigo: tal es el caso de ciertos objetos monstruosos y atributos guerreros

(entre los que el autor cuenta con buen criterio los emblemas heráldicos) y, especialmente, de la

famosa furia guerrera que domina en ocasiones completamente a héroes clásicos como Aquiles,

Héctor, Ayax o Eneas (175-78).

Otro capítulo destacable, esta vez por su interés filosófico, es el dedicado a la

gnoseología teratológica. En él Santiesteban trata con gran solvencia un problema propio de la

teratología: el que monstruos semejantes aparezcan en culturas diversas que no han mantenido

ningún contacto. El autor enumera y analiza las diferentes soluciones que los estudiosos han

ofrecido para este problema: el innatismo de las características del monstruo en la mente humana

(convergencia independiente), y la transculturación universal de estas ideas (difusionismo).

En suma, Tratado de monstruos resulta un libro completo y erudito, cuyo autor maneja

con soltura una bibliografía ingente, en la que caben tanto los clásicos, como los más modernos

estudios teratológicos. Como se puede observar a primera vista, Santiesteban ha renunciado a

realizar una clasificación exhaustiva de los monstruos que aparecen en la Edad Media y

Renacimiento europeos. El lector aceptará prontamente este sacrificio a cambio del propósito

ontológico y universal del libro, que excluye por naturaleza este tipo de enumeraciones. Sin

embargo, el autor podría quizás haber mejorado su creación incluyendo un índice de monstruos

citados, con su correspondiente referencia bibliográfica. Asimismo, el lector echa en menos más

páginas dedicadas al estudio detallado de ciertos monstruos particulares, más reflexiones sobre la

relación de los monstruos con los géneros literarios, y algunas conclusiones sobre cuáles son los

monstruos más representativos de ciertos países, géneros y épocas. No obstante, estas

pequeñeces no entorpecen el gran valor general de la obra de Santiesteban que, repito, resulta
provechosa y amena, y adornada de un estilo elegante, en ocasiones brillantemente epigramático.

En suma, Tratado de monstruos merece un lugar propio entre los libros del más exigente

estudioso de la literatura medieval y áurea, e incluso entre los del aficionado a los buenos

ensayos literarios.

Antonio Sánchez Jiménez

Miami University, Oxford, OH

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