Motivación de Infractores para El Cambio. McMurran
Motivación de Infractores para El Cambio. McMurran
Motivación de Infractores para El Cambio. McMurran
CONTENIDOS
Prefacio
8. Mantención de la motivación para el cambio a través del uso de recursos disponibles p. 145
en el ambiente natural de los infractores
Glenn D. Walters
3
10. ¿Motivación para qué? Programas efectivos para infractores motivados p. 183
Jantes McGuire
ACERCA DE LA SERIE
En el momento de escribir este prefacio es claro que vivimos en una época, por cierto en
el Reino Unido y otras partes de Europa, aunque quizá menos que en otras partes del mundo, en
la que hay un entusiasmo renovado por enfoques constructivos para trabajar con los infractores1
para prevenir el crimen. ¿Qué quiero decir con esta afirmación y en qué me baso para enunciarla?
Primero, por “enfoques constructivos para trabajar con infractores”, quiero decir el uso
de métodos y técnicas efectivas de cambio de comportamiento para trabajar con los infractores.
En realidad, esto podría pasar como una definición de la psicología clínica forense. Es decir,
nuestro interés está en la aplicación de la teoría y la investigación para desarrollar una práctica
en torno al cambio en el funcionamiento de los infractores. La palabra constructivo es importante
y puede estar en contra de los enfoques del cambio de comportamiento que buscan operar a
través de métodos destructivos. Esos enfoques destructivos están basados típicamente en los
principios de la disuasión y el castigo, que buscan suprimir las acciones del infractor a través del
miedo y la intimidación. Por otro lado, un enfoque constructivo busca aportar cambios en el
funcionamiento del infractor que producirán, por decirlo así, un aumento en las posibilidades de
empleo, mayores niveles de autocontrol, un mejor funcionamiento familiar o un percatarse
aumentado del dolor de las víctimas.
Un enfoque constructivo enfrenta las criticas de ser una respuesta “suave” al daño
ocasionado por los infractores, no inflingiendo dolor ni castigo, ni esperando retribución. Este
punto da origen a una interrogante seria para quienes están implicados en el trabajo con
infractores. ¿Debiera abogarse que los enfoques constructivos opuestos a la retribución, meta de
los sistemas de justicia criminal, son incompatibles con el tratamiento y la rehabilitación?
Alternativamente, ¿debiera llevarse a cabo el trabajo constructivo con infractores dentro de un
sistema entregado a la retribución? Creemos que este problema amerita un debate serio.
Sin embargo, retornando a nuestro punto inicial, la historia muestra que en el sistema de
justicia ha habido diversos intentos de trabajo constructivo con los infractores, no siendo todos
exitosos. Ante el surgimiento del fantasma del éxito, la segunda parte de nuestra frase de
apertura ahora amerita atención: es decir, “enfoques constructivos para prevenir el crimen”.
Para lograr la meta de la prevención del crimen, las intervenciones deben centrarse en los
1
[N. T.] A lo largo de este volumen, para conservar el espíritu del texto se usará la expresión “infractor” (offender) en
lugar de “delincuente” (delinquent), ya que los distintos autores usan la expresión offender en lugar de delinquent. Se ha
traducido como “comportamiento infractor” a la acción de cometer delitos (offending), y como “delito” al hecho mismo
(offense).
5
blancos correctos para el cambio de comportamiento. En respuesta a este punto crucial, Andrews
y Bonta (1994) han formulado el principio de la necesidad:
Muchos infractores, especialmente los de alto riesgo, tienen una diversidad de necesidades.
Necesitan un lugar en el cual vivir y trabajar, y/o necesitan dejar de consumir drogas. Algunos
tienen una autoestima deficiente, jaquecas crónicas o caries en su dentadura. Todas esas son
“necesidades”. El principio de la necesidad saca nuestra atención de la distinción entre
necesidades criminológicas y no criminológicas. Las necesidades criminológicas son un subconjunto
del nivel de riesgo de un infractor. Son atributos dinámicos de un infractor que, cuando cambian,
están asociadas con cambios en la probabilidad de la reincidencia. Las necesidades no
criminológicas también son dinámicas y cambiantes, pero esos cambios no están necesariamente
asociados con la probabilidad de la reincidencia. (p. 176)
De este modo, el trabajo exitoso con infractores puede ser juzgado en términos del
fomento del cambio en la necesidad no criminológica o en fomentar el cambio en la necesidad
criminológica. Aunque lo anterior es importante y, de hecho, puede ser un precursor necesario en
el trabajo centrado en el infractor, argüimos que es el cambio en la necesidad criminológica la
que debiera ser el estándar en el trabajo con infractores.
Asimismo, como se notó más arriba, la historia del trabajo con infractores no está
pletórico de éxitos; la investigación desarrollada desde principio de los ’90, particularmente el
meta-análisis (por ejemplo, Lösel, 1995), apoya sólidamente la posición que es posible el trabajo
efectivo con infractores para prevenir más infracciones. Los parámetros de esa evidencia basada
en la práctica ha comenzado a ser bien establecida y ampliamente diseminada bajo el llamado de
Lo que funciona (McGuire, 1995).
Es importante indicar que no estamos abogando que hay solamente un enfoque para
prevenir el crimen. Es claro que hay muchos enfoques, con diferentes marcos teóricos, que
pueden ser aplicados. Sin embargo, se ha desarrollado un impulso tangible hacia el movimiento
de Lo que funciona, en la medida que los académicos, los profesionales y los diseñadores de
políticas, buscan capitalizar con las posibilidades que surgen de estas investigaciones para
prevenir el crimen. La tarea que ahora enfrentan muchas agencias es cómo transformar la
investigación en práctica efectiva.
Nuestro objetivo al desarrollar esta Serie en Psicología Clínica Forense es producir textos
que revisan la investigación y la experiencia clínica para un trabajo avanzado efectivo con
infractores. Estamos de acuerdo con el ideal de la práctica basada en la evidencia, y
estimularemos que los contribuyentes a la Serie sigan este enfoque. De este modo, los libros
publicados en la Serie no serán manuales prácticos o “libros de recetas”: ofrecerán a los lectores
información confiable y crítica a través de la cual pueda desarrollarse la práctica clínica forense.
6
Estamos muy entusiasmados por la contribución que esta Serie pueda hacer a la práctica efectiva,
y mirar hacia delante por su desarrollo en los años venideros.
7
Al principio de los ’90, Don Andrews identificó tres aspectos calve del tratamiento
efectivo con infractores —riesgo, necesidades y disposición a responder. Desde entonces la
práctica de la evaluación de los riesgos y la identificación de las necesidades criminológicas han
avanzado a la par. Sin embargo, la noción de disposición a responder ha recibido mucho menos
atención por parte de los académicos y los profesionales. El concepto de disposición a responder
es un complejo que incorpora, entre otras cosas, una comprensión y una respuesta a las
fortalezas (o debilidades) de la motivación para cambiar de un infractor. La motivación de los
infractores para considerar el cambio, comprometerse completamente en el tratamiento y
mantener los logros a lo largo del tiempo es uno de los desafíos más grandes que enfrenta el
profesional forense. A pesar de esto, se ha escrito muy poco acerca del tópico de la motivación
de los infractores para cambiar.
El apoyo político para los programas de tratamiento para infractores continúa creciendo,
pero los profesionales y los académicos deben observar que ellos no se han hecho complacientes
ante la ausencia de un esfuerzo por promover la rehabilitación de infractores. El trabajo para
mejorar la efectividad del tratamiento es un esfuerzo constante, y quizá este es el momento para
concentrarse en la disposición a responder, incluyendo la motivación para el cambio. Esperamos,
entonces, que este libro será oportuno para los investigadores y los profesionales en este campo.
Referencias
Andrews, D.A., & Bonta, J. (1994) The Psychology of Criminal Conduct. Cincinnati, OH: Anderson
Publishing Co.
Lösel, F. (1995) Increasing consensus in the evaluation of offender rehabilitation? Lessons from
recent research synthesis. Psychology, Crime and Law, 2, 19-39
McGuire, J. (Ed.) (1995) What Works: Reducing Reoffending. Chichester: John Wiley
8
PREFACIO
Estimular a los infractores para que dejen de cometer delitos es una faceta principal del
rol de muchos profesionales en los entornos de la salud mental forense y de la justicia criminal.
(Los profesionales de la salud mental pueden decir que su tarea es tratar el trastorno mental de
los pacientes, y que tratar al paciente infractor no es tarea de ellos, pero claramente esta no es
la opinión del público, la prensa y la judicatura). Aunque no todo el cambio es inspirado por el
tratamiento, es ciertamente una forma de tratar al infractor. Pueden ofrecerse intervenciones de
grueso calibre, pero tiene que persuadirse a los infractores a entrar en tratamiento, tener una
asistencia confiable, comprometerse con el proceso, y colocar en práctica las habilidades y
estrategias que se les han enseñado.
Algunos infractores pueden negar la necesidad de cambio o resistirse a los intentos para
ayudarlos a cambiar. Otros pueden admitir que necesitan cambiar y aceptar la oferta de ayuda,
pero la abandonan prontamente cuando ésta se convierte en promesas para la acción. Puede
haber pocos profesionales del tratamiento [clínico] que no tengan una hora vacante porque el
cliente no asistió a la sesión. En realidad, la no asistencia es tan común que la abreviatura “NA”
es ampliamente comprendida en el mundo de los registros clínicos, para indicar “no asistió”.
Muchos profesionales realmente consideran el factor NA en sus agendas, tomándolo como una
oportunidad para leer o limpiar el papeleo. También hay muchos profesionales que realizan
trabajo grupal que comienzan con un número sensible de clientes, encontrando que el número de
personas desciende hasta un nivel que escasamente permite el uso de la palabra “grupo”. Hay
por cierto profesionales que piden a sus clientes que llevan diarios, practiquen habilidades o
intenten cosas nuevas para hacer, sólo para enfrentarse en la siguiente sesión con hojas de papel
en blanco o excusas.
El reclutamiento, la asistencia y el cumplimiento son temas que pueden ser investigados
en términos de la motivación para el cambio de un cliente. Tan pronto como comenzamos a
pensar más atentamente respecto a esto, se hace claro de necesitamos saber qué es la
motivación para el cambio, cómo puede ser medida y cómo puede ser fomentada por el
terapeuta. ¿Sabemos qué es la motivación para el cambio? Si sabemos qué es la motivación,
¿cómo la medimos? Y si la medimos, ¿debiéramos disponer de un nivel de motivación que
garantice la aceptación del tratamiento? ¿Cómo podemos aumentar el nivel de motivación de una
persona para el cambio? La noción de alterar la motivación surge como una señal de alarma;
¿tenemos que hacer el trabajo adecuado para cambiar la mente de las personas respecto a lo que
ellas hacen? Esas interrogantes son las sustancias de este texto.
Los autores contribuyentes son todos eminentes académicos y clínicos, pero no todos en
el mismo campo. Los temas relacionados con la motivación para el cambio han sido objeto de
9
Mary McMurran
Agosto 2001
10
Capítulo 1
MARY MCMURRAN
School of Psychology, Cardiff University, Cardiff, Reino Unido
INTRODUCCION
El crimen es un asunto y una preocupación de interés público perenne, con ingentes
recursos destinados a las diversas actividades que contribuyen a la administración de justicia. Un
aspecto del proceso de la justicia criminal es tratar con infractores convictos. Hablando en forma
amplia, lo enfoques de retribución y rehabilitación coexisten en una alianza incómoda, esperando
dominar el uno al otro. En tiempos recientes, ha habido un crecimiento sin precedentes en la
popularidad de los tratamientos a los infractores, con los servicios de prisión y libertad bajo
palabra promoviendo en muchos países el desarrollo de programas de tratamiento para los
infractores.
En el Reino Unido, por ejemplo, el Home Office’s Crime Reduction Strategy ha conseguido
considerables recursos financieros para el desarrollo de programas de tratamiento basados en la
evidencia para usarlos en las prisiones y en los servicios de libertad bajo palabra, asegurando que
esos programas sean efectuados con elevados estándar y evaluando su impacto (Colledge et al.,
1999; Home Office, 1999a). Esos programas abordan el comportamiento infractor per se, así como
también los mediadores de las infracciones, como la desviación sexual, la disminuida habilidad
para resolver problemas, creencias y actitudes antisociales, problemas con la ira y el abuso de
sustancias. El diseño, implementación y evaluación de los programas es un esfuerzo
multidisciplinario, que involucra a psicólogos, a delegados de libertad bajo palabra, a delegados
de prisiones, a administradores de las prisiones y a investigadores.
Sin duda el tratamiento se adapta al Zeitgeist político e ideológico actual, pero este
reciente crecimiento en el tratamiento a infractores es también atribuible en parte a los
resultados de los estudios de meta-análisis, denominados comúnmente en la literatura como lo
“que funciona”. Esos estudios han suministrado evidencia sólida que el tratamiento disminuye la
reincidencia en al menos un 10%, lo cual es un modesto grado de cambio, pero nada de
despreciable (Lipsey, 1995; Lösel, 1995). Los meta-análisis también han nos han enseñado que los
tratamientos más efectivos son los programas cognitivo-conductuales estructurados que abordan
12
a los infractores o a los mediadores de las infracciones, y el mayor efecto se obtiene con los
infractores de alto riesgo (Andrews et al., 1990; Lipsey, 1992). Esos programas funcionan mejor
cuando están diseñados de acuerdo al estilo de aprendizaje de los infractores, cuando operan con
elevados estándar de práctica y son llevados a cabo en entornos comunitarios. Como
consecuencia de este conocimiento, ahora son abundantes los programas de tratamiento
cognitivo-conductual estructurados para infractores, cubriendo un amplio rango de
comportamientos infractores y mediadores de las infracciones. Esos programas no solamente son
usados con prisioneros y penados en libertad vigilada, sino que también los han usado los
profesionales que trabajan con infractores con trastorno mental (Hughes et al., 1997; McMurran
et al., 2001).
A pesar de la aparente efectividad de los programas cognitivo-conductuales
estructurados, no todos los infractores tienen acceso a esos tratamientos. El personal de prisiones
y de libertad bajo palabra no tienen la capacidad para suministrar programas a todos los
infractores dentro del sistema de justicia criminal, incluso cuando los programas son reservados
solamente para los infractores de alto riesgo, quienes responden mejor de acuerdo a los hallazgos
de los meta-análisis. Por consiguiente, el limitado número de plazas en los programas ha sido
llenado por un subgrupo selecto de infractores. Un criterio común para la selección de infractores
para esos programas es su nivel de motivación para el cambio.
Por ejemplo, los criterios de acreditación de los programas del Servicio de Prisiones de
Escocia contienen la sugerencia que la efectividad del programa se asegurarán si se seleccionan
prisioneros con la motivación para el cambio “apropiada”, aunque también se reconoce la
necesidad de tomar acciones para fomentar la motivación para el cambio de quienes están
ambivalentes (Scottish Prison Service, 1998). En forma similar, la guía para la acreditación de los
programas de tratamiento de infractores en prisión y en libertad vigilada en Inglaterra y Gales,
respectivamente, especifica que los infractores debieran ser motivados para el cambio en forma
“adecuada” para que se beneficien del programa (Home Office, 199b). La posesión de la
motivación “adecuada” es un criterio de selección sugerido, y al mismo tiempo se recomienda el
fomento de la motivación como un componente esencial del tratamiento.
Esos criterios revelan que la motivación para el cambio es tratado parcialmente como un
criterio de selección y parcialmente como una necesidad del tratamiento. Se requiere una
motivación para el cambio “apropiada” o “adecuada” para entrar en un programa, pero después
de eso también se necesitan aspectos del diseño y puesta en práctica del programa que aseguren
que la motivación crezca, a través del uso de métodos que fomenten la motivación. Esos criterios
dejan que sean los diseñadores del programa quienes juzguen qué es una motivación “apropiada”
o “adecuada”: los términos no son definidos ni calibrados. Las interrogantes que surgen son las
siguientes: ¿qué clase de motivación es “apropiada” para entrar en tratamiento, y cuánta
motivación se estima “adecuada” para entrar al tratamiento?
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La motivación para el cambio, definida como el alcance de la meta del cambio, ha sido
interferida por los comportamientos de la persona antes del cambio. Si uno acepta la perspectiva
racional de la elección de opciones, entonces se hace más obvio que para descubrir la meta que
persigue el infractor hay que preguntárselo a él mismo. ¿El infractor intenta cambiar o no? El
problema que ahora se presenta al profesional es cómo determinar si la motivación expresada por
el infractor es “genuina” o no. Las intenciones expresadas son los indicadores más fácilmente
disponibles de la motivación para el cambio, y aquí se usan los medios más comunes de
evaluación.
Aunque a los profesionales se les enseña a preguntar a los infractores acerca de su
motivación para cambiar, simultáneamente se les ha enseñado a ser escépticos respecto a lo que
dicen los infractores, creyendo que estarán de acuerdo con cualquier cosa que los favorezca. Por
ejemplo, un infractor puede expresar el deseo de entrar a tratamiento porque es probable que
atraiga clemencia o una pena en el medio libre, más que debido a un deseo genuino de cambiar
su comportamiento. En términos del modelo racional de motivación, esta es una perspectiva
sensible, y si las demandas situacionales son tales que prometen cambiar para mejor es problema
que haya un resultado deseable para el infractor, entonces la intención expresada de cambio
debe ser tratada con precaución.
Sin embargo, ese escepticismo a menudo es de una sola vía. Cuando los infractores dicen
que no están motivados para cambiar, esto tiende a ser muy fácilmente creído. ¿Por qué los
profesionales, que son tan sospechosos de una admisión de deseo de cambio, debieran aceptar
sin cuestionar la veracidad de la afirmación de falta de motivación para el cambio? Puede haber
razones para que un infractor falsifique la disposición, y esto debe ser comprobado, pero puede
haber razones para que un infractor niegue cualquier necesidad de un cambio deseado, y esto
debiera ser examinado más de cerca.
Además de lo que el infractor dice respecto a su intención de cambiar, otro indicador de
motivación comúnmente usado es el compromiso previo y la respuesta exitosa en el tratamiento
(Berry et al., 1999). Si un infractor tomó el ofrecimiento de un tratamiento en el pasado, cumplió
con las instrucciones y mostró alguna mejoría, esto es tomado entonces como evidencia de
motivación para el cambio. El retorno del infractor sumiso al profesional que ofrece tratamiento
no es visto como una falta de motivación para el cambio, sino que como un desliz o recaída
temporal en su esfuerzo de cambio generalmente loable. A la inversa, si un infractor ha
rechazado las ofertas de tratamiento, no ha adherido a los protocolos de tratamiento, esto es
tomado como falta de motivación para el cambio. En realidad, como señaló Miller (1995), los
terapeutas parecen inclinados a interpretar esos comportamientos no como un fracaso del
terapeuta, sino como un cliente no motivado.
Un infractor puede mostrar desinterés por el tratamiento, ser etiquetado como no
motivado hacia el cambio y, en consecuencia, el tratamiento es retirado. Esta es una decisión
15
¿CUANTA MOTIVACION?
La perspectiva que el cliente debe estar sólidamente motivado para cambiar y obtener
beneficios del tratamiento, es traída a colación por la evidencia que el tratamiento obligado
puede funcionar. Respecto al tratamiento del abuso de drogas, Farabee y sus colegas (1998)
revisaron once estudios de resultados de tratamiento y encontraron que la justicia criminal derivó
a participantes voluntarios a nueve de esos estudios. Similarmente, Chick (1998) revisó
tratamientos obligados para infractores con problemas de alcohol, y encontró que la justicia
criminal envió a prisión a muy pocos infractores después del tratamiento al cual fueron derivados
en forma voluntaria. Es muy probable que los clientes obligados finalicen el tratamiento, siendo
la finalización del mismo un predictor de resultados exitosos.
Algunas personas creen que quienes son obligados a ingresar a tratamiento por el sistema
de la justicia criminal no tienen una motivación para el cambio “genuina”, y por lo tanto
empeorarán en comparación con aquellos con una motivación para el cambio autónoma (Wild et
al., 1998). Esa perspectiva ignora la evidencia que muchas personas que entran a tratamiento
debido a presiones externas, e incluso los voluntarios aparentes lo hacen debido al ultimátum de
la familia, los amigos o los empleadores (Polcin y Weisner, 1999). Quizá hay menos diferencias
entre los voluntarios y aquellos obligados a entrar a tratamiento que lo que la mayoría de las
personas suponen. Una obligación legal puede ser un importante motivador externo para que el
cliente entre en tratamiento y, una vez dentro, puede fomentarse la motivación interna como
parte de ese programa de tratamiento. Es decir, las sanciones y un tratamiento obligado pueden
presentar la oportunidad para “incorporar” enfoques para estimular a los clientes a cambiar
respecto a sus propias metas, tales como la persuasión, apoyo, clarificación, empoderamiento y
tratamiento. Sin embargo, se necesitan mejores investigaciones para determinar si quienes
cambian en tratamientos obligados intentaron cambiar de todas maneras, independientemente
del tratamiento obligado, o si los programas de tratamiento aumentan exitosamente la
motivación para el cambio en personas previamente no motivadas —en otras palabras, el cambio
es una elección personal (Farabee et al., 1998).
El tema del tratamiento obligado, independientemente de la intención de cambiar, es
probablemente un tema de importancia creciente en Inglaterra y Gales, como en otras
juridicciones (por ejemplo, LaFond, 2001). Actualmente, los infractores con trastorno de
personalidad solamente pueden ser detenidos en forma obligada en los hospitales baja la
legislación de la salud mental si se considera que son tratables, siendo la motivación para el
cambio del infractor uno de los aspectos claves para la determinación de si son tratables o no
(Barry et al., 1999; Blackburn, 1993). Es casi seguro que esto cambiará en el futuro con la
proposición de revisar la ley para permitir la detención, con independencia de si son tratables o
no, de personas con trastorno de personalidad severa estimados como peligrosos (Department of
Health/Home Office, 2000).
18
Ya sea que el tratamiento sea obligado o voluntario, parece que la forma más confiable
de influenciar el cambio de comportamiento es por medio de un enfoque empático y
empoderador. En su revisión acerca de por qué las personas cambian los comportamientos
adictivos, Miller (1998) resumió las características de los terapeutas que tenían más éxito en el
cambio de comportamientos del cliente. Estas incluían el empleo de un estilo de consejería
empático y la expectativa que el cliente tendría éxito en la terapia. La entrevista motivacional,
un conjunto de métodos motivacionales específicos, elaborados sobre este estilo terapéutico
empático, usa técnicas que estimulan que el cliente argumente acerca de los beneficios del
cambio, posibilitando así una decisión sólida de alterar el comportamiento, cuando esa decisión
no esta presente desde el inicio (Rollnick y Miller, 1995). Este enfoque ha funcionado bien en el
tratamiento de adicciones, y sus autores abogan por su uso en los ambientes correccionales
(Miller, 1999).
El enfoque de la entrevista motivacional reconoce que la mayoría de las personas
implicadas en comportamientos problema están ambivalentes respecto a ellos: quieren cambiar y
mantener el comportamiento al mismo tiempo. Una ilustración de esto con respecto a las
infracciones es que un infractor violento cree que la lucha es necesaria para mantener una
imagen dura e impedir que las personas se aprovechen de él, sin embargo está cada vez más
cansado de las sanciones legales y está comenzando a pensar en las peleas como un juego de
hombres jóvenes. Esa persona está ambivalente respecto a la violencia, pensando que necesita
mantenerse en guardia y también que necesita calmarse. La entrevista motivacional trabaja con
la ambivalencia, empujando a la persona hacia el resultado “preferido”, en este caso la no
violencia (Miller, 1996). La entrevista motivacional funciona con personas con problemas de
adicciones (Miller, 1996), y está siendo desarrollada con infractores sexuales (véase el Capítulo
10).
La esencia de esta sección es que el tratamiento puede aportar al cambio en personas
que aparentemente no estaban motivadas para recibir tratamiento en forma voluntaria, y en
aquellas que están ambivalentes respecto al cambio. La implicancia de esos hallazgos en relación
a la motivación para el cambio como un criterio de selección para el tratamiento es que, si la
motivación para el cambio no es esencial para el éxito en el éxito en el tratamiento, entonces su
uso como un criterio de selección es dudoso. El cese del uso de la motivación para el cambio
como un criterio de selección podría ser ventajoso en que aquellas personas que aparentemente
no están motivadas para cambiar no serían rechazadas, como sucede a menudo, con
independencia del riesgo de volver a delinquir. Se ha observado que los infractores que tienen un
riesgo más alto de reincidencia son vistos como menos motivados para cambiar y por lo tanto son
rechazados del tratamiento (Stewar y Millson, 1995; Thornton y Hogue, 1993), aunque el
tratamiento de infractores es más exitoso cuando se destina a quienes tienen un riesgo más alto
de reincidencia (Andrews et al., 1990). Por otro lado, obviamente hay aquí implicaciones éticas
19
campo requiere primero un consenso respecto a lo que está investigándose. La motivación para el
cambio es un constructo complejo, cuyos componentes necesitan ser desmantelados2 y
clarificados. En este capítulo, se ha sugerido una perspectiva del alcance de metas como una
forma de clarificar los factores que influyen en el cambio. Se necesita diseñar instrumentos de
investigación válidos y confiables para que puedan ser relacionados con los resultados del
tratamiento. La evaluación cuidadosa de la capacidad para recibir tratamiento, ya sea que éste
relacionada con la motivación para el cambio u otros aspectos, es de importancia crítica, ya que
estima el impacto sobre los infractores en donde están ubicados (prisión, hospital o comunidad) y
cuánto tiempo permanecerán allí. A pesar de esto, hay muy poco consenso entre los profesionales
que pueda la capacidad para recibir tratamiento evaluarse o emitirse un juicio respecto a ella
(Rogers y Webster, 1989; Quinsey y Maguire, 1983). Para resumir, la motivación para el cambio
necesita ser clarificada y medida, y después colocada a prueba para ver si predice quiénes
cumplen con el tratamiento, quiénes se beneficiarán con el tratamiento y qué efectos tine esto
sobre la reincidencia (Rogers y Webster, 1989).
Hemos visto, sin embargo, que la motivación para el cambio no es esencial para alcanzar
el resultado del tratamiento deseado por el terapeuta, y que las metas de los clientes pueden ser
cambiadas por medio de la terapia. Si la motivación para el cambio es tomada como una
necesidad del tratamiento, entonces necesitamos tener claridad respecto a qué factores
contribuyen a la motivación para el cambio y cómo éstos pueden ser influenciados en el
tratamiento. En esta área, como en otras, lo que todos los terapeutas necesitan es conocimiento
y habilidades efectivas. Se puede aconsejar a los profesionales reconsiderar dos estrategias
comunes. Primero, puede no ser aconsejable lamentar que el infractor esté del lado
“equivocado” de la motivación; es decir, motivación impulsada externamente. El rechazo de esto
puede implicar rechazar a alguien que podría ser exitoso en la terapia. Segundo, más que
malgastar tiempo intentando descubrir la motivación “genuina”, el profesional puede usar la
oportunidad para ayudar al infractor examinando las ventajas y desventajas del cambio, e
informar al infractor acerca de esos tratamientos que pueden ser efectivos para movilizarlo hacia
el cambio. Es decir, más que una evaluación de la motivación, los profesionales debieran trabajar
en una evaluación motivacional.3
CONCLUSION
¿Pueden responderse ahora las interrogantes planteadas en este capítulo? ¿Debiera
considerarse a la motivación para el cambio como un criterio de selección o una necesidad de
tratamiento? Desde luego, la respuesta es incorporar ambas perspectivas, como lo hacen
actualmente los profesionales, pero usando la teoría, probando empíricamente modelos
2
[N.T.] Se refiere a la metodología de “separar” los componentes para colocarlos a prueba y determinar cuáles tienen un
mayor peso sobre los resultados.
3
[N.T.] En el sentido de la evaluación-intervención propuesta por Miller y Rollnick.
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REFERENCIAS
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Capítulo 2
Pueden invocarse mecanismos defensivos difíciles (por ejemplo, negación, racionalización). Esos
factores pueden jugar un rol en la motivación, pero cuando son usados en una forma explicativa
tienen algo en común: tienden a condenar a la persona por no cambiar. A veces la atribución es
un proceso volitivo (estar inmotivado), y a veces a la inhabilidad de la persona para cambiar. En
ambos casos, el problema es visto como residiendo en la persona, y se lo deja a uno con la
impresión que es muy poco lo que se puede hacer para efectuar cambios.
Esta concepción de la motivación como un rasgo también lleva a enfoques
confrontacionales. Cuando se piensa que la persona es incapaz de ver la realidad, o que es terca,
o está dañada por mecanismos de defensa irracionales, la tendencia a la inacción [de los
profesionales] puede cambiar el volumen en un intento agresivo por “doblegarlo y hacer que
cambie”. Esta visión supone que si uno hace que la persona se sienta lo suficientemente mal,
ocurrirá el cambio. Se han intentado diversos métodos confrontacionales en un intento por forzar
la disposición al cambio, usualmente con éxito muy limitado una vez que se ha levantado la
sanción. Pensar en la motivación como un rasgo dentro de la persona tiende a llevar a uno de dos
enfoques: renunciar a hacer algo y esperar que la persona “se coloque peor” y “toque fondo”, o
intentar sacarla de la inercia con tácticas confrontacionales y coercitivas. A veces las
interacciones son mixtas.
Preparación
Algunas personas están dispuestas para cambiar pero les falta confianza en que puedan
lograrlo. Otras tienen mucha confianza que podrían cambiar, pero ven pocas razones para
cambiar. También están las personas que están dispuestos y se sienten capaces, pero aun no
están preparadas. Cada una de esas situaciones planteas diferentes desafíos motivacionales
(Miller y Rollnick, 2002).
Prioridades
Piense en algunas cosas que usted podría hacer, que serían valiosas si usted las llevara a
cabo y fueran consistentes con sus valores, y piense en aquellas que usted no haría. Realmente es
muy común que las personas estén dispuestas y sean capaces de hacer algo y, sin embargo, no lo
hacen. Hay algo más implicado en estar completamente preparado para actuar.
Un factor común en esto es la importancia de un acto o cambio particular en relación con
los otros [aspectos en la vida de la persona]. Una persona puede decir, “Sí, es importante, pero
no es la cosa más importante para mi ahora”. Otras tareas tienen una mayor prioridad y
competencia para el tiempo y la energía requerida. En una forma este es aun un problema de
importancia (disposición), pero para comprender la situación debemos ver este cambio particular
a través de los ojos de la persona, en el contexto de otros asuntos y exigencias. Desde luego, si la
importancia percibida de ciertos cambios se incrementa, entonces su prioridad relativa también
puede aumentar, y la persona puede estar preparada para llevarlo a cabo.
Aproximaciones
También es útil pensar que el cambio no es un asunto de “ahora ya”, sino que es un
proceso que se desarrolla en el tiempo. A veces el cambio ocurre como un cambio cuántico súbito
y dramático (Miller y C’de Baca, 2001), pero la mayoría del cambio de comportamiento ocurre en
forma gradual, en pequeños pasos vacilantes. La recuperación de la dependencia del alcohol, por
ejemplo, no ocurre a menudo como una decisión súbita de abstenerse desde ahora y para
siempre, sino que por aproximaciones sucesivas. Progresivamente transcurre más tiempo entre
los episodios, y los períodos de ingesta excesiva se hacen más breves y menos severos (Miller,
1996). El establecimiento inmediato de un nuevo comportamiento estable es más la excepción
que la regla, y es útil salirse de la perspectiva de pensamiento de todo o nada (Prochaska et al.,
1992). Si una persona no está preparada para llevar a cabo completamente un cambio en
particular, ¿qué pequeño paso podría estar dispuesta, ser capaz y estar preparada la persona para
dar en esa dirección? Cada paso aumenta el compromiso (preparación, disposición y habilidad
percibida) para el siguiente. Desde luego, hay ciertos comportamientos, como las infracciones
sexuales, para las cuales hay muy poca tolerancia para la reincidencia. Esto resalta la
28
Disposición
La mayoría de los sistemas, incluyendo el legal y el correccional, suponen que las
personas a lo menos son parcialmente responsables de sus propias acciones. Esto afirma el rol de
la volición personal, del proceso de hacer elecciones, decidir, intención y disposición. Antes que
ocurra un cambio, la persona decide lo que es lo suficientemente importante para emprender y
las formas e intentos para lograrlo. En resumen, la persona se dispone a tomar acciones y
efectuar un cambio.
Discrepancia
¿Cómo ocurre esto? Un modelo de autorregulación bosquejado en la metáfora del
termostato para regular la temperatura (Miller y Brown, 1991). Se dispone un punto ideal que
marca el rango de aceptabilidad. Si la temperatura de la habitación (o el cuerpo) se desvía
mucho del ideal, se desencadenan ajustes (como encender un ventilador o sudar) para regresar a
la temperatura dentro de los límites aceptables. Ocurre lo mismo con el comportamiento
humano. Se continúa un curso de acción hasta que algo nos alerta que las cosas necesitan
cambiar. Al conducir, uno continúa por la ruta hasta que algo desencadena una necesidad de
cambio: el destello de una luz roja, un objeto que emerge en la periferia en un curso de colisión,
o una señal en el camino que indica que es tiempo de doblar para alcanzar un destino en
particular.
Como con el termostato, la necesidad de cambio (disposición) es desencadenada por un
discrepancia percibida entre cómo están las cosas (estatus quo) y cómo debieran estar las cosas
(metas, deseos, valores). Considere el ejemplo simple del peso corporal. La mayoría de las
personas pueden especificar lo que consideran que es un peso ideal para ellos, así como también
el rango aceptable dentro del peso que consideran ideal. Cuando la balanza indica que uno se ha
excedido de ese rango, esto puede desencadenar acciones (como cambiar la dieta o hacer
ejercicios) para regresar al rango aceptable. ¿Por qué, entonces, una persona puede volverse
obesa o anoréxica? Quizá no haya discrepancia para la persona, sino que solamente a los ojos de
quienes la contemplen. También puede ser que el peso actual no esta en discrepancia con lo que
la persona considera un rango aceptable de peso corporal. Quizá no haya una retroalimentación
confiable que señale una discrepancia (por ejemplo, la persona no monitorea el peso corporal).
Bajo esas condiciones, la persona puede no ver razones para cambiar; no parecería lo
suficientemente importante desencadenar esfuerzos para cambiar. Estar dispuesto a cambiar
implica percibir que el cambio es importante, que hay una buena razón para cambiar.
29
Capacidad
Autoeficacia
Las personas que están dispuestas a hacer un cambio, que es visto como valioso e
importante, pueden ser desalentadas si perciben que no tienen la habilidad para llevarlo a cabo.
Esa persona podría decir algo como “Si yo pudiera” o “Desearía poder”, frases que reflejan una
elevada disposición pero una baja confianza. En la psicología moderna, esta confianza en la
habilidad de uno para llevar a cabo una tarea específica es denominada autoeficacia, la cual a su
vez es relativamente un buen predictor de si el cambio ocurrirá y persistirá. La autoeficacia no
debiera ser confundida con constructos más generalizados como autoestima; la autoeficacia es
específica para cada tarea o cambio. No obstante, hay pautas generalizadas de falta de poder
personal [powerlessness] y desesperanza percibidas, a menudo vinculadas a la depresión o la
pauta descrita por Seligman (1991) como “desamparo aprendido”. Es poco probable que las
personas intenten cambiar cuando perciben que sus acciones en general tienen poca probabilidad
de afectar los resultados. Lo inverso también es verdadero. La probabilidad que una persona lo
intente (emprenda acciones) está más impulsada por la habilidad percibida que por la
competencia actual real.
Esperanza
No es sólo cuestión de las propias percepciones de habilidad o falta de habilidad de la
persona. Las expectativas de los demás también pueden jugar un poderoso rol en el resultado,
produciendo profecías de autocumplimiento negativas o positivas. En un estudio, los psicólogos
probaron a los pacientes en programas de tratamiento para el alcoholismo, e identificaron al
equipo de tratamiento de quienes mostraron un elevado potencial de recuperación de la adicción
(Leake y King, 1977). Un año después de la finalización del tratamiento, fue sustancialmente más
probable que los pacientes con un elevado potencial estuvieran sobrios, con pocos deslices y
recaídas, y que tuvieran empleo. El secreto de este estudio, como usted puede haberlo
imaginado, es que esos pacientes habían sido escogidos al azar y no diferían en nada de los otros
pacientes en el programa, excepto que el equipo de tratamiento creía que ellos se recuperarían.
Es la locura del Hombre de la Mancha, que veía posibilidades como una forma de hacerlas
realidad. Este es un ejemplo más de cómo la motivación para el cambio no se encuentra sólo
dentro de la persona, sino que es moldeada por las relaciones humanas.
Este fenómeno de la esperanza tiene obvias implicaciones para el trabajo con infractores.
Las conocidas etiquetas del sistema correccional (por ejemplo, prisionero, infractor frecuente,
felonía) invocan en la mente del público un conjunto de expectativas pesimistas o cínicas, lo cual
también puede ser compartido por el personal del sistema correccional. Esas percepciones son
31
contagiosas, y por último pueden ser adoptadas por los infractores, que pueden necesitar
apropiarse de nuestra esperanza hasta que la puedan obtener por si mismos (Yahne y Miller,
1999). En resumen, importa el cómo los profesionales perciben a las personas con las cuales
trabajan. El bournout profesional que estimula el cinismo es dañino no solamente para la
habilidad de uno para ayudar, sino que también para los clientes.
Autorregulación
Así como es verdad que las expectativas se convierten en autocumplidoras, también es
cierto que las personas difieren en su habilidad para autorregular su comportamiento. Los
individuos con menor control de impulsos es más probable que sean empujados por las situaciones
externas y la gratificación inmediata, estando menos limitados por los valores y las consecuencias
a largo plazo. Esas personas no necesariamente no poseen valores pro-sociales, sino que
experimentan grandes dificultades para adecuar su comportamiento a las metas de largo plazo.
Cuando los controles internos son más tenues, el autocontrol puede ser ayudado añadiendo una
estructura adicional, cambio ambiental o estrategias de afrontamiento compensatorias (Miller y
Brown, 1991). La necesidad de apoyo externo tiende a ser mayor en la fases iniciales del cambio
(como durante un período de libertad bajo palabra) y los controles externos pueden ser
desvanecidos gradualmente en la medida que la autorregulación esté fortalecida.
Transacciones interpersonales
Influencia interpersonal
La probabilidad que una persona emprenda una acción particular o un cambio puede ser
influenciada por un conjunto de factores interpersonales. Dentro de los contextos correccionales,
el más familiar de ellos puede ser la imposición de contingencias (primariamente el castigo) pot
un juez, el delegado de libertad vigilada u otros agentes de los tribunales. Sin embargo, hay
muchos ejemplos menos coercitivos.
32
• ¿Está haciendo una derivación y qué quiere obtener el cliente allí? Hacer el
contacto por teléfono y tomar una cita mientras el cliente está en su oficina puede
tener más el doble de probabilidad que la derivación se lleve a cabo (Bogan, 1957).
• ¿Usted ha finalizado una sesión inicial y espera que el cliente regrese? Una simple
llamada telefónica o una nota escrita a mano después de la sesión de ingreso
puede tener el doble de probabilidad que el cliente regrese (Kouman y Muller,
1965; Kouman et al., 1967).
• ¿Su cliente no vino a la sesión? Tomar la iniciativa con una carta puede tener la
probabilidad que el cliente abandone (Panepinto y Higgins, 1969).
• ¿Usted quiere que el cliente se adhiera al tratamiento? Ofrecer una única
entrevista motivacional con anticipación puede aumentar al doble la probabilidad
que se finalicen las sesiones ambulatorias, o aumenta la motivación para
esforzarse durante el tratamiento ambulatorio, y por consiguiente mejorar
significativamente los resultados (Aubrey, 1998; Brown y Miller, 1993).
• ¿Está interesado en hacer que su cliente asista a una reunión de 12-pasos?4 En un
estudio, vincularon a los clientes con un miembro de AA el que ofreció apoyo y
transporte a la primera reunión, aumentando la probabilidad de asistir desde cero
al 100% (Sisson y Mallams, 1981).
• ¿Quiere que un cliente asista a las sesiones de seguimiento? Llamadas recordatorias
o un calendario estructurada puede doblar el número de sesiones de seguimientos
a las cuales asisten los clientes (Intagliata, 1976).
Generalmente uno piensa que esas cosas –llegar al lugar de derivación, asistir a más
sesiones, ir a reuniones de AA– son el reflejo del nivel de motivación del cliente, y de hecho lo
son. El punto aquí, es que incluso acciones relativamente simples [como las descritas] pueden
impactar sustancialmente la probabilidad que el cliente tome las acciones dirigidas al cambio.
Estilo interpersonal
La motivación del cliente no sólo está influenciada por acciones específicas como las
descritas más arriba, sino que más generalmente por el estilo interpersonal de interacción. Una
vez más, es patente la maleabilidad de la motivación. Considérese el siguiente experimento.
Personas con problemas con la bebida fueron asignadas al azar a consejeros que usaban uno de
dos estilos de consejería. Un estilo fue confrontacional, desafiando a quienes negaban que
tuvieran un problema, y dando énfasis a la evidencia dura que ellos bebían mucho. El otro estilo
fue de apoyo y empatía, apoyándose en la escucha empática. Los clientes asignados a la
consejería confrontacional mostraron niveles elevados de resistencia y negación, y relativamente
4
[N.T.] Alcohólicos Anónimos (AA)
33
poco acuerdo en cambiar su ingesta. En contraste quienes fueron asignados al azar al consejero
que los escuchó con empatía, ofrecieron mucha menos resistencia y evidenciaron elevados niveles
de acuerdo con el cambio. En términos más generales, los enfoques confrontacionales son
relativamente inefectivos en producir un cambio de comportamiento duradero (Miller et al.,
1998). A través de los años, los programas de tratamiento que una vez se apoyaron en esas
tácticas han abandonado gradualmente la confrontación a favor de enfoques más respetuosos y
más efectivos (por ejemplo, Hazelden Foundation, 1985).
En forma similar, los profesionales que trabajan con infractores sexuales están
encontrando que los estilos confrontacionales no tienen éxito en comprometer a los individuos
con el tratamiento. Kear Colwell y Pollock (1997) concluyen que los ataques verbales a los
infractores los impulsará a proteger su autoestima a través de la resistencia y el desacuerdo. Por
otro lado, un enfoque motivacional extraerá de los infractores sus razones para esperar cambiar
sus comportamientos, lo que los movilizará a asumir la responsabilidad del cambio. Gariand y
Dougher (1991) dan énfasis a la tarea crucial de comprometer a los infractores sexuales en el
tratamiento, porque la falta de compromiso puede llevar a resultados de tratamiento pobres y la
posterior reincidencia. De acuerdo con esos investigadores, los infractores en programas de
tratamientos comunitarios y residenciales se han beneficiado con las intervenciones
motivacionales, las que no sólo los comprometen con el tratamiento, sino que también los ayudan
a hacer realidad y mantener los cambios.
Más evidencia que el estilo interpersonal influye en los resultados de los clientes se
encuentra en la investigación de los efectos de la asignación de consejeros. ¿Cuánto pueden ser
afectados a largo plazo los clientes según el consejero al cual son asignados? Los consejeros
difieren significativamente en las tasas en que sus clientes abandonan el tratamiento (Greenwald
y Bartmeier, 1963; Raynes y Match, 1971; Rosenberg y Raynes, 1973; Rosenberg et al., 1976). En
un estudio de nueve consejeros, la tasa de éxito de los consejeros trabajando con bebedores
problema varió desde el 25% al 100% (Miller et al., 1980). Otros estudios con asignación al azar ha
encontrado amplias diferencias entre los consejeros en la tasas de recaídas y arrestos en sus
casos (McLellan et al., 1988; Valle, 1981). De hecho, el consejero al cual uno es asignado puede
tener un mayor efecto sobre los resultados que el enfoque de tratamiento específico o las
características de los clientes (Bergin y Garfield, 1994; Kottler, 1991; Project MATCH Research
Group, 1998).
Motivación y lenguaje
Hemos dado énfasis a que la motivación para el cambio es un producto de interacciones
interpersonales, que es maleable, y que responde al estilo interpersonal del consejero. ¿Cómo
ocurre esto?
34
Una pieza del enigma es que es posible predecir, a partir de lo que los clientes dicen
durante las sesiones de consejería, la probabilidad que el cambio real de comportamiento ocurra
y perdure. En ausencia de coerción, los niveles elevados de resistencia del cliente durante las
sesiones tratamiento predicen que el comportamiento no cambiará, mientras que los niveles
bajos de resistencia están asociados con el cambio posterio (Miller et al., 1993). El psicolingüista
Paul Amrhein ha reportado similarmente que el cambio de comportamiento en el uso de drogas
ilícitas es predecible a partir del lenguaje comprometido del cliente durante una única sesión de
consejería (Amrhein et al., 2000).
¿Qué determina, entonces, que los clientes se replieguen hacia el lado de la resistencia o
se comprometan con el cambio durante la consejería? Nuevamente, el estilo del consejero tiene
un impacto principal. Como se reportó más arriba, los clientes asignados al azar a un consejero
confrontacional mostraron tasas más elevadas de resistencia y tasas más bajas de compromiso
(Miller et al., 1993). En el mismo estudio, un resultado conductual muy específico –el promedio
semanal de consumo de alcohol 12 meses después– fue muy predecible a partir de una única
respuesta durante una sola sesión de tratamiento: mientras más confrontó el consejero, más
bebió el cliente. En otro estudio ilustrativo, Patterson y Forgatch (1985) hicieron que los
terapeutas cambiaran cada doce minutos entre un estilo directivo y un estilo de consejería
empático dentro de sus sesiones de consejería. El comportamiento resistente de los clientes subió
y descendió en función del cambio de estilo del consejero. Cuando los consejeros tomaron un rol
directivo y educacional, la resistencia fue elevada; cuando ellos respondieron con empatía, la
resistencia descendió. Claramente, la resistencia ni es una característica individual de los
clientes, sino que es interactiva. Se necesitan dos para generar resistencia, y cuando ocurre,
puede ser aumentada o disminuida por el estilo de la consejería.
Ambivalencia
¿Dónde vamos hasta aquí? Los clientes pueden literalmente “hablar por si mismos a favor
o en contra” del cambio, y sus decisiones son impactadas por la forma en la cual el consejero
responde. Cuando las personas van a la oficina de un consejero o de un delegado de libertad
vigilada es razonable asumir que están ambivalentes respecto al comportamiento que los ha
llevado hasta allí. Unos pocos pueden estar sinceramente de acuerdo con su comportamiento
pasado y no ver ninguna desventaja en éste. Otros pueden haber experimentado un cambio de
verdad y estar completamente preparados para cambiar. Sin embargo, la gran mayoría, está en el
medio. Están ambivalentes. Dentro de si mismos están ambos lados del argumento: cambio y
estatus quo.
Bien, ¿qué ocurre si usted toma un lado del argumento con una persona ambivalente? El
resultado es muy predecible: defenderá el otro lado. Es casi una respuesta automática. Dígale a
una persona que tiene un problema real y que tiene que cambiar, y es probable que ella le diga
35
las razones por las cuales no cambiará. Dependiendo del entrenamiento y la orientación, en este
punto el consejero puede concluir que la persona está negando el problema, o que está fuera de
la realidad, y de este modo se intensifica el argumento para el cambio. La respuesta es
nuevamente predecible: el cliente tiende a argumentar más sólidamente contra la necesidad de
cambio. Si el consejero tiene el poder para forzar las consecuencias, el cliente puede ser
complaciente en lugar de continuar con el tú-a-tú, peri nuevamente la probabilidad de un cambio
duradero es baja.
Muchas personas están más dispuestas a creer en lo que ellas mismas dicen que en lo que
les dicen otras personas. Cuando una persona da argumentos para un curso de acción, se
compromete más con aquel. Mientras más uno argumenta con fuerza por el cambio en el
contexto del adversario, uno se compromete más con la posición que sostiene.
Y por consiguiente sí importa cómo usted maneja una sesión de consejería. Si usted
asume la responsabilidad por el lado “bueno” de la ambivalencia del cliente, usted deja sólo una
posición al cliente. Este intercambio es lo que Miller y Rollnick (1991) han denominado la trampa
confrontación–negación. Mientras más confronta el consejero, más se resiste el cliente (por
ejemplo, argumenta en contra del cambio), y por consiguiente más adhiere al estatus quo,
incluso si es obligado a la sumisión.
El término “confrontación” trae generalmente a la mente una interacción negativa,
agresiva, aversiva, y lo hemos usado de este modo en a discusión anterior para describir un estilo
de comunicación. Sin embargo, la raíz lingüística de “confrontar” significa “enfrentar cara a
cara”. Mirada de esta forma, la confrontación es una meta más que un método, y surge una
interrogante: ¿cuál es la forma más efectiva de ayudar a alguien a enfrentar cara a cara con una
realidad dolorosa o difícil, dejándola ser y dejándola que la persona la cambie? Algunos creen que
la mejor manera de lograr esto es “enrostrársela” al cliente o infractor, pero la evidencia, como
se ha discutido más arriba, favorece un enfoque más empático. Un estilo empático no es uno
pasivo. De hecho, ha sido denominado escucha activa (Gordon, 1970). También puede ser usado
en forma directiva para extraer los argumentos del cliente para el cambio (Miller y Rollnick,
2002). El estilo con el cual el consejero puede acercar (o alejar) a las personas del cambio.
Elección
La discusión anterior no disminuye la responsabilidad de los infractores por su propio
comportamiento. Mientras que la responsabilidad sigue siendo del individuo, una perspectiva
motivacional también empodera al consejero para que influya en las elecciones que hacen los
infractores (y por consiguiente también coloca responsabilidad en nosotros como consejeros). Una
perspectiva motivacional es, por lo tanto, más optimista que una perspectiva que disminuye a los
infractores considerándolos defectuosos e inmotivados, o una que asume que no hay nada que un
consejero pueda hacer hasta que el infractor esté motivado.
36
¿Realmente tienen opciones los infractores? Desde luego que sí. Aunque las cortes pueden
disponer consecuencias para diversos cursos de acción, los infractores pueden elegir su curso de
acción (y las consecuencias relacionadas). Pueden escoger cumplir o no cumplir con lo que las
cortes desean y requieren. Dentro de una perspectiva motivacional, el consejero está interesado
en comprender lo que quiere el infractor, y cómo sus elecciones puede llevarlos o sacarlos de la
consecución de esas metas. Es decir, la motivación debe ser comprendida a través de los ojos de
los infractores.
Hay una buena razón para dar énfasis a las opciones de los infractores más que a sus
limitaciones, y tiene relación con la naturaleza humana. Cuando las personas perciben que han
elegido libremente un curso de acción entre diversas alternativas, generalmente están más
motivados para llevarlas a cabo, es más probable que persistan en ellas. Por otro lado, cuando las
personas perciben que están haciendo algo porque son obligados a hacerlo y no tienen opciones,
es probable que se resientan y busquen minar o evadir la coerción. Quizá más importantemente,
tan pronto como la coerción percibida es retirada, hay una fuerte tendencia a volver a las pautas
de comportamiento anteriores. Es seguro que las consecuencias son importantes en los sistemas
correccionales, pero dar énfasis a la coerción como motivación (“Tienes que hacer esto. No
tienen ninguna opción.”) aumenta la probabilidad de reincidencia.
Uno podría esperar que cuando los infractores son enviados legalmente a tratamiento, se
sientan obligados a cambiar y en consecuencia posean poca motivación intrínseca. De hecho, los
infractores varían ampliamente en cómo perciben su propia motivación para buscar tratamiento,
con una proporción sustancial de quienes reportan sentir poca coerción (Wild et al., 1998). Este
hallazgo es consistente con nuestra propia experiencia en un programa de tratamiento de abuso
de sustancias público, en el cual aproximadamente la mitad de los clientes eran derivados de la
corte. Inicialmente asumimos que al preguntar, en nuestro formulario de ingreso, por qué las
personas estaban buscando tratamiento, determinaríamos cuáles de ellos habían sido enviados
por la corte. En lugar de eso, muchos clientes derivados desde la corte reportaron que habían
venido por elección propia. Una perspectiva escéptica podría ser que esos clientes simplemente
estaban siendo despectivos, pero de hecho encontramos que muchos infractores percibían
genuinamente que ellos habían buscado tratamiento. En verdad, lo buscaron, porque otros
optaron por no seguir con el tratamiento y se arriesgaron a las consecuencias. Una variedad de
factores, particularmente los factores interpersonales, juegan un papel significativo en cómo los
infractores perciben su propia motivación para el tratamiento y para el cambio.
Esto significa que es probable que la motivación para el cambio de los infractores sea
influenciada por cómo la perciben los consejeros. Considérese dos extremos en la perspectiva del
consejero. El consejero A cree que los infractores necesitan que se les diga qué hacer. Si usted
les da cualquier oportunidad, sacarán ventaja de ella, de modo que no puede darles opciones. A
menos que usted los confronte con lo que han hecho y los dirija con firmeza en el proceso de
37
5
[N.T.] “La reactancia, por otro lado, es hipotetizada como una fuerza motivacional que surge cuando la libertad
conductual es reducida o eliminada o amenazada por la reducción o eliminación, y puede ser expresada conductualmente
o no. Esta fuerza motivacional está dirigida hacia la restauración de esa libertad y puede ser expresada en una variedad
de formas directas o indirectas. Así, los individuos pueden involucrarse directamente en el comportamiento prohibido,
puede observar a otros realizando el comportamiento, puede involucrarse en un comportamiento similar, o pueden
involucrarse en agresión contra quien se lo prohibe. A diferencia de la resistencia, la reactancia, debido a que es
potencial, realmente no puede ser exhibida en todas las situaciones que tienen a restringir la libertad. Por el contrario,
las personas pueden decidir que, aunque preferirían tomar acciones para restaurar la libertad, es muy riesgoso hacerlo.
Es importante advertir que la necesidad individual no se implica realmente en el comportamiento prohibido para reducir
la reactancia, sino que debe percibir solamente la libertad potencial para emitir el comportamiento si se lo desea.
Algunas personas pueden ser reactantes sin ser resistentes, y la expresarían vicaria o encubiertamente. Otros pueden ser
resistentes sin ser reactantes y se involucrarían en comportamiento oposicionista, como llegar tarde a las sesiones debido
a una generación de resistencia en el ambiente (un terapeuta autoritario, por ejemplo).” (E. Dowd, Toward a Briefer
Therapy: Overcoming Resistance and Reactance in the Therapeutic Process. In W. Matthews and J. Edgette (Eds.),
Current Thinking and Research in Brief Therapy. Solutions, Strategies, Narratives. Vol. 3. New York: Brunner/Mazel,
1999, p. 263-283
38
propias razones del cliente para cambiar, la insatisfacción con el estatus quo, el optimismo
respecto al cambio y las intenciones para cambiar.
REFERENCIAS
41
42
43
Capítulo 3
LAWRENCE JONES
Rampton Hospital, Retford, Reino Unido
ALGORITMO PRÁCTICO
Una estrategia útil para cualquier profesional que realiza juicios complejos y toma
decisiones es tener un mapa que delinee un algoritmo práctico, que describa el criterio empleado
para la emisión de esos juicios y la toma de decisiones. La pericia clínica tiene mucha relación
con la habilidad para formular una heurística para la selección, secuenciación y combinación de
evaluaciones e intervenciones provenientes de diversos enfoques, así como también con la
habilidad para entregar y evaluar esas intervenciones. La mayoría de los profesionales tienen un
algoritmo implícito que usan de memoria; graficar ese algoritmo puede ser una forma útil de
separarse del modelo implícito y colocarlo a prueba. Un algoritmo práctico necesita ser
actualizado bajo la luz de la experiencia cambiante, así como también por la revisión y la
asimilación de la literatura relevante. Este capítulo es un recuento de uno de esos algoritmos
(Figura 3.1).
No Sí
Sí
No
Intervención centrada en Sí
la infracción
No
Necesidades básicas
Maslow (1970) argumentó que habría poca adherencia tratamiento hasta que las
necesidades básicas humanas para cosas como el alimento, abrigo, seguridad personal y
pertenencia hayan sido tomadas en consideración. El grado en el cual la seguridad personal y la
necesidad de pertenencia pueden ser acogidas en las poblaciones bajo custodia es crítica en la
capacidad de adherencia. Hay considerable literatura acerca del impacto del equipo de trabajo
con poblaciones de infractores, sin embargo se ha prestado menos atención al impacto sobre
hombres presos. La experiencia clínica destaca el significado de las amenazas a la seguridad
personal y los problemas en la mantención de relaciones significativas, en la generación de
rupturas en la alianza terapéutica o en otros aspectos del comportamiento de adherencia. A
menudo las variables de la situación son agravadas por la vulnerabilidad personal. Si se requiere
ejecutar muchos recursos para las maniobras de seguridad, responder a las amenazas percibidas a
la integridad y dignidad física o psicológica, entonces es poco probable que pueda quedar mucho
para responder a otras cuestiones.
Régimen
En los ambientes residenciales son frecuentes entre los presos las peleas, los asaltos, el
abuso de sustancias, el hallazgo de armas y otros indicadores de comportamiento infractor. Esto
puede ser un buen indicador de la clase de presiones en un individuo. Un área relacionada a
evaluar es el nivel de la estructura del régimen en que está viviendo el individuo. Es útil
identificar qué actividades están disponibles para el individuo y en qué grado éste ha hecho uso
de ellas. Además de un programa de actividades más estructurado para clientes más
desorganizados y difíciles necesitan (Ostapiuk y Westwood, 1986), puede ser útil identificar qué
tipo de nicho ha encontrado el individuo dentro de la organización, y cómo lo usa. La presión de
los pares, particularmente en las prisiones, “estar dentro del montón”, lleva al abuso de
sustancias, al recuerdo eufórico de “olvidarse de todo”, e intimidar o ser intimidado puede ser
difícil de evaluar. La evidencia de involucrarse en estos comportamientos, aunque sea con
indecisión puede ser un indicador importante de la necesidad de efectuar un cambio. Los
ejemplos podrían incluir la búsqueda de educación, actividades religiosas, o trabajos que
impliquen abandonar el ethos delictivo.
Contingencias organizacionales
Una variable situacional crítica es el tipo de información formal e informal que tienen los
individuos acerca de la obtención de la libertad y la relevancia de incorporarse al tratamiento
como parte de ese proceso. En los años recientes se esperaba que el individuo hubiera cambiado
significativamente para liberarlo. Si tomamos como ejemplo el tratamiento para los infractores
sexuales en el contexto de la prisión desde los años 1980 hasta el presente, ha habido grandes
cambios en el tipo de comportamiento de adherencia esperado por el contexto organizacional
(véase la Tabla 3.1).
Ensayo de nuevas habilidades Verse a si mismo como “competente” Conocimiento de la diferencia entre
y capaz de no cometer infracciones; saber y hacer
ecuación errónea de saber respecto a
habilidades y tener las habilidades
49
Método de intervención Obstáculos del cliente que deben Areas y estrategias de evaluación
superarse
Hacerse responsable de las acciones Afectos negativos asociados con la Capacidad para manejar los afectos
del pasado, el presente y el futuro evitación de la responsabilidad en el sin evitarlos ni descontrolarse [acting
pasado out]
Exploración de los problemas del Interés en los problemas actuales Modelo de cambio implícito del
pasado relacionados con la el delito infractor
proceso de evaluación como invasivo o como “que se escuchan sus problemas reales” y hay menos
deseo de adherirse. Es importante no provocar extrañeza y comenzar la entrevista motivacional y
la construcción de la alianza lo más temprano posible. Por otro lado, Miller y Rollnick (1991)
resaltan el potencial positivo del proceso de evaluar la motivación como un proceso para generar
motivación. En verdad, mucho del método de la entrevista motivacional que ellos exponen
implica un componente de evaluación implícita.6
La evaluación inicial está diseñada para establecer si el infractor está contemplando el
cambio. Si es así, puede llevarse a cabo una evaluación más detallada. En caso contrario, el
énfasis debiera estar colocado en la entrevista motivacional y en la construcción de alianza. La
revisión de la ficha y las entrevistas con agentes de intervención previos, prestando atención a lo
que ha funcionado y lo que no ha funcionado, ayuda a completar el cuadro de la motivación del
cliente.
Metas competidoras
También es útil hacer un inventario de las metas y problemas actuales del cliente,
solicitándolas que las coloque en orden jerárquico, para asegurarse del grado en el cual los
recursos necesarios para adherir al tratamiento están compitiendo con otras metas. Esto es
particularmente útil cuando las intervenciones pueden estar compitiendo en el tiempo con otras
actividades. Los teóricos interpersonales como Blackburn (1990) identifican dos dimensiones
significativas de comportamiento interpersonal —estatus (dominancia versus sumisión) y afiliación
(amistoso versus hostil). Para el propósito de la evaluación, es útil ver a las personas interesadas
en proyectos interpersonales específicos —comportamientos coherentes con metas— vinculadas a
cada una de esas dimensiones. A menudo los infractores están preocupados con el manejo de los
trastornos que experimentan en las relaciones como consecuencia de la encarcelación. Es, por lo
tanto, evaluar en que fase está el cliente en sus diversos “proyectos” relacionales. ¿Está
buscando una relación, formando una relación, pasando por una luna de miel, manteniendo una
relación duradera, sintiéndose extraño en la relación, de duelo por una pérdida de la relación,
evitando relacionarse? La ausencia de cualquier “proyecto” relacional también es significativa.
Si las visitas son regulares y las relaciones son estables, existe una baja probabilidad que
esto afecte la adherencia. Sin embargo, las relaciones inestables pueden afectar seriamente la
adherencia —especialmente si el establecimiento inicial de contingencias ha implicado
motivadores interpersonales. Las cartas y las visitas son muy importantes en el mundo emocional
de los infractores. Cualquier interrupción en su entrega afectará el ánimo y la adherencia. Es
probable que un monto importante de los recursos personales del individuo estén colocados en el
manejo de las rupturas de las relaciones de cualquier clase, a menudo a expensas de las
6
[N.T.] La entrevista motivacional de Miller y Rollnick es un proceso de evaluación-intervención; en donde las
“intervenciones” van surgiendo de la conversación misma.
51
del individuo para el cambio, y (4) la intención de la persona por cambiar dentro de un margen
de tiempo.
validación empírica, se requiere más investigación para la validez predictiva de este tipo de
modelo, para ver si puede decirnos algo respecto al progreso de los infractores en los programas
de tratamiento (McMurran et al., 1998).7
Además de usar la evaluación psicométrica, es esencial explorar el interés del individuo
en diversas áreas. Una estrategia para usar en esta entrevista inicial es preguntar acerca de los
costos y beneficios del cambio. Miller y Rollnick (1991) en su desarrollo del modelo del balance
decisional de Manis y Mann (1977) y Appel (1986), sugieren que una evaluación de los costos y
beneficios percibidos de un comportamiento particular establecería si el individuo está motivado
para cambiar ese comportamiento. La motivación en este contexto es definida como un estado en
el cual los costos tienen un mayor peso que los beneficios. Esencialmente, esta es una forma de
análisis funcional centrado en las consecuencias. En esta fase del algoritmo práctico, esto
solamente debiera implicar preguntas básicas directas, sin una prueba de las respuestas. Si se
establece algún interés en el cambio, incluso si está circunscrito a un área, puede evaluarse
después la adherencia instrumental y la simulación.
7
[N.T.] En el modelo de tratamiento intrapenitenciario de adicciones del Convenio Gendarmería de Chile–CONACE, se ha
propuesto como requisito para ingresar al tratamiento (residencial o ambulatorio) que los internos participen primero en
una intervención grupal (Pre-tratamiento o Tratamiento de Bajo Umbral) de una duración máxima de 3 meses, en la cual
a través de la discusión y reflexión en diversas temáticas, se busca movilizar los procesos de cambio que describe el
modelo de Prochaska y DiClemente, y que se supone son procesos que contribuyen a pasar de una fase a otra de la
motivación para el cambio.
Durante ese período de intervención, se observan diversos comportamientos de los usuarios, distribuidos en 5 categorías
(Patrón de consumo, Modificación de pautas conductuales carcelarias, Relaciones interpersonales, Auto-cuidado y
Emocionalidad) y se evalúan en un sistema Likert. Para poder ingresar a tratamiento, se ha colocado como requisito una
puntuación mínima y que al término de la intervención un test de orina para drogas arroje un resultado negativo. Se
espera que en un tiempo prudente, se pueda hacer un estudio de la validez predictiva de esa Pauta de Observación del
comportamiento de los usuarios.
54
El modelo de la “fe”
El cliente ve el cambio como un apoyo en la fe, en si mismo [self] o en alguna agencia
externa. Este modelo se parece al constructo de la autoeficacia, pero, como ocurre con el
modelo de la fuerza de voluntad, tiende a ser más fatalista.
Cambio pasivo
El cliente construye el cambio como algo hecho por los otros, sin implicar ningún esfuerzo
personal. Se esperan resultados rápidos. A menudo los clientes tienen un modelo médico del
problema y ven a los medicamentos como la solución.
esas perspectivas. Puede ser una estrategia adicional útil indagar las percepciones de respeto de
los clientes acerca de la perspectiva de cambio y adherencia de otros.
Este modelo suministra una forma de exploración de los tipos de adaptación que se
encuentran con frecuencia en los ambientes organizacionales, no sólo en la población forense.
Las diferentes combinaciones de actitudes hacia las metas y medios del cambio producen una
variedad de modos de adaptación característicos (Tabla 3.3).
Existen diversos modos de adaptación al tratamiento. Se identifican dos tipos de
adherencia: (1) la adherencia optimista, en la cual el individuo toma los objetivos de la
intervención con esperanza expectante o creencia en un “modo rápido”, y (2) adherencia
instrumental, donde el individuo adhiere para impresionar a los delegados de libertad vigilada. La
zalamería es aquella en la cual el individuo busca maximizar los beneficios obteniendo el favor
de los agentes de tratamiento y de quienes tienen el poder. La ambivalencia u oportunismo está
caracterizada por la ambivalencia hacia las metas y los medios para alcanzar las metas. El
individuo reacciona contra el optimismo prematuro —después de una adherencia inicial de “luna
de miel” — con menos aplicación consistente en la intervención y frecuentes, pero momentáneas,
y experimentación generalmente oportunista con los modos de adaptación más “desviados”. La
participación ritual es cuando el individuo “avanza con el movimiento” del cambio, pero con
poco interés en éste y diciendo que las “cosas están bien”, pero no demostrando cambio en la
acción. La intransigencia es evidenciada por la preocupación de temas relacionados con la
autonomía. Este individuo rechaza los medios terapéuticos y generalmente es cínico o indiferente
respecto a los medios. La rebelión es cuando el individuo se opone activamente a los medios y las
metas. A menudo esos individuos debilitan activamente la adherencia de otros. La colonización es
cuando el individuo intenta maximizar las gratificaciones disponibles “trabajándose al sistema”,
quizá cumpliendo cuando el programa es entretenido y mostrando falta de adherencia cuando
éste es exigente. El retraimiento es cuando el individuo no adhiere, pero no tiene otra
motivación. Esta estrategia implica ausencia literal o retraimiento psicológico. En forma típica,
los individuos son vistos moviéndose entre los diferentes modos adaptativos o avanzando en el
proceso de tratamiento. El reconocimiento de la variedad de tipos de adherencia
cualitativamente diferentes es esencial para formular el tipo que adherencia que probablemente
exhiba un individuo.
Establecimiento de contingencias
Walters (1998) argumenta que el “cambio comienza con una crisis”. Define una “crisis”
como “el punto en el cual el cliente se hace consciente de una discrepancia entre sus metas y el
comportamiento actual”. La exploración de las contingencias establecidas, para una fase
motivacional específica, permite la identificación de un amplio rango de factores posibles que
han contribuido al cambio en los comportamientos de adherencia. Jones y Brown (1998) sugieren
que el análisis funcional es una estrategia de evaluación útil, observando las diversas
contingencias establecidas en los puntos de inflexión críticos de adherencia y falta de
adherencia. Esto implica identificar los puntos de inflexión en la adherencia para un individuo, y
después intentar localizar qué cambios ocurrieron en las contingencias. El enfoque de la teoría
del aprendizaje social de Bandura (1977, 1986) sugiere tres tipos de establecimiento de
contingencias motivacionales: externas, vicarias y autorrefuerzo. Jones y Brown (1998)
identificaron ejemplos de aversión y refuerzo interpersonal e intrapersonal, estableciendo
contingencias para puntos de inflexión motivacionales en una muestra de pacientes infractores
con trastorno de personalidad en un hospital especial (Tabla 3.4).
59
Tabla 3.5 Fases del cambio relacionados con el modelo de asimilación del cambio, procesos de cambio conductual y modelo SPAARS
sin saltar a un cierre o abandono prematuro. Esto refleja quizá una falta de habilidad natural de
aprender cosas nuevas y asimilar otras al mismo tiempo, y puede dar cuenta del ciclo
motivacional descrito por Prochaska et al. (1992)8.
Además de observar los comportamientos de adherencia en esfuerzos previos, es útil
observar otras situaciones que pueden haber requerido comportamientos de adherencia similar,
como en las relaciones, compromiso con la educación y el trabajo.
Habilidades de adherencia
Si la “motivación” es vista como una combinación de habilidades de adherencia y un
incentivo activo para usar esas habilidades, la evaluación necesita realiza una auditoría de qué
habilidades están disponibles en el cliente. Muy a menudo también, la ausencia de habilidades de
adherencia es considerada erróneamente como una ausencia de disposición a adherir. Los
ejemplos de este tipo de habilidades que se requieren para la mayoría de las intervenciones son:
1. Una habilidad para desarrollar una relación con el(los) terapeutas, a través de las
habilidades de asistencia a las sesiones, confiar en el terapeuta como persona y como
profesional, confiar que la terapia traerá consigo un cambio beneficioso (creencias de
eficacia del tratamiento), y habilidades para reparar relaciones rotas.9
2. Una habilidad para identificar y tolerar sentimientos asociados con el cambio, tales como
la habilidad para identificar sentimientos, tolerar sentimientos de vulnerabilidad
interpersonal, estrés asociado con la disonancia (discrepancia, en los términos de la
entrevista motivacional), tolerar la pérdida de cartel, de la simulación y traición asociada
con el alejamiento de la red de pares criminógenos, la capacidad de renunciar a fuentes
antiguas de reforzamiento en la ausencia de algo pero con la promesa de nuevas fuentes
de reforzamiento, y la capacidad para aceptar una nueva identidad al incorporar los
comportamientos recientemente adquiridos, a menudo que contrastan con los
antecedentes de tener un sentido inestable del si mismo.
3. Una habilidad para emplear esas habilidades cognitivas para el cambio, como la habilidad
para resolver problemas, generar disonancia, iniciar procesos de pensamiento y llevarlos
8
[N.T.] No queda claro si esas “cosas nuevas” a las cuales se refieren los autores son metas propuestas por los mismos
usuarios, o son metas prescritas por interventores-expertos-en-lo-que-otros-necesitan-cambiar). De acuerdo a Bordin y
Luborsky, una buena alianza de trabajo requiere que exista un acuerdo entre el usuario y el terapeuta acerca de las
metas del tratamiento. [Véase, S. Corbella y L. Botella (2003) La alianza terapéutica: historia, investigación y evaluación.
Anales de Psicología, Vol. 19, Nº 2 (diciembre), Publicaciones de la Universidad de Murcia, 205-221]
9
[N.T.] Habría sido interesante que los autores describieran aquí las habilidades de los terapeutas que favorecen la
adherencia y permanencia de los usuarios en el tratamiento, puesto que la relación terapéutica puede ser entendida
como una relación de cooperación entre dos o más personas. [Véase, B. Duncan, M. A. Hubble y S. D. Miller (2003)
Psicoterapia con casos “imposibles”. Tratamientos efectivos para pacientes veteranos de la terapia. Ed. Paidós,
Barcelona]
63
10
[N.T.] Cabe suponer que los autores están haciendo referencia a habilidades de los usuarios en un contexto terapéutico
principalmente grupal, con objetivos y contenidos pre-fijados de las sesiones, a los cuales éstos deben adaptarse y
responder.
64
CONCLUSION
Muy a menudo la motivación ha sido vista como una variable única, cuando en realidad
implica a una variedad de diferentes variables intrapersonales, interpersonales y contextuales
que interactúan unas con otras. El comportamiento de adherencia es un fenómeno complejo y
necesita ser evaluado en una variedad de formas. La evaluación no puede ser hecha sin
considerar el impacto que el proceso de evaluación puede tener en el cliente; el profesional
tiene que estar consciente, en todas las fases de la evaluación, de la reacción potencial del
cliente al proceso de evaluación. Debiera ser un objetivo primario formar una buena relación de
trabajo con el cliente y prever cualquier interferencia con ésta. La evaluación de la motivación
se convierte en una meta secundaria. Se espera que este capítulo haya demostrado la
importancia de desarrollar una formulación detallada de los comportamientos de adherencia,
basada en el análisis de los antecedentes a largo y corto plazo. También ha sido demostrada la
utilidad de múltiples fuentes de información para evaluar la validez de la formulación. Como
66
psicólogos y profesionales forenses, también podemos tener con facilidad la respuesta a los
cuestionarios, porque éstos están aquí, no caen en malas manos que piensan cuáles son los
problemas de este individuo. Independientemente de la estrategia que empleemos, el uso de un
algoritmo práctico puede ser una forma de hacer explícitas las clases de decisiones que estamos
haciendo y la evidencia que tenemos para comportarnos del modo en que lo hacemos.
La evaluación psicométrica en esta área aun está en pañales. Se necesita hacer más
trabajo para desarrollar instrumentos de evaluación estandarizados, válidos y confiables que se
centren en las variables contextuales, en la adherencia como un conjunto de habilidades, en el
comportamiento infractor, en la coincidencia paciente-terapeuta, actitudes y creencias del
individuo respecto a los medios y las metas del cambio, y al ciclo de las diferentes fases del
cambio. Por último, esos instrumentos pueden ser juzgados por su habilidad para predecir la
adherencia y los problemas de la adherencia.
REFERENCIAS
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68
69
Capítulo 4
¿Qué mueve a las personas a tomar acciones? La respuesta a esta interrogante clave
depende de qué tipo de acciones sean tomadas. ¿Qué mueve a las personas a iniciar una terapia?
¿Qué los mueve a continuar? ¿Qué mueve a las personas a avanzar en la terapia? Y, ¿qué los
mueve a continuar progresando después que la terapia ha finalizado? Las respuestas a estas
interrogantes pueden suministrar guía en la medida que estamos luchando con uno de los campos
con problemas más urgentes: ¿qué tipos de programas pueden tener el mayo impacto en toda una
población de infractores criminales, incluso en aquellos que no están motivados para cambiar?
¿Qué motiva a los infractores a cambiar? La respuesta a esta pregunta depende en parte
de dónde están ellos en el proceso de cambio. Lo que motiva a las personas a comenzar a pensar
en el cambio puede ser diferente de lo que los motiva para comenzar a prepararse para tomar
acciones. Una vez que la acción es tomada, diferentes fuerzas aun pueden motivar a las personas
a mantener la acción o, a la inversa, hacerlos retroceder y recaer en comportamientos
criminales. Afortunadamente, las respuestas a esas interrogantes complejas pueden ser muy
simples si enfocamos las acciones sistemáticamente haciendo uso del Modelo Transteórico
(Prochaska y DiClemente, 1983; Prochaska et al., 1992a, 1994a).
Veinte años de investigaciones en las adicciones y otros tipos de comportamiento han
encontrado que el cambio es un proceso que se desarrolla en el tiempo, a través de una serie de
fases: precontemplación, contemplación, preparación, acción, mantención y finalización. La
precontemplación es la fase en la cual las personas no intentan tomar acciones en un futuro
próximo, definido operacionalmente como en los seis meses siguientes. Las personas pueden
estar en esta fase debido a que no están informador o mal informados respecto a las
consecuencias del comportamiento. O pueden estar desmoralizados porque han intentado
cambiar varias veces y han fracasado. Ambos grupos tienden a evitar la lectura, hablar o pensar
en sus comportamientos de alto riesgo. Tienden a subestimar los beneficios del cambio y
sobrestiman los costos. Inconscientes que están cometiendo esos errores, puede ser difícil para
71
Reclutamiento
Muy pocos estudios han prestado atención a uno de los esqueletos en el armario de los
tratamientos profesionales para la mayoría de los comportamientos problema. El hecho es que
esos programas reclutan o alcanzan a una pequeña minoría de los individuos con el problema.
Menos del 25% de las poblaciones con diagnóstico DSM-IV entran a programas de terapia
profesional (Veroeff et al., 1981a,b). Con el fumar, la más mortal de las adicciones, menos de un
10% de fumadores participan en programas profesionales (US Department of Health and Human
74
Services, 1990). Podemos asumir que un porcentaje pequeño similar de infractores criminales
entraría a programas de rehabilitación si no fueran obligados por el sistema de justicia criminal.
Dado los enormes costos de la violencia y otros comportamientos criminales en los
perpetradores, sus familias, amigos, empleadores, comunidades, sistemas de salud, debemos
motivar a muchos más infractores para que participen en los programas apropiados. Algunos
gobiernos y servicios prestadores de salud están buscando tratar esas condiciones costosas en
términos de poblaciones a tratar. Cuando volvemos la mirada a los más grandes y mejores
estudios clínicos en el tratamiento de comportamientos recalcitrantes de las adicciones como una
población a tratar, ¿qué descubrimos? Estudio tras estudio muestran resultados problemáticos
(por ejemplo, COMMIT, 1995; Ennett et al., 1994; Glasgow et al., 1995; Luepker et al., 1994). Ya
sea que los estudios se hayan efectuado en el lugar de trabajo, escuelas o toda la comunidad, los
resultados son destacadamente similares: no hay efectos significativos al compararlos con las
condiciones control.
Si examinamos más de cerca uno de esos estudios, el Estudio de Minnesota del Corazón
Saludable, podemos encontrar indicaciones de lo que estuvo mal (Lando et al., 1995). Alrededor
del 90% de los individuos y comunidades control reportaron ver historias en los medios de
comunicación acerca del fumar, uno de los comportamientos blanco. Sin embargo, solamente
alrededor del 4% de los fumadores en el estudio reportaron su participación en una de nuestras
más poderosas intervenciones de cambio de comportamiento —clínicos, clases y consejería. Si los
prestadores ofrecen clínicas gratis del estado de la ciencia para dejar de fumar, solamente el 1%
de fumadores son reclutados (Lichtenstein y Hollis, 1992). Simplemente no potemos tener mucho
impacto en la salud y salud mental de nuestra nación si nuestros mejores programas alcanzan a
tan pocas personas.
¿Cómo motivar a muchos más infractores para que busquen y se beneficien con la ayuda
apropiada? Cambiando nuestros paradigmas y nuestras prácticas. Hay dos paradigmas que
necesitamos considerar cambiar. El primero es el paradigma orientado a la acción que concibe el
cambio de comportamiento como un evento que ocurre con rapidez, inmediatamente, discreta y
dramáticamente. Los programas de tratamiento que están diseñados para tener a las personas
dejando de cometer infracciones de inmediato, están implícita o explícitamente diseñados para
la porción de la población que está en la fase de preparación.
La investigación que compara la distribución de fases entre comportamientos y
poblaciones encuentra que alrededor del 40% de los individuos en pre-acción están en
precontemplación, 40% en contemplación y solamente un 20% en preparación (Laforge et al.,
1999; Velicer et al., 1995). Esos datos sugieren que si ofrecemos intervenciones orientadas a la
acción a todos los infractores, estamos alcanzando a menos del 20% de la población en riesgo. Si
incluimos las necesidades de todos los infractores, debemos diseñar intervenciones para el 40% en
precontemplación y el 40% en contemplación.
75
El segundo paradigma del cambio que este enfoque requiere es pasar desde un enfoque
de reclutamiento pasivo a uno proactivo. La mayoría de los profesionales han sido entrenados
para ser pasivo-reactivos —esperar pasivamente que los pacientes busquen las prestaciones y
entonces reaccionan. El mayor problema con este enfoque es que la mayoría de las personas con
problemas nunca buscan las prestaciones.
Ofreciendo intervenciones según la fase de cambio y aplicando métodos de reclutamiento
proactivos, hemos sido capaces de motivar para que entren a programas de tratamiento al 80-90%
de los fumadores en seis estudios clínicos a gran escala (Prochaska et al., 2001a,b). Este es un
incremento cuántico sobre las tasas de participación de 1-4% encontradas en otros estudios.
Hay regiones del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido que están entrenando a los
profesionales de la salud en esos nuevos paradigmas. Más de 6000 médicos, enfermeras,
consejeros y educadores en sanitarios han sido entrenados para interactuar proactivamente en
cada fase del cambio con todas sus poblaciones de pacientes que fuman, o abusan del alcohol, de
las drogas o la comida. Si queremos tener un impacto serio sobre la violencia y otros crímenes,
debemos aprender a alcanzar a poblaciones enteras de infractores y ofrecer terapias adaptadas a
cada fase del cambio.
¿Qué ocurre si los profesionales cambian sólo un paradigma y reclutan poblaciones
proactivamente sin coincidir con la fase de cambio? Este experimento ha sido intentado por una
de las mayores organizaciones de prestación de salud en los Estados Unidos (Lichtenstein y Hollis,
1992). Los médicos usaron tiempo con todos los fumadores para reclutarlos para un programa
clínico para el cese del fumar, orientado a la acción y basado en el estado del arte. Si éstos no
habían hecho eso trabajo, enfermeras usaban 10 minutos para inscribirlos en el programa,
seguido de 12 minutos de educación sanitaria y un consejero telefoneaba a la casa. Este
protocolo de reclutamiento intensivo motivó a inscribirse al 35% de los fumadores en
precontemplación. Pero solamente llegó el 3%, el 2% lo terminó y el 0% lo finalizó estando mejor.
De los individuos en las fases de contemplación y preparación, el 65% se inscribió; el 15% se
presentó, el 11% lo finalizó y un pequeño porcentaje lo finalizó estando mejor.
Nuestro sistema legal puede ser visualizado como la entrega de personas a programas de
cambio de comportamiento orientados a la acción. ¿Pero los infractores acuden a la consejería, la
libertad vigilada u otros programas de cambio de comportamiento? ¿Se muestran física, mental y
emocionalmente? ¿Terminan? ¿Finalizan estado mejor? Un meta-análisis recientemente publicado
y resultados de investigación no publicados no encontraron ningún efecto para el tratamiento de
la violencia familiar, cuando los estudios se basaron en los reportes de la pareja acerca de la
reincidencia, y un efecto relativamente pequeño en los estudios que se apoyaron en los reportes
de la policía y en los registros de las corte (Levesque y Gelles, 1998). Podemos responsabilizar a
los infractores de no llegar al tratamiento, finalizarlo o terminar estando mejor, o podemos
buscar alternativas a los programas orientados a la acción.
76
Retención
¿Qué motiva a las personas a continuar en terapia? O por el contrario, ¿qué moviliza a los
clientes a terminar la consejería rápida y prematuramente? Un meta-análisis de 125 estudios
encontró que cerca del 50% de los clientes abandonaban el tratamiento (Wierzbicki y Pekarik,
1993). En esos estudios, se encontraron pocos predictores consistentes de finalización prematura,
excepto el abuso de sustancias, el estatus de minoría y bajo nivel educacional. Aunque
importantemente, esas variables no lograron dar cuenta de mucha de la varianza.
Un excelente predictor de abandono prematuro y bajos resultados en la terapia es la fase
del cambio del cliente al ingreso del programa (Beitman et al., 1994; Brogan et al., 1999;
Levesque y Chell, 1999). No debiéramos tratar a los infractores en la fase de precontemplación
como si ellos estuvieran en la fase de acción y esperar que continúen en la terapia, pero sin
embargo esperamos eso. Intentamos presionarlos para que tomen acciones cuando no están
preparados, los sacamos de los programa y los culpamos por no estar lo suficientemente
motivados para los programas orientados a la acción.
Cuando los clientes entran en terapia en la fase de acción, son apropiadas las estrategias
de prevención de recaídas. ¿Pero tiene sentido la prevención con el 40% de los clientes que se
encuentran en precontemplación? ¿Qué podría ser lo adecuado aquí? Recomendaríamos un
enfoque de prevención del abandono, ya que sabemos que es probable que esos pacientes
abandonen temprano si no los ayudamos a continuar.
77
Con los clientes que entran a terapia en la fase de precontemplación, usted podría
compartir con ellos su preocupación: “Estoy preocupado que la terapia no tenga un oportunidad
de contribuir a una diferencia significativa en su vida, porque usted puede estar tentado a
dejarla muy tempranamente.” Usted podría explorar si ellos han sido presionados para entrar en
la terapia. ¿Cómo reaccionan cuando alguien intenta presionarlos u obligarlos a cambiar cuando
ellos no están preparados? ¿Pueden dejarnos saber si sienten que usted está intentando
presionarlos u obligándolos? Usted quiere ayudarlos, pero no puede obligarlos a cambiar; usted
solamente estimularlos para que den los pasos que los llevarán con mayor probabilidad hacia el
éxito.
Actualmente tenemos tres estudios que examinan las tasas de los programas de retención
de individuos que han recibido intervenciones que coinciden con la fase del cambio en que se
encuentran (Prochaska et al., 1993, 2001a,b). Lo que es claro, es que cuando un tratamiento es
aparejado con la fase del cambio, las personas en precontemplación continúan en las mismas
tasas elevadas de quienes comienzan en preparación. Este resultado se obtuvo cuando los
participantes fueron reclutados proactivamente (llegamos hasta ellos para ofrecerles ayuda), y
cuando fueron reclutados reactivamente (ellos nos pidieron ayuda). Desafortunadamente, esos
estudios han sido llevados a cabo solamente con fumadores. Pero si se mantienen en otros
problemas, seremos capaces de ofrecer una respuesta práctica a la interrogante: ¿qué motiva a
las personas a continuar en terapia? Las intervenciones que coinciden con la fase de cambio
pueden aumentar la retención.
Progreso
¿Qué mueve a las personas para continuar progresando en la terapia y continuar
avanzando después que la terapia ha finalizado? El efecto de la fase predice que el monto de
acciones exitosas tomadas durante y después del tratamiento está relacionado directamente con
la fase de cambio en que estaban las personas al inicio del tratamiento (Prochaska et al., 1992a).
Los fumadores en preparación tienen el doble de probabilidad de estar abstinentes al mes
siguiente del postratamiento que quienes están en contemplación, los cuales a su vez tienen el
doble de probabilidad de estar abstinentes que quienes se encuentran en precontemplación. La
pauta continúa a los seis meses de postratamiento (DiClemente et al., 1991). Una única
intervención breve que ayuda a los individuos a avanzar sólo en una fase del cambio doblará su
oportunidad de emprender acciones efectivas en el futuro cercano (Prochaska et al., 1992a).
Se ha encontrado el efecto de la fase del cambio en una variedad de problemas y
poblaciones, incluido el éxito de la rehabilitación de daños cerebral y recuperación de trastornos
de ansiedad y pánico, siguiendo a la asignación al azar a placebo o medicamentos efectivos
(Beitman et al., 1994; Lam et al., 1988). En el último estudio, los psiquiatras que dirigieron el
78
estudio concluyeron que los pacientes debieran ser evaluados respecto a su fase de disposición
para beneficiarse antes de serles prescrito el medicamento.
Ya hemos visto que si intentamos movilizar a todas las personas con problemas para que
tomen acciones inmediatas, es probable que perdamos a la mayoría de ellas, porque no aparecen
o no terminan. Una meta más realista, especialmente en terapia breve, es usar intervenciones
aparejadas con la fase de cambio para ayudar a los clientes a progresar una fase. Para los
clientes que se mueven relativamente rápido, podemos tener como objetivo dos fases.
Comprensiblemente, los terapeutas que trabajan con infractores experimentan una sensación de
urgencia: la violencia y otros comportamientos criminales deben detenerse de inmediato para
proteger a otras personas. Sin embargo, basados en el efecto de la fase sabemos que si podemos
ayudar a los individuos a avanzar una fase en un mes, podemos doblar la probabilidad que tomen
acciones efectivas durante seis meses. Si los ayudamos a avanzar dos fases, podemos triplicar o
cuadruplicar su probabilidad de tomar acciones efectivas (Prochaska et al., 2001b). Disponer de
metas realistas puede hacer que más infractores entren a terapia, continúen en terapia, avancen
en la terapia y continúen progresando después de la terapia.
Los 6000 profesionales de la salud británicos que fueron entrenados para el enfoque de
las fases de tratamiento experimentaron un aumento dramático en su moral. Fueron capaces de
ver el progreso en la mayoría de sus pacientes, en lugar del fracaso acostumbrado cuando la
acción inmediata era el único criterio de éxito. Tuvieron mucho más confianza en que podían
considerar las necesidades de todos los pacientes más que sólo las del 20% o de quienes estaban
preparados para emprender acciones inmediatas.
Los modelos de terapia que escogemos debieran ser buenos para nuestra salud mental así
como también la de nuestros clientes. Después de todo, estamos involucrados en la terapia por
toda una vida, mientras que la mayoría de nuestros clientes están involucrados durante un breve
período de tiempo. Si nuestra presión por producir resultados inmediatos es transferida a los
infractores que no están preparados para esas acciones, ellos repetirán el pasado: no llegaremos
a ellos y no los retendremos. Podemos ayudar a muchos infractores, pero solamente si fijamos
metas realistas para ellos y nosotros. De otro modo, corremos el riesgo de desmoralizarlos y
desmotivarlos, y a nosotros mismos.
Proceso
Si vamos a ayudar a que los infractores se motiven para avanzar de un estadio al
siguiente, necesitaremos conocer los principios y procesos del cambio que pueden producir ese
progreso.
Principio 1: Los pro del cambio deben aumentar para que las personas salgan de la
precontemplación.
79
Encontramos en 12 de 12 estudios que los pros eran más elevados en las personas que
estaban en contemplación, que las que estaban en precontemplación (Prochaska et al., 1994b).
Esta pauta se mantuvo en 12 problemas de comportamiento: dejar de consumir cocaína,
delincuencia, uso consistente del condón, sexo seguro, estilo de vida sedentario, dietas,
obesidad, exposición al sol, fumar, test de radioactividad, mamografía, y la práctica médica de la
medicina conductual.
He aquí una técnica para aumentar los pro. Solicite a las personas en contemplación que
le digan todos los beneficios o pro de terminar con la violencia u otros comportamientos
criminales. Generalmente, harán una lista de 4 o 5 pro. Hágales saber que hay unos 10 a 12 pro.
Desafíelos a doblar o triplicar la lista para la próxima reunión. En la medida que lo hagan, sus
listas crecerán para incluir pro como más tranquilidad mental, más auto-respeto, y menores
relaciones con los miembros de la familia; ellos estarán más motivados a comenzar a contemplar
seriamente el cambio.
Principio 2: Los contra del cambio deben disminuir para que las personas avancen de la
contemplación hacia la acción.
En 12 de 12 estudios encontramos que los contra del cambio eran menores en la fase de
acción que en la de contemplación (Prochaska et al., 1994b).
Principio 3: Los pro deben tener más peso que los contra para que las personas estén
preparadas para la acción.
En 12 de 12 estudios, los contra del cambio fueron superiores a los pros en la
precontemplación, pero en 11 de 12, los pro fueron superiores a los contra en la fase de acción.
La única excepción fue dejar de consumir cocaína en adictos, el único grupo consistente
en un gran número de pacientes hospitalizados. Para los individuos en programas de
hospitalización (o en prisiones), tomar acciones puede estar más bajo el control de la institución
que bajo el autocontrol. Los elevados contra relacionados con los pro, no debieran ser de mal
agüero como para significar el descarte inmediato de de esos individuos. El desafío principal con
los infractores, es ayudarlos a transformar la coerción social en influencia social, y los controles
sociales en autocontrol.
A continuación se entrega un ejemplo de cómo puede ocurrir esa transformación. En los
Estados Unidos, la Fuerza Aérea obliga a todos los cadetes a dejar de fumar en un plazo de seis
semanas después que ingresan al campo de entrenamiento militar. Esta obediencia es
documentada por pruebas sanguíneas de nicotina efectuadas en forma regular. La consecuencia
de violar esta regla es severa: los cadetes tienen que repetir el entrenamiento militar. Las
violaciones de esta regla están bajo la coerción y el control social.
80
Principio 4: Los principios sólidos del cambio sostienen que para avanzar de la
precontemplación a la acción efectiva, los pro del cambio deben aumentar en una desviación
estándar (Prochaska, 1994).
81
Principio 5: Los principios débiles del avance sostienen que para avanzar de la
contemplación a la acción efectiva, los contra del cambio deben disminuir en media desviación
estándar.
Ya que los pro del cambio deben aumentar dos veces en la medida que los contra
disminuyen, damos énfasis al doble de los beneficios del cambio por sobre los costos. Creemos
que podemos haber descubierto principios matemáticos de cuánta motivación positiva debe
aumentarse y cuánta motivación negativa debe disminuir. La evaluación sensible de los pro y los
contra puede guiar las intervenciones, entregándonos a nosotros y nuestros clientes
retroalimentación acerca de si nuestros esfuerzos terapéuticos están produciendo el progreso y
cuándo están fallando. Podemos modificar nuestros métodos si no vemos el movimiento que se
necesita para estar adecuadamente preparado para la acción.
Principio 6: Necesitamos coincidir con los procesos particulares de cambio se los estadios
específicos del cambio.
La Tabla 4.1 presenta la integración empírica que hemos encontrado entre los procesos y
las fases del cambio. Guiados por esta integración, aplicaremos los siguientes procesos de cambio
con los pacientes en precontemplación:
mi esposa.” Abajo aparecía esta estadística: “50.000 muertes por año son causadas por el
fumar pasivo, Departamento de Salud de California.”
En 30 segundos tenemos aumento de la conciencia, auxilio dramático y reevaluación
ambiental. Nos preguntamos si se ha evaluado esa intervención en la prensa como parte
importante del éxito en la reducción del fumar en California.
4. La Reevaluación de si mismo combina la evaluación cognitiva y afectiva o la auto-imagen
liberada de un estilo de vida de larga duración. La imaginería, los modelos de roles más
saludables, y las narrativas de uno mismo son técnicas que pueden movilizar a las
personas a reevaluar dónde se encuentran, quiénes son y quiénes quieren ser. En su
estudio de ex convictos británicos que terminaron “bien”, Maruna (2000) encontró que
“para desistir del crimen, los ex infractores necesitaban desarrollar un identidad de si
mismos coherente y prosocial. Necesitaban dar cuenta y comprender su pasado criminal
(por qué habían hecho lo que hicieron), y también necesitaban comprender por qué ahora
“no volverían a ser como antes” (p. 7). A medida que los infractores avanzan hacia la
preparación, comienzan a desarrollar más una mirada hacia el futuro, mientras imaginan
cómo su vida se liberará de los comportamientos destructivos y auto-derrotistas.
5. Liberarse por si mismo es creer que uno puede cambiar y comprometerse una y otra vez
con la actuación de esa creencia. Las técnicas que pueden fomentar esa fuerza de
voluntad incluyen los contratos y otros compromisos públicos, en lugar que sean privados.
La investigación motivacional también sugiere que su las personas tienen solamente una
opción, no estarán tan motivados si tienen dos opciones (Miller, 1985). Tres opciones es
aun mejor, pero cuatro no parecen fomentar la motivación. En la medida de lo posible,
intentamos proveer a las personas con tres de las mejores opciones para aplicar en cada
proceso. Por ejemplo, con el dejar de fumar usamos lo que creíamos que era la única
forma de comprometerse con el cambio, y era la abstinencia abrupta. Ahora sabemos que
hay al menos tres buenas opciones: (a) abstinencia abrupta, (b) reemplazo de nicotina y
(c) desvanecimiento de la nicotina. Les solicitamos a los clientes que elijan la alternativa
que creen que será la más efectiva para ellos, y con la que estarían más comprometidos
para aumentar su motivación y su auto-liberación. Este enfoque contrasta mucho con el
doctor o el delegado de libertad vigilada que le ordena a la persona asistir a un programa
particular, como Alcohólicos Anónimos.
6. Las Relaciones de ayuda combinan el cuidado, la apertura, la confianza y la aceptación,
sí como también el apoyo para el cambio. La construcción de rapport, una alianza
terapéutica, llamados telefónicos del consejero, sistemas de apoyo de pares,
patrocinantes y grupos de auto-ayuda, pueden ser excelentes fuentes de apoyo social. Si
las personas se hacen dependientes de ese apoyo para la mantención del cambio,
84
11
[N.T.] Esta técnica obviamente tiene mayor aplicación en los comportamientos adictivos, en donde los estímulos
ambientales asociados con la obtención o el consumo de la sustancia (una relación desarrollada a través de aprendizaje
pavloviano), adquieren la capacidad de provocar cravings. Cabe preguntarse si las infracciones a la ley son adicciones,
que responden pavlovianamente a estímulos ambientales, o si en realidad muchas de esas infracciones se relacionan con
un estilo de vida y son planificadas por quienes las cometen. En ese sentido, las técnicas de asertividad (para
sobreponerse a la influencia de los pares) y las técnicas cognitivas para afrontar los pensamientos irracionales parecerían
más adecuadas.
12
[N.T.] Por ejemplo, los utensilios usados para el consumo de heroína. O, borrar de la memoria del teléfono celular el
número del dealer.
85
las pautas criminales crónicas, al proveeros de más opciones pro-sociales. Este proceso de
cambio no se ha encontrado que sea específico a una fase del cambio como los demás,
porque depende en parte de más cambios sociales que en el cambio de si mismo.
Los manuales parecen prestar poca atención a la disposición para el cambio, y tienden a
sub-utilizar algunos procesos de cambio que son poderosos motivadores tempranos en el proceso
del cambio, incluyendo el auxilio emocional, la reevaluación ambiental y la auto-evaluación. Los
programas también sub-utilizan estrategias más orientadas conductualmente que son importantes
en la prevención de recaídas, incluyendo el manejo del reforzamiento y las relaciones de ayuda.
¿Qué procesos de cambio usa usted? ¿Cuáles sub-utiliza? ¿Cuáles utilize en exceso?
¿Cuánto hace coincidir sus intervenciones con la fase del cambio del cliente?
Resultados e impactos
¿Qué sucede cuando se combinan todos esos principios y procesos del cambio para ayudar
a toda una población a movilizarse hacia la acción respecto a sus problemas? Examinaremos
algunos estudios clínicos que aplican intervenciones coincidentes con la fase de cambio en el cese
del fumar, para ver qué lecciones podríamos aprender respecto al cambio de comportamiento
futuro en general, y específicamente en el tratamiento de los infractores?
En nuestro primer estudio en gran escala, asignamos al azar a 739 fumadores reclutados
en forma reactiva (ellos se colocaron en contacto con nosotros) a una de las siguientes cuatro
condiciones de tratamiento (Prochaska et al., 1993).
1. Estandarizada: una de los mejores programas hogareños, orientados a la acción
para dejar de fumar.
2. Individualizada: manuales coincidentes con la fase del cambio.
3. Interactiva: un sistema de reporte computacional, más manuales.
4. Personalizado: consejeros más computadores y manuales.
Todos los participantes completaron por correo o por teléfono una encuesta de 40 ítems
que evaluaron la fase del cambio, un balance decisional, autoeficacia y los procesos de cambio.
En la condición individualizada, los participantes recibieron manuales adaptados a la fase de
cambio, que les enseñaron a los usuarios acerca de los principios generales del cambio de
comportamiento, su fase particular del cambio, y los procesos que pueden usar para avanzar a la
fase siguiente.
En la condición interactiva, los participantes recibieron manuales adaptados a la fase del
cambio y reportes de retroalimentación generados por un computador, que suministraron
información acerca de su fase del cambio, pro y contras del cambio, sus situaciones de mayor
tentación, y su uso de los procesos de cambio más apropiados a su fase de cambio. En la línea
base se dio retroalimentación positiva a los participantes respecto a lo que ya estaban haciendo
en forma correcta y una guía de cuáles procesos de cambio se necesitaba aplicar más para
avanzar. El reporte derivaba a los participantes a los manuales, los cuáles suministraban
ejercicios y estrategias para el cambio adaptadas a la fase de cambio. En dos reportes de
87
progresos adicionales entregados a los seis meses, los participantes también recibieron
retroalimentación positiva de cualquier mejoría que hubieran tenido en cualquiera de las
variables importantes de su progreso. Los fumadores desmoralizados y defensivos podrían
comenzar a avanzar sin haber dejado de fumar y sin tener que trabajar demasiado para lograrlo.
Los fumadores en la fase de contemplación podían dar pequeños pasos para retrasar su primer
cigarrillo en la mañana para aumentar su autoeficacia y prepararse mejor para dejar de fumar.
En la condición personalizada, los fumadores recibieron reportes de retroalimentación de
tres sistemas expertos, los manuales adaptados a la fase de cambio, y cuatro llamadas por
teléfono proactivas de un consejero a través de los meses del período de intervención. Tres de
las llamadas estuvieron basadas en los reportes del computador. En la llamada sin reporte, los
clientes y los consejeros conversaban acerca de cualquier progreso significativo que hubiera
ocurrido desde la última interacción.
Los cuatro grupos de tratamiento fueron seguidos durante 18 meses: durante los 6 meses
de intervención y 12 meses después que aquella finalizó. Se entregaron en forma paralela dos
condiciones de auto-ayuda (estandarizada e individualizada). Sin embargo, a los 18 meses, los
manuales adaptados a las fases de cambio se movilizaron hacia adelante. Este es un ejemplo del
efecto de acción retardada, el cual observamos a menudo con los programas adaptados a la fase
de cambio. Les toma tiempo a los participantes en las primeras fases del cambio progresar del
todo hacia la acción. Como resultado, algunos efectos del tratamiento basados en el criterio de la
acción sólo se observan después de una demora considerable. Debido a esto es estimulante
encontrar tratamientos que producen efectos terapéuticos meses e incluso años después que el
tratamiento ha finalizado.
Las condiciones con el computador (interactiva) y con consejero (personalizada) tuvieron
resultados superiores en comparación con la condición de sólo un manual (individualizada). Las
condiciones con el computador y el consejero fueron paralelas por otros 12 meses. Después, los
efectos de la condición con consejero se aplanaron [en el gráfico], mientras que los efectos de la
condición con el computador continuaron creciendo. Solamente podemos especular acerca de las
diferencias de esas condiciones en el seguimiento a largo plazo. Los participantes en la condición
personalizada pueden haberse hecho algo más dependientes del apoyo y control social de la
llamada del consejero en los seis meses de intervención. La terminación de los consejeros puede
haber dado como resultado que no hubiera más progresos debido a la pérdida de este control y
apoyo social.
La siguiente prueba fue demostrar la eficacia del sistema experto cuando se aplicaba a
toda una población de fumadores reclutados proactivamente (nosotros los llamamos). Sobre el
80% de 5170 fumadores contactados a través del teléfono accedieron a participar en el estudio,
aunque cuando menos del 20% estaba en la fase de preparación. El sistema experto entregó
evaluación solamente en el seguimiento de 6 meses, y sus beneficios aumentaron en cada
88
seguimiento durante los seis meses siguientes (Prochaska et al., 2001b). Las implicaciones aquí
son que las intervenciones del sistema experto en una población pueden continuar demostrando
beneficios mucho tiempo después que la intervención ha finalizado.
Después mostramos una destacada réplica de la eficacia del sistema experto en una
población de una Organización de Mantención de la Salud (HMO) de 400 fumadores con una
participación del 85% (Prochaska et al., 2001a). En la primera población del estudio en que
usamos reclutamiento proactivo, el sistema experto fue un 34% más efectivo que la evaluación
sola; en la segunda, fue un 31% más efectivo. Esas diferencias son significativas clínica y
estadísticamente. Al trabajar en base a una población completa, fuimos capaces de lograr un
nivel de éxito que generalmente se encuentra solamente en los programas clínicos intensivos que
sirven más a los fumadores muy motivados. La implicación de esto es que al usar un enfoque
adaptado a la fase de cambio para tratar a todos los infractores —ya sea que estén motivados o
no para emprender acciones— podríamos ser capaces de lograr el tipo de tasas de éxito que
encontraríamos si hubiésemos tenido el lujo de trabajar primariamente con los clientes muy
motivados.
En nuestro estudio en la HMO, los consejeros más el sistema de computadores expertos
tuvieron un mejor desempeño que el sistema experto solo durante 12 meses, pero después de los
18 meses su desempeño comenzó a declinar mientras que los computadores solos aumentó. Una
vez más, parece que cuando el apoyo y control social es ofrecido por los consejeros y después es
retirado, las personas lo hacen peor. Por otro lado, los sistemas expertos de computadores
pueden optimizar la confianza en si mismo de los pacientes.
En un estudio clínico más reciente, desvanecimos a los consejeros a través del tiempo
como un método para abordar la dependencia del consejero. El desvanecimiento fue efectivo y
tuvo implicaciones según como finalizó el consejero: gradualmente, a través del tiempo, o de la
contrario, en forma súbita. Creemos que los cambios más poderosos en los programas combinarán
los beneficios personalizados de los consejeros y consultantes con el sistema individualizado
interactivo con el sistema experto con computadores. Actualmente estamos desarrollando
manuales adaptados a la fase del cambio, un sistema multimedia experto, y protocolos en cada
fase del cambio para el consejero en el tratamiento de infractores de violencia doméstica.
Si esos resultados continúan siendo replicados, los programas para infractores serán
capaces de producir impactos sin precedentes. Sin embargo, para producir esos impactos se
requieren los siguientes cambios en el pensamiento y en la práctica:
1) desde un paradigma de acción a un paradigma de fases de cambio;
2) desde un enfoque de intervención reactivo hacia uno proactivo;
3) desde esperar que los participantes adapten sus necesidades a nuestros programas, hacia
programas que se adapten a las necesidades de aquellos;
89
4) desde programas clínicos a programas basados en poblaciones que pueden aplicar las
estrategias de intervención interactivas e individualizadas más poderosas.
REFERENCIAS
90
91
Capítulo 5
CHRISTOPHER CORDESS
School of Health and Related Research (ScHARR). Universidad de Sheffield, Gran Bretaña
INTRODUCCION
La motivación para que los pacientes o clientes entren y persistan dentro de una alianza
terapéutica —o relación de tratamiento— es problemática para cualquiera, incluyéndonos a
nosotros mismos, la mayoría de las veces. Hay numerosas circunstancias en las cuales la
resistencia entre en la relación terapéutica sobreponiéndose al deseo de ayuda y posible cambio.
Igualmente, hay muchas ocasiones cuando la tentación a servir a la relación de tratamiento es
muy acogedora, comparada con las exigencias de continuar trabajando con la más refractaria de
las entidades, el “yo”, y sus hábitos y comportamientos testarudos. Hay una rica literatura
psicológica contemporánea desde una perspectiva cognitiva, especialmente acerca de la
entrevista motivacional, la cual es central al respecto. Sin embargo, este capítulo examinará el
cuerpo de conocimiento psicodinámico acerca de la alianza terapéutica, con particular referencia
a los infractores y a la vulnerabilidad y fragilidad especial de esa relación para la mayoría de los
pacientes infractores o clientes.
La experiencia más reconfortante y movilizadota de mi vida profesional en la psiquiatría
forense y en la psicoterapia ha sido aquella en la que se ha logrado conocer y ser de confianza
para los pacientes y los clientes. Diciéndolo en términos profesionales, ésta puede ser descrita
como “construcción y nutrición” de una alianza terapéutica; la que toma muchas formas. Por
ejemplo, puede implicar la negociación de primeros encuentros hoscos y silenciosos con un
adolescente enajenado, con la posterior apertura hacia sentimientos de confianza y ser
reconocido de verdad como “estando al lado” del joven. Puede ser el resultado eventual de una
detención obligada y resistida, y el tratamiento bajo el Acta de Salud Mental de una persona que
sufre psicosis, la cual lentamente —posiblemente durante años— evoluciona hacia una relación de
trabajo con confianza y respeto mutuo. He reportado en otro lugar un caso que no es atípico: un
paciente proveniente de la prisión fue admitido obligatoriamente en el hospital en un estado
psicótico florido, después de haber intentado asesinar a sus padres. Inicialmente fue
agresivamente antagonista al tratamiento y después durante un año se opuso a las intervenciones
terapéuticas, incluyendo la terapia familiar. Cinco años después, él vivía en su propio
departamento y tenía una relación cercana con los miembros del equipo multidisciplinario (MEM),
92
así como también como con su psiquiatra. Se convirtió en un paciente voluntario, obtuvo
estabilidad, estableció su vida independientemente —y posteriormente se ¡quejó que no se lo
había visto lo suficiente! (Cordess, 1996). Cualesquiera sea la forma que tome la alianza, tiene
que ser provechosa —como ocurre con la amistad—, y por cierto no es algo dado, no puede ser
completamente enseñada, aunque se compartirán algunos puntos útiles en lo que sigue de este
capítulo.
Es fundamental para la alianza terapéutica que el paciente o cliente se sienta escuchado
y comprendido. Con frecuencia ha sido mi experiencia que los infractores que permanecen en
prisión no pueden creer que un profesional tenga deseos de gastar una o dos horas conociéndolos
y escuchándolos de un modo informado. Este es especialmente el caso en las Instituciones de
Infractores Juveniles (IIJ), donde parece que ser escuchados no es parte de la experiencia de
muchos jóvenes recluidos. Igualmente para algunos, esa posición de escucha aumentará un ya
vívido sentido de sospecha o “paranoia”. Esto puede ser la consecuencia de la amenaza de lo
desconocido o lo inesperado, o puede ser atribuido a experiencias de relaciones y ambientes
previos en los cuales ha habido desconfianza, coerción, abuso o intimidación. Mientras que se ha
dicho mucho acerca de la descripción del modo psicoterapéutico psicodinámico como el
“tratamiento hablado”, también debiera agregarse también el “tratamiento escuchado”. Un
afiche del Dr. Barnardo de hace algunos años atrás señalaba bien el punto: bajo la fotografía de
la mirada triste de un niño discapacitado, estaba escrito “Lo que este niño necesita es ser
escuchado”. El contraste estaba en el modo de tratar a los marginales de nuestra sociedad —
incluidos los infractores—: de hacer cosas a las personas, ya sea por una nueva legislación, por
ejemplo, personas con Trastorno de Personalidad Peligrosa y Severa (D&SPD), o por los crecientes
“paquetes” de intervenciones que toman poco en cuenta la historia particular del individuo y su
visión de mundo. Como ha sido bien dicho por un paciente, “la locura comienza cuando las demás
personas dejan de intentar comprenderlo a usted”. Este es el predicamento del creciente número
de aquellos que son excluidos —o que no calzan dentro— en la actual corriente de nuestra
sociedad crecientemente competitiva.
Solamente no es infrecuente un “contrato de tratamiento” y construcción de la alianza en
la práctica clínica forense, sino que también, por ejemplo, en la forma honrada en que son
realizadas la derivación psicoterapéutica y el contrato en la práctica privada. Por el contrario, la
derivación y la alianza terapéutica pueden emerger —por ejemplo, como parte de una evaluación
en la corte de un prisionero recluido o en un IIJ, o en el curso de un trabajo multidiscplinario. La
relación terapéutica de la psicoterapia forense es una relación psicodinámica aplicada, y algunas
de sus reglas necesitan ser adaptadas. Debido a esta necesidad de adaptación y flexibilidad,
también se necesita una precaución particular respecto al “análisis silvestre”, una forma grosera
de “actuar [acting out] la contra-transferencia” u otras practicas esencialmente inútiles y
93
EL CONTEXTO CONTEMPORANEO
Un problema muy contemporáneo en la práctica clínica, pero especialmente en el trabajo
con infractores, por ejemplo, en la “práctica forense”, es que actualmente trabajamos dentro de
un sistema social y político —al menos en Inglaterra y Gales— que apunta al tratamiento y la
reducción del comportamiento infractor a través de crecientes métodos coercitivos. Nuestro
sistema político y las políticas para tratar a los infractores se han desplazado de un ethos de
rehabilitación, el cual se obtuvo accidentadamente a principios de los ’70, a un ethos de
autoritarismo. Garland (2001, p. 176) escribe:
cuando se emprenden intervenciones de rehabilitación hoy día, sus características son más bien
diferentes a las de antes. Se concentran más en el tópico del control de la criminalidad que en
el bienestar individual, y están “centrados en el delito” que “centradas en el cliente”. El delito
ya no es considerado como un síntoma presente en la superficie; es por el contrario, una cosa en
si misma, el problema central que tiene que ser tratado. Donde una vez la personalidad o las
relaciones del individuo eran el objetivo de los esfuerzos de transformación, ese objeto es ahora
el comportamiento infractor y los hábitos más estrechamente relacionados con aquel. El punto
inmediato ya no es más la mejoría de la autoestima del infractor, el desarrollo de insight, o la
entrega de prestaciones centradas en el cliente, sino que en la imposición de restricciones,
reducción del crimen, y protección del público. Esos cambios en la practica movilizan a los
programas de tratamiento a mantenerse a si mismos para el beneficio de las víctimas futuras
que para el beneficio de los infractores. Son las víctimas futuras las que son “rescatadas” ahora
a través del tratamiento de rehabilitación, más que los infractores en si mismos.
13
[N.T.] Juego ortográfico, que no tiene equivalencia en el idioma español (véase más adelante).
96
como en el personal— son efectivamente nihilistas y, por otra parte, aquellos que fomentan y
apoyan ese estado psicológico descrito como la “posición deprimida” —de mutua preocupación,
de alianza terapéutica y posible reparación (Hinshelwood, 1989).
En este clima, ¿qué es lo que se habla de “construir y nutrir una alianza terapéutica”,
cuando los prospectos para ella en esos tratamientos —ya sea con infractores o no— son las que
aumentarán la coerción ejercida sobre aquellos para que se adhieran y permanezcan en
“tratamiento”, para beneficio no de ellos mismos sino que de otros, y esa información
confidencial hasta ahora que será libremente compartida con otras agencias? Para los infractores
hay mucho peligro en ello, debieran estar buen desprotegidos (o en enfermos) dentro de su
“tratamiento” como para revelar aspectos de riesgo potencial, ya que serán tratados con
coerción y en forma punitiva por su fracaso en ser capaces de “seguir al sistema”. El espíritu de
los tiempos de tolerancia cero de los riesgos y un ethos masivamente creciente de coerción y
control crea problemas fundamentales para todos los profesionales de la salud mental, pero los
psicoterapeutas, y más centralmente los psicoterapeutas forenses, están especialmente bien
ubicados como para comprender la locura que intentan esas políticas en una forma particular.
Sabemos que mientras más sea obligado el “tratamiento”, es probable que sea ineficaz, en el
mejor de los casos induciendo simple obediencia, o desafiando en el peor de los casos al sistema.
En términos psicodinámicos clínicos, sabemos que la potencia terapéutica requiere que evitemos
ser identificados con el “policía interno” o un super-yo castigador en el cual los pacientes puedan
proyectarse con facilidad en el terapeuta y el sistema en el cual ellos actúan. Es nuestra tarea
comprender e interpretar dichas fuerzas y no actuar sobre ellas. También es necesario agregar
que algunos tratamientos para la enfermedad o trastornos mentales severos, ya sean infractores
o no, necesitan ser comenzados bajo obligación; sin embargo, para que sean creativos y
efectivos, necesitan moverse —gradualmente— hacia la voluntariedad y la auto-motivación.
Creo que es nuestro deber oponernos a esa erosión seria de la posibilidad terapéutica que
saboteará la relación terapéutica clínicamente efectiva en el breve plazo, y que ocasionará un
daño incalculable a las percepciones de nuestro rol (crecientemente visto como impuesto), a
nuestra efectividad, y por consiguiente dañará a los pacientes en el largo plazo.
Esencialmente, esas políticas requieren que el cliente, si es que preserva su mejor interés
y es capaz de lograrlo, estará continuamente a la defensiva, permitiendo solamente un apertura
parcial de si mismo, evitando una alianza terapéutica completa, y permitiendo solamente grados
limitados de “confianza” (la cual, efectivamente, no es confianza en lo absoluto). En resumen,
debiera ser “económico con la confianza”, y no ser auténtico, en lugar de auténtico, para no caer
bajo esos nuevos poderes del Estado. Desde mi punto de vista, esas políticas representan un
ataque frontal total en contra de la integridad necesaria de la alianza paciente-terapeuta.
97
función auto-reflexiva” (Fonagy et al., 1997), y por lo tanto se logrará empatía y el suministro de
estrategias de afrontamiento alternativas a los comportamientos infractores.
En la psicoterapia psicodinámica ese aspecto de la interacción y conversación con el
paciente es considerado, clásicamente, como transformador (por ejemplo, productora de cambio)
e implica a la interpretación, la cual incluye también los sentidos transmitidos por la
clarificación y explicación, en una relación de confianza, segura y empática. La interpretación es
el procedimiento por medio del cual, a través de la investigación analítica (escuchar con un
“tercer oído”), se logra alcanzar una comprensión del significado latente de lo que el paciente
dice y hace, y que es comunicado verbalmente al paciente. Esta revela los conflictos defensivos
del paciente y su objetivo último es identificar los deseos, ansiedades o miedos que son
expresados a través de los productos inconscientes así como también a través del consciente. Es
un ejercicio mutuo que requiere de al menos una motivación intermitente tanto de parte del
terapeuta y del paciente. Sin embargo, ninguna relación terapéutica puede consistir sólo de
interpretaciones, a menos que se convierta en una caricatura de la misma. Baterman y Colmes
(1995, p. 168) escriben que “la sobre-evaluación de la interpretación en la transferencia como el
principal factor curativo [en la psicoterapia] ha llevado a pasar por alto otros factores como la
afirmación, la validación e incluso los elogios y el apoyo”. Ellos sostienen la perspectiva que
“cualesquiera que sea la adherencia teórica [del terapeuta], éste debe trabajar en una forma
flexible, equilibrando el trabajo interpretativo en un extremo, con intervenciones de apoyo en el
otro extremo, yendo de un lado hacia el otro a través del tratamiento” (p. 168). Esos autores
entregan una lista del espectro de intervenciones terapéuticas que mantienen la relación
terapéutica: apoyo, afirmación, reafirmación, empatía, aliento, elaboración, clarificación,
confrontación, interpretación. Ellos afirman, en general, que “lo más cercano a la intervención
es el polo interpretativo del continuo, lo más psicodinámico del tratamiento” (p. 168).
Esa posición terapéutica está en marcada contraste con los tratamientos “en paquetes”,
los cuales se han hecho muy populares dentro del tratamiento de los infractores en las prisiones y
ahora en los hospitales, los cuales —en su peor forma— tienen afinidad con la aplicación de un
Programa pegado en la pared. Esas terapias —como el Programa de Tratamiento para Infractores
Sexuales—, para los cuales no hay evidencia de los resultados —los cuales a menudo puede ser
discutibles, por ejemplo, cuando un delito violento tiene un aparente condimento sexual. El
programa de tratamiento es pegado [stuck] a la persona y se espera que haya “adherencia”
[stick]. El tratamiento es esencialmente directivo y didáctico (en su mejor forma) y aplicado
sobre los clientes, más que en una forma exploratoria o individualizada.
Son centrales en la práctica de la psicoterapia psicoanalítica los conceptos de
transferencia y contra-transferencia, los cuales están íntimamente entrelazados dentro de la
alianza terapéutica (tratamiento). La transferencia está caracterizada por la recreación
inconsciente de formas de relación del pasado —“facsímiles” (típicamente con los padres) — en la
100
alianza terapéutica con el terapeuta. Claramente, esta recreación puede tener elementos
positivos (por ejemplo, amor, generosidad y deseos de reparación) —la “transferencia positiva”—
y elementos negativos (por ejemplo, agresión, odio, sadismo, etc.) —la “transferencia negativa”.
Muchas veces, en la mayoría de las personas hay una mezcla de ambas, pero especialmente en los
pacientes infractores, cuya predisposición biológica puede estar hacia la agresión excesiva, o
cuyas influencias ambientales han sido de mucha pobreza o destrucción, predominará la
transferencia negativa.
A la inversa, la contra-transferencia involucra a todas las reacciones inconscientes del
terapeuta hacia el paciente individual, y especialmente su reacción a la transferencia del
paciente. El alto grado de trastornos subyacentes —contra los cuales se defiende el delincuente,
y que subyacen a los acting out perversos de algunos infractores— será traído a la relación
terapéutica y será proyectada en la transferencia. Temple (1996) escribe que:
en algunos infractores habrá una tendencia a procesos más paranoides que probarán la capacidad
del terapeuta para contenerlos y comprenderlos en la contra-transferencia. Probablemente, el
terapeuta será tratado como una figura peligrosa y persecutoria que necesita ser “controlada”.
Los terapeutas inexpertos se encuentran con esta dificultad cuando su intención consciente es ser
útiles. El reconocimiento de este estado permitirá que el terapeuta sea cauto y no interprete muy
rápidamente o en forma forzada, y que no exija una gran intensidad del contacto, la que puede
provocar reacciones incontroladas. La capacidad para tolerar la contra-transferencia, como es
descrita por Carpy (1989) será importante, particularmente en las primeras fases del tratamiento,
cuando la alianza de tratamiento esté bien establecida. La alianza de tratamiento será lo
suficientemente sólida para contener los aspectos negativos perturbados de la transferencia.
Es común en la práctica clínica forense estar en contra, por ejemplo del profundo
conservadurismo del delincuente joven en una IIJ. Puede decirle a usted que fue abusado por su
padre y los hermanos mayores; puede decirle que ellos están en prisión o en hospitales; puede
reconocer que parece estar siguiendo los pasos de ellos. Usted le preguntará si hay algo que
usted puede hacer para que él coloque fin y prevenga esta “tradición” familiar inexorable, que lo
llevará de un hogar residencial a la prisión o a un hospital. Lo más probable que conteste es que
tiene pocas posibilidades para elegir en forma autónoma. La tarea de construir y nutrir una
alianza terapéutica con ese joven será animarlo a que se libere de su guión y que lo haga por si
mismo —interpretando que su presión será como la de su padre o su hermano—, aun en una forma
comprensiva y compasiva, que le permita saber a él que usted está consciente de su aprieto.
Otro escenario familiar es el del fracaso, y a veces los padres de los infractores le dicen a
usted (de verdad), “Quiero darle a mi hijo lo que yo no tuve: Quiero que él tenga lo mejor”.
Aunque esta es una intención honorable, es común que usted, y ellos, sean testigos de la
repetición de su propia infancia de lo que ellos exactamente querían evitar. Es decir, hay una
terrible imitación transgeneracional que solamente puede ser detenida por intervenciones
terapéuticas poderosas.
Norton (1996, p. 406), desde la perspectiva de la comunidad terapéutica, se refiere a un
punto general:
A menudo la adicción de los pacientes forenses para actuar y concretar soluciones a sus conflictos
emocionales y también a su ambivalencia y desconfianza, compromete su tratamiento, ya sean
pacientes ambulatorios o internados, y esto significa que experimentan poco o realmente no se
dan tiempo para realmente cuestionarse sus propias actitudes y comportamientos, o los de otros,
para enfrentar su conflicto emocional. Debido a esto es que hay dificultad para crear y mantener
la alianza de tratamiento, la cual requiere que el paciente o residente posponga la gratificación
de necesidades, especialmente durante el tratamiento de pacientes ambulatorios, lo cual
necesariamente requiere que sobreviva entre las sesiones de tratamiento. El resultado es una
fuerte, y a veces abrumadora, tendencia a pervertir, cambiar, distorsionar o neutralizar las
estructuras y procesos potencialmente terapéuticos para mantener la creencia que el tratamiento
genuino no existe (por ejemplo, posición depresiva). Esto es evidente en cualquier fase del
tratamiento.14
En todos los tratamientos puede haber lo que parece ser un efecto paradójico de fases de
mejoría, ya sea en los síntomas o en bienestar, seguido de fases de deterioro y negativismo. Esa
pauta puede ser parte de la denominada reacción terapéutica negativa (RTN), que parece
paradójica, ya no parece servir a los mejores intereses del cliente o paciente. Más bien es una
fuerza destructiva y saboteadora de la mejoría y de los mejores intereses del paciente. Se ha
14
[N.T.] Cabe preguntarse, ¿esos usuarios a los que se refiere el autor ingresaron a tratamiento en forma voluntaria u
obligada? ¿A qué tipo de relación terapéutica está refiriéndose el autor, a una relación co-construida con el usuario, o a
una relación a la que éste debe adaptarse y que ha sido fijada por el sistema de tratamiento?
102
dicho mucho acerca de este fenómeno, ya que es especialmente común entre los pacientes
infractores. Sin embargo, se sugiere que el lector revise los textos especializados para un análisis
más detallado. Esencialmente, la RTN es el producto del deseo —generalmente inconsciente— del
paciente de no estar “mejor”, y puede ser debida a diversas razones. La mayoría considera que la
culpa juega un amplio papel, por ejemplo, los pacientes sienten que no merecen estar mejor. Ya
que la baja autoestima es común en los infractores, es frecuente encontrar el fenómeno.
También puede jugar un rol la envidia hacia el terapeuta —como si el paciente estuviera
diciendo, “No quiero que tú pienses que puedes hacerme mejorar”. Esas reacciones negativas
necesitan ser descritas e interpretadas al paciente, para que éste tenga la oportunidad de
socavar su propia mejoría.
Sin embargo, estaría equivocado asumir que la psicoterapia psicoanalítica es totalmente
no coercitiva, y totalmente voluntaria —incluso fuera del ambiente forense— aunque es lo que se
persigue, o se pretende tanto como sea posible. Hinshelwood (1997) escribe acerca del cultivo de
la tranferencia positiva efectuado por los primeros psicoanalistas, con exclusión de la
transferencia negativa, como una forma de superar la resistencia del paciente para formar una
alianza de tratamiento creativa. Comenta que la manipulación del paciente para fomentar la
transferencia positiva —así como hacer todo de acuerdo a nuestro parecer— especialmente con
pacientes infractores, “realmente no puede representar el consentimiento autónomo, [el cual] es
este sentido no es ‘consentimiento informado’” (Hinshelwood, 1997). Rechaza la solución
atractiva, pero simplista, que la alianza terapéutica implica consentimiento consciente, y que la
transferencia, en contraste, representa un fenómeno que no es relevante para la noción del
conocimiento, como lo expuso primero Zetzel (1956). Esa distinción se apoya en la noción que el
consciente y el inconsciente son estados separados y el fenómeno existe con independencia de
cada uno. Este claramente no es el caso. El inconsciente, y por consiguiente la transferencia, se
introduce en todas nuestras decisiones, haciéndose más o menos obvia.
CONCLUSION
La alianza terapéutica es esencial para todas las intervenciones de tratamiento efectivas
y duraderas. Incluso en esas intervenciones que comienzan bajo coerción, necesitan de afecto
mutuo y consentimiento, y una motivación genuina, para los beneficios y cambio a largo plazo. La
presente “cultura de control” (Garland, 2001) en la comunidad, en el sistema de justicia criminal
y crecientemente en el suministro de salud mental, es regresiva en términos terapéuticos. Se
restringe o se niega la alianza terapéutica necesaria y, por lo tanto, se socavan las iniciativas de
búsqueda de rehabilitación y salud de los individuos, las organizaciones (como los servicios de
salud mental) y la sociedad.
Los profesionales de la salud mental necesitan estar vigilantes respecto a la protección de
las condiciones que permiten el desarrollo de la alianza terapéutica, así como también de
103
REFERENCIAS
104
105
Capítulo 6
INTRODUCCION
Algunos infractores criminales están angustiados por sus comportamientos antisociales e
intentan convertirse en ciudadanos obedientes de la ley en el futuro. Otros ven sus crímenes
como racionales o beneficiosos, y argumentan que en sus circunstancias, o debido a su historia, la
repetición es inevitable o deseable, o ambas. Otros parece que intentan cambiar, pero de hecho
sus intenciones son débiles, sus impulsos son fuertes y su prospecto de rehabilitación es malo. En
esas formas, los infractores criminales pueden ser vinculados con personas adictas a sustancias
como el alcohol, nicotina u otras drogas. Algunos etiquetan el comportamiento como antisocial,
dañino o ilegal, pero los individuos adhieren a esos comportamientos, los que parecen
reconfortantes, relajantes o simplemente necesarios para afrontar las exigencias de la vida.
Etiquetar al comportamiento como un “problema” es un juicio de valor y nunca debiera asumirse
que un infractor criminal ve su comportamiento sea un problema que requiere rehabilitación
profesional.
La entrevista motivacional (EM) reconoce y trata la temática que un “comportamiento
problema” que es definido por una agencia de justicia criminal podría no ser visto como tal por
un cliente. La EM fue desarrollada inicialmente como un procedimiento para ayudar a los
abusadores del alcohol a pensar si querían cambiar (Miller, 1983). Después de 20 años, la EM ha
sido aceptada entusiastamente por los profesionales de la salud, que fueron atraídos por un
enfoque de tratamiento que trabaja con los clientes en lugar de luchar contra ellos, que destaca
la importancia de la empatía y el respeto por los clientes, y que parece funcionar. Aunque la
mayoría de las aplicaciones reportadas de la EM han continuado estando centradas en los
bebedores problema, la EM también ha sido practicada con un rango creciente de clientes,
incluidos los abusadores de opiáceos (Saunders et al., 1995), fumadores (Rollnick et al, 1997),
individuos con trastornos alimentarios (Trigwell et al., 1997), individuos obesos (Smith et al.,
1997), y pacientes con problemas de salud (Rollnick et al., 1999).
∗
Las perspectivas y opiniones expresadas en este capítulo son de los autores y no representan necesariamente las del
Servicio de Prisiones de Su Majestad, ni las del Servicio Correccional de Canadá, ni las del Procurador General de Canadá.
106
EL DESARROLLO DE LA EM
La EM puede ser definida como “un estilo de consejería directiva, centrada en el cliente,
para extraer comportamiento de cambio, al ayudar a los clientes a explorar y resolver su
ambivalencia” (Rollnick y Miller, 1995). La EM fue concebida como una alternativa al modelo
tradicional de motivación en los bebedores problema, la cual concibe a la falta de motivación
como un rasgo de personalidad. En su primer reporte de la EM, Miller (1983) sugirió que la
motivación debiera ser comprendida correctamente como un estado, un producto de la
interacción entre el profesional de la salud mental y el cliente. Diciéndolo en otra forma, la
sugerencia fue que el estilo tradicional de tratar con los bebedores problemas (por ejemplo,
etiquetándolos, culpándolos, asumiendo que son resistentes) producía resistencia o
comportamiento que va en contra de la motivación. Miller sugirió que todos los bebedores
problema experimentan un “conflicto motivacional” interno, y que eran capaces de reconocer los
aspectos negativos de su hábito de beber, en la medida que no fueran presionados para que
aceptaran la etiqueta de “alcohólicos”. Posteriormente, Miller (1985) resumió la investigación
empírica que indicaba que los terapeutas tendían a suponer que un cliente está motivado
solamente si éste acepta el diagnóstico del terapeuta, si parece estar angustiado por su
comportamiento, y cumple con las prescripciones del terapeuta. La revisión de Miller concluyó
que esos indicadores no eran confiables; de hecho los clientes se comportan mejor cuando ellos
inician por si mismos la acción hacia la recuperación, cuando se apoya su autoeficacia, y cuando
son capaces de escoger entre diversas alternativas de tratamiento.
Los reportes teóricos y empíricos de la EM fueron desarrollados en los 10 años siguientes.
Miller y sus colegas (1988) revisaron el contexto teórico de la EM, y resumieron tres componentes
esenciales de las intervenciones motivacionales: afirmación, percatamiento [awareness] y
alternativas. Miller y Rollnick (1991) produjeron un texto que describe con mucho detalle la
práctica de la EM, y el cual se ha convertido el manual principal del enfoque. El texto de
seguimiento (Miller y Rollnick, 2002) es probable que provoque la misma popularidad. Rollnick y
sus colegas (1992) desarrollaron algunas estrategias breves de EM que pueden ser usadas por
profesionales de la salud que solamente tiene un contacto breve con los clientes (por ejemplo,
médicos, personal del hospital, etc.). Miller (1994) consideró la ética de la EM, y respondió en
particular la interrogante de si la EM es “manipuladora”, dado que puede desarrollar una
intención de cambio a través de procesos de los cuales los clientes no tienen conciencia. En esta
discusión, Miller señaló que si la EM es practicada en forma apropiada, no introduce valores que
107
el cliente ya no tenga. La EM no impone los valores del terapeuta al cliente, sino que fomenta el
reconocimiento del cliente de sus propios valores, y la tensión entre esos valores y el
comportamiento problema.
PRINCIPIOS PRINCIPALES DE LA EM
La EM está basada en la noción que muchos clientes con problemas de comportamiento
tienen algunas preocupaciones subyacentes a sus problemas, pero pueden encontrar dificultades
para darse cuenta, reconocer, verbalizarlas o examinar su ambivalencia. Algunos clientes (en
precontemplación) pueden no tener ninguna preocupación consciente, pero pueden darse cuenta
de alguna ambivalencia si se les permite examinar su comportamiento en un contexto de apoyo,
sin ser juzgados. La intención de la EM es proveer un contexto dentro del cual el cliente se sienta
lo suficientemente aceptado y cómodo para enfrentar su comportamiento problema y la
ambivalencia respecto al cambio. El consejero en la EM estimula a los clientes a examinar su
comportamiento bajo la luz de sus valores, creencias y metas, y les da apoyo ante cualquier
experiencia de disonancia cognitiva producida por este examen de si mismo. Solamente cuando
los clientes han verbalizado incomodidad con su propio comportamiento, el consejero comienza a
explorar la posibilidad de cambio de comportamiento. A través de esta intervención, “la situación
del cliente es comprendida como un atascamiento por medio de principios psicológicos
comprensibles” (Miller y Rollnick, 1991, p. 56).
Rollnick y Miller (1995) dan énfasis a que la EM es más que un conjunto de técnicas; tiene
un “espíritu” que, si no está presente, volverá a la técnica algo vacío. Ellos hacen una lista de
siete principios principales, que se reproducen en la Tabla 6.1.
TECNICAS PRINCIPALES DE LA EM
Aunque la EM ha sido descrita como un enfoque es está caracterizado por un “espíritu” o
estilo de interacción, también incluye algunas técnicas específicas. El estilo de del enfoque es de
importancia primario —uno podría ver al estilo como el “pegamento” que mantiene unido el
enfoque y sus técnicas. Para una discusión más completa del estilo y las técnicas usadas en la EM,
cuyas características van más allá del objetivo de este capítulo, los lectores pueden consultar a
Miller y Rollnick (1991, 2002).
El enfoque general de la EM (Miller y Rollnick, 1991) incluye los siguientes componentes:
1. Exprese empatía. Esta es la piedra angular del estilo o espíritu del enfoque. La
escucha reflexiva es la forma principal por medio de la cual se logra la empatía y
su expresión.
2. Desarrolle discrepancia. Esto se refiere a la construcción de una discrepancia entre
el comportamiento blanco (por ejemplo, comportamiento abusivo de sustancias) y
los valores, creencias y metas del individuo.
3. Evite la discusión. La discusión es siempre contraproducente. Produce resistencia y
defensas, haciendo menos probable que sea explorada la ambivalencia.
4. Ruede con la resistencia. La vía que lleva a una disminución de la resistencia no es
siempre seguir adelante. Intentar luchar u obstruir la resistencia lo llevará a usted
a “darse cabezazos” contra el cliente. Al usar el enfoque de la MI, es mejor
expresar empatía, escuchando y afirmando la posición del cliente y después
invitándolo a entrar en una nueva perspectiva usando una técnica como el
reencuadre.15
5. Extraer comentarios auto-motivantes. La meta es que el cliente presente
argumentos para el cambio. Los comentarios auto-motivantes son comentarios
efectuados por el cliente que indican que reconoce o se da cuenta de un
problema, tiene intenciones de cambio u optimismo respecto al cambio.
6. Dar énfasis a la elección. Las personas se sienten más comprometidas a cursos de
acción que han escogido en forma libre, en lugar de aquellas que se toman debido
15
[N.T.] Para una comprensión más acabada de esta estrategia general, además de la lectura recomendada por los
autores, se sugiere consultar textos de Terapia Estratégica, enfoque en el que se ha desarrollado el principio de la
“utilización terapéutica” de Milton H. Erickson, y que se basa en la “utilización” de la “resistencia” del consultante.
Véase,
Erickson, M.; Rossi, E. & Rossi, S. (1976) Hypnotic Realities, New York: Irvington
Erickson, M. & Rossi, E. (1979) Hypnotherapy: An exploratory casebook, New York: Irvington
Fisch, J.; Weakland, J. y Segal, L. (1984) La táctica del cambio. Cómo abreviar la terapia, Ed. Herder, Barcelona
Nardone, G. (1997) Miedo, pánico y fobias. Ed. Herder, Barcelona
Nardone, G. y Watzlawick, P. (1992) El arte del cambio. Manual de terapia estratégica e hipnoterapia sin trance. Ed.
Herder, Barcelona
O’Hanlon, W.H. (1989) Raíces Profundas. Principios básicos de la terapia y la hipnosis de Milton Erickson. Ed. Paidós, B.
Aires
Watzlawick, P.; Weakland, J. y Fisch, R. (1976) Cambio. Formación y solución de los problemas humanos. Ed. Herder,
Barcelona
Watzlawick, P. (1986) El lenguaje del cambio. Ed. Herder, Barcelona
109
16
[N.T.] Los autores se refieren a los reflejos terapéuticos desarrollados por Carl Rogers, como una forma de comunicar la
comprensión empática. Se sugiere revisar los siguientes textos para una comprensión más acabada de este procedimiento:
Greenberg, L.; Rice, L. y Elliott, R. (1996) Facilitando el cambio emocional. El proceso terapéutico punto por punto. Ed.
Paidós, Barcelona (pp. 147-166)
Rogers, C. y Kinget, G. M. (1971) Psicoterapia y Relaciones Humanas. Teoría y práctica de la terapia no directiva. Vol. II.
Ed. Alfaguara, Madrid
110
y Marlatt, 1989). Por ejemplo, como el abuso de sustancias, el delito produce gratificación
emocional (por ejemplo, excitación, alivio, éxito, etc.) para los infractores, quienes pueden
encontrar dificultades para lograr esos estados emocionales a través de otros medios. Esto no
quiere decir que nosotros concebimos a las infracciones como un comportamiento adictivo, sino
que simplemente en un sentido pragmático las intervenciones de tratamiento desarrolladas en el
campo de las adicciones también podrían funcionar con infractores. Por ejemplo, esto ha sido
cierto en el caso de la prevención de recaídas, la cual fue desarrollada originalmente para los
abusadores de sustancias (Marlatt y Gordon, 1985), y la cual ha sido entusiastamente adoptada en
el campo del tratamiento de los infractores sexuales (Laws, 1989; Laws et al., 2000). El valor de
la EM con infractores debiera ser considerado con optimismo por esta razón.
Segundo, el delito es un comportamiento que provoca evaluaciones negativas y etiquetas
estigmatizadoras, en algunos casos en un grado mayor que en el abuso del alcohol o drogas. Como
afirma Miller, si la estigmatización y el etiquetamiento puede dañar la motivación para el
cambio, es difícil sorprenderse que los infractores sean resistentes cuando se les invita a tratar su
delito. Etiquetas como psicópata, antisocial y desviado son usadas a menudo en el sistema de
justicia criminal. Incluso, en los medios de comunicación se usan etiquetas más degradantes
como monstruo, pervertido y villano. Un enfoque humanista como la EM puede ser usado para
contrarrestar el daño motivacional ocasionado por el etiquetamiento.
Tercero, como se advirtió antes, generalmente las infracciones brindan recompensas a los
infractores, así como también castigo. Podría verse que muchos infractores han hecho una
elección racional para cometer el delito, sopesando las consecuencias positivas (por ejemplo,
ganancias financieras) por sobre las negativas (por ejemplo, ir a prisión). A menudo los
infractores criminales no se ven a si mismos como necesitados de “tratamiento”, o no consideran
sus comportamientos como problemáticos. Así, desde la perspectiva del terapeuta, no se
presentan motivados para el cambio. Esto es especialmente encontrado por los terapeutas, según
lo describe Miller (1985), que solamente juzgan que la motivación está presente si el cliente está
de acuerdo con el diagnóstico del terapeuta, muestra angustia y acepta el tratamiento prescrito.
A menudo esos infractores son descritos como intratables debido a su falta aparente de
motivación para el cambio. El enfoque de la EM suministra a los terapeutas con una forma
alternativa de concebir la motivación del cliente y trabajar con los clientes derivados. Permite a
los infractores reconsiderar las consecuencias positivas y negativas de su comportamiento más
detalladamente y relacionar su comportamiento con su sistema de valores. Muchos infractores
responden bien a este enfoque y se fan cuenta que ellos han omitido o han sopesado
negativamente ciertas consecuencias negativas en su ejercicio de balance [de decisiones]
original.
Cuarto, también se piensa que la EM es particularmente apropiada para los individuos
motivados extrínsecamente (Miller, 1987), como es el caso de muchos infractores. Ryan y sus
111
colegas (1995) examinaron las motivaciones iniciales para el tratamiento del alcohol entre un
grupo de alcohólicos, y encontraron que esos individuos exhibían elevados niveles de motivación
externa e interna, demostrando asistencia favorable al tratamiento y retención en el
tratamiento. Con los infractores, la motivación externa es suministrada por los agentes sociales,
como las cortes y los encargados de la libertad condicional. La motivación interna, o motivación
que es iniciada y sostenida por las propias acciones del individuo puede no estar fácilmente
disponible o ser observada en los infractores. La EM podría proveer un efectivo “amplificador” de
la motivación interna de los infractores o de los procesos naturales de cambio (Miller et al.,
1988), de modo que pueda alcanzarse un equilibrio óptimo entre la motivación externa y la
interna, resultando de este modo en un aumento de la participación en el tratamiento y en los
resultados. En el pasado, el enfoque tradicional para motivar a los infractores al cambio ha sido
principalmente coercitivo. En realidad, el encierro en una prisión como un disuasivo ha estado
basado en la idea que la motivación extrínseca detendrá a las personas infractoras. Miller
compara esta idea con aquella de los consejeros en el pasado reciente que abogaban por el uso
de los acercamientos de confrontación con los alcohólicos. Quizá los infractores, al igual que los
alcohólicos previamente malentendidos, responderán mucho mejor a la EM que la confrontación o
a la coerción (Miller, 1999).
Quinto, existe evidencia que las intervenciones motivacionales breves con bebedores
problema pude aumentar la efectividad del tratamiento posterior (Bien et al., 1993a; Brown y
Miller, 1993), lo que sugiere que se realicen más investigaciones en diferentes ambientes y con
diferentes grupos de sujetos. La EM es una intervención que puede ser usada con infractores. En
muchas jurisdicciones, están disponibles programas de rehabilitación intensiva para corregir el
pensamiento y el comportamiento criminal. La EM tiene potencial como una intervención adjunta
a esos programas.17
Sexto, debiera advertirse que una proporción sustancial de infractores tienen serios
problemas de abuso de sustancias, los cuales con frecuencia están asociados a sus
comportamientos infractores (Walters, 1998). Incluso, si se encontrara que la EM no es útil en la
rehabilitación del comportamiento infractor, ya se ha probado que es útil en las intervenciones
del abuso de sustancias. Los programas de abuso de sustancia en los ambientes correccionales
enfrentan los mismos desafíos que los programas en las instituciones de salud, y por lo tanto la
EM está particularmente garantizada como un componente de esos programas.
Finalmente, vemos que la EM y su enfoque humanista para interactuar con los infractores
tiene el potencial para contribuir significativamente en un cambio cultural dentro de las prisiones
y del sistema de justicia criminal. Tradicionalmente, las prisiones han sido vistas como un
régimen cruel y deshumanizado cuya razón de ser es castigar a quienes quebrantan la ley. Podría
17
[N.T.] En realidad, si esos programas no están adaptados a la fase del cambio de los usuarios, será imprescindible
utilizar primero enfoques como la entrevista motivacional para posibilitar que esos usuarios entren al tratamiento, a lo
menos, en la fase de acción para el cambio.
112
argumentarse que los restos de este enfoque están vivos en muchas jurisdicciones actualmente,
ya sea explícita o implícitamente. La introducción de la EM en los ambientes correccionales es
una forma alternativa de concebir y trabajar con los infractores, que apoya, no juzga y es
esencialmente humanista. Los reportes anecdóticos de infractores que han participado en
intervenciones de EM indican que la experiencia puede ser profundamente positiva debido a que
muy pocos individuos, si es que los hay, han sido tratados con apoyo y respeto. Quizá por primera
vez fueron tratados como si fueran capaces de tomar “buenas” decisiones y plantearse metas
razonables.
pesar de la ausencia empírica para este enfoque. Ellos sugieren que la EM trabajaría
exitosamente, acompañada de prevención de recaídas, para producir una intervención que no es
como una “lucha ganar-perder” (Kear-Colwell y Pollack, 1997, p. 31). Además, Kear-Colwell y
Pollack (1997) observaron que los enfoques de confrontación quitan poder personal a los
infractores, al retirar la responsabilidad para el cambio y fomentar el auto-etiquetamiento. La
conclusión es que los enfoques motivacionales como la EM suministra una influencia más positiva
en el proceso de cambio.
La aparición en los últimos años de la EM dentro de las prisiones no ha pasado inadvertida
para sus proponentes. Miller (1999) escribe acerca de “un reciente surgimiento del interés” en la
EM en el campo de la justicia criminal en Norte América. Compara la posición deshumanizadora
tradicional hacia los prisioneros con la posición “punitiva, moralista y arrogante” en el campo de
las adicciones hace 20 años. Especula que podemos ver un mar de cambios en nuestra actitud
hacia el “último gran grupo en nuestra sociedad al que se acepta que sea abusado” (Miller, 1999).
Miller (1999) apoya el uso de la EM en el sistema correccional debido a su brevedad, a su bajo
costo, y puede tener beneficios significativos en el tratamiento de los comportamientos adictivos
y, por consiguiente, es potencialmente aplicable a los infractores. Miller (1999) apoya
sólidamente el uso de la EM a través de las fases del contacto del infractor con el sistema de
justicia criminal, desde el arresto hasta que expire la fianza.
Debido a la ausencia de evidencia empírica, el uso de la EM en los ambientes
correccionales es todavía pionera. Los infractores muestran generalmente un rango de
características que están negativamente asociadas con el resultado del tratamiento, como
trastorno de personalidad, impulsividad, agresividad y escaso control emocional. Esas
características significan que la población criminal es potencialmente más patológica que muchas
de las muestras descritas en la literatura de la EM. Esto significa que mientras las indicaciones
que la EM podrían ser valiosas con los infractores, no debiera ser emprendida sin que tengan lugar
procedimientos de evaluación.
18
[N.T.] Para una revisión de las técnicas mencionadas, se sugiere revisar “MI Counseling Strategies”,
www.motivationalinterviewing.org
115
riesgo, por ejemplo la Static-99 (Hanson y Thornton, 2000) para infractores sexuales, son llenadas
en base a la información contenida en la ficha del infractor, mientras que otros instrumentos más
generales de evaluación de riesgo (por ejemplo, la Psychopathy Checklist—Revised, Hare, 19991)
implican el uso de entrevistas y revisión de la ficha. El procedimiento de la Structure Risk
Assessment de Thornton para infractores sexuales (Thornton, 2002) y el Sex Offender Needs
Assessment de Hanson (Hanson y Harris, 2001) son ejemplos de las más recientes escalas de
evaluación de riesgo estáticas y dinámicas. El procedimiento modifica la evaluación de los
antecedentes del infractor para determinar el riesgo, agregando información clínica acerca de la
presencia de factores de riesgo determinados en forma empírica (como déficit en la capacidad
para establecer relaciones íntimas, actitudes distorsionadas que apoyan el delito, habilidades
deficientes de manejo de si mismo).
Muchos clínicos que trabajan con infractores han experimentado incomodidad con la idea
de completar los procedimientos de evaluación de riesgo sin la participación del cliente y que
después es presentada como un hecho dado a éste. Miller y Rollnick (1991) sugieren ser cautos en
la realización de evaluaciones de riesgo de los clientes sin el compromiso de éstos, y advierten
que a veces la evaluación puede ser vista como un obstáculo o una barrera para el cliente y el
terapeuta. Miller y Rollnick (1991) recomendaron que le evaluación fuera más motivacional
comprometiendo al cliente. Se le puede pedir al cliente que evalúe, añada o corrija la evaluación
del terapeuta.
Esa guía puede ser aplicada exitosamente a la evaluación de riesgo (Mann y Shingler.
2001). Primero, es importante encuadrar el propósito de la evaluación de riesgo como la
definición en colaboración de por qué ocurrió el comportamiento problema (por ejemplo, el
delito). A menudo los infractores están dispuestos a participar en esa discusión, quizá debido a
que aquella demuestra que el asesor los ve como un individuo con una explicación personal.
Entonces, los factores de riesgo pueden ser presentados en la siguiente forma: “Las
investigaciones han establecido algunas cosas que se presentan en el delito de una persona.
Hemos encontrado que en forma típica cinco o seis de esas cosas aparecen como fuertes razones
para un delito particular. El objetivo de este procedimiento es revisar qué cosas de esta lista
figuran en su delito”. Esta introducción es seguida de una investigación en colaboración de la
presencia o ausencia de cada factor de riesgo en la vida del individuo al momento del delito.
En el programa nacional para infractores sexuales del Servicio de Prisiones de Canadá
(Yates et al., 2000), ha incorporado la evaluación en colaboración del riesgo en su programa de
grupo, en un modo que es muy consistente con los principios de la EM. En este programa, los
factores de los riesgos dinámicos son explicados al grupo al inicio del tratamiento. Después se
invita a los miembros que componen el grupo a discutir los factores relevantes en sus casos
respectivos. De acuerdo al manual del programa, “el objetivo de los ejercicios es ayudar a
construir en el inicio una relación terapéutica de colaboración entre el terapeuta y los clientes, y
116
19
[N.T.] Véase la nota de la página 52.
117
EVALUACION DE LA EM
La evaluación de la EM no es una tarea sencilla, porque como intervención puede ser
difícil garantizar que las personas están dirigiendo la EM en forma apropiada.20 Un terapeuta
puede estar siguiendo las estrategias de la EM, pero si no adopta el estilo o el espíritu de la EM,
entonces la intervención no es EM. Tappin et al. (2000) describen la duración que es necesaria
para estar seguros que una evaluación de verdad concuerda con el espíritu y las técnicas de la
EM. Las cuidadosas estrategias usadas por los autores incluyeron grabaciones en audio de todas
las entrevistas de consejería (171 en total), la trascripción del 25% de las intervenciones con los
20
[N.T.] Al respecto véase: B. Burker; H. Arkowitz, and C. Dunn. The Efficacy on Motivational Interviewing and Its
Adaptations: What We Know So Far. In W. Miller and S. Rollnick, Motivational Interviewing. Prepare People for Change.
Second Edition. New York: The Guilford Press, 2002, pp. 217-249
118
clientes, y después puntuaron cada entrevista tres veces, usando una escala de puntuaciones
suministrada por Miller (Tapping et al., 2000).
La primera revisión implicó establecer las puntuaciones en doce dimensiones que
implicaban atributos del terapeuta (por ejemplo, empatía, autenticidad), atributos del cliente
(por ejemplo, afecto, cooperación) y finalizaba con escalas de interacción (por ejemplo,
colaboración). La segunda revisión implicó clasificar el comportamiento verbal del terapeuta en
una de ocho categorías, cuatro de las cuales eran definidas como consistentes con la EM (por
ejemplo, afirmación, énfasis en el control) y cuatro eran definidas como inconsistentes con la EM
(por ejemplo, confrontación, aconsejar). Las respuestas de los clientes también fueron
catalogadas en comentarios motivacionales o comentarios de resistencia. La tercera revisión
midió el porcentaje de tiempo usado en hablar con el cliente. Antes que esas puntuaciones
estuvieran terminadas, los revisores fueron entrenados en grupo en nueve entrevistas, y después
puntuaron 32 entrevistas en forma independiente para evaluar la confiabilidad de los
evaluadores. Las mediciones pueden parecer excesivas, ero dado que la EM es definida por su
espíritu o estilo y por su contenido, una metodología menos exigente podría tener el riesgo de
clasificar erróneamente un trabajo no motivacional como EM.
21
[N.T.] También hay reportes en el área de la salud; véase: K. Resnicow et al. Motivational Interviewing in Medical and
Public Settings. In In W. Miller and S. Rollnick, Motivational Interviewing. Prepare People for Change. Second Edition.
New York: The Guilford Press, 2002, pp. 251-269
22
[N. T.] Lo más probable es que esos libros de lectura no hayan estado adaptados a la fase de cambio en que se
encontraban los jóvenes. Véase al Capítulo 4 de este volumen.
119
relacionados con los opiáceos. En un seguimiento a los tres meses, se observó que muchos de los
integrantes del grupo con EM estaban en la fase de cambio, mientras que muchos integrantes del
grupo control permanecían en la fase de precontemplación. Sin embargo, no hubo ninguna
diferencia en la severidad de la dependencia en los dos grupos en el seguimiento a los seis
meses.23
Finalmente, debiera notarse que la EM es costo-efectiva. Miller et al. (1995) demostraron
que era una intervención barata, especialmente debido a que el tiempo requerido para entregar
las intervenciones de EM generalmente toma entre 25 minutos y 2 horas (Holder et al., 1991).
23
[N.T.] Lo cual era esperable, la entrevista motivacional tiene como objetivo fomentar la adherencia del usuario a un
programa de tratamiento; es poco probable que un usuario de opiáceos logre mantenerse abstinente por si mismo si no ha
aprendido estrategias para afrontar los craving y las ansias de consumo. Véase, M. Gossop, El tratamiento en su entorno
circunstancial (pp. 1-44); y A. Childress et al., Reactividad ante estímulos en la dependencia de la cocaína y de los
opiáceos: Visión general de las estrategias para afrontar los deseos irresistibles de la droga y la excitación condicionada
(pp. 191-222). En M. Casas y M. Gossop, Tratamientos psicológicos en dependencias: Recaída y prevención de recaídas.
Ediciones en Neurociencias, Barcelona, 1993
24
[N.T.] Para mayor información de esta red, se sugiere visitar: www.motivationalinterviewing.org
120
25
[N.T.] Literalmente, serían el programa de “la cofradía de los abrazos”.
121
condicional y en los de libertad vigilada, y en el personal que tiene participación directa con los
infractores. Esos individuos son la primera línea de fuego que tiene la responsabilidad primaria en
el manejo de los planes de tratamiento y en el monitoreo del tratamiento en las prisiones. En
virtud de su rol, ellos intentan involucrar a los infractores en conversaciones acerca de los
detalles de su delito y, a su vez, extraer de esas conversaciones áreas que el infractor necesita
tratar durante el tratamiento.
Finalmente, entrenar a los oficiales correccionales/de la prisión (o a todo el equipo) para
usar la EM y otras herramientas de comunicación y entrevista, tiene el potencial de influenciar la
cultura y la atmósfera dentro de las instituciones. Esto también debiera aumentar la calidad y la
naturaleza del enfoque de los oficiales acerca del modo en que piensan y trabajan con los
infractores. Obviamente, es una meta a largo plazo ambiciosa, costosa e incluso grandiosa, pero
creemos que la MI unida a otros entrenamientos y educación del personal, tiene el potencial de
mejorar nuestros resultados del tratamiento en las prisiones y contribuir a la evolución de los
sistemas de rehabilitación penitenciarios modernos26.
AGRADECIMIENTOS
Los autores desean agradecer a Richard Clair y Marc Brideay por sus útiles comentarios de
la primera versión de este capítulo.
REFERENCIAS
26
[N.T.] Es probable que los autores hayan querido escribir “postmodernos” (véase, Harlene Anderson, Conversación,
lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de la terapia, Ed. Amorrortu, B. Aires, 1999)
122
123
124
125
Capítulo 7
JAMES THOMPSON
Universidad de Manchester, Manchester, Reino Unido
INTRODUCCION
El propósito de este capítulo es examinar el rol del teatro participativo en las iniciativas
de tratamiento con infractores. Esto no se refiere a “colocar una obra en escena” para esos
grupos, sino que más bien el uso de ejercicios de teatro, juegos, juegos de roles y metáforas
dramáticas como parte de los programas de tratamiento con infractores. El argumento de este
capítulo es que esas técnicas son parte valiosa de esos programas y que desempeñan un rol útil
en la motivación de los participantes. Los infractores pueden sufrir de hiperactividad, ser
impulsivos o puede tener un déficit en su atención. Además, pueden haber tenido malas
experiencias en la escuela, dejándolos sin respuesta a los métodos o didácticas educativas
convencionales. Al ofrecer a los infractores ejercicios activos, participativos y que estimulan el
pensamiento, los métodos teatrales pueden hacer mucho para fomentar la adherencia en los
programas y la motivación para el cambio. Su uso tiene como objetivo que los programas
respondan a las capacidades y estilos de aprendizaje de los clientes.
Aunque el capítulo se dedicará al uso de esas técnicas cuando sin implementadas con el
reconocimiento explícito que son derivadas del teatro, también reconoce que muchas técnicas
casi-teatrales son usadas como parte de programas sin que ellas necesariamente sean
identificadas como “basadas en el teatro”. Los ejercicios de ensayo conductual, juego de roles y
simulación han sido usadas durante mucho tiempo en diversas tradiciones terapéuticas (véase
Goldstein y Glick, 1994; Rose, 1998, para ejemplos relativos a los programas de rehabilitación
para infractores). Los campos del drama-terapia y del psicodrama han desarrollado en este punto
de encuentro disciplinas que construyen experiencias a través de diversas prácticas
terapéuticas/teatrales (Jennings, 1987; Moreno, 1983).
Sin embargo, lo escrito en este capítulo está basado en primer lugar en mi experiencia
como un actor que ha buscado la aplicación de sus habilidades en un campo particular. He
aportado ejercicios teatrales y prácticas teatrales que han sido para muchos equipos de justicia
criminal una valiosa adición, y a veces una metodología completa para sus prácticas de
rehabilitación con infractores (Thompson, 1999). Esto no quiere decir que los ejercicios puedan
ser tomados en forma mecánica desde una tradición y ser colocados centro de las fronteras de
126
otra. El proceso de aplicación es complejo y debe ser efectuado con precaución. Sin embargo, mi
experiencia en el desarrollo de esos programas con colegas de un número de agencias de justicia
criminal ha demostrado que hay un potencial considerable para un diálogo fructífero para ser
desarrollado en la práctica.
Este capítulo reseñará mis antecedentes como actor y desarrollador de programas
conductuales para infracciones basados en el teatro. Después describiré en detalle seis ejercicios
que he estado usando como parte de esos programas. Cada ejercicio será explicado con detalle,
se entregará un ejemplo de cómo funciona en la práctica, y finalmente se discutirán los
supuestos acerca de las características motivacional de cada ejercicio. Estoy escribiendo este
artículo para lectores que no tienen experiencia con el teatro y que tienen experiencia en el
tratamiento de infractores o con los tópicos de la rehabilitación de los infractores. Por eso
solicito al lector que reflexione acerca de cómo los ejercicios que se describirán podrían ser
adaptados para apoyar o para fomentar los aspectos motivacional en los programas que
implementa. Sin embargo, este proceso requiere que los expertos traduzcan conscientemente
este material a los posibles enfoques prácticos en su propio campo.
ANTECEDENTES
Durante el transcurso de los años 1990 y 1991, yo había estado realizando talleres
dramáticos en centros de libertad vigilada de la región del Gran Manchester. Generalmente eran
sesiones semanales como parte de los grupos regulares de libertad vigilada. Yo involucraba a los
clientes en algunos juegos teatrales y después en diferentes ejercicios de juego de roles, los
cuales cuando funcionaban bien llevaban a la creación de pequeñas escenas que eran mostradas o
otros en el centro, o eran grabadas en video. La racionalidad de esos talleres era que fueran una
actividad recreativa positiva, y que en la creación del producto final les diera a los participantes
algún aumento en la confianza y elevara la autoestima. Mientras que la intención no era trabajar
las infracciones, los tópicos cubiertos en los juegos de roles y en los videos posteriores estaban
casi siempre relacionados cercanamente con las drogas, el robo, la violencia y delitos de tránsito.
Esos talleres fueron auspiciados por el Greater Manchester Probation Service Practice
Development Unit (PDU), como un esquema piloto para examinar qué potencial del drama lo
había convertido en una central de los programas de los centros de libertad vigilada. Aunque no
se realizó un estudio acabado, la evidencia anecdótica en los centros era que el trabajo estaba
siendo bien recibido. Se citaron dos razones principales. Primero, el equipo sentía que el enfoque
innovador de los talleres dramáticos era refrescante y los ayudaba a ver a los clientes bajo una
nueva luz. Segundo, reportaron que el drama había comprometido a los clientes y mantuvo su
atención, en una forma que no lo habían conseguido otros programas. Esta retroalimentación
llevó al PDU a encargarme a mí y a otro colega que creáramos un taller para sus clientes, que se
enfocara intencionalmente en las infracciones, en lugar que se crearan historias sin intención a
127
partir de la visión que tenían los clientes de sus crímenes. Un año después yo aun estaba
desarrollando este taller, cuando se dio inició al Teatro en las Prisiones y en los Centros de
Libertad Vigilada (TIPP), y el producto final, el taller ¡Actuando en broma!27, se convirtió en el
primer proyecto de esta organización.
El taller ¡Actuando en broma! ha sido discutido en detalle en otra parte (Thompson, 1996,
1999), pero es valioso describirlo aquí brevemente. Era un evento de un día que podía ser
acomodado en otros programas y que generaba debate respecto a cualquier “comportamiento
criminal” en un grupo escogido en particular. A través de una serie de ejercicios dramáticos, se
exploraba el pensamiento subyacente a un delito, se examinaban las consecuencias y se
practicaban estrategias para evitar el delito en el futuro. Los ejercicios reales usados no eran
ejercicios específicos para trabajar con el comportamiento infractor, sino que eran técnicas
dramáticas muy estructuradas y ordenadas según un propósito en particular. Aunque el taller ha
sido descrito como un taller de comportamiento infractor, de hecho solamente se convierte en u
taller de “comportamiento infractor” cuando es usado con un grupo de infractores en el contexto
de un programa de tratamiento. Cuando es encuadrado de ese modo y se lo ubica en ese
contexto, funciona como una extensión de ejercicios con el comportamiento infractor. Cuando es
llevado a cabo con niños escolares es diferente —por ejemplo, puede ser transformado en un
taller acerca del matonaje [bullying]. Cuando es efectuado con estudiantes de teatro, puede ser
un ejercicio para desarrollar un argumento y un guión. De este modo, ¡Actuando en broma! es en
primer lugar un taller dramático y en su aplicación es traducido a la rehabilitación de infractores.
Deseo repetir este proceso aquí, ofreciendo ejercicios dramáticos para que el lector los traduzca
a lo que ellos comprenden como programas de rehabilitación.
El segundo programa del Centro TIPP fue un programa de ocho sesiones para el manejo de
la rabia, nuevamente solicitado por el PUD. Este programa es ahora un programa obligado por la
corte para varones convictos por violencia y que es supervisado por el Servicio de Libertad
Vigilada del Gran Manchester. Aunque este programa usa mucha terminología del manejo de la
rabia en la descripción y en la estructura de los ejercicios, nuevamente debe ser visto como un
conjunto de ejercicios dramáticos que son traducidos en el contexto del trabajo con infractores
violentos en un programa de rehabilitación. El trabajo dramático no posee una cualidad
automática para el manejo de la rabia de las personas ni examina su comportamiento. La serie de
ejercicios dramáticos en el programa ¡Pump! fue construida cuidadosamente dentro del marco
del manejo de la rabia, pero solamente funciona en la medida que el equipo de trabajo lo
traduzca en el transcurso del mismo. La experiencia en el manejo de la rabia se traduce y se
ejercita a través de las técnicas que entregamos.
El Centro TIPP continúa desarrollando programas para grupos vulnerables. Aquellos
incluyen a diversas poblaciones de infractores, jóvenes en riesgo y personas que sufren de
27
[N.T.] Blagg! en el original. Se ha buscado el mejor equivalente en español para el nombre del taller.
128
enfermedades mentales. Desde que abandoné el Centro en 1999, he enseñado en esta área y he
desarrollado programas para muchos contextos diferentes. Después de la primera comisión y el
desarrollo del proyecto ¡Actuando en broma!, creo que fue la tarea de una persona que aplicó sus
conocimientos en teatro en contextos diferentes, siendo completamente literario en cada nuevo
contexto. Posteriormente he cambiado mi enfoque, y ahora siento que nosotros como personas
del teatro debiéramos confiar más en nuestras técnicas y trabajar más de cerca con otros
colaboradores en otras disciplinas, en la medida que ellos sean capaces de comprender nuestras
intenciones y traducirlas con nosotros. Este capitulo es un intento de intentar este proceso por
escrito.
El resto del capítulo explicará seis ejercicios “dramáticos” diferentes. Son denominados
ejercicios dramáticos debido a que provienen del contexto de los talleres teatrales, que fue el
contexto donde los conocí. Esto no significa que no sean familiares en otros contextos de trabajo
de grupo. Se explica cada ejercicio, y se entrega un ejemplo de la aplicación del ejercicio en un
ambiente de justicia criminal, seguido de una discusión acerca de los supuestos del ejercicio
respecto a cómo motivar a los infractores para el cambio.
con frecuencia es un material difícil, usted no habrá desafiado ese “pensamiento” que se hace
evidente a través de sus cuerpos.
Por consiguiente, un ejercicio como éste es un desafío a la rutina que es mostrada a
través del cuerpo, y esa rutina está conectada minuto a minuto con su procesamiento cognitivo
del trabajo de grupo. Hacer que las personas se muevan en una forma que no les es familiar, los
preparará para movilizar sus pensamientos en pautas no familiares similares. La fase final de
sentarse y mirar, debido a que contiene un elemento de cansancio, es un estado más neutral a
partir del cual puede construirse el trabajo. Estarán más abiertos y preparados para considerar
nuevas formas de comportarse, desde una posición de estar siendo obligados, para adaptar las
actitudes de haraganeo con las cuales entraron en la sala.
Todo el ejercicio apunta al supuesto central acerca del rol del drama en la motivación de
los infractores para el cambio. Está basado en la creencia que el cambio de comportamiento no
puede ser logrado sin aceptar que el comportamiento es un proceso motivado emocional,
cognitiva y físicamente. Para examinar y desafiar el comportamiento, el guión y los procesos
físicos que están implicados en su creación deben ser unidos al pensamiento.
EJERCICIO 2: EL CONTINUO
El continuo puede ser efectuado como uno de los primeros ejercicios en una sesión. El
moderador explica que hay una línea diagonal invisible que divide la sala desde una esquina a la
otra. Esta línea mide un continuo que va desde el acuerdo al desacuerdo. La esquina derecha
representa el máximo de acuerdo, y la izquierda el máximo de desacuerdo. El moderador explica
que hará una afirmación y los miembros del grupo tienen que pararse sobre la línea, colocándose
de acuerdo a si respuesta Si están de acuerdo con la afirmación, se colocarán a un extremo, si
están en desacuerdo se colocaran al otro extremo. Sin embargo, si solamente están de acuerdo
solamente en parte, deberán colocarse en el punto sobre la línea que represente mejor su
opinión. A todos se les pide que se coloquen de pie y se enuncia la primera afirmación en voz
alta. Al principio puede ser divertido lograr que el grupo se familiarice con el ejercicio. A medida
que éste progresa, puede irse aumentando su dificultad y los sujetos controvertidos pueden ser
confrontados.
Una vez que el grupo se ha alineado, el moderador puede acercarse a las diferentes
personas y hacerles preguntas. Las preguntas nunca son respecto a sus opiniones acerca del
tópico, sino que son en relación a su posición: “¿Por qué está de pie aquí?”, “¿Por qué está un
poco alejado de la esquina y no en la misma esquina?” “¿Qué tendría que hacer para moverse en
esa dirección?”.
Si hay un claro desacuerdo con las agrupaciones de participantes alrededor de ciertos
puntos, las diversas posiciones pueden ser cuestionadas. En lugar que el moderador discuta con el
131
participante, puede ir al otro extremo de la línea para encontrar un punto de vista alternativo. Si
hay un co-terapeuta, éste puede participar y ofrecer un punto de vista diferente.
público de evaluación puede ser problemático, sus respuestas suministran una forma de
retroalimentación al programa.28
28
[N.T.] Este ejercicio tiene una gran similitud con las “preguntas de escala” usadas en el enfoque de terapia breve
centrado en soluciones. Véase,
I. K. Berg y S. de Shazer, Hacer hablar a los números: el lenguaje de la terapia. En S. Friedman (Comp.), El nuevo
lenguaje del cambio. Colaboración constructiva en psicoterapia. Ed. Gedisa, Barcelona, 2001, 25-50
P. DeJong and I. K. Berg, Interviewing for solutions. Pacific Grove, CA: Brooks/Cole Publishing
S. de Shazer, En un origen las palabras eran magia. Ed. Gedisa, Barcelona, 1999
133
desacuerdo, que es menos amenazante para los participantes, y les permite cambiar sin que
hablen en forma directa de los cambios.
EJERCICIO 3: HIPNOSIS
Se solicita a los miembros del grupo que se coloquen de pie y busquen una pareja.
Estando la pareja de pie, se les pide que se etiqueten como A y B. A debe colocar sus brazos en
forma horizontal, al frente, y con las palmas de las manos hacia delante, como si fuera a detener
a alguien con la manos. B debe ubicarse a unos pocos centímetros del centro de las palmas de las
manos de A. A se mueve lentamente por la habitación, mientras que B debe mantener la misma
posición respecto a las palmas de las manos de A. A puede mover libremente a su pareja a través
de la sala, incluso subiendo y bajando. Este ejercicio debiera hacerse en silencio y debiera
indicarse a los individuos que coloquen a prueba a su pareja, pero no en una forma peligrosa o
imposible para ella. Es probable que los movimientos súbitos o muy rápidos no permitan que la
pareja mantenga la distancia todo el tiempo.
Después de un rato breve, A y B intercambian roles, siendo B el moderador y A quien lo
sigue. El ejercicio se repite, con B guiando a A. La fase final consiste en que A y B deben
acercarse y mantener muy cerca su nariz de la palma de la mano del compañero. Esta versión
puede ser llevada a cabo durante un rato breve, antes que a todo el grupo se le solicite
retroalimentación acerca de lo que les gustó o no les gustó acerca del ejercicio.
∗
Aunque el gobierno afirmaba que el Centro era para “Niños soldados”, había muchos detenidos de más de 18 años de
edad. Mientras yo escribía este capítulo, el 25 de Octubre de 2000, al menos 27 prisioneros fueron asesinados en una
masacre, un perturbador recordatorio que todos los programas de rehabilitación necesitan apoyo social y un contexto
político en el cual operar, si se quiere que tengan éxito.
134
voz alta, y la energía exuberante desplegada por este grupo, se convirtió en concentración para
llevar a las parejas a todas las esquinas de la sala y a las posiciones posibles en esa habitación.
El ejercicio se hizo cada vez más lento, con todo el grupo moviéndose al ritmo de una
música inaudible. Aunque algunos participantes rompieron la concentración en forma ocasional,
la mayoría de ellos mantuvo la concentración hasta el final. Cuando el ejercicio finalizó, se les
preguntó qué preferían, ser el “moderador” o el “dirigido”. La mayoría respondió que se habían
sentido más cómodos siendo los moderadores. Unos pocos dijeron que preferían ser los dirigidos y
explicaron el por qué. Se desarrolló una discusión acerca del ejercicio, respecto a los roles
implicados y respecto a qué responsabilidades vienen junto a cada tarea que se les asigna.
la medida que nuestros cuerpos están condicionados y adaptados a la vida que llevamos, es
importante elongar y usar las partes no usadas en un proceso que busca la promoción del cambio
personal.
personas practiquen la observación de lo que está frente a ellos. Muy a menudo, los grupos de
personas, no solamente los infractores, suponen que ven en lugar de observar con más detalle lo
que está ahí. Este ejercicio es una forma práctica de estimular a las personas para examinar
realmente las situaciones, y percatarse de las diferencias mínimas en el significado que puede
surgir a partir de los cambios físicos sutiles en la posición.
Al fomentar la observación, este ejercicio también demuestra que lo que es visto al
principio puede cambiar al inspeccionarlos más de cerca. Si en la lectura inicial de un miembro
del grupo vio una historia, después de observar con concentración puede ver otra. Si la primera
historia fue acerca de dos personas esperando un bus, después se convierte en personas corriendo
una carrera. Sin embargo, rara vez los infractores miran dos veces. La acción y el delito son una
respuesta rápida a una lectura inmediata, no desarrollada, de un evento. “¿Cuál es la historia?”,
muestra en forma explícita que la recompensa de mirar una situación y advertir que hay más que
una única explicación posible.
El siguiente supuesto es que este ejercicio es valioso porque asegura que no hay una
única lectura correcta. Todas las interpretaciones son aceptadas por el moderador del grupo. Se
muestra que son posibles y legítimas una multitud de perspectivas a partir de una imagen simple.
Este ejercicio no sólo estimula al grupo a desarrollar su propia perspectiva, sino que también
requiere que cada miembro escuche y respete las perspectivas diferentes de las demás personas.
El supuesto es que al ofrecer una demostración práctica en la cual el grupo ha estado involucrado
personalmente, esas discusiones importantes y los debates en los programas de tratamiento con
infractores son más fáciles de conseguir. Es difícil persuadir a un infractor violento que lo que
ocurrió durante su delito particular podría haberse basado en una lectura errónea de la situación.
Los desafíos verbales a la acuciosidad del reporte ofrecido por el cliente pueden ser simplemente
rebatidos. Este ejercicio, sin embargo, entrega un ejemplo concreto de cómo el mismo momento
puede ser interpretado en muchas formas diferentes por el grupo, y cómo esto debe ser posible
en las imágenes mucho más complejas en la vida cotidiana. Este ejercicio busca introducir la
duda respecto a lo que pensamos que hemos visto, y nos fuerza a dar una segunda mirada.
embargo, la imagen no tiene que estar enfocada en el crimen. Podría ser necesario mostrar una
imagen de una pareja en medio de una pelea o en una escena doméstica entre un joven y sus
padres. La primera imagen que el grupo cree será simplemente un momento central que indique
un problema, un dilema o una situación de crisis relacionada con el tema del trabajo grupal.
Todos los miembros del grupo debieran estar en la imagen, ésta debiera ser presentada
completamente en posición estática y debiera darse sólo algunos minutos para completarla. Una
vez que todos los grupos están preparados, cada uno se muestra y lee, como en el ejercicio
anterior de “¿Cuál es la historia?”. El moderador estimula diferentes lecturas y dirige el foco del
grupo para que siga los objetivos de la sesión. Si el trabajo grupal está particularmente
interesado en la empatía con la víctima y hay una víctima retratada en la imagen, el moderador
puede hacer preguntas específicas acerca de la situación de aquella: “¿Qué están sintiendo?”,
“¿Qué harán después de este momento?”. La imagen debiera ser catalizadora para la indagación
en áreas que no se observan normalmente o que no se piensan respecto a un grupo.
Después de haber leído cada imagen, el moderador instruye a los grupos para que creen
dos escenas más relacionadas con la primera. Exactamente lo que esas escenas representen
depende de las temáticas e imágenes que ya han sido demostradas. Sin embargo, las
instrucciones debieran dirigir al grupo hacia áreas que no les son familiares. Por ejemplo, a un
grupo podría pedírsele que presente dos imágenes de lo que sucedió antes de la imagen que
crearon y que muestre el cómo y el por qué de ese momento. A otro grupo podría pedírsele que
cree dos imágenes desde la perspectiva de un personaje en la primera imagen y muestre qué
sucedió en su futuro. A otro grupo podría solicitársele que muestre una consecuencia real y una
ideal del momento. Las instrucciones buscan desarrollar una narrativa de la escena original,
centrándose en áreas que son importantes para el trabajo de grupo en las temáticas que están
siendo discutidas.
Finalmente, cada grupo presenta sus tres imágenes en orden cronológico. Un grupo podría
presentar dos nuevas imágenes del pasado y finalizar con la imagen original. Otro grupo podría
comenzar con la imagen original y después mostrar dos imágenes de un futuro dado. Cada serie
de imágenes puede ser mostrada diversas veces para permitir a la audiencia el espacio apropiado
para observar con detalle y leer lo que ellos creen que está sucediendo. Una vez que han tenido
lugar todas las lecturas, un grupo puede conversar acerca que lo que estaba intentando retratar.
Pueden discutirse las diferencias entre las lecturas y las intenciones actuales.
También se discutieron los pensamientos del hombre de la primera escena que estaba golpeando
a otro. Esto mostró que el él podría haber golpeado ya sea en un acto de provocación o de
completa inocencia. El análisis de esas posibilidades indicó lo inapropiado de la respuesta
violenta.
El siguiente grupo mostró una imagen de una mujer con un bolso y abriendo una puerta;
una segunda imagen de la persona que originalmente estaba jugando con el niño golpeando al
participante que no había tomado parte en la imagen original. El grupo estuvo muy de acuerdo
respecto a la escena con la mujer. Estaba yéndose y llevando al niño con ella. El grupo debatió
acerca de cómo esto afectaba al hombre, y la probabilidad de lo que hubiera ocurrido. Sin
embargo, hubo menos claridad respecto a la tercera imagen. Se sugirieron diferentes opiniones.
La más convincente fue que era un niño que había sido golpeado muchas veces. Esto llevó a un
debate intenso acerca de la relación entre una crianza violenta y la violencia futura.
los pensamientos en cada momento, y se sugieren diversos pensamientos. Este ejercicio puede
ser desarrollado para mostrar como un pensamiento alternativo en un omento congelado
particular puede llevar a una imagen diferente. De este modo, es una demostración visual de la
idea para que los infractores se detengan y piensen antes de actuar. Un juego de roles en tiempo
real, particularmente uno de violencia, puede llevar a respuestas puramente afectivas. Y en el
peor de los casos, el juego de roles puede llevar a un aumento del placer a partir de la
recreación de momentos emocionales. Esto actúa reforzando el comportamiento, más que
desafiarlo. El uso de imágenes congeladas asegura que éste sea el pensamiento central de los
personajes en la sesión. También es importante el principio en este trabajo que las personas
intercambian roles, como se usa en cualquier trabajo teatral de un grupo. Un sobre-identificación
con un cierto rol negativo en la sesión puede llevar a la mantención de comportamientos, tanto
como el ejercicio puede hacer para desafiarlos.
llevarlo a cabo siempre es mucho más difícil. Finalmente, se discuten y se relacionan con la vida
real de los participantes las alternativas que han sido intentadas.
también permitirá hacer comparaciones entre la vida de los clientes y las de otras personas.
Permite a los clientes sugerir cambios en el comportamiento. El moderador puede hacer juicios
muy críticos acerca del comportamiento de los personajes ficticios, refiriéndose [en forma
indirecta] a los participantes, evitándose la confrontación directa.
Sin embargo, el uso primario de este ejercicio es como un método activo para extraer
estrategias de cambio y su práctica. Presenta un problema o un dilema que coloca en cuestión las
habilidades del grupo para resolver problemas. Los interroga acerca de lo que ellos podrían hacer
o no hacer en circunstancias similares. Sin embargo, más que situarse en la esfera de la
discusión, el ejercicio obliga a los participantes a actuar esas alternativas. Este ejercicio es una
forma de ensayo conductual que más que fomentar en el grupo la práctica de una forma ideal de
comportamiento, implica una búsqueda corporal de soluciones diferentes. Como todos los
ejercicios presentados aquí, esta técnica supone que cuando una persona practica físicamente
una estrategia aprenderá más que simplemente hablando acerca de aquella.
CONCLUSION
Este capítulo ha mostrado diversos ejercicios basados en el teatro, los cuales, he
argumentado, poseen ciertas características motivacionales. Se han examinado sus componentes
centrales como un “taller dramático”, los que al ser adaptados e implementados en forma
cuidadosa pueden convertirse en herramientas valiosas para un equipo de tratamiento que
trabaje en libertad vigilada o en el medio cerrado. Muchas técnicas como éstas ya forman parte
regular de diversos programas de talleres. Sin embargo, hay muchos programas que usan un
enfoque muy poco participativo o interactivo. La tarea es convencer a los equipos de tratamiento
y a los diseñadores de los programas que esos ejercicios no solamente son accesibles a los
clientes, sino que también pueden ser usados con facilidad por los moderadores de los grupos.
No quiero disculparme porque este recuento ha estado basado en una serie de anécdotas,
sino que diría que esos ejercicios corresponden a la investigación en la efectividad de los
programas. Los supuestos están basados en la experiencia y en las guías para la buena práctica
que pueden encontrarse en la literatura (véase por ejemplo, Chapman y Hough, 1998; Goldstein y
Glick, 1999; Harland, 1996; Hollin, 1990; McGuire, 199; Rose, 1998). Ha habido una evaluación
directa de los programas basados en el teatro (Chandler, 1973), pero este tipo de estudio ha sido
menos influyente en el desarrollo del trabajo que los reportes de quienes han usado las técnicas
dentro de los programas existentes. Su reporte de los beneficios de las técnicas teatrales ha
inspirado a los administradores de los servicios a desarrollar un mayor entrenamiento en esos
enfoques y en uso. Esto significa que en algunos programas de talleres, los ejercicios de teatro
participativo se han convertido en los métodos centrales y estándar, y no en una sesión extra
para evaluarlos o justificarlos. Este capítulo se propone ser parte de un debate para fomentar ese
144
desarrollo. Es en este sentido la elaboración de una hipótesis que necesita de un evaluación seria
y creíble.
Bibliografía
145
Capítulo 8
GLENN D. WALTERS
Federal Correccional Institution-Schuykill, Pennsylvania, Estados Unidos
*
Las afirmaciones y opiniones contenidas aquí son el punto de vista privado del autor y no deben suponerse como oficiales
o como el reflejo del Federal Bureau of Prision o del United Atates Departamento of Justice. La correspondencia respecto
a este capítulo debe ser enviada a Glenn D. Walters, Psychology Services, Federal Correctional Institution Schuylkili, P.O.
Box 700, Minersville, PA 1794-0700, USA
29
[N.T.] “Third” variable en el original; indicando el autor la existencia de otras variables además de las mencionadas.
146
intermedia, proponiendo una tipología de trayectorias. Las dos tipologías del crimen más
populares son la de Moffitt (1993) acerca del enfoque de un adolescente persistente y limitado, y
la de Patterson (1993), de la dicotomía del inicio temprano y tardío.
Paternoster y sus colegas (1997) colocaron a prueba los tres modelos en un grupo de 838
adultos jóvenes después de su liberación del North Carolina Division of Youth Services. Los
resultados de este estudio entregaron un apoyo modesto a la posición de la heterogeneidad de la
población y la posición dependiente del estado, y no confirmaron al enfoque tipológico, llevando
a los autores a concluir que la continuidad y el cambio contribuyen a la correlación criminalidad
temprana-posterior. Aunque el apoyo para el modelo de la heterogeneidad de la población
también puede ser encontrado en otros estudios (Hirschi y Gottfredson, 1995), no puede ser
negada la teoría dependiente del estado que las circunstancias vitales influenciarán
significativamente la conducta criminal. La investigación indica que los cambios en los patrones
de uso de drogas (Horney et al., 1995), empleo (Farrington et al., 1986), constelación familiar
(Mednick et al., 1990), ajuste matrimonial (Laub et al., 1998), relaciones con pares (Ullman y
Newcomb, 1999), y lugar de residencia (Osborn, 1980) pueden ejercer un efecto profundo en los
resultados criminales futuros, independientemente de las diferencias individuales mensurables en
la propensión al crimen.
Los eventos del desarrollo poseen una influencia cardinal en el inicio, la mantención y en
la terminación del compromiso criminal, de acuerdo a los proponentes de la perspectiva
dependiente del estado. Dentro de la trayectoria de la vida una persona están imbricadas las
transiciones que estimulan el cambio en la conducta criminal y en otros patrones. La bien
documentada relación entre la edad y el crimen (Hirschi y Gottfredson, 1983) puede, de hecho,
ser una función de esas transiciones vitales. Los eventos transicionales cruciales como el
matrimonio y el nacimiento de hijos (Gove, 1985), así como también los cambios relevantes con
la edad y la experiencia que invitan a una reevaluación de las metas en la vida y la creciente
insatisfacción con las consecuencias naturales del estilo de vida criminal (Shover y Thompson,
1992), tienen relación con las personas que han desistido del crimen por si mismos. El propósito
de este capítulo es ilustrar cómo puede ser usado el ambiente natural para motivar una transición
en las trayectorias criminales, conduciendo a la mantención duradera de la detención de las
conductas criminales. Por esto hace sentido comenzar con una breve revisión de la investigación
de personas que han desistido del crimen sin los servicios de un profesional de la salud mental o
de un programa de tratamiento formal.
cuando se usa una definición restringida en un seguimiento de 5,3 años en promedio. Respecto al
predomino de la recuperación natural sin asistencia de un tratamiento, Walters también comenta
que la recuperación es iniciada frecuentemente por crisis personales (problemas de salud,
presión de la familia y de amigos, eventos extraordinarios) y es mantenida por el apoyo social,
fuerza de voluntad y transformación de la identidad. Mientras que no hay datos actualmente
disponibles para calcular la tasa total de detención natural del crimen, los estudios muestran que
la reincidencia en los infractores liberados de las prisiones estaduales es de dos tercios después
de tres años (Beck y Shipley, 1989). Lo que a veces se pasa por alto es que muchos de quienes
evitan ser encarcelados nuevamente dentro de esos tres años, nunca vuelven a la cárcel, una
proeza alcanzada normalmente sin asistencia profesional (Walters, 1992). También puede ser que
esa desistencia natural del crimen sea tan común como la recuperación natural del abuso de
sustancias.
En un esfuerzo por identificar, catalogar y descifrar los factores responsables de la
desistencia natural al crimen, John Irwin (1970), un antiguo convicto, entrevistó a 15 individuos
con extensas historias de compromiso criminal que no habían cometido crímenes durante un
número de años. Las razones dadas por esos individuos para su desistencia del crimen tenían
relación con el temor a una encarcelación futura, reducción en sus expectativas sexuales y
financieras —y en la mantención de las mismas, desarrollo de una relación satisfactoria con una
mujer, participación en actividades extra-vocacionales y extra-domésticas como deportes y
pasatiempos. El quiebre iniciación—mantención también ha sido empleado por otros
investigadores para resolver el enigma de la desistencia natural del crimen.
Sommers y sus colegas (1994) descubrieron que la decisión de cambio en 30 mujeres
adultas implicadas en el crimen fue precedida por una sensación de desesperanza desencadenada
por las consecuencias naturales de la actividad criminal. Esas mujeres usaron su desesperanza
para detener temporalmente su estilo de vida y comenzar a cuestionar su visión de si mismas y
del mundo como criminales. Mulvey y La Rosa (1986) observaron una pauta similar en un grupo de
10 infractores juveniles hombres que habían estado sin cometer crímenes al menos durante dos
años. Como con las mujeres de la investigación de Sommers et al. (1994), 9 de 10 adolescentes
habían hecho una decisión consciente de apartarse del crimen y llevar una vida mejor. Pareciera
que la decisión de cambiar, más que ser una transición simple, es realmente una serie de
transiciones en una trayectoria criminal, la que culmina gradualmente en la finalización de la
misma. El role del proceso de toma de decisiones en muchas de esas desistencias individuales al
crimen sugiere que a menudo un cambio en la cognición precede a un cambio en el
comportamiento.
Los crisis que llevan a la desistencia incluyen el choque de ver a un par criminal asesinado
o estar cerca de la propia muerte (Cusson y Pinsonneault, 1986), los efectos acumulativos del
envejecimiento (Sommers et al., 1994), un miedo creciente a la encarcelación (Hughes, 1998), y
148
la percepción que la vida criminal no ha sido exitosa (Jolin y Gibbons, 1987), Sin embargo, los
eventos y las experiencias positivas también pueden servir como una crisis, por ejemplo, un
respeto y un interés creciente por los niños (Hughes, 1998), el deseo de hacer algo productivo con
la propia vida (Shover, 1996), y la asunción de las responsabilidades adultas en la forma del
matrimonio o una ocupación (Jolim y Gibbons, 1987). La desistencia al crimen también se ha
iniciado por un cambio en las expectativas, las cuales la investigación muestra que son
mediadores potentes del crimen (McMurran, 1997), al grado que la desistencia es acompañada a
menudo por una reducción en los beneficios percibidos del crimen (Hughes, 1998) y un
incremento correspondiente en los costos anticipados del crimen (Cusson y Pinsonneault, 1986).
Una vez iniciado el cambio, éste debe ser reforzado y mantenido para su continuación. En
la investigación de la desistencia natural del crimen, hay evidencia que la disociación de quienes
permanecen en el estilo de vida criminal y la construcción de un grupo social no criminal es
crítico para la mantención de la desistencia inicial del crimen (Adler, 1993; Mulvey y La Rosa,
1986; Sommers et al., 1994). En el estudio de Sommers et al. (1994) un sentido de conexión con
el orden social ayudó a los participantes a mantener su nueva forma de vida, al otorgarles
conformidad. Un cambio en la identidad o en la visión de si mismos, no sólo fue observado en
este estudio, sino que también en otras investigaciones de la desistencia al crimen (Hughes,
1998; Shover, 1996). La afirmación de la propia identidad como no criminal, al ser respetados
como no criminales en la comunidad puede poseer un significado central en la mantención de la
desistencia al crimen (Meisenhelder, 1977; Sommers et al., 1994). Los diversos resultados
sugieren que la iniciación y la mantención de la desistencia al crimen puede ser retratada como
compleja, tanto en la que respecta a la iniciación y mantención del compromiso criminal, como
de aquellos que están intentando desistir de aquel.
De acuerdo a la teoría del estilo de vida, todos los organismos vivos poseen un instinto de
vida o de supervivencia. Se cree que el instinto de vida interactúa con un ambiente
constantemente cambiante que crea una condición de aprensión y amenaza, conocido como
temor existencial (Walters, 1999c). Hay dos clases generales de reacción al temor existencial:
defensivo, en la forma de retirada, agresión, inmovilización y entrega/sumisión (Marks, 1987), y
constructivo, en la forma de afiliación, control/predictibilidad y estaus (Walters, 1999c). La
naturaleza dual de las reacciones a la amenaza refleja la dualidad encontrada en la motivación
(acercamiento/evitación a lo nuevo y a los estímulos familiares) y en el resultado
(cambio/continuidad). Debido a que el estilo de vida está fundado en estrategias defensivas,
evitación de lo nuevo y continuidad, un programa efectivo de asistencia al cambio debe dar
énfasis a las estrategias constructivas, al valor de acercarse a lo nuevo, y la necesidad,
posibilidad y eficacia del cambio, hacia una meta eventual de alcanzar un equilibrio dinámico.
En virtud de ser un sistema abierto, el organismo humano intercambia activamente
energía con su ambiente. Este proceso, comúnmente denominado como auto-organización
(Walters, 1999b), estimula el crecimiento del organismo y la complejidad debido a que las formas
de auto-organización creadas son más complejas que aquellas que reemplazan. Además, la
continuidad hace más ordenada y estable la vida del organismo. El equilibrio de esos dos
resultados opuestos, continuidad y cambio, y sus estados motivacionales como corolario —
novedad-evitación y novedad-acercamiento, respectivamente— es la esencia de la vida
adaptativa. Cuando predomina uno de esos dos compuestos opuestos, motivación-resultado,
surgen problemas. En el caso de la continuidad/evitación de lo nuevo, el resultado es el
estancamiento; en el caso del cambio/aproximación a lo nuevo el resultado es el caos
psicológico. Dado el rol de la continuidad/evitación de lo nuevo en la mantención de un estilo de
vida, se alcanza más fácilmente el equilibrio abogando al conglomerado cambio/aproximación a
lo nuevo a través de la auto-organización.
absoluto en forma de una dicotomía. Por otro lado, la capacidad humana para el cambio o la
auto-organización es vista como una consecuencia natural de nuestro estatus como sistemas
abiertos capaces de intercambiar energía con el ambiente externo.
Un estilo de vida criminal está definido como el estilo de interacción que persigue una
persona. Sin embargo, el sistema de creencias impulsa al estilo de vida. La visión de uno mismo y
del mundo son dos sistemas de creencias particularmente importantes con respecto a la
explicación de la continuidad y el cambio de la delincuencia y la conducta criminal adulta.
Quienes desisten del crimen lo hacen en forma típica alterando uno o ambos sistemas de
creencia. Es importante comprender que los estilos de vida evolucionan en fases, iniciación
seguida de mantención (Walters, 1998). Durante la iniciación del estilo de vida el novicio es
socializado en el estilo de vida a través de la interacción real o simbólica con quienes están
involucrados en el patrón. El proceso de socialización fomenta el cambio en la visión de si misma
y del mundo de una persona, cambios que son reforzados y preservados durante la fase de
mantención. La desistencia crea el cambio en el sistema de creencias de una persona por medio
de la re-socialización, un proceso que incluye una fase de iniciación y de mantención. Aunque la
iniciación y la mantención de la desistencia son tópicos importantes de la discusión, la presente
sección se restringirá al tópico de proveer sugerencias a los terapeutas acerca de cómo motivar a
los clientes a mantener la desistencia, al cambiar su compromiso e identificación.
Cambios en el compromiso
Los compromisos son las actividades que las personas prefieren y los grupos sociales con
los cuales interactúan. Un cambio en los compromisos es citado frecuentemente como central en
la promoción de la mantención del cambio en la persona que desiste del crimen sin asistencia
profesional (Adler, 1993; Hughes, 1998; Irwin, 1970; Jolin y Gibbson, 1987; Sommers et al.,
151
1994). La sustitución y la construcción de redes de apoyo social son dos formas por medio de las
cuales los clientes pueden mantener la desistencia del crimen, al alterar sus compromisos.
Substitución
Una de las atracciones de un estilo de vida criminal es que ayuda a estructurar el tiempo
de las personas, lo cual a su vez minimiza las decisiones que deben tomar las personas y
responsabilidad percibida en esas decisiones. Un estilo de vida hace más predecible la vida,
dando al individuo un mayor sentido de control sobre su ambiente. La estructuración del tiempo y
la predicibilidad son claves en la mantención del estilo de vida (Walters, 1999c). Los compromisos
criminales que se centran en la preparación, planificación y ejecución de los crímenes, en las
celebraciones después del crimen, en los encuentros con otros criminales y en la justificación de
la actividad criminal, son sostenidos por diversas maniobras cognitivas y distorsiones como las que
se describen en la Tabla 8.2. La eliminación de los compromisos criminales en alguien dispuesto a
un estilo de vida criminal, creará en forma típica una evitación de la persona, la que la persona
indudablemente satisfará con cualquier otra cosa que haya existido antes (estilo de vida criminal)
si no se encuentra un sustituto adecuado. La meta de la sustitución es motivar la mantención del
cambio, por medio de la asistencia al cliente en el desarrollo de compromisos alternativos no
criminales en el trabajo, la escuela, la familia, los deportes, los pasatiempos y otros intereses.
La facilitación efectiva del proceso de sustitución ocurre en tres pasos o fases. El primer
paso del proceso de sustitución es identificar los deseos y aspiraciones que son satisfechas por el
estilo de vida criminal. Esto puede ser logrado haciendo que los clientes hagan listas de las
experiencias y los resultados que ellos creen que podrían perder cuando se separen
completamente del estilo de vida criminal. Uno vez que ha sido completada la lista de
experiencias y resultados, el paso siguiente es identificar actividades alternativas diseñadas para
alcanzar esas experiencias y resultados en formas que no coloquen a las personas con conflicto
con la ley. La tercera fase y final del proceso de sustitución es fomentar la implementación de
esas actividades alternativas. Hacer un contrato con los clientes para que se comprometan con un
número especificado de de actividades sustitutas de acuerdo a un esquema predeterminado, el
terapeuta puede motivar al cliente para alcanzar substitutos efectivos.
152
atribución de una enfermedad30— por las acciones y decisiones que violan las reglas, pueden
fomentar la recaída criminal. Los profesionales pueden ayudar mejor sus clientes ayudándolos
con las habilidades que les permitirán a mantenerse libres de relaciones que promueven la
recaída, incluso si esto significa evitar a los miembros de la familia que pueden estar
involucrados en actividades ilegales o quienes, a través de sus acciones, protegen al cliente de
las consecuencias negativas de sus acciones.
El apoyo social positivo puede ser incorporado en la red social del cliente por medio de
estimular a los clientes para que se rodeen de personas que les hacen sentirse bien respecto a
llevar una vida respetuosa de la ley. El profesional puede ayudar a los clientes en la construcción
de un grupo social de apoyo positivo, nutriéndolos con entrenamiento en habilidades sociales y
consejos sabios. El entrenamiento en habilidades sociales suministra a los clientes habilidades
interaccionales que aumentan sus opciones en las situaciones sociales. Los clientes deben buscar
y desarrollar amistades no criminales bajo la comprensión que ganarse la confianza de otras
personas tomará tiempo y que deben ser pacientes para prepararse para recaídas periódicas. Los
profesionales pueden motivar además la mantención del cambio en los clientes que están
desistiéndose actualmente, ofreciéndoles consejos acerca de cómo conocer personas. Con
frecuencia el trabajo es un buen lugar para comenzar a desarrollar una red de apoyo social
positiva, pero hay diversos otros entornos donde pueden iniciarse y nutrirse amistades, como la
iglesia, una comunidad para solteros o padres sin pareja, a los clubes sociales y bares,
asumiendo, desde luego, que el bar no es frecuentado por tipos antisociales, o el cliente no está
intentando sobreponerse a un problema con la bebida además de sus problemas criminales.
Expectativas y metas
Las expectativas del resultado, en los numerosos estudios que han explorado este tópico,
parecen jugar un rol principal en la iniciación y la mantención de la conducta criminal (McMurran,
30
[N.T.] Se sugiere leer acerca del “enfoque de externalización” de M. White y D. Epston (Medios narrativos para fines
terapéuticos. Ed. Paidós, Barcelona, 1993). En ese enfoque, se propone separar a la “persona” del “problema”, sin
embargo la responsabilidad siempre está colocada en la persona, quien ha permitido/facilitado/cooperado con el
problema.
Véase especialmente el articulo de White, “Terapia conjunta para hombres violentos y las mujeres que viven con ellos”,
en M. White (1997) Guías para una terapia familiar sistémica. Ed Paidós, Barcelona.
154
1997; Slaby y Guerra, 1988). En un estudio reciente acerca de las expectativas de resultado y el
crimen, Walters (2000a) descubrió una relación compleja entre las expectativas para el crimen y
el miedo existencial, la que puede explicar por qué las expectativas ejercen una poderosa
influencia en las acciones y decisiones de una persona. Un estilo de vida criminal, además de la
estructura del tiempo de la persona, promete alivio del miedo, pero en el largo tiempo los
convictos pueden atestiguar que esa promesa era vana. Por último, la persona desarrolla un estilo
de vida crecientemente dependiente para afrontar los problemas de la vida cotidiana y el miedo
producido por los cambios que amenazan la existencia del estilo de vida. La paradoja que
presenta un estilo de vida es que las personas comienzan a otorgar gran valor en la continuación
del patrón en lugar de proteger su propia seguridad y bienestar, debido a que ellas igualan la
supervivencia del estilo de vida con la supervivencia de ellos mismos (Walters, 1999c). Esta puede
ser la razón de por qué las personas que demuestran interés en el estilo de vida criminal están
deseosas de arriesgar su vida y su libertad por la oportunidad de participar en actividades de ese
estilo de vida.
Los profesionales entrenados pueden motivar a los clientes a mantener la desistencia
inicial del crimen ayudándolos en la modificación de las expectativas de los resultados
relacionados con el crimen. La evidencia anecdótica del propio trabajo clínico del autor con
infractores adultos insinúa que la apreciación creciente y la anticipación de las consecuencias
negativas a largo plazo del crimen acompañan a menudo el cambio. Por otro lado, las
expectativas positivas de resultado para el crimen, a menudo no cambian como resultado de un
programa efectivo. Esta observación es corroborada por la investigación empírica en la
recuperación asistida de abusadores de alcohol (Jones y McMahon, 1994) y el comportamiento
agresivo (McDougall y Boddis, 1991). Una revisión de las lecciones vitales con los clientes, donde
son identificadas, trazadas y definidas las consecuencias naturales de la actividad y el
pensamiento criminal, es una estrategia capaz de destacar las expectativas de resultados
negativos en la mente de quienes expresan interés en el cambio. Una táctica adicional para
motivar la mantención del cambio con respecto a las expectativas y metas, es implicar a los
clientes en discusiones diseñadas para resaltar los beneficios de las actividades no criminales e
intensificar las expectativas de resultados positivas para esas actividades, dado el hecho que
ignorar los aspectos positivos de una vida convencional es una forma en la que las personas
mantienen un estilo de vida criminal.
Valores y prioridades
Los valores son los estándares generales que las personas siguen al evaluar la influencia
de los diversos eventos vitales. Las prioridades son manifestaciones conductuales de esos valores.
La teoría de los estilos de vida propone cuatro grupos generales de valores: social (valor de la
interacción interpersonal), trabajo (valor de la emisión de energía, ejecución y desempeño),
155
Transformación de la identidad
La búsqueda de identidad puede llevar a la iniciación de un estilo de vida, la cual una vez
establecida puede actuar manteniendo ese estilo de vida. En un temprano estudio en el cual el
uso de marihuana aumentó en las jurisdicciones donde las penas por posesión por drogas era más
severa, ilustra cómo la búsqueda de una identidad podría iniciar un estilo de vida asociado con
drogas o con comportamiento criminal (Stuart et al., 1976). El estilo de vida que mantiene los
rasgos de una identidad criminal fue revelado en un estudio de Oyserman y Markus (1990), donde
afirmaron que los delincuentes juveniles poseen un yo [self] posiblemente organizado casi
exclusivamente alrededor del crimen y minimamente alrededor de que les vaya bien en el
colegio; mientras que los jóvenes menos delincuentes modelan sus posibles yo alrededor de la
escuela, el trabajo y relaciones con pares no desviados. El yo, de acuerdo a Gold (1994), es un
proceso activo capaz de conferir propósito, significado y dirección en la vida. Como tal, la
identidad juega un role vital en el abandono del crimen, así como en la iniciación y mantención
del crimen.
La transformación de la identidad tiene una significación principal cuando motiva la
mantención del cambio y, como la sustitución, puede ser dividida en tres pasos o fases. El primer
paso del proceso de transformación de la identidad es fomentar en los clientes el rechazo a todas
las etiquetas como descriptivas de ellos en una sola frase, término o epíteto, que pudiera
capturar la complejidad o singularidad del ser humano individual. En su lugar, se estimula a los
clientes para que sean a si mismos como personas que tuvieron problemas en el pasado con el
crimen, pero que ahora pueden elegir comportarse en forma diferente en el presente y en el
157
futuro. Esto es seguido por el segundo paso del proceso de transformación de la identidad, en el
cual el propósito es ampliar, incitar e intensificar las habilidades cognitivas complejas del
cliente, para jugar el rol de abogado del diablo en diálogos Socráticos, y resaltar las
incongruencias entre la conducta observable del cliente y sus afirmaciones respecto a si mismo,
para crear disonancia cognitiva diseñada para estimular la auto-organización natural de las
habilidades del cliente. La integración de las polaridades y dualidades emergentes que surgen en
el pensamiento del cliente durante el paso dos es la meta principal del paso tres. El método
dialéctico (tesis—antítesis—síntesis) es de importancia crucial para alcanzar los objetivos de la
tercera fase y final del proceso de transformación de la identidad.
CASO EJEMPLO
Mike es un hombre blanco de 53 años, quien cumplió 8 años y medio de 13 años de
sentencia por posesión de cocaína, con el intento de distribuirla. Su caso fue primero presentado
en 1990 como parte de una discusión acerca del desarrollo criminal (Walters, 1990, pp. 187-88).
El autor conoció por primera vez a Mike en 1988 cuando se incorporó al último a una clase de
estilo de vida criminal que el autor estaba realizando con prisioneros en una penitenciaria federal
de máxima seguridad. Cinco años después, Mike fue transferido a una institución de seguridad
intermedia en la cual el autor había sido trasladado dos años antes. Entre las dos instituciones,
Mike y el autor se habían encontrado semanalmente en sesiones individuales o de grupo durante
un período de casi cuatro años, y Mike completó todas las fases del Programa de Cambio en el
Estilo de Vida del autor (Walters, 1999d). Aunque Mike fue liberado de prisión en 1995, ha estado
en contacto con el autor por medio de llamadas telefónicas y cartas periódicas.
Mike es un individuo de inteligencia por sobre el promedio, que comenzó su carrera
criminal relativamente tarde, a la edad de 32 años, que apreciaba la importancia de mantenerse
alejado de las drogas y sus antiguos asociados en el crimen, como una forma de impedir el
retorno a un estilo de vida criminal. Indicó que había conocido a una mujer mientras estaba en
prisión a través de una organización religiosa, y aunque la mayoría de esas relaciones tienden a
disolverse una vez que el individuo recobra su libertad, después de 6 años Mike está aun viviendo
con esta mujer y ha adoptado a sus dos hijos. El atribuye esta nueva libertad y desistencia del
crimen al hecho que ha pasado la mayoría de este tiempo en el trabajo o con su familia, y ha
encontrado sustitutos para el crimen en su trabajo, participación en ejercicios físicos, y en
intereses y pasatiempos como la cerámica y trabajo en la madera.
En términos del cambio en sus intereses, Mike afirma que comenzó a sacrificar la
satisfacción inmediata por satisfacciones a más largo plazo mientras estaba en prisión y agrega
que ha mantenido y desarrollado más este cambio en sus intereses en la comunidad. Las
actividades familiares y su negocio han reemplazado las preocupaciones anteriores de Mike con
las drogas y el crimen. Ahora, en lugar de distribuir drogas distribuye periódicos a un número
158
creciente de vendedores en una amplia área metropolitana en la región del medio Atlántico en
los Estados Unidos. Durante una conversación telefónica, Mike compartió con el autor su creencia
que “la vida no es realmente todo lo mala que él una vez creía”. Pareciera que al elevar las
expectativas de resultados positivos para la actividad no criminal y aumentar las expectativas de
resultados negativos para el uso de drogas y el crimen, Mike ha dado un paso gigantesco hacia un
cambio significativo y duradero.
Uno de las primeras vallas que traspasó Mike en su re-socialización hacia una nueva forma
de vida fue descartar su antigua identidad criminal. Fue claro al observar a Mike interactuar con
otros prisioneros que él disfrutaba la oportunidad de hablar acerca de su actividad criminal y de
la reputación que se había creado en la comunidad. Por la misma razón, él comprendió que tenía
que abandonar esta identidad y encontrar una nueva forma de verse a si mismo si deseaba
liberarse del crimen en la comunidad. Mike asegura que ha encontrado un nuevo sentido de
propósito e identidad en sus roles de esposo, padre, consejero de salud y hombre de negocios.
También tiene más deseos de permitirse encajar en la sociedad convencional y ya no estar más
obsesionado con la idea de rebelarse ante el orden para atraer la atención sobre él. El significado
y satisfacción que ha encontrado en su reciente identidad como hombre de familia y un
trabajador honesto han sido suficientes para impedirle retornar a su antigua imagen de
delincuente. Para mantener esos cambios y reforzar esta nueva forma de vida, Mike necesitará
continuar desarrollando su sentido de si mismo a través de una complejidad cognitiva aumentada.
CONCLUSION
En la búsqueda de formas para motivar a los clientes a mantener un estilo de vida de
desistencia [de la vida criminal], nuestros esfuerzos son más capaces para obtener éxito si
hacemos uso de los recursos naturales que están disponibles en el ambiente del hogar del cliente,
que si ignoramos el ambiente en el cual cliente debe funcionar31. Es imperativo que nos
desdigamos cuando discutimos que nuestras habilidades de auto-ayuda y los “éxitos” terapéuticos
no pueden exceder al poder del ambiente para impactar y modificar las acciones de las personas.
No hay duda que los profesionales están en una posición que les permite suministrar a los clientes
la oportunidad de aprender habilidades esenciales; sin embargo, los clientes deben ser capaces
de hacer un uso efectivo de esas habilidades en situaciones de la vida real si se busca que los
esfuerzos de los profesionales fructifiquen. También debe señalarse que la aplicación exitosa de
esas habilidades fomenta el crecimiento más allá de la relación profesional-cliente —la meta
31
[N. T.] Es importante hacer notar aquí, que la investigación de los factores comunes del cambio terapéutico asigna un
mayor peso a los “factores del cliente” o “factores extra-terapéuticos” en el tamaño del efecto de una terapia exitosa
(40%) (en comparación con los otros factores comunes: Alianza Terapéutica [30%]; Optimismo, expectativas y factor
placebo [15%]; Enfoque teórico y técnicas [15%]). Esos factores los aporta el cliente a la terapia y no son un producto de
la misma. Entre esos factores resaltan las redes sociales de los clientes y las experiencias fortuitas (por ejemplo, la mujer
que conoció Mike).
Desde la perspectiva de los factores comunes, el terapeuta hace un buen servicio al cliente cuando incorpora/hace
uso/fomenta en la terapia esos factores extra-terapéuticos, al igual como propone el autor del artículo. (Véase, M.
Hubble; B. Duncan, and S. Miller [1999] The Heart and Soul of Change. New York: American Psychological Association)
159
última del cambio asistido— es decir, apoyarse en si mismo32. Un profesional que opere fuera de
este marco está trabajando hacia su eventual obsolescencia; en este marco el terapeuta
interactúa con los clientes para estimular sus procesos naturales de auto-organización que
motivan la iniciación del cambio y la mantención de personas que anteriormente están
comprometidos con un estilo de vida criminal.
Los profesionales pueden facilitar los procesos de auto-organización al creer que éstos
existen en todos los seres vivientes, y aportando información a los clientes acerca de cómo
mantener y facilitar el proceso de cambio natural. La teoría de los estilos de vida propone cuatro
elementos clave de la auto-organización —responsabilidad, significado, comunidad y confianza—
que no sólo inician el cambio, sino que también lo mantiene (Walters, 2000b). Al tener claros
esos cuatro elementos en la mente y usarlos como un criterio para evaluar las acciones y
decisiones para ser flexibles, el cliente está en posesión de una habilidad que puede ser de gran
ayuda práctica para manejar los problemas de la vida cotidiana. Sin embargo, es crítico que el
cliente aprecie y perpetúe el proceso de cambio y comprenda que las transiciones y las nuevas
trayectorias son vitales para mantener el cambio como algo continuo. Antes que la relación
cliente-profesional finalice, y el cliente y el profesional se movilicen hacia cosas mayores y
mejores, debe advertirse al cliente que permanezca vigilante ante la adversidad que la
adaptación continua ante el ahora se convierta en el estilo de vida del mañana si uno depende de
pautas para manejar los problemas en el vivir. Después de todo, todos los estilos de vida, antes
de convertirse en un patrón, comenzaron como una adaptación.
REFERENCIAS
32
[N.T.] Un estudio nacional acerca de la acción de los factores comunes en psicoterapia, mostró que el desarrollo de
autonomía por parte de los consultantes estaba asociado con la mantención de los cambios alcanzados y con una menor
tasa de recaída en el problema que llevó a buscar terapia. (Véase, M. Krause [2005] Psicoterapia y cambio. Una mirada
desde la subjetividad. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile)
No cabe la menor duda que ese hallazgo en psicoterapia en general también se aplica a una población específica como la
que trata este libro.
160
161
162
PARTE III
TEMATICAS ESPECIALES
163
Capítulo 9
RONALD BLACKBURN
University of Liverpool, Liverpool, Reino Unido
INTRODUCCION
En las décadas recientes (Bersoff, 1999; Francis, 1999) se ha dado un énfasis creciente a
las interrogantes acerca de lo qué es correcto, bueno, o un curso apropiado de acciones, cuando
las personas tienen el poder para influenciar la vida de los demás, y la necesidad de
justificaciones éticas para la toma de decisiones de los psicólogos. Debido a que los intereses y
los derechos de los profesionales, sus clientes, las organizaciones que les dan empleo, y la
sociedad en su conjunto no siempre coinciden, resguardar los derechos de una parte puede
significar la violación de los derechos de otros. El reconocimiento de las obligaciones
profesionales a la luz de esos intereses en competencia indica que es necesario evitar el daño y la
explotación.
El reconocimiento del potencial de los métodos de tratamiento psicológico para dañar a
los clientes en desventaja aumentó durante los años 1970 como una evidencia que las prácticas
de la salud mental a veces violan los derechos de las personas detenidas. Por ejemplo, la
economía de fichas suministró uno de los primeros intentos sistemáticos por motivar hacia el
cambio a los prisioneros y a los pacientes institucionalizados, pero algunos programas implicaron
privación de alimento, vestimenta u otros recursos que eran usados como reforzadores. Esos
programas fueron suspendidos en los Estados Unidos después que las cortes señalaron que era una
privación no garantizada de los derechos humanos (Wextler, 1973). También se retiró el apoyo al
desarrollo de programas de modificación conductual en prisiones después de los reportes del uso
coercitivo de métodos aversivos para motivar la obediencia a la institución (Erwin, 1978; Stolz et
al., 1975).
Los enfoques recientes para motivar a los infractores para el cambio, como la entrevista
motivacional (Miller, 1994; Miller y Rollnick, 1991) son más sensibles a los derechos de los
clientes. Sin embargo, surgen interrogantes éticas que se aplican a cualquier intento de los
profesionales de ayuda para intervenir en la vida de los infractores. Por ejemplo, ¿puede
justificarse el cambio impuesto? ¿Tienen derecho los infractores a no ser cambiados? En primer
lugar, ¿por qué los profesionales de la salud mental buscan cambiar a los infractores? Esos
164
problemas son considerados aquí desde una perspectiva psicológica. Sin embargo, debido a que
las respuestas a esas interrogantes provienen de una orientación ética más que de una
orientación psicológica. Este capítulo examinará primero la naturaleza de las justificaciones
éticas.
cotidianos, y son la base más común en base a la cual los psicólogos resuelven sus dilemas éticos
(Thelen et al., 1994). Sin embargo, la intuición moral es con frecuencia insuficiente para resolver
un dilema, y puede no tomar en cuenta sus implicaciones más amplias.
K. S. Kitchener argumenta que para evaluar o justificar las decisiones morales,
necesitamos movernos al nivel crítico-evaluativo, que posee tres sub-niveles. El primero es
apelar a las reglas morales, los ejemplos más claros son los códigos prescritos de conducta
profesional. Por ejemplo, el Código de Conducta, Principios y Guía Etica de la BPS (Sociedad
Psicológica Británica, 2000) y los Principios Eticos y Código de Conducta de la APA (Asociación
Psicológica Estadounidense, 1992) que entregan las reglas básicas del comportamiento
profesional que se espera que los miembros de esas agrupaciones observen. Sin embargo, los
códigos profesionales evolucionan para proteger a la profesión de la regulación de las agencias
externas, y suministran únicamente un guía general mínima (Hare-Mustin et al., 1979).
Las limitaciones de los códigos profesionales pueden ser resueltas apelando a principios
éticos más generales. Los códigos profesionales a lo menos están implícitamente derivados de
principios generales, y, de hecho, los Principios Eticos de la APA están divididos en Principios
Generales, los cuales son los ideales a los cuales se aspira (competencia, integridad,
responsabilidad profesional y científica, respeto por los derechos y dignidad de las personas,
interés por el bienestar de los demás, y responsabilidad social), y los Estándares Eticos, los cuales
son las reglas de comportamiento. Aunque no hay un conjunto acabado de principios. Kitchener
identifica a la autonomía, a la beneficencia, a la no maleficencia, a la justicia y a la fidelidad
como los principios más definitivos en los ambientes clínicos.
La autonomía se refiere al derecho de las personas para ser tratados como agentes que se
determinan a si mismos, que tienen la libertad para elegir sus propios cursos de acción,
asegurando que esto no viole la autonomía de los demás. Las excepciones surgen cuando la
capacidad de la libre elección está impedida. Por ejemplo, la medicina y la ley generalmente
aceptan el principio paternalista que otros pueden tomar decisiones respecto al bienestar de un
individuo cuya competencia está impedida por una enfermedad mental. Debe advertirse que el
paternalismo es una justificación bajo ciertas condiciones, pero no es valioso en si mismo, y
puede argumentarse que debiera estar limitado a la prevención del daño hacia si mismo.
La beneficencia especifica el deber de hacer el bien. Esto está implícito en la noción de
“profesiones de ayuda”, bajo la cual subyace la obligación de beneficiar a los clientes. El
principio de no maleficencia afirma el deber de no ocasionar daño, y es fundamental cuando se
aplica a la psicología y a la medicina. En un contexto moral, la justicia es igualada generalmente
con “imparcialidad”, e implica que las personas iguales deben ser tratadas con igualdad.
Finalmente, la fidelidad implica ser digno de confianza, prometer permanencia y lealtad, las
cuales son básicas en toda relación confiable. Las obligaciones de los terapeutas y los derechos
de los pacientes provienen de esos principios. Por ejemplo, el requerimiento ético del
166
33
[N.T.] Validez suficiente a primera vista.
167
Autonomía y determinismo
El principio de la autonomía es crucial a la ética de la práctica y la investigación clínica.
Los terapeutas de todas las persuasiones parecen suscribir a este principio, abogando que su
práctica aumenta la habilidad de sus clientes para disponer por si mismo de opciones más amplias
(Jensen y Bergin, 1988; Kazdin, 1975; Strupp, 1971). Miller y Rollnick (1991) sugieren que la
entrevista motivacional respeta en forma similar la autonomía del cliente, advirtiendo a los
terapeutas que “los clientes tienen la libertad para hacer cualquier cosa que ellos deseen, y no
es nuestro trabajo convencerlos de algo distinto” (p. 129).
Sin embargo, hay un conflicto fundamental entre la aceptación de la autonomía y el
compromiso de la psicología por el determinismo34. Si todos los comportamientos son causados, el
respeto de la autonomía descansa en la asunción que la libertad es no realista y no alcanzable, y
no podemos esperar en forma justificable la libre elección cuando se ofrece a un cliente la
posibilidad de cambio. Como Davison (1976) observó, “si vamos a tomar en serio el dictado
determinista de la ciencia, debemos hacernos cargo de las condiciones circundantes, incluso
cuando las decisiones en terapia han sido denominadas voluntarias o libres” (p. 157).
Los terapeutas han fracasado en su respuesta a este problema. Algunos evitan el debate
de la voluntad determinada/libre, y aceptan que “es muy importante para el individuo sentirse
libres, independientemente que lo sean o no” (Kazdin, 1975, p. 234). Alternativamente, el
determinismo suave sostiene que todos los comportamientos humanos son causados, pero sin
embargo permite la existencia de la libre elección. Por ejemplo, mientras rechaza la noción
tradicional de autonomía, Bandura (1989) concibe a la libertad como “el ejercicio de la auto-
influencia”, que opera en forma determinista sobre el comportamiento a través del pensamiento
y que determina la libertad personal disponible para uno entre muchas opciones. Las personas
son autoras parciales de sus situaciones.
Aunque esas visiones permiten la aceptación del deseo ético de garantizar el derecho de
los clientes a escoger, ningún psicólogo acepta que la agencia humana implica una libertad
completa, porque esto sería incompatible con la posibilidad de la psicología como una ciencia
explicativa. Mientras que la ética y la ley acepta que la libre opción puede ser restringida por un
trastorno mental, los psicólogos necesitan desafiar la suposición que una ausencia de trastorno
implica una libertad sin constricciones, y los terapeutas deben reconocer esto en las
justificaciones éticas de su práctica.35
34
[N.T.] Aquí el autor debiera referirse al compromiso de la teoría y la terapia conductuales con el determinismo del
comportamiento humano. Quizá el autor trata en forma tan amplia este concepto, como si cubriera a todas las psicologías
y psicoterapias contemporáneas, debido a influencia de la psicoterapia conductual en la terapia inglesa (recuérdese que
Hans Eysenck, el influyente conductista de los años ’50 y `60, era inglés).
35
[N.T.] Para una discusión más amplia de las distintas posiciones epistemológicas y sus consecuencias en la práctica
clínica, se sugiere revisar el volumen de H. Anderson, Conversación, lenguaje y posibilidades. Un enfoque posmoderno de
la terapia. Ed. Amorrortu, B. Aires, 1999
168
¿QUIEN ES EL CLIENTE?
Las personas convictas de un crimen no pierden su derecho a ser tratadas con respeto por
los profesionales, aunque su comportamiento haya ocasionado sufrimiento a otras personas. Uno
de los ideales a los que aspiran los Principios Eticos de la APA es que “Los psicólogos respeten los
derechos fundamentales, dignidad y valía de todas las personas”. Es básico y ético tratar a los
infractores como a los otros clientes en entornos diferentes.
Las amenazas a la ética cuando se trabaja con infractores provienen particularmente de
las demandas competidoras de parte del cliente, del contexto institucional, el sistema de justicia
penal y los valores del terapeuta. El Código de Conducta de la BPS exhorta a los psicólogos a
“mantener el interés y el bienestar en aquellos que reciben sus servicios, que son de suma
importancia todo el tiempo”. Sin embargo, los psicólogos empleados por cualquier organización
que provee servicios a los individuos deben enfrentar invariablemente la interrogante de “¿quién
es el cliente?” Esta es una fuente principal de dilemas éticos y conflicto de roles para los
psicólogos en el sistema de justicia penal (Monahan, 1980). Los dilemas son particularmente
agudos cuando los servicios de tratamiento están dirigidos a cambiar el comportamiento
infractor. Debido a que la desistencia de los infractores de sus actos antisociales sirve
primariamente a los intereses de la sociedad, el rol usual del clínico como agencia del individuo
está comprometido. Debe actuar como un “agente doble”, siendo simultáneamente un
profesional de ayuda y un agente de control social (Halleck, 1971).
Los intentos por resolver el conflicto inherente en esos roles duales depende de creencias
morales y políticas respecto a la relación entre la sociedad y el individuo (Halleck, 1971). La
perspectiva individual asociada con Szasz (1963), es que las profesiones de ayuda siempre
debieran dar prioridad al individuo y evitar el compromiso con un tratamiento coercitivo. En
contraste, la posición extrema, colectiva, sostiene que la responsabilidad profesional es siempre
con la sociedad como un todo. Debe reconocerse que las implicaciones para la ética implican
adoptar uno de esos dos extremos. Como empleados de agencias cuyas funciones incluyen la
protección pública, los clínicos en el sistema judicial no pueden evitar su responsabilidad de
control social, y adoptar una posición individualista todo el tiempo sería evadir la obligación
moral de usar sus habilidades para ayudar a proteger a la sociedad (Halleck, 1987). Por otro lado,
estar de acuerdo con la prioridad de la sociedad arriesga la negación del bienestar del individuo y
la aceptación sin crítica de las metas de un sistema judicial imperfecto. La excusa de “obedecí
órdenes”, aunque está ampliamente difundida, no es una ética para los clínicos.
Aunque la mayoría de los clínicos que trabaja con infractores probablemente se inclina
por la posición individual, con frecuencia la práctica lleva la aceptación implícita de una posición
colectiva. El tratamiento en prisión supone a menudo metas organizacionales para hacer que los
prisioneros sean complacientes y manejables (Brodsky, 1980), y el énfasis continuado acerca de
la reincidencia y la adaptación a la institución como un resultado mensurable de la efectividad de
169
los programas de tratamiento ubica al tratamiento al servicio del control social. Los efectos
beneficiosos de la calidad de la vida de los infractores con frecuencia no son documentados.
La aceptación de una ideología de la complacencia es sugerida similarmente por la
preocupación actual con los métodos de evaluación de riesgo y por la adopción del título
“forense” a los psicólogos y otros profesionales que cubren todos los roles desempeñados dentro
del sistema de justicia criminal. Los servicios clínicos para los infractores y los servicios forenses
para el sistema legal implican competencias y obligaciones éticas incompatibles (Appelbaum,
1997; Blackburn, 1996; Strasburger et al., 1997). Presumir que están bajo el mismo encabezado
es una miopía moral.
Monahan (1980) argumenta que el infractor individual y el sistema de justicia penal
pueden ser clientes, pero en roles diferentes y con prioridades variables. En algunos roles, como
en la selección o el entrenamiento del equipo de profesionales, la organización o el sistema más
amplio es el cliente primario. Sin embargo, al entregar tratamiento a un infractor, el psicólogo
debe ser primariamente el agente del individuo. Esto significa explicitar cuándo la prioridad son
los problemas del infractor y cuándo son los problemas que el infractor ocasiona a otros (Feldman
y Peay, 1982).
¿Rehabilitación u obediencia?
En los ambientes convencionales de salud mental, la necesidad de cambio está
determinada por la queja del cliente de sufrimiento o disfunción, y la meta del cambio es la
promoción de salud psicológica. En contraste, cuando el cliente es un infractor, la necesidad de
cambio es instigada por la queja de otros que encuentran objetable el comportamiento del
infractor, y la meta del cambio es la obediencia del infractor de las reglas de la sociedad. El
dilema para el terapeuta es si la meta es compatible con los principios de la autonomía,
beneficencia y no maleficencia que justifican el rol de la ayuda.
La justificación tradicional del compromiso de las profesionales de ayuda con los
infractores ha sido la rehabilitación del individuo. Sin embargo, la rehabilitación es un término
ambiguo que puede referirse a la reintegración social o simplemente a la prevención de
infracciones futuras (Blackburn, 1993; Halleck, 1987). En el primer sentido del “ideal” de la
rehabilitación, la meta es permitir al individuo evitar otros crímenes al aumentar la efectividad
personal. El bienestar individual es más que una consideración de la utilidad social, y los servicios
están dirigidos a la necesidad del individuo. En este contexto, el suministrador del servicio
agente tanto del infractor como de la sociedad, y los beneficios para el individuo proveen una
justificación ética para la intervención (Blackburn, 1993).
Si la rehabilitación está construida simplemente como la prevención de nuevas
infracciones, la base ética es cuestionable. Aquí, la meta es restringir más que permitir, y esta
meta puede ser alcanzada a través de una variedad de formas, como la psico-cirugía, drogas o
administración de indicadores electrónicos (Halleck, 1987). Además, el cese [del
comportamiento] implica una diferencia entre la rehabilitación y la disuasión especial, que busca
prevenir un nuevo delito, pero a través de la intimidación. La rehabilitación en este sentido
restringido está solamente justificada por la protección de la sociedad, y no es la consideración
primaria el beneficio del individuo ni la evitación del daño-
Quizá debido a los objetivos fluctuantes de la política penal para la rehabilitación ideal,
parece que los psicólogos han ignorado esta distinción. Por ejemplo, se ha convertido en algo
común definir el objetivo de la intervención con infractores el “comportamiento infractor”,
incluso en los ambientes forenses psiquiátricos. La práctica reciente ha sido influenciada por los
“principios del tratamiento efectivo” desarrollados por Andrews (1995), que propone que los
objetivos relevantes son los factores de riesgo dinámicos o “necesidades criminógenas”. Los
factores de riesgo dinámicos son definidos empíricamente como las características personales y
sociales de los infractores que cuando son modificadas, se sabe que reducen el riesgo de nuevas
infracciones, aunque Andrews reconoce que muy pocas variables han alcanzado ese estatus
empírico.
171
meta del cambio es la evitación de más comportamiento criminal debido a que la moral y los
valores sociales están claramente implicados. Por ejemplo, los factores dinámicos de riesgo
identificados por Andrews (1995) incluye los valores y creencias antisociales y por cuáles
“sentimientos anti-criminales” deben ser sustituidos. Al intentar cambiar a los infractores, los
terapeutas están imponiendo valores que son diferentes a los de sus clientes.
Sin embargo, es probable, que la imposición de los valores del terapeuta sea inevitable
en cualquier intervención psicológica. Aunque se puede argumentar que las técnicas de
intervención están libres de valores, su implementación siempre implica valores respecto a la
meta deseada. Algunos terapeutas argumentan que todos los tratamientos psicológicos buscan
influenciar los sentimientos, actitudes o los estilos de vida de los clientes, son similares a la
propaganda, el lavado de cerebro y la adoctrinación educativa de valores (Davison, 1991; Frank,
1973; Strupp, 1971). Por ejemplo, Frank (1973) ve a la psicoterapia como un proceso de
persuasión interpersonal en la cual los valores, creencias y optimismo del terapeuta sirven para
superar la desmoralización, inspirar esperanza y suministrar un manejo creíble de la vida de los
clientes. Davison (1991) también cree que el desequilibrio de poder en cualquier relación
terapéutica significa que por último las decisiones acerca de las metas las toma el terapeuta y
reflejan los valores del terapeuta.
Los daros empíricos apoyan esta caracterización del proceso de la terapia, y más de una
docena de estudios han mostrado que los valores del terapeuta individual influyen en el curso de
la terapia y en los valores del cliente (Bergin, 1991; Tjelveit, 1986). En una encuesta a los
profesionales de la salud mental estadounidenses, Jensen y Bergin (1988) encontraron que
aquellos generalmente adscribían a ciertos valores un rol central en el proceso de cambio, y hubo
un grado elevado de consenso que la salud mental implica ser un agente libre, tener un sentido
de identidad y sentimientos de valía, ser hábil en la comunicación interpersonal, poseer
sensibilidad, ser nutricio y digno de confianza, ser genuino y honesto, y tener control de si mismo
y responsabilidad personal.
Esos valores relacionados con la salud mental se encuentran comúnmente en el cambio
durante la terapia, aunque también se ha encontrado la adopción de los valores morales del
terapeuta (Tjelveit, 1986). Esta “conversión” efectuada por el terapeuta no es necesariamente
intencional, pero es unilateral y resalta nuevamente la responsabilidad ética del terapeuta.
Tjelveit argumenta que la conversión a los valores de la salud no presenta problemas éticos y que
los terapeutas tienen la obligación de cambiar los valores que pueden contribuir a los problemas
psicológicos. Sin embargo, puede ser difícil divorciarlos de los valores morales, religiosos o
políticos, por ejemplo cuando se considera la intimidad, el auto-control o el comportamiento
sexual. La imposición de esos valores es éticamente problemático, porque se reduce la autonomía
del cliente. Un peligro particular es que los terapeutas pueden comunicar sus valores personales
en forma no intencionada, y por lo tanto reforzando posiciones éticas específicas.
173
Esos problemas son amplificados en la motivación de los infractores para el cambio. Miller
(1994) sugiere que la entrevista motivacional logra su efecto a través de la facilitación de
procesos internos de auto-evaluación, en lugar de la imposición de los valores de otra persona.
Sin embargo, todas las intervenciones en el sistema de justicia penal requieren de terapeutas que
asuman un conjunto de valores, y la neutralidad ética no es posible. Los terapeutas no pueden
argumentar razonablemente que ellos no fabrican las reglas y que la elección de metas no es
suya, ya que intentar cambiar al infractor en una dirección particular implica la aceptación de la
legitimidad moral de la meta. Además, esto implica el compromiso de los valores personales por
parte del terapeuta.
Las intervenciones que pretenden cambiar a los infractores individuales también pueden
reflejar sesgos valóricos que tienen implicaciones sociales. En la época en que el comportamiento
homosexual era ilegal y considerado patológico, algunas intervenciones psicológicas estaban
dirigidas a cambiar la orientación sexual. Davison (1976) objeta que esto era éticamente
inaceptable, incluso cuando el cliente requería el cambio, porque la presión del cambio provenía
de los prejuicios sociales. El tratamiento bajo esas condiciones no solamente perdonaba el
prejuicio sino que también impedía el cambio social. Rappaport y sus colegas (1980) enuncian
objeciones similares al tratamiento de los infractores juveniles, argumentando que las
intervenciones psicológicas centradas exclusivamente en el cambio individual buscan que las
personas en problemas se adapten a una sociedad injusta.
Es discutible si esas objeciones son suficientes para invalidar los intentos de los terapeuta
para beneficiar a los infractores individuales, sin embargo dan énfasis a la necesidad que los
terapeutas se hagan sensibles a la imposición de valores o normas sociales a los infractores.
Tjelveit (1986) propone que para minimizar la conversión inapropiada a loa valores [del
terapeuta], éste necesita estar consciente de sus propios valores y explicitarlos, y reconocer
cuando los conflictos entre valores pueden impedir la relación terapéutica. Esto requiere colocar
más atención a los problemas éticas, tanto en el entrenamiento y supervisión de los terapeutas.
36
[N.T.] Pareciera que el autor del artículo al escribir “cambio de infractores” se adscribiera a la posición de la APA, la
que considera a los enfoques de tratamiento y a las técnicas psicoterapéuticas como las variables “específicas” del
cambio; es decir, el cambio psicológico es “causado” por las técnicas usadas por el terapeuta; y por tanto, la
participación en un “tratamiento” aseguraría el cambio del usuario. Sin embargo, las investigaciones de resultados en
psicoterapia muestran que uno de los mejores predictores del éxito es la “relación cliente-terapeuta”, y la “disposición
para el cambio” de los clientes es un factor que juega a favor o en contra de esa relación.
174
participar o no en el proceso de cambio sea hecha en forma libre, sin influencias externas. La
coerción en la forma de amenaza o castigo para obtener obediencia entraña problemas éticos, no
solamente debido a que puede implicar un daño, sino que particularmente debido a que
interfiere con la libre elección. Sin embargo, la manipulación a través de estímulos positivos
entraña los mismos problemas éticos, porque mina la auto-determinación.
La motivación para el cambio de los infractores puede violar de tres modos los
requerimientos éticos para el consentimiento voluntario. Primero, los infractores pueden no estar
en una posición para dar su consentimiento en forma libre. Segundo, por definición, los clientes
ambivalentes o renuentes no han dado su consentimiento para participar en el tratamiento. Las
estrategias para motivar el cambio pueden ser equivalentes al tratamiento obligatorio, en el cual
el consentimiento es ignorado. Tercero, esas estrategias pueden implicar directamente manipular
la elección.
noción de “daño psicológico”, pero provee una justificación posible para pasar por alto los
derechos de los infractores. Sin embargo, no debiera justificarse el tratamiento coercitivo para
los infractores cuyo comportamiento sólo molesta u ocasiona molestias, como los ladrones de
autos o los rateros.
Es muy probable que los infractores a los cuales se los obliga a tratarse se encuentren
entre los clientes renuentes, por los cuales son apropiadas las estrategias de motivación. El
argumento anterior sugiere que la justificación ética para el intento de cambio bajo esas
condiciones está limitada a la mayoría de los infractores. Sin embargo, esas situaciones se aplican
a cualquier situación en la cual un infractor no ha dado su aprobación al tratamiento. Por lo
tanto, sugiere límites a la justificación de la motivación de los infractores generalmente más
renuentes.
37
[N.T.] Persuasive = “Tener el poder, o tender, a persuadir” (Webster`s New Word Dictionary, Third College Edition,
New York: Prentice Hall, 1991).
Persuasion = “Un acto o la acción de influenciar la mente por medio de argumentos o razones ofrecidas por alguien, que
mueven la mente o las pasiones o a las inclinaciones hacia el deseo de una determinación” (Webster’s Third New
Internacional Dictionary, Cologne: Köneman, 1993)
Persuadir = “Inducir, mover, obligar a uno con razones a creer o hacer una cosa” (Diccionario de la lengua española.
Vigésima primera edición. Real Academia Española, Madrid, 1992)
Desde la perspectiva de la “teoría pragmática de la comunicación”, en una situación de interacción es imposible no
comunicarse. “[…] si se acepta que toda conducta en una situación de interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es
comunicación, se deduce que por mucho que uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad,
palabras o silencio, tiene siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar de
responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican.” (P.Watzlawick, J. Beavin y D. Jackson, Teoría de la
comunicación humana, Ed. Herder, Barcelona, 1981, p. 50)
Quizá la mejor definición para la acción del terapeuta en las interacciones con las personas en precontemplación, sea el
término de “perturbación” usado por Humberto Maturana. Es decir, “inmutar, trastornar el orden y concierto, o la
quietud o el sosiego de algo o alguien” (Diccionario de la Lengua Española, Vigésima Primera Edición); perturbación que
necesariamente debe darse en una relación positiva (es decir, aquella relación en la cual el consultante se siente
aceptado y valorado), y en donde el terapeuta necesariamente necesita comunicarse desde el marco de referencia del
usuario (empatía terapéutica, Rogers) si desea que éste concuerde con él. Es en este marco donde el terapeuta puede
hacer preguntas que hagan más probable un proceso reflexivo del usuario; aunque el terapeuta no puede afirmar de
antemano el resultado de la interacción.
Karl Tomm (1988) se refiere del siguiente modo a las preguntas reflexivas en el contexto de la terapia familiar: “Las
propias preguntas reflexivas quedan como pruebas, estímulos o perturbaciones. Solamente desencadenan la actividad
reflexiva en las conexiones entre significados dentro del sistema de creencias de la familia. Esta explicación reconoce la
autonomía de la familia respecto a qué cambio ocurre realmente; es decir, los efectos específicos de las preguntas
están determinados por el cliente o familia, no por el terapeuta. El cambio se produce como resultado de las
alteraciones en la organización y estructura del sistema de significados preexistente de la familia. Desde esta
formulación, el mecanismo básico del cambio no es el «insight», sino la reflexividad.” (K. Tomm [1988] La entrevista
177
persuasión o la coerción hace surgir problemas éticos, debido a que influye en la auto-
determinación. En este aspecto, las estrategias que son más persuasivas que coercitivas no son
necesariamente más éticas.
La entrevista motivacional se propone evitar la percepción de parte del cliente de una
presión externa o coerción (Miller y Rollnick, 1991), y podría argumentarse que el cambio
motivado es simplemente un preliminar para extraer el consentimiento informado. Sin embargo,
aunque entregar un consejo, dar retroalimentación y clarificar las metas son los procedimientos
centrales, hay más aspectos implicados que simplemente ofrecer información y dejar que el
cliente “lo tome o lo deje”. Por ejemplo, las estrategias para la motivación del cambio incluyen
la creación de percatarse de las discrepancias entre las consecuencias del cambio y no cambiar.
Cuando el cliente está bajo el control de las agencias de justicia penal, los costos de no cambiar
casi siempre son aversivos. Similarmente, “reencuadrar” la información ofrecida por el cliente
implica colocar la información bajo otra luz que es más probable que apoye el cambio. Miller
(1994) reconoce que esas estrategias son manipuladoras en sentido de cambiar la motivación y el
comportamiento sin el permiso o el percatarse del cliente.
Sin embargo, la entrevista motivacional no es una excepción en el empleo de la
manipulación. Ya fue advertido anteriormente que todas las psicoterapias pueden ser construidas
como formas de influencia interpersonal que implican la manipulación o la presión (Frank, 1973).
La entrevista motivacional también hace uso de los principios psicológico sociales desarrollados
en entrevistas con propósitos de la investigación, los cuales también suscitan problemas éticos.
Aunque la participación voluntaria es un requerimiento ético en la mayoría de la investigación
con humanos, la participación no beneficia a los participantes, quienes deben ser persuadidos
para comprometerse en la investigación. Gorden (1975) argumenta que los dilemas éticos son
disueltos parcialmente al distinguir entre los voluntarios “puros”, “persuadidos” y “coercionados;
y que la mayoría de los “voluntarios” realmente son cooperadores persuadidos o a menos no
resistentes a la coerción suave. Sugiere que las estrategias de persuasión son defendibles en la
medida que prometan seguridad y que no habrá daño.
Sin embargo, parecería, entonces, que muchos de los terapeutas reconocen lo deseable
del cambio voluntario, y las estrategias para motivar a los infractores hacia el cambio son
inevitablemente manipuladoras y potencialmente coercitivas. Es dudoso que puedan justificadas
apelando solamente a la no maleficencia y a la fidelidad, y que sea necesaria alguna justificación
en términos de la beneficencia. De hecho, Miller (1994) sugiere que los cambios como resultado
de la entrevista motivacional generalmente son vistos como benevolentes. Sin embargo, aunque
el fin pueda justificar los medios, cuando los fines sean justificables en si mismos y moralmente,
como intervención. Parte II: Las preguntas reflexivas como forma de posibilitar la auto-curación. En M. Beyebach y J. L.
Rodríguez-Arias [Comps.] Terapia Familiar. Lecturas I. Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, pp. 53-76)
178
restringen la auto-determinación de los clientes, y los terapeuta necesitan reconocer que están
adoptando un rol paternal.
Consentimiento informado
El consentimiento informado difiere del consentimiento voluntario, ya que las personas
pueden actuar como voluntarias con una información mínima. La buena práctica exige que los
terapeutas corrijan desde un principio las expectativas no realistas que puede tener el cliente
acerca de la naturaleza de la relación terapéutica y sus resultados posibles. Los requerimientos
éticos es que debe suministrársele suficiente información al cliente para que tome una decisión
informada para participar o no en la terapia. Esto determina las condiciones que maximizan el
consentimiento voluntario.
Las discusiones del consentimiento informado (American Psychological Association, 1992;
Hare-Mustin et al., 1979; Margolin, 1982) recomiendan el siguiente tipo de información que debe
suministrarse al cliente antes que se inicie la terapia: (a) una explicación de los procedimientos
del tratamiento y sus propósitos, (b) el rol de la persona que suministra la terapia o sus
calificaciones profesionales, (c) los beneficios que razonablemente pueden esperarse, (d) la
incomodidad o los riesgos que pueden esperarse, (e) las alternativas de tratamiento que podrían
tener un beneficio similar, y (f) asegurarle a la persona que puede retirar su consentimiento y
dejar de participar en la terapia en cualquier momento de la terapia.
Auque la conciencia de la necesidad del consentimiento informado en el tratamiento
psicológico ha aumentado en los años recientes, no se ha acordado el consentimiento acerca de
los procedimientos como ocurre en la investigación. Una razón es que más allá de cierta
información básica, como el rol del terapeuta y su calificación, y la frecuencia y la duración de
las sesiones de terapia, es improbable que una forma estándar de información acoja las
necesidades de todos los tipos de clientes, todos los métodos o modalidades de tratamiento. Por
ejemplo, los terapeutas rara vez son capaces de anticipar todos los resultados a los clientes y a
otras personas. Además, una explicación de algunos procedimientos, como el uso de la paradoja,
limitaría su efectividad. Cuánta información debiera ser entregada, y en qué forma, y en qué
punto [de la terapia] es un tema algo complejo y controversial (Davison y Stuart, 1975; Hare-
Mustin et al., 1979; Tjelveit, 1986; Widiger y Rorer, 1984).
La motivación de los infractores supone problemas similares. Miller y Rollnick (1991)
advierten que la sesión inicial de la entrevista motivacional requiere comentarios acerca de la
estructura [de la misma] que debieran incluir una referencia a los roles del terapeuta y del
cliente, y ser francos respecto a las limitaciones que surgen de la agencia doble cuando el cliente
está legalmente obligado [a participar en la entrevista]. También se recomienda la referencia
acerca de ayudar al cliente a explorar fuentes de ayuda alternativas. Sin embargo, mientras que
esto reconoce el derecho del cliente a conocer lo esencial de lo que se hará, el propósito es
179
mantener al cliente más que presentar la información máxima para el consentimiento informado
para aceptar o rechazar el tratamiento.
En la medida que las estrategias motivacionales son un preludio al tratamiento, podría
argumentarse que extraer consentimiento informado no es necesario ni razonable en esta fase,
que el propósito de la intervención es llevar al cliente a la posición donde ese consentimiento sea
posible. Sin embargo, como se ha indicado más arriba, esto es inevitablemente un proceso
manipulador. Esto no es algo único a la entrevista motivacional. Widiger y Roer (1984) creen que
el consentimiento informado es incompatible con muchas técnicas terapéuticas y que debe
reconocerse un compromiso entre los estándares universales y las exigencia de la efectividad del
tratamiento.
Confidencialidad
Cualesquiera sean los límites o el consentimiento informado cuando se emplean
estrategias para cambiar a los infractores, los terapeutas tienen la obligación de suministrar
información acerca de las implicaciones de los terapeutas como agencias dobles, particularmente
acerca de los límites de la confidencialidad (Miller y Rollnick, 1991). El principio de la autonomía
reconoce el derecho del cliente a la privacidad y esperar que la apertura de la persona durante la
terapia sea tratada con confidencialidad. El principio de la fidelidad también obliga a los
terapeutas a ser dignos de confianza y a divulgar la información confidencial a otros solamente
con el consentimiento del cliente. Las interrogantes acerca de la lealtad profesional tienen a
menudo relación con la confidencialidad (Monahan, 1980).
Los psicoterapeutas han adoptado tradicionalmente una posición deontológica, viendo el
derecho a la privacidad como un absoluto moral. Los terapeutas en los Estados Unidos
reaccionaron con considerable consternación a la decisión en 1976 de la Suprema Corte de
California en Tarasoff v Rgents of the University of California que los clínicos tenían el derecho
moral de proteger a las terceras partes para quienes su cliente era un peligro. Esto ha sido
posteriormente abogado que dio como resultado la práctica clínica a la defensiva y a la renuencia
de los clínicos para trabajar con infractores. Sin embargo, las garantías de una confidencialidad
completa en la práctica clínica siempre ha estado de hecho mal representada (Hare-Mustin et al.,
1979), y los códigos profesionales reconocen excepciones a la confidencialidad cuando la
seguridad de sus intereses o del cliente o de otras personas son amenazadas. El trabajo en
contextos de equipos o agencia múltiples también aboga por una forma extendida de
confidencialidad, así como también en el tratamiento grupal. Los dilemas éticos pueden ser
evitados al explicitar al cliente desde el inicio que indique qué información es privada y cuál
podrá ser comunicada a otros.
Sin embargo el sistema de justicia penal impone fuertes presiones sobre los terapeutas
para que violen la confidencialidad. Las instituciones, los consejos de libertad condicional y los
180
tribunales revisores requieren información acerca del progreso de los infractores y pueden
requerir reportes escritos del cambio terapéutico. En forma similar, los abogados pueden buscar
evaluaciones y reportes de los terapeutas cuyos clientes están involucrados en procesos
judiciales. Aunque podría suponerse razonablemente que los terapeutas están en la mejor
posición para suministrar esa información, el sistema legal y los profesionales de la salud mental
han reconocido lentamente los conflictos éticos al adaptar simultáneamente los roles de
terapeuta y de forense (Strasburger et al., 1997). Esos roles no solamente requieren habilidades
diferentes, sino que también difieren en los niveles de veracidad en relación al cliente. Además,
el principio de no maleficencia no se aplica al entorno forense, y los clientes pueden sufrir daño
psicológico y material significativo cuando los aspectos confidenciales de su vida son divulgados
abiertamente (Strasbuerger et al., 1997). Entonces, en la medida de lo posible, los terapeutas
que trabajan con infractores debieran rechazar los requerimientos que hacen otros para que
evalúen a sus clientes.
CONCLUSIONES
Motivar a los infractores para e cambio implica inevitablemente compromisos con los
principios éticos que justifican la intervención terapéutica. Los terapeutas no sólo tienen que
mantener un equilibrio precario entre las necesidades de sus clientes y las metas de conformidad
exigidas por el sistema de justicia penal, sino que también deben usar métodos que resguarden la
libertad de elección del cliente. Sin embargo, la práctica sin ética se basa menos en el fracaso en
la observación de las aspiraciones éticas que en el fracaso en reconocer que las aspiraciones
deben ser equilibradas.
Los profesionales que pretenden cambiar a los infractores también necesitan reconocer
que sus propios valores y sus propias metas entran en el proceso de cambio para influenciar los
resultados. Davison (1991) ha argumentado que necesitamos reconocer que “los terapeutas son
proveedores de éticas, que son los sacerdotes seculares en la sociedad contemporánea, y que
esta grave responsabilidad moral es inherente a la conducta de la psicoterapia” (p. 147). Esta
responsabilidad es creciente cuando los clientes están bajo la tutela obligada de un sistema
coercitivo.
REFERENCIAS
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182
183
Capítulo 10
JAMES MCGUIRE
University of Liverpool, Liverpool, Reino Unido
La motivación es central, pero se la confunde en casi todo el trabajo con infractores. Los
clientes son derivados a salud mental, servicio social y a otros servicios públicos, y generalmente
se asume que al menos están parcialmente motivados para buscar ayuda, y que por consiguiente
participarán en las actividades recomendadas por los profesionales. En los contextos de la justicia
penal, ocurre lo opuesto para quienes reciben su dictamen. Desde un punto de vista objetivo, la
ley actúa sobre los infractores, generalmente contra su voluntad. Aunque no son totalmente
pasivos en ese proceso, su percepción típica es que es un proceso esencialmente coercitivo.
Desde luego, hay un sentimiento en la sociedad que esto es exactamente lo que debiera suceder.
En realidad, muchos ciudadanos argumentarían que la sociedad tiene el derecho, si es que no una
obligación, para actuar en esta forma con quienes han violado las leyes.
Es seguro que los clientes de los servicios de salud mental, o quienes asisten a unidades
de adicciones o a agencias relacionadas, están lejos de comprometerse uniformemente en los
procedimientos con los infractores. Los individuos pueden asistir a los clínicos como el resultado
de una presión de sus doctores o de sus parientes, a la vez que interiormente no desean estar
allí. Esto puede aplicarse, por ejemplo, a los niños o adolescentes que son llevados por sus padres
a los profesionales, pero también puede encontrarse en el contexto de otros tipos de relaciones.
Igualmente, los individuos pueden actuar como resultado de motivos secundarios, como un deseo
de ser compensados por heridas que han sufrido, y en una pequeña proporción de casos buscan
atención para otros factores emocionales. Incluso cuando está implicado un tratamiento
relativamente sencillo, una proporción de pacientes que se supone que están motivados no
adhiere a los tratamientos prescritos por los médicos. Esto puede aplicarse incluso cuando las
consecuencias de la no adherencia pueden ocasionar daño a la salud de los individuos
(Meichenbaum y Turk, 1987).
Por lo tanto, tiene que reconocerse que la entrega de la ayuda ocurre en un contexto en
el cual el nivel de motivación del individuo está en función de muchas causas interrelacionadas.
Esto es destacado por Miller (1983) en su análisis conceptual del equilibrio de fuerzan que operan
184
cuando alguien con un problema con el alcohol busca ayuda de un consejero. Esa comprensión ha
llevado más o menos directamente al desarrollo de las intervenciones motivacionales y su amplia
aplicación en el campo del abuso de drogas, y más recientemente en otros campos, como lo
ilustra vívidamente este volumen.
justificaciones para el castigo, los que van más allá del alcance de este capítulo (para una
exploración más detallada de estos problemas, véase Walter, 1991).
Sin embargo, es paradojal que se hecho crecientemente claro que incluso los elementos
más fuertes de compulsión que están contenidos dentro de las penas legales, no garantizan que
los infractores no reincidan, como podría esperarse razonablemente. Ha habido un
reconocimiento creciente en los años recientes que lo que importa en la aplicación de las
sentencias de prisión es la percepción subjetiva que tienen de ellas los infractores. Los hallazgos
de las investigaciones han sugerido que los juicios de los infractores acerca de la certidumbre,
celeridad y severidad de las penas pueden jugar un rol crucial en su estimación de si un crimen
“vale la pena” (Howe y Loftus, 1996). Los estudios experimentales de si la prisión puede alcanzar
confiablemente los objetivos que la ley les atribuye, rara vez coinciden con los resultados
positivos (Sherman, 1988; Weisburd et al., 1990; véase McGuire, 2002, para una revisión y
discusión). Como todas las otras personas, la mayoría de los infractores no desean ser
encarcelados ni controlados por las acciones de las agencias de justicia penal. Además hay poca
evidencia que el estado motivacional de muchos infractores esté muy influenciado por la
probabilidad de sanciones oficiales en los momentos cruciales antes que cometan un delito.
En el trabajo con infractores, posiblemente más que en ninguna otra parte, hay una
brecha entre los que las partes en un encuentro intentan hacer. Muchos prisioneros adoptan una
estrategia de afrontamiento denominada coloquialmente con “dormir” a lo largo de su sentencia.
Esto implica que en algún nivel los individuos presos se disocian de las consecuencias a largo
plazo, adaptándose a una aceptación de la incomodidad cotidiana, y retirando sus pensamientos
de la realidad de haber perdido la libertad y el contacto con sus familiares. El resultado de no
hacer nada puede ser un estado continuo de agitación interior.
Esto no quiere significar que los infractores no tienen problemas, o que no quieren ser
ayudados. Pero en muchos casos, lo que ellos denominan problemas no coinciden con la
percepción de otras personas preocupadas por ellos. Una encuesta llevada a cabo hace algunos
años en tres prisiones inglesas aporta una evidencia sólida de esto. Se administró un cuestionario
a una muestra de 250 prisioneros, en el cual se les solicitó registrar los problemas que
enfrentaban, y la mayoría se refería a la obtención de la libertad. Solamente el 17% de quienes
respondieron indicaron a la reincidencia como un problema (Priestley et al., 1984). El foco de la
motivación de esos infractores estaba colocado en el desempleo, la familia, el dinero y en otros
problemas prácticos y personales. Para la mayoría de ellos parecía que el hecho que habían
cometido un crimen y que habían estado prisioneros como resultado del mismo, aunque con una
interferencia poderosa en su vida, era comparativamente poco importante respecto a las otras
dificultades que ellos percibían.
186
38
[N.T.] Estos programas consisten en visitas que realizan delincuentes juveniles en riesgo a distintas prisiones, con el
objetivo de disminuir la reincidencia. El fundamento teórico de este enfoque es que la visión realista e incluso agresiva de
la prisión hará que los jóvenes desistan de la delincuencia debido al miedo a las consecuencias de la encarcelación.
Los resultados de meta-análisis muestran que este tipo de intervención aumenta la frecuencia de las infracciones entre
1,6 a 1,7:1, comparada con el grupo control sin tratamiento. Estos hallazgos han llevado a los investigadores a concluir
que la participación en este programa realmente se correlaciona con un aumento en la reincidencia en comparación con
un grupo control de jóvenes que no reciben ninguna intervención.
Otras investigaciones han mostrado que este programa es infectivo para prevenir el crimen.
[Fuente: A. Schembri (s/f) Scared-Straight Programs: Jail and Detention Tours. Florida Department of Juvenile Justice]
187
Tabla 10.1 Revisiones de meta-análisis de intervenciones con infractores (adaptada de McGuire, 2002)
Entre los meta-análisis resumidos en la Tabla 10.1, algunos estudios primarios (las fuentes
originales de los datos) ha sido incorporados en más de una revisión. Sin embargo, el número
total de resultados independientes usados en los análisis citados en la Tabla 10.1 está en la
región de 2000. La mayoría de esos meta-análisis, así como los estudios primarios en los cuales
están basados, fueron efectuados en América del Norte. En la mayoría de los casos, las
intervenciones son evaluadas con infractores juveniles (predominantemente en el rango de edad
de 14 a 21 años), aunque también hay algunos estudios que incluyeron a adultos. Se ha
encontrado que el tamaño del efecto para las poblaciones adultas tiende a ser algo más bajo que
el obtenido en las muestras con infractores juveniles (Cleland et al., 1997). En la mayoría de los
casos el período de seguimiento es relativamente breve: la media es de menos de un año, aunque
hay tres ejemplos de esos estudios en que el seguimiento fue mucho más largo. También, la
mayoría de los resultados están basados en estudios de infractores masculinos. Aunque esto
refleja el hallazgo general que la mayoría de los crímenes son cometidos por hombres, representa
sin embargo una seria omisión y prohíbe la generalización de los hallazgos a las mujeres. Una
revisión reciente de Andrews y Dowden (1999) fue diseñada para remediar esta deficiencia, y
explorar si emergen patrones similares de estudios con mujeres infractoras. Mientras que muchos
188
las diferencias en el tamaño del efecto obtenidas de tipos de intervenciones diferentes, y hay
mucho que aprender que puede ser usado posteriormente en la práctica.
Muchos investigadores están ahora de acuerdo que los resultados de esas revisiones hacen
posible identificar las características del trabajo con infractores que harán más probable la
reducción de la reincidencia (Gendreau, 1996; Hollin, 1999; McGuire, 2002). En la gran mayoría,
tienen relación con el desarrollo y suministro de programas estructurados para los infractores. La
palabra programa ha sido usada en diversos sentidos (McGuire, 2000a), pero en su sentido más
común significa sesiones planificadas de actividades que comprometen a los infractores en nuevas
habilidades relevantes para el proceso de evitar los actos criminales. Para que los programas
alcancen el máximo de beneficios, hay consenso que debieran poseer las siguientes
características:
1) Se ha encontrado que los programas y servicios que funcionan mejor están fundados en
un modelo explícito y bien articulado de las causas del crimen y los actos criminales, que
tienen claridad conceptual y están construidos en base al conocimiento científico de la
psicología, la criminología y las ciencias sociales aliadas.
2) Hay un reconocimiento de la importancia de la evaluación de los riesgos de reincidencia,
basada en la historia criminal y en otras variables, y de la ubicación de los participantes
en el programa en diferentes niveles de supervisión o servicio de acuerdo con esta
información.
3) Es esencial evaluar las dinámicas de los factores de riesgo (a veces, quizá en forma
errónea, denominadas “necesidades criminógenas”); éstos incluyen las actitudes, las
asociaciones criminales, los déficit en habilidades, abuso de drogas o problemas de
autocontrol, que se sabe que están vinculados al comportamiento infractor, pero que
cambian a través del tiempo.
4) Los métodos más efectivos son los que corresponden a aprendizaje activo, focalizado y
participativo, y estilos de cambio encontrados en muchos infractores, junto a una
necesidad reconocida de adaptar los servicios a las diferencias individuales en este
aspecto.
5) Las intervenciones efectivas están caracterizadas por objetivos claros, un compromiso
hábil y estructurado del equipo de profesionales en tareas que sean fácilmente
aceptables en la medida que sean relevantes a las necesidades individuales de los
infractores.
6) Los efectos más duraderos y más consistentes son obtenidos en la aplicación del enfoque
conductual-cognitivo, comprendiendo una colección de métodos interrelacionados
190
Algunos otros patrones que emergen de esas revisiones sistemáticas tienen significación
teórica y práctica en otros aspectos. Primero, algunos tipos de tratamiento tienen el efecto de
aumentar la reincidencia. Este conjunto de hallazgos podría parecer ir en contra de la intuición
de muchas personas. Hay una creencia profunda en el público que el castigo detendrá a los
individuos de un curso de acción, y que el uso de sanciones punitivas favorece ampliamente la
respuesta de los infractores. Sin embargo, las intervenciones punitivas son lejos los peores
tratamientos, y están generalmente asociadas con tamaño del efecto cero o negativo. Segundo,
algunas revisiones han encontrado que las intervenciones comunitarias equilibradas tienen un
mayor tamaño del efecto que aquellas entregadas en instituciones (Andrews et al., 1990; Lipsey y
Wilson, 1998; Redondo et al., 1999). Cuando programas similares fueron comparados en sus
efectos relativos en entornos institucionales o comunitarios, los últimos se desempeñaron mejor
que los primeros en términos de reducir la recidiva en una proporción aproximada de 3,5:2. Es
probable que los programas o intervenciones con un mal diseño, inapropiados, funcionen con
independencia del contexto de la justicia penal. Es más probable que los servicios bien diseñados
alcances sus beneficios máximos cuando son entregados en un contexto en libertad.
Como se mencionó anteriormente, la atención colocada en la media del tamaño del
efecto en las revisiones a gran escala es menos informativa que los estudios de patrones dentro
de grupos de estudio con características similares. Los meta-análisis citados frecuentemente por
Andrews et al. (1990) demostraron que cuando las intervenciones con ciertas características de
pensamiento contribuyen a una mayor efectividad cuando fueron agrupadas, se observó un mayor
tamaño del efecto. La posesión de esos elementos, como se presentan en la lista de más arriba,
estuvieron asociados con los tamaños del efecto (en términos de reducir la reincidencia) en más
de un 50%. En los estudios primarios de algunas de esas intervenciones, como en la Terapia Multi-
sistémica, las evaluaciones habían mostrado efectos aun mayores, tanto como un 70% (Edwards et
al., 2001).
39
[N.T.] A simple vista, pareciera que el tratamiento de los infractores consistiera principalmente en la determinación de
la mecánica implicada en la comisión de las infracciones y en la introducción/aprendizaje de estrategias que entraban
dicha mecánica. Sin embargo, esa posición presenta dos dificultades: (1) No considera la perspectiva del “estilo de vida
infractor” de la mayoría de los infractores que cumplen condena (véase el artículo de Walters en este mismo libro); (2)
tampoco se indican las estrategias para conseguir que esos infractores se comprometan activamente en el proceso
terapéutico (motivación para el cambio).
Se sugiere revisar M. White (“Terapia conjunta para hombres violentos y las mujeres que viven con ellos”, Guías para una
terapia familiar sistémica, Gedisa, Barcelona, 1997, pp. 167-185), para un tratamiento bajo un marco epistemológico
distinto de hombres que ejercen violencia y son obligados a acudir a tratamiento.
191
3. Rango de los objetivos. Los programas multi-modales con un amplio rango de objetivos de
tratamiento han mostrado el mayor tamaño del efecto en las revisiones de la
investigación. Los manuales de los programas especifican un rango apropiado de objetivos
y la naturaleza de sus interrelaciones.
4. Métodos efectivos. Los métodos de cambio utilizados en el programa debieran tener
apoyo empírico en lo que respecta a la efectividad y estar coordinados en una forma
apropiada.
5. Orientado hacia [el desarrollo de] habilidades. Los programas cuyos objetivos son [el
desarrollo de] habilidades que permiten a los infractores evitar las actividades criminales
han mostrado un tamaño del efecto mayor en los estudios de resultados. Las habilidades
que son objetivos del programa debieran tener vínculos explícitos con el riesgo de la
reincidencia y su reducción.
6. Intensidad, secuencia, duración. El número de las sesiones (números de horas de
contacto), el modo en que éstas serán entregadas y la duración total del programa,
debiera ser apropiado a la luz de la evidencia disponible acerca de los objetivos y
contenidos de los programas, y el nivel de riesgo de los grupos de infractores que son
blanco de la intervención.
7. Selección de los infractores. La población de infractores para quien se ha diseñado el
programa debiera ser especificada en forma explícita y clara. Debiera haber un acuerdo y
procedimientos realistas para la selección de individuos y para la exclusión de individuos
no apropiados.
8. Adherencia y participación. Este criterio se refiere a los principios de la disposición a
responder [responsivity]. Debiera entregarse información acerca de cómo se considerara
la respuesta de los sujetos, y cómo se estimulará y motivará a los infractores para que
tomen parte y adhieran al programa.
9. Administración de los casos. En las prisiones los infractores son designados por personal
con responsabilidad para supervisar los planes de su sentencia individual. En libertad
vigilada, son supervisados por un Administrador del Caso. Para que sean efectivos, los
programas deben estar relacionados con esos procesos y con las guías suministradas para
la implementación de esos servicios.
10. Monitoreo continuo. Para salvaguardar la integridad de un programa y los métodos de
tratamiento usados, los procedimientos debieran ser susceptibles de ser monitoreados
respecto a la calidad de la entrega, y establecerse sistemas para revisar esa entrega y
para tomar acciones al respecto.
11. Evaluación. Los materiales del programa debieran incluir la evaluación y criterios de
medición, y un marco para la evaluación de la entrega del programa y de su impacto a
corto y largo plazo.
194
Hasta la fecha, algunos programas han satisfecho satisfactoriamente este proceso y están
siendo diseminados actualmente en diversos servicios para infractores. Esto incluye un número de
programas de “infracciones generales” diseñados para impartir habilidades cognitivas, de
resolución de problemas y habilidades sociales. También hay otras intervenciones más
especializadas centradas en la violencia, el abuso de drogas, la conducción de vehículos en
estado de ebriedad e infracciones sexuales. Aun están en preparación, por ejemplo, programas
para la violencia doméstica, o están en el proceso de ser modificados para cumplir con los
estándares de la acreditación. Este desarrollo imita a lo que ha estado ocurriendo en otros
lugares, como ha sucedido notablemente en los Servicios Correccionales de Canadá.
Este proceso y sus secuelas no han estado exentos de críticas. Un debate que ha estado
ocurriendo en la salud mental es el de la “eficacia versus efectividad” (véase, por ejemplo,
Persons y Silbersatz, 1998). Esto se refiere al grado en el cual los resultados de los estudios
controlados pueden ser aplicados genuinamente en los contextos no experimentales, donde la
composición del grupo-objetivo es mucho más heterogéneo que en la investigación experimental.
Sin embargo, muchos estudios de evaluación en los servicios para infractores que no cumplen con
la calidad de la investigación bien diseñada están en esa posición, precisamente porque ellos
reflejan la realidad cotidiana de la entrega de servicios en los entornos de justicia penal.
También se teme que la estipulación de criterios para la acreditación y calidad del
control comprometa la creatividad y anule la exploración en nuevas áreas y la regulación de las
iniciativas nuevas; por ejemplo, la adaptación a las pautas locales de las infracciones o a las
necesidades de grupos específicos. Es difícil apreciar por qué el cumplimiento de los estándares
respecto al trabajo debiera significar por si mismo que no hayan innovaciones, pero este
argumento continúa sin ser probado cabalmente. A veces se expresa una tercera dificultad (Rex,
2001), respecto a la dominancia de los modelos del aprendizaje social y métodos cognitivo-
conductuales en el trabajo [con los infractores]. Sin embargo, esto simplemente refleja la
cantidad desproporcionada de evidencia de resultados que ha emanado de ese enfoque40. No se
40
[N.T.] El autor no indica que según los criterios de la Asociación Psicológica Estadounidense (APA), sólo pueden
someterse a evaluación aquellos programas o enfoques que pueden ser entregados bajo el formato de un Manual, en un
diseño experimental riguroso que remeda a los estudios en farmacología. Algunos autores han indicado —basados en lo
anterior— que la “supremacía” del enfoque conductual-cognitivo es un “artefacto metodológico”.
Para una revisión de este problema se sugiere revisar:
American Psychological Association (2007) A Guide to Beneficial Psychotherapy. Dissemination Subcommittee of the
Committee on Science and Practice. American Psychological Association, Division 12, Society of Clinical Psychology
[www.apa.org.divisions/div12/cppi.html (Recuperado en abril de 2007)]
Chambless, D. and Ollendick, T. (2001) Intervenciones psicológicas con apoyo empírico: Controversias y evidencias.
Annual Review of Psychology, Vol. 52, pp. 685-716
Castelnuovo, G. et al. (2004) A critical review of Empirical Supported Treatments (ESTs) and Common Factors perspective
in Psychotherapy. Brief Strategic and Systemic Therapy European Review N. 1
Castelnuovo, G. et al. (2005) Evidence based approach in psychotherapy: the limitations of current Empirically Supported
Treatments paradigms and of similar theoretical approaches as regards establishing efficient and effective treatments
in psychotherapy. Brief Strategic and Systemic Therapy European Review N. 2
Hubble, M.; Duncan, B., and Miller, S. (1999) The Heart & Soul of Change. Washington D.C.: American Psychological
Association
195
ha defendido que esos métodos deben ser la única ruta para los buenos resultados, y es distinto
abogar para que se usen métodos que adopten un enfoque sistemático basado en la evidencia.
41
[N.T.] Otra probable explicación a este hecho ha sido pasada por alto por el autor del artículo. El enfoque de los
tratamientos basados en la evidencia supone que el mayor responsable del cambio de los usuarios es el enfoque
terapéutico utilizado (“factores específicos” del cambio), y los diseños metodológicos propuestos por la APA consisten en
la prueba experimental de esos “factores específicos”, mientras que se controlan los denominados “factores
inespecíficos” (factores extra-terapéuticos, alianza terapéutica, expectativas de cambio). Esto significa —y parafraseando
a Prochaska (How Do People Change, and How Can We Change to Help Many More People? In M. Hubble, B. Duncan, and S.
Miller (Eds), The Heart & Soul of Change. Washington, D.C.: American Psychological Association, 1999, pp. 227-255)— esos
enfoques han sido construidos como si todos los usuarios que acceden a ellos estuvieran preparados para cambiar.
El desafío, entonces, es incorporar intervenciones motivacionales que fomenten la motivación para el cambio de los
usuarios antes de incorporarlos a los programas.
197
Segundo, los tópicos de la motivación son tratadas en un nivel más explícito en las
sesiones de grupo. Hay ejercicios específicos que incluyen la participación en un análisis
detallado de su propia capacidad para cambiar. Esto implica un número de “campos de fuerza” y
actividades de toma de decisiones en las que se comparan los costos y beneficios de una vida de
crimen comparada con los costos y beneficios de “andar derecho por la vida”.
CONCLUSION
El uso de intervenciones motivacionales fue inicialmente sugerido e implementado en el
campo del abuso de sustancias, predominantemente con referencia a los problemas con el
alcohol (Miller, 1983; Miller et al., 1988). Los estudios posteriores mostraron cómo el uso de
“intervenciones oportunas breves” que incorporaban elementos motivacionales podían aumentar
la probabilidad de los usuarios de alcohol, incluidos aquellos que se pensaba que no estaban listos
para cambio, regresaron a otras citas en los servicios para abusadores de sustancias (Brown y
Miller, 1993; Heather et al., 1996). La aplicabilidad del modelo ha sido ampliada, por ejemplo al
uso de la heroína (van Bilsen y Whitehead, 1994), y otras intervenciones relacionadas con la salud
(Rollnick et al., 1992). La aplicabilidad potencial del enfoque a los infractores fue señalada por
Garland y Dougher (1991) en el trabajo con infractores sexuales y posteriormente se extendió a
un amplio rango de poblaciones en este campo.
Desafortunadamente, el número de intervenciones motivacionales evaluadas hasta la
fecha es muy bajo. Además esas ideas han penetrado en el pensamiento de muchos grupos de
trabajo en los servicios de la justicia penal, y el modelo motivacional se ha difundido
ampliamente, aunque quizá no ha sido retratado en una forma adecuada42. Como el problema de
la adherencia en los programas correccionales es virtualmente ubicuo (véase Bottoms, 2001),
muchos equipos de la justicia penal están constantemente preocupados con los intentos para
resolver este problema.
Se ha comentado que el uso de intervenciones motivacionales que usan las técnicas
desarrolladas por Miller y otros, suscitan dilemas éticos (Withers, 1995; véase también Blackburn,
en este volumen, Capítulo 9). Mucho del trabajo con infractores está impregnado de dilemas
similares. Estos emanan de la dificultad de establecer una alianza significativa dentro de un
contexto más amplio de restricción y coerción (McGuire, 1997). Tampoco está claro en qué
medida la ley puede absorber el mensaje que los infractores pueden inclinarse hacia el cambio a
través de procesos que no son simplemente punitivos (McGuire, 2000c). En un intento por
42
[N.T.] Permítaseme estar en desacuerdo con el autor del artículo. Miller y Rollnick han descrito lo suficientemente bien
su enfoque en sus textos; el problema con el enfoque motivacional es que da énfasis a los “factores inespecíficos”, los
cuales requieren que los terapeutas modifiquen su forma habitual de trabajo (y podemos suponer que éstos han recibido
entrenamiento en la aplicación de técnicas, “factores específicos”). Otra dificultad, derivada del énfasis en los “factores
específicos”, es que no se consideran los tiempos individuales que necesitan los usuarios del tratamiento para procesar la
información y hacer los cambios necesarios (para ellos), dificultad que está presente en todos los programas de
tratamiento que se entregan bajo el formato de un Manual. (Al respecto, véase B. Duncan and S. Miller. Treatment
Manuals Do Not Improve Outcomes. [www.talkingcure.com]).
198
resolver esos conflictos, puede ser que en los servicios de justicia penal donde se intente
comprometer a los infractores cuya motivación para el cambio es dudosa, provoque un dilema
ético. Igualmente puede argumentarse en el ámbito de la ética, que si los profesionales usan sus
esfuerzos para motivar al cambio, es su obligación ofrecer programas efectivos que
probablemente tendrán éxito.
REFERENCIAS
199
200
201
202
Capítulo 11
D. RICHARD LAWS
South Island Consulting, Victoria, British Columbia, Canadá
Una definición común de diccionario (Encarta World English Dictionary, 1999, p. 482)
establece en parte que la negación es “una afirmación que dice que algo no es verdadero o
correcto… o la incapacidad o la negación a admitir que algo existe… [o] … un estado de la mente
marcado por un rechazo o incapacidad para reconocer y tratar con un problema personal serio”.
Esto no está alejado de las típicas definiciones psicológicas. Por ejemplo, en un libro de textos de
personalidad (Fragor y Fadiman, 1998, p. 126) se afirma que “La negación es la no disposición a
aceptar un evento que perturba al yo. Los adultos tienen una tendencia a ‘soñar despiertos’ que
ciertos eventos no son ciertos y que realmente no han ocurrido… La forma de negación
encontrada muy a menudo en la psicoterapia es una tendencia a recordar incorrectamente los
eventos”. La negación, indica este texto (p. 130), excluye a la realidad. En este sentido, la
negación es vista como una de los mecanismos de defensa más comunes. Las contribuciones más
recientes de la literatura cognitivo-conductual toman una posición más funcional, orientada al
presente. Por ejemplo, hablando de las características más comunes advertidas en esta
literatura, Barbaree (1991, p. 2) ha anotado:
La negación y la minimización son el resultado de un proceso psicológico que implica
distorsión, atribuciones erradas, racionalización, atención selectiva y memoria. El proceso
sirve para que los infractores reduzcan sus experiencias de culpa y responsabilidad por sus
infracciones… La negación y la minimización son productos de los mismos procesos
cognitivos, pero se diferencian en dos formas. Primero, la negación y la minimización
representan grados diferentes del proceso. Mientras que la negación es extrema y categórica,
la minimización es graduada. Segundo, la negación se refiere generalmente a los hechos del
caso [particular del infractor], o si el infractor tiene un problema que necesita ser tratado.
203
La minimización, por otro lado, se refiere al grado de la responsabilidad del infractor acerca
del delito, el grado de su parte en el delito y el grado de daño que han sufrido las víctimas.
Esto parece indicar que hay una dicotomía en la negación. Por un lado, hay una negación
categórica de la culpabilidad y, por el otro lado, un continuo graduado de minimización. Para los
propósitos de este capítulo, consideraré que la negación se distribuye en un continuo, desde la
negación categórica hasta la admisión total. Entre esos polos se encuentran diversos grados de
minimización y de otros comentarios auto-protectores.
EVALUACION DE LA NEGACION
La negación es evaluada en una variedad de formas. Estas pueden incluir (1) entrevista
clínica, (2) clasificación psicométrica, (3) clasificación tipológica, (4) pletismógrafo peneano y (5)
polígrafo.
204
Entrevista clínica
Esta es la modalidad usada con más frecuencia y es la que está más sujeta a error. Deseo
afirmar desde el inicio que no es un trabajo para los novicios. La entrevista clínica adecuada con
infractores requiere experiencia con poblaciones infractoras. Las entrevistas independientes a
infractores idealmente no debieran ser llevadas a cabo por personas con menos de cinco años de
experiencia en entrevistar. Con frecuencia esta tarea es asignada a estudiantes de postgrado de
psicología, trabajo social y criminología, al igual que a los psiquiatras residentes. Esas personas
necesitan ser supervisadas por clínicos experimentados. Si el clínico no puede estar presente en
la entrevista, debiera ver la entrevista en vídeo y revisarlas periódicamente con el estudiante en
sesiones de supervisión.
Muchos clínicos creen que el uso de una entrevista estructurada es muy formal, frío e
impersonal y que daña el establecimiento de un rapport con el cliente. No he encontrado que
esto sea así. El problema de realizar una entrevista forense a “manos libres”, es que se requiere
mucha habilidad para realizar la tarea, hacer ciertas preguntas requeridas, y no dejarse llevar
por el cliente a áreas irrelevantes. Yo informo a los clientes que usaré una formato de entrevista,
porque siento que esa es la mejor forma para organizar apropiadamente la información, para
hacer un reporte escrito lo más cuidadoso posible. La respuesta usual del cliente es de
indiferencia.
Hay dos entrevistas estructuradas excelentes. La primera es el Hare PCL-R: Interview and
Information Schedule (Hare, 1991). Este formato cubre el ajuste a la escuela, la historia laboral,
las metas en la carrera, finanzas, salud, vida familiar, relaciones/sexo, uso de drogas,
comportamientos antisociales en la infancia, la adolescencia y la adultez, y una serie de
preguntas generales. Todas esas preguntas son abiertas. Se recomienda que los entrevistadores
hagan las preguntas en un estilo informal y profundicen en ellas cuando sea necesario. También
uno puede agregar preguntas. (Por ejemplo, si fuera necesario que yo añadiera preguntas más
detalladas acerca de la historia sexual y las prácticas sexuales). La regla general que guía a la
entrevista PCL-R es: “Dé una oportunidad para que la persona mienta”. Uno generalmente no
discute con el entrevistado. Aunque la PCL-R puede ser completada solamente con la revisión de
la ficha del infractor, es muy aconsejable hace una entrevista cara a cara, particularmente con
respecto al estilo interpersonal del infractor. La otra forma de entrevista es el Manual for the
Compilation of a Psychosocial History Suitable for Risk Appraisal (Quincey et al., 1998, pp. 253-
67). Los ítems en esta entrevista son similares a los del PCL-R, pero ya que es una historia
psicosocial, es mucho más amplia. Las preguntas son mucho más directas y precisas en su
contenido.
El propósito primario de la entrevista estructurada es obtener el punto de vista del
infractor de cara a los hechos conocidos del caso. El grado en el cual el reporte es congruente
205
con los hechos conocidos es usado para determinar el grado de su negación. Obviamente, estas
coincidencias tienen mucha relación con el hecho de haber sido imputado y sentenciado, pero
también provee guías para una intervención de tratamiento posterior.
Clasificación psicométrica
Generalmente, el uso de las pruebas psicológicas ha tomado dos formas: (1) uso de
instrumento para detectar la negación, y (2) diversos instrumentos psicométricos para clasificar a
los negadores. Lo que sigue entregará argumentos para el segundo enfoque.
Grossman y Cavanaugh (1990) hipotetizaron que los infractores sexuales “imputados” que
niegan una actividad desviada estarían motivados para aparecer más psicológicamente sanos de
lo que en realidad lo están, y su tendencia a fingir que están bien sería más intensa frente a las
acusaciones que enfrentan. Administraron el Inventario Multifásico de Personalidad de Minesota
(MMPI) (Hathaway y McKinley, 1967) a 53 infractores sexuales y examinaron algunas escalas de
validez. Su hipótesis recibió apoyo. Los infractores negadores estuvieron más propensos a negar
la psicopatología. Aquellos que no enfrentaban acusaciones mostraron significativamente más
psicopatología. Haywood y sus colegas (1993) hicieron un seguimiento de este estudio,
examinando la minimización o la exageración (sesgo de respuesta) en un grupo de 59 infractores
similares. Usando el 16PF (Catell et al., 1970) determinaron que los infractores que negaban las
acusaciones de comportamiento desviado, tendían a minimizar los problemas personales en
comparación con quienes admitían la acusación. Estos últimos mostraron más exageración de los
problemas personales. En una forma similar, Haywood y sus colegas, 1994) examinaron las
racionalizaciones y distorsiones cognitivas en abusadores de niños acusados. Compararon los
perfiles de simulación de estar bien y estar mal en el MMPI con algunas escalas de validez del
Multiphasic Sex Inventory (MSI) (Nichols y Molinder, 1984). Se usó la escala de Cognición (Abel et
al., 1984) como una medida de las distorsiones cognitivas. Los datos indicaron que cinco de las
siete escalas de calidez del MSI estuvieron significativamente relacionadas con dos mediciones
del MMPI de minimización/exageración. Las puntuaciones de distorsión cognitiva en MSI
estuvieron relacionadas con puntuaciones similares en la escala Cognición. Quienes admitían la
acusación difirieron significativamente de los negadores en las escalas de distorsión del MSI.
Lanyon y Lutz (1984) también usaron el MMPI para evaluar la defensividad y la negación
en un grupo de abusadores de niños primerizos, que estaban imputados o estaban convictos por
un delito sexual. Se comparó a aquellos que se sabía que estaban negando su responsabilidad con
quienes la admitieron completamente. Hipotetizaron que todos o parte de los negadores tendrían
puntuaciones más altas en defensividad que quienes admitían la responsabilidad43. Fueron
capaces de discriminar mejor a todos los negadores de quienes aceptaban la responsabilidad a
43
[N.T.] “Full admiters” en el original. Ya que no hay un equivalente literal en castellano, se ha optado por traducirlo por
“quien admite la responsabilidad”.
206
afirmó que esto era consistente con el trabajo previo con el MMPI que mostraba que los
negadores se presentaban como emocionalmente estables. También fue consistente con la
investigación con el MMPI el hallazgo que las puntuaciones en la Escala de Mentiras del EPQ
mostraron un perfil de simular estar bien. Los negadores también mostraron bajas puntuaciones
de Obediencia que quienes admitían su culpa. Birgisson (p. 124) afirma; “Esto… es consistente
con la experiencia clínica común que los negadores tienden a ser testarudos y resistirse ante la
persuasión y la confrontación en la terapia”.44
Los enfoques psicométricos también han sido usados para clasificar grupos de acuerdo a
su pauta demostrada de negación. Tres estudios ejemplifican este enfoque.
Nugent y Corner (1996) examinaron la negación y los estilos de respuesta. Administraron
el Balanced Inventory of Desirable Responding (BIDR) (Paulus, 1984), una medición del auto-
engaño y el manejo de la impresión [hacia otros], y el Basic Personality Inventory (BPI) (Jackson,
1989), una medición de la negación y la deseabilidad social, a 49 abusadores de niños y 49
violadores. Los autores revisaron la versión de los infractores acerca del delito y la compararon
con la versión oficial. Establecieron cuatro categorías de negación: (1) los que no la admitían el
delito, (2) aceptadores parciales (de contacto sexual, pero no un delito), (3) aceptadores
parciales (solamente una parte de un acto sexual) y (4) quienes admitían el delito (de acuerdo a
la versión oficial). Las categorías 2 y 3 fueron colapsadas por el análisis. Los resultados indicaron
que los abusadores de niños admitían el delito con más frecuencia. Los abusadores de niños
tendieron a negar el monto del delito en el cual estuvieron implicados, mientras que los
violadores negaban el monto de la fuerza usada. La mayor diferencia en los estilos de respuesta
estuvo en el manejo de la impresión personal: los abusadores de niños parecían estar más
interesados en lo que otros pensaran de ellos, mientras que los violadores estaban menos
interesados en la impresión que daban a otros.
Kennedy y Gubrin (1992) entrevistó a 102 infractores sexuales convictos; 34 de los cuales
eran violadores, y estaban equilibrados en número con los abusadores de niños. Se les solicitó a
los infractores que dieran su propia versión respecto a las infracciones por las cuales cumplían
condena. Los autores hicieron un rating de las versiones de los infractores a través del uso de una
escala de siete partes que incluyó: (1) delito (negación/admisión), (2) responsabilidad
(total/parcial), (3) atribución interna (estado mental trastornado), (4) atribución externa
(terceras partes), (5) preferencias (sexual), (6) efecto (sobre la víctima) y (7) sanción social
(actitud hacia la sentencia). Cada uno de esos elementos fue graduado en 0, 1 o 2. El análisis fue
efectuado con los datos de la entrevista. Los negadores totales fueron excluidos de este análisis.
44
[N.T.] Una obviedad desde el punto de vista de la disposición para el cambio y la relación terapéutica. Si alguien niega
haber cometido los hechos que se le imputan, difícilmente colaborará con quien lo entrevista o pretende “administrarle”
un tratamiento. Desde la perspectiva de C. DiClemente y M. Velasquez, esos imputados se encuentran en
precontemplación “rebelde” para el cambio de comportamiento, y el abordaje menos aconsejable es la confrontación
(Motivational Interviewing and the Stages of Change. In W. Miller and S. Rollnick, Motivational Interviewing. Prepare
People for Change. Second Edition. New YorK. The Guilford Press, 2002, pp. 201-216)
208
Resumidamente, el análisis produjo tres grupos: (1) racionalizadores, los infractores que con más
probabilidad admitían una preferencia desviada, y con menos probabilidad culpaban a un estado
mental, la víctima o a terceras partes, (2) externalizadores, que tenían mayor probabilidad de
culpar a terceras partes o a la víctima y negar el daño, e (3) internalizadores, que con mayor
probabilidad admitían el delito imputado y aceptaban la sentencia, admitían daño a la víctima, y
culpaban a un estado mental y a terceras partes. Los autores argumentan que esa categorización
podría ser útil para la programación de tratamientos.
Un esfuerzo más ambicioso puede observarse en la investigación realizada por Jung
(2000). Juan ha desarrollado una escala de 18 niveles, que usa ratings de 0, 1 y 2, similares a los
de Kennedy y Gubrin (1992). El Comprehensive Inventory of Denial-Sex Offender (CID-SO) se
concentra en: (1) la delito específico, (2) historia del delito sexual, (3) culpa abierta, (4) foco en
comportamientos no aceptables, no sexuales, (5) minimización—otorgar seriedad [al delito], (6)
minimización—daño a la víctima, (7) culpar a la víctima, (8) atribución interna, (9) atribución
externa, (10) posibilidad de un delito en el futuro, (11) intención/planeamiento/premeditación,
(12) activación desviada/fantasías, (13) activación (gratificación, placer), (14)
defensividad/hostilidad excesiva, (15) dificultad de cambio, (16) deseo/necesidad expresada de
ayuda, (17) disociación falsa, y (18) sanción social. Claramente, están incluidas las categorías de
Kennedy y Grubin, pero el CID-OS va considerablemente más allá en el intento de analizar el
fenómeno de la negación. Presumiblemente, este instrumento desarrollado será sometido a
examen psicométrico.
Tipologías racionales
La construcción de tipologías para la caracterización de los negadores ha sido muy
común. Se refiere a éstas como tipologías “racionales” debido a que son, en la mayor parte,
construcciones de sentido común basadas en la experiencia directa de los clínicos o los
investigadores con los infractores. Barbarie (1991) ha hecho una distinción entre la negación y la
minimización (véase más abajo). Sin embargo, muchos profesionales ven a la negación distribuida
en un continuo, desde lo que se define como negación “absoluta” o “categórica” hasta la
admisión total. Las siguientes son algunos ejemplos.
El sociólogo C. Wright Mills (1940) escribió acerca del “vocabulario del motivo” a través
del cual los infractores intentaban desconocer su comportamiento desviado y presentarse como
individuos normales. Un estudio clásico de Scully y Marolla (1984) investigaron el vocabulario del
motivo en violadores convictos. Su meta era investigar las excusas (admisión del acto, pero
negación de la responsabilidad) y justificaciones (aceptación de la responsabilidad, pero negación
que el acto fue incorrecto). Entrevistaron a 114 hombres, a todos los cuales se les administró una
entrevista de 89 páginas y 30 páginas de preguntas abiertas. Las entrevistas duraron entre tres a
siete horas. En la justificación de la violación, encontraron cinco temas en los negadores: (1) la
209
mujer era seductora, (2) la mujer dijo “si” cuando ellos dijeron “no”, (3) la mayoría de las
mujeres eventualmente se relajaron y lo disfrutaron, (4) las chicas buenas no son violadas, (5)
solamente una minoría actúo equivocadamente. Con respecto a las excusas, quienes admitían el
delito intentaban explicar cómo ellos fueron forzados a cometer la violación; (1) apelando al uso
de alcohol y drogas, (2) apelando a problemas emocionales y (3) presentándose a si mismo como
“tipos buenos” que cometieron un error, pero que eran personas decentes. Scully y Marolla
advierten que sus hallazgos demuestran una “visión cultural de la mujer como una mercancía
sexual… debe entenderse a la transformación de la mujer en un objeto sexual como un factor
importante que contribuye a un ambiente que hace trivial, neutraliza y, quizá, facilita la
violación” (p. 542). Un enfoque similar para los abusadores de niños fue reportado por Pollock y
Hashmall (1991).
Hay numerosos reportes de tipologías racionales en la literatura (véase por ejemplo,
happel y Auffrey, 1995; Kobe et al., 1989; Laflen y Sturn, 1994; Schlank y Shaw, 1996; Winn,
1996). Aunque cada una de ellas es distinta por derecho propio, todas comparten temas e ítems
comunes. Hay tres tipologías que es valioso mencionarlas en detalle.
Como se mencionó más arriba, Barbarie (1991) distinguió entre negación y minimización.
Su tipología estaba basada en el trabajo citado de Scully y Marolla (1984) con violadores, y de
Pollock y Hashmall (1991) con abusadores de niños. Barbarie determinó que había tres factores
para la negación y la minimización. Para la negación: (1) de cualquier interacción, (2) que la
interacción fue sexual y (3) que la interacción fue un delito. Para la minimización: (1) de la
responsabilidad (culpar a la víctima, atribución externa, atribuciones internas irresponsables), (2)
de grado (frecuencia, número de penas anteriores, uso de la fuerza e invasión) y (3) de daño
(efectos transitorios). Basado en este trabajo, Barbarie desarrolló un Denial and Minimization
Checklist para uso clínico. Claramente, hay mucho en común con las investigaciones reportadas
más arriba. El artículo de Barbarie es un clásico citado en el campo y ha tenido mucha influencia.
Igualmente influyente ha sido la tipología de Salter (1988). Jackson y Thomas-Peter
(1994, p. 22) hacen notar que Salter indicó que “los diferentes tipos de pautas de negación
(admisión sin justificación, negación de la responsabilidad y minimización del grado del
comportamiento) dependen de la presencia o ausencia de seis componentes básicos: (1) negación
de los actos en si mismos, (2) negación de la fantasía y planeamiento, (3) negación de la
responsabilidad por los actos, (4) negación de la seriedad del comportamiento, (5) negación de la
culpa interna por el comportamiento, y (6) negación de la dificultad para cambiar las pautas
abusivas.” La tipología de Salter (1988) es única ya que los infractores no son caracterizados en
una forma categórica (por ejemplo, “admite parcialmente su responsabilidad”, “negador
parcial”). Uno o más de los componentes anteriores pueden ser presentados para suministrar un
cuadro más individualizado de la negación. El trabajo de Salter (1988) ha sido muy citado y es
influyente.
210
¿Le suena familiar? Me parece que lo que funciona en una situación probablemente no
funcionará en otra. La negación es la negación, sin importar la categoría del delito. Su
intervención debiera ser individualizada según el tipo de negación que esté enfrentando.
211
clientes que niegan dirán que no tiene idea de por qué respondieron en la forma que muestran
los registros. En mi experiencia, el PPG es útil con clientes que han admitido su culpa y están
dispuestos a tratarse. La confrontación con los negadores (si es que éstos están de acuerdo en
participar) es raramente exitosa. En la revisión de O’Donohue y Letourneau (1992) se advierte
que hay problemas en los criterios de las respuestas (¿cuánto es suficiente para el diagnóstico?),
una falta de procedimientos estandarizados para la administración del procedimiento, problemas
con la validez (predictiva, de contenido y de constructo) y falseo de respuestas. Esos problemas
son un argumento en contra de la inclusión del PPG en la evaluación de los infractores sexuales
para determinar la negación. Por otro lado, un meta-análisis reciente de Hanson y Bussiere (1998)
indica que las mediciones de la excitación sexual desviada está relacionada con la reincidencia de
infracciones sexuales.
TRATAMIENTO DE LA NEGACION
Hay tres enfoques para el tratamiento de la negación: (1) supervisión comunitaria, (2)
programas de pre-tratamiento, y (3) terapia conductual-cognitiva.
Supervisión
Strate y sus colegas (1996) creen que los infractores sexuales pueden ser manejados con
seguridad en la comunidad, en el contexto de la libertad vigilada/libertad condicional.
Argumentan que debiera haber algunos cambios de importancia en el sistema de la justicia penal.
215
Primero, a los infractores sexuales no se los debiera permitir prestar declaraciones por las
infracciones no sexuales. Además, no creen que debiera permitirse la sentencia condicional, ni
debieran ser derivados a programas como una alternativa a que sus antecedentes personales
contengan un cargo criminal. Dicen que la supervisión comunitaria puede ser fortalecida por
medio del trabajo de un equipo compuesto por el oficial de libertad vigilada/libertad
condicional, el suministrador del tratamiento y un examinador con el polígrafo. Los
requerimientos del tratamiento y la supervisión debieran ser comunicados con claridad entre la
fiscalía, los abogados de la defensa y los agentes de libertad vigilada/libertad condicional.
Finalmente, los oficiales de libertad vigiada/libertad condicional que llevan a cabo la supervisión
real debieran tener entrenamiento especializado y tareas específicas (por ejemplo, supervisar
solamente a infractores sexuales).
Como evidencia de su alegato, ellos citan los daros de resultados en el mejor y más
grande estudio de tratamiento para infractores sexuales, el Proyecto de Tratamiento y Evaluación
216
de Infractores Sexuales de California (SOTEP) (Marques et al., 2000). Este programa se efectuó
entre 1985 y 1995, con un seguimiento intensivo en la comunidad. El SOTEP fue construido sobre
las dimensiones escritas por Pithers (1991). Contenía todos los artilugios de la RP y ha servido
como un modelo perfecto para la hipótesis de Marshall et al., que los tratamientos muy
complicados y una supervisión de post-tratamiento muy intensa es casi seguro que fracasará con
la clientela. Si esta hipótesis es cierta —dijeron— debieran encontrarse dos resultados: (1) los
clientes tratados no debieran estar mejor que los clientes no tratados, y (2) después que se
finaliza la supervisión posterior a la prisión (en este caso, 1 año), la tasa de reincidencia de los
sujetos tratados debiera aumentar. Las tasas de supervivencia suministradas por el director del
proyecto para 4 y más años de post-tratamiento confirmaron la hipótesis de Marshall et al. Estos
investigadores consideraron que esos datos era una poderosa acusación de la supervisión
comunitaria muy intensa. El propósito del tratamiento y la supervisión —dicen— debiera ser el
empoderamiento de los clientes, no infantilizarlos ya sea implícita o explícitamente sugiriéndoles
que no pueden manejarse si alguien no está observándolos.
Programas de pre-tratamiento
Un programa correccional fue reportado por Happel y Aufrey (1995). Su meta es
interrumpir la “danza de la negación” antes que un infractor ingrese a su programa de
tratamiento en el Muskegon Treatment Facility (MTF) en Michigan. Para lograr esto ellos crearon
el Directorio de Revisión para la Terapia MTF, un panel similar a la inquisición con entrevistas a
los infractores antes de ingresar a tratamiento. Tres psicólogos entrevistan al prisionero,
asumiendo los roles del “policía bueno—policía malo” para romper la resistencia. Por ejemplo,
uno de los psicólogos puede transmitir consideración positiva y comprensión, mientras que el otro
confronta y desafía. Happel y Auffrey (1995, p. 13-14) afirman que este acoso crea un “estado de
disonancia cognitiva… [de modo que]… los infractores comiencen a darse cuenta que hablar con
la verdad es esencial si quieren beneficiarse con el tratamiento… [y que]… el proceso del
Directorio de Revisión promueve la confesión y la catarsis.” Esta conclusión parece dudosa.
Kear-Colwell y Pollock (1997) argumentan sólidamente en contra de un enfoque
confrontacional para perforar la muralla de la negación. La confrontación —dicen— busca una
admisión de la culpa, el ajuste de los hechos conocidos del caso con el recuento del infractor, y
la admisión que éste tiene un problema que necesita ser cambiado. Recomiendan adoptar el
modelo de las fases de cambio de Prochaska y DiClemente (1982). Esas fases son: (1)
precontemplación, (2) contemplación, (3) preparación, (4) acción y (5) mantención. Esto no es
muy distinto del continuo de la negación descrito más arriba. El individuo se moviliza desde una
fase de negación del problema, a considerar que el problema puede existir, a prepararse para
hacer algo, a tomar acciones directas para cambiar el comportamiento y mantener los cambios.
El enfoque motivacional desarrollado por Miller y Rollnick (1991) ejemplifica la aplicación
217
práctica de este modelo al tratamiento. Garland y Dougher (1991) recomendaron el uso del
enfoque motivacional como una estrategia de pre-tratamiento para involucrar a los infractores,
particularmente la entrevista motivacional y la presentación cuidadosa de los resultados de la
evaluación.
Brake y Shannon (1997) han ofrecido un modelo explícito de un programa de pre-
tratamiento. Ellos advierten apropiadamente que unos pocos infractores admiten completamente
su culpa o la niegan completamente, y argumentan que deben tomarse las providencias para
aceptarlos en tratamiento. También ofrecen un esquema de clasificación con cuatro “niveles” de
negación y doce “tipos” de evitación. Los niveles son: (1) evitación débil, (2)
proyecciones/evitación moderada, (3) proyecciones/evitación fuerte, y (4) negación
primitiva/evitación severa. Las personas que caen en los niveles 1 y 2 presentan al menos formas
intratables de negación pero son consideradas en el tratamiento. Brake y Shannon han
desarrollado un programa de pre-tratamiento cuya meta es “disminuir la negación respecto al
delito. Una vez que esto se ha logrado, el infractor es derivado a un programa de tratamiento
específico para el delito” (pp. 5-6). El programa de pre-tratamiento es presentado en seis fases,
y cada fase posee una serie de intervenciones que buscan disminuir la negación:
Terapia cognitivo-conductual
Uno de los primeros reportes de tratamiento con negadores describió una intervención
breve (siete sesiones de 1 hora y media) (O’Donohue y Letorneau, 1993). Con respecto a la
negación, los componentes incluyeron: (1) reestructuración cognitiva de las creencias acerca del
contacto sexual adulto-niño, (2) educación respecto a la terapia para infractores sexuales, y (3)
posibles consecuencias de la negación continuada. Se envió un seguimiento a los terapeutas de
los clientes que recibieron tratamiento continuo posterior al grupo. Aunque el total de
participantes fue pequeño (n = 17), los autores reportaron que 11 sujetos (65%) cambiaron desde
el estatus de negadores a admitir su culpa en el post-tratamiento.
Un enfoque menos exitoso fue reportado por Schlank y Shaw (1996). Ellos llevaron a cabo
16 sesiones de grupo con 10 clientes que no habían sido admitidos en programas de tratamiento
debido a la negación. Los componentes del programa incluyeron (1) un segmento acerca de la
naturaleza de la negación, (2) empatía con la víctima y (3) prevención de recaídas (RP). Una
característica singular del programa fue el requerimiento que los clientes aplicaran la RP a un
comportamiento que desearan cambiar (por ejemplo, fumar marihuana). Después se les pidió
aplicar el modelo a un cliente mítico que podría sentirse culpable del delito por el cual el
participante había sido acusado. Sin embargo, solamente 5 de los 10 clientes admitieron sus
delitos.45
Posiblemente los practicantes más exitosos del enfoque cognitivo-conductual para la
negación han sido Jenkins (1990) y Marshall (1994; Marshall et al., 1999, 2001).
Jenkins (1990) ha reportado extensamente, aunque subjetivamente, acerca de su enfoque
terapéutico denominado “invitaciones a la responsabilidad”. Su enfoque parece ser una
amalgama de psicoterapia individual y grupal, terapia familiar y terapia cognitivo-conductual. Es
un tratamiento lento y medido que “invita” gradualmente a los infractores a asumir la
responsabilidad por sus acciones, y su objetivo principal es alterar el comportamiento desviado.
Es un trabajo intenso. Jenkins ha reportado que la duración típica del tratamiento es de tres
años, aunque admite que la mayor parte importante del trabajo es hecha en el primer año.
Marshall (1994) reportó el tratamiento institucional de 81 infractores, 15 violadores y 66
abusadores de niños. Este fue un tratamiento breve de una duración aproximada de 12 semanas,
que intentaba abordar la negación y la minimización. Este programa es algo similar al enfoque
45
[N.T.] Llama la atención la confusión de los autores respecto a los componentes de su modelo de intervención. La
Prevención de Recaídas requiere que el usuario esté en fase de mantención de los cambios logrados; a la vez que una
persona puede estar motivada a cambiar un comportamiento y no otro (véase el capítulo de Lopez, Walter y Miller en este
mismo volumen).
Por lo tanto, es ilusorio esperar que si alguien desea dejar de fumar marihuana y aplica el programa de prevención de
recaídas en forma exitosa, aplique el mismo modelo a otros comportamientos para los cuales puede estar en
precontemplación.
219
descrito por Brake y Shannon (1997), aunque no tan estructurado. Fue llevado a cabo con un
grupo rotativo [de infractores]. El programa de Marshall se centró en la aceptación del cliente,
pero no en el delito, en la invitación a asumir la responsabilidad de sus acciones, y fomentar la
apertura. En esta tarea fue ayudado por los miembros más antiguos en el grupo. En el pre-
tratamiento, los porcentajes en cada categoría fueron: (1) negadores (31%), (2) minimizadores
(32%) y (3) quienes admitían totalmente su culpa (37%). Esos porcentajes cambiaron
dramáticamente en el post-tratamiento: (1) negadores (2%), (2) minimizadores (11%) y quienes
admitían totalmente su culpa (86%).
Marshall et al. (1999) evitaron el uso de los populares enfoques psicoeducacionales para
los infractores sexuales, favoreciendo en su lugar lo que ellos denominan “proceso
psicoterapéutico”. Sin embargo, al ser examinado, este enfoque parece ser una versión muy
similar de terapia conductual-cognitiva. En el reporte de Marshall et al. (1999), parece que la
negación no es tratada como una entidad singular, sino que es incorporada en el área más general
de las distorsiones cognitivas. La negación es tratada en el contexto de la versión de cada
participante acerca del delito. Marshall et al. (1999, p. 70) afirman:
Las revelaciones individuales son repetidas a través de varias sesiones y extensas discusiones
acerca de la interpretación del infractor del comportamiento de la víctima, su propio
comportamiento y sus actitudes y creencias expresadas o implícitas… las interpretaciones y
creencias son desafiadas y reestructuradas por el grupo… esos desafíos y reestructuraciones
continúan a través del programa, como evidencia de la emergencia de distorsiones.
Este es un enfoque muy inteligente para tratar la negación. Haciendo una promesa simple
y manteniéndola, el terapeuta involucra a los clientes en el programa que ellos dicen que no
necesitan, para un problema que dicen que no tienen, para prevenir otro delito que ellos dicen
que no cometieron.46
CONCLUSIONES
Es difícil resumir la información desde una literatura de tal complejidad. Sin embargo, si
uno va a hacer algo con respecto a la negación y el intento de comprometer a los infractores en
el tratamiento, deben tomarse decisiones. Para la evaluación de la negación, la primera
entrevista debe ser llevada a cabo por un clínico competente. Desde mi punto de vista, los
mejores formatos son el PCL-R: Interviewing Information Schedule (Hare, 1991) y la Psychosocial
History (Quinsey et al., 1998). Las investigaciones psicométricas han producido poco de valor
clínico. Los estudios de quién es y quién no es un infractor sexual realmente son elaboraciones de
la obvio. Los estudios psicométricos que producen tipologías (Jung, 2000; Kennedy y Grubin,
1992) pueden ser enfoques prometedores. Las tipologías racionales han ayudado a los clínicos a
apreciar las dimensiones de la negación. Hay muchas tipologías de las cuales escoger; he sugerido
que la tipología de Marshall et el. (1999) probablemente ilumine mejor el problema. El PPG
debiera ser evitado. Es caro, muy invasor y a menudo suministra resultados que no pueden
interpretarse. Ya sea que a uno le guste o no, parece que ahora el polígrafo forma parte de los
tratamientos para infractores sexuales. En realidad, los datos que hemos revisado son muy
prometedores. Los programas de pre-tratamiento para disminuir la negación son más una idea
popular que una realidad. Parece ser una herramienta útil que una pérdida de tiempo en el
tratamiento formar para el tratamiento de los niveles más severos de negación. Si uno está
operando en un programa psico-educacional (como muchos terapeutas lo harán), entonces el
modelo de Brake y Shannon (1997) sería una buena elección. Finalmente, la mayoría de los
clínicos no tienen la experiencia que los acercaría a las habilidades de Marshall y sus colegas, o
Jenkins. Recomendaría, por lo tanto, que uno adoptara elementos de los diversos programas
cognitivo-conductuales reportados en la literatura. Recomendaría además la incorporación en el
tratamiento del enfoque de las fases motivacionales del cambio (Prochaska y DiClemente, 1982) y
del enfoque relacionado de la entrevista motivacional (Garland y Dougher, 1991; Miller y Rollnick,
1991).47
46
[N.T.] El acercamiento terapéutico descrito recuerda las sugerencias de Milton H. Erickson para “utilizar” la resistencia
del paciente.
47
[N.T.] Quizá una mejor sugerencia sería que los terapeutas distinguieran que en el contexto de la terapia en contexto
obligado (y en contexto no obligado), es imprescindible diferenciar entre la “disposición del usuario para tratarse” y las
técnicas de tratamiento que pueden ayudarlo a alcanzar los objetivos que éste se ha propuesto para la terapia (una vez
que se ha comprometido con el cambio). Desde esta perspectiva, probablemente muchos enfoques de tratamiento
podrían ser útiles para ese fin, siempre y cuando los terapeutas sepan que tienen ante ellos un usuario dispuesto a actuar
para resolver el problema que los ha llevado a la prisión y reducir la probabilidad de la reincidencia.
221
REFERENCIAS
222
223
224
225
Capítulo 12
LA NATURALEZA DE LA PSICOPATIA
Evaluación y diagnóstico
En los sistemas diagnósticos principales como la cuarta edición del Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-IV, American Psychiatric Association, 1994) y la
décima edición de la International Classification of Disease and Causes of Death (ICD-10; World
Health Organization, 1992), el trastorno de personalidad es definido como una alteración en
relación a si mismo, a otros y al ambiente, que es de naturaleza crónica, evidente en forma
típica en la infancia o la adolescencia, y que persiste hasta la adultez media o la adultez tardía.
Los síntomas de trastorno de personalidad son la rigidez, la inflexibilidad y rasgos de personalidad
226
desadaptativos —tendencia a actuar, pensar, percibir y sentir en ciertas formas que son estables
a través del tiempo, en diversas situaciones y en interacciones con diversas personas. Lo que
distingue a la psicopatía de otros trastornos de personalidad es su patrón sintomático específico.
Interpersonalmente, los individuos psicopáticos son arrogantes, superficiales, mentirosos y
manipuladores; afectivamente, sus emociones son superficiales y hábiles, son incapaces de
vincularse estrechamente con otros, y son carentes de empatía, ansiedad y culpa;
conductualmente, son irresponsables, impulsivos, ávidos de sensaciones, y propensos a la
delincuencia y la criminalidad (Ariete, 1963; Cleckley, 1941; Hare, 1970, 1993; Karpman, 1961;
McCord y McCord, 1064).
Lo que ahora reconocemos como trastorno de personalidad fue identificado y descrito
primero por psiquiatras que trabajaban con adultos que estaban hospitalizados o estaban en
conflicto con la ley. La mayoría de los pacientes sufrían de “insanidad total”, enfermedad que
parecía ser el resultado en una desintegración general o deterioro de las funciones mentales
(Berrios, 1996), pero algunos casos estaban caracterizados por alteraciones específicas de la
emoción y la voluntad, demostrando que el trastorno mental podía existir incluso cuando el
razonamiento esta intacto. Los términos usados para referirse a esas condiciones incluían maníe
sans délire, monomanie, insanidad moral y folie lucide (Millon, 1981; Pichot, 1978). La
comprensión de esas condiciones fue refinada a través del tiempo, llevando eventualmente al
concepto clínico moderno de trastorno de personalidad en la primera mitad del siglo veinte.
Hay diferentes enfoques para la evaluación y el diagnóstico de la psicopatía. A pesar de
los fuertes paralelos a un nivel conceptual, en un nivel operacional hay diversos conjuntos de
criterios diagnósticos para la psicopatía; los trastornos de personalidad antisocial, disocial y
sociopático no son equivalentes. Quizá la mayor diferencia es que el criterio diagnóstico para
psicopatía o trastorno de personalidad disocial incluye típicamente un amplio rango de síntomas
interpersonales, afectivos y conductuales. En contraste, el criterio diagnóstico para el trastorno
de personalidad antisocial o sociopático tiende a centrarse más estrechamente en el
comportamiento delincuente o criminal abierto. Las diferencias entre esas dos tradiciones
diagnósticas se discute extensamente en otro lugar (Hare et al., 1991; Hart y hare, 1997;
Hamphill y Hart, en imprenta; Lilienfeld, 1994; Widiger y Corbitt, 1995). Quizá la consecuencia
más importante de centrarse en el comportamiento delincuente y criminal en los conjuntos de
criterios diagnósticos para el trastorno de personalidad antisocial o sociopático es que les falta
especificidad (por ejemplo, la conducta equivocada también puede ser una manifestación de
otros formas de trastornos), y esto puede llevar a un sobre-diagnóstico en los ambientes forenses
y a un sub-diagnóstico en otros ambientes (véase especialmente, American Psychiatric
Association, 1994, p. 647).
Mucha de la investigación acerca de la psicopatía en la adultez ha usado escalas de ítems
múltiples para construir escalas como la Psychopathy Check-list original o revisada (PCL y PCL-R;
227
Hare, 1980, 1991), o la Screening Version del PCL-R (PCL: SV; Hare et al., 1995). Esos test
requieren observadores entrenados para valorar la severidad de los síntomas del trastorno de
personalidad basados en todos los daros clínicos disponibles (por ejemplo, entrevista con el
sujeto, revisión de la información de la historia del caso, entrevista con informantes colaterales.
El PCL y el PCL-R fueron diseñados para ser usados en poblaciones forenses adultas masculinas,
con algunos ítems que son puntuados completa o primariamente en base al registro criminal. El
PCL-R comprende 20 ítems que se puntúan en una escala de 3 puntos (0 = no se aplica el ítem, 1
= el ítem se aplica algo, 2 = el ítem se aplica definitivamente). La Tabla 12.1 entrega una lista de
los ítems del PCL-R, los cuales son definidos en detalle en el manual del test. La puntuación total
puede variar desde 0 a 40; las puntuaciones de 30 o más son consideradas como diagnóstico de
psicopatía. El PCL: SV es una escala de 12 ítems derivado del PCL-R. Fue diseñado para ser usado
en poblaciones adultas, con independencia del género, estatus psiquiátrico o historia criminal. La
Tabla 12.1 es una lista de los ítems del PCL: SV, los cuales son definidos en detalle en el manual
del test. La puntuación del PCL: SV requiere menos información y menos información detallada
que el PCL-R; además, el PCL: SV puede ser puntuado incluso cuando la persona no tiene un
registro criminal o cuando el registro completo no está disponible. Los ítems son puntuados en la
misma escala de 3 puntos usada en el PCL-R. La puntuación total varía desde 0 a 24; la
puntuación de 12 o más indica “posible psicopatía”, y las puntuaciones de 18 o más indican
“psicopatía definitiva”.
5 Controlador/manipulador 15 Irresponsabilidad
Como es cierto para todos los trastornos de personalidad, es útil concebir a la psicopatía
en términos de dimensiones. Aunque es común decir que las personas sufren o no de psicopatía,
la mayoría de los sistemas nosológicos (como el DSM-IV y el ICD-10) y los test psicológicos (como
el PCL-R y el PCL: SV) reconocen explícitamente que esta distinción es, en algún grado, arbitraria
y que las personas dentro de cada grupo difieren con respecto a la naturaleza y la severidad de la
sintomatología psicopática que ellos exhiben.
Consistente con la perspectiva dimensional, la investigación de factores analíticos indica
que los síntomas psicopáticos tienen una estructura jerárquica de tres factores (Cooke y Michie,
2001). El primer factor refleja un estilo interpersonal arrogante y mentiroso, comprendiendo
síntomas como la grandiosidad, superficialidad, mentira y manipulación. El segundo factor refleja
una experiencia afectiva deficiente, comprendiendo síntomas como afectos superficiales pero
hábiles, ausencia de empatía y ausencia de remordimiento. El tercer factor refleja un estilo
conductual impulsivo e irresponsable, comprendiendo síntomas como la búsqueda patológica de
sensaciones y fracaso para planear el futuro. Los tres factores están muy correlacionados y en
conjunto dan forma a un factor general jerárquico, es decir, psicopatía. Esta estructura factorial
es sólida, evidente entre diversos procedimientos de evaluación y culturas.48
La psicopatía, según es medida por el PCL-R y el PCL: SV, también tiene un patrón
establecido de comorbilidad con otros trastornos mentales. Con respecto a los trastornos
mentales agudos, la psicopatía tiende a estar asociada positivamente con el trastorno de
consumo de sustancias, particularmente el trastorno de abuso de drogas (por ejemplo, Hemphill
et al., 1994; Smith y Newman, 1990). En contraste, la psicopatía tiende a estar asociada
negativamente con la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos, trastornos depresivos mayores,
y trastornos de ansiedad (por ejemplo, Hart y hare, 1989; Rice y Harris, 1995). No se ha
establecido un patrón claro de comobormilidad con los trastornos orgánicos cerebrales,
48
En adición a las soluciones de 2 factores (Hare et al, 1990) y de los 3 factores (Cooke y Michie, 2001) identificadas
previamente, Hare (comunicación personal, marzo 22, 2002) ha efectuado análisis de grandes conjuntos de datos y ha
encontrado que una solución de 4 factores representa adecuadamente a los ítems del PCL-R. Los primeros tres factores
son idénticos a los encontrados por Cooke y Michie, y el cuarto factor refleja el comportamiento antisocial general y está
compuesto por los siguientes cinco ítems del PCL-R: controles conductuales escasos, problemas conductuales tempranos
en la vida, delincuencia juvenil, revocación de la libertad condicional y versatilidad criminal.
229
trastornos bipolares del ánimo, y otros trastornos mentales agudos. Con respecto a los trastornos
de personalidad, la psicopatía está asociada positivamente con los trastornos de personalidad
limítrofe, narcisista e histriónico (por ejemplo, Cluster B, DSM-IV, o “dramático-errático-
emocional”), está asociada negativamente con los trastornos de personalidad evitativo,
dependiente y obsesivo-compulsivo (por ejemplo, Cluster C, DSM-IV, o “ansioso-temeroso”), y no
tiene un patrón de comorbilidad claro con los trastornos de personalidad esquizoide,
esquizotípico o paranoide (Cluster A, DSM-IV, o “raro-excéntrico”) (Blackburn, 1998, 2000; Hare,
1991; Nedopil et al., 1998).
Es importante advertir aquí que es problemático describir a las personas en una forma
significativa simple como “psicopático” o “no psicopático”. Los individuos difieren respecto a
cuáles síntomas psicopáticos exhiben un momento dado, así como también en el curso de los
síntomas en el desarrollo, en cómo se manifiestan y su severidad. En adición, los individuos se
diferenciarán respecto a otros rasgos de personalidad que exhiben, la presencia de algún
trastorno mental comórbido, e incluso aspectos como las habilidades intelectuales. La psicopatía
puede ser un concepto útil para ayudar a describir y pronosticar algunos aspectos del ajuste
psicosocial de una persona, aunque como en todos los diagnósticos psiquiátricos es más bien un
concepto grueso o general. A es más útil que la información sea obtenida concibiendo a la
psicopatía en términos dimensionales, pero esta información siempre está limitada de modo
importante. Cuando se evalúa a los infractores, el diagnóstico del trastorno de personalidad
antisocial a través del DSM-IV o la administración del PCL-R no obvia la necesidad de una
evaluación extensa del funcionamiento psicológico o los riesgos y las necesidades criminógenas.
la comunidad. Los crímenes cometidos por infractores psicopáticos son con frecuencia
oportunistas, instrumentales o de naturaleza sádica. Aunque las mediciones de la psicopatía,
tales como el PCL-R, fueron diseñadas para facilitar la investigación de la psicopatía, ellas han
emergido como predictores potentes de la conducta criminal (para una revisión, véase Dolan y
Doile, 2000; Hemphill et al., 1998; Salekin et al., 1996). De hecho, el poder predictivo del PCL-R
y el PCL: VS es significativo incluso después de controlar las infracciones pasadas (por ejemplo,
removiendo la varianza que da cuenta de la medición de criminalidad o por la eliminación de los
ítems relacionados con la historia criminal), a menudo aproximándose o incluso sobrepasando los
instrumentos actuariales49 diseñados únicamente para predecir la reincidencia.
49
[N. T.] Los instrumentos actuariales son instrumentos que se han desarrollado para predecir la reincidencia de los
infractores; su nombre proviene de las pautas desarrolladas por los actuarios de seguros que han aplicado procedimientos
estadísticos para la predicción del riesgo. Estos instrumentos están diseñados para predecir un resultado concreto y
específico en un período temporal determinado, para una población determinada y en un contexto sociocultural
específico.
Un ejemplo de estos instrumentos es el RRASOR de R. Hanson (1997; The development of a brief actuarial risk scale for
sexual offence recidivism. Ottawa, Ontario: Department of the Solicitor General of Canada), instrumento diseñado para
evaluar el riesgo de reincidencia en delitos sexuales. Consiste en cuatro ítems: infracciones sexuales anteriores, edad de
la liberación del penal, género de la víctima y relación con la víctima. La puntuación de ese instrumento va de 0 a 6, en
donde las puntuaciones más altas reflejan un mayor riesgo de reincidencia. [Firestone, P. et al., (2005) Hostility and
Recidivism in Sexual Offenders. Archives of Sexual Behavior, Vol. 34, No. 3, 277–283]
50
Los criterios descritos por Chambless y Ollendick para los tratamientos con validación empírica son los siguientes:
“Tratamientos bien establecidos: (I) al menos dos experimentos con diseño inter-grupo deben demostrar eficacia en una o
más de las siguientes maneras: (A) superioridad a píldora o psicoterapia placebo, o a otro tratamiento, (B) equivalencia a
un tratamiento ya establecido, con tamaños de la muestra adecuados, o bien (II) una gran cantidad de experimentos con
diseño de caso único demostrar eficacia con: (A) uso de un buen diseño experimental, (B) comparación de la intervención
con otro tratamiento, (III) los experimentos deben ser realizados con manuales de tratamiento o descripciones del
tratamiento que sean igualmente claras, (IV) se debe especificar las características de las muestras, (V) los efectos deben
ser demostrados por un mínimo de dos investigadores o equipos diferentes.
Tratamientos probablemente eficaces: (I) dos experimentos deben mostrar que el tratamiento es superior al grupo control
de lista de espera, o bien (II) uno o más experimentos deben cumplir los criterios de tratamiento bien establecido IA o IB,
III, y IV, pero no se cumple el criterio V, o bien (III) una pequeña cantidad de experimentos de diseño de caso único deben
cumplir los criterios de tratamiento bien establecido.
232
Las revisiones previas han identificado debilidad una debilidad metodológica común en la
investigación existente en el tratamiento de la psicopatía. Podemos resumir esas debilidades
como sigue. Primero, los estudios adolecen de una ausencia de grupos controles adecuados.
Muchos estudios no incluyen ningún tipo de grupo control, y el tamaño de la muestra tiende a ser
razonablemente pequeño. Algunos estudios incluyen grupos controles sin tratamiento o
tratamiento comparativo (“tratamiento usual”), pero no asignan al azar a los infractores a esos
grupos.51 Unos pocos estudios intentan subsanar la ausencia de asignación de sujetos al azar
apareando post hoc infractores tratados e infractores control en variables seleccionadas, pero
esos grupos no eran equivalentes con respecto a otras variables potencialmente importantes. En
esos casos ningún estudio usó un diseño experimental verdadero, en el cual los grupos controles
fueran formados antes del tratamiento a través de la asignación de sujetos al azar y en el cual se
evaluara la equivalencia de los grupos con respecto a variables teóricas importantes. Segundo,
esos estudios muestran debilidad al no controlar la heterogeneidad dentro de los grupos de
tratamiento. Los estudios ignoraron las diferencias entre los sujetos en la naturaleza y la
severidad de la sintomatología psicopática. Esos estudios también ignoraron la psicopatología
comórbida, trastorno mental agudo y trastornos de personalidad, y otros factores de riesgo
criminógeno y necesidades, tales como el estatus de empleo, estatus matrimonial, etc. En la
medida que todos esos factores parecen tener vínculos importantes y potencialmente
independientes con el comportamiento criminal, la falta de evaluación y control de aquellos
puede oscurecer los hallazgos importantes. Tercero, esos estudios han usado conceptos y
mediciones inconsistentes de la psicopatía. Algunos estudios se apoyan totalmente en
definiciones médico-legales de psicopatía, otos han usado inventarios de auto-reporte, y algunos
ha n usado una evaluación clínica retrospectiva basada en registros institucionales. Muy pocos
estudios han usado test estandarizados y validados, como el PCL-R o el PCL: SV, administrados de
acuerdo a los procedimientos recomendados. Como consecuencia, es muy difícil comparar los
hallazgos de los diversos estudios. Cuarto, en la mayoría de los estudios, hubo una falta de
atención a los factores del desarrollo. Alguna investigación ha examinado el tratamiento de la
psicopatía relacionada con rasgos en la infancia o la adolescencia, pero —como ocurre con todos
los trastornos de personalidad— no hay buena evidencia que la psicopatía per se exista antes de
la adultez, de modo que sólo puede ser medida en forma confiable en una forma comparable a la
psicopatía en la adultez tardía. Incluso estudios con adultos han sobre enfatizado el tratamiento
de los infractores en la adultez temprana, ignorando en forma típica los cambios del desarrollo
asociados con la adultez media o tardía. Quinto, los estudios en forma típica tienen una
Tratamientos experimentales: el tratamiento fue colocado a prueba en pruebas en una metodología que cumpla los
criterios metodológicos del grupo de tarea.”
[Chambless, D. and Ollendick, T. (2001) Empirically Supported Psychological Interventions: Controversies and Evidence.
Annual Review of Psychology, Vol. 52, 685-716]
51
[N. T.] Los comentarios de los autores permiten suponer que adhieren a la tendencia que indica que la variable
específica para el cambio terapéutico de un grupo de sujetos homologados según el diagnóstico son el enfoque teórico y
las técnicas de los terapeutas.
233
52
[N. T.] Véase la nota anterior.
234
medición global del cambio clínico. Seto y Barbarie (1999) evaluaron un conjunto de variables
asociadas con el desempeño en las sesiones de tratamiento y el cambio en el tratamiento
calificado por asistentes del investigador en base a las notas clínicas y reportes del tratamiento, y
otro conjunto [de notas] calificado por el director clínico y el terapeuta del grupo; esos
investigadores encontraron que los infractores con puntuaciones más elevadas en el PCL-R
recibieron puntuaciones que reflejaban una baja calificación en el tratamiento. Reiss et al.
(1999; véase también Reiss et al., 1996) codificó los registros médicos existentes para una
variedad de comportamientos en un hospital de alta seguridad en el Reino Unido. Durante los
últimos dos años, proporcionalmente más infractores psicopáticos fueron colocados en
aislamiento o bajo cuidados especiales, en comparación con los infractores no psicopáticos, y
proporcionalmente pocos infractores psicopáticos recibieron calificaciones de buen
funcionamiento social en comparación con los infractores no psicopáticos; los dos grupos en el
PCL-R no se diferenciaron en las calificaciones acerca de comportamiento sexual problemático o
comportamientos violentos en la institución. Reiss et al. (1999) efectuaron un análisis adicional
para comparar las calificaciones durante los primeros dos años después de la admisión con las de
los dos años que precedieron a la liberación. Los infractores no psicopáticos parecieron mejorar a
través del tiempo en las calificaciones de funcionamiento social, aislamiento o cuidado especial;
los infractores psicopáticos no demostraron esas mejorías. Hobson et al. (2000) encontró que los
infractores con elevadas puntuaciones en el PCL-R recibieron calificaciones del equipo de terapia
que reflejaban un mal ajuste durante y entre las actividades terapéuticas. Finalmente, en el
estudio de Hare et al. (2000), fue más probable que los infractores psicopáticos fueran
segregados en comparación con los infractores no psicopáticos. Tomados en conjunto, esos
hallazgos indican que los infractores psicopáticos son más disruptivos en los ambientes
institucionales que los infractores no psicopáticos, y que deben considerarse riesgos especiales de
seguridad asociados con la psicopatía para el diseño de programas de tratamiento institucional.
Segundo, es menos probable que los infractores psicopáticos permanezcan en
tratamiento comparados con los infractores no psicopáticos. Por ejemplo, Mulloy et al. (1996) Y
Ogloff et al. (1990) encontraron que los infractores psicopáticos permanecían significativamente
menos en una comunidad terapéutica, en parte debido a que era más probable que fueran
expulsados debido al mal comportamiento. Alterman et al. (1998) encontraron que las
puntuaciones elevadas en el PCL-R estaban asociadas con un tratamiento incompleto, y Seto y
Barbaree encontraron que los infractores sexuales que desertaron del tratamiento correccional
recibieron puntuaciones más elevadas en el PCL-R. Finalmente, Hare et al. (2000) encontraron
que era menos probable que los infractores psicopáticos, comparados con los no psicopáticos,
finalizaran los programas educacional y vocacional, y era más probable que fueran despedidos de
un trabajo en prisión. Para maximizar la respuesta de tratamiento en los infractores psicopáticos
es importante encontrar algún medio que asegure que ellos recibirán todo el curso de la terapia.
236
Los programas que instituyen como regla que la deshonestidad significa la expulsión automática
están destinados al fracaso con los infractores psicopáticos, entregándoles una oportunidad
perfecta para escapar del tratamiento.53
Tercero, los infractores psicopáticos son recluidos en prisiones a una tasa más elevada y
más rápida que los infractores no psicopáticos por criminalidad y violencia post-tratamiento,
identificada en base a los registros oficiales. Una de los hallazgos más claros de los estudios de
seguimiento prospectivo (Hempill, 1992; Seto y Barbaree, 1999) y retrospectivo (Harris et al.,
1991; Rice et al., 1992) (cf. Hare et al., 2000; Reiss et al., 2000), aunque esto es difícilmente
sorprendente dado que los infractores psicopáticos tienen generalmente tasas más elevadas de
criminalidad y violencia antes del tratamiento (Hemphill et al., 1998). Además, estos hallazgos no
excluyen la posibilidad que el tratamiento realmente reduzca el riesgo de criminalidad entre los
infractores psicopáticos respecto al que pudiera haber sido [sin tratamiento]. Esos puntos deben
tenerse en mente cuando se interpretan los resultados de las evaluaciones de los programas, para
evitar llegar a conclusiones infundadas y excesivamente pesimistas respecto a la eficacia del
tratamiento (o la ausencia de éste).
Así también los investigadores debieran tener cautela al concluir que el tratamiento no es
efectivo con los infractores psicopáticos, y también debieran ser cuidadosos respecto a concluir
que el tratamiento es efectivo. Por ejemplo, Hughes et al. (1997) encontraron que la mayoría de
los pacientes que participaron en el tratamiento recibieron puntuaciones positivas en una
medición global diseñada como índice de cambio. Hay dos razones por las que los hallazgos de
este estudio debieran ser interpretados con cautela como evidencia que los pacientes
psicopáticos se benefician con el tratamiento. Primero, todos los pacientes con puntuaciones en
el PCL-R superiores a 30 no fueron admitidos en el programa de tratamiento. Si la psicopatía es
concebida como una taxonomía (Harris et al., 1994), y si la puntuación de 30 en el PCL-R es el
punto de corte usado para identificar esta taxonomía (Hare, 1991), entonces unos pocos
pacientes, si es que hubo algunos, fueron incluidos en este estudio. Segundo, parece que la
medida del cambio global fue primariamente calificada en base al progreso en la terapia en base
a la información suministrada por el equipo de tratamiento. Como discutimos más abajo, las
calificaciones positivas de desempeño del tratamiento puede no estar relacionada —o incluso
estar relacionada negativamente— con la mediciones conductuales de comportamiento antisocial
(Rice et al., 1992; Seto y Barbaree, 1999).
Quizá la conclusión más importante que puede extraerse de nuestra revisión de la
literatura es que no hay buena evidencia que la psicopatía pueda ser tratada en forma confiable
53
[N. T.] Este párrafo de los autores hace suponer que están refiriéndose a un tratamiento “obligado” para los
infractores, y que, por lo tanto, la regla impuesta es la puerta de escape “legal” para esos individuos, ya que no pueden
dejar de ser deshonestos.
Sin embargo, el traductor ha observado lo contrario en el tratamiento de comportamientos adictivos en un régimen de
comunidad de tratamiento tradicional (con ingreso voluntario), en donde justamente los usuarios con rasgos psicopáticos
manipulan y usan en su beneficio personal las reglas impuestas por el sistema de tratamiento.
237
y efectiva, sino que hay buena evidencia que la psicopatía es intratable (Blackburn, 1993a,
1993b; Losel, 1998; Wong y Hare, en imprenta). En consecuencia, sería erróneo negar a los
infractores psicopáticos el acceso a programas de tratamiento en base el fundamento que son
intratables. Sin embargo, sería razonable instituir una política de tratamiento diferencial de
infractores psicopáticos, en la cual sean asignados a programas con más estructura o un énfasis
menor en los procesos emocionales e interpersonales. También sería erróneo detener el diseño,
la implementación o la evaluación de programas de tratamientos para infractores psicopáticos. Es
posible que existan algunos programas que sean eficaces en el manejo conductual o sintomático,
pero no se han efectuado la investigación apropiada para descubrir la evidencia de éxito. No es
necesario efectuar evaluaciones comparativas a gran escala de resultados; dado la falta severa de
datos, serían apropiados los casos únicos, las series de casos y los diseños de evaluación con
muestras pequeñas.
intervención; parece razonable asumir que no todos los programas de tratamiento tendrán
efectos deletéreos entre los infractores psicopáticos.
La segunda tendencia de investigación, que tiene un mayor apoyo de los datos empíricos,
es el hallazgo que la faceta interpersonal/afectiva de la psicopatía parece estar mas fuertemente
asociada con los comportamientos en el tratamiento y el resultado del tratamiento —
particularmente los comportamientos adversos— que es la faceta de la desviación social de la
psicopatía (Hare et al., 2000; Hobson et al., 2000; Hughes et al., 1997). Esta pauta de hallazgos
sugiere que (a) los investigadores debieran analizar en forma rutinaria y separada los reportes de
resultados para los diferentes factores del PCL-R, debido a que esas facetas diferentes de la
psicopatía pueden tener un valor interpretativo importante para evaluar el resultado del
tratamiento, (b) los investigadores debieran tener cautela cuando evalúan la eficacia del
tratamiento en base a calificaciones extensas o aisladas derivadas de las interacciones
interpersonales con los infractores psicopáticos, y (c) quienes diseñan los programas de
tratamiento debieran reconocer las características singulares interpersonal/afectiva de la
psicopatía, y debieran incorporarlas en sus planes de tratamiento. Este último punto será
discutido posteriormente en la sección titulada “Trabajando con los déficit motivacionales”;
ahora discutiremos brevemente y nos extenderemos en los primeros dos puntos.
Los investigadores que efectúan estudios de resultados de tratamiento podrían
suplementar sus análisis con el uso de las puntuaciones de los factores del PCL-R en adición a
aquellos análisis que usan las puntuaciones totales del PCL-R. Esta conclusión está basada en la
asunción que los infractores psicopáticos pueden usar sus habilidades interpersonal/afectivo en
beneficio propio para convencer al equipo de tratamiento que se han beneficiado exitosamente
con el tratamiento y se merecen beneficios importantes. Por ejemplo, se espera que las
características interpersonal/afectiva —particularmente las características interpersonales— de la
psicopatía tengan una asociación fuerte con comportamientos como la liberación anticipada
posterior al tratamiento y la liberación directa de regreso a la comunidad (por ejemplo, Reiss et
al., 1999), que con las características de la desviación social de la psicopatía. Los investigadores
debieran estar conscientes que actualmente hay dos formas de calcular las puntuaciones de los
factores, una basada en la solución de dos factores (Hare et al., 1990), y otra basada en una
solución de tres factores identificada recientemente (Cooke y Michie, 2001). Los estudios
actuales publicados que han examinado directamente la asociación entre las diferentes facetas
de la psicopatía y los comportamientos posteriores al tratamiento (Hare et al., 2000; Hobson et
al., 2000) han calculado las puntuaciones de los factores del PCL-R a través de la solución de dos
factores- Hasta el momento parece útil conceptual y prácticamente para los investigadores
efectuar los análisis en forma separada para ambos conjuntos de puntuaciones de factores.
Otra investigación, además de los estudios que han encontrado una asociación diferencial
entre los factores del PCL-R y el comportamiento después del tratamiento, sugiere que los
239
investigadores debieran ser cauteloso cuando evalúan la eficacia del tratamiento basados
solamente en las calificaciones del desempeño en el tratamiento según el juicio clínico de los
comportamiento en las sesiones de tratamiento (Hughes et al., 1997). Esto debido a que esas
calificaciones pueden no estar realmente asociadas —o pueden estar inversamente asociadas—
con los índices conductuales del éxito del tratamiento. El estudio de Rice et al. (1992) encontró
que solamente las variables relacionadas con los comportamientos del paciente en el tratamiento
—y no aquellas relacionadas con los juicios del equipo clínico acerca del desempeño del paciente
en el tratamiento— estaban asociadas consistentemente con los encarcelamientos y/o
hospitalizaciones posteriores. Los hallazgos sugieren que el equipo puede ser excesivamente
influenciado por las características interpersonales/afectivas de la psicopatía, a pesar de tener
una historia de un mal desempeño institucional, (a) los infractores psicopáticos y los no
psicopáticos recibieron recomendaciones similares del equipo para que fueran liberados de la
institución psiquiátrica forense, y (b) era probable que los dos grupos PCL-R se convirtieran en los
líderes del grupo. Este privilegio fue reservado en parte para aquellos pacientes que habían
tenido un buen desempeño en el programa de tratamiento (Rice et al., 1992, pp. 401-2). Además,
el estudio de Seto y Barbaree (1999) encontró paradójicamente que entre los infractores sexuales
que habían elevado las características psicopáticas, los infractores que habían recibido
calificaciones de desempeño positivo en el tratamiento volvieron a ser encarcelados por
cualquier delito a una tasa tres veces mayor, y por un delito violento a una tasa cinco veces
mayor, que los otros infractores.
DEFICIT MOTIVACIONAL
Parece que hay algo de consenso general en los diversos escritos que para que ocurra el
cambio en los programas de tratamiento, son importantes las siguientes condiciones:
reciban un beneficio mínimo de las intervenciones psicológicas. Dado que en forma típica
los infractores psicopáticos poseen poco insight psicológico, y no reconocen presentar
problemas personales ni reconocen el impacto que sus comportamientos tienen sobre
otros, parece poco probable que inicialmente vean a las intervenciones psicológicas como
potencialmente beneficiosas para ellos.
4. El infractor reconoce su contribución a los problemas personales. Los individuos que
culpan por sus problemas a situaciones adversas o a otras personas, será difícil que
cambien haciendo uso de las intervenciones psicológicas contemporáneas. Los enfoques
psicológicos se centran en la promoción de un sentido de responsabilidad personal y
autoeficacia para promover el cambio (Bandura, 1977), y los programas correccionales
contemporáneos no son diferentes. Por ejemplo, las intervenciones para prevenir
recaídas intentan reducir el comportamiento antisocial (a) ayudando a los infractores a
hacerse conscientes de los factores que los colocan en riesgo de reincidir, y (b)
suministrando habilidades para manejar esos factores (Hemphill y Hart, 2001). Una de las
características definitorias de la psicopatía es el fracaso en la aceptación de la
responsabilidad personal en las propias acciones (Hare, 1991). Esto significa que los
infractores psicopáticos serán un grupo particularmente desafiante para cambiar.
5. El infractor establece una relación positiva con un terapeuta, y está dispuesto a aceptar
ayuda. Con independencia del tipo de terapia, se espera típicamente que los individuos
conversen y exploren en la terapia acerca de información personalmente revelante y
sensible, que podrían no haber conversado abiertamente antes. Esto requiere que se
establezca una relación positiva con el terapeuta, la que es caracterizada por la
confianza —confianza en el terapeuta que intenta ayudar— y cooperación (Elliott, 1985;
Hill et al., 1988; Mahrer y Nadler, 1986). Desafortunadamente, la psicopatía está
asociada con un amplio rango de déficit interpersonal y afectivo. Las características de la
superficialidad, la grandiosidad, la mentira patológica, la manipulación y la
superficialidad emocional, asociadas con la suspicacia y las interacciones deshonestas son
el terapeuta y otras personas (por ejemplo, Kernberg, 1998), dificultan claramente la
habilidad para establecer con facilidad una alianza terapéutica positiva. Los infractores
psicopáticos además podrían resistirse a la ayuda si perciben un poder diferencial entre
el terapeuta y ellos mismo, y ven a la terapia como una ofensa a su búsqueda y ejercicios
de estatus e influencia.
6. El infractor se esfuerza por conseguir autonomía e independencia. Una meta principal en
muchas intervenciones contemporáneas es que los individuos se hagan autónomos e
independientes, en lugar que descansen sobre otros. Esto no significa que la meta de la
terapia es tener pacientes que eviten el apoyo razonable de otros. Por el contrario, esto
significa que se fomenta la autosuficiencia y se desalienta la dependencia excesiva de
242
con algún déficit intelectual o cognitivo, sino que está asociado con déficit afectivo que
puede limitar la habilidad para explorar emocionalmente la condición de uno.
9. El infractor experimenta marcada tensión emocional, culpa o vergüenza respecto a sus
problemas. A menudo los pacientes ingresan a terapia y continúan trabajando en los
problemas psicológicos porque están motivados para reducir o eliminar los sentimientos
de ansiedad y tensión. A menudo los infractores encarcelados en ambientes forenses
reportan experimentar marcada tensión emocional y ansiedad antes de su
encarcelamiento (por ejemplo, MacKenzie y Goodstein, 1985; Zamble, 1992; Zamble y
Porporino, 1990), y el aumento de los problemas psicológicos una vez que son liberados
ha sido vinculado a recaídas en la comunidad (Zamble y Quinsey, 1997). Sin embargo, no
es infrecuente que los infractores se ofrezcan a participar voluntariamente en terapia por
razones distintas a la tensión o la ansiedad. Muchos infractores aceptan participar en el
tratamiento para aumentar sus opciones para recuperar la libertad anticipadamente u
obtener disposiciones que no impliquen custodia. El hecho que la psicopatía está asociada
con un profundo déficit afectivo, incluyendo afectos superficiales, ausencia de empatía y
falta de remordimiento o culpa (Hare, 1991, 1998a), sugiere que los infractores
psicopáticos no estarán impulsados a entrar y participar activamente en el tratamiento
para aliviar sentimientos de tensión emocional, sino que participarán en la terapia por
otras razones.
10. Los infractores ejercen un considerable esfuerzo para mantener los cambios obtenidos en
el tratamiento. Muchos programas correccionales tienen como supuesto básico que los
infractores que han desarrollado exitosamente ciertas habilidades en el tratamiento (a)
reconocerán las situaciones en las cuales esas habilidades pueden ser aplicadas, y (b)
realmente las aplican fuera de los contextos terapéuticos. Para que se sostenga ese
supuesto, es claro que los infractores deben estar motivados para implementar y
mantener los logros terapéuticos. Muchos infractores son vueltos a encarcelar dentro del
año siguiente en que han obtenido su libertad asistida54 (por ejemplo, Hart et al., 1988;
Hemphill, 1998; Leschied et al., 1988; Visher et al., 1991; Zamble y Quinsey, 1997). Esto
significa que los infractores psicopáticos que no están motivados, o están parcialmente
motivados para cambiar, tienen un gran riego de reincidir muy rápidamente.
En resumen, diez características que definen a la psicopatía están asociadas con los
déficit motivacionales relacionados con el tratamiento; esas características incluyen la falta de
insight, la ausencia de angustia, la ausencia de vínculo emocional, la ausencia de confianza, la
falta de honestidad, la falta de responsabilidad y la falta de control de impulsos. Hay que
preguntarse poco acerca de por qué los terapeutas son tan pesimistas acerca de la habilidad para
54
[N. T.] En nuestro país, libertad condicional o salida controlada al medio libre.
244
tratar efectivamente a los infractores psicopáticos (Fotheringhan, 1957; Gray y Hutchison, 1964;
Reid y Gacono, 2000).
terapeuta debe mantener, entre ser honesto en la terapia y no desempeñar una relación
terapéutica abiertamente dominante. Por ejemplo, como una condición básica para llevar
a cabo terapia con infractores psicopáticos, algunos terapeutas planifican comparar en
forma rutinaria los comentarios hechos por los infractores psicopáticos en tratamiento
con aquellos disponibles de otras fuentes colaterales. Los terapeutas hacen esto debido a
la tendencia de los infractores psicopáticos a mentir, negar y minimizar su participación
en actividades antisociales y criminales (Cleckley, 1976; Hare, 1991; McCord y McCord,
1964). Antes de comenzar la terapia, los terapeutas debieran informar a sus pacientes de
esta práctica, indicando delicadamente las razones para ello, y obtener el
consentimiento informado de los infractores psicopáticos para consultar registros
colaterales. Esto puede ayudar a reducir el impacto adverso en la alianza terapéutica ya
que los infractores psicopáticos ya sospechan y desconfían de los demás (Kernberg, 1998).
Sin embargo, cualquier pérdida de estatus y novedad debiera ser temporal y limitada.
6. Dé énfasis a la autosuficiencia. “Estilo de vida parásito” es el término que usa Hare
(1991, véase el ítem 9 del PCL-R) para referirse a la dependencia financiera persistente y
el apoyo que los infractores psicopáticos reciben de las otras personas. Algunos de esos
comportamientos “parásitos” son de naturaleza ilegal (por ejemplo, proxeneta,
involucración en comportamientos criminales, estafas a los servicios de asistencia social),
mientras que otros pueden no ser ilegales (por ejemplo, manipular a los amigos y a la
familia para obtener apoyo financiero). Independientemente que los infractores
psicopáticos se involucren en comportamientos ilegales o no, pueden desear participar en
el tratamiento para evitar o reducir problemas subsiguientes con la familia, los amigos,
los parientes o el sistema de justicia criminal. Los infractores psicopáticos poseen
habilidades sociales, interpersonales y cognitivas considerables, las que si se aprovechan
en modos prosociales podrían servir bastante bien; los infractores psicopáticos son
adecuados, bien parecidos, asertivos y persuasivos. Esto contrasta con muchos otros
infractores, cuya falta de habilidades es lo primero que necesita enseñárseles, antes que
esas habilidades puedan ser implementadas (Zamble y Porporino, 1990; Zamble y
Quinsey, 1997). Expresándolo en otra forma, los infractores psicopáticos poseen
habilidades sociales y cognitivas importantes, pero les falta de motivación o de dirección
para usarlas en formas prosociales, mientras que otros infractores carecen de las
habilidades sociales, pero poseen motivación para cambiar. El deseo de los infractores
psicopáticos para evitar las dificultades legales y sociales actuales y futuras puede ser
importante para ayudarlos a iniciar modos prosociales para su propio mantenimiento
financiero.
7. Maneje los comportamientos antisociales en lugar de cambiar las características de
personalidad. Como se ha mencionado previamente, frecuentemente hay limitaciones en
249
términos de la duración del tratamiento, las horas de contacto terapéutico y los recursos
correccionales. Considerando esas limitaciones, parece más razonable que los terapeutas
y los clientes se concentren en el manejo de los comportamientos socialmente
inapropiados en lugar de interesarse en intentar cambiar las características inadaptadas
de la personalidad (Harper y Hare, 1994).
8. Enseñe estrategias a los infractores para que cambien sus comportamientos. Los
pensamientos, los sentimientos y los comportamientos son objetivos importantes de la
terapia. En términos de las intervenciones diseñadas para las cogniciones desadaptativas,
podría enseñárseles a los infractores psicopáticos a identificar los pensamientos que
inician o mantienen los comportamientos antisociales. Creer que las otras personas son
maliciosas y que tienen intenciones dañinas puede hacer que los infractores psicopáticos
malinterpreten las situaciones benignas como amenazantes, y actúan en una forma
consistente con esa mala interpretación. En la siguiente sección argumentaremos que las
intervenciones diseñadas para los sentimientos inadaptados pueden no ser
particularmente provechosas con los infractores psicopáticos. En términos de las
intervenciones diseñadas para los comportamientos inadaptados, podría enseñárseles a
los infractores psicopáticos a planificar y a reflexionar. La impulsividad, o [no] pensar
antes de actuar, es una característica definitoria de la psicopatía (Hare, 1991; Hart y
Dempster, 1997) que tiene importantes implicaciones clínicas para el tratamiento.
Primero, los programas de tratamiento pueden enseñar a los infractores psicopáticos a
planificar la formulación de metas a corto y a largo plazo, identificar formas realistas
para alcanzar dichas metas, seleccionar los mejores medios para alcanzarlas, y
monitorear en forma continua el éxito de los planes conductuales. Parece razonable
concluir que los infractores psicopáticos tendrán más éxito para alcanzar metas
importantes si se los estimula a planificar y monitorear los planes para la acción.
Segundo, los programas de tratamiento pueden enseñar a los infractores psicopáticos a
hacer una pausa, reflexionar y monitorear sus comportamientos. La investigación de
laboratorio ha demostrado que los déficit en el procesamiento de la información entre los
infractores psicopáticos pueden ser superados parcialmente, al menos en lo que respecto
a tareas específicas, cuando se les pide que hagan una pausa (Newman et al., 1987). Este
hallazgo sugiere que los infractores psicopáticos pueden procesar claves en su ambiente
cuando se les solicita que reflexionen acerca de su comportamiento.
9. Concéntrese en las fortalezas cognitivas en lugar de los déficit afectivos. Los programas
de tratamiento para los infractores psicopáticos han tenido dos enfoques básicas para
tratar con los déficit: pueden intentar mejorar los déficit (Lowenstein, 1996), o pueden
ignorar los déficit y trabajar en su lugar con las fortalezas existentes (Templeman y
Wollersheim, 1979). ¿Cuál de esos dos enfoques podría ser usado en forma exitosa con los
250
infractores psicopáticos? La ausencia de una teoría del desarrollo de los afectos en los
individuos normales, enriquecida y con apoyo empírico, significa que hay poca evidencia
en la cual basar las intervenciones diseñadas para remediar las experiencias afectivas
anormales entre los infractores psicopáticos. Además, algunos investigadores han
argumentado que es poco probable que los infractores psicopáticos se beneficien con los
programas correccionales que buscan reducir la confusión intrapsíquica y desarrollar la
autoestima, la empatía y la conciencia (Rice et al., 1992; Wong y Hare, en imprenta).
Tomados en conjunto, esos hallazgos sugieren que las intervenciones cognitivo-
conductuales estructuradas son más promisorias para el tratamiento de los infractores
psicopáticos (véase Andrews et al., 1990; Templeman y Wollersheim, 1979).
10. Desarrolle estrategias para mantener el cambio conductual. La motivación necesita ser
elevada después de haber recobrado la libertad y sostenida por largos períodos de tiempo
para prevenir recaídas y para consolidar las ganancias del tratamiento previo. Los
individuos que están motivados para cambiar hacen sacrificios considerables, y se
comprometen con la mantención del cambio (Rosenbaum y Horowitz, 1983). Los
infractores psicopáticos deben estar en guardia en forma constante para implementar las
habilidades recientemente adquiridas y enseñadas en la terapia. Esto es particularmente
cierto cuando no hay maestría en las habilidades en los contextos en las cuales se han
aplicado y que no han sido totalmente incorporadas en los repertorios conductuales.
Cuando sea posible, la supervisión estrecha y la continuación del tratamiento en la
comunidad son importantes para mantener la motivación, prevenir recaídas y generalizas
las ganancias del tratamiento en las situaciones de la vida real, particularmente durante
el período inmediatamente posterior a la recuperación de la libertad. Con independencia
de las intervenciones empleadas, los infractores psicopáticos debieras estar conscientes
que son particularmente vulnerables a las recaídas y deben continuar sosteniendo sus
esfuerzos para evitarlas. Sin embargo, a menudo la recaída es la regla y no la excepción
(Prochaska et al., 1992); la consecuencia de la recaída debiera ser considerada como una
parte normal del proceso de tratamiento con los infractores psicopáticos y debiera darse
énfasis a las ganancias positivas del tratamiento.
RESUMEN
Los infractores psicopáticos poseen un alto riesgo para el comportamiento violento y
criminal, incluso cuando se los compara con otros infractores serios y persistentes. Los infractores
psicopáticos presentan el principal desafío a los proveedores de tratamiento debido a la
naturaleza compleja del trastorno en si mismo, su comorbilidad con otras formas de trastornos
mentales, y su asociación con otros riesgos y necesidades criminógenas.
251
REFERENCIAS
55
[N. T.] Permítase discrepar con los autores; la investigación actual de resultados en psicoterapia indica que la
creatividad de los terapeutas y su capacidad de acomodación a los clientes está asociada fuertemente con los logros de la
terapia.
253
254
255
256
257
258
Capítulo 13
INTRODUCCION
Ha sido largamente reconocido que, a pesar de su uso común, el término “infractor
mentalmente perturbado” está recargado de dificultades conceptuales y operacionales
(Blackburn, 1993; Hollin y Howells, 1993a). Esos problemas han sido descritos en términos de los
desafíos que esto plantea a los legisladores y a los prestadores de servicios respecto al manejo
apropiado de esta población (Baker, 1992; Coid y catan, 2000; Prins, 1993). Esto ocurre (al menos
en parte) debido al choque potencial de un número de distinciones sociales y dominios
psicológicos. Por lo tanto, el comportamiento y las acciones del individuo requieren ser
comprendidas en términos de enfermedad mental, disfunción psicológica, carácter, dificultades
sociales y culturales, y prescripciones legales. Sin embargo, están menos articulados los
problemas profundos que esas dificultades suponen para la intervención terapéutica con esos
pacientes. Creemos que ha habido una marcada falta de consideración a la interacción compleja
de factores subyacentes a la motivación de los pacientes para su adherencia y participación en el
proceso de tratamiento. Esta falta de consideración respecto al tópico de la motivación ocurre a
pesar del hecho que, al nivel del paciente individual, esos factores afectan la toma de decisiones
respecto a problemas cruciales como la continuación de la detención y la peligrosidad percibida.
Sostenemos que el examen acucioso del tópico de la motivación en esta población ha estado muy
retrasado.
Para clarificar el enigma que significan esos pacientes, es apropiado identificar los
marcadores que definen a la población objetivo. En parte, esto podría parecer tautológico,
simplemente especificando a aquellos individuos convictos por infracciones que también parecen
sufrir un trastorno mental. Mientras que sería cómodo describir a la mayoría de los individuos
como infractores mentalmente perturbados (por ejemplo, pacientes internos en hospitales y en
unidades psiquiátricas, y aquellos a cargo de los servicios de salud mental forense de la
comunidad), esto no clarifica necesariamente el estatus de un número significativo de los
residentes dentro del sistema penal que experimentan problemas de salud mental (Taylor, 1986),
ni de aquellos tratados dentro de los programas de los sistemas comunitarios de la justicia
259
criminal. Además de ese problema, también es claro que esta población no es homogénea
respecto a la naturaleza de sus trastornos mentales. Es decir, cualquier población de infractores
con trastorno mental consistirá probablemente en pacientes con diagnóstico primario en el Eje I o
el Eje II del DSM, o sea enfermedad mental mayor, trastorno de personalidad o discapacidades de
aprendizaje, cada uno con características y desafíos singulares. En realidad, el cuadro es
enturbiado por los niveles elevados de dificultades de co-morbilidad evidenciados por esos
pacientes (Blackurn et al., 1990, 2002; Coid, 1992; Mbatia y Tyrer, 1988; Quayle et al., 1998).
Inevitablemente esas complejidades clínicas impactan a las intervenciones terapéuticas y a los
resultados probables (Hollin y Howells, 1993b; Linehan, 1993), y deben ser tomadas en cuenta
cuando se examina el tópico de la motivación terapéutica.
Además, y evidente por si mismo, el tratamiento y el manejo de esos pacientes tiene que
tomar en cuenta la realidad de su estatus de infractor. Es decir, para muchos de esos pacientes,
su libertad está limitada y controlada, y hay abiertamente un componente de la justicia criminal
en la forma en que ellos son manejados. Argumentaremos que esto actúa en diversos niveles,
desde las circunstancias y recursos ambientales, a través del clima y cultura (anti)terapéutica, y
los elementos políticos y legales del manejo del caso. Dentro del contrato terapéutico esto puede
ser evidenciado en la competencia entre las metas de tratamiento (a menudo incompatibles). Por
lo tanto, el alivio de la sintomatología presente y el fomento del bienestar psicosocial obligarán a
la reducción del riesgo y el daño como objetivos primarios para la intervención. Esto puede
conducir a la entrega muy mezclada de mensajes para el paciente. Esto puede llevar a que
algunos (o todos) los problemas de comportamiento del individuo sean vistos, por ejemplo, como
resultado de su enfermedad o sintomatología. Como tal, se espera que el alivio de la
sintomatología lleve a la resolución de los problemas de comportamiento. En contraste,
comportamientos similares pueden ser vistos dentro del control consciente del individuo, y
estimarse que la persona es responsable de las consecuencias, con los problemas
psicológicos/psiquiátricos considerados simplemente respecto a su mitigación. Además, no
solamente los problemas de la rehabilitación y el castigo pueden coexistir incómodamente
respecto al mismo paciente, sino que también los clínicos oscilan en sus análisis de las causas
respecto a los mismos comportamientos entre los individuos. De este modo, en algunos casos, los
miembros del equipo clínico conciben al comportamiento del paciente como provenientes de
causas sociales o psicológicas, mientras que otras veces el diagnóstico del paciente puede ser el
factor ignorado en la atribución causal. Esto puede impactar no solamente a la forma en que la
terapia es autorizada o entregada, sino que también el clima y el ambiente en el cual el individuo
reside durante la custodia y el tratamiento. Obviamente, es necesario incorporar esos tópicos en
la intervención y en el análisis de los resultados. Desgraciadamente, a pesar del interés creciente
en los resultados, hay poca evidencia que indique sensibilidad a esos factores confusos (Rice y
Harris, 1997).
260
Lo anterior coloca de relieve uno de los temas principales de este capítulo, es decir, que
todo intento por comprender la motivación y su influencia en la intervención debe considerar no
solamente los factores intrínsecos, sino que también los factores extrínsecos y contextuales. En
realidad, es muy persuasivo el fracaso en el reconocimiento y en la respuesta a la misma
importancia de ambos dominios (y su interacción), lo que creemos que ha llevado al nihilismo
terapéutico tradicional que ha rodeado a esta población.
Esos problemas pueden ser exacerbados por instalaciones antiguas e inadecuadas; sin
embargo, sería ingenuo asumir que instalaciones nuevas resolverán por si mismas esos problemas
potenciales. Nuestra experiencia es que incluso las instalaciones con un campo de césped puede
ser marchitado por el fracaso en colocar los requerimientos terapéuticos antes que las
restricciones de costos o sutilezas estéticas- Por ejemplo, las unidades pueden estar diseñadas
con pocas o ninguna instalación para la entrevista o el tratamiento. Además, cuando esas
instalaciones se incluyen en el diseño del lugar, es destacable como en realidad pueden ser
reconfiguradas para otras funciones más mundanas (como una despensa).
Como si esto no fuera lo suficientemente problemático, puede argumentarse que la
tensión entre el tratamiento y la seguridad es dinámica, con una oscilación entre las dos
funciones, una a expensas de la otra. El precio del desarrollo terapéutico es que a menudo éste
es visto como la relajación de las disposiciones de seguridad existentes, y el costo de la terapia
es un aumento en la seguridad. Parcialmente, esto puede ser visto como una consecuencia de la
actitud de los servicios “forenses” hacia los riesgos. Es decir, tienen una tendencia a operar
desde la percepción de la aversión al riesgo y a la evitación más que el manejo [de los mismos].
De este modo, los peligros para la seguridad son concebidos como el reflejo de un fracaso
organizacional en lugar de secuelas infortunadas, pero inherentes, a tratar con infractores con
trastorno mental o en realidad con cualquier población privada de libertad. Obviamente, las
brechas serias a la seguridad son muy problemáticas, y tienen que ser abordadas. Sin embargo, lo
que es evidente con mucha frecuencia es que el grado en el cual esos servicios responden a
infracciones relativamente menores es desproporcionado a las circunstancias. Esto puede ser
observado muy claramente al nivel del paciente individual, en el grado en el cual los incidentes
relativamente menores pueden ser usados como evidencia de un riesgo serio y global, con
implicaciones para la toma de decisiones a corto y mediano plazo respecto a las reglas.
Sería fácil para todas las personas percatarse del nivel de la responsabilidad para el
manejo de los desafíos destacados anteriormente con los cuales se enfrenta la unidad clínicas y
los administradores operacionales, pero rara vez, si es que ocurre alguna vez, los profesionales
forenses exponen sus preocupaciones respecto a las condiciones dentro de las cuales se espera
que entreguen sus servicios. Aunque esos problemas estructurales han sido reconocidos
(Department of Health, 1992), hay poca evidencia precisa —en el Reino Unido, por cierto— para
indicar a las autoridades que se movilicen más rápidamente para transformar radicalmente o, si
es necesario, cerrar las instituciones. Es el peso de la arrogancia (o quizá la ignorancia) asumir
que esa ausencia de acciones no está perdida en aquellos pacientes que tienen el infortunio de
estar detenidos en esas instituciones. Incluso en ese contexto, es improbable que el poco
progreso terapéutico, en el manejo cotidiano de los casos, sea atribuido a las instituciones y no a
los pacientes individuales.
262
Proponemos que habría dos procesos fundamentales que mantienen este estado de cosas.
El primero es la dominancia de las consideraciones de la justicia retributiva en el manejo de los
infractores con trastorno mental. Segundo, la influencia del modelo médico tradicional,
mantenido por el marco legal dentro del cual son suministrados los servicios.
Como se identificó anteriormente, los objetivos terapéuticos para esos pacientes tienen
dos objetivos: mejorar el estatus psicológico y la reducción del riesgo. En la práctica, a menudo
esos objetivos chocan, dejando al paciente (y por lo tanto al terapeuta) en una posición algo
confusa y de desamparo. Por un lado, se ha tratado mucho en el sistema médico-legal el
problema de la capacidad de tratar a los infractores, que sirve de fundamente para la toma de
decisiones respecto a la detención inicial y la mantención de la detención de aquellos, y al mismo
tiempo es raro que el egreso de los infractores a sistemas ambulatorios y comunitarios sea
manejado en una forma globalmente determinada por las necesidades de atención del individuo.
Aunque es apenas reconocido, hay poca duda que en el manejo de los infractores con
trastorno mental hay una consideración de los requerimientos apropiados de la justicia
retributiva. Eso no es especificado con frecuencia, posiblemente debido a que comprende una
amalgama compleja de juicios respecto al índice de la severidad del delito, la culpabilidad y el
estatus de enfermedad (Blackburn, 1993). Los efectos de esto pueden bien ser sentidos en el
nivel de toma de decisiones ejecutivas, manifestándose frecuentemente en el modo el cual el
paciente es manejado en el día a día. Es decir, se vuelve muy fácil en el profesional desarrollar
un prejuicio respecto a la distribución de recursos y oportunidades, interfiriendo con su habilidad
para actuar en un rol en beneficio de todos sus pacientes. No es sorprendente que a menudo los
pacientes sean muy sensibles a esas actitudes.
Que este problema se manifiesta en la práctica es evidente a partir del torrente de
Indagaciones que se han iniciado respecto a las prestaciones para tratar a los infractores con
trastorno mental (Coid y Catan, 2000). Es un misterio que haya tan poca evidencia del
aprendizaje de las lecciones de la historia. Por cierto, muchas de las soluciones aparentes que se
han propuesto (por ejemplo, reducir el tamaño de las instituciones) no parecen responder a los
problemas subyacentes. Lo que aun está sujeto a consideración son las dificultades potenciales
inherentes en entregar rehabilitación dentro de un modelo implícito de enfermedad de los
infractores (Taylor et al., 1993). En realidad, la mayoría de los problemas enunciados más arriba
pueden ser vistos como un producto directo de la dominancia de este paradigma. Puede
argumentarse que la confianza de la medicina tradicional en la farmacoterapia como el agente
principal del cambio clínico es el que ha asegurado la mantención de muchos de los
impedimentos ambientales a la motivación y el compromiso del paciente. Fundamentalmente,
este paradigma no requiere nada más del paciente que éste sea un receptor pasivo de los
medicamentos prescritos, y nada más del ambiente que tenga el medicamento disponible a
tiempo. Desde esta perspectiva es perfectamente apropiado ver a las tareas de la atención en
263
salud como custodia y confinamiento seguros. Igualmente, para el paciente, el paradigma sirve
para absolverlo/a de su participación activa dentro del proceso de cambio; la responsabilidad
pasada y las oportunidades futuras son una función del cambio en el estatus de la enfermedad.
De este modo, los impedimentos a los esfuerzos terapéuticos más amplios son vistos, dentro de
este modelo, con poca relevancia para el resultado.
A pesar de ser atractivo operacional y administrativamente, hay solamente un apoyo
limitado para el modelo de enfermedad de los infractores (Monahan et al., 2001). Sólo algunos
infractores con trastorno mental son el resultado directo de su enfermedad. Igualmente, hay
poca evidencia clínica que la farmacoterapia sola es suficiente para producir una resolución de la
peligrosidad presente y a futuro del individuo. Esto es evidenciado por las dificultades que supone
para el sistema que en relativamente pocos pacientes su enfermedad está sujeta a una remisión
rápida después de la detención. Lo que destaca gráficamente la experiencia clínica es la
necesidad de intervenciones psicológicas para los infractores, cuyos objetivos son la constelación
de cuestiones pertinentes a sus problemas presentes y el requerimiento de la provisión de
condiciones óptimas dentro de las cuales éstas pueden ser entregadas.
El análisis anterior ha servido para identificar un número de factores extrínsecos y
contextuales que influyen poderosamente en la adherencia del paciente y en la motivación
dentro de los ambientes con infractores con trastorno mental. Es evidente que muchos
infractores con trastorno mental están sujetos a restricciones severas a su libertad. La duración y
el grado de esa restricción están inherentemente vinculados con la severidad del delito. Los
servicios señalan ambiguamente la necesidad que el infractor con trastorno mental demuestre
adherencia en el tratamiento y mejoría en la conducta antes que pueda ocurrir el progreso. Sin
embargo, como se ha sugerido, un conjunto de variables adicionales, abiertas y encubiertas,
influyen en esta ecuación. La relativa escasez de terapeutas hábiles, la prioridad colocada en la
seguridad, y la baja calidad de los ambientes terapéuticos, influyen en el mensaje que el
paciente recibe respecto a sus circunstancias. Considerado desde esta perspectiva, es poco
realista esperar que de esos pacientes se obtenga adherencia y que mantengan la motivación
para el contacto [terapéutico] en una forma (ampliamente) equivalente al encontrado en otros
contextos más estándares.
En nuestra opinión, la respuesta al tipo de cuestiones destacadas más arriba para
optimizar la motivación del paciente se encuentra en los profesionales y los administradores. Esto
requiere que la responsabilidad sea aceptada en el nivel ejecutivo para la provisión de un
escenario apropiadamente terapéutico, dentro del cual los profesionales puedan estimular al
nivel del paciente individual el establecimiento y la mantención de compromiso con los cambios
psicológico y conductual. Las implicaciones de esos desafíos para el desarrollo de servicio futuros
serás examinadas posteriormente. Antes que esto sea respondido, es esencial examinar los
factores intrapsíquicos pertinentes a la motivación.
264
síntomas de intrusión y evitación, lo cual oscurecerá la presentación clínica. Esto, por ejemplo,
podría encontrar expresión en que los pacientes eviten activamente hablar o pensar respecto a
sus acciones pasadas, negando su responsabilidad o regresando a justificaciones psicóticas de sus
acciones.
Los clientes traen consigo todos esos elementos cuando se intenta que adhieran a un
proceso de cambio. Con frecuencia esos problemas no son reconocidos por los terapeutas y los
equipos clínicos. La falta de reconocimiento de esas dificultades que tienen los clientes para
iniciar relaciones sociales, la incomodidad para repasar sus experiencias, o su falta de confianza
en creer que puedan controlar su comportamiento, lleva fácilmente a la conclusión que los
clientes son “resistentes” o “difíciles” cuando luchan contra una experiencia que parece
completamente nuevo para ellos —adherir a terapia. Similarmente, la falta de apreciación de los
antecedentes culturales de los clientes puede dar como resultado que el terapeuta o el equipo
clínico adapten una actitud inapropiadamente punitiva cuando el cliente tiene dificultades para
adoptar valores sociales generalmente más aceptables.
Similarmente, la falta de reconocimiento del problema del trauma o el duelo y sus
consecuencias, puede crear todo tipo de dificultades en el desarrollo de relaciones terapéuticas
efectivas y en la motivación para cambiar del cliente y el deseo de involucrarse con el equipo.
Las reacciones traumáticas pueden ser diagnosticadas erróneamente como “psicosis”, vaivenes
endógenos del ánimo, o como evidencia de negación. Similarmente, las reacciones de duelo con
frecuencia atraen el diagnóstico de “depresión”. Generalmente este diagnóstico errado da como
resultado la prescripción de medicamentos, los cuales pueden interferir con el progreso del
cliente en esos problemas, mientras que la rabia intensa, que puede acompañar al trauma o al
duelo, es vista como una parte de la patología del cliente.
Es claramente inapropiado y francamente peligroso adoptar supuestos simplistas respecto
a la motivación de los infractores con trastorno mental. Los desafíos clínicos que presentan el
desarrollo y el apoyo de su motivación para cambiar, están probablemente entre los más
complejos que puede enfrentar un profesional en el campo de la salud o del servicio social.
Desde el inicio es importante establecer que, para los infractores con trastorno mental,
que la adherencia a tratamiento no es necesariamente lo mismo que estar motivado a cambiar.
En realidad, para los infractores con elevados niveles de psicopatía, la adherencia a tratamiento
puede llevar a tasas más elevadas de reincidencia (Hare et al., 2000), quizá debido a que los
tratamientos en si mismos ofrecen oportunidades para que los infractores se involucren y se
refuercen cogniciones y comportamientos psicopáticos. Para otros infractores con trastorno
mental, la adherencia a tratamiento puede convertirse casi en una forma de institucionalización
—un requerimiento conductual que no está relacionado con una comprensión real de la necesidad
de un cambio personal. Esto fue ejemplificado hace algunos años por uno de nuestros pacientes
que había sido trasferido recientemente a otra institución. Cuando, después de algunas
266
confrontaciones serias entre él y otros pares, estábamos discutiendo acerca del tratamiento de su
rabia, ¡respondió furiosamente que ha había tenido tres cursos para el manejo de la rabia, y que
el no necesitaba más tratamiento!
Al mismo tiempo, la falta de adherencia al tratamiento no significa necesariamente una
ausencia de motivación para cambiar (DiClemente, 1999). En algunos casos, las opciones de
tratamiento pueden estar limitadas, por ejemplo, a sesiones grupales, debido a la limitación de
los recursos limitados, preferencias del equipo clínico o una política institucional. Los pacientes
pueden exhibir resistencia a algunos aspectos del método de tratamiento ofrecido, a pesar de
estar muy motivados a cambiar. Los factores subyacentes a esa resistencia pueden ser muy
sutiles, como es ilustrado por un paciente reciente que había estado trabajando bien diversos
problemas, pero que dejó de responder cuando comenzamos a abordar la temática del abuso
sexual en la infancia que él había identificado como el mayor objetivo del tratamiento.
Eventualmente, apareció que había sido abusado por hombres, y creía que cualquier hombre que
le ofreciera ayuda, posteriormente requeriría a cambio sus favores sexuales. Aunque quería
ayuda en forma desesperada para terminar con [los síntomas] del abuso, era incapaz de trabajar
con un terapeuta de género masculino. Cuando se incorporó una terapeuta mujer en esta parte
del tratamiento, rápidamente volvió a mostrar adherencia. Desafortunadamente no es común (y
quizá no sea posible) que los métodos de tratamiento sean considerados como un factor principal
en los planes de tratamiento, lo cual con frecuencia es crítico en el tratamiento de personas
dañadas.
Este cliente también demostró otra faceta respecto a la motivación para el cambio, la
que suele ser pasada por alto. Los clientes con trastornos complejos pueden exhibir una
motivación muy diferente para aspectos distintos de sus problemas. La “motivación para
cambiar” es tratada a menudo como si fuera un rasgo global o característico del individuo. Se ha
otorgado poco reconocimiento al hecho que los clientes pueden estar muy motivados a tratar
algunos de sus problemas, mientras que al mismo tiempo pueden ser resistentes a trabajar otros
problemas /DiClemente, 1999; Rollnick et al., 1999). Esto puede ser conceptualizado mejor
dentro de las fases de cambio de Prochaska y DiClemente (1986), reconociendo que los clientes
con problemas múltiples peden estar en diferentes fases para cada problema. Dentro del enfoque
de la entrevista motivacional desarrollada por Miller (Miller, 1983; Miller y Rollnick, 1991), este
fenómeno es abordado adoptando una estrategia general para comenzar con los problemas que el
cliente está preparado para reconocer, antes de dirigirlo hacia otros tópicos. En algunos casos, el
punto de inicio puede estar bastante lejos de los problemas centrales. Sin embargo, esta
estrategia puede ser particularmente importante para los infractores con trastorno mental,
especialmente cuando los clientes son incapaces de reconocer su trastorno mental o su delito.
La combinación del trastorno mental y el delito puede crear un problema singular y
complejo para ayudar a los clientes a resolver sus problemas motivacionales. Un problema común
267
es que los clientes que han cometido un crimen grave dentro del contexto de un sistema de
creencias alucinatorio. Si el sistema alucinatorio es resistente al tratamiento, entonces el cliente
puede mantener una racionalización del delito que sea consistente con sus creencias
alucinatorias. Al mismo tiempo, los intentos por desafiar o modificar las creencias alucinatorias
del cliente debilitarán la racionalización que el cliente hace del delito, e inevitablemente
mostrará resistencia en la medida que el cliente comience a comprender la gravedad de sus
acciones.
Surgen problemas similares con clientes que han sostenido con firmeza sus creencias,
aunque éstas pueden no haber alcanzado una intensidad alucinatoria. Muchos clientes con
trastorno de personalidad sostienen firmemente creencias que usan para justificar su
comportamiento criminal. Aunque esas creencias no son alucinatorias, muchas de ellos pueden
debilitar gravemente su motivación para adherir al tratamiento o a la rehabilitación. Si, como
resultado de la experiencia personal en los años formativos, una persona cree que el mundo es un
lugar hostil y que los demás se aprovecharán de ella, puede ser en realidad difícil persuadirla que
hay formas viables o seguras para protegerse a si misma distintas a actos de violencia vacíos.
Puede afirmarse que esos clientes permanecen en la fase de precontemplación de Prochaska y
DiClemente (1986).
Al mismo tiempo, también hay otros individuos muy vulnerables cuyas creencias fijas les
niegan la oportunidad de un vínculo positivo con la demás personas. Sus creencias son centrales a
la racionalización o justificación de su delito, y su pérdida los haría aun más vulnerables. Es
probable que fracase cualquier trabajo motivacional cuyo objetivo sean esas creencias. Un
enfoque más productivo puede ser centrarse en la reducción de la vulnerabilidad general del
cliente, persistiendo en el desarrollo de una relación terapéutica positiva, a la vez que se
reconocen y se validan otros problemas que proponga el cliente. Hay alguna evidencia que apoya
ambas estrategias en las poblaciones con trastorno mental.
La evidencia actual sugiere que en cualquier tipo de terapia psicológica, el factor más
consistente en la predicción del éxito terapéutico es la calidad de la relación terapéutica (Martin
et al., 2000). Las personas con trastorno mental en general, y los infractores con trastorno
mental en particular, con frecuencia tienen problemas fundamentales para desarrollar y sostener
relaciones con los demás. En realidad, para las personas con trastorno de personalidad, muchas
de las características definitorias de esos trastornos se encuentran dentro del dominio del
funcionamiento interpersonal pobre; mientras que se ha reconocido desde hace tiempo que las
personas con enfermedades mentales mayores como la esquizofrenia tienen dificultades
considerables con las relaciones. Sin embargo, la investigación apoya la idea que la relación o
alianza terapéutica es crucial. Frank y Gunderson (1990) han mostrado que donde los pacientes
esquizofrénicos y sus terapeutas son capaces de desarrollar una buena alianza, hay mayor
adherencia a los medicamentos, menos abandonos y mejores resultados. Sin embargo, menos de
268
la mitad de esas parejas paciente-terapeuta fueron capaces de lograr una relación terapéutica
buena y efectiva. Gehrs y Goering (1994) mostraron que la percepción de una buena relación
paciente-terapeuta fue predictiva de un buen resultado, y que además hay consenso que esto es
muy difícil de lograr con los pacientes psicóticos.
El logro de una relación terapéutica con infractores con trastorno mental severo es
complejo, consume tiempo y recursos. Hasta el presente hay pocas guías en la literatura acerca
de cómo puede lograrse esa relación. Hay alguna evidencia que el concepto rogeriano de la
congruencia puede ser particularmente importante con los clientes más perturbados (Meras y
Thorne, 1988). La congruencia se refiere a que el terapeuta es auténtico en su habilidad para
trabajar con el cliente, en lugar de escudarse bajo un rol profesional. Esto parece ser muy similar
al concepto de autenticidad de Truax y Carkhuff (1967), quienes argumentan que la calidez, la
autenticidad y la empatía son los fundamentos de la alianza terapéutica. Que ellas sean difíciles
de alcanzar y mantener con infractores con trastorno mental, no las invalida como el fundamento
para el trabajo con esos clientes.
En una revisión de la investigación en psicoterapia, Roth Y Fonagy (1996) identificaron a
la experiencia del terapeuta como importante en el desarrollo de una alianza terapéutica, y
como una mejor predictora del resultado en los clientes más perturbados que el entrenamiento
profesional. Los terapeutas con más experiencia perdieron menos clientes y parecían afrontar
mejor las actitudes predominantemente negativas y hostiles de los clientes hacia la terapia. Sin
embargo, la revisión ofrece poca ayuda para comprender el proceso del desarrollo de una
relación efectiva.
Una estrategia que puede contribuir a las relaciones efectivas es el uso de la validación.
La validación es un enfoque por el cual aboga Linehan (1993) como una estrategia central de la
terapia dialéctica conductual, un enfoque terapéutico diseñado para ayudar a las mujeres con
trastorno de personalidad limítrofe que se infringen daños. Liberan (1993) describe a la validación
como una estrategia de aceptación que “comunica a la paciente, en una forma no ambigua, que
su comportamiento tiene sentido y es comprensible en su contexto actual (Linehan, 1993, p.
221). Esto se logra en tres pasos. La observación activa, que establece lo que ha acontecido o
está ocurriendo a la paciente. Reflejo, donde el terapeuta refleja a la paciente sus propios
sentimientos, pensamientos, supuestos y comportamientos. Esto tiene el efecto de comunicar
constantemente a la paciente que está siendo escuchada y comprobando al mismo tiempo la
compresión del terapeuta de lo que está ocurriendo. Finalmente, el terapeuta provee validación
directa, observando y reflejando la validez de la respuesta de la cliente. Si la respuesta es
disfuncional, es usual que algunos elementos del comportamiento de la cliente sean apropiados al
contexto en el cual ocurre, y puede ser validado.56
56
[N. T.] Es interesante advertir que muchas de las estrategias terapéuticas mencionadas en este libro, como la recién
indicada, fueron desarrolladas por Carl Rogers a finales de los años 1950 y principio de los 1960, en la psicoterapia
centrada en el cliente. Sin embargo, están siendo “descubiertas” en los 2000 por terapeutas que se han adscrito a la
269
psicoterapia validada empíricamente, la terapia cognitivo-conductual, la cual ha colocado el énfasis a las técnicas de los
terapeutas como los elementos centrales para el cambio del cliente; mientras que otras variables, como la relación y la
alianza terapéutica, se consideraban variables no específicas, y difícilmente controlables en los diseños experimentales
con asignación al azar de los sujetos a grupos experimentales o grupos controles.
270
que regresivo. Este permitiría que el estatus clínico actuara como el impulso primario,
especialmente durante las fases posteriores del tratamiento del paciente.
Independientemente de cuán importante pueda ser probado lo anterior, los efectos
probablemente se sentirán en un ambiente y en una cultura que facilite la motivación y la
terapia. Se ha hecho mucho, al grado que esos problemas permanecen ignorados por los
profesionales y los diseñadores de las políticas. Por eso es que creemos que esto no continuará
ocurriendo. Durante algún tiempo se han hecho esfuerzos para operacionalizar la cultura y el
clima carcelarios, y evaluarlo sistemáticamente en los principales contextos psiquiátricos (Moos,
1974). No hay razones por las cuales los servicios psiquiátricos forenses para infractores con
trastorno mental debieran estar exentos de un examen similar. Esto podría proveer una poderosa
influencia para el cambio ambiental y cultural.
Dadas las implicaciones significativas para los pacientes del fracaso percibido en su
adherencia o su progreso, parecería justo exigir que los servicios forenses alcancen estándares
ambientales y culturales apropiados. En otras palabras, las instituciones y los servicios debieran
llevar un registro cuando el escrutinio independiente indica que las prácticas y los
procedimientos han caído bajo niveles aceptables predeterminados. La historia sugiere que los
sistemas asesores fracasan manifiestamente en ese aspecto. Sin embargo, sugeriríamos que los
sistemas asesores sufren de una falta de conceptos y estándares apropiados para fomentar la
medición y la evaluación de los factores pertinentes descritos en este capítulo. El desarrollo de
estándares más apropiados, conjuntamente con una medición regular, podría ayudar a fomentar
una cultura más dinámica en la entrega de los servicios; es decir, una cultura que esté
verdaderamente orientada hacia el paciente y los resultados. Sin duda, la resolución de esto
entregaría un cuadro en el cual los factores intrínsecos pertinentes a la motivación terapéutica
podrían ser considerados y se hicieran progresos respecto a ellos. Dentro de este contexto, la
consideración activa de las circunstancias motivacionales del individuo serían el centro de los
esfuerzos terapéuticos.
Esa resolución solamente puede alcanzarse si los administradores y los diseñadores de las
políticas son conscientes de la importancia del ambiente y de los procedimientos en el alcance
del cambio terapéutico efectivo. Si el tratamiento y la rehabilitación son los objetivos primarios
(y esos debieran ser los objetivos en los sistemas de salud), entonces el contexto debe reflejar
esto. Esto solamente puede lograrse por clínicos orientados psicológicamente que se hagan
escuchar y demuestren la necesidad del diseño de políticas, y el diseño ambiental y los sistemas
de seguridad reflejarían esto. Sin esto, habrá poca presión sobre los sistemas actuales para
cambiar, y continuará la actitud complaciente que la motivación para el cambio es de entera
responsabilidad del cliente o paciente.
Desafortunadamente, como hemos indicado, incluso muchos clínicos orientados
psicológicamente pasan por alto la importancia del contexto y del ambiente en su trabajo, y
271
argumentado que esas complejidades, hasta la fecha, han sido poco entendidas y raramente han
sido consideradas. Por el contrario, ha habido una tendencia de los servicios y los profesionales a
basarse en conceptos limitados de la práctica terapéutica “principal”. Se han entregado
argumentos cuyo objetivo es presentar una perspectiva alternativa que funcione con los
infractores con trastorno mental que requieren un enfoque de múltiples niveles respecto a la
motivación. Esta perspectiva propone que la optimización de la motivación del paciente requiere
de profesionales que tomen en consideración estratégicamente los problemas contextuales en los
cuales desarrollar un enfoque más táctico para el trabajo terapéutico con el cliente individual.
REFERENCIAS
273
274
275
Capítulo 14
CLIVE R. HOLLIN
Centre for Applied Psychology, University of Leicester, Reino Unido
Como el pescado y las papas fritas, la sal y la pimienta, y Lenon y McCartney, las palabras
“crimen” y “castigo” han estado siempre asociadas en el léxico de las asociaciones colectivas. Es
probable que esta asociación provenga de tiempos muy antiguos, y por cierto desde los primeros
registros históricos, la respuesta estándar de la sociedad a los actos equivocados fue administrar
castigo. También está claro en los registros históricos, hasta hace poco, es que en esas ocasiones
cuando se aplicaba el castigo, las medidas punitivas eran inevitablemente crueles y severas en
extremo. Como Siegel (1986) advierte, en diversas épocas en la historia, el castigo legal para la
comisión de crímenes ha incluido palizas, marcas con hierro caliente, amputación, lapidación y
deportación. Además, había muchas variaciones de la administración de la pena de muerte,
incluyendo la hoguera, la decapitación y la horca. Similarmente, cuando se usaba la
encarcelación, los regímenes de la prisión eran crueles en extremo. Thomas (1998) describe
diversas prácticas severas para quebrar el espíritu de los prisioneros en la Inglaterra victoriana.
Lilly y sus colegas (1995) señalan que la severidad de esas medidas punitivas no surge por
azar. A través de la historia, las consecuencias del crimen para el infractor han sido un reflejo de
las explicaciones de la sociedad para el crimen. Como Lilly et al. sugieren, muchas sociedades
primitivas sostenían la creencia que un individuo que había cometido un crimen estaba poseído
por los demonios. Se colige, entonces, que el castigo severo no estaba dirigido hacia la persona
sino que al espíritu maligno, frecuentemente con una intención religiosa. Similarmente, rituales
como la ordalía de sumergir en el agua al prisionero estaba basada en la creencia que Dios no
permitiría que un inocente sufriera: para el acusado, la muerte era una señal clara de su
culpabilidad. Desde luego, no había una distinción clara entre el espíritu y la política. De este
modo, el castigo entregado en el nombre de Dios podría, como si hubiera una coincidencia, servir
a algunos propósitos políticos locales.
Es relativamente reciente que ha habido un cambio desde las explicaciones espirituales
del crimen y sus formas asociadas de castigo. Este cambio en el pensamiento surge con el
advenimiento de la teoría clásica, un desarrollo teórico atribuido generalmente (Dossier, 1989;
Russell, 1961; Siegel, 1986; Tierney, 1996) a la influencia de dos figuras claves, el noble y
economista italiano Cesare Beccaria (1738-94), y el filósofo británico Jeremy Bentham (1784-
276
1832). El supuesto básico de la teoría clásica se apoya en el concepto del libre albedrío: cada
individuo es libre de escoger lo que desea hacer. Además, la teoría clásica asume la perspectiva
que nuestras acciones están guiadas por el hedonismo; es decir, siempre queremos actuar de
modo de evitarnos el dolor y brindarnos placer. Así, de acuerdo a la teoría clásica, el criminal es
alguien que, cuando surge la ocasión, actúa libremente para estimar la ganancia o los costos
netos de la comisión de un crimen. Si las ganancias son percibidas que pesan más que los costos,
entonces se comete el crimen y viceversa. En la medida que esos supuestos teóricos respecto a
las acciones humanas se aplican por igual a todas las personas, debe asumirse que todos tenemos
igual probabilidad de cometer un crimen (y por lo tanto, todos somos iguales ante la ley).
De este modo, como Lilly et al. sugieren irónicamente, la teoría clásica ofrece un modelo
de los criminales como personas calculadoras, un individuo que hace un balance antes de tomar
opciones racionales respecto a obedecer o romper la ley. La ciencia humana contemporánea
podría preguntar, “¿Dónde se origina el libre albedrío?” o “¿Cómo el libre albedrío causa las
acciones humanas?” En realidad, la naturaleza del libre albedrío y las elecciones racionales son
asuntos filosóficos profundos (Honderich, 1993; Skinner, 1971), pero “La respuesta clásica es
simple; son tomados como algo dado. Son parte de la concepción de la racionalidad humana, la
cual… es uno de los supuestos básicos de la criminología clásica” (Roshier, 1989, p. 72).
De este modo, al aceptar la metáfora de Lilley et al. de los criminales como calculadores
con libre albedrío, el impacto significativo de la teoría clásica fue redefinir el rol y la función de
la ley y el castigo. Al adoptar una posición utilitaria, la teoría clásica sostuvo que la ley debía
proteger a la comunidad. De lo que se colige que la función del castigo es prevenir el daño a la
comunidad. Así, siguiendo a la teoría clásica, la administración del castigo debía actuar para
prevenir más crímenes.
El tópico del castigo continúa generando una gran debate teórico entre los filósofos y los
criminalistas (por ejemplo, Honderich, 1976; von Hirsch, 1993; Walker, 1991). Esta claro que
estas cuestiones han generado un debate más complejo que los enfoques utilitarios del crimen y
del castigo. Sin embargo, para responder a la interrogante del título de este capítulo,
abordaremos el problema con una línea de pensamiento que puede ser rastreada directamente
hasta la teoría clásica. Si el castigo previene y reduce el crimen, entonces el mecanismo sugerido
por el cual este efecto ocurre es que el miedo al castigo disuade al individuo de decidir cometer
el delito.
DISUASION
El supuesto de la noción de disuasión fluye directamente de la teoría clásica. Los textos
de criminología dividen a la disuasión en dos tipos; disuasión general y disuasión especial. La
primera se refiere a los efectos sobre la sociedad de las sanciones punitivas; de este modo, la
teoría de la disuasión sugiere que los miembros de la sociedad obedecerán la ley debido al miedo
277
Walker hace notar que los cambios fueron bien publicitados, en la medida que hubo casos en qye
la pena de muerte fue aplicada. La tasa de homicidios en Nueva Zelandia fluctúo a través del
período, como podría esperarse, pero “Las fluctuaciones no mostraron relaciones discernibles en
relación con el estatus de la pena de muerte; uno no puede decir cuándo influyó y cuándo no lo
hizo” (Walker, p. 16).
Nuevamente con respecto a la pena de muerte, Hood (1996) ofrece un análisis extenso de
la cuestión de la disuasión. (Debe advertirse que la investigación se centra en el efecto disuasivo
de la pena de muerte específicamente para el homicidio. Hood advierte que no hay estudios
empíricos del efecto de la pena de muerte en otros crímenes, como las infracciones a la ley de
drogas y los crímenes motivados políticamente). El cuidadoso análisis de Hood lo lleva a una
posición interesante. Hood argumenta que aquellos a favor de la abolición deberían ver la
evidencia que la pena de muerte sí tiene un efecto disuasivo significativo. Por otro lado, aquellos
a favor de la pena de muerte debieran asegurarse que no hubo un aumento significativo de riesgo
en el público antes que escasearan los criminales vivos. Hood concluye que “El balance de la
evidencia, mirada en esta forma, favorece a la posición abolicionista” (p. 212). Es valioso
advertir que comentaristas como Walker y Hood tienen el cuidado de no afirmar que la disuasión
no funciona; por el contrario, sugieren que la evidencia no apoya el argumento a favor de la
disuasión general.
¿Cuál es la posición respecto a la disuasión que tiene otra investigación respecto a la pena
de muerte? Hay tres líneas de evidencia que pueden ser usadas para informar el debate acerca de
la disuasión: primero, estudios de los efectos de diferentes tipos de sanciones aplicadas dentro
del sistema de justicia penal; segundo, los hallazgos de estudios individuales de proyectos
específicos cuyo objetivo es disuadir a los infractores; tercero, los hallazgos de los meta-análisis
respecto a las intervenciones con los infractores.
iniciativas, incluyendo programas como “Asustar” [Scared Straight], “Libertad vigilada con
conmoción emocional” [Shock Probation], “Breve, Fuerte, Impresionante” [Short, Sharp, Shock],
“Cárceles para impresionar” [Jail Shock], y “Encarcelación para conmocionar a las mujeres”
[Shock Incarceration for Women]. Aunque hay algunas evaluaciones individuales de esas
iniciativas (por ejemplo, Thornton et al., 1984), la cuestión de la efectividad de los campos de
botas [boot camps] es la que posee un cuerpo sustancial de investigaciones (Cowles y Castellano,
1995; Cronin, 1994; McKenzie y Hebert, 1996).
Campos de botas
Incluso el vistazo más rápido a la literatura muestra que el término “campo de botas” es
usado en una variedad de formas. Mientras que no hay una definición ampliamente aceptada de
un “campo de botas”, Cronin (1994) da una buena y concisa descripción: “Caracterizado por un
énfasis en la estructura militar, ejercicios y disciplina, esos programas [boot camps] ofrecen un
nuevo giro en el uso de programas residenciales para criminales convictos” (p. 1).
¿Por qué este énfasis en estructura, ejercicios y disciplina? La racionalidad pareceria ser
que esas experiencias motivarán de algún modo a los infractores para desistir de la vida de
crimen. Si la motivación es el producto de la disuasión, modificando algunos aspectos del
funcionamiento psicológico del infractor (autoestima y respeto a si mismo son los términos usados
en este contexto), o algunos otros mecanismos no especificados que son cuestionables.
Al pretender evaluar la efectividad de los campos de botas, el problema inmediato es la
variación de los regimenes bajo el término “campo de botas”. Una búsqueda en Internet reveló
un amplio número de sitios Web (principalmente estadounidenses) publicitando los “campos de
botas”, principalmente destinados a niños problemáticos y adolescentes delincuentes (por
ejemplo, http://www.kci.org/publication/bootcamp/rerelease.htm). Mientras que el ethos es
muy similar, los diferentes campos de botas tienen regimenes muy diferentes. Claramente, hay
que resolver dificultades de la investigación para investigar la efectividad de los campos de
botas.
Sin embargo, con independencia de los problemas enfrentados por los investigadores, hay
grandes expectativas acerca de los efectos de los campos de botas. Como McKeanzie y Souryal
(1995a, p. 2) hacen notar:
El público y los diseñadores de políticas parecen esperar que los campos de botas logren
resultados espectaculares. Los campos de bota proveen una encarcelación breve en un
ambiente militar estricto, con un programa diario de trabajo duro, ejercicios y
ceremonias, y entrenamiento físico. Hay obviamente un esperanza que este castigo duro
hará que los infractores desistan de la continuación de sus actividades criminales.
281
Es claro que el enfoque duro por el que abogan los proponentes de los campos de botas
hará surgir objeciones morales y filosóficas (Maltas y Mathews, 1991; Morash y Ricker, 1990;
Schrest, 1989); sin embargo, lo que interesa aquí es observar la evidencia de los resultados. Hay
un cuerpo de investigaciones que entrega una indicación de la efectividad de los campos de
botas, en términos del proceso y del efecto en la reincidencia.
Reincidencia
Una serie de estudios ha observado el impacto de los regímenes de los campos de botas
en la reincidencia (MacKenzie y Shaw, 1993; MacKenzie et al., 1995), así como el ajuste durante
la supervisión posterior a la reclusión (MacKenzie y Brame, 1995). El panorama que emerge de
esos estudios no es solamente uno: los hallazgos muestran alguna fluctuación en los resultados,
de acuerdo a variables como la localización del régimen del campo de botas, la medición real de
la reincidencia, y la situación del infractor posterior a la liberación.
MacKenzie et al. (1995) reportaron un estudio de la efectividad de los campos de bota
respecto a la reincidencia en ocho estados de Estados Unidos. Encontraron que en cuatro estados
282
Una tercera línea de evidencia respecto a los efectos del castigo proviene de una línea
reciente de investigaciones que aplican el meta-análisis a la literatura de los efectos de la
intervención con los infractores.
283
Los meta-análisis
Desde el estudio de Garrett (1985) ha habido un número de estudios de meta-análisis
acerca del tratamiento de los infractores (Andrews et al., 1990; Lipsey, 1992; Redondo et al.,
1999), y están disponibles algunas síntesis (Gendreau, 1996; Lipsey, 1995; Lösel, 1995a, b, 1996;
McGuire y Priestley, 1995). El impacto principal de esos meta-análisis ha sido dar un ímpetu de
frescura a la intervenciones con infractores basadas en los fundamentos del tratamiento y la
rehabilitación (Hollin, 1999). Sin embargo, muchos de los meta-análisis han considerado también
el impacto de las intervenciones en base a la disuasión y el castigo. Lipsey (1995, p. 74) resume
este aspecto de los hallazgos de los meta-análisis:
En realidad, Lipsey (1995) expresa la visión que en base a la evidencia existente surgen
“serias dudas acerca de la efectividad de esas formas de tratamiento” (p. 74). Las conclusiones
de Lipsey están de acuerdo con otra línea de evidencia discutida más abajo, que cuesta resistir la
perspectiva que es difícil encontrar un efecto consistente de la disuasión. Parece que los intentos
para motivar a los infractores a dejar de delinquir a través del castigo no tiene el efecto que se
busca. Es seguro que estos hallazgos se desvanecen ante el sentido común: ¿por qué debiera el
castigo empeorar las cosas?
Podría encontrarse una respuesta a esta interrogante en la investigación básica de la
ciencia conductual. Podría verse al comportamiento infractor como una forma del
comportamiento humano, y el objetivo del sistema de justicia penal es producir las condiciones
que llevan a la reducción en la frecuencia del delito. ¿Qué nos dice la investigación conductual
acerca de las condiciones óptimas para reducir el comportamiento?
1. Proximidad temporal
La consecuencia de un comportamiento tiene el mayor efecto en términos de cambiar la
frecuencia de un comportamiento, cuando ocurre cerca del comportamiento. Si las consecuencias
de un comportamiento están demoradas en el tiempo, su impacto se pierde en forma
significativa. Por ejemplo, una de las razones por las que es difícil hacer que los jóvenes dejen de
fumar es debido a los efectos a largo plazo de fumar, particularmente la enfermedad, que son
vistos como muy lejanos. En realidad, ¡están tan lejos que nunca aparecen! Por otro lado, las
ganancias a costo plazo de fumar, como los cambios fisiológicos y la aprobación del grupo de
pares, están tan cerca del comportamiento que tienen un efecto máximo.
Con respecto al comportamiento criminal, como Jeffrey (1965) observó en la formulación
de la Teoría del Reforzamiento Diferencial, los mismos principios se aplican con respecto a la
contigüidad temporal de las consecuencias del delito. Cuando el infractor es aprehendido, el
proceso de la justicia significa un retraso de meses entre el comportamiento y las consecuencias
punitivas impuestas por la corte. No es difícil ver que para algunos criminales el castigo por el
delito está muy lejano, mientras que las recompensas por el crimen están muy cerca, que el
balance favorece las ganancias a corto plazo.
285
2. Inevitabilidad
Si las consecuencias punitivas de un comportamiento son inevitables, entonces ese
comportamiento disminuye rápidamente en frecuencia. Por ejemplo, si cuando todas las veces
toco un alambre y obtengo un golpe eléctrico, entonces rápidamente aprenderé a no tocar ese
alambre (y probablemente ningún otro en la vecindad). No es difícil imaginar que si todas las
veces que un infractor cometiera un crimen fuera aprehendido y enviado a prisión, sus
infracciones disminuirían rápidamente. Sin embargo, está claro que en el mundo real esto no
ocurre: las encuestas a las víctimas y los infractores muestran consistentemente que muchos
crímenes no son reportados y por lo tanto no son detectados (Coleman y Moynihan, 1996). Este
reporte subestimado del crimen no está limitado a las infracciones menores: por ejemplo, Groth
y sus colegas (1982) reportaron que los infractores sexuales admitieron un promedio de cinco
crímenes no detectados, con un rango de sobre 250 violaciones no detectadas. Con algunas
excepciones, notablemente el homicidio doméstico, es probable que para la mayoría de los
infractores el castigo está lejos de ser inevitable.
3. Intensidad
No sólo las consecuencias punitivas de un comportamiento tienen que ser inmediatas e
inevitables, sino que para tener un efecto máximo deben ser de una intensidad máxima. La razón
para esta intensidad inicial máxima se encuentra en el fenómeno conductual de la
desensibilización. Si hay una exposición gradual a una situación o evento aversivo, es posible
adaptarse al estímulo, de modo que pierda si efecto punitivo. Este proceso de adaptación es
capturado en la técnica clínica de la desensibilización sistemática (Wolpe, 1958). La
desensibilización sistemática es usada frecuentemente con las fobias, en la cual la exposición
gradual al evento u objeto temido es usada para ayudar a la persona a afrontar e incluso eliminar
su miedo.
El funcionamiento del sistema de justicia penal parece como si estuviera diseñado para
desensibilizar a los infractores a los efectos del castigo. Como en la aracnofobia, se comienza
introduciendo inicialmente la vista y el toque de la araña hasta que ya no haya más miedo, el
infractor puede seguir la ruta a través de la jerarquía de recibir una detención, pagar una fianza,
ser sentenciado a un servicio comunitario, cumplir con una orden de libertad vigilada,
experimentar breves períodos de prisión, y por último una extensa sentencia de prisión. Con esa
exposición repetida a esas graduaciones de castigo, no es sorprendente que, en la mayoría de los
casos, las sanciones no tengan el efecto deseado.
286
4. Castigos efectivos
Como ocurre con la belleza, la recompensa y el castigo dependen del ojo del observador.
Dentro del análisis conductual, una contingencia punitiva es definida como aquella en la cual,
desde el punto de vista del individuo afectado, las consecuencias del comportamiento llevan a
una reducción en la frecuencia de ese comportamiento. El énfasis en el individuo es críticamente
importante en la comprensión del cambio de comportamiento. De este modo, para algunas
personas la oración podría funcionar bien como una recompensa, aumentando la frecuencia del
comportamiento que produce la oración. Sin embargo, para otras personas, quizá
particularmente en los adolescentes, al oración puede funcionar como un castigo, disminuyendo
la frecuencia del comportamiento que produjo la oración (Brophy, 1981).
Bajo esta luz, es posible re-examinar la asunción que las consecuencias del crimen, como
son entregadas en el sistema de justicia penal, realmente castigas por medio de una penalidad
aversiva para el infractor. Para las personas que nunca han experimentado la prisión, el
pensamiento de estar en prisión puede ser muy desagradable. A la vez que es verdad que las
prisiones son lugares de miseria e infelicidad, todo aquel que ha trabajo en un prisión sabrá que
no todos los infractores encuentran la experiencia aversiva o desagradable.
5. Otras opciones
En términos conductuales, la entrega de castigo efectivo, por definición, disminuirá la
frecuencia de un comportamiento. Sin embargo, para evitar un castigo a corto y a largo plazo, el
individuo debe tener a su disposición un comportamiento alternativo. En la ausencia de un
comportamiento alternativo apropiado, el individuo repetirá el comportamiento en el futuro,
dando como resultado un ciclo de comportamiento y castigo. El castigo no es constructivo en el
sentido que muestra al individuo qué hacer en forma diferente para evitar el castigo, no
establece nuevos comportamientos que podrían obtener el mismo resultado a través de medios
legítimos; simplemente suprime la ocurrencia inmediata de un comportamiento. En realidad,
después de la entrega de castigo, el siguiente incidente de comportamiento puede ser más
furtivo o riesgoso para evitar la detección.
sanciones penales: por ejemplo, después de un período de prisión, muchos infractores continúan
delinquiendo, a veces cometiendo delitos más graves.
El proceso de supresión del comportamiento, por ejemplo, entrega de consecuencias
punitivas, no es un evento neutral. El castigo provoca emociones fuertes en el castigado. Por
ejemplo, cuando las personas son castigadas pueden resentir la imposición del castigo y pueden
frustrarse porque sus metas están siendo negadas, y se encuentran en un ambiente que los hace
infelices (por ejemplo, detención, corte, oficina de libertad vigilada y prisión). Esos estados
personales y las circunstancias ambientales son contextos perfectos para la agresión y la violencia
(Berkowitz, 1992). Bajo esa luz, no es sorprendente que los implicados en la administración del
castigo —delegados de libertad vigilada, personal de la libertad condicional, personal de la
prisión— estén muy interesados e n la incidencia de la violencia experimentada en la línea del
deber.
La administración del castigo puede precipitar problemas de salud para el individuo
castigado. Las encuestas a poblaciones en prisión han encontrado una incidencia
significativamente mayor de trastornos mentales en poblaciones en prisión que entre la población
en general (Jun et al., 1978). Aunque hay algunas explicaciones posibles para esta tasa
aumentada en la morbilidad, hay afirmarse que la naturaleza aversiva de la prisión actúa como
un estrés que precipita una mala salud mental. Además, es sabido que la tasa de suicidios en las
prisiones es incómodamente elevada (Dooley, 1990).
El acto de la administración de castigo también sirve para modelar la retribución y la
venganza como una respuesta apropiada para las fechorías. Es sabido que el modelaje es de una
importancia enorme para la explicación del comportamiento humano (Bandura, 1977), en que las
personas pueden actuar en la forma en que otras actúan hacia ellas. Si la sociedad elige resolver
el problema del crimen a través de la administración de castigo, entonces no es sorprendente que
los infractores castigados resuelvan los problemas en las relaciones y en las finanzas en formas
que inflingen daño y castigo en las otras personas. Por ejemplo, Dobash y sus colegas (2000) en su
estudio de los hombres violentos, reportaron que la fuente de las discusiones que culminaba en
violencia doméstica hacia las mujeres incluían el dinero, dificultades triviales en la vida
doméstica y los celos.
CONCLUSIONES
La administración de castigo por el sistema de justicia penal es un acto social complejo.
El punto clave para centrarse en la administración del castigo es el resultado que se alcanza. Si el
resultado deseado es la retribución por romper la ley, entonces las medidas punitivas apropiadas
(cualesquiera que sean éstas) alcanzará ese resultado. Si el resultado deseado es la
incapacitación [de los infractores] para salvaguardar los propósitos de la protección pública,
entonces, nuevamente, infligir el castigo apropiado (por ejemplo, pérdida de la libertad)
288
alcanzará este fin. Esta claro que en esas instancias hay un vínculo obvio entre el castigo y el
efecto deseado. Si la sociedad desea administrar castigo con esos propósitos, es algo que está
abierto al debate (Honderich, 1976; Walker, 1991), pero es obvio que el castigo puede servir para
esos fines gemelos de retribución e incapacitación.
Cuando se aboga por el castigo como un medio para lograr un cambio en el
comportamiento, el vínculo entre la administración de castigo y los resultados deseados se hace
significativamente muy incierto. La noción que el castigo puede motivar cambios en el
comportamiento es el fundamento de la teoría de la disuasión. El examen de la evidencia con
respecto a la disuasión general sugiere que hay muy poco apoyo para la proposición que el castigo
a los infractores inhibe los comportamientos antisociales de otros miembros de la sociedad. ¿Por
qué ocurre esto? Una explicación general puede encontrarse en la consideración de los supuestos
teóricos básicos de la noción de la disuasión general. Se recordará que esa analogía fue tomada
de la teoría clásica que ve a las acciones humanas, incluido el comportamiento criminal, en
términos de un calculador con libre albedrío (Lilly et al., 1995). De este modo, somos vistos (o
no) como obedientes a la ley debido al balance que las desventajas del crimen (por ejemplo,
castigo) pesan más que las ventajas. En realidad, puede ocurrir que a veces los infractores tomen
decisiones racionales respecto al delito (Cornisa y Clarke, 1986). Sin embargo, también es
evidente que las acciones humanas son más complejas que las operaciones de una calculadora:
obedecemos a la ley, por ejemplo, porque creemos en un orden social legítimo, o porque la ley
codifica las creencias morales en correctas y equivocadas, o por razones políticas (Tyler, 1990).
Al desplazarnos de la disuasión general a la específica, también es dudoso que el castigo
motive al cambio conductual a largo plazo a nivel individual. Nuevamente, es posible ver el
modelo del “criminal como una calculador” cuando se da cuenta del comportamiento del
infractor. Sin negar que a veces los infractores tomen decisiones racionales, también se da el
caso que en la comisión del delito el infractor puede no estar funcionando en su estado
psicológico o emocional óptimo (Zamble y Quinsey, 1997). Además, también es evidente que las
decisiones, incluyendo las decisiones racionales, son el producto de la historia de aprendizaje del
individuo. Cualquier intento teórico por comprender las acciones individuales, incluyendo los
actos criminales, debe dar cuenta de la historia de las interacciones complejas entre los factores
sociales y los individuales (Gresswell y Hollin, 1992).
Si el castigo fracasa en forma demostrable en motivar a los infractores para que cambien,
¿cuáles son las alternativas en términos del cambio de los infractores? Una proposición radical se
encuentra en la monumental reestructuración del sistema de justicia penal, trasladando sus bases
teóricas al siglo 21 y desarrollando políticas y prácticas basadas en el conocimiento
contemporáneo acerca del comportamiento humano. A un nivel más prosaico, es claro que no hay
nada constructivo respecto al castigo, aunque hay alternativas prácticas que pueden reducir el
crimen (Hollin, 2001). La falta de disposición general para adoptar esas alternativas como
289
REFERENCIAS
290
291
292
Capítulo 15
DIRECCIONES FUTURAS
MARY MCMURRAN
School of Psychology, Cardiff University Cardiff, Reino Unido
INTRODUCCION
Los [autores] contribuyentes a este libro nos han suministrado una comprensión clara de
cómo la motivación para cambiar de los infractores puede ser construida y evaluada, entregan
detalles útiles acerca de cómo la motivación para cambiar de los infractores puede ser
fomentada, y realizan un análisis cuidadoso de la ética de la motivación de los infractores para el
cambio. En relación a la teoría y la práctica, parece que el conocimiento de la comprensión y el
tratamiento de las adicciones tiene mucho que ofrecer para la comprensión del tratamiento de
los infractores (Hodge et al., 1997). Nuevamente aquí nos hemos beneficiado del conocimiento y
experiencia de los especialistas en adicciones, agregando el conocimiento de aquellos expertos
que trabajan con infractores. La reunión de este material en un solo texto, es seguro que probará
ser un valioso recurso para los profesionales que tratan a infractores. Además, es casi seguro que
los lectores de este libro identificarán las lagunas y defectos en el estado actual de la teoría, la
práctica y la evidencia debiera estimularlos para expandir el conocimiento existente. ¿Qué
podrían considerar problemático esos profesionales e investigadores nuevamente entusiasmados?
TEORIA
Las estrategias terapéuticas que se han derivado del estudio de las adicciones han
suministrado un punto e inicio para el diseño de intervenciones motivacionales con los
infractores. Sin embargo, no debiéramos aplicar métodos diseñados en otro campo a los
infractores, sin colocar a prueba en forma rigurosa la teoría y sin una evaluación de los
resultados. El enriquecimiento teórico de nuestra comprensión de la motivación para el cambio
de los infractores es prioritario.
En el desarrollo de intervenciones motivacionales, el modelo de las fases de cambio
(formalmente conocido como modelo transteórico, TTM) ha tenido un impacto enorme en el
campo de las adicciones, con el desarrollo de intervenciones apropiadas a cada fase. ¿Se aplican
las fases del cambio a los infractores? Se ha señalado que el modelo de las fases del cambio
deriva en gran parte de la investigación acerca del fumar, y quizá no es generalizable al consumo
de alcohol y drogas (Sutton, 2001), ni tampoco al comportamiento infractor. Han surgido reparos
293
respecto a la medición y validez de las fases, y también hay una controversia respecto a si una
persona debiera ser ubicada en una sola fase o si es más significativo obtener un perfil de la
persona con puntuaciones en todas las fases (Carbonari y DiClemente, 2000). Sutton (2001) ha
hecho un llamado para que se piense cómo aplicar el modelo de las fases de cambio en el
consumo de drogas, y por cierto que esto debiera alertarnos respecto a la necesidad de examinar
con más cuidado su aplicabilidad a los infractores.
¿Qué factores afectan la motivación para cambiar en los infractores? En primer lugar,
puede ayudar el conocimiento de las motivaciones del individuo para implicarse en delitos. Es
probable que un modelo motivacional coherente y teóricamente integrativo para los infractores
ayudaría a desarrollar intervenciones efectivas, sin embargo, esta es aun un área
subdesarrollada. Por ejemplo, Cox y Klinger (1988) describieron un modelo motivacional para el
consumo de alcohol, del cual derivaron un esquema para la evaluación de la motivación y
procedimientos de consejería motivacional (Cox y Klinger, 2002). Trazaron un mapa de ruta, el
cual, dependiendo de la naturaleza de diversas características, lleva a la decisión de beber o no
beber. Los factores que afectan la decisión incluyen los factores históricos (por ejemplo,
personalidad, ambiente e historia de reforzamiento del alcohol), factores actuales (por ejemplo,
incentivos positivos y negativos, factores situacionales), eventos cognitivos mediadores y efectos
esperados (aumento o reducción del afecto negativo). Esta ruta lleva a un enfoque de evitación —
beber o no beber.
Se han derivado cuatro tipos de motivos de este modelo: (1) estimulación (reforzamiento
interno positivo), (2) social (reforzamiento positivo externo), (3) afrontamiento (reforzamiento
interno negativo), y (4) conformidad (reforzamiento externo negativo). Esos motivos están
asociados con diferentes antecedentes contextuales y resultados del beber (Cooper, 1994), y
diferentes tipos de personalidad (Stewart y Devine, 2000). Tomar en consideración los motivos
particulares de las personas para beber, y tomar en cuenta las características de personalidad,
puede aumentar la efectividad de las intervenciones motivacionales.
Como modelo podría ser adaptado a la motivación de los infractores, y llevarse a cabo
investigaciones acerca de su investigación con infractores. Recientemente han comenzado a
emerger en la literatura de infractores rutas motivacionales que se asemejan al trabajo de Cox y
Kingler (1998). Polaschek y sus colegas (2001) han desarrollado un modelo de la cadena
conductual que lleva a la violación. Basados en la evidencia obtenida de violadores, los autores
trazan una vía motivacional que incluye las fases de factores contextuales, formación de metas,
acercamiento, preparación, delito y después del delito. Un esquema de este modelo es
presentado en la Tabla 15.1. Dentro de cada fase se encuentra un conjunto de rasgos, con las
características específicas de la variable, dependiendo de la persona implicada y sus
circunstancias. Esto expande la flexibilidad de las metas y las variaciones en el comportamiento,
a medida que la cadena avanza. Por ejemplo, una combinación de rabia y resistencia de la
294
EVALUACION
No hay un sustituto en la práctica clínica para una evaluación extensa y multifactorial de
la motivación, tal como lo describió Lawrence Jones en el Capítulo 3. Sin embargo, es importante
estandarizar la evaluación de la motivación, de modo que una persona “muy motivada” o “no
motivada” sea la misma persona en la siguiente evaluación, y que el cambio pueda ser medido a
través del tiempo. El problema de la medición de la motivación ha sido tratado en la terapia en
general y muy particularmente en el estudio de las adicciones, con el desarrollo de un número de
cuestionarios. El University of Rhode Island Stages of Change Questionnaire (URICA)
(McConnaughy et al., 1983, 1989) no es específico a problemas y mide el cambio en la terapia en
general. El Stages of Change Readiness and Treatment Eagerness Scale (SOCRATES) (Miller y
Tonigan, 1996) es una medición motivacional específica para el beber. El Readiness to Change
Questionnaire (RTC) (Rollnick et al., 1992) es un derivado resumido del URICA y es específico a la
bebida. En estrecha relación, el Readiness to Change Questionnaire-Treatment Versión (RCQ[TV])
(Heather et al., 1999) está diseñado para personas en tratamiento.
La existencia de ese rango de cuestionarios que miden motivación para el cambio en el
beber es una prueba de su utilidad. Es probable que esos cuestionarios tengan un valor similar en
la evaluación de los infractores, y el desarrollo de cuestionarios para delitos e infractores
implicaría un considerable examen psicométrico. No supondríamos que ese trabajo para las
adicciones también funcionaría con los infractores. Por ejemplo, intentamos adaptar el RTC para
57
[N. T.] Permítaseme discrepar con la autora del artículo. El modelo transteórico de Prochaska y DiClemente no tiene
relación con la motivación que lleva a una persona a consumir sustancias psicoactivas, ni con los mecanismos/pauta que
mantienen el consumo; sino que con los procesos que activa/actúa una persona para abandonar el consumo de una
sustancias o modificar hábitos sin ayuda profesional. Esos autores encontraron que los ex consumidores de tabaco
reportaron (en la primera investigación de Prochaska y DiClemente) que atravesaron por “etapas” en su abandono del
tabaco, y que ese progreso no siempre era lineal, sino que implicó avance, detención, regreso hacia atrás, avance
nuevamente, etc. A esas etapas las denominaron “fases del cambio”. A la vez, determinaron que en cada una de esas
etapas, los ex fumadores colocaban en práctica diversos “procesos de cambio” descritos en diversos enfoques de terapia
como procesos que llevan al cambio de conducta.
Posteriormente comprobaron experimentalmente que era probable que un fumador adhiriera a un tratamiento cuando el
enfoque terapéutico se adaptaba a la fase de cambio en la cual se encontraba el individuo. De aquí deriva entonces el
planeamiento que cuando se busca la adherencia de un consumidor a un programa de tratamiento, el terapeuta debe
cerciorarse/comprobar primero en qué fase del cambio se encuentra éste, para desarrollar conversaciones que activen los
procesos de cambio que se supone hacen probable pasar a la etapa siguiente, y que eventualmente lleven a la fase de
acción y luego a la de mantención.
Se sugiere revisar:
Prochaska, J.; Norcross, J., and DiClemente, C. (1994) Changing for Good. New York: Avon Books
Prochaska, J. y Prochaska, J. (1993) Modelo transteórico de cambio para conductas adictivas. En M. Casas y M. Gossop
(Eds.), Tratamientos psicológicos en drogodependencias: Recaída y prevención de recaídas. Ediciones en Neurociencias,
Barcelona, pp. 85-136
295
medir la motivación para el cambio del comportamiento delictual (McMurran et al., 1998). Las
palabras “mi bebida” fue cambiado por “mi delito” para dar forma al Readiness to Change
Offending Questionnaire (RCOQ). Fue examinado en una población de pacientes con trastorno de
personalidad en un hospital de seguridad, con cada psiquiatra y enfermera del paciente
calificando la fase de cambio del paciente. Este estudio produjo resultados desalentadores,
debido a la baja consistencia interna de los nuevas sub-escalas del cuestionario, y la ausencia de
validez concurrente con las calificaciones del equipo clínico acerca de la motivación para el
cambio.
Al menos hay dos razones posibles por las cuales la adaptación de las evaluaciones de las
fases de cambio desde el campo de las adicciones a los infractores no es sencilla. Primero, la
evaluación puede estar limitada por la baja frecuencia del comportamiento delictual. El consumo
de alcohol y de drogas puede ocurrir varias veces al día, mientras que incluso el criminal más
dedicado es menos activo. La medición de la disposición a cambiar un comportamiento que es
muy frecuente puede significar que es posible desarrollar una medición más sensible, comparada
con la medición del cambio que es relativamente poco frecuente. Esto puede ser especialmente
296
cierto cuando tratamos con algunos infractores graves, como ocurrió en nuestro estudio
(McMurran et al., 1998), donde las personas pueden haber cometido una sola vez un delito en su
vida, con un delito lo suficientemente grave para que estén recluidos. Las medidas de la
motivación para el cambio necesitan ser examinadas en un rango de tipos de infractores.
Segundo, la bebida es un comportamiento razonablemente bien definido, mientras que el delito
incluye un amplio rango de actividades —violencia, abuso sexual, delitos contra la propiedad, etc.
— y muchos infractores son versátiles en su criminalidad. Puede no ser claro a qué está
refiriéndose “mi delito”.
El mensaje es que debemos tener cuidado en adoptar o adaptar cuestionarios
provenientes de otros campos. No podemos estar seguros si funcionarán con los infractores, y
necesitan efectuarse comprobaciones psicométricas. La evaluación debiera ser derivada de la
teoría, y si emergen nuevos modelos acerca de la motivación de los infractores podremos ver
nuevas herramientas de evaluación.
TRATAMIENTO
La sección de la teoría de este volumen indica que las investigaciones acerca de las
motivaciones de los infractores pueden ayudar a nuevos enfoques de tratamiento. El cómo se
entregan esos tratamientos es otro asunto. DiClemente (1999) en su resumen de los problemas
motivacionales en relación al tratamiento de abuso de drogas, identificó algunos problemas que
justifican su examen en relación con el tratamiento de los infractores. Un problema con una
relevancia obvia para los infractores, es que la motivación intrínseca parece producir mejores
resultados a largo plazo que la motivación extrínseca. Sin embargo, puede ser útil en algunos
casos “estimular” la asistencia a tratamiento, aunque hay implicaciones éticas con esto, como lo
abordó Ron Blackburn en el Capítulo 9. El objetivo en el tratamiento obligatorio puede ser
fomentar la motivación intrínseca y, al trabajar con infractores, es importante comprender cómo
interactúan las motivaciones extrínsecas e intrínsecas. Hay mucho trabajo que hacer aquí para
investigar la efectividad de los tratamientos obligados por la corte, y los tratamientos que son
menos obligatorios antes que el sistema de libertad condicional del prisionero considere su
liberación. Necesitan examinarse los tratamientos de fomento motivacional bajo esas
condiciones.
El problema de la “disposición a responder” [responsivity] en el tratamiento de los
infractores (Andrews et al., 1990) es que los tratamientos debieran ser entregados en un estilo
que se acomode a las necesidades y habilidades del cliente. La disposición a responder es
considerada en forma amplia para incluir el apareamiento de la intervención con el género,
cultura, habilidades cognitivas y estilo de aprendizaje del cliente. Además del contenido real de
los tratamientos que se adaptan a los clientes, hay un número de características de estilo que
requieren más exámenes. Algunos clientes se desempeñan mejor en grupos, mientras que otros se
297
desempeñan mejor en sesiones individuales; algunos pueden desempeñarse bien en grupos mixtos
de género o cultura, mientras que otros no; y algunos pueden responder a métodos activos de
enseñanza, mientras que otros prefieren ser más estudiosos y contemplativos. Mientras que esas
nociones parecen razonables, no ha sido bien apoyadas por la evidencia empírica. Las facetas de
la disposición a responder están poco exploradas58, y hay que hacer un considerable trabajo para
examinar qué estilos de intervención se adaptan a cuáles clientes.
Otra variable en la motivación para el cambio de los infractores que requiere atención es
la influencia de las características del terapeuta, nuevamente algo compartido con los
tratamientos más generales con infractores, así como también en los tratamientos para las
adicciones (Carroll, 2001). ¿Quién es un terapeuta efectivo y qué hace que lo convierte en
efectivo? Como Carroll señala, investigar a los terapeutas no es una tarea fácil —rara vez los
pacientes son asignados al azar por terapeuta, el “tamaño de la muestra de terapeutas” es
pequeño, y asumimos que los terapeutas pueden adaptarse igual de bien para entregar todo tipo
de tratamientos. Sin embargo, es importante investigar los atributos del terapeuta que pueden
afectar la motivación del cliente. Los aspectos básicos que son fáciles de medir son el tipo y el
nivel de sus certificaciones, entrenamiento y grado de experiencia59. Más difíciles de medir, pero
que sin embargo es muy importantes, son las cualidades personales como la paciencia, la
extraversión, el tacto y la orientación psicológica. Uno no debiera asumir que hay un tipo
correcto de personalidad para trabajar con infractores, sino que ciertas cualidades del terapeuta
pueden acomodarse a ciertos clientes.
EVALUACION
La evaluación recuerda inevitablemente la interrogante: “¿Qué funciona mejor con
quiénes, bajo qué condiciones?” En este caso, ¿qué intervenciones motivacionales afectan el
58
[N. T.] Probablemente en lo que respecta al tratamiento de infractores. Sin embargo, en la práctica clínica general se
ha ampliado el concepto de resistencia, para “sacarlo” de la esfera intrapsíquica para colocarlo en la relación terapeuta-
cliente.
Por ejemplo, se ha incorporado desde fines de los ’90 el concepto de “reactancia” (“predisposición persistente a ser no
aquiescente con las demandas interpersonales del tratamiento”, Bleuter, Moleiro y Penela, 2004, p. 89) como una
variable que los terapeutas debieran evaluar, y adaptarse a ella para promover una relación de cooperación terapeuta-
consultante.
Asimismo, desde la terapia breve sistémica, de Shazer propone el concepto de “cooperancia”, y que define como “cada
familia (individuo o pareja) muestra una forma única en sus intentos por cooperar, y la labor del terapeuta es describir
primero esa manera particular que él y la familia muestran y, después, cooperar con la forma de la familia y, de este
modo, promover el cambio”; de Shazer, 1989).
Ver:
L. Beutler; C. Moleiro y V. Penela. Hallazgos de la investigación: ¿Qué funciona en psicoterapia? En H. Fernández-Alvarez
y R. Opazo (Comp.) La integración en psicoterapia. Manual práctico. Ed. Paidós, Barcelona, pp. 69-104S.
de Shazer (1984) The death of resistance. Family Process, Vol. 23, March
S. de Shazer (1989) Pautas de terapia familiar breve. Un enfoque ecosistémico. Ed. Paidós, Barcelona
59
[N. T.] Sin embargo la investigación muestra que aunque esas variables son fáciles de medir, no se relacionan con los
resultados del tratamiento.
S. Miller, M. Hubble y B. Duncan (2008) reportan un estudio de Wampold y Brown publicado en octubre de 2005, en el cual
fueron estudiados 581 terapeutas licenciados (psicólogos, psiquiatras y terapeutas con postgrado a nivel de magíster) que
trataron a una muestra diversa de más de 6000 clientes. Los investigadores encontraron que no tuvieron impacto en la
tasa de éxito de los tratamientos la edad, el género y el diagnóstico de los clientes, ni la experiencia, el entrenamiento o
la orientación teórica de los terapeutas. (Supershrinks. What's the secret of their success? www.talkingcure.com
[rescatado el 11 de enero de 2008])
298
mayor cambio, en qué tipo de infractores, y dónde, por quiénes, y cuándo esas intervenciones
son llevadas a cabo?
Primero, necesitamos tener claridad respecto a lo que esperamos de las intervenciones
motivacionales. ¿Estamos interesados en motivar a las personas a cambiar su comportamiento, o
adherir en el tratamiento? Las intervenciones motivacionales solas pueden afectar el cambio en
las adicciones. Por ejemplo, en el Proyecto MATCH, una terapia de fomento motivacional de
cuatro sesiones para cambiar el consumo de alcohol funcionó tan bien como las terapias más
intensivas (Project MATCH Research Group, 1997). En realidad, algunos comentaristas creen que
la fase de evaluación antes del tratamiento puede haber sido un ingrediente activo. También
puede ser que esa intervención intensiva no es siempre necesaria para los bebedores.60 Lo mismo
es probablemente cierto para los infractores, sin embargo en los tratamientos para infractores
esos recursos son incorporados primariamente en tratamientos intensivos para infractores de alto
riesgo, con poco apoyo para las intervenciones breves, a pesar del hecho que aquellos pueden
funcionar, al menos con algunas personas.
La mayoría de los programas de tratamiento para infractores contienen un componente
motivacional; en realidad, este es generalmente un requerimiento para la acreditación. Puede
ser valioso mientras se diseñan y evalúan módulos de fomento motivacional, solos y en
conjunción con otros componentes de tratamiento, ver qué funciona mejor y en qué
combinaciones. Es muy efectivo un enfoque de desmantelamiento para examinar qué
60
[N. T.] La Terapia de Fomento Motivacional desarrollada por W. Miller para el Proyecto MATCH está dividida en 3 fases:
En la Fase 1, se busca construir motivación para el cambio (“razones para cambiar”, Miller, 1995) a través de
conversaciones; un insumo para esas conversaciones es la retroalimentación de las evaluaciones realizadas al cliente
antes de la primera entrevista con el terapeuta.
En la Fase 2, se consolida el compromiso para el cambio del cliente, “una vez que está presente la suficiente motivación”
(Miller, 1995). En esta fase el terapeuta ayuda al cliente a construir un plan de acción para el cambio (el cual no
necesariamente implica el logro de la abstinencia); se usa en esta fase la Hoja del Plan de Cambios, que es un
instrumento que ayuda al cliente a enunciar metas para si mismo y descubrir los pasos que puede dar para alcanzar esos
objetivos personales (en esta etapa participa un otro significativo del cliente [red de apoyo], y se busca extraer su
cooperación a ese plan). Un elemento importante en esta fase, es la estrategia de recapitulación que realiza el cliente.
Fase 3: Esta es la fase de seguimiento, en la cual se revisa el progreso del cliente, se renueva la motivación y se evalúa la
necesidad de un tratamiento posterior (que en el proyecto MATCH implicaba derivar al paciente; el cual en un contexto
distinto puede ser entregado por el mismo terapeuta).
Miller (1995) indica que su enfoque está basado en los procesos de recuperación natural (en ausencia de ayuda
profesional), y las conversaciones desarrolladas con los clientes buscan activar/fomentar esos procesos naturales en el
consultante.
Es interesante advertir que en el enfoque conductual-cognitivo usado en el Proyecto MATCH (“Entrenamiento en
habilidades de afrontamiento”), a diferencia del enfoque de Miller, no hay una fase previa para indagar/fomentar la
motivación de los clientes asignados al azar a este enfoque (a lo más se describe una actividad inicial de 45 minutos para
la construcción de rapport). Esto se relaciona con el espíritu de ese enfoque en los años ’90: las técnicas específicas
usadas por los terapeutas son los “ingredientes activos” del cambio; mientras que la motivación del cliente, la relación
terapéutica y otras características de los clientes y los terapeutas son denominados “ingredientes no específicos” (y por
tanto, es muy difícil colocarlas a prueba en estudios experimentales controlados).
Se sugiere revisar:
Miller , W. (1995) Motivational Enhancement Therapy with Drug Abusers. Center on Alcoholism, Substance Abuse, and
Addictions (CASAA), University of New Mexico
Cognitive-Behavioral Coping Skills Therapy Manual. A Clinical Research Guide for Therapists Treating Individuals with
Alcohol Abuse and Dependence. Project MATCH Monograph Series Volume 3. National Institute on Alcohol Abuse and
Alcoholism, 2003
Cabe hacer notar —para desaliento de quienes diseñaron el Proyecto MATCH— que no hubo diferencias en la efectividad
de los tres enfoques comparados (MET, Enfoque cognitivo-conductual, Doce Pasos), ni tampoco pudo concluirse que
existía un apareamiento recomendado enfoque—tipo de cliente.
299
componentes del tratamiento son más efectivos y en qué combinaciones, para racionalizar y
mejorar los tratamientos.
Como en toda investigación de tratamientos, parafraseando a Farrington (2001),
necesitamos evaluaciones experimentales de mucha calidad y evaluaciones cuasi-experimentales
de la efectividad de los programas de fomento motivacional. Se necesita usar mediciones válidas
y confiables, y éstas debieran incluir observaciones del comportamiento e indicadores de cambio,
generalmente tests psicométricos. El cambio necesita ser evaluado mientras avanza la
intervención, para comprobar que los movimientos estén en la dirección deseada. Los criterios de
medición debieran ser relevantes a la meta del tratamiento. Cuando la motivación esté
implicada, puede medirse la adherencia y participación en el tratamiento, aunque también es
importante el efecto del componente motivacional en el resultado final. Además, estaría bien
que examináramos la proporción costo-beneficio de nuestras intervenciones.
CONCLUSION
Las contribuciones a este libro suministran modelos para comprender la motivación para
el cambio, e indican algunas de las variedades de enfoque de intervención para el fomento de la
motivación —cognitivo-conductual, teatro y psicodinámico. Cubren algunas de las vías en las
cuales son aplicadas las intervenciones motivacionales —prisiones, hospitales y la comunidad— y
responden a algunos de los problemas específicos que podrían encontrarse al trabajar con
infractores. Esos capítulos contienen información académica, empírica y práctica. Esperamos que
inspiren la empresa que se requiere para responder a los desarrollos reseñados más arriba.
REFERENCIAS
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