Danza de Los Concheros

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Danza de Los Concheros

Entre las danzas que han conservado algunos de sus detalles


más marcados de sus orígenes prehispánico se encuentra la
danza llamada "Concheros", ejecutada principalmente en los
pueblos cercanos a la Capital de México. Su ejecución
transporta nuestra imaginación a épocas pretéritas; sin
esfuerzo vienen a nuestra memoria páginas de viejas crónicas
que nos hablan con entusiasmo aunque sucintamente de los
Areytos o Mitotes, y muy especialmente del solemne "mitote,
o baile grande", que ejecutaban los mexicanos en épocas
pasadas.

Dice el Padre Acosta (Historia Natural y Moral de las Indias.


Lib. VI Cap. 28. Barcelona 1591); "Más el ejercicio de
recreación más tenido de los mexicanos es el solemne Mitote,
que es un baile que tenían por tan autorizado, que entraban a
veces en él Reyes; y no por fuerza, como el Rey Don Pedro
de Aragón con el barbero de Valencia. Haciase este baile o mitote de ordinario
en los patios de los templos y de la casa real, que eran lo más espacioso.
Ponían en medio del patio dos instrumentos; uno de hechura de a tambor
(huehuetl), y otro de forma de barril hecho de una sola pieza (teponaztli), hueco
por dentro y puesto sobre una figura de hombre o de animal, o de una columna.
Estaban ambos templados de suerte, que hacían entre sí buena consonancia.
Hacían con ellos diversos sones, y eran muchos y variados los cantores: todos
iban cantando y bailando al son, con tanto concierto, que no discrepaba el uno
del otro, yendo todos a una, así en las voces, como en el mover de los pies,
con tal destreza, que era de ver. En estos bailes se hacían dos círculos de
gente: en medio, donde estaban los instrumentos, se ponían los ancianos,
señores y gente más grave, y allí casi a pie quieto bailaban y cantaban. Al
derredor de éstos, bien desviados, salían de dos en dos los demás bailando en
coro con más ligereza, y haciendo diversa mudanzas, y ciertos saltos a
propósito, y entre sí venían a hacer un circulo muy ancho y espacioso.
Sacaban en estos bailes las ropas más preciosas que tenían, y diversas joyas,
según que cada uno podía".

Y el Padre Clavijero (Historia Antigua de Méjico. Tomo I. p. 361. Londrea,


1826): más explicitamente nos dice que: "El baile grande que se hacía en la
plazas principales, o en el atrio inferior del templo mayor, era diferente del
pequeño en el orden, en la forma, y en el número de los que lo componían.
Este era tan considerable que solían bailar juntas muchos centenares de
personas. La música ocupaba el centro del atrio o de la plaza; junto a circulos
concéntricos, según el numero de ellos que concurría. A poca distancia de ellos
se formaban otros círculos de personas de clase inferior, y después de otro
pequeño intervalo, otros mayores compuestos de jóvenes. Todos estos círculos
tenían por centro el huehuetl, y el teponaztli. Todos describían un círculo
bailando, y ninguno salia de su raya o línea. Los que bailaban junto a la música
se movian con lentitud y gravedad, por ser menor el círculo que debían hacer, y
por esto aquél el sitio de los señores y de los nobles más provectos: pero los
que formaban el círculo exterior, o más lejos de la música, se movían
vilocísimamente, para no perder la línea recta, ni faltar al compás que hacían y
dirigían los señores". "El baile se hacía casi siempre con acompañamiento de
canto: pero tanto éste cuanto los movimientos de los que bailaban se sujetaban
al compás de los instrumentos. En el canto entonaban dos en verso, y les
respondían todos. Comunmente empezaba la música en tono grave, y los
cantores en voz baja. Progresivamente apresuraban el compás, y levantavan la
voz, y al mismo tiempo era más vivo el movimiento de los bailarines, y más
alegre el argumento de la canción. En el intervalo que dejavan las líneas de
bailarines, solían bailar algunos bufones, imitando a otros pueblos en el traje, o
con disfrazes de fieras, y otros animales, y procurando hacer reir al pueblo con
sus bufonadas. Cuando una comparza o cuadrilla de bailarines se cansaba, la
reemplazaba otra, y así continuaba el baile sies y ocho horas.". "Tales eran las
formas de danza ordinaria: pero había otras muy diferentes, en que o
representaban algún misterio de la religión, o algún suceso de
su historia, o alguna escena alusiva a la guerra, a la caza, o a la agricultura".

Estas danzas tenian que forzosamente que chocar con el criterio de


evangelización y de conquista, de reducción al nuevo orden político y espiritual
y debieron sufrir desde luego, los cambios dictados por la censura a que el
Padre Acosta se refiere al decir: "y conforme al cosejo de San Gregorio Papa,
procurar de sus fiestas y regocijos se encaminen al honor de Dios y de los
Santos, cuyas fiestas celebran", y que explicitamente confirman las
disposiciones del primer Concilio Provincial Mexicano de 1555.

De acuerdo con estas ideas debió ser suprimida en la danza que nos acupa
toda alusión a "algún misterio de su religión" y sustituirse por las alabanzas que
cantan actualmente dentro del templo; y la misma casi podrían tener las cruzes
que forman los danzantes como una de las principales figuras del baile general,
que es como si se dijera, derivar todo lo que posteriormente se ejecuta del
signo con que se da principio a todo acto solemne de carácter religioso y
cristiano. No pretendemos que esta danza sea la genuina representante del
famoso "solemne mitote", con el que solo algunos puntos de contacto tiene, o
en especial de algunas de las que ejecutaban los naturales; parece más bien
por las numerosas figuras que en ésta se ejecutan y por las ceremonias que le
preceden, que es un resumen, por así decirlo, de varia danzas con las cuales
no se puede indentificar ahora en la parte que les corresponde, por la
parquedad de nuestros antiguios cronistas al hablar de ellas, como se ve por el
último párrafo de la transcripción que hacemos del historiador P. Clavijero.

De cualquier modo, es la más complicada de la que actualmente bailan los


naturales, y exige un largo aprendizaje, que se logra gracias a la organización
de sus miembros, sujetos a una severa disciplina que impone la obediencia a
un jefe llamado Capitán de Conquista, o sea, del grupo de danzantes; éste está
sujeto al Capitán General que tiene jurisdicción sobre determinado territorio y
es reconocido por todos los grupos dentro de él formados.
Las faltas de disciplina suelen castigarse con veinte y cinco azotes, bien dados,
a los hombres, y doce a las mujeres, o sea la arroba"  y la "media arroba".

Siguen los dos Sargentos: de mesa y de campo; aquél encargado del altar o
mesa que se levanta en la casa del Capitán de Conquista, y en el que se velan
las imágenes religiosas de la predilección del grupo, y éste, encargado de velar
por el orden y buena ejecución de la danza. Hay también dos capitanes que
cuidan de las mujeres y dos malinches, una abanderada que cuida de los
estandartes, y otra del somador o incensario.

Finalmente los danzantes son clasificados según  su habilidad en conchero


primero de la derecha, primero de la izquierda, a así sucesivamente. El último
grado corresponde al alférez, encargado de llevar el estandarte.

La ceremonias que preceden a la danza se relacionan con el altar o mesa que


existe en la casa del capitán, profusamente adornado con flores, velas, tiras de
papel de colores y algunos objetos de vidrio, y en el cual figura un lugar
preferente el súchitl, custodia de madera revestida de flores, que es objeto de
veneración, consistente en incensarla el capitán repetidas veces, formando en
cada una una cruz en el espacio.

Aquí empieza el conchero o "conqistador" a dar muestras de emoción Bélico-


Religioso; aquí principia el hacer evocaciones de un pasado muy confusamente
conocido para él y aun para sus jefes; y sentimientos y recuerdos son
expresados en las alabanzas que en ésta ocasión cantan, y que algunos
escritores tildan al igual que las ceremonias, de pretexto para encubrir
conceptos idolátricos y ritos paganos (Armando Solórzano y Raúl G. Guerrero .
Boletín Latino Americano de Músico. Tomo V. pág. 473. Montevideo, 1941).

Cantadas las primeras alabanzas los concheros salen rumbo a la iglesia en


donde ejecutarán la danza; van en dos filas, guardando el paso que les ha sido
marcado y que corresponde al rítmo de una sencilla melodía monótona,
formada con cuatro o cinco notas a lo más, y ejecutada al mismo tiempo por
todos; van graves, casi solemnes, haciendo poco o ningún caso de los
espectadores quea su paso encuentran, ya los miren con curiosidad o
despectivamente; y en esa mismoa forma penetran el templo. En ese momento
cambian la melodía por otra más grave a la que corresponde un paso
adecuado, más pausado, casi respetuoso. Les precede el abanderado,
portando un estandarte en el que figuran en las cuatro esquinas del anverso,
imágenes religiosas: La Virgen de los Remedios, La Gualalupana, El Señor de
Chalma y el Señor del Sacromonte, y en el reverso inscripciones relativas a la
agrupación que han formado: nombre de ella, del Capitán, fecha de su
formación y lugar en donde se estableció.

Atravesada la nave, se arrodillan frente al altar y con devoto recogimiento


dirígen una plegaria a la Virgen de tez morena como la suya, al Señor que
agoniza frente a la cruz, o al que yace en modesta urna con ojos abiertos para
ver sus rostros de ordinario impasibles, pero en esos momentos transfigurados
por la esperanza que nace en el fondo de su alma; esperanza de que su Señor
del Sacramonte que está muerto, alivie sus penas; no la pena de encorvar el
cuerpo en el duro ejercicio del campo para aliviar la cotidiana miseria, o de
desollar los pies en largas caminatas para llevar al mercado las yerbas del
monte o los chichicuilotes del pantano; esa pena no les importa, la otra es la
que les duele allá en lo muy hondo del alma: la madre que se muere de puro
anciana, la "vieja" que cada día esta más débil y apenas puede cargar al
"chamaco" cuando le acompaña a la ciudad a ver si alguien le "merca" lo que
trae desde lejos. Y para mover la piedad divina, con su ingenua fe, promete
bailar mucho, hasta que sus piernas se rindan, y tocar hasta que sus dedos
sangren.

De este recogimiento le saca voz del "director" que canta una alabanza:

Viva la Guadalupana!
Viva su santo estandarte!

Une su voz el "conchero" a la del concurso y los dedos impacientes se alistan


para seguir la melodía en su propio instrumento.

Viva la reina malinche!


Viva su santo bastón!

Prosigue la voz del director, coreado por todo su grupo; y terminado este himno
salen del templo, andando hacia atrás para no dar la espalda al altar.

Ya fuera del templo da comienzo la danza con el baile general, para lo cual se
colocan en círculo que dividen en cuatro secciones, separadas cada una por un
alférez, con su estandarte, y él es quién encabeza las evoluciones de cada
armonía perfecta.

La primera consiste en marchar todas las secciones hacia la derecha hasta que
cada alférez ocupa el lugar del siguiente, y después en sentido contrario para
volver a su lugar primitivo, terminando con dos marchas circulares completas, a
la derecha primero, y luego a la izquierda. Después, cada alférez seguido de su
sección se dirige al centro, entrando por un radio del círculo, formando así el
conjunto una cruz, pues las cuatro secciones han ocupado los cuatro radios, y
por medio de contramarchas la deshacen para formarla cuatro veces, pero
ocupando en cada una un lugar distinto cada sección; lo que consiguen
avanzando un cuarto de círculo hacia la derecha entre cada una de estas
marchas; pero la última cruz no se deshace y las secciones que la forman
cambian de sitio de dos en dos, pasando a ocupar el lugar de las otras por
medio de una doble marcha y sus contramarchas.

Para deshacer la última cruz y quedar en círculo como al principio de la danza,


cada alférez seguido de su sección ejecuta una marcha por el lado izquierdo,
del centro de la periferia, y siguiendo su curva avanza un cuadrante y se coloca
de frente al centro. En esta posición, avanzan todos, danzando cada uno por su
radio, y al llegar al centro, en donde queda formado un círculo pequeño, se
saludan y sin dar la espalda y danzando siempre regresan a su lugar, escepto
lo alféreces  que permanecen en el centro, para volver a saludarse y regresar a
su sitio por cuatro veces consecutivas.
Así termina el "baile general", de ingeniosas figuras, ejecutadas con precisión
admirable, bailando y tocando siempre, concentrados en lo que hacen,
embargados con un sentimiento mitad religioso y mitad histórico, de una
religión y de una historia que confusamente mezclan porque no a habido en
largos años, quien con empeño, se preocupe por aclararla debidamente en
conceptos.

Esta confusa mezcla de sentimientos exteriorizados a su modo, es lo que hace


creer a algunos escritores que sus ceremonias son de un carácter pagano,
disimulado y encubierto con los actos del culto católico. Y bajo esta impresión
se pretende que el Señor de Chalma o el del Sacromonte representan para
ellos a alguna deidad azteca, sin tener en cuenta que por muy escaso que sean
sus recursos intelectuales y muy confusas que se supongan sus ideas
históricas, no podría hacérceles admitir que hay punto de contacto con una
imagen a la que se veneró con el derramamiento de sangre humana, y otra a la
que se venera por su hijo haber derramado su sangre por la humanidad.

Volvamos a nuestros danzantes; durante largas horas han bailado y cantado


sin dar muestras de cansancio. Su expresión es la misma: absortos en la
interpretación de sentimientos intimos, su mirada no se dirige con lo que les
rodea; espectadores y cosas les son indiferentes, sus oídos sólo están atentos
a su música y a sus cantos; sus movimientos son graves, sus pasos
absolutamente rítmicos; y por todo esto, el que los contemple sin prevenciones,
no puede menos que sentir una honda impresión.

Que pensarán estas gentes sencillas cuando hora tras hora bailan con la
mirada casi extraviada?... De estas reflexiones nos saca un enérgico rasgueo
de una sencilla melodía que rompen el breve silencio que siguió la última
evolución con que terminó el baile general.

Un conchero se adelanta del lugar que ocupaba, y con aire satisfecho, inicia
bailando un recorrido al derredor del círculo, luciendo las prendas de su vistosa
indumentaria a la que ha enriquecido con nuevos adornos: una nueva hilada de
chaquira o lentujuela en su enagüilla de tela brillante o de gamuza: una flor
más, bordada en la capa que prende de su cuello y cubre su camiseta de color
y cuyas mangas rematan en un manguillo de piel de largos pelos; las medias
blancas o de color pálido estrenadas en esta ocasión, los huaraches a los que
ha aplicado un nuevo baño de tinta plateada o dorada; unas plumas más en el
penacho de su dorada diadema. Cualquiera de estas cosas es motivo del pueril
anhelo de ser admirado por sus compañeros.

El paso que ejecuta y la melodía que toca son también nuevos; durante largos
días ha estado ensayándolos para presentarlos como una invención que
merezca la aprobación del grupo, al que pone la muestra para que al volver a
su sitio todos lo imiten. Y uno tras otro, todos tienen la oportunidad de bailar
individualmente y de lucir sus trajes y sus habilidades, y durante este torneo su
rostro toma otra expresión menos austera, y su mirada es casi radiante; ya no
es el severo ejecutante de un rito religioso; ahora es el humilde artista que
busca el lucimientos bailando con un poco más de desenvoltura y gracia.
En el centro del círculo el capitán general con los capitanes y sus alféreces
portando estandartes, ejecutan los pasos que han ido marcando los del círculo;
pero en este pequeño grupo hay todavía más lucimiento; el capitán suele, a
fuerza de dedicación y entusiasmo, llegar a ser habilísimo bailarín y no
desperdicia esta ocasión para hacer gala de su arte así como de sus prendas
con que va ataviado, mucho mejores, a veces, que las de los otros danzantes,
por la delicadez y la profusión  de sus bordados. Entre este grupo y el círculo
de danzantes suele andar en estos momentos uno que lleva en una mano un
animal disecado, generalmente una ardilla, haciendo bufonadas para distraer a
los expectadores.

El traje de los concheros no es el mismo para los diversos grupos que bailan
esta danza; en algunas regiones lo usan de gamuza con adornos porograbados
o pintados al óleo; en el Bajio camisa y calzón blanco pero bordados con
figuras geométricas o flores, sombrero de palma de anchas alas y copa baja,
un paño que llaman patío cubriendo la entrepierna, y como calzado huaraches.

Pero la organización de sus miembros es en todas partes del mismo tipo


jerárquico, el que más sienta a esta gente de carácter sencillo y de escasísima
o ninguna instrucción, capaz por lo mismo de recibir sin objeciones las órdenes
y los castigos de un jefe, como de aceptar sin reservas las tradiciones que le
son enseñadas; vagos datos sobre el pasado de los chichimecas,
confuzamente mezclados con otros de carácter bélico-religioso.

Es también general su entusiasmo para todo lo que se relaciona con esta


danza, ya sean los bailes, la música o las ceremonias, cuya celebración ven
llegar con impaciencia, pues constituye el acontecimiento más importante del
año y para el cual se preparan con mucha anticipación, dedicando todo el
tiempo que sea necesario para los ensayos y todo el dinero que sus escasos
recursos les permiten, para aumentar o renovar sus atavíos, así tengan que
abandonar sus ordinarios quehaceres y sujetarse a privaciones o soportar
miserias.

Elocuente manifestación de los que puede en nuestros naturales el amor a sus


tradiciones, y prueba que inequívoca de que existe en ellos un temperamento
emotivo suficientemente fuerte para compensar los sacrificios a qe se ven
obligados para rendir público homenaje a sus dos grandes sentimientos; el
bélico-religioso, espresado en sus "alabanzas", y el artístico, puesto en
manifiesto en sus bellas danzas y el caracter con que las ejecutan.

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