Derrida, J - Hay Que Comer o El Cálculo Del Sujeto
Derrida, J - Hay Que Comer o El Cálculo Del Sujeto
Derrida, J - Hay Que Comer o El Cálculo Del Sujeto
Jacques Derrida
Entrevistado por Jean-Luc Nancy**. Versión castellana de Virginia Gallo y Noelia Billi. Revisada
por Mónica Cragnolini., en Confines, n.º 17, Buenos Aires, diciembre de 2005. Texto en
francés
1. “¿Quién viene después del sujeto?”, el “quién” quizá ya haga señas hacia una
gramática que no estaría más sujetada al “sujeto”.
“Hay que comer” o el cálculo del sujeto- Jacques Derrida- Página 2 de 23
Ahora bien, ¿no es preciso tomar una primera precaución respecto a la doxa que
domina, por decirlo así, la formulación misma de la pregunta? Esta precaución no sería
una crítica. Sin dudas, si es necesario referirse a tal doxa, no sería solamente para
analizarla y eventualmente descalificarla. La pregunta “¿Quién viene después del
sujeto?” (esta vez subrayo “después”) supone que, para una cierta opinión filosófica,
hoy en día, en su configuración más visible, algo llamado “sujeto” puede ser
identificado, así como puede ser identificada su pretendida superación en los
pensamientos o los discursos identificables. Esta “opinión” es confusa. La confusión
consiste, al menos, en mezclar groseramente un gran número de estrategias discursivas.
Si en el curso de los últimos 25 años, en Francia, las más notables de estas estrategias
han procedido, en efecto, a una suerte de discusión con “la cuestión del sujeto”, ninguna
de ellas ha buscado “liquidarlo” como tal (no sé, por lo demás, a qué concepto filosófico
puede corresponder esta palabra, que comprendo mejor en otros códigos: finanzas,
bandidaje, terrorismo, criminalidad civil o política; y no se habla, pues, de
“liquidación”, más que desde la perspectiva de la ley, incluso de la policía). El
diagnóstico de “liquidación” denuncia, en general, una ilusión y un error, él acusa: se ha
querido “liquidar”, se ha creído poder hacerlo, no dejaremos que lo hagan. El
diagnóstico implica, pues, una promesa: nosotros vamos a hacer justicia, vamos a salvar
o rehabilitar al sujeto. Consigna, pues: retorno al sujeto, retorno del sujeto. Sería
menester, por otro lado, sea dicho por elipsis, preguntarse si la estructura de todo sujeto
no se constituye sino en la posibilidad de esta forma de repetición que llamamos
retorno, y si, más seriamente, ella no está esencialmente ante la ley, si no es en función
de la ley y la experiencia misma –si la hay– de la ley, pero dejemos esto. Tomemos
algunos ejemplos de tal confusión, ayudándonos con algunos nombres propios cual si
fueran indicios. ¿Lacan ha “liquidado” al sujeto? No. El “sujeto” descentrado del cual él
habla no tiene, indudablemente, los rasgos del sujeto clásico (y aun, habría que mirar
más de cerca...), continúa siendo, sin embargo, indispensable para la economía de la
teoría lacaniana. Es, asimismo, un correlato de la ley.
Althusser, Foucault), para ciertos pensamientos que ellos privilegian (Freud, Marx,
Nietzsche), el sujeto es quizá reinterpretado, resituado, reinscrito, ciertamente no está
“liquidado”. La pregunta “¿quién?”, especialmente en Nietzsche, insiste aquí con tanta
más fuerza. Es también verdadero en Heidegger, referencia o blanco fundamental de la
doxa de la cual hablamos. La interrogación ontológica que trata sobre el subjectum en
sus formas cartesiana y post-cartesiana es todo excepto una liquidación.
J. D.: –Pero esta “salida” no es una salida, ella no se deja asimilar a un pasar más allá, a
una caducidad, menos aun a una “liquidación”.
J. D.: –Si. Pero dos cosas. El desarrollo muy sumario que acabo de arriesgar responde
rápidamente a aquello que puede tener de sumario, justamente, esta doxa, que no se
toma el trabajo de analizar de cerca, de forma diferencial, las estrategias diferenciadas
de todos estos tratamientos del “sujeto”. Hubiéramos podido tomar ejemplos más
próximos a nosotros, pero dejemos esto. El efecto dóxico consiste en decir: todos estos
filósofos creen haber puesto al sujeto detrás de ellos...
J. D.: –Es este efecto de consigna a lo que apunto. Segunda cuestión: aquello que tú
llamas el “hilo del cual tirar”, en Heidegger resulta quizá, entre otras vías, de aquella de
una analogía (a tratar muy prudentemente) entre la función del Dasein en Ser y Tiempo
y la de un sujeto en un dispositivo ontológico trascendental, incluso ético-jurídico. El
Dasein es irreductible a una subjetividad, desde luego, pero la analítica existenciaria
conserva todavía los rasgos formales de toda la analítica trascendental. El Dasein y
aquello que en él responde a la pregunta “¿quién?” viene, desplazando ciertamente
muchas cosas, a ocupar el lugar del “sujeto”, del cogito o del “Ich denke” clásico.
Preserva ciertos rasgos esenciales (libertad, decisión-resolución, para retomar esta vieja
traducción, relación o presencia a sí, “llamada” (Ruf)) sobre la conciencia moral,
responsabilidad, imputabilidad o culpabilidad originaria (Schuldigsein), etc.) Y
cualesquiera hayan sido los movimientos del pensar de Heidegger después de Ser y
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J. D.: —Tu pregunta se hace eco, por legítimas razones estratégicas, de un discurso de
“opinión”, que hay que comenzar, me parece, por criticar o deconstruir. No aceptaría
entrar en una discusión en el curso de la cual supusiéramos saber lo que es el sujeto,
este “personaje” del cual se daría por sentado que es el mismo para Marx, Nietzsche,
Freud, Heidegger, Lacan, Foucault, Althusser, y algunos otros, y que todos estarían de
acuerdo en “liquidar”. La discusión comenzaría a interesarme al llegar, más allá de la
confusión interesante de esta doxa, a una cuestión más seria, más necesaria. Por
ejemplo: si a través de todas estas estrategias diferenciadas el “sujeto”, sin haber sido
“liquidado”, se halla reinterpretado, desplazado, descentrado, reinscrito, y en ese caso.
(I) ¿Qué ocurre con las problemáticas que parecieran presuponer una determinación
clásica del sujeto (objetividad científica u otra, ética, derecho, política, etc.)? y (2)
¿quién o qué es quien “responde” a la pregunta “quién”?
J. D.: —A fin de elaborar esta pregunta desde una perspectiva topológica (“¿Cuál es el
lugar del sujeto?”), tal vez haga falta renunciar a lo imposible, es decir, a reconstituir o a
reconstruir aquello que habrá sido deconstruido (y que estaría por otra parte
deconstruyéndose “por él mismo”, ofrecido desde siempre a la deconstrucción “por sí
mismo”, expresión en la cual se concentra toda la dificultad), y antes bien preguntarse
lo siguiente: ¿qué es lo que, en una tradición que sería preciso identificar de forma
rigurosa (digamos por ahora aquella que va de Descartes a Kant y a Husserl), se designa
bajo el concepto de sujeto de manera tal que, una vez que ciertos predicados son
deconstruidos, la unidad del concepto y del nombre son radicalmente afectados? Tales
predicados serían, pongamos por caso, la estructura subjetiva como ser-yecto —o
puesto-debajo— de la sustancia o del substrato, del hypokeimenon, con sus cualidades
de estancia o de estabilidad, de presencia permanente, de mantenimiento en la relación a
sí, aquello que enlaza al “sujeto” a la conciencia, a la humanidad, a la historia... y sobre
todo a la ley, como sujeto sujetado a la ley, sujeto sometido a la ley en su autonomía
misma, a la ley ética o jurídica, a la ley o al poder político, al orden (simbólico o no)...
J.-L. N.: —No veo bien cómo conservar este nombre sin
enormes malentendidos. Pero en lugar del “sujeto”, hay algo
así como un lugar, un punto de paso singular. Es como el
escritor para Blanchot: lugar de paso, de emisión de una
voz que capta el “murmullo” y se separa de él, pero que no
es un “autor” en sentido clásico. Tal lugar, ¿cómo
nombrarlo? La pregunta “¿quién?” parece conservar algo del
sujeto, tal vez...
J. D.: —Si.
J. D.: —Si, un poco más tarde, eso puede esperar. Yo supuse ingenuamente que
debíamos evitar hablar del “sujeto” como lo hemos hecho o lo haremos, tú o yo, pero es
idiota. Haremos alusión más tarde. Si, es idiota. Por lo demás, se podría poner [mettre]
en escena al sujeto, someter [soumettre] en escena al sujeto en su subjetividad como el
idiota mismo (el inocente, lo propio, lo virginal, lo originario, el nativo, el ingenuo, el
gran principiante: tan grande, tan erigido, tan autónomo como sometido, etc.).
No sólo para interrogar quién hace la pregunta o a propósito de quien [au sujet de qui]
se hace la pregunta (tantas sintaxis determinan ya la respuesta), sino si hay sujeto, y no,
del “quien”, antes del poder de preguntar. Aun no sé quién puede interrogar sobre esto,
y cómo. Pero ya hemos visto abrirse varias posibilidades: el “quién” puede estar,
entonces, antes y como el poder de preguntar (es así como, finalmente, Heidegger
identifica al Dasein y lo elige como hilo conductor ejemplar en la pregunta por el ser), o
bien puede ser, y esto vuelve a lo mismo, aquello posibilitado por el poder de preguntar
de su sujeto (¿quién es quién?, ¿quién es?). [Derrida juega aquí con la equivocidad del
término francés “sujet”, que alude tanto a “sujeto” como a “tema”, “argumento”,
“materia”. N. de las T.] Pero hay todavía otra posibilidad que me interesaría más en este
punto: ella desborda la pregunta misma, la reinscribe en la experiencia de una
“afirmación”, de un “sí”, o de un “compromiso” [en-gage] (es la palabra de la cual me
sirvo en De l’esprit para describir la Zusageb, este acceso al lenguaje, a la marca, que
supone la pregunta más originaria), este “sí, sí”[i] que responde antes mismo de poder
concebir una pregunta, que es responsable sin autonomía, antes y con vistas a toda
autonomía posible del quien-sujeto, etc. La relación a sí no puede ser, en esta situación,
más que de différance, es decir, de alteridad o de huella. No sólo la obligación no se
atenúa, sino que, por el contrario, halla aquí su sola posibilidad, que no es ni subjetiva
ni humana. Lo cual no quiere decir que sea inhumana o sin sujeto, sino que es a partir
de esta afirmación dislocada (entonces sin “firmeza” [fermeté] ni “clausura”
[fermeture]) que algo así como el sujeto, el hombre o quien quiera que se sea, puede
configurarse. Cierro [Je ferme] este largo paréntesis.)
J. D.: –Es en el interior, si se puede decir (pero justamente hay en ello una fractura del
interior) del presente vivo, esta Urform [forma originaria] de la experiencia
trascendental, que el sujeto se compone con el no-sujeto o que el ego se halla marcado –
sin poder hacerlos experiencia originaria y presentativa– por el no-ego y sobre todo el
álter ego. El álter ego no puede presentarse, devenir una presencia originaria para el
ego. Sólo hay una apresentación analógica del álter ego. Éste no puede jamás ser dado
“en carne y hueso”, resiste al principio de principios de la fenomenología, a saber, la
donación intuitiva de la presencia originaria. Tal dislocación del sujeto absoluto desde
el otro y desde el tiempo no se produce, no conduce, más allá de la fenomenología, sino
en ella, al menos sobre su borde, sobre la línea misma de su posibilidad. Es en el
momento en que existe interés en estas dificultades, de manera muy diferente (Lévinas,
Tran Duc Tao, yo mismo)[ii] que, siguiendo también otros trayectos (Marx, Nietzsche,
Freud, Heidegger), en los años 50-60, se ha comenzado a desplazar la centralidad del
sujeto y a elaborar en su lugar este discurso de la “sospecha”, como algunos dicen
ahora. Pero si bien ciertas premisas se encuentran “en” Husserl, estoy seguro de que se
podría hacer una demostración análoga en Descartes, Kant, Hegel. A propósito de
Descartes, se podría descubrir, por ejemplo en la dirección de tu trabajo (cf. Ego Sum,
París, 1979), las paradojas, las aporías, las ficciones o las afabulaciones análogas. No
idénticas sino análogas. Esto tendría, por lo menos, la virtud de desimplificar, de
“deshomogeneizar” la referencia a algo así como el Sujeto. No ha habido jamás para
nadie El Sujeto, he allí lo que quisiera comenzar por decir. El sujeto es una fábula, tú lo
has mostrado bien, y esto no significa dejar de tomarlo en serio (es la seriedad misma),
sino interesarse en aquello que una fábula de este tipo implica en cuanto a palabra y
ficción convenida...
gran racionalismo que no se apoya sobre el principio de razón (en tanto que éste
privilegia en Leibniz tanto la causa final como la representación). El sustancialismo
racionalista de Spinoza critica radicalmente tanto el finalismo como la determinación
representativa (cartesiana) de la idea; no es pues ésta una metafísica del cogito o de la
subjetividad absoluta. El riesgo de tal forclusión es tanto más grave y significativo que
el hecho de que la época de la subjetividad determinada por Heidegger sea también la
de la racionalidad o del racionalismo tecno-científico de la metafísica moderna...
J. D.: –No es sólo el caso de Spinoza el que aquí me importa. Heidegger definió una
hegemonía moderna del sujeto de la representación y del principio de razón. Ahora
bien, si su delimitación opera por forclusión injustificada, es la interpretación de la
época la que se expone a devenir problemática. Todo deviene problemático en tal
discurso.
esto aun una democracia?), en todo caso hacia otro tipo de responsabilidad que
resguarde contra lo que llamé muy rápidamente lo “peor” hace un instante? No se
espere de mí una respuesta de la dimensión de una fórmula. Creo que somos un
determinado número quienes no trabajamos más que en esto, quienes no dejamos de
trabajar por esto, que no puede tener lugar sino como un largo y lento trayecto. Esto no
depende de un decreto especulativo, menos aun de una opinión. Quizá ni siquiera
solamente de la discursividad filosófica. Es decir, sean cuales fueren la fuerza, la
necesidad o la irreversibilidad del gesto heideggeriano, el punto de partida de la
analítica existenciaria continúa siendo tributario de aquello mismo que pone en
cuestión. Tributario de esto, que he aislado de una red de dificultades a las cuales la
había asociado al comienzo de De l’esprit (sobre la pregunta por la pregunta, la técnica,
la animalidad y la epocalidad), y que se relaciona más estrechamente con la axiomática
del sujeto: el punto de partida elegido, el ente ejemplar para una “lectura” del sentido
del ser, es el ente que nosotros somos, nosotros los seres interrogantes, nosotros
quienes, en tanto que abiertos a la pregunta por el ser y por el ser del ente que nosotros
somos, tenemos esta relación de presencia o de proximidad, esta relación a sí, en todo
caso, que falta a todo aquello que no es Dasein. Aun si el Dasein no es el sujeto, el
punto de partida (por lo demás asumido por Heidegger como ontológico-
fenomenológico) continúa siendo análogo, en su “lógica”, a aquello que hereda y que
comienza a deconstruir; esto no es un error, es indudablemente una fase indispensable,
pero ahora...
J. D.: –No he dicho “no hay problemática del sujeto”, sino: “ella no se deja reducir a la
homogeneidad”. Esto no debe prohibir, al contrario, buscar definir –siempre que
tengamos en cuenta las diferencias– ciertas analogías o recursos comunes. Por ejemplo,
el punto de partida en una estructura de relación a sí como tal y de reapropiación me
parece común tanto al idealismo trascendental, como al idealismo especulativo en tanto
pensamiento de la subjetividad absoluta, como a la analítica existenciaria que propone
la deconstrucción. Ser y Tiempo involucra, cuanto menos, las posibilidades más propias
del Dasein en su Eigentlichkeit [propiedad], sea cual fuere la singularidad de esta
“propiación” que no es, en efecto, una subjetivación. Además, el punto de partida de la
analítica existenciaria en el Dasein no sólo privilegia la relación a sí, sino también el
poder de preguntar. Ahora bien, yo he intentado mostrar (De l’esprit, p. 147, n. 1, sq,
traducción castellana p. 151, n. 10) lo que esto supone y lo que puede pasarse por alto,
en el mismo Heidegger, cuando tal privilegio de la pregunta se complica o se desplaza.
En aras de la rapidez, yo diría que es en la relación al “sí” (oui) o a la Zusage
presupuestas por toda pregunta, que habría que buscar una nueva determinación (post-
deconstructiva) de la responsabilidad del “sujeto”. Pero aun me parece que sería
preferible, una vez abierto tal camino, olvidar un poco la palabra. No tanto olvidarla, es
inolvidable, sino más bien ordenarla, sujetarla a las leyes de un contexto que ella ya no
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domine desde el centro. Dicho de otro modo, no decirla más sino más bien escribirla,
escribir “sobre” ella, como sobre el “subjectil” por ejemplo.[iii]
Insistiendo sobre el como tal, señalo de lejos el inevitable retorno de una distinción
dogmática entre la relación a sí humana –es decir, de un ente capaz de conciencia, de
lenguaje, de una relación a la muerte como tal, etc.– y una relación a sí no-humana,
incapaz del como tal fenomenológico –y es aun la pregunta del animal que retorna.[iv]
Jamás la distinción entre el animal (que no tiene o no es un Dasein) y el hombre ha sido
tan radical y tan rigurosa, en la tradición filosófica occidental, como lo es en Heidegger.
El animal no será jamás ni sujeto ni Dasein. Tampoco tiene inconsciente (Freud) ni
relación con el otro como otro, más cuando no hay un rostro animal (Lévinas). Es a
partir del Dasein que Heidegger determina la humanidad del hombre.
J. D.: —No debemos excluir nada. He dicho “animal” por comodidad y por servirme
de un índice tan clásico como dogmático. La diferencia entre el “animal” y el “vegetal”
continúa siendo también problemática. Bien entendida, la relación a sí en la ex-
apropiación es radicalmente diferente (y es porque se trata de un pensamiento de la
différance, no de la oposición) según se trate de aquello que llamamos lo “no-viviente”,
el “vegetal”, el “animal”, el “hombre” o “Dios”. La pregunta retorna siempre a la
diferencia entre lo viviente y lo no-viviente. He intentado señalar la dificultad que ella
presenta tanto en Hegel y Husserl como en Freud o Heidegger...
J. D.: —Las categorías de Vorhandenheit [ser ante los ojos] y de Zuhandenheit [ser a
la mano] están también destinadas a evitar aquellas de objeto (correlato del sujeto) y de
instrumento. El Dasein es desde el principio yecto. Lo que volvería a enlazar la
analítica del Dasein a la herencia del sujeto, sería tal vez más la determinación del
Dasein como Geworfenheit, su ser-yecto originario: no la de un sujeto que llegaría a ser
yecto, sino más bien la de un ser-yecto más originario que la subjetividad y, por
consiguiente, también que la objetividad. Pasividad más originaria que la pasividad
tradicional y que la Gegenstand (Gegenwurf, la vieja palabra alemana para objeto
conserva esta referencia a la yección sin estabilizarla aun en la estancia [stance] de un
stehen. Me permito reenviar aquí a lo que digo de la desistencia del sujeto según
Philippe Lacoue-Labarthe, en Psyché...). Trato de pensar esta experiencia de la
yección/del ser yecto del subjectil [subjectile] fuera de los protocolos heideggerianos de
los cuales recién hablé, y en el enlace a otro pensamiento de la destinación, del azar y de
la destinerrancia (cf. Por ejemplo, “Mes chances”, en Confrontation n° 19; allí he
establecido una relación forcluida entre Heidegger y un pensar de tipo democrático).
J. D.: —Desde el “nacimiento”, sin dudas antes que él, el ser-yecto se reapropia, o más
bien se ex-apropia en las formas que no son aún las del sujeto o del proyecto. La
pregunta “¿quién?” deviene entonces “¿quién (es) yecto?” ¿”Quién” deviene “quién”
desde la destinerrancia del ser-yecto? Que siempre se trate de la huella, pero también de
la iterabilidad (cf. Limited Inc...), significa que esta ex-apropiación no puede ser
estabilizada absolutamente en la forma del sujeto. Esto supone la presencia, es decir, la
sustancia [substance], la estasis [stase], la estancia [stance]. No poder estabilizarse
absolutamente, esto significaría poder solamente estabilizarse: estabilización relativa
de aquello que permanece inestable, o más bien no-estable. La ex-apropiación no se
cierra más, no se totaliza jamás. No sería necesario tomar estas figuras como metáforas
(la metaforicidad supone la ex-apropiación) ni determinarlas conforme a la oposición
gramatical activo/pasivo. Entre el yecto y la caída (Verfallen) hay también un lugar de
pasaje posible. Porque la Geworfenheit, sin ser puesta en cuestión, se deja al margen
después en el pensamiento de Heidegger, es esto lo que es necesario continuar
interrogando. Y la ex-apropiación no es un límite, si bajo esa palabra se entiende una
clausura o una negatividad. Ella supone la irreductibilidad de la relación con el otro. El
otro resiste a toda subjetivación, como así también a la interiorización-idealización de
aquello que llamamos el trabajo del duelo. Lo no-subjetivable en la experiencia del
duelo, eso es lo que intenté describir en Glas o en Memorias (para Paul de Man). Hay
en esto que tú describes como una experiencia de la libertad, en tu último libro, [v] una
apertura que resiste también a la subjetivación, es decir, al concepto moderno de la
libertad como libertad subjetiva. Pienso que deberíamos retornar allí.
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J. D.: —Bajo el título de Jemeinigkeit [ser-en-cada-caso-mío], más allá o más acá del
“yo” subjetivo o de la persona, existe para Heidegger una singularidad, una
irremplazabilidad, lo no-sustituible en la estructura del Dasein. Singularidad o soledad
irreductible en el Mitsein [ser-con] (condición también del Mitsein), pero ésta no es la
del individuo. Éste último concepto corre todavía el riesgo de estar señalando tanto
hacia el ego como hacia una indivisibilidad orgánica o atómica. El Da [ahí] del Dasein
[Ser-ahí] se singulariza sin ser reductible a ninguna de las categorías de la subjetividad
humana (yo, ser razonable, conciencia, persona), precisamente porque ellas lo
presuponen.
ser, si es que hay, si debe haber, un deber en ella. El sujeto, si debe haberlo, viene
después.
Después: ¡no es que sea necesario esperar el fin tan improbable de una
deconstrucción para tomar responsabilidades! Pero para describir el origen, el sentido o
el status de esas responsabilidades, el concepto de sujeto permanece todavía
problemático. Lo que me molesta no es que él sea inadecuado: sin duda no puede o no
debe haber ningún concepto adecuado para eso que llamamos la responsabilidad. Esta
lleva en sí, y debe hacerlo, una desmesura esencial. Ella no se regula ni por el principio
de razón ni por una compatibilidad cualquiera. Yo diría de manera un poco abrupta que
el sujeto es también un principio de calculabilidad –en la política (y hasta en el concepto
actual de la democracia que es menos claro, homogéneo y dado de lo que se cree, o se
aparenta creer, que demanda sin duda ser repensado, radicalizado, como una cosa del
futuro), en el derecho (y yo diría de los derechos del hombre lo que acabo de decir de la
democracia) y en la moral. Es necesario el cálculo y yo no he tenido nunca contra el
cálculo, tú lo sabes, la reticencia condescendiente, la altura “heideggeriana”. Pero el
cálculo es el cálculo. Y si yo hablo frecuentemente de lo incalculable o lo indecidible,
no es por simple gusto del juego o para neutralizar la decisión, al contrario: yo creo que
no hay ni responsabilidad ni decisión ético-política que no deba atravesar la prueba de
lo incalculable o de lo indecidible. No habría, de lo contrario, más que cálculo,
programa, causalidad, o mejor, “imperativo hipotético”.
Es entonces más bien una cierta clausura –saturada o suturada– de la identidad a sí,
una estructura todavía demasiado estrecha de la identificación a sí que confiere hoy al
concepto de sujeto su efecto dogmático. Guardando una distancia que no hay que
ignorar jamás, algo análogo se produce tal vez, me parece, para el concepto de Dasein.
A pesar de todo lo que abre y da para pensar, cuestionar, redistribuir, ese concepto
ocupa todavía un lugar análogo al del sujeto trascendental. Y él se determina, en Sein
und Zeit, a partir de oposiciones todavía insuficientemente interrogadas, me parece. Se
restablece aquí la cuestión del hombre. Sólo en el hombre –y esa es en suma su
definición para Heidegger– es reconocida la posibilidad para el “quien” indeterminado
de devenir-sujeto o, más originariamente, de devenir Dasein y Dasein yecto
(geworfene) en el mundo. Esto, por oposición a toda otra forma de relación a sí, por
ejemplo lo que se llama el viviente en general, noción todavía muy oscura, por las
razones mismas de las cuales hablamos. En tanto que no hemos deconstruido esas
oposiciones –y ellas son fuertes, sutiles, a veces muy implícitas– se reconstituye bajo el
nombre de sujeto, incluso bajo el nombre de Dasein, una identidad ilegítimamente
delimitada. ¡Ilegítimamente, pero frecuentemente en nombre del derecho, justamente!
De un cierto derecho, porque es para fijar un cierto derecho, un cierto cálculo jurídico-
político que se interrumpe así el cuestionamiento. La deconstrucción llama entonces a
otro derecho, o más bien se deja llamar por él, un derecho más exigente todavía, que
prescribe, de otro modo, más responsabilidad.
Si se vuelven a tratar en esta semántica del yectar o del “subjectil” que instituye el
concepto de sujeto, se debe remarcar que la Geworfenheit (el ser-yecto) del Dasein,
antes mismo de ser subjetivado, no caracteriza simplemente un estado, un hecho, el ser-
yecto en el mundo al momento del nacimiento. Ella puede también describir una manera
de ser yectado, entregado, expuesto a la llamada (Ruf). Recuerda el análisis del
Gewissen y del Schuldigsein originario. Heidegger demuestra en particular lo que tiene
de insuficiente, desde el punto de vista antropológico-ontológico, tanto la imagen (Bild)
del tribunal kantiano como el recurso a las facultades psíquicas o a los actos personales
(p. 271) para describir la llamada y la “conciencia moral”. Pero la traducción permanece
equívoca. Gewissen no es todavía la “conciencia moral” que ella hace posible, como así
tampoco la Schuldigsein es una culpabilidad: más bien, la posibilidad de ser culpable,
la pasibilidad o la imputabilidad. Yo estaría tentado de poner en relación esta llamada
con lo que Heidegger dice de modo enigmático y elíptico de la “voz del amigo”, de la
“comprensión” de esta voz que todo Dasein “lleva en él” (p. 163). Yo lo retomo en otra
parte, en un texto que está por aparecer. Pero remarco ya esto: el “quien” de la amistad,
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la voz del amigo así descripta pertenece entonces a la estructura existenciaria del
Dasein. No es una pasión o un afecto entre otros. El “quien” de la amistad precede toda
determinación subjectal, como la llamada (Ruf) que provoca o convoca la “conciencia”
y abre entonces la responsabilidad. Es en la apertura indefinida de esta cuestión que yo
estaría tentado de leer tu libro La communauté désœuvrée [trad. cast. La comunidad
inoperante, Jean-Luc Nancy], o de leer La communauté inavouable [trad. cast. La
comunidad inconfesable, Maurice Blanchot] o aún algunas líneas de L’amitié [trad.
cast. en La risa de los dioses] de Blanchot: “Y cuando formulamos la pregunta: `¿Quién
fue el sujeto de esta experiencia?’, el hacer esta pregunta puede ser ya respuesta, si, a
aquello mismo que la ha conducido, es bajo esta forma interrogativa que ella se ha
afirmado en él, sustituyendo el ‘Yo’ cerrado y único por la apertura de un ‘¿Quién?’ sin
respuesta; no es que eso no signifique que él no haya necesitado preguntarse: ‘¿cuál es
este mí que yo soy?’, sino antes bien, más radicalmente rehacerse sin descanso, no más
como ‘Yo’ sino como un ‘¿Quién?’, el ser desconocido y resbaladizo de un ‘¿Quién?’
indefinido” (p. 328). [Traducimos directamente de la cita de Derrida, la cual no está
revisada. N. de las T.]
El origen de la llamada que no viene de ninguna parte, cuyo origen en todo caso no
es todavía un “sujeto” divino o humano, instituye una responsabilidad que se encuentra
en la raíz de todas las responsabilidades ulteriores (moral, jurídica, política), de todo
imperativo categórico. Decir de esta responsabilidad, y aún de esta amistad, que ella no
es ni “humana” ni “divina”, no es denominarla simplemente inhumana. Es decir, tal vez
es más “digno” de la humanidad mantener una cierta inhumanidad, el rigor de una cierta
inhumanidad. De todas maneras, la elección no nos es dejada ahí por esta ley. Algo de
esta llamada del otro debe permanecer no reapropiable, no subjetivable, de una cierta
manera no-identificable, suposición [supposition] sin agente [suppôt], para ser todavía
del otro, llamada singular a la respuesta o a la responsabilidad. Es por esto que la
determinación del “Quien” singular, en todo caso su determinación como sujeto,
permanece siempre problemática. Y debe permanecer [así]. Este deber no es solamente
un imperativo teórico.
J. D.: –Si, eso que la restringiría a una gramática reglada no solamente por un lenguaje
llamado occidental sino también por aquello que se cree es la humanidad misma del
lenguaje.
Ateniéndonos a las posibilidades típicas originales, tomamos las cosas desde otro
costado: no más el de Heidegger, sino el de Lévinas, para quien la subjetividad, de la
cual habla de una manera bastante insólita, nueva y fuerte, se constituye primero como
la del rehén. Así repensado, este será entregado al otro en la apertura santa de la ética,
en el origen de la santidad misma. El sujeto es responsable del otro antes de serlo de él
mismo como “yo”. Esta responsabilidad del otro, por el otro, le adviene por ejemplo
(pero éste no es un ejemplo más entre otros) en el “No matarás en absoluto”. No
matarás en absoluto a tu prójimo. [Tanto Lévinas como Derrida juegan con los
múltiples sentidos de “prochain”: prójimo, próximo, cercano. Traducimos por la
versión castellana más adecuada al contexto. N. de las T.] Todas las consecuencias se
encadenan, y deben hacerlo de manera continua: tú no lo harás sufrir, esto que a veces
es peor que la muerte, no le harás mal, no lo comerás, ni siquiera un poquito, etc. El
otro, el prójimo, el amigo (Nietzsche prueba disociar estos dos valores en Zaratustra,
pero dejemos esto, intentaré volver en otra parte), es sin duda en el alejamiento infinito
de la trascendencia. Pero el “No matarás en absoluto” se dirige a él y lo supone. Él se
destina a aquello mismo que él instituye, el otro como hombre. Es de él que el sujeto es
en primer lugar rehén. El “No matarás en absoluto” –con toda su consecuencia, que es
sin límite– no ha sido nunca entendido en la tradición judeocristiana, ni aparentemente
por Lévinas, como un “no expondrás a la muerte al viviente en general”. Él ha tomado
sentido en las culturas religiosas para las cuales el sacrificio carnívoro es esencial, como
el ser-carne. El otro, tal como se deja pensar conforme al imperativo de la trascendencia
ética, es ya el otro hombre: el hombre como el otro, el otro como hombre. Humanismo
del otro hombre es un título en el que Lévinas suspende justamente la jerarquía del
atributo y del sujeto. Pero el otro hombre es el sujeto.
Discursos tan originales como los de Heidegger y de Lévinas trastornan, sin duda
alguna, un cierto humanismo tradicional. Estos son, no obstante, humanismos
profundos, y ambos lo son a pesar de las diferencias que los separan, en la medida en
que ellos no sacrifican el sacrificio. El sujeto (en el sentido de Lévinas) y el Dasein son
“hombres” en un mundo donde el sacrificio es posible y donde no está prohibido atentar
contra la vida en general, solamente está prohibido atentar contra la vida del hombre,
del otro próximo [prochain], del otro como Dasein. Heidegger no lo dice así. Pero eso
que él coloca en el origen de la conciencia moral (o más bien del Gewissen) es
evidentemente negado al animal. Más allá del Dasein, el Mitsein no le es concedido, si
se puede decir, al viviente en general. Solamente pues a este ser-para-la-muerte que
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hace también del Dasein otra cosa, más y mejor que un viviente. Por más justificada
que sea, desde un cierto punto de vista, la crítica obstinada del vitalismo o de las
filosofías de la vida por parte de Heidegger, pero también de toda consideración de la
vida en la estructura del Dasein, no carece, sin embargo, de relación con lo que llamo
aquí la “estructura sacrificial”. Esta me parece (es, en todo caso y por el momento, una
hipótesis que intento articular con eso que he llamado en otra parte la estructura
“falogocéntrica”) definir el contorno invisible de todos esos pensamientos, sea cual
fuere la diferencia marcada por Lévinas respecto de la ontología (en nombre de lo que él
llama metafísica) o por Heidegger respecto de la metafísica onto-teológica. Para ir acá
bastante rápido, intentaré unir la cuestión del “quien” y la cuestión del “sacrificio”.
menos como límite oposicional, como aquel del “hombre” y del “animal,” y si en la
experiencia (simbólica o real) del “comer-hablar-interiorizar”, la frontera ética no pasa
ya rigurosamente entre el “no matarás en absoluto” (al hombre, tu prójimo) y el “no
expondrás a la muerte al viviente en general”, sino entre varios modos, infinitamente
diferentes, de la concepción-apropiación-asimilación del otro, entonces, en cuanto al
“Bien” de todas las morales, la cuestión consistirá en determinar la mejor manera, la
más respetuosa y la más reconocedora, la más donante también de relacionarse con el
otro y de relacionar al otro consigo. Para todo esto que sucede al borde de los orificios
(de la oralidad, pero también de la oreja, del ojo –y de todos los “sentidos” en general)
la metonimia del “bien comer” será siempre la regla. La cuestión no es tanto saber si es
“bueno” o está “bien” “comer” al otro, y a cuál otro. Lo comemos de todas maneras y
nos dejamos comer por él. Las culturas llamadas no antropófagas practican la
antropofagia simbólica y lo mismo construyen lo más elevado de su socius, incluso la
sublimidad de su moral, de su política y de su derecho, sobre esta antropofagia. Los
vegetarianos también comen al animal y aún al hombre. Ellos practican otro modo de
denegación. La cuestión moral no es entonces, ni lo ha sido jamás: hay que comer o no
hay que comer, comer esto y no aquello, al viviente o al no viviente, al hombre o al
animal, sino más bien: ya que es bien necesario comer de todas maneras y que eso está
bien, y que es bueno, y que no hay otra definición del bien, ¿cómo hay que comer bien?
Y ¿qué implica esto? ¿Qué hay que comer?, ¿cómo regular esta metonimia de la
introyección? Y ¿en qué la formulación misma de estas preguntas en el lenguaje da
todavía de comer? ¿En qué la pregunta, si quieres, es todavía carnívora? La cuestión
infinitamente metonímica del sujeto del “Hay que comer bien” no debe ser alimentada
solamente por mí, por un yo, que entonces comería mal, ella debe ser compartida, como
tú tal vez lo dirás, y no solamente en la lengua. “Hay que comer bien” no quiere decir en
primer lugar tomar y comprender en si, sino aprender y dar de comer, aprender-a-dar-
de-comer-al-otro. No comemos nunca del todo solos, he aquí la regla del “hay que
comer bien”. Esta es una ley de la hospitalidad infinita. Y todas las diferencias, las
rupturas, las guerras (podemos decir incluso las guerras de religión) tienen este “comer
bien” por apuesta. Hoy más que nunca. Hay que comer bien, he aquí una máxima a la
cual bastaría con hacer variar las modalidades y los contenidos. Al infinito. Ella dice la
ley, la necesidad o el deseo (yo nunca he creído en la radicalidad de esta distinción a
veces útil), la orexis, el hambre y la sed (“es necesario”/”es bien necesario”), el respeto
por el otro en el mismo momento en que, mientras hacemos la experiencia (hablo acá
del “comer” metonímico como del concepto mismo de experiencia), debemos comenzar
a identificarnos con él, a asimilarlo, interiorizarlo, comprenderlo idealmente (lo que no
se puede hacer nunca absolutamente sin dirigirse al otro y sin limitar absolutamente la
comprensión misma, la apropiación identificante), hablarle con palabras que pasan
también por la boca, la oreja y la vista, respetar la ley que es a la vez una voz y un
tribunal (ella se oye, está en nosotros, que estamos delante de ella). El refinamiento
sublime en el respeto por el otro es también una manera de “Comer bien” o del “Bien
comer”. El Bien también se come. Hay que comerlo bien.] Yo no sé, en este punto,
quién es “quien” ni tampoco lo que quiere decir “sacrificio”; para determinar esta última
palabra, retengo solamente este indicio: la necesidad, el deseo, la autorización, la
justificación de la puesta en muerte, la puesta en muerte como denegación del asesinato.
La puesta en muerte del animal, dice esta denegación, no será un asesinato. Y yo
enlazaría esta “denegación” a la institución violenta del “quien” como sujeto. Inútil
subrayarlo, esta cuestión del sujeto y del “quien” viviente está en el centro de las
inquietudes más insistentes de las sociedades modernas, se trata del nacimiento o de la
muerte, de la axiomática a la obra en el tratamiento del esperma o del óvulo, de las
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madres portadoras, del genio genético, de la llamada bioética o biopolítica (¿cuál debe
ser el rol del Estado en la determinación o la protección de un sujeto viviente?), en la
criteriología acreditada por la determinación, incluso la provocación “eutanásica” de la
muerte (¿cómo justificar la referencia dominante a la conciencia, al desear, al córtex?),
en la extracción y el trasplante de órganos, etc. (recuerdo al pasar que la cuestión del
trasplante en general ha sido siempre —y temáticamente desde el comienzo— esencial a
la deconstrucción del falogocentrismo).
Volvamos un poco atrás: ¿en relación a quién, a cuál otro, es el sujeto en primer
lugar yectado (geworfen) o expuesto como rehén? ¿Quién es el “prójimo” [prochain]
en la proximidad misma de la trascendencia, la de Heidegger o la de Lévinas? Estos dos
pensamientos de la trascendencia son tan diferentes como se quiera, tan diferentes o
semejantes como el ser y el otro [l’être et l’autre], pero ellos me parecen fieles a un
mismo esquema. Eso que queda por venir o que queda enterrado en una memoria casi
inaccesible, es el pensamiento de una responsabilidad que no se detenga todavía en esta
determinación del prójimo, en el esquema dominante de esta determinación. Se podría,
si quisiéramos, mostrar que las inquietudes o las preguntas que formulo acá no
conciernen solamente a las metafísicas, a las onto-teologías y a ciertos pensamientos
que pretenden excederlos, sino a la etnología de los espacios religiosos en los cuales
estos pensamientos han sido “presentados”. Yo había intentado sugerir, particularmente
en De l’esprit, que, a pesar de tantas denegaciones, Heidegger fue un pensador
judeocristiano. (Sin embargo, una “etnología” o una sociología de las religiones no
estaría a la medida de estos problemas si no hubiera estado ella misma dominada, como
ciencia regional, por la conceptualidad heredada de esas metafísicas u onto-teologías.
Una tal etnología tendría en particular que residir cerca de la compleja historia de la
cultura hinduista que representa tal vez la confirmación más sutil y decisiva de este
esquema. ¿Es que ella no opone justamente, la jerarquía política —o el ejercicio del
poder— a la jerarquía religiosa, prohibiendo, concediendo e incluso imponiendo la
alimentación con carne? Para ser todavía más breves, podemos pensar en la jerarquía de
los varna, sino de las castas, y en la distinción entre los padres brahmanes, que han
devenido vegetarianos y los guerreros kshatriyas que no lo han hecho)...
J. D.: —La idea según la cual el hombre es el único ser parlante, en su forma
tradicional o en su forma heideggeriana, me parece a la vez indesplazable y altamente
problemática. Bien comprendido, si definimos el lenguaje de tal suerte que sea
reservado a eso que llamamos el hombre, ¿qué decir? Pero si se reinscribe el lenguaje en
una red de posibilidades que no sólo lo circunden sino que también lo marquen
irreductiblemente desde el interior, todo cambia. Pienso en particular en la marca en
general, en la huella, la iterabilidad, la différance, otras tantas posibilidades o
necesidades sin las cuales no habría lenguaje y que no son solamente humanas. No se
trata de borrar las rupturas y las heterogeneidades. Sólo contesto que ellas dan lugar a
un solo límite oposicional, lineal, indivisible, a una oposición binaria entre lo humano y
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lo infra-humano. Y esto que adelanto acá debe permitir dar cuenta del saber científico
sobre la complejidad de los “lenguajes animales”, el código genético, todas las formas
de marcación en el interior de las cuales el lenguaje llamado humano, por original que
sea, no permite “cortar” una sola vez ahí donde desearíamos cortar en general. Tú sabes
que, aunque no parezca, yo hablo acá de problemas muy “concretos” y muy “actuales”:
la ética y la política del viviente. Se sabe menos que nunca dónde cortar –ya sea en el
nacimiento o en la muerte. Y esto quiere decir también que no se sabe nunca, que jamás
se ha sabido cómo recortar un sujeto. Menos que nunca hoy en día. Si nosotros
tuviéramos el tiempo y el lugar, me hubiera gustado hablar del sida, acontecimiento que
podríamos decir historial en la época de la subjetividad si diéramos aun crédito a la
historialidad, a la epocalidad y a la subjetividad.